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Michael Hampe
La vida plena
Cuatro meditaciones sobre la felicidad
Traducción de
Isabel Romero
Galaxia Gutenberg
Circulo de Lectores
Un canon filosófico
PARA HUGO
"La felicidad no es buen material ... Le basta consigo misma.
No necesita comentario. Puede dormir enrollada en sí misma
Lomo un erizo.»
Ci\RL SEELIG, Paseos con Robert Walser
Índice
6. PLURALIDAD DE VOCES
La muerte de Stanley Low . . . . . . . . . . . . . . . . 207
Una imagen . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 213
Desencuentros ..... . . . ..... .. .. .. ...... 217
Polifonía y descripción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 222
Índice I 3
J\p~:NDICES
Epílogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . 241
Notas ..... . .... ... . . ............... . . 25 r
Bibliografía .......... ... .............. 25 7
Referencias fotográficas . . . . . . . . . . . . . . . . . . 267
.t ., ,
I
El perezoso gigante
«De aquí no sale nadie con vida» es una frase que alguien de-
bió de pintar con un spray en algún muro de Hamburgo. La
oí por radio una lluviosa mañana mientras desayunaba. Era
la primera vez en año y medio que iba desde Hannover a la
Academia Calenberg, en Pattensen, para ver a Kolk, quien me
había llamado el viernes. En aquel momento tuve la impre-
sión de que aquel «de aquí no sale nadie con vida» ya lo ha-
bía leído antes, en algún anuncio de prensa de una película de
acción sobre unos presos del corredor de la muerte que se
evaden de w1a prisión estadounidense de alta seguridad, de la
que los héroes consiguen salir indemnes. No obstante, visto
como un lema pintado en el muro de una gran ciudad, el men-
saje me parecía de una gran agudeza, nada belicoso en com-
paración con el texto publicitario de la película, sino más
bien de una sorprendente sabiduría. Y me lo parecía porque,
en general, si interpretamos este «de aquí» en un sentido su-
ficientemente amplio, el lema de la pintada es de todo punto
exacto. Durante algún tiempo podemos ir de aquí para allá
sobre !a superficie de la tierra, pero es evidente que nadie sale
con vida de este mundo.
De todos modos, como esto tiene un final, seguramente sin
consuelo para nadie, uno puede preguntarse por qué dedica-
mos tanto esfuerzo a cambiar y a procurar mejorar nuestras
«relaciones». Quizás este deseo de cambio y de mejora no sea
sino un intento de desprendernos del malestar que provoca la
sospecha, al menos inconsciente, de la evidencia expresada sin
16 La vida plena
,t
UNIVERSIDAD
EAFF,!'?' BIBLIOTECA
Vl11ilada Mine,
20 La vida plena
lo alto de su atalaya.
Es más, ¿qué se supone que debo aprobar desde ese puesto
de o bservación cósmico frente a los hechos de la existencia pa-
tentes en el siglo XXI, como los que reflejan el muere y ven a la
l'ida goethiano y nietzscheano? Puede ser que ya no nos lan-
remos a la batalla contra Aquiles subidos en carros de guerra,
pero nos dislocamos los huesos cuando, en nuestra carrera
rras el aurobús, resbalamos con los excrementos del teckel de
los vecinos y acabamos atropellados por el tranvía. No es difí-
cil imaginar que, en ese mismo instante, en las fábricas cárni-
eas de todo el mundo, miles de cochinillos tan sólo pueden ver
IJ luz que irradian los tubos de neón al compás de los interrup-
tores horarios; todas ellas criaturas que apenas pasarán unos
meses de vida muy poco gratos en alguna fábrica de engor-
de radicada en cualquier búnker de cemento antes de ser con-
vertidas en embutido. Así las cosas, no es extraño preguntarse
4ué tipo de devenir y perecer podemos aprobar. ¿Acaso ha-
bría que contemplar semejantes procesos como parte de un es-
pectáculo grandioso, visto desde una perspectiva cósmica?
Aprobar este hipotético espectáculo heroico del devenir y del
perecer supondría poner la voluntad y el talento al servicio de
1ma realidad heroica y al mismo tiempo negar la trivialidad
de la vida y de la muerte.
2.2 La vida plena
Meditaciones
·...-,
La pregunta meritoria del premio Ca/enberg
Currículum vítae
Relaciones maestro-alumno.
Desavenencias conyugales y con la institución
I'' 1·111arura.
\1c11Jo ya pensionista, me concentré especialmente en leer
lim•11,1 literatura. Primero me dediqué a las obras de Robert
\\.tl,t·r y más adelante a las novelas y obras teatrales de Thomas
llt-111h;1rd, que evidentemente fueron como una luz en la pe-
1111111hra de mi retiro anticipado. Al principio disfruté con es-
1 1 1111cva situación; no tenía mucho que hacer y pasaba los
d11.., ...olo en el lago Masch. Tras el fracaso de mi habilitación
, •, / 11 rich, mi mujer me había dejado por su oposición a cam-
l,1,11 de ciudad, pues no podía imaginarse una ciudad más es-
1' 111tosa que Hannover. Le hice observar que no debía repro-
dm 11' prejuicios -como un monje budista cuando reproduce
1111 111,111dala con su capacidad de abstracción-y hacerse ideas
¡11 n onccbidas sobre Hannover, y que sólo debía verla como
111 que efectivamente era, porque así se daría cuenta de que es
11111l ho mejor que la fama que tiene. Sin embargo, no lo con-
' g111, o a lo sumo, mi mujer lo interpretó como una «vileza
d, l.t\ mías».
i\,í que ella se quedó en Zúrich, y yo tuve que asumir 1a
nhl1g,1ción de pagar, desde Hannover, su costosa vivienda en
'11111,1. Para colmo, con la excusa de conservar a nuestra hija
, ,11 lado, me pidió la separación. Desde entonces mi hija vie-
111 ,1 verme de vez en cuando a Hannover, aunque casi siem-
1'' 1· voy yo a Zúrich en avión.
