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“ENTRE LA COPAJIRA Y LA LUCHA POR LA VIDA”

MUJERES RESISTIENDO AL DESPOJO POR MINERÍA EN LA ZONA ANDINA


DE BOLIVIA

Carmen Aliaga Monrroy – Territorio Feminista

Minería en Bolivia; una historia de despojo patriarcal

Bolivia, al igual que muchos países de América Latina, se ha conformado como un


país mono exportador de materias primas. Los minerales que han sido explotados
durante la Colonia conformaron la base de la acumulación capitalista de la época,
los cerros y achachilas de la región andina fueron derruidos desde sus entrañas
para extraer el recurso que consolidaría la hegemonía del capital a nivel mundial. El
despojo por saqueo ha violentado territorios pero también cuerpos, la fuerza de
trabajo y la sangre de miles de indígenas se han ido con el mineral exportado que
de algún modo ayudó a la conformación del dominio imperialista actual.

Entendiendo que en este contexto de explotación colonial se expone no sólo un


mecanismo de dominio a favor de la acumulación del capital, sino que también se
trenza con una espiral de tensiones patriarcales, una de las formas de violencias
más socapadas e invisibilizadas fueron las que se sostienen sobre los cuerpos de
las mujeres y sobre las formas de gestión de la vida colectiva.

En esta época se han dado diferentes mecanismos de disciplinamiento colonial


específicos contra el centro de poder femenino en el contexto de explotación minera
colonial; son conocidos los casos de fuerza de trabajo indígena y femenina
explotada en las haciendas y a la vez los casos de violación sexual en los que los
cuerpos de las mujeres se convertían en motín de guerra de los conquistadores. En
calidad de criadas de las mujeres españolas en los centros de explotación minera y
los asentamientos coloniales cercanos, las mujeres de estos territorios fueron
separadas del tejido colectivo, pero separadas también de la autodeterminación
sobre sus cuerpos. Mediante la expropiación violenta de la capacidad de agencia
de las mujeres, el saqueo de sus territorios y la fragmentación de la vida social; se
impuso un régimen colonial en el que los cuerpos, la sexualidad, la capacidad
reproductora, la fuerza de trabajo y la subjetividad femenina quedan capturados en
beneficio del poder.
A partir de ese momento se establece la amalgama colonial, patriarcal y el origen
de la acumulación capitalista en estos territorios, como un mecanismo de fuerza
destinado a destruir tejidos vitales para despojar y sentar un dominio con fines
totalizadores. La mina, los minerales, la explotación de la tierra y sus consecuencias
ambientales han marcado profundos y diferentes momentos de lucha del pueblo
boliviano.

Una vez constituida la etapa republicana del país y la aparente independencia


colonial, la explotación y exportación de recursos minerales siguió siendo una de
las bases de la economía nacional. Uno de los casos emblemáticos es la etapa
consolidó a los barones del estaño como una élite, quienes logran tener el
monopolio de la venta de minerales durante una larga época obteniendo de este
modo, una acumulación importante de capital a costa de mano de obra barata y
regímenes de sobreexplotación humana contra los trabajadores mineros. Como
reacción ante este ejercicio de la violencia, durante la década de los años cuarenta,
cincuenta y hacia adelante se conformó un poderoso movimiento sindical minero
que tenía como uno de los pilares históricos y fundamentales a las amas de casa
mineras y a las propias mineras, que establecieron la continuidad de una lucha
encarnada por los esfuerzos y cuerpos de las mujeres que siempre han luchado
contra las diferentes formas de dominación.
Frente al despojo, renovadas alianzas entre mujeres

Hoy día nos queda la herencia de resistencia y lucha de las mujeres que han
luchado y siguen luchando por frenar el despojo de los territorios, que violentan sus
cuerpos y menoscaban las posibilidades de criar la vida.

En los últimos años he podido acompañar el surgimiento, la conformación y el


fortalecimiento de una articulación de mujeres que luchan contra los impactos
históricos de la minería. Estas mujeres, muchas de ellas herederas de una tradición
de lucha sindical minera por los derechos de las y los trabajadores mineros, han
aprendido a naturalizar la convivencia con la contaminación, la precarización de la
vida, la explotación laboral y asimismo encarnan la resistencia por la vida. Muchas
de ellas, hijas de trabajadores mineros han visto transcurrir sus historias de lucha
entre la copajira, los ríos, el desmonte y la producción agroganadera, manteniendo
vivos los lazos materiales, simbólicos y culturales con la Madre Tierra.

