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LOS INCAS
i.
IMPRÍMEME STEREOTYPE DE COSSOM.
Tenvl- i ito/ft i -
LOS INCAS, ó

LA DESTRUCCIÓN

DEL IMPERIO DEL PERÚ

TRADUCIDA POR LA PRIMERA VEZ AL CASTELLANO

POR DON F. DE CABELLO,


Antiguo oficial-general, autor del Diario erudito da
Lima, del Telégrafo de Buenos- Ayres, y de la
Gramática Sinóptica ; director principal de la nuera
oficina de interpretacion general de tenguas , etc.

EDICIÓN
HECH A BAJO LA DIRECCIÓN SE 1. R. MA5SOX.

VOLUMEN I.

PARIS,
MASSON Y HIJO, CALLE DE ERFORTH, N«3.

i83a.
1 Dtv/,351
«M4*%VVVVVVVVVVVWVVVV«VVV*\***[VVVVVVVl*VVVVVVtlWVWVMI>l\M

ÍNDICE
DE LOS CAPÍTULOS CONTENIDOS EN EL
VOLUMEN PRIMERO.

Carta dedicatoria y
Prefacio. . . xm
CAP. I. Situacion política del reyno de los
Incas, etc i
CAP. II. Fiesta llamada del nacimiento, etc. 8
CAP. III. Adoracion al Sol en su mediodía. . ig
CAP. IV. Juegos célebres que seguían al
gran festín 26
CAP. V. Postura del Soléete 33
CAP. VI. Orozimbo, uno de los caciques Me
jicanos , cuenta al Inca las des
gracias de su patria 3g
CAP. VII. Prosigue la narracion anterior. . 5o
CAP. VIII. Continuacion del capítulo anterior. 58
CAP. IX. Continuacion del capítulo anterior. 69
CAP. X. Sigue la relacion 78
CAP. XI. Extienden los Españoles sus estra
gos al mediodía de la América. . go
CAP. XII. Consejo que hubo antes de la par
tida de Pizarro xo3
CAP. XIII. tas Casas , de regreso de la Isla
Espanolaba á ver a los salvtges. i2i
TOMO I *
ÍNDICE.
Pag.
CAP. XIV. Sigue la narracion de este viage. i3o
CAP. XV. Sigue la relacion de lo ocurrido
en este viage • '39
CAP. XVI. Sigue la relacion de este viage. . ttfi
CAP. XVII. Parte Pizarro del puerto de Pa~
nama , etc i56
CAP. XVIII Desembarca Pizarro sobre la costa
de Catamés , etc i67
CAP. XIX. Pizan-o , antes de retirarse de la
Gorgona , va á reconocer la
costa y el puerto de Tumbes. - i80
CAP. XX. Viage de Alonso Molina de Tum
bes a Quito . i89
CAP. XXI. Sigue la relacion de este viage. . 2o3
CAP. XXII. Pizarro, de regreso d Panamá <
toma la resolucion de ir a ES'
paña * etc 2i '
CAP. XXIII . Arribada á la isla Cristina. . . . 2a5
CAP. XXIV. Mansion de los Españoles y de
los dos Mejicanos en la isla
Cristina 233
CAP. XXV. Vuelve la nave al Perú , y hace
naufragio f etc. . ^43

FiS DIL iHDICI OEL VOLÓMEs FnIHZKO.

---
AL REY DE SUECIA.

JENOR,

Este homenage del reconoci


miento no será reputado por vil
adulacion. Es á la Suecia , á ese
pais venturoso que os hizo deposi
tario de su libertad ; á la Suecia ,
donde, ala plaza de las facciones y
los horrores de la anarquía, reyna
al presente la tranquilidad , la con
cordia y la suave autoridad de las
leyes ; á ese pueblo, mucho tiempo
hace dividido por intereses extran-
geros, y repentinamente esclare
vi CARTA
cido sobre los suyos propios , reu
nido, vuelto en sí, libre en fin de
las travas y de los pasados é igno
miniosos yerros que cautivaron su
virtud y su fuerza ; es á él , Señor ,
que toca hacer vuestro elogio.
Yo espero bien consignar en los
fastos de vuestros augustos aliados,
esta grande y primera época del
reynado de V . M. , es decir, esta
revolución evidentemente necesa
ria á la felicidad de sus estados,
pues que ella se ejecutó de comun
acuerdo , sin violencia de una
parte, y sin resistencia de la otra.
Pero este testimonio que yo daré al
libertador, al bienhechor de la Sue-
cia, no será publicado que despues
de mi muerte, cuando la tumba,
inacesible á lodo interes humano ,
afianzará mi sinceridad.

-.
DEDICATORIA. 7ii
Hoy, Señor, es de mi propia
gloria que me ocupo , y suplico
V. M. permita que esta obra salga
á luz bajo sus auspicios , como un
monumento público de las bon
dades con que se ha dignado hon
rarme.
Mas, ¿ que es lo que yo digo? ¿¿es
á mi, Señor, es á mi vanagloria
que debo pensar en este momento
tan crítico ? La mitad del mundo
oprimido, devastado por el fana
tismo religioso, este es el cuadro
que presento á los ojos de V. M. ;
yo renuevo, vuelvo á abrir la mas
grande llaga que el puñal de los
persecutores ha hecho á la especie
humana; yo mismo, si, yo denun
cio á la rebgion el crimen mas hor
rendo que el falso zelo ha perpe
trado en su nombre, crimen tan
▼ni CARTA
grande, que nunca se aparta de mi
memoria.
La humanidad, Señor, la hu
manidad misma, ultrajada, hol
lada por su mas cruel enemigo,
esta es la que tengo el honor de
presentar hoy á V. M., implo
rando la protección de un rey sen
sible y justo, y la de todos los bue
nos reyes , de los reyes que os ase
mejan. Los atentados que causa el
fanatismo son muy diferentes de
los que sometemos al rigor de las
leyes, porque donde él existe no
pueden estas ser buenas. Todos los
crímenes llevan consigo el castigo
ó el oprobio; pero, los que pro
duce el fanatismo tienen en sí mis
mos un carácter terrible que im
pone miedo á la autoridad, á la
opinión , y aun hasta á la fuerza
DEDICATORIA. ix
misma : un santo respeto le libra
muchas veces de la pena,y siempre
de la vergüenza ; su atrocidad
misma inspira un religioso terror ;
de forma que , si los fanáticos son
alguna vez castigados , entonces
son mas reverenciados del pueblo.
En efecto, el fanatismo es tenido
por un angel exterminador ; eje
cutor de las venganzas del cielo, él
no reconoce ni ley ni rey sobre la
tierra. Al trono, él opone el altar;
á los reyes , él habla á nombre de
un Dios ; á los clamores, á los tris
tes ayes de la naturaleza y de la
humanidad afligida, él responde
por excomuniones; y entonces todo
cae á sus pies , porque el horror
que él inspira á todos enmudece.
Tirano de las almas y de los cuer
pos, él ahoga los sentimientos y
* CARTA
la razón natural ; él persigue á la
vergüenza, á la piedad, á los es
crúpulos de conciencia; non hay
ni oprobio ni suplicio capaz de in
timidarle : para él todo es gloria ,
todo triunfo. ¿Que oponerle en la
tierra? Pueblos y reyes, todo, todo
se confunde y prosterna á los pies
de aquel que no distingue en medio
de los hombres que sus esclavos y
víctimas. Es, sobre todo, á los reyes
á quien él se dirige ; ya sea para
formar sus ministros, ya para hacer
de ellos los ejemplos los mas espan
tosos de sus furores; porque en
tanto les respeta, cuanto ellos le
respetan á él. Así se les ha visto
cien veces servirle por miedo que
su enojo volviese contra ellos : de
jábanle devorar su víctima, y aun
le entregaban millares de hombres
DEDICATORIA. xi
para apaciguarle. ¡ Que enemigo,
Señor , que monstruo mas cruel
para los soberanos y padres de los
pueblos, que él que devora sus hi
jos en medio de sus brazos, sin
que se atrevan siquiera á oponerle
ninguna resistencia !
Luego es á los reyes á unirse
desde una extremidad del mundo
á la otra, para sufocarle en su na
cimiento, ó ántes si es posible, jun
tamente que á la supersticion , que
es su simiente y su alimento.
Vuestra Magestad ha nacido
para servir de ejemplo generoso
á vuestros semejantes; pero puede
ser que jamas ella podrá ser nunca
ni mas útil ni mas grande al mundo,
que convidando á los demas reyes
á apoyar, con una protección mag
nánima, los escritores que defien-
xii CARTA DEDICATORIA,
den las generaciones futuras contra
las seducciones y los furores del
fanatismo, y que propagan en el
alma esta luz verdaderamente ce
leste, estos grandes principios de
humanidad y de concordia univer
sal, estas maximas, en fin, de in
dulgencia y de amor , de las cuales
la religion , así como la naturaleza,
ha hecho el apendice de sus leyes,
y la esencia de su moral.

Es con el mas profundo respeto,

SEÑOR,
DE VUESTRA MAGESTAD ,

E! mas humilde y mas


obediente servidor.

MARMONTE^.
*WM«k*V VVv%VVVVVV«IVMAAVV\VVVV\^^VVVV>*VVVVVVVVVV\VVV-.

PREFACIO.

Todas las naciones han poseido hom


bres perversos y fanáticos ; han tenido
su época de ignorancia y sus ataques
de furor. Las mas estimables son aquel
las que tuvieron carácter para confesarlo.
Los Españoles, dignos de este nombre,
han mostrado este noble orgullo.
Jamas la historia nos ha trazado una
cosa mas sensible, ni mas escandalosa,
que las desgracias del Nuevo Mundo es
critas por el padre Las Casas (i). Este
apóstol de las Indias, este prelado vir
tuoso, este testigo ocular, cuya sinceri
dad le ha hecho célebre, compara los
Indios á los corderos, y los Españoles
A los tigres, 4 los lobos y á los leones

(i) Descubierta de las Indias Occidentales,


publicada en España en i54a, traducida en
frances, é impresa en Paris en i687.
xiv PREFACIO,
apurados por una hambre rabiosa ( i ) .
Todo lo que dice en su obra lo habia
dicho á los reyes y al consejo de Castilla,
en medio de una corte vendida ella
misma á los infames que ¿1 acusaba.
Nadie se ha atrevido á murmurar de su
zelo, y antes, al contrario, todos le han
respetado ; prueba bien constante que
los crímenes que denunciaba, ni eran
permitidos por el príncipe, ni aprobados
por la nacion.
Todo el mundo sabe que la voluntad
de Isabel, de Fernando, de Ximenes y
de Carlos V, fué constantemente de no
irritar los Indios, y esto se prueba con
todas las ordenanzas y reglamentos he
chos en su favor (2).

(i) Cristobal Colon hacíala misma justicia


á los Indios, a Jaro, decía á Fernando en una
de sus cartas, juro á V. M. que no existe en
el mundo un pueblo mas suave. s
(a) Lo que ménos os perdono, le decía
Isabel á Cristobal Colon, es de haber privado
de su libertad un gran número de Indios, a
PREFACIO. iv
En cuanto á estos crímenes , ele cuya
mancha la España se ha lavado, no solo
por la accion generosa de confesarlos,
sino vituperándolos, se va a ver que en
cualquiera otra parte que se hubiesen
presentado las mismas circunstancias ,
hubieran tambien encontrado hombres
capaces de los mismos excesos .
Los pueblos de la zona templada , trans

pesar de que os lo habia encaragdo muy ex


presamente.
El reglamento de Ximenes decia : que los
ludios serían separados de los Españoles ; que
se les emplearía útilmente, pero sin rigor :
que se formasen diferentes pueblos ; que se
les marcase á cada familia una porcion de
tierra que cultivar para su beneficio, á con
dicion que pagasen un pequeño tributo im
puesto con mucha equidad.
Eh una asamblea de teólogos y légistas que
se tuvo en Burgos, el rey Fernando el cató
lico declaró que los habitantes del Nuevo
Mundo eran libres, y que como á tales se les
debía tratar. V. M., dijo Las Casas, mando lo
mismo en i523 y en iÓ29, despues de gran
des debates, y se tomó la misma resolucions.
xvi PREFACIO,
plantados entre los trópicos, no pueden
resistir á trabajos fuertes, bajo un sol
abrasador. Era necesario renunciar á la
conquista del Nuevo Mundo, ó limitarse
á un comercio pacífico con los Indios, ú
obligarlos por fuerza á trabajar en las
minas y al cultivo de los campos.
Para renunciar á la conquista, hubiera
sido necesario una sabiduría que jamas
han tenido los pueblos, y que los reyes
poseen muy raramente. Limitarse á un
libre cambio de socorros recíprocos hu
biera sido lo mas justo ; nuevas necesi
dades y nuevos placeres hubieran hecho
del Indio un hombre mas activo, y la
suavidad hubiera obtenido de él lo que
no ha podido la violencia. Pero siempre
el poderoso ha despreciado al débil ; la
igualdad le choca ; domina, manda y
quiere recibir sin dar. Así que cada uno
llegaba á las Indias, no pensaba que en
enriquecerse, y el cambio era un medio
muy lento para satisfacer su impaciente
avaricia. La equidad natural los gritaba,
pero los gritaba en vano : « Si vosotros
PREFACIO. xtit
mismos no podeis retirar del centro de
esta tierra inculta las producciones, los
métales, las riquezas que ella encierra,
abandonadla, volvedos á España, sed po
bres, pero no inhumanos. >> Perversos y
avaros , querían poseer esclavos y tesoros .
Los Portugueses habian ya hallado el
triste y odioso recurso de los negros.
que los Españoles ignoraban aun. Los
Indios, naturalmente débiles, acostum
brados á vivir con poco, sin deseos, casi
sin necesidades, y flojos á causa de la
ociosidad, creian imposible poder resistir
á los trabajos que los imponian ; su pa
ciencia se cansaba y aun se acababa al
tiempo mismo que las fuerzas ; la fuga,
tolo medio que tenian, los libraba de la
opresion, y por conseqüencia fué nece
sario esclavizarlos. Hé aquí los primeros
pasos de la tiranía.
Se trata ahora de examinar por cuan
tos grados pasó este pais ántes de llegar
á estos excesos de horror que han hecho
tanto gemir la naturaleza misma ; y para
subir á su origen, es necesario no olvi
. 6
xviii PREFACIO,
dar que el viejo mundo, sumergido aun
en las tinieblas de la ignorancia y su
persticion, estaba tan asombrado de la
descubierta del Nuevo, que no podia fi
gurarse lo que él era, ni á que se parecia.
Se disputaba en las universidades si los
Indios eran monos ú hombres, y fué ne
cesario una bula de Roma para decidir
la qüestion.
Es necesario no olvidar, tampoco, que
los Españoles que acompañáron á Cris
tobal Colon en la expedicion eran de la
hez del pueblo, la canalla(i). La miseria,
la avaricia, la disolucion, el desorden,
un valor tan desesperado, y sin brida
como sin pudor, mezclado de orgullo y
de bajeza, formaban el carácter de esta
soldadesca, indigna de servir ni enarbo
lar las banderas de una nacion noble y
generosa. A la cabeza de esta turba iban
voluntarios sin disciplina y sin costum
bres, que no conocian otro honor que
el valor, otro derecho que la espada, ni
(i) Y la aumentáron con malhechores.

,\
PREFACIO. xix
otro objeto digno de sus servicios que el
pillage ; de forma que á estos hombres
fué á quien el Almirante Colon tuvo la
imprudencia de abandonar los pueblos
que se le rendian.
Los habitantes de Ota-Iti ( i ) habian
recibido como á dioses ¿los Españoles.
Encantados al verlos, apresurándose en
darles gusto, venian á ofrecerles sus bienes
con una alegría sincera, y su respeto por
ellos tenia alguna cosa de sagrado. No
dependia de nadie, sino de los Españoles,
de haber sido siempre adorados ; pero
Colon quiso ir en persona á dar parte
i la corte de España de la importancia
de sus sucesos. Se marchó (s), y dejó en
la isla, en medio de los Indios, una tropa

(i) La Isla Española, llamada Santo Do


mingo hoy.
(a) Tuto miedo que uno de tas segundos
llamado Pinzon, que se habia separado de él
con un navio, no llegase el primero 4 España
a dar noticia de la descubierta y atribuirse
el merito.
xx PREFACIO,
de facinerosos que «e amparáron, por
fuerza, de sus hijas y múgeres, y abu
sáron de ellas en su presencia ; de modo
que, á fuerza de indignidades, los Indios
se armáron de un coraje desesperado, y
todos los Españoles fueron asesinados.
Colon supo á su vuelta este catástrofe;
él habia sido justo y debió perdonarlo;
pero no, le vengó con una perfidia. Armó
asechanzas al cacique (i) que habia li
brado la isla de semejantes monstruos,
y le hizo embarcar para España. Toda
la isla se amotinó ; pero una multitud
de hombres desnudos, sin disciplina y
sin armas, no pudo resistir á hombres
valientes, aguerridos y bien equipados ;
de forma que la mayor parte de los is
leños fueron degollados, y el resto huyó
ó sufrió el yugo de los vencedores. Fué

(i) El cacique se llamaba Caonabo. El na


vio en que se bailaba embarcado y cinco otros
que estaban prontos para partir, fueron he
chos pedazos y sumergidos por una horrible
tempestad, ántes de salir del puerto.
PREFACIO. «i
allí que Colon ensenó á los Españoles á
hacer perseguir y devorar los Indios por
prros hambrientos que habian ejerci
tado á esta caza (i).
Los Indios vencidos gimieron algun
tiempo bajo las duras leyes que los ven
cedores les habian impuesto ; en fin, fa
tigados, disgustados, huyeron á las mon.
tañas. Los Españoles los persiguieron,

(i) Les saltaban al pescuezo con horrible*


aullidos, los sofocaban al instante y los hacian
pedazos. Las Casas dice : ¿Se puede imaginar
que los historiadores se han complacido en
hacer un elogio pomposo de uno de estos
perros, llamado Bezerrillo, quien, por su fero
cidad é instinto de distinguir un Indio de un
Español, entraba á la parte con los soldados,
y se le daba la misma porcion que á cada uno
de ellos, no solamente en viveres, sino en oro,
esclavos, ete? Los otros perros no tenian mas
que el medio sueldo ; pero se alimentaban de
la carne de los Indios que devoraban. Se ha
visto, dice Las Casas, Españoles tan inhuma
nos que daban niños á comer á sus perros
domésticos. Cojian estos niños por las dos
piernas, y los descuartizaban.
«iii PREFACIO.
y matáron un gran número ; pero esta
carnicería no remediaba en nada á la
urgente necesidad en que se hallaba.
Distribuyeron entre los Españoles las
tierras, y forzáron los Indios, propieta
rios y pacíficos posedores de ellas, á cul
tivarlas por sus manos ; el embarazo fué
grande. Colon quiso disminuirlo ; la
severidad sublevó una gran parte de sus
soldados, y los culpados, como es cos
tumbre, denigráron su acusadory le per
dieron en la corte.
El que reemplazó á Colon (i),y quele
envió á España cargado de yerros, por
que habia querido reprimir el desorden,
se guardó muy bien de imitarle. Vio,
desde luego, que el solo medio de adhe
rirse unos hombres enemigos de disci
plina, era el de abrir las puertas al de
sorden y al latrocinio, crimen del cual
él sacada el mayor provecho : tal fué su
conducta.
Del yugo á la servidumbre el paso no

(i) Francisco de Bovadilla.


PREFACIO. uní
es muy difícil, y este tirano lo supo su
perar. Los desgraciados isleños, de quie
nes se hizo el padron, fueron divididos
en clases, y distribuidos como un ga
nado entre las posesiones españolas, á fin
de trabajar en las minas y cultivar los
campos ; sometidos á la mas terrible
esclavitud, casi todos perecían, y la isla
marchaba 4 grandes pasos á su despo
blacion. La corte, instruida de la cruel
insensibilidad del gobernador,lehizo vol
ver á España ; y por uno de esos aconte
cimientos que miramos como castigo de
la divinidad y venganza del cielo, su
cedió que, apenas había puesto un pié en
el navio, pereció á vista dela isla. Veinte
y un navios, cargados de una inmensa
cantidad de oro que habia hecho sacar
de las minas, fueron sumergidos con él.
Jamas el océano, dice la historia, habia
tragado tantas riquezas; y yo añadiré, ni
mas infame mortal.
Su sucesor (i) fué mas diestro, aunque

(i) Nicolas Ovando.


xxit PREFACIO,
no menos inhumano. Habia vuelto la
libertad á los isleños ; y desde entonces
los trabajos de las minas y su producto ce
sáron. El nuevo tirano escribió a Isabel,
los calumnió, los hizo un crimen de ha
ber huido á la llegada de los Españoles,
y que preferian ser vagamundos, que vi
vir con los cristianos que les enseñaban
su religion; como si estuviesen obligados,
observa Las Casas, de adivinar que exis
tia una nueva ley.
La reyna cayó en el lazo ; ella igno
raba que cuando los isleños huyan de
los Españoles, era porque miraban á es
tos como á sus mas crueles tíranos ; no
sabia tampoco que para servir é ir al en
cuentro de estos amos bárbaros, tenian
que abandonar sus chozas, sus mugeres,
sus hijos y sus bienes, y presentarse al
punto que se les indicaba,atravesando de
siertos inmensos, expuestos» perecer de
hambre y de fatiga.Isabel mandó que se
les obligase á vivir en sociedad y compa
ñía de los Españoles, y que cada uno de
sus caciques estaría obligado de contri-

\
\
PREFACIO. mv
Luir con un cierto número de hombres
pra los trabajos á que se les destinase.
Esto bastó á los tíranos subalternos
para asegurar su impunidad, para sor-
prehender órdenes vagas, que sirven en
caso de necesidad de salvaguardia al cri
men, esto es, como si lo hubiesen auto
rizado. El gobernador, despues de ha
berse deshecho, por la mas infame perfi-
dia,delsolo pueblo de la isla que hubiera
podido defenderse (i), los demas fueron
oprimidos (2); y pereció un número tan
considerable en las minas de Cibao,que

.iss ov—
(i) El pueblo de Xaragua.
(2) Los que Ovando habia puesto i la ca
bala de sus tropas, con órden de que quitasen
interinamente el poder á los isleños para que
no los inquietasen , los redujeron á una tan
crítica situación , que estos desgraciados se
metían en el cuerpo sus propias flechas, las
sacaban, las mordian de rabia, las hacian pe
dazos, 7 arrojaban las artillas á la cara de los
Españoles, con cu/o insulto se creian venga
dos. (Herrera.)
xxvi PREFACIO.
su país natal se transformó en desierto.
Esto fué, por decirlo así, el módelo
de conducta de todos los Españoles en
el Nuevo Mundo ; de forma que el ejem
plo se hizo una costumbre, y de la cos
tumbre un derecho para exterminar todo
viviente.
Y como en estos países, así que en
cualquiera otros, el fuerte domina al dé
bil, y para obtener el oro se ha derra
mado sangre, resuelta que la pereza y ha
concupiscencia han esclavizado los pue
blos que eran inclinados naturalmente
al reposo, para forzarlos á los trabajos
mas duros : estas son verdades, pero ver
dades muy amargas. En efecto, todo el
mundo sabe que el amor de las riquezas
y la ociosidad son el origen de los faci
nerosos, y de que 4 grandes distancias,
las leyei están sin apoyo, la autoridad
sin fuerza, la disciplina sin vigor; y que
á los reyes á quienes se les engaña es
tando presentes, se les engaña mucho
mas facilmente estando lejos, pues que,
á fuerza de mentiras y sorpresas, se ob-
PREFACIO. xxvi i
tienen órdenes, de las que se horroriza
rían, si pudiesen ver el mal uso.
Pero lo que no se podrá creer, aun de
los hombres mas perversos, es lo que se
vai leer. Muchas veces semehacaido la
pluma de la mano al momento de escri
birlo ; pero suplico al lector de hacer,
como yo hé hecho, un poco de esfuerzo;
me importa que el objeto de mi obra sea
bien conocido, ántes de exponer su plan.
Es Bartolomé de Las Casas que cuenta
lo que ha visto, y que habla al consejo
de Indias de esta suerte :
« Los Españoles , subidos sobre her-
« mosos caballos, armados de lanzas y
« espadas, despreciaban altamente unos
« enemigos tan mal equipados ; hacian
« con ellos terribles carnicerías ; abrian
« el vientre á las múgeres que estaban
« preñadas, para hacer perecer con ellas
« el fruto de sus entrañas ; apostaban
« entre ellos a quien descuartizaría un
« hombre con mas destreza de un solo
« golpe de espada, 6 quien le separaría
« mejor la cabeza de los hombros ; ar
xvm PREFACIO,
i raneaban en fin los niños de los brazos
i de sus madres, y los estrellaban con
tra los peñascos.
« Para dar muerte á los principales
de estos pueblos, construían un pe
queño cadalso, sostenido de horcas,
donde extendían la víctima, amarrada
de pie's y manos ; metían el fuego, y
la hacían morir lentamente ; de forma
que estos desgraciados exhalaban su
alma con horribles alaridos, rabiosos
y desesperados. Yo vi un dia cuatro
6 cinco de los mas ilustres de aquellos
isleños que los quemaban de este
modo ; pero, como Jos alaridos terri
bles que daban, en fuerza de los tor
mentos, incomodabaná un capitan es-
pañol,y le impidian de dormir, mandó
que le9 ahogasen inmediatamente. Un
oficial, cuyo nombre callo, y cuyos
parientes son muy conocidos en Se
villa, los puso una mordaza, para im
pedirlos de gritar, y por tener tam
bien el gusto de hacerles quemar á su
presencia, hasta que expirasen en estos
PREFACIO. xxix
« cruelísimos tormentos. Yo hé sido
« testigo ocular de todos estos horrores,
v y de una infinidad de otros que paso
• ahora en silencio. s
El tomo de donde hé extraído estas
abominaciones, no es otra cosa que una
coleccion de semejantes crímenes ; y
cuando se ha leido lo que pasó en la isla
Española, se sabe todo cuanto ha pasado
en Méjico y en Perú.
¿Quien ha sido la causa de tantos hor
rores, de los que la naturaleza misma
esta espantada ? El fanátismo : él es el
solo capaz, y á nadie sino á él le per
tenece.
Por el fanátismo, entiendo el espíritu
de intolerancia y de persecucion ; el es
píritu de odio y de venganza, bajo el
pretexto de defender la causa de un dios
que se le cree enfadado, y de quien son
formados sus ministros. Este espíritu
reynaba en España, y se habia extendido
hasta América, por medio de los prime
ros conquistadores. Pero, como si se hu
biese temido que se calmase, lucieron un
"* PREFACIO,
dogma de sus maximas y un precepto de
sus furores. Lo que desde el principio no
fué que opinionjo redujeron á un sistema.
Un papa puso el sello de su poder apos
tolico, cuyo dominio no tenia entonces
limites ; trazó una línea desde un polo
al otro, y de su autoridad privada, dis
tribuyó el Nuevo Mundo entre dos po
tencias exclusivamente (i). Reservó para
el Portugal todo el oriente, y dio el oc
cidente á la España, autorizando á los
reyes de estos países á someterlos con
ayuda de la divina clemencia , y de
traer á la fé de Cristo los habitantes de
todas las Indias y tierra firme que se
hallasen de aquel lado. La bula (2) es del
año de i4g3«y la primera del pontificado
de Alejandro ví.
Mas veamos cual es el sistema esta-

(i) Se sabe que Francisco I" pedia siempre


el testamento de Adam en el cual el rey de
Francia (segun el tener del articulo i °)estaba
excluido de la herencia del Nuevo Mundo.
(2) Decretum etindultum Akzandri Sexti,
PREFACIO. xx*i
Llecido sobre esta base, y entonces re
sultará que de todos los crímenes come
tidos por los Borgias, el de esta bula
fué el mas grande.
Obtenido ya el derecho de someter 4
los Indios, enviáron de España á la Amé
rica una formula para intimarlos á que
se rindiesen (i). En esta formula, apro
bada y dictada, sin duda, por los docto
res en teología, se decia que Dios habia
dado el gobierno y soberanía del mundo
á un hombre llamado Pedro, que signi
fica grande y admirable, porque él es
padre y guardian de todos los hombres;
que los que vivian en su tiempo le obe
decian, y le habian reconocido por se
ñor de todo el mundo ; que en virtud

super exptditionem in barbaros noviorbis,


4juos Indios vocant.
(i) El primero que empleó esta formula
fué Alfonso de Ojeda en i5io. Ha servido,
dice Herrera, á todas las otras ocasiones en
que los Castellanos han querido abrirse la
puerta en cualquier otro pais.
xxxii PREFACIO
del mismo título, uno de sus sucesores
habia hecho donacion á los reyes de Cas
tilla de estas islas y tierra firme del mar
Océano ; que todos los pueblos á quie
nes esta donacion habia sido notificada,
se habian sometido al poder de estos
reyes, y habian abrazado el cristianismo
con mucho gusto, sin condiciones ni
recompensas. « Si haceis otro tanto, aña-
u dia el Español que hablaba en esta
« formula, os encontraréis muy bien,
« como casi todos los habitantes de otras
n islas se han encontrado. Pero, al con-
ii trario, si no lo haceis, ó si, con ma—
« licia, tardais en ejecutarlo, os declaro
« y aseguro que, con la ayuda de Dios,
« os haré una guerra á muerte; os ata-
ii caré por todos lados y con todas mis
<• fuerzas; os pondré bajo el yugo de
« obediencia del rey y de la religion ;
•i me empararé de vuestras mugeres y
•i vuestros hijos, los haré esclavos, los
k venderé ó los ocuparé conforme á la
« voluntad del rey ; me apoderaré de
« vuestros bienes, y os haré todo el ina!
PREFACIO. nuil
« posible. Os trataré como á vasallos
« rebeldes, y al mismo tiempo protesto
n que todas las muertes y males que
« de ello resultasen, será por vuestra
« culpa y no por la del rey, ni la mia,
« ni de los señores que me han acom-
« panado. »
De este modo se redujo á un sistema
el derecho de esclavizar, de oprimir y
de exterminar los isleños ; y siempre
que este negocio se trataba en presencia
de los reyes de España-, el consejo oyó
al mismo tiempo reclamar, en nombre
del cielo, los derechos de la naturaleza,
por buenos teólogos, y por otros oponer
á estos derechos el interes de la fe', es
decir, el ejemplo de los Hebreos, Grie
gos y 'Romanos, y hasta la autoridad de
Aristóteles, quien, segun ellos, decia :
que los Indios habian nacido para ser
esciaros de los Castellanos (i).

(i ) En la famosa conferencia de Bartolomé


de Las Casas con Don Juan de Quevedo,
Obispo de Darien, este osó declarar que los
xxxiv PREFACKÍ
La naturaleza, en sus errores, puede
alguna vez producir un monstruo seme-
*
Indios le habian parecido todos nacidos para
la esclavitud.
El doctor Sepulveda, ganado por todos los
grandes de la corte, que tenian posesiones en
las Indias, hizo un tratado en que sostenia
que todas las guerras hechas por los Españo
les en el Nuevo Mundo, no solamente esta
ban permitidas, sino que eran necesarias para
establecer allí la fé, y que los Españoles te
nian derecho de subyugar los Indios.
Las Casas, a quien habian puesto en disputa
con este doctor furibundo, respondia : que los
Indios eran cápaces de recibir la fé, de ha
bituarse á las buenas costumbres y ejercer
todas las virtudes ; pero que era necesario
inclinarlos á ello con la persuasion y buenos
ejemplos ; é indicaba como módelos los Apastó
los y martyres. Pero Sepulveda le opuso el com
pello intrare,e$to es el Deuteronomio,en donde
se Ice '. Cuando os presenteis para atacar una
plaza, ofreceréis desde luego la paz á los ha
bitantes ¡ y si la aceptan y os abren las puer
tas, no los haréis ningún mal, y los recibiréis
como vuestros tributarios ; pero, si se arman
para defenderse, los degollaréis todos sin ex
cepcion de múgeres, viejos ni niños,

"X
PREFACIO. hit
jante ; pero un ejercito de hombres atro
ces por el solo placer de serlo, unas co
lumnas de hombres tigres, pasando los
límites de la naturaleza , esto no tiene
ejemplo en la historia. ¡ Los furiosos, de
gollando y quemando todo un pueblo,
invocaban á Dios y sus santos ! Planta
ban trece patíbulos y ejecutaban trece
Indios en honor, decian ellos, de Jesu
cristo y sus doce apóstolos ! ¡ Era esto
impiedad ó fanatismo ? No hay término
medio, y todo el mundo sabe que los
Españoles de aquellos tiempos no eran
sino unos impíos. Hé tenido razon de atri
buir al fanatismo todo cuanto la iniquidad
del corazon humano no hubiera hecho sin
el ; y aquel que no se halle convencido
le preguntaré, ¿ si los Españoles estuvie
sen en guerra con los católicos, dañan
sus cuerpos á los perros, tendrían car
nicería pública de los miembros de la
iglesia de Jesu-Cristo?
Los partidarios del fanatismo se es
fuerzan á confundirle con la religion, y
este es su sofisma eterno. Los verdade
xxxvi REFACIÓ,
ros amigos de la religion la separan del
fanátismo, y procuran ahorrarla de esta
serpiente oculta y alimentada en su co
razon. Este es el objeto que me anima.
Los que piensan que la victoria está
decidida enteramente, y que el fanátismo
está á la agonía; que los altares que opri
mía no son ya su asilo, verán mi obra
como un remedio superfino y tardío :
j Dios quiera que tengan razon! Me cree
ría indigno de defender semejante causa,
siempre que tuviese envidia de los suce
sos que hava obtenido ántes de mí, y el
que obtendrá despues. Conozco muy bien
que el espíritu dominante de la Europa
no ha sido nunca mas moderado ; pero
vuelvo á repetir lo que ya he dicho otras
veces, que es necesario aprovechar el
tiempo y la marea, para trabajar en los
muelles cuando las aguas son bajas.
El objeto de esta obra es pues, lo digo
sin rebozo, el de contribuir, si puedo, á
hacer aborrecer mas y mas el fanatismo
destructor; impedir, tanto como pueda,
que lio se le confunda jamas con una re
PREFACIO. xmvii
ligion piadosa y caritativa,*; inspirar para
ella Unta veneracion y amor, como odio
y execracion á su mas cruel enemigo.
Hé puesto sobre la escena, con refe
rencia á la historia, los fanáticos é hi
pócritas, y los pongo en paralelo con los
verdaderos cristianos. Bartolomé de Las
Casas es el modelo de los que yo res
peto ., es en él en quien hé querido re
presentar la fé, la piedad, el zelo puro
y tierno, y en fin, el espíritu del cristia
nismo en toda su pureza. Fernando de
Luques, Davila, Vicente de Valverde,
Riquelme , son ejemplos del fana
tismo que desfigura el hombre y per
vierte al buen cristiano. En ellos hé
colocado el zelo absurdo, atroz é inhu
mano que la religion reprueba , y que,
«i lo tomasen por ella, la haria hacerse
aborrecida. Hé aqui, creo, mi intencion
expuesta claramente, para convencer de
mala fé á los que fingirían no enten
derme.
En cuanto á la forma de esta obra,
considerada como una producion litera
xxlTiu PREFACIO,
ria, no sé como definirla. Hay muchas
verdades para que sea un romance, y no
hay las necesarias para formar una his
toria. Seguramente no hé tenido la pre
tension de hacer un poema. En mi plan,
la accion principal no ocupa que un pe
queño espacio ; todo es análogo/aunque
4 una cierta distancia ; es menos el te-
gido de la fábula que el hilo de un sim
ple discurso, Cuyo fondo es histórico, al
que mezclo algunas ficciones compatibles
con lo verdadero de los hechos.
No escribo para una pequeña parte,
sino para todo el mundo, á quien desea
ser útil ; y esto me servirá de excusa para
con aquellos que me echen en cara mi
obstinación en decir verdades familiares,
pero que no lo son para el resto de la
sociedad. También es la razon la que
me ha hecho ensayar á esparcir algunas
co'sas agradables en mis narraciones y
en mi estilo ; porque la primera con
dicion para ser útil , cuando se escrive,
es la de poder ser leído.
MWWW/VVVVVVMVMWVVWMI MH-IA V\1 WVVVVVVVVVVWIMtM

LOS INCAS.

CAPITULO I.

Situacion política del reyno de los Incas. —Fiesta al


Sol en el cquinocio de otoño. — Salida del Sol en
el día de su fiesta. — Himno al Sol.

Cuando el Perú florecía aun, el imperio de


Méjico estaba ya destruido ; pero, á la muerte
de uno de los monarcas de aquel, el país
fué dividido entre sus dos hijos, que goberná
ron, el uno en el Cuzco, y el otro en Quito.
El valeroso Huascar, rey del Cuzco, estaba
muy irritado por la reparticion territorial que
le había quitado la mas rica de sus provincias;
de forma que él no miraba á Ataliba como
hermano, sino como á un usurpador de sus
derechos. No obstante, por veneracion á
la memoria del rey su padre, contuvo su
cólera y resentimiento, y, en medio de una
paz engañosa y momentanea, todo el imperio
TOIIO 1 i
2 LOS INCAS.
concurrió á la augusta ceremonia de la fiesta
del Sol. (i)
E1 día señalado para esta funcion sagrada
fué el del Dios de los Incas, el Sol, que es
cuando, alejándose del norte , pasa bajo el
ecuador , y entonces , dicen ellos , que re
posa sobre las columnas de sus templos. Una
alegría universal anunciaba este buen dia ;
pero es especialmente en los valles deliciosos
del reyno de Quito donde esta santa alegría es
mas brillante; de forma que , así como entre
todos los climas del mundo, ninguno goza del
Sol una influencia mas propicia que Quito ;
asi es, tambien, que ningun pueblo le rinde
un mas solemne homenage.
El rey, los Incas y el pueblo, reunidos en
el pórtico del templo, donde su imágenes
adorada, esperan la salida del Sol con un si
lencio religioso. Mas cuando la estrella Venus,
que los Indios llaman el astro de la bril
lante cabellera (a) , y que ellos reverencian
como la favórita del So!, da la señal de
alerta , y anuncia la mañana ; apenas sus
plateados rayos centelléan sobre el orizonte,

(i) Al equiDocio de septiembre. Esta fiesta se lla


maba Citua Baimi. Vease Garcilaso, lib. 11, cap. 23.
(2) Chasca, cabelludo.
LOS INCAS. 5
una agitacion tan dulce como espontánea se
hace percibir por todos lados del templo. Bien
pronto el color azul desaparece del cielo ;
torrentes de purpura y de oro se esparcen por
todas partes ; la purpura, á su tiempo, se des
vanece tambien , el oro solo queda é inunda
en un instante todos los espacios celestes,
dejándolos tan bellos como una mar brillante.
Los. Indios, atentamente, casi sin pestañear,
observan esas gradaciones, y su espanto se
aumenta á cada nuevo matiz, á cada union
de colores. El nacimiento del dia se creerá
por esto que es un prodigio nuevo para los
Indios, pues que le esperan con tanta timidez,
como si pudiese faltar, como si fuese incierto.
Repentinamente la luz, á olas grandes, se
une al orizonte ; el astro que la comunica se
levanta magestuoso, y la cima del Cayam-
buro (i) es coronada de sus rayos. En este
critico momento es cuando se abre el templo,
y que la imagen del Sol, en lamina de oro,
colocada en lo interior del santuario, apareec
resplandeciente á la vista del Dios que la toca
con su inmortal claridad. Entonces todos se
postran, todos le adoran, y el pontífice (2), en

(i) Cayamburo A Cayamburco , montaña situada


al norte de Quito.
(3) El sacerdocio estaba siempre en la familia de los
4 LOS INCAS,
medio de los Incas y del coro de las vírgenes
sagradas, entona el himno solemne, el himno
augusto, que en un mismo instante es repetido
por millones de voces, y que de montaña en
montaña se comunica , y retumba desde
Pampamarca hasta el Potisi, y aun mas lejos.

CORO DE LOS INCAS.


Alma del universo ! tú que desde lo alto
de los cielos no cesas de derramar en el seno
de la naturaleza, por un océano de luz, el
calor, la vida y la fecundidad ; Sol, recibe los
votos de tus hijos y de un pueblo que tiene
la dicha de adorarte. ,
EL PONTÍFICE solo.

¡ O rey, cuyo trono sublime es de un res


plandor eterno! ¡ con que grave magestad, con
que respeto dominas en el vasto imperio de los
ayres! Cuando te muestras tal cual eres, y que
mueves tu diadema, que arroja rayos de luz
y chispas brillantísimas, tú eres entonces el

Incas. El gran sacerdote del Sol debía ser tio ó her


mano del rey, y se llamaba villanía 6 'viUacuma, que
quiere decit- oráculo.

J
IX)S INCAS. 5
que han venido á parar esos resplandores que
hacian desaparecer las sombras de la noche?
¿ Han podido ellos resistir á un solo rayo de
tu gloria? Si tú no te apartases por ceder
les el puerto > quedarian sepultados en el
abismo de tu luz, y serian inútiles al cielo y
á la tierra.
CORO DE LAS VÍRGENES.

; O delicias del mundo ! ¡ Dichosas las espo


sas que forman tu corte celestial! (t) ¡ Que
hermoso estás cuando te levantas! ¡ Que magni
ficencia pones en el aparato de tu salida! ¡Cuan
tos dulces encantos infunde tu presencia en to
das partes ' Las compañeras de tu sueño corren
las cortinas del pavellon donde reposas, y tus
primeras ojeadas disipan la obscuridad inmensa
de los cielos. ¡O ! ¡cuan grande debió ser el gozo

(i) Nos queda un himno peruano dirigido a una


virgen celestial que, en la mitología del pais, hacia el
oficio delas Hyades. Va á verse en este himno cual
era el estilo y el carácter de la poesía de los Perua
nos : Bella hija, tu picaro hermano acaba de romper
tu pequeña urna donde estaban encerrados el relam-
fagO, el trueno y el rayo-, y de donde estos tres vie
nen de escaparse ; pero tú, no derramas jamas sobre
nosotros que blanda nieve y dulce lbwia,pues tales
el cuidado que te ha confiado el que gobierna el uni
verso.
6 LOS INCAS,
de la na turalraa, cuando tu la alumbraste por
la primera vez ! Ella se acuerda, y jamas ti
vera sin experimentar aquel noble movi
miento, aquella agitacion repentina y loable,
que tiene una hija amorosa al retorno de un
padre adorado, y en cuya ausencia ella ha
gozado de muy poca salud, teniendo un tor
mento lento.
EL PONTÍFICE «olo.
¡Alma del universo! El vasto Océano no sería
sin ti que una enorme masa inmóvil y ciada,
la tierra que un monton de arena y de barro,
y el ayre que un espacio tenebroso. Tú pene
tras los elementos, y les comunicas tu calor
vivo y fecundo ; el ayre por tí viene á ser un
fluido sutil ; las ondas , apacibles y movedizas;
la tierra, fertil y viviente ; todo por tí se
anima , todo se hermosea. Esos elementos que
un frio reposo tenia entorpecidos, por ti env
prendiéron su curso, é hiciéren una dichosa
alianza ; el fuego se introduce en las ondas,
y estas, al punto exhaladas en vapores, se fil
tran en el ayre, el cual deposita en el seno
de la tierra el gérmen inestimable de la fe
cundidad, y ella produce continuamente los
frutos de este amor constante y siempre nuevo
que tus rayos han encendido.
LOS INCAS. 7

COROS DE LOS INCAS.

¡Alma del universo! ¡ O Sol ! ¿ eres tú solo,


el autor de todos los bienes que nos haces ? ¿ ó
no eres mas que el efecto de una causa pri
mera, de una inteligencia, de una substancia
puramente espiritual que te manda á ti ? Si
tú no obedeces á nadie, recibe los votos de
nuestro reconocimiento ; pero si tú eres el
ministro ejecutor de la ley de un ente invi
sible y supremo (i), presentadle estos nues
tros votos, pues que él debe alegrarse de ser
adorado en su mas brillante imagen.

EL PUEBLO.

¡Alma del universo! Padre deManco,padre


de nuestros rey es. ¡O Sol ¡protege tu pueblo,
y haz prosperar tu hijos.

(l) Este Dios desconocido se llamaba Pacha-cainuc,


esto es, el que anima el mundo. Los Incas habian
conservado su templo y culto en el valle de su nom-
lire, á tres leguas de Lima, donde él era adorado anti
guamente ; pero los Indios modernos no le querían
adorar, porque declan que no podían dar adoracion ¿
un Dios que no habian nunca visto..

-
8 LOS INCAS.

CAPÍTULO II.
Fiesta llamada del nacimiento, celebrada en el mismo
día de la del Sol. — Ataliba , rey de Quito , recibia
los niíci recieonacidos bajo la tutela de las leyes.

El primero de los Incas, que fué fundador


del Cuzco, instituyó, en honor del Sol, cua
tro fiestas que correspondían á las cuatro
estaciones del año (i), pero que recordaban
al hombre unos objetos aun mas interesantes,
a saber : el nacimiento, el matrimonio, la
paternidad y la muerte.
La fiesta del nacimiento era la que se cele
braba el mismo dia que la del Sol, y en ella se
consagraba la autoridad de las leyes, el estado
de los ciudadanos, el órden y la seguridad
pública.
Primeramente, veinte corrillos de jóvenes
esposas, formados al rededor del Inca, le pra-

(t) Aunque en los climas del Perú no son casi cono


cidas las estaciones del año, no por esto se deja de di
vidir el año en los dos solisticios y los dos equinocios ,
que todo esto equivale á nuestras cuatro estaciones.

'
LOS INCAS. g
sentaban sus hijos reciennacidos , cada uno
en una cesta. El monarca les echa la benedi-
cion paternal. Hijos, les dice, vuestro padre
comun,el hijo del Sol, os benedice; ¡ojala que
la vida os sea amada hasta la muerte, para que
jamas podais sentir y llorar el momento de
vuestro nacimiento! Creced para ayudarme
á haceros todo el bien que depende de mi, y
á evitaros, ó al menos, á minorar los males
que dependen de la naturaleza.
En seguida, los depositarios de las leyes
abren el libro augusto. Este libro es com
puesto de córdones de muchos colores (i) ; los
nudos son los caractéres,y ellos bastan para ex
presarlas leyes, leyes que son tan simples como
las costumbres y los intereses de esos pueblos.
El pontífice lee, y el principe y sus subditos
entienden de su boca cuales son sus deberes
y cuales sus derechos.
La primera de estas leyes les prescribe el
culto, que no es mas que un tributo solemne
de amor y reconocimiento ; nada hay que sea
inhumano , nada penoso ; oraciones , votos,
algunas ofrendas puras , fiestas donde la pie
dad se conciba con el gozo, tal es ese culto.

(i) Se llamaban quipos, y los que los guardaban qui-


pacama.
,0 LOS INCAS.
La segunda ley concierne al monarca : elta
le ordena ser equitativo como el Sol ,que comu
nica á todos su luz, sin excepcion de persona;
de extender, como él, su saludable influencia,
y de comunicar, por todas partes, su benefi
cencia activa ; de viajar en su imperio, por
que la tierra florece bajo los pasos de un buen
rey ¡ de ser accesible y popular, á fin de
que, en su reynado, el hombre injusto no
diga : que me importan los clamores del debil,
del robre, del oppimido; de no excusarse ja
mas de ver á los desgraciados que le buscan ;
porque, si él no quiere verlos , da el ejemplo
para que otros no los vean ni escuchen. Ella
le recomienda un amor generoso, un santo
respeto á la verdad , que es la guia de la
justicia, y de tener constantemente un des
precio horrible á la mentira, complice de la
iniquidad. Ella le exhortas á conquistar los co
razones, á dominar á fuerza de buenas obras,
á ahorrar la sangre de los hombres, a usar
de prudencia, de atencion, de consideracion
y de paciencia con los subditos rebeldes, y
de clemencia con los vencidos.
La misma ley concierne á la familia real :
ella les obliga á dar el ejemplo de obediencia
y de zelo ; á hacer uso con modestia de los
privilegios de su calidad; á no ser orgullo
sos ni holgazanes, porque el hombre ocioso
LOS INCAS. ii
es inútil en el mundo, y el orgulloso le hace
padecer. 4
La tercerea impone á los pueblos el mas
profundo é inviolable respeto por la familia
del Sol ; una obediencia ciega y sin limites
hácia aquel de sus hijos que reyna y comande
en su nombre; y un afecto religioso por el
bien comun de su imperio.
Despues de esta ley venia la que consolida
los lazos de sangre y de matrimonio , y que,
bajo de penas gravísimas, asegura la fé con
yugal ( i) y la autoridad paternal ; dos cosas
que son precisamente los apoyos de las bue
nas costumbres.
La ley sobre el repartimiento de las tier
ras prescrivia al mismo tiempo el tributo , á
saber de tres partes iguales de terreno culti
vado, la una pertenecía al Sol, la otra al Inca
y la tercera al pueblo. Cada familia tenia una
porcion; á medida que aquella se aumentaba ,
se le extendían los limites. Es solo á estos
bienes que se reducían las riquezas de un
pueblo venturoso. E1 posee en abundancia
los mas preciosos metales; pero los reserva para
decorar sus templos y los palacios de sus

(i) Sola el Inca podía casarse con varias mugeres,


por extender y perpetuar la familia del Sol.
ta LOS INCAS,
reyes. El hombre en naciendo es dotado por
la patria (ifc vive rico de su trabajo, y en
muriendo , vuelve lo que babia recibido. Si
el pueblo, para subsistir con una dulce co
modidad, no tiene los bienes necesarios, en
tonces los del Sol suplen esta falta (a); por
que esos bienes sagrados no podian ser en
gullidos por su clero : jamas quedaba en las
manos puras de los santos ministros del
altar que lo que exigian las necesidades de
la vida; no porque la ley prescriviese el uso,
sino porque ellos, poseidos de una piedad
modesta y simple, no encontraban cosa mas
baja que el fausto y la incuria ; ellos, en fin,
hacian prevalecer su dignidad por su inocencia
y virtudes.
La ley sobre el tributo no tenia lugar que
sobre el trabajo y Ja industria. Este tributo
se paga primeramente á la naturaleza, hasta
tener cinco lustros cumplidos : el hijo ayuda
al padre en todos sus trabajos. Las tierras de
los huerfanos, las de las viudas, y las de los

(i) A cada niño se le daba una porcion de terreno


igual al de su padre, y á cada niña la mitad.
(a) La lana de los rebaños del Sol y de loa del loca
se disti-ibuia al pueblo, y lo mismo se bacía del algo-
don en los paises donde la temperatura permitía de
estar vestidos mas ligeramente.
LOS INCAS l3
enfermos, las cultivaba el pueblo (i). Entre
el numero de las enfermedades está compren
dida la vejez ! los padres que tenian el dolor
de sobrevivir á sus hijos no estaban jamas
expuestos a alguna necesidad; la ley les
consolaba siendo viejos. Cuando el soldado
estaba sobre las armas, se le cultivaba su tierra:
sus hi;os gozaban los derechos acordados en
tavor de los huerfanos, sus mugeres los delas
viudas ; y si él moría en la guerra, el estado
mismo tomaba por ellos los cuidados de un
padre y de un esposo.
El pueblo cultivaba, primeramente, el ter
reno que pertenecia al Sol; despues el de las
viudas, el del huerfano y el del enfermo: se
guidamente cada uno se ocupaba del suyo
Propio, y las tierras del Inca terminaban los
trabajos, á los cuales los pueblos iban en masa,
y esta concurrencia era para el monarca un
día de fiesta. Adornado como los días solemnes,
el no cesaba de cantar (2).
La tarea de los trabajos públicos estaba dis
tribuida con tanta equidad que á nadie era

(I) Cuando el pueblo se ocupaba de estos trabajos se


mantenía á su costa.
(s) El refran de estos cantos era hailli, que quiere
decir triunfo.
,4 LOS INCAS,
pesada. Ninguno estaba dispensado, y todos
cooperaban con un mismo zelo. Los tem
plos y los castillos , los puentes de mimbres
que atraviesan los rios , las vias públicas que
se extienden desde el centro del imperio hasta
las fronteras, todo era monumentos, no de
la esclavitud,sino de la obediencia y del amor
mas libre y puro. Los Indios añadian otro
tributo, que era el de las armas, de las cua
les formaban espantosos montones para el
servicio de la guerra, á saber , de hachas ,
porras, lanzas, flechas, arcos y broqueles :
ha ! vana defensa contra esos rayos europeos
que ellos viéron bien pronto brillar.
Todo cuanto concernia a las costumbres
estaba prescripto por las leyes, las «uales
castigaban la pereza y la ociosidad (i) de la
misma manera que lo hacian las de Atenas ;
de forma que haciendo ellas trabajar, dester
raban la indigencia; y el hombre, aunque
forzado á ser útil, podia, al menos, esperar
ser dichoso. Estas sabias leyes protegen
la honestidad, como una cosa inviolable y

(0 Entre los Peínanos , los ciegos y los mudos no


estaban sientos del trabajo; los niños mismos, desde
la edad de cinco años, estaban ocupados en espulgar el
algodon y en desgranar el mais.
LOS INCAS. i5
santa; la libertad individual, como el derecho
mas sagrado de la naturaleza ; la inocencia,
el honor , la tranquilidad y buena armonía
entre las familias , como dones del cielo que
debían reverenciarse.
La ley en favor de los hijos , aun de aquel
los que están en la edad del candor, era rigo
rosa contra sus padres, pues que castigaba
á estos del vicio que habian alimentado ó no
sufocaron en sus hijos; pero jamas el crimen
de los padres era transcendental á ninguno:
el hijo del culpable castigado le reemplazaba
sin vergüenza y sin baldon, y se le mostraba
este ejemplo únicamente para que, estando
instruido de é¡, supiese despues evitarle.
Por todas partes el carácter de la teocracia
fué el de exagerar el rigor de las penas. En
un pueblo laborioso, ocupado siempre, satis
fecho de su equidad misma , seguro de su
dicha, simple y dulce, sin ambicion, sin en
vidia, exento de nuestras necesidades fantás
ticas y de nuestros vicios refinados ; amigo
del órden, que no es otra cosa mas que el
bien público distribuido entre todos ; aficio
nado por reconocimiento al gobierno justo y
sabio, la habitud á las buenas costumbres
hace las leyes casi inútiles ; ellas eran preser
vativo, y nunca vengadoras-
He aquí un ejemplo de la ley terrible con
i6 LOS INCAS,
cerniente á la violacion del voto de las vír
genes del Sol. ¡ O ! ¡ como es posible que en
un pueblo tan moderado y dulce, podia exis
tir una ley tan horrorosa ! El fanátismo no
cree jamas haber bien vengado el Dios de
quien es él su ministro : él fué quien pro
nunció esta ley barbara en un pueblo el mas
humano del inundo.
Por expiar la culpa de un amor sacrilego y
apaciguar la cólera de un Dios zeloso, no so
lamente el fanátismo quiso que la infeliz sa
cerdotisa fuese enterrada viva (i) , y el se
ductor condenado al suplicio mas ignominioso,
sino que tambien hacia complice en el crimen
la familia de los culpables; de forma que pa
dres , madres , hermanos y hermanas , y
hasta los niños, todos debian perecer en las
llamas, y el sitio mismo donde naciéron los
dos impíos debia convertirse en desierto. Así
pues, cuando el pontífice pronuncia esta sen
tencia, cuando nombra el crimen , y señala
la pena, él tiembla horrorizado ; su frente
palida, sus cabellos blancos erizados, y sus

(t) Debe bien notarse que la supersticion esta


bleció un mismo suplicio en Roma y en el Cuíco, para
castigar la misma culpa de fragilidad humana en las
vírgenes de Vesta y las del Sol.
LOS INCAS. i7
ojos clavados en la tierra, no osa levantar
su cabeza respetable para mirar al cielo.
Acabada la lectura de las leyes, el monarca
levanta las manos , y dice : Sol ¡ ó padre
mio ! si yo llegase á violar tus santas leyes ,
deja de iluminarme, y manda al ministro de
tu cólera, al terrible Mapa (i), de reducirme
á polvo , y que un profundo olvido me borre
de la memoria de los mortales. Pero, si yo
soy fiel á ese código sagrado, haz que mi
pueblo, á mi ejemplo, me excuse el dolor de
vengarte por mí mismo, pues que el mas triste
de los deberes de un monarca es el de cas
tigar.
Entonces los Incas, los caciques, los jueces
y los ancianos , representantes del pueblo,
renovaban su promesa de vivir y morir fieles
al culto y leyes del Sol.
Los vigilantes se presentan uno á uno.
Su título (2) anuncia la importancia de las
funciones de su cargo ; estos son los enviados
del principe, que, revestidos de un carácter
tan inviolable como el de la magestad misma,
van á las provincias á observar la conducta

(t) Bajo el nombre de Mapa estaban compreben-


didos el relampago, el trueno y el rayo, que los Indios
llamaban los ejecutores de la justicia del Sol.
(a) Cua,i ricoC, los que todo lo Ten.
i8 LOS INCAS,
de los depositarios de las leyes, y ver si <i
pueblo está ó no agraviado de ellos ; de forma
que al debil á quien el poderoso ha injuriado
ó hecho alguna violencia, al indigente aban
donado, al hombre afligido, ellos preguntan :
¿cual es el motivo de tu queja ? ¿ quien es la
causa de tu pena y de tu llanto? Seguida
mente se avanzan, y juran delante del Sol de
ser tan justos como él mismo. El Inca abraza á
los vigilantes, y les dice : Tutores del pueblo,
á vosotros es á quien está confiada su suerte
venturosa. Sol, prosigue diciendo, recibe el
juramento de los tutores del pueblo; castí
game si yo dejo de proteger su rectitud y su
zelo ; castígame si yo les perdono su debilidad
ó iniquidad.
tOS INCAS. ■9

CAPITULO III.

Adoracion al Sol en su mediodía — Presentacion de


tres vírgenes consagradas al Sol Cora , la una de
estas tres, se sacrifica contra su voluntad. — Holo
causto al Sol. — Festin público despues de la fiesta.

A las ceremonias expresadas en el capitulo


antecedente se siguiéron otras no menos fa
mosas. La juventud, escogida y formada en
coro de niñas y niños, todos de una hermo
sura extrema, y cada uno con una guirnalda
en la mano, con las cuales adornan las co
lumnas sagradas, danzan al rededor, y cantan
dulcísimos himnos de alabanza al Sol y á sus
hijos. La ropa de estas criaturas tan bellas
era de un tisú ligero, formado del velo del
gado, blando, sutil y corto, que sale de un
arbusto (i) que se cria en los valles delicio
sos, y que es igual en blancura á la nieve de
las montañas ; los cabos flotantes de esta ropa
aumentaban á la hermosura de la juventud
de ambos sexos todos los encantos del gusto ;

(l) El que produce el algodon.


ao LOS INCAS,
pero, en esos venturosos países, el pudor es
connatural ; de forma que él sirve de velo a
la naturaleza, y sin hacer un misterio de
nada, porque el misterio es hijo del vicio, todo
ea allí candor, pues que, á los ojos de la ino
cencia, nada puede esta temer.
Cuando estos coros danzan al rededor de
las columnas, ellos se entrelazan con sus guir
naldas, y esta cadena misteriosa significa las
dulzuras de que goza una sociedad donde las
leyes forman sus eslabones.
Mas cuando las columnas se iluminan, en
tonces nuevos cánticos de adoracion y de ju
bilo resuenan en el templo, y el Inca, arrodil
lado al pié de aquella donde está reluciendo
el trono de oro de su padre, dice : Fuente
inagotable detodos los bienes,; 6 Sol ! ¡ ó padre
mio! es imposible que tus hijos te puedan ofre
cer alguna cosa que no venga de ti. La ofrenda
misma de tus beneficios es tan inútil á tu pro
vecho como á tu gloria. Para conservar eter
namente tu saludable luz, no tienes nece
sidad ni de los vapores de nuestros ofertorios,
ni de los perfumes de nuestros sacrificios. Las
cosechas abundantes que tu calor produce,
los frutos que tus rayos sazonan ; los rebaños
y manadas á quienes tú regalas con el sugo
de yerbas y de flores, todo, todo es un tesoro
para nosotros. Distribuirlos es propiamente
LOS INCAS.> ai
imitarte ; pero el anciano enfermo, la viuda
y el huerfano, son únicamente los que los re
ciben en tu nombre; es en el seno de estos
individuos desgraciados donde , como sobre
un altar , que debemos depositar nuestros
homenages. Mira el tributo que voy á ofre
certe como una corta señal, pero una prueba
solemne de mi reconocimiento y amor ; por
que, en cuanto á mí toca, esto es un empeño;
por parte de los desgraciados es una obliga
cion, y la garantia inviolable de los derechos
que ellos tienen á mis bondades.
Acabada esta oracion, el pueblo rinde gra
cias al Sol, pidiéndole que le dé siempre bue
nos reyes; y el monarca, precedido del pon
tífice, de los sacerdotes y de las vírgenes
sagradas, va al templo á ofrecer á Dios el
sacrificio acostumbrado.
Sobre el pórtico del templo, se presentáron
al príncipe tres jóvenes vírgenes escogidas,que
sus padres venian de consagrar al servicio del
Sol. Un ligero velo de algodon les ocultaba i
los ojos de los profanos, y eran las tres tan
hermosas que puede bien decirse que la na
turaleza no habia jamas producido en aquellos
paises una beldad semejante. Los tres Incas,
sus padres, las conducian por su mano, y, á
su lado, las madres sostenian el cabo de la
cintura, signo y prenda sagrada de la ver
23 LOS INCAS.
giienza honesta y la castidad que ellas habian
sabiamente inspirado y conservado en sus
hijas.
El rey, saludándolas eonunayre religioso,
las introduce en el templo ; les sigue el gran
sacerdote, y al punto se cierran las puertas.
Inmediatamente, las tres vírgenes se presentan
delante de la imagen de su esposo, donde el
gran sacerdote les corre el velo que las cubre.
Caido este, ¡ ha ! cuantos atractivos se presen
tan á la vez. El monarca mismo se creia per
dido en la corte del Sol, su padre; en efecto,
él creyó ver las mugeres celestiales con las
que ese Dios bienhechor parte el cuidado de
esclarecer el universo.
Dos de estas hermosas hijas mostraban su
placer en su rostro, y su corazon, lleno de
gloria, no mezclaba al dulce sentimiento de
una piedad pura y tierna los afectos del
mundo ; pero la tercera, la mas bella de to
das, aunque tan candida é inocente que ellas,
manifestaba en sus ojos la melancolía y la
tristeza. Cora, así se llamaba esta lindísima
Indiana, ántes de pronunciar el voto que la
separaba para siempre del trato de los mor
tales, toma las manos de su padre, y besán
dolas con ardor, no hizo mas que hechar un
tímido y muy profundo suspiro ; pero, al ins
tante, levantando sos bellos ojos sobre su
7fiHf - X.
LOS INCAS. 23
madre, se arroja en sus brazos, inunda su seno
de lágrimas, y grita tristemente : ¡ha, madre
mía.' Los padres de esta jóven, ciegos por una
piedad cruel, no viéron en los sentimientos
de su bija una otra cosa que aquella emocion
tierna y natural que causa siempre el postrar
á Dios, la última despedida, asi que la opre-
cion, la lucha de un corazon que se desprende
de cuanto le es mas amado en la tierra, de
su padre y su madre ; en tanta manera que
ella misma no podía atribuir este dolor que á
la fuerza de los nudos de sangre y al poder
de la naturaleza misma. — ¡ O el mas cari-
Boso y el mejor de los padres! ¡ ó madre,
mil veces mas amada que mi vida... ¡Forzoso
es no volveros á ver ! — Estos eran entonces
sus únicos sentimientos, y el gran sacerdote,
que creyó que su vocacion era perfecta, la dejó
consumar su temerario y cruel destino.
No obstante, resultó bien pronto una prueba
nada equivoca de su adversion á este estado:
cuando se les hizo entender la ley que im
pone penas gravísimas á la violacion del voto,
las dos compañeras de Cora la escucháron sin
turbacion alguna ; pero ella sola, por un ins
tinto que le vaticinaba sus desgracias, sintió
que su corazon se habia resentido de' dolor,
y al momento desapareciéron los colores fi
nísimos de su rostro ; sus ojos se cubriéron
«4 LOS INCAS,
de una nube espesísima ; sus labios rosados se
volviéron palidos y convulsivos,pronunciando
el voto que su corazon abjuraba. Estos pre
sentimientos, estos indicios vehementes, estos
signos demostrativos de la repugnancia de
esta hermosa doncella, no causó ningun efecto
ni á sus padres ni al pontífice ; ellos atribuyé
ron todo esto ásu debilidad, y procuráron for
talecerla diciéndola, que ella se encontraría
al instante muy contenta, teniendo á Dios
por esposo ; y Cora siguió á sus compañeras
hasta el inviolable asilo de las esposas del Sol.'
Al instante fué abierto el templo, y los In
cas , ministros de los altares, empezáron el
sacrificio.
Este sacrificio era muy inocente y puro.
Los sacrificios de un culto feroz que regaba
con sangre humana los bosques y valles in
cultos, cuando una madre arrancaba ella
misma las entrañas de sus hijos sobre el altar
de un leon, de un tigre ó de un buytre, no
tenian lugar alguno en este pais delicioso. La
ofrenda agradable al Sol, eran las primicias de
los frutos, de las cosechas y de los animales
que la naturaleza ha destinado para el ali
mento del hombre. Una pequeñísima parte
de esta ofrenda se consumía sobre el mismo
altar, y lo restante se destinaba al festín pú
blico que el Sol Dios daba á su amado pueblo.
LOS INCAS. a5
Bajo el pórtico formado de ojas de árboles,
que rodeaba el templo, aparecía el rey ; los
Incas y los caciques se distribuían entre la
multitud para presidir las mesas donde el
pueblo estaba ya sentado. La primera era la
de las viudas, de los huerfanos y los ancianos;
á la cabezera de esta mesa estaba el rey como
padre de los desgraciados.(i)Tito-Zorai, prin
cipe heredero, se sentaba á la derecha de su
padre; este joven, cuya bondad anunciaba un
origen celestial, habia cumplido quince años,
tres lustros, que era la edad en que se hacia
experiencia de la virtud y el valor. (2) Su
padre enamorado goza el dulce placer de verle
crecer : jóven aun el rey, desea y espera con
toda confianza que le sostituya un sabio ó a
menos un virtuoso en su trono.

(i) Uno de sus títulos era Iluaccha-cirj-a, el amigo


ic los pobres.
(2) A los diez y seis años.

TOMO I
a(S LOS INCAS.

V\AVVVVVWVMIVVVVVVV\(VVVVVV*VVi*VV\%VVWVV« * WVW W ^MWUVU

CAPÍTULO IV.

Juegos celebres que seguían al gran festín.

