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CARTILLA SEMANA 1

PRESENTACIÓN DEL CODIGO


GENERAL DEL PROCESO

 ANTECEDENTES

 PRINCIPIOS.

 VIGENCIA

 TRÁNSITO LEGISLATIVO

 LEY 1564 DE 2012 Y SU INCIDENCIA EN EL DERECHO SUSTANCIAL

1. PRINCIPIOS

El Instituto Colombiano de Derecho Procesal, bajo la dirección de su Presidente Jairo


Parra Quijano, emprendió en el año 2003 la necesaria tarea de elaborar un nuevo código de
procedimiento, con el propósito principal de mejorar el servicio de justicia.

Desde las primeras reuniones de análisis, en las que se consideraron estudios estadísticos,
informes nacionales e internacionales y opiniones de expertos, se concluyó que era necesario
explorar alternativas para dotar a Colombia de un proceso realmente efectivo, accesible,
rápido, moderno y económico, características imprescindibles para garantizar el debido
proceso, humano y justo, que es presupuesto para el bienestar, la equidad, la armonía social
y la paz.

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Jairo Parra Quijano propuso al Instituto emprender este ambicioso proyecto con un
horizonte claro y definido: reemplazar en los procesos la garantía meramente formal, por la
garantía real de los derechos fundamentales.

Para aprovechar la experiencia acumulada el punto de partida fue el Código de


Procedimiento Civil del año 1970, formidable ordenamiento concebido principalmente por
los maestros Hernando Devis Echandía y Hernando Morales Molina.

Este código, con el paso de los años, a pesar de los repetidos esfuerzos de actualización,
se fue quedando rezagado, “fugitivo de su tiempo”, frente a la evolución de los sistemas
procesales, a las novedades en comunicaciones, a los adelantos de la técnica y a las nuevas
realidades y necesidades del mundo actual que no alcanzaron a ser previstas por los
legisladores de entonces.

Fueron estos mismos redactores del Código de Procedimiento Civil quienes en la década
de los sesenta, acompañados de otros ilustres juristas, fundaron el Instituto Colombiano de
Derecho Procesal. Luego de compartir Hernando Devis Echandía y Hernando Morales
Molina la dirección del Instituto, en 1994 fue confiada la presidencia a Jairo Parra Quijano,
quien con dedicación ejemplar, caracterizada por la rectitud, el buen obrar y el cumplimiento,
alcanzó todos los designios fijados por los fundadores.

El anteproyecto del Código General del Proceso se preparó con la participación de la


mayoría de los miembros del Instituto, organizados en comisiones que trabajaron
intensamente durante varios años para analizar en detalle la normativa y presentar propuestas
de actualización. Así mismo, se tuvieron en cuenta los importantes pronunciamientos de
nuestros juzgados, tribunales y cortes y las opiniones de la autorizada doctrina procesal
nacional.

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2. PRINCIPIOS

PRINCIPIOS RECTORES

 Acceso a la Justicia (art. 2)

Toda persona o grupo de personas tiene derecho a la tutela jurisdiccional efectiva para
el ejercicio de sus derechos y la defensa de sus intereses, con sujeción a un debido proceso
de duración razonable. Los términos procesales se observarán con diligencia y su
incumplimiento injustificado será sancionado.

 Proceso oral y por audiencias (art. 3)

Las actuaciones se cumplirán en forma oral, pública y en audiencias, salvo las que
expresamente se autorice realizar por escrito o estén amparadas por reserva.

 Igualdad de las partes (art. 4)

El juez debe hacer uso de los poderes que este código le otorga para lograr la igualdad
real de las partes.

 Concentración (art. 5)

El juez deberá programar las audiencias y diligencias de manera que el objeto de cada
una de ellas se cumpla sin solución de continuidad. No podrá aplazar una audiencia o
diligencia, ni suspenderla, salvo por las razones que expresamente autoriza este código

 Inmediación (art. 6)

El juez deberá practicar personalmente todas las pruebas y las demás actuaciones
judiciales que le correspondan. Sólo podrá comisionar para la realización de actos
procesales cuando expresamente este código se lo autorice. Lo anterior, sin perjuicio de

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lo establecido respecto de las pruebas extraprocesales, las pruebas trasladadas y demás
excepciones previstas en la ley

 Legalidad (art. 7)

Los jueces, en sus providencias, están sometidos al imperio de la ley. Deberán tener
en cuenta, además, la equidad, la costumbre, la jurisprudencia y la doctrina. Cuando el
juez se aparte de la doctrina probable, estará obligado a exponer clara y razonadamente
los fundamentos jurídicos que justifican su decisión. De la misma manera procederá
cuando cambie de criterio en relación con sus decisiones en casos análogos. El proceso
deberá adelantarse en la forma establecida en la ley

 Iniciación e impulso (art . 8)

Los procesos sólo podrán iniciarse a petición de parte, salvo los que la ley autoriza
promover de oficio. Con excepción de los casos expresamente señalados en la ley, los
jueces deben adelantar los procesos por sí mismos y son responsables de cualquier
demora que ocurra en ellos si es ocasionada por negligencia suya

GENERALES

 Instancias (art. 9)

Los procesos tendrán dos instancias a menos que la ley establezca una sola.

 Gratuidad (art. 10)

El servicio de justicia que presta el Estado será gratuito, sin perjuicio del arancel
judicial y de las costas procesales.

 Interpretación de las leyes (art. 11)

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Al interpretar la ley procesal el juez deberá tener en cuenta que el objeto de los
procedimientos es la efectividad de los derechos reconocidos por la ley sustancial. Las
dudas que surjan en la interpretación de las normas del presente código deberán aclararse
mediante la aplicación de los principios constitucionales y generales del derecho procesal
garantizando en todo caso el debido proceso, el derecho de defensa, la igualdad de las
partes y los demás derechos constitucionales fundamentales. El juez se abstendrá de
exigir y de cumplir formalidades innecesarias.

 Vacíos y deficiencias (art. 12)

Cualquier vacío en las disposiciones del presente código se llenará con las normas que
regulen casos análogos. A falta de éstas, el juez determinará la forma de realizar los actos
procesales con observancia de los principios constitucionales y los generales del derecho
procesal, procurando hacer efectivo el derecho sustancial.

 Observancia de la ley procesal. (art. 13)

Las normas procesales son de orden público y, por consiguiente, de obligatorio


cumplimiento, y en ningún caso podrán ser derogadas, modificadas o sustituidas por los
funcionarios o particulares, salvo autorización expresa de la ley. Las estipulaciones de
las partes que establezcan el agotamiento de requisitos de procedibilidad para acceder a
cualquier operador de justicia no son de obligatoria observancia. El acceso a la justicia
sin haberse agotado dichos requisitos convencionales, no constituirá incumplimiento del
negocio jurídico en donde ellas se hubiesen establecido, ni impedirá al operador de
justicia tramitar la correspondiente demanda. Las estipulaciones de las partes que
contradigan lo dispuesto en este artículo se tendrán por no escritas.

 Debido Proceso (art. 14).

El debido proceso se aplicará a todas las actuaciones previstas en este código. Es nula
de pleno derecho la prueba obtenida con violación del debido proceso

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3. VIGENCIA

El Código General del Proceso entrará en vigencia en todos los distritos judiciales del
país el día 1º de enero del año 2016, íntegramente.

Lo que está vigente con la promulgación del Código (12 de julio de 2012)

Art 24: Ejercicio de funciones jurisdiccionales por autoridades Administrativas

Art 31 numeral 2: El artículo habla de la competencia de la Sala Civil de los Tribunales


Superiores. El numeral 2 establece: “De la segunda instancia de los procesos que conocen
en primera instancia las autoridades administrativas en ejercicio de funciones
jurisdiccionales, cuando el juez desplazado en su competencia sea el juez civil del
circuito. En estos casos, conocerá el tribunal superior del distrito judicial de la sede
principal de la autoridad administrativa o de la sede regional correspondiente al lugar en
donde se adoptó la decisión, según fuere el caso”

Art 33 numeral 2: En el mismo sentido que el anteriormente citado, sólo que esta vez se
refiere a la Competencia del Juez Civil del Circuito y el juez desplazado es el Juez Civil
Municipal.

Art 206: Juramento Estimatorio.

