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MARIA BEATRICE LENZI

Università di Siena

De la rèverie a la alucinación.
El sueño en la modernidad
literaria hispanoamericana (1900-1925)

Nihil novum sub nocte (Rubén Darío)

1. La experiencia de la modernidad en Hispanoamérica

En la apertura del siglo, hasta la primera guerra mundial, el moder-


nismo sigue ocupando la escena literaria y han de dar aún parte de sus mejo-
res frutos, entre otros, el último Darío, Amado Nervo, el primer Lugones
(Argentina, 1874-1938); son éstos años de madurez estética y de logro de
una conciencia crítica, pero en los que también, con sus últimos y malos
imitadores, de escasos talentos y de resabios remanidos, comienza su deca-
dencia. Heterogénea generación que va desde un Gómez Carrillo, empeci-
nado en su París, un Vargas Vila (Colombia, 1860-1933), con su crónica
ensoñación, hasta un Vasconcelos (México, 1883-1959) con su optimismo
nietzscheano, y un Ugarte (Argentina, 1878-1951), elegante en su literatu-
ra, combativo en sus "campañas".
Es éste, en muchos sentidos, un momento cultural fecundo y complejo,
que sabe recoger, entre aplausos y protestas, la primicia del siglo. Lo definen
en especial dos actitudes: el entusiasmo y la criticidad hacia la modernidad
que incumbe y transforma la visión del mundo, los medios y los ritmos de
vida, herencia de los grandes pensadores del siglo XIX, cuyo sentimiento de
contradicción, celebra el progreso y rechaza lo que pueda amenazar los prin-
cipios alcanzados, pues la modernidad, aunque capaz de todo, no puede dar
solidez y estabilidad.
Dentro de este panorama heterogéneo, en que se barajan los destinos y
las posiciones que han de caracterizar a las primeras décadas del siglo XX,
hemos escogido, a partir de 1900, una franja de la literatura en la que, más

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allá de los méritos literarios, perduran algunas actitudes heredadas de la gran


generación modernista.

2. La visión del sueño a comienzos del siglo

El siglo XX nace con La interpretación de los sueños1 (1900) de Sigmund


Freud, que propone el sueño como "la realización de un deseo reprimido"
(445) y como posibilidad de lectura del inconsciente. A grandes líneas, el
panorama científico de fin de siglo presenta toda la elaboración positivista
basada en los aspectos fisiológicos del sueño, además del estudio psiquiátri-
co sobre sus patologías.
Distintas visiones pueden quizás encontrarse, en campo filosófico, ya en
Schopenhauer2 o, inaugurando el siglo XX, en Henri Bergson3. En el senti-
miento moderno, no es más el milagro sino el sueño el que vuelve incierta
la conciencia de la realidad; el sueño puede hacer menos "real" la vigilia, el
mundo y se vuelve reflejo de un demon originario, sea "voluntad" o "pul-
sión" o "vida"4.
En la literatura, el sueño no participa del tema científico, sigue siendo,
sobre todo, un tema literario; predomina en él una visión romántica, de clara
matriz simbolista, ligada a la vivencia "diurna" o al imaginario nocturno. El
sueño es una dimensión del alma, necesaria al espíritu, espacio de desasosie-
go, inquietudes; es ámbito del misterio, de búsqueda de otras realidades, y
también de libertad, propicio a las bizarrías de la imaginación, ajenas a las
constricciones sociales o a la fealdad del mundo moderno.
Buen punto de partida es El mundo de los sueños*1 (1913) de Darío, que
despliega la reflexión de los comienzos de siglo en torno al sueño, escogien-

1
Sigmund Freud, La interpretación de los sueños, en Obras completas, I, edición de
Luis López-Ballesteros, Madrid, Biblioteca Nueva, 1973, pp. 343-720.
2
Arthur Schopenhauer, // mondo come volontà e rappresentazione, I, 5, Milano,
Mursia, 1991, pp. 55.
3
Henri Bergson, El ensueño, en La energía espiritual, Buenos Aires, Austral, 1982,
pp. 93-116.
4
Hans Blumenberg, La leggibilità del mondo, Bologna, II Mulino, 1985, p. 358.
5
Rubén Darío, El mundo de los sueños, en Obras Completas, I, Madrid, Afrodisio
Aguado, 1950, pp. 887-981.

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do, entre otros, los trabajos, bien documentados - analizados también por
Freud 6 - del marqués D'Hervey de Saint-Denis 7 y de Vaschide8, incluidos
en el marco de una psicología muy siglo XIX. También lo es, a su manera,
Darío, en su búsqueda de una profundidad, de una espiritualidad, que lo
lleva, como remedo decadente, al espiritismo, y a la intuición de una región
profunda del yo, una suerte de "doble".
Moderna es, en cambio, la actitud de análisis de Darío, en la que va
ensamblando sus propios sueños y estableciendo una comparación y una crí-
tica. Así lo hace con los sueños de London J. Rogers9. En campo literario,
Darío selecciona una obra sin antecedentes en la osadía de los temas y del
estilo: los cuentos de Alphonse Séché, De los ojos cerrados10. También es
moderna su crítica:

a más de lo simbólico de la imaginación, que ha tratado tanto Freud [...] tiene


M. Séché otros sueños o cuentos intrascribibles, porque en ellos aparece uno
de los temas que mayormente vienen a la imaginación en el estado sómnico:
el erotismo. A veces exarcerbado hasta lo inaudito, a veces con extraordina-
rias complicaciones teratológicas, o fantasmagóricas, o absurdas, o abomina-
bles, el tema sexual surge de modo imperativo. No insistiré en ello. Lo que sí
he de decir es que no encuentro antecedentes en ninguna literatura a la mane-
ra de exposición del escritor francés (941).

Cierran la colección de artículos, Los sueños de Artemidoro11, vigentes en


el imaginario popular, literario y científico. La vuelta al pasado es represen-
tativa de la inquietud que el misterio del sueño suscita y de la necesidad de

6
S. Freud, La literatura científica sobre los problemas oníricos, en La interpretación de
los sueños, en Obras completas, I, ed. de Luis López-Ballesteros, Madrid, Biblioteca Nueva,
1973, pp. 349-405.
7
Publicó Les songes et les moyens de les interpréter, París, Amyot, 1867. Darío tam-
bién ofrece algunos datos, en El Marqués D'Hervey de Saint-Denis, en El mundo de los sueños,
cit., pp. 942-959.
8
Nicolaie Vaschide (1874-1907): psicólogo y psiquiatra rumano, realizó en Francia
importantes trabajos en psicología experimental sobre los procesos sensoriales. Publicó "El
sueño y los sueños" en 1911.
9
Observaciones de un inglés, en El mundo de los sueños, cit., pp. 907-914.
10
Tentativas de expresión, en El mundo de los sueños, cit., pp. 928-941.
11
En El mundo de los sueños, cit., pp. 973-981.

