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ESCUELA PSICOANALÍTICA DE

PSICOLOGÍA SOCIAL
TEORÍA DEL VÍNCULO

INTRODUCCIÓN

Vamos a iniciar el desarrollo del tema vínculo, objeto fundamental de la mirada de


la Psicología Social. Luego de abordados conceptos tales como la construcción
del psiquismo y la concepción del sujeto, nos centraremos específicamente en
el enfoque pichoniano de la estructura vincular. En esta línea rastrearemos el
modo en que Pichón transitó desde una postura inicial estrictamente psicoanalítica
a la que luego edificó desde la disciplina que hoy conocemos como Psicología
Social.
Recordemos brevemente que Pichón era médico psiquiatra y psicoanalista, y que
fue uno de los fundadores de la Asociación Psicoanalítica Argentina.
Pichón desplegó su experiencia y elaboró su teoría trabajando con pacientes -con
neuróticos, con psicóticos- tanto en tratamientos individuales como grupales.
Pero la tarea que más le apasionaba se circunscribía al ámbito hospitalario. Allí
tomó contacto con la realidad de la psicosis, cuadro que tradicionalmente
quedaba marginado de la práctica psicoanalítica -y de la sociedad toda.
Transponiendo los muros de la marginación y la segregación, Pichón intenta una
mirada de acercamiento destinada a romper con el aislamiento a que el psicótico
queda habitualmente sometido. Bien sabemos que Freud descreía de la
posibilidad del tratamiento de la psicosis por vía del psicoanálisis, pero que
Melanie Klein postulaba lo contrario. Pichón, que adscribía a la Escuela Inglesa,
sostenía que en toda psicosis hay un resto estructural conservado desde donde
es posible intentar la vía psicoanalítica.
Desde la década del treinta hasta 1952 Pichón trabajó en el Hospicio de las
Mercedes -actual Borda- como Jefe del Servicio de Admisión. Cuando un
paciente psicótico ingresa al hospital, lo hace en un momento de crisis, donde el
profesional que realiza la entrevista tiene la oportunidad de observar ciertos
fenómenos que son propios de la enfermedad pero que en ese momento de
eclosión están aumentados, sobredimensionados. Además, tiene la ventaja de
poder enfocar dichos fenómenos en una situación de transferencia.
En las entrevistas de admisión la conducta del sujeto se recorta en una relación
figura/fondo, donde sus actos como figura se destaca contra un contexto familiar
que oficia de fondo. En tales circunstancias Pichón observa que la conducta del
sujeto enfermo no está de ninguna manera desligada respecto del conjunto
familiar al que pertenece. Esto se manifiesta a través de las formas de presencia o
de ausencia de la familia en la entrevista, desde el momento en que la crisis, con
su sintomatología exacerbada, pone al desnudo distintos aspectos de la trama
vincular familiar.
Tal es el caso de los juegos de asunción y depositación de roles entre los
miembro del grupo familiar, los tipos de ansiedades que predominan, las
fantasías que circulan, las situaciones de complicidad y exclusión, etc.
La situación de crisis muestra, como bajo una lente de aumento, todos los
mecanismos de funcionamiento de la familia, en especial las fantasías acerca de
ese funcionamiento y los argumentos que organizan la interacción entre sus
miembros. Llamamos “argumento” a esta especie de novela familiar
inconsciente que circula en cada familia como elemento organizador del
conjunto. Por vía de la transferencia en la entrevista de admisión se actualizan
roles, depositaciones, fantasías. “Actualizarse” equivale a decir manifestarse aquí
y ahora, con un sentido de actualidad en relación al terapeuta -en este caso el
profesional a cargo de la entrevista.