Art 467: Adjudicación o realización especial de la garantía real en los Procesos


Ejecutivos.

Art 610 a 627: Ojo con el 610, ya que permite que la Agencia Nacional de Defensa
jurídica del Estado pueda intervenir en los procesos civiles en cualquier estado del
proceso, bajo unas condiciones muy claras. Además, el 617 otorga una competencia a
prevención a los Notarios en 10 asuntos muy puntuales. Los artículos 620 y 621
modifican artículos de la Ley 640 de 2001.

Art 121: Este artículo habla sobre la Duración de los Procesos. Sin embargo, para los
procesos en cursos a partir del 12 de julio de 2012 sólo es aplicable si el Juez o Magistrado
así lo dispone (lo que equivale a que no lo harán)

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Lo que está vigente desde el 1 de octubre de 2012

Art 17 numeral 1: La importancia de este artículo se debe a que le otorga a los Jueces
Civiles Municipales, de una vez y para siempre, el conocimiento de los procesos de
responsabilidad médica de mínima cuantía en única instancia.

Art 18 numeral 1: En igual sentido que el anterior, sólo que esta vez se refiere a los
proceso de menor cuantía.

Art 20 numeral 1: Como los anteriores, sólo que esta vez se refiere a los Jueces Civiles
del Circuito y a procesos de mayor cuantía.

Art 25: Las cuantías.

Art 30 numeral 8 y parágrafo: Competencia de la Sala Civil de la Corte Suprema de


Justicia, del Procurador General de la Nación y el Director de la Agencia Nacional de
Defensa Jurídica del Estado para cambiar radicación de un proceso y que implique
remisión de un distrito judicial a otro.

Art 31 numeral 6 y parágrafo: En igual sentido que el anterior, sólo que ahora se
refiere a la Sala Civil de los Tribunales Superiores, y sólo si el cambio se hace dentro del
mismo distrito judicial.

Art 32 numeral 5 y parágrafo: Similar al anterior, sólo que esta vez habla de la Sala
de Familia.

Art 94 y 95: Interrupción de la prescripción, inoperancia de la caducidad y constitución


en mora, y sus efectos.

Art 317: Desistimiento Tácito.

Art 351: Acumulación de fallos.

Art 398: Proceso de Cancelación, reposición y reivindicación de Títulos Valores.

Art 487 parágrafo: Permite que una persona parta su patrimonio en vida y conforme a
lo que establece el Código Civil para las sucesiones por causa de muerte.

Art 531 a 576: Insolvencia para persona natural no comerciante.

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Art 590: Medidas cautelares en Procesos Declarativos.

A partir del 1 de enero de 2014 entrará a regir todo el Código General del Proceso,
pero lo hará de forma gradual y en un plazo máximo de 3 años (2017), dependiendo de
la adecuación de la infraestructura de los Juzgados y de la capacitación a los funcionarios.

4. TRANSITO LEGISLATIVO

Aspecto trascendental de la nueva legislación procesal es el de su tránsito, inspirado


en la necesidad de que sin perjuicio de la ultractividad de algunas normas del Código de
Procedimiento Civil (CPC), los procesos que estaban en curso al dejar de regir el Código
De Procedimiento Civil, se adecúen prontamente a las nuevas vías procesales.

La idea del legislador fue que los procesos en curso cuando entró a regir el Código
General del Proceso (CGP) se continúen tramitando con las normas de este nuevo estatuto
hasta cierta etapa y, luego, se sometan al CGP.

La avalancha de interpretaciones sobre el tránsito de legislación del Código de


Procedimiento Civil (CPC) al Código General del Proceso (CGP), que se ofrecía apacible
y pacífico, con los primeros días de aplicación del último estatuto, se ha tornado confusa.
El asunto no debe enredarse, si se hace una lectura descomplicada de los artículos 624 y
625 del CGP.

En efecto, el artículo 624 del Código General del Proceso (CGP) reiteró el principio
de que la ley procesal tiene vigencia inmediata, pero también reiteró el fenómeno de la
ultractividad, en el sentido de que “los recursos interpuestos, la práctica de pruebas
decretadas, las audiencias convocadas, las diligencias iniciadas, los términos que
hubieren comenzado a correr, los incidentes en curso y las notificaciones que se estaban
surtiendo, se regirán por las leyes vigentes cuando se interpusieron los recursos, se
decretaron las pruebas, se iniciaron las audiencias o diligencias, empezaron a correr los

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términos, se promovieron los incidentes o comenzaron a surtirse las notificaciones”. A
esta disposición debe agregarse lo señalado en el artículo 625, el cual previó que, por
ejemplo, si al entrar a regir el Código General del Proceso (CGP) un proceso ordinario
se encontraba en estado anterior al decreto de pruebas, se seguirá tramitando como se
inició hasta cuando se abra a pruebas, y de allí en adelante dejará de ser ordinario y se
convertirá en verbal.

De la conciliación de esas dos normas que vienen de citarse, depende que el problema
por resolver encuentre solución, o sea insoluble. En efecto, si el proceso ordinario estaba
iniciando cuando entró a regir el Código General del Proceso (CGP), ese asunto se sigue
tramitando como ordinario, teniendo el cuidado de que antes de que llegue a la etapa de
abrir pruebas, los recursos, los términos que hubieren empezado a correr y las
notificaciones que se estuvieren surtiendo y los incidentes en curso, se decidan conforme
a las normas del Código de Procedimiento Civil (CPC).

Ello no significa que mientras se llega al momento de decretar las pruebas, el juez no
deba aplicar el Código General del Proceso (CGP) a asuntos diferentes de los que estaban
en trámite y que deben resolverse de acuerdo con el estatuto procesal civil.

Por ejemplo, si al entrar en vigencia el CGP el demandado en un proceso ordinario


había solicitado el llamamiento en garantía, sin que tal petición hubiese sido resuelta, la
misma deberá resolverse pero de acuerdo con las normas del CGP, las cuales prevén que
el llamado no es un tercero, sino parte, y además que la suspensión impropia no será de
90 días, como lo preveía el CPC, sino de seis meses (CGP, art 66). Esa citación se surte
aplicando inmediatamente las normas del CGP, pero el proceso seguirá siendo ordinario
hasta cuando se llegue al decreto de pruebas, momento en el cual el juez convocará a la
audiencia de instrucción y juzgamiento para que se recauden. A partir de ese momento,
el proceso ordinario desaparece y se convierte en un verbal. Igual criterio se aplica para
el tránsito de abreviados, verbales y los ejecutivos.

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Lo otro que es preciso aclarar desde ya es lo relacionado con la práctica de los
interrogatorios de parte en el proceso verbal, pues hay quienes sostienen que estos se
practican de oficio, dado que el numeral 7º del artículo 372 del CGP prevé que se
recaudarán en la audiencia inicial.

Tal entendimiento es equivocado, pues si bien el juez puede interrogar a las partes en
esa oportunidad sin que ninguna lo haya pedido, lo mismo no puede ocurrir entre ellas.
En efecto, para que en la audiencia inicial una parte pueda interrogar a su contraparte, es
menester que haya solicitado en la demanda o en la contestación el respectivo
interrogatorio, pues con este se busca provocar la confesión.

Si en el proceso se hubiere surtido la etapa de alegatos y estuviere pendiente el fallo,


el juez lo dictara con fundamento en la legislación anterior, proferida la sentencia, el
proceso se tramitara conforme a la nueva legislación.

 Para los procesos verbales de mayor y menor cuantía:

a) Una vez agotado el trámite que precede a la audiencia de que trata el artículo 432 del
Código de Procedimiento Civil, se citará a la audiencia inicial prevista en el artículo 372
del Código General del Proceso, y continuará de conformidad con este.

b) Si la audiencia del artículo 432 del Código de Procedimiento Civil ya se hubiere


convocado, el proceso se adelantará conforme a la legislación anterior. Proferida la
sentencia, el proceso se tramitará conforme a la nueva legislación.

 Para los procesos verbales sumarios:

a) Una vez agotado el trámite que precede a la audiencia de que trata el artículo 439 del
Código de Procedimiento Civil, se citará a la audiencia inicial prevista en el artículo 392
del Código General del Proceso, y continuará de conformidad con este.