Todas ellas han aprendido que el sostén de la vida está en la tierra, la agricultura a
pequeña escala y la ganadería familiar, así como los campos de cultivo familiares
y las formas organizativas originarias que se han mantenido en el tiempo. En
muchos casos estas formas de producción han sido la base que ha permitido
garantizar la fuerza de trabajo para las minas, sin embargo son la base material de
una lucha constante y cotidiana que ha frenado la fragmentación total de los tejidos
comunitarios.
Estas mujeres todas ellas provenientes del altiplano boliviano distribuido en los
departamentos de La Paz, Oruro y Potosí; centros históricos de explotación minera,
han sido y siguen siendo la fuente de la reproducción de la vida para sus familias y
comunidades. Ellas actualmente están ensayando y ejercitando formas de
organización y alianzas entre ellas, en formato de Red se niegan a conformarse al
estilo orgánico tradicional, se niegan también a conformar liderazgos
protagonizados por caudillismos, ensayan maneras de cooperación y apoyo mutuo,
reconocen las estructuras jerárquicas y masculinas que no quieren repetir y aunque
no existe una claridad total sobre los procesos que quieren encarar, están seguras
del querer estar juntas en esta lucha anti minera.
De este ensayo nace la Red Nacional de Mujeres en Defensa de la Madre Tierra
(RENAMAT), un espacio de articulación entre mujeres que no es una organización
paralela, ni sindical, ni siquiera indígena originaria. Opera en la diversidad interna,
resistente a la generación de estructuras de mando, coexisten mujeres dentro de
este espacio con diferentes trayectorias de lucha. Se dan también contradicciones
internas, no se hacen a un lado las diferencias en estrategias y perspectivas de
lucha, surgen también discrepancias generacionales, se elaboran microespacios
para las jóvenes, para el conocimiento de las mayores y para la interacción entre
ambos saberes. Es una plataforma donde se dialogan estrategias de lucha pero en
muchas ocasiones también es un refugio de contención para las preocupaciones,
tensiones, dolores, sufrimientos, sanaciones y complicidades.

A diferencia de otros procesos históricos en los que se ha desanclado de forma


definitiva las formas de producción ancestrales, las comunidades de donde
provienen estas mujeres, han logrado empalmar formas de explotación minera en
convivencia con la tradición agroganadera de la región. Generando también
resistencias desde la autonomía y autogestión política que si bien en algunos
lugares se comporta como forma organizativa sindical y en otras como
reconstitución originaria; operan de forma articulada para mantener arraigos
territoriales tanto a nivel de la materialidad de la vida, como a nivel simbólico cultural.

Las mujeres que hoy son parte de formas organizativas muy nuevas como la
RENAMAT, provienen de diferentes historias de organización. La tradición orgánica
ha marcado los diferentes liderazgos y formas de autoridad en clave femenina,
muchas de ellas subordinadas y relegadas a un segundo lugar. Esta tradición las
ha llevado a ocupar el segundo lugar en los espacios de toma de decisión, en las
estructuras indígenas originarias. El lugar de las Mama T’allas1 fue y es casi siempre

1
Figura de autoridad femenina que se ejerce en comunidades indígenas originarias en dualidad. Cada uno
de los escalones de las autoridades indígenas se maneja desde la dualidad masculino-femenina en pareja y
en los diferentes espacios de toma de decisión se solicita la participación de ambos representantes. Esta
figura de autoridad indígena ha sido reconocida como el Chacha Warmi.
un lugar ficticio desde el cual se ejerce una ficción de dualidad, la misma que socapa
un sometimiento y un sacrificio colectivo de las mujeres a nombre del espacio
comunal organizativo.

Las estructuras sindicales donde prevalece la figura del Sindicalismo Agrario, se


han manejado predominantemente desde la mirada masculina. El lugar de las
mujeres en estos casos ha sido relegado al papel del sostenimiento de las luchas.
Sin embargo, detrás de esta apariencia orgánica se esconde un tejido de la vida y
de las luchas se han manejado desde y entre mujeres.

