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Paz y cosmopolitismo

Una revisión del opúsculo de Kant

Raquel Fernández Ramos

GRADO EN RELACIONES INTERNACIONALES


UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID

TRABAJO FIN DE GRADO RELACIONES INTERNACIONALES

08/09/2015

Tutor: Isaías Barreñada


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Dedicatoria

A las personas que han estado a mi lado en estos años de universidad, oasis de
conocimiento que ha provocado un paso fundamental en mis concepciones sobre la
vida.
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Índice

Página

Introducción ……………………………………………………………………………..4

Capítulo 1. Antecedentes ………………………………………………………………..6

Capítulo 2. El texto de Kant …………………………………………………………...15

Capítulo 3. Autores posteriores ………………………………………………………..25

Conclusiones ………………………………………………………………………...…34

Referencias bibliográficas …………………………………………………………..…39


4

Introducción

El filósofo alemán Immanuel Kant (Königsberg 1724- id. 1804) elaboró un


tratado en 1795: Zum ewigen Frieden, cuya traducción al español sería La paz perpetua.
Bajo este título introduce la idea del derecho cosmopolita, que se añade al derecho
estatal y al internacional (ius gentium). Para Kant existen, de hecho, tres ramas del
derecho público: el derecho político, el derecho internacional y el derecho cosmopolita.

Su ansiada paz perpetua se presenta como un fin hacia el que dirigirse de manera
continua a través de la teoría y la práctica política de la sociedad internacional. La
historia nos ha presentado la dificultad de tal empresa: todavía quedaban por sucederse
las dos guerras mundiales y los “conflictos periféricos” de la Guerra Fría, entre tantos
otros conatos bélicos a lo largo y ancho del globo. Sin embargo, esta premisa merece su
debida revisión cada cierto tiempo analizando los retrocesos sufridos pero también los
cambios vividos que nos acercan a esa instauración de paz, como la creciente labor
codificadora del derecho internacional y de los derechos humanos bajo el auspicio de
Naciones Unidas.

La paz, desde su concepción, debía separarse de los tratados post bélicos


(pactum pacis) ya que estos condicionan su carácter temporal e incluso transitorio entre
una guerra y la siguiente; son los mal llamados tratados de paz, siendo en realidad
armisticios. Para superar esta situación propone la instauración de una asociación de
Estados libres:

“Tiene que haber una federación (ein Bund) de índole particular, que puede
llamarse federación pacífica (Friedensbund, foedus pacificum), la cual se
distinguiría del tratado de paz (Friedensvertrag, pactum pacis) en que éste trata de
poner fin meramente a una guerra, y aquella, en cambio, a todas las guerras para
siempre. (…) Esto sería una confederación de Estados (Völkerbund), que no tendría
1
que ser, no obstante, un Estado federal (Völkerstaat).”

El “veto irrevocable” a la guerra lo reitera con estas palabras en su Metafísica


de las costumbres en 1797: “no debe haber guerra”. El fin último no es eliminar las
diferencias entre los pueblos, sino suprimir la violencia institucionalizada que supone la

1
KANT, Immanuel (2013). La paz perpetua; Joaquín Abellán, Madrid, Tecnos. Edición de Joaquín
Abellán.
5

guerra recurriendo a métodos pacíficos de solución de controversias respetando las


identidades nacionales.

Kant recoge, partiendo de la Ilustración y su fe en la razón, unos amplios


antecedentes de autores dedicados a los análisis sobre la ética, el derecho, la moral y la
política. Todos ellos crearon con sus obras el género literario irenista cuyo exponente es
el antecesor inmediato de Kant, el abbée de Saint- Pierre. Esta tradición intentará
recogerse en el capítulo primero del presente trabajo analizando las ideas que nuestro
autor compila de pensadores anteriores y sus originales diferencias. Continuando en el
capítulo segundo con un análisis pormenorizado del propio opúsculo de Kant, con
estructura de tratado internacional. En el capítulo tercero se realizará una comparación
de sus ideas con las de otros autores, las críticas y mejoras sugeridas a raíz de su texto y
para finalizar, una reflexión acerca de la vigencia de los postulados de derecho, paz,
guerra y cosmopolitismo en nuestra era tecnológica, donde las circunstancias y los
conflictos bélicos se han reformulado de tal manera que han llegado a aparecer
conceptos poco imaginados por Kant como las “guerras asimétricas” o la imposibilidad
de diferenciación entre civiles y combatientes con el uso de armas teledirigidas
automatizadas como los drones.2 Para este análisis se utilizarán, en su mayoría, fuentes
secundarias, con la excepción del tratado objeto de estudio de este trabajo, que se
analizará bajo su lectura directa con ayuda de comentarios de otros autores y autoras
estudiosas del tema.

2 Calduch, R. (1993), “La guerra convencional y la carrera de armamentos”, Dinámica de la sociedad


internacional. Madrid, CEURA.
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Capítulo 1. Antecedentes

Con antelación a que Kant planteara la idea de paz perpetua, ésta ya se había
sugerido por diferentes teóricos, creadores de una corriente de pensamiento que se ha
desarrollado a lo largo de la historia. Los motivos que les motivaron para este trabajo
son dispares, algunos se basaron en la idea de una unidad religiosa y la salvación de sus
creyentes, y otros en el interés en reducir el absolutismo de algún monarca. El hito que
supuso la obra de Kant deviene de que recoge un gran conocimiento teórico y una gran
capacidad de análisis empírico de la realidad y expone sus ideas de manera muy clara.
Su obra no puede considerarse en su conjunto como accesible para todas las personas
aunque muchos de sus puntos sí estén expuestos de manera muy concisa y directa. La
influencia de su planteamiento lo podemos ver en la ampliación en las últimas décadas
de cada vez más organizaciones regionales o, al menos, intentos de cooperación en el
ámbito económico; el alcance todavía no lo podemos saber ya que la meta de la
instauración de una paz perpetua todavía lleva consigo enormes esfuerzos humanos en
pos de su consecución en contra de muchas voluntades. A referencia de esta afirmación,
las palabras de Kant, con respecto a la posición de los Estados frente a los filósofos, son
clarificadoras:

“(…) todavía se cita fielmente a Hugo Grocio, a Pufendorf, a Vattel y otros como
justificación de un ataque bélico (¡dichoso consuelo!) –aunque los escritos
filosóficos o diplomáticos de estos autores no tengan la menor fuerza legal, o no la
puedan tener porque los Estados como tales no están sometidos a ningún poder
exterior común−, sin que se haya dado un solo caso de que un Estado haya
abandonado sus proyectos por las argumentaciones de tan importantes hombres.”

El tratado kantiano suscitó, y todavía suscita, mucha controversia al igual que


los proyectos de sus predecesores, y es que nunca la paz fue una empresa fácil. Muchos
seres humanos la pueden considerar utopía y con ello desinteresarse, en tanto que, otros
muchos, pueden verla como un fin merecedor del esfuerzo de teorizar sobre sus
condiciones y su consecución. Con respecto a los que desprecien la idea por irrealizable,
Kant, se cuida de utilizar como subtítulo: “un ensayo filosófico”, pero, sin embargo, se
debe señalar que muchas de sus ideas ya se han llevado a cabo en estos más de dos
siglos que nos separan, como por ejemplo la Liga de Naciones, iniciada y terminada por
su fracaso. Su heredera la Organización de las Naciones Unidas en cuya Asamblea están
representados todos los países (que no todas las naciones) del mundo; las cuales,
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retrocediendo en el tiempo, seguramente tampoco tendrían sentido para muchos


coetáneos de los pensadores pacifistas.

En palabras de Truyol, gran exponente de las Relaciones Internacionales, “la


conciencia cristiana, humanística e ilustrada, e incluso consideraciones políticas y de
seguridad, fueron desarrollando un ideal pacifista que aspiraba a poner fin a toda
guerra”. Partiendo de esta base, es el objetivo de este capítulo, identificar cuáles han
sido los mayores ejemplos de este proyecto para la instauración de la paz entre las
personas, algunos planteados para el marco territorial de Europa y otros con ambiciones
universalistas. Comenzamos con un brevísimo recorrido histórico hasta nuestro
principal autor galo:

La Antigüedad abarca una cultura muy prolífica de la que solo resaltamos a


nuestro propósito dos pinceladas: en Grecia se encuentran las bases de la idea de
ciudadanía global y naturaleza en la filosofía estoica y tras la desaparición de su
hegemonía, en el Imperio romano, que asimila su cultura así como la de otros pueblos
conquistados, se pretendía la pax romana defendida por pensadores como Cicerón,
Séneca o Marco Aurelio.

En la Alta Edad Media Maximiliano de Bethume escribe la Republique


Chretienne que pretendía formar asambleas con las diferentes naciones europeas para
establecer paz entre ellas. En la Baja Edad Media el también poeta Dante escribe Tres
libros sobre la monarquía donde se muestra a favor de la instauración de una
monarquía universal que permita la paz. En 1324 Marsilio de Padua apoya la soberanía
de Luis de Baviera en contra de las luchas entre reinos y Papas en su Defensor Pacis.
Un siglo más tarde, Nicolás de Cusa publica La paz de la fe en 1453, propugnando la
unión de los pueblos bajo una sola religión respetando la diversidad de ritos.

El papel de la religión juega un papel muy importante porque la paz se veía


como la unión entre iguales en confesión; la unidad religiosa se asimilaba a la unidad
política, era el cumplimiento del mensaje de salvación cristiana: la Res Pública
Christiana.