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b) Si la audiencia del artículo 439 del Código de Procedimiento Civil ya se hubiere
convocado, el proceso se adelantará conforme a la legislación anterior. Proferida la
sentencia, el proceso se tramitará conforme a la nueva legislación.

 Para los procesos ejecutivos:

Los procesos ejecutivos en curso, se tramitarán hasta el vencimiento del término para
proponer excepciones con base en la legislación anterior. Vencido dicho término el
proceso continuará su trámite conforme a las reglas establecidas en el Código General
del Proceso.

En aquellos procesos ejecutivos en curso en los que, a la entrada en vigencia de este


código, hubiese prelucido el traslado para proponer excepciones, el trámite se adelantará
con base en la legislación anterior hasta proferir la sentencia o auto que ordene seguir
adelante la ejecución. Dictada alguna de estas providencias, el proceso se seguirá
conforme a las reglas establecidas en el Código General del Proceso.

En todos aquellos casos en que una norma remita al Código de Procedimiento Civil,
se entenderá que tal remisión se realiza al Código General del Proceso, claro está, en lo
que le sea aplicable, conforme a la naturaleza de la actuación que se esté adelantando,
pues algunas de las previsiones procesales del C.G.P., por razón de su estirpe oral, pueden
resultar incompatibles con otros trámites procesales de linaje eminentemente escritural,
debe tenerse en cuenta adicionalmente, que conforme a lo previsto en el artículo 116 de
la Constitución Política, el en el artículo 24 del C.G.P. se atribuyó función jurisdiccional
en materias precisas a determinadas autoridades administrativas, tales como la
Superintendencia de Sociedades, la Superintendencia de Industria y Comercio, el
Instituto Colombiano Agropecuario, la Dirección Nacional de Derechos de Autor y la
Superintendencia Financiera de Colombia, luego estas entidades, al tramitar los procesos
a que se refiere el citado artículo, deberán definir, dentro del marco de sus competencias
legales y constitucionales, si a partir del 1º de enero de 2014 son aplicables la integridad

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de las normas del Código General del Proceso, teniendo por derogado íntegramente el
Código de Procedimiento Civil, pues entiéndase que de conformidad con lo preceptuado
en el numeral 6 del artículo 627 del C.G.P. los demás artículos de la ley entrarán en
vigencia a partir del primero (1º) de enero de dos mil catorce (2014), en forma gradual
según lo determine el Consejo Superior de la Judicatura, autoridad que por mandato
constitucional tiene competencia para regular la actividad y el funcionamiento de la Rama
Judicial del Poder Público, y teniendo en cuenta que el numeral 6º del artículo 627 reguló
de manera específica la actividad judicial, deberá determinarse que: si las autoridades que
perteneciendo a la rama administrativa ejercen
potestades jurisdiccionales están habilitadas constitucional y legalmente para determinar
la fecha en la cual entrarán en vigencia los demás artículos de la Ley 1564 de 2012 para
los procesos que ante ellas se tramiten, tomando como fecha inicial el 1º de enero de
2014, situación igualmente predicable de la justicia arbitral.

Respecto de la justicia arbitral, regulada en la Ley 1563 de 2012, debe tenerse en


cuenta lo previsto en el artículo 31, según el cual “el tribunal y las partes tendrán, respecto
de las pruebas, las mismas facultades y deberes previstos en el Código de Procedimiento
Civil y las normas que lo modifiquen o complementen” y el artículo 32 que prevé
que “el tribunal podrá ordenar las medidas cautelares que serían procedentes de
tramitarse el proceso ante la justicia ordinaria o contencioso administrativa, cuyos
decretos, práctica y levantamiento se someterán a las normas del Código de
Procedimiento Civil y el Código de Procedimiento Administrativo y de lo Contencioso
Administrativo y a las disposiciones especiales pertinentes”.

En la medida en que tales normas determinan una remisión normativa tanto al Código
de Procedimiento Civil como a la Ley 1437 de 2011, ésta última para el decreto y práctica
de medidas cautelares, lo cual se desprende que, en el caso de la remisión al
procedimiento administrativo contencioso no se hizo mención alguna al Decreto 01 de
1984, el cual, si bien fue derogado por el C.P.A.C.A., a partir del 2 de julio de 2012, ello
operó de forma gradual en algunos despacho del país, hasta terminar los procesos que se
iniciaron al amparo del C.C.A., lo que indica que la remisión al C.P.C., lo fue en los

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términos de su vigencia, por ejemplo, respecto de las normas contenidas en la Ley 1395
de 2010 que lo reformaron y ahora el C.G.P., En la redacción original del art. 24 del
C.G.P. se atribuyó función jurisdiccional al Ministerio de Justicia y del Derecho; sin
embargo, la Corte Constitucional en sentencia C-156 de 2013 declaró inexequibles “por
el cargo analizado, las expresiones. “ El Ministerio de Justicia y del Derecho, o quien
haga sus veces, a través de la dependencia que para tales efectos determine la estructura
interna, podrá, bajo el principio de gradualidad en la oferta, operar servicios de justicia
en todos los asuntos jurisdiccionales que de conformidad con lo establecido en la Ley
446 de 1998 sobre descongestión, eficiencia y acceso a la justicia han sido atribuidos a la
Superintendencia de Industria y Comercio, Superintendencia Financiera y
Superintendencia de Sociedades, así como en los asuntos jurisdiccionales relacionados
con el trámite de insolvencia de personas naturales no comerciantes y los asuntos
previstos en la Ley 1098 de 2006 de conocimiento de los defensores y comisarios de
familia.”.

Luego son las interpretaciones que admite tal remisión: la primera que indica que es
el respectivo tribunal arbitral quien debe determinar la aplicabilidad del C.P.C. o
del C.G.P., bajo la visión de que tal jurisdicción no hace parte de la Rama Judicial y en
consecuencia, por razón de su autonomía no requiere de la orden que imparta el Consejo
Superior dela Judicatura (art. 627-6), y, la segunda, que propugna por una lectura
sistemática de los artículos 31 y 32 del estatuto arbitral con los artículos 626, literal c) y
627, numeral 6º, según los cuales el Código de Procedimiento Civil regirá íntegramente
(salvo lo derogado por los literales a y b del art. 626) hasta tanto no entre en vigencia la
totalidad del C.G.P., conforme lo determine el cronograma del C.S. de la J. (en este caso
el Acuerdo PSAA13-10073 del 27 de diciembre de 2013), para el respectivo distrito
judicial donde funcione el tribunal.

Siendo lo uno o lo otro, deberán, tanto los tribunales arbitrales como las
superintendencias determinar, ab initio, cuál es la regulación procesal aplicable al
respectivo trámite que ante ellos se surte, pues existe una interdicción constitucional para
aplicar a un mismo tiempo normas de uno y otro código (salvo lo ya dicho respecto de

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los numerales 1 a 4 del art. 626 del C.G.P.), pues ello, además de ser anfibológico,
repugna contra el principio de legalidad.

5. LEY 1564 DE 2012 Y SU INCIDENCIA EN EL DERECHO SUSTANCIAL

Siempre se ha considerado que el derecho procesal tiene dos claros propósitos: el


primero, diseñar mecanismos que permitan materializar los derechos sustanciales; el
segundo, generar instrumentos jurídicos que concreten, de manera efectiva, el derecho
humano a un debido proceso. No es extraño, entonces, que las codificaciones procesales
introduzcan variaciones a las leyes sustantivas, no sólo cuando éstas han trazado
lineamientos sobre la forma de ejercer los derechos (la filiación, el saneamiento por
evicción y los títulos-valores son algunos ejemplos), sino también para reverdecer
estatutos promulgados en contextos históricos diferentes (recuérdese, por ejemplo, que el
Código de Procedimiento Civil de 1970 hizo imprescriptibles los bienes fiscales, que si
lo eran en el marco del Código Civil). Que no nos cause extrañeza esa pretensión del
Código General del Proceso, porque en ocasiones el primer paso que debemos dar para
hacer efectivo un derecho sustancial, es renovarlo desde su simiente. Nos detendremos
de manera breve en algunas de esas modificaciones, que desde luego ameritan mayor
reflexión; otras quedarán para después

La exigibilidad y mora

Es asunto averiguado que el derecho a pedir el cumplimiento de una obligación


depende de la exigibilidad.

