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La Edad Media
Durante la Baja Edad Media (s. IX – XI) existió una relativa permisividad hacia las
tradiciones paganas y demonológicas; la mayoría de las personas recurrían a brujas y magos
para resolver sus problemas. Durante este período, cabe destacar también el trato humanitario
que los enfermos mentales recibían en los múltiples monasterios; claro está, que quedaban
fuera de este trato humanitario todos aquellos enfermos que presentaran conductas violentas o
muy desagradables. Pero, a medida que fue transcurriendo el tiempo, la Iglesia católica fue
escalando puestos hasta llegar a ser la rectora absoluta de la vida de los ciudadanos, y la estricta
moral cristiana choca con la tradición popular apegada durante siglos a costumbres paganas
más liberales. El clima de tolerancia inicial comienza inevitablemente a reducirse. A todo esto
hay que añadir que se dio un periodo de crisis social (hambre, miseria, peste…) así como
innumerables guerras sangrientas. Dada la falta de cauces para expresar el malestar, comienzan
a desarrollarse curiosos modos de expresión emocional, brotes de locura colectiva, es decir,
alteraciones extremas del comportamiento que llegaron a afectar a poblaciones enteras.
Durante estos siglos se registraron epidemias de manías danzantes: delirios frenéticos, saltos,
bailes, convulsiones… Existían curiosas creencias populares como la de que si se bailaba sin
parar, la persona quedaba inmunizada ante una posible picadura de tarántula; ciudades enteras
fueron contagiadas, los ciudadanos podían pasar horas, a veces días enteros danzando,
saltando, riendo… En Italia, este fenómeno se conoció como tarantismo; se extendió por toda
Europa, donde se le acabó conociendo con el nombre de Baile de San Vito. Otro ejemplo de
epidemias de este tipo lo constituye los ataques colectivos de licantropía, que hacía vagar a los
afectados aullando como lobos, o las posesiones grupales. Una de las hipótesis explicativas de
estos fenómenos es que estos extraños comportamientos eran parecidos a los ritos que la
tradición greco-romana celebraba en honor de ciertos dioses. Cuando el cristianismo se
convirtió en religión oficial, se prohibieron una serie de ritos y tradiciones profundamente
enraizadas en la cultura y el folklore popular. El conflicto entre tradición y religión, la
imposibilidad cotidiana de expresión emocional, acabó transformándose en síntomas de una
enfermedad de tal manera que su práctica no estuviera abocada al castigo.
Según la teología de la época, las posesiones diabólicas podían ser de dos tipos
atendiendo a un criterio de voluntariedad de la posesión:
En 1199 Inocencio III creó la Santa Inquisición, que en un principio era el instrumento de
persecución de la herejía, pero que ya en el siglo XIII comienza a perseguir además a brujos y
magos. La concepción demonológica no surge del vacío, sino que es el resultado de la evolución
a través de los siglos de numerosas tradiciones, sobre todo la religión judaica de los siglos II – I
a. C., aunque también de las creencias precristianas, las creencias de religiones greco-romanas e
incluso ciertos aspectos del idealismo platónico.
Aunque la Iglesia creía en la brujería y en la magia, antes del siglo XI, más que animar a
creer en supersticiones de brujería, se planteaban ciertas limitaciones. Por ejemplo, en el siglo
VI, el Sínodo de Bracars condenó la idea de que el diablo podía controlar el tiempo. Más tarde,
en el siglo X, el Canon Episcopal explícitamente consideraba como ilusoria la creencia pagana de
que ciertas mujeres podían volar subidas en la espalda de los animales. Los individuos eran
ocasionalmente castigados por practicar brujería maléfica pero no eran castigados por ocupar el
estatus de brujo o hechicero. La noción de un pacto entre el brujo y el diablo no fue acentuada
y, la idea de que las brujas formaban una organización satánica internacional no existía.
Según algunos autores, la brujería tal vez tenga su origen en los ritos de fertilidad de
regiones primitivas cuya práctica posteriormente llegó a sancionarse penalmente. En la medida
en que estas prácticas suponían un tipo de protesta social contra el poder establecido (el poder
de la Iglesia católica), en sus ritos se realizaban conductas sacrílegas intencionadamente. Llama
la atención el hecho de que la mayoría de las encausadas eran mujeres, a las que se le atribuía
un insaciable deseo carnal y cierta tendencia a hacer el mal. En cambio, a los hombres se les
suponía inmunizados a la posesión dado que Cristo había sido varón. Por lo general, los
poseídos eran personas desprotegidas y aisladas en la comunidad (generalmente ancianas
pobres). No hay que olvidar que la brujería era la manifestación de conductas anormales que
contrariaban y transgredían códigos sociales y reglas comúnmente aceptadas por la comunidad.