En el siglo XVI Erasmo de Rotterdam inicia el humanismo pacífico con su


Quaerela pacis y Juan Luis Vives escribe dos tratados: De concordia et discordia in
humano genere y De pacificatione. En este siglo no podemos dejar de mencionar al
8

gran autor español Francisco de Vitoria, secularizador del derecho internacional,


sustituyendo el término “la cristiandad” por “la orbe”: “reconocimiento de la
personalidad jurídico- internacional de las comunidades políticas no- cristianas”
(Concha Roldán: 1998).

Grocio (1583- 1645) publica De iure belli ac pacis en 1625, donde funciona
como el precursor del derecho de gentes o derecho internacional, con categoría de ius
cogens, cuando establece la necesidad de que la soberanía debe someterse a éste para
que las naciones puedan sobrevivir, llegando a plantear, además, la posibilidad de unos
mecanismos de derecho que regulasen las controversias en tiempo de guerra, lo que
podría ser un inicio del actual derecho internacional humanitario.

El duque de Sully, Maximilien de Béthune, ministro de Enrique IV, buscó en sus


Mémoires des sages et royales oeconomies d’Estat de Henry le grand (1638- 1662) le
grand dessein de una unión dentro de la cual quedaban abolidas las aduanas, constituida
por un Consejo General regidor de un ejército permanente y seis Consejos Provinciales.
Su objetivo era hacer frente al aumento de influencia de la Casa de Austria y la amenaza
del Imperio turco.

En 1648 se firma la Paz de Westfalia que pone fin a la guerra de los Treinta
años, cuyos firmantes podían interpretar como “la resurrección del Sacro Imperio
Romano”, siendo una justificación de los imperios absolutistas. Los textos que abundan
buscan más un intento de establecimiento de las características para que una guerra sea
justa siguiendo la idea de San Agustín de “no buscar la paz para hacer la guerra, sino
hacer la guerra para conquistar la paz”.

Willian Penn, años después, en 1693, publica Ensayo para llegar a la paz
presente y futura de Europa “de honda inspiración religiosa” (Truyol: 1996) donde
imaginaba un Parlamento en el que no se rechazaba de base la posible incorporación de
Rusia o Turquía.

Con los inicios del Siglo de las Luces y su énfasis en la razón aparece la
corriente del iusnaturalismo racionalista en los siglos XVII y XVIII con Pufendorf o
Christian Wolff, cuando en 1713 nace el Projet pour rendre la paix perpétuelle en
Europe, en dos volúmenes, de Charles Irenée Castel de Saint- Pierre (1658- 1743),
9

junto a un tercero publicado en 1717 con el título de Traité pour rendre la paix
perpetuelle entre les souveraines chrétiens.

El enorme proyecto de este abad fue resumido en un Abrégé y un Supplément en


1729 y 1733, respectivamente, los cuales no fueron bien recibidos por sus coetáneos y
no tuvo gran repercusión. Su obra solo se conoció a través de Rousseau que publicó un
Resumen en 1761 y un Juicio en 1782, hasta que más adelante Simone Goyard- Fabre
reeditó estas obras en edición facsímil en 1981 con 719 páginas. Tras el prefacio, para
proponer los medios para la construcción de la paz, el abad desarrolla en sus dos
primeros volúmenes siete discursos organizados a modo de silogismos comparando dos
juicios para extraer un tercero que funciona como conclusión. Se espera que de estos
juicios comparados o premisas se derive una verdad basada en el raciocinio. Es un
sistema de lógica propio de Aristóteles, el cual se entiende mejor poniendo como
ejemplo el primer silogismo o silogismo de Bárbara: premisa primera todos los hombres
son mortales, premisa segunda Sócrates es hombre, conclusión Sócrates es mortal.

En su obra se organizan los capítulos tal que Primer Discurso- Premisa mayor,
Segundo Discurso- Premisa menor, Tercer Discurso- Conclusión, en los que intenta
explicar los beneficios para los soberanos cristianos de establecer una Dieta europea o
senado para evitar futuros enfrentamientos. Expone la inestabilidad del sistema de
mantenimiento de paz bajo la premisa del equilibrio de fuerzas entre las casas reales de
Austria y de Francia, del que no se puede esperar ninguna seguridad. Como referencias
a sus exposiciones, utiliza la obra, anteriormente explicada, del ministro del rey Enrique
IV, el duque de Sully, y la construcción de la confederación alemana3

Si juntamos estos tres primeros capítulos tenemos una nueva premisa mayor que
sirve para el Cuarto Discurso- Premisa menor donde expone los medios para alcanzar
esa unión de soberanos cristianos para llegar a una Conclusión que no es más que la
afirmación final de la creación de esa Dieta europea como único medio para proteger la
seguridad y la paz del continente. Este senado, dotado con poderes legislativos y
judiciales, estaría compuesto por 24 representantes de cada país miembro: Francia,
España, Inglaterra, Holanda, Saboya, Portugal, Baviera y sus asociados, Venecia,

3
“Les mêmes motifs et les mêmes moyens qui ont suffi pour former autrefois une Societé permanente de
toutes les Souveraneitez d’Allemagne, sont égalmente en notre pouvoir, et peuvent suffire pour former
une Societé permanente de toutes les Souveraneitez Chrétiennes”, abbée de Saint- Pierre: 1713.
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Génova y sus asociados, Florencia y sus asociados, Suiza y asociados, Lorena y


asociados, Suecia, Dinamarca, Polonia, el Papado, Moscovia, Austria, Curlandia y
asociados (Danzic, Hamburgo, Lubek y Rostok), Prusia, Sajonia, Palatinado y sus
asociados, Hannover y sus asociados y los arzobispos electores y asociados. Cada uno
de ellos aportaría 24.000 hombres para formar un ejército permanente de un total de
600.000 para intervenir allí donde no se cumpliesen los acuerdos del senado.4

Europa en el año 1700. Disponible en línea: www.euratlas.net

Es un proyecto limitado a la unión religiosa en la que se aspira a alcanzar la paz


interna y firmar con otras regiones como los turcos, los tártaros y pueblos del norte de

4
La geografía de la época incluía organizaciones políticas más pequeñas lo que contribuía a la
inestabilidad de las fronteras tanto por unión debido a conquistas o matrimonios como por
separaciones.
11

África, acuerdos de paz para comerciar con beneficio mutuo pero no ampliar esta
organización. El ejército común y con derecho a intervención puntual puede recordar a
los cascos azules de la ONU en la actualidad, pero éstos sin el alcance que proponía el
abate. Expone unos artículos, como veremos luego en el texto de Kant, los llamados
“doce artículos fundamentales de una Carta de la Sociedad Europea” entre los que
encontramos el principio de no inferencia en los asuntos internos de otro Estado
miembro, como el 5º artículo preliminar en Kant y recogido también por la Sociedad de
Naciones de 1919 y las Naciones Unidas, o la prohibición de cesiones, compras o
anexiones de unos Estados por otros, como se contempla en el 2º artículo preliminar de
Kant, exponiendo como base para la paz una estabilidad de fronteras, es decir, una
moderación de las aspiraciones de los grandes reinos por absorber más territorio bajo su
dominio.

El Quinto Discurso establece que, durante la guerra, el tratado europeo facilitaría


las conversaciones de paz, su éxito y su duración, terminando así el primer volumen. El
segundo incluye las objeciones y respuestas a su proyecto según los diferentes intereses
políticos de los diferentes Estados y el tercer y último volumen, cinco años más tarde,
recoge las mismas objeciones recibidas y actualizadas centradas en cómo unir una
independencia entre los Estados con un continuo arbitraje sobre sus decisiones con el
fin de que no se quebrante la paz.

Consideramos al principal crítico del abbée de Saint- Pierre, Leibniz (Leipzig


1646- Hannover 1716) un importante antecedente de Kant, ya que, aunque en sus
últimos años, se tomó la molestia de comentar al abate sus planteamientos en las
Observaciones; con objeto de que los mejorase ya que el proyecto le parecía “en gran
medida realizable, y que su ejecución será una de las cosas más útiles del mundo”. Este
pensador accedió a la obra original ya que el propio abad se la envió por correo, así que
sus consideraciones serán mucho más fiables que las del resto de autores que juzgaron
la obra publicada con la impronta de la influencia de Rousseau.

Para Leibniz, en estos proyectos bienintencionados de paz, hay que trascender el


nivel político si se quiere alcanzar tal estado, ya que los políticos, por definición,
persiguen el interés propio de conservación del statu quo. La idea primordial que
propone es que esa unión comience en un ámbito donde existan intereses comunes
como es el desarrollo científico que tantas mejoras puede traer a la humanidad en su
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conjunto. Se abona en terreno baldío intentando crear asociaciones de Estados que no


están convencidos de la necesidad de los unos con los otros para su supervivencia, hay
que empezar por asociar a personas cuyas mentes superen el compartimento estanco que
supone el pensamiento nacional y que se aúnen en una Sociedad de espíritus. Ésta no
distinguiría para su adhesión ninguna condición previa de nacionalidad ni de religión,
tiene un carácter totalmente liberal y tolerante. Un antecedente de esta idea la expuso
Francis Bacon cuando propuso la necesidad de publicidad de los resultados científicos
relevantes y el establecimiento de vías de comunicación constantes entre los diferentes
centros de estudio. La financiación de estas sociedades científicas debería quedar bajo la
responsabilidad de las personas con dinero y posición, al estilo de los mecenas si nos
vamos al ámbito del arte, debe ser su tarea moral. La verdadera gloria para los
monarcas no es hacer la guerra exitosamente, sino aumentar la industria y cultura de sus
habitantes y con ello hacerles llegar a una educación donde la virtud sea lo natural, lo
racional.