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ampliar las posibilidades de la vida, dejándolos, a falta de oráculos, a un azar


o un hado.
El sueño llega, visita, acude o rapta, y el soñador es conducido por
recónditos y engañosos caminos; en suma, la visión sigue siendo esencial-
mente clásica, como clásico es el referente cultural de la literatura de fin de
siglo, del que perdura también, más bien, como espacio del espíritu, la
ensoñación, creativa, seductora, nostálgica, ínsita al sentimiento literario de
esos años.
Es también recurrente la visión cristiana, de clara connotación moral:
es ámbito de condena, de lo demoníaco que atormenta al soñador; o de
redención, portador del mensaje divino. El sueño, asociado a la muerte,
puede ser acosadora obsesión, pesadilla, se vuelve alucinación.

3. Soñar despiertos: revene, espejismo, quimera

La reverie es un sueño a ojos abiertos; en él se suprimen los escenarios


dramáticos, y el soñador y su rèverie entran en la felicidad del descanso,
donde el alma se reposa y la imaginación vaga, libre, por universos fantásti-
cos n.
La evocación fantástica, creativa del arte de Ángel de Estrada
(Argentina, 1876-1923), va en busca del objeto de ensoñación para desatar
la fantasía e ir engarzando, con maestría de orfebre, imagen con imagen; ver-
daderas ensoñaciones le sugieren La cariátide de Leda13:

La última cariátide, graciosa fantasía de un espíritu amable, hospeda en su


vientre un cisne [...] Duerme allí, feliz, olvidado de todo, tranquilo y encan-
tador [...] La estatua cumple serenamente, como cariátide, soportando la
fábrica, sin alejar al blando señor que tiene en su cuerpo, lecho. Pero ima-
ginemos que el cisne sueña [...] La divina Leda lo supo, y languideció... Ah!
que las alas del ave pétrea recuerden á la estatua su viviente modelo; y el alma
de mujer de la cariátide, perderá la impasibilidad de la diosa, y, humanizada

12
Gastón Bachelard, La poetica della rèverie, Bari, Dedalo, 1993, p. 19.
13
Ángel de Estrada, Formas y espíritus, Buenos Aires, Ángel de Estrada, 1916: La
cariàtide de Leda, pp. 113-118; son también rèveries, entre otras, La Diana Borghese, págs.
104-107; El cigarrillo, pp. 5-10.

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[...] precipitará el monumento que sustenta. Y que no se crea imposible tal


fantasía. El cisne ha soñado (114).

A veces, no sólo los sueños, las fantasías marginales o los recuerdos, sino
también la realidad misma parecen anunciar una conversión inminente,
como promesa o prenda de otra realidad14. Pero cuando la ensoñación susti-
tuye a la realidad del día, se vuelve quimera, engañoso monstruo de tres
rostros: los que se ensueñan construyen castillos en el aire.
Don Ramiro, el protagonista de la novela de 1908 15 de Enrique Larreta
(Argentina, 1873-1961), sueña despierto; todo hace mella en su ánimo: "Su
imaginación soñaba según las estampas" (81). Cuando el padre Vargas
Orozco le encomienda la misión de espionaje entre los moros, ya

Ramiro divagaba por el mundo desmesurado y quimérico de las ambiciones


nacientes. Pasábase las horas y las horas imaginando hazañas inauditas ó exhal-
ando ansias de imperio y de grandeza, que él miraba luego colmarse una á una,
á lo largo del porvenir, como tinajas de subterráneo tesoro (111).

Pasa del heroísmo a la santidad: "Sí, sería religioso y quizás ermitaño.


Estaba resuelto. Bajando los párpados, soñó, entre el murmullo creciente de
la asamblea, con su futura santidad" (211-212); y de ésta, al amor: "su fervor
religioso y sus anhelos de gloria se acostaron entonces como lebreles á los pies
de la nueva pasión" (35).

4. El sueño como género literario

Los sueños verdaderos, los que al despertar pueden ser contados, tienen
un estilo. La retórica del sueño ha ofrecido a la literatura, desde antiguo, el
recurso de hacer del sueño escenario narrativo, dejando a la inventio libertad
expresiva. Quizá sea éste el último gran momento literario que lo planteará
como modalidad de la expositio. Forma elíptica para el relato breve, lo oníri-

14
Jean Pfeiffer, La passione dell'immaginario, en Maurice Blanchot, Lo spazio lettera-
rio, Torino, Einaudi, 1975 [1955], p. IX.
15
Enrique Larreta, La gloria de don Ramiro. Una vida en tiempos de Felipe Segundo,
Madrid, Victoriano Suárez, 1908.

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co se conforma en una red de asociaciones, libre de los lazos de una trama


organizada en la lógica de las acciones.
Ejemplo, por excelencia, de sueño literario es Sueño de una noche en el
castillo16 (1925, postuma) de Ángel de Estrada, que remeda a Sueño de una
noche de verano. Los personajes, salidos, por una noche de las páginas de
Shakespeare, se dan cita para urdir el sueño de un caballero. Preside la noche
Veleda, la profetisa germánica, que convoca a los duendes; Titania infunde
el sueño, destilando "al dormido la flor de las ficciones" (20), Puck urde fic-
ciones y Ariel anima "el sueño de verdad vestido" (14). El soñador, Tristán -
siempre presente la alcurnia literaria - , se siente llamar a una cita:
"Despiértese la mente del dormido, su visión resplandezca" (13).
La ficción se realiza en dos planos paralelos, el que intrigan los seres
fantásticos y el del sueño del caballero que participa de los sueños literarios.
El primero es el de Ofelia. Los personajes se multiplican sin medida.
Desfilan todas las mujeres de Shakespeare, no faltan siquiera las alegres
comadres. Asisten también Lohengrin y Parsifal, y, sin más ni más, Pierrot.
El segundo sueño es el de la Bella durmiente. El beso enlaza a los aman-
tes, pero el encanto es roto por Calibán, que le recuerda que su naturaleza
de humo no puede desafiar a su propio hado: es reina, pero, como todos los
sueños, del reino de la muerte.
Con el alba, los seres de éter, con el perdón del padre Shakespeare,
deben retirarse a dormir y Ariel descorre las cortinas del lecho de Tristán,
para que el sol lo despierte: "Impido que sonora lo estremezca brutal loco-
motora..." (112).
Sueños contados podríamos llamar a los de Manuel Ugarte y Carlos
Octavio Bunge (Argentina, 1875-1918). Ugarte reúne en Sueños11 una serie
de alegorías sobre la condición humana. Por su valor simbólico y su mensaje
explícito, podrían emparentarse con la fábula, pero el escenario onírico les
concede una distancia objetiva con la realidad que lo mismo la abstrae que
la universaliza.
La preocupación por la muerte y por el más allá encuentra expresión en
dos sueños. En un anhelo por superar el límite del conocimiento a través de

16
Ángel de Estrada, El Sueño de una noche en el castillo y otros poemas, Buenos Aires,
Ángel Estrada y Cía, 1925, pp. 1-112.
17
M. Ugarte, Sueños, en Las mejores páginas, Barcelona, Casa editorial Araluce, 1929,
pp. 230-236.