Al festín seguian los juegos, y era en ellos


donde los Incas jóvenes, que debian dar el
primer ejemplo de valor y sufrimiento, se
ejercitaban en el arte de combatir.
Los principes jóvenes daban principio por
el juego de flecha y el dardo, al son de ore
jas; y el vencedor ve inmediatamente correr
hácia él su padre , lleno de recocijo , que
abrazándole, le dice : hijo mio, tú me re
cuerdas mi juventud, y honras mi vejez.
Despues se sigue el combate, y es en este
espectáculo donde se ve ejecutar todo cuanto
la habitud puede dar de movimiento y de
fuerza á la naturaleza humana. En efecto,
allí se ven los combatientes, ágiles y robus
tos, agarrarse fuertemente los uuos á los otros,
desasirse despues, volver atras algunos ins
tantes por tomar aliento , resollar y volver á
la pelea, por afirmarse y redoblar sus es
fuerzos , de forma que, encadenandose con
sus brazos vigorosos, se les veia unas veces
LOS INCAS. a7
inmóviles, otras bambolearse, ya cayendo, ya
levantándose, ya, en fin , forcejeando tan obs
tinadamente que regaban la yerba del sudor
de que ellos estaban inundados.
Mientras que el combate está indeciso, los
padres no tienen sosiego alguno ; sus corazo
nes se agitan fuertemente entre el temor y
la esperanza. En fin , la victoria se declara ;
pero los jueces, despues de haber distribuido
los premios á los vencedores, no omiten de
elogiar el valor de los vencidos ; pues que
el elogio es en las almas grandes el germen
y el alimento de noble emulacion.
El sensible y valeroso Zorai , el hijo del
rey y heredero del imperio , era uno de los
del número de aquellos á quienes sus adver.
sarios habian puesto á sus pies, y aun forzado
á arrodillarse; él no ganó ningun premia,
y lloraba de vergüenza. Uno de los jueces
se acerca á él, y le dice por consolarle : Prín
cipe, el Sol, nuestro padre, es justo; él da la
fuerza y la maña á los que deben obedecer,
reservando la sabiduría y la equidad al que
debe mandar. El monarca , que escuchaba
estas palabras del juez, le dice : Anciano,
deja á mi hijo que se aflija y sonroge de ser
mas debil y ménos diestro que sus rivales.
¿ Le crees tu formado únicamente para sen
tarse en el trono, y envejecerse en el reposo ?
a8 LOS INCAS.
El jóven principe entónces mira con ayre
ceñudo al venerable anciano que le nabia
adulado, y se arrodilla delante de su padre,
quien , abrazándole tiernamente , le dice :
Hijo mio, la mas justa y la mas imperiosa de
las leyes es el ejemplo. Tú no serás jamas
servido con mas amor, mas ardor y mas zeld,
que cuando, para obedeceros, no tengan
mas que imitaros.
Los combatientes, despues de haber deseanv
sado, se preparan para el de la carrera, que
es su mas fatigosa prueba. El campo de ba
talla era de cinco mil pasos, en cuyo extremo
hay un velo de púrpura que el vencedor
debe tomar. Entre el intervalo de la extre
midad de la barrera se colocaba el pueblo
en dos filas, y con los ojos llamaban los jó
venes corredores. Dada la señal, parten todos
juntos, y de ambos lados del campo se ven
los padres y madres que animan á sus hijos
cota gestos y con voces ; ninguno de estos
da á aquellos el pesar de verlos abatirse en
su carrera, porque todos llegan al fin casi á
un mismo tiempo.
Zorai habia avanzado sobre sus rivales; uno
solo, el que le venció anteriormente en el
combate de la lucha, le Ilcbaba alguna de
lantera, cuando estos dos esforzados jóvenes
se hallaban como á distancia de cien pasos del
LOS INCAS. 29
velo. No, grita el joven príncipe, lú no ten
drás la gloria de vencerme segunda vez. Al
instante, reanimando sus fuerzas, él se avanza,
traspasa su rival, y le gana el premio.
Los que le seguían próximamente tuvie
ron alguna parte en el triunfo; y de este
número eran los vencedores en los anteriores
ejercicios de la lucha, de la flecha y del dardo.
Zorai se pone á la cabeza de estos, teniendo
en su mano la lanza en que flota el velo de
purpura, el triunfo de su victoria, y con
ellos se presenta delante de la asambléa de
los ancianos , quienes los proclaman dignos
del nombre de Incas (i) y de verdaderos hijos
del Sol.
Seguidamente sus madres y hermanas vie
nen á ellos, con un ayre modesto y cariñoso,
& poner en sus plantas ágiles una estera com
puesta de trenzas de lana, en lugar de la de
cortezas de árbol (2) de que eran las sandalias
que llevaba el pueblo.
Desde allí , los ancianos los presentan al
rey , quien , sentado en su trono de oro y

(i ) Antes se llamaban auqui , infans , como lo tra


duce Garcilaso.
(a) De un árbol llamado monguey. Este detalle
csli tomado de la historia. '
3*
3o LOS INCAS,
rodeado de su familia, los recibe con la ira
gestad de un Dios, y con el cariño de un
padre amoroso El principe heredero, en si*
calidad de vencedor en el ejercicio mas pe
noso, se echa el primero á los pies de su
padre. El monarca se esfuerza en no manifestar
por él preferencia alguna ; pero la naturaleza
destruye su proyecto, pues que, cuando le
ciñe el vendo real de los Incas, sus manos
tiemblan, su corazon se agita y enternece ;
él se deja escapar algunas lágrimas, que riegan
la frente de su hijo, y este jóven entonces
se sobrecoge y abraza las rodillas del rey.
Estas lágrimas, hijas del amor paternal y de
la alegria, son la única distincion que el su
cesor al trono obtiene sobre sus émulos. El
Inca , por su propia mano, le da la señal la
mas gloriosa de nobleza y de dignidad, esto es,
l« ahugeréa la oreja, y le pone en ella un
pendiante de oro, en Cgura de anillo : favor
reservado á los de su raza, pero que ninguno
alcanza jamas si ha hecho cosa indigna de su
nacimiento 6 que no tiene virtudes.
En fin el rey toma la palabra, y dice á los
nuevos Incas : el mas sabio delos reyes, Manco,
vuestro abuelo y el mio, fué el mas vigilante
y valiente de los mortales. Cuando el Sol, su
oadre, le envió á fundar este imperio, él le
lijo : toma ejemplo de mi, viendo que si yo
LOS INCAS 3i
me levanto, no es por mi ; que si yo esparzo
mi luz, tampoco es por mi ; de forma que, si
yo hago mi carrera, si yo la señalo con bene
ficios, es el universo quien los goza, y yo me
reservo el placer dulcísimo de verlos gozar.
Anda, sé dichoso, si tu puedes serlo; pero á lo
ménos, cuida de que otros lo sean. Incas, hijos
del Sol, hé aquí vuestra leccion. Cuando sea
la volundad de vuestro padre la de haceros,
venturosos, sin fatigua y sin turbulencia, él os
llamará, él os pondrá á su lado ; pero hasta
que llegue este instante afortunado, sabed que
la vida es un camino trabajoso, que vuestras
virtudes solas pueden hacerle soportable y
útil, no solamente á vosotros mismos, sino al
resto de vuestros semejantes, que dejais en
este mundo. El flojo, el olgazan se descuida
y aun se adormece sobre su misma ruta, y
solo la muerte , por piedad, es la que viene
á abreviarsela. El hombre valeroso, el hombre
honrado, soporta con paciencia sus trabajos,
T de M paso seguro y libre él llega en fin
al término fatal donde le espera la madre del
reposo eterno. ¡O tú, mi querido hijo, dice
el rey al principe heredero, repara en ese as
tro luminoso que va á acabar su carrera , cuan
tos bienes no ha hecho él á la naturaleza en
este dia ! aquello que mas se le asemeja en la
tierra, es solo un buen rey.
3a LOS INCAS.
A estas palabras el monarca se levanta, y
acompañado de su familia y su pueblo, y pre
cedido del pontífice, se encamina al pórtico
del templo para observar el ponerse del So]
y recoger los oráculos.
LOS INCAS. 33

CAPÍTULO V.
Postura del Sol.—Presagios funestos.—Llegada de los
Mejicanos, sobrinos de Monteiuma, que venían á pe
dir un asilo alinea.

La corte y el pueblo, colocados en la plaza,


guardaban todos un religioso silencio. El mo
narca solo monta los escalones del gran pór
tico, donde le aguardaba ya el gran sacerdote,
que no debe revelar los secretos de las cosas
futuras que á ¿1 mismo en persona, (i) El cielo
estaba entónces sereno, el ayre en calma y sin
vapores ; de forma que en aquel momento el
orizonte del poniente era muy semejante al
de la aurora. Muy pronto, del seno del mar
pacifico, se levanta sobre el Calmar, (2) una
nube semejante á las olas encarnadas, presagio
fatal en un dia tan solemne. El gran sacer
dote temblaba, al mismo tiempo que esperaba
que ántes del ponerse del Sol se disiparían
estos vapores. Mas, ¡ ó cielo ! esta nube horro-

(i) Le estaba prohibido divulgar las cosas que el


labia por inspiracion divina (Garcilaso).
(2) Promontorio bajo del ecuador.
34. LOS INCAS,
rosa ic aumenta rapidamente ; ella se amon
tona contra las cimas de las montañas, y le
vántandose aun de alli, ella parece querer
desafiar al mismo Dios, que se avanza á rom
per la fuerte barrera que habia opuesto á su
curso. EsteDios desciende con majestad, y sus
rayos ardientes traspasan por todas partes
esas ondas de purpura ; pero, repentinamente
el mal vino á su colmo.
Una señal aun mas terrible se manifiesta
en el cielo : esta es uno de aquellos as
tros que se creian errantes ántes que el ojo
prespicaz de la astronomia nos hubiese hecho
conocer tfu curso. En efecto, era un cometa
que, semejante á un dragon que vomita fuego,
parecia venir del oriente, y que volaba há
cia el Sol. Este astro no es á la verdad en el
cielo que una pequeña luz , ó una chispa á
los ojos del pueblo ; pero el gran sacerdote,
mas atento, creyó distinguir todas las cali
dades de ese monstruo prodigioso : él le veia
respirar las llamas, y sacudir sus alas abra
sadas ; él veia sus encendidos ojos seguir el
camino de) Sol para devorarlo. Pero, disimu
lando el terror de que él estaba penetrado
á vista de este prodijío, dice al rey : Príncipe,
seguidme al templo ; y alli, recojido en sí
mismo, y despues de haber estado inmóvil
y aun mudo delante del Inca, le habla de
LOS INCAS. 35
esta manera : Digno hijo del Dios á quien yo
sirvo, si el porvenir es inevitable , ese Dios
bienhechor nos ahorrará la pena de pre
verlo , y sin afligirnos mas del presentimiento
de muchos males, él dejará al espíritu hu
mano su ceguedad saludable, y, á su tiempo,
su obscuridad misma ; y pues que él se digna
esclarecernos, no será inutilmente , y los ma
les que nos anuncia pueden aun no tener
lugar. No os espanteis de los que os ame
nazan ; ellos son terribles, si es que debomos
creer los signos que yo vengo de observar en
el ciclo. Esos signos no se acuerdan entre si
mismos ; pues que el uno me dice que es
del poniente que debe venirnos una guerra
sangrienta ; el otro me anuncia que un ene
migo terrible debe venir á atacarnos de la
parte del oriente : pero el uno y el otro no
son mas que un aviso especial de ese Dios
que vela sobre nosotros. Príncipe, armaos de
constancia ; porque ser inocente y valeroso,
no hacerse digno de merecer su desgracia
y saberla sufrir con paciencia, esta es la obli
gacion que la naturaleza impone al hombre :
lo demas es sobrenatural.
El sacerdote, afligido, se queda en un pro
fundo y religioso silencio ; y el monarca, ocul
tando su tristeza en el fondo de su corazon,
sale del templo, se presenta al pueblo coa
36 LOS INCAS.
una aparente cahna y serenidad, y le dice:
Nuestro Dios será siempre el mismo : él cuida
de la suerte de su imperio y protege sus
hijos.
En este tan critico momento viniéron á
anunciarle que unos hombres desdichados,per-
seguidos en su patria, le pedian un asilo é
imploraban su hospitalidad. Que se presenten,
responde el Inca, porque jamas los desven
turados encontráron mi corazon inaccesible,
ni mi palacio cerrado para ellos.
Los cxtrangeros llegan : ellos eran las tristes
reliquias de la familia de Montezuma, que hu
yendo de la servidumbre de los Españoles,
y atravesando montañas y rios, buscaban un
refugio impenetrable á sus tiranos.
Un cacique joven se presenta á la cabeza
de estos ilustres fugitivos. En sus palabras y
modales se reconoció la habitud de coman
dar ; una profunda tristeza, un cruel dolor
se anunciaba en su semblante hermoso ; pero
la alteracion de sus colores, lejos de mos
trar el abatimiento, anunciaba la noble re
signacion de una alma grande, indigna de su
desgracia.
El Inca le dice : Jóven extrangero, ¿ de
cidme quien sois, de donde venis, y que
golpe de fortuna os ha forzado á buscar pro
teccion en estos paises ?
LOS INCAS 37
Inca, le responde Orozimbo (este era el
nombre del Mejicano), tú ves en nosotros los
deplorables restos de un imperio que, cuando
ménos,era tan grande y tan rico como el tuyo. .
Este imperio está ya destruido. La suerte no
nos dejó otro medio que el de escojer ó la
fuga ó la esclavitud. Nosotros hemos tomado
el primer partido. Dos inviernos hemos pa
sado errantes de montaña en montaña, de
bosque en bosque, y en medio de los animales
feroces, hasta que tomamos la resolucion de
buscar hombres mas afortunados que nosotros,
y menos crueles que nuestros enemigos. Hace
tres meses que, á la discrecion de los rios, y
venciendo mil escollos, hemos recorrido el
circuito de una ribera inmensa. Los males,
los trabajos, las angustias que hemos sufrido
en este tiempo , nos pusiéron muchas veces á
riesgo de perder la vida ; pero la fama de tus
virtudes sostuvó nuestra esperanza. Llamante
justo y bienhechor j nosotros venimos a pro
bar si la fama miente. Si tú nos desamparas,
la muerte es nuestro único recurso.
Extrangero, le dice el monarca, tú no lias
puesto en vano tu confianza en mi. Ven á mi
palacio á reposar y reparar las fuerzas. Yo es
toy incomodado de escuchar la relacion de
vuestras desgracias ; pero deseo y espero ha
ceroslas olvidar.
TOMO I 4
3* LOS INCAS.
El cacique y sus compañeros, conducidos
al palacio del Inca, son servidos respetuosa
mente, Pero este gallardo jóven rehusa todo
cuanto á sus ojos presentaba magnificencia ;
porque la ostentacion y prosperidad, decia él,
es un verdadero insulto á los desdichados. No
obstante, un baño puro, vestidos nuevos, una
mesa abundante, y buenos dormitorios donde
reyna el silencio , estos fuéron los primeros
socorros de hospitalidad que el monarca ejer
ció con ellos.
£l dia siguiente, él los recibió rodeado de
su familia y de su corte venturosa ; él les hizo
sentar al rededor de su trono, y manifestando
al jóven Orozimbo todos aquellos sentimien
tos de que los desgraciados son siempre acree
dores , le invita á desahogar su corazon , á
aligerarse del peso de sus penas contandose
las todas.
Su recuerdo es cruel, dice el cacique Meji
cano, lanzando un triste y profundo suspiro ;
mas yo debo á tu sabiduria el retrazar su
horrorosa imágen. Escuchame, generoso prin
cipe, y permita el cielo que el ejemplo de mi
patria te enseñe á librar tus estados del azote
que la ha hecho sufrir males incalculables.
A estas palabras, un profundo silencio reyna
en la asemblea de los Incas, y el cacique pro
sigue de esta manera :
LOS INCAS. 39

CAPÍTULO VI.

Oroiimbo, ano de los caciques Mejicanos, «venta al


Inca las desgracias de su patria.

Hijos del Sol, vosotros sabeis el curso que


¿1 hace anualmente : en este momento mismo
él está sobre vuestras cabezas : hace tres lu
nas que ¿1 hacia lo mismo en el pais donde
yo naci. Este pais se llama Mejico, donde
Montezuma es rey, y de quien somos sobri
nos. Montezuma era virtuoso, de un corazon
recto, puro, generoso y fiel ; pero muy fre-
qüentemente dejaba apercibirse que, en el
seno mismo de la prosperidad , nacia un vi
cio capital, esto es, se mostraba no solamente
orgulloso, sino aun indolente. En efecto ,
olvidándose que era hombre, olvidó tambien
que era rey ; de forma que su dureza extrema
le hizo perder sus amigos; su debilidad y
su imprudencia le hiciéron caer en manos de
un enemigo perfido, y hé aquí la causa de
todos los males que ha sufrido.
Veinte caciques, todos poseedores de otras
tantas fertiles provincias, estaban reunidos
4o LOS INCAS,
bajo de sus leyes. Tan poderoso como abso
luto, ¿1 abusó de su fortuna, ó mas bien sus
aduladores, entre los cuales habia elegido sus
ministros, abusaron en su nombre; y resultó
que las unas, sacudiendo el yugo, habian
.recobrado su libertad; las otras, mas débiles
6 mas tímidas, gemian en el silencio, y para
rebelarse esperaban el momento que él fuese
desgraciado; cuando he aquí que llegó la no
ticia que á la parte del oriente, en un sitio
donde la ribera se encorva, y abraza la mar (i),
una raza de hombres que se creía que eran
Dioses, habian arribado sobre castillos con
alas, en los cuales traiaa el relámpago, el
trueno y el rayo; que de esas fortalezas flo
tantes sobre las aguas salían unos animales
terribles que llevan acuestas esos hombre*
inmortales. Otros mil testigos aseguraban que
el cuadrupedo y el hombre eran una misma
cosa ; que su carrera sobrepujaba los vientos ;
que sus miradas eran mortales ; que sus dos
cabezas de hombre y de bestia indomita, de
voraban todo cuanto sus ojos no habian po
dido consumir ; y que la punta de nuestra*
flechas se embotaba sobre la dura concha de
las que todo su cuerpo era cubierto.

(O El gofo dil Méjico.


LOS INCAS. 4,
Estas noticias propagáron «1 tenor y el es
panto ; un grito , un clamor universal de
alarma resonó hasta Méjico , ( ciudad que
era la capital del imperio). Montezuma se
turbó ; pero la misma debilidad , la misma
dobardía que le hacia temer todo, le hizo,
cesde este instante, descuidar los medios de
su defensa.
Él supó que estos facinerosos codiciosos se
convertían en hombres humanísimos á fuerza
de regalos, y esperaba por este medio sacar
buen partido de ellos. En consecüencia él
envía una diputacion compuesta de Pilpatoé
y Tentile, unos de los primeros personages
del imperio, que se habian siempre distin
guido, éi primero en la guerra, y el segundo
en los consejos. Doce caciques, entre los cua
les estaba yo, acompañáron á esta embajada,
y dos cientos Indios nos seguían cargados de
ricos presentes ; veinte cautivos , escogidos
entre los que hacían engordar en los tem
plos para sacrificarlos á nuestros dioses, cer
raban este cortejo numeroso.
Llegamos al campamento de los Españo
les, que así se llamaban estos salteadores de
caminos ; y ¡ cual fué nuestra admiracion
viendo que se componía su ejercito de solos
quinientos hombres! Sí, lo confieso avergon
zado, ellos no eran mas que quinientos hom
43 LOS INCAS,
bres. de quienes millones de hombres tem
blaban.
Presentámonos al gefe... ¡Ha! el perfido,
aparentando un ayre magestuoso y tranquilo,
ocultaba su malicia y perversidad extrema.
Pilpatoé, acercándose á él, le saluda, y
dice: El monarca de Méjico, el poderoso
Montezuma, nos envia por saludarte, y sa
ber de ti mismo quien eres, de donde vienes,
y quedes lo que quieres. Si eres un Dios pro
picio y bienhechor, hé aquí perfumes y oro.
Si eres un Dios maligno y sanguinario, hé
aqui victimas. Si eres solamente un hombre,
hé aquí frutas para regalarte, vestidos para
cubrirte, y plumas para adornarte.
No, no somos dioses, nos responda Cortés
( que así era su nombre ) ¡ pero, por un fa
vor del cielo, que dispensa á su voluntad la
fuerza, el valor y la inteligencia, nosotros,
como lo veis, somos muy superiores á los In
dios. Yo recibo los regalos, y detengo los cau
tivos para que me sirvan, mas no para sacri
ficarlos, no para ofrecerlos en victimas, porque
mi Dios es un dios de paz que no se alimenta
de sangre. Ved aquí el altar que le hemos
erigido : sed testigos del culto que vamos á
rendirle, pues que es la primera vez que ha
descendido á estos paises.
El altar era simple, y unas ramas de árbo-
LOS INCAS. 43
les formaban el templo ; un vaso de oro era
el principal ornamento ; un pan ligerisimo, de
una extrema blancura, y algunas gotas de un
licor que al primer instante creimos que era
sangre, y es únicamente el zumo de un fruto
delicioso, tal fué la ofrenda del sacrificio. Esc
culto no tenia á nuestros ojos nada de espan
toso, nada de terrible ; ¿ mas quieres que yo
mismo confiese una verdad? Sea por la fuerza
del ejemplo, sea por el encanto de las pala
bras del sacrificador, y aun por el ascendiente
invencible que su Dios toma sobre los nuestros,
nosotros fuimos asombrados de ver el respeto
de esos extrangeros , arrodillados delante del
altar. Si, su silencio, su humildad y venera
cion nos hiciéron una muy fuerte impresion,
tal que llegamos á tener miedo á su Dios.
Despues del sacrificio se nos mandó aproxi
mar al pavellon de Cortés, quien nos recibió
con un ayre tan seco como si él fuese nuestro
amo : Mejicanos, nos dijó, el verdadero Dios,
el dios que yo adoro, y el que solamente
debe ser adorado, pues que él es el autor del
universo, quien le gobierna y sostiene, acaba
de descender en este sitio ; él manda que
vuestros (dolos se humillen y destruyan á su
presencia ; y es él quien nos ha enviado por
abolir su culto, y enseñaros el suyo. Derribad
44 LOS INCAS.
al momento, si, derribad al momento vues
tros altares sangrientos ; sin tardanza , ar
rasad vuestros templos abominables, y aca
bad de una vez de ultrajar al cielo por medio
de ofrendas que él detesta ; ó reparad en nos
otros los ministros ejecutores de su venganza.
Pilpatoé le respondió que si el Dios que nos
anunciaba era el autor de la naturaleza en
tera, él tenia tanto poder sobre los corazones
como sobre los elementos ; que de él solo de
pendia haberse hecho, mucho antes, conocer
y adorar en estos paises; que él debia estar bien
seguro que á su voz se postraría el mundo
entero, el mundo que él mismo habia criado :
pero que armarse para defenderle, era supo
nerle debil ; que el que no tiene mas que
querer, para que todo sea hecho, no necesita
socorro ; y que constituirse ¿1 mismo en ven
gador, no daba otra idea que la de que es un
hombre como todos, que se ha erigido en Dios
por sí mismo. Pilpatoé continuó diciendo : Si
vosotros, mas ilustrados, mas sabios y mas
afortunados que nosotros, vinieseis i desen
gañarnos é instruirnos por solo la fuerza de
la razon y la de vuestro ejemplo mismo, en
tónces, si, entónces creeríamos en efecto,
que un Dios se servia de vosotros para esta
c«ipresa ; pero que la amenaza y la violencia
LOS INCAS. 45
eran unas armas indignas de un Dios de paz,
y por consiguiente no podia creerse su exis
tencia.
Cortés, colérico, y al mismo tiempo admi
rado de la respuesta dePilpatoé, replica que
los designios de su Dios eran inconcebibles ;
que él no daba cuenta á los humanos ; que
él mandaba en gefe, y que nuestra obligacion
era adorarle y reverenciarle. Sin embargo de
esto, él nos promete que para convencernos
no emplearía jamas la fuerza que en apoyo
de la verdad. Yo no dudo, decia Cortés, que
Montezuma, sus sabios consejeros, y cuantos
componen su corte, conozcan la ridiculez,
la barbarie y aun la monstruosidad del culto
de unos [dolos regados siempre con sangre bu-
mana ; pero el pueblo, habituado, ciegamente
sumiso á sus sacerdotes, y desde la infancia
acostumbrado á temblar delante de sus falsos
dioses,tenia necesidad que un fuerte impulso ,
que una dichosa violencia, le forzase á rasgar
el velo del error y de la ignorancia.
Sirvióse el banquete, y Cortés nos admite
á su mesa; pero, observando nuestra inquie
tud á la vista de los guisados de carne que
nos presentaban, pues que imaginabamos que
eran compuestos de trozos de nuestros amigos
que los suyos habian en aquel dia degollado,
46 LOS INCAS,
penetrando nuestro pensamiento, nos dice :
No, esa costumbre impla y horrorosa no se
usa entre nosotros ; de forma que ni la hambre
mas cruel, ni la sed mas voraz, no vencerán
jamas nuestra repugnancia por la carne y la
sangre humana.... ¡Repugnancia, ah grandes
dioses ! ¿Ellos no devoran los hombres, pero ,
dejan por eso de matarlos ? Finalmente ,
¡que importa que sea el buytre ó el homi
cida quien bebe la sangre inocente !
Despues del banquete, fuimos convidados á
ver sus ejercicios guerreros. ¡ Oh! bien se co
noce que esos hombres crueles naciéron para
la destrucion de toda la especie humana.
; Que estudio particular han hecho sobre esto !
Ellos, delante de nosostros, montaban sobre
esos animales espantosos, á quienes con una
mano governaban, y con la otra hacian blan
dir la espada reluciente, y veloz como el re
lámpago mismo. Imaginad si esto es posible,
imaginad, vuelvo á decir, la ventaja prodi
giosa que les da sobre nosotros la huida, la
viveza y la fuerza de esos animales, esclavos
altivos del hombre, y que combaten debajo
de él.
Pero esta ventaja excesiva no es tan grande
como la que les dan sus armas. ¿ Pudierás tú
imaginar jamas el uso que hacen del fuego ,
y de un metal duro que los insensatos des
LOS INCAS. 4>
preciaban y preferían el oro, metal precioso,
pero inútil á nuestra defensa ! ¡ Pudierás tú
imaginarte esa terrible máquina, de la cual
hiciéron un ensayo delante de nosotros ! No,
no es posible ¿ el trueno, la tempestad misma
del cielo no es tan espantosa.
Inca, creeme,que es el genio de la destruc
cion, es el demonio mismo el que les ha hecho
un presente de esa arma infernal. Pero debes
saber tambien que ella serviria de muy poco
ó de nada, sin la inteligencia y la concor
dia de sus movimientos imprevistos , tanto
para el ataque como por la defensa : este
ayre de marchar unidos, de desplegarse á
voluntad , y de reunirse á la voz del gefe ;
este arte, digo, reducido hoy en práctica y
costumbre, este es, sin duda, el que los hace
invencibles.
Nosotros verdaderamente desafiamos á la
muerte misma, la despreciamos como ellos ¡
pero.... A estas palabras el jóven cacique in
clina su cabeza, oculta sus lágrimas, y prosi
gue diciendo : Perdona, señor, perdona estos
sentimientos de dolor , de enojo , y enfado
grande ; pues que hay males por los que el
corazon es siempre sensible.
Antes de despedirnos. Cortés, en cambio
del oro, de las perlas y telas que se le habian
regalado, nos hizo algunos presentes frivolos,
48 LOS INCAS,
de muy poca importancia ; pero que su ra
reza y la novedad nos los hizo mirar como
preciosos.
Yo no os he hablado hasta ahora, dijónos
Cortés, que á nombre de un Dios que me
ha escogido para derribar y destruir vuestros
Ídolos, y por erigirle templos sobre las ruinas
de sus altares ; pero , no obstante esto , re
parad tambien que yo soy el ministro de un
rey poderosísimo, de un monarca que, desde
el nacimiento del Sol, reyna en unos estados
mas grandes y mas ricos que los de Mote-
zuma, y él quiere tener por su aliado á ese
príncipe Mejicano. Decidle que yo vengo á
su corte para ofrecerle esta alianza, y que
Carlos de Austria, monarca del oriente, no
duda que á su plenipotenciario se le rindan
todos los homenages que son debidos á la
magestad y amistad de un gran rey.
Pilpatoé le responde que, si su amo era
tan rico , tan poderoso como decia, conside
raba como extraño y aun increible que él
enviase desde tan lejanos paises á buscar
amigos y aliados ; que Motezuma, sin duda,
tendria mucho honor en recibir su embajada ;
pero que para penetrar en sus estados era
sumamente preciso aguardar sus órdenes.
Exponedle, nos dice Cortés, que por verle
á él en persona yo he atravesado los mares;que
LOS INCAS. 49
el honor de mi rey exige que me esctiche ; que
fin hacerle injuria , él no puede negarse á
recibirme en su corte, y que yo no sufriria
volverme á España ofendido, sin haberme
ántes vengado.

tomo l
5o LOS INCAS.

CAPÍTULO VII.

Prosigue la narracion anterior.

La respuesta de Motezuma llegó muy pron


tamente. El creyó, por medio de nuevos re
galos , contentar á Cortés , que suponia se
ofendiese de la denegacion de su demanda ;
pero este caudillo recivió los presentes, y per
sistió en ella.
El estaba impuesto de la mala inteligencia
entre los caciques y Motezuma ; él les habia
prometido de abatir su orgullo y asegurar
sn independencia ; y sobre estas condiciones
estaba ya recibido como amigo de ellos en
el palacio de Zampocala, donde nosotros le
encontramos rodeado de muchos reyes, te
dos feudatarios del imperio.
Vos veis , dice Tentile á Cortés , con que
magnificencia Motezuma responde á la amis.
tad de un rey que desea y busca la suya ;
pero las costumbres, los usos y las leyes de
su imperio no le permiten acordaros el per
miso de penetrar mas en sus estados ; de
forma que , si os declarais sus enemigos ,
LOS INCAS. Ai
seréis obligados muy pronto á retiraros y eva
cuar totalmente este pais.
Cortés, á estas palabras, mirando á los
caciques sus aliados y amigos con un ayre de
risa y de fiereza, parece quererlos serenar de
la inquietud en que estaban ; y en seguida
nos dice : Mañana iréis al puerto, donde mis
navios me esperan, y allí sabréis mi resolucion.
Al instante, algunos de- los suyos viniéron
i hablarle en secreto : él los escucha, mos
trando una grande agitacion ; sale con elloi
presurosamente y nos manda seguirle.
Cortés va al templo donde llevaban varios
jóvenes cautivos para sacrificarlos á los dioses;
porque este dia era uno de los de nuestras
grandes fiestas. El llegó al momento mismo en
que las victimas se ponian en las manos del
sacrificador. Esperad, dice él, esperad, hombres
estúpidos y feroces ; vosotros ofendeis al cielo
creyendo hacerle honor. Al momento mismo
se mete entre el sacerdote y las victimas , y
manda que las lleven á su alojamiento.
Todo el pueblo estaba entónces reunido en
el templo; los sacerdotes indignados acusan
á Cortés de sacrilego y piden la venganza a
nombre de los dioses ultrajados. Un murmu
llo confuso anunciaba un levantamiento :
Cortés, acompañado de algunos de los suyos,
monta los escalones del altar, llevando forja
52 LOS INCAS,
<lamente consigo el cacique, y allí, tomando
de una mano ese príncipe turbado y trémulo,
y con la otra levantando su espada contra él,
mira al pueblo, y le dice de una voz fuerte
y menazante : « Sosegaos, deponed las armas,
ó yo le mato, y á mas mandaré al instante que
todos seais degollados sin piedad.
A la vista del yerro levantado sobre la
cabeza del cacique, la voz de Cortés, su ame
naza y su extraordinaria resolucion, se eláron
todos los espíritus, y la inquietud y el rumor
mismo se acabé al momento. ¡ Quien no ha
de temer al que impunemente insulta, des
precia y ofende á los dioses ! Segun su valor
y su arrogancia él parecía mas bien un dios
que un hombre. Él hizo llevar á su presencia
los sacrificadores, que se habian escondido
detras de los altares : he bien, dice él, ¿ por.
que vuestros dioses no os defienden ahora ?
¿ Porque no vengan el sacrilegio que decís
que yo he hecho á su templo ? ¿quien los de
tiene? ¿quien se lo estorba? Yo no soy mas
que un mortal ; luego ¿ porque ellos no me
destruyen , no me hacen mil pedazos, puesto
que yo tengo la osadía de insultarlos ? Vues
tros dioses son impotentes ; ellos no son otra
cosa que unos fantasmas producidos por el
delirio y el miedo. ¡ Como quereis que sean
dioses buenos los que se mantienen de sangre
LOS INCAS. 53
y de carne humana! ¿ Podréis vosotros creerlo?
No es posible ; y si es que lo creeis yo tam
bien creeré que sois capaces de adoradar los
entes mas malignos. Abjurad, retractaos, dejad
ese culto exécrable, y en honra y gloria del
verdadero Dios,renunciad á esos ídolos mons
truosos que nos vais á ver destrozar, á pisarlos,
á reducirlos en polvo, y esparcirlo porelayre,
para que de ellos no haya vestigio alguno.
Esto dijó, y aprovechandose del profundo
terror en que estaba el pueblo , manda á sus
tropas que derriben nuestros dioses colocados
en los altares, y de arrojarlos del templo.
Por colmo de su impiedad nosotros espera
bamos ver que el templose cayese sobre estos
profanadores ; pero el templo quedó inmóvil,
y nuestros dioses, derribados,rodados por las
calles y plazas, hechos el juguete y escarnio
de la soldadesca, no tomáron venganza.
El extrangero, entónces, con unayre sereno
dice al pueblo : ved ay vuestros dioses. A esos
simulacros vanos, á esos espectros horribles,es
á quienes habeis sacrificado millones de vues
tros semejantes. Abrid los ojos y temblad de
vergüenza. Seguidamente , hizo venir los jó
venes que fuéron arrebatados por él mismo
de la mano de los sacerdotes : Hijos mios, les
dice , vivid ; dad la vida á otros hombres ,
hacedsela dulce, tranquila y afortunada á los
5*
&4 LOS l1NCAS.
que os han dado el ser, y estad prontos para el
momento en que vuestro principe soberano,
vuestra patria y vuestros amigos tengan nece
sidad de ella para sacrificarla en los combates.
Vosotros veis, nos dice, que yo tengo al
guna razon para penetrar hasta la corte del
emperador Motezuma. Hasta mañana. Id al
puerto, y al) i juzgaréis si ese monarca es pru
dente en persistir negándome su audiencia.
Inca , tu no puedes concebir la revolucion
repentina que se hizo en todos los espíritus,
cuando el pueblo se aseguró de la destruccion
de los dioses.
Imagínate ver una multitud de esclavos
deshonrados , sometidos desde su nacimiento
al yugo y á las cadenas de sus tiranos, y que
de repente se encuentran gozaudo de su li
bertad : tal fué el pueblo de Zampola. Al
principio, algunas reliquias de dolor turbaban
y aun reprimian su alegria ; porque creia que
la venganza de nuestros dioses estaba en aquel
momento como adormecida para mostrarse
despues mas rigorosa y palpable.Pero, cuando
él vió sus dioses mutilados y arrojados fuera
del templo, entonces hizo bien ver que su culto
no habia sido jamas otra cosa que el templo
del temor, y que detestaba desde aquel ins
tante, de todo su corazon, los dioses que su
boca habia implorado....
LOS INCAS. 55
Sin duda, dice el Inca, no"es permitido al
hombre amar y adorar que á un ente justo
y benefico, tal que ese que os anunciaban
y adoraban esos extrangeros, de cuya opinion
soy tambien. Reparad, dice el cacique, repa
rad, vuelvo á decir, que esos extrangeros no
son personas racionales , sino tigres que ado
ran a otro tigre tan feroz y sanguinario como
ellos mismos. Ellos , vé aquí la prueba, nos
anuncian un Dios de paz , un Dios propicio,
manso, benigno y afable ; pero tened por se
guro que esa doctrina no es propiamente otra
cosa que un lazo , una trampa que ellos po
nen á la credulidad. Su Dios, lo repito , es
cruel (i), implacable y mil veces mas furioso
y sediento de sangre que todos los dioses que
ha vencido.
Sabe pues que, á nuestra vista, ellos le han

(i) Bartolome de Las Gasas, despues de haber he


cho á Garlos Vo la pintura mas negra de las cruelda
des cometidas en el Nuevo mundo : « Ved aquí, dice
• él , cual es la causa única de que los Indios se hur-
< len del Dios que adoramos, y persisten obstinada-
• mente en su incredulidad : ellos creen que el Dios
• de los Cristianos es el mas maligno de todos los dio
« ses , porque los Cristianos , que le sirven y adoran ,
• son los mas inicuos de todos los hombres. -
(Descubrimiento delas Indias occidentales ,t>. i 8o. J
56 LOS INC&S.
inmolado mas de un millon de víctimas ; que
en su nombre han hecho correr rios de lá
grimas y sangre, y que él no se ha saciado aun.
Pero permiteme proseguir, y bien pronto te
haré conocer y detestar esos impostores.
Al dia siguiente nos lleváron al puerto,
donde estaba la flota de Cortés. Todo cuanto
habiamos visto el dia anterior, lo que habiamos
entendido , el ascendiente que tomaba este
hombre extraordinario sobre el espíritu de los
caciques y pueblos, sus virtudes aparentes, el
poder de su palabra, el exterminio de nues
tros dioses, y el triunfo de el suyo, todo esto
nos sumergió en un abismo de reflexiones fu
nestas por nuestra suerte futura.
No obstante, desde la altura de la costa,
veiamos con admiracion las grandes canoas,
cuya estructura nos parecia prodigiosa ; sus
largos costados son una ensambladura de
maderas sólidas que artificiosamente han sa
bido encorvar , labrar y dar una forma con
veniente ; sus alas son de telas pendientes, de
tallos de arboles tan altos como nuestros ce
dros ; esas telas flotantes se dejan inflar por
los vientos, á quienes estas fortalezas móviles
obedecen ciegamente, y una sola rama, puesta
á la extremidad de la canoa, sirve para dirigir
su curso.
Miéntras nos ocupabamos de esta asom
LOS INCAS. 57
hrosa industria, llegó Cortés, acompañado de
los suyos. Al instante mismo sus soldados se
meten en los barcos. Creimos porelmomento
verlos partir para siempre ; pero esta falsa
alegría, esta vana esperanza fué repentina
mente seguida de un profundo dolor. Nosotros
vimos despojar de todo á esos vastos edificios :
palos, velage, cordage, metales, ete., todo fué
tomado; y Cortés, con el fuego en la mano,
dando ejemplo á su tropa, le prende á una
canoa, y bien pronto todas fueron reducidas
á cenizas.
.Miéntras que la llama las consume, Cortés
con una tranquilidad insultante, con una in
diferencia extrema nos mira y dice : Mientras
que yo tuviese los medios de alejarme de estas
costas, Motezuma podria dudar si yo persií-
h.> en mi resolucion. Mejicanos, deeidle lo
que habeis visto, y que se prepare á recibirme
como amigo ó enemigo. Tal fuó la arrogancia
con que él nos envio.
58 LOS INCAS.

CAPÍTULO VIH.

Continuacion del capitulo anterior. ';

Motezuma esperaba nuestra vuelta con la


ma3'or impaciencia. Luego que llegamos reunió
sus ministros y sacerdotes para escucharnos.
La presencia de esos últimos nos hizo disimu
lar hasta que grado de humillacion y de opro
bio el dios de Cortés habia cubierto los nues
tros, pero el resto fué expuesto fiel y simple
mente. El monarca nos oia con aquel asombro
estúpido , que parece querer interceptar al
alma el pensamiento y la voluntad. Esos ex-
trangeros, dice, tienen sobre nosotros un
ascendiente que me asombra. Todo cuanto
me contais me parece un prodigio ; si, lo con
fieso, yo veo en ellos alguna cosa de. divino.
Ellos son, no hay duda , mas ilustrados é in
dustriosos que nosotros, le dice Pilpatoé; pero
á pesar de sus luces y de sus conocimientos
útiles, ellos no son inmortales, pues que,
como nosotros, están sugetos á la hambre, al
sueño, al dolor y a todos los males y necesi
dades de la vida. Su alma, asi como su san
LOS INCAS. 59
gre, se escapa , como la de un Indio, por la
picadura de una flecha : hé aqui lo que yo
queria saber; lo demas importa poco.
Motezuma, á quien este discurso debia ins
pirar valor, li jos de monstrarlo, miraba á los
sacerdotes como quien desea leer en su sem
blante y sus ojos lo que debia resolverse.
Entónces, el pontífice se levanta, y con una
gravedad que impone respeto dice : Señor, no
os admireis dela debilidad de nuestros dioses,
ni del estado de decadencia en que se encuen
tra al presente su divino poder. Nosotros he
mos invocado el formidable dios del mal, el
poderoso Telcalepulca. El se nos apareció so
bre el templo, en las tinieblas de la noche y
en medio de espesas y negras nubes que ar
rojaban el rayo. Su cabeza era tan enorme
que tocaba al cielo ¡ sus brazos, extendiendose
desde el mediodia al norte, parecian querer
amagar toda la tierra ; su boca estaba llena del
veneno y la peste que amenazaba exálar;en sus
ojos melancólicos y hundidos' centelleaba el
fuego devorador de la hambre, carestia y gran
falta de bastimentos, la enfermedad y la ra
bia. El tenia en una mano los tres dardos de
la guerra, y con la otra rompia las cadenas del
Cautiverio. Su voz, semejante al ruido que ha
cen los vientos y tempestades, nos hizo enten
der estas palabras terribles : Se me desprecia,
6o LOS INCAS.
y sobre mis altares no corre ya otra sangre
que la de algunas víctimas flacas . ¡ Donde
está aquel tiempo en que veinte mil cauti
vos se degollaban en mi templo ! En sus
bovedas retumbaban continuamente ayes
y gritos dolorosos que llenaban mi corazon
de la mas grande alegría ; mis altares na
daban en sangre, y la grande plaza, situada
al rededor de mi tabernaculo, abundaba de
ofrendas Motezuma ha olvidado que yo
soy Telcaleculpa, y que todos los males y
castigos del cielo son los ministros de mi
cólera. Que el abandone los otros dioses, es
siempre un gran crimen ; pero olvidarse del
dios del mal es el colmo de la imprudencia.
Motezuma, asombrado de un tal prodigio,
ordena al instante que mil cautivos escojidos
fuesen inmolados á ese dios; que en su tem
plo todo abunde para engordarlos con pres
teza ; y que inmediatamente se celebrase un
sacrificio solemne...
Acabando de decir estas palabras, el laca
temblando exclama : ¡ Que, en un solo dia mil
victimas! Que quieres tú, le dice el cacique;
tantas calamidades han afligido el pais , que
el hombre débil y desdichado ha mirado el
dios del mal como el mas poderoso, y por de
sarmarle cree deberle rendir un culto bárbaro
y sangriente, un culto semejante á él mismo.
LOS INCAS. 6i
Yo le lo he dicho ya, si, yo te he dicho que
fsosextrangeros le sacrifican victimas humanas
como nosotros mismos. Si, vuelvo á decirte
¿d que otra divinidad ofrecerian ellos tantos
homicidios ? Este es, señor, el secreto que nos
ocultan ; y es por ese medio, sin duda, que
ellos segrangean la gracia de ese dios sediento
siempre de lágrimas y sangre.
El indolente monarca creyó haber reme
diado todo ordenando el sacrificio ; pero, sin
embargo, su enemigo se avanza sobre Méjico.
Vencedor ya de nuestros vécinos los Talas-
calas y ayudado por esos mismos, Cortés se
presentó con su ejercito. Es en esta ocasion
que Motezuma no pudo disimular su cobar
día. El quisó ensayar aun si podia contener
los Españoles á fuerza de regalos, y en conse
cuencia les ofreció partir con ellos sus tesoros
inmensos, y de contribuirlos con cuanto fuese
necesario para construir y equipar una nueva
flota, si querian volverse á España : ¡miserable
recurso ! esto no produjó otro efecto que el de
mostrarles su impotencia misma, aumentar
el orgullo de Cortés, é incitar aun su avaricia
insaciable. Asi pues sucedió ; porque Cortés,
mas obstinado y arrogante que nunca, declaró
que en vano creian alucinarle con presentes
que él menospreciaba ; que el oro no borraba
las manchas que hacia la injuria, y que la
TOMO t 6
6a LOS INCAS.
afrenta que le habian hecho no se podia lavar
sino con sangre.
Esta villa, suntuosa en otros tiempos, Mé
jico, que no es ahora mas que ruinas, es si
tuada en medio de un lago grande y profundo,
donde se arriba por diques que podrian cor
tarse fácilmente ; por el que venia Cortés,
atravesaba la capital donde reynaba mi pa
dre, y por disputar este pasage pidió sus ór
denes á Motezuma ; mas no habiéndoselas
dado, fué preciso recivir estos extrangeros
como nuestros amos , y aun de postrarnos
delante de ellos. ¡ Oh como yo temblé! ¡ como
yo detesté la orden absoluta que nos forzaba
á este infame abatimiento ! ¡ que vicio, que
crimen en un rey! ¡queexceso de debilidad!
El vinó personalmente y desarmado á pros-
trarse á sus enemigos , esforzándose de ocul
tar su vergüenza bajo su vana magnificencia ;
él los recibe con todas las muestras de amis
tad y alegria, les colma de presentes, les invita
á alojarse en el palacio de su padre, llamado
Alayca, é inaccesible para nosotros, no se deja
ver mas que de ellos. Cortés, el mas cauteloso
de los hombres, le adula, le alucina con falsas
palabras, y gana su confianza, en tanto grado
que le lleva al palacio que ocupa con los su
yos, que desde este instante fué cambiado en
verdadera fortaleza.
LOS INCAS. 63
; Ah , exclama el cacique, aquí fué donde
la perfidia, la insolencia y el ultrage llegáron
á su colmo! En medio de su capital, en me
dio de su pueblo, y en el palacio mismo de su
padre, Motezuma él mismo se retuvo cautivo
en rehenes de esos facinerosos. Pero ellos hi
ciéron mucho mas que esto ; pues que, por
acabar de abatir y envilecer el alma del mo
narca , le encadenáron como á un esclavo, ó
por mejor decir, como á un criminal. Mo
tezuma, á quien su orgullo y su arrogancia le
habían abandonado, tendió las manos y sin
quejarse recivió esas ligaduras infames.
Puesto en libertad, y avergonzado de su de
bilidad, pretendió ocultarla á su pueblo, á sn
corte y á sus ministros mismos. Él dijó que
por medio de una pena voluntaria, venia de
expiar la muerte de algunos de los soldados
de Cortés (t) muertos en los campos de Zam
pola ; él permitió que á su vista misma fuesen
quemados vivos los Indios que habian cas
tigado la insolencia de los soldados Españoles.
Yo vi á ese valiente Colpoca, que en el motin
causado por esos bandoleros, habia muerto

(i) Estos eran Escalante y siete Españoles mas, fle


entre los que habian dejado en Vera-Cruz , y qua
ellos tomaron parte en los motivos contra las tropas
del imperio.
64 LOS INCAS,
él mismo dos de estos ; yo le vi, repito, pre
sentarse á nosotros trayendo «n una mano
la cabeza de un castellano, y en la otra la
flecha ensangrentada aun,y con la que le ha
bia atravesado el cuerpo ; yo le vi ese hom
bre valeroso, que jamas conoció el miedo .;
ese hombre tal que, si Méjico hubiera tenido
veinte como él, esta ciudad y el imperio no
se habría subyugado ; yo víle perecer entre
las llamas : Cortés él mismo mandé que le
arrojasen vivo al brasero. ¿ Ves ese jóven que
llora ? ese es su hermano ; él iba á abrasarse
con él ; mas yo le detuvé, y dijé : ¿ que vas
á hacer ? ¿ quieres abandonarnos ? ¿ deseas
morir antes de vengarte ?
Motezuma se desentiende de todas las
violencias y afrentas ; él alababa la bondad
de Cortés ; él fingia que estaba libre y gus
toso en medio de las centinelas que le ha
cian temblar, y á quienes llamaba amigos.
Este desventurado principe invita su pue
blo y sus cortesanos á venir á festejarle. El
bien de su imperio, la conservacion de la paz,
ias ventajas que resultaban de la alianza con
los Españoles, alianza que no tenia otro ob
jeto que el de esclavizarnos, y finalmente,
la voluntad de los dioses : de todo esto se
valió para imponernos una ciega obediencia
y un respeto religioso. El mismo aparentaba
LOS INCAS. 65
«star libre delante de los mismos de quien
era esclavo. El preveníala voluntad de Cor
tés por dispensarse de ejecutarla ; de forma
que se imponía á si mismo las mas duras leyes,
de miedo que se las dictase ese caudillo
osado.
A la avaricia de estos amos, ¿1 prodigaba
montones de oro ; él ofreció rendir á su
principe un homenage que su mismo orgullo
quizá no hábría exigido de él, y creia dar á
este acto de debilidad y subordinacion la apa
riencia de la justicia y de la magnanimidad;
de forma que él no tenia pena de envilecerse
por si mismo, con tal que otros no le forza
sen á hacerlo. Solamente á sus dioses, a esos
espectros horrorosos que le habian engañado
y hecho traicion mil veces, esos fuéron los
únicos a quienes defendía con una noble cons
tancia ; pero el honor, la libertad, los bienes
de su pueblo y de su corona, todo fué aban
donado á esos insolentes opresores.
Motczuma esperaba al fin que , colmados
de regalos, y apaciguados por sus condescen
dencias, nos dejarían libres. Así lo prometié
ron ; pero el cielo contradijó sus votos ; porque
bien pronto supimos que nuevos ladrones
públicos, procedentes de las mismas regiones,
venian á arrebatarles el fruto de su conquista
por fuerza ó por engaño : de forma que Cor
6*
06 LOS INCAS.
tés, obligado á combatirlos, no podía dejar
en la ciudad que un muy pequeño número
de sus tropas ; pero aunque tan pequeño ,
Motezuma, asombrado, abatido, bajamente
creyó que era muy superior á las fuerzas de
sus vasallos, que, aprovechándose de una tan
favorable conyuntura, pedían su libertad ; y
el monarca,ofendido de esta súplica, respondió
que él no era esclavo ; que su conducta no
solamente era sabia, sino aun mas volunta
ria qme jamas; en fin, dijó, enfurecido, que
se habia adherido á los Españoles, que los ha
bia prometido su amistad, y que no quería
darles lugar á quejarse de él, como de un
hombre sin palabra y sin fé.
Motezuma estaba tan entusiasmado de esta
ilusion que todo el horror del crimen del
cual tú vas á temblar, apénas pqdó desen
gañarle. En este tiempo se celebraba una de
nuestras grandes fiestas, y era de costumbre
en estas solemnidades rendir un homenage
á los dioses por medio de danzas públicas.
La flor de la juventud la mas brillante se
hacia distinguir por su magnificencia, y Mo
tezuma, confiado en la paz prometida, quisó
que esos ladrones , á quienes llamaba sus
huespedes, estuviesen presentes á ese espectá
culo numeroso. Ellos eran muy pocos, pero
armados y nosotros indefensos. Imaginese ver
LOS INCAS. 67
linces y leopardos errantes al rededor de
una debil manada de machos cabrios, ó de
gamos pacíficos. La sed de sangre que les
devora se altera sordamente en el fondo de
sus entrañas ; se aproximan sin hacer ruido,
ocultan su rabia, y repentinamente acometen
y hacen una carnicería horrorosa.
De esta misma suerte veiamos los Castel
lanos, testigos de nuestros juegos pacíficos,
ya rodeándonos, ya observándonos con una
envidia tal que el oro, las perlas y los dia
mantes de que estabamos adornados fuéron
el incentivo de ese ardor furioso contra el
cual nada hay reservado, nada sagrado en la
tierra. Atónitos de ver estas alajas, y dándose
unos á otros la señal (i) para el asesinato y
el pillage, sacaron sus espadas, y degolláron
todos los indios de la danza, excepto aquel
los que la huida pudó librar de sus manos
homicidas. Despues de una carniceria tan es
pantosa, se dedicaban al pillage de sus mis
mas victimas con tanta alegria, tan insensibles
á los clamores de los moribundos, como las
bestias feroces.
A vista de un crimen tan atroz , no nos
quedaba otro medio que el de deshacernos de

(I) La señal fué Santiago y i Moa.


e» LOS INCAS.
unos tales traidores, ó de morir ántes que ser
sus esclavos. Motezuma , debil siempre , pre
tendio entonces justificar la conducta de los
Españoles, ó al ménos disculpar este atroz
atentado ; pero nadie le creyó : el sentimiento
del pueblo, su ira, su cólera furiosa se mani
festáron contra él de un modo palpable y
decisivo.
En tan criticas circunstancias vinó en masa
al palacio de mi padre á suplicarle le ayudase
á recobrar su libertad. ¡ O padre mio ! ex-
clamó el jóven cacique, si el salvar la patria
hubiera consistido únicamente en el valor,
Imprudencia y el carácter firme, ¿ quien mejor
que tú babria merecido el honor de ser su
libertador ? En efecto, mi padre se pone á la
cabeza de este pueblo ofendido, fuerza al ene
migo de retirarse á lo interior de la fortaleza,
sin que ninguno osase mostrarse, y le sitia
por todas partes. Entónces se nos anunció
que Cortés volvia de España.
LOS INCAS. 69

CAPÍTULO IX.
Continuacion del capitulo anterior.

Este facineroso afortunado, viéndose libre


de Narvaez, ese rival que venia á disputarle
su presa, reforzó sus tropas con las de este(i),
y entónces mas activo que nunca, se pone en
marcha para Méjico, llega á sus muros, y ex
traña el profundo silencio que reynaba. Entra
en la ciudad con mucha desconfianza, y al fin
penetra hasta su palacio, y se encierra con sus
compañeros.
Mi padre, que no le perdió de vista hasta
este punto, entendió los gritos de alegria con
que fué recibido por los soldados sitiados.
Mañana, les dijó Cortés, mañana esos gritos
Ai: viva, serán cambiados en muera. En efecto,
desde el dia siguiente, todo el pueblo se pusó
sobre las armas, y mi padre mandó dar el
asalto. Inca, este momento fué terrible. Si el
peligro hubiera solo consistido en franquear
nos la entrada sobre murallas guarnecidas de

(i) La conducta de Cortes en esta ocasion es mi


rada como una de las mejores acciones de su vida,
Véase Antonio d* Solu.
50 LOS INCAS,
espadas y lanzas, esto no mereceria contarse.
Figurate una muralla de fuego, un terraplen
fulminante, de donde, en medio del humo y
las llamas, salia continuamente una granizada
homicida, y truenos espantosos de los cuales
cada uno llevaba consigo mismo la muerte ;
de forma que nuestros Indios, cubiertos de la
sangre de sus amigos, que resaltaba al rededor
de ellos, marchaban al ataque sobre montes
de cadáveres ; pues tal era su valor, su rabia
y sus deseos de venganza. Un trabajo obsti
nado se empleaba en destrozar los muros y las
puertas ; con las lanzas se formaron escalas,
y los Indios muertos serviéron de parapetos á los
que habian ya montado; de forma que cuando
dentro del palacio de Cortés reynaba la confu
sion y el asombro, afuera el furor estaba en
todo su colmo, y la victoria habria sido nues
tra si el Sol no nos hubiera privado de su luz,
y forzado á suspender el combate.
Por la noche, con flechas inflamadas pren
dimos fuego á los techos del palacio funesto:
el incendio y el horror despierta á los Espa
ñoles, y miéntras que ellos se ocupaban con
Cortés á apagarle, nosotros descansamos un.
poco ; pero, al rayar la aurora, todos tenía
mos las armas en la mano.
El enemigo hace una salida ; la ciudad
entera se convierte en campo de batalla ; nues
LOS INCAS. 7i
tra sangre corría por todas las calles ; pero tu
vimos tambien el gusto de ver correr la de
los Castellanos. La carniceria cesó al anoche
cer, y Cortes y los suyos volviéron á encer
rarse.
Miéntras que nos empleamos en enterrar
nuestros muertos, el enemigo construyó tor
res ambulantes para combatir desde ellas y
estar á cubierto de la lluvia de piedras que
incesantemente caia sobre ellos, y arrojaban
los nuestros que estaban en los techos. No
obstante, mi padre se aplicó á evitar el de
sórden que ordinariamente ocurría al tiempo
del combate, y de cuya falta procedian per
juicios y daños irreparables ; él empezó i
ejercitar sus guerreros por movimientos uni
formes, estableció sus puestos, dispusó sus
ataques, dirigió sabiamente una honrosa reti
rada, al paso que cortaba la del enemigo. La
ciudad, fundada en medio de un lago, estaba
cortada por canales, cuyos puentes, faciles á
romperse, podian dejarnos grandes fosos in
superables á nuestros tiranos ; ventaja de la
cual quería mi padre supiesen aprovecharse
los nobles Mejicanos.
Hijos mios, nos dice, guardaos bien de ese
ardor ciego que os quita la libertad de pe
lear unidos y de un comun acuerdo : la
multitud es siempre debil, y cuando un pue
7a LOS lNCÍS.
Lio carga en tropel a) enemigo, su valor se
debilita por su número. Observad en vues
tros movimientos el órden que yo os he pres-
cripto , y entónces yo os salgo garante de la
victoria. No porque cueste caro debemos aquí
desalentarnos ¡ si no reparasemos en nuestras
perdidas, mas valdria renunciar á las espe an-
zas de vencer. Mas en el momento del com
bate, ¿ como pudiéramos con la fuga, evitar la
muerte que nos aguarda en nuestras casas
mismas, en los brazos de nuestras mugeres é
hijos? Sabed que la libertad, la venganza, la
gloria de haber servido bien á vuestra patria
y á vuestro rey, no la hallaréis sino conmigo,
en medio de vuestros enemigos vencidos.
En fin , viéron salir del palacio de Cortés,
aquellas torres llenas de hombres armados,
tiradas por valientes cuadrupedos, y cuya cima
vacilante arrojaba aseladores fuegos ; mas las
piedras enormes que llovian de lo alto de las
casas, las derribáron pronto, é hiciéron mil
pedazos. Peleóse entónces en descubierto, sin
confusion ni desórden. La matanza era hor
rible. En medio del incendio de nuestros
palacios, adonde el enemigo llevaba la antor
cha,marchaba el furor en silencio,y adelanta-
base la muerte á pasos lentos. Cada trinchera
era un puesto atacado y defendido con un
valor igual. El enemigo no nos llevaba otra
LOS INCAS. 73
ventaja que la de aquellas armas terribles,
imágen del rayo, que seguian su ejército ;
¡ mas que número ó que valor seria capaz de
compensar esta ventaja ! No otra cosa hizo
dudoso el exito de un combate tan largo,
tan encarnizado y sangriento. AI iin, cediónos
el puesto el enemigo, mas bien por cansado
que vencido.
Mi padre, señalándonos entre los muertos
á mas de cuarenta de aquellos foragidos (i),
no3 hacia esperar el exterminio de los demas.
Animo, nos decia ; con otros dos combates
como este, quedará libre el imperio Mejicano.
El pueblo miraba con ansiosa alegria á los
Castellanos extendidos á sus pies; contabales
las heridas, y cada cual se atribuia la gloria
de haber causado laguna. En medio de ello,
todos juntos exclamaban : esos extranjeros
no son inmortales.
Alentados con este espectáculo, aguardáron
con impaciencia el asalto determinado para
el dia siguiente. El fué tal que ya no podian
sostenerle los sitiados. Aproximabase el pueblo
á Jos muros, para superarlos y ganar el pri
mer recinto. Entonces Cortés desesperado,

(i) Las dos terceras paites de los Españoles , y en


tre ellos Cortes , habían si.'.u heridos en este combate.
TOMO 1 J
74 LOS INCAS,
forzó á Motezuma á que se presentase en la
altura del edificio, y nos ordenase cesar el
ataque. Obedece el monarca : manifiestase y
hace senas, para que se le escuche. Su presen
cia suspende el asalto, y el pueblo lleno de
respeto calla se, postra y se dispone á oirle.
Motezuma entónces, en voz alta, dió gracias
á sus vasallos por haber intentado libertarle ;
pero que supiesen que él estaba libre y en
medio de sus amigos, los cuales consienten
en retirarse desde mañana, con tal que al
instante mismo se depongan las armas,y en se
ñal de paz cese toda hostilidad. Yo lo quiero
asi, añadió el monarca, y yo os lo mando.
Obedeced á vuestro rey.
La multitud, á esta voz, quedó indecisa y
vacilante ; pero mi padre le respondió :
Si estás libre, ó gran rey , salte y ven á
reynar sobre nosotros ; mas en el entretanto
no escuchamos á un desventurado príncipe
á quien se obliga á pronunciarse contra su
voluntad. No, hijos míos, añadió mi padre,
no es un rey quien os habla, sino un cau
tivo á quien se amenaza, y que obedece a
la ley imperiosa de la necesidad. Su boca
pide la paz ; pero estad seguros que su cora
zon clama por la venganza. Vengadlo, pues,
sin dar oidos á lo que le dictan sus tiranos.
Á estas palabras recomienza el asalto : pi
LOS INCAS. 75
den al rey que se aleje ; pero el enemigo le
detiene y le expone á nuestros tiros. Mi padre,
temblando por él, quiere que embistamos por
otro lado ; mas fué inútil porque una piedra,
fatal descalabra á Motezuma, le echa por
tierra, y al fin exhala su último aliento en ma
nos de sus enemigos. El pueblo, al verle caer,
da un grito terrible de dolor, y huye despa
vorido, como si se hubiese hecho culpable de
un parricidio. Bien pronto el enemigo nos
envia su cadáver desfigurado. Cercale al mo
mento una muchedumbre llorosa ; y maldi
ciendo la mano que mató al monarca, llena
el ayre de horribles alaridos, é inunda el ca
dáver con sus lágrimas.
Juntanse los caciques, y mi padre es ele
gido por sucesor de Motezuma. Desde el
mismo instante, un nuevo plan de ataque
y de defensa acaba de desconcertar á los
enemigos.
Mi padre prefirió la lentitud de un sitio
á la viveza de los asaltos, siempre sangrientí
simos-. Hizo colocar sus tropas en un recinto
inaccesible al fuego de los Españoles, y ro
deólos de parapetos y trincheras. Adelantansc
los trabajos, y Cortés, temeroso, medita su
retirada casi al momento decisivo. Mi padre,
que había previsto que Cortés aguardaría la
obscuridad de la noche para favorecer su re-
76 LOS IJNCAS.
tirada, hizo romper los puentes del dique,
y rodeó este con una multitud de canoas
llenas de Indios diestros en el manejo del
arco y de la piedra. El mismo, puesto á la
cabeza de los caciques, quiso cargar la co
lumna de los enemigos, y todo fué ejecutado
con un zelo excesivo, tal que los Indios qui
siéron subir al dique, y su imprudencia costó
SI
la vida á una mttcedumbre de ellos. De las
tropas de Cortes, pereciéron á nuestras manos
doscientos soldados españoles y mil indios
aliados suyos : los demas se salváron con la
ayuda de un puente levadizo ; y cuando el
dia vino á descubrir la carnicería , encon
tramos á los Castellanos ( cuya muerte nos
habia vengado ) llenos del oro que nos ha
bian robado, y cuyo peso les habia abru
mado y hecho ceder en el combate : así el oro
fué una vez útil á nuestra defensa.
En este combate , que habia enrogecido con
sangre la laguna de Mejico, mi padre recibió
dos heridas mortales. Cuando llegaba su úl
tima hora, me llamó y dijo : Hijo mío, ya ves
el fruto de un mal gobierno- Esos foragidos
van á hacerse mas fuertes con el auxilio de los
pueblos que Motezuma ha hecho gemir tanto
tiempo. ¡Hay! yo preveo al morir la ruina de
mi patria : no soy tan desgraciado , pues que
no la sobrevivo, y al fin, muero con el con
LOS LNCAS. 77
sucio de haber hecho cuanto he podido por
libertarla hasta mi último aliento. Defiéndela
tú como yo, aunque Tío haya esperanza de
conseguir su libertad , y seas el último que
perezca noblemente peleando sobre sus ruinas.
Dichas estas palabras, yo me sentí estrechar
entre sus brazos, y expiró al instante mismo
en que sus labios fríos me habian dado el os
culo de paz.... i
Un recuerdo tan cruel y tierno conmovio
tan vivamente al héroe Mejicano que su voz
quedó apagada ; y los Incas, fijando los ojos
sobre un hijo tan virtuoso y sensible, aguar
dáron en silencio á que su corazon se desa
hogase.

r
7? LOS INCAS.

CAPÍTULO X.
Sigue la relacion

Los caciques, dijo Orozimbo recobrando


la palabra, eligiéron por sucesor de mi virtuoso
padre al jóven Guatimozin, su sobrino y mi
amigo, y el mas valiente de los hombres, el
cual se mostró bien digno de esta eleccion ;
pero, ¡ ay ! la suerte fué injusta á su valor.
Cortés se presentó de nuevo, con fuerzas
formidables, en las orillas del lago. A mil Cas
tellanos (i) su fortuna habia reunido mas de
cien mil auxiliares : tal era el ardor de nues
tros pueblos en volar á doblar la cerviz bajo
el yugo.
Todas las ciudades circunvécinas se llená
ron de terror y de espanto. Unas se colocáron
bajo las banderas de Cortés , y tomáron las
armas por su causa; otras quedáron desier
tas, y sus habitantes despavoridos procuráron
salvarse dentro de nuestros muros, ó en la
espesura de los montes.
Poco tiempo despues, vimos lanzar en la
laguna mejicana una flota (a) semejante í la

(i) Hahia recibido de Espaiia nuevos socorros.


(a) Compuesta de trece bageles.
LOS INCAS. -jg
que habia traido á aquellos bárbaros. En vano
el grande número de nuestras canoas la blo
queaba por todos lados : todas sufrian un gran
riesgo por el choque de aquellos enormes ba
góles ; las rompían , las echaban á pique, y
hacian perecer los Mejicanos que estaban á su
bordo.
Inauditos fueron los esfuerzos que hizo
nuestro joven monarca, con el talento y la
actividad que le eran naturales, para suplir
á la ventaja que tenian sobre nuestros frágiles
esquifes los bageles enemigos. El ardor de
Guatimpzin y sus grandes conocimientos se
señaláron aun mas en la defensa de nuestros
diques. Presente en las obras como en los peli
gros, él era siempre el alma de su pueblo. El
fuego de su valor abrasaba todos los corazo
nes, y los obstáculos que oponia á las huestes
castellanas hacian ya desmayar la constancia
de estas. Sentiendo los trabajos y peligros de
un largo sitio, nos propusiéron la paz ; pero,
aunque por nuestra parte la pedia el pueblo,
y el monarca mismo consentía en que se acep
tase, porque la hambre era cruel, no era
esta la opinion de los sacerdotes, pues que
se opusiéron á ello en nombre de los dioses.
Estos mismos sacerdotes eran los que habian
abandonado el alma de Motczuma, y ellos
nrismos despues lisonjeáron imprudentemente
So LOS INCAS,
la audacia de Guatimozin. Consternados en un
principio por la mera sombra del peligro , ja
una triste apariencia de 'victoria habia con
vertido su pusilanimidad en una grande ar
rogancia.
¡O credulidad fatal! un oráculo nos hizo
despreciar la paz; pero un Dios mas fuerte
que todos los nuestros desmintió sus vanas
profecias. Él permitió que los pueblos menos
acostumbrados á la servidumbre (i) bajasen
á hacer su servicio en los valles. Apenas
Cortés vió cubierto su campo con sus fieros
batallones, resolvió darnos el asalto (a).
A pesar de los esfuerzos de un valor deter
minado, el enemigo se abrió paso por los tres
diques ; penetró en lo interior de nuestros
muros, y se estableció sobre las ruinas de la
ciudad. El se había adelantado, precedido del
estrago que causaban sus fulminantes armas ;
de forma que, por tres caminos diferentes y
opuestos, llegó al fin al centro de una capital
en la cual, desde tres dias ántes, reynaba el
espanto, la confusion y la muerte... Diciendo

(r) Los Otomies.


