Está en la página 1de 22

TRAUMA PSICOLÓGICO Y

SALUD FÍSICA
Intervención en Psicología de la Salud

7 DE MARZO DE 2016
ENRIQUE ESNAOLA LETEMENDIA
DNI: 72481383 / NIUB: 15379291
Índice

1. Introducción .............................................................................................................. 2
1.1 Trauma Psicológico ........................................................................................... 2
1.2 Salud física ......................................................................................................... 3
1.3 Relación entre el Trauma y la Salud física ........................................................ 3
2. Intervención ............................................................................................................... 7
2.1 Intervenciones médicas ...................................................................................... 7
Ácidos grasos omega 3 y respuesta al estrés ............................................................ 7
Ejercicio físico........................................................................................................... 8
Tratamientos psicofarmacológicos ........................................................................... 9
2.2 Intervenciones psicológicas ............................................................................... 9
Tratamiento de Exposición (con y sin reestructuración cognitiva) ........................ 10
Inoculación de Estrés .............................................................................................. 10
Desensibilización y reprocesamiento mediante movimientos oculares rápidos
(DRMO)................................................................................................................... 11
Terapia de corte grupal........................................................................................... 11
Enfoque psicodinámico ........................................................................................... 12
Hipnósis clínica ....................................................................................................... 13
Enfoque constructivista sistémico ........................................................................... 14
3. Valoración personal................................................................................................. 15
4. Referencias .............................................................................................................. 19

1
1. Introducción

1.1 Trauma Psicológico

Desde hace más de un siglo, antes de que los investigadores comenzaran a realizar
exploraciones sistemáticas de las respuestas psicológicas a experiencias traumáticas, ya
se conocía que el Trauma psicológico tenía un efecto patológico en el estado general de
salud, tanto física como mental. En 1889, Pierre Janet ya postulaba que el Trauma se
producía a través de la interferencia en la integración de la experiencia en la memoria
episódica mediada por una respuesta emocional excesivamente intensa reactiva a la
situación (van der Kolk, 1994).

Janet no se alejaba demasiado de lo que propone la evidencia empírica actual en sus


apreciaciones, ya que hoy en día la investigación demuestra que el Trauma tiene la
propiedad de penetrar en el psiquismo y producir en él reacciones que alteran su
capacidad para integrar y elaborar la realidad, así como su capacidad para articular afecto
y representación, permaneciendo en el mismo como un hecho no elaborado (Magaz y
Camacho, 2004).

En la mayoría de las investigaciones actuales más que del Trauma Psicológico se habla
del Trastorno de Estrés Postraumático (TEPT). El TEPT se caracteriza por una serie de
síntomas característicos que siguen a la experiencia directa, observación o conocimiento
de un suceso o sucesos extremadamente traumáticos (ocurrencia o amenaza de muerte o
lesiones graves o amenaza a la integridad física de uno mismo o de otras personas) a los
que la persona responde con miedo, impotencia u horror intensos (se requiere, por tanto,
no sólo cierto tipo de sucesos, sino también cierto tipo de respuestas). Los síntomas
incluyen la reexperimentación persistente del evento traumático (p.ej., mediante sueños,
recuerdos intrusivos), la evitación persistente de los estímulos asociados con el trauma y
la disminución de la capacidad general de reacción (p.ej., reducción del interés en
actividades significativas o incapacidad para sentir afecto) y síntomas persistentes de
activación aumentada (p.ej., dificultades para conciliar o mantener el sueño o ataques de
ira). Se distingue entre TEPT agudo y crónico según los síntomas duren menos de 3 meses
o tres o más meses. También se habla de inicio demorado cuando los síntomas aparecen
al menos 6 meses después del acontecimiento traumático (American Psychiatric
Association, 2013).

2
1.2 Salud física

El modelo biomédico de salud para comprender los procesos de salud – enfermedad ha


presentado numerosas limitaciones a lo largo de la historia. Las nuevas circunstancias
sociales, la escolarización de la población y la importancia otorgada a los pacientes en el
proceso de mejora o cambio del estado general salud son solo algunos de los factores que
resaltan la importancia de comprender los procesos de salud – enfermedad desde una
perspectiva biopsicosocial (Martín, 2003). Por ello, las próximas líneas pretenden mostrar
la evidencia existente acerca de la naturaleza biopsicosocial de algunas enfermedades
físicas (accidentes cardiovasculares, enfermedades respiratorias o cáncer, entre otras) que
la literatura científica ha mostrado que se encuentran estrechamente vinculadas a
variables de tipo psicológico en la explicación de su aparición y curso.

1.3 Relación entre el Trauma y la Salud física

El estudio conocido como “Adverse Childhood Experiencies” (ACE), con más de 17.000
participantes californianos fue el primer estudio a gran escala que demostró un nexo
evidente entre el trauma infantil y condiciones deterioradas de salud física (Kendall-
Tackett, 2009). De hecho, un estudio realizado por Felitti et al. (1998) demostró que un
grupo de niños que habían sufrido cuatro o más eventos adversos en la infancia obtenían
mayor proporción de accidentes cardiovasculares isquémicos, cáncer, ictus, bronquitis
crónica, diabetes, fracturas óseas y hepatitis que los niños del grupo control (ausencia de
eventos adversos en la infancia). A partir de este estudio, ostros muchos vienen a
corroborar la estrecha relación entre trauma psicológico y salud física. Batten, Aslan,
Maciejewski y Mazure (2004) realizan un estudio de comorbilidad donde demuestran que
las mujeres que habían sufrido maltrato físico durante la infancia tenían 9 veces más
probabilidades de padecer una enfermedad de tipo cardiovascular que mujeres que no lo
habían padecido.

