Está en la página 1de 1

A uno le parece que estar vivo es normal.

Uno se levanta por la mañana y piensa “tengo


trabajo, tengo clases en la universidad, me toca hacer esto, me toca hacer lo otro” y no se
sorprende, no se maravilla de estar vivo. Uno no se pone la mano en el corazón y siente el
taca, taca, taca, taca, taca interno, uno no se mira al espejo, no se acaricia, no se palpa, no
se maravilla de tener un día más, lo que los antiguos llamaban ‘Carpe diem’.
Yo entendí la maravilla, la sorpresa de estar vivo y empecé a escuchar mi respiración, me
puse la mano en el corazón y luego en las sienes sintiendo cómo me retumbaba en el
cerebro la vida y que yo tenía 24 años y la vida me daba una segunda oportunidad y esa
segunda oportunidad no la tiene todo el mundo. En esa segunda oportunidad me juré que la
siguiente vez que la muerte llegara iba a tener una obra lista, porque lo que más me dolía,
lo que más me aterraba de ese momento, de pensar que me iban a fusilar, era que no había
hecho nada, que no había escrito ni siquiera un párrafo que me representase, y era triste
morirse así.
En la hora de la verdad a la muerte sólo se le puede oponer el sentido de la existencia, y
sólo se le puede vencer si tenemos un sentido para nuestras vidas. De lo contrario estamos
fritos. Sólo podemos enfrentar la muerte con un sentido muy profundo, porque la vida en si,
por si misma, no tiene sentido y hay que darle un sentido.
Yo me prometí eso, construir mi obra por encima de todo, y mi primer libro escrito, La
Travesía del Vidente, es una demostración de algo muy raro, del sentido profundo que da la
literatura y que da el lenguaje cuando se es un artista, un novelista, un escritor.
Mario Mendoza

También podría gustarte