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Lo Extranjero
Lo Extranjero
Matías Buttini
"El derecho otorgado al extranjero implicará entonces una sumisión a las leyes de la hospitalidad, para lo cual debe ser
reconocido como extranjero, por más inquietante que sea".
Maldecir la psicosis, Leonardo Leibson
"Si le es grato al extranjero permanecer aquí... o si elige partir conmigo... lo que prefieras de estas cosas, Edipo, te permito
escoger, pues con eso estaré de acuerdo".
Edipo en Colono, Sófocles
Hace pocos días regresaron a nuestro país los dos argentinos pertenecientes a la asociación Green Peace que habían sido
detenidos en Rusia intentando evitar un derrame de petróleo. Todo ese suceso de política mundial me impresionó por un costado
más o menos llamativo: las audiencias con el juez se postergaron en más de una ocasión por falta de traductor. La situación
resultaba desesperante ya que se encontraban detenidos y procesados en una lengua totalmente ajena, en un país lejano y
aparentemente, no se cumplían las condiciones que el deber de hospitalidad obliga a quien recibe a un extranjero. Por esas
casualidades estaba leyendo a Jacques Derrida, quien con una contundencia inusitada, señala la situación paradójica y compleja
en la que se encuentra un extranjero que “debe solicitar la hospitalidad en una lengua que por definición no es la suya, aquella
que le impone el dueño de casa, el anfitrión, el rey, el señor, el poder, la nación, el Estado, el padre, etc." (DERRIDA, 1998, 21).
Esta, dice el filósofo, es la primer violencia a la que se está sujeto, la de no poder pedir, hablar, decir, porque se necesita de una
traducción para entenderse.
Ya en la época griega previa al ordenamiento de las ciudades (polis), existía el término xénos que suele traducirse por
extranjero, foráneo y que agrupa todo aquello que no es griego. La fuerza de este término decanta en la concepción de la diosa
Artemisa que es "junto con Dionisio, una de esas divinidades cuyo origen la imaginación griega situaba lejos del país, como un
dios venido de afuera, del extranjero", según Jean-Pierre Vernant (1985, 35). Esta diosa, soberana de los márgenes, de origen
lejano se ocupa de velar porque no se borren ni se confundan las fronteras, los límites entre lo salvaje y lo civilizado, entre la
violencia pura y las reglas del combate, entre la cacería salvaje y el arte de cazar. Con su topología de banda de Moebius, hace
que ambos campos existan sin confundirse ni fusionarse nunca. Tenemos -por lo menos- tres figuras de Artemisa (la cazadora, la
nodriza y la guerrera) y todas ellas cumplen la función de no confundir esos territorios diferentes: velan por mantener las normas
de la cacería, el cuidado de los niños y jóvenes hasta que llegan a conformar su identidad social y en la guerra intervienen
“cuando el empleo excesivo de la violencia rompe los marcos civilizados" (VERNANT, 1985, 31).
Todos estos desarrollos nos conducen a un punto central con el que los analistas nos topamos a diario y que los griegos ya
denominaban “el deber de hospitalidad” hacia lo extranjero. Esto nos sitúa en coordenadas similares ya que es deber -el término
es inadecuado o al menos polémico- del analista alojar lo extranjero, condición necesaria para que eso se ponga a hablar.
En segundo lugar, llamaría hipótesis freudiana al acto que vuelve a desempolvar lo extraño como algo propio del hombre, en
el inicio de un siglo de luces y positividades diversas, de evolucionismos confusos y desarrollos científicos e industriales.
Rascando el borde de la ciencia médica, Freud presta atención a los restos, los desperdicios, a todo aquello que no encaja ni es
fácil de clasificar dentro de una categoría, ni precisa ni rápidamente. Si bien sus primeras histéricas así lo atestiguan, ellas mismas
fueron mártires de un inconsciente corporal anti-científico por la ajenidad de los fenómenos que padecían, acontecimientos que
cobraron fama gracias a Charcot y su belle indifference, es el posterior desarrollo de Freud respecto de la concepción del síntoma
lo que resulta contundente. Una frase muy conocida nos lo demuestra en El caso Dora: "el síntoma es primero, en la vida
psíquica, un huésped mal recibido" (FREUD, 1905, 39). No falta mucho para retomar el deber de hospitalidad que Freud, lector de
los griegos, conocía bien.