De hecho, pacientes diagnosticados con Trastorno de Estrés Postraumático (TEPT) han


mostrado manifestaciones patológicas similares. Otro estudio realizado con 36.984
participantes de Canadá mostró mayor probabilidad de padecer enfermedad
cardiovascular, enfermedad respiratoria, síndromes de dolor crónico, enfermedad
gastrointestinal y cáncer en los participantes diagnosticados de TEPT que en participantes
sin dicho diagnóstico (Sareen, Cox, Stein, Afifi, Flet y Asmundson, 2007). Además, no

3
es de extrañar que pacientes diagnosticados con TEPT hagan un mayor uso de los
servicios sanitarios (pacientes hiperfrecuentadores) dado el mayor riesgo de padecer
enfermedad física. Estos resultados manifiestan la relación estrecha entre trauma y
enfermedad física y han sido replicados por la gran mayoría de estudios realizados hasta
la fecha. Además, gran parte de los estudios se han realizado con muestras muy grandes
por lo que permiten realizar una generalización fiable de los hallazgos obtenidos.

Entre los primeros investigadores en relacionar trauma y salud física, también se


encuentran aquellos dedicados a la investigación del dolor crónico. Drossman, Li,
Leserman, Toomey y Hu (1996) encontraron que el 60% de mujeres que estaban
realizando tratamiento médico para Enfermedad Gastrointestinal Funcional (como el
Síndrome del Colon Irritable) habían padecido alguna historia de abuso sexual durante la
infancia o la adultez. Además, las pacientes que habían sido abusadas de forma más
severa obtenían puntuaciones significativamente más bajas que el resto en Índices de
Salud Global.

Otros autores, como Van Houdenhove, Luyten y Egle (2009) realizaron una investigación
con pacientes con el Síndrome de Fatiga Crónica y Fibromialgia y encontraron que el
64% de los pacientes habían experimentado al menos una experiencia traumática durante
la infancia o la adultez y, aún más sorprendentemente, el 39% de los mismos habían
experimentado experiencias traumáticas a lo largo de todo el ciclo vital, mostrándose así
un patrón de pacientes marcados por la revictimización y el abuso.

Todos estos datos provenientes de diversos autores, en distintos momentos temporales y


de diferentes lugares del mundo parecen apuntar en una misma dirección: existe una clara
relación entre el Trauma (variable psicológica) y la gama de enfermedades físicas
mencionadas (variable orgánica). Actualmente, uno de los focos de interés científico más
relevantes del tema se encuentra centrado en el conocimiento de los mecanismos a través
de los cuales se establece dicha relación. La respuesta a esta cuestión podría tener una
relevancia muy significativa debido a las implicaciones que este hallazgo podría tener de
cara a la intervención de los efectos nocivos para la salud así como para su prevención.

Las investigaciones realizadas en el área de la Psiconeuroinmunología revelan datos


muy interesantes al respecto, relacionando la alteración y desregulación de la respuesta
biológica al estrés con el desarrollo de TEPT (Kendall-Tacket, 2009). Durante los últimos
15 años se han realizado numerosos estudios que muestran cambios significativos en el

4
eje hipotalámico – pituitario – adrenal (HPA) y en el Sistema Nervioso Simpático (SNS)
en pacientes que han vivenciado algún evento traumático o en aquellos que han
desarrollado un TEPT (Kendall – Tacket, 2000). Este autor, Kendall – Tacket (2000) se
basó en el modelo de Alostasis para explicar los efectos del TEPT en los distintos sistemas
organísmicos y su relación con los problemas de salud física. A diferencia de los
mecanismos homeostáticos, los mecanismos alostáticos poseen valores de ajuste mucho
más amplios. Mientras que en la homeóstasis la continuidad e idoneidad del medio se
logra mediante la estabilidad, en la alostasis se logra mediante la inestabilidad y el
cambio. Los mecanismos alostáticos son capaces de cambiar dentro de una cierta
inestabilidad, a modo de amortiguadores biológicos, para que los sistemas homeostáticos
permanezcan estables.

Pero este mismo sistema protector puede ser nocivo en términos de salud si se produce
una activación excesivamente elevada o crónica. Los eventos traumáticos y su impacto
en el cuerpo pueden incrementar la respuesta alostática a través de la activación crónica
del eje HPA y el SNS y sus manifestaciones a nivel orgánico podrían darse con niveles
tanto excesivamente altos como excesivamente bajos de Cortisol y/o elevados o bajos
niveles de Norepinefrina, que estarían implicados en el deterioro de la salud (Kendall –
Tacket, 2000).

Pero estos no son los únicos mecanismos implicados en la relación Trauma – Salud física.
Otro de los grandes implicados es el sistema inmunitario.
Éste responde a la amenaza a través de la liberación de citocinas proinflamatorias. Estas
citocinas incrementan la respuesta inflamatoria y facilitan la respuesta adaptativa del
cuerpo ante agentes infecciosos y colaboran en la reparación de daños en el tejido. De
este modo, tanto el estrés biológico como el psicológico tendrían la potencialidad de
activar la respuesta inmunológica inflamatoria. Las citocinas más estudiadas en el ámbito
de la psiconeuroinmunología son el interleukin 1- ß (IL – ß), interleukin-6 (IL – 6), el
factor de necrosis tumoral – α (FNT – α) e interferón-γ (IFN – γ). La respuesta de estrés
humana tiene un gran número de mecanismos encargados del equilibrio de todos estos
componentes pero, desgraciadamente, en situaciones extremas de estrés agudo, estos
mecanismos fallan, generando unos niveles de respuesta inflamatoria hiperactivos. De
esta manera, el cuerpo produce una cantidad excesivamente alta de citocinas
proinflamatorias y este hecho predispone al cuerpo a mantenerse en un estado de gran
vulnerabilidad ante la enfermedad (McEwen, 2003).

