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“Espiriteria”: Cómo produce el

cerebro experiencias religiosas y


místicas
La hiperactividad del sistema límbico hace posible
la unión entre materia y espíritu, revela la
neuroespiritualidad

Nuestro cerebro es capaz de producir experiencias espirituales,


religiosas, numinosas, divinas, místicas o de trascendencia, gracias
a una hiperactividad en el sistema límbico o cerebro emocional.
Este hecho, revelado por la neuroespiritualidad, supondría la
anulación de la antítesis clásica entre materia y espíritu. También
sugiere que la espiritualidad sería una facultad cognitiva más de
nuestra especie. Francisco J. Rubia.

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Imagen: alicepopkorn. Fuente: Flickr.
La palabra neuroespiritualidad quiere expresar el hecho de que el cerebro es
capaz de producir experiencias espirituales, religiosas, numinosas, divinas,
místicas o de trascendencia.

A mi juicio, este hecho es de una enorme importancia, porque la antítesis clásica


entre materia y espíritu queda prácticamente anulada en el cerebro, que, siendo
materia, es capaz de producir experiencias espirituales. Es la razón por la que he
llamado en otro lugar al cerebro “espiriteria”, o sea una contracción entre espíritu y
materia.

Pero antes de explicar por qué podemos decir que el cerebro produce
experiencias espirituales, quisiera definir lo que se entiende por “espiritualidad”.

Si consultamos el Diccionario de la Real Academia Española encontramos lo


siguiente: “Naturaleza y condición de espiritual”, definición que no nos convence
porque es sabido que lo definido no debe entrar en la definición.

A continuación buscamos lo que se entiende por “espiritual” y leemos:


“Perteneciente o relativo al espíritu”. De nuevo un resultado parecido, por lo que
buscamos la definición de “espíritu” y encontramos lo siguiente: “Ser inmaterial y
dotado de razón”. Esta última definición nos lleva a plantearnos si el Diccionario de
la Real Academia Española está a la altura de los tiempos.

Esta definición es completamente absurda desde el punto de vista neurocientífico,


ya que lo que viene a decir es que los seres inmateriales, presuponiendo su
existencia, tienen cerebro, ya que no hay razón sin cerebro.

El Diccionario de Oxford nos define la palabra espiritual de la manera siguiente:


“Relacionado con el espíritu o alma y no con la naturaleza física o materia”. En
esta definición, el espíritu se contrapone, de manera dualista clásica, a la materia.
Pero ya hemos dicho que esto no es válido para el cerebro, por lo que esta
definición no nos satisface tampoco.
Hay otra definición también del mismo Diccionario respecto a la palabra espiritual
que dice: “tener una mente o emociones de una alta y delicadamente refinada
calidad”. Esta última definición se acerca más a lo que vamos a tratar en esta
conferencia y entendemos por espiritualidad.

La espiritualidad estudiada por la ciencia

Lo que quiero plantear hoy aquí es que el cerebro, como hemos dicho, genera
experiencias que se han llamado espirituales, religiosas, divinas, numinosas,
místicas o de trascendencia gracias a la hiperactividad de estructuras que
pertenecen al sistema límbico o cerebro emocional, y que se encuentran en la
profundidad del lóbulo temporal.

Esta hipótesis se ve apoyada por los experimentos que el neurocientífico


canadiense de la Universidad Laurentiana en Sudbury, Ontario, en Canadá,
Michael Persinger, realizó en los años ochenta del pasado siglo, experimentos con
sujetos voluntarios normales y sanos utilizando la estimulación electromagnética
de los lóbulos temporales, pudiendo en ellos producir la sensación de presencias
de seres espirituales.

Curiosamente, estos seres espirituales eran siempre de la religión a la que


pertenecían los individuos en cuestión. Así que ningún cristiano vio nunca a Buda,
a Alá o a Manitú, de la misma manera que ningún budista, mahometano o indio vio
nunca a Jesucristo o a la Virgen María.