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la iniciación en el misterio, La Montaña se encuadra, con explícita referen-


cia a Poe y Villiers de L'Isle Adam, en una atmósfera como de vísperas de
algo terrible; pero el misterio queda tal: "Y me levanté con una inmensa tris-
teza, como si hubiera estado a punto de adivinar lo que había o no había del
otro lado de la muerte" (231).
La Muerte es una pesadilla: el soñador va a ser enterrado vivo. Un
monje, con semblanzas de espectro, decidió que había llegado la hora de lle-
varlo al cementerio. Lo dejaron caer en una fosa rectangular, dentro de un
ataúd. Sólo se oían el campanillazo y "una voz que decía "murió", y luego,
el martillar de los que clavaban la tapa del féretro" (232). Sus músculos no
respondían. Tras gran esfuerzo pudo gritar. Un monje bajó a la fosa, su fren-
te estaba helada, sólo su cerebro funcionaba: sabía que le iban a clavar la caja,
como a los demás que, quizás como él, siguieron pensando. Entonces oyó la
fatídica palabra: "ha muerto". Cuando la tapa del ataúd iba a caer, se oyó un
chirrido espeluznante, y un estrépito de voces y de hombres que saltaban
sobre las tumbas. De repente sus músculos recobraron vigor, la sangre circu-
laba. Ya de pie, vio que todos se erguían. Una aurora de sangre anunciaba
que "¡La muerte había muerto!" (234).
Los curanderos, es una explícita critica a la mediocridad de la sociedad.
Soñó un paraíso fantástico, cuya entrada estaba custodiada "por un enjam-
bre de enanos deformes, de maniáticos siniestros, de baldados insolentes, de
locos furiosos, de pobres de espíritu" (235), que se apoderó de él. "Un joro-
bado doctoral, profesor de estética" lo conminó a no romper "la tradición
resignada de los hombres". Un analfabeta lo civilizaría; un cojo le haría cer-
cenar la pierna; un demente le extirparía la razón; todo, "para hacer de él un
hombre adelantado", y así lo obligaron "a entrar en la vida" (236).
Muy distinto es Pesadilla grotesca {Impresiones de veinticuatro horas de
fiebre)18 de Bunge. Peculiar entre sus obras por estilo y libertad imaginativa,
este relato intenta una metafísica de lo imposible, un mundo al revés. En una
dinámica del absurdo, con buenos rasgos humorísticos, conserva sólo en el
subtítulo una púdica explicación, que responde a su incorregible positivis-
mo. El soñador entra sin más en una realidad invertida con la conciencia del
papel que representa en el sueño:

18
En Carlos Octavio Bunge, La sirena (Narraciones fantásticas) [Obras Completas,
14), Madrid, Espasa-Calpe, 1927, pp. 191-211.

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Yo lo sabía perfectamente [...] — Tucker, el bribón de Tucker tiene la culpa.


¿Quién era Tucker? [...] ¿La culpa de quéi Yo lo ignoraba asimismo.
Comprendía ùnicamente que eso debía ser Algo Terrible, macabramente te-
rrible [...] Consolábame, empero, el vago pensamiento de que aquello no
sucedía realmente. Ya sabía que estaba soñando. ¡Y, sin embargo, no podía dor-
mirme!... ¿Quién hubiera dormido con semejante preocupación? (193-194).

El yo del sueño se incorpora sin resistencia al trastrocamiento general,


por ejemplo, al quedar atrapada en la puerta la cola del sirviente, ahora, un
espía, lo encuentra natural: "(Indudablemente tenía cola, una larga y peluda
cola de mono)" (193). Olvidos, situaciones imposibles, ridiculas, pero vivi-
das con irónica y sutil despreocupación. Con el brazo, descoyuntado al
arrancar del cielo una estrella para prenderla en su corbata, debe sostener el
cielo para que no se caiga porque le falta la estrella.

la gente se reía y gesticulaba desarticuládose como títeres. Yo mismo [...]


perdía en el camino, ora un pie, ora un brazo, ora parte del tronco... No me
tomaba el trabajo de recoger estos órganos cuando los veía caerse, y los deja-
ba detrás de mí, porque iba muy apurado, y sabía que ellos solos [...] vol-
verían a incorporarse a mi persona.[...] Además, yo tenía el privilegio de la
salamandra, de hacer retoñar los muñones (196).

En el encuentro con Nanela, su desconocida e ignorada novia, produce


comicidad la recíproca condescendencia ante lo disparatado:

Como era mi prometida, yo la abracé, la besé en sus rojos labios [...] ¡Siete
años!... ¡Pobre Nanela!... Pero tú sabes... - Sí, yo también sé [...] que el pérfi-
do de Tucker, mi tío y mi tutor, tiene la culpa. — [...] Yo sabía que Tucker era
tu padre [...] - Algunas veces es mi padre, otras un extraño, otras mi tío y
tutor. Eso depende del estado de ánimo. - Cierto, ciertísimo - le contesté
(198-199).

El conjunto es, sin duda alguna, un divertissement logrado.

Son, en cambio, sueños dentro del cuento, y sin duda sueños literarios,
los de Ángel de Estrada y Pedro Emilio Coli (Venezuela, 1872-1947), en los
que el sueño, engarzado en un relato, presenta dos planos de ficción, él de la
realidad del protagonista, y el del elemento que desencadena, condiciona o
interrumpe el del sueño.

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La situación más clásica es la que presenta Estrada en Un sueño 19: el


poeta, en busca de inspiración, cae en el sueño, y al despertar, el sueño
mismo es la obra buscada. En su El Moisés20, en cambio, el soñador sabe que
está soñando, es él el arquitecto del sueño, que construye con figuras de su
experiencia literaria una metáfora de la historia.
La fantasía onírica, con tonos graves y solemnes, se mueve sobre dos
ejes: la imagen del Moisés de Miguel Ángel y la idea de catástrofe sugerida
por las grandes transformaciones de la historia. Del Génesis al Apocalipsis
compone un cuadro bíblico: la creación, "Oigo, en un extraño sueño, la voz
primera sobre el Caos"; el pueblo elegido: "Y soñando columbro al pueblo
de Israel [...] Moisés ha oído en el monte la voz" (167). La visión lo condu-
ce a la estatua de Miguel Ángel: "Soñando veo a Miguel Ángel. El artista
advierte en su mente la columna de fuego conductora de Israel en la noche
del desierto" (168), él también es demiurgo y elegido, y es Cristo en el huer-
to: - "Señor, ¿es ya la hora?". Del mármol surge un gigante, capaz de desa-
fiar a la muerte. Incumbe la catástrofe, cargada de conexiones simbólicas:

La muerte, silenciosa, soberana no responde: espera. Veo en mi extraño sueño


á la Europa agitada, mientras el Asia vomita hordas coléricas, innumerables,
bárbaras. En Roma atizan sus furores. Alemania, Inglaterra, Francia, el
mundo, se reduce para ellas, sin distinción á esa cruz que toca el cielo en la
cumbre del Vaticano [...] Amarillentas turbas, escupen la hiél de sus entrañas
contra el Cristo, inocente, en su bondad, de las espadas que fueron y de las
espadas que llegan. Los templos son cuarteles. La bóveda de San Pietro in
Vincoli, se ha hundido: el Moisés brilla entre escombros [...] Tres bárbaros [...]
impelen un bosque de picas. Un relámpago hiere [...] los guerreros se abaten
[...] el rayo divino no ha dejado á su furia vestigios de la estatua (169-170).

