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Introducción
Tanto en el caso del nacionalismo como del internacionalismo como conceptos el eje
fundamental no es otro que la nación, y aquello se puede demostrar partiendo desde la
propia definición de ambos: el nacionalismo constituye (según Masaryk) toda perspectiva
que procura que la nación sea el elemento principal, el “elemento político máximo”
(Anderson, 2002, pág. 5), mientras que, para el caso del internacionalismo, si bien es
cierto que la perspectiva que abarca busca ir más allá del concepto de Nación, no deja de
considerarlo parte fundamental (Anderson, 2002, pág. 6).
A partir de ello se puede comprender el papel que juegan ambos conceptos en el marco
del desarrollo histórico de las sociedades modernas. Uno de los nudos históricos clave a
considerar son las dos revoluciones más importantes del Siglo XVIII: La francesa y la de
las 13 Colonias (Anderson, 2002).
Por otro lado, resulta común hacer de nacionalismo y patriotismo sinónimos, lo cual
resulta elemental distinguir para comprender de forma integral estos conceptos; tal y
como se verá en detalle más adelante, uno de los componentes elementales del desarrollo
del patriotismo está fuertemente vinculado a la emocionalidad y a la pasión existentes en
el fragor de la lucha de clases; mientras que, en el caso del nacionalismo, el elemento que
lo constituye se sustenta a partir de la elaboración de un imaginario colectivo.
El internacionalismo del capital
Uno de los rasgos elementales que constituyen al capital a lo largo del siglo XX tiene
que ver justamente con esa integración a varios niveles, como lo explica Perry Anderson:
Conviene precisar que por “cárteles” Lenin hace referencia a la aparición de grupos
económicos de carácter supranacional que ya no se desenvuelven bajo la lógica de libre
competencia, sino, de hecho, están caracterizados por una marcada tendencia hacia el
acaparamiento integral de los mercados, formando así los monopolios; resulta
imprescindible que el capital sea exportado y transnacionalizado para que a su vez pueda
crecer de manera acelerada sin tener en cuenta las fronteras que pueda poner el desarrollo
de capitalismos nacionales, los cuales, en última instancia, terminan siendo acoplados a
esta nueva dinámica económica.
En resumidas cuentas, para que el capital continúe con la expansión que constituye un
rasgo importante de su propia existencia, resultó imperativo que no se haya limitado
únicamente a la formación de los Estados Nacionales para su crecimiento a nivel interno,
la formación de los trusts y los cárteles económicos fueron la consecuencia inevitable del
desarrollo del capital internacional; proceso que dio atisbos de iniciar durante el
transcurso del siglo XIX y que se mostró con toda claridad durante el siglo XX.
De cara al Siglo XIX tanto las nociones de patriotismo como de nacionalismo sufren
un cambio fundamental, desprendiéndose de la lógica racional de la Ilustración,
principalmente a causa del expansionismo napoleónico (Anderson, 2002, pág. 8); no
obstante, aún a pesar de ello las estructuras sociales precedentes aún permanecen
presentes en cierta medida, reflejo de ello es la concepción de un nacionalismo romántico
que se distingue por mostrarse como una “expresión de las clases acaudaladas que ocupan
regiones menos avanzadas (…) a formar su propio Estado” (Anderson, 2002, pág. 9)
Para Perry Anderson el internacionalismo pasa a ser una suerte de universalización del
nacionalismo romántico anteriormente descrito, vinculándose a él como un actor político
que funciona a partir de ideales universalistas y republicanos, sin una inclusión biológica
o territorial; ejemplo de ello son las bases sociales que configuraron la I Internacional, es
decir, un espacio donde coexistieron los patrones tanto nacionalistas como
internacionalistas (Anderson, 2002, pág. 11). Este nacionalismo fue el predominante
hasta finales del siglo XIX.
Con el declive del nacionalismo romántico sobreviene una reinterpretación donde uno
de los ejes centrales pasa a ser el desprecio al otro: el Chovinismo, el cual deviene
expresión del darwinismo social con lenguaje filosófico eminentemente positivista. Es
posible identificar aquí el origen de un nacionalismo de tipo excluyente fundamentado en
patrones tanto étnicos como físicos; tomando en cuenta la expansión económica del
capital en una tendencia hacia la monopolización y el control de los mercados internos,
el chovinismo pasa a ser un “discurso imperialista de superioridad” (Anderson, 2002, pág.
11). Nuevamente, el nacionalismo se ajusta a la realidad social, y con esta reconfiguración
del nacionalismo como proceso histórico se deja de lado la complementariedad existente
entre éste y el internacionalismo, pasando a volverse la antítesis el uno del otro
(Anderson, 2002, pág. 12).