(a) Cortes comandaba entonces un ejercito de dos
cientos mil hombres. Luego es falso que tomó la gran
capital de Méjico con solo quinientos hombres , como
lo han dicho tantas veces varios historiadores.
LOS INCAS. 8i
estas palabras, interrumpió su discurso por
un movimiento de rabia , y exclamacion ,
¡oh memoria horrible!...
El Inca procuraba calmarle; pero el desven
turado príncipe le dice : Tú vas por ti mismo
á juzgar si mi dolor es* justo. Yo combatía al
lado de mi rey, habiendo abandonado en el
palacio sitiado de mis padres, á una hermana
adorada que me queria mas que á la luz del
dia. Para guardarla y defenderla , yo habia
dejado á la cabeza de muchos Indios al va
liente Telasco, aquel fiel amigo de mi corazon,
el hombre á quien yo mas amaba, y al cual
estaba mi hermana prometida. Este digno
amigo se defendia con todo el ánimo que ios-
pira el amor junto con la desesperacion, y lo
infundia á sus soldados ; de manera que cada
uno de ellos parecia, como él , proteger los
dias de una amante. Ninguna de sus flechas
partia en vano ; el pórtico del palacio es
taba inundado de sangre, y la muerte impedia
acercarse á él. Pero, de los alcazares vécinos
que el enemigo habia incendiado, se comu»
nicaba el fuego ya á este. Los sitiados se hal
laban envueltos en un torbellino de humo ;
las llamas penetran por medio de él, consumen
los maderos de cedro, y se extienden por to
das partes, asolando y abrasando cuanto en
cuentran.
82 LOS INCAS.
Solo el peligro de mi hermana era lo que
ocupaba el ánimo de mi amigo ; él la busca en
medio de las llamas, y en aquel palacio soli
tario, cuyo recinto defendían por todos lados
sus soldados, da gritos dolorosos, llamando á
su querida Amatite. Hállala, en fin, despavo
rida, corriendo sin cabellera y buscándole para
abrazarle antes de perecer en el fuego. ¡ Oh
mitad adorada de mi alma ! la dice, asiéndola
de la mano y estrechándola entre sus brazos :
no hay otro remedio que morir ó ser esclavos.
Yo te doy á escoger ; solo nos queda un ins
tante. — Muramos, le respondió mi hermana,
y sin tardanza saca él de su carcax una flecha
para atravesarse el seno. Detente, le dijo ella,
detente, y empieza por mí , porque yo des
confio de mi mano , y quiero morir por la
tuya. —
Acabando estas palabras se deja caer en sus
brazos, y al acercar la boca á la de su amante
para dejar en ella su último aliento , ella le
descubre su seno. ¡Ay !¡que mortal no habría
desmayado en aquel momento! Mi amigo
trémulo la mira, y encuentra en ella unos ojos
cuya languidez hubiera desarmado al Dios del
mal. Él Vuelve los suyos, y levanta su brazo
sobre ella; mas este temblando cae sin herirla.
Por tres vuces le insta su amante, pero todas
se niega su mano á atravesar un corazon que
Tffñt /' Paye M

_i i
LOS INCAS. 83
le adora. Este combate le da el tiempo de
variar de determinacion. Pío, no, dijóía, yo
no puedo acabar. — Mas ¿ no ves, le replica
ella, las llamas que nos rodean ? ¿no ves la
esclavitud y la vergüenza delante de nosotros,
si carecemos de ánimo para morir ? — Tam
bien veo, prosiguió él, la libertad, la gloria
si podemos escaparnos. Al punto, llamando
á sus soldados : Amigos, les dice, seguidme ;
voy á abriros un paso. Hace guardar á mi her
mana, manda que le abran las puertas del
alcazar, y se mete en medio del tropel de
sus enemigos asombrados.
E) que me refirió aquel combate se horro
rizaba él mismo. Cual una enorme roca que
se desprende y rueda de lo alto de los montes,
se estrella contra las olas, y se abre en el
mar un abismo en medio de su rabia furi
bunda ; así se precipita sobre las filas enemigas
el formidable Telasco, saliendo del alcazar de
mi padre. La muchedumbre de los contra
rios carga sobre él, él los rechaza todavia con
una pesada porra : rompe á derecha, y á
izquierda las espadas y lanzas, y, semejanteá
un furioso torbellino, derriba todo cuanto en
cuentra. Mi amigo , cubierto de heridas y
manchado con la sangre que coiria por ar
royos , se defiende en medio de los cadáve
res, y pelea hasta que le faltan las últimas
84 LOS INCAS,
fuerzas. Al fin vánsele de la mano la porra
y el escudo, y fatigado cae. El respiraba to
davia ; cogiéronle vivo, y mi hermana siguió
la suerte de mi amigo. Yo no he podido averi
guar si, muerto el uno, la otra ha tenido la
fuerza y la desgracia de sobrevivirle. ¡O cie
los ! Acaso en este momento gime bajo la es
clavitud de un amo inflexible. Quizá mi her
mana... ¡Ay ! lejos de mí tan espantoso pensa
miento : ella me reanima el fuego devorador
de la rabia y atormenta mi corazon
Observando el Inca que Orozimbo compri
mia sus sollozos y ligrimas , le rogaba que
interrumpiese esta relacion aflictiva. No, dijo
el cacique, acabemos ; ya que he podido so
brevivir á mi desventura , es menester que
tenga la fuerza de sobrellevar su imágen.
Forzados todos nuestros puestos , quedaba
la ciudad entregada á la furia del vencedor.
El rey no tenia ya otro asilo que su palacio,
bajo las ruinas del cual su nobleza le ofrecia
sepultarse. Con la esperanza de vencer , se
reunió i los Indios que el espanto y la con
fusion de la fuga habia dispersado por los
montes. El pensó venir á su turno á sitiar y
confundir su enemigo. Iba atravesando la la
guna en tanto que, con el objeto de favorecer
su huida, nuestras canoas ocupaban á la flota
de Cortes en un combate desesperado. Pero.
LOS INCAS. 85
jay! toda la sangre prodigada por él no fué
bastante para salvarle : el desventurado mo
narca fué preso. Aquí otra vez desfallece mi
espirita.... Entónces un delirio estúpido se
apodera del alma de Orozimbo : enmudece su
lengua, y sus ojos inmóviles señalaban el hor
ror y el espanto. Por último, exclama : ¡ O
Guatimozin, ó el mas magnánimo y grande
de los reyes! un brasero, una cama de ascuas
ardientes te estaba preparada : tal fué la
pompa del lecho en que inhumanamente te
colocáron... ¡ Oh barbarie atroz ! gritó el Inca
estremecido de horror. Aguarda, dice el caci
que, aguarda; todavía los conocerás mejor....
Miéntras que el fuego consumía hasta la mé
dula de sus huesos, Cortés, con una serenidad
de hielo, observaba los progresos del dolor,
y decía al rey : si estás cansado de sufrir,
declara en donde has ocultado tus tesoros.
Ya porque no tuviese nada oculto, ó por
que creyese vergonzoso el cederá la violencia,
el héroe Mejicano honró á su patria por su
constancia en los tormentos. El fijó la vista
con indignacion sobre el tirano, y le dijo :
Hombre feroz y sanguinario, ¿ conoces tú para
mí un tormento igual al de verte? No se le
escapó en fin ni queja, ni suplica , ni palabrá
que implorase la piedad por medios humil
lantes.
TOMO [ S
I ■i

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88 LOS INCAS.
Estaba igualmente que el sobre las ascuas
un fiel amigo de este principe ; pero, mas dé
bil, no podia sobrellevar el dolor, y hallán
dose para expirar, volvia sus ojos llorosos hacia
el monarca : ,; Y yo, gritole Guatimozin. es
toy acaso sobre algun lecho de rosas ? Tales
palabras fuéron bastantes para comprimir los
sollosos del amigo (i).
Esta relacion te estremece, Inca ; pero tedo
lo que has oido no es nada todavía. Tú no
has podido considerar á esos bárbaros sino
en el ardor de la carniceria. Mas para juz
garlos, es menester que los veas en el regazo
de la paz, en medio de los pueblos que han
desarmado, cuando los unos caminan á su
encuentro con Mia alegria pura, y los otros
con la timidez y el ruego. Uno les presenta,
de su propia voluntad, cuanto tiene de mas
precioso ; otro se esmera en servirles fran
queándoles su choza : aquí se ven los que so
brellevan en su obsequio ios trabajos mas
duros y mas penosos ; allí se agobian sin que
jarse del peso de la carga con que les abruman;
muchos sucumben á los golpes con que les

(i) Cortés hizo suepender la ejecucion, y Guati


mozin vivió aun dos años, al cabo de los cuales fué
ahorcado por la deposicion de un Indio que le acusó
de haber conspirado contra los Españoles.
LOS INCAS. 8;
hieren, y algunos se dejan poner con un yerro
ardiente la marca de esclavitud. Aquí es donde
se echa de ver la crueldad de los Castellanos.
Todo lo que td puedes imaginarte acerca de
los excesos de la tirania, no es aun nada res
pecto de los males que esos monstruos hacen
sufrir á los hombres mas dóciles é inocentes.
Atemorizados estos al contemplar el suplicio
de su rey, el saqueo de su ciudad y sus cam
pos, no se ocupaban sino en solicitar la piedad
de los vencedores : á la fiereza de los tigres,
oponian la mansedumbre de los corderos.
Pero ni sus caricias, ni sus lágrimas, ni el
abandono voluntario de los pocos bienes que
poseian, ni una obediencia muda, una ciega
sumision, y en fin el último de los sacrificios
que pueda hacer el hombre, el de su liber
tad misma, nada fué capaz de calmar la furia
de aquellos corazones sanguinarios.
Si alguna vez un esclavo, abrumado por el
peso de su carga y por el cansancio de un largo
y penoso camino, se atreve á gemir ó mani
festar de algun modo su dolor, al momento un
pronto castigo le imponia silencio ; y si se
rendia al excesivo trabajo ó á la miseria, un
brazo desapiadado le hacia exhalar su último
aliento. ¡Ah crueles! dicen aquellos inocentes,
¿que mal os hemos hecho ? Nuestra vida toda
88 LOS INCAS,
ha sido consagrada en serviros; ¿porque pues
nos la robais ? Concededla, al menos, á nues
tras mugeres é hijos. Pero los foragidos se
hacen sordos á estos tiernos lamentos : Oro,
oro, tal es el grito de su rabia ; no, no es po
sible apagar su sed del funesto metal de nues
tras tierras. En vano el pueblo le trae pre
suroso lo poco que posee de él ; nada basta,
y miéntras que, arrodillado, levantando las
manos al cielo, sus ojos bañados en lágrimas,
protesta que no tiene mas, se le encadena,
se le entrega á tormentos horribles para obli
garle á que descubra lo que puede tener aun.
Su avaricia ha llegado á inventar tormentos
inconcevibles y suplicios inauditos. Ingeniosa
en complicar y prolongar los dolores, ella da
á la muerte mil formas horribles.
Pero nada choca tanto de su atrocidad como
su serenidad fria. La naturaleza ha quedado
muda en esos corazones endurecidos. Al re
dedor de las hogueras en que las llamas de
voran á una familia entera, en medio de una
aldea cuyas techumbres caen ardiendo sobre
las mugeres preñadas, sobre los débiles an
cianos, y sobre los niños; al pié de los pa
tíbulos en donde un fuego lento consume al
hijo y á la madre despedazados ántes de mo
rir ¡ en estos funestos espectáculos se ven esos
LOS INCAS. 89
hombres burlándose, riéndose, regocijándose,
é insultando á las víctimas de sus furores infer
nales.
Inca, no nos eches en cara el haber visto
tantos males sin morir de dolor, añadió el
cacique, derramando arroyos de lágrimas ; y
luego, con una voz interrumpida por continuos
sollozos, prosiguió : si nosotros sobrellevamos
nuestras desgracias, si vivimos, si huimos de
nuestra desventurada patria, no es sino para
buscar vengadores.
; Ah! dijóle el Inca,abrazándole,ciertamente
los mereceis. Yo siento vuestros males, y tomo
parte en ellos. Si no puedo repararlos, espero
á lo menos suavizarlos. Permaneced con no
sotros, ilustres desgraciados, y sea mi corte
vuestro asilo. Mas, ¡ ay ! si yo he de creer en los
presagios que comienzan á manifestarse , se
acerca el tiempo en que necesite de vuestro
valor y experiencia. ¡Oh principe generoso!
exclamáron los caciques , la vida es el único
bien que el destino nos concede ; ella es tuya,
y tú puedes prodigarla : sin ti, ya la deses
peracion hubiera cortado el hilo de nuestros
dias.
no LOS INCAS.

CAPÍTULO XI.

Extienden los Españoles sus estragos al mediodia de


la America. — Carácter y empresa de Pizarro. Cien
jóvenes Castellanos parten de la isja Española para
irse á reunir con él.—Mándalos Alonso de Molina,
llevando en su compañía á Bartolomé de las Casas.
—Su viage y llegada á Panamá.

Miéntras que la paz, la justicia, la huma


nidad reynaban aun en aquellas regiones afor
tunadas, bajolas leyes de los hijos del Sol, la
tiranía de los Castellanos se dilataba cual un
incendio : la ruina y la soledad señalaban sus
progresos.
Habian ya desolado el norte de la Amé-
rica,y ya empezaba tambien á serlo el medio
dia. En vano aquel piadoso solitario, aquel
animoso defensor de la humanidad, aquel ca
riñoso amigo de todos los infélices Indios ,
Bartolomé de Las Casas , habia hecho retum
bar el grito de la naturaleza hasta en la en
traña mas profunda é intima del corazon de
los reyes : (i) una piedad estéril, una voluntad

(0 Fernando y Carlos Vo.


LOS WCAS. 9i
sin fuerza para remediar á tantos males, esto
fué todo lo que obtuvo. Se hiciéron leyes ;
pero estas leyes quedáron sin fuerza, porque
en distancias tan grandes no podian atajar
ni reprimir la licencia ; y entónces la ambi
cion sacudió el yugo que se la queria poner,
y bajo unos reyes que condenaban la opre
sion y la esclavitud , el Indio fué siempre
esclavo y el Español opresor. Bartolomé, siem
pre buen ministro de la eterna sabiduria, llo
raba a las márgenes del Ozama (i) la impo
tencia de sus esfuerzos.
No obstante, el Istmo estaba en poder del
mas inhumano de todos los tiranos. Este bár
baro se llamaba Davila. Por sus crueldades
logró subyugar los pueblos de las montañas
que unen las dos Américas. Atravesando las
sierras y los bosques, y superando todos los
precipicios, sus soldados y sus perros devo-
radores fuéron echados contra los Indios sal-
vages, Indios pacíficos, Indios desarmados, y
que para destruirlos no «uviéron mas trabajo
que el de perseguirlos y degollarlos. Hé aquí
como se abrio el pasage y comunicacion del
Océano del norte con el mar pacífico.

(i) Rio sobre el cual Bartolomé Colomb, hermano


del Almirante, había hecho fundar la ciudad de Santo-
Domingo.
9a LOS INCAS.
Desde allí nuevas tierras se descubren, y la
ambicion de conquistar encontró un grande
objeto. Balbóa (i), digno precursor del san
guinario Davila, habia ya querido penetrar
en las regiones meridionales,y las playas donde
él desembarcó fueron inundadas de sangre in
diana. Despues de Davila, nuevos facinerosos
han penetrado mas en lo interior de aquellos
paises ; pero la constancia ó la fortuna les ha
fallado en su empresa.
Para la ruina de esta parte del Nuevo
Mundo, era preciso que la naturaleza hubiese
formado un hombre de una resolucion y de
una intrepidez á la prueba de todos los ge
neros de males; esto es, un hombre endure
cido al trabajo, á la miseria y al sufrimiento;
que supiese llevar con paciencia todas las
privaciones, arrostrarlos peligros, superar los
obstáculos, y hacerse siempre fuerte aun en
medio de los golpes de la mas dura adver
sidad.
Este hombre extraordinario fué Pizarro, y

(0 "Vasco Nun.ez de Balboa , que fue el descubridor


del mar Pacífico en el ano t5t3;y fuéá el a quien un
Indio dijo : Beru, Pelu¡ es decir, yo me llamo Beru,
y kabito en las márgenes de Pelu. De aquí vino el
nombre de Peru. Balboa era bierno de Davila , y este
le bizo cortar la cabeza.
I.OS INCAS. 93
una grandeza de alma, tal que nada era cápaz
de debilitarla, no era pues su única virtud.
Enemigo del lujo y del fausto, sencillo y
grande, noble y popular, severo cuando era
menester, indulgente cuando podia seilo, y
moderando, por su afabilidad y trato libre, el
rigor de la. disciplina y el peso de ¡a autori
dad ; prodigo de su propia vida y apreciador
de la del soldado ; liberal, generoso, sensible,
no conocia aquella codicia que deshonraba á
sus compañeros : la ambicion de gloria, la sa
tisfaccion de haber emprendido y hecho una
conquista inmensa, esto era lo mas digno de
su corazon altivo. El vió amontonar á sus
pies masas enormes de oro entre arroyos de
aangre ; pero este oro no pudo alucinarle, y
íolo halló placer en distribuirlo. Sobrio y
frugal durante su vida, hallóse pobre a su
muerte. Tal fué el hombre á quien la for
tuna habia sacado del mas vil estado (i), para
hacerle el conquistador del imperio mas rico
del mundo.
Conocido su valor, el virey del Istmo (a)
le concedió licencia de ir á buscar nuevas
regiones y nuevos tesoros mas allá del ecua-

(i) Piaarro y Sixto V fueron iguales en su primera


condicion.
(2) Don Pedro Arias Davila.
94 LOS INCAS,
dor. Un solo navio que quedaba de la flota
de Balbóa le bastó para su empresa. El le
arma en el puerto de Panamá, y pronto se
esparce la noticia hasta la isla Española, (i)
famosa por el descubrimiento de Colomb, y
quien despues fué la tierra de la tiranía.
Al nombre de Pizarro, una fogosa y va
liente juventud pide reunirse á él ; su gefe,
Alonso de Molina, jóven gallardo, animoso
y magnánimo, pero de un espíritu vivo y un
natural demasiado sensible, habia ganado la
estimacion y amistad del virtuoso Las Casas.
El quiso, antes de partir, abrazarle y decirle
adios.
¡Y que! le dijo el solitario, ¡aun no se ha
calmado la avaricia de los Castellanos ! ¿ vais
ahora á buscar nuevas playas en donde ejer
cer vuestros estragos ? Yo pongo por testigo
al cielo, respondió Alonso, que la gloria es
la que me conduce. La gloria ¡ ay ! replicó
el hombre justo : ¿hay gloria acaso para los
asesinos ? ¿ hayla en caer sobre una manada
de hombres desnudos, débiles, indefensos,
y en degollarlos sin peligro con una vil cruel
dad? Vuestra gloria es la del halcon, ó el
milano que devora á una paloma. Sí, amigo

(l) S nto-Domiogo.
LOS INCAS. 95
amigo mio, nada puede borrar en mi alma
la vergüenza de que se cubren los Castella
nos ; os lo digo con rubor y estremecimiento.
Ellos son perjuros á su dios, á su principe y
á su patria, y se engañan si creen que pueda
saciarse su codicia insensata. ¡ Ah ! si se hu
biesen portado con suavidad en su conquista,
la India sería feliz y la España opulenta ;
mas por el abuso infame que hacen de la
victoria, no consiguirán al fin otro fruto que
el de haber perdido á su patria y arruinado
la de estos infélices.
Y bien, ¿no es este el mejor momento de
instruirlos, de sacarlos del error en que viven?
Yo no conozco á Pizarro sino por su fama ;
pero me aseguran que es magnánimo. ¡ Oh mi
buen amigo ! él es digno de escuchar de vues
tra boca misma la voz de la humanidad.
¿ Porque no pedis la licencia de acompañarle
en su conquista? Venid; vuestros consejos y el
zelo que mostrais siempre en favor del des
dichado os harán tan respetable á mis ojos
como á los de mis Compañeros de armas.
Bartolomé enmudece á las palabras de
Alonso ; pero , en el fondo de su corazon ,
comienza á sentir muy vivamente aquella
actividad benéfica que produce la esperanza
de ser útil á los hombres. Asi pensaba Las
Casas en el primer momento; pero la reflexion,
96 LOS INCAS.
Ja triste prevision del daño que amenaza ,
le desalienta, y dice al joven Alonso : Vos
conoceis mi corazon : jamas veré con pa
ciencia hacer mal á los Indios; yo hablaré
siempre en favor suyo, sin medio y sin con
sideracion humana ; de forma que vos mismo
os haríais, por mi amistad, el objeto de la rabia
de esos a. quienes mi consejo pudiese haber
ofendido, y entonces os quejaríais, quizá, de
mi zelo.—Venid , le, dice Alonso , y no pen
semos en otra cosa que en el bien que puede
hacer vuestra presencia. ¡Quien sabe de cuantos
males libertaréis el mundo, y cuan terribles
serian vuestros remordimientos si no lo hi
cieseis, sabiendo que vuestra sola presencia
hubiera bastado para salvar la vida á mil
lones de hombres ! No es menester que digaia
mas, interrumpió Las Casas ; yo no os daré
motivo para que creais que he podido renun
ciar , por debilidad , á la esperanza de ser
útil 4 esos desventurados. Estoy pronto á se
guiros. ¡ Quiera el cielo que Pizarro se digne
escucharme .
Al instante ambos se embarcan , y pronto
la nave les Ueva á las riberas del Istmo. Saltan
á tierra á la embocadura del rio de los Lagar
to! (i), y subenle en canoas formadas de laa

(i) Llamado hoy la Chagrc, que, descendiendo ilp


LOS INCAS. 97
cortizasdcl cedro, cada una con veintelndios
remeros al mando de un Español sañudo.
Mas estos, aunque con buena intencion y
confiados en su juventud fogosa, se esfuerzan
en vano en ir contra la corriente ; porque su
rapidez es tanta que no pueden adelantar sino
con muchísimo trabajo, y con una lentitud
extrema. Su comandante les imputa á delito
la violencia de las aguas, y en su barbarie
hace que á fuerza de palos su sangre se mez
cle al sudor dela fatiga. Sufocados los infélices,
y oasi al momento de expirar, sufren los males
sin quejarse; solo algunas lágrimas mudas caen
tobre sus remos , y vienen á mezclarse con
las gotas de sudor que manan de su seno, le
vantando de cuando en cuando sobre el que
les maltrata unos ojos doloridos y tiernos con
los cuales imploran su clemencia, diciendo :
sed humano.
Las Casas, testigo de tanta barbarie, expe
rimenta el tormento de un padre que ve des
pedazar á sus hijos : Cesad , crueles , les dice ,
cesad de atormentar á esos infelices que se.
consumen en esfuerzos por serviros. ¿ Quereis
feries expirar ? Ellos son hombres ; son her

ías montañas del Istmo, entra en el mar <tel Nort,'


su corriente hace una legua casteltana por hora.
TOMO I 9
98 LOS INCAS
manos vuestros , é hijos de un mismo dios.
Entónces, dirigiéndose al mas jóven y débil de
los remeros : Amigo mio , le dice, descansad
un momento ; yo me pondré á remar en vues
tro lugar.
Los jóvenes españoles, sensibles á tal accion,
se esmeran á porfia en aliviar á los Indios, los
cuales, levantando las manos bácia el hombre
benéfico que les procuraba estos momentos
de reposo , le colmaban de benediciones ,
dándole el tierno nombre de padre , que ha
bia tan bien merecido.
Entónces, Molina, acercándose á Las Casas,
le dijó, en tono bajo y transportado de ale
gría : Y bien, padre, ¿ os arrepentís ahora de
haber venido con nosotros ? Miróle Barto
lomé con ojos lastimosos , y no le respondió
sino por un grand suspiro.
Hay un pueblccito conocido bajo el nombre
de Cruces, en donde el rio deja de ser nave
gable. De allí fué de donde , obligados á
abandonar las canóas, siguiéron , por medio
de los bosques, un camino largo y penoso.
Pero, por penosa que ella sea, la fatiga es
dulcificada 'cuando desde lo alto de las cum
bres , la vista se pasea por los valles que la
naturaleza se deleyta á componer con sus pro
pias manos ; donde la variedad de los árboles
y frutos, y la multitud de los parajos pinta
LOS INCAS. 99
dos de los colores mas brillantes, forman un
golpe de vista encantador. ¡Hay de mi! en estos
climas tan hermosos, todo es infelicidad. El
hombre oprimido, sufriendo, es miserable;
gime bajo el yugo de otro hombre, y llena de
quejas los demas solitarios que le ocultan á
su tirano.
De montaña en montaña sucesivamente se
suben hasta á la cumbre que los domina, y
donde la vista se extiende hasta el uno y otro
lado del abismo inmenso de las aguas.
De otra parte se descubre á la vez (i) el
Océano del norte , del otro el mar pacifico,
cuya superficie, en larga distancia, se une con
la celeste esfera. Compañeros, les dijo Mo
lina, saludemos este mar, esta tierra desco
nocida, donde vamos á llevar la gloria de
nuestras armas. Si Magallanes se ha hecho in
mortal por haber solamente reconocido estos
paises dilatados, ¡ cuanta mas grande será la
gloria de aquellos que los habrán sometido ¡(a)
Bajó la montaña, y bien pronto aproximán-

(t) Hay quien prefiere la asercion de M. de la Con.


damine á la de M. Lionnel Wafer, que asegura que
desde ninguna altura del Istmo , uo se Ten á un tiempo
los dos mares.
(3) El descubrimiento- del estrecho de Magallanes
fue entre t52t y i 522, y la empresa de Pilarroen i624.
ioo LOS INCAS,
dose á los muros donde Davila mandaba, le
hizo anunciar que cien Castellanos pedian
servicio á Pizarro, ansiosos de exponerse con
él á todos los peligros de la guerra.
El féroz tirano del Istmo estaba sumergido en
el mas grande dolor por la perdida de su hijo
único que le habian muerto los salvages : Sed
bien venidos, dijo á los jóvenes Castellanos,
y tomad parte en el sentimiento de un padre
que acaba de perder un hijo adorado. Si, los
Indios crueles han devorado este hijo que
rido, mi única esperanza. ¡Ah! toda la sangre
de estos malvados no basta para saciar mi
furor. Perseguid, destruid esta raza impia y
funesta ; porque con solo uno que quede vivo
no me creeré vengado.
Pizarro se condujó mejor que Davila con el
nuevo compañero que le enviaba la fortuna;
le recibió en su navio con aquel ayrc lleno de
franqueza y de afabilidad con que ganaba los
corazones, y despues de elogiar su zelo, íu va
lor y todas sus demas prendas, le presentó
sus amigos. Aquí teneis, le dijo, el generoso
Almagro y el piadoso Fernando de Luque (i),
que consagráron á mi ejemplo toda su fortuna

(i) Agustín Zarate ev de opinion que Almagro era


hijo natural de Fernando de Luque. Véase la Bis*
toria, Descubrimiento y conquista del Perú, lib. I".
LOS INCAS. ,ul
por concurrir á esta empresa ; Almagro, bas
tante conocido por su valor, y Fernando por
las dignidades que ejerce en la Iglesia. Cerca de
Fernando est-1 el respetable Valverde, ese que
será para nosotros el interprete del cielo, el
organo de la fé, el apóstol de la verdad en
medio de esas naciones idolatras. Ese guer
rero que esta en la parte opuesta es Salcedo,
noble y valiente jóven , á cuyas manos está
confiado el estandarte de Castilla que nos con
ducirá infaliblemente á la victoria. Este otro
es Ruiz, ese sabio de quien esta mar es co-
nocida,como el primer piloto que se ha arries
gado á vencer tantos peligros bajo las órdenes
del intrepido Balboa. Él presentó tambien con
elogio á Peraste, Rivera, Seraluzc, Alcon,
Candia, Oritan, Salomon y todos los que los
acompañaban.
Alonso le nombra á su vez los Castellanos
que le habian presentado, tal que el bello
joven Mendoza, el audaz Alvár, el fogoso
Pennate y Valaquez, el magnánimo Moscoso, y
Morales que debió ser la primera víctima al
tiempo del desambarco ; ¡ jóven desgraciado !
tu traías en los ojos el valor de un inmortal.
Pizarro conocia un gran número de ellos, ó
por la fama de sus servicios, ó por su paren
tesco, y les manifestó el placer y el honor que
tenia en comandarlos. El pone en fin los ojos
9*
i02 LOS INCAS. .
sobre el piadoso y humilde solitario que es
taba el lado de Alonso, y dijo : Ese hombre
respetable ¿ es por ventura un mensajero de
lafé, á quien su zelo obliga á acompañarnos?
Al escuchar el nombre de Las Casas, del
héroe de la religion y de la humanidad, i
quien la España habia honrado con el título
de Protector de la India, Pizarra prosternán
dose delante de él, creyó adorar la virtud
misma y le dijo: ¿ Sois vos , venerable y piadoso
mortal , sois vos quien viene á alentar nues
tros esfuerzos? ¡ Que presagio tan dichoso!
¡que alto favor me envia el cielo ! Con vuestro
consejo mi empresa será feliz. Valiente y gene-
toso Pizarro, le respondió el solitario, la única
señal segura del favor del cielo está en el co
razon del hombre justo ; merecedla por vues
tras virtudes , y no envidiereis las de los mal
vados á quienes el cielo reprueba. La gloria
de ser humano , sensible y bienhechor , será
pura y sin rivales.
LOS INCAS. io3

CAPÍTULO XII.

Consejo que liuko antes de la partida de Pizarro. —


Las Gasas defiende los derechos de la naturaleza v
la causa de los Indios.

El navio, pronto á hacerse á la vela, espe


raba solamente un viento favorable, y á este
efecto hacian rogativas diarias. El mas augusto
de nuestros misterios se celebró sobre la popa,
p ir el mismo Fernando de Luque, interesado
con Almagro en los peligros y. en el botín
de la empresa ; ¡ ó supersticion ! Este sacer
dote sacrilego , por hacer los altares garantes
de sus viles intereses, suspende el divino sa
crificio al tiempo de ir á consumir; y teniendo
en sus manos la victima pura y celestial, se
vuelve mirando los circunstantes ; su frente
arrugada era un verdadero retrato de la aus
teridad misma ; levanta una ceja espesa que
le cubre los ojos, y con una voz semejante á la
que desde lo profundo de los altares pronun
cian los oráculos : Venid Pizarro, y vos Alma
gro, venid, les dijo, para sellar con sangre de
Dios nuestra ilustre y santa alianza. Entonces
io4 I-OS INCAS,
rompiendola hostia en tres partes (i), se re
serva una para si y dió las otras á sus asociados,
que las recibiéron con turbacion y espanto.
Dada la comunion , el malvado Fernando
exclama : Asi sea partido y distribuido entre
nosotros tres el botin de las Indias. Tal fué su
juramento mutuo, y tal el pacto de la avaricia.
Las Casas se escandalizó en tanta manera que
casi perdió el sentido.
El mismo dia tuviéron consejo, y fué en e'l
donde se oyó á Pizarro exponer su plan, sus
medios, y sus recursos. Fernando de Luque
encargado de la subsistencia de la flota, debia
quedarse en Panamá, mientras que Almagro
navegaba á su destinacion. Deforma que la
prudencia de Pizarro y su prevision sobre
todos los obstáculos fué aplaudida. Pero Las
Casas, que en este plan veia en los Indios los
esclavos destinados en los mas duros trabajos,
no pudo ocultar su dolor. Pidió la palabra; se
le concedió, y dijo con un ayre tristísimo :
Entiendo que se propone repartir los Indios
como manadas de ganados. Esto misino se ha

(l) Esle hecho es histórico , pues que nadie lo ha


contradicho hasta hoy. Véase el lihro intitulado : Vi-
glinrono Vhoslia consagraía del sanlissimo sacra-
menta, giuran<lo di non romper mai lujede. fiemoni.
lihro III.
LOS lJNCAS. io5
hecho ya en las islas ^ pero, no obstante,
ellas no son otra cosa mas que espantosos
desiertos. Si, millones de Indios desventura
dos han perecido bajo el yugo del mas fiero
despótismo : ¿seguiéreis este ejemplo? ¿haréis
lo mismo con los habitantes pacíficos de es
tos ricos paises?..
Cada uno á porfia se esforzaba en asegurar
que se trataría á los Indios del reparto con
toda contemplacion. No hay sino un medio,
dijo el solitario, y es solo no dejar á nadie el
poder de oprimirlos. Sean vasallos de nuestro
rey, pero no esclavos ; tengan, como yo espero,
un mismo soberano, una misma ley y un
mismo dios que nosotros, pero jamas ninguna
otra distincion. Hé aquí los derechos de esos
Indios , y los que yo reclamo en nombre de
la naturaleza delante del ciclo. —Virtuoso Las
Casas, le respondió Pizarro , vuestros deseos
y los míos están de acuerdo : hacer adorar á
mi Dios , obedecer á mi rey , é imponer á
estos pueblos una contribucion moderada ;
establecer entre ellos y la España unas rela
ciones mercantiles de utilidad recíproca, esto
es lo que me propongo hacer. ¡ Quiera Dios
pueda obtenerlo sin violencia, ni fuerza !—Yo
salgo garante de ello, respondió vivamente
Las Casas ; pero , Pizarro , prometeme que si
esos pueblos son dóciles, si se someten á leyes
io6 LOS INCAS.
justas, si no piden mas que su instruccion,
ellos serán tan libres como nosotros ; que sus
vidas y bienes estarán bajo la proteccion de
vuestras armas ; que la hombria de bien , el
pudor , la timida y débil inocencia tendrán
en vos un defensor, y un vengador de sus
agravios. — Yo os lo prometo, respondió Pi-
zarro.—Prometed tambien, continuó Las Ca
sas, que no sufriréis jamas que se les saque de
su patria ; que no se les obligue á trabajar por
la fuerza, por la amenaza y ménos por el
castigo , que lo que exiga el pago del tributo
impuesto por vos mismo. —Tal es mi resolucion
respondió Pizarro. —Pues si es esa, juradlo al
Dios que habeis recibido, y haced que lo juren
tambien vuestros amigos.
Este discurso causó un bajo murmullo entre
los miembros de la asembléa, y Fernando de
Luque dijo á Las Casas : ¡Que , jurar á Dios
de tratar bien á los Indios , á esos bárbaros
que blasfeman su nombre sin cesar, y que á
sus ídolos ofrecen un incienso, un sacrificio
que solo es digno de él ! Juremos mas bien
de exterminarlos, si ellos se obstinan en con
servar sus templos, y rehusan la adoracion de
bida al dios que les anunciamos.
El mismo derecho tenemos á la América
que los Hebreos al Canaan; el derecho de
maíar á los idólatras, como lo hicieron con
LOS INCAS. i07
Amalente (i), nosotros los tenemos tambien
sobre unos infieles que son mucho mas ob
cecados en sus detestables errores que los
Hebreos mismos. Los Indios se quejan de que
se les impone una muy dura esclavitud ; pero,
ellos ¿ son acaso mas dulces y mas humanos
con sus cautivos ? Sobre altares ensangrentados
ellos les arrancan las entrañas ; ellos se repar
ten por porciones sus miembros palpitantes
y se los tragan ; de forma que puede bien
decirse que esos bárbaros son sepulturas vi-
Yas. ¡ Y es en favor de esta raza impía qce se
habla con tal fervor ! Si temen nuestros casti
gos, que nos presenten el oro que nos ocultan,
ese metal esteril para ellos, y que á nosotros
nos ha costado tantas fatigas y peligros. ¡Que!
despues de haber surcado los mares, menos
preciado las borrascas, y buscando este des
graciado mundo , venciendo continuamente
tantos y tan enormes escollos, ¿quereis ahora
abandonar el único fruto de vuestro trabajo,
volveros con las manos vacías, y no llevar á
España mas que la vergüenza y la pobreza ?
El oro es un don de la naturaleza : inútil á
esos pueblos, no les hace falta, y por consi-

(i) Esta comparacion es hecha por el misionero


Gumilla, y por otros muchos fanáticos como él.
io8 LOS INCAS,
guiente es á nosostros á quien pertenece, y ski
malicia en ocultarnoslo , su obstinacion cu
negar les constituye culpables , y justifica
nuestros rigores. Eu cuanto á su esclavitud,
ella es la penitencia de los crímenes á que los
lia conducido un culto impio y sanguinario. No
es gran castigo aun el haberlos enterrado
vivos dentro de las grietas y huecos de sus
minas, pues que ellos merecen otros mas atro
ces; y con tal que mueran resignados y con
tritos, ellos desde la gloria, benedecirán las
manos que los cargáron de cadenas.
Así habló Fernando de Luque; pero el vir
tuoso Las Casas, que atentamente, sin pes
tañear , é inmóvil de horror, le miraba y
escuchaba, le respondió con su sabiduría
acostumbrada : Sacerdote de un dios de paz,
;. decidme si vuestros labios, los que acaban de
recibir ahora mismo á ese mismo dios , de
cidme, repito, si son ellos los que han profe
rido las palabras horrendas que he escuchado?
¿ Es pendiente de ese madero teñido de san
gre, donde inmolándose por la redencion del
género humano, su boca santísima, su boca
expirante imploraba la gracia de sus enemigos,
es desde de lo alto de esa cruz que él os ha
enseñado ese lenguage ? ¡ Comparais los Indios
á los Amalecites ! Dejad, dejad esos ejemplos,
que han sido origen de inumcrables abusos.
LOS INCAS. ,o9
Dios, que en sus santos consejos jamas se ha
desviado de las leyes naturales, ha decretado
solamente que el hombre le obedezca con
preferencia á los sentimientos de su corazon;
pero sabed que ese decreto no ha podido ex
tenderse mas allá de los términos precisos
donde él mismo le ha encerrado. Sus manda
mientos observados, la ley ha vuelto á tomar
su curso eterno ; de forma que Dios hablaba
entónces á los Israélitas, pero no á vosotros.
Ateneos á la ley que él ha dado á todos los
hombres : Amadme y amad á vuestros seme
jantes. Ved aquí su ley, Fernando : ¿encon
trarás en ella las torturas, las cadenas y las
carnicerías que deseais contra los pobres Indios?
Los Indios, sin duda, han ejercido entre
ellos mismos crueldades bien reprehensibles ;
pero, aun cuando hubieran sido mas inhuma.
nos, ¿debiais vos imitarles? ¡Ah! su desgracia
ha consistido únicamente en que daban ado
racion á dioses sanguinarios. Peresi, en lugar
de un tigre, viesen sobre sus altares al cor
dero, entónces ellos serían tan inocentes y
dóciles como él mismo. ¿ Quien es aquel de
entre nosotros que no hiciera lo que ellos,
•i desde la infancia hubiese sido educado
en el seno de los mismos errores ? El ejem
plo de nuestros padres y las leyes del pais,
¿no nos habrían cautivado nuestra razon y
TOMO 1 10
no LOS INCAS,
forzado, como á los Indios á defender los dio
ses y el culto establecido? Compadeced mas
bien que condenad á estos esclavos,á estas victi
mas de la preocupacion y de una costumbre in
veterada. Pero, á mas de esto, decidme : ¿todos
los pueblos de la India son los mismos que estos?
Los habitantes de la isla Española, ¿ qué mal
habian hecho para que fuesen tratados con el
rigor mas cruel ? Ninguna nacion fué jamas
mas dulce, mas tranquila y mas inocente que
la de Cuba ; su vida era una infancia conti
nua^, sobre todo, tan enemigos de hacer mal,
que no tenían flechas, ni aun para cazar un
pajaro. Mas no obstante que eran hombres
tan pacíficos, que estaban indefensos, ¿se
libráron por eso de los yerros y de la
muerte? Es precisamente en ese pais desven
turado, es en Cuba, repito, donde he visto
á nuestros compatriotas, ó, por mejor decir,
á esos foragidos , sin motivo alguno, y aun
sin remordimiento, despedazar los niños, de
gollar los viejos, destripar las mugeres preña
das, y sacarles el fruto de sus entrañas para
regalar á sus perros, ¡ó religion santa, lié
aquí tus ministros ! ¡ ó Dios de la natura
leza, béaquí tus vengadores! Enterrar un pue
blo vivo en las grietas de las rocas que pro
ducen el oro, y hacer que todos perezcan
de necesidad y de congoja, por solo acutnit
LOS INCAS mi
lar vuestras riquezas, origen de todos los vi
cios que produce el lujo , el orgullo y la
ociosidad : ¡ es esta , ó Fernando , es esta
la penitencia que imponeis á esos pueblos !
Romped de una vez esa mascara hipócrita.
Vos servis á un dios ; mas este dios es vues
tra avaricia desalmada : si, esa avaricia insa
ciable que, por vuestra boca, ultraja aquí la
humanidad, y quiere hacer complice al cielo
de los males incalculables que inspira, y aun
de los furores que ella misma hace.
Fernando, que durante este discurso- tam-
blaba de rabia y echaba fuego por los ojos, se
levantó para responder; pero Pizarro le mandó
callar. Valverde , mas hipócrita y aun mas
perverso que Fernando, este hombre el mas
infame que la España produjó para castigo
del Nuevo Mundo, bajo un tono pacifico y
de reconciliador, dijo á Las Casas :
Bartolomé , no consultemos ahora otra
cosa que los intereses de Dios, pues que el
hombre no es nada ántes que él. Supuesto
este principio, sabed que los pueblos de la
India no solamente son enemigos de Dios,
sino sus enemigos eternos si ellos mueren idó
latras. ¿ Como puede ser hoy el objeto de
su amor aquel que mañana lo será de su
cólera ? Haganse cristianos, y entónces la
caridad nos une á ellos ; pero hasta que He-
ns LOS INCAS,
gue ese caso, Dios les excluye del número
de sos hijos. Este Nuevo Mundo nos perte
nece de derecho, como conquistadores por
la fé. El soberano pontífice hizo la reparti
cion de estas tierras en virtud del pleno po
der que le ha conferido el cielo, de quien
todo depende únicamente (t). Asi pues, el de
recho de despojar los templos, los altares y
los ídolos de todas las riquezas para hacer
de ellas un mas digno uso, ¿ no es esto un de
ber nuestro? Prescindamos de esos bienes
cadoces, y pensemos en la salvacion de las
almas ; y, pues que la qüestion se reduce á
saber si conviene d no salvarlas de estos des
graciados, ¿ quereis abandonarlas, ó sacarlas
del abismo? Para salvar las, ei preciso usar de
medios de rigor. En efecto, supuesta la obli
gacion de hacer por fuerza abrazarla fé á estos
espíritus rebeldes, ¿ valdrá mas abandonarlos
que reducirlos por un santo rigor ? Hé aquí,
cuanto el zelo y la humanidad aconsejan á
todo héroe cristiano.

(i) Términos de la bula : Di nostrá mera liberall-


tate , et ex certa tcienliá, ac de apostolica potestatis
plenitudinc... auctoritale omnipotentis Dei, aobil ¡h
hento Petro conccssd.... donamus , concedimut et
assignamus.
LOS INCAS. n3
La asamblea quedó contenta de la replica
de Valverde ; pero Las Casas, que lo miraba
como á un hipócrita astuto,y como á un hom
bre cruel, le dijo : La mas funesta de las su
persticiones es la que ha hecho creer al hom
bre que todos los que no piensan como él son
enemigos de Dios, pues que ella endurece el
corazon y apaga los sentimientos de huma
nidad. De esta supersticion proviene el me
nosprecio con que se mira y trata á los Indios,
y lo que es aun peor, ese placer atroz que
experimentan cuando los atormentan. ¡Ah!
jamas, no, jamas el hombre en tanto que res
pire, tenga lugar de aborrecer á Dios y de
maldecirle. Los Indios, asi como tos, son la
obra de sus divinas manos, y él los formó para
que fuesen dichosos.
Los vínculos fraternales no se rompen ja
mas ; la caridad, la igualdad, el derecho natu
ral y sagrado de la libertad, subsisten siempre,
de forma que la fé, de acuerdo con la natura
leza, no hace otra cosa por todas, partes, que
presentar hermanos y amigos. Esto supuesto,
¿decidme si la esclavitud es el solo y único
medio de obligar i los Indios á someterse al
yugo de la fé cristiana ? ¡ Justo cielo! La ser
vidumbre, toda tiranía, el mal tratamiento
á su proximo, esto es lo que deshonra la reli
gion de Jesu-Cristo, lo que la hace odiosa, y
i0*
ii4 LOS INCAS,
aun lo que podría destruirla enteramente, si el
poder del infierno fuese capaz de ello. La es
clavitud, repito, fué tan cruel en los pueblos
antiguos como lo es ahora. Vos lo sabeis bien;
acordaos que habeis visto arrebatar el hijo de
los brazos paternales, la muger de los de su
esposo; arrojar al fondo de un navio tropas
de hombres encadenados, y hasta corromperse
amontonados ; vos mismo habeis tambien
visto que los que, por milagro, salen de ese
exécrable sepulcro, todos están palidos y aba
tidos de debilidad, pero que no obstante esto,
los dirigen á los trabajos mas penosos á que
han sido condenados. Y, ¿ pregunto, es este el
medio de grangearse la voluntad? ¿se ha pen
sado jamas en instruirlos? ¿desean que se
instruyan ? ¡ O Dios mio ! lo que vemos es
que los Indios viven y mueren aun como
animales estúpidos. Para persuadirlos á
abrazar la fé de Cristo , habría sido conve
niente vivir entre ellos, en sus mismas ran
cherías ; aguantarles su natural pereza, su
indocilidad ; prevenirlos por la dulzura del
trato ; ganar su amistad por la confianza, y
reducirlos á abrazar nuestro sistema religioso
y político, por el ejemplo personal y por las
buenas obras. En efecto, este es el solo ejem
plo que conviene ; porque la virtud es el mas
digno apóstol de la religion. Sed justos, sed
LOS INCAS. u5
buenos, y seréis escuchados de todos. ¡ Ah ! yo
conozco bien el Nuevo Mundo. Preguntad á
esos sacerdotes cuyo zelo trajó á la India la an
torcha de la fé, á esos paises desolados donde
se han perpetrado tantos crímenes atroces; pre
guntadles, y os responderán que la razon, la
equidad, la beneficencia y la verdad tienen
un grande imperio sobre el alma dallos In
dios. Preguntadles si hubo jamas pueblos me
nos zelosos de sus opiniones, ni mas dispuestos
á instruirse. Mas cuando en el momento
mismo que se les predicaba un dios clemente,
veian llegarse á ellos unos raptores perfidos,
devastadores y pillos infames, que, á nombre
de ese mismo dios, les robaban, les encadena
ban y hacian sufrir mil ultrages y cruelísi
mos tormentos, ¿podían ellos excusarse de
acusar de hipócritas é impostores á los que
les anuncian la suavidad de su ley divina ?
Cuanto acabo de decir ¡o he visto, si, lo he
visto, y por consiguiente, delante de mí na
die calumnie los Indios.
Pero que sean ellos obstinados en su creen
cia, ¿ es esta una razon para que los compa
reis á las bestias ? Los pobres Indios viven
con la esperanza de que su esclavitud será
menos penible, porque así se les ha prometido
mas de un millon de veceá ; pero jamas llega
este alivio. Yo he visto á. Fernando enterner
i i6 LOS INCAS,
cene, á Ximenez indignarse, y á Carlos tem
blar de las inhumanidades que joles contaba;
ellos han querido remediar tantos males ;
pero fué en vano. Cuando el buitre de la ti
rania ha atrapado su presa, ella es devorada
sin remedio. No, amigos míos, no baj otro
medio que el de renunciar al nombre de
hombrel, abjurar el de cristianos, ó no hacer
á otros esclavos ; porque este envilecimiento
vergonzoso en que el mas fuerte oprime al
débil, es uno de los mayores ultrages que se
hacen á la naturaleza, el mas sedicioso á la
humanidad, y sobre todo,el mas abominable
á la religion. Hermano, tú eres mi esclavo,
hé aquí una absurdidad en la boca de un
hombre libre, un perjurio y una blasfemia en
la de un cristiano.
¿Y cual es el título que autoriza á oprimir ?
¡ Conquistadores por la fé ! ¡Brava simpleza ! La
fé no nos pide mas que corazones libremente
Sumisos, sin que tengan relacion alguna con
nuestra avaricia, nuestras rapiñas y nuestros de-
safueros.El dios á quien servimos ¿está,acaso,
hambriento de oro ? Un pontífice ha repartido
la India ; pero ¿era la India suya ? ¿cual era el
derecho que tenia sobre esta tierra ? El podia
confiar el Nuevo Mundo á quien se encargaria
de instruirle, pero no darsele en presa á quien
quisiese saquearlo.
LOS INCAS. 1i7
Asi pues, si la India os pertenece es por de
recho de conquista , y este derecho, tiránico
en si mismo, no puede ser legítimo que cuando
el poder se emplea en el bien de los vencidos.
Si, Pizarro, la clemencia, la bondad, las bue
nas obras son los títulos que justifican la con
quista ; de forma que, segun el uso que hagais
de la victoria, asi será vuestro credito, asi
será vuestra fama, que os hará conocer por
un malvado, segun vuestros furores, 6 por un
héroe, segun vuestras virtudes. ¡ Ah ! Pizarro,
yo creo que el dia de una victoria lo emplea
réis en santas resoluciones , y que todos los
guerreros, dispuestos como vos á escuchar la
voz de la naturaleza, seguirán vuestro ejem
plo con envidia. Ellos son jóvenes, sensibles y
aun sin corrupcion notable, que yo mismo he
hecho la experiencia,y.los veo á todos conmo
vidos de dolor por la triste pintura que os
hago. En consecuencia, yo os conjuro á nom
bre de la religion, á nombre de la patria y de
la humanidad, de jurar con ellos de hacer
todo el bien posible á los pueblos sometidos ;
esto es, de respetar sus propiedades, su liber
tad y su vida. Esta comportacion, cuando
ménos, será la mejor garantia de la paz que,
á nombre de los Indios, os pide de rodillas y
con lágrimas copiosas , su amigo, ó por mejor
decir, su padre.
n8 LOS INCAS.
Yo, dice Fernando enfurecido, yo me opongo
al juramento que pedis, si, yo me opongo á ese
acto deshonroso. Si, tanta precaucion prueba
que nos estimais muy poco. En fin, sabed que
el hombre fiel á su deber no tiene necesidad
de hacer ningun juramento.
Por asegurar vuestros intereses particulares,
dijóle Las Casas , no hace mucho tiempo que
habeis exigido un juramento el mas escanda
loso y formidable; y ahora, por asegurar el
bien de los Indios, os oponeis á un juramento
el mas santo, que vos llamais inútil é inju
rioso.
Fernando, confundido con este tan sólido
argumento, no encuentra otro despique á su
rabia que acusar de traidor á Dios, al rey y á
la patria, al protector de la India, llamándole
delator, complice en el crimen y en la impie
dad, y otros muchos dicterios infames. Pizarro,
a quien este hombre perverso y violento era
muy necesario en aquellas circunstancias,temió
que le perdiese, y por apaciguarlo, dice á Las
Casas, con un tono grave, quesuzelo merecia
bien la gloria que babia adquirido ; que sus
maximas y consejos jamas se borrarían de su
memoria, y que obraria conformemente á
ellas miéntras que él pudiese ; pero que su
opinion era la misma de Fernando, esto es,
que el creia que su palabra sola, sin la
LOS INCAS. ii9
necesidad de un juramento, bastaba por ga
rantia.
A vista de esto, el virtuoso y sabio solitario,
lleno de confusion y avergonzado, se retira con
Alonso. — ¿Veis, amigo mio, le dice, veis
como mi zelo es inútil aquí? Yo os lo habia
ya dicho. Pero esta prueba es la mejor y nada
equivoca para conocer á Pizarro : él seria justo
si los que dependen de él lo fuesen ; pero ,
como para lograr su intento convenia no dis
gustarlos, resulta que su ambicion le hace ce
der a las circunstancias, contra su rectitud y
equidad. En fin , mi querido amigo, yo no os
propongo que deserteis , porque , alejándoos
de él , disminuireis el número de los hombres
de bien. Mas por lo que á mi toca , mi pre
sencia es ya importuna, y bien pronto seria
odiosa, yo no pienso otra cosa que retirarme
á mi soledad. Adios. Si esta conquista la veis
convertirse en pillage y en toda suerte de vi
cios y crímenes horribles, vuestro corazon os
aconsejará lo que debeis hacer. —
Alonso, ya muy disgustado de cuanto habia
visto y oido, se indignó sumamente del me
nosprecio hecho al respetable Las Casas, en
tanto grado que solo su honor pudo conte
nerle. Amigo mio, le dice, yo me quedo aquí ;
yo os obedezco. Pero tened entendido que
observaré la conducta de Pizarro; y si él no
>ao LOS INCAS,
cumple lo que os ha prometido; si yo tengo
la desgracia de encontrarme entre unos faci
nerosos, estad seguro que no los acompañaré
que basta el instante venturoso de huir de
su compañia. '
LOS INCAS. i2i

CAPÍTULO XIII.

Las Casas, ile regreso ele la isla Española, va & ver á


los salvages que se hallaban refugiaos en las monta
ñas del Istmo.

Bartolomé fué conducido otra vez hasta el


rio de los Lagartos ; allí se embarca sobre una
canoa, y pronto le aleja de Cruces la velocidad
de la corriente. Libre y á sus anchuras en
medio de sus salvages, en vuelto en las cari
cias que estos inocentes le prodigan, les habla
con aquella voz meliflua que le es caracterís
tica, y procura consolarlos en sus aflicciones.
Uno de ellos le dice : Tú nos amas cual
tierno padre, y tomas parte en nuestras des
venturas : sabemos cuanto has hecho en favor
nuestro, y no solo los que estamos aqui tene
mos por ello que manifestarte nuestro agra
decimiento, mas tambien nuestros hermanos,
los que aun se hallan libres en la escabrosidad
de esas sierras, ansian por el momento de po
seerte un dia. Es tal su deseo, que su mismo
caudillo, el gefe de nuestros hermanos, Capana
daría por poseerte un instante diez años de
su vida. Nosotros te suplicamos que vengas á
TOMO l II
taa LOS INCAS,
verle ; tu llenarás de alegría su corazon y el
de sus subditos. El sendero que conduce á sti
asilo es escabroso, angosto, y todo está cu
bierto de torrentes y precipicios ; pero esto no
es capaz de detenerte, y ademas nosotros te
llevarémos on unas andas de eneas para ha
certe el camino ménos peligroso y mas so
portable.
Estas palabras enterneciéron.tanto al vene
rable apóstol, que sus ojos, deshaciéndose en
lágrimas, bañáron sus mejillas, cual dos tor
rentes ó arroyos que, salidos de distintas fuen
tes, vienen á juntar sus aguas para regar la
fructífera pradera. De este modo halló aquí
Las Casas el premio mas dulce, como el mas
hechicero, de sus reiterados viajes al antiguo
mundo, y de tantos afanes, trabajos y desve
los como le habia costado el solo deseo de
mejorar la suerte de aquellos infélices habi
tantes del nuevo.
Tal era el miedo que aun tenia de que no
se lograse el fruto de su zelo, que no podia
figurarse que la crueldad de Davila hubiese
dejado libres á los Indios de las sierras, á pe
sar de que se lo aseguraban sus inocentes
compañeros. Todo se le volvia en exclamar :
¡Que! ¿como ha sido? ¿el bárbaro se habrá
detenido en penetrar en su recinto ? Mas si
no ha penetrado aun, ¿será esta una razon
LOS INCAS. laS
para creer firmemente que no penetre en él
si llega á descubrirlo ? Los salvages procura-
han calmar sus inquietudes : Nosotros, le di
jeron, nosotros solos conocemos el camino que
conduce á él, y sabrémos morir ántes que
faltar al secreto. Nada temas, continuáron,
su asilo está á cubierto de todo ataque, de tal
forma que, aun por mucho tiempo, habrá In
dios libres en el Istmo.
Las Casas, con un sumo placer por tan ines
perada noticia, los sigue con toda confianza.
Dejan la canoa en una ensenada del rio, y
por entre bosques y malezas, adelantan su
paso hácia el fondo de los desiertos. Llegan
á un desfiladero ó puerto entre dos altas sier
ras, cuando, repentinamente, un espantoso
rugido se oye resonar por la espesura de las
selvas. Los Indios se asustáron, sus rostros se
inmutan y sus cabellos se erizan al conocer
el rugido de un tigre sanguinario. Escuchanle
inmóviles guardando el mas profundo silen
cio ; pero el mismo rugido se oye aun demas
cerca. Juzgando entónces que el peligro es
eminente, y viendo ya al tigre casi sobre ellos,
colocanse al rededor de Las Casas : Dejanos
rodearte, le dicen, y nada temas ; él no puede
agarrar mas que á uno, y este no serás tú.
En efecto, el feroz animal, sin dar que tres
saltos para ganar el camino, se arroja sobre
i34 LOS INCAS.
un Indio, y le lleva á la espesura sin moderar
su carrera (i).
El pio solitario levanta las manos al cielo,
y dando ayes lamentables, caese oprimido del
dolor. Vuelto en si por el cuidado de sus
Indios, dirígese á ellos, y les dice : ¡ Ay ! ¡ ami
gos, que es lo que he visto ! Animo, padre,
le responden) vamos, no es nada. — ¿Nada
dccis ? ¡ ó gran Dios ! — Nada, prosiguen di-
ciendole, para los infelices Indios, nada son
los tigres comparados á los Españoles. —¡ Oh
raía impía y sanguinaria, ; que vergüenza para
vosotros, exclamó Las Casas , vos reducis los
Indios á que ni aun se quejen de los estragos
del tigre!
En fin, por entre peñas y abismos acercanse
al valle. El estaba rodeado de un circulo
de montañas cubiertas de selvas espesas, y que
de todas partes no presentaban á la vista sino
una masa enorme y profunda, sin dejar ar
bitrio alguno para examinar su centro.
Adelantanse en la espesura, suben hasta la
cima de los montes, y de ella descubren la

(i) En la Histeria general de los Viages, se lee quo


los tigres de Venezuela son tan terribles que no es raro
verlos entrar en las tolderías de los Indios, hacer presas
de un hombre,y llevarsele en su boeaza con tanta faci
lidad como un gato á uu raton.
LOS INCAS. ia5
llanura. Repentinamente Las Casas descubre
tambien un fecundísimo valle, cuya fertili
dad le encanta. En el centro de él se hallaba
una aldea, en medio de la cual se percibia la
cabaña del cacique. Al mirarla, Bartolomé se
siente conmovido de gozo y de piedad. ¡Pobre
pueblo! exclama con enternecimiento, ¡ quiere
el cielo que tu asilo sea siempre impenetrable!
Al acercarse los Indios, corren sus compa
ñeros á su encuentro por la impaciencia de
saber la nueva que iban á annunciarles. Os
traemos á nuestro padre, les dicen con el ma
yor alborozo. Vedle aqui, este es Las Casas.
Al oir este nombre, nada puede explicar el
júbilo de aquel pueblo reconocido. Los bra
zos de cada cual se disputan la gloria de te
nerle en cima y de llevarse en triunfo hasta
la aldea, en donde ya el cacique sabia la ve
nida del apostol, y donde su nombre era ya
reverenciado y amado como el ídolo de to
dos los corazones.
Adelantase el cacique, tiéndele los brazos
y le dice : Ven, padre mio, ven i consolar í
tus hijos de todos los males que se les han
hecho : basta solo el verte para que todos se
olviden. Las Casas gozaba el placer mas dulce
que pueda halagar sobre la tierra á un cora
zon sensible y virtuoso. ¡ O amigos mios ! les
dijo abranzándoles a su turno ; si me amais
II*
iafi LOS INCAS,
tiernamente, cuando yo no os he hecho bien
alguno, ¿ cual no ser/a vuestro amor por un
pueblo que hubiese puesto su gloria en daros
artes útiles, leyes sabias, buenas costumbres,
y un culto agradable al Dios del universo ?
— ¡ Ah padre mio! dijo el cacique, adoraría
mos á ese pueblo generoso. Pero dejemos inú
tiles discursos : nada debemos sentir cuando
poseemos el único hombre que entre esos
bárbaros ha sido justo y benéfico. Yo no
quiero ocupar ahora vuestra atencion que de
nuestra alegría actual. Llevale á su cabaña ¡
mas cual fué la sorpresa de Bartolomé al ver
en ella, sobre un altar, una estatua de cedro,
en que sus facciones estaban estampadas. Mi-
rala dice el cacique; ella te representa, si, ella
es tu misma figura. Uno de nuestros Indios,
que te habia visto y tenia siempre presente ,
me ha hecho tu semejanza ; ella nos sigue á to
das partes ; ella es á la que invocamos en
todas nuestras empresas, y desde que la po
seemos todo nos ha salido bien.
Las Casas, que en un principio no habia
podido prescindir de un movimiento de gra
titud, se echó en cara á sí mismo este tan
noble sentimiento; y hablando al cacique con
un tono de voz dulce y severo : Destruid,
le dijo, destruid esa imágen; un simple mor
tal no es digno que le venereis. Acabando de
LOS INCAS. 1Q7
pronunciar estas palabras, iba él mismo á
romper la estatua ; mas el cacique la defen
dió como hubiera podido defender a su mu.
ger y á sus hijos. ¡Ay! exclamó, dejanos esta
sombra querida de tí mismo. Cuando tú hayas
dejado de existir, ella recordará á nuestros
hijos y nietos el único amigo que hemos te
nido en medio de nuestros opresores crueles.
Todo el pueblo se junta al rededor de la
cabaña, y pide ver á Las Casas : él se muestra,
y el ayrc resuena con ecos de alegria, en que se
oyen estas dulces palabras : Vedle, ahí ¡ ese,
es el hombre justo y benéfico , ese es ! El nos
ama, nos compadece, y viene á ver á sus
amigos. Quedese con nosotros ; nuestro bien
y nuestros corazones son suyos.
i O Dios de la naturaleza ! exclamó Las
Casas, ¡ pudiera ser que unos corazones tan
candidos, tan dulces, tan sencillos, tan sen
sibles y verdaderos, no fuesen inocentes de
lante de tí !
Entre tanto la juventud cazadora se va há
cia las llanuras : uno atraviesa las aves con
sus flechas; otro obliga á la liebre, menos
ágil que él, á precipitar su carrera. Afluye de
todas partes la caza, y el festín se prepara.
Las Casas, sentado al lado del cacique, y
en medio de su familia, se instruye de sus
leyes, costumbres y policia. La naturaleza
ia8 LOS INCAS.
es la guia y el legislador de estos pueblos.
Amarse, ayudarse mutuamente, evitar el ha
cerse daño, honrar á sus padres, obedecer í
su rey, unirse á una rouger que les consuele
y dé hijos, sin que ni aun la sospecha de in
fidelidad perturbe esta union pacifica, culti
var sus campos en comun, y distribuirse sus
frutos : tal era su sociedad.
Y bien, les dijo Las Casas,esa es la ley de mi
Dios, y la que él mismo ha gravado en vues
tros corazones. Vosotros le servis sin cono
cerle, y su voz es la que os conduce.
¡ Tu Dios ! ese es nuestro enemigo, dijo él
cacique, pues que el es el dios de los Espa
ñoles. — £l dios de los Españoles no es vues
tro enemigo, respondió Las Casas, pues que
él es el dios de la naturaleza , y nosotros so
mos todos sus hijos. — ¡ Ah ! si eso es verdad,
dijo el cacique , nosotros buscamos un dios
que nos ame; y pues que el de Las Casas
debe ser justo y bueno, nosotros queremos
adorarle. Dánoslo pronto á conocer.
Entónces el fiel amigo, Las Casas, movido
de su zelo, les hizó una pintura tan halagüeña
y sublime de su Dios, que el cacique, arre
batado de alegria , se levantó, y exclamó :
¡O Dios de Las Casas, recibe nuestros votos!
Todo su pueblo repitió seguidamente estos
misinos acentos.

""
LOS INGAS. i19
En este instante, el cacique, mirando al
solitario, creyó ver sobre su rostro una bril
lantez divina : ¡ Mas quo ! dijole el cacique,
? es que tu dios no se deja nunca ver de los
hombres? — Ellos le han visto, le respondió
Las Casas, y aun él se ha dignado habitar entre
ellos. — ¿Bajo qué figura? — Bajo la de un
hombre. — Acaba de una vez, y dinos si eres
tú ¡Yo!—¿Si
mismo ese túdios
lo que
eres? viene
cesa deá querer
consolarnos.
ocul

tarnos lo que resplandece en tanta virtud.


Habla. Nosotros vamos á adorarte.
Confundióse Bartolomé en su humildad
misma, y desechó lejos de sí tal error. Pero,
antes de exponer las sublimes verdades que
exigia la incredulidad de aquellos espíritus
débilés, quiso saber cual era su culto. ¡Ay!
dijo el cacique, nosotros adoramos al tigre,
como al mas terrible de todos los animales;
mas que por esto no tenga zelos tu dios, pues
este no es el culto del amor; es el culto del
miedo. — Vaya, vamos, dijo Las Casas, des
truyamos ese horrible ídolo ; y los Indios ,
animados del zelo que él les habia inspirado,
corrian al templo siguiendo sus huellas.
i3o LOS INCAS.

CAPÍTULO XIV.
Sigue la narracion de este viage.

