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UNIVERSIDAD CENTRAL DEL ECUADOR

FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES Y HUMANAS

CÁTEDRA DE TEORÍA POLÍTICA VI

Ensayo Segundo Hemisemestre

Tema: Nacionalismo y patriotismo

Por: Eduardo Alcívar, Luis Arias, Andrés Cubillos A.

Introducción

Se tiende a relacionar de forma casi indisoluble tanto al nacionalismo como al


patriotismo, como si fueran dos expresiones distintas de un mismo concepto, vinculadas
al desarrollo de un imaginario que prepondera a la Nación como el máximo ideal de
convivencia colectiva, y objeto de la más acérrima defensa. La Nación se erige como el
elemento político más importante y según el cual se construyen otras concepciones.

A lo largo del desarrollo histórico de las sociedades modernas, el nacionalismo y el


patriotismo han funcionado como portadores de proyectos políticos (además de
económicos) que han ido transformándose, incluso de forma radicalmente opuesta, a lo
largo de los últimos 2 siglos; por una parte es posible evidenciar al patriotismo como una
expresión pasional del elemento espontáneo en la lucha colectiva en varios momentos de
la historia; mientras que el nacionalismo ha ido mutando desde una versión optimista,
integradora e incluyente, pasando por una revisión de carácter irracional, excluyente y
biologicista, hasta desembocar en la actualidad en proyectos aislacionistas con un modelo
a seguir que dicta las reglas del juego.

El presente ensayo busca abarcar las diferencias fundamentales entre el nacionalismo


y el patriotismo partiendo desde el análisis de cada concepto por separado,
comprendiendo las directrices sobre las que se desenvuelve cada uno y distinguiendo las
particularidades que los diferencian.

En principio se establecerán las formas en las que se entiende el nacionalismo y el


patriotismo, tanto desde la construcción de imaginarios en torno a ambos conceptos como
en la lógica sobre la que se asientan, pasando por la relación existente entre el
nacionalismo y el internacionalismo como partes importantes del desarrollo del
capitalismo y finalmente distinguiendo al patriotismo en sus distintas tipologías.
Formas de entender el nacionalismo y el patriotismo

El desarrollo del presente análisis abarcará diferentes formas de entender e interpretar


el nacionalismo (por extensión, también del internacionalismo) y el patriotismo; una
constante fundamental que se puede desprender de dicho análisis está relacionada con el
hecho de que tales formas de entenderlo están vinculadas a cómo se estructuran (y
reestructuran) las condiciones de producción y reproducción de la vida material en cada
sociedad; es decir, que la forma de entender el nacionalismo y al patriotismo varía en
función de cómo se estructura la sociedad en un momento histórico determinado.

Para entender al internacionalismo como parte fundamental de un discurso resulta


necesaria su interpretación como un proceso sobre el cual descansa una noción equívoca
y normativa, la cual depende íntegramente de su contraparte: el nacionalismo. Al entrar
en cuestión el nacionalismo dentro de su propia definición, resulta evidente que el
internacionalismo como concepto gana mayor relevancia, pero adolece de cierto nivel de
concreción.

Tanto en el caso del nacionalismo como del internacionalismo como conceptos el eje
fundamental no es otro que la nación, y aquello se puede demostrar partiendo desde la
propia definición de ambos: el nacionalismo constituye (según Masaryk) toda perspectiva
que procura que la nación sea el elemento principal, el “elemento político máximo”
(Anderson, 2002, pág. 5), mientras que, para el caso del internacionalismo, si bien es
cierto que la perspectiva que abarca busca ir más allá del concepto de Nación, no deja de
considerarlo parte fundamental (Anderson, 2002, pág. 6).

A partir de ello se puede comprender el papel que juegan ambos conceptos en el marco
del desarrollo histórico de las sociedades modernas. Uno de los nudos históricos clave a
considerar son las dos revoluciones más importantes del Siglo XVIII: La francesa y la de
las 13 Colonias (Anderson, 2002).