5
Son numerosos los estudios realizados estos últimos años que dotan de evidencia a la
relación entre el Trauma y la respuesta inflamatoria. En niños que habían sufrido maltrato
infantil se presentaban altos niveles de proteína C reactiva a pesar de ser tomadas las
medidas 20 años más tarde del suceso. El impacto del maltrato infantil en la respuesta
inflamatoria era independiente de otros factores como los estresores vitales o las
conductas de salud, pero cuanto más severo fue el maltrato más alta era la respuesta
inflamatoria (Danese, Pariante, Caspi, Taylor y Poulton, 2007). Resultados similares se
obtuvieron en otro estudio realizado con 62 mujeres que habían convivido con una pareja
maltratadora durante 8 a 11 años. Estas presentaban niveles de interferón-γ (IFN – γ)
significativamente más altos que mujeres que no habían recibido malos tratos (Woods et
al., 2005).

Von Kanel y colaboradores (2006) investigaron la coagulación sanguínea en pacientes


diagnosticados de TEPT a través de medidas de fibrinógeno y Dímero-D. Ambos
marcadores biológicos eran más elevados en pacientes con TEPT que en pacientes sanos.
De esta manera, concluyeron que el TEPT podía provocar hipercoagulación y que esto
podía incrementar el riesgo de sufrir accidentes cardiovasculares.

Altos niveles de Depresión y de Hostilidad también están relacionados con deterioro de


la salud física y son muy comórbidos al TEPT. La depresión es un claro factor de riesgo
para el padecimiento de enfermedades cardiovasculares. La inflamación vuelve a ser un
factor crucial, no solo como marcador sino también como agente patogénico de
enfermedades cardiovasculares. Estas respuestas inflamatorias, que incluyen proteína C-
reactiva y citocinas proinflamatorias suelen ser elevadas en personas que padecen
depresión. (Kendall – Tacket, 2009). En cuanto a la hostilidad, las personas que padecen
altos niveles de la misma, tienen una visión del mundo no benigna. Estas personas no
confían en los otros, tienden a ser suspicaces y cínicos acerca de la naturaleza humana y
tienden a interpretar la acción de los demás como agresiva. De la misma manera que la
depresión, la hostilidad crónica puede hiperactivar la respuesta inflamatoria que cursaría
con altos niveles de proteína C-reactiva, IL-6 y fibrinógeno y así, podría alterar la función
cardiovascular (Smith, 1992).

Otro de los aspectos vinculados a la respuesta inflamatoria hiperactiva es la calidad del


sueño, que suele estar afectada en un 68% de los pacientes que han experimentado
situaciones traumáticas (Teegen, 1999). En el estudio realizado por Teegen (1999) con
muestras comunitarias europeas se evidencia la relación entre trastornos del sueño y
6
enfermedades coronarias, diabetes tipo II e hipertensión. Estas son solo algunas de las
afecciones físicas vinculadas al deterioro en la calidad del sueño, entre las que también
se encuentran comprometidas la respuesta inmunológica, metabólica y neuroendocrina
pudiendo aumentar el riesgo de mortalidad (Kendall – Tacket, 2009). Los mecanismos a
través de los cuales se establece dicha relación serían análogos a los descritos
anteriormente; volvería a tratarse de la respuesta inflamatoria.

2. Intervención

Un buen número de autores (y un gran número de supervivientes al trauma) creen que


poco se puede hacer para hacer frente al efecto que el trauma tiene sobre la salud mental
y física. Afortunadamente, la investigación demuestra que no es así. Existe una amplia
gama de tratamiento tanto a nivel médico como psicológico para el tratamiento de los
efectos del trauma psicológico. En las siguientes líneas se plantean las intervenciones más
relevantes en el campo.

2.1 Intervenciones médicas

El área de investigación de la psiconeuroinmunología realiza nuevas propuestas que


pueden ayudar a contrarrestar algunos de los cambios físicos que ocurren a raíz de los
sucesos traumáticos y, a su vez, reducir el riesgo de problemas de salud física.
En la línea de lo explicado anteriormente, una de las claves para mejorar la salud de los
pacientes es restaurar el equilibro del sistema inflamatorio. Dos de las intervenciones que
se han probado eficaces para la regulación de este sistema son la ingesta de ácidos grasos
omega3 y el ejercicio físico (Kendall – Tacket, 2009).

Ácidos grasos omega 3 y respuesta al estrés

Maes, Christophe, Bosmans, Lin y Neels (2000) mostraron evidencia del impacto del
Eicosapentanoico (EPA) y Docosahexaenoico (DHA) en la respuesta al estrés en una
muestra de estudiantes. Los estudiantes con altos niveles de EPA y DHA mostraban una
respuesta inflamatoria atenuada al estrés en comparación con aquellos que tenían niveles
bajos de estos ácidos grasos. Estos mismos autores mostraron que un suplemento de
EPA/DHA regulaba la respuesta de estrés y el impacto de la misma en el estado de ánimo.

7
En otro estudio realizado con una muestra de 1123 sujetos (Ferucci et al. 2006), altos
niveles de EPA y DHA se relacionaron con bajos niveles de citocinas proinflamatorias
(IL-1α, IL-1ß, IL-6 y TNF- α) y altos niveles de citocinas antinflamatorias (IL-10), por lo
que la mayoría de los estudios apuntarían en la misma dirección.

La principal fuente dietética de EPA y DHA es el pescado. De acuerdo con estudios


poblacionales, las personas deberían comer entre 0,4 y 0,6 k de pescado a la semana para
obtener el efecto mental deseado. Por otro lado, la dosis efectiva para la prevención de
estados depresivos es de 200-400 mg de DHA y para el tratamiento de la Depresión
Mayor y otros trastornos afectivos es de 1000 mg de EPA (Kendall-Tacket, 2009).

Ejercicio físico

El ejercicio físico es otra de las intervenciones que tiene la potencialidad de reducir la


respuesta de estrés. Además, el ejercicio también está relacionado directamente con la
reducción de la respuesta inflamatoria (Kendall - Tacket, 2009).