Resulta interesante que esta definición del síntoma como malrecibido, ajeno al sujeto, que le produce extrañamiento cuando
no rechazo -en 1926, Freud lo compara con el organismo que recibe un “cuerpo extraño"- encuentre su contrapartida, su pareja,
en el consultorio del psicoanalista. Este es un recorrido que va desde la xenofobia o el rechazo hacia lo extranjero propio de la
pretensión científica, hasta lo que puede ser alojado, escuchado sin que tenga que encajar necesariamente en la reducida
bipolaridad loco-normal u otras que se nos proponen habitualmente. Este es un camino abierto.
La cita continúa sosteniendo que el síntoma no puede alojarse de entrada porque “lo tiene todo en contra y por eso se
desvanece tan fácilmente, en apariencia por sí solo, bajo la influencia del tiempo. Al comienzo, no cumple ningún cometido útil
dentro de la economía psíquica, pero muy a menudo lo obtiene secundariamente" (IDEM ANTERIOR). Aquello que en principio es
huésped mal recibido, luego obtiene un lugar en la economía subjetiva, es alojado incluso al punto de la egosintonía. Hay allí la
indicación de un rechazo que pretende borrarse con el paso del tiempo pero que sin embargo, persiste.
“la introducción del tratamiento conlleva, particularmente, que el enfermo cambie su actitud consciente frente a la enfermedad.
Por lo común se ha conformado con lamentarse de ella, despreciarla como algo sin sentido, menospreciarla en su valor, pero en lo
demás ha prolongado frente a sus exteriorizaciones la conducta represora, la política del avestruz, que practicó contra los orígenes de
ella" (FREUD, 1914, 154).
Finalmente, tenemos la hipótesis lacaniana. Desde el inicio Lacan se preocupa por las psicosis, su estatuto para el analista y
su tratamiento posible. Su punto de vista hace énfasis en la extranjeridad de los fenómenos, en el testimonio que un analista
puede recoger sin necesidad de comprender. El analista lacaniano que encontramos en el Seminario 3 y en el texto De una
cuestión preliminar…, es el que no retrocede, el que se sostiene como secretario, como receptor de un testimonio que se presenta
como extraño para el que escucha... ¡y para el que habla!
El interés de Lacan por las psicosis comienza temprano y sólo termina con su muerte. Es notable observar cómo esos
descubrimientos van invadiendo todo el campo del ser hablante y no sólo el de lo específicamente patológico. Incluso la noción de
síntoma se irá modificando y profundizando. Ese intento permanente por alojar a ese huésped mal recibido, es un esfuerzo por
incluir las maneras posibles de que eso que el yo rechaza, emerja, se haga presente.
Así es como podemos leer la ética del bien-decir que sostiene el psicoanálisis, la que en lugar de acercar al ben-decir de
impronta religiosa, deberíamos oponerla al bien-recibir lo extranjero, hacer lugar para el despliegue de un testimonio singular.
Testimonio proveniente del mártir, testigo -según la etimología que subraya Lacan- de la existencia brutal del inconsciente
(LACAN, 1955, 190). Es quien enseña al analista a estar disponible en la transferencia, dispuesto a lo menos pensado, a lo
incalculable, a los tropiezos, a lo sorprendente (LACAN, 1964, 32-33).
No podemos dejar de señalar aquí, que la invención del pase en Lacan, tiene una influencia directa de estos descubrimientos
en el campo de las psicosis. Es la posición martirizante, es decir en posición de testimoniar, la que se recupera en la estructura
misma del dispositivo que Lacan inventa. Para el pasante, se trata de dar testimonio sobre el análisis y sobre cómo ese extraño
deseo del analista pica, contagia o muerde -"drôlement mordu", dice Lacan, "extrañamente mordido" en 1978 en Deauville-, a
pasadores desconocidos, incluso en nuestra escuela internacional, a extranjeros, que luego dirán a otros -también extranjeros- y
que constituyen el cartel del pase, eso Otro que es y no es de ellos, pero cuyo real se transmite en su decir. El AE nominado, es
producto de esa suma de extranjeridades que no rompen la distancia entre ellas, necesaria para funcionar.