Primero tuve que soportar que en adelante apenas vería
1 11-u.·r a mi hija. Las limitaciones financieras derivadas de la
'"'lk es mi salvación
< 11.rndo el libro de Bernhard amenazaba con acabarse, llegó
1111.1 carta de Pattensen; era de Gabriel Kolk, el conserje del
1 ddicio, que ahora sólo se alquilaba para simposios, y el úni-
La selección
versidad que dejó hace años? Nadie quiere leer cosas así, sal-
vo aquellos que están en una situación de saldar sus propias
cuentas. Usted sabe que también yo valoro a Thomas Bern-
hard como un artista de la palabra y de la exageración. Pero,
sencillamente, no es posible seguir imitando su voz. Yo, en su
lugar - me sugirió-, eliminaría esos pasajes.
-Sabe ... , mi querido Kolk -contesté- , nunca he tenido
una voz personal. Durante una etapa de mi vida sólo me he
dedicado a escribir tratados científicos en el tono en que de-
ben escribirse. Si usted desea publicar en Archiv für die Ge-
schichte der Philosophie, tendrá que escribir como se escribe
en Archivo, y si desea publicar en Erkenntnis, deberá hacerlo
de otra manera. Por eso hay unas normas de estilo destinadas
a los autores. No puede usted escribir a bote pronto.
-No se escribe a bote pronto -observó Kolk, divertido-, la
imagen no funciona; eso a Bernhard no le habría pasado-aña-
dió riendo.
-Sea como sea, no tengo una voz propia y tampoco la voy
a encontrar ahora por la simple razón de que deba escribir
una introducción.
-Pues -dijo Kolk, meditabundo- no estaría de más tener
una voz propia, y desde luego, no sólo para redactar esta in-
troducción, ¿no le parece?
STANLEY Low
Hannover, mes de abril
43
Introducción
moderna, sobre todo con los críticos del progreso y los de-
tractores de la verdad científica. Ésta será nuestra primera ta-
rea. Luego investigaremos, en una especie de plano utópico,
las posibilidades de alcanzar la transparencia del yo y sus
consecuencias para la felicidad humana.
Relativismo y capitalismo
.f . ".:, , •::· · ·
El progreso científico )' técnico...
El valor de la verdad
Hace más de dos mil años que los filósofos reflexionan sobre
la verdad. En el siglo pasado, Alfred Tarski mostró que hay una
respuesta a esta pregunta, al menos en los lenguajes formales,
cosa que en los lenguajes no formales, sin embargo, no ocu-
rre.2•7 Los lenguajes científicos, incluido el de la física, no son
completamente formales, aun cuando utilicen profusamente
las matemáticas. Se refieren a la realidad de la vida cotidiana,
sujeta a una constante evolución tecnológica, y no sólo a las
correlaciones artificiales elaboradas con cuidadoso esmero en
los laboratorios. Si Tarski tiene razón, en estos lenguajes que
evolucionan y no dejan de ampliarse el concepto de verdad
no es definible. Ahora bien, el hecho de que conceptos como
«verdad» o «bien» no puedan ser definidos no significa que
vayamos a contentarnos sin ellos o que podamos dejarlos de
lado. Sin embargo, eso es lo que parecen creer los relativistas
posmodernos, y tienden a poner en duda nada menos que el
valor de la verdad y, lo que aún es peor, consideran la aspira-
ción a la verdad como algo perjudicial. No obstante, dudar del
valor de la verdad es peligroso. En este punto parece darse un
paralelismo entre la religión y la ciencia ilustrada: quien duda
de la existencia de Dios, corre el peligro de ser expulsado de la
religión y de la vida religiosa. Quien duda del valor de la ver-
dad se expone a perder su relación razonable con el mundo,
UHIVl!RSIDAD
EAFIT BIBLIOTECA
66 La vida plena
Esto podría obedecer a que los hechos son casi siempre abu-
rridos, y más aún cuando uno pretende conocerlos y medir-
los exactamente hasta el séptimo decimal detrás de la coma,
como exigen algunos procesos técnicos. El proceso de la ad-
quisición de conocimiento sobre los hechos muy pocas veces
resulta apasionante ni está ligado a una intensidad emocional.
La mayor parte del tiempo consiste en una actividad minucio-
sa que se desempeña con rigor y esforzadamente. Sin embargo,
el ser humano necesita experimentar intensidad emocional, ten-
sión, excitación, significado. Se da por supuesto que el sistema
nervioso humano, y sobre todo el cerebro, es como una especie
de «vigorizador» que actúa sobre la intensidad energética de
los procesos físicos laterales. La consecuencia de esta función
vigorizadora es una intensificación de la experiencia desde un
punto de vista subjetivo.3::. Así pues, si supuestamente en nues-
tro cuerpo ya llevamos incorporada «una función de intensi-
ficación», es fácil deducir por qué las personas aspiran a tener
experiencias cada vez más nuevas e intensas y por qué les re-
sulta difícil contentarse con un estado de experiencia poco in-
tenso.