Fue Leibniz el que introdujo la posibilidad de que la organización europea para


la consecución de la paz que le presentaba el abate se abriese a convertirse en una meta
universalizable, en el plano científico al menos. En el tercer volumen, el abate siguió las
consideraciones expuestas por Leibniz en sus cartas y dejó de lado el énfasis en que el
nexo de unión para esa Dieta europea fuese la religión sino más bien una ética
compartida y una metafísica universalista.

Las críticas explícitas hacia su proyecto abarcaban tres esenciales fallos: la


ausencia de enfoque psicológico- antropológico, la equivocación en el análisis político-
jurídico de los actores y la ausencia o equivocación su análisis histórico. Todo se puede
reducir a la falta de voluntad para instaurar la paz, aquí deja ver su enfoque de realista
político, el problema de la paz es que los poderosos no quieren la paz porque eso
implicaría el carácter definitivo de las fronteras. Según sus palabras haría falta otro
Enrique IV −recordemos el proyecto recogido por su ministro el duque de Sully− que
con su posición de monarca de una potencia poderosa tendría la posibilidad de
establecer una sociedad de soberanos a la que potencias más pequeñas o menos
poderosas estarían dispuestas a integrarse, situación que no se daría si la propuesta fuese
realizada al revés. El príncipe líder de la proposición debería tener “alma
extremadamente depurada de mundanidades para propender a la restricción de su poder
y a una renunciación formal al derecho de paz y guerra, con miras a tornar más felices a
13

sus pueblos y a sus sucesores”5. Otros errores de los enunciados de su compañero de


correspondencia son: tomar como modelo la construcción del “cuerpo alemán” por el
mal análisis de los orígenes de este, muy poco parecidos a los posibilitadores de la paz
europea; y además, el federalismo nacional de esa corporación alemana no puede
extrapolarse a una asociación europea debido que en el ámbito nacional los súbditos
pueden interponer quejas contra sus políticos y magistrados sin embargo en la supuesta
Dieta europea los diputados serían representantes de cada Estado y con ello de los
intereses del monarca y no se tendría en consideración el nivel ciudadano. Saint- Pierre
olvida así que el objetivo de la paz es la felicidad y justicia para los ciudadanos y con su
paralelismo se granjeó así la desaprobación de sus compatriotas franceses.

Con respecto a la ausencia de una indicación antropológica, Leibniz echa de


menos que se aclare la dificultad de la empresa debido, no a los intereses de cada
Estado, sino a la naturaleza conflictiva del ser humano.

Otra de sus consideraciones es la necesidad de que existan garantías para la


continuidad en la pertenencia a esa alianza. Gewährleistung significa en alemán tanto
garantía como fianza. Esta aclaración es esencial para comprender el sistema que
propone: la creación de un Banco de Europa, controlado por un Consejo General, donde
los príncipes tendrían millones generándoles intereses pero, los cuales, pudieran ser
utilizados en su contra en las negociaciones cuando se negase a cumplir la sentencia del
hipotético tribunal.

Leibniz estaba convencido de que con las condiciones del Estado moderno ya no
era posible un Corpus Christianum al estilo del propuesto por el abad, sino que tendría
que darse una comunidad de Estados. El Estado moderno reúne la cohabitatio comunis
de Grocio y la administratio comunis defensora de los ciudadanos ante amenazas
externas.

Pese a todas estas reformas propuestas que abarcan casi la totalidad del
planteamiento original, el proyecto gustaba al filósofo alemán debido a que suponía una
crítica al absolutismo ambicioso de Luis XIV de Francia. El énfasis final es lo más
valioso de su aportación y reside en la necesidad de una reforma en la educación o en la

5
Carta al Monsieur Abbée de S. Pierre, Hannover, 4 abril 1715, “Voprosy filosofii” 18
(1964).
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expansión de los valores que permitan que las personas quieran la paz gracias a la labor
de esas sociedades científicas que intentaba promocionar, promoviendo la razón a través
de éstas y las artes. Sería alcanzar la pansophia, la doctrina de la sabiduría universal
diseñada por Johann Amos Comenius (1592- 1670). Es consciente de que solo debido a
este progreso social que desestime el valor de la guerra por los daños que causa al
desarrollo de ese conocimiento que ha alcanzado la humanidad imaginada se podría
alcanzar la paz; porque la paz debida a un deseo político siempre tendrá los días
contados.

Como hará Kant en el artículo secreto de su opúsculo, Leibniz hace descansar la


responsabilidad de dirigir a las personas hacia el deseo de alcanzar ese estado en los
filósofos y hombres de ciencia, responsables de la difusión de sus conocimientos para
contribuir al conjunto humano sin prestar atención a los desacuerdos políticos lejos del
objetivo de crear una conciencia supranacional donde la sabiduría reinase. Enlazando de
nuevo con el autor prusiano, convencido del progreso de la historia, Leibniz estaba así
mismo convencido del progreso moral, nunca estático, pues con el tiempo y con la
obligación moral de que cada persona se ponga al servicio de sus semejantes para
construir un futuro mejor, se irá avanzando en la consecución de la felicidad y paz
universales.
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Capítulo 2. El texto de Kant

El pensador prusiano publica la obra con título original Zum ewigen Frieden. Ein
philosophischer von Immanuel Kant en el verano de 1795 dentro del marco de la recién
firmada Paz de Basilea, en abril de ese mismo año, entre la República francesa
revolucionaria y la monarquía prusiana, el primer tratado de otros dos que le seguirían.
Esta obra se caracteriza por estar en la corriente irenista de proyectos de organización
internacional, pero supone un hito dentro de esta literatura, dado su enfoque práctico
basado en la ética y dentro de la teoría de la filosofía de la historia. Con un estilo breve
y directo (su principal diferencia con el proyecto del abbée) se le presta cada vez más
atención a sus ideas, en su época posibles rêveries.

Muchas de las ideas expuestas en el texto ya habían aparecido en obras o


artículos anteriores, como el artículo: Idea de una historia general desde una
perspectiva cosmopolita (1784) donde explica su concepción de filosofía de la historia
guiada por la naturaleza.

El libro consta de una pequeña introducción, dos secciones, dos suplementos y


dos apéndices. La introducción funciona para el filósofo de Königsberg a modo de
“cláusula salvatoria” ante interpretaciones que puedan resultarle perjudiciales. Con un
tono satírico, comienza describiendo la inscripción de una posada holandesa en la que se
podía leer La paz perpetua junto al dibujo de un cementerio. Se previene también ante
juicios que pretendan ver en su libro un peligro para el Estado, argumentando que si
habitualmente el político no presta atención a las opiniones de los filósofos,
relegándolos a su “actividad inútil” de Eilf Kegel auf einmal wefen6 (“echar sus once
bolas a la vez”), tampoco en esta ocasión considere sus opiniones una amenaza.

En la primera sección encontramos los artículos preliminares que serán seis


artículos o leyes indicando las condiciones negativas para la paz, conclusiones a las que
llega tras el estudio de los armisticios, es decir, partiendo de las prácticas estatales. Los
agruparemos en dos subdivisiones: artículos estrictos e inmediatos (1º, 5º y 6º), por un
lado, y los laxos o de exigencia no inmediata (2º, 3º y 4º), por otro.

1. “No debe considerarse válido ningún tratado de paz que se haya firmado con
alguna reserva secreta sobre alguna causa para una futura guerra”

6
Expresión en el original de Kant.
16

Este artículo hace referencia al principio de publicidad del autor, el cual apela a
la necesidad de hacer públicos los propósitos de los poderosos; en caso contrario sería
una acción contraria al derecho, exponiendo la invalidez de que el éxito de estas
acciones, muchas veces, descansa en esconder los motivos principales de la iniciativa.
Dentro de las categorías del derecho lo podemos considerar ius post bellum.

5. “Ningún Estado debe inmiscuirse en la constitución y gobierno de otro de


forma violenta”

El principio de no injerencia en los asuntos internos de la soberanía de otro


Estado tiene vital importancia para la explicación de la igualdad entre Estados,
considerados personas morales que no deben ser objetos sujetos a la ambición de sus
iguales. Es interesante que incluya en su explicación una excepción: en caso de que un
Estado se divida en dos por disensiones internas, y un tercero decidiese prestar su ayuda
a alguna de las partes, no cometería un delito, ya que en esa situación no reinaría la
constitución sino la anarquía.

En el sexto, y último dentro de los artículos necesarios de aplicación inmediata,


encontramos la prohibición de “estratagemas deshonrosas”:

6. “Ningún Estado en guerra con otro debe permitirse actos de hostilidad que
hagan imposible la confianza mutua en una paz futura, como la introducción de asesinos
(percusores) o envenenadores (venefici) en el Estado con el que está en guerra, la
violación de la capitulación, la inducción a la traición (perduellio), etc.”