Es muy probable que muchas de las diagnosticadas como brujas no fueran sino ancianas con
demencia senil, epilepsia, esquizofrenia, o en general, trastornos mentales que los médicos de
la época no podían explicar, o trastornos que las pócimas elaboradas para su curación no
podían paliar.
Desde una perspectiva psiquiátrica, la Alta Edad Media se caracterizó por un aumento de
la enfermedad mental pero dicho tipo de enfermedad no fue reconocida como tal realmente,
sino que los perturbados mentales fueron acusados de brujería. Esta teoría está basada en una
serie de datos: las brujas a menudo confesaron haber llevado a cabo actos imposibles, tales
como volar por el aire, lo cual puede ser interpretado como testimonios de esquizofrénicos;
también se dice de ellos que participaban en orgías nocturnas, y esto se puede interpretar
como la existencia de ninfómanos o psicópatas; el hecho de que se informara de que las brujas
tenían zonas insensibles al dolor (marcas del diablo) en varias partes del cuerpo podría ser
interpretado como casos de histeria. Por otra parte, los histéricos son altamente hipnotizables,
lo cual podría explicar el control que el hechicero principal ejercía sobre las brujas subordinadas
en las orgías, lo que podría darse por procesos de sugestión en grupo. El hecho de que fueran
capaces de resistir a las torturas sin experimentar dolor podría explicarse por la auto-hipnosis.
Otro dato que apoyaría esta hipótesis es el hecho de que las brujas eran usualmente mujeres y
la histeria se presenta más comúnmente en mujeres que en hombres.
Otra hipótesis que se ha propuesto como explicación del elevado número de posesos
durante la época medieval es a la del proceso de “socialización del poseso”: la presión social, la
reinterpretación del clero, la existencia de manuales donde se describían los comportamientos
de los posesos, las ventajas -grandes dosis de atención, cierta admiración y temor -, la exención
de toda culpa de sus actos; y en este sentido, los propios comportamientos de los posesos
reafirmaban los valores religiosos de su comunidad. Además, no hay que olvidar que el
contenido de los delirios (posesiones diabólicas) estaba moldeado por el contexto social en el
que el sujeto estaba inmerso y las creencias propias de aquella época. Hoy, en cambio, este tipo
de contenidos no suele ser muy frecuente. Por otra parte es muy importante el rol que juegan
las variables económicas, demográficas y situacionales en la comprensión del fenómeno.
A todos estos elementos habría que añadir el hecho de que el poseso era interrogado con
la intención de que revelara el nombre del brujo que había causado su mal (y de esta manera, el
brujo sería ejecutado). Es evidente que tal cadena de conductas se convirtió en un instrumento
no sólo religioso sino también sociopolítico. Además, el dinero y las posesiones del convicto
hereje eran confiscadas por la Inquisición (dependía de tales confiscaciones para su
supervivencia). Por ello había fuertes intereses centrados en encontrar y a menudo crear
herejes.
Durante el siglo XV a raíz de la bula Summis Desiderantes Affectibus (1484) del papa
Inocencio VIII, la persecución se convierte en una guerra abierta contra las brujas. En ella
exhortaba a los clérigos a no descansar en la búsqueda de métodos para detectar a las brujas.
Amparándose en esta bula, los monjes dominicos Johann Sprenger y Heinrich Kraemer,
nombrados por Inocencio VIII inquisidores para la Alemania del Norte, publican en 1488 el
Malleus Maleficarum (que se puede traducir como El Martillo de las Brujas, ya que su objetivo
era el de ser un instrumento para perseguir a las brujas y, literalmente, martillearlas), un
manual para la caza de brujas, obra que se convirtió en la obra por excelencia para el inquisidor,
alcanzándose las 30 ediciones en los dos siglos siguientes. Contiene todos los conocimientos
sobre brujería que había hasta entonces, incluyendo pruebas para su diagnóstico y tratamiento.
Este manual se divide en tres partes. En la primera se exhorta a admitir la existencia de las
brujas y se considera que quien dude sobre su existencia está en un grave error e incluso puede
ser sospechoso de herejía. La segunda parte contiene una relación de síntomas a partir de los
cuales pueden ser descubiertas las brujas (manchas rojas, zonas insensibles del cuerpo, sapos
grabados en el iris). La tercera parte recoge las formas legales de examinar y condenar a las
brujas. En este libro también se explica que el método más válido para conseguir pruebas
contra las brujas es la tortura. Además, recomienda que si un médico no puede encontrar la
causa de una enfermedad, o si el tratamiento no alivia al enfermo, está claro que el mal es
causado por el mismo diablo.