Seguramente las personas exageran o mienten con la mis-
ma frecuencia para aparentar que tienen una vida intensa y ple-
na de significado como para conseguir algún beneficio ma-
El progreso científico y técnico... 73
presa que las personas acometan para hacer su vida más in-
tensa. EJ deporte y los juegos en mundos virtuales seguirían
ofreciendo aquí potenciales inagotables. Sin embargo, la di-
ferencia entre las distintas estrategias es considerable; cierta-
mente, puedo estimular mis sentidos con una droga a fin de in-
tensificar o atentar la percepción, o quizá para evitar la falta
de intensidad que se conoce como el «sinsentido» de la vida;
igual que uno puede orientarse también hacia los mundos y
las guerras virtuales o, en último caso, extraviar la propia fa-
cultad de juicio exaltando ciertos sistemas religiosos o ideolo-
gías políticas, de modo que, en la «auténtica realidad», ema-
nen intensidades que precipiten a un sinnúmero de personas a
la desgracia. Como vemos, hay diferencias que no se pueden
pasar por alto. Así pues, en este contexto, el problema primor-
dial es cómo satisfacer la necesidad de intensidad sin alentar
la adicción a una instancia que proporcione intensidad, y có-
mo crear sentido y significado sin perjudicar nuestra capaci-
dad de realizar las tareas cotidianas en esta realidad más bien
banal.
UNIVERSIDAD
EAFlt: BIBLIOTECA
La vida plena
El miedo a la muerte
mortem de los nacidos por cesárea con las de aquellos que vie-
nen al mundo de manera «convencional», e investigar si la
imagen de verse envueltos súbitamente en una imnensa clari-
dad fuera de sí mismos es común a los nacidos por cesárea en
el relato de una situación análoga.) Las distintas modalidades
de la memoria explicarían que el proceso de la muerte se inicie
con acontecimientos mentales vividos como recuerdos, para
pasar luego a la experiencia del túnel, que en cambio no se
percibe como recuerdo. La explicación científica para diluci-
dar esta diferencia sería que en el segundo caso intervienen es-
tructuras neuronales totalmente distintas de las que se relacio-
nan con la comprensión conceptual de la experiencia -y que
son captadas por tanto como recuerdos de situaciones pasa-
das-. En suma, podría ser que, en la experiencia del túnel, re-
cordásemos por primera vez al final de nuestra vida algo que
no podíamos comprender conceptualmente en el momento en
que lo vivimos y que, por tanto, en el momento en que lo re-
cordamos no podemos reconocer como recuerdo. Lo que revi-
vimos en este caso no es más que la pura intensidad emocional
de nuestro nacimiento.
Si, en esencia, entendemos nuestra vida como una corrien-
te de experiencia4' y como un proceso de la memoria, la muerte
debería interpretarse como una interrupción de dicha corrien-
te de experiencia. No es descabellado suponer que justo antes
de la interrupción de nuestra corriente de experiencia, o sea,
antes del advenimiento de la muerte, pueda acontecer por cau-
sas psicológicas una experiencia íntegra y totalizadora, en una
especie de proceso de retroalimentación en el que se recor-
daran experiencias tan remotas en el tiempo que nunca antes
habían llegado a nuestra memoria. Podría ser que, en el mo-
mento de morir, se activaran ciertas áreas cerebrales muy pro-
fundas, en las que también se almacenaran recuerdos y a las
que no cenemos acceso en nuestra experiencia habitual de
vigilia.
En una película de ciencia ficción del año r968 (2oor:
Una odisea en el espacio, de Kubrick), un ordenador con ca-
pacidades mentales comparables a las de una persona es des-
El progreso científico y técnico...
la vida del Más Allá. Como ignoramos qué nos deparará esa
otra vida, ante todo sentimos temor. Pero no hay razón para
tener miedo en lo que arañe a cómo se las compondrá nuestra
alma con su nueva forma de existencia separada del cuerpo,
porque ni siquiera es preciso creer que rengamos una. Es evi-
dente que el origen del alma es la necesidad de explicar las cir-
cunstancias que se producen en el particular estado neuronal
que acompaña a la muerte, de la que nuestro estado consciente
se separa radicalmente y que sólo se nos hace débilmente pre-
sente cuando soñamos que volamos.
¿Porqué debemos abogar por una perspectiva científica en
lugar de acogernos a una religiosa? ¿Por qué no pensar que
después de la muerte viajamos a un reino de luz divina, en vez
de aceptar que a la hora de morir experimentamos el lento de-
terioro de nuestro cerebro? David Hume nos brinda un ar-
gumento teórico-cognitivo en favor del enfoque científico:4~
supongamos que alguien asegura haber vivido algo que con-
tradice las leyes de la naturaleza. ¿Qué probabilidades hay de
que esto sea efectivamente así? Comparemos esta probabili-
dad con la de que el personaje que ha propalado la informa-
ción sólo sea un fanfarrón. Según Hume, la probabilidad de
que se trate efectivamente de esto último siempre será más ele-
vada que la primera. Pues bien, con respecto a los informes de
las experiencias post mortem, deberíamos guiarnos por el mis-
mo argumento. La probabilidad de que la muerte y sus con-
secuencias no estén sujetas a unas leyes naturales conocidas
siempre será escasa. Sin duda, es mucho más factible que al-
guien afirme haber tenido una vivencia semejante para colgar-
se medallas, o que deseemos creer en algo así para satisfacer
nuestra necesidad existencial de intensidad.