Por otro lado, resulta común hacer de nacionalismo y patriotismo sinónimos, lo cual
resulta elemental distinguir para comprender de forma integral estos conceptos; tal y
como se verá en detalle más adelante, uno de los componentes elementales del desarrollo
del patriotismo está fuertemente vinculado a la emocionalidad y a la pasión existentes en
el fragor de la lucha de clases; mientras que, en el caso del nacionalismo, el elemento que
lo constituye se sustenta a partir de la elaboración de un imaginario colectivo.
El internacionalismo del capital

De igual manera, tal y como se verá al detalle más adelante, la concepción de


internacionalismo no ha permanecido estática con el devenir de las sociedades modernas,
y mucho menos en la actualidad; es posible comprender que existen muy marcadas
diferencias en la concepción típica del internacionalismo proletario, y la noción de
internacionalismo predominante a partir de la segunda mitad del Siglo XX, aupado, sobre
todo, por la transnacionalización del capital, y la consolidación de los bloques
imperialistas.

Uno de los rasgos elementales que constituyen al capital a lo largo del siglo XX tiene
que ver justamente con esa integración a varios niveles, como lo explica Perry Anderson:

El resultado (de tal integración) se concretó en un proceso


de unificación comercial, ideológica y estratégica que empezó
con los acuerdos monetarios de Bretton Woods, continuó con
los planes Marshall y Dodge para la reconstrucción de Europa
y Japón, derivó en la creación de la OTAN y el establecimiento
del GATT y culminó en el nacimiento de la Comunidad
Económica Europea, con el estímulo estadounidense. La
trayectoria de esta creciente integración internacional pasó de
la restauración generalizada del libre comercio a la rotunda
superación de la soberanía nacional en el Mercado Común
Europeo, lo cual supuso una inversión espectacular de las
tendencias preponderantes en el periodo de entreguerras que
carecía de precedentes en la historia del capitalismo.
(Anderson, 2002, págs. 17-18)

Luego de la Segunda Guerra mundial la destrucción generada por el conflicto ocasionó


que existiese la imperante necesidad de una reconstrucción integral de las zonas más
afectadas con el propósito de generar una nueva integración comercial a nivel mundial
vinculada con el desarrollo y consolidación del Capital Transnacional.

Evidentemente el internacionalismo concebido a partir de la expansión del capital


mundial resulta en una visión diametralmente opuesta de la visión del Internacionalismo
Proletario observada durante la I primera Internacional, y que, a su vez, se desechó en la
II Internacional; el eje fundamental sobre el que se desarrollan ambas nociones gira en
torno a dos clases que, en principio son completamente distintas. Eventualmente la
concepción de la internacionalización del capital resultaría elemental para su desarrollo
más allá de las limitaciones que el desarrollo intravertido del capitalismo pueda permitir.

Sin embargo, la transnacionalización del capital no es el único aspecto con el cual se


caracteriza al capital de cara al siglo XX, el propio Lenin ya había analizado cuáles son
algunas de las características fundamentales del Imperialismo como fase superior del
Capitalismo, y se había encontrado con otro elemento que se desprende de dicho proceso
de internacionalización que no es un elemento nuevo en la transición hacia el
imperialismo; la tendencia hacia los monopolios. Aquello se puede notar haciendo una
cronología del desarrollo del capitalismo entre el siglo XIX y el XX:

Así pues, el resumen de la historia de los monopolios es el


siguiente: 1) Décadas de 1860 y 1870: cénit del desarrollo de
la libre competencia. Los monopolios están en un estado
embrionario apenas perceptible. 2) Tras la crisis de 1873,
largo período de desarrollo de los cárteles, que son todavía
una excepción. No están aún consolidados, son todavía un
fenómeno pasajero. 3) Auge de finales del siglo XIX y crisis de
1900-1903: los cárteles se convierten en un fundamento de la
vida económica. El capitalismo se ha transformado en
imperialismo. (Lenin, 1917, pág. 15)

Conviene precisar que por “cárteles” Lenin hace referencia a la aparición de grupos
económicos de carácter supranacional que ya no se desenvuelven bajo la lógica de libre
competencia, sino, de hecho, están caracterizados por una marcada tendencia hacia el
acaparamiento integral de los mercados, formando así los monopolios; resulta
imprescindible que el capital sea exportado y transnacionalizado para que a su vez pueda
crecer de manera acelerada sin tener en cuenta las fronteras que pueda poner el desarrollo
de capitalismos nacionales, los cuales, en última instancia, terminan siendo acoplados a
esta nueva dinámica económica.

