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La necesidad de consuelo

El autor de este texto fue Stig Dagerman (1923-1954), poeta, novelista y
crítico que se suicidó a los 31 años. Nihilista convencido, conocía demasiado
bien la fuerza gravitacional que nos atrae hacia la tumba. En sus obras dirige
una mirada tierna sobre las vidas de los seres humanos ordinarios. Pero,
alejado como estaba de una visión bíblica, carecía de un impulso hacia las
alturas, de una esperanza, y percibía la existencia humana como carente de
sentido (Erik VARDEN, Quand craque la solitude. La Mémoire et la Vie, Les
Éditions du Cerf, Paris, 2019, pp. 34-37)

“No tengo fe y por lo tanto no puedo ser feliz, pues un hombre que teme
que su vida sea un caminar absurdo hacia una muerte cierta no puede ser feliz.
No he recibido en herencia ni dios, ni un punto fijo sobre la tierra en el que yo
pueda llamar la atención de un dios: tampoco me han transmitido el furor
disfrazado del escéptico ni el candor ardiente del ateo. En consecuencia no me
atrevo a arrojar la piedra a quien cree en cosas que no me inspiran más que
dudas, ni a quien cultiva su duda como si esta no estuviera, también, rodeada
de tinieblas. Pues esa piedra me alcanzaría a mí mismo que estoy muy seguro
de una cosa: que la necesidad de consuelo que posee el ser humano es
imposible de saciar.

Por lo que a mí se refiere, persigo el consuelo como el cazador persigue


a su presa. Dondequiera que me parece verlo en la selva de la vida, disparo.
Muchas veces solo alcanzo el vacío pero, de cuando en cuando, una presa cae
a mis pies. Y como sé que el consuelo solo dura lo que dura un soplo de viento
en la cima de un árbol, me apresuro a apoderarme de mi víctima”.

“Como uno a quien su madre consuela, así yo os consolaré y en Jerusalén


seréis consolados” (Isaías 66, 13).

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