CAUSALIDAD RECÍPROCA

Tradicionalmente el grupo familiar entiende al enfermo como un “grano” que hay


que sacárselo de alguna manera. El relato que la familia puede hacer en relación
al miembro enfermo, es muy probable que revele lo que éste hace, pero
difícilmente desnude qué ponen los otros miembros del grupo familiar para que
el sujeto funcione bajo determinada modalidad.
De esta forma, observando en forma directa las interacciones entre el enfermo y
su grupo familiar, el relato del que hablábamos se completa y se comprende.
Accedemos así a las condiciones concretas que en un determinado momento
llevan a un sujeto a la enfermedad o hacen que ésta eclosione críticamente,
pudiéndose así establecer verdaderas relaciones de causalidad.
Cuando hablamos de “causalidad” no estamos utilizando el término en un sentido
lineal (“este individuo está enfermo porque su familia es así” o “esta familia está
mal porque tiene un sujeto enfermo”) sino en el sentido de una causalidad
dialéctica. Llamamos así a un proceso de condicionamiento recíproco donde
es posible entender lo que le pasa al sujeto a la luz de lo que le ocurre al conjunto
de los miembros de la familia, así como entender los proceso familiares a partir de
la observación de aquello que manifiesta el sujeto.
Esta causación recíproca entre las características de la estructura y las
características del sujeto enfermo es lo que lleva a Pichón a postular que la
enfermedad aparece como un novedad del grupo familiar y el enfermo como el
portavoz del conflicto que allí se manifiesta.
Desde esta óptica, definimos a la enfermedad como el emergente de una
situación familiar y al enfermo como aquél que la denuncia en lo que dice, en lo
que hace, en sus formas de conducta. La familia queda pues planteada como un
sistema, como una estructura en la cual cada cosa que le sucede a cada quién es
función de lo que le pasa al conjunto y viceversa.
Llamamos estructura al conjunto cuyos elementos están de alguna manera
articulados, intrerrelacionados, en mutua dependencia. Esta concepción focaliza
su mirada en los procesos de interacción. Desde la posición terapéutica el centro
de atención se sitúa en la situación de vínculo, no solamente entre el sujeto
enfermo y los restantes sino entre todos los sujetos, revelándose como dijimos,
sutiles juegos de alianzas y exclusiones. Si sólo mirásemos al sujeto enfermo
recortado de su entorno, de alguna manera lo estaríamos fragmentando de una
estructura de la que forma parte por lo que sólo desarrollaríamos una comprensión
pobre. Desde la óptica pichoniana, centrándonos en la estructura de la interacción,
llegaremos a una comprensión más acabada de los fenómenos que se manifiestan
en la enfermedad.
Para la Psicología Social la unidad de análisis deja de ser el sujeto y pasa a ser
la familia, más concretamente la red vincular que estructura a sus miembros.

Todo esto implicó en su momento un verdadero replanteo respecto de la postura


psicoanalítica ortodoxa, ya que si bien el psicoanálisis entiende al sujeto como
alguien que emerge de una situación vincular, su mirada está fuertemente
enfocada en los fenómenos intrasubjetivos, es decir, en la interioridad del sujeto.
Vale decir que en psicoanálisis se jerarquiza la investigación del mundo interno
con cierta prescindencia del mundo externo y de la dialéctica que se establece
entre ambos.
El proceso interaccional, es decir el vínculo, es entendido como el factor
fundante de la subjetividad, la escencia a partir de la cual el psiquismo se
construye.

