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MARKETER / Horacio Marchand

(18-05-2018).- Zombies, gente encorvada, domada y flotante; todos ellos se pueden apreciar
caminando en los pasillos de las empresas modernas.

La vida corporativa parece aniquilar al espíritu y, a cambio de la paga quincenal, suele


domesticar a las personas.

Y aclaro que no es crítica: todos tenemos que llevar el pan a la casa y tenemos que sacar a la
familia adelante; por ella se hace todo.

Trabajar siempre es honorable, pero el trabajo que día con día, lentamente apaga la vida,
plantea el viejo dilema de: trabajar para vivir o vivir para trabajar.

Si Freud diagnosticó la frustración sexual en los años 1900 como el mal de los tiempos, ahora
debe de ser el aburrimiento.

Una investigación a nivel mundial que hizo Gallup en el 2014, concluye que sólo el 13 por
ciento de los empleados se sienten comprometidos e involucrados con su trabajo. Increíble.
Esto es una crisis de proporciones mayores.

Enmarcándolo diferente: 87 por ciento de los empleados se siente desconectado de su


trabajo.

Pareciera que las personas nos hemos resignado a este tipo de diseño organizacional que
empezó apenas hace unos 200 años, frente a una historia de civilización que lleva casi 6 mil
años. No romantizo el pasado; el sistema perfecto no existe.

Mi interés es resaltar la aparición y asentamiento de un sistema organizacional reciente, de su


fragmentación, su especialización y de su economía de escala.

Este reduccionismo diseña trabajos micro-funcionales, incluso a nivel directivo, y fomenta la


repetición sistemática que acaba por alienar a las personas.

Adicionalmente, las prioridades del sistema rebasan y subordinan al individuo. Se borran las
intenciones personales en aras de la productividad y la premisa es hacer lo mismo cada vez
de forma más eficiente. Este hecho elimina cualquier posibilidad de expresión creativa, de
iniciativa, de frescura y de variación.

Con lo anterior, no debería de extrañarse todas las enfermedades psicosomáticas que se


detonan y en buena medida explican por qué se rompen récords todos los años de
alcoholismo, drogadicción y suicidios (en promedio los hombres se suicidan 3.5 veces más
que las mujeres). La depresión, el primero de los síntomas, es creciente y una alerta roja del
inicio de los signos de la erosión emocional.

Como respuesta a este fenómeno de opresión, florecen los centros de todo tipo de
desintoxicación y atención a padecimientos de estrés excesivo; en paralelo emergen las
actividades preventivas como los spas de renovación, las clases de yoga y la meditación, por
mencionar algunos.
Naturalmente el ejercicio siempre será una forma maravillosa de crear poder personal;
mens sana in corpore sano.

Si no se puede cambiar el sistema, potencialmente se puede cambiar la forma en que lo


percibimos y podemos generar recursos internos.

Al mismo tiempo, cada vez más se rompe el estigma de ir a ver un psicólogo o psiquiatra, que
por cierto faltan en México.

Como en todas las profesiones, hay buenos y malos, pero atenderse emocionalmente debería
de tener la gravedad, por lo menos, de una pierna rota, una muela infectada o una dermatitis
aguda.

Este sistema que pudiera ser sofocante, primero tiene que reconocerse. Vivimos tan dentro de
él, que difícilmente podemos apreciarlo; así como el pez que tampoco observa el agua donde
navega.

En segundo lugar, hay que combatirlo, buscar recursos y sobretodo, buscar la expresión de
nuestra creatividad personal.

Manifestar y proyectar nuestra esencia nos provee de una energía revitalizadora y casi
inexplicable.

Expandir nuestra creatividad es una forma de renovación, y nada renueva más que lo nuevo.
Hay que darnos permiso, sin juicio, de soltarla hasta donde llegue, que ahí estaremos
nosotros.

horaciomarchand @marchandyasociados

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