En esos mismos años, concretamente en 1980, el neurocientífico estadounidense


Arnold Mandell, actualmente profesor emérito de psiquiatría de la Universidad de
California en San Diego, publicó un libro titulado Toward a Psychobiology of
Trascendence (Hacia una psicobiología de la trascendencia), en el que decía que
tanto las anfetaminas, como la cocaína y otras drogas alucinógenas constituían un
puente farmacológico hacia la trascendencia, porque disminuían la síntesis de
serotonina, un neurotransmisor cerebral que inhibe las estructuras límbicas del
lóbulo temporal con la consecuente hiperactividad por desinhibición de esas
estructuras que producen las experiencias espirituales, numinosas, divinas
místicas o de trascendencia.

El papel de la dopamina

Hoy sabemos que la ingesta de LSD, psilocibina, DMT o mescalina, es decir


drogas llamadas “enteógenas”, reducen la actividad de células que contienen
serotonina.

La serotonina inhibe las neuronas que contienen dopamina, otro neurotransmisor


cerebral implicado en estas experiencias, por lo que una reducción de la actividad
de la serotonina aumenta por desinhibición la descarga de las células que
contienen dopamina.
Quisiera explicar que la palabra “enteógena” fue acuñada por el profesor de
filología clásica de la Universidad de Boston, Carl Ruck, y por su etimología
significa “dios generado dentro de nosotros”. Estas drogas alucinógenas o
enteógenas han sido llamadas así por que permiten el acceso a una segunda
realidad en la que los sujetos dicen entrar en contacto con sus dioses.

Que el neurotransmisor dopamina está implicado en estos fenómenos es apoyado


por los siguientes hechos: Un gen del receptor de dopamina, el DRD4, se asocia
de manera significativa a medidas de espiritualidad y auto-trascendencia; por otro
lado sabemos que trastornos debidos a un exceso de dopamina, como la
esquizofrenia y el trastorno obsesivo-compulsivo se asocian a aumentos de
espiritualidad y religiosidad; y que los fármacos anti-psicóticos que bloquean la
acción de la dopamina a nivel del sistema límbico disminuyen las conductas y los
delirios religiosos en los pacientes.

A la vista de estos hechos, yo propondría una definición de espiritualidad algo


distinta a las definiciones que he mencionado anteriormente. La espiritualidad
podría definirse como “El sentimiento o impresión subjetiva de alegría
extraordinaria, de atemporalidad y de acceder a una segunda realidad que es
experimentada más vívida e intensamente que la realidad cotidiana y que está
producida por la hiperactividad de estructuras del cerebro emocional”.

La sensación de alegría, felicidad o bienaventuranza viene mediada por la


producción cerebral de endorfinas, sustancias parecidas a la morfina que el propio
cerebro produce como analgésicos y sin las cuales los ejercicios musculares
extenuantes no podrían realizarse por el dolor que produce la acumulación de
ácido láctico. De ahí que los corredores de maratón o los atletas de alto
rendimiento tengan experiencias placenteras que quieren repetir siempre que
pueden.

He tenido un doctorando que, a pesar de haber tenido una terrible experiencia en


las Dolomitas, y que cayó treinta metros en vertical fracturándose varios huesos
en cara y cuerpo; en cuanto se repuso de sus terribles heridas volvió de nuevo a
escalar montañas.

La sensación de que esa segunda realidad es más intensa que la realidad


cotidiana se explica por la estimulación de la amígdala, estructura límbica del
lóbulo temporal, que es la que añade el componente emocional, de importancia y
de familiaridad a todas las experiencias vividas. La hiperactividad de esta
estructura explica también el fenómeno del déjà vu, en el que el sujeto tiene la
impresión de familiaridad de un lugar aunque nunca estuvo en él.