El sueño se suspende:

Yo, en tanto, me despierto con un diario caído a los pies, sonrío a mi propio
sueño, y vuelvo á leer los telegramas que á estas horas, sin duda, recorren el
mundo: "Los boxers atacan la legación de Inglaterra [...] el grito de la multi-
tud es: '¡abajo los europeos!'; y á los europeos empieza á abandonarles la espe-
ranza" (170).

19
Ángel de Estrada, Formas y espíritus, cit., pp. 310-317.
20
Ángel de Estrada, Formas y espíritus, cit., pp. 167-170.

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Sin duda la rebelión de los boxers, en los cien días de Pekín, ha de haber
suscitado un sentimiento de indignación y de vulnerabilidad en la concien-
cia de la Europa moderna.
El sueño de una noche de lluvia21 (1901) de Pedro Emilio Coli, comien-
za con una réverie de la infancia, que conduce al sueño, cuyo escenario oní-
rico es pretexto para fantasear sobre los lugares literarios que responden a la
estética del soñador adulto.
La lluvia le evoca sus primeros viajes ideales en los barcos de papel. Se
desliza en el sueño, va en una negra galera en peregrinación al Castillo de
Elsinor, para descubrir el secreto de Hamlet. Se descubre en un manuscrito
que fue Marcelo, amigo del príncipe, quien envió a su criado, fingiendo ser
el espectro del padre de Hamlet, para aconsejarle la venganza. El viaje a
Elsinor se torna innecesario:

de todas las bocas partió un clamor armonioso, que ya despierto era sólo el
de la nota de la lluvia en los canales y sobre los tejados de la ciudad noctur-
na y pluviosa (53).

5. El sueño como límite

Hemera y Nyx, habitan la misma morada, cuando una entra, la otra


sale22; uno es límite del otro. El día está atado a la noche, porque es día sola-
mente si comienza y termina. He ahí su justicia: ser comienzo y fin23.
Los que duermen y sueñan acceden a la noche del sueño para despertar
al día de la vigilia, pues está vedado soñar eternamente. Los sueños sin tér-
mino son definitivos como la muerte o son un privilegio concedido por los
dioses, como el de Endimión.
La lectura de Un sueño24 (alrededor de 1916) de Amado Nervo (México,

21
En Pedro Emilio Coli, El paso errante (Antologías y selecciones, 27), Caracas,
Biblioteca popular venezolana, 1948, pp. 47-53.
22
Hesíodo, Teogonia, 746-767, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina,
1968, p. 54.
23
Blanchot, cit., pp. 142-143.
24
Amado Nervo, El bachiller. Un sueño. Amnesia. El sexto sentido {Obras completas,
13), Madrid, Biblioteca nueva, 1920, pp. 59-119.

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1870-1919) recuerda el pasaje de Pascal: "Si un artesano estuviera seguro de


soñar todas las noches que es rey, creo que sería casi tan feliz como un rey que
soñara todas las noches, durante doce horas, que es un artesano"25. El rey de
Nervo, en cambio, no se conforma con la felicidad de soñar, y queda sumido
para siempre en la infelicidad.
El rey despertó, confuso, abrumado. No estaba en su alcoba, sino en un
estrecho cuarto. Entró una mujer, llamándolo "Lope". "¿Pero quién sois vos,
señora?" (64). La esposa le contó que había soñado con ser rey y hablaba de
cosas extrañas, que viajaba en yate y automóviles.
El artesano recordaba que era Lope de Figueroa, platero, natural de
Toledo; sin embargo el sueño interfería, como recuerdo del futuro: "jurara
que no he soñado, sino que he visto, que he tocado aquello. Aún no puedo
desacostumbrarme del todo a no ser lo que fui" (72).
La noche llega como una trampa: Lope sentía que Mencia iba perdien-
do realidad, como si fuera un fantasma. Sabe que está en el sueño, y para
seguir soñando no tiene que dormir: "¡Luego tú no existes [...] no eres más
que un sueño!" (114). Mencia era una sombra, su voz llegaba como del más
allá: "¡No te has de ir, no! ¡No he de perderte! [...] ¡No he de cerrar los ojos,
no he de sucumbir al sueño!" (115). Lope cae dormido mientras Mencia se
va desvaneciendo.
Se invierte la vigilia soñada y queda, al despertar, la sensación de pérdi-
da, de luto 26 . "Cuando su Majestad despertó era ya muy tarde" (116). En
llanto, le refirió a su hermana la historia de Lope y Mencia, convencido de
que ella había existido y que se amaron, o quizás en otro siglo, amó a algún
antepasado, que ahora le legaba el recuerdo: una transmigración en el sueño.
El rey no se resigna, quiere recobrarla:

¡Señor — replicó la princesa con voz apagada —, sois Rey, Rey todopoderoso;
pero todo el poder de Vuestra Majestad no basta para aprisionar una sombra
ni para retener un ensueño! (115).

La imposibilidad de raptar lo soñado, de llevarlo consigo a la superficie


del día, atraparlo o retenerlo es una sentencia.

25
Blaise Pascal, Les Pensées, disposés suivant l'ordre du cahier autographe. Texte critique
de G. Michaut (Collectanea Friburgensia 6), Fribourg, 1896, párrafo 608, 1, p. 290.
26
James Hillman, II sogno e il mondo degli inferi, Milano, Est, 1996 [1979], p. 55.

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En La Lira maravillosa27 (1916) de Estrada, la condena es despertar. El


poeta, movido por una insaciable sed de felicidad, se encuentra, de repente,
en el círculo mágico del mundo de los sueños, cuya luz lo baña como las
aguas del Leteo: "me libró de la memoria" (28). La entrada al sueño está fir-
memente custodiada, y franquearla sin haber sido llamado, es peligroso: si lo
logra, el soñador pierde toda posibilidad de salir28.
Los guardianes del sueño son ocho hadas. La mayor le revela el secreto
de las flores, que evocan a "las mujeres reales y fantásticas, que han hecho y
hacen soñar á los hombres, y que duermen hoy en la gracia del símbolo"
(29). Semejante a la pitonisa, enuncia un enigma: "Sólo un sueño les es posi-
ble a las flores [...] soñar que no viven, cuando en realidad no han muerto"
(29-30). Los únicos que pueden soñar son los sueños porque no tienen
memoria. Le impone la prueba del olvido que se olvida.
Las demás hadas lo tientan con las ambiciones del día: le ofrecen la
cuerda del amor: "el renunciamiento es también quimera y el más estúpido
de los sueños" (30), la de las virtudes y los vicios, la de la pasión y del dolor
sin esperanza, la de la felicidad y la alegría, la de la bondad y el crimen y la
de la potencia divina. El soñador grita: "Quiero no salir de aquí [...] ¡bendi-
ta es la ventura del letargo prometido por vuestra reina!" (34), se agiganta,
pisando rosas y violetas, "¡quién sabe cuántos sueños felices por dormidos!"
(34). La fatuidad de antes se torna ambición del día, el olvido recuerdo. La
profecía se cumple: ha roto el silencio con el eco de sus pasos. "Cediste a la
tentación - dijo la reina de las hadas — y bien, el castigo que doy es muy sim-
ple: despertar" (35).