¿Cuáles son las diferencias existentes entre la realidad social presente durante el
desarrollo del nacionalismo romántico de corte republicano, y el chovinismo?, las
fundamentales que identifica Anderson son 3: 1) las clases que ahora ocupan la base de
la pirámide social ya no son los artesanos, sino que su predominancia es reemplazada por
la predominancia del proletariado industrial; 2) Lo anterior conlleva, invariablemente a
que la clase dominada sea despojada de los medios producción, lo que le faculta poder
vender a voluntad su fuerza de trabajo y 3) se consolida el nivel de aculturación y se
pierde de forma determinante la combatividad existente en el artesanado (Anderson,
2002, pág. 12).
Para la segunda mitad del siglo XX la reestructuración de las relaciones entre los
Estados y los Mercados obliga a contemplar a la internacionalización del capital como
elemento central del desarrollo global, lo cual conlleva a la transición desde el
internacionalismo hacia el transnacionalismo en un doble sentido: tanto en la forma de
ligazón institucional que encuentra el capital en las zonas en las que tiene presencia, como
en la forma de consolidación de las transnacionales y el auge de la especulación financiera
(Anderson, 2002, pág. 19).
Por otra parte, el nacionalismo adquiere una forma consolidada del anteriormente
explicado proyecto del “socialismo en un solo país” lo cual lleva invariablemente a una
desconexión entre los diferentes países que conformaban el bloque soviético; esta idea,
de acuerdo con Anderson, sería la que acabaría por fulminar uno de los elementos
centrales del proyecto comunista: el internacionalismo proletario. (Anderson, 2002, pág.
20).
Nacionalismos y Patriotismos
En segundo lugar, nos otorga los matices que marcan la diferencia entre patriotismo y
nacionalismo. Mientras la concepción de nacionalismo sostiene su valor en la creación
de un imaginario, en el cual, las características étnicas, las semejanzas lingüísticas, la
asociación de costumbres y el pertenecer a un determinado territorio común, se
posicionan como las bases constituyentes de este; el patriotismo republicano tiene una
concepción mucho más amplia y popular. El valor que sostiene al patriotismo republicano
permite establecer aristas que fundamentan el sentimiento de lucha política activa por
parte de las clases históricamente dominadas, cuyo sentimiento se funda en el deseo por
obtener igualdad ante la ley, por ser ciudadanos. Además, esta nueva condición de
ciudadanos, entendido en el estricto sentido republicano, advierte la existencia de un
Estado en el cual los ciudadanos tengan la capacidad de ejercer sus derechos políticos. El
filósofo republicano Jean-Jacques Rousseau señalaba que:
“No son los muros, ni los hombres los que hacen la patria, sino las
leyes, los usos, las costumbres, el gobierno, la constitución, y aquello
que resulta de todo esto. La patria se forma en las relaciones entre el
Estado y sus miembros; cuando esas relaciones cambian o se disuelven,
desaparece la patria” (Rousseau, (sf), citado en Viroli, 2004, pág. 8)
Nacionalismos excluyentes
La cita de Anderson nos permite apreciar la relación directa que existe entre burguesía
y nacionalismo. El nacionalismo toma su forma excluyente debido al patrón de
acumulación de capital que predominaba en la época, el capital industrial. Las distintas
burguesías nacionales buscaban expandir sus mercados de forma colonial. Para ello, la
burguesía logró consolidar su proyecto nacional en el chovinismo, que a su vez, se
transformó en el darwinismo social (Anderson, 2002, pág. 12). El proyecto político de la
burguesía, proyectado en el discurso de lo nacional étnico, logró transformarse en un
“discurso imperialista de superioridad”. Podemos afirmar que este es el punto de inicio
de la “hostilidad” entre burguesías nacionales, cuya máxima expresión de conflicto sería
la Segunda Guerra Mundial. El valor de este proyecto político desarrollado por la
burguesía también sirvió como mecanismo para desplazar las tensiones del antagonismo
de clase. En una época en la cual el surgimiento del movimiento obrero luchaba por la
universalización del voto, el proyecto nacional servía para cooptar el carácter subversivo
de la lucha obrera, creando un sentimiento nacional que vinculaba bajo una idea a las
clases subalternas. Así, la burguesía industrial de la época logró a través de un imaginario,
crear un sentimiento que consiguió movilizar a las clases subalternas, despojándoles el
carácter revolucionario y transformándoles en (re)productores del orden capitalista.
Bibliografía
Anderson, P. (2002). Internacionalismo: un breviario. New Left Review, 5-24.
Lenin, V. (1917). 1. La concentración de la producción y los monopolios. En V. Lenin,
Imperialismo: Fase superior del capitalismo (esbozo popular) (págs. 12-19). Madrid:
Fundación Federico Engels.
Ramas, C. (2008). Ocho claves para el patriotismo democrático que viene. Ctxt.