Estas tres hipótesis, no deberían fundirse en una sola porque eso sería homologarlas, unificarlas, perder los detalles que cada
una ilumina, caer en la tentación de hacerlas uno y negar así, que la pretensión del Uno no suele dejar mucho lugar vacante,
ofrecido a eso Otro, que a veces llamamos síntoma, inconsciente, sujeto o extranjeridad.
La cuestión central de la argumentación, se basa en lo que Derridá denomina “la pregunta del extranjero”, situando que es
eso ajeno lo que nos pregunta, nos intimida, nos dirige una interrogación o una interpelación cuando golpea a nuestra puerta.
Paradojalmente localiza el punto cuando dice que la lengua llamada materna es aquella que el extranjero lleva consigo a todas
partes, "en la suela de los zapatos" (DERRIDA, 1998, 95), al mismo tiempo que representa "lo que no cesa de separarse [départir]
de mí" (ÍDEM, 93).
Esta situación paradojal es la que nuestra colega Vanina Muraro elabora cuando dice que
“el término huésped procede del latín hospes (genitivo hospitis) y poseía entonces la misma pareja de significados
contradictorios –es lo que los lingüistas llaman un indefinible- ya que puede significar tanto al que alberga como al que es albergado.
En español el significante “huésped” también encierra esta ambigüedad ya que puede significar: aquel organismo que alberga a otro
He aquí la doble condición de lo extranjero: para sí mismo y para los otros; y doble condición de relación con la lengua: se la
lleva a todas partes, al mismo tiempo, es lo que no deja de separarse de nosotros, lo que no deja de partir, de-partir, o
simplemente, lo que no deja de partirnos, lo que evoca sin duda la spaltung freudiana que Lacan retraduce a su propia lengua
como división subjetiva, corazón del síntoma analítico.
Es por eso que, tal como lo señala Derrida en estas dos clases magistrales sobre la hospitalidad, el término proviene de la
raíz hostis, de donde provienen tanto el anfitrión (host en inglés) como la hostilidad (1998, 27 y 45). Ese anverso y reverso entre el
que recibe y el que es recibido, se muestra a menudo en el contexto de un análisis. Uno de los mejores ejemplos es el de un
lapsus del analista, los efectos que produce sobre el analizante, los reacomodamientos que la emergencia del inconsciente
–¡nunca más real!- provoca en los lugares que supuestamente se han pactado (xenia en griego). En ese instante preciso, la
irrupción de la unaequivocación suele poner al analista fuera y en realidad, realmente dentro, del dispositivo ya que, nunca está
más disponible para el analizante que cuando su inconsciente (¿a quién pertenece entonces?) está allí mismo, en acto y sin
excusas.
Esta misma sensación de extrañeza es la que suele producir en un analizante la localización del goce anudado al síntoma,
recortado por la interpretación -Freud lo llama beneficio secundario o satisfacción paradójica-.
Somos nosotros, ofrecidos analistas, quienes debemos soportar en la transferencia, esa libido extranjera que intenta alojarse,
y lo logra sin convertirse por ello, en patriota. Libido es otro nombre de lo extranjero, con sus seudópodos que se extienden sin
desarraigarse.
Transcribo de un texto a otro, casi como un autoplagio, y reescribo más de diez años después:
El paciente fue presentado por Gabriel Lombardi en un servicio del Hospital Borda, en el cual había sido internado tres
semanas antes. Lin es coreano, vive hace ya muchos años en el país y, podríamos decir, que maneja el idioma. Es traído al
hospital por la policía: la demanda, no es de él, sino la que sus padecimientos parecen imponer al orden público.
El paciente entra en la pequeña aula, saluda, se sienta. Dice que tiene un problema y quiere saber si hay alguien que tenga
“el saber de la cabeza como una computadora”. Dice que se tiene que sacar los “polos” que tiene en la cabeza y pregunta si
somos médicos o estudiantes. El presentador hace su primera intervención: ¿Por qué no nos cuenta un poco éste problema? El
paciente dice: “gente sabe todo” y agrega que él no puede explicar el problema, lo que si sabe es que le tienen que sacar los
“polos”. Dice tener trescientos sesenta y cuatro polos en la cabeza, “viva experiencia tengo... instrumento no se vé”. Dice que
conoce al presidente de Latinoamérica y que “tiran aviones”.