Las mujeres de esta Red se deben a una estructura orgánica determinada y cada
una de ellas responde al orden que milenariamente -mediadas por el ejercicio del
dominio colonial y patriarcal- sostienen el sistema colectivo de formas organizativas
para la producción material y quehacer político de sus comunidades. Sin embargo,
la presión ambiental y social por las que han estado históricamente atravesadas, las
ha llevado a la necesidad de pensarse en espacios de alianzas renovadas ante una
urgencia de defender la vida que el sistema capitalista está ahogando.
Algunas experiencias de lucha en clave femenina

Cuando empecé a reconocer estas luchas nubladas por la vida política orgánica,
entendí las asimetrías que se ocultaban bajo la figura idónea de la dualidad
indígena. Estas contradicciones estaban dentro del q’epi2 de la Mama María. Ella,
la esposa de una de las autoridades con mayor reconocimiento de lucha contra el
extractivismo minero caminaba silenciosa al lado nuestro. Él contaba los esfuerzos
y estrategias de las comunidades para hacer prevalecer los derechos territoriales
en el J’acha Suyu de los Paca J’aqui3, los problemas que se estaban atravesando
en una comunidad donde la minería estaba presente desde la Colonia, pero que en
los últimos años había sufrido un avasallamiento feroz por parte de la empresa
Minera Kores de inversión koreana. El Tata Autoridad4 de esta resistencia revestía
la lucha por mantener el acceso al agua para comunidades de este Suyu, siendo
que el río había sido desviado para alimentar las operaciones mineras de su
localidad.

La Mama T’alla, diez años menor que él nos seguía siempre silenciosa, mientras el
Tata nos conducía al lugar del desastre ambiental, ella silenciosa cargaba su q’epi
pesado. Cuando era hora de la comida, ella descargaba su peso para ofrecernos
alimentos y agua. Cuando llegábamos al lugar del conflicto, nuevamente descarga
su aguayo para entregar cartas, notas y todos los documentos que se habían

2
Manta denominada Awayu que cargan las mujeres aymaras y quechuas en la espalda llevando lo necesario
para viajes, salidas o actividades comunales.
3
Lugar ubicado en la provincia Pacajes del departamento de La Paz.
4
Denominativo para la autoridad masculina del Chacha Warmi.
elaborado en el proceso de lucha, saca de una bolsa bien guardada los sellos que
dan legitimidad a la autoridad y al ingresar a la reunión reparte la coca y se acomoda
con el resto de las mujeres autoridades para acompañar el proceso de discusión y
toma de decisiones frente al conflicto ambiental que se está atravesando. En esta
misma lucha, la estrategia fue el reencauzamiento del río por trabajo comunal, en el
cuyo trabajo las mujeres participaron protagónicamente, por tal razón muchos de
los liderazgos fueron criminalizados y perseguidos.

Las mujeres de estas comunidades nunca se han conformado con la naturalización


del despojo territorial, con el escenario de niñas y los niños creciendo en medio de
la contaminación minera, decenas de animales muertos y el aire difícil de respirar.
Pero ahora más que nunca empezaban a resentir la necesidad de acciones
urgentes frente al recrudecimiento de la violencia extractiva-patriarcal, En tierras
despojadas y violentadas; se cobraba un nuevo aliento para hacer efectivo el
dominio y esta vez el saqueo, intensificando los niveles de explotación minera con
permisividad del Estado.

Hace aproximadamente quince años, el país presionado por el contexto político que
empezaba a demandar mayor ingreso por regalías, empezó a abrir mayores
flexibilidades jurídicas y administrativas para la inversión minera transnacional. Los
precios internacionales de los minerales oscilaban entre el crecimiento y la baja;
mientras tanto, era necesario garantizar la inversión extranjera a cualquier precio y,
como había sido siempre, la minería boliviana se consolida en manos del capital
transnacional (más del 70%).

