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Addenda(2019) a “Algunas reflexiones acerca del psicoanálisis con adolescentes…”

Federico R. Urman

El patriarcado, que caracterizó la familia nuclear burguesa, en la modernidad de Occidente, ha


sido horadado, y por momentos disuelto, por la actual fluidez del mercado neoliberal y sus
efectos en el contexto socio-cultural. La configuración de estas familias, naturalizada en la
época de los historiales freudianos, ha sido transformada y alterada. La crisis acerca de los
criterios de autoridad y validación, que la clínica con los adolescentes y sus familias mantiene
como un tema de atención prioritario en la agenda de los que demandan ayuda terapéutica, se
hace ostensible en nuestra consulta.

Si estos valores están afectados, ¿cómo construir otros parámetros . ¿Cómo producir otras
normativas? Muchas veces, en las familias con adolescentes, los padres lamentan lo que dejó
de funcionar. ¿Por qué no se dejan tutorizar sus hijos adolescentes por su saber y experiencia?
¿Por qué su palabra está devaluada? Suele pasar que el desconcierto y la desilusión sea
rápidamente sustituído por la irritación y la queja. Los padres (el adolescente, desde su
posición, también) quieren reclutarnos para intensificar su demanda de poder (dominar) sobre
el otro. A nosotros nos parece más interesante y productivo un diálogo que explore qué se
puede(subjetivar) con y entre otro(s).

Veamos, como ejemplo clínico, el sufrimiento de una familia con una adolescente, cuyos
padres están separados, tal como aparecía en las entrevistas iniciales. El padre decía: “Estoy
devastado. Ya sé que no hay una formulita, pero ¿cómo voy a aceptar ese trato y que me
ignore todo el tiempo? Volvió a casa y me habló, pero fue para pedirme un nuevo celular para
reemplazar al que perdió. Se lo compré porque sé que lo necesita para estudiar y para
comunicarse con sus compañeros. Los profesores por ese medio le envían los textos y las
consignas para las tareas. Por eso lo hice, aunque se madre no estaba de acuerdo. Pero
después se va y ya no me dirige la palabra. ¿Porqué me castiga de ese modo? Trato que sea
feliz, pero sólo le importa hacer la suya. Le deseo lo mejor, y me basurea. ¡Hasta le recé a la
Difunta Correa pidiendo por ella! Pero ella…no sé…es otra Rita, me abandona y ningunea. No
me enoja que pase más tiempo en casa de su madre y tenga con ella más confianza que la que
tiene conmigo. Pero me molesta su frialdad, que me haga sentir como un ex padre.” Su madre
me comentaba: “Uno de los problemas de Rita es la mentira. Lamento que use su inteligencia
para eso, en lugar de usarla en el colegio para no llevarse materias. Y me pone mal en que
insista en sus mentiras hasta el punto en que tiene que admitirlas finalmente, porque ya no
pueda negarlas. Como lo que pasó en casa hace un par de semanas. Sabía que le dejaba la casa
porque me iba, por el fin de semana largo, a Punta del Este. Y me prometió que iba a estar
todo bien. Me dijo que por ahí venían unas amigas, y desde allí iban a ir a un baile. Pero
terminaron haciendo la previa en casa como con veinte chicos y chicas, y fue un descontrol.
Hubo mucho alcohol, una de sus amigas se vomitó todo. Por eso estaba un poco manchada la
alfombra de su pieza. Porque aunque la limpiaron, no quedó bien. Me dijo, al principio, que se
le había caído un poco de café. Me llamó, en otro momento, la madre de esa chica que me
contó lo que había averiguado cuando llegó su hija a la madrugada, y era evidente que se
había alcoholizado. De esa manera lo sabía, pero no se lo quise decir. Y Rita insistía, una y otra
vez con su versión. Sé que también lo hacía para cubrir a la amiga, eso me parece bien. Pero no
la manera en que me mintió. Me duele admitirlo, pero la escucho con desconfianza. Yo no soy
una bruja y me considero comprensiva, no entiendo porqué lo hace. Y me dice: “Por lo menos
no soy como Fito, que tomó lisérgico y después la mamá y sus amigos tuvieron que buscarlo
por media provincia, porque andaba por las calles perdido y confundido”. Es verdad, pero con
ese argumento no me va a tapar la boca”.