De una gruta profunda, vecina de aquel


templo, Bartolomé creyó oír que salían algu
nos quejidos. ¿Qué es eso ? preguntó. — Pro
sigamos, dijó el cacique : tu debes evitar á
tus amigos la vergüenza de que te mostremos á
unos desgraciados. — Sin querer insistir,- Bar
tolomé se adelanta hácia aquel templo abo
minable, en donde se veia á el dios tigre so
bre un altar bañado de sangre. ¿Qué sangre
es, preguntó, la que se ha vertido en este al
tar? — La delos animales, respondió el caci
que, y tambien algunas veces...—Acaba. —La
de los Españoles. Cuando penetran en lo in
terior de estas selvas, fuerza es matarlos ó
cogerlos vivos ; ¿ y qué hemos de hacer de esos
cautivos, sino inmolarlos? Si uno solo de
ellos se escapase, nuestro asilo sería descu
bierto y nuestra perdida inevitable. Tu aca
bas de oir los ayes de un desdichado jóven
que nos mueve á compasion. Yo no puedo re
solverme á hacerle morir; y con todo es me
nester que muera.
LOS INCAS. i3i
Las Casas pide el verle, y, despues de ha
ber hecho derribar el altar y el ídolo del tigre,
se vuelve hácia la mazmorra en donde se
hallaba encerrado el jóven.
El cautivo, á ver entrar á este religioso
venerable, no dudó que fuese todavia un
nuevo mártir de la fé á quien se iba á in
molar. O padre mio, venid, dijole, venid á
animarme por vnestro ejemplo ; venid á en
señar á un jóven á desprenderse del amor á
la vida, y á morir con valor.
Mas, apercibiéndose que el solitario estaba
libre , qne mandaba á los Indios que se ale
jasen^ que estos le obedecian : ¡ Ahlcontinuó,
¡ mas que veo! ¿y cual es el imperio que ejer
ceis sobre ellos ? ¿Sois acaso algun ángel del
cielo que ha bajado aquí para librarme?
Hablad , decidnos quien sois. Yo siento volver
la esperanza en un corazon de donde se ha
bia alejado. — Yo soy Español como vos, le
dijo el solitario ; pero, como nunca he tenido
parte en las abominaciones de mi patria, es
toy libre, y querido entre los Indios. — ¡ Ay !
y yo, dijole Gonzalo , ¿ qué es lo que he he
cho que no haya debido hacer, y de que haya
podido dispensarme? Yo soy el hijo de Da-
vila, gobernador del Istmo, quien me habia
enviado á dar caza á los salvages. Mis com
pañeros y yo hemos penetrado por medio
i3a LOS INCAS,
de las selvas hasta este valle , en donde
bemos tenido que ceder al número de los
Indios ; los mas félices de entre los mios han
perecido en el combate ; los demas, yo
mismo los he visto inmolar en el altar del
tigre. A mi solo me dejan todavia ; ya sea
porque esos inhumanos hayan tenido piedad
de mi juventud, y porque mis lágrimas les
causen alguna lástima , ó ya sea porque su
crueldad me haya querido reservar para algun
nuevo sacrificio, ellos me dejan consumirme
en este fatal abandono, aguardandola muerte
mas terrible. ¡ Ay ! perdonad á mi edad y á
un exceso de flaqueza, que yo me avergüenzo
de confesar : la vida me es querida, y yo miro
como horroroso el perderla en su aurora,
¡ cuando tantos encantos me prometia ! ¡ Cuan
dulce me hubiera sido el volver á ver mi pa
tria ! Y cuando yo pienso que aquellos her
mosos dias, aquellos dias deliciosos que yo
debia pasar en ella han desaparecido para
siempre, yo me entrego á la desesperacion.
¡ Oh si á lo ménos yo hubiese muerto en me
dio de los combates, y por las manos de un
enemigo digno de honrar mi valor ! Mas aqui,
sobre las aras de un pueblo estúpido y feroz,
¡sentirme despedazar las entrañas, y ver, á
los píes del tigre, encender mi hoguera ! ¡O
suerte horrible ! ¡ Ah, si aun se pude, li-
LOS INCAS. íJ3
braílme tic esas manos inhumanas; volved
me á mi padre. El no tiene otro hijo que yo ;
yo soy su única esperanza, y esos bárbaros le
han privado de ella.
— ¡ Ay! amigo mio, ¡cuan lejos estais de
haber mudado de carácter en la desgracia!
Hijo de Davila, ¡ vos llamais bárbaros á unos
pueblos de que él mismo, durante diez años,
ha hecho la carnicería mas horrible! ¡y á
cuantos padres no han privado sus furores de
su dulce y única esperanza ! ¡ Cuantos no han
' sido degollados al implorar de rodillas la
gracia de vuestro padre por sus hijos! Él ha
vertido mas arrojos de sangre que vos teneis
de gotas en vuestras venas ; y el pueblo que se
halla encerrado en estas selvas profundas no es
sino el desdichado resto de los que él ha ex
terminado. ¿Veis ahora que él persigue aun
á Id poco que se le ba escapado ? Ellos son per
didos si él llega á descubrirles; y el volverle
á su hijo, vos mismo confesaréis que sería ar
riesgar el revelarle un secreto del cual única
mente pende su salvacion. — ¡Ay¡ guardaos,
dijole Gonzalo, de decirles quien yo soy. — ¡Yo
engañarles ! dijo Las Casas; ¡ yo ocultarles el
peligro á que se expondrían poniendoos en
libertad! No, eso seiía prepararles yo mismo
un lazo. Si yo hablo por vos,han de saber quien
sois; sabrán entónces lo que yo pido, y al
TOMO I I 2
i 34 LOS INCAS,
mismo tiempo lo que peligran si me lo con
ceden. Entre mi silencio ó mi franqueza es
coged. — ¡ Que yo escoja ! Yo no veo sino la
muerte por todos lados. Yo me pongo en
vuestras manos, yo me abandono á vos. —
Recobrad el valor, jóven incauto ; pero , del
estado en que os veis reducido, sacad esta
útil y grande lecion, que el derecho de la
fuerza es un derecho odioso ; que si los In
dios lo ejerciesen ásu turno, y se permitiesen
la venganza, no hay suplicio que no debiese
aplicarse al hijo del cruelísimo Davila; que
el estado natural del hombre es la flaqueza ;
que en vuestro lugar no habria ninguno que
no estuviese tímido y temblando ; que el or
gullo es un ente vecino de la desgracia, es el
colmo de la demencia ; y que, expuesto cada
dia á ser un objeto de piedad, él se hace tan
culpable de insensatez como de maldad,
cuando le falta la compasion debida al infor
tunio.
Las Casas , regresó hácia donde estaba
Capana : Cacique, le dijo, ¿ no te sientes ali
viado como de un yugo triste y penoso, por
haber dejado de adorar á un ente maligno y
servir en su lugar á un ser clemente y justo ?
—Es muy cierto, respondióle el cacique, que
nuestros corazones , ántes anonadados por el
miedo , parecen ahora reanimados por el
LOS INCAS. i35
amor. — Si, mi amigo, el hombre ha nacido
para amar. El odio, la venganza, todas las
pasiones crueles son para él un estado de
incomodidad, de angustia y de envilecimiento.
Él siente elevarse y aproximarse al dios exce
lente que le ha criado, á medida que es mas
dulce y mas magnánimo. Ahogar sus senti
mientos y triunfar de su cólera, oponer los
beneficios á las injurias recibidas, colmar de
ellos á su enemigo, hé aquí un placer verda
deramente divino. — Yo lo concibo, dijo el
cacique. — No, tú no puedes concebirlo sin
haberlo experimentado. Pero, no pende sino
de tí el gozar plenamente de este placer puro
y celestial. Haz venir á ese jóven cautivo que
gime en tus cadenas; libertadle, y díle : Hijo
del desolador del Istmo, del asesino de nues
tros padres, de nuestras mugeres é hijos ; hijo
de Davila, yo te perdono por consideracion á
tu edad. Vive, y aprende de un salvage á
imitar á tu dios. — ¡El hijo de Davila! ex
clamó el cacique, ¡ qué, él es el que tengo
cautivo !—A estas palabras, sus ojos irritados
centelláron en vivo fuego.—Si, él es, respon
dió el solitario, él es el hijo de Davila. Tú
puedes despedazarley aun devorarle vivo si así
lo quieres; pero escuchame atento. Apénas ha
brás saciado tu venganza, te verás triste, y
dirás en tí : Ya está degollado ; mas su sangre
,36 LOS INCAS,
no vuelve la vida á ninguno de los mios. Mi
furor es pues inútil : yo he hecho perecer á
un ente débil, ó acaso un inocente ) y el re
sultado es que soy culpable sin fruto... Su
vida está en tus manos : escoge entre renun
ciar á tu dios ó á tu venganza; y vuelve á
abrazar el culto del tigre si tii quieres todavía
mancharte de sangre humana.
—Yo adoro al dios de Las Casas, dice el
cacique ; ¿ pero crees tú que él me mande de
jar impunes todos los males que an bárbaro
nos hace desde diez años á estaparte? —'Si,
la ley de mi dios te prescrive el perdonar y
amar á tus enemigos. — ¡Amarlos! — Pues
que, ¿ no son ellos sus hijos como tú ? y siendo
esto indudable, ¿como podrás amar al padre
y aborrecer á sus hijos ? Esto no puede ser.
Compadecelos en sus extravíos y aun en sus
iniquidades) pero ho sigas su ejemplo ; no seas
tú tan inicúo como ellos, y merece por tu
clemencia que tu dios sea clemente contigo.
—En verdad,tú me confundes, dijo el caci
que, si tú me conmueves. Vaya, ¿qué exiges
de mi? ¿que yo perdone al hijo de Davila
como á mi hermano ? Que lo traigan aqui al
instante. Yo mismo romperé sus cadenas y le
abrazaré : ¿mas que he de hacer con él des
pues de haberle permitido que viva? Si se
escapa, irá á divulgar el secreto de nuestro

"V
LOS INCAS. i37
asilo, y tú habrás perdido á tus amigos— Yo
tengo el mismo temor que tü, le respondió el
solitario ; por lo que ahora no quiero otra cosa
qué suavizar su cautividad.
Gonzalvo aguardaba con impaciencia la
vuelta de Las Casas. Y bien, le dijo temblando
¿qué es lo que habiais conseguido?—Que os
dejen la vida.—Y la libertad, ¿la habré per
dido para siempre? — Ya os he dicho que la
salud de estos desafortunados Indios pende
del secreto de su asilo. — Yo lo sé ; pero res
pondadle que jamas el hijo de Davila será
capaz de faltar á la fé del juramento .—¿ Como
habia yo de responder de vos ? dijo el solita
rio. A vuestra edad no responde nadie, ni aun
de si mismo. Lo que debeis hacer es única
mente el procurar por vuestra conducta me
recer la estimacion del cacique, y con el
tiempo lograréis que él se digne de tener
confianza en vos. —¿Y le habeis dicho quien
soy ? — Sí, no hay duda. — Entónces yo soy
perdido, exclamó el jóven Gonzalvo.—No, no
lo sois ; yo voy á presentaros. —
Jóven, dijole el cacique, ¿adoras tú al dios
de Las Casas ? — Sí, responde Davila—¿Crees
tú que nosotros seamos, asi como tú, hijos de
ese mismo Dios ? — Yo lo creo. — ¿ Conque
somos hermanos? Y siendo asi, ¿porque vi
niste á manchar tus manos con nuestra san
i a*
i 38 LOS INCAS.
gre ? — Yo obedecía. — ¿A quien ? — Vos lo
sabeis. — Si, yo sé que tú has nacido del mas
inicuo de los hombres y del mas cruel para
nosotros. Pero Las Casas me dice que su dios
y el mio me mandan perdonarte. Ven,
abraza á tu amigo. — A estas palabras, el jo
ven se prosterna á los pies del cacique—¿Qué
haces ? le dijo Capana, ¿no somos hermanos ?
¿no eres tú igual á mí ? — Esto-dijo, y al mo
mento, con sus propias manos le quitó las ca
denas. Bartolomé, testigo de este espectáculo,
tenia el corazon penetrado de alegria y en
ternecimiento : Davila, grita al joven, estos ,
estos son los verdaderos cristianos.
LOS INCAS. i39

CAPÍTULO XV.
Sigua la relacion de lo ocurrido en este vi.igc.

Desde aquel momento permaneció entre los


Indios Gonzalvo, cual si hubiera estado en el
seno de su patria y en el regazo de su fami
lia. Guardábasele a vista, pero sin molestarle ;
y la unica libertad de que carecia era la de
no poderse escapar. Las Casas le veia de con
tinuo. El hubiera querido hacerle amar la
vida feliz y sencilla de aquel pueblo salvage ;
mas el jóven no le escuchaba sino con
sollozos y suspiros. Pues que estoy ins
truido por la desgracia, por vuestras lecciones,
por el ejemplo de estos Indios virtuosos, ha
ced que se fien de mi, y que me pongan en
estado de desengañar á mi padre, y enseñarle
á conocerlos y amarlos. Ellos ya me han de
jado la vida ; entónces les deberia tambien la
libertad. Estos beneficios serán capaces de
conmover á mi padre. Si, él cederá á las lá
grimas de su hijo.
Como á esta edad no se sabe fingir con
arte y desfachatez, Las Casas no dudaba de
la sinceridad de Gonzalvo; pero le conocia de
masiado débil, para atreverse á contar con su
■ 4o LOS INCAS,
fé. — Estais sin duda ahora bien determinado,
le dijo , i no faltar á la confianza de este
pueblo; mas yo preveo todo el ascendiente
de un padre, y yo no responderé jamas de
que él no venga al fin á sorprenderos y ar
rancaros el secreto. Lo que aqui os digo, tam
bien lo he dicho al cacique ; para él es para
quien está el peligro, él pues es á quien ha
de consultarse.
Yo dejo á tu cautivo en la aflicción/ dijo
Las Casas á Capana : él suspira con ansia por
la libertad? Yo te he hecho ver todo el pe
ligro que corres si le vuelves á su padre ; mas
tampoco debo ocultarte la ventaja que te re
sultaría de este beneficio. Puede suceder que
su padre os descubra, y entonces tendrías por
apoyo á ese jóven, á quien tu clemencia ha
ría un deber sagrado de no abandonarte nunca :
el amor paterno tiene derechos sobre los ti
ranos mas feroces. Despues de lo que te be
dicho, á ti tínicamente toca el decidirte sobre
el partido que has de tomar : yo ignoro como
tú cual pueda ser el mejor, rilas tú sabes, tam
bien Como yo, cual es el mas generoso.
Cuanto á mi, desprovisto aqui de medios
para celebrar nuestros augustos misterios, para
establecer entre Vosotros el sacerdocio, y per
petuar el culto de los altares, yo voy á bus
caros pastores, y acaso á aseguraros una tratr
LOS INCAS. i4i
quilidad futura. Adios, yo pido al cielo, y
espero que me conceda la dicha de veros
antes de bajar al Sepulcro.
Grande fué el desconsuelo de Davila al^
saber que Las Casas le abandonaba ; al punto
fué á arrojarse á los pies del cacique. ¡ Ah !
dijóle, ¿ porque desconfias de un infeliz que
te lo debe todo ? La naturaleza ha puesto
en mí un corazon sensible como el tuyo ;
pero, aunque hubiese puesto en su lugar el
del tigre á quien adorabas, tus virtudes le
habrían enternecido. Tú me has llamado tu
amigo ; tú me has abrazado como á tu her
mano : estas son cosas que yo no podré ja
mas olvidar; yo no^soy ni ingrato ni ale
voso. Pues que tu vida misma y la salvacion
de tus amigos penden de lo oculto de tu
asilo, yo guardaré el sigilo ; yo te lo juro
por mi Dios , por ese Dios que es tambien
ya el tuyo.
Si, yo te creo sensible y bueno, dijo el
cacique ; mas tú eres frágil, y el hombre así
está en visperas de ser malo. ¿ Como te opon- .
drias i la autoridad de tu padre, cuando no
has sabido arrostrar la muerte. — La muerte
me ha causado espanto, lo confieso, dijo el
jóven, levantándose orgulloso; mas si para evi
tarla tú me hubieses propuesto un delito,
entonces habrías visto cual' de las dos cosas
i4i LOS INCAS,
me hubiera espantado mas. Una vez qus
yo no poseo tu estimacion , yo no te pido
ya cosa alguna ; yo renuncio á la libertad,
y aun te dispenso de que me dejes la vida.
— Dijo esto, y se retiró.
El cacique, que le seguía de vista, y que
le veia abatido de tristeza, sintióse enterne
cido. Al punto hace llamar á Las Casas, y
le dice : Llevate contigo á ese jóven ; su do
lor me pesa y me cansa : la presencia de un
infeliz es insoportable para mí. — ¿Has pen
sado bien en ello ? preguntóle el solitario.
— Si, yo sé que una palabra de su boca nos
pierde; que á mi pueblo y á mí nos entrega
á los tiranos ; mas la compasion en mi tiene
mas fuerza que el temor : yo ya no quiero
verle padecer.
Si se han visto hijos virtuosos en los fu
nerales de un padre tierno y amado, tal es
la imágen del dolor de los Indios por la par
tida de Las Casas. El cacique y su pueblo,
con el semblante abatido, los ojos bajos y
bañados de lágrimas, le acompañáron en si-
* lencio hasta la extremidad de la selva. Allí
fué menester separarse.
Testigo de la triste despedida, Gonzalvo
ocultaba dentro de su pecho su alegría. El
cacique, quitándose su collar, lo puso al
cuello del jóven Davila, le abrazó, y dijo :
LOS INCAS. i43
Sé constantemente nuestro amigo, y si los
tiranos quisiesen que revelases el secreto de
nuestro asilo, mira este collar, acuerdate de
Las Casas, y pregunta á tu propio corazon si
debes ó no vendernos.
Los dos Españoles, atravesando las selvas
sobre la fé de sus guias, se hacian una pin
tura tierna del índole y costumbres de
aquellos salvages. Vino un momento en que
Las Casas, mirando al jóven Davila : Veis, le
dice, ¿ si como se pretende, son indignos del
nombre de hombres, y si es difícil el hacer
los cristianos ? El hombre no se niega jamas
á las verdades que le consuelan, que le ali
vian en sus penas', y que le hacen estimar
estos dos presentes del cielo, la vida y la so
ciedad. No importa que esas verdades pasen
los limites de su corto entendimiento ; con
tal que conmuevan su corazon, él quedará
persuadido de ellas ; él cree entonces todo
lo que quiere creer. Seguramente la natura
leza toda es un misterio á sus ojos; pero, sin
embargo, ¿ se ve acaso que al tiempo que
goza sus beneficios, la eche en cara la obscu
ridad é impotencia de sus medios ? Lo mismo
será de la religion : cuantos mas hombrea
haga ella felices, ménos serán los incrédulos.
Pero, ¿puede ocultarse, replicó Gonzalvo,lo
que ella tiene de doloroso y verdaderamente
i44 LOS INCAS.
espantoso para el hombre? — Ella, respondió
el solitario, tiene un gran atractivo ; excita á
la virtud y consuela la inocencia ; de forma
que esto solo me basta para hacerla adorar
en todas partes. Las buenas leyes comprimen
el vicio, espantan al delito, afligen al mal
vado, y son amadas porque pende de cada
cual el recoger sus frutos y ser feliz por ellas.
Con precision debe amarse una religion que,
como esas leyes saludables, es favorable á los
hombres de bien, rigorosa con los malos, é
indulgente con los débiles. Mas profesándola
en su pureza no se puede oprimir á nadie ;
quien la sigue verdaderamente no puede te
ñir sus manos con sangre ; es fuerza ser hu
mano, justo, pacifico, caritativo, y sobre todo
desinteresado ; juntar el ejemplo al precepto,
instruir por las buenas obras y probar por
las virtudes. El orgullo y la avaricia no pue
den conformarse á estos principios ; el dere
cho del cuchillo es el que mas conviene á los
tiranos ; de forma que, con tan odiosos pre
textos de que se valen las pasiones, el hombre
•e propasa á la violencia, la rapiña, el asesi
nato , y hasta á los crímenes mas atroces.
— A estas palabras, el solitario observó que
el hijo de Davila bajaba los ojos, y que el
rubor del delito sonrojaba su rostro. — Per
dona, jóven, Jí dijo,y o conozco que te afligo
LOS INCAS. i45
demasiado ; pero sabete que Dios es quien te
ha dado un padre tan rigoroso ; mas, por
injusto que te parezca, no dejes nunca de
amarle, respetarle y compadecerte de él : lo
único que yo te encargo es solo que no le
imites.
Regresan á Cruces, donde Bartolomé y Gon
zalo se separan. Bartolomé, abrazado del jó
ven Davila, le dice : Adios, adios, tu vas á ver
á tu padre ; acuerdate del cacique Capana , y
dígnate alguna vez de pensar en mi. Yo no
oiré tus palabras ; pero Dios estará presente:
tu corazon le ha jurado el ser fiel á los Indios,
y yo espero que lo seas.
Gonzalo se vuelve á Panamá, y Las Casas
desciende por el rio hasta la costa oriental,
donde un buque le recibe, y lleva á la ribera
que baña el Ozama á su entrada en el an
churoso océano.

TOMO I l3
i 46 LOS INCAS.

CAPÍTULO XVI.

Sigue la relacion de este viage.

Don Pedro Davila lloraba al heredero de


su apellido con las lágrimas del orgullo, de
la rabia y de la desesperacion ; mas en cuanto
lo vid se entregó al alborozo de la alegria mas
tierna. El ciclo, le dice, hijo mio, si, el cielo
se apiada del llanto de tu padre y te vuelve
á sus brazos. Pero esos animosos Castellanos
que te acompañaban, ¿ en donde están ¿ qué
se ha hecho de ellos ? — Han muerto, res
pondió Gonzalo. Acosados los Indios por no
sotros, nos hiciéron al fin tal resistencia que
fuimos obligados de ceder al número. Yo
mismo he estado cautivo en medio de ellos ;
pero sabian quien yo era, y su caudillo me
ha dejado la vida y puesto en libertad. ¡ O
padre mio ! si me amais, una conducta tan
noble y generosa debe conmoveros y desar»
mar vuestro brazo. — Mas el tirano no le es
cuchaba. Turbado,y furioso al ver que despues
ile los estragos y la larga carnicería que ha
bia hecho entre los Indios se defendiesen aun,
no buscaba que el medio de consumar su
LOS INCAS. . i47
ruina, sin ser sensible al beneficio que, solo,
hubiera debido conmoverle. — Si, dijole, yo
agradeceré lo que han hecho por ti los salva-
ges. Dime ¿en donde les dejaste, y en quepa-
rage se ha pasado el combate ?
— No me sería fácil volver á encontrar mis
huellas en estos desiertos, le respondió Gon
zalo ; y yo me he dejado conducir sin saber
yo mismo á donde iba, ni de donde venia.
—Ya entiendo, replicó el padre, observando
su turbacion ; ellos sin duda alguna te han
hecho prometer el no indicarme su retiro, y
tú te crees ligado por tus juramentos.
i — Si yo hubiese prometido algo, sería fiel
á mi palabra, dijo el jóven ; y yo les debo bas-
tante,para no faltar en tal caso á su confianza.
— Mucho mas sagrados son los vínculos que
te obligan ante Dios, para con tu rey, tu pa
tria y conmigo mismo, insistió el tirano. Tú
has visto caer bajo los golpes de esos salvages
la mitad de los mios : ¿ quieres ahora que aca
ben de exterminar á los demas? Al dejarte
la vida, ; han roto acaso sus arcos ? ¿ Han pro
metido el no volver á hacer uso en sus tiros
de ese mortal veneno que los aleves han in
ventado ? Obedece á tu padre, y mañana está
pronto á servirnos de guia, pues yo quiero
marchar sobre ellos. —
Gonzalo, reducido á optar entre vender á
i48 LOS INCAS.
los salvages, ó* engañar á su padre, ó bien ne
garse á obedecerle, tomó el partido de la fran
queza, y declaró que en su vida no contribui
ría al mal que se quisiese hacer á sus bienhe
chores. Davila se enfureció ; mas su hijo con
modestia sostuvo su resolucion ; y el padre,
no habiendo podido vencerle, ni por la re
prehension , ni por las amenazas, recurrió al
artificio.
Fernando de Luques fué escogido para este
odioso ministerio, y llegando al jóven, le dijo
con un tono afectuoso, y como si estuviese
penetrado de lo que decía : Mirad que vais á
hacer morir á vuestro padre : ¿1 os ama ; yo
lo he visto verter por vos sus lágrimas pater
nas, y ahora no volveis á su regazo sino para
acongojarle de dolor. — ¡Ay ! respondió el jó
ven, gue me pida la vida, pero no la trai
cion. — Si fuera una traicion, ¿habia de ser
yo, dijo el aleve, quien os instase por que obe
decieseis ? Yo tomo tanto interes en la suerte
de los Indios, como vos mismo podeis tomarla;
pero sabed que, irritando á vuestro padre, les
perdeis irremediablemente, y su cólera furi
bunda descargará sobre ellos. Vuestra resis
tencia le ofende sobremanera : él dice de
continuo que su hijo le desprecia y aborrece,
y que, mas adicto á ese pueblo bárbaro que
á su Dios, á su principe y á su padre, no co
LOS INCAS. i 4g
noce otro deber que el de la rebelion ; que
cuando su hijo no se atreve á fiarse en su
agradecimiento, le cree ménos generoso que
un miserable Indio. No, dice Davila, no era
asi como se debia servir á los salvages. Mo
vido de su humanidad, y mas sensible to
davia á tu confianza, yo sé que tu padre se
habria dejado aplacar ; mas, si por ellos ha
perdido la estimacion y el respeto de su hijo,
¿ podrá nunca perdonarles ?
—No, él no ha perdido en nada sus de
rechos sobre mi corazon, replicó Gonzalo :
mi respeto y mi amor hácia él son siempre
los mismos. Pero que no me pida sino lo que
es inocente y justo : entónces puede estar
seguro que al instante será obedecido. Mas
¿qué es lo que quiere de mí? ¿y porque
obcecarse en querer que yo sea ingrato y
perjuro ? Si él quisiese perseguir todavia á
ese pueblo infeliz, no he de ser yo quien
guie sus pasos desapiadados ; y si consiente
en dejarle tranquilo, no ha menester saber
en que lugares respira en paz. Por único
precio de la salud de su hijo, los salvages
no le piden sino el vivir lejos de él, y aun
olvidados, si es posible. Si, el olvido será para
ellos el mayor de todos los beneficios.
—Vos no pensais,le dijo Fernando, que es
parcidos por las selvas no se puede instruir
i3*
i So LOS INCAS.
Jes, y que ellos viven sin culto y sin leyes,
—Ellos son cristianos, dijo el jóven.Dejéseles
adorar en su sencillez á un dios á quien
sirven mejor que nosotros. —¡ Son cristianos!
¡ Ah ! si es verdad, continuó el aleve, ¿ dudais
que se use con ellos de indulgencia y conmi
seracion ? Fiaos en mí por lo que respeta al
cuidado de la salvacion Je nuestros herma
nos. Yo les protegeré y llevaré dentro de mi
pecho Pues bien, protegedles ; conseguid
que se les olvide, y hé aqui el acto mas noble
y mas pronto de vuestra gran proteccion.
—¡ Ay ! Gonzalo, vos quereis cargaros de un
parricidio. Ellos saldrán de sus selvas, nos
armarán lazos, y, sin duda alguna, vuestro pa
dre á quien su propio valor expone, caerá en
ellos : vos seréis quien le habréis entregado
á sus enemigos. La flecha emponzoñada que
herirá su corazon , será considerada como si
fuese tirada por vuestro brazo mismo.
Gonzalo se estremece al oir estas palabras;
pero, acordándose de Las Casas : ¡Me habria
aconsejado un delito aquel hombre venerable!
dijo en si mismo. ¡ Ay ! yo siento en mí que
la naturaleza está de acuerdo con él. Pío me
tenteis mas, dice al aleve. La voz íntima de
mi corazon se levanta contra vuestras repre
hensiones^ me habla con mas fuerza que vos.
Fernando turbado y confuso al ver la inú-
LOS INCAS. i5i
ululad de su empresa odiosa, dijo á Davila
que su hijo tenia el corazon empedernido ;
que necesariamente le habian pervertido, y
que tanta obstinacion pasaba los límites de
su edad.
Desde aquel momento, Gonzalo, odioso á
su padre, lloraba noche y dia su desgracia.
¡Quítate de mi presencia ! le dijo un dia
este padre inexórable, 'despues de otra vana
tentativa ; huye de mi presencia , pues que
eres indigno de llamarte mi hijo. Si, huye de
mi vista. Yo no quiero sufrir mas ultrages de
tu parte. ¡Desdichados los que, de mi hijo,
ántes obediente, fiel y respetuoso, han hecho
un obstin ado rebelde !
¡ Ay ! padre mio, dijo el jóven, postrándose
á sus plantas y bañado de lágrimas, ¿es posi
ble que el negarme á ser ingrato, aleve y per-
juro , me acarree de vuestra parle ün trato
tan cruel ? ¿ Qué es lo que exigís de mi ?
¿ Por qué motivo teneis un odio tan encarni
zado á esos infélices? ¡O! si hubieseis visto
á su propio rey romper mis cadenas, abra
zarme, llamarme su amigo, su hermano, pre
guntarme con dulzura que mal nos han hecho,
y porque olvidamos que son hombres como
nosotros ; vos mismo, si, padre mio, vos mismo
me hariais un delito abominable de la infi
delidad que ahora me prescribis como ley.
i 5a LOS INCAS.
Yo siento indeciblemente el desagradaros ;
pero aun mas sensible me seria en esta oca
sion el obedeceros. Yo os ruego que no me re
duzcais á tal apuro, y que tengais compasion de
un hijo á quien vuestra saña oprime, y que, en
el tiempo mismo que. os irrita, merece vuestro
amor. — Nc., ya yo no tengo hijo, ni tú tam
poco tienes padre. Libradme, grita, libradme
de nn traidor á quien no puedo sufrir.
Gonzalo, abatido, consternado, salió del
palacio de su padre, y le hizo preguntar qué
lugar le señalaba para su destierro.Esas selvas,
esas cavernas que ocultan, sin duda alguna, 4
los infames cobardes que ha preferido i mi,
respondió el inflexible padre.
El jóven volvió á tomar el camino de Cru-
ees, y, al irse, lloraba amargamente en medio
del silencio y la espesura de los bosques ;
pero se decia á sí mismo : Yo desobedezco á
mi padre, yo le afligo y le irrito á punto que
me aleja para siempre de él, y yo no siento
en mi dolor ninguna especie de remordi
miento ; en vez que, si le hubiese obedecido
persiguiendo á los salvages, mi corazon esta
ria ahora devorado por el mas cruel y terri
ble ; y hé aquí la prueba mas convincente
que este es un deber mas sagrado que el de
la sumision á la voluntad de un padre. Nues
tra primera calidad es sin duda la de hom-
LOS INCAS. i53
bres, y per consiguiente nuestro primer deber
el de ser humanos.
El estado de abandono á que se hallaba re
ducido, el dolor que le afligia, la impruden
cia y buena fé de su edad no le permitiéron
ver el lazo que le habian preparado. Los sal-
vages, que le habian visto con Las Casas en
aquel mismo parage, no tenian desconfianza
de él ; él les confesó su desgracia, sin ocul
tarles la causa. Y bien, dijéronle, porque,
una vez que tú no deseas sino vivir en paz y
sin molestia, ¿porque no vuelves con tus
amigos del valle ? Una humilde choza, una
dulce compañera, nuestra amistad, tu inocen
cia, serán tus bienes. Siguenos : el cacique
tendrá cuidado de hacerte olvidar la injuria
de un aleve padre. El incauto jóven toma
este consejo funesto. Mas no bien habia atra
vesado la espesura del bosque , ni su corazon
empezado á aliviarse con el placer que le
causaba la vista del valle, cuando, ¡ cual fué su
sorpresa y dolor al verse derepenterodeado de
Espagñoles, que le mandaban en nombre del
virey, su padre, que se volviese con ellos hácia
Cruces ! A la vista de los Españoles, dos Indios
á quienes él habia tomado por guias, se fugá
ron al bosque, y, por todo él, esparciéron la
alarma. Desde este fatal momento, el asilo del
cacique y de sus pueblos estaba descubierto.
■ 54 LOS INCAS.
El desdichado jóven, vuelto a conducir i
Cruces, tomaba la tierra y el cielo por tes
tigos de su inocencia. Habiendo sabido que
una nave iba á darse á la vela para la isla
Española, solicitó de su padre el permiso de
pasará ella. El padre consintió en ello, ya
por librarse de un testigo cuya vista le can-
saria de continuo, ya por dejarle exhalar en
aquel destierro voluntario la amargura de su
sentimiento. ¡ Ah! dijo Gonzalo, al dejar las
playas, ¡yo no he de ver mas á mi padre ! ¡ Él
me ha sorprchendido, me ha hecho perjuro y
traidor á los ojos de mis amigos ! ¡ No, yo no
consentiré mas en verle!
A su llegada á la isla Española, lo primero
que hace es preguntar por Las Casas : vise á
precipitar en sus brazos, y le cuenta su des
gracia, la que él llama delito, con toda la
congoja de un corazon culpable y cons
ternado.
Amigo mio, le dice Las Casas, despues de
haberle oido , tú has cometido una impru
dencia ; pero tu corazon está inocente. Cierto
debe ser un suplicio horrible , para un hijo
honrado y sensible, el ver los males <que su
padre ha causado. Ya no debes mas ser tes
tigo de ellos. En adelante vuelto en tí mismo,
á España es donde debeis ir para ofrecer tu
sangre á la patria, y derramarla, sin delito,
LOS INCAS. i 55
en cualquier caso que se presente, contra
justos enemigos. Solicita del rey la licencia
necesaria para tu partida, y entre tanto des
cansa aqui tranquilo.
Gonzalo, despues de haber desahogado su
dolor en el seno de aquel pio solitario, sin
tió renacer su valor, y permaneció al lado
de su amigo, aguardando que el monarca le
permitiese dejar este hemisferio.
,56 LOS INCAS.

CAPÍTULO XVII.
Parte Piíarro del puerto de Panami, y aborda en la
costa llamada, Pueblo quemado.—Guerra con loe
SaWages. — Canto funebre de un anciano india
que los Españoles hacen quemar.

Pizarro se hizo á la vela hácia el ecuador.


Por medio de los escollos de un mar desco
nocido hasta entonces, su navegacion era pe
nosa y lenta ; de forma que bien pronto fué
forzado á acercarse á aquellas costas salva-
ges (i) en que, por todas partes, halló pueblos
aguerridos. Apénas fué acometido uno de es
tos, cuando todos corren á socorrerle, y en tro
pel se presentan al combate. El fuego de lai
armas les desparce ; pero su valor vuelve á
recibirles. Todos los dias se le hace una gran
carniceria, y todos los dias tambien aquellos
infélices, esperando vengar sus amigos, tornan
a perecer con ellos. El acero Español les des
concierta, y los brazos de estos Europeos se
cansan de degollarlos.

(i) Llamase este sitio, Pueblo quemado.


LOS INCAS. t57
Un cacique anciano, famoso en otro tiempo
por su valor y prudencia, pero ya sin fuerzas
por sus trabajos y muchos años, se hallaba
recostado en el fondo de una cueva, y solo
aguardaba la muerte, cuando los gritos de ra
bia, de dolor y de espanto resuenan hasta él :
de repente ve acercarse sus dos hijos cubier
tos de sangre y polvo, y arrancándose los ca
bellos, gritan al infeliz : Acabóse ya, padre,
acabóse ; somos perdidos — ¡ Y qué ! dijo el
anciano respetable , levantando su cabeza ,
¿vienen en gran número, ó son acaso inmor
tales ?¿ Es esa la estirpe de los gigantes (i), que
en tiempo de nuestros abuelos saltáron en
nuestras costas ? —No, padre mio, respóndele
uno de los hijos : ellos vienen en corto núme
ro, y son semejantes á nosotros,excepto un pelo
espeso que les cubre hasta mitad del rostro;
pero sin duda alguna son dioses, pues que
los relámpagos y el mismo rayo parte de sus
manos. Nuestros amigos aterrados y heridos
nos han inundado con su sangre : hé aquí las
señales humeando aun en nuestros cuerpos.
Yo quiero mañana verles de mas cerca :
llevadme, hijos mios, dijo el cacique, á aquel
peñasco encrespado, á fin que desde allí yo
pueda observar el combate.

(i) Véase Garcilaso, libro 9. cap. 9.


TOMO I i4
i 58 LOS INCAS.
Desde el amanecer, los Indios se juntáron
en la llanura, donde ya los Castellanos les
aguardaban. Pizarro recorría sus filas con
semblante grave y sereno : á sus ordenes se
hallaba Aleon, hombre altivo y sañudo con
extremo, y Molina estaba al frente de los
jóvenes Españoles. Los ojos de este caudillo
estaban fijos en la tierra, y su rostro abatido
y triste, no de temor, sino de lástima : creiase
oir gemir á la humanidad en el fondo del
corazon de aquel jóven ejemplar.
. Una algazara compuesta de miles de ala
ridos fué la señal de los Indios, y al ins
tante una nube de dardos obscureció la
atmosfera, y cayó sobre las cabezas de los
Castellanos. Pero de tantas flechas, como se
arrojaban sin órden, casi ninguna los hería.
Pizarro se avanza á cada instante, y con un
fuego terrible esparce por todas partes la
muerte en sus contrarios : los del cañon , prin
cipalmente, causan un estrago y un vacio
espantoso en las huestes salvages. Tres veces
se hallaron los Indios desórdenados ; pero la
presencia del viejo cacique sostiene el ánimo
de los suyos. Afirmanse, adelantan y se des
plegan en dos alas, rodeando al corto número
de Castellanos. Pizarro, en tanto, se precipita
sobre los Indios con su escuadron furioso, y
las filas espesas de estos son en un momento
LOS INCAS. i59
desechas , ó al ménos disipadas. Su fuga no
presenta ya sino el triste espectáculo de una
carniceria atroz de hombres desparramados,
que, inermes y con suplicas humildes, presen
tan su cuello al golpe mas fatal. Los bos
ques y montes sirviéron solamente de refugio
í cuantos pudiéron escaparse.
El anciano, desde lo alto de una peña, con
templaba con ojo pensativo este desastre. El
vió al mas jóven de sus hijos partido como
una caña por el rayo eiterminador del fiero
Castellano. A vista de esta desgracia, su co
razon paternal se despedaza de dolor ; pero
la impresion de un haciago suceso cede el
lugar al sentimiento mas profundo de la ca
lamidad pública. El hace reunir á sus Indios,
y les dice : Hijos del tigre y del leon, debemos
confesar que esos foragidos nos aventajan
en el arte de hacer daño. Ese fuego destruc
tor, esos truenos, esos veloces animales que
combaten debajo del hombre, son verdade
ramente cosas prodigiosas é incomprehensibles
para nosotros. Mas volved del asombro que
os causan esas novedades. Vuestra es la ven
taja por el número y el sitio del combate :
aprovechaos de ella. ¿Quien os aconseja ó
fuerza á arrojaros en tropel sobre los enemi
gos en medio de la llanura? ¿porque dispu
tarles esta posicion tan ventajosa ? está acaso
s«o LOS INCAS,
cubierta de mieses ? ¿ No veis que la hambre,
con sus dientes agudos y sus uñas destructoras,
viene en pos de ellos? Ella va á vencerlos, chu
pando toda la sangre de sus venas, y dejándoles
extenuados y desfallecidos sobre estas masas de
arena. Teneos sobre la defensiva ; mas yo os
conjuro que esta sea en el angosto valle que
serpentea entre esas dos colinas. Alli, si vie
nen á atacarnos, verémos que uso hacen de
esos animales que pelean por ellos.
El sabio y prudente consejo del anciano
fué ejecutado aquella misma noche ; y cuando
el dia vino á aclarar aquel sitio,los Españoles,
asombrados del silencio y de la soledad que
reynaban en toda la llanura, no bailaron mas
enemigo que la hambre, que es el peor y mas
cruel de todos.
Pizarro, apénas descubrió las huellas de los
Indios, se resolvió á perseguirles , pero ellos
ya le aguardaban. El venerable cacique apostó
sus gentes por trozos en todos los escapes del
circuito del valle. — Guardad bien vuestros
puestos, les decia, pues que ellos os ponen
á cubierto de las asechanzas del enemigo, y,
á mas de esto, sabed que fatigarle es vencerle.
Protegidos contra sus rayos por los angulos
de esas colinas, los aguardaréis en los regates.
Allí yo os pido, no que os mantengais firmes
delante de ellos, sino que tireis de cerca vues.
LOS INCAS. i6i
tra primera flecha, y huyais al instante hasta
el puesto inmediato, donde los aguardaréis, y
haréis lo mismo que ántes. Yo, para proteger
vuestra retirada en caso necesario, defenderé
hasta morir el último desfiladero. Tal fué el
plan de batalla del respetable cacique, y él
es la mejor prueba de sus conocimientos.
Apénas la primera columna de los Castel
laños se presentó delante del estrecho del
vallejo, cayó sobre ellos una nube de flechas,
ejecutando este ataque con tal prontitud y
destreza, que aun no estaba bien extendido el
arco, cuando los Indios estaban ya disipados
corriendo al segundo puesto. Los Castellanos
los siguen, y en cada vuelta encuentran la
misma resistencia.
Estremecido Pizarro al ver que el enemigo
y la victoria se le escapan á cada paso, parte
con la velocidad del rayo, y manda á su es
cuadron que le siga. El anciano todo lo ha
bia previsto. En cuanto oyen los Indios las
pijadas de los caballos, se apresuran á ocupar
las dos orillas del vallejo ; y el escuadron
fiero, despues de una incursion infructuosa,
se ve al fin todo cubierto de millares de dar
dos tirados por manos invisibles.
Los Castellanos se enfurecen al ver correr
su sangre; pero no sienten tanto sus heridas
como las de sus valientes animales. El de
<4«
¡6i LOS INCAS.
Pizarro fué herido por entre su crin espesa y
flotante : en vano se esfuerza en arrojar el
arma que tiene dentro de la llaga ; de forma
que, agitando su cuello ensangrentado, ya se
levanta de manos, ya echa copiosos espuma
rajos, ya relincha con eco doloroso, hasta que
Pizarro se arranca el dardo, cae esfe en tierra :
llevado de su rabia , muerde las piedras y
plantas, y con un grito horrible detiene el
animal soberbio que tiembla á su voz. En
cuanto se levanta, manda desmontarse á la
mitad de los suyos, y suben, espada en manó,
sobre las dos colinas ; embisten á los Indios,
los dispersan prontamente, y los persiguen
furiosos.
Mas sabiendo que aquellos pueblos habian
ocultado sus viveres, que era el único tesoro
que poseian, y queriendo descubrir el depo
sito de estas provisiones, Pizarro recomendó
á sus soldados que, al menos, le trajesen un
Indio vivo que pudiera dar una noticia se
gura.
Dos jóvenes salvages que llevaban en andas
al viejo, exhaustos ya de fuerzas por tan largo
camino, abrumados por el peso de su carga
y casi sin respiracion, viéron pronto el mo
mento en que iban á ser cogidos. Entonces
les dijo el viejo : Soltadme : vosotros no po
deis salvarme ; idos, pues que por lo que á mí
LOS INCAS. i63
toca no temo la muerte, sienclopormis trabajos
y edad muy pocos los dias que me restan de
vida. Idos, hijos mios, idos, pues mi persona
no merece la pena de privar á vuestros hijos
de sus padres, y á vuestras mugeres de sus
maridos. Si os preguntáren porque me ha
beis abandonado, responded que porque yo
lo he querido,
— Tienes mucha razon, respondiéron los
Indios. Tu fuiste siempre el mas sabio y pru
dente de los hombres. Dichas estas palabras,
y habiéndole puesto al pié de un árbol, le
abrazaron llorando, y huyéron á las selvas.
Llegan los Españoles, y el anciano les mira
sin asombro ni sobresalto. Preguntanle donde
se han retirado los Indios, y él les enseña
los bosqHes. Pidenle despues que manifieste
la choza en que habita, y él hace señal al
cielo. Proponenle, por último, el llevarle á
su morada ; pero á esto replicó con tono de
orgullo y de mofa, que no tenia otra que la
tierra.
En vano le quisiéron obligar á romper tan
obstinado silencio : primero empleáron aleves
caricias, pero no fueron capaces de conmo
verle. Luego usáron de amenazas, mas tam
poco le espantaron. Finalmente su impacien
cia se convirtió en furor, y á los ojos mismos
del anciano, le preparan el suplicio. El lo
i64 LOS INCAS,
mira con desprecio ; echa sobre este una mi
rada con una sonrisa amarga y desdeñosa, y
les dice : — Insensatos, ¿ pensais que la ve
jez tiene miedo á la muerte? ¿No conoceis
que no hay mal en el mundo mas espantoso
que el de envejecerse? — Exásperados los
Castellanos, con estos insultos, atáronle á un
palo, y al rededor encendiéron un fuego lento,
para que poco á poco ae fuese quemando y
consumiendo.
El buen viejo, desde el punto que siente
los accesos del dolor, se arma de un espíritu
invencible ; su semblante, en que se ve pin
tada la altivez de una alma libre, se hace
augusto y luminoso : él mismo entona su
canto funeral de esta manera :
« Cuando yo vine al mundo , asidme al
instante el dolor, y yo inocente lloraba, por
que era niño. Nada obstaba que yo viese que
todo sufria y moria al rededor de mí : yo
solo hubiera querido no tener ni que sufrir,
ni que morir ; y como niño , me entregaba
á menudo á la impaciencia. Llegué á ser hom
bre, y el dolor me dijo : Luchemos juntos ,
y si tu eres c) mas fuerte, yo cederé ; mas si,
al contrario, te dejas abatir, yo te despedazaré,
yo me fijaré sobre ti, y batiré mis alas como
el buytre sobre su presa. Si asi es, dijéle yo
á mi turno, es menester que luchemos uno
LOS INCAS. iC5
con otro, y sin tardanza nos pusimos á pe
lear cuerpo á cuerpo. Sesenta años ha que
dura este combate, y hé aquí que aun vivo
ain haber vertido una sola lágrima. Yo he
visto í mis amigos caer bajo vuestros golpes, y
aunque sensible á su desgracia, he ahogado
mis quejas dentro de mi pecho. Mi hijo mismo
ha expirado á mis propios ojos ; pero ni aun
mi paternal ternura ha mojado mis parpados.
¿ Qué quiere pues de mí ahora el dolor? ¿No
sabe él todavía quien soy ? Mas héle aquí
que para aterrarme reune todas sus fuerzas;
y y, gozoso de verle apresurar mi muerte,
que me libra para siempre de él, le insulto y
escarnezco. ¿ Vendrá él todavia á agitar mis
cenizas ? ¡ Ah I las cenizas de los muertos son
impalpables al dolor. Y vosotros, cobardes, á
quien él emplea para probarme, viviréis, pero
no será sino para sufrirle tambien á vuestro
turno. Ahora venis á despojarnos, pero mas
tarde os arrancaréis unos á otros nuestros mi
seros despojos. Vuestras manos, teñidas de
sangre indiana, se lavarán en la vuestra ; y
vuestros huesos y los nuestros, esparcidos
confusamente sobre nuestros campos desola
dos, harán la paz, reposarán juntos entre el
polvo como huesos amigos. En el entre tanto,
quemad en hora buena, despedazad, ator
mentad este cuerpo que yo os abandono,
i66 LOS INCAS,
devorad Jo que la vejez na ha consumido.
¿No veis esas aves de rapiña que voltejean
sobre nuestras cabezas? Pues bien, en ello
les robais una comida, pero no es sino para
prepararles una mas sabrosa presa. Si ahora
os dejan hacer su oficio conmigo, mañana lo
ejecutarán con vosotros. s
Asi cantaba el anciano; y cuanto mas in
tenso era su dolor, mas aumentaba sus insul
tos. Un Español, llamado Morales, no pudo
sobrellevar mas tiempo las invectivas del
salvage : él toma el arco que le habian
dejado; extendióle, y atravesó al viejo con la '
flecha. El Indio, que se sintió herir mortal-
mente, miró á Morales con semblante orgul
loso y tranquilo : ¿ Qué has hecho ? le dijo,
jóven insensato ; tú has perdido con tu im
paciencia la mas bella occasion de aprender
á sufrir. Dicho esto , expiró, y los Españoles
confusos, pasáron toda la noche en el bosque,
sin poder encontrar su camino. No fué sino
al despertar la aurora,y al ruido de la señal
que mandó dar Pizarro, que ellos se reunié
ron con él ; mas conociósa entónces que la
venganza del ciclo habia escogido aquella
misma noche su victima. Si, Morales, estra-
viado de los suyos, perdido en el bosque, no
volvió á parecer mas.
LOS INCAS. i67

CAPÍTULO XVIII.

Desembarca Pizarro sobre la costa de Catames. F.isa


á la isla del Gallo. —• Abandonante casi todos sus
compañeros, y solo le quedan doce, con los cuales
se retira á la isla de Gorgona , para esperar socorros
en ella i pero, ántes de recibirlos, es llamado i
España.

Pizarro, en medio del desaliento general


de sus compañeros de armas, daba todavía
muestras de constancia, ocultando bajo la
aparente serenidad de su frente los pesares
que le devoraban las entrañas. Mas, viéndose
reducidos á tener que optar entre perecer de
hambre, ó por las flechas de los salvages, se
embarcan en su navio, y forzando de vela,
van á buscar paises mas afortunados para
ellos. Descubren en fin, una hermosa y bien
cultivada campiña, donde todo anunciaba la
industria y la paz, situada en la costa de Ca
tamés, pais fértil, abundante, y de una muy
corta poblacion. Descienden á él los Espa
ñoles, y estos pueblos ejercen para con ellos
los déberes naturales de la hospitalidad. Pero
él mismo, expuesto sin cesar á las incursiones
i68 LOS INCAS.
de sus vecinos, confiesa á sus huéspedes que
no confiasen en tener alli un asilo seguro.
Extrangeros, dijoles el caciqueóla naturaleza,
que nos ha hecho dulces y pacíficos, nos ha
dado unos vecinos feroces. Decidnos si por
todas partes están los buenos expuestos al
furor de los malvados. Entre nosotros, le res
pondió Pizarro, ha reunido el cielo la dul
zura con la audacia, y la fuerza con la bondad.
Volveos pues á vuestro pais, dijole triste
mente el cacique; pues los buenos en el nues
tro son débiles y tímidos, y los malvados
fuertes y atrevidos. Creyóle facilmente Pizarro,
y se retiró á una isla vecina (i), á donde, poco
tiempo despues, vino Almagro á socorrerle.
Durante estos sucesos, todo habia mudado
de aspeto en el Istmo. Davila no habia po
dido sobrevivir á la vergüenza de verse aban
donado por su hijo, y habia muerto con las
ansias del remordimiento y de la desespera
cion. Su sucesor (a} se habia dejado persuadir
que los compañeros de Pizarro no pedian
sino su regreso á España, y" que este mismo
caudillo no se oponia sino por un orgullo in
sensato. Hizo pues partir dos busques, bajo

(I) Isla del Gallo,


(a) Pedro de los Ríos.
LOS INCAS. i69
el mando de un Castellano, llamado Tafur,
para que se trajese á los descontentos.
A la vista de estos buques, que adelanta
ban á velas desplegadas, Pizarro saltó de ale
gría ; mas bien pronto su gozo se convirtió
en el dolor mas profundo.
Yo no sé, dijo á Tafur, al tiempo que le
comunicaba la urden de que venia encargado,
cual es el alevoso que, sin otro fin que el de
hacerme daño, ha hecho hablar á mis compa
ñeros ; mas, sea quien fuese, lo cierto es que
él miente. Estos nobles Castellanos se aguar
daban, como yo, á encontrar peligros y tra
bajos dignos de probar su valor y constancia.
Si la empresa no hubiese exigido sino cora
zones cobardes y tímidos, se hubiera concluido
sin nosotros, y antes de nosotros. Poro es
porque ella es ardua y penosa que nos está
reservada; los peligros harán su gloria cuando
les hayamos superado. Si, se ha hecho una
grave injuria á mis amigos, cuando se ha di
cho al virey del Istmo que querian deshon
rarse. Cuanto á mi yo no quiero retener á
ninguno. Unos hombres valerosos, tales como
yo los creo á todos, no pedirian otra cosa
«¡no el seguirme ; y si entre ellos se encuen
tran algunos cobardes, deben saber que no
merecerian que yo sintiese su perdida. Haced
que se trace una linea en el medio de mi
TOMO I i5
i70 LOS INCAS,
navio : vos os pondréis á la proa, y yo per
maneceré en la popa con todos mis compa
ñeros. Los que quisiesen separarse de mi, no
tendrán que hacer mas que un paso de la
gloria á la ignominia.
Acceptd Tafur este desafio ¡ mas, ¡ cual fué
la sorpresa y el dolor de Pizarra al ver que
casi todos los suyos pasáron al lado de Tafur !
Indignado de esto, pero firme y sereno, mira
bales con ojos fijos. Uno de ellos le mira á
su turno, y notando en su semblante una no
ble tristeza, una fria intrepidez, dijo á aquel
los cuyo ejemplo le habia arrastrado : ¡ Ved,
Castellanos, á quien abandonamos! Yo no
puedo resolverme á ello, y prefiero morir con
ese hombre, á vivir en medio de los que son
aleves. Adios... Dichas estas palabras vuelvese
al lado de Pizarra, y jura, abrazándole, el
no desempararle nunca. Llamábase este va
liente guerrero Aleon. Otros varios le imitáron
al punto ; pero fuéron en corto número, de
forma que hizo que su desafortunado gefe
fuese aun mas sensible á este movimiento es
pontaneo y generoso. Por lo que mira á los
desertores, no se le oyó jamas ni queja, ni
reconvencion ; mas cuando vió que doce Cas
tellanos le permanecían fieles, y se hallaban
resueltos á morir por él ántes que abando
narle, su corazon con este alivio se enter
LOS INCAS. i7i
neció : abrazóles, y el agradecimiento le hizo
verter lágrimas que el dolor no habia podido
arrancarle. Tú ves, dijo á Tafur, que mi
navio, hecho pedazos, se abre y va á sumer
girse : dejame uno de los tuyos. Tafur le negó
este auxilio : Yo puedo llevaros conmigo ,
le dijo, pero no puedo hacer mas ¡ lié aqui,
replicó Pizarro, como se pone á los hombres
de bien en la necesidad de optar entre su
deshonra y su perdida inevitable ! Anda,nues-
tra eleccion no es dudosa ; pero, al menos,
dejanos armas y municiones, sino él que te en
via tendrá la vergüenza de habernos abando
nado á la suerte mas terrible.
En el momento fatal en que Tafur se hizo
á la vela, y se alejó de las costas, Pizarro
estuvo para caer en la mas cruel desespe
racion. Vióse casi solo, sobre mares desco
nocidos, y en uno nuevo universo, abando
nado de su patria, hecho el juguete de los
elementos, expuesto á cada instante á los
peligros mas eminentes y espantosos,y á la ver
güenza tambien de aquellos pueblos salva
jes , de quienes no habia que esperar sino
la vida ó la muerte. Necesitó su alma del
auxilio de la reconcentracion de todo su
espíritu para contener la pesadez del golpe
que le habia herido. Los compañeros que le
rodeaban, guardaban un silencio profundo.
i 7a LOS INCAS.
miéntras que el héroe, para reanimarse, hizo
el mayor esfuerzo.
Comienza por alejarles del punto de donde
seguian con sus ojos las velas de Tafur ; é
internándose con ellos en la isla : Amigos mios,
les dice, congratulémonos de vernos libres
de aquella multitud de hombres pusilánimes
que no hubieran servido sino para entorpe
cer nuestra gloriosa carrera. La fortuna me
deja á los que yo mismo hubiera escogido.
Somos pocos ; pero todos determinados, uni
dos por la amistad, la confianza y la desgracia
misma. No dudeis que bien pronto nos ven
drán compañeros zelosos de nuestra fama.
Si, desde este mismo instante ella vuela á
las orillas de donde hemos salido. Suceda-
nos lo que nos sucediese, amigos mios, trece
hombres que solos, desamparados en playas
desconocidas, donde habitan pueblos feroces,
persisten aun en el gran designio de ven
cerles y domarles, están ya de antemano
bien seguros de su gloria. ¿Qué es lo que
nos ha reunido, sino la noble ambicion de
inmortalizarnos ? Ya lo hemos conseguido, y
aun el suceso será en lo venidero indife
rente. Felices ó desgraciados, ello es verdad
que, á lo menos, habrémos dado al mundo
un ejemplo inaudito de audacia y de intre
pidez. Compadézcamos á nuestra patria, que
LOS INCAS. i73
ha producido algunos hombres cobardes ;
pero , al mismo tiempo , felicitémonos del
crédito de la opinion pública que su ver
güenza va á dar á nuestro valor. Despues
de todo, ¿ qué es lo que arriesgamos ? Nada
mas que la vida, una vida que cien veces
hemos sido prodigos de ella á vil precio.
Pero, ántes que la perdamos, debemos apro
vecharnos de los medios de hacerla gloriosa.
Comencemos por procurarnos un asilo menos
expuesto á la sorpresa de los Indios. Aqui
careceríamos de todo. La isla de Gorgona está
desierta y es fértil : su aspecto es terrible y su
entrada peligrosa, tanto que el Indio no se
atreve á penetrar en ella. Démonos priesa á
entrar nosotros , decia Pizarro, ella será el
digno asilo de trece hombres abandonados y
separados de todo el universo.
La isla de Gorgona merece muy bien este
nombre, porque es el espanto de la natura
leza. Un cielo cargado de densas nubes ; lu
gar donde braman los vientos , donde los
truenos hacen estremecere! ayre mismo, donde
caen de continuo lluvias tempestuosas, gra
nizos y piedras destructoras, entre relámpagos
y rayos; montañas cubiertas de árboles tene
brosos, cuyos restos ocultan la tierra, y cuyas
ramas entrelazadas forman un tegido espeso,
impenetrable á la claridad 4 valles fangosos
l5*
jjí los incas.
cortados siempre por torrentes impetuosos;
unas playas llenas de rocas, contra las cuales
se estrellan con bramido las olas que agitan
las tempestades ; el ruido de los vientos en
las selvas, semejante al hullido del lobo, ó al
maullido del tigre ; enormes culebras que ar
rastran por entre la yerba de los pantanos,
y que con sus muchas roscas abrazan las
raizes de los árboles ; una multitud de insec
tos que engendra un ayre siempre corrom
pido, y cuya codicia no busca sino la presa ¡
tal es la isla de Gorgona, y tal fué el asilo
de Pizarro y de sus compañeros de armas.
Espantáronse estos al aspecto de aquella
infernal morada, y él mismo Pizarro la mird
con grande espanto ; mas no tenían donde
escoger, porque su navio no hubiera resistido
á un viage mas largo ; de forma que al de
sembarcar tuvo que ocultar bajo las aparien
cias de la alegría el horror de que estaba
penetrado.
Su primer cuidado fué el de buscar una
colina en donde la tierra no fuese nunca
inundada, y que, vecina del mar, permitiese
hacer señal á los barcos que pasasen. A pesar
de la humedad de los bosques que rodea
ban la colina, penetró hasta ella con el favor
de las llamas. Un viento fuerte puso fuego
4 los arbustos, y la cima bien pronto se pre
LOS INCAS. i75
sentó á descubierto. AHí se estableció Páarro,
J- construyó chozas, donde ponerse á salvo de
las bestias feroces y de los ultrages del tiempo.
Amigos, ^Jee á sus compañeros, aquí es
tamos bien : la naturaleza es salvage, pero
fecunda. Los bosques están poblados de aves;
el mar abunda en pescados ; el agua dulce
mana de los peñascos de estos montes. Entre
las frutas que hallamos, algunas son bastante
sabrosas que nos suplirán al pan. El ayre,
aunque humedo en los valles, lo es menos
sobre esta eminencia, y haciendo fuego con
tinuo vendrá á purificarle. Bajo la techumbre
espesa de las ramas hojosas, estaremos al abrigo
de la lluvia y de los vientos. Cuanto á esos
negros huracanes, les contemplaremos como
un espectáculo magnifico ; pues los horrores
de la naturaleza aumentan su magestad. Aquí
es donde verdaderamente infunde ella res
peto. Este desórden tiene un no sé que de
portentoso que engrandece al alma. Si, amigos
mios, nosotros saldrémos de aqui con unos
sentimientos mas sublimes y fuertes sobre la
naturaleza y sobre nosotros mismos ; aun fal
taba & nuestro valor el ser probado por el
choque de los fieros elementos. Por lo de
mas, no os figureis que su guerra ha de ser
constante : yo me persuado que tendremos
días mas serenos, y durante el silencio de
i76 LOS INCAS.
los vientos y tempestades, el cuidado de pro
curarnos la subsistencia, será para nosotros
mas bien un ejercicio interesante, que un tra
bajo insoportable. _
Así fué como Pizarro , de una mansion
horrible, hizo á sus compañeros una pintura
alagueña. La imaginacion emponzoña los bie
nes mas dulces de la vida, y dulcifica los
mayores males.
Los Castellanos construyéron pronto un
esquife sobre el cual, cuando el mar estaba
sosegado, se ocupaban en la pesca, que era
muy abundante en las orillas. No lo era
ménos la caza ; pues, ántes que los anima
les de una índole dulce y tímida aprendan
á conocer al hombre , ya parecen mirarle
como amigo, bajo cuya confianza caen en
sus lazos. No es sino despues de haber ex
perimentado mil veces su malicia y perfidia
que, espantados de verles , se enseñan unos
á otros á huir del enemigo comun.
Pasáronse tres meses sin que Pizarro ni
sus compañeros viesen aparecer ningun bu
que. Sus ojos, siempre mirando hácia el norte,
se cansaban en recorrer la inmensa soledad
del mar. Todos los dias renacia y mona la
esperanza en sus corazones abatidos. Solo
Pizarro les sostenia y animaba á la cons
tancia : Demos á nuestros amigos el tiempo
LOS INCAS i77
de proveerá todo, decia continuamente ; yo
temo ménos su lentitud que su impaciencia.
La nave que yo aguardo habria partido án
tes de tiempo, si no me trajese sino hombres
alistados de presa y sin eleccion ; pero, si
viene cargada de hombres animosos, preciso
es que la aguardemos.
Estaba él bien lejos de tener por si mismo
aquella confianza que procuraba infundir en
el ánimo de sus compañeros. El rigor del
clima de la isla, su influencia inevitable so
bre la salud de sus amigos, la ruina de su
navio, que batian sin cesar las olas, y que
acababan de destruir ; la incertidumbre y
pequeñez del auxilio que podia esperar, su
estado presente, el porvenir mas espantoso
para el todavia : todo esto formaba en su alma
un negro torbellino de pensamientos, entre
los cuales apénas se dejaban ver algunos res
quicios de esperanza.
Sus amigos , ménos fuertes , se can
saban de sufrir. La humedad del ayre que
respiraban, y que penetraba hasta sus hue
sos, deponia en su pecho el germen de una
languidez contagiosa, y su valor disminuia de
dia en dia. No te pedimos, decian á Pizarro,
sino un clima mas suave y sano. Haznos
respirar; líbranos de esta influencia morti
fera ; vamos á buscar hombres, á quienes po
178 LOS INCAS
damos ablandar 6 vencer, 6 á lo ménos pon-
nos delante de enemigos sobre los cuales,
al expirar, podamos vengar nuestra muerte.
Pizarro cede á sus instancias, y de los mis
mos desechos de su navio, les hace construir
una barca para volverse al continente. Mas
cuando trabajaban con mas animo, uno de
ellos cree divisar, á lo lejos, las velas de una
nave ; da un grito de sorpresa y alegría , y
al instante todos los ojos se tornan á la parte
del norte. No pareciendo sino una misera
apariencia, todos temen engañarse ; dudase
si lo que han tomado por una vela no será
mas bien una ligera nube : observan todavía
mucho tiempo, y poco á poco, y cual la na
ciente aurora penetra las sombras de la no
che, y las disipa con el crepúsculo matutino,
asi crecia su esperanza y disipó su temor.
Cesa en fin la incertidumbre ; distingüese la
vela; reconocen el pabellon, y aquella ribera,
que hasta entónces no habia repetido sino
gemidos y quejas, resuena ahora con gritos
de alegría. Mas el navio á su arribo ahoga
pronto este gozo. El único auxilio que trae
i Pizarro, es el de los marineros que le con
ducen ; y lo que le aflige aun mas, es que
i él mismo le llaman y obligan á partir. La
tal nueva le penetra de dolor : ¡ Y qué ! dijo,
¡senos envidia hasta el triste honor de mo-
LOS INCAS. i79
rir en estas costas!... Mas, reanimado su valor:
Volverémos á ellas, dice, yo no las dejaré sino
despues de haber señalado yo mismo el pa-
rage en donde podemos desembarcar. Antes
de salir de la Gorgona, quiso dejar en ella
un monumento de su gloria. El escrivió so
bre una roca, á cuyos pies se estrellan las
ondas : Aquí trece hombres ( poniendo sus
nombres y apellidos ), abandonados de la na
turaleza entera, han experimentado que no
hay males que no venza el valor : que
quien quiera atreverse á lodo, aprenda tam
bien á sufrilo todo.
Entónces, montando a bordo del mismo na
vio, se hiciéron á la vela para Tumbes.
i8o LOS INCAS.

^*WWWWM*»WIWW»VVWWVVWW>W\^WMMMM»W*

CAPITULO XIX.

Pizarro , ántes de retirarse de la Gorgona , va á reco


nocer la costa y el puerto de Tumbes. — Acogida
que recibe allí. — Molina se separa de él, y se
queda con los Indios. —Toma este la resolucion de
ir i Quito para informar á Ataliba del peligro que
le amenaza.

Cuanto se ofre allí á sus ojos anuncia un


pueblo industrioso y rico. Pizarro le envia á
decir que ¿1 busca su amistad, y pronto le
ve reunirse en tropas sobre la playa. Observa
que su navio está rodeado de muchedumbre
de balsas(i)cargadas de presentes, compuestos
de granos, frutas y licores, todo en hermosos
vasos de oro. Sensible á la bondad y mag
nificencia de este pueblo dulce y pacifico,
Pizarro se alegra de haber encontrado ya
hombres de un indole tan bueno ; pero sus
compañeros de armas se alegran sobre todo
de haber encontrado el oro.

(i) Compuestas de vigas.


LOS ^'G AS. i8i
Los Indios, sin desconfianza y sin artificio,
solicitan de los Castellanos que bajen á la
playa. Pizarra lo permitió solamente á dos
de los suyos, Candia y Molina, los que, apé
nas bajáron, fueron rodeados de una mulitud
inmensa, alagueña y obsequiosa. El cacique
mismo les conduce á su pueblo é introduce
en su palacio, haciéndoles recorrer las mansio
nes tranquilas de sus subditos venturosos.
Aquellos hombres sencillos les reciben como
amigos tiernos ; y con la ingenuidad, la segu
ridad y la inocencia de la niñez, les manifies
tan las riquezas que poseían, y que debieron
haberselas ocultado.
¡ Qué cosa, decía Molina, puede haber mas
alagueña para el corazon del hombre que la
inocencia de este pueblo ! Es muy cierto, de-
cia Candia, que él es muy sencillo y fácil de
civilizar ; mas entre tanto levantaba el plan
de la villa y de los muros que la rodeaban.
Los Indios, encantandos del arte ingenioso
con el cual su mano dibujaba como la som
bra sus murallas, no se cansaban de admirar
un prodigio tan nuevo para sus ojos. Ellos
estaban lejos de sospechar que fuese una per
fidia. 1 Qué haceis ? le pregunta Alonso. — Yo
estoy examinando, le respondió Candia, por
donde se les podrá atacar. — ¡ Atacarles !
¡ qué ! en el momento mismo en que os col-
tomo i i6
i 8a LOS INCAS,
man de bienes, en que se entregan i vos sin
temor alguno, y sobre la fe de la hospitalidad.
meditais ya el infame proyecto de sorpren
derles dentro de sus muros ! ¡ Seríais tan ale
voso!... — ¿Y vos, replicó Candia, sois bas
tante insensato para creer que así se atreviesen
los mares, y que se venga de un mundo á
otro, para enternecerse como niños al ver la
imbecilidad de un pueblo de salvages? Bue
nas conquistas se barian con vuestras tímidas
virtudes. — Puede ser, dijo Alonso. Pero, ¿ es
verdaderamente Pizarro quien hace levantar
estos planos? — El mismo es quien lo manda.
— Yo lo dudo todavía. — Eso es insultarme.
— Yo estimo mucho á Pizarro para que pueda
creerse ; y al decir estas palabras, el impetuoso
joven arrebató de las manos de Candia el
dibujo que había hecho.
Al instante mismo, echándose' uno a otro
miradas de cólera, apartan la multitud, y el
acero centellea como un relámpago en sus
valientes manos. Los salvages. persuadidos
primero que aquel combate no era mas que
un juego, aplauden con alegría y admiracion
la destreza con que uno y otro evitaban lo s
golpes mas veloces. Mas cuando viéron correr
la sangre, diéron alaridos terribles que deno
tabais su dolor y espanto ; y su rey, precipi
tandose ¿1 mismo entre las dos espadas, grita:
LOS INCAS. i83
Detente ; ¿ que haceis? ¿no veis que es mi
huésped y mi amigo, y que es la sangre de
tu hermano la que haces verter ? Entonces
los Indios cardan sobre ellos, los desarman
y conducen á bordo del navio.
Pizarro, instruido del motivo de su con
tienda, les reprende ; pero, por mucha igual
dad que afectase en sus expresiones, Alonso
llegó á conocer que la conducta de Candis
era aprobada ; y al instante un negro prsar
se apoderó de su alma. Recuerdase de los
consejos del virtuoso Bartolomé; se representa
el suplicio del anciano Indio á quien habian
hecho quemar, la guerra injusta y sangrienta
que se habia hecho á aquellos pueblos , y
la avaricia impaciente de sus compañeros á
la vista del oro. En fin, el ejemplo de lo pasa
do no le hizo ver en el porvenir, sino el ase
sinato y la rapiña, los furores y el estrago
que es consiguiente á ellos, y se arrepentía
de todas veras de. haberse comprometido en
aquella empresa.
Como los Indios le adoraban, él era á quien
Pizarro encargaba masá menudo de ir á bus
car lo necesario para el navio. Un dia, al de
sembarcar fué recibido por el pueblo con unas
demostraciones de amistad tan candorosas y
tiernas, que no pudo contener sus lágrimas:
Dentro de algunos meses, decía en sí mismo,
i 84 LOS IKCAS.
las fértiles orillas de este rio , esos campos
cubiertos de mieses, esos valles poblados de
ganados, quedarán asolados ; las manos que
los cultivan serán cargadas de cadenas ; y, de
esos Indios tan dulces y apacibles, millares
serán degollado?, y los demas, reducidos á la
mas dura esclavitud ; perecerán miserable
mente en los trabajos de las minas de oro.
¡Pueblo inocente y desgraciado! no, yo no
te puedo abandonar ; yo me siento unido 4
ti por un encanto invencible. Yo no soy trai
dor á mi patria, declarándome enemigo de los
ladrones que la deshonran, y procurando yo
mismo ganarles los corazones. Tal fué su re
solucion, con la que escribió á Pizarro : «Yo
« amo á los Indios, y quiero quedarme con
« ellos, porque son buenos y justos. Adios :
« siempre hallaréis en mi un mediador y un
« amigo, si respetais con ellos los derechos
« imprescriptibles de la naturaleza ; pero, si
« por la fuerza, el asesinato ó la rapiña, vic-
« lais estos derechos sagrados, encontraréis en
« mi vuestro mayor enemigo.
Afligido Pizarro por la perdida de Alonso,
le hizo instancias para que volviese. Halló
sele en medio de los salvages, ilustrando sus
entendimientos , y gozando de sus caricias,
n Contad á Pizarro lo que habeis visto, dijo
a á los que venian á buscarle, y que mi ejem
LOS INCAS. i85
« pío le enseñe que el mas seguro medio de
ce cautivar á estos pueblos, es el de ser justo
« y benéfico. »
Lo que mas sintió Pizarro al alejarse de
aquellas playas, fué el dejar en ellas á tan
valeroso jóven, el virtuoso Alonso, quien
nunca no se habia visto tan feliz como en
aquel momento. Si, en medio de un pueblo
naturalmente bueno, sencillo y dulce, gozaba
de la calma de sus pasiones y respiraba el
ayre puro de la inocencia ; allí tomaba placer
en oir celebrar las virtudes de los Incas, hijos
del Sol, y poner en el rango de sus beneficios
la feliz revolucion que se habia operado en
sus costumbres, cuando por la razon, mas que
por la fuerza de las armas, le habian obli
gado los Incas & seguir su culto y sus leyes.
Alonso, á su turno, les daba idea de nuestros
leyes, usos y costumbres, asi que de los pro
gresos de nuestras artes. El cacique le pre
guntó,; por que razon se habia determinado á
separarse de sus amigos y permanecer en
aquellos paises? — Los que me han acompa
ñado, le respondió Alonso, me habian dicho :
Vamnsá hacer bien i los habitantes del Nuevo
Mundo, y hé aqui porque les he seguido. He
notado despues que no pensaban sino en ha
ceros daño, y ved aquí porque les he dejado
— Contóle por menor el motivo de su desa.
1 6*
i 86 LOS INCAS.
venencia con Candia. Penetróse el Iridio do
gratitud por él, y, mirándole con ojos de dul
zura y terneza, decia con admiracion á su
pueblo : este hombre merece mucho mas res
peto que yo. En fin, llega la hora del sueño,
y el cacique se retira; pero, al saludar i Alonso,
fijóle con sus ojos, y váse luego, levantando
las manos al cielo.
El dia siguiente, al amenecer, vino á bus
carle : —Despierta, rey de Tumbes, le dice,
prestándole su diadema y sus armas, despierta:
recibe de mi mano la corona. Yo lo he pen
sado bien, y sé que te la debo. Yo tengo tu
valor y tu bondad, mas no tus luces. Ponte
en mi lugar, reyna sobre nosotros : yo seré
tu primer vasallo : el Inca mismo no podrá
sino aprobarlo. — Absorto Alonso al ver en
un salvage tan inaudito ejemplo de modestia
y magnanimidad, sintió lo que el orgullo
ignora, que la verdadera grandeza y la sen
cillez son hermanas, y que es raro que un
corazon recto no sea tambien sublime. Dió
las gracias al cacique, y le dijo : Tú eres justo
y bueno, y debes ser amado de tu pueblo.
Dejemosle su rey. Otros cuidados son los que
deben ocupar á tu amigo verdadero.
Muy pronto vió venir las mas felices ma
dres, las que podian alabarse de tener las
mas hermosas hijas : llevabanlas de la mano
Jhm / Pao* i£?
LOS INCAS. i87
y se las presentaban á porfía .Dignaos aceptar,
le decia cada cual, esta jovecita y dulce com
pañera : ella es sobresaliente en el hilado de
la lana, de la cual sabe hacer los tegidos
mas bellos. Ella es sensible y amorosa, y te
adorará. Todas las mañanas, al despertar, sus
pira por un esposo, y desde el momento que
te ha visto, tú eres el que su corazon desea.
Todos mis hijos han sido lindísimos : los
suyos deben ser hermosísimos, pues que tii
has de ser el padre de ellos ; y jamas han
visto nuestras mugeres un hombre tan gal
lardo como tú.
Molina se hubiera entregado sin recelo á
los encantos de la belleza, de la inocencia
y del amor; pero, como el darse una com
pañera era comprometerse él mismo, y sus
designios exigian un corazon libre, dió gra
cias, y se excusó noblemente. He llegado á
entender, dijo Alonso, que, mas allá de los
montes, hay dos Incas, ambos hijos del Sol,
que se dividen entre sí un vasto imperio ; y
desde entonces formé la resolucion de ir á
visitarlos en su corte. — El Inca rey del Cuzco,
dijole el cacique, es soberbio, inflexible, y se
hace temer. El de Quito es mas dulce, y le ado
ran sus pueblos. Yo soy del número de los
caciques que su padre ha sometido á sus leyes.
Alonso se determinó á ir á la corte del de
s88 LOS 11SC.AS.
Quito, y para ello pidió dos Beles gui.is. El
cacique hubiera querido retenerle todavia.
¡Qué! exclamaba, ¡ tú nos quieres dejar
tan pronto! ¿y en donde has de estar mas
amado y reverenciado que entre nosotros?
— Yo voy, le respondió Alonso, i hacer que
el Inca tome conmigo tu defensa ; pues que
vuestros enemigos van á presentarse de nuevo
en vuestras costas. Mas nada temas, pues que
yo mismo vendré á socorrerte á la cabeza
de los Indios. Este zelo enterneció al caci
que , y las lágrimas de la amistad acompa
saron su despedida. El mismo escogió los
dos guias que le pedia sn amigo, con los
cuales Alonso atravesó los valles, y siguió
las orillas del Dolé, que tiene su nacimiento
hacia el norte.
LOS INCAS. i89

CAPÍTULO XX.
Viage de Alonso Molina de Tumbes a Quito.