Los efectos de este fenómeno se dan en clave de extractivismo intensificado, lo que


implica un incremento acelerado de la intensidad de la explotación y los volúmenes
de la producción. Para garantizar este proceso era necesario el uso de nuevos
mecanismos de explotación de la tierra y de la fuerza de trabajo. Por una parte se
empiezan a usar materiales de mayor toxicidad para la explotación de la tierra, por
otra parte se abre la posibilidad de minería a gran escala, lo cual implica la
explotación a cielo abierto para desmontar inmensas cantidades de tierra, se
priorizan los contratos mixtos y la forma de explotación cooperativizada que
prácticamente relega todo compromiso ambiental.
El uso del agua por parte de operaciones mineras es un derecho irrestricto, por lo
cual se permiten desvíos de ríos y obstrucción de canales que antes alimentaban a
las comunidades. En el año 2014 se aprueba una de las peores leyes mineras de la
historia boliviana, que otorga derechos de concesión muy atractivos para los actores
mineros (privados, estatatales y cooperativizados) y condiciona a las comunidades
aledañas a no movilizarse en protesta, bajo amenaza de proceso penal. Las
comunidades empiezan a resentir los efectos de esta política minera, cientos de
familias son sistemáticamente expulsadas de los territorios para buscar opciones
laborales en los centros urbanos más cercanos y las que se quedan, se ven
obligadas a inventar formas creativas para abastecerse de agua. En estas
condiciones las mujeres siempre llevándose la peor parte por el daño inmediato a
la salud, los riesgos de su integridad en territorios avasallados y frente a la
imposibilidad de reestablecer la gestión de la vida familiar y comunitaria en estas
condiciones de precariedad.

En Oruro, departamento orgullosamente minero, se distingue rápidamente el olor a


mineral recién procesado, alrededor algunas canchas construidas por empresas
mineras de capital canadiense, por supuesto con césped sintético. Las
comunidades cercanas empiezan a movilizarse, en Quesu Quesuni (comunidad de
la provincia Poopó), que había denunciado los continuos desastres ambientales de
la empresa Sinchi Wayra, empiezan a preguntarse si el mejor camino no era haber
aceptado los ofrecimientos de trabajo en la mina ya que la empresa canadiense
Sinchi Wayra abandona el terreno despojado sin ningún compromiso ambiental. El
Totoral, también del departamento de Oruro, les queda actualmente una hora de
agua a la semana, en El Choro la única fuente de agua es la lluvia, por lo cual se
hace imprescindible gestionar la “cosecha de agua” en las peores condiciones de
precariedad y salubridad.
Mujeres luchadoras de Mallku Q’uta en la memoria

Un caso emblemático de estas luchas -interconectadas sin saberlo- fue el caso de


Mallku Q’uta. Ésta, una comunidad perdida en el Norte del departamento de Potosí,
zona devastada por la sequía y la pobreza, en la que la mitad de los recién nacidos
mueren por desnutrición y diarrea. Lugar conocido también como una de las más
aguerridas, cuna de los famosos tinkus, de los guerreros de las naciones de Qara
Qara-Charcas, que antes de la Colonia habían forjado una nación que reestablecía
el orden y el equilibrio mediante la disputa entre ayllus. El año 2012 la comunidad
Mallku Q’uta compuesta de un poco más de cien familias recibía con asombro la
presencia de ingenieros y trabajadores en el cerro que protegía tres lagunas
sagradas y un nido de cóndores.

Estos extraños empezaron a amenazar la seguridad de las jóvenes que iban a


pastear a los animales al cerro, llegaron a acosar a muchas de ellas y a violar a dos
adolescentes. Las denuncias fueron recibidas por la autoridad originaria de ese
entonces y la Marka entera decidió buscar información sobre la presencia de estos
extraños. Poco después de estas gestiones, se averigua que el cerro había sido
concesionado a una empresa minera de capital norteamericano de nombre South
American Silver, el objetivo de esta concesión era ejecutar uno de los proyectos
más grandes de minería a cielo abierto, con una proyección mayor a la operación
San Cristóbal.
La comunidad Mallku Q’uta y la Marka Sacaca deciden empezar acciones formales
para frenar este despojo, exigiendo información y el derecho a la consulta previa
como comunidad indígena - originaria. La respuesta del gobierno fue omitir las
demandas y frente a eso, la comunidad empieza una larga marcha hacia el centro
de Gobierno y define la expulsión de las operaciones mineras que se encontraban
en fase de exploración. La respuesta estatal fue la militarización del territorio, el
ingreso, por medio de la violencia y la represión, de más de tres mil efectivos
militares que golpearon mujeres y niños, sacándolos de sus casas en medio de la
madrugada altiplánica. Se acusó falsamente a la autoridad de haber secuestrado a
dos policías y se criminalizó el derecho a la protesta, deslegitimando toda acción de
resistencia de estas comunidades.