La hija, a su vez, esgrimía sus propios reclamos y denunciaba, con aguda inteligencia, las
inconsistencias del discurso paterno y las contradicciones del materno. Por ejemplo: “Es
verdad que discuto con mamá. Porque no me siento respetada por ella. Por ejemplo, mi pieza
tiene una puerta corrediza que no funciona bien, que no está bien instalada. No cierra bien y
además es delgada, por lo que se escucha todo. Si hablo con una amiga y le digo: “No me gusta
que cuenten eso de mí, me da paja, la concha de mi madre” ,mi mamá sale, me encara y me
dice que no va a tolerar que la ofenda y putee, pero nada que ver. Y además, no lo tendría que
haber escuchado. Ni privacidad tengo. Y ni hablar de ver cómo me revisa la mochila. Yo nunca
le abrí una cartera. Y cuando discutimos le pido que la corte, que quiero estar en mi pieza
tranquila. Pero ella me sigue machacando. Es como si me quemara la cabeza. Y se me forma un
nudo en la garganta, y entonces siento que tengo que descargarlo tirando algo que tengo en la
mano o pateando la puerta de mi pieza o amenazando con revolear una silla. Recién ahí me
aflojo. Y entonces mamá me dice: “Siempre violenta Rita, dejá de hacer locuras”. Pero yo
nunca le tiré nada a ninguna amiga. Son situaciones difíciles, como en el colegio, cuando
escucho lo que dice el profesor, y veo que es fácil, y además ya lo sé. Y tengo ganas de hacer
algo, porque no me interesan las boludeces que dice. Algo que me parece que va a resultar
gracioso, pero después resulta que no lo toman como un chiste.” No sólo detectaba y
denunciaba implacablemente estos aspectos sino que explotaba en su propio beneficio los
desacuerdos entre sus padres. Pescando en ese río revuelto, su propia conflictiva y la
responsabilidad por sus conductas imprudentes y temerarias, que habían motivado la consulta
de los padres, quedaba banalizadas y disimuladas.

En ese clima de mutuas recriminaciones y desconfianza la palabra dada está devaluada y las
actuaciones reemplazan los diálogos abiertos y respetuosos. Esperan que intervengamos como
policías o jueces y el binarismo víctima-victimario es el que predomina en estos dichos.
Podríamos recordar, en esta problemática que M.L. Pelento, en un trabajo sobre mitos y
creencias (J.Puget;J.Braun;M.Cena,2018), diferenciaba el “creer que”, del “creer en” y del
“hacer creer”. El creer que alude a un contenido expresado en la proposición que sigue. El
creer en se relaciona con un referente confiable y de algo que le es propio y que es digno de fe,
para el caso uno mismo y su propia palabra u otro y su palabra. El intercambio puede ser de
opiniones propias, necesariamente divergentes el algún punto, pues es un diálogo establecido
desde singularidades subjetivas; pero el desacuerdo puede ser inadmisible y entonces estamos
en presencia de dos monólogos en canon que retiene las certezas de cada ind ividuo, y, dentro
de una lógica fundamentalista, uno de ellos busca dominar, acallar, marginar, impugnar el
criterio de ese otro extraño, y percibido como peligroso. Ya bastante penoso es reiterar que
“las ideas no se matan”, para, además, tener que convivir con la frecuente y extendida
decisión trágica de eliminar físicamente a quienes las tienen. Cuando se trata de la
manipulación deliberada del pensamiento ajeno-como en muchas estrategias políticas- y/o de
las “opiniones” que los medios imponen a la población se acentúa el hacer creer. En este
último caso se procura, desde imperativos narcisistas, el gobierno de la conducta de los otros.