La consideración científica sobre la muerte es sin duda me-
nos emocionante y menos intensa que la idea de un alma que,
al morir, abandona el cuerpo para irse a otro mundo. Es más,
cuando la neurología haya desentrañado el proceso de morir
y de la muerte, éste se revelará menos interesante que el Libro
de los muertos tibetano o egipcio. De hecho, las celebracio-
nes de la Navidad y la Pascua también serían menos emocionan-
El progreso científico y técnico ...
ERWI N WEINBERGER
(Cambridge, Massachusetts)
103
3
La felicidad del sosiego espiritual
Riqueza
,obre la buena vida con las que uno crece son en general erró-
111·as, por lo que es preciso liberarse de ellas. Quien desee ser
lrliz deberá poner todo su empeño en liberarse de todas las de-
ptndencias en las que los hombres han caído, inducidos por
l.t\ ideas equivocadas que otros les han inculcado a través de
l., t·ducación. El principal error consiste en creer que la rique-
,1, el honor y el deseo procurarían la felicidad, como ya cons-
1.116 Spinoza, siguiendo a la Stoa (la escuela estoica), en su
l rdctatus de Intellectus Emendatione. 2 Es oportuno detener-
\\' brevemente en estos errores fundamentales. Esta aproxi-
111,Kión quizá pueda parecer ligeramente ingenua y simple,
porque, en el fondo, cualquier persona conoce estas faltas, o
h1l'n por experiencia propia o bien de oídas, dado que todas
«'lbs son bien sabidas desde hace siglos. Pese a todo, es impor-
1.111te dilucidarlas con la mayor sencillez posible para evitar
que sean tomadas como «la opinión de los budistas», «la opi-
11i6n de los cristianos» o «la opinión de los estoicos», esto es,
\ omo indicadores de escuelas con las que podemos enredar-
11os en todo tipo de controversias; aquí se trata más bien de
ptrgeñar algo muy general y fundamental, sobre lo que no es
11l'ccsario discutir más y que se puede comprender, indepen-
dientemente de que uno sea budista, cristiano, estoico o lo
que quiera que sea, pues las controversias entre escuelas no
dl'jan de ser desviaciones de la senda de concentración en la
húsqueda de la felicidad.
El hecho de que en ocasiones las personas caigan en estos
1rrores obedece unas veces a que durante su infancia y juven-
1ud el objetivo de su educación no ha apuntado a la felicidad,
y otras, al hecho de que los educadores ni siquiera saben
) n qué significa llevar una vida feliz. El primer cambio que
l.1 mayoría de las personas experimenta a consecuencia de la
1·ducación es aquel por el que van a convertirse en seres que
persiguen unos objetivos que los harán infelices. La educa-
l 1ón temprana de las personas suele ser una instrucción orien-
--EAFl'I: ~
BIBLIOTECA
ros La vida plena
Poder y honor
una vida feliz. Como las personas creen que el poder y los ho-
nores les harán felices, anhelan conseguir aitos cargos e in-
fluencia. Para obtener tales cargos y autoridad, se ven obliga-
das a utilizar a otras personas que les sean únles en el camino
de escalar posiciones influyentes, y a las que no permitirán
acceder a dichas posiciones, pues a fin de cuentas el poder y
el prestigio son bienes tan escasos como el dinero. En el peor
de los casos, el uso de otras personas incluyt el servicio mi-
litar.
Quien anhele el poder y la distinción porque piensa que
proporcionan la felicidad deberá utilizar a otras personas, im-
pidiéndoles al mismo tiempo el disfrute de los oienes siempre
escasos del poder; deberá por tanto engañar a ~us semejantes
y hacerles promesas que en el último momento i.o podrá cum-
plir. Esta necesidad de engañar le llevará a quedarse solo pues-
to que nadie busca durante demasiado tiempo la compañía
de mentirosos. Además, una persona de este talante deberá ser
muy obstinada en el empeño de lograr sus aspiraciones, ya que
siempre habrá terceros que pugnen por esos escasos bienes del
poder y del honor. La competitividad por obtener altos cargos
y distinciones es una lucha pertinaz. Por ello, en esta denoda-
da disputa en pos de su objetivo, los individuos se ven obliga-
dos a pensar siempre en el futuro y no pueden conformarse
con el presente; quien está inmerso en una lucha así, debe pre-
ver los movimientos de su adversario y ser «proactivo». La as-
piración al poder y a la distinción conduce, en consc..:uencia, a
una vida muy parecida a un estado de guerra, aquel estado que
Thomas Hobbes llama «estado natural del hombre». una exis-
tencia «solitaria, repugnante, animal»/ cosa sin duda injusta
para muchas existencias animales que seguramente µoseen un
modo de vida mucho más noble, es decir, una estruct<.ifa orien-
tada más hacia el presente de lo que las personas suden creer.
Una vez que los aspirantes han alcanzado el poder y la dis-
rinción comprueban que, en lugar de ser felices, se han con-
vertido en seres más solos, y que, por tanto, ahora son seres
desgraciados que han desperdiciado su vida. Los ú1ücos que
no tienen problemas de soledad son aquellos que h"n apren-
II6 La vida plena
Goce
lwlo de felicidad.