SUBJETIVIDAD Y CONTEXTO

No debemos, sin embargo, ser taxativos en cuanto a la postura del psicoanálisis


en lo que atañe al contexto. En Psicología de las Masas y Análisis de Yo, Freud
dice: “En la vida anímica individual aparece integrado siempre efectivamente el
otro como modelo, objeto, auxiliar o adversario, y de ese modo la psicología
individual es al mismo tiempo y desde un principio una psicología social, en un
sentido amplio pero plenamente justificado”.
Desde esta perspectiva el otro es siempre un otro que tiene que ver con la
constitución del sujeto, siempre hay un otro que es significativo y toma parte en
la construcción del psiquismo humano.
En otro texto -El Yo y el Ello- dice Freud: ”El Yo es aquella parte del Ello que ha
sido modificada por la influencia directa del mundo exterior”. Al nacer el sujeto es
puro Ello, y el Yo no es más que un Yo corporal. Dice también Freud “El Superyó
es el representante interno de nuestros padres”: nuevamente aparece una
instancia del psiquismo que reproduce en la interioridad del sujeto relaciones que
se ha tenido con otros, en este caso con las figuras parentales.
De lo que hablan estos textos es de la intervención del mundo externo en la
formación del sujeto, y en eso el Psicoanálisis y la Psicología Social están de
acuerdo. La diferencia estriba, reiteramos, en que el primero se centra en la
intrasubjetividad (construída por Otro) mientras que la segunda lo hace en la
intersubjetividad, es decir en la red vincular de la cual el sujeto es emergente.
Para comprender desde la Psicología Social cualquier patología, es necesario
analizar esa unidad de análisis que constituye el grupo familiar. Dice Pichón: “La
enfermedad es el emergente de un proceso grupal familiar, de un proceso de
interacción, que en un determinado momento y por las formas que reviste, genera
patología”.
Desde esta mirada, si bien la patología aparece en un momento puntual, sus
raíces se remontan a formas históricas de vinculación, de interacción en el
seno de una familia.
Tradicionalmente -y aún hoy en muchos casos- el enfermo era segregado e
internado. En una relación víctima/victimario la familia aparecía como víctima y
se recurría a una solución de tipo quirúrgico: extirpación y encierro; es más, se lo
encerraba detrás de un muro de ninguna manera metafórico, por cuanto
respondía a la necesidad de que ni la familia ni la sociedad pudieran ya verlo o
enterarse de su existencia. Como se observa, el atravesamiento ideológico es
aquí muy fuerte.
Pero debemos estar alertas frente a la posibilidad de caer en la situación inversa,
condensada en la afirmación: ”el grupo familiar es responsable de lo que al sujeto
le pasa”. Desde este razonamiento sólo invertiríamos la relación de causalidad por
tomar al sujeto como víctima y a la familia como su victimaria.
Esto plantea una clara diferencia entre un abordaje dilemático y otro dialéctico.
El objetivo consiste en partir de la transformación de un dilema en un problema.
Recordemos que un dilema es una situación en la que dos instancias opuestas
lejos de interactuar chocan. Problema, en cambio, alude a un proceso dinámico
que se encamina hacia una resolución.
Desde un abordaje dialéctico analizamos las relaciones entre la conducta
patológica del enfermo y la estructura del grupo familiar del que emerge. De este
modo apuntamos a las modificaciones necesarias en ambos planos para que el
sistema se reestructure.
Si solamente pusiéramos la mirada en el sujeto enfermo, aun en el caso de que se
lograra una modificación individual, al momento de su reinserción en un grupo
familiar inmodificado, o vuelve a enfermar o el grupo familiar se desestabiliza.
Veamos un caso concreto: una pareja de padres consulta a propósito de un chico
que no juega, que es apocado, que no tiene mucha iniciativa, en fin, un chico
“apagado”. Comienza una terapia individual con lo que la conducta del chico va
mostrando ciertas modificaciones. En cierto momento los padres reaparecen
recriminándole al analista que el chico se rebela, protesta, enfrenta a sus padres.
Esto pone de manifiesto que la conducta original del chico era la que por alguna
razón de la estructura, el conjunto familiar necesitaba.
He aquí un enfoque no dialéctico desde el cual se intenta modificar un elemento
sin operar simultáneamente sobre los otros. Se trataría, según la óptica
pichoniana, de un recorte artificial donde el sujeto es fragmentado. Los padres
de este caso clínico están necesitando al chico que no protestaba.
Cuando hablamos de patologías graves debemos tener presente que el rasgo
patológico se pone de manifiesto en la estereotipia de la conducta. En el caso
del enfermo todos los miembros del grupo familiar están atrapados en una
estructura de interacción. En un enfoque correcto es preciso no disociar al
enfermo de su contexto para investigarlo y curarlo, sino desplazar la mirada hacia
el verdadero lugar de residencia de lo patológico: los vínculos.
No es posible trabajar con un paciente si el grupo familiar no accede al
tratamiento.
Cuando hablamos de “abordaje terapéutico” estamos aludiendo a un concepto
más amplio que “tratamiento”. “Abordar” significar definir el cómo de la
comprensión del fenómeno, definir dónde se va ha focalizar la mirada, qué
aspectos se van ha jerarquizar respecto de otros.
Realizar un abordaje interaccional del sujeto supone centrar la mirada sobre el
sistema de comunicación y sobre la estructura de vínculos que hay en la
familia, aunque el paciente haya concurrido solo a la consulta. He aquí la
verdadera diferencia de enfoques entre el Psicoanálisis y la Psicología Social. No
se trata de una diferencia de objetos sino de distintos modos de jerarquizar los
elementos puestos en juego.
José Bleger, probablemente el más brillante de los discípulos de Pichón, dice:
“Estudiar individuos no es lo característico de la psicología individual. Lo que
caracteriza a ésta es estudiar o enfocar los fenómenos individuales como
abstractos y referidos totalmente al sujeto. Toda psicología es social y a partir de
ella se puede estudiar al individuo tomado como unidad; la diferencia entre una
psicología individual y otra social no se define por la cantidad de individuos que
investiga sino por las formas de estudiarlos. Así, si se estudian fenómenos de
masa y de grupo como determinados por el destino de la libido individual, se
están estudiando fenómenos sociales desde una perspectiva que es propia de
este enfoque y que reduce, en última instancia, los proceso psíquicos a las
vicisitudes del instinto. Pero si estudiamos a un individuo en función de sus
vínculo, de sus experiencias sociales, estamos ubicados en la perspectiva de la
psicología que se define como social”.
Veamos un ejemplo: con frecuencia se intentan explicar fenómenos tan
abarcativos como puede serlo un movimiento político abordando casi
exclusivamente las características psicológicas de un líder. Allí, aunque el objeto
es una masa, ni siquiera es un pequeño grupo, el enfoque puesto en juego es del
orden de la psicología individual. Se está explicando la conducta de una masa
desde la perspectiva de los móviles que guían al líder.
Si bien es cierto que no carece de sentido analizar las características del líder
cuando se trata de un movimiento fuertemente originado a partir de su persona, la
comprensión desde la óptica de la Psicología Social nos demandaría siempre
analizar cual es el interjuego entre las necesidades de la masa y las
características del rol que cumple el líder en función de aquellas necesidades del
conjunto.
Para desarrollar el pasaje entre el psicoanálisis y la psicología social, Pichón
conceptualiza trabajando en el campo de la salud mental, pero paulatinamente va
descubriendo que todo cuanto él postula para la comprensión del proceso del
enfermarse y para el abordaje de la cura en realidad es el determinante de todos
los planos del sujeto.
Para entender una conducta, y no solamente para entender una patología, va ha
ser necesario tomar en cuenta las condiciones del contexto.
Y dice: “siempre las condiciones relacionales de un sujeto van a terminar siendo
las que nos permiten acabar de comprender todo lo que el sujeto hace, lo que
elige como vocación para su vida, la manera en que elige pareja, la forma en que
aborda las relaciones con sus amistades, las mayores facilidades o dificultades
que tenga para desarrollar sus aptitudes, etc.”
Vale decir que este pasaje que inicialmente está referido al campo de la
enfermedad, va siendo ampliado, y permite una comprensión general del sujeto
como el emergente y portavoz de una situación de vínculo.
Esto es lo que vemos en los grupos, donde se intenta comprender las
manifestaciones de un sujeto como algo que desnuda o muestra, revela o
denuncia, algo que acontece en el grupo, y en este sentido interpretamos y
entendemos las conductas individuales como portavoces de una situación grupal.
A esto se refiere Pichon cuando habla de verticalidad y horizontalidad. Se trata,
como vimos en su oportunidad, de dos ejes, uno referido a las condiciones propias
del sujetro, y otro a las circunstancias contextuales o situacionales.
Ambos ejes se intersectan en el rol, entendido éste como un conjunto organizado
de conductas:
VERTICALIDAD