En resumidas cuentas, para que el capital continúe con la expansión que constituye un
rasgo importante de su propia existencia, resultó imperativo que no se haya limitado
únicamente a la formación de los Estados Nacionales para su crecimiento a nivel interno,
la formación de los trusts y los cárteles económicos fueron la consecuencia inevitable del
desarrollo del capital internacional; proceso que dio atisbos de iniciar durante el
transcurso del siglo XIX y que se mostró con toda claridad durante el siglo XX.

El nacionalismo y el internacionalismo como procesos históricos

La nación en el contexto del desarrollo de la revolución francesa, y a su vez de la


revolución norteamericana de las 13 colonias es concebida como una colectividad
popular; la función que desempeña a nivel político se refleja a partir de la composición
socioeconómica de la época, es decir, en una etapa previa a la revolución industrial donde
las élites comerciales y agrarias lograron desplazar a las clases dominadas (agricultores y
artesanos) en un proceso de migración campo/ciudad. Sin embargo, para que este proceso
sea concebido como integrador se debe utilizar una noción que no segregue a las clases,
ni del proceso productivo, ni tampoco de un potencial proceso identitario. Es ahí donde
juega un papel clave el patriotismo, lo cual es resultante de la racionalidad Ilustrada, cuyo
eje fundamental de organización son los derechos “naturales” y la libertad es entendida
como la capacidad de participar de forma cívica en la vida pública (Anderson, 2002, pág.
7).

De cara al Siglo XIX tanto las nociones de patriotismo como de nacionalismo sufren
un cambio fundamental, desprendiéndose de la lógica racional de la Ilustración,
principalmente a causa del expansionismo napoleónico (Anderson, 2002, pág. 8); no
obstante, aún a pesar de ello las estructuras sociales precedentes aún permanecen
presentes en cierta medida, reflejo de ello es la concepción de un nacionalismo romántico
que se distingue por mostrarse como una “expresión de las clases acaudaladas que ocupan
regiones menos avanzadas (…) a formar su propio Estado” (Anderson, 2002, pág. 9)

A partir del alejamiento de concepto “nacionalismo” de la racionalidad Ilustrada es


posible encontrarse que el elemento fundamental que lo sostiene ya no está vinculado a
la política sino más bien a la cultura, específicamente a la lengua. (Anderson, 2002, pág.
9). Pero entonces ¿qué ocurre con el internacionalismo?

Para Perry Anderson el internacionalismo pasa a ser una suerte de universalización del
nacionalismo romántico anteriormente descrito, vinculándose a él como un actor político
que funciona a partir de ideales universalistas y republicanos, sin una inclusión biológica
o territorial; ejemplo de ello son las bases sociales que configuraron la I Internacional, es
decir, un espacio donde coexistieron los patrones tanto nacionalistas como
internacionalistas (Anderson, 2002, pág. 11). Este nacionalismo fue el predominante
hasta finales del siglo XIX.

Con el declive del nacionalismo romántico sobreviene una reinterpretación donde uno
de los ejes centrales pasa a ser el desprecio al otro: el Chovinismo, el cual deviene
expresión del darwinismo social con lenguaje filosófico eminentemente positivista. Es
posible identificar aquí el origen de un nacionalismo de tipo excluyente fundamentado en
patrones tanto étnicos como físicos; tomando en cuenta la expansión económica del
capital en una tendencia hacia la monopolización y el control de los mercados internos,
el chovinismo pasa a ser un “discurso imperialista de superioridad” (Anderson, 2002, pág.
11). Nuevamente, el nacionalismo se ajusta a la realidad social, y con esta reconfiguración
del nacionalismo como proceso histórico se deja de lado la complementariedad existente
entre éste y el internacionalismo, pasando a volverse la antítesis el uno del otro
(Anderson, 2002, pág. 12).