En la actualidad no hay ningún proceso contra la violencia gestada ese año, ninguno
de los violadores ha recibido castigo alguno, si bien se logró la libertad de la
autoridad originaria por falta de pruebas y la mineta transnacional tuvo que salir del
país, en el territorio queda la fragmentación del tejido comunitario, la presencia de
la minería estatal que contrata fuerza de trabajo barata y la miseria; familias
divididas y el silencio de un proceso de violencia exacerbada que ha quedado en la
impunidad patriarcal.
Huanuni entre la nacionalización y el desastre ambiental

A pesar de que un gran porcentaje de territorio con riqueza mineral está


concesionado en manos de la minería transnacional, existe también una gran fuerza
en manos de la minería estatal. Huanuni, empresa minera recientemente
nacionalizada, alberga a más de tres mil trabajadores mineros. Este centro minero
ha sido caracterizado por su historia combativa y tradición de lucha sindical, de la
cual salieron importantes referencias del sindicalismo minero para dirigir la Central
Obrera Boliviana (COB).

Esta empresa minera estatal, hasta la fecha no cuenta con un solo dique de colas,
lo cual provoca que los deshechos minerales sean desembocados sin ningún
tratamiento al río Huanuni que pasa por decenas de comunidades campesinas. Dos
de ellas son Realenga y Sora Sora. Realenga ha tenido que trasladar la comunidad
entera al otro lado del río frente al avance de la contaminación, el olor que se respira
en el lugar es de copajira pura y el agua contaminada empieza a afectar cultivos de
forma cada vez más alarmante. En los últimos años se ha realizado demandas al
Estado por la construcción urgente de al menos un dique de colas, demandas a la
Gobernación por la construcción de defensivos que protejan a la comunidad del
agua contaminada y todas estas demandas han sido rechazadas.
Las mujeres de esta comunidad están sosteniendo la resistencia mediante la
producción agroganadera, ellas junto a sus familias promueven la producción libre
de contaminación en territorios de la comunidad no afectados, ofrecen sus
productos lácteos y panes en la carretera, intervienen en las estructuras orgánicas
de su comunidad con postura clara antiminera pero la amenaza continua. De igual
modo, mantiene un tejido comunitario orgánico, cuyo pilar en los últimos años ha
sido la participación protagónica de liderazgos jóvenes y femeninos.

Perspectivas para las alianzas entre las mujeres que luchan por la vida y
contra la mina
Enfurecidas, indignadas pero esperanzadas, estas mujeres empiezan a buscar
respuestas urgentes a esta emergencia ambiental que recorre gran parte del
altiplano boliviano. No hay agua en las comunidades, los animales se mueren, los
niños se enferman, las mujeres temen estar contrayendo cáncer o amamantar a sus
hijos con leche contaminadas, las acciones de lucha se hacen cada vez más
urgentes pero más amenazadas por el contexto de cooptación del movimiento y
desmovilización de las resistencias orquestadas por el partido de Gobierno.

Desde mi perspectiva, el nacimiento de la RENAMAT el año 2013 abre la posibilidad


de un ejercicio de alianza entre mujeres, que no reniegan de sus estructuras
orgánicas pero que ven la necesidad de movilizarse juntas en la construcción de un
sentido común. Cansadas de que en los momentos de negociación en medio del
conflicto, sean los hombres los que hablan, los que negocian con los actores
mineros y los que toman las decisiones; las mujeres dicen no a la negociación y
conforman una plataforma de alianza entre mujeres para resistir y luchar contra la
minería de forma más o menos coordinada.

En el momento político y coyuntural que estamos atravesando en Bolivia, después


de un intenso y violento proceso de fragmentación de los movimientos sociales
históricos y, en un contexto latinoamericano en el que los movimientos feministas y
de mujeres empiezan a descolocar las demandas, denunciando que el dominio
capital y colonial no puede ser entendido distante de las luchas antipatriarcales;
vemos con mayor urgencia la necesidad de relevar las acciones antiestractivas de
las mujeres.