ROL

HORIZONTALIDAD
Todo esto sitúa en un lugar central de la teoría a la noción de vínculo, en la medida
en que sólo a partir de la comprensión de los aspectos o fenómenos vinculares se
podría llegar a la comprensión de la conducta de un sujeto.
LA TENDENCIA A LA INTERACCIÓN

El vínculo, a partir de este razonamiento, se constituye en el objeto de nuestra


mira. Y para pensar lo vincular, lo interaccional, vamos a partir de ciertos
conceptos que son directamente observables.
Lo primero que podemos notar es una cierta tendencia a la interacción. ¿Qué
quiere decir esto? Si nosotros nos planteamos cualquier situación de
copresencia, es decir cualquier situación en la que haya más de un sujeto,
podemos observar que los individuos sienten una cierta tendencia a interactuar.
Pensemos en las situaciones más anodinas, como una cola de colectivo o la sala
de espera del dentista, etc.
Todos alguna vez hemos tenido una experiencia concreta en situaciones como
estas, donde gestos, miradas, movimientos, sonidos -que no llegan a ser
expresiones con un texto claro- son instancias donde se tiende a emitir algún tipo
de mensaje aunque el contenido no esté codificado.
En una sala de espera, por ejemplo, la gente se pone como inquieta, mueve la
silla, carraspea, y en realidad se trata de situaciones que no podrían tener lugar si
se tratase de uno mismo u otro sujeto en soledad. Son señales emitidas de una
manera involuntaria, nadie podría pensar frases como ésta: "Voy a emitir
mensajes para ver si el otro me responde".
Sin embargo esta es una emisión de -llamémoslo así- protomensajes, ya que
como mensajes serían muy rudimentarios. Esta emisión de protomensajes nos
revela que la presencia del otro -en cualquier situación en que hay coexistencia
de sujetos- induce en nosotros una conducta interactiva. Cuando compartimos
un espacio con un otro no sólo registramos esa presencia, sino que además dicha
presencia se torna significativa y emergen conductas como de llamada de
atención del otro, conductas en las que está incluida también una cierta
expectativa de respuesta.
Ese comentario tan obvio de "¡Qué calor!" o "Parece que va a llover" no es
información para nadie, uno no le está diciendo al otro nada que interese decirle ni
que el otro no sepa. De lo que se trata es de la emergencia una cierta tendencia a
romper con la absoluta serialidad.
La situación de serialidad pura genera, pues, en los sujetos, cierta tendencia a
romperla. En esta búsqueda de la ruptura de la serialidad está comprometido el
hecho de que el otro siempre -con su sola presencia- es un otro significativo. Y su
respuesta es también significativa para nosotros. El otro y el nosotros podría ser
cualquiera, tanto en una situación bipersonal como multipersonal.
Cuando esto acontece, cuando se dan estas situaciones de primitiva conexión,
si uno se pusiera a observar las conductas de los diferentes sujetos
comprometidos en la interacción descubriría que en realidad hay un algo que las
organiza. No se trata de un algo exterior ni de movimientos al azar de cada quien,
sino que en la conducta de cualquier individuo está presente la expectativa de ser
captado por el otro y de obtener respuesta del otro.
En este sentido podemos decir que estas conductas están articuladas por una
cierta “lógica” interna. Aludimos a que una cierta legalidad de causalidad
recíproca está puesta en juego. Es decir, es causa de mi conducta la presencia
del otro; es causa de mi conducta la expectativa de que el otro me responda algo;
el otro me responde a causa de mi conducta.
Todo esto nos lleva a plantear que, efectivamente, cualquier situación de
interacción configura un sistema, aún la de una interacción tan rudimentaria como
la que acabamos de ejemplificar.
Apuntamos con esto a que no solamente en la comprensión de la conducta de un
sujeto dentro de un grupo estructurado es necesario tomar al conjunto como
sistema, sino que también en cualquier situación -aún en la conexión más precaria
entre sujetos- hay algo de lo vincular que necesita ser incluido si deseamos arribar
a un cierto grado de comprensión.
Aún la más rudimentaria de las conexiones configura un sistema estructurado en
base a la mutua articulación de las conductas.
No estamos hablando aquí de un vínculo configurado, ya que para Pichon un
vínculo se configura, se consolida, cuando se internaliza al otro, a la conexión con
ese otro y al sujeto mismo como parte de ese conjunto.