Además, el ejercicio también tiene un efecto positivo en la cicatrización de heridas, que


está indirectamente relacionado con el sistema inflamatorio. Una hora de ejercicio al día,
3 días a la semana, reduce el estrés percibido y mejora la cicatrización de las heridas. Sin
embargo, cuando los niveles de estrés o de hostilidad son altos, la cicatrización de heridas
se ve retrasada significativamente. El estrés y la hostilidad incrementan la respuesta
inflamatoria y cuando esta respuesta es alta, la cicatrización de heridas se retrasa debido
al aumento de citocinas proinflamatorias en el torrente sanguíneo. De hecho, el ejercicio
físico facilita la cicatrización porque reduce los niveles estas citocinas en sangre (Emery,
Kiecolt-Glaser, Glaser, Malarky y Frid, 2006).

A la hora de proponer un programa de ejercicio físico a pacientes que hayan sufrido un


trauma, se debe ser especialmente cuidadoso. Es importante proponer un programa que
incremente en intensidad muy poco a poco, ya que el ejercicio que causa una elevación
brusca de la tasa cardíaca puede causarles distrés, incluido un aumento de los síntomas
del TEPT. Por ello es imprescindible proponer un programa que facilite al paciente una
buena adaptación física y psicológica al mismo (Kendall – Tacket, 2009).

8
Tratamientos psicofarmacológicos

A pesar de que la primera línea de tratamiento para el trauma es fundamentalmente la


psicológica, hay ocasiones en que los psicofármacos constituyen una ayuda
complementaria para hacer frente a la vida cotidiana y para potenciar el efecto de la
terapia psicológica en la reducción de la sintomatología.

En concreto, los antidepresivos ISRS han sido los fármacos más utilizados para el TEPT.
Estos fármacos regulan el funcionamiento del sistema serotoninérgico, que se puede
encontrar alterado en los pacientes. La sertralina, con una dosis de 50 a 200 mg/día, es
uno de los antidepresivos más adecuados para este cuadro clínico. Aún y así, el fármaco
actúa sobre la sintomatología del trauma (depresión, impulsividad, pensamientos
obsesivos, irritabilidad…) más que sobre el evento traumático en sí mismo, por lo que su
utilidad para el tratamiento del trastorno sería cuestionable (Echeburúa, Del Corral y
Amor, 2004).

2.2 Intervenciones psicológicas

Los acontecimientos traumáticos son sucesos negativos, vividos de forma brusca, que
generan terror e indefensión, ponen en peligro la integridad física o psicológica de la
persona y dejan a la víctima en una situación emocional tal que es incapaz de afrontarla
con sus recursos psicológicos habituales. Por ello, este tipo de hechos supone una quiebra
en el sentimiento de seguridad de una persona y una consiguiente alteración de su
estructura familiar (Magaz y Camacho, 2004).

El daño psicológico se refiere, por un lado, a las lesiones psíquicas agudas producidas por
el evento traumático, y, por otro, a las secuelas emocionales que persisten en algunas
personas de forma crónica como consecuencia del suceso sufrido y que interfieren
negativamente en su vida cotidiana (Echeburúa, Del Corral y Amor, 2004).

Los distintos enfoques psicoterapéuticos realizan distintas propuesta de intervención que


responden a marcos teórico diferentes. A continuación se presentan los principales
tratamientos del trauma, conceptualizando al mismo como TEPT.

9
Tratamiento de Exposición (con y sin reestructuración cognitiva)

La evitación del recuerdo del suceso traumático es muy común entre los supervivientes
al trauma. Este tratamiento se basa en exponerse a las imágenes del evento bajo el control
del terapeuta (es decir, pensar y hablar del mismo) ayudando a digerir emocionalmente el
“empacho” emocional que una persona ha sufrido.

De esta manera, recordar y verbalizar lo ocurrido en un ambiente de apoyo facilita la


transformación de las imágenes caóticas y fragmentadas del trauma, mantenidas en la
memoria emocional, en sucesos ordenados espacial y temporalmente bajo control de la
memoria verbal. En cierto modo, se trata de poner nombre a lo que la víctima ha vivido
y de guardar los recuerdos en la memoria declarativa de manera que la persona pueda
ejercer un cierto control sobre ellos. En este proceso de transformación de las vivencias
en recuerdos y en la reintegración de éstos, ya digeridos, en la biografía de la persona, es
cuando la víctima puede experimentar un alivio de los síntomas y una recuperación de la
capacidad de control de la propia vida (Echeburúa, Del Corral y Amor, 2004).

La mayoría de los tratamientos de exposición incluyen psicoeducación, entrenamiento en


respiración, exposición imaginal y exposición en vivo (Foa y Rorhbaum y Furr, 2003).
Estos mismos autores explican que la exposición imaginal puede ser suficientemente
eficaz para trabajar las emociones y cogniciones experimentadas en el momento del
trauma, pero comentan que hay un número reducido de pacientes que no responden a la
misma. Incluso cuando se añade reestructuración verbal, muchos pacientes afirman que
aunque comprenden que el malestar experimentado no es racional, siguen sintiéndolo con
gran intensidad. Para paliar este problema se propone integrar la reestructuración
cognitiva dentro de la exposición imaginal.

Inoculación de Estrés

Esta modalidad de tratamiento persigue enseñar a los pacientes habilidades para manejar
tanto los agentes estresantes de la vida diaria como las reacciones desadaptativas
inducidas por el trauma. Normalmente se trabaja en dos fases. En la fase psicoeducativa
se ofrece al paciente una conceptualización de sus problemas y una justificación y
descripción del tratamiento. En otra fase, la de adquisición y aplicación de habilidades,
se enseñan una variedad de técnicas entre las que se encuentran la relajación, la
reestructuración cognitiva, la resolución de problemas, la práctica cognitiva y el

10
entrenamiento asertivo. El tratamiento parte de la base de que a medida que el paciente
va dominando las habilidades aprendidas, éste las va aplicando primero en situaciones no
relacionadas con el trauma (situaciones estresantes de la vida diaria) y después en
situaciones gradualmente más ansiógenas relacionadas con el TEPT (Guerra y Planza,
2009).