1,1, ,.., propio de la realidad de todas las cosas que existen para
1111,mros que, cuando entablamos contacto con ellas, expe-
1111u·111emos sentimientos de deseo o de dolor, a veces de una
l, 11111,t tan marginal que apenas los percibimos, y a veces de for-
1111 Llll intensa que nos sumimos, o morimos, en el éxtasis y la
d, ·,,•,peración.
1· I dolor surge, entre otros motivos, por el hecho de que
r,11, contactos, y los anhelos afectivamente condicionados
11111 les son inherentes, nos inducen a adoptar costumbres que
, 111 t 1guran una vida dolorosa, consistente sobre todo en una
que, por otra parte, actúan a su vez sobre la vida afectiva hu-
mana. Aquel que vuela de una metrópolis a otra en un jet,
,1quel otro que contempla la ciudad desde el piso más alto de
un rascacielos acristalado de oficinas, el que da un discurso
,rnte cientos de personas en un centro de convenciones, el in-
dividuo que consigue alzarse con la victoria en un gran esta-
dio deportivo frente a miles de personas, aquel otro que se
presenta en un plató de televisión y es visto por millones de
personas ... todos ellos satisfacen su ambición y su vanidad,
l'xperimentando con ello sentimientos de goce que a su vez
,11imentan y acrecientan su ambición y su vanidad, puesto que
,e ha invertido un gran esfuerzo material para que puedan
JK'rcibir su acción y su propia persona.
La necesidad de contemplarse a sí mismo como sujeto ab-
~oluto, de «reflejarse,> en el mundo como sujeto de la acción y
u:rciorarse de su presencia en este mundo a través de sus pro-
pias acciones surge del malestar frente a la impotencia que
~omporta la relatividad de la existencia y la finitud. El consi-
lkrable número de condiciones que favorecen lo que yo soy
.,hora puede desaparecer de nuevo, y con ellas, yo mismo. Ne-
gar la relatividad de la existencia parece protegernos de este
pdigro. Ahora bien, ¿qué soy yo en tanto que absoluto? La na-
1maleza inaprensible de lo absoluto me «aparta» del mundo
dl' lo relativo, que es lo único que conocemos. De ahí resulta
l.1 necesidad del individuo de objetivarse a sí mismo en el mun-
do de los entes condicionados y finitos. Cuanto más penetre el
,11jcto en una existencia trascendente, tanto más tendrá que
,,cgurarse de su propia realidad en el mundo de la experien-
l l,t mediante acciones de «envergadura» cada vez mayor. En
El presente
Aunque la vida humana no es sino una sucesión de presentes,
la mayoría de las personas no han vivido casi nunca en su
vida una experiencia atenta y consciente de un momento pre-
sente, a lo sumo, tal vez en su más temprana infancia. Esto es
así porque el proceso de educación que acabamos de ilustrar,
basado en mecanismos de recompensa y castigo, apunta a
que la mente humana confeccione relaciones: esta acción va
seguida de esta otra y aquella acción de la de más allá. De esta
manera, los acontecimientos en tanto que acciones adquieren
un valor cuando se vinculan a consecuencias mediante la re-
compensa y el castigo, y cuando el habla que dirige la con-
ciencia establece el nexo entre la acción y sus consecuencias
mucho más tardías.
De ahí que la vivencia subjetiva siempre se extienda sobre
lapsos temporales más o menos amplios. Los niños viven en un
horizonte temporal estrecho y los adultos, en cambio, en uno
más amplio. Cuando la atención se reparte sobre un horizon-
te más amplio parece debilitarse. Es como si las personas tu-
vieran una determinada intensidad de atención en un estado
de vigilia intermedio para cada una de sus disposiciones, una
intensidad que pueden repartir sobre un horizonte temporal
más amplio o más estrecho. Si la atención se reparte en un ho-
rizonte temporal amplio, ésta será indiscutiblemente más «del-
gada», como sucede con la masa de una tarta, que también se
vuelve más delgada y adquiere una superficie más amplia cuan-
do la extendemos con el rodillo, a diferencia de lo que ocurre
si la trabajamos sobre una superficie más reducida.
La claridad y la precisión con la que se puede percibir algo
determinado dependerá de la intensidad de la atención que a
La felicidad del sosiego espiritual
1 llo se dirige. Del mismo modo, los afectos que van ligados
., l.1 percepción de algo dependerán también del horizonte tem-
pmal en que se percibe. En este aspecto, es posible percibir
.dgo como una huella de un suceso pasado o como un vatici-
11111 de un acontecimiento futuro. Veamos un ejemplo: en mi
UNIVERSIDAD
EAFI,: BIBLIOTECA
136 La vida plena
vés de las fosas nasales. Sin embargo, dado que, en este último
caso, el aire se convierte en un medio que transmite informa-
ción, una información con un significado determinado para
mi proyecto vital, no lo consideraré como aire, sino que sólo
prestaré atención al significado que transporta. No obstante,
tras un largo período de práctica constante y no carente de es-
fuerzo, cuando uno consigue fijar la atención en la percepción
de la respiración y mantener alejado todo significado durante
1111 espacio de tiempo considerable, se produce un sentimiento
Je felicidad que conmueve a muchas personas. De repente, las
sensaciones ligadas a la respiración ya no se perciben en abso-
1uto como algo trivial y aburrido porque no remiten a nada; es
más, la vivencia del presente del movimiento respiratorio se
l'Xperimenta de una forma inmensamente precisa y auténtica,
1I tiempo que los significados que entroncan con las valora-
dones de un proyecto ideal de vida, al margen de que se orien-
ten a la riqueza, al poder o a los deseos, se revelan de pronto
insípidos, irreales y efímeros.