El Renacimiento
Aunque el Malleus Malleficarum fue escrito durante la época del Renacimiento, no cabe
duda de que constituye un prototipo de razonamiento medieval. En el Renacimiento, si bien se
caracteriza por un cultivo de los valores humanistas, por el culto a la razón, se produce
paradójicamente una acentuación de la persecución y caza de brujas. Esta postura de la Iglesia
Católica no es sino una reacción contra la progresiva pérdida de poder, un intento desesperado
de mantener su posición de rectora absoluta de la vida de las personas. Entre las figuras
disidentes de la postura demonológica oficial podemos citar al humanista Juan Luís Vives (1492
– 1540), que es conocido por sus astutas observaciones y por su profundo sentido de la
responsabilidad social. En su libro De subventione pauperum (El alivio de los pobres) defendió
un trato más humano para los enfermos mentales. Por otra parte, su tratado sobre las mujeres
(dedicado a la hija de Catalina de Aragón) en contra de los valores predominantes de la época
constituye un ejemplo de actitud antimisógina. También el médico y alquimista Paracelso (1493
– 1541) rechazó los postulados demonológicos así como las enseñanzas derivadas de la
tradición galénica (en un acto simbólico quemó la obra de Galeno). Dio una explicación natural a
las por entonces existentes manías danzantes. Cornelio Agrippa rechazó también las teorías
demonológicas. Escribió el tratado Sobre la naturaleza y preeminencia del sexo femenino,
donde realiza una auténtica defensa de la mujer. Llegó incluso a arriesgar su propia vida por
salvar a una mujer que había sido acusada de brujería. Reginald Scott (1538 – 1599) negó que
los demonios o las brujas fueran causantes de las enfermedades mentales, y defendió que las
extrañas experiencias que las brujas llegaban a confesar en los interrogatorios (a causa de las
torturas en la mayoría de los casos) debían de tener una explicación natural. Asimismo,
denunció la corrupción existente en los casos de acusaciones y explicaciones demonológicas.
Otra figura a resaltar en esta época fue Johann Weyer (1515 – 1588), considerado como el
primer psiquiatra. En su principal obra De Praestigiis Daemonum aparecen descripciones clínicas
detalladas de algunos trastornos mentales, así como la descripción de tratamientos basados en
la empatía y la comprensión. Además se pronunció en contra de la persecución indiscriminada
de brujas; para él los casos de brujería no eran sino enfermos mentales u orgánicos ya que la
brujería no existía como tal. Weyer fue objeto de persecución por la Iglesia, y su obra fue
incluida en el Índice hasta el siglo pasado.
En 1682, el rey Luis XIV abolió la pena de muerte para las brujas. A lo largo del siglo XVII
aparece una progresiva “medicalización” de las conductas anormales y de la brujería, y aunque
siguieron llevándose a cabo procesos por brujería, estos se fueron haciendo cada vez menos
frecuentes. Entre los últimos procesos por brujería podemos citar el tristemente famoso
proceso de Salem, en el que en 1692 fueron encausadas 250 mujeres acusadas de brujería, de
las cuales 19 fueron ejecutadas. En un intento de explicar el complejo fenómeno de la brujería,
se ha propuesto una serie de variables relevantes como la tortura (una de las razones de las
confesiones de los posesos en el proceso de Salem fue la amenaza de muerte para los que no
confesaran), los conflictos entre vecinos, las supersticiones locales (a las brujas se les acusaba
de ser responsables de los males de su comunidad: malas cosechas, inundaciones, epidemias…),
variables demográficas y sobre todo económicas. A los acusados de brujería se les confiscaban
sus posesiones; es muy probable que ciertas personas delataran a sus vecinos para así resolver
sus disputas territoriales o de otro tipo. En este sentido se ha propuesto que la persecución por
brujería podía responder a una verdadera demanda social. A principios del siglo XVII se
prohiben las confiscaciones de bienes y, curiosamente, el número de acusaciones desciende
espectacularmente.
Por otra parte, el caso de Salem es un ejemplo de cómo el rol del poseso se podía
desarrollar por un proceso de socialización. Así, el patrón de conducta del poseso era amplia y
detalladamente conocido por el ciudadano medio de la Europa medieval. La exposición a
modelos podía moldear la conducta del poseso, aunque en un principio fuera confusa. De esta
forma el comportamiento de las jóvenes posesas pudo ser moldeado tras varias semanas de
interacción con los clérigos. Aunque en un principio su comportamiento ofrecía dudas sobre su
naturaleza (posesión por buenos o malos espíritus), la conducta acabó adecuándose a la típica
posesión demoníaca.