Desensibilización y reprocesamiento mediante movimientos oculares rápidos (DRMO)

Una variante de la exposición es la desensibilización por medio del movimiento ocular y


el reprocesamiento, que consta de dos componentes: exposición en imaginación y
movimientos sacádicos (rápidos y rítmicos) de los ojos. El paciente debe recordar
aquellos pensamientos o imágenes traumáticas al mismo tiempo que sigue con la vista (y
sin realizar ningún movimiento de la cabeza) los movimientos laterales en vaivén,
repetidos en diferentes secuencias de 10 a 25 veces. El terapeuta realiza los movimientos
a través de su dedo índice, que estará situado a 30 cm de su cara y que recorrerá todo el
arco visual del paciente (Shapiro, 1995).

El superviviente al trauma deberá dejar la mente en blanco y realizar respiraciones


profundas. Es un tratamiento que consta de 3 a 5 sesiones de 90 minutos de duración y
según su autor, es un tratamiento que facilita la iniciación del procesamiento cognitivo
del trauma por parte del paciente.

Sin embargo, las bases teóricas de esta técnica son confusas y poco consistentes. No hay
una evidencia clara de la eficacia de la misma más allá del componente de exposición y
de reprocesamiento de la información y, quizá, del componente hipnótico-sugestivo que
implica (Echeburúa, Del Corral y Amor, 2004).

Terapia de corte grupal

Esta modalidad de terapia puede tener un gran efecto terapéutico en las víctimas de un
suceso traumático. Los principios activos de la terapia grupal son la generación de
cohesión social y de estrategias comunes de solución de problemas que puedan facilitar
la adaptación a la vida diaria de los participantes (Sanchez, Gonzalez y Mendez, 2002).

El apoyo individual es necesario en casos de TEPT, pero puede resultar insuficiente para
hacer frente a los problemas interpersonales planteados. Entre los beneficios obtenidos
de un enfoque grupal se encontrarían los siguientes: la superación de la resistencia de las

11
víctimas a hablar del suceso traumático o a hacerlo con una desconexión emocional a la
hora de narrar el suceso, la facilitación a la hora de explicar y comentar las consecuencias
psicológicas de un hecho traumático, así como a la hora de señalar la normalidad de las
reacciones experimentadas ante el evento, poder romper el aislamiento a nivel familiar y
social, que es consecuencia, a su vez, de la incapacidad para hablar emocionalmente del
mismo y ayudar a los demás miembros del grupo, lo cual, puede traducirse en una
recuperación de la autoestima (Echeburúa, Del Corral y Amor, 2004).

Por otra parte, la pertenencia al grupo puede contribuir a reducir el victimismo o la rabia
por el sentimiento de abandono que aparecen con frecuencia en este tipo de víctimas. Sin
embargo, hay pacientes para los cuales el tratamiento en grupo puede resultar ineficaz.
En el caso de las víctimas gravemente deprimidas o con tendencias paranoides, carentes
de motivación o que requieren una atención especializada (conductas agresivas,
dependencia a drogas o a medicación psicofarmacológica) no sería indicada la terapia de
corte grupal (Sanchez, Gonzalez y Mendez, 2002).

Enfoque psicodinámico

Las etapas del tratamiento psicoterapéutico psicodinámico individual con supervivientes


al trauma deben estar focalizadas en el alivio sintomático y el dolor o sufrimiento personal
generado (por lo que se debería realizar una adaptación de la terapia psicodinámica
clásica). La flexibilidad terapéutica debe permitir al terapeuta moverse hacia focos de
trabajo distintos al del trauma, optando por un acercamiento más indirecto al mismo que
le proporcione tiempo al paciente para reelaborar el trauma de acuerdo con su propio
proceso. La exploración del trauma debe facilitar la construcción de un relato que permita
describir lo ocurrido y contextualizarlo, conectando lo actual con lo ocurrido. La
elaboración debe permitir la construcción de un futuro donde se fomente en el
superviviente la capacidad de acceder a una resignificación distinta de la historia de sí
mismo, con el objetivo de disminuir el impacto del evento traumático en la misma
(Watson, 2007).

Para otros autores, la psicoterapia psicodinámica tradicional puede ser un tratamiento


efectivo para las personas con TEPT, siempre y cuando el terapeuta tenga en cuenta en el
proceso las siguientes condiciones: solidez en la alianza terapéutica y dosificación de la
interpretación analítica. El analista además debe buscar la elaboración del hecho
traumático ayudando a la persona a interpretar sus deseos para que pueda hacerse cargo

12
de ellos, permitiendo la conexión entre las funciones psíquicas disociadas,
promocionando el desarrollo de la capacidad analítica, ayudando a la persona a hacer
discriminaciones más adecuadas de la realidad, facilitándole la configuración de nuevas
relaciones de objeto, permitiéndole autonomía y asertividad, buscando que resuelva el
conflicto de agresividad y culpa, interpretando la compulsión a la repetición y realizando
un trabajo continuo con la transferencia y contratransferencia (Vallejo y Córdoba, 2012).

Hipnósis clínica

Los principios fundamentales en los que se basa el uso de la hipnosis en el tratamiento


del TEPT incluyen el inducir un acceso controlado a los recuerdos traumáticos y ayudar
a los pacientes a controlar sus emociones o afectos intensos y las respuestas fisiológicas
que pueden acompañar a los recuerdos del trauma. Así, la hipnosis puede permitir al
paciente y al terapeuta conectar de forma controlada con el contenido del evento
traumático, y que el paciente desconecte o disocie su respuesta somática a estos recuerdos
(Morales y Gallero, 2001).