Despues de un viage penoso, se acercan


al ecuador, é iban á pasar un torrente que
se precipita en la Esmeralda, cuando Alonso
vio á sus dos guias confusos y turbados, ha
blándose el uno al otro con movimientos de
espanto. Preguntales la causa : Mira, dicele
uno de ellos, la cima de ese monte, ¿noves
aquel punto negro que está en el cielo ? Pues
pronto va á ensancharse, y á formar una fu
riosa tempestad. — En efecto, pocos instantes
despues , se extendió excesivamente aquel
punto nebuloso, y el monte fué cubierto de
una nube umbrosa.
Los salvages entónces se apresuran á pasar
el torrente. Uno de ellos le atraviesa á nado,
y ata á la orilla opuesta una larga cuerda
de liene (i), por la cual, Alonso, suspendido
en una cesta de mimbres, pasa veloz ; sigúele

(t) Esta especie de puentes decuevdasse llama Tara


bitas. La liene es un arbusto semejante á la mimbre.
i90 LOS INCAS.
el otro Indio, y en el mismo instante, un
mormullo profundo da la señal de la guerra
que van á declararse los vientos. Sin perdida
de instantes, su furor se anuncia por espan
tosos silbidos. Una densa niebla obscurece
el cielo y confundele con la tierra ; los rayo?,
al rasgar su velo tenebroso, aumentan su es
panto : cien tormentas que ruedan y parece
que saltan unas sobre otras en la altura
de las sierras , forman un general bra
mido, que se apacigua y vuelve á aumentarse
como el de las olas del mar. A los embates
que recibe la montaña de la tormenta y delos
vientos, se estremece, se hiende, y de sus
flancos, con estrepito horrible, se precipitan
muchos arroyos rapidísimos. Los animales,
asustados, se salian de las selvas, y huian por
las llanuras; á la claridad de los relám
pagos, los tres caminantes viéron pasar á su
lado leones, tigres, linces y leopardos tan tré
mulos y temerosos como ellos mismos. En este
peligro universal de la naturaleza no se veia
ferocidad alguna ; pues que todo lo hahia
mabizado el miedo.
Uno de los guias de Alonso, con el susto,
se subió sobre una peña, cuando hé aqui que
un nuevo torrenle se precipita impetuoso,
le desarrayea , y. arrastra juntamente que al
Indio. El otro habia creido encontrar segu
LOS INCAS i9i
rielad en la concavidad de un árbol ; mas
ana columna de luego, que llegaba hasta el
cielo, baja centellando sobre él, y le consume
con el infeliz que se habia en él refugiado-
Entre tanto Molina se cansaba en luchar
contra la violencia de las aguas : él subia por
el monte en medio de las tinieblas, y asien
dose á las ramas, y á las raices de los arbus
tos que encontraba, sin pensar en sus guias,
y sin otro sentimiento que el del cuidado de
su propia vida ¡ pues hay momentos de es
panto, en los cuales toda compasion cesa, y
en que el hombre, absorto en si mismo,
no es ya sensible sino por lo que le toca per
sonalmente.
Llega, en fin,arrastrándose al pié de un en
crespado peñasco ; y á la luz de los relám
pagos, divisa una caverna tenebrosa y profunda,
cuyo horror le hubiera en otros momentos
dejado pasmado y yerto. Acercase á ella, y
casi moribundo, exausto por el cansancio, y
sin fuerza para sobrellevar mas tiempo la fa
tiga, se deja caer en su fondo, donde, dando
gracias al cielo, reposa sus sentidos en paz
por algun tiempo.
La tempestad, por fin, se apacigua ; las tor
mentas y los vientos cesan de estremecer la
montaña ; las aguas de los torrentes, con ioli
nos rapidez, ya no braman, y Molina siente
,c,a LOS INCAS,
correr en sus venas el balsamo del sueño.
Pero un ruido mas temble que el de las tenr.
pestades hiere sus. oidos al momento mismo
en que iba á dormirse.
Este ruido, parecido al corte y quebradura
de los pedernales, era el de una multitud de
serpientes (i)á que esta cueva servia de re
fugio. Su bóveda estaba cubierta de estos
reptiles horrorosos ; de forma que, enlazadas
las unas con las otras, formaban en sus mo
vimientos aquel ruido espantoso. Alonso le
conoce ; él sabe que el veneno de aquellas
serpientes es el mas sutil de todos ; él sabe
tambien que ese veneno produce al instante
en todas las venas un fuego que consume,
devora, y un dolor insufrible á los que tienen
la desgracia de ser picados por ellas. Escu
chalas ; ya las cree ver arrastrándose al rede
dor de él, asidas de su cabeza, 6 enroscadas
sobre ellas mismas y prontas á ahogarle. Su
cumbe al fin agotado su valor ; yelasele la
sangre de miedo, y apénas se atreve á res
pirar ; de tal manera que si quiere arrastrarse
hacia la puerta de la caverna, se estremece
al considerar que le puede tocar con sus ma
no?, con sus pies, ó de cualquier modo, á al-

<t) Son Ui víboras .juc llaman los Españoles de


cascflbelillo.
LOS INCAS. i93
guno Je aquellos peligrosos animales. Yerto,
trémulo, inmóvil, rodeado de mil muertes,
pasa la mas larga noche en la mas triste ago
nia, anhelando ver la luz, culpándose á si
mismo del temor que le tiene enagenado, y
haciendo vanos esfuerzos por superar su fla
queza.
El dia que vino á iluminarle justificó su
espanto. El vió en realidad todo el peligro
que habia sospechado, y vióle aun mas ter
rible. No habia otra alternativa que la de es
caparse ó morir. Reune, aunque con trabajo,
las pocas fuerzas que le quedan ; levantase
suavemente, agobiase, y apoyando sus manos
sobre sus trémulas rodillas, sale de la caverna,
tan desfigurado y pálido como un espectro
de su sepulcro. La misma borrasca que le ha
bia arrojado en el peligro le preservó de él ;
pues las serpientes habian tenido tanto temor
de la tormenta como él mismo, y el instinto
de todos los animales, cuando les ocupa el
peligro, les manda siempre que dejen de ser
maléficos.
La serenidad del nuevo día consolaba i
la naturaleza de los estragos de la noche. La
tierra no parecia sino que se habia escapado
de un naufragio, y por todas partes ofrecia
vestigios de él. Montes que la víspera se en-
cunbraban hasta las nubes, ahora estan com-
TOMO i i7
rg4 I.OS INCAS,
hados hácia la tierra ; otros parecia que se
encrespaban aun de espanto y de horror. Co
linas que Alonso habia visto rodeadas de su
floreciente verdura, cortadas de despeñaderos,
le manifestaban sus flancos despedazados.
Viejos árboles desarrayfados, precipitados de
lo alto de las selvas, el pino, Ja palma, el
gsyac, el caobo y el cedro extendidos, di
seminados por la llanura, la cubrían de sus
troncos hendidos y de sus ramas quebradas.
Pedazos de peñas esparcidas aquí y allí se
ñalaban el camino de los torrentes, cuya
madre profunda estaba rodeada de un número
espantoso de animales, ya mansos, ya crueles,
ya tímidos, ya féroces, que habian sido arre
batados y vueltos á arrojar por las aguas
mismas.
Sin embargo, retiradas las aguas, reanima
banse los bosques y los campos con los rayos
del sol naciente. El cielo parecia haber he
cho la paz con la tierra, y socorrerla en señal
de favor y amistad Todo lo que aun respi
raba volvia á gozar de la vida : los pajaros,
y los animales habian olvidado su espanto ;
pues el pronto olvido de los males es un don
que les ha dado la naturaleza, al paso que
este favor le ha negado al hombre.
El corazon de Alonso, aunque tan opri
mido del miedo y del dolor, tornó á sentir
LOS INCAS. i95
movimientos de su antigua alegría. Pero no
temiendo ya por sí mismo , tembló por la
inerte de sus compañeros. Llamales á
grandes gritos, y sus ojos los buscan inútil
mente : ellos no vuelven á parecer á su vista,
y los ecos solos le responden. ¡ Ay ! exclamó,
¡y mis guias ! ¡y mis amigos! ¡yo no les en
cuentro! Habrán muerto sin duda. Mas ¿qué
me he de hacer yo? A estas palabras el jóven
creyéndose perseguido por una desgracia ine
vitable, recayó en su abatimiento. Por colmo
de infortunio, tampoco encontró los víveres
que habian tomado, y que necesitaba en vista
de la perdida de sus fuerzas. La naturaleza
proveyó á todo , facilitándole por alimento
las mangles, las bananas y la oca. (i)
Dilataba su vista cuanto podia, buscando lu
gares habitados ; mas no encontraba ninguno,
ni cosa que le diese el menor indicio de su
existencia. Al fin, descubre un sendero prac
ticado entre dos montes, y considerándose
feliz de ver en él huellas humanas, recobra
Ja esperanza y la alegría, sin que la obscuridad
del camino, pues las peñas no daban sino
estrecho paso á los rayos de la luz del dia,

(l) La oca --. una raíz muv sabrosa { los mangles t


las bananas son fruías.
it>6 LOS INCAS,
le infundiese ningun terror. El instinto que
parecía llevarle hácia un lugar en donde es
peraba encontrar á algunos de sus semejantes
aceleraba sus pasos, y le hacia insensible á la
fatiga y al peligro. Sale, al cabo, de aquel
sendero profundo, y descubre una campiña
sembrada toda de cabañas y ganados. Ya res
pira, y levantando las manos al cielo, le tri
buta fervorosas gracias.
Apenas aparece, cuando se ve rodeado de
salvages armando una algazara que él toma
por señales de alegría. Se acerca, y tiéndeles
sus brazos ; pero no vé sobre sus rostros la
sencilla y candorosa dulzura de los pueblos
¿e Tumbés ; su sonrisa misma es cruel ; sus
miradas le parecen anunciar ménos la curio
sidad que la codicia, y su acogida, si bien
afectuosa, tenia un no sé que de espanto. No
obstante', Alonso se entrega á ellos : — Indios,
les dice, yo soy extrangero ; pero un extran-
gero que os ama. Compadeceos del abandono
en que yo me encuentro. — Al paso que de
cía estas palabras, observa que le cargan de
lazos ; redoblan los gritos de alegría, y con
dúcenle á la aldea. Las mugeres salen de las
cabañas, llevando á sus hijos de las manos.
Cercan el palo á que atan á Alonso, y los
hombres le dejan en medio de ellas.
Conoció entónces que habia caído en po
LOS INCAS. i97
der de un pueblo de antropófagos. Al atarle
las manos le despojáron de todo : ¡ triste pre
sagio de le suerte que le aguardaban ! Oia á
los salvages, esparcidos por la aldea, convi
darse unos á otros al banquete ; al rededor
de él, no le ocultaban lo que iba á sucederle:
— Hijos mios, decían, cantad : vuestros pa
dres han traído una rica presa : cantad, y os
hallaréis en el festin. —
Miéntras que ellas se regocijaban, el infe
liz Alonso, palido y trémulo, les miraba a la
manera que en la agonía mira el ciervo a
la muerte. La naturaleza hizo un esfuerzo
sobre ella misma ; él reune tas pocas fuerzas
que le dejaba el miedo, y dirigiendo la pa
labra á aquellas mugeres salvages : Cuando
vuestros hijos están colgados á vuestros pe
chos, les dice, y su padre les alhaga, y se
sonríe de amor, ; cuan cruel no sería quien
veniese á despedazar en vuestros brazos al hijo
y al padre, como vos vais á hacerlo conmigo !
La naturaleza os ha dado enemigos en los
animales de las selvas ; á ellos es á quienes de
beis hacer la guerra, y en verter su sangre;
es en lo que debeis bailar placer de emplea
ros. Mas yo, que soy un hombre inocente y
pacífico, y que no os lie hecho mal alguno,
¿ porque quereis mancharos con la mia ? Una
tnuger, semejante á vosotras, me ha nutrido
'7*
i98 LOS INCAS.
con su leche. Si ella estuviese aquí presente,
la verais trémula suplicaros , por vuestras en
trañas, que concedais la vida á su desgraciado
hijo. ¿ Podriais resistir á sus lamentos, y de
jaríais degollar á un hijo en los brazos de
au madre? La vida me importa poco; pero
lo que me llega al alma , es el peligro que
os amenaza, y el cuidado de vuestra defensa
contra un enemigo poderoso y terrible que
vendrá pronto á atacaros. Sabiéndolo yo, iba
á implorar en Quito el auxilio de los Incas.
Por el amor vuestro, yo me he expuesto en
este largo y penoso viaje al peligro de ser
hecho presa y despedazado por vuestras ma
nos. Mugeres Indianas, creed que yo soy vues
tro amigo, el de vuestros hijos y esposos. ¿De
voraríais la carne de vuestro amigo, y beberíais
la sangre de vuestro hermano ?
Las mugeres, atónitas, le contemplaban es
cuchándole, y su fiero corazon se conmovia
por grados y se ablandaba á su voz. La natu
raleza tiene para todos los ojos dos encantos
poderosisimos,siempre que se encuentran reu
nidos, la juventud y la hermosura. Desde el
momento en que empezó á hablar, su palidez
sc disipó ; las rosas de sus labios y de sus me
jillas recobráron todo su brillo ; sus hermosos
ojos negros no arrojaban aquellos rayos de
fufgo, de que hubieran centellado en el amor
LOS INCAS. i99
ó en la alegria : olios estaban languidos, y
esta misma circunstancia hacia su expresion
mas tierna. Las ondas de sus largos cabellos,
ilutantes sobre el marfil de sus brazos enca
denados, relevaban la blancura de estos, y su
porte, su elegancia, su nobleza y magostad,
junto todo á estas prendas, le hacian un agra
dable é interesante objeto. Si, en la corte de
España misma, Molina hubiera obscurecido
el lustre dela juventud mas hermosa, ¡ cuanto
mas raro no debia de ser entre aquellos sal
vajes el prodigio de in belleza! En efecto,
las mugeres fuéron sensibles á ella ; su corazon
palpita, y el enternecimiento sostituye , al
instante, á su anterior furor; de forma que
aquellos niños que ellas traian para alimen
tarlos con su sangre, les toman en sus brazos,
les levantan á la altura de él, y lloran al ver
que el cautivo les sonrio con ternura, y les
colma de besos.
En este momento se juntan los Indios en
mayor número. Armados de las cortantes pie
dras que ellos saben afilar, ya se avanzaban
sobrela víctima con la impaciencia de abrirle
las venas y ver correr su sangre. Mas todas
las mugeres, aun mas trémulas que Alonso,
le rodean por defenderle con lastimosos ala
ridos ; y tendiendo sus manos á los sal-
vages para contener sus golpes, les dicen ;
200 LOS INCAS.
tratad con indulgencia á ese jóven desven
turado. Él es vuestro hermano y vuestro
amigo ; ¿I os ama, y quiere defenderos de un
enemigo cruel que viene á atacaros. Por vos
otros iba á implorar el auxilio del rey de las
montañas. Dejadle vivir, pues él no vive sino
por nosotros. Tales gritos y tan estraño len-
guage asombró á los Indios ; mas su instinto
feroz podia mas que todo. Ellos devoraban á
Alonso con sus ojos, y procuraban desasirse
de los brazos de sus mugeres para arrojarse
•obre él. No, tigres, no, les dijéron ellas, no
beberéis su sangre , ó beberéis tambien la
nuestra. Aquellos hombres féroces se contie
nen, é inmóviles se miran unos á otros con
asombro: ¿En qué delirio, exclamabanla po
dido ese cautivo meter á nuestras mugeres ?
Y vosotras, insensatas, ¿no veis que no os li-
songea sino con el fin de escaparse? Alejaos
pues, y dejadnos devorar en paz nuestra presa.
Si tocais á él, replicáron ellas, nosotras jura
mos todas, por el corazon del Leon de que ha
beis nacido, que matarémos á vuestros hijos,
les despedazarémos á vuestra vista, y nos
los comerémos nosotras mismas. A estas pala
bras, las mas furiosas, agarrando á sus hijos
por los cabellos, y teniéndoles suspendidos de
una mano, á la vista de sus maridos, rechi
naban los dientes y daban horribles alaridos
LOS INCAS. a0 i
Los tigres se espantáron : ¡ Viva ! dijéron ,
viva ese jóven extrangcro, pues que así lo
quereis ; y al instante desamarráron á Alonso.
Luego dirigiéndose á él, le habláron de esta
suerte : — Nosotros vemos claramente que tú
posees el arte de los encantamientos ; mas , á
lo menos, ¿enseñanos cual es el enemigo que
nos amenaza ? — Un pueblo cruel y terrible,
les respondió Alonso. —Y túibas,dicennuestras
múgeres, á pedir al rey de las montañas que
viniese en nuestro auxilio? — Si, y con este
designio he salido de Tumbes ; mas he perdido
rais guiasen el camino. — Nosotros te darémos
uno, que te llevará hasta el rio, á la orilla del
cual encontrarás un camino que te conducirá
hasta su nacimiento. Pero, ántes de irte, asiste
á nuestro festin.
Era este compuesto de carneros vivos que
despedazaban y devoraban, como iban á ha
cer con él mismo, cuyo recuerdo hacia que
Alonso se estremeciese de horror.Sin embargo,
tuvo bastante espíritu para preguntar al ca-
cique¿ si cuando comiala carne ó bebia la san
gre de los hombres, no sentía una repugnancia
natural? O Dios Leon, dijo el salvage, un des
conocido no es para mí sino un animal peli
groso. Para preservarme de él, yo le mato, y
me lo como. Nada hay en ello que no sea
lo* LOS INCAS.
justo, y yo no causo perjuicio en esto sino á
las ares de rapiña.
Despues del festín, el cacique convidaba á
Alonso á pasar la noche en su cabana, en esto
que las mugeres corriéron en tropel, y le di
jéron : — Véte, ellos están ebrios, y se duer
men. Ya han saciado por hoy su apetito ; no
aguardes á que, dispertando mañana, se vean
acometidos por la hambre. Nosotras les cono
cemos. Huye ; pues sino serás devorado. —
Pusóse en camino con su nuevo guia, besando
cien mil veces las manos que le habian li
bertado.
LOS INCAS. 2o3

CAPÍTULO XXI.
Sigue U relacion de esle viage. —Llegada de Molina á
Quito.

Acercándose Alonso á las orillas de la Es


meralda, se maravilló al ver, en la ribera
cpuesta, un pueblo numeroso embarcarse
con sus mugeres é bijos sobre una flota de
canoas. Manda á su guia que pase á nado, y
pregunte al pueblo si vaja hácia Atacames, ó
si remonta la Esmeralda, y si quiere, recibir
en una de sus canoas á un extrangero amigo
de los Indios.
El gefe de aquella colonia le envió á decir
que remontaba el rio ; que no se negaba a
recibir á un hombre que se anunciaba como
amigo, y que en prueba de ello le enviaba
una canoa para que viniese á hablarle él
mismo.
Ya el jóven, habiendo escapado de tantos
peligros,no temia nada ¡ de forma que, despi
diéndose de su guia, entra sin desconfianza
alguna en la canoa, y pasa á la orilla opuesta.
¡Tú eres Español, y tú te anuncias como
amigo delos Indios! dijole al ver el gefe de
ao4 LOS INCAS,
aquella tropa de salvages. — Sí, soy Español,
respondió Alonso ; y yo dalia toda mi sangre
por la salud de los Indios. Su interes es el
que unicamente me mueve... Diciendo estas
palabras, sus ojos apercibiéron una figura que
los Indios llevaban al lado del cacique. Mi-
rala Alonso conmovido ; la sorpresa, la ale
gría, el enternecimiento, suspenden su rela
cion, y le impiden el hablar.En aquella imagen
ve las facciones , y reconoce el trage y la
actitud de Las Casas. — ¡ Ah ! dijo con una
voz trémula, ¿ no es ese Las Casas ? ¿ no es
él á quien aqui se venera como á un dios ?
Corre entónces y abraza la estatua. — El
mismo es, dijo el cacique : ¡ qué! ¿tú le co
noces? ¡Oh! ¡si yo le conozco! no le habia
de conocer si él es quien, con sus desvelos,
sus lecciones y sus ejemplos, ha formado mi
juventud ? ¡ Ab ! vos sois todos amigos mios,
puesque sabeis apreciar sus virtudes, y con
servais la memoria de ellas. Diciendo estas pa
labras, se ceba en los brazos del cacique.—
¿ De donde venis ? añadió ; ¿ donde le habeis
dejado? ¿y cual es el prodigio que aquí nos
reune ? Dos hermanos que una amistad santa
hubiese unido desde la cuna, no hubieran
experimentado movimientos mas dulces al
Teirmwe despues de una larga ausencia.
— Pueblo, dice Capaila, el Español que
LOS INCAS. ao5
encuentro en estas playas es amigo de Las
Casas. — Al instante el pueblo se apresura á
manifestarle el placer que siente al poseerlo.
-— Tú eres amigo de Las Casas, ven con nos
otras, le dicen las mugeres Indias, nosotras
te servirémos con esmero ; y en tono sen
cillo y alagueño, le convidan á tomar des
canso. Entre tanto, una de ellas va á la orilla
del rio, saca una agua mas fresca y mas pura
que el cristal, y viene con ella á lavarle los
pies : otra desenreda,peyna y ata sobre su ca
beza las ondas esparcidas de sus largos ca
bellos ; otra, limpiándole el polvo que cubría
su rostro, le mira detenidamente, y admira
su hermosura.
Alonso enterneció al cacique haciéndole el
elogio de Las Casas , y el cacique le contó
el viage del hombre justo al valle que le servia
de asilo. ¡ Ay ! añadió el salvage, ¿ lo creeras
tú ? El Español á quien dimos la vida á ins
tancias de Las Casas, es el que nos ha per
dido. — ¡ Como ! ¡ aquel ! — Si , él mismo.
— ¿El desdichado os ha vendido ? — Oh noy
aquel jóven era bueno, aunque hijo de un
padre muy aleve. Hizóle espiar sus pasos
cuando se volvia con 'nosotros ; y, descubierto
nuestro asilo, fuerza fué abandonarlo. Can
sados ya de vernos perseguidos, buscamos un
tomo I i8
a¡i6 LOS INCAS,
ívfugio en el reyno de los Incas. Vamos á
Quito, y, para evitar los montes, hemos to
mado esta vuelta tan larga. — Y yo tambien
voy al mismo pueblo, dijo Molina ; y contóle
como se habia determinado á dejar á Pi-
zarro, conmovido de los males que amenaza
ban á los pueblos de aquellas costas; y que
su viage ahora tenia por objeto el ir á ver á
Ataliba para llamarle en su auxilio. — ¡Ah!
le dijo el cacique, yo reconozco en tí al digno
amigo del varon justo : me parece que tie
nes en los ojos una centella de su alma. Sé
nuestro guia ; presentanos al Inca como ami
gos tuyos, y respóndele de nuestro zelo.
Embarcase, y cuando cerca del nacimiento
del rio sus aguas no sufren ya las canoas,
siguen todos el sendero que atraviesa la es
pesura de los bosques. Las raices, las frutas
silvestres, los pajaros heridos en su vuelo
por las flechas de los Indios, la liebre y el
gamo tímido alcanzados en su carrera, ó co
gidos en los lazos que se les tendian, sirven
de alimento á este pueblo numeroso.
Despues de haber superado cien veces los
torrentes y precipicios, ven, al fin, aclararse
las selvas, y la esterilidad sucede á la fecun
didad de aquella tierra. En lugar de aquellos
bosques espesos, donde la tierra feraz pió.
LOS INCAS. 307
diga y pierde I03 frutos de una loca abun
dancia, el ojo no descubre mas allá sino are
nales secos y rocas calcinadas.
A tal aspecto se espantan los Indios, y el
mismo Alonso se estremece. Pero, apenas han
llegado á la falda de la montaña, parece que
se levanta una cortina, y descubren el valle
de Quito, que es la delicia de la naturaleza.
Jamas conoció este valle la alternativa de las
estaciones ; el invierno jamas se ha despojado
de sus risueños vergeles, ni tampoco el estio
ha enardecido sus campos. El labrador escoge
en él el tiempo del cultivo y de la siega. Un
solo sulco separa allí la primavera del otoño;
el nacimiento y la madurez se tocan entre
si. y el árbol reune sobre unos mismos ramos
la flor y el fruto.
Los Indios, con Molina á su frente, se ade
lantan hácia los muros de Quito, suspendido
el arco al escudo, y asiendo de las manos á
sus hijos y mugeres, en señal natural de paz.
Fué á las puertas de la ciudad un espectá
culo nuevo el ver á todo un pueblo venir á
pedir la hospitalidad. El Inca, desde el mo
mento que se le anuncia su llegada, manda
que le introduzcan, y lleven delante de él.
El mismo sale con la dignidad de un rey,
seguido de un acompañamiento numeroso, se
ao8 LOS IKCAS.
adelanta hacia el portico, y allí recibe á los
eitranfieros.
El jóven Español, que marchaba al lado del
cacique, saludó al monarca, éiba á hablarle ;
mas interrumpiéronle los ayes y alaridos de
los Mejicanos. ¡ Cielos! dijéron, ¡ uno de nues
tros opresores! — Si, prosiguió Orozimbo, yo
reconozco las facciones y el trage de esos
bárbaros. Inca, este hombre es Castellano :
Dejame vengar mi patria. — Diciendo estas
palabras, tendia el arco . é iba á atrevesar á
Molina. El Inca pone la njano sobre la flecha:
— Cacique, le dijo, moderad vuestra ira. Ino.-
cente ó culpable, cualquiera hombre que liega
en tono humilde y supplicante, merece por
lo ménos que se le oiga. Habla, dijo á Molina;
dinos ¿quien eres, de donde vienes, lo que
aquí te trae, y lo que quieres de mí? Guar
date sobre todo de engañarnos, y si tú eres
Castellano, no te asombre el horror que tu
vista sola inspira á la familia de Motezuma.
— ¡ Cierto, justo es su resentimiento, y mi
sangre fuera poca para pagar toda la que se
ha derramado de ellos ! Si, yo soy Castel
lano ; soy uno de los bárbaros que han
llevado el yerro y la llama á aquel desdi
chado continente ; pero yo detesto sus fu
rores, y por lo mismo he abandonado su flota.
LOS INCAS. ac9
Yo soy amigo de los Indios ; y he venido
aquí por medio de los desiertos para infor
marte de los males que amenazaban á tu
patria. Inca, si como se nos asegura, la jus
ticia reyna en tu casa, si la humanidad be
néfica es el alma de tus leyes, y la virtud
es tu imperio, yo ofrezco el corazon de un
amigo, el brazo de un guerrero, los consejos
de un hombre instruido de los peligros que
te amenazan. Mas si yo hallo,en estos climas,
ultrajada la naturaleza por leyes tiránicas,
por un culto impio y sanguinario , yo te
abandono, y me voy á vivir al fondo de los
desiertos, en medio de las fieras, que son me
nos crueles que los humanos. Cuanto al pue
blo que te conduzco, yo no conozco de él
sino su veneracion por un Castellano, amigo
mio, el mas virtuoso de los hombres.Yo me le
he encontrado en las riberas de un rio,llevando
consigo la imágen de este respetable mortal.
Véla ahi ; yo la, conocí al instante, y desde
entónces he sido amigo de un pueblo virtuoso
en él mismo, pues que adora la virtud. Con
el favor de su auxilio generoso, he podido
llegar hasta tí. Yo te aseguro que este pueblo
es sensible, interesante, y digno de la pro
teccion que implora. El huye de su pais, que
los bárbaros destruyen : y he aquí á su ca
cique, hombre generoso, sencillo y justo, del
i 8*
u,o LOS INCAS.
cual harás tú un amigo si eres rapaz de co-
noeer el valor de un alma grande.
La franqueza y la magnanimidad tienen
un carácter tan preeminente é importante
en s( mismo, que al mostrarse ellas alejan la
desconfianza y las sospechas. En efecto, des
pues que Molina habló, Ataliba le tendió la
mano : Ven , le dijo, guerrero amigo ; tu valor
y tus consejos serán bien recibidos de mi. Tu
estimacion hácia ese cacique y hácia su pue
blo me es un garante de su fé, y yo no exígo
de él otra seguridad
Mandó al punto que se tuviese cuidado de
proveer á todas las necesidades de sus nue
vos subditos. Construyóse para ellos una al
dea en un fertil valle, y Molina y el cacique,
recibidos y alojados en el palacio de los hijos
del Sol, partiéron entre si con los Mejicanos
la confianza y el favor del monarca peruviano.
LOS INCAS.

*v\ v\> vw vvsmvMiw^vvvw*^wvvvvvvvvvwWWwmwmwww

CAPITULO XXII.

Pisarro , de regreso á Panamá , toma la resolucion de


ir á España para hacer autorizar y favorecer su
empresa.'—Durante su viage , Al varado, gobernador
de la provincia de Guatemala , en el reyno de Me
jico, concibe el proyecto de intentarla conquista
del Perú , y á este fin envía á él un navio llevando
i su bordo á la hermana y al amigo de Orosimbo :
Mas este navio, engolfado en el mar del Sur, expe
rimenta una grande calma, y de consiguiente un
retardo en el viage.

Pizarro, de vuelta al Isino, no encontró


allí sino corazones helados y cansados de su
frir desgracias. Conoció entónces que para
imponer silencio á la envidia, é infundir .-'mimo
á los que ya lo habian casi perdido, su voz
sola no serviria de nada, y esto le estimuló
á tomar la resolucion de ir él mismo á la
corte de España, en la cual creia que le es
cucharian mejor.
Este largo viage dió tiempo á un rival am
bicioso para intentar él mismo la empresa :
y este rival fué Alvarado, uno de los com
pañeros de Cortés, su lugarteniente, y el que
ai a LOS INCAS.
mas se habia señalado en la conquista de
Méjico.
La provincia de Guatemala habia sido el
premio de sus hazañas ; gobernabala, ó mas
bien dominaba en ella como monarca. Pero
cada dia mas insaciable de riquezas y gloria,
miraba las regiones del mediodía con ojos
ambiciosos.
En el reparto de las tierras, habian caido
en su poder Amazili y Telasco, la hermana
y el amigo de Orozimbo, amantes afortuna
dos en su desgracia, pues que vivian y llo
raban juntos; estaban amarrados á una misma
cadena, y se ayudaban uno á otro á sobrelle
varla. Teniales cautivos Alvarado, y habiendo
sabido'por un Indio que Orozimbo y los so
brinos de Motezuina,que se habian escapado
del yerro del vencedor, iban á buscar un
asilo entre los monarcas del mediodia, cuyas
riquezas le ponderaban, concibio una espe
ranza que fué Ja bastante para encender su
ambicion.
Tenia consigo i un Castellano, llamado
Gomez, hombre activo, ardiente, y tan pru
dente como audaz. Yo tengo formado un gran
proyecto, le di;o, y quiero confiartelo. Hasta
aqui no hemos trabajado uno y otro sino
por la gloria de Cortés ; de forma que nues
tros nombres se pierden en la brillantez del
LOS INCAS. ai3
hiyo. Se trata ahora de igualar, y aun de
borrar el honor de su conquista. Al medio
dia de este Nuevo Mundo, hay un imperio
mas dilatado y opulento que el de Méjico ;
llamase el reyno de los Incas. Los sobrinos
de Motezuma esperan encontrar asilo en el,
y yo me prometo ganar por su influjo la con
fianza del monarca, cuyo apoyo van á im
plorar. El jóven y valiente Orozimbo se
halla á su cabeza ; su hermana y el amante
de esta están en el número de mis esclavos :
no puede haber cosa mas tierna que su mutua
amistad, y aquel que les prometiese el reu-
nirles, lo conseguiria todo fácilmente. Una
nave te aguarda sobre la playa, con cien Cas
tellanos de los mas determinados. Lleva con
tigo á mis cautivos, ámazili y Telasco ; tra
talos con dulzura, con atencion y caricias;
desembarca en las costas del mediodía ; envia
á la corte de los Incas á dar aviso á Oro
zimbo que la libertad de su hermana y de
su amigo depende de tí y de él mismo ; que
ellos le aguardan sobre tu nave, y que el favor
de los Incas, el permiso de entrar en su pais
y la buena inteligencia que puede establecer
entre ellos y nosotros, es el precio que yo le
pido por el rescate de los dos esclavos que
tú llevas el encargo de devolverle. Tú co
noces de cuanta importancia es esta negocia
7i 4 LOS INCAS,
cion ; por lo que es inútil que yo te reco
miende el arte de dirigirla, que pende de las
atenciones que tú tengas con los esclavos, á
quienes, sin embargo, debes guardar cante-
Ios: mente en rehenes hasta que sea concluida.
Asi lo espero de tu sabiduria, prudencia y
, valor, y desde mañana mismo puedes em
prender el viage.
. Inmediatamente hizo venir á los dos aman
tes, y les dijo : Ea pues, idos á reunir con
Orozimbo ; yo os vuelvo á él ; y sabed que
vuestro rescate está en sus manos.
Atónitos Amaziliy Telasco al oir esta ines
perada nueva, palpitáron sus corazones de
alegria ; mas si. bien contemplaban sus almas
el beneficio de tan extraña revolucion en la
conducta de Alvarado, con todo recelaban
que esto fuese algun lazo que él les tendia.
Ellos temblaban , se miraban uno á otro, y
exáminaban con sus ojos el semblante de su
amo, para ver si podian descubrir en él lo
que le movía á dar este paso. Al fin, dicele
Amazíli : — Arbitro eres de nuestra suerte,
y de ti pende nuestra felicidad ó nuestra des
dicha ; tiS nos prometes la primera — ¡Qué
cruel serias si nos engañases! mas tambien,
¡cuan generoso sería tu corazon si él fuese
<I«ien nos hablase! —Mirad que no os en-
gauo, replica el Castellano : no es propio sino
LOS IACAS. i¡f>
de los cobardes el insultar á los débiles, y
burlarse de su desgracia : yo sé respetar lo
tjue os debo por una y otra circunstancia. Yo
me compadezco verdaderamente de la suerte
de este imperio, y me lastimo aun mas de
la vuestra en particular, porque considero
que vuestra elevacion pasada debe haceros
mas sensible la caida. Creed, pues, en mis
promesas ; pronto las veréis cumplidas. — ¡Ah !
dijóje Telasco, yo te he visto llevar el in
cendio al alcazar de mis padres ¡ tus manos
las he visto ensangrentadas con la sangre de
mis amigos; en fin, tú me has cargado de ca
denas, lo que es el colmo de la ignominia :
pero, por grandes que sean los males que nos
lias hecho, yo les olvidaré, yo te los perdono
todos ; y lo que no se creerá acaso , ¡ yo te
adoraré y reverenciaré miéntras viva , á tal
punto tú me enterneces ! Ves que hasta aqui
solo te he pedido la muerte ; mas ahora yo
me prosterno á tus pies para besarlos y regar
los con mis lágrimas.
Abrazóles Alvarado con semblante de sen
sibilidad afectada, y les dijo con simulacion :
Si sabes agradecer mis beneficios, el único
precio que yo os pido por ellos es el de dar
los á conocer al valiente Orozimbo. Decidle,
pues, que si yo sé vencer, tambien se merecer
la victoria,y tratar bien á mis enemigos cuando
2 ,6 LOS INCAS,
les ha desarmado la paz. Al punto los do<
cautivos son conducidos á la playa, donde
los embarcan sobre una nave que da á la
vela al amanecer del siguiente dia.
La navegacion fué bastante apacible basta
las cercanías de las islas de los Galapagos ;
mas alli se levantó un viento fuerte, qne ve
nia del oriente al norte, al cual fué preciso
obedecer ; de forma que se viéron engolfados
en un piélago que hasta entonces no habia
visto bágeles. Diez veces dió la vuelta el sol,
sin que se apaciguase la furia de aquel viento;
mas al fin se acaba, y sucede una profunda
calma. Sin embargo, las olas, violentemente
removidas, permanecen aun en agitacion ter
rible. Serenanse , y sobre una mar inmoble,
la nave, cual si estuviese encadenada, busca
inútilmente en los ayres un soplo que la
-mueva : cien veces desplegan las velas, y otras
tantas caen sobre los árboles del buque. Las
aguas, el cielo, un horizonte tan dilatado que
se pierde de vista, un vacio profundo y sin
límites, el silencio y la inmensedad, tal fué
ellriste espectáculo que en tan estraño hemis
ferio se presentó á la vista de todos los na
vegantes. Consternados y yertos de espanto,
no piensan sino en pedir al cielo hurácanes
y borrascas ; mas él, tan insensible como el
mar mismo, no les ofrece por todas partes
LOS INCAS. ai7
sino una horrible serenidad. Pasanse dias y
noches en esta tranquilidad funesta. El sol,
cuyo resplandor naciente reanima y regocija
la tierra; las estrellas, cuya centellante luz
tanto encanta por lo comun á los marineros ;
el liquido cristalino de las aguas, que con
tanto placer contemplamos sobre la playa
cuando vemos su reflejo de plata mezclado
con el color azul de los cielos ; todo se con
vierte en un espectáculo de horror ; todo,
en tin , cuanto en la naturaleza anuncia la
paz y la alegria, no lleva aqui sino las se
ñales del espanto, ni annuncia otra cosa que
la muerte.
Entre tanto vanse acabando los víveres;
acortanse las raciones, y ya no se distri
buyen sino con una mano severa y avarienta.
La naturaleza, que ve agotarse las fuentes de
la vida, aumenta su codicia ; y miéntras mas
se disminuyen los socorros, mas crecian las
necesidades. A la penuria , al fin, sucede la
hambre, mal cruelísimo sobre la tierra, pero
azote mil veces mas terrible sobre el anchu
roso abismo de las aguas ; pues al ménos
sobre la tierra, algunos rayos de esperanza
pueden engañar el dolor y sostener el ánimo;
mas en medio de un inmenso piélago, lejano,
solitario y circundado de la nada, el hom
bre, abandonado de toda la naturaleza, no
TOMO I i(J
aiB LOS INCAS,
tiene siquiera la ilusion para salvarse de la
desesperacion que le acomete. Él contempla
como un abismo el espacio espantoso que le
aleja de todo socorro ; pieidense en él sus
pensamientos y votos, y ni aun la voz de la
esperanza puede llegar á consolarle.
Los primeros accesos de la hambre se hacen
sentir sobre la nave ; cruel alternativa de
dolor y de rabia en que se veian aquellos
infélices. Estendidos sobre los bancos, levan
tando sus manos al cielo, y dando alaridos
lamentables, ó corriendo despavoridos y fu
riosos de proa á popa y de popa i proa, pi
diendo que á lo ménos la muerte viniese á
poner fin á sus sufrimientos. Gomez, palido
y desfigurado , se manifiesta en medio de
aquellos espectros, cuyos tormentos comparte;
mas por un esfuerzo de valor, violenta (u
naturaleza. Él habla i sus soldados, les anima,
les apacigua, y procura inspirarles un resto
de esperanza que ya él mismo ha perdido.
Su autoridad, tu ejemplo y el respeto que
infunde en los ánimos de todos, suspende
por un momento su furia. Mas pronto se re
nueva esta , cual el fuego de un incendio ; y
uno de aquellos infelices dirigiéndose al capitan
Gomez, le habla con estas terribles palabras :
Sin necesidad, sin delito, ó á lo ménos sin
remordimientos por nuestra parte , hemos
LOS INCAS. aig
degollado á millares de Mejicanos : Dios nos
los habia entregado, deciase, como otras tan
tas victimas, cuya sangre nos era permitido
el derramarla. Mil veces se nos ha dicho que
un infiel y una fiera eran iguales delante de
Dios. Tú tienes en tus manos dos salvajes, dov
infieles ; y pues que ves la extremidad á que
estamos reducidos, pues la hambre devora
nuestras entrañas, entreganos á esos desven
turados, que como nosotros no tienen ya sino
pocos momentos que vivir, y á los cuate*
la religion te manda posponerlos á nosotros,
y matarlos por que vivamos.
— Si pudiese salvaros este recurso, les res
pondió Gomez, yo no dudaria un momento
en ceder á vuestros ruegos, aunque me es
tremezco al pensar lo que puede la ley de
la necesidad; esperemos algunos dias mas.
Amigos míos, no nos lisongeemos : á ménos
que Dios haga un milagro patente, perece
rémos. Ya la hora se acerca. El cielo es testigo;
imploremos su auxilio. — Consternóles esta
respuesta, y cada cual, alejándose triste y
silencioso, fué á entregarse á la desesperacion
que le roia el corazon.
En un rincon del bagel estaban languidos
y taciturnos Amazili y Telasco ; pero mas
acostumbrados que los otros á padecer, su
frian los trabajos sin que;arse ; solamente se
«o LOS INCAS,
miraban uno á otro con ojos enternecidos
y moribundos, diciendo : "Va no volveré á ver
á mi hermano ; ya no veré mas á mi amigo.
Los Castellanos, con semblante feroz y
sombrio, vagaban al rededor de ellos, mi
randoles con furor. Telasco, cuando veía que
alguno se acercaba, observando sus miradas,
sus deseos, sus alaridos y los movimientos de
rabia que no podian contener, creia verles,
cual tigre hambriento y furibundo, prontos
á despedazar á su amante ; de forma que, á
la manera que una leona guarda sus cachor-
ruelos y los defiende, asi el jóven Telasco
guardaba y defendia á su adorada Amazili.
Sus ojos, siempre centellantes, estaban sin ce
sar abiertos sobre los Castellanos para ob
servar sus movimientos. Si alguna vez se veia
forzado á rendirse al sueño, se estremecia
y estrechaba en sus brazos el ídolo de su
amor. Yo no puedo mas, le decia ; mis ojos
se cierran á pesar mio ; yo no puedo velar
en tu defensa. Los crueles aprovecharán acaso
de los instantes de mi sueño para agarrar
su presa. Tengámonos abrazados fuertemente,
querida de mi alma ; y á lo ménos tus gritos
me despertarán.
Gomez mismo, observando su gente, hizola
dac algun refrigerio con los cortos víveres
que le quedaban ¡ con lo que consiguió el
LOS INCAS. aai
aplacarlos en algun tanto, durante aquel
dia terrible. Llególa noche, y no fué turbado
su reposo sino por gemidos : todo estaba cons
ternado, y todo permanecia tranquilo.
Amazili con voz debilitada, estrechando
la mano de Telasco : Amigo mio, le dijo, si
estuvieramos solos, yo te pediria que me evi
tases una muerte lenta ; si, te pediria que
me matases para alimentarte, y yo seria muy
feliz de tener por sepultura el pecho de mi
amante, y de prolongar su vida con la mia.
Pero esos bárbaros te arrancarían mis miem
bros palpitantes, y, á tu ejemplo, creerian
poder despedazarte á ti mismo, y devorarte
despues. Vé aqui lo que me hace temblar.
— O tú , le respondió Telasco, tú que me
haces aun amar la vida, y resistir á tantos
males, ¿qué es lo que yo te he hecho, para
desear que te sobreviva un solo instante ?
Si fuese un bien el prolongar los dias de lo
que se ama sacrificándole los suyos, ¿ crees tú
que yo hubiese tardado tanto en atravesarme
el seno, en cortarme las venas y en alimen
tarte con mi sangre ? Es menester que mu
ramos juntos ; hé aquí el único consuelo que
nos dejá nuestro bárbaro destino. Tú eres la
mas débil, y sin duda alguna tú perecerás la
primera ; entónces, si aun me queda alguna
fuerza, yo pegaré mis labios á los tuyos yertos,
•9*
aaa LOS INCAS,
j para salvarte de los ultrages de esas fieras
hambrientas, yo te arrastraré hácia la popa,
te estrecharé en mis brazos, y nos dejarémos
caer en el abismo de las ondas, en donde
serémos sepultados. — Con este pensamiento
se alivió su dolor ; y aquel piélago profundo,
que estaba ya para tragarlos, llegó a ser para
ellos un puerto seguro de salvacion.
Al rayar el dia, se levantó un ayrecito fresco
que vuelve la esperanza y la alegria en todos
los corazones. Mas, que esperanza, ¡ ay ! Aquel
suave záfiro se convierte en vendabal furi
bundo que, impidiendo su vuelta hácia el
oriente, va á arrojarles sobre un mar lejano
de las costas. Sin embargo, mirabase esto
como mil veces ménos terrible que el mor
tal reposo ; y fuese cualquiera el camino que
se había de seguir, ellos le contemplan ya
como un medio de libertarse y salvarse.
Presentase la vela i un viento tan de
seado ; hinchase al punto ; estremécese el
buque, v sobre la superficie undosa del mar,
tanto tiempo inmóvil, vase señalando un di
latado surco. El ayre no resuena con los gritos
que ordinariamente acompañan la partida :
la debilidad de los marineros no les permite
otra cosa que ayes y movimientos de gozo.
Vogan sin embargo, hienden la llanura hu
meda, mas sin perder de vista el horizonte
LOS INCAS. sa»
per si pueden descubrir alguna señal de
tierra. En Gn, desde lo alto del juanete mayor,
un marinero cree ver un punto fijo cerca del
horizonte.
Dirigense á él todos los ojos , conocen ya
que es una isla; el piloto se lo asegura, y
todos esperan impacientes : los corazones afli
gidos se desahogan, corren las lágrimas de
alegria, y cuanto mas se abrevia la distancia,
reas se aumenta la confianza.
Gomez, ocupado enteramente en reanimar
sus soldados desfallecidos , les hace distri
buir los pocos víveres de reserva. Amigos, lea
dice, ántes de anochecer estarémos en tierra,
y olvidarémos todos nuestros trabajos.
Este socorro fue inútil á la mayor parte
de los Españoles ; sus órganos, fuertemente
debilitados, habian perdido toda su actividad,
Loa unos morian devorando el pan con horro
rosa ansia ; los otros, furiosos de rabia por
no poder ya tragar el alimento que se les
presentaba, maldecian la piedad misma que
les habia hecho abstenerse de la carne y de
la sangre humana. Algunos de ellos, suavi
zados por la flaqueza y el sufrimiento, libre*
de las pasiones, vueltos i la naturaleza, cu
rados de aquel delirio espantoso en que el
fanátismo y el orgullo les habia sumergido,
detestaban sus errores y sus preocupaciones
934 LOS INCAS,
bárbaras ; y humanizados ya, veian en fin que
aquellos desventurados Indios eran hombres
como ellos, y se estremecian al acordarse que
les hubiesen maltratado tan cruel y vilmente.
Aquellos tendian sus manos al ciclo implo
rando su misericordia , esotros volvian sus -
ojos moribundos hácia los esclavos Mejicanos,
y en su rostro se veian las señales dolorosas
del arrepentimiento. Uno de ellos, haciendo
un postrer esfuerzo, se arrastra hasta los pies
de Telasco, y con una voz cortada por las
ansias terribles de la muerte : perdoname,
hermano, le dice, y á estas palabras expira.
LOS INCAS. asi

CAPÍTULO XXIII.

Armada á la isla Cristina.

Entre tanto se aproximan á la costa ; vense


florestas verdosas elevarse sobre el nivel de
las aguas : no eran otra cosa que las islas
que despues se han hecho célebres bajo el
nombre de Mendoza. Arriban, y ven salir de
un canal que separa estas islas afortunadas,
una muchedumbre de barcas que cercan el na
vio. HállaDse llenas de salvages, de una joviali
dad y una hermosura portendosa, casi desnu
dos, sin armas, y trayendo en su mano ramos
verdes, sobre los que fluctuaba un velo blanco,
en señal de paz y buena acogida.
La desgracia habia ablandado los corazones
de los Castellanos, y hecho deponer su fiero
orgullo. Arrojados en un piélago inmenso, y
desemparados totalmente, habian aprendido
á amar los hombres ; pues el sentimiento de
la necesidad es el primer vinculo de la so
ciedad. Para ser humano, es menester ha
berse reconocido débil. Enternecidos al ver
la acogida bondadosa que les hacian los sal
vages, responden á ella por las señales del
i ;6 LOS INCAS.
gozo y la amistad. Los isleños, sin la menor
desconfianza, saltan á porfía de las barcas en
que estaban, y montan sobre el navio ; y
viendo sobre todos los rostros la languidez
del desfallecimiento, parecian hallarse enter -
necidos : su zelo y sus caricias manifestaban
la compasion y el deseo de aliviar á sus nue
vos huéspedes.
El capitan Gomez no dudó entregarse á su
buena té. Un puerto, formado por la natu
raleza, sirvió de asilo á su bagel, y él y los
suyos desembarcaron en una de las Islas (i)
cuyas riberas les pareciéron mas ricas y pla
centeras.
Los isleños, encantados con esta visita, le*
conducen á su aldea, que estaba situada i
la falda de una colina, á orillas de un arroyo
que, saliendo de una peña, corre abundante,
y serpentea en el valle donde la naturaleza
ha hecho un lugar de delicias. Las chozas de
esta aldea están cubiertas de ramas verdes ¡
y la industria, ilustrada por la necesidad, ha
reunido en ellas los encantos de la simpli
cidad. El frágil nudo, que durante la noche
cierra la entrada de estas chozas, es el sim-

(t) Ltamóse despues isla Cristina, situada a Osu


dos de latitud meridional.
LOS INCAS. *>7
bolo feliz de la seguridad, compañera inse
parable de la buena fé. La lanza , el arco,
el broquel, colgados de los tedios, no anun
cian sino un pueblo de cazadores, á quien la
guerra humana es desconocida.
Lo primero que hiciéron los salvages fué
invitar i sus huéspedes á tomar descanso ; y
al instante unas jóvenes,hermosas como ninfas,
y medio desnudas como estas, traen en unos
canastos las frutas que sus manos han cojido.
Entre ellas se encuentra una (i) que la natu
raleza parece haber destinado como una leche
nutritiva que reanima al hombre debilitado
por la vejez ó la enfermedad. Esta fruta tan
delicada y saludable, pareció derramar el
balsamo de la vida en las venas de los Cas
tellanos. Un dulce sueño siguió 4 este ban
quete delicioso, y el pueblo, al rededor de las
chozas, se mantuvo en silencio miéntras sus
huéspedes dormian.
Al despertar, viéron á este buen pueblo
reunirse, por la noche, bajo unos palmeros
plantados en medio de la aldea, é invitarles
i que comiesen con ellos. Legumbres sabrosas,
frutas excelentes, una raiz jugosa con que

(t) Loa vUgeroa ltaman manjar blanca.


548 LOS INCAS.
hacen un pan nutritivo ; tortolas, palomas,
Jos habitantes de los bosques y He las a?uas,
que la flecha ha herido, ó que ha agarrado
el anzuelo ; una agua pura y cristalina, al
gunos licores que hacen de la mezcla de
ii utas exprimidas ; tales son los manjares y las
bebidas con que se alimenta este pueblo di
choso.
Miéntras que el' sosiego, la abundancia y
salubridad del clima reparaban las fuerzas de
los Castellanos, Gomez observaba despacio las
costumbres, ó mas bien la indole de aquellos
isleños ; pues no conocían otras leyes que las
del instinto que dá la naturaleza misma. La
afluencia de todos los bienes, la facilidad de
gozar de ellos, no dejaba nunca al deseo el
tiempo de irritarse en sus almas. Envidiarse
unos á otros, aborrecerse entre si, ó querer
hacerse daño mutuamente, hubiera pasado
por un delirio entre ellos; el malvado era un
insensato , y el culpable un furioso. De todos
los males que aquejan la humanidad depra
vada, el único, conocido de este pueblo, era
el dolor. La muerte misma no lo era tanto,
y ellos la llamaban el largo sueño:
La igualdad, el bien estar, la imposibilidad
de ser envidiosos, zelozos y avarientos, de no
concebir jamas nada que fuese superior á su
felicidad presente, debian hacer á este pueblo
f-OS INCAS. a39
sumamente fácil de gobernar. Los ancianos
reunidos formaban el consejo de la república,
y, como la edad era la que únicamente dis
tinguia los rangos entre los ciudadanos, y el
derecho de gobernar estaba dado á la vejez,
no podia ser envidiado.
Solo el amor hubiera podido perturbar la
armonia y la buena inteligencia de una so
ciedad tan dulce ; pero, apacible en si mismo,
estaba sometido al imperio de la hermosura.
El sexo que está criado para dominar por el
ascendiente de! placer, tenia el dichoso poder
de multiplicar sus conquistas, sin cautivar al
amante favorecido, y sin obligarse jamas él
mismo. Era entre ellos la fealdad un pro
digio, y la belleza, este don tan raro en todas
partes, lo era tan poco en este clima, que la
mudanza no tenia nada de humillante ni
cruel. Seguro de encontrar á cada instante
un corazon sensible y mil atractivos, el amante
abandonado no tenia tiempo para afligirse
de su desgracia, ni para envidiar la felicidad
de aquel que se la robaba.
El vínculo que unia á dos esposos era so
lido ó frágil, segun su voluntad. Formábanle
el gusto y el deseo, y solo el capricho podia
romperlo ; cesaban de amar sin que por ello
se sonrojasen, y no se quejaban cuando de
jaban de agradar; en sus corazones ntioa
TOMO I 20
ajo LOS INCAS.
el odio cruel sucedia al amor, y si todos los
amantes eran rivales, tambien todos los ri
vales eran entre ellos amigos. Cada cual de
sus compañeras veia en ellos, sin turbacion
alguna, á tantos hombres félices como habia
hecho, ó que se proponia hacer 1 su turno ;
de forma que, así como la calidad de madre
era la única que fuese personal y distinta,
asi el amor paterno abrazaba todo el linage
naciente ; con cuyo motivo los vínculos de
la sangre, ménos estrechos y mas dilatados,
no hacian de la totalidad de este pueblo
sino >'na sola misma familia.
los Españoles no se cansaban de admirar
unas costumbres tan nuevas para ellos. Por
la noche, este pueblo generoso, cediéndoles
sus chozas, no se habia reservado sino unas
cuantas para los viejos, los niños y sus ma
dres. La juventud, á orillas del riachuelo que
jugueteaba en la pradera, no tuvo por cama
sino el esmalte de las flores, ni por cuber
tura sino el follage del alamo y del platano.
Vióseles, en sus danzas inocentes, agarrarsr
dos á dos, encadenarse con flores el uno al
otro, y cuando el dia ocultó su luz, cuando
el astro de la noche, en medio de las estrellas,
hizo resplandecer su arco de plata, aquella
muchedumbre de amantes, derramada sobre
una hermosa alfombra cío verdura, no hizo
LOS INCAS. a3i
tino pasar suavemente de la alegría al amor,
y de los placeres al sueño.
Al dia siguiente, nueva eleccion cedió el
lugar á nuevos regocijos. La señal de cariño
mas tierno que una jóven isleña pudiese dar
A su amante, era la de empeñarse con sus
compañeras en que le favoreciesen á su turno.
Hubiérase creido humillada si le escogiese
para si sola ; y ademas, que cuanto mas ce
lebrada era su felicidad, tanto mas le pro
porcionaba nuevas conquistas.
¿Pero cual podia ser el culto de aquel
pueblo? Los Españoles ansiaban por cercio
rarse de él, y al fin creyeron descubrirle.
Viéronse en un recinto, que tomáron por un
templo, algunas estatuas reverenciadas. Gó
mez quizo saber cual era la idea que se for
maban sobre ellas aquellos isleños ; y á este
Gn interrogó á un anciano, el cual le responde:
— Tú ves nuestras chozas ; pues mira ahora
la imagen del que nos enseñó á construirlas.
Ves este arcp y este escudo ; pues mira al
inventor de estas armas. Tií nos has visto
sacar la lumbre,estregando la leña y batiendo
los pedernales ; mira pues al primero que des
cubrió este secreto maravilloso i nuestros
padres. Fija la vista en esos tegidos de corteza
de árbol con que estamos medio vestidos ;
pues sábete que él mismo fué quien nos en
a3a LOS INCAS.
señó el arte de hacerlos. Aquel nos mostró
el modo de unir las redes con que cogemos
los pajaros y los peces. Cerca de él se presenta
el industrioso mortal que nos ha enseñado
el arte de fabricar las canoas con los troncos
de los árboles, y cortar las ondas con el remo.
Otro de ellos imaginó el trasplantar los ár
boles, y hé aqui de que manera se ha for
mado ese hermoso pórtico que cubre y da
sombra á la aldea. En fin, todos se han seña
lado por algun raro beneficio, y nosotros
honramos sus imágenes.
LOS INCAS. a3J

CAPÍTULO XXIV.

Mansion de lus Españoles y de los dos Mejicanos en


la isla Cristina.

Unos infélices, apenas escapados de los pe


ligros mas espantosos, habiendo encontrado
en esta isla encantada el reposo,la abundancia,
la igualdad, y la paz, debian estar poco dis
puestos a abandonarla para atravesar los ma
res, en donde acaso les aguardaban los mismos
horrores que habian sufrido. Mas un nuevo
encanto vino á ofrecerse á ellos, y acabó de
cautivarles.
Convidáronles á las danzas nupciales, esto
es, á aquellas danzas que á la noche reunian
en la pradera á los jóvenes amantes de la
aldea, y en las cuales una nueva eleccion
variaba todos los dias los nudos hechiceros
del himeneo. Gomez se opuso inútilmente
a las vivas instancias de los Indios ¡ mas viendo
que los afligiria, y sublevaria su gente, si le
obligase á resistir á los delcyl.es que la lla
maban. Lo que hizo al fin fué , el negar úni
camente su persona á aquel aliciente peligroso,
y no dar el ejemplo por sí mismo de entre
garse i él.
»*4 LOS INCAS.
Amazili y Telasco, desde su llegada a la
isla, vueltos á la vida, queridos de los Indios
y de los Españoles , no respiraban sino el
uno por el otro. No se separaban un instante,
juntos gozaban de las dulzuras de aquel clima
hermoso, y de las delicias de tan seguro asilo;
de forma que no les faltaba mas que poseer
á Orozimbo. Ambos fuéron convidados tam
bien á los bayles del prado ; pero jamas quizo
consentir Amazili en ir á ellos. Si no hu
biese sido salvage, dijo á Telasco, yo no va-
cilena en ir, porque dejan á sus mugeres la
libertad de escoger, y tú podrias estar muy
seguro de que siempre te daria yo la prefe
rencia. Por tu parte, yo me persuado tam
bien que, si una muger mas hermosa te es
cogiese para si, me preferirias igualmente á
ella : mas si aconteciese que su hermosura le
prendase mas que la mia, yo me volveria i
llorar en mi choza, y diria : ¡ él encontró
mayor delicia con otra que conmigo ! Pero
no, esto no es posible, y no es el temor de
verte infiel lo que me inquieta y detiene :
por lo que no quiero asistir al sarao es porque
temiera irritar los zelos y el orgullo de nuestros
amos. Acaso alguno de ellos pretenderia es
coger á tu amante : ellos son altivos, fieros,
▼ se ofenderían al ver preferir á su esclavo.
Pero, | ah ! él será siempre el dueño abso-
LOS INCAS. a35
luto de mi corazon. Haz, pues, entender á
esos insulares que nuestra eleccion está he
cha ; que nosotros somos félices uno con otro ;
ó si alguna de esas beldades te mueve mas
que yo, vé á mostrarte en medio de ellas ;
sus votos todos se reunirán sobre ti, y no ten
drás sino en que escoger. Cuanto á mi, yo te
seré de todos modos fiel, y llorando diré al
sueño, que me deje soñar contigo. Esta sola
idea le hacia verter lágrimas. Enjugólas el
cacique con mil besos consoladores, — ¡Qué!
¡ como ! ¡yo habria de respirar, mi corazon ha
bría de palpitar un solo instante por otra que
Amazili ! No lo temas ; eso seria una injuria.
Yo he querido asistir en efecto á esos bajlts,
al fin de verme preferir por tí ; pues tú sabes
que yo amo la gloria, y es muy dulce el ser
envidiado. Mas, ya que tú temes el excitar
el orgullo de los Castellanos, yo cedo á tus
razones. Mantengámonos fielmente unidos ,
y dejemos á esos desdichados, que no co
nocen el amor, los vanos placeres de la in
constancia. Sorprendiéronse los salvages de
su negativa, mas no se ofendieron por ella.
El dcleyte de los Espagñoles en aquella
fiesta voluptuosa se concibe mejor de lo que
pudiera explicarse. Rodeados de una muche
dumbre de jóvenes, hermosas, en el candor
y la fuerza de sus atractivos, sin vestiduras
a36 LOS INCAS,
y casi sin velo, hechas por las manos del amor,
dotadas de las gracias dela naturaleza, viras, )i
geras, animadas por el fuego de la alegria y el
aliciente del placer, sonriendo á sus huéspedes,
y tendiéndoles la mano con miradas refulgen
tes, ellos estaban, como nosotros,en la embria
guez de los sentidos, y los transportes de su
gozo se parecian al delirio de un sueño de
licioso.
Las Indias en sus danzas se esmeraban á
porfía en hacer la conquista de los Castellanos,
como en efecto parecia exigirlo el deber de
la hospitalidad. Ellos pues hiciéron entónces
la eleccion per sí mismos; mas, al dia si
guiente , la beldad recobró sus derechos, y
escogió á su turno. Ya aquel capricho raro
que engendró nuestro orgullo, y á que lla
mamos amor; aquella pasion triste, inquieta
y zelosa, empezó á derramar su veneno en
el alma de los Castellanos. Ellos pretenden
destruir la libertad de la eleccion, y usurpar
ellos mismos sus derechos. Amenazan á los
isleños , intimidan á sus compañeras, y con
vierten en horror todos sus placeres.
Gomez recibió al despertar las justas quejas
de los Indios. Td nos has vendido, le decian,
tú nos has traido animales feroces y no hom
bres. Les hemos dado la vida ; hemos partido
con ellos los dones que nos prodiga la natu
LOS INCAS. a57
raleza ; les convidamos á nuestros juegos, á
nuestros banquetes, á nuestros placeres ; ¡ J
veles que nos amenazan y llenan de espanto!
Ellos quieren escoger entre nuestras com
pañeras, y verse preferidos. Que sepan que
el primer derecho de la hermosura es el de
ser libre. Nuestras mugeres son todas de ca
rácter belicoso , y el querer embarazar su
eleccion es hacerlas injuria. Si gustan tus
compañeros vivir en buena armonia con nos
otros, que procqren parecerse á ti, que sean
benéficos y apacibles ; mas si continuan siendo
malos, vuelvete á llevarlos.
Gomez conoció entónces todo el peligro de
la licencia que habia dado, y previó las con
secuencias que podia acarrear si tardaba en
remediarlas. Mas la embriaguez, el descarrio
en que se hallaban los ánimos hiciéron inú
tiles sus esfuerzos. En desprecio de la buena
disciplina, crecia el desórden. Los soldados
se decian entre sí que su vuelta á la ribera
americana era imposible ; que los levantes
que reynaban en aquellos mares se opondrian
siempre á su paso ; que por un milagro visible,
les habia conducido el cielo á un asilo afor
tunado, en el cual se vivia sin fatigas, ni cui
dados, y en medio de la abundancia ; que
en fin resueltos á fijarse alli, no conocian ya
otra patria, ni gefe alguno á quien obedecer
a38 LOS INCAS,
en lo suceesivo. fié aqui concluida la expe
dicion, ai los insulares, indignados de la in
gratitud y orgullo de los Castellanos, no hu
biesen por sí mismos tomado la resolucion y
los medios de librarse de ellos.
Una noche, viéndose forzados á ceder a la
arrogancia imperiosa de sus huéspedes, les
dejaron abandonados al encanto del placer,y
i las dulzuras del sueño, y en el entre tanto
recogiéron sus armas, y las arrojáron al mar.
Instruido Gomez de este desastre, juntó i
los suyos, y les dijo : Nos han quitado nues
tras armas. El pueblo se ha vengado de vues
tros insultos. Mas ágil y diestro que nosotros,
es regular que nos sobrepuje tambien en valor.
Él, ciertamente, sabe hacer uso mucho mejor
que nosotros de la flecha y del dardo ; éI
conoce los lúgares ocultos de sus bosques y
de sus cerros, y sus amigos de las islas circun
vécinas les ayudarán á arrollarnos. Dejad,
pues, que yo os prepare un asilo seguro, y
en el entre tanto, evitad cuanto podais de
perturbar la paz.
A tal discurso, los Castellanos quedaron
sin saber lo que les pasaba ; los mas furiosos
tembláron, y los demas quedaron sonrojados.
Entdnees se presenta un anciano, y habla
de este modo i los Castellanos : En el tiempo
de nuestros padres, hubo entre ellos un mal
LOS INCAS. a3g
vado que quería ejercer el predominio, es de.
cir, quizo ser déspota. Este hombre, aunque
era muy vigoroso, le agarraron nuestros padres,
atáronle de pies y manos con unas ramas de
árbol, y le arrojáron al mar. Lo mismo he
mos hecho nosotros con vuestras armas ; pero
cuanto á vuestras personas, nos contentaremos
con pediros que os vayais y nos dejeis en pazs
pues queremos ser libres y felices. Teneis un
océano inmenso que pasar ; mas para vuestro
viage os daremos leña, agua y víveres ; con
que asi no tardeis en prepararlo. Por lo que -
a vosotros respecta, dijo entónces á los Meji
canos, sois libres de quedaros con nosotros,
ó de volveros con ellos ; pues todos los que
nos asemejan, todos los 'Indianos son tan li
bres como nosotros mismos. La fuerza no la
empleamos aquí nunca, sino en proteger la
libertad.
Indignados los Castellanos al oír que qui.
siesen dictarles la ley, se quejáron, y acu
saron de traicion á los Indios. Nosotros, re
plicó el anciano, no hemos usado de traicion
con vosotros ; pero vuestras armas os daban
mucha ventaja sobre las nuestras, y habeis
abusado de ellas. No hemos hecho mas que
reduciros, como es justo, i la igualdad na
tural. ¿ Deseais la paz ? Nosotros la amamos.
y os dejarémos partir de esta isla sin haceros

r
aífn LOS INCAS.
la mas leve ofensa. ¿Quereis la guerra ? Noso
tros la detestamos ; mas la libertad la apre
ciamos aun mas que la vida. Si quereis, es
coged el combate. Nosotros partiremos con
vosotros nuestros dardos y saetas, y pelea
rémos hasta que no quede uno de vosotros
para hacernos afrenta, ó ninguno de los nues
tros que sufra vuestros ultrages.
El valor, que llama así el vulgo, y que no
es en el hombre sino el sentimiento de su
superioridad, abandonó á los Castellanos.
Arrepintiéronse de haber ofendido á un pue
blo tan generoso y tan justo, y suplicáron á
Gomez que hiciese lo posible para reconciliarle
con ellos. Sin embargo, este no se tomó la
molestia de hacerlo ; de forma que toda co
municacion fué interrumpida entre los dos
pueblos. Mas no por eso dejaban de obser
varse escrupulosamente, por parte de los In
dios, los deberes sagrados de la hospitalidad.
La misma abundancia reynaba en las cho
zas de los Castellanos, y su bagel fué provisto
de cuanto exigía un viage largo.
Amazili y Telasco no gastáron mucho
tiempo en consultarse sobre lo que harían.
— ¿Hemos de renunciar, dijo Telasco á su
amante, á la dicha de volver á ver á tu her
mano y mi amigo? — No, respondió ella ; yo
no puedo vivir en una isla en donde estoy
LOS INCAS. ají
segura que no le habria de ver nunca ; y pues .
que Gomez nos da la esperanza de que nos
vamos á reunir , partamos en su compañía.
Nada es mas raro en aquellos mares que
el ver á los vientos del este ceder al del
ocaso (i). Gomez le aguardó mucho tiempo,
y cuando llegó á sentirlo, dió gracias al cielo,
como si fuese un prodigio operado para faci
litar su vuelta. Al instante junta á los suyos,
y les dice : — Compañeros, no esperemos á
que nos desalojen de aquf. El viento nos fa
vorece; partamos sin dilacion. No sintamos
el dejar una tierra que con el tiempo hubiera
sido nuestra sepultura. El vivir sin gloria no
es vivir. El verse olvidado, es como el ha
llarse muerto. Vamos á buscar nuevos trabajos
que superar. El influjo del hombre sobre el
destino del mundo, es la única existencia hon
rosa para él, ó á lo menos, la sola que sea
digna de nosotros.
El hombre se hace por habito un circulo
de testigos, cuya voz es para él el órgano de
la fama ; él existe en su pensamiento, y vive
en su opinion. Destruir para siempre entre
ellos y él este comercio que le engrandece,
que le pone fuera de si mismo, es abismarlo
en una profunda noche. Hé aquí que las pa.