6. Los engaños de la Noche

"El reino de las sombras es el paraíso de los soñadores"29. Así como, en


la noche, la oscuridad confunde los contornos de las cosas, el sueño envuel-
ve con sus visiones al soñador y lo substrae a la vigilia. Morfeo, hijo de

27
Ángel de Estrada, Formas y espíritus, cit., pp. 27-35.
28
Blanchot, cit., p. 139.
29
Immanuel Kant, I sogni di un visionario, spiegati coi sogni della metafisica, Milano,
BUR, 1995.

AISPI. De la rèverie a la alucinación. El sueño en la modernidad literaria hispa ...


De la rèverie a la alucinación. 381

Hypnos, transforma las apariencias30. "Nadie tiene la seguridad, si no es por


fe, de estar despierto o dormido, dado que durante el sueño creemos estar
despiertos tan firmemente como cuando lo estamos"31.
En Cuento de Pascuas01 (1911) de Rubén Darío el sueño parece engaño
de los sentidos producido por el narcótico, pero quizas el engaño es para el
lector, pues, en la acotación final, despreocupada, dicha casi al pasar, se
advierte que, si mantenemos la buena fe en las palabras del narrador, todo el
relato ha sido un sueño.
En un réveillon, la atención del narrador recae sobre una seductora y
extraña dama que lleva un estrecho galón rojo en el cuello. Un joven alemán,
M. Wolfhart, le comenta: "¡Una cabeza histórica!". Parecía ciertamente
histórica, con el peinado à la CUopàtre, semejante al de María Antonieta,
que "a dos pasos de allí, en la plaza de la Concorde, aquella cabeza..." (118).
Excitado por el vino, su imaginación se puebla de cabelleras empolvadas,
moscas asesinas, trianones de ensueños, dignos de páginas literarias. La con-
versación continúa, sazonada por el whisky, en el hotel del joven, quien
extrae una incisión de un antepasado suyo, sabio y astrólogo, que, bajo el
nombre de Conrad Lycosthenes, había editado en 1557 el Prodigiorum ac
ostentorum chronicon. Allí revelaba, con espantosos y misteriosos signos, acia-
gos acontecimientos: suspendido en el cielo un brazo colosal sostenía una
enorme espada, a su alrededor, infinidad de puñales y de cabezas de hom-
bres. El joven agrega que su pariente había descubierto el elixir de las visio-
nes misteriosas. Al despedirse le ofrece una pastilla. Ante la insistencia, el
narrador la toma y se retira. Comienza la visión.
Ve pasar por los Campos Elíseos a la mujer del galón rojo como una
herida. Todo cambia como en un cinematógrafo: hay como "apariencias" de
mucha gente. En el cielo ve el grabado de Lycosthenes, brazo, espada y cabe-
zas, y, como por ensalmo, la dama tiene un aspecto fatídico, el peinado à la
CUopàtre es una cofia; una carreta con formas de hombres con tricornios,
espadas, picas, un tablado, lo ya visto, la guillotina: cae el cuello del galón de
sangre bajo el hacha mecánica. La visión parece pasar; va hacia las Tullerías

30
Ovidio, Metamorfosis, XI, 635-675, a cura di Mario Ramous, Milano, Garzanti,
1995.
31
Blaise Pascal, Les Pensées, cit., párrafo 536, 3, p. 227.
32
Rubén Darío, Cuento de Pascuas, en Obras completas, IV, Madrid, Afrodisio
Aguado Editor, 1955, pp. 117-129.

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382 Maria Beatrice Lenzi

por la puerta que, extrañamente a esas horas, está abierta, para salir por el
otro extremo, que, seguramente, estará abierto. De repente tropieza con una
piedra que se queja: una de las cabezas de Lycosthenes. Siente estar dentro
de un prodigio, con la deformación angustiosa de los íncubos: en su mente,
las frases leídas en el periódico del día: "¡Ultima hora! ¡Trípoli! ¡La toma de
Pekín!" (126); una forma de lira, con una cabeza como la del Orfeo de
Moreau, y una voz que decía: "¡Vendrá el día de la concordia y la lira será
entonces consagrada en la pacificación!" (127). Un árbol lleno de cabezas
gritaba. Quiere huir y se ve acorralado por cabezas: la de la Medusa, la de
Holofernes; la de San Juan Bautista, la de Pablo, la de María Estuardo y otras,
que aumentaban en macabro amontonamiento. "Dije para mí: ¡Oh, mal
triunfante! ¿Siempre seguirás sobre la faz de la tierra? ¿Y tú, París, cabeza del
mundo, serás también cortada con hacha, arrancada de tu cuerpo inmenso?"
(128). Del grupo en que se veía la cabeza de Luis XVI avanzó la figura
episcopal del mártir Dionisio, el de las Galias, con su cabeza en las manos,
que exclamó: "¡En verdad os digo, que Cristo ha de resucitar!". La muche-
dumbre fabulosa de cabezas repite: "¡Cristo ha de resucitar!" (129). El final,
desenfadado, casi una nimiedad, rompe el efecto y convierte todo el relato en
una perfecta y lograda ilusión onírica: "Nunca es bueno dormir inmediata-
mente después de comer - concluyó mi buen amigo el doctor" (129).
Muy distinta es la pesadilla de Julio Herrera y Reissig (Uruguay, 1874-
1905) en Mademoiselle Jaquelin (1902) 33 . Es un sueño catártico, que permi-
te al ensoñado protagonista elaborar la desilusión, al saber por Don Roque,
el encargado de la casa de huéspedes, que aquella encantadora voz era la de
la vieja del segundo piso, "todo revoque, relleno, betún, con tamañas pelo-
tas de goma y estopa entre las varillas del corsé, una estantigua" (366). El
sueño llega tras tres días de fiebre y gracias al "hada Morfina" (367). Se
encontraba en un lecho con aspecto de ataúd nupcial. La bella se acercaba.
Comienza la desintegración, la descripción de don Roque se entreteje en el
sueño: con mueca fúnebre, sus labios se dislocaban; los dientes de loza se le
caían; los ojos giraban vertiginosos convirtiéndose en moluscos que pendían
de las órbitas huecas; sus mejillas se arrugaban como larvas. La visión horri-
ble es escandida por la igualmente horrible risa de don Roque. La mons-
truosa figura se desarmó, y del corsé "saltaron macabramente dos mundos de

33
Julio Herrera y Reissig, Mademoiselle Jaquelin, en Cuentos, en Poesía completa y
prosa selecta, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1978, pp. 363-368.

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De la rèverie a la alucinación. 383

goma hasta donde yo estaba, chocando una eternidad como dos cabezas del
Dante en frenesí vertiginoso de besos enloquecidos..." (367).
La pesadilla, liberatoria, lo reconcilia con la realidad y lo lleva a una
valoración, despierta y piadosa, de su propio espejismo:

El conjunto de aquel clavicordio doliente, símbolo de un pasado lleno de


recuerdos, y de una aristocracia desesperadamente ansiosa de vivir, de amar,
de ser feliz, me dio la realidad elegiaca de un poema profundamente humano
(368).