Si algo queda después de la cooptación de dirigencias y de la desarticulación de las


resistencias que sobrevivían al despojo político impuesto por el MAS; son las luchas
dirigidas y/o sostenidas por mujeres, no necesariamente feministas. A lo largo y
ancho de las luchas ecoterritoriales actuales, empezamos a visibilizar el
protagonismo femenino, unas vienen desde una clara dirección femenina, otras
desde la negativa a la negociación de la lucha por la vida, todas ellas llenas de
contradicciones internas pero con una potencia inédita que se refuerza en el actuar
juntas.
Las mujeres en pie de lucha van demostrando su entereza en la negativa de aceptar
una valorizarición mercantil de la gestión de la vida, por lo tanto son las primeras en
ser atacadas, en ser criminalizadas y en ser deslegitimidas, tanto a nivel del Estado
y de las empresas, como a nivel interno de sus estructuras políticas, enfrentando
una serie de violencias que atraviesan los territorios para alojarse en los cuerpos
colectivos e individuales, que tratan de enmudecer la indignación y desarticular la
complicidad femenina.

Estas formas de violencias vienen siendo nombradas por las mujeres no sólo en
Bolivia, sino en América Latina desde diferentes formas de denuncia. La Red
Nacional de Mujeres en Defensa de la Madre Tierra caracteriza esta violencia como
violencia medioambiental contra las mujeres. Intentando de este modo, especificar
una forma de violencia de corte patriarcal que surge a partir del daño ambiental que
se genera sobre la naturaleza. Entender el ejercicio para nombrar estas violencias
estructurales conlleva pensar la violencia machista más allá de un tema individual o
subjteivo, entender que los cuerpos de las mujeres han estado y siguen estando
interconectadas con los cuerpos colectivos de los que forman parte, y a la vez con
los territorios de los que somos interdependientes.

Cuando violentan la naturaleza violentan formas organizativas, violentan el tejido de


la vida, se genera una ruptura en el sentido común que se construye a partir de una
interdependencia marcada por la sostenibilidad de la vida colectiva. Distantes pero
a la vez cercanas estas luchas llegan a hermanarse con las luchas de las
compañeras que en las calles de Argentina, de Chile y de muchos otros países de
Latinoamérica se encuentran movilizadas contra “todas las violencias”. El eco de
estas oleadas feministas llega a los territorios, se empalman con el reconocimiento
de la necesidad de ponerle frente al silencio, a la impunidad y a los intentos de
disciplinamiento patriarcal.
Luchas regionales antiextractivas- antipatriarcales

Al mismo tiempo que vivimos un crecimiento desbordante de luchas feministas que


luchan contra todas las violencias en la región, se están dando experiencias en el
reconocimiento de América Latina como un solo territorio que se disputa ante la
expropiación mercantil de los espacios de reproducción de la vida. Mujeres
indígenas, campesinas, mestizas, afrodescendientes y urbanas que se espejean
entre sí, reconociendo lo que la minería ha provocado en sus vidas empiezan a
articularse también en clave de Red.

Reconociendo que en las formas extractivas de despojarnos de la naturaleza se


ejerce una violencia colonial que expropia a las mujeres del arraigo territorial. La
Red Latinoamericana de Mujeres Defensoras de Derechos Sociales y Ambientales
es uno de los esfuerzos para repensar el lugar de las mujeres en las resistencias y
luchas anti mineras; la valoración de las tareas del cuidado, la protección en cuerpo
que se hace del territorio, las alternativas productivas y de reproducción que se dan
al interior de las alianzas entre mujeres y el entramado que surge de pensar el
despojo como un mecanismo mundial que encara la lucha por la vida.

Este breve pero sentido artículo es un intento de reflejar a las mujeres que en los
últimos años se han colocado en la trinchera contra el extractivismo minero, en
Bolivia y en América Latina. Las mismas que han iniciado un tejido que une lo local
con lo nacional y traspasa hasta la interconexión regional, es para mí una posibilidad
creativa, renovada, de movimiento que no desea tener una dirección, que se
problematiza internamente en un movimiento constante entre la complicidad y la
conflictividad, pero que sigue moviéndose hacia el reconocimiento de formas de
violencias complejas que encuentran resistencia en el acuerpamiento femenino.

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