El objetivo de muchas doctrinas de sabiduría no es otro
que favorecer esta capacidad de ceñirse a la realidad que su-
lCde en el momento presente, con absoluta y plena atención,
1ndependientemente de las unidades de significado surgidas de
los proyectos vitales, e impedir evitar tal presente cayendo en
rnntextos referenciales. Suele ser propio de las prácticas que
emanan de estas enseñanzas de sabiduría destruir, delibera-
d.1mente, contenidos de significado y contextos referenciales y
lOlapsar el pensamiento racional, por ejemplo, mediante pa-
1,1dojas como la que plantea dar una palmada con una sola
mano.2·5 Puede que, desde tiempos antiguos, fuese necesario
p.tra la supervivencia del hombre el recordar y el anticipar; no
t·n vano, la capacidad del recuerdo ya fue entendida por Aris-
1oLeles como el principio absoluto de la actividad mental. 26
No obstante, en cualquier caso, innumerables corrientes filo-
\oficas que se ejercitan en la práctica de la felicidad coinciden
,·n constatar que la capacidad de observación, esto es, la facul-
1.1d de observar y de poder dirigir toda la atención hacia aque-
llo que está sucediendo, sin tomarlo por algo distinto a lo que
138 La vida plena
Libertad
LALITHA D AKINI
(Nairandschana}
4
La felicidad es imposible,
pero la verdad es bella
El problema
Que deseemos ser felices e incluso que debamos serlo si lo que
intentamos es llevar una buena vida es un objetivo que, ya
desde la Ética a Nicómaco de Aristóteles, parece estar fuera
de toda duda, al menos en el mundo occidental. En la India,
China o para los filósofos pesimistas europeos, como Scho-
penhauer y sus sucesores, las cosas se han visto de otra mane-
ra, pero «en nuestro continente» la felicidad casi siempre ha
sido un asunto importante y además supuestamente posible;
de hecho, ¿cómo íbamos a aspirar a algo que no considera-
mos posible? Por otra parte, parece igualmente evidente que
ni la vida en su sentido estrictamente biológico, ni la vida en
el seno de la cultura, conducen a la felicidad. Lo que invita a
pensar que el conocimiento de la felicidad y su persecución sólo
~erían factibles si lográramos salvaguardarnos de las «tram-
ras» de la existencia biológica y de la cultura, que son las que
r,onen trabas a la felicidad.
Pues bien, en esta investigación intentaré demostrar que
un proyecto de estas características es imposible. No existe
ningún proceso de reflexión o de conducta por el cual poda-
mos zafarnos a lo largo de la vida de las determinaciones bio-
l<'>gicas y culturales elementales, ni siquiera por medio de la fi-
losofía. Si damos por cierta esta observación y aseguramos
.1Jcmás que nuestra existencia biológica y cultural hace la fe-
licidad imposible, entonces la idea de la felicidad no sólo re-
presentará un objetivo inalcanzable, sino, además, una fanta-
,,a irreal. Asimismo, es un error pretender hacer realidad las
La vida plena
La desilusión
Que Freud sea tratado aquí, en relación con sus ensayos teó-
rico-culturales, como un filósofo que tiene algo válido que
decir sobre la cuestión de si los hombres pueden ser felices, y
en caso afirmativo, de qué modo, quizá pueda parecer algo
sorprendente de entrada. Pero, en cualquier caso, obedece a
160 La vida plena
mismo modo que una ética cristiana apela al amor del prójimo.
Para Freud, el psicoanálisis es un sirviente de la cultura. El psi-
coanálisis y la ética navegan en el mismo barco, en tanto que
ambos intentan ser terapéuticos y trabajar en los quebran-
tos de la vida humana fruto de la escisión entre lo natural y lo
cultural. En su psicoanálisis de la cultura, Freud intenta ilus-
trar en qué medida las prestaciones culturales obedecen a una
sublimación, a una no pervivencia de las pulsiones; siempre
han dependido de ello y siempre lo harán. Freud confiaba en
que la cultura recondujera las pulsiones humanas, y que di-
cha empresa pudiera culminar de un modo veraz y con un es-
caso coste de esfuerzos represores. De ahí su interés en la ética
cristiana. El mandamiento «Ama al prójimo como a ti mismo»
es, para Freud, la mayor defensa contra la agresión humana y
un ejemplo sobresaliente que distingue el procedimiento no
psicológico de la cultura del superyó. Sin embargo, en opi-
nión de Freud, <<el mandamiento es irrealizable; tamaña infla-
ción del amor no puede menos que menoscabar su valor, pero
Je ningún modo conseguirá remediar su mal». 2 5
Si las personas reconocen que no hay un poder trascen-
dental que les exija ser víctimas de sus deseos, si reconocen
que toda cultura es una obra humana para proteger al ser hu-
mano de la naturaleza, y ante todo de su propia naturaleza,
entonces tal vez sean capaces de considerar, a través de la mi-
rada de Freud, los mecanismos del aparato cultural no sólo
como una amalgama de inclinaciones ajenas. Mientras las
ilusiones religiosas, así como la búsqueda y las promesas de
felicidad filosóficas, deban asegurar el aparato cultural, la
cultura en sí se verá amenazada en el preciso momento en que
semejantes promesas y agentes intin1idatorios sean desenmas-
carados como ilusiones. Mientras las esperanzas depositadas
en los posibles logros del aparato cultural incurran en el ex-
ceso de apuntar a la felicidad o incluso a la inmortalidad, la
cultura será desdeñada como una empresa fracasada que in-
cumple las expectativas, y su pretensión de sublimar las pul-
siones será desestimada.