Si ella se contrajo pura y simple, el acreedor podrá pedir el pago inmediatamente


después de nacida; si fue sometida a plazo, al vencimiento del término respectivo, y si
quedó plegada a una condición, una Variaciones de derecho sustancial en el Código
General del Proceso una vez que ésta se cumpla.

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Por eso el título, para ser ejecutivo, debe contener una obligación exigible. Sin
embargo, en ciertos casos a la ley sustantiva no le basta la exigibilidad, como en las
obligaciones de hacer o con cláusula penal, eventos en los cuales el acreedor debe
constituir en mora a su deudor para que pueda apremiarlo para la ejecución.

En esas hipótesis, de suyo excepcionales, el simple retardo es insuficiente como


detonante de la ejecución, por lo que el acreedor, en línea de principio, para obtener
mandamiento ejecutivo debe reconvenir previamente a su deudor, como lo dispone el
artículo 1608 del Código Civil, a menos que se haya renunciado a la amonestación o se
hubiere configurado alguna de las causales previstas en los dos primeros numerales de
esa norma.

Por eso el Código de Procedimiento Civil estableció el requerimiento como diligencia


previa, habida cuenta que, en determinados casos, sólo el estado de mora permitía librar
la orden de pago. A contrapelo de esas disposiciones, el Código General del Proceso
dispone en sus artículos 94, inciso 2º, y 423, que “la notificación del mandamiento
ejecutivo produce el efecto del requerimiento judicial para constituir en mora al
deudor…, si no se hubiere efectuado antes”, agregando el último de ellos que, en todo
caso, “Los efectos de la mora sólo se producirán a partir de la notificación”. Quiero ello
decir que bajo dicho estatuto, el estado de mora – cuando era necesario– ya no condiciona
el derecho a pedir el cumplimiento, o lo que es igual, que cualquiera que sea la obligación,
incluso las de hacer o con cláusula penal, entre otras, el acreedor puede demandar
ejecutivamente a su deudor y obtener mandamiento de pago desde que la obligación se
hizo exigible.

Quedaron así y de esa manera modificados los Códigos Civil y de Comercio, porque
uno de los efectos de la mora, tratándose de ciertas obligaciones, era que sin ella no se
podía demandar el pago de la deuda. Así por ejemplo, el artículo 1594 del C.C. dispone
que “antes de constituirse el deudor en mora, no puede el acreedor demandar a su arbitrio
la obligación principal y la pena, sino sólo la obligación principal; ni constituido el deudor
en mora, puede el acreedor pedir a un tiempo el cumplimiento de la obligación principal

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y la pena, sino cualquiera de las dos cosas a su arbitrio…”. Pues bien, bajo el Código
General del Proceso, el acreedor puede demandar ejecutivamente el pago de la pena,
aunque su deudor no haya sido constituido en mora; la demanda de pago, por tanto, no
podrá negarse con ese pretexto, por lo que el juez, sin miramiento en esa situación, tendrá
que librar el mandamiento de pago solicitado, porque bajo el nuevo régimen se puede
pedir el cumplimiento de la pena aunque el deudor no esté en mora.

Lo mismo se puede afirmar en relación con las obligaciones de hacer, porque las tres
posibilidades de cumplimiento forzoso previstas en el artículo 1610 del Código Civil,
quedaron habilitadas a partir de la exigibilidad. Aunque el artículo 423 precisó que “los
efectos de la mora sólo se producirán a partir de la notificación”, lo cierto es que el pago
pudo demandarse sin estar en mora el deudor, y el mandamiento librarse sin recato por
esa inadvertencia. Los efectos a los que se refiere esa disposición conciernen a la
indemnización de perjuicios moratorios, porque es asunto también averiguado que salvo
el caso de las obligaciones de no hacer, ella se debe desde que el deudor se ha constituido
en mora (C.C., art. 1615).

La reforma pone al intérprete en calzas prietas cuando el acreedor opte por demandar
desde un principio perjuicios compensatorios por no haberse cumplido una obligación de
dar cuyo objeto sea diferente a dinero, o por la inejecución de un hecho (dejo a un lado
las obligaciones de no hacer, porque respecto de ellas lo importante es la contravención),
como lo autoriza el artículo 495 del Código de Procedimiento Civil y lo prevé el artículo
428 del Código General del Proceso, puesto que toda indemnización de perjuicios,
compensatoria o moratoria, presupone la mora (C.C., art. 1615).

Por tanto, si los efectos de la mora sólo se generan con la notificación, habrá que
entender que la estimación de perjuicios no puede comprender los daños causados con
anterioridad a ese hecho futuro que es la intimación del mandamiento de pago.

Comprendo el interés por agilizar los procesos y, en ese marco, la idea de suprimir
actuaciones como las diligencias previas al mandamiento de pago. Pero el derecho

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sustancial tiene razones para distinguir entre exigibilidad y mora. Al fin y al cabo, un
amplio trecho existe entre el incumplimiento simple y el calificado. Por eso hubiera
preferido mantener la regulación anterior, máxime si, como se verá, el Código también
autorizó el requerimiento privado para constituir en mora.

Cesión de créditos y legitimación en la causa

Se sabe que “la cesión no produce efecto contra el deudor ni contra terceros, mientras
no ha sido notificada por el cesionario al deudor o aceptada por este” (C.C., art. 1960).

Por eso, entonces, mientras no medie esa notificación o aceptación, “podrá el deudor
pagar al cedente, o embargarse el crédito por acreedores del cedente; y en general, se
considerará existir el crédito en manos del cedente respecto del deudor y terceros” (art.
1963, Ibídem).

Variaciones de derecho sustancial en el Código General del Proceso

En pocas palabras, el cesionario carece de legitimación en la causa mientras no se


verifique uno de tales actos.

Tal la razón para que el juez deba negar el mandamiento de pago que se solicite por
un cesionario que no ha intimado de la cesión al deudor, a menos que en la demanda se
haya solicitado la respectiva diligencia previa.

Pues bien, el Código General del Proceso establece en los artículos 94, inciso 2º, y 423
que la notificación del mandamiento de pago es también enteramiento de la cesión del
crédito, si no se hubiere efectuado antes, lo que traduce que, pese a esa omisión, el juez,
al librar dicha orden, deberá entender que el crédito ya está en manos del cesionario, por
lo menos condicionalmente, a la espera de la comunicación de esa providencia. Quedó
así modificada, tácitamente, la parte final del artículo 1963 del Código Civil, porque la

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ausencia de notificación o aceptación de la cesión del crédito no impide afirmar que el
cesionario es acreedor, para expedir a su favor una orden ejecutiva.

No hay derogatoria tácita porque si el deudor que ignora el traspaso del crédito le paga
al acreedor cedente, antes de la notificación del mandamiento, su pago será válido (C.C.,
art. 1634), caso en el cual podrá proponer con éxito esa defensa. Incluso, bajo ese
presupuesto, cualquier acreedor del cedente podrá embargar el crédito, sin que para ello
obste que ya se libró el mandamiento; y aunque este se notifique con posterioridad, la
suerte de la ejecución quedará signada por lo que suceda en el otro juicio, dado que el
juez que conoce del proceso que adelanta el cesionario, no podrá continuar con la
ejecución mientras no se defina qué pasa en el pleito contra el cedente: si aquí se paga,
cualquiera que sea la vía, el proceso de aquel caerá en el vacío por sustracción de materia.

Desde luego que nada de raro tiene permitir que el adquirente de un derecho de crédito
adelante ejecución, sin que el deudor tenga noticia de la transferencia. El régimen de los
títulos-valores constituye un claro ejemplo.

Por eso me parece que lo mejor habría sido dejar las cosas como estaban, si es que se
quería preservar el informe al deudor cedido, o derogar los artículos 1960 a 1963 del
Código Civil.

La prescripción

Tres aspectos concernientes a la prescripción, entre varios, merecen particular


atención: la nueva modalidad de interrupción civil del plazo prescriptivo, los efectos
interruptores de la prescripción que tienen todas modalidades del proceso de insolvencia
de la persona natural no comerciante, y el reconocimiento legal de una hipótesis de
renuncia tácita de ese modo de extinguir las obligaciones, ya respaldada por la
jurisprudencia, que se configura cuando la prescripción no se propone como excepción.