¿Cuáles son las diferencias existentes entre la realidad social presente durante el
desarrollo del nacionalismo romántico de corte republicano, y el chovinismo?, las
fundamentales que identifica Anderson son 3: 1) las clases que ahora ocupan la base de
la pirámide social ya no son los artesanos, sino que su predominancia es reemplazada por
la predominancia del proletariado industrial; 2) Lo anterior conlleva, invariablemente a
que la clase dominada sea despojada de los medios producción, lo que le faculta poder
vender a voluntad su fuerza de trabajo y 3) se consolida el nivel de aculturación y se
pierde de forma determinante la combatividad existente en el artesanado (Anderson,
2002, pág. 12).

Para el siglo XX el escenario vuelve a cambiar teniendo en cuenta la Primera Guerra


Mundial; en un contexto previo de una nueva transformación del sistema capitalista,
abandonando el “libre mercado” para pasar a un modelo de carácter netamente
proteccionista, ésta “entierra” las pretensiones de la II Internacional (Anderson, 2002,
pág. 13) Surgiendo así nuevas formas dominantes de interpretación del nacionalismo y, a
su vez, del internacionalismo.

Estas condiciones permiten el aparecimiento de nuevas formas de nacionalismo que


reemplazan el positivismo anterior por el irracionalismo moderno, desembocando en
biologicismos excluyentes que reemplazan al ideal de nación previamente concebido, es
decir, permite el aparecimiento del Fascismo (Anderson, 2002, pág. 13).
Para este punto el nacionalismo dominante tiene dos funciones elementales que
consisten en movilizar a las masas en contra del gran capital, vencedor de la I Guerra
Mundial; mientras que, a la par, contiene el avance del comunismo. Lo propio ocurre con
el internacionalismo, cuya máxima expresión de radicalidad se halla en la Revolución
Rusa.

Anderson observa que el Internacionalismo soviético cae en una deformación sin


precedentes, la intensidad de este internacionalismo conlleva hacia la construcción de un
proyecto político de tipo internacionalista dentro de un solo país que, inevitablemente
llevó a la constitución de intereses que subordinaron tal proyecto expresado en la figura
del Estado Soviético (Anderson, 2002, pág. 14).

Con la finalización de la II Guerra Mundial las variaciones en la interpretación del


nacionalismo y el internacionalismo, que hasta el momento habían consistido en el
primero como expresión de los intereses de las clases acaudaladas y del capital nacional,
y el segundo como muestra de unidad en la clase trabajadora (Anderson, 2002, pág. 16),
dan un vuelco de 180º, expresado en los procesos revolucionarios que vendrán en lo
posterior, y en la reacción de los bloques imperialistas.

Es posible evidenciar que el nacionalismo pasa a formar parte de un ideario


antiimperialista presente en movimientos de corte revolucionario, mientras que el
internacionalismo es promovido desde el Capital, como una forma de promoción y
coordinación internacional de intereses que evite el enfrentamiento entre naciones
(Anderson, 2002, pág. 17).

Para la segunda mitad del siglo XX la reestructuración de las relaciones entre los
Estados y los Mercados obliga a contemplar a la internacionalización del capital como
elemento central del desarrollo global, lo cual conlleva a la transición desde el
internacionalismo hacia el transnacionalismo en un doble sentido: tanto en la forma de
ligazón institucional que encuentra el capital en las zonas en las que tiene presencia, como
en la forma de consolidación de las transnacionales y el auge de la especulación financiera
(Anderson, 2002, pág. 19).

Por otra parte, el nacionalismo adquiere una forma consolidada del anteriormente
explicado proyecto del “socialismo en un solo país” lo cual lleva invariablemente a una
desconexión entre los diferentes países que conformaban el bloque soviético; esta idea,
de acuerdo con Anderson, sería la que acabaría por fulminar uno de los elementos
centrales del proyecto comunista: el internacionalismo proletario. (Anderson, 2002, pág.
20).