Generalmente, la mayoría de estos tratamientos proponen la inclusión del entrenamiento


en la práctica de la relajación mediante autohipnosis. La aplicación de la autohipnosis,
como sistema de relajación activa, presenta una serie de ventajas sobre otros métodos,
como son la rapidez en el aprendizaje y el incremento de los cambios subjetivos, además
de ser compatible con otros procedimientos y de la facilidad con que pueden ser evocadas
las sensaciones de relajación. La autohipnosis es una estrategia útil para contrarrestar la
respuesta de estrés y la afectación que puede tener ésta sobre la salud física. (Vargas,
2004).

Esta técnica suele utilizarse en un paquete de tratamiento más amplio que comprende
otras técnicas de intervención para el tratamiento del TEPT. De hecho, uno de sus usos
más habituales en la práctica clínica, es el de proporcionar un estado alterado de
conciencia, en el que el hipnotizador guía al paciente para que éste experimente una serie
de alteraciones perceptivas, de manera que el paciente centra su atención en unos pocos
estímulos de su campo perceptivo, consiguiendo un descenso de la ansiedad
experimentada a través de nuevas experiencias que envuelven el recuerdo traumático. El
descubrimiento, por parte del paciente, de que puede ejercer un control sobre las
experiencias de su cuerpo y los estados emocionales, proporciona un aumento de la
percepción de control. La hipnosis (autohipnósis en estadios más avanzados del

13
tratamiento) puede incluirse en el tratamiento del TEPT, no solo para que el paciente
desconecte o disocie su respuesta somática a los recuerdos traumáticos, sino también,
para aportar señales que sirvan para recuperar o evocar rápidamente las sensaciones de
relajación cuando el paciente las necesite (Morales y Gallero, 2001).

Enfoque constructivista sistémico

La concepción sistémica permite traer al campo terapéutico el entramado relacional del


evento traumático y el funcionamiento del mismo dentro del sistema familiar. Esto es
posible hacerlo incluso sin contar con la presencia real de las personas implicadas en el
suceso, teniendo siempre en cuenta que en los eventos traumáticos vinculados con
personas (maltrato, rapto, agresión, tortura…) la violencia se perfila como una estrategia
relacional (Guerrero y García-Martinez, 2008).

Los cambios que persigue este tipo de tratamiento suponen una modificación importante,
no solo de las estrategias relacionales del paciente, sino también de su identidad. La
víctima debe reelaborar su sentido del mundo y de sí misma. Este es precisamente el foco
de las terapias constructivistas; la construcción que el paciente hace del evento, de sí
mismo y del mundo que lo rodea (Winter, 1992).

Tanto los enfoques relacional-sistémicos como los constructivistas comparten principios


epistémicos y técnicos comunes que buscan redefinir la experiencia en términos
manejables para la persona, recreando nexos de unión entre distintos aspectos de la vida
y definiendo la experiencia traumática, como algo que le sucedió a la persona, no como
algo que la persona se merecía. Los enfoques constructivistas-sistémicos permiten
reconstruir el sentido del evento traumático en los propios términos del paciente y buscan
activamente elementos y episodios resolutivos y de autocrecimiento en su propia
experiencia vital de cara a la consecución de la superación del trauma y a la dotación de
recursos al paciente para readaptarse a la vida diaria de forma saludable y satisfactoria
(Guerrero y García-Martinez, 2008).

14
3. Valoración personal

Parece evidente que aún no hemos superado el dualismo platónico mente/cuerpo.


Desgraciadamente, y, a pesar de que un gran número de investigaciones proponen el
modelo biopsicosocial para la comprensión de la salud humana como un todo, aún se
realizan numerosas intervenciones que tan solo atienden a un único factor de los tres que
componen el mismo (el biológico, el psicológico y el social).

Cada profesional desde su campo pretende demostrar que su acercamiento es el más


“eficaz”, como si del más valioso o prestigioso se tratara. Y bajo mi punto de vista los
profesionales sanitarios seguimos enfrentados en una pelea que no lleva a solución y que
debería haberse zanjado hace tiempo. La medicina, con un modelo biologicista de
salud/enfermedad realiza intervenciones médicas en aspectos de salud física y mental que
se restringen al campo médico/biológico. La psicología, diseña intervenciones que tienen
como foco de acción los procesos mentales (conscientes o no conscientes) y la interacción
de este aspecto psicológico con el ambiente social. En la psicología, la diversificación de
orientaciones teóricas brinda un ambiente aún más complejo y se provocan también
peleas internas dentro de la propia disciplina donde teóricos de unos y otros modelos
pelean por demostrar que su orientación teórica es la mejor. Nos estamos equivocando.
Nuestra disciplina necesita propuestas integradores. Los psicólogos deberíamos aspirar a
ser capaces de explicar una misma problemática desde cualquier modelo teórico,
proponiendo así distintas vías de intervención, con focos diferentes pero
complementarios. Tenemos la capacidad de conceptualizar las problemáticas de nuestros
pacientes desde distintos puntos de vista y, como agentes de salud, tenemos que realizar
esfuerzos en integrar las distintas teorías, para ser profesionales con más recursos y para
educar a futuros psicólogos en un modelo de salud mental donde la apertura mental sea
una de las más importantes capacidades del profesional.

Desgraciadamente, en la propia psicología también se ha instaurado la asunción de un


modelo médico. Clara muestra son las investigaciones de resultados, donde se comparan
tratamientos psicológicos entre sí, para demostrar que uno es más eficaz que otro. Estas
investigaciones se realizan en contextos de laboratorio que después poco tienen que ver
con el contexto clínico real, por lo que la veracidad de los datos podría ponerse en
entredicho. No solo esto sino que, además, investigaciones realizadas hace más de 30
años sobre la varianza del cambio terapéutico mostraban resultados muy esclarecedores.