Con la sencillez de una historia de aldea, como en los sueños de las bue-
nas noches, el protagonista de Sueño de amor (1900) 34 de Evaristo Rivas
Groot (Colombia, 1864-1923), soñaba que en un pequeño salón leía su
libro favorito a su esposa; al quedarse dormida, el protagonista la contempla
y, ebrio de felicidad,

Me inclino para estampar en sus labios, ligeramente entreabiertos, un beso


apasionado... pero horror!... su boca era de fuego...???!!! Desperté. Voló la
imagen blanca. Era de noche, había dormido leyendo en mi cuarto de estu-
dio, y, al inclinarme para besar la niña de mi sueño, había estampado el beso
en la bombilla candente de la lámpara..." (145).

La ironía para con el soñador, la comicidad de su ridículo engaño, no


perdonan las veleidades del sueño.
En La madrina de Lita35 (después de 1901) de Carlos Octavio Bunge el
engaño es fatal. Lita tenía el tronco deforme, no caminaba ni podía tenerse
en pie. Todas las noches soñaba con su hada madrina. Una vez, el hada le
prometió que, si tejía tres colchas de lana en treinta días, la curaría y le haría
conocer el país de las hadas. Tejió las mantas. Llegó la noche establecida y en
sueños el hada le dijo: "porque eres buena, te curo ahora para siempre"
(173). Lita se sintió curada, se levantó de la cama y fue a conocer el país de
los sueños. Pudo llegar hasta la puerta de calle, pero, al tratar de abrir el duro
pestillo, sintió, de pronto, que le faltaba el apoyo de su madrina, y cayó en

34
En José María y Evaristo Rivas Groot, Cuentos (Biblioteca aldeana de Colombia),
Bogotá, Minerva, 1936, pp. 133-145.
35
En Carlos Octavio Bunge, La sirena (Narraciones fantásticas) {Obras Completas,
14), Madrid, Espasa-Calpe, 1927, pp. 151-178.

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384 Maria Beatrice Lenzi

el umbral, donde fue encontrada sin vida a la mañana siguiente. Lita había
ido a conocer el país de los muertos.

7. Los mensajes del sueño

Desde siempre, los sueños tienen significados. Si en la modernidad se


relacionan con la vivencia del soñador y se dirigen hacia una elaboración del
pasado, desde la antigüedad, en cambio, y en los resabios de las creencias
populares, los sueños han sido anticipos del futuro. En Artemidoro tienen
una dimensión mántica, son una indicación para la vida. En la mitología,
Hermes es mensajero de los dioses y comunica con la región del sueño y de
la muerte. También en la tradición judeo-cristiana los sueños son portadores
de mensajes de Dios 36 ; son una amonestación contra los demonios y todas
las formas de imaginación del alma, o ámbito de lo demoníaco.
En Resurrección57 (1901) de José María Rivas Groot (Colombia, 1863-
1923), el protagonista, Pablo, enamorado de la bella Margot, que cae enfer-
ma, tiene un sueño premonitorio: "Tú no crees en sueños... yo tampoco.
Voy a referirte un sueño muy extraño que tuve en la travesía de Suez a
Marsella, pesadilla debida acaso al exceso de plantas que para Margot traía
en mi camarote" (62). Soñó que navegaba solo en alta mar; sabía que iba a
suceder algo doloroso, y que aquello que iba a causarle un dolor infinito,
pero necesario, estaba ahí. Surgían del mar varas pintadas de rojo que se
retorcían como brazos angustiados, dejando ver en el fondo, en lo alto de
una gradería entre dos esfinges, un escollo en forma de altar, sobre el cual
yacía ella muerta; en uno de los escalones, estaba sentada la Melancolía de
Durerò, con sus alas de murciélago.

Y al ver cómo me miraba la Melancolía [...] comprendí que [...] me revelaba


que pronto iban a empezar allí todos los misterios indecibles de la podre-
dumbre... Vi a la hermosa muerta hundirse en la nada (64).

36
Ya en la Biblia: Génesis 28, 12 Qacob) y Génesis 37 y 40 (José); Daniel 4, 16-24; o
en los Padres de la Iglesia, por ejemplo San Agustín (Confesiones III, 11).
37
José María Rivas Groot, Resurrección, en José María y Evaristo Rivas Groot,
Cuentos, cit., pp. 17-103.

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De la rèverie a la alucinación. 385

Su espíritu positivo rechaza el presagio, y aparta, corno algo molesto, la


visión del sueño: la lectura de la escena del panteon, de Romeo y Julieta, y
la reproducción de la Melancolía de Durerò formaron al dormir la fantasia.
"Moraleja: no leer a Shakespeare antes de dormir" (65). Al llegar, Margot
acababa de morir.
En el Cuento delHijoÌS (1925) de Pedro Emilio Coli (Venezuela, 1872-
1947), la negra Higinia tiene un sueño de redención. Al contarle a su coma-
dre la milagrosa curación recibida rezándole a la imagen de San Miguel,
pensó que "ese pobrecito que yacía aplastado por aquel hombre que le cla-
vaba una espada" (63) sentía un dolor como el suyo.
¡Y cómo no, con aquella espada que le encajaban en el estómago! Se le com-
prendía en los ojos que me estaba compadeciendo como yo lo compadecía a
él, mientras el diablo se gozaba con la maldad que le estaba haciendo y le
ponía el pie sobre la cabeza... (63).

La comadre la echó de su casa por endemoniada. Despavorida, Higinia


rezó con contrición para ser liberada del demonio. Soñó que Jesús le hablaba:
Apóyate en mi seno, porque desde la Eternidad escuché la oración que diri-
giste al ángel que un día se rebeló contra mi Padre [...] Bienaventurada eres,
Higinia, porque eres simple de espíritu [...] Tú has amado, como yo, el dolor,
que tu ingenuidad contempló en Luzbel y no en el Arcángel a quien el dolor
del vencido regocijaba [...] ¡La paz sea contigo! (66-67).

8. La alucinación: del sueño a la locura

Dormir con los ojos abiertos es anomalía. La alucinación es un sueño


en la vigilia, lindero con la locura. La realidad se suspende y figuras engaño-
sas toman apariencias que semejan ser reales, y los que, sin poder conciliar
el sueño, vagabundean de noche en busca de misterios, comparten el errar
nocturno con las apariciones, los fantasmas39.

38
Cuento del Hijo, en la trilogía Las Divinas Personas, en Pedro Emilio Coli, El paso
errante (Antologías y selecciones, 27), Caracas, Biblioteca popular venezolana, 1948, pp. 54-
73 (60-67).
39
Blanchot, cit., pp. 234 y 139.