Este “comunismo fragmentado” implica una involución respecto a los preceptos


leninistas que permiten, a la par, una evolución de los estados capitalistas; los dos motivos
principales por los que esto ocurre están estrechamente vinculados a las debilidades del
bloque del Este, que constituyen las fortalezas del bloque capitalista, es decir, el
desarrollo de una fuerte internacionalización de las fuerzas productivas, y el
aparecimiento de la democracia liberal como elemento incluyente, en contraposición al
nacionalismo excluyente de carácter burocrático presente en el eje soviético (Anderson,
2002, pág. 21)

Finalmente, ¿cuál es la forma de interpretación predominante a día de hoy? De acuerdo


con Anderson el Internacionalismo está llevando hacia un proceso aislacionista en el cual
ya no encuentra en el nacionalismo a su contrario; Estados Unidos actualmente se erige
como el “modelo a seguir” para la comunidad internacional, aislando a las naciones que
no busquen emular su ejemplo (Anderson, 2002, pág. 22).

Nacionalismos y Patriotismos

Patriotismo Republicano y Patriotismo Democrático:

La nueva configuración que ha tomado la ciencia política al analizar los distintos


procesos que son su objeto de estudio, se ha visto absolutamente influenciada por el
pensamiento positivista; haciendo que varios análisis sean vacíos, superfluos y
superficiales. Así, tal como reconoce Maurizio Viroli en su texto “El sentido olvidado del
patriotismo republicano”, los debates contemporáneos que giran alrededor de conceptos
políticos históricos como lo son la patria y la nación, carecen de un estudio profundo y
crítico, imposibilitando apreciar la verdadera significación que guardan dichos conceptos.

De este modo, en el presente epígrafe pretendemos analizar el patriotismo,


comprendiéndolo y distinguiéndolo rotundamente de la concepción vulgar que se tiene
este. Concepción vulgar que lo presenta casi como sinónimo de nación. Así, buscaremos
hacer una revisión histórica que permita comprender la esencia del concepto, para
comprendiendo su significado, señalar la diferencia que guarda el patriotismo con el
nacionalismo; a la vez, que se pretenderá posicionarlo como un concepto clave para
entender la actual forma en la que se expresa la lucha de clases, forma en la cual parece
haber ganado el pesimismo y la aceptación de una derrota por parte de la clase dominada.
Cabe resaltar, que en primer lugar se realizará un análisis a la concepción que tuvo el
patriotismo republicano, para posteriormente, observar cual es la forma que toma este, y
como se busca proyectar un patriotismo democrático que reanime el sentido pasional de
la lucha política en contra de la clase dominante.

Para analizar el patriotismo republicano, comprendido como la pasión, como el amor


que se tiene por la patria; obligatoriamente debemos aterrizar en un periodo histórico
concreto. Tal como señala Miguel Ángel Domenech en su texto “El patriotismo
republicano”, el concepto de patriotismo republicano tiene su origen en la Revolución
Francesa encabezada por Robespierre. La lucha abierta y directa por parte de la clase
históricamente dominada en Francia de 1789, da paso al posterior surgimiento de este
concepto. El amor por la patria, el amor por la república sería una de las consignas
principales de los jacobinos.

La instauración de una forma de gobierno republicana, garantizaría el fin de un


gobierno despótico y monárquico; produciendo un cambio radical en la sociedad francesa
de la época. Los antes súbditos, ahora serían ciudadanos, es decir, tendrían derechos y
libertades que serían constitucionalmente establecidas, ante todo, garantizando la
igualdad ante la ley. La pasión por la libertad y por los derechos propios de ser ciudadanos
de una república, son los que mueven la esencia del patriotismo republicano.