El objetivo de este principio es evitar que una guerra termine convirtiéndose en


una guerra de exterminio (bellum internecinum) o en una guerra de castigo (bellum
punitivum). Ya que la guerra es el medio para afirmar la fuerza que dirime la solución
de controversias, dentro del estado de naturaleza en el que se encuentra el sistema
internacional, nunca se debería llegar a que una de las partes de la contienda se
convierta en un “enemigo injusto”, noción que Kant explica en su Metafísica de las
costumbres:

“aquel cuya voluntad públicamente expresada (sea de palabra o de obra)


denota una máxima según la cual, si se convirtiera en regla universal, sería
imposible un estado de paz entre los pueblos y tendría que perpetuarse el estado de
naturaleza (…) no es injusto por las causas, las cuales siempre se pueden
argumentar, sino porque usa como guía para sus conflictos la agresión”.
17

Se muestra con esta descripción, el imperativo categórico kantiano que obliga,


en este caso, a juzgar al Estado según la prueba de la universalización de su acción.
Además, considera que estos procedimientos hostiles, de comenzar, se perpetuarían en
época de paz, acabando así con la débil confianza a la que se haya podido llegar tras la
firma de un acuerdo de paz. En este artículo encontramos la única medida de ius in
bello.

Por otro lado, tras explicar las leyes que no pueden no ser aplicadas, pasamos a
los artículos cuyo cumplimiento puede retrasarse según el momento:

2. “Ningún Estado independiente podrá ser adquirido por otro mediante herencia,
permuta, compra o donación –sin importar que sea grande o pequeño–.”

Este artículo se encuadra en el derecho post bellum, como el primero. El Estado,


lo entiende el autor, como una “sociedad de hombres” no equivalente al territorio que
ocupa dentro de sus fronteras. El concepto de contrato originario, la forma jurídica de
asociación de toda persona incluida en una organización política como el Estado, lo
denomina Kant, el Bürgerbund o unión de ciudadanos, recordando al contrato social de
Rousseau. Se argumenta en esta ley, utilizando un paralelismo con los árboles, que la
adquisición y unión es como si un Estado funcionase a modo de injerto de otro,
eliminando así su identidad y el contrato originario de sus súbditos.

3. “Los ejércitos permanentes (miles perpetuus) deben desaparecer totalmente


con el tiempo”.

Esta eventual desaparición se justifica “porque suponen una amenaza constante


de guerra para otros Estados por su disposición a estar siempre preparados para ella”.
Conocemos de sobra lo certero de esta afirmación, tras haber vivido la carrera de
armamentos que supuso el enfrentamiento “frío” entre Estados Unidos de Norteamérica
(USA) y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Ya anticipó Kant que
los gastos en defensa durante la paz podrían llegar a ser tan cuantiosos que resultase
más liberador para los Estados producir una guerra ofensiva corta para deshacerse de
tamaña carga. Incluye también la consideración de que “pagar a alguien para matar o
para que lo maten parece implicar una utilización de los hombres como meras máquinas
(…), lo cual no se puede armonizar con los derechos del hombre en nuestra propia
persona”. Se muestra más inclinado a la utilización de milicias voluntarias de
18

ciudadanos, dispuestos a realizar entrenamientos periódicos, en caso de necesitad de


defensa ante un ataque exterior.

4. “No debe emitirse deuda pública en relación con los asuntos de política
exterior”.

En este caso, la emisión de deuda pública la considera resultado, a eliminar, de


los tratados de paz, porque conlleva peligrosas consecuencias para el futuro de la paz,
por tanto otro artículo de ius post bellum. Diferencia la necesitad de medios económicos
para reconstruir los bienes materiales, lo cual sería lícito, de la utilización de créditos
como instrumento de las relaciones entre potencias, una “ingeniosa invención de un
pueblo de comerciantes en este siglo”, muy peligrosa para hacer la guerra e implicar a
más Estados afectados por la posible bancarrota del afectado.

Todos estos artículos, en conjunto, suponen la base jurídica y, podríamos añadir,


moral, para una mejor relación entre Estados. Salta a la vista que ninguno de los
derechos incluidos era ius ad bellum, objetivo final de todas estas condiciones básicas
sobre las que trabaja Kant.

Tras las leyes prohibitivas (leges prohibitivae), vamos a analizar las condiciones
positivas para la paz: los artículos definitivos.

Comienza exponiendo su visión sobre la naturaleza del hombre, similar a la de


Hobbes, asimilando que el status naturalis en las personas es el de la guerra, de facto o
su amenaza. La paz debe ser instaurada, conquistada por el género humano para su
supervivencia. El término adecuado para su premisa es el de insociable sociabilidad,
expuesto en 1784 en su Idea para una historia universal en clave cosmopolita:

“Entiendo aquí por antagonismo la insociable sociabilidad de los hombres, esto es,
el que su inclinación a vivir en sociedad sea inseparable de una hostilidad que
amenaza constantemente con disolver esa sociedad. (…) El hombre tiene una
tendencia a socializarse, porque en tal estado siente más su condición de hombre
(…) Pero también tiene una fuerte inclinación a individualizarse”.

Debido a esta concepción de la naturaleza conflictiva de las personas, surgen el


derecho y el Estado civil, elemento indispensable para avanzar en la vida en sociedad.
Sin embargo, que las personas salgan de su estado de barbarie y se asocien bajo el
mando de una república, forma de gobierno indispensable para Kant, es solo un primer
19

paso del avance de la humanidad: hace falta que los Estados también salgan de su
estado de naturaleza. El Estado, como unidad política, se equipara a la persona
individual, y esta equiparación se da igualmente en la incompatibilidad de los hombres
con aquella de las sociedades entre sí; por lo que es necesario llegar a un Estado de
derecho a nivel global. La premisa principal es que si dedicamos tanto esfuerzo a la
creación de un Estado conforme a unas leyes no debemos conformarnos dejando actuar
a “la libertad salvaje de los Estados” (Teresa Santiago Oropeza: 2004)

Primer artículo: “La constitución política de todos los Estados debe ser republicana”.

Como se ha señalado anteriormente, la república es el modelo de gobierno bajo


el que deben conformarse los Estados. Las características de este modelo son: libertad
de los miembros de la sociedad, dependencia de estos mismos a una legislación común
e igualdad ante la ley. La justificación de que este es el único modelo que puede servir
para el propósito de la paz duradera es que: en una constitución republicana sería
necesario pedir al pueblo su consentimiento a la hora de comenzar una guerra, momento
en el que decidirían si están dispuestos a combatir ellos mismos, costear los gastos que
suponga la contienda, reconstruir su territorio y pérdidas y asumir la posterior deuda.
Bajo estas condiciones, el autor cree que es mucho más improbable que salga la
decisión de entrar en guerra que si el soberano, como propietario del Estado, decide por
su cuenta, quizás por motivos secretos recurrir a ella. A este respecto, para el príncipe,
primero, no le supondría mayor cambio en su rutina, y segundo, “por mor de la
seriedad, puede encomendarle indiferentemente la justificación de la misma al cuerpo
diplomático, siempre dispuesto a ello”.

Continúa diciendo que: “el republicanismo es el principio político de la


separación entre el poder ejecutivo (Gobierno) y el legislativo”, es el modelo contrario
al despotismo. Para Kant, el sistema democrático es necesariamente despótico

“porque crea un poder ejecutivo en el que todos deciden sobre alguien y, en


su caso contra alguien (es decir contra quien no esté de acuerdo con los demás), con
lo que deciden todos, que no son realmente todos”.

La república en la que él cree es una república representativa, que puede


instaurarse de manera paulatina, abriendo la participación hasta permitir que el
legislador y el gobernante no sean la misma persona. Termina diciendo que “para el
pueblo, el modo de gobierno es sin comparación más importante que la forma de
20

Estado, aunque también es muy importante la mayor o menor adaptabilidad de la forma


de estado para poder llegar a esa constitución republicana”.

Segundo artículo: “El derecho internacional debe basarse en una federación de Estados
libres”.

Lo primero que cabe señalar es que tal federación no es la forma de organización


deseada, aquí se refiere a la “idea del federalismo” con forma final de confederación, es
decir, una asociación sin una autoridad central, un Bund entre varios Estados. Kant
desea respetar y conservar las identidades nacionales, el “nacionalismo o, si se prefiere,
la nación en tanto que peldaño de la cosmópolis.”7 La unión de los pueblos no debe
darse bajo el mando de un solo legislador, es función del derecho internacional regular
las relaciones mutuas entre ellos;

“por el contrario, una unificación política que comportase la uniformación


cultural de dichos pueblos tan solo llevaría a la paz perpetua o paz eterna (…) esto
es, la paz de las sepulturas, bajo las que no hay rastro ya de diferencias ni por lo
tanto cabe la diversidad, pero tampoco, por definición, identidad alguna”
(Muguerza: 1996)

Dado la dificultad de alcanzar esa confederación libre de Estados, el autor


visualiza un proceso en el que

“si la fortuna dispone que un pueblo fuerte e ilustrado se transforme en una


república (la cual debe tender, por su propia naturaleza, a la paz perpetua), esa
república puede convertirse en el núcleo de la unión federativa con otros Estados,
que se unirían a ella, garantizando así un estado de libertad de conformidad con la
idea del derecho internacional y que se iría ampliando poco a poco con más
adhesiones de este tipo”.

Este fragmento es representativo debido a su paralelismo con los mecanismos de


adhesión establecidos por la actual Unión Europea, con requisitos de desarrollo social y
democrático para los países aspirantes a su incorporación.

7
Muguerza, Javier (1996) “Los peldaños del cosmopolitismo”, en ARAMAGO, Roberto R.,
MUGUERZA, Javier; ROLDÁN, Concha (eds.) (1996) La paz y el ideal cosmopolita de la Ilustración. A
propósito del bicentenario de Hacia la paz perpetua de Kant; Tecnos.
21

Tercer artículo: “El derecho cosmopolita debe limitarse a las condiciones de una
hospitalidad general”.