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En cuanto al primero de dichos temas, es útil recordar que bajo el régimen del Código
Civil existen dos formas de interrumpir la prescripción: de modo natural, por el hecho de
reconocer el deudor la obligación, y de manera civil, por la demanda judicial.

El primero es acto del obligado; el segundo es acto del acreedor, como se colige del
artículo 2539.

En defecto de aquel, al acreedor diligente no le queda alternativa distinta que la de


convocar a su deudor a proceso judicial, pues la demanda, oportunamente presentada,
interrumpirá el término para la prescripción –o, si fuere el caso, impedirá que se produzca
la caducidad– si logra notificar a su demandado dentro de un plazo que prevén los
artículos 90 del actual Código de Procedimiento Civil y 94 del Código General del
Proceso.

Esa forma de interrumpir civilmente la prescripción tiene como desventaja que


judicializa el proceso de cobranza, porque tarde o temprano el acreedor insatisfecho que
no cuenta con un reconocimiento expreso o tácito de la deuda tendrá que presentar su
demanda, lo que necesariamente provoca la congestión del sistema de justicia.

No es extraño que un alto porcentaje de los asuntos que manejan los jueces
corresponda a ese tipo de actuaciones, en las que poco o nada puede hacer el juzgador (la
carga de notificar es del demandante), pero sí generan una distorsión de las cargas
laborales y, hay que decirlo, han justificado ciertas medidas legislativas como la
perención o el desistimiento tácito, o la orden de depurar inventarios establecida en el
numeral 3º del artículo 627 del Código General del Proceso.

Para facilitar la efectividad del derecho sustancial, el Código General del Proceso
estableció una segunda modalidad de interrupción civil, al permitir que, por una sola vez,
el acreedor pueda atajar la prescripción por requerimiento extrajudicial a su deudor para
el pago de la deuda.

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Así lo establece el inciso final del artículo 94, al señalar que “El término de
prescripción también se interrumpe por el requerimiento escrito realizado al deudor
directamente por el acreedor.

Este requerimiento solo podrá hacerse por una vez”. Ahora bien, para que esa
amonestación sirva para interrumpir el término prescriptivo, es necesario que cumpla
ciertos requisitos:

1) Debe tratarse de una comunicación escrita a través de la cual el acreedor le exija


a su deudor que cumpla con su deber de prestación y le precise que, de esta
manera, considera interrumpida la prescripción.

Variaciones de derecho sustancial en el Código General del Proceso La


exigencia del escrito no es simplemente probatoria, que la tiene, sino también
sustancial, puesto que sin esa formalidad no produce el efecto interruptor de la
prescripción perseguido por el legislador.

Además, como la norma dice que “Este requerimiento solo podrá hacerse por
una vez”, es necesario entender que no es cualquier exigencia de pago la que
sirve para generar ese consecuencia, sino una en la que, en adición, el acreedor
haga explícito que el plazo prescriptivo queda truncado.

Si no se entendiera de esta manera, la interrupción civil de la prescripción, que


es, como se dijo, un acto del acreedor (demanda o requerimiento privado),
quedaría al arbitrio del deudor, porque, a su conveniencia, podría considerar –
sin reconocer la deuda– que cualquier actuación adelantada en el marco de un
procedimiento de cobranza extrajudicial paralizó el plazo respectivo, como si
de él fuera la decisión. Quien define cuál es esa “única vez” es el acreedor,
razón por la cual debe hacer explícito que con determinado requerimiento hace
uso de ese que, a nuestro juicio, es un verdadero derecho.

2) Debe hacerla directamente el acreedor, lo que no significa que tenga que surtirse
personalmente. Bien puede el titular del derecho remitir una comunicación a su

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deudor en la que lo inste a pagar, para que de esa manera se trunque el plazo
prescriptivo.

Más aún, cabe la posibilidad de verificar el requerimiento a través de un


representante, en tanto evidencie que lo hace en nombre de aquel, porque los
actos que este realice en esos términos se entienden realizados por el
representado.

3) El deudor debe tener conocimiento de la interpelación.

Al fin y al cabo, la interrupción civil de la prescripción se hace mediante una


declaración recepticia de la voluntad, que impone el enteramiento de ella por
parte del destinatario.

En rigor, si el deudor no tiene noticia del requerimiento, este será inocuo.

Por eso la demanda, por sí sola, tampoco paraliza la prescripción, propósito para
el que se exige, como complemento, la notificación tempestiva del deudor
demandado.

De la misma manera, el requerimiento privado debe ser conocido por el


destinatario, así suene redundante decirlo.

Hecho en estas condiciones el requerimiento, la prescripción se entenderá


interrumpida el día en que el deudor sea enterado de él. Por tanto, si el término
estaba a punto de vencimiento, no bastará el envío oportuno de la
comunicación, que si es recibida luego de consumarse el plazo, será ineficaz
para el derecho.

Por lo que atañe al segundo de los temas mencionados, el Código General del
Proceso, en buena hora, incluyó un régimen de insolvencia de las personas
naturales no comerciantes, que se habían quedado sin posibilidad de convocar
a sus acreedores a un concurso tras la inexplicable e inexplicada derogatoria de
las normas del Código de Procedimiento Civil que gobernaban la materia.

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Eso pasa cuando los expertos en derecho comercial pierden de vista que la gran
mayoría de personas no es comerciante, aunque diariamente ejecuten actos de
comercio.

Pues bien, para enfrentar una situación de insolvencia, la persona natural no


comerciante puede acudir a tres procedimientos, a saber: negociar sus deudas a
través de un acuerdo con sus acreedores, con el fin de normalizar sus relaciones
crediticias, convalidar los acuerdos privados a los que llegue con sus
acreedores, o liquidar su patrimonio (CGP, art. 531). En cualquiera de esos
casos, la aceptación de la solicitud de negociación (art. 545, num. 5º, ib.), la
convalidación, mediante la providencia respectiva, del acuerdo privado que el
deudor hubiere celebrado con un número plural de acreedores que represente
más del 60% del número total del capital de sus obligaciones (art. 562, num. 3º,
ib.), o la declaración de apertura de la liquidación patrimonial (art. 565, num.
5º, ib.), producen como efecto la interrupción del término de prescripción y la
inoperancia de la caducidad de las acciones, en relación con las deudas que para
el momento respectivo ya se hubieren hecho exigibles.

Por lo que respecta al tercero de los temas mencionados, el artículo 282, inciso
2º, del Código General del Proceso precisa que “cuando no se proponga
oportunamente la excepción de prescripción extintiva, se entenderá
renunciada”. No es una cosa nueva, pues ya la jurisprudencia se había
encargado de puntualizar que si el demandado no resiste la pretensión de
cumplimiento de la deuda enarbolando la prescripción ya consumada, bien
porque guarda silencio general o porque discute el derecho de otra manera o
por otras vías, ese hecho de la litis contestación constituye una expresión
inequívoca de que para el deudor el crédito de su acreedor no se ha extinguido
por el transcurso del tiempo.

Si, según el artículo 2513 del Código Civil, el que quiera aprovecharse de la
prescripción debe alegarla, la circunstancia de no proponerla, pudiendo hacerlo,
es una clara señal de resignación del derecho a beneficiarse de ella.

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Conviene puntualizar que el curador ad litem, aunque puede –y debe alegar la
prescripción extintiva (CGP, art. 56), puesto que está facultado para realizar
todos los actos procesales que no estén reservados a la parte Variaciones de
derecho sustancial en el Codigo General del Proceso, no renuncia a la
prescripción si, pese a estar consumada, se abstiene de alegarla; al fin y al cabo,
él no puede disponer del derecho en litigio.

De igual manera, como la prescripción es una excepción real, se entiende que


el deudor solidario que la alega la plantea por todos, por lo que una vez
formulada no podrá afirmarse que el demandado que guarda silencio renunció
tácitamente a ella, en la medida, se insiste, en que ya está propuesta.

La cláusula aceleradora:

Por años la jurisprudencia de los tribunales distinguió entre clausulas aclaratorias


automáticas y facultativas.

La manera como podía configurarse el vencimiento anticipado del plazo dependía de


los términos acordados por las partes para que ese hecho ocurriera.

Así por ejemplo, si los contratantes preveían que por la ocurrencia de determinado
hecho (el incumplimiento en el pago de una cuota de amortización) se entendería
caducado el plazo, en el momento de ese incumplimiento (hecho objetivo) y sin necesidad
de una manifestación del acreedor, se entendería que la obligación se tornaba exigible.