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386 Maria Beatrice Lenzi

En la visión clásica, en el mundo inferior están los fantasmas, los espí-


ritus, los antepasados, las ánimas y los démones, todos impalpables 40.
También en la visión cristiana los espíritus malignos, las apariciones de espí-
ritus y espectros pertenecen al mundo de los muertos o el de lo demoníaco.
En La Gracia (1916) de Ángel de Estrada41, Pedro Ziami, artista bohe-
mio, se alucina, su sueño monstruoso está en su mismo pensamiento y lo
proyecta en imagines que suspenden la visión transformando la realidad.
Abandona una fiesta de la rancia nobleza veneziana, y, al pasar ante
Santa Maria dei Miracoli, los salmos le recuerdan que es Viernes Santo.
Siente la inquietud de una profanación y se refugia en un cabaret; bebe más
que nunca: desfilan ante sus ojos máscaras japonesas. Comienza el descenso
del alma con las imágenes de los vicios:

Hay una, demonio, de cuernos agudos y dientes sólidos, de faz roja, calentu-
rienta al contacto de una inyección de sangre en Ira. Hay otra, boquiabierta,
los ojos semientornados, con escapes de una llama de vino, las narices chatas,
resoplantes, alas de un fuelle que alimenta la Lujuria. La que sigue inspira la
repulsión de un vómito, y de sus labios corre la baba petrificada en lágrimas
de cera, entre los estremecimientos de la Gula. La de al lado, coronada de
erguidos pelos, explayando risa sarcàstica, quizás imbécil, por lo estéril, y
amarga por lo mismo, plasma las miserias de la Envidia. Con los párpados
caídos, en la inacción que mata la voluntad, luce la Pereza de muchos años,
infiltrada como un sueño de siglos, una quinta, sumergiéndose en ambiente
crepuscular que toca los lindes de la bestia" (327-328).

Las máscaras se convierten en sirenas, en hembras danzantes, y de


nuevo en máscaras. Va a su casa; sabe que están en su cara. De espaldas al
espejo toma un martillo, lo quiebra. Huye de sí mismo y en la calle teme que
las expresiones de la gente le revelen su verdadero rostro. Se encuentra en la
fiesta: las parejas son espectros; un esqueleto le indica el camino y elevando
un farol encendido ilumina un Crucifijo:

El mismo Ziami acabó alguna vez en la siguiente forma el relato: "Unos mari-
neros me recogieron de la calle y me llevaron á casa. Yo no creo en la mitad
de las cosas acaecidas, pero al despertarme encontré el gran espejo de mi gabi-

40
Hillman, cit., p. 44.
41
Á. de Estrada Formas y espíritus, cit., pp. 318-331.

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De la réverie a la alucinación. 387

nete roto, y un martillo en el suelo; y sé también, que desde entonces, no


bebo y que estoy por confesarme, y aunque mi caso es muy curioso, he leído
en los teólogos que la Gracia toma, para llegar al corazón, los mas extraños
caminos" (331).

Loco o visionario, Fray Rufino, de El hermano asno42 (1922) de Eduar-


do Barrios (Chile, 1884-1963), aumenta sus mortificaciones, a medida que
se difunde su fama de santo. Antes del alba, un capuchino lo amonesta por-
que ha perdido la humildad y permite que lo llamen santo, en vez de aspi-
rar al desprecio. Es el espectro de un eremita muerto, un espíritu del más allá
que conoce hasta los pliegues más ocultos de su alma.

Has soñado también, has soñado. Imaginabas una noche que tus dedos
recorrían las piernas de un baldado y el mal en el acto desaparecía; y en tu
ensueño ambicioso, el Señor Nuncio hallábase presente y prometía ir luego a
Roma para iniciar el proceso de tu canonización. ¡Ah! esto lo habías olvida-
do. Pues yo te lo recuerdo. El ensueño, Rufino, es traidor, y callando, callan-
do, se cuela (621).

Le ordena castigar su orgullo y negar su santidad, con un acto que


merezca el desprecio y la humillación pública. Una mañana, una joven espe-
ra en el locutorio a su amigo Fray Lázaro. Convertido en bestia, Fray Rufino
intenta violarla. Lázaro derriba y empuja a puntapiés ese cuerpo, que se
revuelve en convulsiones, gritando:

¡Ya pueden escupirme! Pregónenlo [...] Yo, el inmundo, que personifico la


lujuria... [...] ¡La humillación al fin!... [...] ¡Que todos lo sepan!... (628).

Pocos minutos después, Rufino muere en su celda. Para muchos, el


capuchino era el Maligno. Lázaro carga con la culpa para salvar la santidad
de Rufino.
En El enemigo (1907) 43 de Efrén Rebolledo (México, 1877-1929), la
narración se abre con un movimiento de descenso del espíritu. La alucina-

42
E. Barrios, El hermano asno, en Obras completas, II, Santiago de Chile, 1962, pp.
541-632.
43
Efrén Rebolledo, El enemigo, en Obras completas, Introducción... por Luis Mario
Schneider, México, Instituto Nacional de Bellas Artes, 1968, pp. 135-158.

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388 Maria Beatrice Lenzi

ción es un personaje, cansa a sus víctimas, las lleva a la Locura. Para Gabriel
Montero, "Sus noches eran un hervidero de pesadillas sensuales" (137): veía
mujeres desnudas, incitantes: una lujuria cerebral, y después, el arrepenti-
miento. Al despertar recordaba la fantasía, dando vida a las imágenes lasci-
vas, a los apetitos sexuales que lo esclavizaban. Convertido en verdugo, soña-
ba con su víctima, Clara, cuya candidez y religiosidad lo incitaban. En un
desfile de fantasmagorías, el hábito de estameña se convertía en gasa tran-
sparente.
La obsesión nocturna lo persigue, y actúa como si soñara. Ante la pre-
sencia de Clara, no pudiendo destruir la imagen que el deseo le configuraba,
loco, destruye la realidad: alucinado, la derriba y la posee. Desvanecida la
visión, huye como un ladrón.
En El Evangelio del amor ^ (1918-1922) de Enrique Gómez Carrillo
(Guatemala, 1873-1947) el conde Teófilo Constantino Niforos de Bizancio,
arrepentido de sus pecados de juventud, se deja guiar por sus visiones. Al
descubrir que el amor entre el hombre y la mujer es júbilo de la creación,
revelado por el Evangelio, reza por sus hermanos del Monte Athos para que
dejen de considerar el amor como abominación:

veía pasar en la sombra de los claustros o en la aridez de los páramos, el inter-


minable cortejo de los que considerando a Dios cual un verdugo habíanle
ofrecido en holocausto las flores cárdenas de sus propios dolores (189).

Evoca en su memoria los relatos de Paladio que "cantaban con voz


acongojada los salmos del delirio desgarrador, acompañando el desfile escuá-
lido de los escogidos" (191). Teófilo pregunta a Paladio, como Dante a
Virgilio, por la identidad de los penitentes. Al pasar el último, Teófilo
inquiere: "¿Y aquel anciano taciturno?" (195). Es Pakomio, quien relata que
para liberarse de las tentaciones colocó sobre sus genitales un áspid, para
morir con su veneno. El áspid no lo mordió:

Al escuchar estas últimas palabras, Teófilo exclamó, dirigiéndose al espectro


escuálido de Pakomio, que se agitaba en la penumbra de su oratorio: "¡El
áspid fue más humano que tú!..." (197).

44
Enrique Gómez Carrillo, El evangelio del amor, Madrid, Renacimiento, 1925.

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De la rèverie a la alucinación. 389

Parte a llevar la verdad al monte Athos. Lo acompaña, "ante sus ojos


alucinados, una muchedumbre febril" (211). Veía a Jesús, penetrando en el
calabozo de Santa Agata, a Santa Isabel de Hungría, la Sulamita, María
Magdalena. Teófilo fue encontrado muerto, al pie del Monte Athos. Las te-
rribles heridas indicaban que había sido lapidado.

