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En los umbrales del mundo eterno, 26 de febrero

Por la fe Enoc fue traspuesto para no ver muerte... y antes que


fuese traspuesto, tuvo testimonio de haber agradado a Dios.
Hebreos 11:5.

Estamos viviendo en una época malvada. Los peligros de los últimos


días se vuelven más densos alrededor de nosotros. Por haber
aumentado la iniquidad, el amor de muchos se enfriará. Enoc caminó
trescientos años con Dios. Lo corto del tiempo que nos queda debería
ser un motivo para procurar justicia. ¿Será necesario que los terrores
del día de Dios desciendan sobre nosotros para impulsarnos a obrar
correctamente? El caso de Enoc está delante de nosotros. Por siglos
caminó con Dios. Vivió en una época corrompida, cuando la
contaminación moral bullía a su alrededor; pero educó su mente para
la devoción, para amar la pureza. Su conversación se refería a las
cosas celestiales. Entrenó su mente para que se deslizara por esos
canales, y llevó el sello de lo divino. Su rostro resplandecía con la luz
que emana de la faz de Jesús. Enoc enfrentaba tentaciones como
nosotros. Estaba rodeado por una sociedad que no era más amiga de
la justicia que la que nos rodea a nosotros. La atmósfera que respiraba
estaba saturada de pecado y corrupción como la nuestra; no obstante,
vivió santamente. Se mantuvo incontaminado por los pecados que
prevalecían en la época cuando vivió. Del mismo modo nosotros
podemos conservarnos puros y sin mancha. Representaba a los
santos que viven en medio de los peligros y corrupciones de los
últimos días. Como consecuencia de su fiel obediencia a Dios, fue
trasladado. Del mismo modo los fieles que permanezcan vivos serán
trasladados.—Testimonies for the Church 2:111.
“Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios”.
Mateo 5:8. Por espacio de trescientos años Enoc había procurado la
pureza de corazón para ponerse en armonía con el Cielo. Por tres
siglos había caminado con Dios. Día tras día había anhelado una
unión más estrecha; más y más cercana se había hecho la comunión,
hasta que Dios se lo llevó consigo. Había estado al borde del mundo
eterno, a solo un paso del país de los santos; y ahora los portales se
abrieron y, siguiendo su marcha con Dios, que por tanto tiempo había
llevado en la tierra, entró por las puertas de la santa ciudad, el primero
entre los hombres en entrar allí.—Testimonies for the Church 8:346.

Este texto viene del libro Maranata: El Señor Viene, escrito por Elena
G. de White.

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