Por el contrario, si en la respectiva estipulación se establecía, de una u otra manera,


que la configuración del hecho simplemente posibilitaba al acreedor para acelerar el
plazo, era menester, entonces, que hiciera explícito el ejercicio de ese derecho, de suerte
que si no lo hubiere hecho antes de la demanda judicial, sólo con ésta se consideraría
extinguido el término respectivo. Para ponerle fin a esa dicotomía y a las discusiones que
se presentaron a propósito del tema, el Código General del Proceso estableció en el inciso
3º del artículo 431 que, “cuando se haya estipulado cláusula aceleradora, el acreedor

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deberá precisar en su demanda desde qué fecha hace uso de ella”, con lo cual, además, se
arroja claridad sobre el momento en que se hace exigible la totalidad de la obligación y,
por ende, sobre la fecha en la que despunta la prescripción.

Por supuesto que esa norma no tendrá aplicación en aquellos casos en los que en virtud
de una disposición especial, el vencimiento anticipado del plazo solo pueda tener lugar a
partir de determinado momento, como sucede con los créditos concedidos para adquirir
vivienda individual a largo plazo, en los que la caducidad de este solo se produce con la
presentación de la demanda, según el artículo 19 de la Ley 546 de 1999.

El mérito ejecutivo de la póliza de seguro

Colombia es, tal vez, el único país del mundo en el que la póliza de seguro presta
mérito ejecutivo, lo que, a pesar de las críticas que se formulan desde autorizados
sectores, me parece apenas lógico puesto que nada obsta para abrirle paso a la ejecución
de una obligación condicional, siempre que, como lo establece el artículo 490 del Código
de Procedimiento Civil (CGP, art. 427), se acredite el cumplimiento de la condición, que
en el caso del contrato de seguro se traduce, la más de las veces, en la prueba del siniestro
y en la cuantía de la pérdida.

Ocurre, sin embargo, que el legislador no ha sido afortunado al precisar los términos
bajo los cuales la póliza presta mérito ejecutivo contra el asegurador, puesto que ha
supeditado esa fuerza a ciertos requisitos que, en la práctica, hacen inviable las
ejecuciones, generando, de paso, notorias injusticias puesto que en aquellos eventos en
los que un beneficiario ha optado por acudir al proceso ejecutivo para pedir el pago de la
indemnización, la mayoría de las veces su pretensión se ve frustrada cuando el juez
revoca –por vía de recurso– el mandamiento de pago, o lo deja sin efectos al dictar
sentencia que niega la continuidad de la ejecución –so capa de un mal entendido control
oficioso del título ejecutivo–, momentos para los cuales ya no es posible acudir al proceso
ordinario porque la prescripción ordinaria bianual se habrá consumado.

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Es de saber que en el texto original del artículo 1053 del Código de Comercio, el
mérito ejecutivo de la póliza se configuraba “transcurridos sesenta días contados a partir
de aquel en que el asegurado o el beneficiario o quien los represente, entregue al
asegurador la reclamación aparejada de los comprobantes que según la póliza sean
indispensables, sin que dicha reclamación sea objetada.” Ese condicionamiento a la
idoneidad convencional de la reclamación ya ponía en calzas prietas al beneficiario.

Vino luego la Ley 45 de 1990, cuyo artículo 8º, con la pretensión de facilitar la
ejecución, señaló que la póliza prestaría mérito “por sí sola”, pero en el numeral 3º
complicó el asunto al insistir en que el reclamo de pago por parte del asegurado debía
estar aparejado “de los comprobantes que, según las condiciones de la correspondiente
póliza, sean indispensables para acreditar los requisitos del artículo 1077”, y añadirle que
dicha reclamación, además, no haya sido “objetada de manera seria y fundada”.

Para facilitar la realización del derecho sustancial, como lo ordena la Constitución


Política, el Código General del Proceso deroga las expresiones “según las condiciones
de la correspondiente póliza” y “de manera seria y fundada” del numeral 3º del
artículo 1053 del Código de Comercio, cuyo texto, por tanto, quedará así: “La póliza
prestará mérito ejecutivo contra el Variaciones de derecho sustancial en el Código
General del Proceso asegurador, por sí sola, en los siguientes casos: …Transcurrido un
mes contado a partir del día en el cual el asegurado o el beneficiario o quien los
represente, entregue al asegurador la reclamación aparejada de los comprobantes que
sean indispensables para acreditar los requisitos del artículo 1077, sin que dicha
reclamación sea objetada.

Si la reclamación no hubiere sido objetada, el demandante deberá manifestar tal


circunstancia en la demanda. Quiere ello decir que, a partir del 1º de enero del año 2014,
para librar mandamiento de pago contra el asegurador bastará que el beneficiario
ejecutante presente la póliza, acompañada de la prueba de haberle entregado los medios
probatorios con los que demuestra la relación del riesgo asegurado y la cuantía de la

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pérdida (p.ej.: el documento que relaciona esos comprobantes, con la constancia de
recepción en las oficinas del asegurador), y que manifieste que no se formuló objeción.

Se dirá que en adelante el asegurador podrá impedir que la póliza provoque ejecución
por la vía de objetar tempestivamente la reclamación, lo cual es cierto. Pero no existe
fundamento plausible para dolerse de esa forma de ser las cosas, porque, al fin y al cabo,
el asegurador tiene derecho a rehusar el pago de la indemnización si considera que no se
dan los presupuestos legales y contractuales para hacerlo. Su obligación, es bueno
reiterarlo, es condicional, por lo que no debe causar extrañeza que si existe discusión
sobre la realización del hecho futuro y contingente, no se abra paso el proceso ejecutivo.

En todo caso, el beneficiario no queda desprotegido porque el Código General del


Proceso autorizó la práctica de medidas cautelares en los procesos declarativos, incluso
desde la presentación de la demanda (art. 590), por lo que, pese a la discusión, el
demandante podrá pedir que se adopten cautelas para asegurar la satisfacción de su
derecho.

De otra parte, la materialización del derecho sustancial también se facilita porque si


el asegurador en el proceso ejecutivo no discute los requisitos formales del título
mediante recurso de reposición contra el mandamiento, ya no podrá hacerlo después, sin
que, en adición, el juez pueda hacerlo de oficio en la sentencia o en el auto que ordene
seguir adelante la ejecución, puesto que el artículo 430 del Código General del Proceso
le puso coto a esas malas prácticas, fundadas en un culto excesivo al título ejecutivo. Por
si fuera poco, de revocarse –por vía de recurso- el mandamiento ejecutivo, el demandante
podrá pedir que el proceso mude a declarativo, sin que se afecte la interrupción del plazo
prescriptivo que se presentó a propósito de la tempestiva demanda ejecutiva.

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La acumulación de acciones derivadas del contrato de transporte de personas

Está fuera de discusión que si un pasajero fallece a consecuencia de un accidente


sucedido durante la ejecución de un contrato de transporte, por cuya ocurrencia pueda ser
imputado el transportador, los herederos de aquel pueden ejercer la acción contractual
para obtener el resarcimiento de los perjuicios causados a la víctima por el
incumplimiento del contrato de transporte, o la extracontractual para que se les reparen
los daños personales que les hubiere inferido esa muerte.

En el primer caso, se trata de una acción transmitida por el causante, por lo que los
demandantes necesariamente deben legitimarse como sucesores del pasajero, no así en el
segundo evento, en el que la acción es propia. Allí deberá acreditarse la existencia del
contrato celebrado entre las partes, el incumplimiento del transportador demandado, el
daño ocasionado al acreedor y la relación de causalidad con la culpa contractual del
deudor, junto con la cuantía de los perjuicios; aquí será necesario demostrar el hecho
ilícito, la culpa de la gente (salvo que se presuma), el daño, la relación de causalidad entre
uno y otro, e igualmente el valor del perjuicio, siendo claro que, en ambas hipótesis, habrá
lugar a la indemnización del daño moral.

El legislador, sin embargo, ha prohibido que se acumulen la acción contractual y la


extracontractual, tal vez para que no haya confusión en cuanto a qué tipo de daños se
reparan en la primera y qué otros en la segunda, como tampoco en lo que concierne a la
legitimación, habida cuenta que en aquella se demanda para la sucesión de la víctima,
cuyo patrimonio ha sido afectado, mientras que en ésta el demandante reclama para sí
mismo, por lesión a sus propios derechos patrimoniales.