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conciencia humana?
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La conexión divina

En mi libro La conexión divina explicaba los fundamentos neurobiológicos de las


experiencias místicas, experiencias que generadas en el cerebro se proyectan al
exterior, algo que solemos hacer también con la primera realidad o realidad
cotidiana que pensamos que está “ahí afuera” cuando en realidad es en gran parte
una construcción cerebral.

Quisiera detenerme un poco en este punto que parece contraintuitivo, como dicen
los anglosajones. Lo que nosotros tenemos por “realidad exterior” es, repito, en
gran parte una construcción cerebral.

Por ejemplo, en la visión, los colores no existen en la naturaleza; ahí afuera no


existen más que radiaciones electromagnéticas de distintas longitudes de onda
que, al incidir sobre los fotorreceptores de la retina se traduce en potenciales
eléctricos, los llamados potenciales de acción, que son todos iguales no importa si
provienen del ojo, del oído, del olfato, del gusto o del tacto.

De manera que los colores, los olores, los sonidos, etc., son atribuciones de las
respectivas cortezas sensoriales a esas informaciones que llegan de los órganos
de los sentidos. Si, por ejemplo, se lesiona la corteza visual primaria en el lóbulo
occipital, el paciente deja de ver colores y de soñar con ellos.

Esto no es nada nuevo. Descartes, en el siglo XVII sabía que las cualidades
secundarias dependían del sujeto, que no existían objetivamente en las cosas. Y
en el siglo XVIII, el filósofo napolitano Giambattista Vico, en su libro La antiquísima
sabiduría de los italianos, decía que “si los sentidos son facultades activas, viendo
hacemos los colores de las cosas; degustándolas sus sabores; oyéndolas sus
sonidos, y tocándolas hacemos lo frío y lo caliente”.

Se cuenta que los discípulos del filósofo empirista irlandés George Berkeley
discutían sobre si cuando un árbol caía en el bosque y nadie estuviera presente se
oiría algún ruido. Por lo que hoy sabemos, evidentemente no, ya que el ruido es
una atribución del cerebro a los potenciales de acción que proceden del oído.

Experiencias espirituales y religiones

Las experiencias espirituales, son seguramente la base sobre la que descansan


las religiones. Todos los fundadores de religiones han tenido experiencias
espirituales o místicas intensas.
Por eso se puede decir que no hay religión sin espiritualidad, pero sí existe
espiritualidad sin religión, lo que significa que el término espiritualidad es un
término más amplio que el de religión. Espiritualidad sin religión la tenemos, por
ejemplo, en lo que podríamos llamar corrientes filosóficas, como el budismo, el
jainismo, el confucianismo y algunas formas del hinduismo.

El budismo, por ejemplo, no es una religión, sino una filosofía. El filósofo alemán
Friedrich Nietzsche la llamaba “fisiología del alma”. Y no es una religión porque en
ella no hay dioses. Lo que yo mismo he podido observar en templos budistas de
China y del Japón es un desarrollo que nada tiene que ver con la doctrina. Esos
templos se asemejan a los de cualquier otra religión.

Pero eso es lo que los seguidores de Buda han hecho: han convertido a Buda en
un dios y lo adoran como a cualquier otro, rezando ante él y realizando ofrendas.

Que la espiritualidad puede existir sin religión es, pues, evidente. En tiempos
recientes asistimos asimismo a una disminución del número de personas que
asisten a las iglesias de las religiones tradicionales, pero no así a la participación
en sectas, cultos, rituales y otras manifestaciones de tipo espiritual que está en
aumento.

El británico Sir Alister Hardy, que escribió el libro titulado The spiritual nature of
man (La naturaleza espiritual del hombre), decía que las experiencias espirituales
o de trascendencia habían afectado no sólo a personas religiosas, sino también a
ateos y agnósticos, por lo que puede decirse, repito, que la religión es
inconcebible sin espiritualidad, pero que existe una espiritualidad sin religión.

Experiencias espirituales y sistema límbico

¿Qué podemos aducir a favor de la hipótesis de que las experiencias a las que
nos estamos refiriendo son el producto de la hiperactividad de las estructuras
límbicas del lóbulo temporal?