(i) Solo acontece al menguante de la luna.


TOMO i 2I
a4» LOS INCAS.
labras de Gomez comunicáron un tayo re
fulgente de luz a los corazonei Castellanos,
y bé aquí tambien porque unos hombres, tan
sensibles á la gloria,se estremeciéren al consi
derar que estaban, para el resto del mundov
romprehenilidos en el número de los muertos,
y cuyo nombre y aun la memoria misma ha
bia perecido ya.
Aquel momento era favorable, y Gomez se
aprovechó de él para acelerar su partida.
Siguenle todos, embarcanse, levanse las anclas
y danse las velas al viento. Los Indios reu
nidos tristemente sobre la playa, al ver que
se alejaba el buque, decian suspirando : ¿Qué
se va á hacer de ellos? ¡Ellos estaban tan
bien entre nosotros! ¿Porque no quieren vi
vir aquí en paz? Llamábannos sus amigos, y
nosotros no pediamos sino el serlo... Pero no;
ellos son malvados : Vayanse en bora buena,
pues, si se quedasen , nos harían tan malos
como ellos.
Los Castellanos, por su parte, sentian el
dejar esta isla hechicera. Todos los ojos es
taban fijos sobre ella ; todos los corazones
gemian al ver que se les alejaba de la vista.
En fin desaparece, y las zozobras y penalida
des de tan dilatado viage vienen i mezclarse
con el pesar de haber abandonado una man
sion delcvtoaa.
LOS INCAS. a4S

CAPÍTULO XXV.
Vuelre la nave al Reru , y hace naufragio á la vista
del puerto de Tumbe*.—Los dos Mejicanos se satvan
nadando, v encuentran á Orozinibo.

Dtóse a conocer bien pronto la inconstancia


de los vientos, y tuvo i la flota en continuas
alarmas ; pero no hiciéron sino declinar alter
nativamente de uno á otro polo, y el arte
del piloto no se ejercitó sino en dirigir su
camino hacia el oriente , sin apartarse del
ecuador.
Fué larga, pero serena, la travesia hasta las
costas del Perú. Allí el naufragio les aginr-
daba en el puerto ; y quizo el cielo que Oro-
zimbo fuese testigo del desastre que vengaba
á su patria sobre aquellos desgraciados Cas
tellanos.
Alonso, aguardando el regreso de Pizarra,
habia dado priesa al Inca, rey de Quito, para
que se pusiese en defensa. — No es necesario,
decia, que construyamos muros sólidos : unos.
parapetos de arena y yerba bastan para hacer
que desistan los Castellanos de su empresa.
De todos los peligros de la guerra, no temen
244 LOS INCAS,
ninguno sino el de la lentitud. Ellos van á
desembarcar en Tumbes ; aquel puerto es el
que debemos proteger.
Aprobado este plan de defensa, Alonso se
encarga él mismo de ir á presidir los trabajos.
Quizo seguirle Orozimbo, y, por los campos
de Tumibamba, se dirigiéron á Tumbes. La
vuelta del jóven Español entre aquel pueblo,
su primer amigo , fué celebrada con trans
portes de reconocimiento y de amor.—Y ¡qué!
le dijo el cacique , ¡ no me has olvidado !
Tienes razon ; ni mi pueblo , ni yo , hemos
cesado de hablar del generoso y amado Alonso.
Me han pedido que el dia, aniversario de tu
llagada entre nosotros, sea siempre celebrado
con regocijos. Bien conoces que me ha sido
dulce el condescender. Yo mismo me hago
ahora una fiesta en volverte á ver, y las lá
grimas del gozo que ves correr sobre mis me
jillas te son de ello los mas rieles testigos.
Los trabajos que dirige Alonso comienzan
desde el siguiente dia,y son continuados con
ardor. Ellos se adelantan, y ya el fuerte que
domina la llanura, y que amenaza las playas,
excita la admiracion de los Indios que le han
construido. Una tarde en que Alonso recorría,
con su cacique amigo y con Orozimbo, ti re
cinto de la fortaleza, y se lastimaba con ellos
del furor de conquista que se habia apode
LOS INCAS. íi*,
rado de los Españoles, furor que despoblaba
fu propio pais para asolar un nuevo mundo,
percibió á lo lejos el bagel de Gomez que
avanzaba á todo trapo. Mírale, y no dudando
que fuese la nave de Pizarro : — Vedles ahi,
exclamó, ¡qué increible diligencia han puesto
en precipitar su vuelta ¡ El cielo les favorece,
los vientos parecen obedecerles. Diciendo es
tas palabras, un torbellino de viento se le
vanta sobre el mar en medio de una sere
nidad perfida ; las olas que él repele sobre
sí mismas se hinchan levantando sus espumas
a las nubes, y hierven agitadas. En el mismo
instante, una nube, preñada como las olas,
baja, se estiende, se dilata y prolonga ; y esta
columna fluida, cuya base toca al mar, forma
una bomba, en que las olas conmovidas, ce
diendo al peso del ayre, que las oprime por
todos lados, suben á la misma nube y van á
servirle de alimento.
Reconoció Molina este prodigio tan temido
de los marineros,y al que ellos llaman trompa;
y á la vista del peligro que amenazaba á los
Castellanos, olvidó sus delitos, los males que
habian hecho, y los que iban á hacer de
nuevo. Acordóse splamente que la patria de
ellos era la suya, y su corazon sensible fué
penetrado de compasion y de susto.
En vano se apresuró Gomez á hacer doblar
2i*.
346 J-OS INCAS.
las velas para no dar presa al veloz torbel
lino que envolvia au nave ; el viento la pre
cipita bajo de la columna de agua, la cual,
desecha por las entrañas, cae como un di
luvio sobre el bagel, le cubre, y se lo traga.
¡ El cielo es justo ! exclamo Orozimbo ;
¡ asi perezcas todos esos barbaros que han
asolado mi pais ! — Cacique, dijole Molina,
reserva tu odio y tus maldiciones para cul
pables félices. Sabe pues que la desgracia
tiene el derecho sagrado de purificar sus
victimas ; y tal castiga el cielo, que llega á
ser para nosotros un inocente. Sonrojóse
Orozimbo al pensar en la alegría inhumana
que acababa de manifestar. Perdoname, dijo,
; yo he sufrido tanto ! ¡ y tanto he visto su
frir mi patria !
Al fin renace la calma ; la columna y la
nave desapareciéron á un tiempo mismo. Mas,
pocos momentos despues , apercibense, á lo
lejos, dos infélices que se han escapado del
naufragio, y que nadan asidos de una tabla.
¡ Ah ! exclama Orozimbo, ¡ ellos respiran to
davia ! es menester socorrerlos. Apresurate,
cacique, echa esquifes al agua para salvarles,
si es posible ; yo iré al encuentro de ellos,
y , de repente se arroja á nado. Siguele
un canoa y le alcanza ántes de que hu
biese podido Ilrgar á la tabla que se movia
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LOS INCAS. 347
i discrecion de las olas, y que aun tenían
abrazada aquellos infélices.
Eran estos desventurados su hermana y su
amigo, que, previendo la caída de la trompa,
se habian arrojado al mar, con mas valor
que los Castellanos , y como mas ejercitados
en nadar. Vienen dos sobre la tabla.—Animo,
pues, mi cara prenda, decía Telasco : sos
tente, pues pronto somos en tierra : ya nos
viene un socorro ¡ Ay ! no puedo mas, decía
ella ; me faltan las fuerzas ; mis manos tré
mulas van a abandonar su apoyo. Si tardan
aun un momento, soy perdida, y ya ttí no
me volverás á ver.Entre tanto, su libertador,
subido sobre una canoa, hace redoblar el es
fuerzo del remo : llega , y les tiende los
brazos : Venid, lee dice, vosotros sois nuestros
amigos, pues que os halláis en la desgracia.
El peligro, la turbacion, el espanto, la ima
gen de la muerte se presenta, é impide que
le reconozcan. Amazili, con todo, asese de la
mano que él tendía. ¡Cual fué la sorpresa
de Orozimbo al tomarla en sus brazos, y ver
que es su propia hermana, una hermana i
quien adoraba, y cuya perdida hacia su mayor
tormento ! El grita entónces: —¿Eres tú Ama
zili ? ¿ eres tú mi querida hermana ? — ¡ Ay !
dijo ella, con una voz moribunda, déjame,
y salva á Telasco . Al oir este nombre, Oro
j$8 LOS INCAS,
zimbo, dejándola estendida en medio de los
remeros, se arroja al agua, en donde su amigo
sobrenada todavia ; agárrale por los cabellos
al momento en que se sumergia, vuelve á
garar la canoa, sube á ella y saca del mar
i su amigo.
Telasco, que le reconoce, sucumbe á su
alegria ; abrázale , y sintiendo doblarse sus
rodillas, cae junto á Amazili. Orozirnbo,
creyendo verles expirar , les llama á gritos
descompasados. Telasco es el primero que
vuelve en si, mas no es sino para compartir
el temor y el dolor de su amigo : pálida,
fria, extendida entre su hermano y su amante,
Amazili apénas respira ; Orozimbo sostiene
sobre sus rodillas su languida cabeza, cuyos
ojos están cerrados todavía ; y sobre un rostro
en donde se ve pintada la imágen de la muerte,
derrama un diluvio de lágrimas. Telasco busca
inútilmente , por medio de sus parpados, al
gunas centellas de vida. Tú respiras, le dice,
¡pero tú has perdido el sentimiento! ¡ ya no
oyes mi voz ! ¡ Tu alma va á extinguirse, y
tu corazon á helarse ! ¡ Despues de tantos pe
ligros, despues de haberte libertado, ó mitad
de mi alma, la muerte, la cruel muerte te
acomete: en nuestros brazos! O mi querido
Orozimbo, el dia que nos reune ¿ será acaso
el man amargo de nuestros dias? ¿No 4ial
I-OS INCAS. 2.Í9
ruclto á ver á tu hermana, sino para sepul
tarla ? ¿ No has abrazado á tu amigo, no le
has sacado de las aguas, sino para verle de
sesperado y precipitarse en ellas para siempre?
Entre tanto la canoa llegaba á la playa, y
el cacique y Molina no sabian que pensar de
semejante acontecimiento. ¡Ah! veréis al mas
feliz de los hombres, les dijo Orozimbo, si yo
puedo reanimar á esta muger expirante ; ella
es mi hermana, y aqui teneis al amigo de
que os he hablado tan repetidas veces. ¡ El
cielo reune en mis brazos lo que yo tengo
de mas querido en el mundo! ¡Ah! si por
ventura es posible, ayudadme á volver la vida
i mi querida hermana.
Por fin, reanimase Amazili ; mas al abrir
sus ojos, creia que lo que veia era un sueño.
Ella mira de alto á bajo á cada uno, y no
Cree á sus mismos ojos. — ¡Qué! dice ,
¿eres tú hermano mio? ¿eres tú el amigo
de mi alma? habla, tranquilízame. — Si, tú
vuelves á ver á Telasco. — Todos mis senti
dos están turbados, mi alma enagenada, t
yo no sé en donde estoy. Telasco, yo estaba
contigo, y ambos íbamos á perecer juntos, ¿no
es verdad ? Pero, ¿ y mi hermano ? — Él está
en tus brazos. Nuestra ventura es un prodi
jSo LOS INCAS,
tremo por mi excesiva alegría ! Ven, Tclaico,
reten mi alma entre tus labios, pues yo siento
que se me quiere escapar. Ella acaba apénas
de decir estas palabras, y sin un diluvio de
lágrimas que alivió su corazon, iba á expirar
sin remedio. Telasco recoge estas lágrimas :
— Vuelve la calma á tus sentidos, le decia,
respira, ó mi único bien ; vive para amarme,
para hacer feliz á tu hermano, y á un esposo
que te adora. — ¡ Amigo ! ¡ hermano ! ; sois
vosotros ! decia ella mil veces, estrechándoles
las manos ; ¡yo vuelvo á encontrar aquí todo
cuanto me es querido! Pero, decidme, en que
pais y cual es el prodigio que nos reune. ¿Es
tamos entre un pueblo amigo? — Verdade
ramente amigo, respondióle Alonso, y yo soy
garante de su zelo. Allí teneis á su rey, que
es todo nuestro ; y mas lejos, detras de esos
altos cerros, reyna un monarca poderosísimo
que nos colma de sus beneficios.
Eran inexplicables la alegria y los trans
portes de aquellos tres Mejicanos. No se can
saban de contarse mutuamente sus aventuras,
y el bosquejo de los peligros que habian cor
rido.
Levantase al fin la muralla , y Alonso la
ve acabar. Instruye, ejercita al cacique en la
defensa de sus muros ¡ y habiéndolo previsto
LOS INCAS. a5,
todo, y dejado preparado cuanto era nece
sario, volvióse con el Inca, seguido de sus
tres Mejicanos.
Ataliba recibió á la hermana y al amigo de
Orozimbo con tanta bondad, que al verse en
su alcazar creian estos tiernos y virtuosos
amantes estar en el seno de su patria, y en
la corte de los reyes sus abuelos.
Pero este monarca generoso estaba bien le
jos de gozar del reposo qne en este momento
procuraba á aquellos desgraciados. Una pro
funda melancolia se habia apoderado de su
alma. Poderoso, amado, reverenciado de su
pueblo, él hace á millares de hombres felices,
y solo él no puede serlo. La fortuna, envi
diosa de sus propios dones, ha mezclado en
su corazon la amargura de los pesares domés
ticos con las delicias aparentes de la pros
peridad y del esplendor del trono.

FIN SEL TOMO PRIMERO


LOS INCAS

ii.
IMFMUEIttK STÍRtOTÍPI SE COMO».
LOS INCAS,
ó

LA DESTRUCCIÓN

DEL IMPERIO DEL PERÚ

TRADUCIDA POB LA PRIMERA VEZ AL CASTELLANO

POR DON F. DE CABELLO,


Antiguo ofieial-general, autor del Diario erudito de
Lima, del Telégrafo de Buenos-Ayres, y de la
Gramática. Sinóptica ; director principal dela nueva
oficina de interpretacion general de lenguas , etc.

EDICIÓN
HECHA BAJO LA DIRECCIÓN DE I. R. MASSO.1.

-
VOLUMEN II.
VVVV\VWVVWVVVW\VVUVVM<

PARÍS,
MASSON Y HIJO, CALLE DE ERFURTH, N°3.

i82a.
%*VVW'VVWWiVWVVVVVllWWVWVVMVW AHVWWVVlVVWIMW

LOS INCAS.

CAPÍTULO XXVI.
Habiendo amagos de guerra civil en el reyno de los
Incas , solicita Ataliba la mediacion de Alonso de
Molina para conseguir de su hermano que le deje en
paz. Con este motivo le refiere desde un principio
la historia d.e la fundacion del reyno, del acrecen
tamiento de su poder y riquezas, y de como fué di
vidido entre los dos Incas por el rey su padre.

Como el monarca de Quito continuase triste


y melancólico, se valió Alonso de la confianza
con que le honraba para cerciorarse del mo
tivo de sus disgustos, y, á este fin, fué á visi
tarle, y le dijo : — Inca, yo he llegado á en
tender que el peligro que te amenaza, y del
que yo he deseado preservarte, te hace una
viva impresion de dolor.
—Tu'alivias mi dolor, respondióle el Inca,
pues tomas parte en él ¡ yo no habia querido
instruirte de mi tristeza ; mas considero que
me es forzoso abrir mi corazon a un amigo.
TOMO 9. I
9 LOS INCAS.
Sabete, pues, que ae trata nada roénos que
de mis derechos al trono que ocupo, del cual
el Inca, rey del Cuzco, se obstina en querer
despojarme. Yo necesitaré para con él de un
ministro ilustrado y un hábil medianero, y
me parece que nadie puede serlo mejor que
tú. ¿ Quieres aceptar este encargo ? — Con
gusto, respondió Alonso, con tal que tu causa
sea justa. — Ella es justísima, y yo quiero que
la juzgues por ti mismo.
ii En otro tiempo , este inmenso pais era
habitado por pueblos sin leyes, sin disciplina
y sin costumbres. Vagaban por las selvas, y
vivian de sus rapiñas ó de las frutas que la
naturaleza parecia facilitarles por pura com
pasion. Su caza no era otra que una^nierra
que el hombre hacia al hombre mismo ; los
vencidos servian de pasto á los vencedores 5
ni aun aguardaban estos que el enemigo he
rido hubiese exhalado su ultimo aliento para
beberse la sangre de sus venas (i), descuar
tizándole vivo. Ellos hacian cautivos, y los
engordaban para sus abominables festines. Si
tenian mugeres, los permitian juntarse con
ella?, o bien las fecundizaban ellos mismos,
para devorar luego á sus propios hijos.

(i) Vs,ui- GarciUso , libro I , capii. II.

X
LOS INCAS. 3
« Algunos de ellos, movidos por el instinto
del reconocimiento, adoraban en la natura-
leía á cuanto les hacia bien, como á las sie
rras madres de los rios, á los rios mismos, á
las fuentes que regaban y fertilizaban sus
praderas , á los árboles que les producian leña
para sus fuegos ; á los animales mansos y tí
midos cuya carne les servia de alimento ; y
á la mar abundante en pescados, á quien lla
maban su mama cocha (i); el cullo del ter
ror era el del mayor número.
I Habianse hecho dioses de cuanto el
mundo produce de mas feo y espantoso ; pues
parece que el hombre toma placer en espan
tarse. Ellos adoraban al tigre, al leon, al buy-
tre, á los culebrones, á los elementos, las
borrascas, los viéntos, los rayos, las cavernas,
los precipicios ; prosternabanse ante los to
rrentes, cuyo ruido les infundia pavor ; ante
las selvas tenebrosas, al pié de aquellos vol
canes terribles que vomitaban sobre ellos tor
bellinos de llamas y de betunes.
o Habiendo asi imaginado unos dioses tan
crueles y sanguinarios, fué preciso tambien
rendirles un culto bárbaro como ellos. Algu
nos creian agradarles, atravesándose el pecho,

(t) Mama cocha, mire-mer, madre mar.


4 LOS INCAS.
ó despedazándose las entrañas ; otros, mas
furibundos, arrebataban á los niños del seno
de sus madres, y les degollaban sobre el altar
de esos dioses sedientos de sangre. Cuanto
mas se estremecía la naturaleza, mas debia
la divinidad regocijarse, viendo inmolarla los
objetos mas queridos (i).
« Aquel cuyos rayos animan la naturaleza
vió y se lastimó de tales extravíos. No es de
admirar, dijo, que unos hombres insensatos
sean malos. Asi pues, en vez de castigarlos,
enviémosles la verdad, esa luz, y ellos iran á
su encuentro. Tan fácil me es el ilustrar su
entendimiento como el comunicar luz á sus
ojos.
« En cuanto digo esto, envío á estos climas
dos de sus queridos hijos, el sabio y virtuoso
Manco, y la hermosa üclla, su hermana y su
esposa (a) .
« Tú verás, mi querido Alonso, el lugar
celebre y reverenciado donde bajáron los hijos
del Sol (3) .,Altivos se juntáron los salvages,

(i) Véase Garcilaso, lib. I, cap. H.


(2) Véase Garcilaso , lib. I, cap. xv.
(3) Al borda de una laguna situada á una legua del
Guaco, donde los Incas habían edificado un templo
magnifico , consagrado al Sol.
LOS INCAS. 5
que se hallaban esparcidos por aquellas selvas.
Manco enseñó á los hombres á labrar la tierra,
k semblarla, y á dirigir el curso de las aguas
para regarla ; Oella enseñó á las mugeres á
hilar, á teger la lana, á vestirse con estos te-
gidos, á cuidar de las cosas domesticas, á ser
vir con un zelo tierno á sus esposos, y criar
á sus hijos.
« Ademas de estas artes, aquellos fundado
res les diéron ley es. El culto del Sol, su padre,
este culto inspirado por el amor, apoyado por
el reconocimiento, y que jamas costó una
lágrima á la naturaleza, ni hizo murmurar la
razon : hé aquí la primera de estas leyes, y
el alma de todas las demas.
ce El hombre, al ver tan cerca de él unos
bienes de que ni aun siquiera tenia la mas leve
idea, cuales eran los de la abundancia, la se
guridad y la paz, creyó recibir un nuevo ser.
Satisfechas sus necesidades, disipados sus ter
rores, el placer de adorar á un dios propicio
y benéfico, el deber de ser justo y bueno en
imitacion suya, la facilidad de ser feliz, la
mutua benevolencia y, en fin, el encanto de
una sociedad inocente y apacible, cautivó to
dos los corazones. Avergonzados de haber sido
ciegos y bárbaros, estos pueblos se dejáron
domesticar sin trabajo y colocar bajo de dul
ces leyes. Cuzco fué fundado por sus manos,
é LOS INCAS.
y cien villas se establecieron en su conlorno(i).
El venerable Manco, ántes de ir a reposarse
en el seno del Sol, su padre, vió prosperar el
imperio que él mismo habia fundado.
« Sucedióle su hijo primogénito (a) , y, á su
ejemplo, usando de los medios de suavidad,
de persuasion y beneficencia, dilató los limi
tes de este dichoso imperio.
« El hijo de este hizo respetar sus armas(3);
mas no las empleó sino en hacer á sus vecinos
mas dóciles,sin manchar sus manos con sangre.
* Su sucesor (4) fué ménos feliz , porque
los pueblos que quería ganar le obligáron i
combatirlos (5) ; la primera accion fué san
grienta, mas el vencedor se hizo perdonar la

(t) Trece al oriente, treinta al occidente, veinte


il norte , v cuarenta al mediodía.
t
(s) Sincbi BocA , s• rey, y quien conquistó vein'«
leguai á la parte det mediodía.
(3) Loque Yüpangue, 3o rey, y quien conquisto
cuarenta leguas de norte á sur, y veiote de poniente
a levante.
(4) M AtETA C APAC , 4° rey, y quien conquistó go
leguas en el pays llamado Cunti sujru.
(5) El de Guyaviri, situado al mediodía, á quien
sitió por la montaña; el de Colla, á quien combatió
en el paso de un rio ; los de Áton Puna, y lov de Vil'
Itli y Dallia, situados al poniente.
LOS INCAS. 7
victoria por sus virtudes. Su valor enseñó á
temerle, y su clemencia á amarle.
« El hijo mayor de este héroe (i) hizo con
quistas aun mas extensas, sin que costasen ni
lágrimas ni sangre á los pueblos que sometió
á su obediencia. Su vuelta al Cuzco fué el
triunfo mas completo y glorioso, pues que
entró conducido por reyes.
a Los Incas que le sucediéron (2), se viéron
obligados algunas veces, para domar pueblos
féroces, á sitiarles en sus retiros, á arrojarles
fuera de ellos, y á hacer que tomasen con
sejo de la misma necesidad ; pero nuestras
armas les aguardaban,y nunca les provocaban.
Teníase por maxima abandonarles, mas bien
que destruirles, si se obstinasen en vivir in
dependientes é infelices. Siempre se comen-

(i) Capac YepANGüE , 5o rey, y quien extendió


sos conquistas por la parte del poniente hasta el borde
de la mar; por la del mediodía hasta Taiira; al
oriente del pais de los Charcas, hasta la falda de la
montaña, llamada Antis, y despues Cordillera real de
los Andes ; y á la del norte , hasta la provincia de
Chinea, hoy Chincha.
(2) Roca , 6o rey , llamado Llora sangre ; Vira
cocha, 7o reyi Pachacdtec, 8o rey; Ycpangee
9o rey ; Twpac-Yupangue, io° rey; Hcaiha Caíac,
padre de los dos Incas reynantes.
8 LOS INCAS,
zaba por anunciarles la paz bajo de condiciones
alhagueñas ; pues que la única cosa que exigía
<Ie los rebeldes era el que consintiesen en
gustar los bienes que les ofrecia(i). En efecto,
el gran proyecto de los Incas, fué el de hacer
que los pueblos fuesen felices. Un culto puro,
leyes sabias, conocimientos y artes útiles, es
tos eran los frutos de la victoria, y ellos los
dejaban gozar á los vencidos. Tal fué, en once
reynados, su ambicion y su gloria, y tan loa
ble el premio que consiguiéron.
« Sin embargo, cuanto mas se ensanchaban
los limites de este imperio, mas difícil era el
guardarlos. Durante diez reynados no habia
visto sino una revolucion. Mi padre, el mas
justo y dulce de los reyes, vió tres, la una
hácia el norte, y las otras al mediodía. Las
eatremidades remotas no estaban ya bajo los
ojos del monarca. Por la parte del oriente
servia de límites la alta barrera de los An
de?; tocábase al mar por la del occidente;

(i) Cuando estaban sitiados por las montañas, ca


recían de suLsistancias : y si encontraban los sitia
dores algunas delas nvegeres é bijos de los sitiados,
tan ortigados del bambre que, como bestias salvages ,
se apacentaban en los valle jos , los regalaban bien, y
los bacian relornareon sus familias, cargados de vive-
res ,' ofreciendoles la pa* v !a amistad.
LOS INCAS. 9
el norte y mediodía nos quedaban aun que
penetrar por desiertos dilatados ; en fin, el plan
de nuestras conquistas abrazaba todo ese con
tinente. Era pues necesaria una particion de
terreno entre los hijos del Sol.
« Luego que mi padre hubo conquistado
esta vasta y rica provincia, creyó que ya era
tiempo de efectuarla. El se habia casado con
dos mugeres : una de ellas era Ücello, su her
mana, y la otra era Zulma, de la sangre de
los reyes (i). Huascares el primogénito de
los hijos de Ocello, y posee el Cuzco, ciudad
del Sol é imperio de nuestros antepasados.
Yo soy el mayor de los hijos de Zulma ; y la
provincia de Quito, Auto de las hazañas de
mi padre, es la herencia que me dejó.
« ¿ Ha podido, mi padre, disponer de un
bien que era suyo propio, ganado por su va
lor? Hé aquí lo que causa, entre mi hermano
y yo, unas contestaciones que serán sangrien
tas, si me obliga á tomar las armas.
■ Mi hermano es altivo y soberbio. Su or
gullo frio nunca se ha sugetado á nadie. En
desprecio de la voluntad y memoria de un
padre virtuoso, exige de mí que yo descienda

(i) Caciques, reyes de Quito, ántes de la conquista


de este pais
io LOS INCAS,
del trono, y me constituya su Vasallo. Bien
conoces que yo no puedo resolverme á ello.
Yo amo á mi hermano, y encuentro horrible
el ver que su odio me persigue ; me es <Mo
rosísimo el pensar que su pueblo y el mió
van á ser enemigos uno de otro, y que una
guerra doméstica, entre los Incas, va á entre
garles á un opresor extrangero. Pero este cetro,
esta diadema, que son presentes de mi padre,
¿ podré dejar que me los roben ? No hay cosa
alguna que á titulo de igual, de aliado, de her
mano y de amigo, no pueda Huascar obtener
de mi. Si quiere extender sus conquistas mas
allá de las riberas del Mauli(i), ó sobre el
rio de las Culebras (2) , yo le ayudaré en su
empresa. Si aun le quedan por domar algu
nos rebeldes en las valles de Nasca ó de Pisco,
yo cooperaré tambien á sujetarlos ; de forma
qtie sus enemigos Serán los mios. ¿ Mas por
que pedir mi vergüenza ? ¿ porque querer
deshonrar su propia sangre ? Las lágrimas
que ves correr de mis ojos, te son garantes
de mi franqueza. Yo anhelo la pai : soy sen
sible; pero violento, y, sobre todo, me temo 4
mi mismo. Tú, querido Alonso, eres quien

(l) Hio en el reyno de Chile.


(a) ámaryinayu , qué hoy se conoce por tiío de la
Plata.
LOS INCAS. i.
puedes salvarnos de los males con que nos
amaga la discordia. Anda, vé á presentarte
i mi hermano en el Cuzco. La humanidad
reside en tu corazon, y la verdad en tus la
bios. Tu candor, tu rectitud, el ascendiente
natura] de tu razon sobre nuestros ánimos,
y, en fin, el encanto maravilloso de tus pa
labras, le moverá acaso, y nos preservará de
horribles calamidades. No temas el manifes
tarle con demasiada viveza el horror que
me causa la guerra civil, como tampoco el
asegurarle que yo jamas abandonaré mis de
rechos. Mi padre, al morir, me dejó en un
trono erigido y afianzado por él mismo : no
consentiré en que me saquen de él, si no es
hecho pedazos. s
Aionso sintió la importancia y las dificul
tades de semejante mediacion ; mas no tuvo
reparo en consentir, y todo fué al instante
preparado para dar á su embajada un esplen
dor que fuese digno de la magestad de ambos
reyes.
»a LOS INCAS.

CAPÍTULO XVII.

En un sacrificio hecho al Sol por el feliz éxito de la


embajada, Alonso ve á Cora, una de las vírgenes sa
gradas ; se prenda de ella, y es correspondido.

Antes de la partida de Alonso, el Inca, para


emprender la obra de la paz bajo de favora
bles auspicios, hizo un sacrificio al Sol. Asis
tiéron á él los Mejicanos, y él mismo Alonso,
sin tener parte en él, creyó poder ser testigo
sin escrúpulo.
' Las vírgenes del Sol,admitidas en su templo,
servían al pontífice en el altar. El pan del
sacrificio lo recibia de sus manos, y despues
del ofertorio, una de ellas lo presentaba á los
Incas, (i)
Quiso el destino de Cora que en este dia
solemne fuese ella quien ejerciese este funesto
ministerio.-
Alonso, por un favor particular del mo
narca, estaba colocado junto á él. Adelántase
la sacerdotisa, con un velo sobre su cabeza,

(i) Este pan estaba hecho con la flor de la harina


del panigo, llamado cancu, y posteriormente maíz.
LOS INCAS. i3
y las sienes coronadas de flores. Sus ojos mi
raban hácia la tierra, pero sus hermosos par
pados dejaban salir de ellos algunos rayos de
luz chispeando. Sus manos de alabastro es
taban trémulas, sus labios palpitantes, y su
pecho vivamente agitado ; todo en ella ma
nifestaba la expresion de un corazon sufriente.
Feliz aun, si sus ojos timidos no hubieran
levantado la vista sobre Alonso. Perdióla una
sola mirada , cuya imprudencia la dió á
conocer el mas formidable enemigo de su re
poso y candor. Aquel cuya gracia, cuya her
mosura, entre los feroces antropófagos, habia
suavizado corazones sanguinarios, ¡qué en
canto no era capaz de producir en el corazon
puro de una virgen tierna, ¡nocente y hecha
para amar! Este sentimiento, cuyo peligroso
germen puso la naturaleza en su seno, se de
senvolvió de repente.
En el arrebato que le causó la vista de este
mortal, cuya vestidura daba aun mayor realce
i su belleza, la faltó poco para dejar caer de
sus manos el canasto de oro que contenia la
ofrenda. Ella perdió el color de su hermoso
rostro, y de repente su corazon suspendió y
redobló sus latidos. Acometióla un gran frío,
al cual se siguió al instante un fuego ardiente
que se derramó por sus venas, y sus rodillas
trémulas apenas la permitan sostenerse.
TOMO 2 2
i4 LOS INCAS.
Alonso, presente á su espíritu, parecía es
tarlo tambien á sus ojos ; de forma que, cor
tada y confusa de su enagenamiento, echa
una mirada suplicante hácia la imágen del
Sol ; mas aun en él cree ver el semblante de
Alonso. ¡O Dios ! exclamó, ¿qué delirio es
este? ¡ Qué turbacion ha causado á mis sen
tidos ese jóven extrangero, pues que ya no
me conozco á mi misma.
Ofrecido el sacrificio y los votos, retirase el
Inca , seguido de su corte ; las sacerdotisas
salen del templo, y vuelven al asilo inviolable
y santo que las oculta á los ojos de los mor»
tales.
Desde este momento, aquel retiro, en que
Cora vivía contenta, se convirtió en una pri
sion triste y funesta. Ella sintió todo el peso
de sus cadenas, y ya su corazon no anheló
sino por un desierto y por la libertad, esto
es,por un desierto en el que ella estuviese con
Alonso ; pues que jamas dejaba de verle, oirle,
hablarle y quejarse á él, como si le tuviese
presente. — ¡ Qué ! nunca , se decia en si
misma, ¡ nunca la ilusion que yo me hago será
mas que una ilusion! ¡ Ahí para que te he
visto, encanto único de mi pensamiento, si
estoy condenada á no volverte a ver. ¡ Ay !
¿ lo ménos, ántes de que yo expire, ven, mor
tal a > hsiado, ven, y verás que estrago ha cau..
LOS INCAS. i5
sado tu sola vista en un débil corazon ; verás,
y te compadecerás de tu victima. ¿ En donde
estás? ¿Te dignas de pensar en mi, que me
abraso, que me muero de deseo, y sin espe
ranza de volver á verte? ¡Ay! ¡qué desgracia
es la mia ! Yo siento que una fuerza irresis
tible me arrastra hácia á él ; sin cesar mi alma
se sale de estos muros para buscarle ; eh mis
vigilias, como en mi sueño, él solo ocupa mi
espíritu ; yo daría mi vida para que uno solo
de mis sueños llegase á realizarse siquiera
por un momento, y hé aqui, que aun este mo
mento se ha negado á mi triste vida. ¡ O Dios
bem'fico! ¿erestti el que tomas placer en tira
nizar, en despedazar asi á un corazon sensible?
¿sabes tú si el mio daba su adhesion al jura
mento que fe hacia mi boca? Un poder ab
soluto me le hizo pronunciar, pero la natu
raleza, por un grito que debió elevarse hasta
ti, reclamaba en el mismo instante contra una
injusta Violencia. No es perjuro mi corazon,
pues que él nada te ha prometido. Vuelveme,
pues, á mf misma. Pero, ¿soy yo digna de ti?
Demasiado inocente, demasiado frágil, un solo
momento, una sola mirada ha turbado mi
alma : despavorida, fuera de mi ya, yo no
ejerzo imperio alguno sobre mi razon, ni so
bre mi sentido. — A estas palabras, proster
nada, y no o ando ya mirar la luz del Diot
i6 LOS INCAS.
i quien creia haber sido infiel, cubrese el ros
tro con su velo empapado en lágrimas. Mas
pronto se le presenta la imágen de Alonso,
y este pensamiento triste de no le volvería
ver, viniendo á ofrecersele de nuevo, la hacia
manifestar su dolor. O padre ínio, ¿qué ha
beis hecho? ¿qué os he hecho yo misma?
¿porque separarme de vos? ¿porque sepul
tarme viva ? ¡ Ay ! yo tenia por vos una ve
neracion tan tierna. Yo os hubiera servido
con todo zelo y amor. O padre mio, yo hu
biera sido á vuestro lado el dulce consuelo
de vuestra apacible vejez, y compartiendo
con mi esposo el deber de criar á vuestra
vista mis hijos .... Mis hijos , ¡ ay ! ¡ no>
no, nunca seré yo madre, nunca este nom
bre querido y sagrado hará saltar mi corazon
de alegría ! Este corazon es muerto á los sen
timientos mas tiernos de la naturaleza : si, sus
inclinaciones las mas dulces, sus placeres los
mas puros me están ya prohibidos para
siempre.
Aquel relámpago veloz y terrible,que abrasa
i la vez dos corazones hechos el uno para
el otro, ha herido al jóven Español en el
mismo instante que á la jóven India. Ató
nito al ver tantos hechizos, conmovido, tur
bado hasta la embriaguez, con una sola mi
rada que ella le habia dirigido, no la perdió
LOS INCAS. i7
de vista hasta lo interior del templo ; de forma
que hasta el Dios mismo tuvo zelos de ver
adorar á Cora.
Taciturno, inquieto, impaciente, vuelve al
alcazar regio : todo le aflige y le molesta.
El quiere recobrar su razon, reprehendese de
una pasion loca, condénala, sonrojase de ella,
procura alejarla de su alma : ¡ vanos remor
dimientos ! ¡ esfuerzos inútiles ! La reflexion
misma mete mas adentro en su corazon la
flecha que él quisiera arrancar de él. Una
sola mirada de la sacerdotisa ha derramado
en el fondo de su alma el dulce veneno de
la esperanza. Votos indisolubles, estrecha
esclavitud, una guardia incorruptible y vigi
lante, una prision austera : todo esto ve, y
espera aun... Le es imposible el poseer á Cora,
mas no el haber sabido agradarla ; y si ella
me amase, decia, si ella supiese como yo la
adoro, si nuestros dos corazones, á lo ménos,
por una reciprocidad de sentimientos, pu
diéron entenderse, ; ah ! esto seria lo bastante.
Pensando siempre en ella, su alma estaba agi
tada de todos los sentimientos que inspira un
amor insensato ; mas pronto la reflexion le
volvia en sí mismo, y le hacia ver la impru
dencia de sus arrebatos. ¡ Entre un pueblo
religioso intentar un sacrilegio ! ¡ En la corte
de un rey amigo, violar los derechos de la
2*
s8 LOS INCAS,
hospitalidad, y exponer á quien se ama al
oprobrio y castigo señalado á quien vio
laba sus votos ! De tal cúmulo de delitos, uno
solo bastará para estremecer de horror á
Alonso ; pero el desechaba este pensamiento
con la seguridad de no ejecutarle nunca.
Contentabase, no obstante, con ir á ali
mentar su profunda melancolía al rededor
del recinto sagrado que encerraba á Cora.
La cerca de las vírgenes era muy grande y cu
bierta de árboles frondosos , cuya altura ma-
gestuosa aumentaba, por sí misma, el respeto
debido que infundia aquel sitio venerado. —
Bajo esos árboles , decia Alonso , ¡ respira la
hermosa Cora ! ¡Ay ! acaso ella gime dentro
de ese sepulcro, sin que ni la compasion ni
el amor permitan romper los vínculos que
la atan y esclavizan. Estos muros,decia, son al
tísimos, su guardia essevera ; mas sin embargo,
que fácil me sería el penetrar dentro de ellos,
si su santidad misma no fuera su mas segura
guardia. El amor, este fatal enemigo del re
poso y de la inocencia, el amor, tal como yo
le siento, no es conocido de este buen pue
blo. La costumbre de no desear sino los
bienes que le son lícitos, le hace marchar
apaciblemente en el sendero estrecho de sus
leyes. ; Cuan crueles son estas, cuando hacen
víctimas la juventud, la hermosura y el amor!
LOS INCAS. ig
; Cuan justo y generoso seria abolirías ! A
estas palabras , asustado él mismo de los rap
tos de su corazon, se alejaba del recinto. ¡ Ay !
decia, ¡ es este acaso el proyecto tan bello,
tan magnánimo que me habia traído á la
Corte del Inca ! Yo que me anunció como
un héroe , ¡ Vendré á set un aleve, un débil
y cobarde raptor !
De esta manera pugnaba su virtud, y ella
hubiera triunfado ciertamente, si un aconte
cimiento terrible no le hubiese hecho ceder
á los sentimientos del temor y de la com
pasion.
LOS INCAS.

CAPÍTULO XXVIII.
Erupcion del volcan de Quito. — Saca Alonso á Cora
del asilo de las vírgenes. —Sedúcela y vuélvela á él.

¡ Dichosos los pueblos que cultivan los va


lles y las colinas que forma el mar en su
seno, con las arenas que envuelven sus olas,
y de los despojos de la tierra ! El pastor con
duce por ellas sus ganados sin temor alguno ;
el labrador en ellas recoge sus mieses en paz.
Pero, ¡desgraciados los pueblos vecinos de
esas sierras encrespadas, cuya falda no lia
sido nunca bañada por las aguas del océano,
y cuya cima se eleva sobre las nubes ! Ellas
son. otros tantos respiraderos que se ha
abierto el fuego subterraneo, rompiendo la
boveda de los hornos profundos en que arde
sin cesar. Él esquíen ha formado esos mon
tes de peñas calcareas, de métales ardientes
y líquidos, de rios de ceniza y bétun que
expelía, y que en su caida se acumulaban á
las márgenes de esos abismos abiertos. ¡ Des
dichados los pueblos que viven en un ter
reno tan perfido por solo su viguería ! Esos
gérmenes de fecundidad que penetra la tierra
LOS INCAS. ai
ion las exhalaciones del fuego que devora sus
entrañas : su riqueza;desde que aparece,amaga
ya su ruina.
Tal es el clima de Quito. La ciudad está
dominada por un volcan terrible (i), cuyas
freqüentes erupciones estremecen sus funda
mentos.
Un dia que el pueblo Indio, esparcido en
los campos, labraba, sembraba, segaba (pues
aquel rico valle presenta todos estos trabajos
á la vez ), y que las hijas del Sol, en el inte
rior de sus palacios , estaban ocupadas, las
unas en hilar, las otras en formar los precio
sos tegidos de lana de que se vestían el pon
tífice y el rey, se entendió un ruido sordo
en las entrañas del volcan. Este ruido, se
mejante al del mar cuando concibe las bor
rascas, se aumenta y pronto se muda en un
profundo bramido. Tiembla la tierra, truena
el cielo, negros vapores le envuelven; el tem
plo y los palacios, se estremecen y amenazan
desplomarse; conmuevese la montaña, y su
cima entreabierta vomita, con los vientos en
cerrados en su seno,torrentes de bétun liquido,
y torbellinos de humo, que se enrojecen, se

(i) Llamase Oichencha, Véase la descripcion de ese


Tolcan y sus erupciones en t538 y i660, en la rela
cion del viage de M. de la Gondamine.
aa LOS INCAS.
inflaman, y arrojan en los ayres masas clero-
cas encendidas que han arrancado del abismo :
; soberbio y terrible espectáculo, el Ver rau
dales de fuego precipitarse con centellante
furia por medio de las montañas de nieve, y
penetrando en ellas, formarse un lecho vasto
y profundo !
En los muros y fuera de ellos, la desolacion,
el espanto, los vertigos del terror se esparcen
en un instante. Mira el labrador, y perma
nece inmóvil. Aun no se atreve á tocar la
tierra, que siente como un mar undoso bajo
sus plantas. Entre los sacerdotes del Sol, lo*
unos, trémulos, talen precipitadamente del
templo ; los otros, consternados, abrazan el
altar de su Dios. Las vírgenes, despavoridas,
corren fuera de sus palacios, cuyos techos
amenazan desplomarse sobre sus cabezas ; de
forma que, vagando por la extension de su
inmensa cerca, palidas, descabelladas, tienden.
sus manos tímidas hácia los muros á los cua
tes la compasion misma no se atreve á acer
carse para socorrerlas.
Alonso solo, errante de aquí para allí al re
dedor del recinto, oye sus lamentables voces.
En el peligro dela naturaleza entera, no tiem
bla sino por Cora. Los alaridos que hieren sus
oídos, todos le parecen ser de ella. Extraviado
entre el dolor y el miedo, y tal cual el pa
LOS INCAS. a3
lomo que, con temblosas alas, voltegea al re
dedor de la cárcel en que está encerrada su
paloma amante,así Alonso,arrebatado de gozo,
monta sobre los restos del muro sagrado,
penetra en el asilo en que ántes de él ningun
mortal se atrevió á entrar. Favorecenle las
tinieblas, porque un dia lugubre y sombrío
hizo lugar á la noche, que solo la iluminan
lqs arroyos de fuego que se precipitan del
monte ; y este horroroso resplandor, cual el
del Erebo inmundo, no deja ver las sacerdo
tisas del Sol sino como sombras errantes,
corriendo despavoridas en los járdines.
Otros ojos que los de un amante, ocupado
enteramente del objeto que adora, buscarían
en vano á una de ellas entre sus compañeras;
pero Alonso reconoce á Cora. Las gracias que,
aun en medio del espanto, la han permanecido
fieles, se la hacen distinguir de lejos. El con
tiene sus primeros raptos de alegria por el
temor de asustarla; se adelantacon paso tí
mido : Cora, le dice con voz dulce y sensible,
un Dios vela sobre ti, y toma cuidado de tus
dias. A esta voz, Cora intimidada se detiene,
y al instante estremece la tierra ; la mon
taña , con estruendoso brillo , arroja una
columna de fuego, que en la obscuridad des
cubre á los ojos de la sacerdotisa su amante
que le tiende los brazos.
a4 LOS INCAS.
Ya fuese por un repentino movimiento del
susto, ya acaso por amor, Cora se precipita
y cae sin sentido en los brazos del jóven
Español ; él la sostiene, la reanima y procura
tranquilizarla : —O tú, dijola, á quien yo
adoro desde que te vi en el templo, tú por
quien solo respiro , Cora , nada temas : el
cielo es quien te envia un libertador. Si
gueme, abandonemos estos lugares funestos ;
dejame salvarte.
Cora, débil y trémula, se fia en su guia. El
la toma en sus brazos, salta sin trabajo por
cima de las reliquias del muro desplomado,
y el primer asilo que se ofrece á su pensa
miento es el valle de Capana, el del cacique
amigo de Las Casas.
¿ A donde voy? le decia Cora. El susto ha
turbado mis sentidos. Yo no sé do»<de estoy,
ni aun siquiera sé quien vos sois. ¿ Qué se
va á hacer de mí ? Apiadaos de mi estado.
— Estás, la dijo, bajo la salvaguardia de un
hombre que no respira sino por ti. Yo te llevo
lejos del peligro á un valle deley toso , en donde
un cacique , mi amigo, te recibirá como á su
hija. — ¡Ah ! replicó ella, ocultadme mas bien
á la vista de todos ; de ello pende mi vida ;
¡ de ello pende aun mas ! Vos ignorais la ley
terrible que ahora me haceis violar. Héme
aqui fuera del asilo en que yo debia vivir
LOS INCAS. a5
escondida ; yo sigo los pasos de un hombre,
despues de haber hecho voto de huir para
siempre de todos. ¿ A qué me exponeis ? ¡ Ah !
dejadme ántes perecer.
— Cora, respondióla Alonso, el primer de
ber de todo lo que respira, como su primer
sentimiento, es el del cuidado de su propia
vida, y en un momento en que la muerte te
rodea y persigue, no hay ni voto ni ley que
deba oponerse á este movimiento invencible.
Cuando todo esté sereno, mañana, ántes que
amanezca, volverás a esos járdines, en donde
tus compañeras asustadas habrán pasado la
noche sin duda alguna ; y el secreto de tu
ausencia nunca será revelado.
Entretanto se aleja el peligro, y pronto se
desvanece. Cesa de temblar la tierra, y ya el
volcan no brama. Aquella piramide de lun¡
bre , que se elevaba de la cima del monte,
se apaga y parece hundirse ; los negros tor
bellinos de humo, que obscurecian al cielo,
comienzan á disiparse ; un viento de oriente
les expele hácia el mar. El azul del cielo
se purifica, y el astro de la noche, con su
claridad consoladora, parece querer tranqui
lizar la naturaleza consternada.
En este momento, Alonso y su amada com
pañera atraviesaban hermosas praderas, en
que mil árboles, cargados de frulo, entrelazs-
TOMO 2 3
a6 LOS INCAS
han sus ramas. Los rayos trémulos de la luna,
saliendo por entre las hojas, iban á variar el
color de la verdura y juguetear entre las flores.
Respira, mi amada Cora, dijo Alonso ; des
cansa ¡ y en la calma y silencio de la noche
que nos es propicia, deja que me ocupe de
la dicha de verte y adorar tus encantos. Cora
consintió en sentarse. El primer cuidado de
Alonso fué el de coger frutas, que fué luego
á presentarla. La dulce savinta, la palta, de
un gusto mas delicado aun, la medula del
coco, su sabroso jugo, fuéron los manjares
de este feslin.
Sentado junto á Cora , apénas podia
respirar Alonso. La turbacion , el enagena-
miento , aquella timidez recelosa que acom
paña los ardientes deseos, y cuya emocion
redobla al acercarse la dicha, suspenden su
impaciencia. El estrecha con sus manos, y
humedece con sus labios la mano tremula de
la virgen. — Hija del cielo, la dice, ¿eres tú
la que yo poseo, tú, que eras el único ob
jeto de mis ansias ? ¿ Quien me hubiera dicho
que un prodigio, que horroriza á la natura
leza, se operaria para reunimos, y no espan
taria la tierra, sino para robarnos á la vista
de tus vigilas inhumanos? Un dios, sin duda,
se ha compadecido de mi amor y de mis pe
nas. ¡ Ah ! aprovechemos sus favores. Es
LOS INCAS. 37
tamos solos, libres, ocultos, sin otro testigo
que la noche, que nunca ha vendido á los tier
nos amantes. Pero estos momentos tan pre
ciosos vuelan rapidamente ; no perdamos
ninguno ; y si tú me amas, dime : Sé feliz.
— Sé feliz, dijo ella , y desde el mismo ins
tante un nublado se extendió sobre el por
venir.
A sus ojos todo se ha embellecido ; la sere
nidad de la noche, la soledad, el Silencio,
tienen para ellos un encanto nuevo : ¡ Ah !
¡ deliciosa morada ! dijo Cora ; ¿ para que bus
car otro asilo ? Esta apacible claridad, estos
vérgeles, estos follages parecen decirnos : ¿ á
donde quereis iros? ¿en qué parte os halla
réis mejor que con nosotros ? — O dulce mi
tad de mí mismo, dijo Alonso, ¡ojala que
siempre pudiera yo agradarte ! Pasemos aquí
la noche ; y mañana, al rayar el alba, huya
mos de estos lugares en que tú estás cautiva.
Vamos.. .¿ que sé yo, á donde nos conducirá
el destino? aunque fuese en un desierto, yo
viviria feliz contigo; sin ti, no puedo mas vi
vir. De esta manera el ciego amor hacia ha
blar á Alonso. Cora le estrechaba en sus brazos,
y él sentía caer sobre su rostro las lágrimas
que ella vertia.
Amigo mio, mi amante, le decia ella, aleje
mos, si es posible, una prevision que no puede
a8 LOS INCAS,
sino afligirnos. Yo estoy contigo, yo no quiero
ocuparme sino de ti : haz pues que un bien
por que tanto he suspirado no sea mezclado
de amargura.
Cora ignoraba aun el nombre de su amante;
ella deseó oirle, y lo repitió mil veces. Ha
blóla él de su patria, y aun quiso lisonjearla
con la dulce esperanza de ver algun dia la
villa en que habia nacido. En fin, el sueño
suspendió todos los movimientos de sus al
mas, y Cora, sobre las rodillas de Alonso,
reposó hasta el amanecer.
La estrella de la mañana despierta las aves,
y los cantos de estas despiertan á Alonso. El
abre los ojos, ve á Cora, la observa, y des
cubre mil encantos. Acerca su boca á sus
labios de rosa, en que el amor se sonríe ;
percibe su halito, y su alma entónces vuela
á él con el aliciente de un 6oplo delicioso.
Abre los ojos Cora, y un rapto, mezclado
de espanto y de alegria, explica su emocion.
¿Eres tú, dijo ella, arrojándose en el seno
de Alonso, eres tú, mi amor, á quien yo veo?
; Ah! temia haberte perdido. —No, Cora, aquí
estoy, tranquilízate, no nos separarémos. Mas
démosnos priesa : ves la aurora del dia ; pa
semos la angostura de los montes, y en la
ley de la naturaleza, que mantiene á los mo
radores de las selvas, busca conmigo, en su
LOS INCAS. a9
asilo, la libertad , el primero de los bienes
despues del amor.
¡ Ah ! mi querido Alonso, dijo Cora, ¡ como
quisiera poder estar contigo sola en estos bos
ques, y desconocida del resto de los mortales !
Al pronunciar estas palabras, le estrechaba
entre sus brazos conmovida; sus ojos, fijos so
bre los de su amante, se anegaban en lágri
mas amargas. Ll enternecido y turbado , la
ruega de descubrirle lo que la agita. Ella se
estremece al considerar el golpe que le va á
dar, mas cede en fin á sus instancias. O Alonso,
delicia del alma mia, le dijo, mi corazon está
despedazado, y el tuyo va á serlo ¡ pero per
dona : un deber sagrado, deber terrible me
encadena, y él va á arrancarme de tus brazos
para siempre Es llegado el momento
de una separacion. — ¡ Ah ! ¿qué es lo que
dices, cruel? — Escuchame. Al consagrarme
para el altar, mis padres respondiéron de mi
fidelidad. La sangre de un padre y de una
madre es garante de los votos que hicé en
aquel momento. Fementida y profuga, yo les
entregaria ahora al suplicio ; mi delito re
caeria sobre ellos, y les seria infligido un atroz
castigo : tal es la ley. — ¡O Dios! — Tú te
horrorizas...
—j Desdichada! 1 qué has hecho? ¿ qué es lo
que he hecho yo mismo? exclamó Alonso, e*.
3*
3o LOS INCAS,
trechando su frente contra la tierra, y arran
candose los cabellos. ¿ Porque ántes no me
has mostrado el abismo, en que me precipi
taba, y á que te arrastraba á ti misma?...
Dejame. Tu ternura* tu dolor, tus lágrimas
redoblan el horror en que me veo... ¿Qué
es lo que quieres? ¿que te vuelva á tu asilo?
Eso es querer mi muerte... Vo te guardaré
ronmigo. ¡Ah! no ; si lo hiciese, seria un
monstruo.Yo no sufriré jamas que tii seas par
ricida. Vete, cruel.... Detente, aguarda, yo
muero...
A estos gritos,Cora, que, afligida y trémula,
se habia apartado de Alonso, torna veloz y
cae ásus rodillas. Ella con templa,extrecha}*
en sus brazos , la riega de lágrimas, se siente
bañar con las suyas, la jura un eterno cariño;
y, en el exceso de su dolor, se extravia y
se olvida de nuevo. —r¿ Qué hacemos, le dijo
Cora? Amanece el dia... Si tardamos, ya no
será tiempo; y mi padre, mi madre, sns hijoa,
todos van á perecer. Ya me parece que veo
encendida la pira en que van á ser consu
midos. — Ven pues, la dijo él, mirándola con
ojos sombríos, y con el semblante furioso de
ía desesperacion; y de repente, armándose de
aquella fuerza varonil que sabe dominar las
pasiones, asela de la mano, y con paso apre
nsado, la vríelve hasta el pié de la muralla ,
r..,„ . 11 /'„.„, 3a
LOS INCAS. 3i
en cuyo recinto sagrado va á ocultar su de
lito, su amor y su desesperacion.
Hasta el momento de aquella entrevista
fatal, el amor no habia sido en el alma de
Cora, sino un delirio confuso y vago ; ella no
sintió su fuerza sino luego que hubo cono
cido y poseido el objeto. Su pasion, ilustrán
dose, redobló su violencia ; su memoria y el
sentimiento de perderle se han hecho su ali
mento ; y el deseo, sin esperanza,siempre en
gañado, cada dia mas vivo y mas ardiente, es
su eterno suplicio.
Esto no obstante, ella estaba sin remordi
mientos y sin temor sobre el porvenir. El
desórden de aquella noche en que cada cual
temblaba por si mismo, no permitió que se
echase de menos su falta. Ella no se hace
delito alguno del extravio en que la han
precipitado el peligro, el miedo y el amor.
Lo que únicamente la horroriza, es el hallarse
en presa al fuego que la consume y que no
se apagaria nunca. Su amante es aun mas
desgraciado. A mas de iguales tormentos, ex
perimenta una zozobra que le roe las entrañas
y despedaza su corazon.
; Ah bajo de cuantas formas diversas, y
todas crueles, tiraniza el amor los corazones!
Alonso, turbailo al considerar que podia ser
padre | este peligro , que la inocencia ocul
3a LOS INCAS
taba á los ojos de Cora, estaba sin cesar pre
sente á los suyos. El se recuerda con espanto
los mas dulces momentos de su vida, y detesta
el amor que le ha hecho feliz. Mas siendo
preciso partir, alejase de Quito, y su alma,
arrastrada por una fuerza irresistible, se des
prende de él, y se va agarrar al muro den
tro del que su amada Cora gime.
LOS INCAS. 33

CAPÍTULO XXIX.

Embajada de Alonso de Molina á la corte del Cuaco.

Un camino inmensurable que recorrer de


una á otra extremidad del imperio, por me
dio de encumbradas sierras cortadas de tor
rentes y de despeñaderos (i), monumento
prodigioso de la grandeza de los Incas ; y
sobre este camino, los arsenales distribuidos
de distancia en distancia ; los hospicios siem
pre abiertos á los viageros : las fortalezas, los
templos, los canales que derramaban sobre las
campiñas las aguas de los rios(a),las maravillas
de la naturaleza en climas nuevos para él, nada
podia borrar en la mente de Alonso la imá-

(x) La via pública desde Quito al Cuaco era de 5oo


leguas castellanas , hecha durante el reynado de Huaina
Capac. Bajo la dominacion de este mismo Inca , se
hizo otra igual en los valles y pampas del imperio, y
otras que lo atravesaban desde el centro basta sus ex
tremidades ; en cuja operacion fué preciso levantar el
terreno, en muchas partes, mas de cuarenta pies para
ponerlo al nivel de las colinas.
(a) Uno de estos canales, que cruzaba las llanuras
del poniente, tenia i5o leguas del sur al norte.
34 LOS INCAS.
gen de su Cora ; y por mas que quisiese apar
tarla de ella, siempre se le volvia á repre
sentar con mayor viveza.
Hizose, en fin, oir la voz imperiosa de la
amistad, y cediendo á ella, Alonso, como si
saliese de un prolongado delirio, comienza á
ocuparse del objeto de su mision, desde que
descubrió los alrededores del Cuzco. Anun
cióse al monarca, por medio de tres caciques
que le precedian de órden suya, en estos
términos. « Un hombre nacido mas allá de
« los mares, y hácia las riberas en que ama-
« nece el Sol , un Castellano , á quien tu
« hermano ha admitido en su corte, viene
« á verte y á hablarte de paz. s
La fama de los Castellanos habia pene
trado hasta el Cuzco, y este nombre , que
te habia hecho terrible , excitó la soberbia
de Huascar. Mandó pues á el encuentro de
Alonso una parte de su corte, y recibióle él
mismo con todo el esplendor de la mages-
tad de los Incas, elevado sobre un trono de
oro, en un palacio cuyos umbrales, cuyos
muros mismos estaban revestidos de este
metal resplandeciente , teniendo á sus pies
veinte caciques, y á sus costados veinte tri
bus de Incas descendientes de Manco.
Alonso, que nunca habia visto cosa tan
augusta, no pudo menos de maravillarse al
LOS INCAS. 3*
contemplar tal espectaculo. El príncipe, con
una bondad magestuosa, le hizo señal para
que se acercase k hablarle.
— Inca, le dijo Alonso, un hermano vir
tuoso y tiemo,y un verdadero amigo, son dos
dones que rara vez concede el cielo. El te
ha otorgado uno y otro en el rey de Quito.
Regocíjate pues. Yo conozco su alma , y mi
corazon, que nunca supo mentir, te responde
del suyo. A ambos os amenaza un enemigo
formidable y cruel , que viene del Oriente.
Teneis necesidad el uno del otro para re
sistir á sus esfuerzos.Reunidos, podeis vencerle;
divididos, sois perdidos. El Inca tu hermano
pide tu auxilio, y te ofrece el de sus armas.
Tal es el objeto de la embajada con que me
honra cerca de tí.
— Aunque enviado por un rebelde, le res
pondió el Inca, ves que me he dignado de
oirte. Pero, ántes de todo, díme, ¿no eres tú
mismo uno de aquellos extrangeros aparecidos
recientemente en nuestras costas, y que en
los valles han sembrado el espanto ? Tú te
dices Castellano, y, si no me engaño, este es
el nombre que se les da : ellos vienen, como
tú, de la parte del oriente.
— Si, yo soy del número de aquellos ex-
trangeros, le dijo Alonso. Sí, siguiendo su par
tido, yo buscaba la gloria ; mas no he visto
36 LOS INCAS.
en ellos sino delitos, y les he abandonado. Yo
gusto de la buena fé, amo la rectidud, y sé
honrar la grandeza de alma : hé aqui lo que me
ha hecho unirme con el príncipe generoso que
te habla aquí por mi voz. Nacidos tú y él de
una misma sangre, hijos de un mismo padre,
os debeis amar mutuamente y vivir en paz,
si quereis ser felices, si ambos quereis ser po
derosos.
— Si se acuerda, replicó Huascar, de que
padre hemos nacido, que piense tambien
cuales rangos nos señaló el nacimiento. El
Sol no ha dado sino un monarca á este im
perio ; en consecüencia, el reynado de su hijo
debe ser la imágen del suyo; es decir, que,
así como el Sol no tiene igual en el cielo, yo
tampoco le quiero tener en la tierra.
—En hora buena,Inca,le respondió Alonso ;
yo quiero hablar tu lenguage, y suponer lo
que tú crees. Pero díme : ¡ no amas tú bas
tante á los hombres, y no estimas tambien
bastante las leyes de tus abuelos, para desear
que el universo sea colocado bajo la salva
guardia de leyes tan apacibles.
— Es positivo, respondió el Inca, yo lo de-
reo, y aun lo espero : así lo quiere el Sol, y
los tiempos verán su voluntad cumplida.
— \ entónces, prosiguió Alonso, el mundo
no tendrá mas que un rey, así corao no tiene
LOS INCAS. 37
mas que un sol. La sabiduria de un hombre
solo podrá extender sus miradas tan lejos como
el astro del dia extiende el resplandor de su
luz. Tú no lo creerias ; confiesa, pues, que
asi como tu vigilancia tiene límites, así debe
tambien tenerlos tu poder, y que seria in
justo el querer invadir lo que no se puede
gobernar.
— Extrangero, le dijo el Inca, ¿cómo osas
señalarme los límites de mi poder ?
— No soy yo, dijole Alonso, es la natura
leza quien los ha señalado : yo no digo sino lo
que ella ha hecho ; pero te advierto que tú
eres hombre por tu debilidad, cuando preten
des erigirte en dios por tu ambicion.
— Soy hombre, pero soy rey, repitió el
Inca ; y este solo nombre te enseña el respeto
que me es debido.
— Sabete, le dijo Alonso, que mis iguales
hablan á los reyes sin adularlos, y les respetan
sin temerlos. No pende sino de tí el verme á
tus pies ; pero empieza por ser justo, y á
honrar la memoria de un padre que fué rey.
De sus manos recibió tu hermano el cetro
que túle disputas, y por oponerte á este don,
tú le insultas en el sepulcro. —
Estremecióse el Inca ; mas su orgullo superó
á su piedad. —Mi padre, dijo, habia enveje
cido, y en el estado del desfallecimiento el
tomo 2 í
38 LOS INCAS,
hombre es crédulo, y se deja facilmente en
gañar. Él cedió í los artificios de una muger
ambiciosa, y por el hijo de una extrangera
ha desheredado al que las sabias leyes de
Manco le habian dado por único sucesor.
— Él te entregó, le dijo Alonso, cuanto ha
bia recibido : solo ha dispuesto del fruto de
su conquista.
—Si como él, cada uno de nuestros reyes,
dijo el príncipe, hubiese disipado lo que ha
bia adquirido , ¿ qué sería del imperio ? La
unidad de poder hace su grandeza y su fuerza;
y mi padre , que sin desmembramiento le
habia recibido de sus abuelos, debió igual
mente dejarlo por entero. Le sorprendiéron,
si, le sorprendiéron, y así es que sin dejar
de honrar sus virtudes y reverenciar sus ce
nizas, yo puedo desaprobar un acto de debili
dad que le hizo olvidar mis legítimos derechos.
— Sabete, le dijo Alonso, que al norte de
estos climas, un imperio tan dilatado y mas
poderoso que el tuyo acaba de ser asolado,
destruido, inundado con la sangre de sus
pueblos, por haberse dividido. Sus príncipes,
apénas escapados del acero del vencedor, se
han refugiado en la corte del Inca tu hermano,
y su desventura confirma lo que yo te digo.
Un enemigo terrible va á encontraros debi
litados y deshechos uno por el otro. ¡ Ah !
LOS INCAS. 39
piensa en salvar tu imperio, y cuando el rayo
está sobre tu cabeza y el abismo á tus plan
tas, tiembla, infeliz principe, y estremecete tú
mismo, en vez de amenazar
Toda la corte que le oia pareció turbada
con este lenguage ; él mismo Inca fué conmo
vido ; mas disimulando su temor bajo el sem
blante del orgullo, dijo :
— Al usurpador es á quien toca prevenir
los males de que seria causa, y á sujetarse á
mis leyes.
— No lo esperes, dijo Alonso consternado,
viendo su resistencia obstinada ; Ataliba, co
ronado por su padre, no creerá jamas haber
usurpado lo que ha recibido de él. Su volun
tad la mira como una ley inviolable. Para
despojarle del trono has de ver primero su
cuerpo hecho tajadas. Si, Inca, yo te lo ase
guro. A ti te toca, pues, el ver si quieres ba
ñarte en la sangre de un hermano virtuoso,
que te ama, que hace consistir su gloria y su
felicidad en ser tu aliado y tu amigo mas
tierno, que te ruega en el nombre de su pue -
blo y del tuyo propio, no le obligues á una
guerra impla. Dispon de él y de sus armas :
él no teme la guerra : él tiene bajo sus bande
ras un pueblo fiel y valeroso ; él tiene ade
mas veinte reyes que le ayuden, y todos ellos
le son tan afectos como yo. La única cosa
ao LOS INCAS,
que teme es el verter la sangre de sus ami
gos, de su familia, de unos pueblos que, sub
ditos de vuestros padres, nacidos bajo las
mismas leyes, son sus hijos como tuyos. Con
sulta como él tu corazon, pues debes tenerlo
magnánimo y sensible, á lo ménos á la com
pasion. No se trata aquí de que ventilemos
tus derechos y los suyos : tales debates no
han sido nunca concluidos sino por las ar
mas. De lo que únicamente se trata es de
saber cual de los dos pierde mas en ceder.
Va en ello un reyno, y en tí una provincia
inútil á tu gloria, á tu poder y á tu grandeza.
El defiende con su corazon el honor de tu
padre y el suyo ; y á estos intereses, ¿ que opo
nes tú ? ¡el orgullo de no sufrir un reparto !
Contempla si eso merece el encender entVe
vosotros el fuego de una guerra civil, al mo
mento en que un peligro comun os manda
que os reunais.—
El orgulloso Huascar no quiso oir mas ;
pero la franqueza valerosa, la noble altivez
de Alonso infundiéron en todos los ánimos
el asombro y el respeto, y hasta en el del
Inca mismo.
Yo no sé, decia ; pero esta casta de hom
bres tiene algo de respetable y superior á
nosotros. Yo quiero grangearme la benevo
lencia y la estima de este Castellano. Rín-

\
LOS INCAS. 4i
clan se le todos los honores debidos á la dig
nidad de que se halla revestido.
Admitióle á su mesa, y usando para con
él del tono de la amistad : Castellano, le
dijo, yo accederé en cuanto me sea posible
á la paz que me propones. Que Ataliba guarde
su patrimonio, y que reyne en Quito ; yo
consiento en ello ; mas á condicion de que
sea tributario del imperio, y obligado á ren
dir homenage al primogénito de los hijos
del Sol.
Aunque hubiese pocos visos de que Ata
liba admitiese esta condicion, no creyó Alonso
que debiese rechazarla sin darle parte de ella,
y aguardando su respuesta, tuvo el tiempo
de ver cuanto comprendia por dentro y fuera
esta ciudad floreciente.

