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El teléfono al que había llamado comenzó a sonar, y no pasaron ni tres segundos que una voz

calmada pero con un tono medio agudo comenzara a hablar. Y mientras Alistair se preparaba para
asumir su nuevo papel como “el hombre alto de la voz aguda”, aquel que había respondido la
llamada hizo la pregunta que esperaba.

“¿Qué pasa, Vladimir?” interrogó aquel hombre, y ya desde el otro lado de la línea se podía notar que no
estaba contento de recibir esa llamada. Al parecer, no estaba acostumbrado a que sus subordinados le
interrumpiesen cuando estaba haciendo algo importante. Y entonces fue cuando Alistair se sumió en el papel,
y puso una voz tan aguda como se lo permitía su timbre de voz.

— Señor, uh… Lamento informarle que unos individuos nos atacaron para robar el maletín. — Informó, de
manera tan convincente como le fue capaz, pero cansándose rápido. No le gusta tener que fingir ni hablar con
sus víctimas, pero si debe hacerlo, se hace.

“¿El maletín?” repitió aquel, con un leve tono de molestia. Al parecer, tenía confianza en sus habilidades,
puesto que, aparte de lo ya mencionado, no parecía muy afectado con la noticia. Quizás se debiera a su tono
rasposo de voz, que a leguas indicaba que era un fumador compulsivo, o, podría ser, que tuviera una legión
de hombres a su cargo. Cualquiera de las dos opciones era válida.
“¿Y cómo eran esos hombres?” preguntó, tras unos breves momentos de silencio.

— Pues, uno es alto, muuuy alto. Lleva una capa como esas de superhéroe de cuarta. Tiene cabello largo y
ropa negra. Y el otro es un enano, rubio, muy hablador e irrespetuoso. — Está claro que esa descripción no
venía del tipo en sí sino desde lo más profundo del corazón de Alistair.

“Hm.” El hombre pareció meditar durante unos segundos, mientras que se escuchaban los sonidos de las
caladas que le daba a su cigarrillo o lo que fuese que estuviera fumando.

“De acuerdo. Vente al punto de encuentro. Recuerdas dónde es, ¿no?”

Ah… Mierda.

Lo habían pillado.

Debió suponer desde un principio que era obvio que conocía la localización.

Bueno… Toca improvisar.

— L-lo siento mucho, señor… — murmuró, intentando sonar verdaderamente arrepentido. — pero usted sabe
que mi memoria es muy mala.

El hombre detrás del teléfono soltó un gruñido irritado y golpeó la mesa con su puño, tan audible que se
escuchó a través del celular.

“¡Eres un maldito incompetente, Vladimir. Luego de que vengas te daré lo tuyo y no te podrás ni poner de pie
luego!”.

Fue en esta frase con la que Alistair comenzó a sentir total repudio por aquel hombre. No sólo porque era
prepotente, sino porque creía que tenía todo el poder del Universo y que podía abusar (y nunca mejor dicho)
de todo el que quisiese.

El hombre esperó unos segundos para recuperar la compostura, respirando sonoramente en repetidas
ocasiones. , tras lo cual, tomó de nuevo la palabra.
“El edificio abandonado en el centro de la ciudad. Está todo coronado por enredaderas. Lo reconocerás. ¡NO
TARDES!”

Con ese último alarido, cortó la llamada. Alistair a su vez, cerró la tapa del teléfono y lo dejó al lado del cuerpo
de Vladimir, del que se compadecía /un poquito/. Registró el cuerpo del muerto una vez más, encontrando las
llaves de un vehículo que seguramente estaría aparcado afuera, y tras esto, salió de la casona y se dirigió a la
carretera, donde a un costado estaba estacionada una camioneta último modelo, a la cual se subió, puso en
marcha u echó a andar, de camino a su objetivo.

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El hombre caminaba con tranquilidad por la habitación mientras sus subordinados lo observaban con
atención. El traje blanco en combinación con los pantalones, la camisa negra y la corbata púrpura, combinada
con su mirada que parecía traspasarte el alma, y una expresión que indicaba una calma asesina le conferían
un aspecto cuanto menos, amenazante. Su postura firme indicaba altanería y soberbia, mientras que sus ojos
negros como la noche más oscura contrastaban debido a que no expresaban nada en absoluto. El pelo largo
y rizado, muy bien cuidado, le daban aspecto de loco.

Y era por toda esta extraña mezcla que todos en aquella sala le tenían respeto, pero más allá de eso, le
temían.

La habitación era grande, demasiado, podrían pensar algunos, pues su superficie ocupaba los 100 metros
cuadrados, y allí, todo su ejército personal lo escuchaba con atención, siguiendo los movimientos perfectos
que describía, mientras soltaba sus instrucciones con una tranquilidad que habría impacientado al ser más
impávido del mundo.

— Lo que haremos es lo siguiente: Roger y sus hombres irán a custodiar la residencia de Vladimir. No
queremos que ningún intruso se aparezca. Walter y su tropa irán a los puntos de control a reforzar la
seguridad. Ante cualquier imprevisto, deben comunicarse directamente conmigo. En cuanto a mí, le haré una
llamada a David para que traiga a sus hombres desde su posición hasta acá. ¡Ahora vayan!

Tras esta última exclamación, todos los presentes se pusieron de pie y, agrupándose, se marcharon del lugar.

En cuanto al Jefe, se sentó en su escritorio y marcó el número privado de David, quien, muy para su sorpresa,
atendió con la respiración agitada, hablando de prisa, y con disparos escuchándose de fondo.

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