En la familia que estamos considerando, cada uno de sus integrantes denunciaba los actos
performativos de los otros, sus intenciones de dominio-veladas en algunas ocasiones- y la
naturalización de sus procedimientos, pues no se reconocían errores propios ni se disculpaban
por los efectos de sus decisiones. Pero cerraban sus ojos hacia su propia conducta, que seguía
criterios análogos. Como puede sospecharse, inconscientemente producían la fragmentación y
la desesperanza que lamentaban. Cada uno de ellos- y éste es un hallazgo frecuente en estas
conflictivas clínicas- estaba convencido en la objetividad y eficacia de sus “soluciones”, como lo
estuvo, en su momento, el propio S. Freud, con la propuesta terapéutica que ofrecía a Irma.
Suelen ser enunciados simples, necesarios e inobjetables desde la perspectiva de quienes las
enuncian, con una causación directa y lineal omniexplicativa. Expuestas en una situación
terapética, esperan ilusoriamente contar con nuestro respaldo irrestricto, alianza que
aseguraría la marginación o el control de otros argumentos alternativos, o esperan una
“formulita” totalizadora que pondría “las cosas en su lugar”, es decir, en el lugar que cada uno
ha designado para sí mismo y para los otros, y que sostendría esa homeostasis anhelada (y
perdida o aún no conquistada).

Tenemos otros criterios y proponemos una estrategia diferente cuando trabajamos con estos
adolescentes y sus familias. Intentamos producir nuevos lazos subjetivantes generados en
tareas clínicas compartidas. Lo que tienen en común, y eso nos aúna a ellos, es el desafío de
encontrar, inventar, crear, reflexiones que sirvan, como instrumentos posibles para ir viviendo
conjuntamente experiencias que sean más satisfactorias y que complejicen los vínculos que se
van configurando. Esta labor debe sostenerse e iniciarse sesión a sesión. Ya advertía S. Freud
que las creencias y los mitos que, con la familia, interrogamos y cuestionamos, no se
abandonan fácil ni definitivamente; suelen co-existir con las nuevas perspectivas que
producimos desde el “entre” de la clínica vincular. Es una travesía incierta y renovada hacia
praxis y sentidos inéditos. Buscamos, con ellos, desde desconciertos e incertidumbres
compartidas, interrogar problemáticas acotadas. Desde estos aspectos, focalizadamente
desmontados, reflexionamos, atravesando senderos particularizados. Evaluamos entonces qué
acciones y transformaciones serían las más convenientes, posibles y seleccionables, por su
productividad, por su potencialidad para crear nuevas significaciones que sean incorporables
por cada sujeto del vínculo. Más que pensar en otros, desde alguna superioridad, procuramos
pensar en un plano de horizontalidad, en pensar con o entre todos, en una implicación y
compromiso que nos reúna. A través de exponer mutuos acercamientos, desacuerdos y
cuestionamientos se podrán construir, laboriosamente, códigos y normas compartidas. Que, al
tiempo, volverán a quedar obsoletas. Por eso este trabajo instituyente comienza una y otra
vez.

En realidad, ese mítico acuerdo preambivalente constituyente que creyeron haber compartido
es una ilusión. Por eso creen, dolorosamente, que las fisuras, desacuerdos y contradicciones
entre ellos es una falla o un fracaso inadmisible. Cada uno de ellos, a su manera, reclama,
narcisísticamente, unificaciones-por semejanzas o complementariedades- que ofrezcan
imágenes de completud, o pactos que garanticen una armonía y estabilidad capaz de asegurar
la continuidad y previsibilidad anhelada. Les cuesta alterar sus posiciones fijas y sus demandas
reiteradas para hacer lugar a las otredades, a las asimetrías no jerárquicas o, como diría A.M.
Fernández, a las diferencias desigualadas. Por eso uno de los integrantes de esta familia
lamentaba considerarse ahora como “un ex-padre”. La crisis de la familia considerada le abre
la posibilidad de explorar cómo ir siendo padre con otros criterios, normas y funcionamientos.
Si no logró, hasta ahora, con su autoritarismo vacilante e inconsistente, sentirse legitimado
como padre, el tratamiento incipiente le ofrece una nueva oportunidad. Se tratará de
reflexionar no sólo sobre la impulsividad de su hija sino también sus propias conductas para
encontrar algo más satisfactorio para sí mismo y para la familia toda. La confrontación con el
pensamiento de los otros y el acotar los desacuerdos es lo que va a ir configurando los
posicionamientos singulares de los sujetos del vínculo; estas estabilizaciones, como vemos, son
coyunturales y efímeras. Sobre todo en estos tiempos de flujos de capitales neoliberales, con
la fragmentación, en la familia y el estado, de la solidez y constancia que, como modelo, tenían
los estados imperialistas en la modernidad.