Aparte de los experimentos ya mencionados de Michael Persinger, están las


experiencias cercanas a la muerte. En este tipo de experiencias se producen
fenómenos que son comunes a las experiencias místicas, como por ejemplo la
sensación de felicidad, paz y bienaventuranza, la visión de una luz brillante e
intensa, la aparición de seres espirituales (recordemos: siempre de la propia
religión), la sensación de flotar en el espacio o levitar y de observarse desde lo
alto, síntoma llamado autoscopia y que hoy puede provocarse experimentalmente
por la estimulación eléctrica del giro angular del cerebro, la pérdida del sentido del
tiempo y del espacio, la pérdida del yo y la fusión con la naturaleza, el universo o
Dios.

Curiosamente, la autoscopia se interpretó en el pasado como una prueba de la


existencia del alma que abandonaría el cuerpo y volvería a él cuando el paciente
era resucitado por maniobras médicas o de manera espontánea.

Todos esos síntomas se han atribuido a la falta de oxígeno y al aumento del


dióxido de carbono que inactivaría en primer lugar las células más pequeñas y que
tienen un metabolismo más alto, células que suelen ser inhibidoras, por lo que se
produciría una desinhibición, o sea una hiperactividad, de las estructuras límbicas
en cuestión.
Otros fenómenos parecidos se producen por la ingesta de sustancias enteógenas
que mencionamos antes.

Las estructuras que considero responsables de las experiencias espirituales


poseen muchos receptores para la dopamina, por lo que un aumento de la
dopamina por cualquier circunstancia, como ya vimos antes, es capaz de activar
estas estructuras y, si ese aumento es considerable, provocar las experiencias
que hemos llamado espirituales, religiosas, numinosas, divinas, místicas o de
trascendencia.

La búsqueda de flores, plantas, lianas y hongos que contienen sustancias capaces


de producir este tipo de experiencias se remonta al pasado más remoto de la
humanidad. Es más, no solo los humanos han practicado esta búsqueda y han
ingerido esas sustancias, sino muchos otros animales.

En su libro Animales que se drogan, el etnobotánico y etnomicólogo Giorgio


Samorini relata que numerosas especies de animales ingieren drogas de plantas,
hongos, bayas y flores. Caribúes, vacas, elefantes, gatos, renos, cabras, primates
no humanos, pero también muchos pájaros, mariposas, moscas, abejas y hasta
caracoles suelen ingerir esas sustancias enteógenas.

El psicofarmacólogo Ronald Siegel en su libro Intoxication refiere el caso de


muchos animales que buscan plantas narcóticas, como las abejas, que se
intoxican con algunas orquídeas y caen al suelo en una especie de estupor para
volver luego a las mismas plantas. O ciertos pájaros, que se drogan con bayas;
gatos que huelen plantas aromáticas que producen placer y luego juegan con
objetos imaginarios; o monos, que ingieren “hongos mágicos” y luego se sientan
con la cabeza entre las manos.

Muchas culturas han utilizado estas sustancias en su religión porque inducen


experiencias espirituales. Por eso, a muchas de estas sustancias o a las propias
plantas y hongos se le dieron nombres religiosos como “voces de los dioses”,
“niños angelicales”, “carne de los dioses”, etc.

Los renos de Siberia suelen buscar el hongo alucinógeno o enteógeno Amanita


muscaria, llamado hongo matamoscas o falsa oronja, para ingerirlo. Este hongo
crece bajo coníferas, hayas y abedules y también es buscado por ardillas y
moscas, de ahí su nombre. En el Canadá son los caribúes los que también lo
ingieren. Muy probablemente, los chamanes de Siberia copiaron a los renos,
descubriendo así las propiedades que les permitían el acceso a esa segunda
realidad.

