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Espiriteria
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Imagen: alicepopkorn. Fuente: Flickr.
La palabra neuroespiritualidad quiere expresar el hecho de que el cerebro es
capaz de producir experiencias espirituales, religiosas, numinosas, divinas,
místicas o de trascendencia.
Pero antes de explicar por qué podemos decir que el cerebro produce
experiencias espirituales, quisiera definir lo que se entiende por “espiritualidad”.
Lo que quiero plantear hoy aquí es que el cerebro, como hemos dicho, genera
experiencias que se han llamado espirituales, religiosas, divinas, numinosas,
místicas o de trascendencia gracias a la hiperactividad de estructuras que
pertenecen al sistema límbico o cerebro emocional, y que se encuentran en la
profundidad del lóbulo temporal.
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Quisiera detenerme un poco en este punto que parece contraintuitivo, como dicen
los anglosajones. Lo que nosotros tenemos por “realidad exterior” es, repito, en
gran parte una construcción cerebral.
De manera que los colores, los olores, los sonidos, etc., son atribuciones de las
respectivas cortezas sensoriales a esas informaciones que llegan de los órganos
de los sentidos. Si, por ejemplo, se lesiona la corteza visual primaria en el lóbulo
occipital, el paciente deja de ver colores y de soñar con ellos.
Esto no es nada nuevo. Descartes, en el siglo XVII sabía que las cualidades
secundarias dependían del sujeto, que no existían objetivamente en las cosas. Y
en el siglo XVIII, el filósofo napolitano Giambattista Vico, en su libro La antiquísima
sabiduría de los italianos, decía que “si los sentidos son facultades activas, viendo
hacemos los colores de las cosas; degustándolas sus sabores; oyéndolas sus
sonidos, y tocándolas hacemos lo frío y lo caliente”.
Se cuenta que los discípulos del filósofo empirista irlandés George Berkeley
discutían sobre si cuando un árbol caía en el bosque y nadie estuviera presente se
oiría algún ruido. Por lo que hoy sabemos, evidentemente no, ya que el ruido es
una atribución del cerebro a los potenciales de acción que proceden del oído.
El budismo, por ejemplo, no es una religión, sino una filosofía. El filósofo alemán
Friedrich Nietzsche la llamaba “fisiología del alma”. Y no es una religión porque en
ella no hay dioses. Lo que yo mismo he podido observar en templos budistas de
China y del Japón es un desarrollo que nada tiene que ver con la doctrina. Esos
templos se asemejan a los de cualquier otra religión.
Pero eso es lo que los seguidores de Buda han hecho: han convertido a Buda en
un dios y lo adoran como a cualquier otro, rezando ante él y realizando ofrendas.
Que la espiritualidad puede existir sin religión es, pues, evidente. En tiempos
recientes asistimos asimismo a una disminución del número de personas que
asisten a las iglesias de las religiones tradicionales, pero no así a la participación
en sectas, cultos, rituales y otras manifestaciones de tipo espiritual que está en
aumento.
El británico Sir Alister Hardy, que escribió el libro titulado The spiritual nature of
man (La naturaleza espiritual del hombre), decía que las experiencias espirituales
o de trascendencia habían afectado no sólo a personas religiosas, sino también a
ateos y agnósticos, por lo que puede decirse, repito, que la religión es
inconcebible sin espiritualidad, pero que existe una espiritualidad sin religión.
¿Qué podemos aducir a favor de la hipótesis de que las experiencias a las que
nos estamos refiriendo son el producto de la hiperactividad de las estructuras
límbicas del lóbulo temporal?
Se sabe hoy que los principios activos pierden las impurezas al atravesar el filtro
del organismo por lo que la orina es más enteógena que la mera ingesta del
hongo. Precisamente la mención en el RigVeda de que el soma se orina llevó a
Gordon Wasson a plantear su hipótesis. También en este texto se puede leer lo
siguiente: “Hemos bebido el soma, nos hemos vuelto inmortales, hemos llegado a
la luz, hemos encontrado a los dioses”.
No podemos por tiempo mencionar todas las drogas enteógenas que se ingirieron
en el pasado y se siguen ingiriendo en el presente, tanto por chamanes como por
sectas espirituales modernas. Antes mencionamos el hongo psilocibe que crece
en los excrementos de los mamíferos y que se han encontrado en estómagos de
primates no humanos.
El físico alemán Albert Einstein decía: “La emoción más hermosa que podemos
experimentar es la mística. Es la sembradora de todo arte y ciencia auténticos.
Quien sea extraño a esta emoción… es como si estuviera muerto”.
Esta frase nos está diciendo que las experiencias espirituales son importantes en
arte y en ciencia. Recordemos la segunda definición de espiritual del Oxford
Dictionary. De ella deducimos que las emociones pueden ser de mayor o menor
intensidad.
Luego hay experiencias quizá más profundas, como las que refieren aquellas
personas que dicen haber tenido lo que se suele denominar una llamada, o una
vocación que hace que el sujeto experimente una conversión o que entre en una
orden religiosa, o abrace una determinada ideología. Son experiencias unitivas,
pero que pueden ser de intensidad variable.
Hay motivos para pensar que la génesis de la espiritualidad puede estar en lo que
hipotéticamente hemos descrito: la activación de estructuras límbicas. El evangelio
apócrifo de Santo Tomás, por ejemplo, dice lo siguiente: “Cuando convirtáis los
dos en uno, cuando hagáis lo que está dentro igual a lo que está fuera y lo que
está fuera a lo que está dentro, y lo que está arriba a lo que está abajo, cuando
convirtáis lo masculino y lo femenino en una sola cosa… entonces entraréis en el
Reino de los Cielos”.
Mi interpretación es la siguiente: cuando anuléis la consciencia del yo, dualista,
lógico-analítica, podréis acceder a lo que podemos llamar la consciencia límbica,
aquí caracterizada como “El Reino de los Cielos”.
Es algo parecido a lo que se dice en el evangelio de San Lucas 17, 21: “El Reino
de los Cielos está dentro de vosotros”. También Agustín de Tagaste, San Agustín,
decía: “No vayas fuera, entra en ti mismo: en el hombre interior habita la verdad”.
O en el budismo, que se dice que todos somos Buda, pero no lo sabemos.