4*
4» LOS INCAS

CAPÍTULO XXX.
Descripcion del Cuzco. — Sus riquezas. — Fiesta del
matrimonio, celebrada en el solisticio del invierno.

El templo del Sol, el palacio del monarca,


los alcázares de los Incas, los albergues de
las vírgenes, la fortaleza á triple muralla que
dominaba 'la ciudad y que la protegía, los
canales que de los altos de las vecinas sier
ras derramaban en ella con abundancia aguas
vivas y saludables ; la extension y magnifi
cencia de las plazas que la decoraban, aquellos
monumentos de que no subsisten sino la
mentables ruinas, asombraban de admiracion
á Alonso. Sin el yerro, decíase, sin el arte
de las mecánicas, la mano del hombre ha
obrado tantos prodigios. Ella ha rodado es
tas enormes peñas con las cuales ha formado
esos muros , cuya solidez no cederá nunca
sino á las vicisitudines de los tiempos y á la
destruccion del globo. Hé aquí la prueba
de que todo lo puede suplir el trabajo y la
constancia.
Mas él veía con espanto aquel cúmulo
prodigioso de masas de oro que en el tem
LOS INCAS. 43
pío y los alcazares tenia el lugar del yerro,
de la madera y de la piedra, y que bajo de
mil formas diversas deslumhraba los ojos.
\Ahl decia con suspiros, si alguna vez la
avaricia europea llega á descubrir estas rique
zas, ¡ con que ciego furor va á devorarlas !
El culto del Sol tenia en el Cuzco una ma-
gestad sin igual. La magnificencia del templo,
el esplendor de la corte, la afluencia de los
pueblos, el orden de los sacerdotes y el coro
de las vírgenes escogidas (i), todo esto daba
a la pompa del culto un carácter tan augusto
que á Alonso mismo le causó respeto.
Habia en todas las fiestas, ritos, juegos, fes
tines y sacrificios. Lo que distinguia la del
matrimonio era el don del fuego celestial.
Alonso la vió celebrar. Haciase el dia en que
el Sol, terminando su carrera al medio dia, se
reposa sobre el trópico para volver sobre sus
pasos hácia el norte.
Observabase el instante en que el luminar
del dia, hallándose en su baja, formaba al
oriente las columnas misteriosas, y entónces
el Inca, prosternado delante del Sol su pa
dre : Dios benéfico, le decia, tú vas á alejarte
de nosotros y á volver la vida y la alegria á

(i) En el Templa del Cuíco había i5oo.


44 LOS INCAS.
los pueblos de otro hemisferio, á quienes el
invierno, hijo de la noche, aflige en tu au
sencia ; mas por ello no murmuramos. No fue
ras tú justo si no amases que á nosotros, y si
por tus hijos olvidases el mundo. Sigue tu
inclinacion; pero dejanos como prenda de tu
bondad una idea justa de quien eres y de
quien procedes, y que el fuego de tus rayos,
alimentado en tus altares, derramado entre
tu pueblo, le consuele en tu ausencia y le
asegure de tu vuelta.
Esto dijo, y presenta al Sol la superficie
hueca y palida de un cristal (i) esmaltado en
oro : artificio misterioso que se tenia gran cui
dado de ocultar al pueblo, y que no era co
nocido sino de los Incas. Los rayos, cruzán
dose en todas partes, caen sobre una pila de
maderas de cedro y de aloes que, de repente,
se inflama, y derrama por los ayres el mas de
licioso perfume.
Así fué como el sabio Manco hizo creer á
los Indios, por el Sol mismo, que él le enviaba
para darles leyes. O Sol, le dijo, si yo he
nacido de ti, haz que tus rayos enciendan
esta pila de leña que mi mano te consagra ;
é incontin ente apareció encendida.

(a) Tenían el cristal de roca, segun Garcilaso.


LOS INCAS. 45
La multitud, al ver este prodigio renovarse
de ano en año, se enloquece de alegria ; cada
cual se apresura á recoger una centella del
fuego celestial ; el monarca le distribuye á la
familia de los Incas ; estos la reparten al pue
blo, y los 3acerdotes cuidan de que este fuego
no se apague jamas sobre el altar.
Entonces se adelantan los amantes que la
edad llama al ejercicio de los deberes de es
posos (i), y nada hay mas magestuoso que
este círculo inmenso, formado de una juven
tud lozana, que hace la fuerza y la esperanza
del estado, que pide el reproducirse y enri
quecerle con su sucesion. La salud, hija del.
trabajo y de la templanza, reyna en ellos, y
se junta á la hermosura, ó suple á la belleza
misma.
Hijos del estado, dijo el príncipe, ajiora es
cuando él espera de vosotros el fruto de vues
tro nacimiento. Todo hombre que mira la
vida como un bien, está obligado á transmi
tirla y á multiplicar sus dones. Aquel, única
mente que es ya impotente, y para que la vida
misma es y ha sido una desgracia, este es el
solo que está dispensado. Si hay alguno en
tre vosotros á quien le pese el vivir, levante

(i) Los hombres debían tener cumplidos veinte y


cinco años , y las mogeres veinte.
46 LOS INCAS,
la voz, y dígámelo ; porque á mí me toca oír
sus quejas. Mas si cada cual de vosotros goza
apaciblemente de los beneficios del Sol mi
padre, venid dandoos una fé mutua, y haced
voto de reproduciros y aumentar el número
de los afortunados.
No se oyó una queja ; y mil parejas, cada
una por su turnese presentáron ante él. Amaos,
observad las leyes, adorad al Sol mi padre,
les dijo el príncipe. Por símbolo de los tra
bajos y cuidados que van á compartir entre
si, les hacia tocar, al darsela mano, el azadon
antiguo de Manco y la rueca de Oello , su
laboriosa compañera.
Alonso, recorriendo con sus ojos aquel cir
culo de jóvenes hermosas, suspiró y se dijo
en si mismo : ¡ Ah ! hermosísima Cora, hija
del ciclo, si tú te aparecieses en esta fiesta,
borrarías con tus encantos todos los suyos.
Una de aquellas jóvenes esposas, al acer
carse al Inca, tenia sus ojos anegados en lá-
.grimas. El príncipe lo apercibe, y le pregunta
¿ Qué te aflige? Ella, triste y silenciosa, no
osaba responder. El Inca se digna tranquili
zarla. — ¡ Ay ! dijo ella, yo esperaba consolar
al amante de mi hermana, que, por ser tan
bella, la reservan para el templo ; y él des
venturado Ircilo, a quien la niega mi padre,
llora siempre al lado mio. Elina, dijome un
LOS INCAS. «
dia, td no eres tan bella ; mas tú eres igual
mente dulce, tu corazon es bueno y sensible,
tú amas tiernamente á Meloé : yo sé que ella
te adora : yo creeré verla viendo á su hermana
misma : concedeme por compasion el lugar de
ella. Yo me negué en un principio. Meloé,
llorosa me instó poique se lo concediese. ¿Quien
le consolará sino tú, me dijo ella ? ¿ Ves como
él se aflige? — Muy bien, yo lo haré si eso
es capaz de aliviar su dolor. — Él lo creia,
y lo prometió ; pero ahora acaba de confe
sarme que nunca puede amar sino á ella, y
que la llorará siempre.
El Inca hizo llamar al padre de Elina y
de Meloé. Traeme á Meloé, le dijo. Tú la
reservas para el templo, mas el Sol quiere
corazones libres, y el suyo no lo es. Ella ama
á ese jóven, y yo quiero que él sea su esposo.
Cuanto á Elina, yo tendré cuidado de esco
gerle uno que sea digno de ella.
Obedecio el padre. Meloé se adelanta afli
gida y trémula ; mas desde que vió á Ircilo,
y oye que es él á quien se concede su mano,
su hermosura se reanima, un dulce enagena-
miento resplandece en su frente, y levantando
enternecida sus ojos sobre los de su tierno
amante : ¡ Ya cesará tu afliccion ! le dijo ella.
Hé aquí por lo que yo suspiraba.
Presentase una nueva pareja, y de repente
48 LOS INCAS,
un jóven despavorido atraviesa el tropel, se
arroja entre los dos esposos, y» postrandose
á los pies del Inca : Hijo del Sol, exclamó,
impide á Osai el faltar á la fé que me ha ju
rado. Yo soy aquel á quien ella ama. Ella va
i hacer su infelicidad al mismo tiempo que
la mia.
El rey,sorprehendido desu audacia y conmo
vido de su desesperacion, le permitió que se
explicase : Inca, dijole, era el tiempo de la
siega ; yo hacia la del campo de mi padre,
cuando se anunció la del suyo. ¡ Ay ! dijéme
yo, mañana se recogen las del campo de Osai ;
mis rivales correrán á él en tropel : ¡ que des
gracia para mí sino estoy alli ! Apresuramo.
nos, redoblamos el ardor para acabar de re
coger las mazorcas del maisal de mi padre.
Conseguílo en efecto ; pero, exhausto por la
fatiga, yo fui á reposarme un rato ; el sueño
me engañó, y cuando me desperté, ya tu pa
dre iluminaba el mundo. Desconsolado, llego,
y me encuentro á Osai en los campos con
el jóven Mayobé, que desde el alba habia
estado trabajando con ella. Anda, me dijo
ella, vete, Nelti, tú no me amas, ni tampoco
quieres á mi padre ; el amor y la amistad de
berian haber sido mas diligentes. Ella no quiso
oirme, y despues no ha cesado de huir de mí.
Pero ella me ama aun ; si, está seguro que me
LOS INCAS. 49
ama, pues ella, que jamas engaña, me ha dicho
muchas veces : Nehi,yo no amaré sino á tí.
—Osai,preguntó el principemos verdad esto?
— Si, es positivo; nunca hubiera yo amado
sino á él ; pero el ingrato,descuidósc en venir
á segar el campo de mi padre, que le qneria
como su hijo. A estas palabras, ella se enter
neció. Tú le amas y tú le perdonas, repitió
el Inca; recibe su mano. Y tú, dijo á Mayobé,
cedela á su amante, y para consolarte mira
á esotra, ¿no es bastante linda ? ¡ Ah ! es her
niosísima, dijo el joven, y tanto que Osai misma
no obscurece á mis ojos su hermosura. —Pues
bien, si tú la agradas yo te la doy, dijo el
príncipe. ¿Lo consientes, Elina? — Si, dijo
ella, con tal que no se afliga ; pues que el gozo
del marido es lo que hace tambien la gloria
de la muger. Mi madre me lo decia así, y
mi corazon me lo repite.
Tales eran entre este buen pueblo los sin
sabores del amor ó cada instante.
En medio de los cantares y de las danzas
que precedian al sacrificio, apareció en el ayrc
un prodigio. Vióse una águila acometida y
despedazada por milanos, que alternativa
mente se abalanzaban á ella con aceleradísimo
vuelo. El águila , despues de haber force
jado inútilmente, cae toda ensangrentada
al pié del trono del Inca, y en medio de su
TOMO 2 5
3o LOS INCAS,
familia. El rey, asi como el pueblo, pasmóse
y atemorizóse al pronto ; pero con aquella
firmeza que nunca le abandonaba : Pontífice,
dijo, inmola sobre el altar del Sol mi padre
ese pajaro, imágen patente del enemigo que
nos amenaza.
El pontífice invitó al principe á ¡r con él
al santuario. Yo te sigo, le dijo Huascar ; pero
te advierto que ocultes el miedo que está pin
tado en tu rostro ; porque, para que el vulgo
tiemble, no es preciso avisarle.
Antes de entrar en el templo, le dijo el
pontífice : Mira esos tres círculos señalados
sobre la frente palida de la esposa del Sol.
La luna se levantaba entónces sobre el ho
rizonte, y él distinguió evidentemente tres
círculos en su orbita , el uno de colc* «an-
guineo, otro negro, y el tercero turbio y se
mejante á una fogarada de humo.
Príncipe, le dijo el sacerdote, no ocultemos
la verdad de estos presagios. Ese círculo de
sangre es la guerra ; el negro anuncia los
reveses ¡ y esa fogarada de humo, mas es
pantosa todavía, es el presagio de la ruina.
Por ventura el Sol, dij ole el monarca, ¿te
ha revelado ese porvenir horrible? — Yo }o
entreveo, respondió el pontífice ; mas el Sol
no me ha hablado.
Pues siendo así, replicó el Inca, déjame el
LOS INCAS. 5i
último de los bienes que quedan al hombre,
la esperanza, que le alienta y sostiene en sus
desgracias. Todo lo que puede no ser sino
un fuego, ó un accidente de la naturaleza ,
no debe jamas tomarse por un signo pro
digioso, á ménos que no sea oportuno para
intimidar al vulgo. No es este el momento
de amedrantarle.
5a LOS INCAS.

CAPÍTULO XXXI.

Descripcion de los contornos de Cuzco. — Conversa


cion de Alonso con un sacerdote del Sol, á quien
halló labrando la tierra.

. Huascar, lejos de manifestar la turbacion


que experimentaba su alma, se mostró mas
firme y resuelto que nunca á los ojos de
Alonso. Al siguiente dia, llevóle á aquellas
florestas magníficas donde resplandecian, imi
tadas en oro, y con bastante buen arte, las
plantas, las flores y los frutos que nacen en
aquellos climas. Lo que entre nosotros hubiera
sido un ejemplo inaudito de lujo, no anun
ciaba allí sino la abundancia y la inutilidad
del metal mas precioso.
De aquellas florestas, en que el arte se ha-
bia ejercitado en copiar la naturaleza, el Inca
hizo pasar á Alonso á aquellas en que esta
ostentaba sus propias riquezas. Estos járdines
ocupaban un valle hechicero, á las orillas del
rio Apurima, y formaban el compendio de
las campiñas del nuevo mundo. Hileras de
árboles magestuosos, reuniendo sus sombras,
enlazando sus ramas frondosas, formaban por
LOS INCAS. 53
la variedad de sus troncos y follages una mis
celanea rara y maravillosa. Mas lejos, bosques
compuestos de arbustos coronados de flores,
atraian y encantaban la vista. Alli, odoríferas
praderas derramaban los perfumes mas deli
ciosos ; aquí, los árboles de un vergel, ago
biándose bajo el peso de sus frutas, extendian
y doblaban sus ramas delante de la mano,
cuya eleccion solicitaban. Allá, plantas de
una virtud y un sabor precioso, parecian pre
sentar, á porfía, socorros á la enfermedad, y
placer á la salud.
Alonso recorria con ojos tristes y compa
sivos aquellos recintos encantados. Estos her
mosos lugares, decia, estos asilos sagrados de
la paz y de la sabiduría serán violados por
nuestros bárbaros europeos, y bajo su segur
impia veré yo caer estos árboles cuya sombra
ha cubierto la cabeza de los reyes.
No lejos del Cuzco hay un lago que reve
rencia el pueblo Indio, pues dicen que fué
sobre sus orillas donde Manco descendió del
ciclo con Oello su compañera. En medio de
él está una isla risueña donde los Incas han
erigido un templo soberbio al Sol, Isla deli
ciosa, cuya fertilidad es portentosa. Ni las
praderas de Chita, en que se veian pacer los
rebaños del Sol, ni los campos de Colcam-
para, cuyas mieses le estaban consagradas, ni
5*
54 LOS INCAS.
el valle de Youcai, llamado el jardín del im
perio, nada de esto la igualaba en belleza.
Allí, maduraban las frutas mas deliciosas ;
allí, se recoltaba el mais, del cual las manos
de las vírgenes escogidas hacían el pan de los
sacrificios.
El rey quiso tambien conducir á ella á
Alonso. El jóven Castellano no se cansaba de
admirar en ella, á cada paso, los prodigios de
la cultura.
Allí, vió á los sacerdotes del Sol labrar ellos
mismos sus campos. Dirigese á uno cuya vejez
y rostro venerable llamáron su atencion : Inca,
le dice, ¿ pertenecería á tí entregarte á unos
tan duros trabajos? ¿no te dispensa de ellos
tu ministerio augusto ? ¿ no ves que el degra
darte así es profanarle ?
Apoyándose sobre su azadon, le mira con
asombro. ¿ Qué me preguntas, le dijo, jóven
extrangero, y qué ves tú que pueda envilecer
en el arte de hacer fértil la tierra ? ¿ No sa
bes tú que sin este arte divino, los hombres,
esparcidos por las selvas, se verían aun redu
cidos á disputar la presa á los animales sil
vestres ? Recuerdate que la agricultura fundó
la sociedad, y que con sus nobles manos, ella
ha erigido nuestros muros y templos.
— Esas ventajas, dijo Alonso, honran sin
duda al inventor del arte ; pero su ejercicio
LOS INCAS. 55
no es por eso ménos humillante, bajo y penoso:
asi es como se piensa en los climas en que
yo naci.
— Siendo asi, replicó el viejo sacerdote, en
esos climas debe ser vergonzoso el vivir, pues
que hay deshonra en traba;ar para alimen
tarse. Este trabajo es penoso, no hay duda,
y por lo mismo todos deben contribuir á ello;
pero es honroso en cuanto es útil,y entre noso
tros nada es mas mal visto que el vicio y
la ociosidad.
— Con todo, es extraño, repitió Alonso,
que unas manos que se consagran para los
altares, y que acaban de presentar en ellos
los perfumes y los sacrificios, tomen al instante
el azadon, y que la tierra sea labrada por los
hijos del Sol.
— Los hijos hacen lo que hace su padre,
dijo el sacerdote. ¿ No ves tú que él está todo
el dia ocupado en fertilizar nuestras campi
ñas ? Tú le admiras en sus beneficios, y te
parece mal que sus hijos le imiten.
Confundido el jóven Español, insistia to
davia, y le dice : El pueblo no está obligado
á cultivar por ti los campos que te alimentan?
— El pueblo está obligado á venir en nues
tro auxilio, dijo el viejo ; pero á nosotros toca
el ser ecónomos de su sudor.
—Vosotros, dijo Alonso, teneis con que pa-
56 LOS INCAS.
gar sus trabajos ; y vuestro supcrfluo
— Nunca lo tenemos, dijo el viejo. — ¡ Como !
replicó Alonso, ¡tan inmensas riquezas!—Tie
nen su empleo, respondióle el sacerdote. Si
has visto nuestros sacrificios, ellos consisten
en una ofrenda pura,de la cual una leve parte
se consuma sobre el altar ; la otra se distri
buye al pueblo. Tal es el uso que quiere el
Sol que se haga de sus bienes ; asi se le rinde
el culto mas digno de él, y, sobre todo, bajo
este cavácter se reconocen sus hijos. Satisfe
chas nuestras necesidades, el resto de nuestros
bienes no es nuestro ; él es el patrimonio del
huerfano y del enfermo : el príncipe es su
depositario ; á él toca dispensarlo, pues nadie
debe conocer mas bien las necesidades del
pueblo, que el que le sirve de padre.
—Mas, despojándoos as! de vuestras rique
zas, ¿ no conoceis que el pueblo no os puede
respetar tanto, como si por vosotros mismos las
distribuyeseis como únicos dueños de ellas ?
A estas palabras el sabio anciano sonrióse
modestamente, y sus manos volviéron a tomar
el azadon.
— Perdona, dijóle Alonso, perdona la im
prudencia de mi edad ; yo no busco otra cosa
que el instruirme.
— Amigo, dijole entónces el viejo, yo no sé
si el fausto y la magnificencia pueden inspirar
LOS INCAS. 57
tanta veneracion como la simplicidad de una
vida inocente ; pero seria una razon de mas
para que nos despojasemos de nuestros bie
nes, pues, lisongeándonos de ser amados y
reverenciados por solas nuestras riquezas ,
nos dispensariamos acaso de decorarnos de
nuestras virtudes.
Alonso dejó al viejo, enternecido de su
piedad y penetrado de su sabiduria.
Habiendo luego manifestado al Inca el
deseo de ver los manantiales de aquel oro,
cuya abundancia le asombraba , él mismo
Huascar le acompañó hasta el Abitanis, la
mas rica mina que se conocia en aquel tiempo.
Un gentío inmenso ,' esparcido sobre la falda
del monte, trabajaba allí en la extracion del
oro de las venas de los peñascos. Apercibióse
Alonso que apenas se dignaban desflorear la
tierra, y que abandonaban las venas mas pre
ciosas y ricas, en cuanto se veia que era me
nester sepultarse para seguirlas en sus rami
ficaciones. ¡ Ah ! dijo, ¡ con cuanto mas ardor
adelantarán estos trabajos los Castellanos !
¡ Pueblo inocente y débil ! ellos te harán pe
netrar en las entrañas de la tierra, despedazar
sus flancos, profundizar sus abismos y soca
varte en ellos un dilatado sepulcro, y aun
eso no bastará para saciar su avaricia. Tus
dueños opulentos, desidiosos y soberbios, se
58 LOS INCAS,
harán los tributarios de los talentos y de las
artes de sus laboriosos vecinos ; ellos derra
marán por la Europa los tesoros de la Amé
rica, y será esto como el bétun arrojado en
el horno ardiente. La codicia, irritada por la
riqueza y el lujo, se asombrará al ver sus ne
cesidades renacientes atraerse de nuevo la in
digencia ; el oro, acumulándose, se envilecerá
pronto él mismo ; el precio del trabajo , á
par que crezca, seguirá los progresos de las
riquezas. Y tú , pueblo desventurado , y tu
posteridad tambien, pereceréis en esas minas
agotadas por vuestros trabajos, sin haber por
ello enriquecido á la Europa.
LOS INCAS. 59

CAPÍTULO XXXII.
Frustrense de repente las esperanzas de paz.—La
guerra se declara entre los dos Incas.

Regresado Alonso á la ciudad del Sol, re


cibió la respuesta de Ataliba, concebida en
estas palabras : « Si el rey del Cuzco ha olvi-
« dado la voluntad de su padre, el de Quito
« la tiene presente. Él desea ser el amigo y
« el aliado de su hermano ; pero no consen
ti tirá nunca en ser incluido en el número
« de sus vasallos. »
Como el jóven embajador preveia que la
guerra no podia tardar en declararse, quiso
preparar á Huascar á la respuesta del Inca
su hermano ; y habiéndole atraido al templo
en que estaban los sepulcros de los reyes ,
le dijo:Explicame , Inca, ¿ por qué privilegio
es tu padre el único entre todos esos reyes,
hijos del Sol? —El, respondió el Inca, tiene
solo esta gloria, porque él es su hijo predi
lecto. — ¡Su hijo predilecto! ¿No son la
lisonja y la mentira las que le han decorado
de ese título ? — Su pueblo todo, respondió,
se io ha dado, y todo un pueblo no es adu
fio LOS INGAS.
lador. —Creeme, dijo Alonso, y haz que cese
esa injusta distincion ¡ tú sabes que él no es
digno de ella. — Extrangero, dijo el Inca, res
peta mi presencia y su memoria. — ¿ Como
quieres tú, replicó Alonso, que yo respete á
un rey i quien su hijo va mañana á declarar
insensato, perjuro y sacrilego ? No ha coro
nado él mismo á tu hermano ? ¿no ha violado
las leyes? Aquel cuyos últimos suspiros han
encendido el fuego de la guerra civil entre los
hijos del Sol, ; ha merecido ocupar un lugar
en su templo ? O tú eres injusto, ó lo fué él ;
y la guerra es tu delito ó el suyo. Elige, pues
el rey de Quito está resuelto á atenerse á la
voluntad de su padre.
Un caballo fogoso y soberbio no se asom
braria mas del freno que un ginete diestro y
animoso quisiese ponerle por la primera vez,
que lo que se asombró el altanero Inca, al
ver el interes poderoso que oponia Alonso á
su colera rabiosa. — ¿ Con que tú has reci
bido la respuesta de ese rebelde ? — Si, dijole
Alonso, y, gracias al cielo, él es digno por su
constancia de ser tu amigo y el mío. Yo le des
aprobaría que, siendo rey legítimo, se hiciese
tu tributario.
Huascar, sumamente airado, se fué á su pa
lacio. Los primeros movimientos de su corazon
fueron los del resentimiento y la venganza ,
los incas; <h
y cediendo á ellos, fué preciso deshonrar 4
su padre y ultrajar su memoria : caso que en
las costumbres de los Incas era el colmo de
la impiedad. La naturaleza resistia á este hor
rible pensamiento, y el alma de -Huascar, de
jándose llevar alternativamente de sos senti
mientos opuestos, no sahia, en el estado de
turbacion en que Se hallaba, á cual de los
dos debia abandonar.
En el momento de esta lucha se le presenta
su esposa favorita, la hermosa y modesta Idali,
la cual, al verle tan violentamente agitado, no
se acered á el sino temblando. Llevaba de la
mano al joven Xaira, su hijo, el heredero pre
suntivo del imperio, y sus ojos clavados tier
namente en este se anegaban en lágrimas. No
tándolo el rey, mirala tristemente, tiéndela la
mano, y preguntale cual era el motivo de su
afliccion. — ¡Ay! dijole ella, yo estoy tem
blando. Me hallaba con mi hijo, y yo colmaba
de caricias á la imágen de un esposo adorado,
cuando hé aquí que Oello , tu augusta ma
dre, se llega á mi, palida y desconsolada,
demonstrando en sus ojos la turbacion y el es
panto : Querida y desventurada Idali, me dice,
tú te complaces en mirar á esc niño, tu única
esperanía ; tú te aplaudes de su destino; pera,
¡ay! ¡cuan incierto es él, y qne mal soguro
está el derecho que le llama al imperio? Una
TOMO a C
6a LOS INCAS.
paz odiosa pone la voluntad de los Incas en
el lugar de nuestras leyes santas, y una vez
dado el ejemplo, todo se lo creerán permitido.
El capricho de un hombre, la astucia de una
muger, el encanto de la novedad, la seduccion
de un momento basta para destruir todas
nuestras esperanzas. El cetro de los Incas pa
sará á las manos de la que haya sorprehendido
un postrer movimiento de amor ó debilidad.
El hijo de la extrangera, coronado en Quito,
y reconocido por rey legitimo, nada puede
ser ya mas sagrado. ¡Ah querido niño! dijo
estrechándole entre sus brazos, ¡ ojala que tu
padre, despues de haber autorizado el perjurio
de tu abuelo, no se prevalga de él él mismo 1
De esta manera me habló tu madre, y ella so
licita el verte.
Al instante se apareció Oello, y á las re
convenciones del Inca, que se ofendia de sus
alarmas, ella no respondió sino colmándole
de reprehensiones amargas.
Rival de Zulma,y rival abandonada,ella guar
daba al hijo el odio que habia tenido á su ma
dre ; el nombre de Ataliba le era odioso. El
amor enzelado en vano se debilita con la edad,
pues que aun en el momento mismo que ex
pira, él deja su veneno en la llaga : cesase
de amar al infiel, mas no al objeto de la in
fidelidad. Con un odio tal por la sangre de
LOS INCAS. 63
Zulma, la mas altiva de las Palas (i) se esforzó
para animar á su hijo á la venganza.
Y bien, le dijo ella , ¿ acabas de ceder al
orgullo del rebelde, del usurpador de tus de
rechos ? ¿ Has anunciado al mundo que las
leyes del Sol deben todas ser sometidas á la
volundad de un hombre ? ¿ que la embriaguez,
el descarrio, el capricho de un rey hace la
suerte de un estado ? ¿ que un padre injusto
puede excluir á su hijo de la herencia á que
la naturaleza le llama, y disponer de ella á
su antojo ?
— Yo estoy muy lejos de aplaudir, dijo el
Inca, á esas maximas peligrosas, y si yo disi
mulo la iniquidad de un padre, creed que
me veo forzado á jilo. — Entónces la mani
festó las razones que se oponian á su resen
timiento.
— Esas razones especiosas, le replicó su ma
dre, ocultan en si dos cosas las cuales yo pe
netro, y tú no osas confesarme. La una, es la
esperanza de que á tu turno te será licito el po
ner la pasion en el lugar de las leyes,que ya, al
taneras rivales, comparten entre sus hijos los
restos de tu herencia y del imperio del Sol.
La otra, es la indolencia y la molicie, el tra-

(t) Asi se llamaban las mngeres de la familia real.


64 LOS INCAS,
bajo que te cuesta tomar las armas, y el temor
de ser vencido ; eso es, por lo ménos, lo que
pensará el pueblo entero, testigo de esta paz
infame, y no le alucinarán vanas razones. El
reynado de todos tus abuelos ha sido seña
lado por la gloria ; pero el tuyo lo será por
un eterna ignominia. Este imperio que ellos
fundaron, que extendiéron y afianzáron por
su valor y constancia, tú habrás apresurado
por tu flaqueza su decadencia y su ruina ; la
sangre habrá perdido sus derechos, y el pri
mer ejemplo de este cobarde abandono, ¡ será
mi hijo quien le habrá dado ! ¿ Es eso hon
rar la memoria de un padre ? y para ellos,
para tus abuelos, y para ese Dios mismo de
quien sois descendiente,¿ no es el mas culpable
de los ultrages, el de envilecer su sangre ? Si
tu padre tuvo virtudes, imítalas ; si tuvo un
momento de debilidad, confiesa que él fué
hombre, frágil y seducido una vez por los ha
lagos de una muger ; y despues de hecha esta
confesion, haz ceder á las leyes, que son siem
pre sabias y justas, la pasion, que es ciega,
y el capricho pasagero, que el sentimiento
desaprueba y condena.
Quiso insistir el Inca sobre los males que
acarrea la guerra civil. No, no, dijole ella ; vé
y suscribe á esa paz deshonrosa que te im
pone el usurpador ; y si esto no bastase á
LOS INCAS. 65
aplacarle, pon tu cedro á sus pies. O desven
turado niño, exclamó abrazando al jóven prin
cipe, ¡ que lástima me causas ! ¡ quien me hu
biera dicho que un dia tú tendrias que
avergonzarte de tu padre ! Esto dijo, y se fui.
Afectado mortalmente, el Inca, con tales re
prehensiones, salióse tambien, y mandó decir
al instante al embajador de Quito que la
guerra estaba declarada, y que se dieseprisa
partir. Pidióle Alonso que le permitiese verle
otra vez ; mas fuéron en vano sus instancias ;
y en la misma noche fué conducido hasta
mas allá del Abanzai.
66 LOS INCAS.

CAPÍTULO XXXIII.

Auliba, rey de Quito, junta su ejercito. .— Sale de


sus estados. — Asegurase del fuerte de Canares. —
Sale al encuentro del enemigo.

Consternóse Ataliba al saber el mal éxito


de la mediacion de Alonso ; encerróse solo
con él, y despues de haberle oido : O rey
soberbio, exclamó, ¡ con que nada puede apla
carte ! ¡ con que quieres mi ignominia ó mi
perdida ! Pero el cielo es mas justo que tú,
y él castigará tu orgullo. A estas palabras, pre
cipitándose en los brazos del jóven Español :
O amigo mio, le dijo en voz alta, ¡ cuanta
sangre vas á ver derramar ! Nuestros pueblos
se degollarán uno á otro... Él lo ha querido
asi, y será satisfecho ; mas la pena seguirá su
delito mismo.
Dispon de mi, le dijo Alonso. Con el mismo
ardor que yo imploraba la paz, dejame re
chazar la guerra ; y sea cual fuese la suerte
de las armas, permite á tu amigo el vencer
ó morir á tu lado.
' No, dijo el principe abrazándole, yo no
quiero exponerte á las atrocidades de una
LOS INCAS. 67
guerra impía. Guardame tu valor para peli
gros dignos de ti. Tú, sensible y virtuoso jó
ven, no estás hecho para mandar á parricidas.
Solo tú y algunos amigos verdaderos á quie
nes he confiado mis penas, leeis mi pesar
en elfondo de mi corazon. El resto del mundo,
al ver que la discordia arma á los dos her
manos, confundirá al inocente con el culpa
ble. Dejame la vergüenza á mi solo, y cuida
de tus dias para ser participe de mi gloria.
Orozimbo y sus Mejicanos, Capana y sus
salvages querían igualmente armarse en su
defensa, pero él lo rehusó, y no les permitió,
como al joven Español, sino el acompañarle
hasta los campos de Alausi, en los confines de
ambos reynos.
Entretanto, sobre una de las cimas del monte
Ilinisa, el Inca de Quito hizo enarbolar el
estandarte de la guerra, á cuya señal todos
sus pueblos se pusiéron en movimiento.
Reunense en las fertiles llanuras de Rio-
bamba, y los primeros que se presentan son
los pueblos de aquellas campiñas que encier
ran, del norte al mediodía, dos largas cor
dilleras de montañas, valles deliciosos, y mas
vecinos del cielo que la cima delos Pirineos(i).

t
(i) El suelo del vallejo de Quito se eleva sobre la
68 LOS INCAS.
De la falda del Sangai, cuya cima ardorosa
humea sin cesar mas arriba de las nubes, del
bramador Cotopaxi ( i ) , del terrible Lata-
cunga (a), del Chimborazo, cerca del cual el
Emus, el Caucaso, el Atlas no serian sino hu-
mides collados (3) ; del Cayambur, que, enne-
grescido con los bétunes, disputa su elevacion
al Chimborazo mismo, todos los pueblos cor
ren presurosos á las armas en defensa de su rey.
De las regiones del norte adelantanse los
de Ibaia y de Carangué , pueblos fálaces
y ftíroces, ántes que hubiesen sido doma
dos , pero despues dichosos y fieles. Ellos

cima del Canigon y del Pico del mediodía , <rue son


las dos montañas mas altas de los Pirineos. ( M. de la
Condamine. )
(i) Sus erupciones han sido terribles en i738, i743.
17^4i i?5o, i753. En i753, la llama se elevó á 5oo
toesas sobrela cumbre de la montaña. En i743 , el
estruendo de la erupcion se oyó basta ciento veinte
leguas. Este volcan ha arrogado, en los valles distantes
mas de tres leguas, pedazos de piedra de doce á quince
toesas cúbicas. (Ibid.)
(a) En i738, un terremoto de esta montaña des
truyó los lugares de Zatacunga y de Hambato , y los
habitantes fueron casi todos enterrados vivos.
(3) La altura del Chimborazo es de 3a2o toesas
sobre et nivel de la mar.
LOS INCAS. 69
habian, en otro tiempo, degollado sobre el al
tar de sus dioses, y devorado en sus festines,
á los Incas que les liabian dejado para aman
sarlos é instruirlos. Tal delito fué seguido de
un castigo horrible, y el lago en que fuéron
precipitados los cuerpos mutilados de los ale-
ves (i) se ha llamado el lago de sangre. (2)
Juntase á estos pueblos el de Otovallo, pais
fértil (3) y atravesado de mil arrojos que, bajo
un cielo ardiente, derraman una frescura sa
ludable.
De las riberas de poniente, desde Acatantes
hasta los campos de Sullana, todos los pueblos
de aquellos valles que riegan la Esmeralda,
la Saya, el Dolé, y los brazos del rio cuya ve
locidad arrolla las olas del golfo de Tumbes,
vienen con el broquel al ombro, y la lanza en
mano, al parage en que el Inca les llama , y
en cuanto leB ve reunidos (4) les habla en estos
terminos :
— Pueblos que ha sometido mi padre, tanto
por sus beneficios como por sus armas, os acor-
dais de haberle visto, con su blanca cabellera

(i) Hasta 2000 , segun Garcilaio , y de 20,000 segun


Pedro de Cieza.
(2) Yauricacka.
(3) La tierra produce i5o por i.
(4) Componían un ejército de 3o,000 hombres.
7o LOS INCAS,
y su ay re venerable,sentarse en medio de vos
otros, y deciros : sed felices ; este es el pre
mio de mi victoria. Ese buen rey ya murió ;
dejó dos hijos, y al morir les dijo : Reynad
en paz, el uno al mediodia, y el otro al norte
de mi imperio. Entónces mi hermano, contento
con este reparto, dijo á este padre en su ago
nia : Tu voluntad será para nosotros una ley
sagrada. Pues ved ahora que él mismo se des
miente, y pretende despojarme de la herencia
de mi padre. Pueblos, yo os tomo por mis jue
ces. Si yo no tengo razon, abandonadme ; mas
si la tengo, defendedme. — Tú tienes razon,
gritáronle unánimemente, y nosotros toma
mos tu defensa. —Ved aqui á mi hijo, repitió
el Inca, el que debe sucederme y aventajarme
en sabiduría, pues que, á mas de tener como
yo el ejemplo de los reyes sus abuelos, tendrá
tambien el mio. — Viva, responden los pue
blos, y cuando tú ya no existas, basta solo
que él nos recuerde su padre.
— Venid pues, prosiguió el Inca, venid á
defender mis derechos y los suyos. Mi her
mano, mas poderoso que yo, me menosprecia,
y está haciendo los preparativos de una guerra
cuya señal cree, sin duda, que va á hacerme
temblar ; yo quiero sorprehenderle ántes que
él haya podido juntar sus fuerzas. Mañana
marchamos al Cuzco.

X
LOS INCAS. 7i
Desde el amanecer del siguiente dia , se
adelanta por los campos de Alausi hácia los
muros de Canares , ciudad célebre por su
magnificencia y por sus tesoros ocultos. Los
Incas, al decorarla de murallas, de alcazares
y de templos, habian hecho de ella una for
taleza para dominar sobre los Chancas.
Esta nacion numerosa, aguerrida y poderosa
abraza multitud de pueblos. Los unos, como
los de Curampa, Quinvala y Tacmar, orgul
losos de creerse descendientes del leon que
adoraban sus padres, se presentan todavía
vestidos de los despojos de su dios, ceñidas
sus sienes con su crinera, y llevando en sus
ojos su orgullo amenazador. Ütros, como los
de Sulla, Vilca, Hanco, Urimarca, se jactan
de haber nacido, los unos de una montaña,
los otros de una caverna, de un lago 6 de un
rio, á quienes sus padres inmolaban sus hijos
primogénitos. Este culto horrible se ha abo
lido ; pero aun no ha podido desengañarseles
de su fabuloso origen, cuyo error sostiene su
valor guerrero.
Al acercarse Ataliba, estos pueblos, sorpre-
hendidos é indefensos, le hiciéron preguntar
¿porque penetraba en su pais con las armasen
la mano? Voy,dijo, á suplicar al rey del Cuzco,
mi hermano, que me conceda su alianza, y á
jurarle,sobre el sepulcro de nuestro padre, una
7a LOS INCAS.
inviolable amistad, si es que él consiente en
ello.
Nada se asemejaba ménos á un rey supli
cante que aquel principe á la frente de un
poderoso ejército ; pero fingióse que se lecreia,
y engañado por las apariencias, iba á adelan
tar camino, cuando hé aquí que vió entrar
en su tienda á uno de los caciques del pais,
quien, resentido del orgullo del Inca del
Cuzco, saluda á Ataliba y le habla de esta
suerte : Tú crees poder pasar con seguridad
por entre un pueblo á quien prohibes que
se haga injuria ó violencia ; pues sabete
que en un consejo, al cual yo acabo de asistir,
se ha conspirado contra ti. Yo te amo, por
que se me asegura que tú eres bueno y afa
ble, y yo odio á tu rival, porque es duro y
soberbio. El me ha humillado. Yo soy hijo
del leon, y no quiero que se me humille.
Ataliba dió las gracias al cacique, y con
sultó á sus teniente* Palmorey Corambé, am
bos criados en los combates bajo las banderas
«leí rey su padre , y reverenciados por las
tropas que ellos mismos habian aguerrido en
la conquista de Quito. Príncipe, dijóle uno de
ellos, veis esas llanuras, en donde se levantan
móntones de huesos humanos sepultados bajo
ln yerba ; esos pues son las reliquias honrosas
de veinte mil Chancas muertos en una ba
LOS INCAS. ?3
talla (0-defendiendo su libertad. Sus hijos no
son hombres sin valor ; si les vencemos, ya
creo que podremos imponerles respeto, mas la
suerte de los combates es engañosa, y aquel
que no preveesu inconstancia es un insensato.
Yo me lisongeo de que hemos de salir vic
toriosos ; pero no se me oculta que podemos
ser vencidos, y en tal caso, yo veo á esos pue
blos, alentados por nuestra derrota, precipi
tarse sobre un ejército disperso y fugitivo,
y acabar de destruirlo. No dejes, pues, de
seguir los consejos de ese cacique ; la forta
leza de Canares es un punto de apoyo, de
defensa y de reunion en caso necesario. Este
puesto, del cual pende la gloria del ejercito,
debe ser confiado á manos cuya fidelidad sea
bien conocida, y si me atreve á decírtelo,
Inca, tú solo eres quien debe guardarlo.—
El Inca no ve en tan prudente consejo
sino la intención de defenderle ; pero, no
obstante : -Si temes algo por mi presencia,
dijo a Corambé, mal me conoces ; tu edad,

(i) En tiempo del Inca Roca , quedaron muertos


3o,ooo hombres , entre los cuales 8oop eran de la
sangre real. La llanura de Sascahuama, donde se dio
esta batalla, fué despues llamada Yahuaripampa, esto
es , campana de tangre. Vease el cap. 3o.
TOMO 2 j
n/( LOS INCAS,
tus hazañas, la estimacion de mi padre, te
han adquirido mi confianza, y no he sabido
nunca concederla á medias. Tú mandarás, y
yo seré tu primer soldado ; así se aprenderá
de mi 4 obedecerte conzelo ; y si la victoria
es nuestra, no tengas miedo de que tu rey
te quite el merito de ella. Cuanto al cui
dado de mis días, no es este el momento de
ocuparnos de él. Ahora va á pelearse por
defender mis derechos, y sería vergonzoso
que , sin mi, se pelease por mi. lío hay pues
que hablarme mas sobre que permanezca lejos
del combate, pues que yo debo hallarme en él.
No, principe, dijole Corambé, yo te servi
ría mal si te creyese cobarde; mas tú eres
zeloso y envidioso de tu gloria ; tú sentirás
haber hecho esta injuria al zelo de un amigo,
á quien conoció mejor que nadie tu padre.
— ¡ Ah ! generoso anciano, perdona, dijóle
el Inca abrazándole. Yo he sido un momento
injusto. Mas ¿ porque dejarme ocioso 4 las
sombras de esos muros ?
—Vo permanceré en ellos, le dijo Corambé.
Dejame tres mil hombres con estos valientes
caciques y este estrangero que, como ellos,
no pide sino que les permitas servirte. —El
Inca no vaciló en ello; Alonso, Capana, el
valiente Orozimbo, los Mejicanos, todos lo
aplaudiéron con alegría, resueltos á derramar
LOS INCAS. 75
su sangre en defensa del Inca. Habiendo pues
dejado con ellos tres mil hombres escogidos
en los muros de Canares, hizo adelantar su
éjército hácia los campos de Tumibamba.
70 LOS INCAS.

CAPÍTULO XXXIV.

Huascar , rey del Cusco , marcha á la frente de sus


pueblos. —Batalla de Tumibamba. — Es vencido el
ejercito de Quito. — Ataliba es hecho prisonero ,
y escapase de la prision.

Entretanto, el rey del Cuzco se apresuraba


á juntar sus tropas ; y todos los pueblos cir
cunvecinos abandonaban sus campos, volaban
á las armas, y se colocaban bajo sus estan
dartes.
De las riberas de aquel lago (i) célebre en
que Manco descendió, los pueblos de Asilo,
Avancani, Uma, Urr.o, Cayavir, Mullama,
Atan, Caneola y Hfllavi, comprehendidos bajo
el nombre de Collas, dejan sus risueñas de
hesas, en donde adoraban en otro tiempo
á un carnero blanco, como el dios de sus
rebaños y la fuente de sus riquezas. Ellos
ae dicen nacidos de aquel lago que circunda
sus cabañas, y es el Letéo á donde van las
almas despues de esta vida, para volver un

(i) La laguna del Collao.


LOS INCAS.. 77
«lia á ver la luz pasando á nuevos cuerpos.
Por su lado, se avanza la altiva y valerosa
nacion de los Charcas. La razon es la que
la ha sometido, y no la fuerza de las armas.
Cuando los Incas la anunciáron que venian
i dictarla leyes, sus jóvenes guerreros, llenos
de ardor, pidiéron todos el pelear, y morir,
si era necesario, en defensa de su libertad.
Los viejos les elogiáron la sabiduria de los
Incas y su bondad generosa ; cayéronseles
entónces las armas de las manos, y fuéron
todos en tropel á prosternarse i las plantas
del hijo del Sol que queria reynar sobre
ellos.
Mas sabio, aun, habia sido el valeroso pueblo
de Chayanta ¡ su reduccion voluntaria bajo
el poder de los Incas es el modelo de los bue
nos consejos. El principe que iba á someterle
le mandó decir que le traia leyes, costumbres,
policia, culto y un modo de vivir mas racio
nal y feliz. Si asi es, respondiéron los Chayan-
tas á los diputados, tu rey no necesita ningun
ejército para reducirnos. Que le deje pues,
en la frontera , que venga y nos persuada, y
nosotros nos someteremos á él, pues que el
mas sabio es el que siempre debe mandar ;
pero que prometa tambien dejarnos en paz,
si, despues de haberle escuchado, no tenemos
el mismo modo de ver que él, en cuanto i
7*
<¡3 LOS INCAS,
las ventajas que nos anuncia con la mudanza
de culto y de costumbres. A tan justas con
diciones, vino el Inca casi sin escolta, habló,
escuchesele, y en cuanto comprehendió el pue
blo que le sería útil el colocarse bajo las leyes
de los Incas, se sometió y le dió gracias. Tales
eran aquellos salvages, que los Europeos creye
ron no poder conquistar sino por la esclavi
tud y la sangre.
En mas corto número se adelantan los
pueblos que hácia el oriente cultivan la falda
de las montañas inacesibles de los Antis. Sus
abuelos adoraban unas enormes culebras' (i)
de que abunda aquel pais agreste. Adoraban
así mismo al tigre, á causa de su crueldad.
Ellos han abjurado su antiguo culto ; pero se
hacen aun gloria de conservar sus restos, y
su corazon no ha olvidado todavía la feroci
dad de él. Entre los Antis de quienes soi
descendientes, la madre, ántes de presentar
el pecho á su hijo, le empapa en sangre hu
mana, á fin de que habiendo mamado la san
gre al mismo tiempo que la leche, tengan sus
hijos una ansia eterna de beber aquella.
A la parte del norte se replegan hácia las
riberas del Apurimac, los pueblos de Tumi-

í i) Entre ellas hay algunas de 25 á 3o pies de largo.


LOS INCAS. 79
bamba de Casamarca, de Zamora, y aquella
nacion 6era cuyos muros han conservado el
nombre de Contorno (i), el Dios de sus pa
dres. Un morrion de plumas de este pajaro
terrible (a) distingue á los hijos de sus adora
dores, y fluctúa sobre sus orgullosas cabezas.
Despues viene lo mas selecto de los pueblos
de Sura, pais fértil, y en donde nace el oro;
de Rucana, en donde la belleza parece ser
uno de los dones del clima ; y de los campos
de Pumalacta(3), en otro tiempo receptáculo
de los leones que adoraba el hombre.
De las pampas 6 llanuras del poniente, se
juntan en tropel los valientes pueblos de
Imara, de Collapompa, de Queva por quienes
se libertó el imperio de la rebelion de los
Chancas (4) y que conservan auu las señales

(i) Era un pajaro llamado Cuntur-Marca.


(2) Este pajaro es blanco y negro como la urraca.
La naturaleza le ha rehusado las presas ó uñas de un
halcon, pero le ha dado un pico tan duro y fuerte,
que de un solo picotazo ahugerea la piel de un toro.
Sus alas tienen mas de veinte pies de extensiou. Dos
de estos pajaros bastan para matar un toro y devo
rarle.
(3) Deposito del leon.
(4) Bajo del Inca Roca. Véanselos cap. 3o y 3/¡.
8o LOS INCAS.
de su gloria, señales que son las mismas para
ellos que las de los hijos del Sol (i).
Finalmente, venian los habitantes de los
ricos valles de Yca, Pisco, Acari, Nasca, Bimac,
sometidos sin trabajo, y los de Huaman, que,
aunque mas rebeldes, habian sido reducidos
á su turno. Cuando se les propusó primero
el recibir el culto y las leyes de los Incas,
respondiéron, que adoraban al mar, divinidad
fecunda y liberal ; que no impedian á los
pueblos de las montañas que adorasen al Sol,
que les hacia bien, y cuyo calor templaba la
aspereza de sus helados climas, ; pero que
cuanto á ellos, como él consumia y quemaba
sus campos, jamas lo adorarian como su Dios;
que estaban contentos con su rey, como con
su divinidad, y que al precio de su sangre es
taban resueltos á defender uno y otro. Fué
¡a guerra larga y terrible ; mas el enemigo,
para reducirles , hizo cortar los canales que
regaban sus aridos surcos : la necesidad hizo
la ley, y la dulce equidad del trono de los
Incas justificó su violencia.
Apénas estas naciones se habtan juntado
bajo las murallas del Cuzco, cuando se supo

(i) Estas señales son los cabellos cortados, las ore


jas ahot-adadas , y la franja real sobre la frente.
LOS INCAS. 8i
que el rey de Quito avanzaba hácia Tumi-
bamba. Huascar queria ir á esperarlo al paso
del rio que baña sus campos ; mas la fortuna
le sirvió mejor que la prudencia y los consejos
mismos.
Ataliba habia pasado el rio, y sobre la co
lina opuesta queria establecer su acampamento.
El dia empezaba á disminuirse. El ejército
de Quito habia hecho una larga marcha, y
los soldados,exhaustos de fatiga, no pedian sino
el descanso. No obstante, su zelo les esforzaba,
y subian por la colina. De repente aparece
en columna, sobre la cima, el ejército del rey
del Cuzco. Desplegase á vista del enemigo, y
al instante se da la señal del combate. La
ventaja del lugar y del número , sobre tropas
ya vencidas por la perdida de sus fuerzas,
pudo mas que el valor. Los de Quito, veinte
veces reunidos y deshechos, no consiguiéron
salvarse, sino a favor de la noche, que favo
reció su retreta. Fué preciso volver á pasar
el rio, y el rey, que quiso en persona proteger
este paso, cayó en manos de los enemigos.
Desdeñóse Huascar de verle : Tendrá, dijo, la
suerte de un rebelde : que se guarde con cui
dado en el fuerte de Tumibamba.
Este desastre llevó la desolacion al ejército
del rey cautivo ; todo el campo estaba albo
rotado. El hi;o de Ataliba corría por él des
8u LOS INCAS,
pavorido, y gritaba á sus pueblos, tendiéndoles
los brazos : Hijos mios, volvedme á mi padre.
Su dolor, su delirio redoblaba aun la tristeza
<¡iic oprimía todos los ánimos.
Palmore, desconsolado, pero sereno, vase al
encuentro de Zorai, y, volviéndole á su tienda:
— Príncipe, le dijo, moderate ; no hay porque
desesperarte. Tus pueblos son fieles. Tu pa
dre vive, y te será vuelto. —Tú me lisongeas,
dijo el jóven, temblando de espanto y de ale
gría. — Yo no te lisongeo, él te será vuelto,
repitióle el viejo. Anda, y da á tus pueblos el
ejemplo de la firmeza.
Viene la noche, y un profundo silencio,
•esparcido por todo el ejército, denotaba su
consternacion. Palmore solo, encerrado en su
tienda, velando y meditando, se decia á sí
mismo : ¿ Qué he de hacer yo ahora? Si por
la fuerza quiero libertar á mi rey, yo conozco
á su enemigo, él le hará morir antes de en
tregarlo, y si yo doy á conocer alguna irre
solucion, flaqueza ó temor, el desaliento se
apoderará del ejército, y todo se pierde en
tónces.
Abismado en tan tristes pensamientos, un
soldado anciano se presenta á él. ¿Me conoces,
dice ? Yo he peleado bajo tus banderas en la
conquista de Quito. Ved aun mis cicátrices.
Cuando fué vencido el cacique de Tacmar,
LOS INCAS. 83
preso y encerrado en el fuerte de Tumibamba,
yo era uno de sus guardas. Vinieron á sa
carlo, y por una larga caverna iban á taladrar
su prision. Fué descubierta la empresa, y
Tacmar, reducida á rendirse, obtuvo que su
cacique fuese puesto en libertad. La paz hizo
olvidar los males de la guerra, y aun se olvidó
tambien la mina principiada bajo del fuerte ;
solamente su entrada está cubierta por frondor
sos mangleros ; pero yo la conozco, y si, lo que
yo creo, la prision del Inca es la misma que
tuvo el cacique , no necesito sino diez hom
bres de un valor experimentado para sal
varle esta noche misma.
Aplaudió Palmore su zelo ; dijole que es
cogiese compañeros dignos de él, y con el mas
profundo silencio él los vió partir. Pasa la
noche en las mas crueles agonías ; ya teme,
ya espera, ya medita sobre la incertidumbre,
la apariencia, y el peligro del suceso... Va en
ello nada ménos que la libertad y la vida de
su rey. ¿Le habrá salvado? ¿ le habrá perdido?
Ya el momento estará decidido. Este era su
continuo pensamiento.
Entretanto el rey de Quito gime bajo el
peso de sus cádenas, mas atormentado por el
cuidado de sus pueblos y de su hijo, que por
el de su propia desgracia.
De repente, en medio de estas reflexiones,
84 LOS INCAS,
oye un ruido subterraneo. Escucha, acercase
mas el ruido, y siente la tierra estremecerse
bajo de él mismo ; apartarse, y la ve hundirse.
Al instante, sale como de un sepulcro un
hombre que, sin hablarle, le hace señal de
callarse, y asiéndole de la mano, le conduce
alabismo que acababa deabrirse delante de ¿1,
Ataliba, sin resistencia, se entrega á su guia,
siguele, y al salir de la caverna vése rodeado
de toldados que le dicen : Ven, principe, li
bre estás ; ven, tus pueblos te aguardan :
vuelveles la vida y la esperanza... — ¡ Estoy
libre, y por vosotros! O mis libertadores, les
dice abrázandoles uno a uno, ¡cuanto os debo!
¿ Podré yo recompensaros cuanto lo mereceis?
Acabad vuestra obra. Ahora debemos asom
brar los ánimos por la apariencia de un pro
digio : ocultadles que sois vosotros quienes me
, habeis libertado. Ellos le prometen el silen
cio, y al favor de la noche, Ataliba pasa el
rio, llega á su campo, y penetra sin ruido
hasta la tienda de Palmore.
El anciano, que al ver su principe se habia
libertado del tormento de su inquietud, va
á arrojarse á sus plantas. Levántale el Inca,
y le abraza enternecido. Soldados, dice Pal-
more, yo ruego que uno de vosotros corra á
anunciar al principe el regreso de su padre ;
y un instante despues, llega este hijo tan que
LOS INCAS. 85
íido, cnagenado por la sorpresa y la alegría.
Los transportes mutuos del jóven Inca y de
su padre fuéron interrumpidos al despertarse
el ejército por los gritos de una multitud apre
surada por ver de nuevo á su rey. Ataliba se
presenta, y la griteria redoMa. Ahí está, vedle
ahi, él mismo es. Está libre. Él nos es vuelto.
Si, pueblo, dijo Ataliba : El Sol mi padre
ha burlado la vigilancia de mis enemigos. Él
me ha hecho escapar de la prision en que
me tenian encerrado. Mi libertad es solamente
obra suya.
Como la multitud tiene siempre costumbre
de ponderar el objeto de su admiracion, aña
dió que Ataliba, para escaparse de su prision,
se ha transformado en serpiente (i). Tal ru
mor vuela de boca en boca, creese, y se pu
blica como una señal brillante de los favores
del cielo.
Palmore, dijo entonces el rey, hé aquí el
momento de sorprehender á mis enemigos y
reparar mi desgracia.
No, príncipe, no, dijole Palmore, no te vol
verás á exponer. Basta ya de las ansias que
nos has hecho pasar esta noche. Véte á reu
nir con los que defienden á Canares, y enviame

(i) Heclio sacado de la historia.


TOMO 3 8
86 LOS INCAS.
á Corambé. Cedió el rey á sus instancias, y
mandó llamar á su hijo.
Principe, dijo, yo te dejo bajo la conducta
de mis amigos, y bajo la salvaguardia de mis
pueblos. Acuerdate de tus abuelos. Ellos lle
váron á los combates una sabia intrepidez.
Imita su prudencia, ó mejor consulta la de
los caudillos que comandan. Una sabia do
cilidad á los consejos de aquellos á quienes
han instruido los años, es la prudencia digna
de tu edad. Amigos mios, dijo á Palmore y
á .los guerreros que le rodeaban, yo os le
confio, y os doy sobre él los derechos de un
padre. Adios, hijo mio. Vuelve á verme digno
de toda mi ternura. A estas palabras, estre
chando en sus brazos al jóven, cuya belleza,
noble con modestia, y altiva con dulzura,
era la imágen .de la virtud, dejó escapar al
gunas lágrimas ; y echando sobre Pajmore
y sobre los caciques una mirada que les ma
nifestaba toda la emocion de su corazon
paternal, entrególes su hijo, y apartó á un
Jado la vista.
LOS INCAS. 87

CAPÍTULO XXXV.

Sublevados los Canarinos en favor del rey de Cuzco,


siliau en su fortaleza las tropas del rey de Quito
— Eclipsa, del Sol. — Derrota de los Canarinos. —
Batalla de Sascahana ; es vencido el rey del Cuzco
y hecho prisionero. — El hijo mayor del rey de
Quilo es muerto en la accion.

Miéntras que Ataliba, para volver a Cana-


res, atravesaba los campos de Loja, subleva
banse los Canarinos. Un pueblo entero sitiaba
la cindadela, y amenazaba cortar los canales
de las fuentes, cuyas aguas les eran extre
mamente urgentes. Para forzar este pueblo
aguerrido á levantar el sitio, era preciso salir
de los muros y atacarle, á riesgo de ser en
vuelto y abrumado por su crecido número.
Aparece entonces el mas asombroso de los
fenómenos de la naturaleza. El astro adorado
en aquellos climas se obscurece de repente
en medio de un cielo sin nublados ; al ins
tante una profunda noche envuelve á la
tierra. La sombra no venia del oriente, sino
que cayó de lo alto de los cielos, y cubrió
al horizonte, y un frio humedo se apoderó
de la atmósfera.
88 LOS INCAS.
Los animales, instantaneamente privados
del calor que les anima, y de la luz que les
guia, parecen preguntarse la causa de esta
noche inopinada : su instinto, que cuenta las
horas, les dice que no ha llegado aun la del
reposo. En los bosques, llámanse unos á otros
con una voz de espanto, asustados de no
verse ; en los valles, se reunen y se estrechan
temblando. Los pájaros, que sobre la fé del dia,
han tomado su vuelo en los ayres, sorpren
didos por las tinieblas, no saben á donde
ir. La tortola se precipita ante el buytre,
que se espanta al encontrarla. Todo lo que
respira se halla atemorizado. Los vegetales
mismos se resienten de esta crisis universal.
Diriasc que el alma del mundo va á disi
parse ó á extinguirse, y en sus ramificaciones
infinitas el raudal inmenso de la vida pa
rece haber moderado su curso.
¡Y el hombre ! ; ah ! para él es para quien la
reflexion añade á los sobresaltos del instinto
la turbacion y perplejidad de una prevision im
potente. Ciego y curioso, hacese fantasmas de
cuanto no concibe, y se llena de negros pre
sagios, amando mejor el temer que el ignorar.
Dichosos en este momento los pueblos á quie
nes los sabios han revelado los arcanos de
la naturaleza. Ellos han visto sin inquietarse
al astro del dia, en medio de él , quitar .