“Comiencen por creer que no comprenden. Partan del malentendido fundamental” (LACAN, 1955, 35). Hay aquí, dos
posiciones que confluyen: la posición del sujeto con a la estructura de su síntoma y la posición del analista, pasador que se dirige
al auditorio desconocido, que intenta alojar esa extrañeza sin juzgar-la.
El paciente comenta que necesita ir a la embajada para sacar el pasaporte. ¿Donde nació?, le pregunta el entrevistador,
“Corea nació. Mandaron a Japón y a China. Había asaltos... yo no soy coreano”. Dice que hay algo con el sistema de inmigración,
“por ejemplo (se dirige al entrevistador), usted no es argentino, es español”. “Tengo muchas nacionalidades”, comenta el paciente.
Dice que necesita el pasaporte para poder viajar para que le saquen los “polos”. Cuando se le pregunta si ha viajado dice
“yo no, mis hermanos” y luego dice “estos tipos no cumplen... peligrosos... hay que matarlo... no puede regalar”.
Se intenta rastrear algo del desencadenamiento: ¿Cómo estaba antes de los polos? “Tranquilo, año pasado... ahora, más
fuerte” ¿Qué pasaba en ese momento? “Cosas puede hablar, otras cosas, no puede hablar. Residencia Suecia. Yo hablo todo. No
hay comunicación. Ellos sacar informe... Roban información”
Podríamos terminar, diciendo que esa extranjeridad que aparece en el día a día del consultorio como síntoma, como huésped
mal recibido, encuentra en el psicoanálisis -en cualquiera de sus figuras actuales, que van del consultorio a las instituciones más
diversas- un lugar en el que puede alojarse, por un tiempo. Nuevamente, esa, es tarea de reflexión constante para el analista en
su función.
Matías Buttini
matiasbuttini@hotmail.com
Bibliografía
-Derrida, J. (1998). “La Hospitalidad”. Buenos Aires: Ed. de la Flor, 2008.
-Freud, S. (1905). “Fragmento de análisis de un caso de histeria”. En Obras Completas. Vol. VII. Buenos Aires: Amorrortu, 1991.
-Freud, S. (1914). “Recordar, repetir y reelaborar”. En Obras Completas, Vol. XII. Buenos Aires: Amorrortu, 1991.
-Lacan, J. (1955- 1956). “El Seminario 3. Las Psicosis”. Buenos Aires: Paidós, 2006.
-Lacan, J. (1958). “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis”. En Escritos 2. Buenos Aires: Siglo XXI Editores, 1988.
-Lacan, J. (1977). "Prefacio a la edición inglesa del seminario 11". En Otros Escritos. Buenos Aires: Paidós, 2012.
-Leibson, L. y Lutzky, J. (2013). “Maldecir la psicosis”. Buenos Aires: Letra Viva, 2013.
-Muraro, V. "El síntoma, una satisfacción al revés". En Revista Aún, nº 6. Buenos Aires: Letra Viva, 2013.
-Vernant, J. P. La muerte en los ojos. Figuras del Otro en la antigua Grecia . Barcelona: Gedisa, 1985.
[1] Matías Buttini es Licenciado en psicología por la Universidad de Buenos Aires, actualmente trabaja como psicoanalista, es docente universitario e
investigador, Coordinador de Psicología y Hostales en la Institución Psicoterapéutica Témpora, miembro del Foro Analítico del Río de la Plata y de la
Escuela de Psicoanálisis de los foros del Campo Lacaniano. Hace años que dedica parte de su tiempo a escribir. Ha publicado artículos sobre psicoanálisis,
literatura y cine y un libro de narrativa, Nadie soporta una vida encantadora (Letra Viva, 2012).
[2] Este trabajo ha tenido como primer versión una ponencia en el 15° Congreso Argentino de neurociencias y salud mental (AAIN) el 6 de diciembre de
2013, donde sin ninguna duda fuimos invitados en calidad de extranjeros y fuimos bienrecibidos.