Tal como señala Maurizio Viroli:

“El patriotismo republicano […] es primariamente una pasión


política basada en la experiencia de la ciudadanía, no en elementos
pre-políticos comunes derivados del haber nacido en el mismo
territorio, pertenecer a la misma raza, hablar la misma lengua, adorar
a los mismos dioses o tener las mismas costumbres” (Viroli, 2004, pág.
7).

El anterior párrafo de Viroli, nos advierte de dos cuestiones fundamentales en nuestro


estudio: en primer lugar, manifiesta que la pasión política es una característica esencial
de la lucha de clases. La pasión por exigir un cambio y la pasión por buscar mejorar la
calidad de vida, demuestra la importancia que tiene una praxis política constante. Tal
como lo hicieron los jacobinos, el motor de la lucha se encuentra en ese fuego pasional
que aviva y mantiene la lucha en contra de los privilegios de la clase dominante.

En segundo lugar, nos otorga los matices que marcan la diferencia entre patriotismo y
nacionalismo. Mientras la concepción de nacionalismo sostiene su valor en la creación
de un imaginario, en el cual, las características étnicas, las semejanzas lingüísticas, la
asociación de costumbres y el pertenecer a un determinado territorio común, se
posicionan como las bases constituyentes de este; el patriotismo republicano tiene una
concepción mucho más amplia y popular. El valor que sostiene al patriotismo republicano
permite establecer aristas que fundamentan el sentimiento de lucha política activa por
parte de las clases históricamente dominadas, cuyo sentimiento se funda en el deseo por
obtener igualdad ante la ley, por ser ciudadanos. Además, esta nueva condición de
ciudadanos, entendido en el estricto sentido republicano, advierte la existencia de un
Estado en el cual los ciudadanos tengan la capacidad de ejercer sus derechos políticos. El
filósofo republicano Jean-Jacques Rousseau señalaba que:

“No son los muros, ni los hombres los que hacen la patria, sino las
leyes, los usos, las costumbres, el gobierno, la constitución, y aquello
que resulta de todo esto. La patria se forma en las relaciones entre el
Estado y sus miembros; cuando esas relaciones cambian o se disuelven,
desaparece la patria” (Rousseau, (sf), citado en Viroli, 2004, pág. 8)

Entendiendo de esta manera la conceptualización de lo que implica el patriotismo, en


su forma republicana… ¿Se puede hablar de un resurgimiento del sentido propio del
patriotismo en la forma de gobierno actual predominante como lo es la democracia?, ¿Se
puede apelar a un patriotismo democrático?, ¿Cuáles son las formas que se deben optar
para producir este tipo de patriotismo?

Para resolver estas interrogantes debemos comprender el periodo histórico concreto


actual, el de la hegemonía neoliberal. El neoliberalismo no es únicamente una nueva
forma racional que toma el sistema capitalista en las dos últimas décadas del siglo pasado,
el neoliberalismo se constituye como un nuevo modelo civilizatorio. Es decir, el
neoliberalismo no se estanca únicamente en las formas materiales de producción de la
vida, sino, que genera mecanismos de producción de formas de apropiación espiritual de
la realidad, crea supuestos e imaginarios que regulan y determinan el proceder de los
sujetos. En la política, la hegemonía neoliberal, ha producido un continuo proceso de
(des)politización y atomización social. El activismo político ha sufrido un cambio
significativo, los espacios de sociabilización han desaparecido casi en su mayoría, la
intención por crear un proyecto emancipatorio no existe, las formas en las cuales se
participa en la política son minúsculas y se camuflan bajo la consigna democrática.
Entonces, ¿en qué se sostiene el proyecto civilizatorio del neoliberalismo? En la
concepción del hombre como individuo consumidor.

Situándonos en este determinado periodo histórico, ¿Cómo hablar de patriotismo


democrático? Tal como señala Clara Ramas, en la sociedad contemporánea “emerge un
estado de ánimo: un desencanto generalizado como temple existencial de la época”
(Ramas, 2008). El desencanto generalizado debe producir mecanismos, formas y
expresiones que supongan una pugna al carácter hegemónico de la racionalidad
neoliberal. Una de estas formas, puede ser el patriotismo democrático.