El etnobotánico estadounidense Gordon Wasson (Diapositiva 25) suponía que los


componentes enteógenos de este hongo, la muscarina, figuraban en el antiguo
“soma”, elixir que se menciona en los Vedas, libros sagrados de la India y que se
remontan a unos 1.500 años a.C. Las tribus indígenas de Chukotka y Kamchatka,
en el extremo nordeste de Siberia, acostumbraban beber la orina de los que
habían ingerido el hongo matamoscas.

Se sabe hoy que los principios activos pierden las impurezas al atravesar el filtro
del organismo por lo que la orina es más enteógena que la mera ingesta del
hongo. Precisamente la mención en el RigVeda de que el soma se orina llevó a
Gordon Wasson a plantear su hipótesis. También en este texto se puede leer lo
siguiente: “Hemos bebido el soma, nos hemos vuelto inmortales, hemos llegado a
la luz, hemos encontrado a los dioses”.

En los misterios de Eleusis, en la Grecia antigua, un festival de la cosecha de


cereales dedicado a la diosa Deméter, se utilizaba una bebida, el kykeon, que se
supone contenía el cornezuelo de centeno, un hongo parásito del centeno, pero
también del trigo y de otros cereales, que contiene un poderoso enteógeno, la LSD
que fue aislada por Albert Hoffmann y que él mismo ingirió en 1943. El kykeon
constaba de cebada, menta y agua.
Cerebro: kittykatfish. Fuente: Flickr.
Las puertas de la percepción

Otro fenómeno que apoya la hipótesis de la hiperactividad de las estructuras del


sistema límbico que se encuentran en el lóbulo temporal es la conocida epilepsia
del lóbulo temporal, producida por una hipersincronización de esas estructuras
que produce fenómenos y síntomas parecidos a los ya referidos.
Se ha descrito el síndrome de Gastaut-Geschwind, caracterizado por trastornos de
la función sexual – generalmente hiposexualidad –, conversiones religiosas
súbitas, hiperreligiosidad, hipergrafia, preocupaciones filosóficas exageradas,
irritabilidad y viscosidad social.

Pacientes con focos epilépticos en el lóbulo temporal son conocidos en neurología


por tener a menudo alucinaciones que tienen componente místicos y religiosos. Si
el foco epiléptico es extirpado por el neurocirujano, los ataques desaparecen y con
ellos también las experiencias místicas.

No podemos por tiempo mencionar todas las drogas enteógenas que se ingirieron
en el pasado y se siguen ingiriendo en el presente, tanto por chamanes como por
sectas espirituales modernas. Antes mencionamos el hongo psilocibe que crece
en los excrementos de los mamíferos y que se han encontrado en estómagos de
primates no humanos.

La Dimiteltriptamina, que como la LSD bloquea los receptores de la serotonina y


que se genera en el cerebro por la glándula pineal con funciones desconocidas. Y
la mescalina, sustancia activa del hongo peyote, que ingirió el escritor británico
Aldous Huxley y cuyos efectos relata en su libro Las puertas de la percepción.

Respecto a los efectos de las drogas enteógenas y las experiencias espirituales o


místicas, algunos autores niegan que esos efectos puedan compararse con lo que
ocurre en los éxtasis místicos y experiencias religiosas espontáneas, pero una
gran autoridad en misticismo, el filósofo inglés Walter Terence Stace, cuando se le
preguntó si la experiencia con drogas era similar a la experiencia mística,
respondió: “no es que sea similar a la experiencia mística: es la experiencia
mística”.

El estudioso estadounidense de las religiones, Huston Smith, afirma lo siguiente:


“El rechazo a admitir que las drogas pueden inducir experiencias descriptivamente
indistinguibles de aquellas que son religiosas espontáneamente es homólogo al
rechazo de los teólogos del siglo XVIII a mirar por el telescopio de Galileo, o,
cuando lo hicieron, su persistencia en rechazar lo que veían como maquinaciones
del diablo”.