EL REGISTRO DE NECESIDAD
Ahora bien, ¿cómo se constituye todo esto? ¿qué es lo que hace que aparezcan
estas cosas, que aparezcan estas tendencias a la conexión? En definitiva, ¿que
es lo que hace que un sujeto se mueva hacia otro tendiendo a estructurar con ese
otro una conexión?
Lo que aparece como condición necesaria para que esto se dé es el registro de
la necesidad. O sea, que uno registre al otro como necesario para uno, como
necesario para que uno pueda lograr la satisfacción de las propias necesidades,
en relación a algún objetivo o a alguna tarea.
No estamos refiriéndonos a la ubicación ineludible del otro como factor vital sin
cuyo aporte nos sería imposible sobrevivir -aunque tal cosa ocurra en algunos
casos.
No nos movemos hacia un otro hasta tanto registramos que el hecho de que el
otro confluya con nosotros nos resulta necesario para algo. Un algo que puede no
ser una tarea objetiva; puede ser algo tan simple como -en el caso de la sala de
espera- lograr una cierta mayor soltura en que nos instalamos cuando empezamos
a charlar con el otro, lo que nos evita esa cosa de incomodidad.
Pero aun para un objetivo tan acotado como este, si nos movemos hacia el otro es
porque tenemos algún registro de que el otro nos es necesario, en este caso
para lograr la distensión.
En una situación más compleja será nuestro objetivo lograr la ejecución de alguna
tarea. Esto es así hasta tal punto, que el concepto de necesidad, se describe
SUJETO EL OTRO
NEXO

VÍNCULO
como fundamento motivacional del vinculo.
Motivacional tiene que ver con "motivo”. Necesidad es aquello que nos motiva y
que da fundamento a nuestros vínculos, el motivo que funda la relación de
interacción. Dicho de otra forma, tiene que existir una necesidad para que el
vínculo exista.

LOS DESTINOS DE LA NECESIDAD

Detengámonos en una pequeña cita de Pichon en relación a esto: “...el hombre es


sujeto de la necesidad; necesidad que sólo satisface en un intercambio con un
medio que está siempre entretejido de relaciones sociales. La interacción, el
vínculo, es un proceso motivado; se fundamenta en la necesidad; necesidad que
promueve la acción sobre el mundo externo en busca de la gratificación. La
necesidad es el fundamento último de los procesos de comunicación y
aprendizaje que hacen a la esencia de lo vincular y de lo grupal.”
En función de esto, el encuentro entre sujetos no surge por azar sino a partir de
la necesidad; y es el destino de la necesidad en el vínculo lo que nos lleva a
configurar la noción o la vivencia de un vínculo como frustrante o como
gratificante. ¿Qué quiere decir "el destino de la necesidad en un vínculo"? Si
nosotros estructuramos un vínculo a partir de una necesidad, en ese vínculo hay
diferentes destinos probables para esa misma necesidad (destino no en el
sentido de predeterminación sino como lo que va a acontecer). Significa que
pueden pasar diferentes cosas.
Alguien puede estructurar un vínculo con otro en la intención de satisfacer
determinada necesidad y, desgraciadamente, el destino de esa necesidad, en ese
vínculo, sea la frustración; en ese caso se tratará de una elección fallida de la
persona o del modo de vnculación.
Inversamente, puede haber una buena conexión, una buena elección del otro, lo
que determinaría un destino de gratificación.
Son mecanismos bastante complejos los que entran en juego en la estructuración
del vínculo, pero en principio gratificación y frustración serían los dos destinos
polares de una necesidad en un vínculo.
Naturalmente, como podemos comprender a esta altura de la teoría y de la
experiencia en grupos, ningún vínculo genera exclusivamente frustración o
gratificación. Los objetos reales con los que nos vinculamos son fuente de
instancias parciales y combinadas de ambas categorías; de allí que todo
intercambio relacional concreto esté fundado en lo que llamamos ambivalencia.
Según lo que suceda con la necesidad en el marco de un vínculo, el objeto -o sea,
el otro sujeto- será un objeto de amor o un objeto de odio, objeto de rechazo u
objeto de aceptación como instancias extremas, y un objeto de amor y odio en la
realidad de todos los días.
Lo que habitualmente acontece es que los objetos vinculares son más bien
objetos de ambivalencia, antes que de puro amor o puro odio, pura aceptación o
puro rechazo. En lugar de hablar de extremos taxativos debiéramos referirnos a
predominancias gratificantes o frustrantes.
Todo esto nos dice que la acción del otro tiene para nosotros un valor
significante; es decir: que el otro se acerque o no, y la forma en que se acerque
en relación a nuestra demanda, será un acto pleno de significado y de sentido en
relación a nuestra necesidad, así como el acercamiento o el alejamiento de la
mamá es un acto significante respecto de las necesidades del bebé.
LO INTRA, LO INTER Y LO TRANS