La vida plena
los a los que nos hemos visto expuestos durante nuestra edu-
cación.
La vida humana consta de muchas capas; una orgánica que
no podemos escoger, otra cultural que nuestros padres extien-
den sobre ésta y sobre la que tampoco tenemos capacidad de
decisión -y que representa, además, un «intento de adiestra-
miento» de nuestra dinámica orgánica-, y por último, la que
se fragua cuando nosotros, con catorce o quince años propia-
mente, empezamos a asumir una responsabilidad para compo-
nérnoslas con los ideales que nuestros padres nos han inculca-
do con su educación, ya sea para asumirlos o para descartarlos.
Para hacernos una idea clara de la situación en la que nos
encontramos, podemos recurrir al siguiente símil: hace miles
de años que un río brioso discurre a través de un valle, y en
las épocas en que el deshielo es más acusado éste siempre
arrastra consigo, desde las montañas donde nace, los árboles
que arranca de raíz hasta depositarlos en el valle. Allí se cons-
truye un muro de contención, para que los árboles situados
río abajo ya no sean arrancados de cuajo y para poder utili-
zar la fuerza del agua como fuente de energía; una vez hecho
esto, nos mandan construir una casa para que vivamos en
ella, sobre esa presa, que no deja de ser una central eléctrica.
A nosotros nos asusta la impetuosa corriente y el muro nos
parece espantoso, pero no tenemos ningún otro lugar adonde
ir. Podemos soñar con ríos caudalosos que no se lleven nada
por delante a su paso y con muros tan bellos como suaves ri-
beras, pero tales contradicciones sólo pueden hacerse reali-
dad en los sueños.
Soportamos tan mal la belleza de un río impetuoso como
la fealdad del muro que lo retiene. La representación de la ar-
monía que parece ocultarse en la idea de la felicidad radicaría
en hacer compatibles las contradicciones. Pero, en el malestar
de la existencia, las personas advierten que no hay compati-
bilidad posible. Por este motivo, las imágenes de la felicidad
en el fondo no son ni siquiera bellas, dado que no son vera-
ces. En este aspecto, pese a suponer un alma inmortal, Platón
tenía razón en decir que la verdad y la belleza se pertenecen la
La felicidad es imposible, pero la verdad es bella 179
la bella estampa
ahórrale el hombre a la bella estampa
para que, también tú, puedas ahorrarte las lágrimas
que derrama cualquier hombre;
ahórrate cualquier huella del hombre:
que ningún camino recuerde a un paso firme, ni el campo al pan,
bosque alguno a la casa y al armario, ni una piedra a una pared,
manantial alguno a un trago, ni un estanque ni un lago ni el mar
a un flotador, una barca, un remo, una vela o un crucero,
ningún acantilado a lo que se encarama, ninguna nubecilla
a la lucha contra el temporal, ninguna porción de cielo
a los ojos que se alzan, al avión, a la nave espacial -que nada
recuerde a algo; salvo el blanco al blanco
el negro al negro, el rojo al rojo, lo recto a lo recto
lo redondo a lo redondo;
así permanecerá sana mi alma. 2 9
5
Intensidad y seguridad: dos requisitos
para tener experiencias afortunadas
Adaptaciones
tor será distinto del que no entra en contacto con estas cosas.
Por otra parte, toda técnica resulta del conocimiento apli-
cado a las relaciones naturales y al seguimiento continuo de
los avances realizados por eJ ser humano. Para las personas la
naturaleza es en sí algo amenazador, algo a lo que se deben
adaptar o gue deben modificar, porque de lo contrario podría
destruirlas; aunque evidentemente la naturaleza no deja de
ser ventajosa para el hombre, dado que lo contiene. Todo lo
humano es un híbrido forjado de naturaleza y técnica, en la
medida en que lo natural, lo técnico y lo humano son indife-
renciables porque todas las personas actúan y están acostum-
bradas a actuar de una forma concreta; y estos modos de ac-
tuación no son sino técnicas de adaptación, técnicas del yo
y de la configuración del mundo. Al ver el músculo de una mo-
delo, fortalecido y bien modelado en un gimnasio, uno puede
preguntarse: ¿es natural? Desde luego, porque no podría ser
como es si no hubiera existido la evolución natural de los ma-
míferos. Segunda cuestión, ¿es algo técnico? Por supuesto,
porque las máquinas en las que trabaja la modelo han sido
construidas para entrenar y modelar el músculo de una forma
determinada. ¿Es algo humano y cultural? Indiscutiblemente,
porque parte del dinero que las personas ganan en el seno de
una cultura humana es destinado a encarnar un ideal de be-
lleza establecido. En estos procesos orientados a configurar
híbridos colectivos, en los que lo humano, lo natural y lo téc-
nico se entretejen de un modo inextricable, no se puede abor-
dar la posibilidad de la felicidad sin plantearse, en especial, su
estructura temporal.
Amenazas a la identidad
bia a su vez a las personas, que hallarán nuevas ideas para ob-
tener una temperatura agradable, etcétera. De acuerdo con
este patrón, todos los procesos acaban siendo híbridos colec-
tivos de cosas y personas.