“Así, el nuevo patriotismo es soberano: construye un pueblo donde lo


nacional y lo popular coinciden. Construye una democracia soberana que da
voz a una voluntad general constituida como sujeto político y que no quiere
plegarse a la globocracia de la gobernanza neoliberal. Construye, en fin, una
comunidad de pertenencia frente a los poderes salvajes del libre mercado”
(Ramas, 2008).

A diferencia de lo que constituía al patriotismo republicano, es decir, a la pasión por


la patria que garantice la condición de ciudadano libre e igual ante la ley; el nuevo
patriotismo democrático debe ser el llamado a retomar la pasión por la praxis política,
praxis política que vincule a los sectores subalternos del sistema y que en conjunto
elaboren marcos contra-hegemónicos que replanten las relaciones sociales
contemporáneas. Siendo un mecanismo de resistencia y lucha en contra de la racionalidad
capitalista.

Nacionalismos excluyentes

Tal como se planteó anteriormente, los rasgos característicos del sentimiento


nacionalista se sostienen en la creación de un imaginario. El sentimiento nacionalista es
un fenómeno moderno que tuvo su origen en el siglo XVIII con la instauración del Estado-
nación. A pesar de aquello, tal como lo demuestra Perry Anderson en su texto
“Internacionalismo: un breviario”, el nacionalismo en su expresión política puede tomar
dos formas: ser un nacionalismo incluyente, o a su vez, ser un nacionalismo excluyente.
En este epígrafe nos encargaremos de la segunda forma del nacionalismo, es decir, su
variante excluyente.

Para comprender el surgimiento de esta expresión, debemos remontarnos a 1860. Tal


como señala Perry Anderson:

“El nacionalismo […] fue […] manipulado, a medida que los


terratenientes y empresarios europeos se disponían a completar los
últimos episodios de la revolución burguesa desde arriba […]. El
capital se había concentrado más y más en empresas cada vez más
grandes, perseguía el control monopolista de los mercados interiores o
exigía anexiones coloniales” (Anderson, 2002, pág. 12).

La cita de Anderson nos permite apreciar la relación directa que existe entre burguesía
y nacionalismo. El nacionalismo toma su forma excluyente debido al patrón de
acumulación de capital que predominaba en la época, el capital industrial. Las distintas
burguesías nacionales buscaban expandir sus mercados de forma colonial. Para ello, la
burguesía logró consolidar su proyecto nacional en el chovinismo, que a su vez, se
transformó en el darwinismo social (Anderson, 2002, pág. 12). El proyecto político de la
burguesía, proyectado en el discurso de lo nacional étnico, logró transformarse en un
“discurso imperialista de superioridad”. Podemos afirmar que este es el punto de inicio
de la “hostilidad” entre burguesías nacionales, cuya máxima expresión de conflicto sería
la Segunda Guerra Mundial. El valor de este proyecto político desarrollado por la
burguesía también sirvió como mecanismo para desplazar las tensiones del antagonismo
de clase. En una época en la cual el surgimiento del movimiento obrero luchaba por la
universalización del voto, el proyecto nacional servía para cooptar el carácter subversivo
de la lucha obrera, creando un sentimiento nacional que vinculaba bajo una idea a las
clases subalternas. Así, la burguesía industrial de la época logró a través de un imaginario,
crear un sentimiento que consiguió movilizar a las clases subalternas, despojándoles el
carácter revolucionario y transformándoles en (re)productores del orden capitalista.

Bibliografía
Anderson, P. (2002). Internacionalismo: un breviario. New Left Review, 5-24.
Lenin, V. (1917). 1. La concentración de la producción y los monopolios. En V. Lenin,
Imperialismo: Fase superior del capitalismo (esbozo popular) (págs. 12-19). Madrid:
Fundación Federico Engels.

Ramas, C. (2008). Ocho claves para el patriotismo democrático que viene. Ctxt.

Viroli, M. (2004). El sentido olvidado del patriotismo republicano. ISEGORÍA, 5-15.

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