El vínculo con el otro se va estructurando y en algún momento se internaliza,


quedando luego consolidado. Esto nos lleva a pensar que el vínculo tiene dos
dimensiones: una intersubjetiva y otra intrasubjetiva.
“Intersubjetivo” es un vocablo que habla de algo entre dos o más. El “inter”
significa “entre”, por lo que intersubjetivo significa “entre sujetos”.
En cambio “intra” quiere decir “dentro”, por lo que “intrasubjetivo equivale a “dentro
del sujeto”.
De modo que hablar de estructuración alude a la dimensión intersubjetiva, y
hablar de internalización remite a la dimensión intrasubjetiva: a lo largo de ambas
instancias el vínculo se establece y se incorpora.
Existe una cierta correlación entre las dimensiones intrasubjetiva y la
intersubjetiva; es decir, no sería muy probable que si un vínculo es gratificante en
la conexión concreta con el otro, el sujeto lo tuviera internalizado como frustrante.
Se internaliza a partir de aquello que acontece.
Pero esta internalización tampoco es una reproducción exacta de lo que
acontece en el afuera, porque en este pasaje fantaseado del afuera al adentro hay
algún nivel de distorsión que tiene que ver con las vivencias subjetivas de cada
uno.
Por ejemplo: uno puede llevarse un poco mal con alguien, o tener algún choque
con esa persona en algún momento, y tener una vivencia tan terrorífica de lo que
acaba de pasar que adentro -en la dimensión intrasubjetiva- quede instalado como
un vínculo terrorífico.
Si en el vínculo se ha levantado un altísimo monto de ansiedad, es probable que
esa ansiedad provoque una gran distorsión en el proceso de internalización.
Representado internamente -en esta dimensión intrasubjetiva- tendrá
características que tienen que ver con lo real pero tales características estarán
sobredimensionadas, muy acentuadas.
Ahora bien. Si no hablamos de una situación patológica, en general habrá una
adecuación bastante ajustada entre una y otra dimensión, y habrá además una
interacción en donde una y otra dimensión estarán en una dialéctica
permanente; esta dialéctica, dice Pichon, no es otra que la que vincula mundo
interno y mundo externo.
Esto significa que aquello que acontece en la realidad condiciona el mundo
interno de un sujeto, pero a la vez la forma como se estructura su mundo interno
condiciona su modo de operar sobre la realidad.
En la medida en que esta interioridad opera sobre la realidad, también se modifica
la interacción con el otro (operación en la dimensión intersubjetiva). Y esto a su

LO INTRA

SUJETO
OBJETO

LO INTER
LO TRANS
vez vuelve a operar modificando la interioridad del sujeto, y así sucesivamente.
Vale decir que nunca hay una representación definitiva. Así como el vínculo no
es estático, la representación interior del vínculo tampoco es estática.
A los conceptos de intrasubjetividad e intersubjetividad debemos agregar el de
transubjetividad. Llamamos así, precisamente, a lo que trasciende a los vínculos
interpersonales. Estamos hablando del contexto social donde tanto el sujeto
como sus relaciones encuentran un lugar de emergencia.
Cuando hacemos un análisis dialéctico de un objeto cualquiera, se hace necesario
abordar estas tres dimensiones que desde nuestro código pueden ser nombradas
como “lo intra”, “lo inter” y “lo trans”.
ADAPTACIÓN ACTIVA Y PASIVA