9. Hypnos y Thanatos

Sueño y muerte son hermanos gemelos: uno, sereno y dulce para los
hombres; el otro, de corazón de hierro y alma de bronce, es implacable.
Retiene al primer hombre que logra atrapar45; el sueño de Hypnos es breve,
el de Thanatos, definitivo, entrar en él es un riesgo, puede llevar al abismo,
a la nada.
Rodolfo, en Aguas del Aqueronte46 (1902) de Herrera y Reissig, busca el
olvido en el sueño de la muerte: "La Muerte [...] Era un sueño flavescente,
vago [...] ¡Trágame Noche Eterna!" (352). Prepara, con la exhuberancia
decadente de su fantasía, el lecho fúnebre cubierto de flores, y antes de inge-
rir el arsénico los amigos rompen la copa, ofreciéndole otro tipo de muerte:

un tósigo discreto que se desmaya en las venas con languideces traidoras. En


transportes voluptuosos la vida lentamente se desliza como una onda hacia el
borde de la eternidad. Delicias taciturnas, quimeras semidormidas [...] todo
eso experimenta el funebre saboreador del Néctar de la Muerte" (356).

"Sus ojos languidecían, se ilusionaban, se transmigraban [...] soñaban


paisajes muertos de necrópolis etéreas" (359). La noche caía en su concien-
cia. "Que se divierta una noche... Sin el amor o la morfina la vida es una
estupidez. ¡Y aún así!..." (360).
Al recibir la fatal noticia de la muerte de su esposa, cuyo cuerpo es
arrojado al mar, para Tulio Arcos, protagonista de Sangre Patricia47 (1902)

45
Hesíodo, cit., pp. 54-55.
46
Julio Herrera y Reissig, Cuentos, en Poesia completa y prosa selecta, Caracas,
Biblioteca Ayacucho, 1978, pp. 352-360.
47
Manuel Díaz Rodríguez, Sangre Patricia (Biblioteca Popular Eldorado), Caracas,
Monte Ávila, 1972.

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390 Maria Beatrice Lenzi

de Manuel Díaz Rodríguez (Venezuela, 1871-1927) comienzan la pesadilla,


la alucinación, en la que todo tiene la consistencia, el movimiento del agua.
Soñaba que descendía a la profundidad y penetraba en una montaña purpú-
rea, donde había un gran lirio; allí brillaban los ojos de Belén, pero al abra-
zarla se convertía en "una laberíntica madrèpora blanca" (62).
"Temía que la realidad y el sueño se aviniesen para sojuzgarlo con una
servidumbre irredimible" (86). Hablaba con ella como si estuviese viva, y el
sueño ya no se desvanecía; comenzó a temer que la visión lo llevara a la locu-
ra. El llamado a Venezuela lo distrajo del sueño. En la nave lo acompañaba
una sirena que venía a buscarlo del fondo del mar, una sombra de mujer que
se deslizaba hacia los camarotes, como una suerte de Orfeo y Eurídice inver-
tidos. Poco antes de llegar a destino, Tulio sabía que su idilio debía acabar:
seguir a su sirena al mar o perderla para siempre. Rompe el silencio de la
tarde una voz que grita: "¡Un hombre al mar! [...] ¡Una desgracia!" (150).
Alsino ** (1920) de Pedro Prado (Chile, 1886-1952) es un niño que
sueña que ha volado. Despierto, intenta realizar el vuelo y la caída es fatal:
"Te has torcido el espinazo y vas a quedar curcuncho para toda la vida" (32).
Alsino presa de la fiebre, parece quedarse dormido. Salta de la cama, gesti-
cula y habla atropelladamente. Un ruido de campanillas lo azuza:

Llega a mi cabeza y pienso y deseo cosas que nunca imaginara; llega a mi len-
gua y no puedo impedir que hable, hable, hable. Todas las palabras que antes
escuchara, o leyera en la escuela, acuden y piden que las pronuncie [...] Y si
el calofrío llega a mis piernas, mis piernas se agitan impacientes [...] ¿Cómo
puede mi abuela decir que estoy enfermo? Mis piernas se van. ¿Dónde van?
Ligado a ellas, sobre ellas voy (34).

Emprende un peregrinaje, una iniciación. Su aspecto cambia: surgen


alas de su joroba; su aspecto de hombre-pájaro recuerda a la representación
de Thanatos, con sus enormes alas negras. El descenso se invierte en ascen-
so. Volando reconoce su casa; allí su abuela estaba moribunda:

Dime ¿cómo moriste? ¡Cuánto te he buscado, niño! Sólo tu sombrero encon-


tré flotando entre los juncos [...] ¡Qué alas tienes! [...] ¿Entonces ya estoy
muerta? [...] ¿Me has venido a buscar?... Ya eres todo un ángel... (128-129).

48
Pedro Prado, Alsino, 3 a ed., Santiago, Nascimento, 1928.

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De la rèverie a la alucinación. 391

Alsino se ha vuelto sabio, conoce todas las realidades humanas: la mal-


dad, la bondad, la burla, el miedo. Se difunde su extraña historia, y conoce
entonces el cautiverio, la vejación y también el amor. Llega a su última expe-
riencia: la ceguera, provocada por el amor perverso de una muchacha que
vierte ácido en sus ojos para encadenarlo a ella. Alsino es ya un santo, cura
a los enfermos, consuela a la gente. Ciego, emprende su último vuelo, que
lo llevará a las profundidades de la muerte, asciende hacia la noche agitando
sus alas enormes. De nuevo está soñando, en delirio febril, que vuela.

¿Volando? - exclama - ¡Otra vez vuelve esta pesadilla! ¿Hasta cuándo soñaré
que vuelo? ¡Y cuan fácil es! ¡Vamos! más y más alto... [...] A despertar! A
despertar! - exclama (294).

Se toma de las alas y las aprieta, echándose hacia abajo, en una caída
vertiginosa. Su cuerpo se enciende, el fuego lo consume y Alsino se disuelve
convertido en infinitos átomos. Al final del vuelo iniciático de la muerte,
Alsino despierta al sueño definitivo de la nada, de la noche total.

10. Muy siglo XIX, muy modernos

Los lugares del sueño, aquí seguidos, se presentan como espacios de


rescate del individuo, que el mundo de esos años comenzaba a negarle.
Todos siguen, con méritos literarios desiguales, senderos distintos, desde lo
exclusivamente estético a lo fantástico, de la angustia existencial a la preocu-
pación religiosa, pero en todos la realidad sigue allí, presente, y a veces hostil,
sin idealizaciones, pero tampoco sin belleza. Contar lo que se sueña es, de
alguna manera, un modo de dominar el universo, lo contradictorio del desti-
no, lo conflictivo de las relaciones del mundo; es forjar con la fantasía imá-
genes, delicadas o monstruosas, que despliegan una posibilidad de libertad
que la razón no puede darles y que les permite, al fin y al cabo, convivir con
ella. También es un modo de rescate de la literatura, pues aquí el sueño es
fantasía contada.
En este comienzo de siglo, aunque muy siglo XIX, lo moderno es ani-
marse a viajar por regiones sin límites; viaje que no logran emprender los
que, arraigados a su parcela, se conforman con sus lindes o de lo que la mira-
da puede abarcar, sin anhelar lo que está más allá del horizonte.

AISPI. De la rèverie a la alucinación. El sueño en la modernidad literaria hispa ...


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