En este artículo es donde cabe desarrollar mejor la idea del derecho cosmopolita
del autor de Königsberg. Enuncia aquí el derecho de superficie de todo ser humano para
circular por la Tierra, “para un posible comercio” añade, interpretando comercio, de
manera amplia, como interacción. La idea estoica del ius cosmopoluicums de la persona
como fin en sí misma para el establecimiento de una comunidad, se expresaba como
civitas máxima, término que analizó en mayor profundidad Christian Wolff. Dentro de
este derecho encontramos la presentación de su base imprescindible: la hospitalidad,
bajo la cual un extranjero no puede ser tratado con hostilidad por causa de su llegada o
establecimiento en el nuevo país, solo pudiendo ser “no admitido”, sin que eso acarree
su “destrucción”, si no se comporta de manera amistosa. Se incluye el término
“establecimiento” porque, aunque Kant haya utilizado la expresión derecho de visita, la
definición que da de ese derecho es “poseer en común la superficie de la tierra (…) que
al final tienen que tolerarse los unos junto a los otros, sin que nadie tenga
originariamente más derecho que los demás a estar en un lugar determinado de la
tierra”. Por tanto, incluye no solo una estancia temporal sino también la posibilidad de
elegir el lugar para establecerse. Es interesante que describa la característica “conducta
inhospitalaria” de los países occidentales, para los cuales según su visión, el derecho de
visita se asimila a la conquista.

Suplemento primero: de la garantía de la paz perpetua

Comienza con la afirmación de: “quien suministra esta garantía es nada menos
que la gran artista de la naturaleza (natura daedala rerum)”. Esta idea es esencial del
pensamiento kantiano, ya en 1790, en su tercera Crítica de la obra Crítica de la facultad
de juzgar, expresa que la “providencia” o “destino” obliga a los hombres a dirigir sus
acciones hacia aquello que por sí mismos no harían. Quizás en esta afirmación vemos la
influencia de la educación moral y religiosa que le aportó su madre, y uno de los puntos
más rechazados por autores posteriores, visto como una negación de la voluntad
individual, del libre albedrío. Kant afirma que las leyes de la naturaleza se nos aparecen
incomprensibles, cuyas estratagemas son imposibles de inferir guiadas por una
“profunda sabiduría de una causa superior que determina el devenir del mundo”. Sin
embargo, deja de lado el término providencia por considerarlo poco modesto para el
22

mundo de la teoría, en el que se sitúa Kant, y no de la religión; prefiriendo así utilizar la


palabra naturaleza. Pasa entonces a describir las virtudes a las que la naturaleza nos ha
llevado: “ha cuidado que los hombres de todas las partes de la tierra puedan vivir allí”;
algunas de ellas alcanzadas a través de la guerra: “por medio de la guerra ha obligado a
los hombres a entrar en relaciones más o menos legales” o “por medio de la guerra los
ha llevado a todas partes incluso a las regiones más inhóspitas, para poblarlas”. Resalta,
durante varias páginas, cómo se abastecen de la naturaleza las diferentes poblaciones de
regiones, que por propia voluntad no estarían pobladas, y cómo se puede extraer el
parecido de esas poblaciones con aquellas, más continentales, de las que surgieron por
el parecido de sus lenguas. Es consciente de que las diferencias de lengua y religiones
dentro de la cosmópolis podrían resultar puntos de discordia que puedan derivar en
conflictos, pero la solución propuesta a esto es un “equilibrio de fuerzas dentro de la
más viva competencia”. A través de la competencia, se puede llegar también al
provecho mutuo derivado del espíritu comercial, bajo el cual no existen banderas y el
cual solo se puede desenvolver beneficiosamente si los Estados, no por razones morales
sino egoístas, protegen la paz.

Sobre la guerra es interesante que la considere “inserta en la naturaleza humana


e, incluso, parece estar considerada como algo noble, a lo que el hombre tiende por un
impulso de honor desprovisto de egoísmo”. Explica por un lado la dignidad que se
encuentra en el coraje mostrado en la guerra, y por otro, “no nombra en primer lugar a
las víctimas mortales, sino el “horror de la actividad violenta”, las “devastaciones”,
sobre todo los expolios y el empobrecimiento del país debido a las cuantiosas
contribuciones de la guerra (…) A eso añade el embrutecimiento de las costumbres”,
según Habermas (1997) en su texto La idea kantiana de paz perpetua. Desde la
distancia histórica de los doscientos años.

Suplemento segundo: artículo secreto para la paz perpetua.

Aparece de nuevo el carácter satírico de Kant incluyendo un apartado haciendo


referencia a lo citado anteriormente, las cláusulas secretas que acordaban los
gobernantes cuando firmaban un documento oficial, donde sus verdaderos intereses no
quedaban del todo reflejados. El contenido del epígrafe, sin embargo, no es redundar en
este hecho, sino aconsejar que en tiempos donde haya que decidir asuntos de vital
importancia, como paz y guerra, se les deje opinar en público a los filósofos, para que el
23

gobierno, además de no acallarlos, tenga en consideración sus argumentos. Reconoce la


dificultad de que los monarcas, seguros de su poder legislador, no solo no censuren,
sino que escuchen a estos filósofos; ya que en caso de recurrir a asesoramiento externo
preferirán el de juristas, no al lado de la moral sino de la aplicación de las leyes
vigentes, sin entrar a discusión si son justas o injustas o si necesitan una reforma. En el
último párrafo, Kant hace un guiño a Platón, muy a colación de su argumento: “No hay
que esperar que los reyes filosofen ni que los filósofos sean reyes, pero tampoco hay
que desearlo, porque la posesión del poder daña inevitablemente el libre juicio de la
razón”. Desde la distancia del tiempo, añadir que en las últimas décadas, por desgracia,
esa función se ha desdibujado por la traición de los intelectuales, respaldando las
propuestas del gobierno que les permita publicar en ese momento; al igual que la
evolución de algunas universidades, ya no cuna de intelectuales, sino aplastadoras del
pensamiento crítico. Los pensadores libres, como lo fue el abbée de Saint- Pierre
(expulsado de la Academia Francesa), producen malestar al poder y muchos prefieren, o
se ven obligados, seguir el statu quo más que ser fieles a un pensamiento racional hasta
sus últimas consecuencias, o imparcial, aunque sepamos que siempre existe un sesgo
ideológico de origen. Julien Benda (París 1867- Fontenay-aux-Roses 1956) publicó en
1927 un libro así titulado, La traición de los intelectuales, conocido en España por la
edición de 2008, y Edward Said (1935- 2003), desde su perspectiva como activista
palestino en Estados Unidos donde la fuerza del lobby israelí es tan fuerte,8 también
escribiría sobre esta corrupción de los expertos, necesitados de ser considerados
moderados para que se les vuelva a pedir su opinión en situaciones posteriores.

Retomando nuestro estudio sobre La paz perpetua, en los apéndices se nos


presenta la parte más filosófica del tratado, adentrándose el primero sobre el desacuerdo
entre la moral y la política respecto a la paz y el segundo sobre su acuerdo.

Las bases que guían esta parte final del libro, se desarrollaron también en los
escritos de títulos tan explícitos como: Sobre la expresión corriente: esto puede ser

8
Hedges, Chris (2013) The Treason of the Intellectuals, disponible en línea
http://www.truthdig.com/report/item/the_treason_of_the_intellectuals_20130331
24

justo en teoría, pero no vale nada en la práctica (1793) y Sobre un supuesto derecho de
mentir por humanidad (1797). Aunque podamos considerar la validez de estos
supuestos, la conquista de la paz, donde ya se deduce un camino de defensa de la moral
por encima de la política, no debe seguir estas inclinaciones ni tampoco razones
filantrópicas, sino de necesidad jurídica. “La paloma, pues, por difícil que ello sea, debe
guiar a la serpiente” afirma (José Gómez Cafrarena: 1996). La paloma representa la
sabiduría, la moral, mientras que la serpiente, con sus astucias, representa el arte de la
política. Kant critica que las prácticas políticas están apoyadas en las máximas de: actúa
primero y justifícalo luego, niega las culpas y divide y vencerás. Propone entonces que
se siga el principio material de la razón práctica, que los fines sean objeto de la voluntad
o Willkür, en palabras más generales de su filosofía de la historia, que la virtud sea la
naturaleza; y el principio formal o cuestionamiento de tus máximas bajo el imperativo
de su universalización. Para dejar reflejado muy claramente su pensamiento, termina el
final de esta primera parte así:

“No se puede dividir el derecho de los hombres en dos partes e inventarse un híbrido
de un derecho generado desde la práctica (es decir, un híbrido de derecho y de
utilidad), sino que toda política debe doblar su rodilla ante el derecho (…)”.