Si la espiritualidad es el resultado de la hiperactividad de las estructuras límbicas


del lóbulo temporal, con sus conexiones con otras regiones cerebrales, entonces
hay que admitir que es un fenómeno que en determinadas circunstancias siempre
se producirá.

El físico alemán Albert Einstein decía: “La emoción más hermosa que podemos
experimentar es la mística. Es la sembradora de todo arte y ciencia auténticos.
Quien sea extraño a esta emoción… es como si estuviera muerto”.

Esta frase nos está diciendo que las experiencias espirituales son importantes en
arte y en ciencia. Recordemos la segunda definición de espiritual del Oxford
Dictionary. De ella deducimos que las emociones pueden ser de mayor o menor
intensidad.

Llamamos, por ejemplo, experiencias espirituales a lo que sentimos ante la belleza


de un cuadro, una magnífica puesta de sol, o los sentimientos profundos que nos
puede evocar la música.

Luego hay experiencias quizá más profundas, como las que refieren aquellas
personas que dicen haber tenido lo que se suele denominar una llamada, o una
vocación que hace que el sujeto experimente una conversión o que entre en una
orden religiosa, o abrace una determinada ideología. Son experiencias unitivas,
pero que pueden ser de intensidad variable.

Y finalmente también están las experiencias místicas propiamente dichas, el


arrobamiento o el éxtasis, con una intensidad mucho mayor.

Una facultad mental más

Desde luego si la espiritualidad es generada por el cerebro estaríamos ante una


facultad mental más, que, como todas las demás, necesita lógicamente de un
medio adecuado para desarrollarse, como ocurre con el lenguaje, la inteligencia o
la música. No podemos negar la espiritualidad de un Mozart, pero si nace en
África, con toda seguridad no tendríamos su música “divina”.

En la frase que mencionamos antes, Einstein equiparaba la mística a una


emoción. No es de extrañar que estas experiencias sean fuertemente emocionales
habida cuenta que son el fruto de la hiperactividad de estructuras del cerebro
emocional. Y hoy sabemos que la emocionalidad es fundamental no sólo para las
artes, sino también para la creatividad e incluso para el pensamiento racional.

Hay motivos para pensar que la génesis de la espiritualidad puede estar en lo que
hipotéticamente hemos descrito: la activación de estructuras límbicas. El evangelio
apócrifo de Santo Tomás, por ejemplo, dice lo siguiente: “Cuando convirtáis los
dos en uno, cuando hagáis lo que está dentro igual a lo que está fuera y lo que
está fuera a lo que está dentro, y lo que está arriba a lo que está abajo, cuando
convirtáis lo masculino y lo femenino en una sola cosa… entonces entraréis en el
Reino de los Cielos”.
Mi interpretación es la siguiente: cuando anuléis la consciencia del yo, dualista,
lógico-analítica, podréis acceder a lo que podemos llamar la consciencia límbica,
aquí caracterizada como “El Reino de los Cielos”.

Es algo parecido a lo que se dice en el evangelio de San Lucas 17, 21: “El Reino
de los Cielos está dentro de vosotros”. También Agustín de Tagaste, San Agustín,
decía: “No vayas fuera, entra en ti mismo: en el hombre interior habita la verdad”.
O en el budismo, que se dice que todos somos Buda, pero no lo sabemos.

De manera que si la fuente y el origen de las experiencias espirituales, y por ende,


de las religiones, es el sistema límbico, habrá siempre experiencias espirituales,
conduzcan éstas a la religión o no.

Sin embargo, no es lo mismo creer en revelaciones de seres espirituales que tener


consciencia de que esas experiencias son fruto del funcionamiento de nuestro
cerebro. Esta última convicción transformaría nuestra manera de ver las
experiencias místicas y la religión en su conjunto.

Francisco J. Rubia Vila es Catedrático de la Facultad de Medicina de la


Universidad Complutense de Madrid, y también lo fue de la Universidad
Ludwig Maximillian de Munich, así como Consejero Científico de dicha
Universidad.

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