Pues bien, el Código General del Proceso deroga el artículo 1006 del Código de
Comercio que establece esa prohibición, por lo que, con fundamento en las reglas
generales sobre acumulación de pretensiones (CPC, art. 88), una o varias personas podrán
acumular en una misma demanda las reclamaciones de orden contractual y
extracontractual, teniendo el cuidado, claro está, de puntualizar que concurre al proceso

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en una doble condición: como heredero del pasajero que pide para la sucesión de éste, y
en nombre propio que demanda para sí mismo. No se podrá decir, entonces, que las
pretensiones se excluyen, o que existe veda legal para la acumulación.

Nada impedirá que se acumulen tales súplicas, con las exigencias que imponen las
leyes sustancial y procesal.

Sea bueno advertir que la derogatoria del artículo 1006 del Código de Comercio no
traduce, en modo alguno, que resurja la discusión sobre la Variaciones de derecho
sustancial en cuanto a la procedencia del daño moral en la acción contractual, por aquello
de haber quedado sin vigencia el inciso segundo en el que se puntualizaba que, “en uno
y otro caso, si se demuestra, habrá lugar a la indemnización” de ese tipo de daño.

La derogatoria de esa disposición no quita ni pone ley, pues si bien es cierto que, por
regla general, la muerte de una persona no le genera daño moral a él mismo, como es
apenas obvio, nada obsta para que se configure en ciertos casos, como sucedería en la
hipótesis en la que el pasajero sobrevive al accidente pero fallece luego como
consecuencia de las heridas ocasionadas, evento en el cual los herederos podrán pedir
para la sucesión el pago del daño moral ocasionado a su causante.

Partición del patrimonio sin sucesión

Se ha vuelto costumbre evitar las sucesiones por causa de muerte, porque es mejor dejar
las cosas organizadas en vida y evitar tortuosos juicios sucesorales que, tras el
fallecimiento, se erigen en escenarios de conflicto entre familiares que no esconden su
confesado propósito de hacerse a un patrimonio que les era ajeno, pero que se ha hecho
propio por fuerza de un hecho inevitable.

La posibilidad de testar se ofrece insuficiente porque, en todo caso, el proceso de


sucesión es forzoso, así el testador hubiere hecho la partición y, por si fuera poco, está

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sujeto a impugnaciones de las que no podrá defenderse. Tal vez por eso el testamento no
es contrato que guste en estas tierras.

Para muchos es mejor fingir ventas, porque la voluntad del que va a morir se
materializa en vida, así la ley resulte mal trecha y puedan despuntar, con posterioridad,
pretensiones simulatorias. Cierto es, además, que una persona capaz puede disponer
libremente de sus bienes mientras viva; allá él con su fortuna.

Pero al legislador no le gusta que otro se haga al dominio de un bien sin pagar por lo
que recibe; si ocurrió en vida del que trasfiere a título gratuito, allí verá una donación
entre vivos, celosamente reglamentada en el título XIII del libro 3º del Código Civil, en
una cincuentena de artículos que más que regulatorios parecen disuasivos; y si el
patrimonio ha de pasar a otro u otros después de la muerte, que se haga sucesión y que se
respeten ciertas asignaciones, porque para esta hipótesis se limita el derecho de
disposición.

La donación entre vivos, que es título, hace al donatario dueño por el modo de la
tradición; la donación por causa de muerte, de suyo revocable, se considera testamento y
debe sujetarse, por regla, a las solemnidades de ese contrato; aquí el modo será la sucesión
por tal causa. Por eso la “tradición” en esta última hipótesis no hace al donatario más que
usufructuario; por eso la donación a título singular se ve como legado, y por eso la que
se hace de todos los bienes se mira como institución de heredero que solo tiene efectos
desde la muerte del donante. Cual si fuera poco, por la vía de los acervos imaginarios las
donaciones revocables e irrevocables computan para establecer las respectivas cuartas,
con ciertas implicaciones si resultan menoscabadas las legítimas rigorosas o la cuarta de
mejoras.

No importa la de libre disposición porque, se insiste a riesgo de incurrir en tautología,


a propósito de la muerte el Estado se considera con derecho para inmiscuirse en el
repartimiento de los bienes.

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La novedad no radica en que una persona pueda hacer partición por acto entre vivos,
que es cosa ya permitida por el artículo 1375 del Código Civil, en el que se afirma que
hecha la distribución de esa manera o por testamento, se pasará por ella en cuanto no
fuere contraria a derecho ajeno. Lo nuevo es que esa partición “no requiere proceso de
sucesión”. El adjudicatario, por tanto, se hará dueño por el modo de la tradición, sin que
su derecho penda de las contingencias de la muerte o de Variaciones de derecho
sustancial en el Codigo General del Proceso la sucesión que sobreviene. Dicho con otras
palabras, el bien adjudicado saldrá definitivamente del patrimonio del partidor, para
ingresar de la misma manera y al propio tiempo al del adjudicatario. Por eso se habilitó
una acción rescisoria –de cuya naturaleza nos ocuparemos en otro escenario- a favor de
las personas cuyos derechos puedan resultar afectados por cuenta de la partición, con un
plazo prescriptivo de dos años que se cuenta desde el conocimiento real o presunto de ese
acto.

Quien quiera, entonces, acudir a este nuevo mecanismo, le bastará cumplir los
siguientes requisitos:

a. Ser persona capaz.

b. Obtener, previamente, una licencia judicial que deberá ser otorgada por el
juez de familia en única instancia, según competencia prevista en el numeral 13
del artículo 21 del CGP.

c. La partición se debe hacer mediante escritura pública, para cuyo


otorgamiento necesariamente debe comparecer el adjudicatario, quien debe
aceptar la adjudicación.

En la partición deberán respetarse los derechos de los alimentarios, la porción


conyugal o marital, si fuere el caso, las legítimas y la cuarta de mejoras si
hubiere descendientes. Así mismo, la partición no puede ser utilizada para
desconocer los derechos de terceros.

d. Si el partidor tuviere sociedad conyugal o patrimonial vigente, deberá, en ese


mismo acto, proceder a liquidarla.

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Es la única forma de respetar el derecho a los gananciales. Por eso también debe
comparecer el cónyuge o compañero permanente, para consentir en la
distribución. En este punto es necesario precisar que el consentimiento del
cónyuge o del compañero permanente no solo se necesita para viabilizar la
partición, sino también para precisar la forma como se distribuirán los bienes
que hacen parte de la respectiva sociedad.

Desde luego que consentida la partición, el partidor, libremente, puede


adjudicar los bienes propios y los que le correspondan en la liquidación de la
sociedad conyugal o patrimonial, a quienes quiera asignarlos, con miramiento
en las asignaciones forzosas.

En este específico aspecto no se requiere el consentimiento de la pareja.

e. En la misma escritura el partidor debe precisar si se reserva el usufructo o la


administración de uno o varios bienes. Si nada se dice, el adjudicatario se hará
a la propiedad sin limitaciones.

f. La partición debe ser inscrita en las oficinas de registro correspondientes, si


fuere necesario, para que se verifique el modo de la tradición.

Muchos interrogantes quedan por despejar, como la naturaleza de la acción


rescisoria o los requisitos que deben cumplirse para que el juez pueda otorgar
la licencia, entre otros, amén de los que trae consigo la visión fiscal del tema.
Por lo pronto, démosle la bienvenida a este rescate de la autonomía privada.

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Modificaciones adicionales

Enunciemos ahora varias reformas que se hicieron al Código Civil, sobre las cuales
nos ocuparemos con detenimiento en otra oportunidad:

a. Se derogó el artículo 1434 que obligaba a los acreedores a notificarle


judicialmente los títulos ejecutivos a los herederos del deudor, antes de
iniciarles o proseguirles una ejecución y, por si fuera poco, a que esperaran ocho
días después de esa intimación. De esta manera se facilita el ejercicio del
derecho del acreedor y se torna más expedito el trámite del proceso ejecutivo,
despojado así de un motivo de nulidad que, las más de las veces, era utilizado
de manera sorpresiva frente a ejecutantes que desconocían la muerte de su
deudor, para frustrar la realización del derecho material. En la hora actual no se
justifican la notificación, ni su carácter judicial, ni el tiempo de espera.

b. Bien especial es la norma según la cual “Las estipulaciones de las partes que
establezcan el agotamiento de requisitos de procedibilidad para acceder a
cualquier operador de justicia no son de obligatoria observancia.