Como ustedes recordarán, en Psicología Social preferimos el gerundio para


designar el concepto de la estructuración: decimos “estructurándose” en lugar
de “estructura”, ya que se trata de un proceso de modificación permanente. Este
es el movimiento del que da cuenta la dialéctica mundo interno-mundo externo.
Esta dialéctica se mantiene viva en las situaciones de salud y justamente esto es
lo que se conoce con el nombre de "adaptación activa a la realidad".
¿Quién se adapta activamente a la realidad? Aquel sujeto que se mantiene pasible
de ser atravesado por la realidad perimitiéndose interactuar con ella. El que no, se
rigidiza en conductas estereotipadas. Si un sujeto, frente a cualquier situación,
tiene respuestas que son siempre iguales a sí mismas, para él la dialéctica
entre el mundo externo y su propio mundo interno se ha interrumpido.
Es decir, significa que su mundo interno se cristalizó, se congeló, que los
estímulos no modifican en él ya nada, pero en esa medida él tampoco puede
modificar nada en la realidad porque está en una situación de estereotipia. Esta
situación de rigidización es lo que ha dado en llamarse “adaptación pasiva a la
realidad”.
Desde el vocabulario Pichoniano se define adaptación activa a la realidad como la
apertura a esta dialéctica mundo interno-mundo externo; esto implica mantener
abierta la capacidad de aprendizaje -entendiendo por tal al hecho de aprender y
aprehender la realidad y poder operar en consecuencia.
Si esta dialéctica entre mundo interno y mundo externo, entre las dimensiones
intersubjetiva e intrasubjetiva del vínculo, está abierta, podemos hablar de
situación de salud, de situación de aprendizaje y de adaptación activa a la
realidad.
Si, por el contrario, este circuito está interrumpido, el mundo interno está
cristalizado, esta dialéctica no existe, el medio es ineficaz en su operación sobre el
sujeto y el sujeto, correlativamente, es ineficaz en su operación sobre el medio;
estamos entonces en presencia de una situación donde el aprendizaje se ha
detenido. A esto lo denominamos adaptación pasiva a la realidad.
Estas dos modalidades de estar en la realidad son las que determinan lo que
podríamos llamar el estado de salud y el estado de patología o enfermedad.
Leemos a Pichón: "El sujeto es sano en tanto aprehende la realidad en una
perspectiva integradora y tiene capacidad para transformar esa realidad
transformándose a la vez él mismo. Está activamente adaptado en la medida en
que mantiene un interjuego dialéctico con el medio...”
En otro lugar el autor dice refiriéndose a la situación inversa, a la situación
patológica: "¿Cómo es esa relación, cómo es la lectura de la realidad en alguien
que vive ese particular tipo de experiencia a la que denominamos enfermedad
mental? Son formas empobrecidas, estereotipadas, parcializadas, distorsionadas
de relación. Se ha detenido el proceso de comunicación y aprendizaje, se ha
congelado la dialéctica, la modificación recíproca entre grupo interno y grupo
externo".
En el primer caso hablamos de vínculos sanos; en el otro de vínculos
enfermos.

EL ORDEN DE LO “PROTO”

Ahora bien. Todo esto se comprende perfectamente cuando pensamos en gente


adulta, estamos hablando de vínculos entre sujetos formados, estamos hablando
de grupos de sujetos asumiendo que hay ya toda una capacidad de vinculación
establecida. Pero nos faltaría abordar qué pasa con la situación de vinculo en el
inicio de la vida. ¿Podriamos hablar de vínculo en un recién nacido, por ejemplo?
En principio Pichón dice que aún antes del nacimiento, si bien no se puede hablar
de vínculo en un sentido estricto, se puede hablar de protovínculo. “Proto" alude
a lo rudimentario, a algo que no se ha desarrollado. Pero existe en los orígenes un
cierto protovínculo. Este protovínculo, cuando pensamos en la vida intrauterina,
remite a una relación particularmente asimétrica.
Obviamente, hay un sujeto comprometido en ese protovínculo desde su condición
de adulto, un sujeto ya desarrollado, y otro ser (o también podríamos llamarlo
"protosujeto" en cierto sentido) comprometido desde su posición de sujeto en
proyecto. Uno que ya está constituido -la mamá- y otro que empieza a constituirse
en todos los sentidos: en el sentido biológico, en el sentido psíquico y también
en el sentido social.
Por lo tanto el vínculo en construcción compromete al uno desde su madurez y al
otro desde su más absoluta inmadurez.
En todo esto juega un papel fundamental el cuerpo; si lo miramos desde el lugar
de la madre, podemos hablar de un protovínculo que la compromete plenamente
en su psiquismo, pero también en su corporeidad. Cuando miramos desde la
perspectiva del bebé, juega un papel absolutamente básico el cuerpo del
pequeño.
Los registros a esta altura no tienen otro lugar de inscripción posible que el
cuerpo (que también en cierto momento lo podríamos llamar "protocuerpo", es
como que todo está en gestación).
Ahora bien: si el vínculo se origina en la necesidad, ¿cómo es esto en la vida
prenatal? Prácticamente no hay necesidad; casi no hay registro de necesidad ni
tensión de necesidad. Porque salvo en los escasísimos momentos en que se da
alguna situación particular, -por caso, tremendas emociones o enfermedades de la
madre- en general la situación del bebé en esta etapa prenatal es la de
gratificación constante: hay allí suministro permanente de oxígeno y de alimento,
estabilidad de sensaciones, existe estabilidad térmica, estabilidad lumínica, hay
una cuasi estabilidad sonora.
Sin embargo, más de una vez hemos oído decir a una futura mamá que en cierto
momento en que sufrió un gran susto hubo una respuesta del bebé. Que se
movió, que respondió. Esto es bastante habitual y tiene que ver con que el
intercambio que se da entre estas dos instancias corporales, que es básicamente
un intercambio humoral -humoral es sinónimo de hormonal.
En los momentos de tensión psíquica tienen allí lugar descargas de ciertas
hormonas, lo que da lugar a ciertos registros de necesidad, También suelen
presentarse situaciones de anoxia -reducción de los niveles de oxígeno en
sangre- en la vida intrauterina.
A esa situación de estabilidad de sensaciones o predominancia de estabilidad de
sensaciones que se da en la vida intrauterina, Pichón la denomina protoesquema
corporal. El esquema corporal es la representación psíquica que nosotros
tenemos de nuestro propio cuerpo; o sea, la idea que cada uno tiene del propio
cuerpo, cómo se representa uno a sí mismo en el orden de lo corporal.
Esto puede ser visualizado en el adolescente, cuando crece de golpe: se vuelven
torpes, han perdido la noción de sus propias dimensiones corporales, se
chocan, las cosas se les caen. La violenta variación del cuerpo se combina con la
imposibilidad de construir su nuevo esquema corporal a la misma velocidad con
que el propio cuerpo cambia. Es por ello que tardan en adecuarse, en saber hasta
dónde llegan con sus proporciones corporales.
“Esquema corporal" no alude tanto a la posesión de los datos acerca de cómo es
el propio cuerpo, sino a que esté incorporada una especie de representación
relativamente consciente, que aunque uno no esté pensando en ella, opera.
En el bebé, obviamente, no puede haber esta representación, pero lo que hay es
algo más primitivo: se trata de una estabilidad de sensaciones sentidas por él en
un registro corporal.