La segunda parte del apéndice, más breve, se enfoca en el ya explicado principio


de publicidad, y plantea tres ejemplos sobre su adecuado uso, uno para cada derecho
público: el político, el internacional y el cosmopolita, a través de los cuales desarticula
la dificultad de acuerdo entre política y moral bajo un análisis fundado en la razón hasta
el final. Característica (la racionalidad), que no siempre rige las mentes de las personas
y, en ocasiones, mucho menos las de los gobernantes, llevados por el poder y el instinto
de aumentarlo. Termina el libro con un tono esperanzador sobre el futuro cuando
asevera que la paz “no es una idea hueca sino una tarea que, cumplida poco a poco, se
acercará constantemente a su objetivo, porque es de esperar que los tiempos en los que
se produzcan iguales progresos sean cada vez más cortos”.
25

Capítulo 3. Autores posteriores

La labor de comentar los proyectos de paz perpetua no despertó mucho interés


entre los juristas hasta la segunda mitad del siglo XIX. En este apartado nos
centraremos en autores posteriores, los dos grandes pensadores de teoría del derecho del
siglo XX, Hans Kelsen y Carl Schmitt, a través de fuentes secundarias. El acercamiento
al primero de ellos será a través del estudio del profesor Gonzalo A. Ramírez Cleves en
su artículo La paz perpetua de Kant y el pensamiento de Kelsen sobre el pacifismo, y
para el segundo de ellos se realizará una revisión de la lectura de Jüngen Habermas, La
idea kantiana de paz perpetua. Desde la distancia histórica de doscientos años. Tras
ello se analizarán directamente las ideas de Habermas y, con ayuda de Juan Carlos
Velasco Arroyo en su Ayer y hoy del cosmopolitismo kantiano, el pensamiento de
Rawls.

Hans Kelsen (1881- 1973), que entró en contacto con el derecho internacional
con su llegada a la Universidad de Praga, defendía la supremacía de este sobre los
derechos nacionales. Su corriente de pensamiento era positivista pura, el derecho como
norma que viene de otra norma, rechazando la idea de derecho natural de origen moral,
sino que justificaba la norma jurídica en base a si propio orden como norma como
expone en su obra La teoría pura del derecho; sin embargo, en su rechazo del estudio
del derecho como deber ser, podríamos encontrar una contradicción en la obra La paz
por medio del derecho (1944), donde expone sus ideas acerca de la paz y que puede ser
considerada una obra de corriente jurídico- política.

Los principales postulados de esa obra son: la prohibición a nivel internacional


de los ataque unilaterales, la solución pacífica de conflictos y la necesitad de un tribunal
internacional de justicia permanente. Denuncia el poco desarrollo del derecho
internacional, achacando las causas a la ausencia de sanciones en caso de violación de la
norma, pero su ampliación es un paso imprescindible para el estudio de la paz. En sus
palabras, incluidas en el prefacio: “Quien desee estudiar el problema de la paz mundial
de una manera realista debe tratar ese problema con toda seriedad, como el
perfeccionamiento lento y constante del orden jurídico internacional”.

Kelsen se anticipa a la labor codificadora del derecho internacional de derechos


humanos y derecho humanitario que se dio a partir del final de la Segunda Guerra
Mundial, años en el que él escribe.
26

Como continuador de la labor sobre la paz, recibió mucha influencia de las ideas
de Kant, llegando a ser descrito como exponente del neokantismo. El objetivo de ambos
autores era el mismo, el establecimiento de una paz duradera, y no de simples
armisticios, respetando la soberanía de los Estados por medio de la firma de tratados
entre ellos. Por ello también secunda la idea de que la paz debe ser un proceso largo
para que se consolide esa salida del estado natural y pre jurídico de los Estados, es decir,
también acoge la idea de la artificialidad de la paz con respecto a nuestra naturaleza
irracional.

La ampliación de la categorización y definición del derecho internacional hará


que se perfeccionen sus normas, mejorando así la posibilidad de la paz, no tanto basada
en principios morales como sostenía Kant. Kelsen no veía garantía alguna en ese apoyo
en una moral y ética universal; en el corto plazo, el único camino que consideraba
viable era la instauración de un tribunal permanente que sí fuera un foco centralizador,
con el monopolio de la capacidad de guerra en caso de que alguno de los Estados no
respetase el fin común de convivencia pacífica. Esta confianza en la función reguladora
del derecho por encima de la moral, que solo se relaciona con aquel porque es la
inspiradora de la justicia, ya fue expuesta en su obra Derecho y paz en las relaciones
internacionales (1941). Las normas, tratados y pactos tienen una racionalidad propia,
mucho más eficaces que la idea de una confederación de Estados, objetivo muy lejos de
alcanzar debido a las profundas diferencias culturales e ideológicas a lo largo del globo.
Así afirma:

“La organización de un poder ejecutivo centralizado, el más difícil de todos los


problemas de la organización mundial, no puede ser el primer paso, sino sólo uno de
los últimos pasos, un paso que en todo caso no puede ser dado con buen éxito antes
de que se establezca un tribunal internacional y de que éste, mediante sus
actividades imparciales, haya conquistado la confianza de los gobiernos. Pues
entonces, y sólo entonces, habrá suficientes garantías de que la fuerza armada de la
Liga será empleada exclusivamente para mantener el derecho de acuerdo con los
fallos de una autoridad imparcial” (Kelsen: 1944).

El objetivo de ambos autores es el mismo, sin embargo distan en la metodología.


Kant argumentaba que la única forma política capaz de dirigir hacia la paz era el
republicanismo, la representación de los intereses ciudadanos, pero para el jurista vienés
esto no es imprescindible. Únicamente debe preocupar que el Estado en cuestión no
quebrante el acuerdo de paz, sin atender a su forma de organización interna, ya sea
27

demócrata o autócrata. Debido a las diferencias de regímenes, el primer paso es


establecer ese tribunal, y solo cuando éste se haya afirmado por encima de los gobiernos
y tenga su respeto, se podrá pasar a una asociación política.
Todo trabajo queda justificado con creces si el objetivo final es eliminar el
derecho a la guerra ya que “hay verdades tan evidentes por sí mismas que deben ser
proclamadas una y otra vez para que no caigan en el olvido. Una de esas verdades es
que la guerra es un asesinato en masa, la mayor desgracia de nuestra cultura” (Kelsen:
1944).

Si revisamos la actualidad de sus ideas, nos encontramos la creación de la Corte


Penal Internacional de la Haya (CPI) encargada de manera permanente de juzgar
individuos como personas jurídicas, sujeto y objeto de derecho internacional, que han
cometido crímenes contra la humanidad, al modo de los tribunales ad hoc como los
encargados de los juicios de Nuremberg, con los que Kelsen colaboró en vida
asesorando a los gobiernos que así lo solicitaban. También se sucedieron grandes
labores codificadoras de los derechos humanos como el tratado regional europeo o el de
la Convención Interamericana.

Continuando con el gran interlocutor del autor vienés estudiado, nos


encontramos con el otro exponente del derecho del siglo XX: Carl Schmitt (1888-
1985), el cual estudiaremos a través de Habermas (su análisis y el de Schmitt quedará
entrelazado) centrándonos en sus opiniones acerca de la moral universalista, epicentro
de la teoría de Kant, y criticada tanto por Hegel como por Schmitt, al igual
explicaremos los argumentos de su desacuerdo con el pacifismo jurídico- humanitario,
sin pasar por el económico- comercial explicado muy bien por Morguenthau (1990) en
Escritos sobre política internacional.

Schmitt rechaza de base la intuición moralista de la humanidad con el argumento


de: “humanidad, bestialidad”, ya que considera una hipocresía que bajo el amparo del
derecho internacional lo que se quiera hacer en realidad sean guerras justas. Pone de
relieve el peligro estas llamadas guerras justas, ya que cuando el conflicto no es de
intereses enfrentados, sino que es una lucha por ideales superiores como son la justicia,
la paz, el progreso o la propia civilización, estas guerras pasan a ser de aniquilación, por
negar la concepción o identidad del enemigo. En sus palabras: “la humanidad es un
instrumento ideológico especialmente manipulable” (Schmitt, Der Begriff des
28

Politischen: 1932). La idea expuesta, que comenzó siendo dirigida a las potencias
vencedoras de Versailles, la extendió a los intentos de la Sociedad de Naciones y a
Naciones Unidas, “el panintervencionismo conduce a la pancriminalización, y con ello a
la perversión del objetivo al que debe servir” (Schmitt, Glossarium: 1991)

La realización de los derechos humanos da lugar a la aplicación de normas


morales universales, y cuando esa moral universal señala a un país como “malo” se
destruye la limitación militar de la lucha. Según Habermas, estas premisas son falsas:
los derechos humanos para él no parten de una moral universal sino de una filosofía
política del derecho racional, de Locke y Rousseau sobre todo, y de los documentos de
la Déclaration des droits de l’homme et du citoyen (1789) y la declaración de derechos
de Virginia (1776). Su carácter de validez positiva necesitada de garante por parte del
Estado, y su carácter de validez suprapositiva por ser derechos que corresponden, no por
un contrato social, sino a cada persona por el hecho de serlo, ha creado mucha polémica
entre los estudiosos del derecho. Cuando Habermas afirma que los derechos humanos
no tienen como origen a la moral se acerca a Kelsen, ya que también les otorga un
origen propiamente jurídico.

En la terminología jurídica antigua, el concepto derechos humanos eran los


llamados derechos subjetivos, lo que nos hace ver el sentido moral universal de éstos es
que trascienden el derecho de los Estados- nacionales y el antojo de sus legisladores, al
no diferenciar si la persona tiene condición de ciudadana (de pertenencia a un Estado u
otro) o no. Los derechos humanos son derechos fundamentales, derechos con validez
universal que pueden ser fundamentados únicamente en la moral; mientras otros
derechos pueden ser fundamentados en la moral pero también en la legitimación de
puntos de vista ético-políticos de ciertas comunidades. Esto quiere decir que para los
derechos humanos, la moral basta para explicarlos y representan unos valores
compartidos por todas las personas necesariamente.