El acceso a la justicia sin haber agotado dichos requisitos convencionales, no


constituirá incumplimiento del negocio jurídico en donde ellas se hubiesen
establecido, ni impedirá al operador de justicia tramitar la correspondiente
demanda”, contenida en el inciso 2º del artículo 13 del Código General del
Proceso. Se trata de una disposición tuitiva del derecho fundamental de acceso
a la administración de justicia (C. Pol. Art. 229), pues no luce apropiado, desde
una perspectiva política, que por vía de acuerdos se condicione la posibilidad
de acudir ante los jueces a que previamente se cumplan, por vía de ejemplo,
escenarios de arreglos privados, o que se respeten plazos de respuesta a
reclamaciones extrajudiciales, entre otros, y que a esos pactos se les otorgue la
fuerza vinculante que tiene toda estipulación contractual (C.C., art. 1602).

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La autonomía privada, por mucho que la defendamos, no puede llegar al punto
de supeditar el ejercicio del derecho de acción. Obsérvese que la ley, con buen
criterio, no prohíbe esas cláusulas; simplemente señalada que “no son de
obligatoria observancia”, en una clara excepción al principio normativo que rige
el derecho de los contratos.

Por tanto, las partes podrán plegarse a ese tipo de disposiciones, pero también
será suyo el derecho a abandonarlas, a no reparar en ellas, sin que les asista el
temor de ser reprochadas por incumplimiento, o desestimada –en forma liminar-
su demanda judicial. Tampoco se puede afirmar, al amparo de esa regla, que
quedó prohibida la conciliación extrajudicial o que el Código fomenta la
resolución judicial de los conflictos.

Nada más contrario a la realidad, pues la nueva codificación preserva las


directrices de la Ley 640 de 2001. Por eso se hace puntual referencia a las
“estipulaciones de las partes”. Antes bien, con la norma en cuestión se acaban
los alegatos –desde luego infundados que solían plantearse en los recursos de
anulación de laudos arbitrales, soportados en la causal segunda (“no haberse
constituido el tribunal de arbitramento en forma legal…”) y en ese tipo de
cláusulas, lo que, sin duda, facilita ese valioso mecanismo alternativo para que
las partes resuelvan sus diferencias.

c. Se eliminó la figura de la posesión efectiva de la herencia, en virtud de la cual


los herederos podían disponer de un inmueble, o el heredero putativo hacerse a
un justo título. Por eso se derogaron los numerales 1º y 2º del artículo 757 y el
inciso final del artículo 766.

Se trata de una figura que, además de haber caído en desuso, no ofrecía una
ventaja real porque, en todo caso, quien disponía del derecho de propiedad no
era propiamente dueño, sino un heredero susceptible de ser desplazado por otro
de mejor derecho. Pero además, unificado desde hace ya bastante tiempo el
proceso de sucesión, en el que se permite el embargo de los bienes del causante,
no se encontró razón suficiente para preservar una medida que daba publicidad

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sobre cuáles eran los herederos que podían disponer de los bienes raíces,
mientras se hacía la partición o adjudicación, máxime si se considera que a
través de esa cautela los terceros interesados podrán saber con quienes deben
entenderse con ese propósito. d. En materia de filiación, como se sabe, las Leyes
721 de 2001 y 1060 de 2006 pusieron un marcado acento en la prueba científica
para determinar la paternidad o maternidad. Ilustra esa importancia el artículo
214 del Código Civil, modificado por el artículo 2º de la última de las leyes
aludidas, en el que se establece que el hijo nacido después de expirados los 180
días subsiguientes al matrimonio o a la declaración de unión marital de hecho,
se presume concebido en el vínculo y tiene por padres a los cónyuges o a los
compañeros permanentes, excepto si se demuestra lo contrario en proceso de
impugnación de la paternidad mediante prueba científica.

Pues bien, el Código General del Proceso, sin negar la importancia de la


comúnmente llamada prueba –con marcadores genéticos– de ADN, que sigue
siendo obligatoria, prevé que ella no será necesaria “cuando el demandado no
se oponga a las pretensiones, sin perjuicio de que el juez pueda decretar pruebas
en el caso de impugnación de filiación de menores” (art. 386, num. 3).

Con otras palabras, dada esa hipótesis de conducta procesal del demandado, el
juez, sin más pruebas, podrá declarar la filiación suplicada en juicios de
investigación de la paternidad o la maternidad, lo que significa que ya no es
indispensable la prueba científica. Para proteger a los niños y niñas, se previó
expresamente que si el juicio es de impugnación, el silencio del representante
de aquel no determina necesariamente el sentido del fallo, puesto que el
juzgador podrá acudir a otros medios probatorios. Esa variación imponía
modificar, como en efecto se hizo, el citado numeral 2º del artículo 214, así
como el inciso 1º del artículo 217, cuyos textos, en su orden, quedaron así: “2.
Cuando en proceso de impugnación de la paternidad se desvirtúe esa
presunción”, y “El hijo podrá impugnar la paternidad o la maternidad en
cualquier tiempo. También podrá solicitarla el padre, la madre o quien acredite
sumariamente ser el presunto padre o madre biológico”.

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d. Se derogaron los artículos 402, 404 y 405 del Código Civil, que regulaban
los requisitos del fallo sobre legitimidad, los efectos de la sentencia respecto de
herederos y el plazo para alegar la colusión en ese tipo de juicios.

La razón radica en que según el artículo 303 del Código General del Proceso,
“En los procesos en que se emplace a personas indeterminadas para que
comparezcan como parte, incluidos los de filiación, la cosa juzgada surtirá
efectos en relación con todas las comprendidas en el emplazamiento”.

De esta manera se le puso fin a la injusticia provocada por unas normas que
condicionaban los efectos patrimoniales de la declaración de filiación
extramatrimonial, efectuada en proceso adelantado contra los herederos del
presunto padre, a que estos hubieren sido citados como sucesores determinados,
criterio este prohijado en múltiples sentencias por la Corte Suprema de Justicia,
al amparo de una disposición que, como el artículo 404 del Código Civil,
preveía que “el fallo pronunciado a favor o en contra de cualquiera de ellos [se
refiere a los herederos que representan al legítimo contradictor], aprovecha o
perjudica a los coherederos que, citados, no comparecieron”. A partir de la
vigencia del Código, cuando el legítimo contradictor en ese tipo de procesos
hubiere fallecido, el demandante deberá darle aplicación al artículo 87, en el
que se regula la convocatoria de herederos determinados e indeterminados,
demás administradores de la herencia y el cónyuge (aunque no se dijo, debe
entenderse incluido el compañero permanente); por eso su inciso final
establece, para que no quede duda, que “Esta disposición se aplica también en
los procesos de investigación de paternidad o de maternidad”, por manera que
respecto de todos, aún los herederos indeterminados, la sentencia hará tránsito
a cosa juzgada. Sea bueno decir que tales fallos son susceptibles del recurso de
revisión, en el que se podrá alegar la colusión, según las reglas generales.

e. La celebración del matrimonio civil tampoco escapó a las reformas que


introdujo el Código General del Proceso.

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En lo fundamental, se eliminó el requisito previsto en el artículo 130 del
Código Civil –que se derogó–, relativo a la declaración previa de testigos, cuya
presencia, en todo caso, será necesaria en el acto de celebración, como lo prevé
el artículo 135 de esa codificación.

La idea que motivó esas modificaciones fue la de facilitar el matrimonio ante


los jueces, para que se verificara, en términos generales, bajo formalidades
similares a las previstas para el matrimonio ante notarios. Por eso la derogatoria
de los artículos 126, 128 y 130, inciso 2º, simplemente genera que la solicitud
deba presentarse ante el juez o notario del domicilio de cualquiera de los futuros
contrayentes y reunir los requisitos previstos en el Decreto-Ley 2668 de 1988,
como se prevé en sus artículos 1º, 2º y 3º, y que, desde luego, se fije el edicto
regulado por el artículo 4º.

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