15
El 30% de la varianza de cambio lo explica la relación terapéutica y el 15% lo explican
las técnicas concretas. Me cuesta entender por qué seguimos empeñados en demostrar
que un modelo teórico es “mejor” que otro, cuando una de las claves más potentes y uno
de los principios activos de la terapia que más relevancia tiene en el cambio terapéutico,
es la relación terapéutica. ¿Por qué las universidades no han asumido este hallazgo? Si
tradujéramos esto en términos académicos, el estudiante de psicología debería encontrar
en su formación con varias asignaturas destinadas al autoconocimiento (bajo mi punto de
vista, básico para poder generar una relación terapéutico saludable) y otras destinadas a
la adquisición y puesta en práctica de las habilidades terapéuticas (escucha activa,
empatía, reflejo, paráfrasis…).

Pero no todo es negativo. El estudiante de psicología en la actualidad se encuentra en la


universidad con muchas asignaturas vinculadas a lo físico (psicología fisiológica,
neurociencia, neuropsicología, psicofarmacología…) que hacen que el estudiante
entienda que todo ocurre en el cuerpo y que la distinción mente/cuerpo no es más que una
forma reduccionista de entender el funcionamiento humano. Cualquier manifestación
psicológica tiene su sustrato físico, o de otra manera, la estructura psíquica del ser humano
se posa sobre el Sistema Nervioso. De esto no hay duda. De hecho, muchos psicólogos
actualmente miran al aspecto biológico con ojos de fascinación. Creo que en la actualidad
la psicología está viviendo una época que se estudiará en los libros de historia de la
psicología como la revolución de las neurociencias. Queremos verlo todo en el EEG, a
través de la pantalla, para confirmar que nuestras inferencias son correctas. Pero, por
desgracia, a muchos de nosotros, se nos vuelve a olvidar que la manifestación biológica
en la salud mental no es más que una pieza de un complejo puzle.

Las universidades también deberían generar en los alumnos un espíritu más crítico. No
nos deberíamos quedar únicamente en la transmisión de información. Creo que se echa
en falta un espacio para el debate, la crítica, la comprensión de los modelos más allá de
sus postulados teóricos. Todos sabemos los principios del aprendizaje de la terapia
cognitivo conductual pero poco alumnos se han parado a pensar que se trata de un modelo
que nace como una necesidad de la psicología por mostrarse experimental y de la
inclusión de la intervención psicológica en los centros asistenciales hospitalarios, donde
la psicología ha tenido que subordinarse al modelo de intervención médico, ya que es éste
el que rige los hospitales. Debemos ampliar la lupa, y debemos ampliar el foco de lo que
sabemos. Deberíamos aprender mucho de la historia de nuestra ciencia y del resto de

16
ciencias de la salud, para ubicar adecuadamente el momento actual y contextualizarlo de
manera que no realicemos inferencias erróneas.

Puede parecer que mi reflexión se aleja mucho del tema. Pero realmente no es así. A la
hora de realizar búsquedas bibliográficas me he encontrado con un panorama en el que la
investigación de resultados (comparación entre tratamientos) preponderaba con respecto
al resto, donde los psiquiatras proponen tratamientos psicofarmacológicos, donde los
psicólogos únicamente señalan el aspecto psicológico de la problemática y donde las
universidades siguen promocionando en muchos casos esta batalla de orientaciones
teóricas formando a alumnos en un solo modelo de intervención.

Por el contrario, la psicología de la salud está realizando grandes esfuerzos de integración


y de expansión del modelo biopsicosocial de la salud. Disciplinas como la
psiconeuroinmunologia, la neuropsicología o la psicoendocrinología son una clara
muestra de cómo se sigue estableciendo esta unión indivisible y cada vez existe mayor
conciencia social de que aspectos emocionales pueden derivar en problemas de salud
física. Aún tenemos que concienciar a la población de esta relación, aún queda mucha
labor por hacer y se necesita mucha más investigación. Pero para avanzar en la dirección
correcta es necesario haber reflexionado sobre todo lo anterior y posicionarse en algún
punto del debate siendo consciente de dónde y por qué nos posicionamos donde lo
hacemos como profesionales.

Con respecto al tema específico sobre el que trata el presente trabajo, el trauma
psicológico, parece que existen explicaciones claras de la relación entre experiencia
traumática y salud. El sistema inmune y la respuesta inflamatoria al estrés parecen unas
de las grandes implicadas en la relación entre salud mental y física, no solo en este
trastorno sino también en otros: la depresión, la ansiedad, el estrés… En este punto,
también podemos acercarnos al debate del transdiagnóstico. Parece que los síntomas,
agrupados en cuadros sindrómicos, son manifestaciones de malestar psicológico y
trascienden los límites de las etiquetas diagnósticas. No podemos perder de vista que estas
etiquetas son nada más que un consenso entre profesionales de la salud mental para dar
orden a un cajón desastre. No se puede obviar la grandísima importancia del
psicodiagnóstico, pero debemos entenderlo como lo que es. A nivel físico, parece que
estos estados (la depresión, la ansiedad, la hostilidad o el estrés), generan manifestaciones
similares en el cuerpo y los tratamientos farmacológicos y médicos inciden en los mismos
aspectos, por lo que es posible que debamos replantearnos la naturaleza de estos estados
17
psicológicos. Aparentemente, no son tan diferentes como creemos, o, al menos, se
manifiestan de forma similar a nivel somático.

En un nivel más concreto, se podría hablar sobre la falta de recursos en los centros de
salud para poner a disposición de toda la población un abordaje de la enfermedad
adecuado a lo que hoy en día conocemos. Esto incluiría un abordaje médico y psicológico
de cualquier problema de salud que pueda ocasionar estados disfóricos o que se pueda
ver afectado por variables psicológicas. Parece que las vías por las que la comunidad
científica debe luchar son la demostración económica de la viabilidad de la incorporación
de la atención psicológica en estos procesos y la concienciación de la sociedad a través
de la educación, donde las personas sean conscientes de la importancia que ocupa en su
vida la salud, tanto física como mental. En este sentido, aún queda mucho que hacer
contra el estigma existente hacia la salud mental y hacia los propios profesionales de la
salud mental, por lo que, entre todos, y dotando a la población de una asistencia de alta
calidad, podremos ir cambiando la imagen que ésta tiene sobre la disciplina.