TENDENCIA A LA FUSIÓN

En el momento del nacimiento se produce la primera situación de


discontinuidad, que es de orden físico. Estos dos cuerpos, que eran uno,
funcionaban simbióticamente y uno a expensas del otro; se dividen y se
constituyen en dos. La primera discontinuidad, la primera gran ruptura, es por lo
tanto de orden material.
Se trata en verdad de una gran ruptura en la que dos seres están comprometidos.
Se tiende a hablar de las pérdidas del bebé, pero también hay una importante
pérdida materna en la medida en que varía dramáticamente su propio esquema
corporal y queda atrás en un instante una realidad que procesó por espacio de
nueve meses. No en vano aparece lo que conocemos como “depresión post-
parto”, y hasta, en algunos casos, la psicosis del puerperio.
Se rompe, decíamos, la unidad corporal y se pierde una sensación de globalidad
que afecta tanto al bebé como también a la madre. Y aquí aparece el primer
registro de necesidad para el bebé: por primera vez se instala la tensión de
necesidad, pero necesidad que tiene su correlato también en una necesidad
materna. Es decir, habría como una tendencia mutua a reconstruir la fusión previa.
Se comprende entonces esa necesidad de las mamás de tener en los primeros
días al bebé consigo y llevárselo a su cama, de tenerlo contra su cuerpo. No se
trata sólo de que al bebé le hace falta porque ha perdido aquella continuidad -lo
que es cierto y por otra parte la nueva pediatría lo promueve-, sino que también se
trata del registro a veces consciente, a veces inconsciente, de reestructurar la
fusión aunque sea en esa medida.
Lo que se produce en el bebé es algo que se llama protodepresion, que es
como un estado confusional inicial por la pérdida (de ahí que la llame
"depresión", la palabra depresión tiene que ver con el registro de una pérdida, no
es sinónimo de tristeza) depresión que, como se ha dicho, se corresponde con la
depresión materna de post-parto.
De este mutuo sentimiento de pérdida es de donde surge la tendencia al vínculo,
que inicialmente no tiene otra posibilidad que ser plenamente asimétrico.
A diferencia de lo que más adelante tendrá lugar en los vínculos adultos, donde,
como se ha dicho, la responsabilidad de lo que acontece es igualitaria, en este
período reconocemos una asimetría en donde están comprometidas ambas
partes, pero donde el único término que tiene la posibilidad de frustrar o gratificar
es la mamá.
Sin embargo, es importante hacer notar que ya en el inicio esto es un camino de
ida y vuelta porque, si bien la mamá es la que tiene el poder de satisfacer la
necesidad del chico y, además, satisfacerla de determinada manera.
Por otra parte, hay vicisitudes de presencia o ausencia; pero además, en materia
de presencia hay diversas instancias. En cuanto al bebé, también existen
variantes: algunos son naturalmente ansiosos o por el contrario tranquilos, unos se
adaptan más rapidamente a la espera y otros en menor medida. El bebé también
participa en la calidad del vínculo, en el grado de gratificación o frustración puesto
en juego.
Esto significa que aun con toda la asimetría existente en los primeros momentos
del vínculo, el bebé pone su cuota de actividad, de protagonismo y de poder,
erigiéndose, aunque en su modesta medida, en condicionante de las conductas de
su madre.
Esto nos permite ver cómo desde los momentos vinculares iniciales, ambos
términos están comprometidos definiendo los posibles destinos de la necesidad.
En materia vincular, un complejo proceso tiene lugar desde las primeras instancias
del protovínculo hasta nuestro acceso a los vínculos multipersonales, como
serian las situaciones de grupo, que en el abordaje de la Psicología Social
aprendemos a mirar como verdaderos sistemas.

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