Otro argumento muy interesante para el debate actual de universalismo/


regionalismo, sería tener en cuenta la afirmación de que los derechos morales son
deberes de las personas hacia sus semejantes de respetar su autonomía, limitando sus
libertades subjetivas; sin embargo, los derechos humanos son derechos subjetivos
reclamables. Interesante debido a que, en la codificación de los derechos humanos, tan
solo en la carta de la ASEAN, organización regional de los países del sudeste asiático,
29

se recoge que los derechos humanos conlleven a su vez unos deberes. Hobbes, ya en el
estudio del derecho en su contexto premoderno, había introducido la característica del
derecho moderno de preeminencia de los derechos sobre los deberes. En este caso la
moral sería la que fundamenta los deberes y los derechos con los que protegen nuestro
supuesto libre albedrío.

Para Kant, los derechos humanos son derecho positivo con contenido moral, los
cuales necesitan ser considerados derechos fundamentales para su protección en todos
los niveles territoriales; pero que, en su texto de La paz perpetua, según Habermas,
pueden confundirse con los derechos morales, que solo han conocido una positivación
clara en Occidente, de ahí los debates sobre la moral universal o cultural.

Dado este desarrollo teórico, la consecuencia extraída por Schmitt, de que la


política de los derechos humanos solo lleva a un aumento de la criminalidad de la
guerra, queda reducida a su falsedad. Si los derechos humanos no tienen un origen
moral, no conducen a una degeneración de la lucha contra el malo, y aunque tuvieran un
origen moral, como Schmitt sugiere, eso no significa que el derecho internacional
clásico que prevé guerras limitadas no nos llevase a una igual devastación en la guerra,
como, si se permite añadir, ya hemos comprobado con la nueva revolución tecnológica
de las armas inteligentes.

La principal crítica del autor deriva de lo que entiende por una invasión del
derecho internacional en la soberanía de los Estados. No está de acuerdo con la
prohibición a la guerra ofensiva expuesta en la Carta de Naciones Unidas ni con la
detención de personas individuales por crímenes de guerra, que el derecho internacional
no definió hasta después de la Primera Guerra Mundial. Su desacuerdo proviene de su
no diferenciación entre guerra ofensiva y defensiva, ya que el derecho a la guerra, sea
del tipo que sea, es un derecho constitutivo de la soberanía estatal; sugiere que al no
limitar la guerra se puede limitar su uso sin llegar a una guerra total. Quiere volver al
statu quo ante de guerras limitadas, ya que la eliminación de la guerra es un objetivo
utópico. Estas premisas quedan ante Habermas como de ridícula argumentación que
esconde otros motivos. Expone que no son realistas debido a la praxis política
observada en el siglo XX cuando todavía regulaba el derecho internacional clásico y del
que surge el planteamiento de la guerra total, es decir, la vuelta ese statu quo no serviría
de garante para el objetivo de paz, además de que si no se limita la guerra, muchos
30

actores darían rienda suelta a sus ambiciones, las cuales solo podrían ser amainadas a
través de sanciones que no tendrían un efecto jurídico vinculante hacia el Estado
soberano.

Encuentra Habermas las razones ocultas al planteamiento de Schmitt en el


contexto en el que escribe, en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial al igual
que Kelsen, pero en el caso del abogado alemán, como defensor de imputados de los
juicios de Nuremberg. Su parcialidad queda expuesta claramente cuando además de
querer despenalizar la guerra ofensiva, tampoco reconoce que el genocidio del régimen
nazi contra los judíos sea un crimen contra la humanidad. Compara esa atrocidad con el
“genocidio” que él y otros ex trabajadores del régimen han vivido como funcionarios
públicos alemanes expulsados. Entiende, como queda escrito en su Glossarium, el
concepto de genocidio como el de exterminio del enemigo. En el mismo libro se atreve
a afirmar que no solo existen crímenes contra la humanidad como los perpetrados por
los alemanes, sino crímenes por la humanidad que fueron con cometidos contra los
alemanes (Schmitt: 1991).

El problema que le encuentra al derecho internacional también es: que desdibuja


las fronteras entre política interior y exterior con su intervencionismo, cuando Schmitt
es un empedernido del poder ilimitado de la soberanía nacional. La política interior debe
ser pacifista en base a unos supuestos jurídicos; sin embargo, la política exterior debe
ser belicista para mantener alejados de sí elementos disturbadores internos que puedan
recibir ayuda externa. La construcción el “otro” (el otro siempre interpretado como
enemigo) está muy enraizada en la mente de Schmitt, que ve lo político como forma de
afirmarse ante ese otro.

La imposibilidad e hipocresía de las guerras justas la expone explicando que el


propio término de humanidad excluye al de enemigo y por tanto, nunca se podrían hacer
guerras por la humanidad. Une esta pretensión, por parte de los autores citados de
eliminar las guerras, como la cara oculta de la civilización vencedora que siente el
sufrimiento de sus víctimas, los marginados del mundo que podríamos decir. Este
antipacifista jurídico que tan solo ve beneficiosa la paz en el interior del Estado, en
realidad tampoco se refiere a una paz verdadera debido a que su concepto de paz interna
consiste, como se ha intentado explicar, en no permitir que el enemigo interno tenga
posibilidad alguna de mostrarse como rival. La paz internacional solo se puede realizar
31

si el sistema jurídico permite acciones políticas controladas por él, la guerra permitida y
regulada por el derecho. La conclusión de sus pensamientos puede ofrecer un
llamamiento a la prudencia, y consiste en que debemos cuidar al sistema internacional,
en sus acciones de policía, de caer en rasgos fundamentalistas en la aplicación de
sanciones.

Pasando a John Rawls (1921- 2002), al que nos acercamos a través de Juan
Carlos Velasco Arroyo, fue un filósofo estadounidense receptor de las obras de la
tradición jurídica, muy influenciado por Kant en la definición que hacía de razón y
contribuidor de la filosofía política. En su obra Teoría de la justicia de 1971 trata en un
apartado de la sección 58 acerca de cómo se podría extender la concepción de justicia
aplicada para lo local al ámbito internacional, une la justificación de la objeción de
conciencia a participar en una guerra con la posibilidad de imparcialidad en las
relaciones interestatales. En su segundo libro El liberalismo político (1993) apunta que
habría que repensar el derecho de gentes porque se ha pensado para la relación entre
sociedades políticas cerradas y debería reformularse en vista a sociedades más abiertas.
Utilizando dos de sus expresiones: “posición original” y “velo de la ignorancia”
propone que los gobernantes partan de la posición original para destapar el velo de la
ignorancia reuniéndose a debatir sobre la mejor forma de organización mundial.

En 1993 publica un artículo ampliando su teorización del derecho de gentes, The


Law of people, donde lo define como “una concepción política del derecho y la justicia
aplicable a los principios y normas del derecho y la práctica internacionales” (1997).
Trata el tema de los derechos humanos como el principal enfoque del derecho
internacional actual llegando a relegar concepciones de justicia anteriormente de igual
desarrollo como la equidad y no sin antes asumir que para garantizar su total respeto se
reducen sus exigencias. Para Rawls el derecho de gentes no es una doctrina sino una
teoría política como tantas otras y no considera que pueda establecerse un orden político
mundial en torno a él. Para el autor la sociedad internacional debe organizarse a partir
del principio liberal de tolerancia incluso de las sociedades no liberales. Expone una
clasificación de los países donde resaltamos su principal separación: las sociedades
“bien ordenadas” que serían pacíficas y sin fines expansionistas y las “no bien
ordenadas” las cuales no respetarían los derechos humanos como por ejemplo las
tiranías, las cuales quedarían simplemente excluidas del orden internacional quedando
proscritas de sus beneficios.
32

Los derechos humanos básicos que deben garantizarse dentro de las sociedades
son los derechos civiles, “el derecho a la vida ya la seguridad, a la propiedad privada y a
los elementos del Estado de derecho y, del mismo modo, el derecho a cierta libertad de
conciencia, a la libertad de asociación y a la emigración” (Rawls: 1997), pero no
necesariamente los de participación política.

Con este precepto considera que está ampliando la aceptación de los derechos
humanos como universales independientemente del régimen político dada su
consideración de derechos de las personas en sí. Es una concepción relajada de la
aplicación de estos derechos pero sin embargo su objetivo es que sean entonces
respetados en la mayor parte de los países. Considera incluso que en un Estado su
religión pueda alcanzar el título de religión de Estado pero para ser considerada una
sociedad bien ordenada nadie debería ser perseguido por sus creencias, es decir, tendría
que existir una tolerancia. (Rawls: 1997).

Los derechos humanos cumplen tres funciones para el Estado: legitimidad del
gobierno suponiendo una limitación a sus acciones soberanas, excluir la posibilidad de
una intervención armada en sus fronteras y establecimiento de un límite al pluralismo
entre los pueblos, que debe respetar siempre la integridad de las personas.

En caso de que el Estado no los respetase provocando casos de grave daño a


personas inocentes sí quedaría justificada una intervención armada exterior quedando el
Estado en la lista de los proscritos. El derecho de intervención es muy controvertido
quedando la legitimidad tan solo en el Consejo de Seguridad, según el capítulo VII de la
Carta de Naciones Unidas, y si no tiene el veto de ninguna de las potencias ganadoras
de la Segunda Guerra Mundial. Para Rawls este es una gran virtud ya que reconoce el
derecho a la diferencia, siendo el rebrote del intervencionismo o de la injerencia un
rebrote así mismo del eurocentrismo o de la concepción de lo occidental, como puede
ser la organización política democrática, como lo universal.