Muchas veces estamos tentados de intervenir, en estas dinámicas familiares, con comentarios
que “bajan línea”- por su bien, por supuesto- en nombres de legalidades que nos resultan
familiares y cuya imposición naturalizamos. No nos resulta sencillo-más bien es un trabajo-
establecer una distancia, un espacio, que nos prevenga en ese sentido. No logramos tener la
perspectiva de un testigo que atestigua, implicándose, al modo de un cronista de Indias o de
un antropólogo despojado de hábitos colonialistas, que esté dispuesto a sorprenderse, a
desconcertarse, a motivarse por una curiosidad que lo conmueva. En ciertas circunstancias,
algunas muy penosas, esto se facilita. Como la mirada que queda descolocada ante el psicótico
o ante las dinámicas familiares severamente perturbadas, aquellas que, por ejemplo, pueden
contribuir al derrumbe psicótico en un integrante joven en una familia, y resulta evidente, para
el terapeuta, que está frente a sujetos otros y percibiendo dinámicas que le resultan ajenas y
enigmáticas. Era la situación que relataba una paciente joven, reciente madre primeriza, que
visitaba la casa de sus suegros. Estaba casada con el mayor de los hijos, un joven con fobias
neuróticas. Tenía éste una hermana un poco más chica, con preocupantes manipulaciones
psicopáticas, y un hermano menor aún, que había tenido un derrumbe psicótico y estaba
recibiendo medicación y asistencia psiquiátrica. Mi paciente comentaba en una sesión: “En la
casa de los padres de Antonio el clima es siempre muy raro y preocupante. La vi a mi suegra
absorta, mirando hacia un costado del living. Al advertir mi cercanía, me dijo:” Me encanta que
esté como suspendido, y luciéndose y atento a qué voy a hacer”. Y me angustié al darme
cuenta que no sabía si me estaba hablando de su hijo menor, de su gato, que estaba al sol o de
mi hijo, que estaba durmiendo en su moisés”. Mi paciente advertía que esa familia era un
mundo, pero un mundo que le resultaba extraño, con códigos propios, y diferenciables
fácilmente de los suyos, y que imponía ambigüedades, confusiones y subordinaciones que
advertía como desubetivantes. La hija, precisamente, utilizaba su capacidad de lucirse para
dominar la voluntad y los movimientos de los otros

El producir, entonces, un liderazgo compartido, con alguna solidez coyuntural, en situaciones


que fluyen vertiginosamente y en condiciones imprevisibles, no es tarea sencilla, y es uno de
los desafíos del “entre” de los dispositivos analíticos. Se trata de establecer un poder entre
todos antes que un poder de alguien sobre otros. Este “entre” es un hogar que hospeda
exploradores, no un templo o iglesia que discrimina entre sacros y herejes y que impone
mandamientos que reclaman una subordinación incondicional. El disenso no es un pecado a
denunciar –como en la casa de los padres de Antonio- sino un motor del diálogo subjetivante.

Un ejemplo humorístico del trabajo de sostener roles de liderazgo autorizados-tema


significativo en las consultas de las familias con hijos adolescentes- lo encontramos en el corto
que realizó la televisión israelí “Moisés y el cruce del Mar Rojo”, que puede verse, subtitulado,
en Youtube. En él vemos a Moisés y su hermano Aaron tratando de acordar, con el resto del
pueblo judío y entre ellos mismos, los criterios para continuar con la errancia hacia la tierra
prometida. Los desacuerdos se escuchan, paranoidemente, como rechazos injustos e
ilegítimos. Los reclamos como excesivos y descalificantes . Esta épica se asemeja a la que
vivencian los adolescentes y sus familias.

BIBLIOGRAFÍA
Berenstein, I.(2004) Devenir otro con otro(s),Paidós, Buenos Aires,2008

Puget, J; Braun, J.; Cena, M. (2018)Marilú Pelento, psicoanalista de nuestro tiempo.Un


panorama de sus ideas, Lugar, Buenos Aires, 2018

Urman,F.(2014) Algunas reflexiones acerca del psicoanálisis con adolescentes. Un co-pensar


del hacer para devenir.

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