Si la felicidad se concibe únicamente como el resultado de
una adaptación exitosa, ésta se revelará como algo imposible
en el trasfondo de esta dinámica de conocimiento. En cam-
bio, si entendemos por felicidad aquello que surge cuando se
favorecen experiencias intensas en contextos no amenazado-
res, tal vez entonces la felicidad no sea del todo independien-
te de los procesos de adaptación, en la medida en que, por lo
general, el resultado de lograr una adaptación sea una seguri-
dad fruto de la interacción de las personas entre sí y con las
cosas, de tal manera que desemboque en cierta estabilidad de
las relaciones. Ahora bien, esta estabilidad no basta para que
se dé necesariamente la felicidad, pues la mayor característi-
ca de la experiencia intensa es que aparece de forma inespera-
da y no puede planearse. En ocasiones, los poemas solemnes
documentan la experiencia intensa que significa «pertenecer
n algo», que una cosa determinada o aquel ser suponga un
motivo para alegrarse de estar en el mundo, que ello no sea el
resultado de un esfuerzo en el que nos hayamos aplicado no-
sotros o el mundo, sino de algo que se da como una aparición
en un momento afortunado. 12 En este sentido, las experien-
cias de felicidad son bastante posibles en relaciones relativa-
mente no amenazadoras, si bien es algo que no se puede pla-
nificar ni siquiera en el marco de unas relaciones seguras. Las
experiencias de felicidad nos acompañan parcialmente, sin
embargo es inútil intentar verlas como algo que podamos
confeccionar mientras cambiamos nosotros, o los demás, o
incluso las cosas que nos rodean de acuerdo con un plan.
J AMES WILLIAMSON
(Granchester, Cambridge)
207
Pluralidad de voces
Tener opiniones nos aleja de la plenitud
BUDA
sábado por la tarde Low se cruzó con otro montañero que ba-
jaba del Wildmadfurggeli. Tanto para sus familiares -en par-
ticular, para la hija que vio por última vez a su padre en una
situación de discordia, a consecuencia de la cual éste había
abandonado la casa- , como también desde el punto de vista
técnico del seguro en lo concerniente al pago de la compensa-
ción en caso de muerte, el accidente era mejor opdón que ha-
cer pesquisas sobre la muerte voluntaria. Low no había salta-
do desde la montaña, dijo el experimentado montañero que
se lo había cruzado.
Una imagen
Desencuentros
Polifonía y descripción
to. Por ese motivo, para él, la pinrura es una forma de crítica
propia con respecto a su forma de ver. Sólo a través de la acti-
vidad pictórica se interroga acerca de cuanto ha visto realmen-
te. No estamos hablando de precisión fotográfica. Sólo en
contadísimas ocasiones, cuando es obra de un artista, la foto-
grafía restituye lo que vemos de una manera en la que, al mi-
rar la fotografía, se nos revela lo que hemos estado viendo allí.
Una mirada impactante hace surgir algo especial en noso-
tros y ese algo específico que despierta en nuestro ser influye a
su vez sobre lo que vemos. En opinión de Aitmatov, esta in-
teracción tendría que documentar el cuadro. La verdad de lo
que vemos, cuando verdaderamente vemos algo singular, no
es una verdad que pueda aprehenderse con juicios generales.
Según Aitmatov, se trata de la verdad de una interminable com-
plejidad de formas, colores, sensaciones y pensamientos. La
imagen como manifestación de esta interminable complejidad
debería comprimir lo menos posible, sólo así podría aparecer
esa verdad también a los ojos del observador. La teoría filosó-
fica de que la verdad tiene relación con juicios y premisas es en
el fondo falsa, precisamente porque el esfuerzo de sinceridad
hacia la complejidad en sí y la complejidad del mundo nada
tiene que ver con formar juicios que deban ser objeto de sen-
tencia. Así como un juez debe reducir una persona al hecho
delictivo que ha cometido, o así como en un proceso penal la
verdad sobre un acusado se reduce a descubrir si ha cometido
o no la acción por la que se le acusa, de modo análogo el jui-
cio de percepción reduce lo visto a un contraste entre sí y no,
según sea una cosa u otra, fría o caliente, bonita o fea, clara u
oscura. Por ello, nos atreveríamos a decir que quien emite un
juicio de valor miente, porque niega la complejidad que existe
más allá del simple contraste y que no obstante se le ofrece en
la percepción.
Si la filosofía pudiera acercarse a la pintura en el sentido
de la aproximación que establece Aitmatov, y pudiera preo-
cuparse por hacer visibles los múltiples puntos de vista del
pensamiento y los complejos contenidos de nuestra experien-
cia, emprendería, a mi entender, una importante vía de <lesa-
232 La vida plena
GABRIEL KOLK
Pattensen, mes de julio
- -- ---
Apéndices
Epílogo
MICHAEL 1-IAMPE
Zúrich, enero de 2 o o9
Notas
DEL INFORTUNIO
6. PLURALIDAD DE VO C ES
EPíLOGO
1. Geuss, 2005, p. r o r .
2. Sobre la historia de la muerte, véase Aries, 1978. Sobre la his-
toria de la felicidad, véase Hossenfelder, 1996, y Thoma, 2003 .
3. Véase Geuss, 2005, p. 239, y la alusión que allí se hace a Ci-
cerón y Séneca.
4. Véase Holderlin, 1958, p . 149.
5. Véase Leibniz, 1985, I, p. 21.
6. Feyerabend, 1984, pp. 156-159.
La vida plena
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