En el caso de imaginar una organización mundial, al igual que Kant, rechaza la


idea de un Estado mundial y también apoya opciones de asociación cooperativas.
Rawls no utiliza indistintamente derecho de gentes y derecho internacional sino que
subordina el derecho internacional positivo al derecho de gentes que debe ser una
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familia de conceptos que sirvan de referencia para juzgar al derecho internacional. Esta
separación la explicó muy bien Francisco de Vitoria cuando daba al ius gentium dos
significados, por un lado el de derecho de la humanidad y por otro el derecho de las
comunidades políticas independientes que se hacen reclamaciones entre sí. Velasco
añade una consideración de Schmitt (1979) en este punto, la desvirtualización del
concepto durante el expansionismo europeo del siglo XIX, que exportó su derecho
internacional público como derecho universal.
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Conclusiones

Dentro de la teoría de las relaciones internacionales actual, el debate se centra


mucho en la paz asegurada y mantenida por un hegemon, la teoría de la estabilidad
hegemónica. La máxima para el Estado es conseguir toda la fortaleza militar e
influencia política como sea posible para que el resto de Estados, o quieran mantener
relaciones amistosas, o teman el peligro de un ataque y por tanto tampoco ofrezcan
obstáculos a tu actividad, ya que el poder es una relación social, no hay poder si no se
ejerce sobre otro como afirmaría Zakaria (2008). Se han sucedido dos épocas: la pax
británica y la pax americana, la cual se está actualmente debatiendo si continúa o se
diluye con el aumento de importancia económica y política de los BRICS, la tesis de la
convergencia o de catching up, aunque haya que analizar esta tendencia con precaución
sabiendo que fue Goldman Sachs el grupo creador del término.

La objeción que se puede presentar a esa hipótesis es que la pax americana o, de


forma más correcta y concisa, norteamericana/ estadounidense, alcanza unos límites que
nunca consiguió su antecesora británica. Tras la Guerra Fría surge el dividendo de la
paz traspasando el gasto militar hacia lo social, se firmaron tratados para reducir la
cantidad masiva de armas nucleares que se habían adquirido las cuales tenían capacidad
de destruir el mundo varias veces, no podemos decir que en base estos acuerdos se
abandonase el recurso a la tenencia y utilización de estas armas porque en la actualidad
la seguridad se base en la continua amenaza de su posible utilización por parte de
alguno de los países que las guardan o sus aliados, ya que varias naciones se agrupan
bajo el amparo de una seguridad común como puede ser ejemplo los países europeos y
Estados Unidos reunidos en la OTAN. Este gasto social predominante pasó a ser un
fenómeno revertido con el ataque a las torres del World Trade Center en la famosa
jornada del 11 S de 2001. Samuel Huntington tiene que decir al respecto, en El choque
de las civilizaciones, que la clave que guiará los conflictos en los próximos años será la
diferencia cultural de las diferentes culturas del mundo que él identifica: la china,
japonesa, hindú, islámica, ortodoxa, occidental, latinoamericana y africana.

Por el otro lado encontramos una creciente interconexión debido a las


plataformas internacionales de debate ya sea a nivel ciudadano como político. Los foros
mundiales acerca de problemas que afectan a la humanidad en su conjunto como el
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hambre, el cambio climático o las consecuencias negativas de la globalización son un


buen ejemplo de ello. Surgen cada vez más corrientes de pensamiento alternativo que
proponen continuas reformas del sistema para alcanzar mayores niveles de bienestar.
Tiene cada vez más presencia el discurso de los derechos humanos, aunque no hay que
mostrarse tan optimistas ya que muchas veces se queda en papel mojado o en una doble
moral interna/ externa.

Conectando con el principio de publicidad planteado por Kant vemos que existe
una necesidad, planteada desde abajo, cada vez mayor de espacios ciudadanos para la
discusión de la actividad política para plantear las necesidades propias que el gobierno
debe tener en consideración y ejercer así un contrapeso a su poder.

Lo que Kant no podía prever fueron las grandes pasiones que desató el
nacionalismo, haciendo que muchas personas se identificasen profundamente con el
lugar de nacimiento y su simbología creando con ella su propia identidad y mostrándose
dispuestas a perder la vida defendiendo a la patria. Sentimientos que produjeron una
reacción ante los horrores vividos en las dos guerras mundiales y las siguientes guerras
en Corea, Vietnam, las consecuencias también terribles del intervencionismo de Estados
Unidos en América Latina o en Oriente Medio, la Guerra de Yugoslavia “a las puertas
de Europa” o la continuación y recrudecimiento del conflicto israelo- palestino.

Viñeta disponible en línea: https://www.nytsyn.com/cartoons/cartoons/1064146


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Estados Unidos, primera potencia militar del momento sabe utilizar muy bien a
parte de su probado hard power, el soft power que ejerce su cultura e idioma
extendiendo los valores que los constituyen y Europa funciona la mayoría de veces
haciendo bandwagoning, como legitimadora de sus acciones. No ha sido hasta hace
pocos años que la Unión Europea está creando su propia política de seguridad común
independiente del anterior baluarte que suponía la OTAN, debido al desinterés de
Estados Unidos en esta organización, actualmente más ocupado en establecer su
influencia en el sudeste asiático con la ASEAN para balancear el poder de la República
Popular China. Está por ver si en futuras decisiones bélicas Europa opta por esa opción
o por el balancing acorde a un mundo multipolar. Tampoco queda claro cuándo el
recurso a la guerra es legítimo, ya que los equilibrios de poder han cambiado desde
1945 y las potencias con poder de veto en la única instancia capaz de legitimizar una
acción armada, el Consejo de Seguridad, siguen en las mismas condiciones de poder. Se
publicó el informe R2P o de responsabilidad de proteger, pero los debates acerca de
cuándo debe aplicarse finalmente están bajo los intereses políticos.

La globalización ha producido que las identidades nacionales y locales se


pierdan en favor de nuevas formas de consumo. Las concepciones sobre la forma de
vida, la religión o la cultura se ven influenciadas a todos los niveles por este proceso de
transnacionalización de la producción. Desde los años 50 los ciudadanos han optado
masivamente por seguir el modelo consumista primero de producción en serie y ahora
más individualizado. El modelo de vida del éxito económico, ha llegado a casi todos
los rincones del planeta y ha convertido a los ciudadanos en grandes consumidores tanto
de los productos nacionales como, cada vez más, de productos o mercancías alejadas de
su tradición. La explotación de los recursos naturales también ha avanzado a niveles
exagerados sobre todo en países en vías de desarrollo con costes más baratos para las
empresas. Hay movimientos de recuperación y promoción de la producción y cultura
local para que no se pierdan en los jóvenes y quizás, como deseaba Kant, se pueda
llegar a convivir en un orden cosmopolita sin perder las identidades, es decir, las
diferencias.

La diplomacia tradicional se ha ido reformando hasta acercarse cada vez más a


la diplomacia pública, es decir, ha habido un cambio de enfoque desde el único interés
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en las élites hasta una ampliación para además incluir un interés en los ciudadanos, en la
opinión pública. Para Morguenthau, padre del realismo político que también estudió el
tema de la paz, la diplomacia suponía la consecución de la paz por medio del acuerdo
frente a las posibilidades de la paz por medio de la limitación de una policía mundial o
por medio de la transformación con la construcción de un Estado mundial, opción que
no agradaba a Kant. El único mecanismo con el que se regula el poder es el derecho,
porque la moral política tiene sus propias características basadas en el interés nacional
donde la ética política solo debe ser medida por las consecuencias políticas de la acción.
Se podría añadir que actualmente encontramos la limitación que supone la opinión
pública internacional, como se comprobó en la Guerra de Somalia con un rebrote del
síndrome de Vietnam o con las actuales ONGs internacionales como Amnistía
Internacional, creadora de opinión pública a nivel global. Si queda claro que los pactos
entre naciones no son duraderos, Morguenthau aboga por revitalizar la diplomacia, pero
como ya señalaba Kant, la diplomacia está al servicio del poder del Estado, no tiene
independencia en sus actuaciones.

Lo que queda claro es que las Relaciones Internacionales deben ser repensadas a
la vista de los nuevos retos que se nos plantean, ya sea por el crimen y el terrorismo sin
fronteras como por retos que nos plantean la naturaleza humana como los flujos
migratorios o la situación de los refugiados y apátridas consecuencia de los conflictos
duraderos y “países fallidos”. Existen bienes públicos entre los que se podría incluir el
derecho de hospitalidad que formuló Kant ya en 1795 y que parece olvidado por
completo. Situación muy bien representada por esta viñeta del New York Times:

Viñeta disponible en línea: https://www.nytsyn.com/cartoons/cartoons?channel_id=185#1316365


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El problema de las fronteras llevas en la agenda política muchos años pero sin
conclusiones comunes entre los Estados y el problema no solo pertenece a los países del
Mediterráneo, también al éxodo desde Sudamérica hasta la frontera entre México y
Estados Unidos o el procedente de países africanos hacia Sudáfrica, con problemas
apremiantes de acogida de refugiados en la última década. El perfectio mentium (estado
de libertad y felicidad) entre los pueblos, tras más de dos siglos desde el opúsculo del
gran racionalista Immanuel Kant, sigue estando lejos de conseguirse, lo que continua
siendo un motivo de impulso al trabajo para la consecución de la paz.
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