18
4. Referencias

American Psychiatric Association. (2013). Diagnostic and Statistical Manual of Mental


Disorders (4ª ed.). Washington, DC: American Psychiatric Association.

Batten, S. V., Aslan, M., Maciejewski, P. K. y Mazure, C. M. (2004). Chilhood


maltratment as a risk factor for adult cardiovascular disease and depression. Journal
of Clinical Psychiatry, 65, 249 – 254.

Danese, A., Pariante, C. M., Caspi, A., Taylor, A. y Poulton, R. (2007). Childhood
maltreatment predicts adult inflammation in a life-course study. Proceedings of the
National Academy os Sciences, 104, 1319 – 1324.

Drossman, D. A., Li, Z., Leserman, J., Toomey, T. C. y Hu, Y. J. B. (1996). Health status
by gastrointestinal diagnosis and abuse history. Gastroenterology, 110, 999 – 1007.

Echeburúa, E., Del Corral, P. y Amor, P. (2004). Nuevos enfoques terapéuticos del
trastorno de estrés postraumático en víctimas del terrorismo. Clínica y Salud, 15, 273
– 292.

Emery, C. F., Kiecolt-Glaser, J. K., Glaser, R., Malarky, W. B. y Frid, D. J. (2006).


Exercise accelerates wound healing among health older adults: A preliminary
investigation. The Journals of Gerontology Series A, Biological Sciencies and
Medical Sciencies, 60, 1432 – 1436.

Felitti, V. J., Anda, R. F., Nordenberg, D., Williamson, D. F., Spitz, A. M., Edwards, V.
J. et al. (1998). Relationship of childhood abuse and household dysfunction to many
of the leading causes of death in adults. American Journal of Preventive Medicene,
14, 245 – 258.

Ferucci, L., Cherubini, A., Bandinelli, S., Bartali, B., Corsi, A. y Lauretani, F. (2006).
Relationship of plasma polyunsaturated fatty acids to circulating inflammatory
markers. Journal of Clinical Endocrinology & Metabolism: Clinical and
Experimental, 91, 439 – 446.

Foa, E., Rothbaum, B. y Furr, J. M. (2003). Augmenting exposure therapy with other
CBT procedures. Psychiatric Annals, 33, 47 – 54.

19
Guerra, C. y Plaza, H. (2009). Tratamiento cognitivo – conductual del Estrés
Postraumático en un caso de violación infantil. Revista de Psicología, 18, 103 – 129.

Guerrero, G. y García-Martínez, J. (2008). Ensayo clínico de la eficacia de la terapia


constructivista-sistémica

Kendall-Tacket, K. A. (2000). Victimization, healthcare use, and health maintenance.


Family Violence & Sexual Assault Bulletin, 16, 18 – 21.

Kendall-Tacket, K. A. (2009). Psychological trauma and physical heatlh: A


psychoneuroinmunology approach to etiology of negative health effects and posibble
interventions. Psychological Trauma: Theory, research, practice, and police, 1(1),
35 – 48.

Maes, M., Christophe, A., Bosmans, E., Lin, A. y Neels, H. (2000). In humans, serum
polyunsaturated fatty acid levels predict the response of proinflammatory cytokines
to psychologic stress. Biological Psychiatry, 47, 910 – 920.

Magaz, A. y Camacho, S. (2004). Asesoramiento psicológico en un caso de duelo tras los


atentados del 11 M. Ciencia y Salud, 15(3), 253 – 271.

Martin, L. (2003). Aplicaciones de la psicología en el proceso salud enfermedad. Revista


Cubana de salud pública, 29(3), 275 – 281.

McEwen, B. S. (2003). Mood disorders and allostatic load. Biological Psychiatry, 54, 200
– 207.

Morales, G. y Gallego, L. (2001). Hipnosis y trastorno por estrés postraumático. Enginy.


Recuperado de http://www.cop.es/colegiados/B-00722/TEPT.html

Sánchez, A., González, P. y Méndez, J. A. (2002). Psicoterapia breve en grupo en el


tratamiento de las víctimas de atentados terroristas. Mpfre Medicina, 13, 40 – 45.

Sareen, J., Cox, B. J., Stein, M. B., Afifi, T. O., Fleet, C. y Asmundson, G. J. (2007).
Physical and mental comorbidity, disability, and suicidal behavior associated with
posttraumatic stress disorder in a large community simple. Psychosomatic Medicine,
69, 242 – 248.

Smith, T. W. (1992). Hostility and health: Current status of a psychosomatic hypothesis.


Health Psychology, 11, 139 – 150.

20
Vallejo, A. y Córdoba, M. (2012). Abuso sexual: tratamiento y atención. Revista de
Psicología, 30, 19 – 46.

Van der Kolk, B. (1994). Memory and the evolving psychobiology of post traumatic
stress. Trauma information pages. Recuperado de
http://www.aipro.info/drive/File/The%20Body

Van Houdenhove B., Luyten P. y Egle, U. T. (2009). The role of childhood trauma in
chronic pain and fatigue. Research Gate. Recuperado de
https://www.researchgate.net/publication/231336943_The_role_of_childhood_trau
ma_in_chronic_pain_and_fatigue

Vargas, W. (2004). Hipnosis aplicada a niños quemados con diagnóstico de síndrome de


estrés post-traumático. Enfermería actual en costa rica, 3, 1 – 21.

Watson, F. (2007). Agresión sexual en la infancia y viaje al futuro. Terapia Psicológica,


25, 189 – 198.

Woods, A. B., Page, G. G., O´Campo, P., Pugh, L. C., Ford, D. y Campbell, J. C. (2005).
The mediation effect of posttraumatic stress disorder symptoms on the relationship
of intimate partner violence and IFN-gamma levels. American Journal of Community
Psychology, 36, 159 – 175.

21

También podría gustarte