\
LOS INCAS. 89
iu luz al mundo, y serenos aguardan el ins
tante señalado en que nuestro globo va á
salir de la obscuridad. Mas, ¿ cómo explicar
el terror, el espanto que este fenómeno ha
causado á los adoradores del Sol ? En una
plena serenidad, al momento en que su Dios
en todo su esplendor se eleva á lo mas alto
de su esfera, se desvanece, y la causa de tal
portento, como su duracion, aun le ignoran
totalmente. La ciudad de Quito, la ciudad
del Sol, Cuzco, los campos de los dos Incas,
todo gime, todo está consternando.
En Canares, un horror repentino habia he
lado todos los ánimos ; los sitiados y los si
tiadores tenian su frente en el polvo. Alonso,
impasible en medio de aquellos Indios ate
morizados, observaba con un asombro lleno
de compasion lo que pueden hacer la igno
rancia y el miedo. El veia palidecer y temblar
i los guerreros inas intrepidos. Amigos, dijo
les, escuchadme, pues que urge el tiempo y
es importante que vuestro error sea disipado.
Sabed que lo que pasa ahora en el cielo no
es un prodigio funesto. Nada hay mas na
tural : vais á concebirlo,y cesaréis de temerlo.
Los Indios, comenzando á tranquilizarse al
oir tal lenguage, prestan un oido atento, y
Alomo prosigue : Cuando á la sombra de una
montaña no veis al Sol, entonces, decis sin
8*
y> LOS INCAS.
asustaros : esa montaña me impide el verlo,
do es él quien está en la sombra, sino yo ; él
está siempre lo mismo en el cíelo. Pues bien .
en lugar de una montaña, considerad que un
globo espeso y sólido, un mundo semejante
á la tierra, pase en este momento por debajo
del Sol. Mas este mundo, que sigue su camino
va á alejarse, y el Sol aparecerá de nuevo
mas brillante que nunca. No tengais pues
miedo de una sombra pasagera.
El carácter del error entre los pueblos del
nuevo mundo es el de no estar arraygado. El
se apega tan poco á los ánimos que el mas
leve soplo de la verdad le desprende de ellos.
Tomanlo sin examen, y le abandonan sin pe
sar. Alonso, con el solo medio de una imágen
clara y sensible, desengañó á todos, y volvió
la paz á sus corazones. Vióse en efecto al Sol
que, como un circulo de oro, resplandeciendo
por entre la sombra, empezaba á deshacerse
de ella. ¡Qué! exclamáron entónces, esto no es
ni desfallecimiento, ni colera en nuestro Dios ;
y Corambc, acabando de disipar sus temores :
Soldados, les dijo, yo he visto suceder lo que
él nos anuncia. El es roas ilustrado que noso
tros. Apresuraos pues, tomad las armas, sal
gamos y repulsemos á esos rebeldes, que ya
están vencidos por el miedo.
A los gritos de los sitiados, que desde el
LOS INCAS. 9i
crepúsculo del Sol renaciente se arrojaban
fuera de los muros de la ciudadela, los Ca-
narinos se abandonáron á un terror insensato.
Fué acometido su campamento, y un instante
bastó' para derrotarlos, y el Sol iluminando
de nuevo la tierra, la vió sembrada de muer
tos y moribundos.
Alonso, en aquella salida, no habia dejado
á Capana, y á la cabeza de los salvages aca
baban los dos de disipar los batallones que
habian desordenado , cuando viéron de le
jos empeñarse otro combate. Ved allí, dijo
Alonso, una partida de nuestros amigos sobre
quienes se están vengando los Canarinos : vo
lemos en su auxilio. Atraviesan la llanura con
la rapidez de un viento tempestuoso, y un
torbellino de polvo señala las huellas de sus
pasos. Llegan ; era el rey, el Inca mismo, a
quien rodeaba una valerosa escolta, y le de-
lendia contra una multitud de enemigos.
A la banda que le ciñe las sienes, al brillo
de su escudo'y, mas todavía, á su valor re
conoce Alonso al rey de Quito. El relámpago
parte de la nube con menos velocidad que la
espada del Castellano, y desconcierta el grueso
batallon que oprimeájitaliba.Este veá Alonso,
y cree ver la victoria. No se engañaba en ello,
pues que sus esfuerzos reunidos desordenan,
9s LOS INCAS.
repulsan y echan por tierra cuanto se opone
á sus golpes.
En cuanto los Canarinos huyéron, disper
sos delante de ellos, Ataliba arrojándose en
los brazos de Alonso : O amigo mio, le dijo,
¡ cuan dulce me es el deberte mi libertad !
Mas yo estoy herido. Yo te dejo el cuidado
de reunir mis tropas. Haz gracia á los ven
cidos desarmados. A estas palabras, palido y
trémulo, lazose conducir al fuerte.
Era grave su herida, mas no fué mortal.
La goma del mulli, este balsamo precioso,
con que la naturaleza ha hecho presenle á
aquellos climas, como para expiar el delito
de haber él hecho nacer el oro, derramado
en la llaga, consiguió sanarla, y volvió á aquel
desventurado príncipe á la vida y al dolor.
Coranihé llevó al campo la noticia de la
victoria del Inca sobre los Canarinos ; pero
Palmore quiso aguardar á que se esparciese
en el campo enemigo, y que hubiese causada
en él la alarma y el desórden/Entonces fué
él mismo á visitarle, y hablando al rey del
Cuzco : El inca tu hermano, le dijo, te pidió
la paz, y tú le declaraste la guerra. El ha
vencido, y aun pide la paz. Un naomento de
imprudencia que te ha dado sobré nosotros
la ventaja de una sorpresa , no nos ha desa
LOS INCAS. g3
tentado, y asi no debes vanagloriarte. Nosotros
deseamos la paz únicamente por amor á ella,
y por el justo horror que nos causa la guerra
civil. Inca, piensa bien tu respuesta. Bajas
están nuestras lanzas, nuestros arcos plega
dos, la flecha mortifera en su escudo : piensa
ántes que vuelvan estas armas á ponerse en
ejercicio ; piensa, repito, á las desgracias que
una palabra de tu boca puede prevenir ó
causar. Aqui, sobretodo, es donde la palabra
es terrible, y donde la lengua de un rey es
como un dardo de cien mil puntas. Tú eres
responsable para con el Sol, tu padre, de la
sangre de sus hijos y de la de tus subditos.
La igualdad, la independencia, la concordia
y la union, hé aquí lo que el rey tu her
mano me encarga que te ofrezca y te pida.
Respondióle el monarca que los Incas sus
abuelos nunca habian recibido la ley de per
sona alguna. Palmore, con tristeza, le dijo :
¡Y bien! ¡tú lo quieres !...Hasta mañana.
Diciendo esto se volvió á su campamento.
El alba vió á los dos ejércitos desplegarse
en la llanura. Era la primera vez que, desde
once reynados, se veia enarbolar en los dos
campos el estandarte de Manco. Esta insignia
sagrada era el gage de la victoria ; y el centro
en que estaba colocado, era tambien el punto
mas importante del ataque y de la defensa.
94 LOS INCAS.
Lejos de este centro peligroso del lado del
Cuzco resplandecía, con los rayos del Sol, el
trono imperial de Huascar, sostenido por veinte
caciques y cubierto á manera de palio, por
un pabellon de plumas de mil colores-Huascar
desde lo alto de este trono, dominaba el campo
de batalla, y parecia presidir al combate que
iba á darse.
Los dos ejércitos, con paso igual, marchan
á su encuentro ; y repentinamente el grito
de guerra de aquello- pueblos, la voz formi
dable de Mapa... Mapa... (i), repetida por
mas de cien mil bocas, resuena por los valles
y bosques. A este grito redoblado, se junta el
silbido de las flechas que van á empaparse en
sangre. Agotáronse pronto los repuestos de
estas armas, y en su lugar sirviéronse de la
piedra, que, arrojada mas de cerca, da mas
seguros los golpes. Pronto los batallones flo
tantes, ya desplegándose, ya cerrándose por
llenar y ocultar sus flancos, estaban en un
continuo movimiento. E1 dolor ahoga sus
gritos ¡ la muerte, aunque horrorosa, les es
muda ; pues, por no dar al enemigo el placer
de oir ayes y vergonzosos lamentos, el Indio

(i) Ya se ha dicho que Illapa significa el relámpago,


el trueno j el rayo.
LOS INCAS. 95
comprime dentro de su pecho hasta su último
suspiro.
A la piedra se siguió la hacha y la maza,
armas terribles entre pueblos, á quienes el
yerro, el plomo y la polvora, abortos de las
furias, son totalmente desconocidos. Hasta
aquel momento, una intrepidez igual habia
hecho dudosa la victoria ; pero bien se aper
cibió la ventaja que tenian los pueblos aguer
ridos sobre los que largo tiempo habian es
tado pacíficos. Las tropas mas valientes del
ejercito del Cuzco defendían el collado ; y el
resto, compuesto de pastores y gentes flojas
por su eterna ociosidad, era muy numeroso.
Nuevos refuerzos se presentan de tropel en
remplazo de los batallones, que, rotos y des
hechos, volvían la espalda al enemigo, y tam
bien caen á su turno. El ejército Quiteño
se adelanta paso á paso, y amenaza envolver
al cuerpo Cuzqueño que defiende el estandarte.
El rey del Cuzco observa que el ejercito del
centro cede ; al momento, destaca del collado
lo mas selecto de sus guerreros que hacian
la guardia de su persona.
Esto era justamente lo que deseaba Co-
rambé ; de forma que, miéntras los Cuzqueños
volaban al socorro del centro, Corambé, con
batallones escogidos que tenia en reserva,
marcha al collado, penetra en el recinto de
gG LOS INCAS.
1 ¡litado del trono del Inca, abrese un camino
de sangre hasta que le hizo prisionero, lo
amarra y se lo lleva consigo.
Al momento, mil fuertes alaridos anuncian
este desastre, esparcese la noticia en el ejér-
¡cito, y llevan á él la desesperacion : todo se
espanta, todo se dispersa. No se ve ya sino
pueblos despavoridos que arrojan sus armas
para huir ; pero el dolor, la turbacion, el es
panto Jes impide la fuga ; descienden al valle,
y vencidos, no les queda otra esperanza que
la clemencia de los vencedores , clemencia
que imploran en vano. No hay cuartel ; la
rabia mas ciega y mas furiosa exalta á los
de Ataliba ; los dos viejos que les comandan
les gritan inútilmente que economisen la
sangre ; pero ellos no creen poderse vengar
bastante de la perdida que han tenido : su
principe, el hijo de su rey, Zorai,ya no existe.
¡ O padre desventurado ! ¡ cuantas lágrimas
va á costarte la victoria !
Al ataque del estandarte, Zorai se adelan
taba al frente de los suyos, á quienes alentaba
con su ejemplo. A su juventud, á su belleza,
á su valor todos los corazones estaban con
movidos. El enemigo mismo, viéndole expo
nerse á sus golpes, le admiraba, le compadecía,
y ninguno se atrevía á herirle. Uno solo, y
fué de los féroces Antis, al momento en que
LOS INCAS. 97
el jóven principe venia ele apoderarse del es
tandarte, en lo mas fuerte del conflicto, ese
Indio pues le dispara una flecha homicida, y
el pedernal con que está armada le atraviesa
el pecho. Bambolease al instante; sus Indios
le sostienen á porfía ; pero, ¡ ay ! inútilmente.
Apagase el fuego de sus ojos, borrase la bril
lantez de su hermosura, y el frío de la muerte
comienza á esparcirse por sus venas. A la ma
nera que en las cercanías de una selva, un
tierno cedro, desarraygado por un vendabal
furioso, no hace sino reclinarse sobre los ro
bustos cedros vecinos que le sostienen ; pero
que bien pronto la languidez de sus ramas
y palidez de sus ojas anuncian que está des
prendido de la tierra que le ha criado ; así
tambien Zorai, apoyándose sobre sus solda
dos acabó de existir. ¡ O padre imio ¡dijo este
jóven Inca con voz desfallecida, ¡cual será
tu dolor ! Amigos, continuó diciéndoles, aca
bad vuestra obra, y ojala que mi sangre os
adquiera la victoria. Cubrid, cubrid mi cuerpo
con este pendon sagrado cuya conservacion
me ha costado la vida ; cubridle, digo, para
ocultar á los ojos de un padre amoroso, una
imágen demasiado aflictiva, pero que al mismo
tiempo le servirá de consuelo el ver que he
muerto como digno hijo suyo.
El grito del dolor y el de la venganza re-
TOMo u 9
98 LOS INCAS,
sonaban al rededor de él. No, dijo, harto es
el vencer ; yo no quiero ser vengado. Soy
Inca, y perdono. Alejansc al instante del
combate, cuyo furor se renueva ; y algunos
instantes despues, levantando aun sus parpa
dos elados hácia los montes de Quito, pro
nuncia otra vez el nombre, el dulce nombre
de padre, y exhala su último aliento.
En el momento mismo, alaridos lamenta
bles anuncian á los del Cuzco que su rey ha
bia sido hecho prisionero ; de forma, que
por un lado el espanto, por otro la pena
y el furor, no presentan en los campos de
Tumibamba sino la carnicería y la derrota
mas completa. La ciudad del Cuzco fué to
mada y saqueada ; el primogénito de los hi
jos del rey, el valiente y sabio Mango, que
la defendía, viendo que iba á perecer, se re
tiró peleando, y se refugió en los montes.
La altiva Oello, la bella y lastimosa Idali,
con aquel niño piecioso (i), á quien el na
cimiento habia destinado al mando del im
perio, apénas tuviéron tiempo para escaparse,
y. los generales de Ataliba, despues de inau
ditos esfuerzos, para hacer cesar el estrago,reu-
niéronsus tropas sobre las riberas del Apurimac.

(I) Xaira.
LOS INCAS. 99

CAPÍTULO XXXVI.
Llevan el cadáver del joven príncipe á su padre.—En
trevista de Ataliba y de Huascar su prisionero y
hermano.

Gemia Huascar bajo una guardia vigilante,


cuando Palmore y Corambé entran en su
tienda, se prosternan delante de él, segun
costumbre, y usando de palabras de paz pro-
cucan suavizarle. Huascar apénas levanta la
cabeza, y mirando á sus vencedores con ojos
de indignacion, les dice : Traidores, romped
mis cadeDas, 6 empapad vuestras manos con
mi sangre. Vosotros insultais mi desgracia
mezclando el respeto al ultrage. Si soy rey,
volvedme la libertad, y entónces os proster
naréis. Mas si no soy mas que un esclavo,
¿ porque no me arrollais á vuestros pies ?
No bien habia acabado de pronunciar estas
palabras, cuando sus oidos fueron heridos con
ayes y lamentos. No eres tú solo el desgra
ciado, dijole Palmore, pues que Ataliba acaba
de perder su hijo adorado. — ¡ Ah ! exclamó
Huascar con una alegria inhumana, yo le. veré
llorar, y ojala que el cielo le vuelva todos los
males que me ha hecho.
ioo LOS INCAS.
Los pueblos de Quito reunidos en su campo
han pedido ver el cadáver del jóven principe,
que se ocultaba á sus ojos, y sus gritos de
dolor y rabia son los que acaban de oirse. Se
les apacigua, se les reorganiza, se les hace
pasar el rio, y la marcha de este ejército vic
torioso se parece á la pompa funebre de un
joven á quien su familia, de quien hubiera
sido la esperanza, acompañaría al sepulcro.
La consternacion, el luto y el silencio rodea
ban el féretro en que el príncipe estaba es
tendido, envuelto en aquella insignia triste,
glorioso monumento de su valor. Despues de
él iba el rey del Cuzco, que se regocijaba,
en el fondo de su corazon, de la calamidad
pública.
Los dos generales de Ataliba acompañaban,
con ojos sombríos y la cabeza baja, el lecho
funebre,olvidando que acababan de conquistar
un imperio, y no pensando sino en el dolor
que iba á sufrir el infeliz padre.
¡ Ay ! decia Palmore, él nos le habia con
fiado ; ahora le aguardan, para abrazarle, sus
brazos paternales, y no es mas que un cadá
ver yerto lo que vamos á volverle. ¿Como
nos presentarémos delante de él ?
El es hombre, dijo Corambé, y su hijo er»
mortal -. yo le compadezco ; mas en vez de
lisongear su flaqueza, quiero darle ánimo para
LOS INCAS. ioi
resistir á su desgracia. Dejame ir delante del
éjército, ántes que aquí se haya esparcido el
rumor de su muerte.
Ataliba, curado de su herida, pero débil
aun y languido, habia tenido el pesar de oir
que la derrota de los Chancas no le habia
vengado. El gemia por su victoria, revolviendo
en su pensamiento, con sumo desasosiego, los
peligros que arrostraban por él su hijo, sus
amigos y sus pueblos, cuando oyó anunciar la
llegada de Corambé. Sorprehendido y ansioso
por saber cual podia ser el motivo de su ve
nida en aquella forma, manda que le intro
duzcan. Presentase Corambé delante de él :
Inca, dicele, acabóse ya la guerra ; el imperio
es tuyo todo entero ; tus enemigos están ó
destruidos ó desarmados ; el único que queda
de ellos es Huascar, y á ese le traen cautivo.
No bien hubo acabado estas palabras, cuando
Ataliba, enagenado de gozo, se levanta, le
abraza, y le dice : Invencible guerrero, todo
lo esperaba de tí y de tu compañero ; pero
tal prodigio ha superado mis esperanzas. Acaba
de echar el colmo á la dicha de tu rey. Sabes
que es padre, y que como tal experimenta
graves ansias. Y mi hijo ¿donde está ? ¿ donde
le dejaste ? ¿porque no ha venido contigo ?
— ¡ Tu hijo !... él ha visto peligros que al mas
valeroso arredran. — Y sin duda, los habrá
9*
toa LOS INCAS,
arrostrado, dice el padre ; responde. — ¿Qué
te he de decir ? ¡ ay ! El veia por la primera
▼ez el horror de las batallas. La naturaleza
tiene impulsos que la virtud no puede do
mar. — . Cielos ! ¡qué es lo que oigo ! ¿ha huido
acaso mi hijo ? ¿ se ha cubierto de ignominia?
¿ ha deshonrado á su padre? — Consuelate :
él se ha coronado de gloria, muriendo digno
de tí. — ¿Con que es muerto? — Llorando
te le trae tu ejercito, de quien él fué el ídolo
y el ejemplo. Nunca en edad tan tierna ma
nifestó nadie tanto valor. —
Tan terrible golpe penetró hasta en el fondo
del alma de un padre. Aterrase bajo el peso
de su dolor, y entónces dos fuentes de ligri
mas corren de sus ojos. ¡ Ah cruel ! ¿ por qué
prueba, decia, has preparado mi corazon á la
constancia ? tú has podido calumniar á mi
hijo, y yo he podido creerte. ¡ Ah ! ¡ caro hijo!
Perdona : lágrimas eternas expiarán mi error.
La gloria misma de tu muerte me lo hace
mas terrible. ¡ O dia desastroso ! ¡ ó combate
funesto ! Así venga el cielo el delito de una
guerra impia : los vencidos, los vencedores,
comparten su horrorosa pena, y su misma ira
les confunde.
Fué preciso tomar por aquel padre afligido
el cuidado de su nuevo imperio. Tan rica y
vasta conquista, fruto de los trabajos de once
LOS INCAS. io3
reynados, que él habia hecho en un dia. Cuzco
sometido á sus leyes, su rival mismo cautivo
en poder suyo, nada le mueve : solo pide á
su hijo. Llega el acompañamiento del cadáver
envuelto en la insignia fatal, y es colocado á
su vista. El Inca le mira silencioso. Hace se
ñas al acompañamiento y a su corte para que
se retiren. Obedecenle, y en el fondo de su
palacio se encierra con el objeto de su dolor ;
acercase, y con una mano trémula, levanta
el velo, descubre aquel cuerpo ensangrentado,
da un grito, y caese de espaldas como si fuese
herido de un golpe mortal. El mismo, inmóvil
y yerto, hallase sin calor, ni voz ; y cuando
recobra el sentido abandonase á él todo en
tero. Cien veces abraza á su hijo, cien veces,
pegando su boca á sus labios fríos, y abri
gando con su pecho un corazon que no late
mas , ruega al cielo que le vuelva la vida
quitándosela á él mismo. Otras veces, contem
plando la herida, lava con sus lágrimas la
sangre que ha salido de ella; ya sus ojos in
móviles, fijos en los de su hijo, parecen bus
car en ellos la vida que ha perdido. ¡ Ah ,
dijo, si este cuerpo helado pudiese resucitar !
¡ si estos ojos pudieran volverme á ver ! Mas,
¡ ay , ya no hay mas esperanza ! Ellos están
cerrados,y lo estarán para siempre.Sus gracias,
su hermosura, sui virtudes, nada ha podido
io4 LOS INCAS,
prolongar sus dias ; ¡ de un hijo que nacia
mi gloria y mi dicha, hé aquí lo queme queda1.
De esta manera, olvidando sus prosperidades
y su triunfo, se abismaba el infelice padre
en su dolor terrible. Su naturaleza debilitada
con tal pena y congoja , aquel padre des
venturado se dejó desprender de los tristes
restos de su hijo. Sus amigos, y sobre todo
Alonso, procuraban consolarle. ¡Ah! dejadme,
decia, dejadme pagar á la naturaleza el tributo
de un alma sensible. Yo he bebido la copa
de la felicidad, y he agotado sus delicias : en
el fondo está la amargura, dejadme empapar
en ella. Mi hijo, mi querido hijo me daba
tantas y tan dulces ilusiones, tantas esperan- -
zas lisongeras... El dolor sigue á la alegria.
El júbilo no volverá í mi corazon jamas.
Hablóselc de su poder, del cuidado de
afianzarlo,delos medios de conservarlo. ¿ Qué
haré yo de él ? dijo, él es para mí una pesada
carga. ¿ Soy yo algun dios, para velar sobre
un imperio tan dilatado, y estar siempre pre
sente á sus necesidades ? Que me traigan á
mi hermano. Si, yo quiero apaciguarle; quiero
que, testigo de mis lágrimas , se conmueva
por ellas ; que se compadezca, y me encuentre
aun mas infeliz que él mismo.
Huascar, cargado de prisiones, compareció
ante Ataliba. Ve, le dijo aquel padre allí-

\
Km É.
LOS INCAS. io5
gido, ve, cruel, lo que me cuestas. — ¡ Bien
te sienta, responde el ceñudo Huascar, el
echarme en cara una muerte, cuando diez
mil Incas degollados son las victimas de tu
encono ! Tigre, ¡ tú lloras ! debes llorar ; mas,
¿ es eso lo que te aflige ? Vé á ver la car
niceria que se ha hecho con los pueblos sub
ditos de tus padres... Contempla al Cuzco,
sus alcazares y templos anegados con la san
gre de los ancianos, de las mugeres y de los
niños ; mira sus muros derribados, sus cam
piñas convertidas en sepulcros ; y te atreves
aun á llorar tu hijo.
Tan terribles palabras ahogáron en el co
razon de Ataliba el sentimiento de su propia
desgracia : tomó el rey el lugar del padre.
El miraba á sus tenientes , é interogabales
con sus ojos. Su silencio fué la confesion de
lo que acababa de oir. Con que es verdad,
dijo, y por un ciego furor se me ha hecho
exécrable á la tierra. Esto era lo que faltaba
á mis males. Entonces, reclinándose sobre su
trono, y apartando sus ojos para no ver la
luz, permanece melancólico, y no respira
sino por largos sollozos.
Hasta el instante en que tu hijo pereció,
le dijo Palmore con tristeza, yo pude ejercer
el mando sobre tus pueblos ; mas desde que
le viéron caer, su dolor transformado en ra
io6 LOS INCAS,
bia no conoció mas freno. Castigalo si quieres
de haberte amado con demasia, ó perdona
a su desesperacion, cuya causa es justísima,
y cuya disculpa la tienes en tu corazon. Ellos
han vengado a tu hijo, como sn padre mismo
le habría vengado.
Huascar, repitió Ataliba despues de un largo
y doloroso silencio : ya ves los excesos es
pantosos i que se dejan llevar las naciones,
cuando una vez la discordia y la guerra han
roto los nudos mas santos , y desconocido á
la naturaleza de sus corazones. Ahoguemos
estos furores con nuestros abrazos. Vuelve
á tomar tu cetro y tu corona, y perdoname
tus desgracias.
Huascar indignado, le repulsa y le dice :
Anda, asesino de mi familia, vé á reynar so
bre cadáveres, a sentarte sobre ruinas, y aplau
dete al contemplar los restos de la carniceria.
Tal es el imperio que tú me ofreces. No quiero
de ti sino la muerte. Guarda tus presentes,
tu compasion y los frutos de tus delitos ; que
ellos eternicen tu vergüenza, y que, para me
jor detestarte, los desdichados que yo te deja
sean condenados á obedecerte.
Bien sabes tú, le dijo Ataliba, que los de
litos que tú me imputas no son mios ; bien
lo sabes ; mas tu dolor te hace injusto. El
tiempo lo calmn rá, y algun dia tú te acordaras
LOS INCAS. i07
de que yo he procurado evitar la guerra, pi
diéndote la paz ; de que yo te la pido aun,
penetrado y mas dolorido que tú de los males
que nos hemos hecho. Entónces volverás a
hallar á tu hermano, tal cual hoy le ves, tra
table, humano, sensible y justo. Adios. Yo te
dejo en estos muros, cautivo, es verdad, mas
no pende que de tu voluntad el dejar de serlo.
E1 dia mismo en que, sobre el altar del Sol
nuestro padre, tú consentirás en que nos ju
remos una alianza, una paz inviolable, tu
trono, tu imperio, todo te será devuelto.
io8 LOS INCAS.

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CAPÍTULO XXXVII.

Hegreso de Ataliba á Quito coa el cadáver del joven


principe.

La cindadela de Canares fué la prision del rey


cautivo. El vencedor dejó en ella una guar
dia fiel á las órdenes del severo Corambé ,
y envió á Palmore para que gobernase en su
nombre los estados del Cuzco. Cuanto á él,
volviendo á los valles de Riobamba, Mu-
liambo, Iliniza, los labradores que habia sa
cado de ellos,regresó á Quito sin pompa,acom-
pañado del lecho funebre que llevaba á su
desgraciado hijo.
La llegada de Ataliba fué el cuadro mas
lastimoso de la desolacion pública. Su fami
lia desconsolada salió á su encuentro, acom
pañada de un pueblo numeroso que, lleno
de dolor, se olvida de aclamar la victoria de
su rey. Ataliba ocupa los ánimos de todos,
y si la noche ocultaba á su vista aquel pue
blo numeroso, sus ayes, en medio de su pro
fundo silencio, le hacían figurarse estar en
un desierto, en donde algunos infelices ex
traviados imploran el favor del cielo.
LOS INCAS. i09
Entre aquel tropel, y en medio dela familia
del Inca, se apareció una muger despavorida;
aus velos en añicos, su cabeza desmelenada,
au pecho magullado, sus ojos descarriado*, su
palidez, las convulsiones que sufrian >á cada
instante sus miembros, sus labios y todas las
facciones de su rostro, sus manos en fin, le
vantadas al cielo, todo anunciaba que esta
muger era madre, y madre afligida y deses
perada.
En cuanto el Inca la divisó, desciende de
sus andas, va á su encuentro, y recibiéndola
en sus brazos : —Querida mia, la dijo, el Sol
nuestro padre llamando á si tu hijo, él dis
pone de los suyos. Dichoso aquel á quien la
inocencia, la virtud, la gloria y el amor acom
pañan hasta su sepulcro. El ha hecho la siega,
y deja el campo de la vida. Tu hijo ha vi
vido poco para nosotros, pero bastante para
él mismo : él lleva consigo lo que apénas dan
los años, y lo que un instante puede robar, el
amor del mundo y el sentimiento de dejarle.
Aflijamonos de sobrevivirle : aquel de quien
se debe tener lástima, es del que llora, y no
del que es llorado. Mas por un exceso de do
lor no acusemos al hado; no echemos al Sol
en cara el haber vuelto á tomar uno de sus
dones.— ¡ Ah! ¡verdades consoladoras para do
lores menos agudos, pero triste alivio para el
tomo a lo
i iü LOS INCAS,
corazon de una madre! Ella pide ver á su
hijo ; traenlo á sus pies, y al instante, con un
ala/ido que parte delo intimo de sus entra
ñas, arrojase sobre aquel cuerpo exánime, le
abraza, estrechale fuertemente inundándolo
con sus lágrimas, hasta que ella misma, aho
gada, expirando, ha perdido el sentimiento de
la vida y del dolor.
El Inca, en los brazos de Alonso, sentia re
novarse con esta vista todas las llagas de su
corazon ; el jóven mezclaba sus lágrimas con
las de su amigo, y los sobrinos de Motezuma,
testigos de la desolacion de una augusta fa
milia, pensaban tambien en sus propias des
gracias.
Aciloé, asi se llamaba aquella madre des
venturada, fue llevada á su palacio ; y el Inca
se dirigió al templo en que el cádaver de su
hijo, regado de perfumes, fué depositado, en
tanto que llegaria el dia 'destinado á sus exé
quias.
Despues de un humilde sacrificio para dar
gracias al Sbl, salióse el Inca del templo, y
bajo el pórtico en que le rodeaba su pueblo,
levantó la voz y pidió silencio : Mi causa
era justa, dijo,' y nuestro Dios la ha prote
gido ; pero el ciego ardor de mis tropas en
vengarnos, á mi hijo y á mi, ha deshonrado
mi victoria, y yo soy quien sufro la pena de
LOS INCAS. iii
los excesos cometidos en mi nombre. Pueblo,
yo quiero expiar cuantas injusticias y atro
cidades se han cometido ; pero bastale á vues
tro rey el ser desgraciado ; no acabeis de
afligirle creyéndole culpable, pues no lo es.
Yo estaba expirando en Canares miéntras se
derramaba tanta sangre allí ; hallabame lejos
del Cuzco al tiempo en que se le saqueaba ,
y yo detesto tales horrores. Os ruego, en el
nombre de Dios que me castiga por ellos, no
me los echeis en cara. ¡ Ojala que mi nombre
sea borrado de la memoria de los hombres,
antes que se añada á él el epíteto de cruel !
El rey mi hermano, á quien la suerte ha puesto
en mis manos, será á su pesar un ejemplo de
mi clemencia. Entretanto, si el grito de la
calamidad llegáre hasta vosotros, y si os diere
á entender que Ataliba fué violento y san
guinario, pueblo mio, levanta la voz, y res
ponde : Ataliba, solo fué desgraciado.
La misma tarde, aliviando con Alonso su
corazon oprimido : Amigo mio, le dijo, tú sa
bes cuanto horror me inspiraban nuestras dis
cordias; el suceso ha superado mis temores;
y en este abismo de males, yo veo cumplirse
demasiado mis funestos presentimientos. Que
rer la guerra, es querer á la vez todos los crí
menes y todas las desgracias. Decir á unos
asesinos, á quienes se junta para que lo sean,
na LOS INCAS,
que usen de moderacion, es decir á los tor
rentes delas sierras, que suspendan su caida
y moderen su curso. Ninguno podrá jamas
estar mas resuelto que yo lo estaba á repri
mir el furor y los abusos de la vicloria ; y
con todo, hé aqui que millones de hombrea
me miran como un azote.
¡ Ah ! principe, le dijo Alonso , si el hombre
en proa á sus pasiones, es tan débil contra sí
mismo, y está muy poco seguro de dominarse,
¿ Como pudiera asegurarse la moderacion de
una multitud desenfrenada? Pero todo este
imperio es testigo de que el inflexible rey
del Cuzco te ha forzado á extender el arco.
No te afligas, tú mismo con injustos remordi
mientos ; y si los infelices que ha hecho la
guerra te acusan, deja á tus virtudes que res
pondan de tu inocencia, y rechaza la injuria
por la clemencia y los beneficios.
Estas palabras reanimáron el espíritu de
Ataliba, y su dolor tuvo treguas hasta el dia
que él habia señalado para las exéquias de
su hijo. Era este dia el de la fiesta del Sol,
cuando, pasando de nuevo el ecuador, vuelve
á nuestro emisferio, para dar la primavera y
el verano á los climas del norte. Era igual
mente el dia en que se celebraba la fiesta de
la paternidad.
LOS INCAS. u3

CAPÍTULO XXXVIII.

Fiesta de la paternidad , en el equinoccio de la pri


mavera. — Exequias del joven Inca.

Despues de los yaravíes, votos y ofrendas


acostumbrados , el monarca, sentado en su
trono en medio de un prado inmenso (i),
teniendo á sus pies á los caciques y á los an
cianos jueces de las costumbres (2), ve adelan
tarse los padres de familia, que llevan cada
cual, delante de si , á sus hijos llegados á
la edad de la adolescencia. Inclinanse ante
el Inca, y despues de haberle saludado, el
padre que lleva en sus manos un manojo de
palmas, las distribuye á aquellos de sus hijos
que han llenado ñeímente los sacrosantos
déberes de la naturaleza. Estas palmas son los
monumentos del respeto y amor filial. Todos
los años, cada uno de los hijos, cuya obe
diencia y cuyo amor han obtenido este pre-

(i) Esta playa se llamaba Cucipata , sitio de los


regocijos públicos.
(a) Lacta-Camayui este era el nombre de estos ma
gistrados.
■0*
n4 LOS INCAS.
iiiiu, la añade á su trofeo, y con estas palmas
reunidas, que recoge en su juventud, compone
el dosel del asiento paternal, donde él mismo
ha de dominar un dia sobre su posteridad.
Este asiento es en cada familia como un altar
inviolable ; el gefe es el que únicamente tiene
derecho de sentarse en él, y las palmas de
que se halla coronado recuerdan sus virtudes,
y dicen á sus hijos : Obedeced á quien supo
obedecer ; reverenciad á quien reverenció .á
su padre. Desde que siente la muerte aproxi
marse, se hace colocar expirando bajo de este
venerable trofeo, y da en él su último sus
piro. Luego al momento de sepultarle, sus
hijos descuelgan estas palmas para cubrir con
ellas su sepulcro. La amenaza mas terrible de
un padre á su hijo, es la de decirle : « ¿Qué
« haces, infeliz? si tú eres indigno de mi
< amor, no tendrás palmas sobre tu sepulcro. »
Y esta es la señal y la prenda que viene cada
padre á dar al monarca, padre del pueblo,
de la obediencia, del zelo y del amor de sus
hijos.
Si alguno de ellos ha dejado de llenar es
tos sagrados déberes, le es negada la palma.
El padre suspirando obedece i la ley que le
obliga á acusarle. Una queja sincera y tierna
se le escapa de la boca, con sentimiento suyo ;
y si el asunto es grave, el hijo rebelde es des
LOS INCAS. no
terrado de la casa de su padre. Condenado
durante su destierro á la vergüenza de ser
inútil á la sociedad, no se le admite ni aun
á cultivar la hacienda del Sol, ni los campos
del Inca, ni I05 de las viudas, huerfanos y
enfermos, y hasta el campo mismo que man
tiene á su padre está vedado á sus profanas
manos. Este tiempo de expiacion lo prescribe
la ley. El desdichado joven cuenta sus mo
mentos. Veesele casi siempre extraño para con
sus amigos y su familia ; veesele vagar de con
tinuo al rededor de la mansion paternal ,
cuyos umbrales no se atreve á pisar. Aquel
cuyo destierro concluia con el año, volvia el
mismo dia á la gracia ; los decuriones (i)le
volvian á traer ante el trono del monarca ;
su padre le abrazaba en señal de reconcilia
cion ; al instante se precipitaba en sus brazos
con el mismo ardor que un desdichado que,
habiendo estado hecho mucho tiempo el ju
guete de los vientos y de las tempestades en
el mar, se acoge á la playa donde le arrojan
las olas. Desde entónces era restablecido en
todos los derechos de la inocencia, pues entre
un pueblo tan sabio no se conocía la costum-

(i) Llamabanse Chinea- camajru, esto es , el iIue


tenia que vigilar sobro la conducta de diev jóvenes.
n6 LOS INCAS,
bre de quitar al culpable castigado toda es
peranza de vuelta á la estimacion de los
hombres. Una vez expiada la culpa, no que
daba ninguna señal de ella ; todo, hasta sa
memoria misma, era borrado.
Despues que la clemencia y la severidad
han dado útiles lecciones, el monarca toma
la palabra : Padres, dice, escuchadme : yo soy
padre, y lo soy tambien con vosotros, y vues
tros hijos son los mios, pues que la digni
dad regia no es propiamente otra cosa que
una paternidad pública. Hé aqui el título
mas augusto que el Sol, padre de la natura
leza, ha dado á sus hijos. Yo vengo pues, i
probarosla como el garante de vuestros de
rechos ; pero vengo tambien, como el módelo
de vuestros déberes, á instruiros de ellos, pues
que ellos fundan vuestros derechos, y vues
tros beneficios son sus títulos. La vida es
nn presente del cielo, que es el único que
la dispensa segun su voluntad. Guardaos pues,
de prevaleros de un prodigio operado para
vosotros, y no olvideis jamas en donde co
menzais á merecer el nombre de padre. Este
deber sagrado tiene origen cuando, habiendo
recibido de manos de la naturaleza al recien
nacido de vuestra sangre, y habiendolo puesto
en mados de quien debe criarlo, veíais so
bre la salud del niño y de- la madre, en
LOS INCAS. . ii7
cargados del cuidado de asegurar su reposo
y proveer á sus necesidades. Pero hasta alli
todavia, no haceis por ellos sino lo que ha
cen por sus chiquituelos el buytre, la ser
piente, el tigre, y aun los mas crueles de
todos los animales. Lo que en el hombre dis
tingue y consagra la paternidad, es la educa
cion, el cuidado de sembrar y cultivar en
sus hijos las virtudes que cada padre se ha
recogido por si mismo, juntas con la expe
riencia, única ganancia de la vida ; y la sa
biduria, que es el fruto de ella, y la que
únicamente nos compensa el trabajo de haber
vivido. El formar, desde la mas tierna edad,
por vuestro ejemplo y vuestras lecciones, una
alma virtuosa, un corazon sensible, un ciu
dadano dócil á las leyes , un esposo , un
amigo fiel, un padre reverenciado á su turno,
querido de sus hijos, un hombre en fin , segun
el voto de la naturaleza y de la sociedad :
tales son vuestros déberes, vuestros beneficios
y vuestros títulos, y eso es en lo que úni
camente se fundan vuestros derechos.
Y vosotros, los que sois hijos, acordaos que
la naturaleza no ha prolongado la flaqueza
y la imbecilidad del hombre, sino para li
garle mas estrechamente á aquellos de quie
nes ha recibido el ser ; y hacerle, por la ne
cesidad, un largo y dulce habito de depender
ii» LOS INCAS
de ellos y amarles. Si ella hubiese querido
dispensarle de este tributo de amor y de
gratitud, le hubiera tambien provisto de los
medios de vivir independiente casi, desde el
punto mismo en que hubiese nacido, y des
truirse á si mismo. Su larga infancia está
destituida de fuerza y de inteligencia ; su
flaqueza no tiene por recursos, ni la agilidad,
ni la astucia, ni la finura del instinto. Tal
es el órden de la naturaleza, para obligai
al hijo á amar y reverenciar á sus padres.
Parece que ella ha querido abandonarle á
sus desvelos, para dejarle el merito de ellos ,
y que ella igualmente ha consentido en pa
sar por madrastra, á fin de dar lugar á toda
su ternura, para que se ejerza sobre el niño ,
de forma que, negándole todo, ella suple á
ese mismo todo por el amor paterno. Re
cordaos pues, vuestra infancia, y cuanto os
ha faltado en aquel largo estado de debili
dad para libertaros de las necesidades y de
los peligros que os sitiaban ; acordaos siem
pre, que estos bienes los habeis recibido de
vuestros padres ; que la naturaleza, al expo
neros en medio de los escollos de la vida,
lia reposado sobre su amor paternal , en
cuanto al cuidado de preservaros de ellos.
Pero lo que sobre todo, debeis á su vigilancia
tierna, es el haberos educado bien , que es
LOS INCAS. i i9
uno de los mejores medios para vivir féli
ces ; el : haberos suavizado, domesticado, so
metido á las leyes de la equidad, de la razon
y de la sabiduria. Sin sus desvelos, para con
vosotros, seriais salvages, estúpidos y feroces
como vuestros abuelos. Amad pues á vues
tros padres, porque os han enseñado el uso
del don de la vida, cuyo encanto es la ino
cencia, y el premio su virtud.
A estas palabras, corren de todos los ojos
lágrimas de alegria y de amor.- Los hijos, ar
rodillados delante de sus padres, se enternecen
y dan gracias ; los padres abrazándoles se
aplauden de sus beneficios. El Inca, testigo
de este espectáenlo, siente mas vivamente que
nunca la perdida de su hijo. ¡ Guerra desapia
dada! dijo : sin ti, sin tus furores, yo compar
tiría la alegria y la gloria de estos buenos
padres ; él estaría aqui, y habría recibido de
mi mano la primera palma. ¡ Quien mejor
que él la mereciera ! No pudo detir mas, por
que sus sollozos ahogáron su voz. Permaneció
Algunos instantes mudo, y bañado en lágri
mas : No, dijo, recobrando la palabra, que me
traigan á mi hijo, yo no quiero que sea pri
vado de este último tributo de ' amor y de
alabanza. De lo alto del cielo, él oira la voz
lastimosa de un padre, y me compadecerá
de verme privado de él.
uo LOS INCAS.
Obedccenle y Iracnle al pié de su trono
el lecho funebre en que reposaba el cuerpo
de Zorai. Pueblo, exclamó el monarca, arro
jándose sobre él, ved aqui el módelo de amor
filial, el mas tierno, el mas respetuoso, el mas
amable de los hijos. Si desde su nacimiento
basta su muerte fué siempre mis delicias, mis
mas dulces esperanzas, y todo lo que el alma
de un padre puede experimentar de alegre y
consolador, tal era el premio de mis desvelos,
y el presagio de la felicidasl que os aguardaba
bajo su reynado. Era imposible que tan buen
hijo no fuese buen rey. El gusto del bien, el
amor al orden, el sentimiento de la equidad
eran innatos en su corazon. No estimaba la
gloria sino como á la compañera de la virtud;
detestaba la mentira como á la esclava del
vicio, y adoraba la verdad. Magnánimo sin
fausto, modesto con dignidad, él era sencillo,
y amaba cuanto lo era como él. No vcíu en
au nacimiento sino el destino de consagrar su
vida para- la felicidad de las gentes ; y el dic
tado de hijo del Sol, lejos de envanecerle, le
humillaba sin cesar, haciéndole sentir el peso
de los déberes que imponia. Si alguno de los
jóvenes lucas se muestra mas digno que yo
de regir este imperio augusto, me decia de
continuo, él es quien debe reemplazarte en
el trono, y yo debo cederselo. Juzgad pues,
LOS INCAS. ui
•i hubiera sido capaz de haceros felices. Lo
habriais sido bajo su rey nado, y su padre, aun
mas feliz, hubiera muerto sin inquietud en
los brazos de un tal sucesor. Un dios justo
no ha querido que aquella alma sensible baya
visto los delitos y los estragos de una guerra
demasiado funesta. Mi hijo hubiera regado
con lágrimas este trofeo de mi victoria, este
estandarte que se ha empapado en raudales
de sangre. Él ya no existe. Hemos perdido,
yo el hijo mas digno, y vosotros el mas vir
tuoso principe. Conformémonos, y vamos á
rendirle los tristes honores del sepulcro.
Entonces el monarca, á la frente de su fa
milia y de su pueblo, acompañó el cuerpo de
su hijo hasta el templo, en el cual fué colo
cado sobre un trono, delante de la imagen
del Sol, teniendo á sus piés el estandarte que
le habia costado la vida, y en sus manos la
palma del amor filial.
Cora no asistió al templo. Alonso la buscó
en él, y no habiéndola visto, se asustó sobre
manera.
El monarca, al volver del templo, le llamó
y le dijo : Amigo mio, yo be llenado mis tris
tes déberes. Es tiempo de que, sin olvidar que
soy padre, me ocupe ahora como rey, y que
me ponga en defensa contra ese enemigo ter
rible con que t ií nos has amenazado. Yo pongo
TOMO 2 II
i as LOS INCAS
en ti toda mi confianza. Tu zelo, tu expe
riencia, tu valor, hé aquí en lo que fundo
mis esperanzas. Yo me esmeraré en cumplirlo,
dijo Alonso ; ¡ ojala que la defensa y la salud
de este imperio no debiesen costarte sino mi
sangre! Yo la derramaria gozoso.O amigo mio,
¿ qué es lo que yo he hecho, le dijo el Inca
abrazándole, para haber merecido de ti un
zelo tan noble y tan tierno ?... A estas pala
bras, vienen á decir al rey que el gran sacer
dote del Sol pide hablarle. Alonso se retira,
y va á buscar en el sueño, si es posible, un
alivio á sus penas, y á los presentimientos
terribles que oprimen su corazon.

_
LOS INCAS. ia3

CAPÍTULO XXXIX.
Cora es convencida de haber quebrantado sus votos.
—Su padre va á buscar á Alonso ; instruyele de la
desgracia de su hija , y le dice que evite el suplicio
que le aguarda.

Para una alma abandonada á la tormenta


de las pasiones, el mayor de los males es la
incertidumbre. Combatido sin cesar por la
esperanza y el temor, el valor no tiene ya
cabida en el corazon del hombre, y la reso
lucion misma de ser infeliz no tiene término
en donde fijarse.
Tal fué para el corazon de Alonso aquella
larga y penosa noche. En fin, el sueño por
compasion dejaba caer algunas gotas de su
suave licor sobre sus parpados sobrecarga
dos. Despiertale un ruido, levántase, y al
débil resplandor del crepúsculo de la mañana,
ve aparecerse un viejo venerable, con su frente
cubierta de cabellos blancos, palido y triste
como un espectro, mas conservando en su
dolor un ayre de magestad. Yo soy el padre
de Cora, le dijo ; mi hija es la que me envía
aqui. Yo cumplo su última voluntad. Véte,
i34 LOS INCAS,
infeliz jóven, y déjanos los males que tunos
has causado. Tú has traido el oprobio y la
muerte á una familia inocente. A estas pala
bras el viejo sintió sus rodillas aflojarse y
cayó desfallecido.
Alonso furioso, descolorido, le abraza, le
levanta, y dice : ¿ Qué es lo que yo he hecho ?
habla, ¿de que desgracia soy yo la causa?
—¡ Cruel ! ¿ osas aun preguntarlo ? ¿ quieres
oirlo de la boca de un padre ? Tú nos anun
ciabas virtudes : la bondad, el candor estaba
pintado sobre tu rostro ; tu corazon ocultaba
el crimen y la traicion. Ahora estarás con
tento , cruel. Mi hija, ¡ay! demasiado dé
bil, demasiado sencilla para poder salvarse
de tus artificios, acaba de revelarme el per
jurio y el sacrilegio que ha cometido entre
gándose á ti. Ella no ha podido ocultar que
iba á ser madre, y mañana será pública nues
tra infamia. Si, mañana, ella, su madre, y yo,
sus hermanas y hermanos inocentes, todos
seremos llevados al suplicio... La soledad, la
infamia, una eterna esterilidad señalarán el
lugar en que ha nacida mi hija ; nuestras
cenizas se dispersarán en el ayre, y este ele
mento será nuestra sepultura. Marchate, Cas
tellano, marchate, pues mi hija te lo pide
ansiosamente. La desdichada te ama aun, y,
al confiarme el secreto de su alma, ella me
LOS INCAS. ia5
ha hecho prometerle el guardarlo. Mas teme
que tu dolor te' descubra y te acuse ; y el
único premio que ella pide por su muerte,
es el de que tú no seas testigo de ella.
Miéntras que hablaba el Indio, el remor
dimiento y la desesperacion despedazaban el
corazon de Alonso ; sus ojos clavados en la
tierra, sus cabellos erizados de horror, su in
movilidad estúpida , todo anunciaba un de
lincuente condenado por su juez, por su co
razon mismo. El cae á los' pies del viejo, y
con voz apagada pronuncia apénas estas pa
labras : ¡O padre mio ! tú conoces mi delito ,
¿sabes qué fatalidad me ha llevado á él, á
pesar mio? ¿sabes tú en que momento ter
rible, el susto y el enagenamiento me entre
gáron á tu hija moribunda, y la hiciéron caer
en mis brazos; yo tomo á mi Dios y al tuyo
por testigo de que, en aquel peligro espan
toso, mi única resolucion era la de salvarla.
Nos hemos perdido los dos, y te hemos per
dido á ti mismo. Yo no pretendo aplacar tu
enojo ; hé aqui mi pecho, ve aqui mi espada,
matame, vengate. — ¡Vengarme! ¡qué! ¿ no
sabes tú, dijo el viejo, que la venganza es de
insensatos ; que á la desgracia ella añade el
delito, y que no alivia sino á los malos? Huye
de aqui, pues que tu sangre no puede resca
tar ni i la madre, ni á los hijos. Dejame
Jl*
ia6 LOS INCAS.
al ménos la inocencia, pues que todo lo de-
mas es perdido para mi. Tú te estraviaste, asi
lo creo ; tú no eres ni malvado ni alevoso;
pero, aun cuando le fueses, en el cielo tenemos
un Dios para juzgar y castigar.
¡Alma celestial! exclamó Alonso, tú me
confundes. ¡Y el oprobio, la muerte, y el úl
timo suplicio serian el premio de tus virtu
des! ¡Y tu hija tan virtuosa, no menos ino
cente que tú!.... No, no moriréis. No me
desprecies tanto para creer que quiera ocul
tarme y huir cobardemente. Yo compareceré,
yo lo confesaré todo, y tomaré vuestra de
fensa ; yo os sacaré del abismo en que os
habeis precipitado, ó yo mismo pereceré en
él. Pero, para efectuar mis intentos, comienzo
por alejarte de este pais con tu muger y
tus hijos.
¿Conoces tú, le dijo el viejo, algun asilo
contra las leyes y los remordimientos que
acompañarian el perjurio? Yo he prometido
al Sol el permanecer sumiso á sus leyes. Mi
palabra, mi fé,son para mí unos vínculos mas
fuertes que me pudieran serlo tus cadenas.
Un Inca no conoce otros, y yo moriré sin
quebrantarlos. Tú , que no estás obligado
por estas leyes temibles, véte al instante ; da
á mi hija el consuelo de saber que estás salvo
de todo peligro. Evitala el horror de tu su
LOS INCAS. i*7
plicio. — Anda, dijo Alonso, penetrado de
respeto, de dolor y de reconocimiento, vé á
jurarla que nunca la abandonará su amante.
Si, yo soy esposo y padre, y no hay inconve
nientes que no venza un espíritu animado por
el amor y la naturaleza. — A estas palabras
abrazó al respetable viejo, y le dijo : Padre
mio, abrazame, ó atraviesame el corazon. Yo
no puedo sufrir que me aborrezcas. El viejo,
entonces, cat en sus brazos, le abraza, le com
padece, le perdona, y torrentes de lágrimas
se confunden en su despedida.
Entretanto esparcese la noticia de que el
asilo de las vírgenes ha sido profanado ; que
una de ellas ha quebrantado sus votos ; que
lleva consigo el fruto de un amor sacrilego ;
y que el Sol, irritado por este perjurio abo
minable, pide su expiacion. Un crimen, inau
dito hasta entónces, llena de horror todos los
espíritus. Las desgracias que le han anun
ciado, y de que tal vez es la causa ; el fuego
de la guerra civil encendido entre los dos
hermanos ; toda la sangre que ella ha hecho
derramar inclusa la del hijo de Ataliba, el
heredero del trono arrebatado á sus pueblos
por una muerte funesta, todo este inmenso
cumulo de desgracias y de calamidades se repre
senta como señal de la ira del Sol, confirmada
á mayor abundamiento por su eclipse. Te
ia8 LOS INCAS.
mese aun que un dios zeloso no este todavia
apaciguado, y que se vengue sobre un pueblo
entero de la injuria hecha í su gloria. ¡ O su
persticion .' El pueblo mas dulce y mas hu
mano del universo, clamaba venganza en
nombre de un dios, cuya clemencia adoraba ;
y ese mismo pueblo no se tranquilizó hasta
que supo que el pontífice habia denunciado
la delincuente al tribunal supremo ; que ya
te abria su sepultura y preparabala hoguera.
LOS INCAS. iag

CAPÍTULO XL.

Cora comparece ante su juez. — Alonso se acusa i si


mismo, la defiende, y consigue su absolucion.

Cubriase el Sol en aquel dia de tristes nu


bes, y aquel luto sombrío de la naturaleza
añadia al espanto en que se hallaban todos
los corazones. Presentóse el rey, segun cos
tumbre, bajo el pórtico de su palacio. Una
multitud trémula rodeaba al trono ; y por
medio de los grupos del pueblo reunido,
el pontífice, los sacerdotes, los ministros de
las leyes, haciéndose abrir el paso, condujé
ron ante el Inca la jóven sacerdotisa. Su pa
dre lleno de desconsuelo, su madre palida
y desfalleciente, dos hermanas mas jóvenes
y tan hermosas como ella, y tres hermanos
en fin, que eran la esperanza de una augusta
familia, victimas de la misma ley, venian to
dos á ofrecerse al suplicio.
Cora, á quien era preciso sostener, porque
se hallaba sumamente débil y trémula, des
mayóse al comparecer ante su juez ; reani-
manla é interroganla. Ella responde con can
dor : En aquella noche horrorosa, dijo, en
,3o LOS INCAS
que el volcan amenazaba sepultar aquellos
muros, el susto me precipitó en los brazos de
un libertador. Hé aquí mi desgracia y mi de
lito. Hijo del Sol, si es posible suavizar la
pena, oye á la naturaleza, que reclama con
tra la ley. Yo no imploro tu clemencia para
mí : sé que es preciso que muera, pero mira
á un padre, una madre, hermanas y hermanos
inocentes ; por ellos solos pido yo la gracia.
El padre, entonces, tomó la palabra : Inca,
dijo, en un momento de enagenamiento y de
terror, mi hija fué débil, imprudente y frágil:
el Dios que Ice en los corazones es quien debe
juzgarla ; mas yo soy quien debo aecusar al
autor de su perdida. Este primer culpable soy
yo. Mi piedad ciega destinó á mi hija al culto
de los altares, y la he ofrecido en ellos en
. holocausto. Al momento del sacrificio, yo oi
gemir su corazon , y el mio, religiosamente
cruel, se empedernió. Como padre desnatu
ralizado, vi sus lágrimas ; vila precipitarse en
el seno de su madre, buscar en él un asilo
contra la violencia del poder paterno ; y yo,
sin lástima, sin remordimientos, ¡ ay ! consumé
el parricidio. Su delito primero fué el de obe
decerme ; perdiéronla su respeto y su amor
por mi. Yo soy el verdugo de mi hija ; yo soy
quien la arrastro al suplicio.
Pronunciando estas palabras, el viejo abra

X
LOS INCAS. i3i
zaba á su hija, sus sollozos ahogaban su voz,
su corazon se despedazaba de dolor ; las
lágrimas de sangre que manaban de sus ojos
inundaban el seno de Cora, y los corazones
de todos los circunstantes estaban despeda
zados del sentimiento.
El monarca, enternecido él mismo, mas
obligado por la ley á usar de rigor, prosigue,
y ordena á Cora que declare su raptor y su
cómplice.
Estremecióse Cora, y su silencio fué su pri
mera respuesta ; mas las instancias de su juez
la obligáron al fin á pronunciar estas pala
bras : Hijo del Sol, ¿ serás tú mas violento y
mas cruel que la ley misma ? La ley me con
dena á muerte, y yo arrastro conmigo á mi
familia. ¿No es esto bastante? ¿Te es aun
necesario un nuevo homicidio? ¿ Quieres que
llevando á la sepultura el fruto de mi funesto
amor, acuse todavia al que le (lió la vida?
¿ quieres ver mis entrañas despedazarse de
horror, y mi hijo, espantado, arrancarse del
vientre que le tiene?
Estas palabras hiciéron en el alma de Ata-
liha la impresion mas vehemente, y, llorando,
mandaba al depositario de las leyes que pro
nunciase la terrible sentencia, cuando se vió
á Alonso que, atravesando el tropel, se pros
terna á los pies del monarca, y exclama : Yo
i3a LOS INCAS,
soy el delincuente, Cora es inocente. No cas
tigues sino á su raptor. A estas palabras, que
animaba la desesperacion, se enterneció el rey,
y el pueblo, asombrado, permaneció inmóvil.
Cora, trémula y toda enagenada, dijo : ¡Ay! .
con que aun muriendo yo, ¡no habré podido
salvarte !
No, repitió Alonso, ella no es culpable ;
yo l,a saqué moribunda, y su alma despavo
rida no pudo ni consentir, ni resistir á su
desgracia.
El Inca quiso salvar á Alonso. Extrangcro,
le dijo, nuestro culto no es el tuyo ; tú no co
noces nuestras leyes ; y lo que es para nos
otros un delito, no es para tí sino un error,
una culpa leve, que yo no tengo el derecho
de castigar. Véte pues. Nuestras leyes no obli
gan sino á mis subditos y á mí mismo. Tú
fuiste imprudente, pero no eres criminal, á
ménos que hayas usado de violencia ; y en
tal caso, Cora sola tiene el derecho de acu
sarte.—No,no, dijo ella, un encanto tan dulce
como invencible me ha entregado á él. Cesa,
Alonso, cesa de imputarte mi delito ; pues tú
me haces con eso que muera muchas veces.
— Lejos de acusarte, dijo el rey á Alonso, ya
ves que ella te declara inocente.—¿Puedo yo
serlo, respondió Alonso, despues de haberla
escarriado de su virtud, despues que yo mismo

-
LOS INCAS. i3S
he cavado su sepulcro, ese mismo sepulcro
donde vais á hacerla bajar viva ? ¡ O cumulo de
horror ! El se abre ya, si, ese sepulcro espan
toso se abre delante de mis ojos, ¡ y yo seré
inocente!... Yo veo ya encenderse la pira en
<jue su padre, su madre, todos los suyos van
á perecer , ¡y yo, autor de tantos males,
yo soy inocente! ¡ O justo cielo! Inca, tu amis
tad por mi te ha puesto una venda sobre los
ojos que te encubre mi delito. Mas justo que
tú, yo me acuso á mi mismo. Perdonadme,
victimas infélices de un amor insensato, per
donadme. Yo no tendré, al ménos, ni la ver
güenza, ni el dolor de sobreviviros ; y si se os
arrastra á la muerte, yo la encontraré ántes
que vosotros, y en esa misma pira yo me ar
rojaré el primero álas llamas; y en ellas este
acero, que debia defender á un pueblo vir
tuoso, y á un rey á quien no soy digno de
llamar mi amigo, me atravesará el corazon.
Yo no pido, al morir, sino la gracia de ser oido.
Yo no soy ni ingrato ni alevoso, prosiguió
con entereza. Recibido en la corte del Inca,
honrado de su confianza, colmado de sus bene
ficios, jamas tuve el iniquo designio de abusar
de la hospitalidad. Yo soy joven, fogoso, sensi
ble en demasia. ¡ Ah ! vi á Cora ; mi corazon
se inflamé al instante, pero yo he respetado
su asilo. No fué sino en el momento espan-
tomo a ia
los neis.
cruento que
nía, responde A
ne en can un
Leas desollados tea \m -ña
\ ! Tigre, ¡ tú lio™'. ittal
lo que te aflige? Ye i
I que se ha hecho
le tus padres... Cuiilifli ú
lazares y templos anegad» cala i
| los ancianos, delasMgeres j ie
aira sus muros dinihtoi, tm c
rnwertidas en sepulcros ; t te
>orar tu hijo.
\terribles palabras ahogan* ni) «_
Ataliba el sentimiento ie m
: tomó el rey el logar ¿d
'ba á sus tenientes, é
I ojos. Su silencio fné h mi ni «y
acababa de oir. Con que et venbd,
por un ciego furor se rae ha ^—^r
fele ála tierra. Esto era lo mefitaW
I males. Entonces, reclinándose sebe ■
I y apartando sns ojos para Hwa
I .ermancce melancólico, j
I or largos sollozos.
I ta el instante en que tu hijo pereda.
I j Palmorecon tristeza, yo pode eiertá
Hndo sobre tus pueblos; mas desdeñe
léron caer, su dolor transformad
,34 LOS INCAS,
toso en que la montaña, bramando, arrojaba
un diluvio de fuego, en que el cielo abra
cado, en que la tierra trémula no ofrecia por
todas partes, sino los horrores de mil muertes
inevitables ; no fué, digo, sino en aquel mo
mento cuando, pasando por entre ruinas de
los muros de aquel recinto sagrado, busqué,
agarré y saqué de él 4 Cora.
Ella os dice que cedió ; ¿y quien no hubiera
cedido como ella? ¿Por ventura, una ley será
cápaz de sufocaren nosotros los sentimientos
de la naturaleza, para vencer sus movimien
tos ? ¡ Vosotros exlgis de la juventud la frial
dad de un edad avanzada ! ¡ exigís de la
flaqueza el triunfo de la virtud! ¡Ah, la su
persticion es la que os manda, en el nombre
de Dios, que seais crueles! ¿La creeis? ¿ ol
vidais que el Dios que adorais es á vuestros
ojos la bondad misma? ¡Qué, el Sol, fuente
de fecundidad, por quien todo se reproduce,
haria un crimen del amor, cuando el mismo
amor no es sino una emanacion de ese astro
que os anima! Ese fuego esparcido en el seno
de los métales y las plantas, en las venas de
los animales, y sobre todo en el corazon del
hombre, ese es el que adorais en su inago
table fuente. Vosotros condenais su influen
cia, j porque una virgen inocente, débil,
temerosa, ha cedido á los impulsos mas na
LOS INCAS. i 35
turales y mas dulces de un corazon que la ha
dado el cielo, su padre, su madre, sus hermanos
y hermanas, todos van á ser condenados á pe
recer con ella en medio de los tormentos !
No, pueblo virtuoso, jo pongo por testigo á
mi Dios y al vuestro, de quien el Sol es su
imágen, que estos horrores no pueden agra
darle, y- la ley que os lo manda, no puede
emanar de él de ningun modo. Ella es la
hechura de los hombres ; ella os viene de
algun rey zeloso, soberbio y tirano, que atri
buia á su dios un corazon como el suyo.
Se os ha dicho que el Sol hacia un de
lito á su sacerdotisa de ser madre ; que para
expiar este delito eran menester los supli
cios mas horribles : y porque se os ha dicho
esta absurdidad, ¡habeis tenido la scdcíIIcz
de creerlo ! ¡ Ah ! del mismo modo se en
gañó i vuestros abuelos, diciéndoles que sus
dioses la serpiente , el buytre, el tigre, exi
gian que una madre derramase sobre sus al
tares la sangre del inocente á quien ella
criaba ; y la madre piadosamente crédula,
como ahora lo sois vosotros, inmolaba á su
hijo. Vosotros habeis abolido ese mismo culto;
y el vuestro no ménos bárbaro que aquel,
es todavia mas insensato. —
Entonces, con el tono de un hombre ins
pirado por un dios, y como si este dios hubiese
i36 LOS INCAS,
hablado por su boca, dijo : Rey, pueblo, apren
ded á discernir, por señales infalibles, la ver
dad que viene del cielo, y el error que es hijo
de los hombres. Echad los ojos sobre la na
turaleza ; contemplad su órden y su designio,
y entónces conoceréis que sea cual fuese el
dios que preside á este órden inmutable, es
tablecido por él mismo, él ha conformado
sus leyes á él mismo. ¿ Y que importa al ór
den eterno, el voto que imprudentemente ha
hecho esa jóven débil y mortal, de secarse
como una planta fresca en la languidez de
la esterilidad ? ¿ Es eso lo que al formarla
le recomendóla naturaleza? Ved, dijo,asiendo
los velos de Cora, y despedazándoles con una
audacia imponente, ved este pecho : contem
plad la señal patente de los designios de
Dios sobre ella! En estas dos fuentes de la
vida reconoced el derecho, el deber sagrado
de ser madre. Asi es como habló y se ex
plicó aquel Dios, que nunca hizo cosa alguna
en vano.
Durante este discurso de Alonso, un mor
mullo confuso anunciaba entre la multitud la
revolucion que se operaba en los ánimos, y el
monarca aprovechó del instante de 'decidir
para siempre. Tiene razon, grita, y la razon
comanda á la ley misma. No, pueblo, yo debo
confesarlo ; esa ley cruel no viene del sabio

\
LOS INCAS. . i37
Manco : no fuéron sino sus sucesores los que
la hiciéron ; ellos creyéron agradar á su dios ;
pero se engañáron. El error cesa, y la verdad
recobra sus derechos. Demos gracias al extran-
gero que nos desengaña, nos ilustra y nos hace
revocar una ley inhumana. Yo ordeno que
las sacerdotisas del Sol no tengan, de aquí
adelante, otro vinculo que el de un zelo puro
y libre ; y que aquella que se arrepienta de
sus votos, sea en el instante mismo absuelta de
ellos. Un dios justo no puede querer que se
le sirva por fuerza, y sus altares no están
hechos para ser rodeados de esclavos.
Asi hablaba este príncipe, con el doble gozo
de destruir un abuso funesto, y conservar un
amigo. El anciano padre de Cora se prosterna
con sus hijos á las plantas del monarca ; todo
el pueblo, levantando las manos al cielo, dá
gritos de alegría : Alonso, triunfante, se echa
á los pies de su amante ; pero ella desmayada
en los brazos de su madre, obscurecidos sus
ojos no perciben á Alonso. Viéndole compro
meterse por salvarla, el enternecimiento, la
turbacion y el espanto la habian sobrecogido.
Yerta, trémula y casi exánime, cayó sobre el
seno de su madre, quien creyendo abrazarla
por última vez, no habia tenido la crueldad
de animarla. Fué el grito de la naturaleza el
que del regazo de los padres y de las madres,
i38 LOS INCAS,
de lodo un pueblo enternecido, se levantó
á los cielos, y el que reanimó sus sentidos.
Ella vuelve en sí del sueño de la muerte ;
respira, abre sus ojos, y se ve en los brazos de
Alonso, que enagenado la dice abrazándola:
Vive, amada mia ; vive ; tú eres mia , abolióse
la ley fatal. — ¿Qué dices? ¿qué haces infe
liz? véte y dejame morir. — No, tú vivirás,
repitió Alonso. La naturaleza y el amor triun
fan ahora : los santos nombres de padre y de
madre no son ya un delito para nosotros. A
estas palabras, Cora, en el exceso de la sor
presa y de la alegría, suspira, estrecha en sus
brazos su amante y su salvador ; y demasiado
débil para sostener una revolucion tan vio
lenta y tan repentina, desmayóse una se
gunda vez.
Miéntras que Alonso la reanima, el pueblo
se apresura á porfía para verles y regocijarse
con ellos. Un padre y una madre atónitos, sus
hijos, que aun tiemblan; Cora, que en los bra
zos de Alonso, recobra con trabajo el uso de
la vida y del sentimiento ; la turbacion, el
espanto, la ternura de este amante, que aun
cree verla expirar; el jubilo y el enagena-
miento del pueblo que les rodea, forman un
espectáculo tan tierno, que el rey, los Incas,
los héroes Mejicanos, no pueden contener sus
lágrimas. Air.aztii, sobre todo, y su fiel Te
LOS INCAS. s3g
lasco, están sumamente contentos.—¡ Ay !Te-
lasco, decía esta doncella hechicera : ¡cuan fe
lices van á ser estos dos amantes ! Ellos pasan
como nosotros de la mayor desdicha á la fe
licidad suprema. ¡Como se van á querer:
— Como nosotros, la dijo Telasco. El cielo
Íes ha dotado de dos corazones semejantes á
los nuestros.
Retirada la multitud, y el monarca con los
Incas vuelto á su palacio, son llamados Cora
y su amante, y el sacerdote les habla así :
Cora es libre. Un dios que es todo amor, no
quiere ni puede exigir nada por fuerza ; y án
tes de bajar al sepulcro, tengo la alegría de
ver borrar de su código sagrado una ley cruel
que no era digna de él. Pero, sabed que ante
el, la santidad del himenéo es inviolable.
El quiere que i su presencia el don de una
fé mutua consagre sus vínculos. — ¡Ah! el
ciclo y la tierra son testigos, exclamó Alonso,
de que soy el esposo de Cora ; de que ella es
la mitad de mí mismo, de que ella ha reci
bido mi fé, que mis días son suyos, y que mi
deber mas sagrado es el de merecer su amor.
Solo pido, sabios y virtuosos Incas, que vea
mos ahora, de vuestro culto 6 del de mi patria,
cual es el mas digno del dios á quien debe
adorar el universo. Yo espero que pronto no
tendrémos sino un mismo altar ; y á los pies
i 4o LOS INCAS,
de él, delante del ser supremo, será donde la
religion habrá de santifica! los votos de la
naturaleza y del amor.
LOS INCAS. i4i

CAPÍTULO XLI.
Viage de Piíarro á España. — Su llegada i Sevilla ,
donde vio celebrar un Auto de/é.

La supersticion (i), que por toda la tierra


Va arrastrando sus cadenas sagradas con las
cuales ella esclaviza las naciones, brama de
rabia viendo abolir la sola ley que ella habia
dictado á los adoradores del Sol. .Mas, para
consolarse, echó sus miradas sobre la Europa,
en que dominaba aun ; echólas sobre la Es
paña, en donde habia colocado la silla horri
ble de su imperio. Preparabase allí su triunfo;
ibase á celebrar su fiesta abominable, en esto
que el bagel de Pizarro, babien do pasado los
anchos mares, entró en aquel golfo famoso(a)
por donde el Océano se ha abierto un paso
hasta la riberas de Egipto y de la Escitia.

(i) El fanatismo es el frenesí del zelo. La supersti


cion es el delirio de la piedad. Aquel es la enfermedad
de los espíritus violentos ; j esta es la peste de las
almas pusilanimes. Ambos ultrajan la religion : el
uno por sus furores, y la otra por el medio <jue in
funde.
(a; £1 golfo de Cadia.
-4a LOS INCAS.
Ocupado aquel grande hombre de la im
portancia de sus designios, meditaba profun
damente sus espantosas dificultades. Una de
ellas era la de su fortuna ; el poco oro que
habia recogido en su primera correria se habia
perdido y disipado en manos de sus compa
ñeros. Su empresa, que habia pasado por in
sensata, no tenia ya partidario alguno. Estaba
perdida la confianza, y los auxilios dependian
de ella. Para reanimarla, era necesario el fa
vor del príncipe. Pero, ¡qué horror no debian
causar á la corte de España los estragos, las
crueldades que se ejercian en América ! Aquel
los foragidos, azote de la India, ¿no habian
de ser mirados con horror en su patria, asom
brada de los excesos que ellos habian come
tido? Un rey jóven, sobre todo, á quien la
avaricia no habia corrompido aun, debia de
testarlos, y, en la opinion que tenia de aquellos
fieros corazones, iba á confundir á cualquiera
que solicitase el derecho de imitar su ejemplo,
y de hacer su reyno odioso i los pueblos de
uno y otro emisferio. El grito lastimoso de la
naturaleza, el de la religion, el de sus minis
tros fulminantes, y lanzando anatemas contra
los profanadores> que la hacian cómplice de
sus sacrilegos furores, eso era lo que Pizarro
revolvia en su pensamiento, cuando un viento
favorable, trayéndole hácia las riberas de la
tOS INCAS. i41
fértil Andalucia, le hizo entrar en el puerto
de Palos, de donde partió el intrepido Colon,
cuando sobre la fé de un piloto instruido
por las borrascas, fué á descubrir aquel nuevo
mundo infeliz.
Pizarro, en cuanto saltó en tierra, cuidó
de enviar á Trugillo, lugar de su nacimiento,
la noticia de su regreso ; y al instante se fué
á Sevilla, donde tenia el jóven rey su corte.
Las costumbres y el genio de este eran des
conocidos á Pizarro; de forma que todo le
pareció mudado en su lamentable patria.
El primer objeto de su sorpresa fué la so
ledad de las ciudades y el abandono delos
campos, donde parecia que el contagio había
ejercido sus estragos. ¡Qué,, deciase á si mismo,
por arrojarse á los desiertos del nuevo mundo,
se han dejado unas campiñas tan fértiles y
afortunadas ! No se asombró ménos al ver la
reserva austera y la gravedad misteriosa y
taciturna de un pueblo, en otro tiempo bril
lante, ingenioso , lleno de candor y de
franqueza, noble , hasta en sus placeres, y
magnifico en sus fiestas. La tristeza y el aba
timiento estaban pintados en todos los ros
tros ; la desconfianza se mostraba á los ojos,
y el temor habia sobrecogido todos los cora
zones. Apénas llegó á Sevilla, quiere recor
rerla, y véla en el silencio y el luto. Hallase
.44 LOS INCAS,
en medio de una plaza pública, lugar Tasto
y decorado con magnificencia por los templos
y los alcazares que la rodean. En el centro,
estaba una grande hoguera, y no lejos de ella,
un solio resplandeciente de purpura y de oro.
Al ver aquel aparato, se detiene, y pronto
ye llegar un pueblo numeroso sin tumulto,
y guardando un profundo silencio tal cual
le infunde el terror. Pregunta á los que le
rodeaban, ¿cual es el sacrilegio, cual es el par
ricidio que va á castigarse con tanta solem
nidad, y si el rey presidiría al suplicio de los
delincuentes, como lo anunciaba la pompa
de aquel solio ? mas nadie le responde. Seas
quien fueres,dijole en fin un viejo á quien pre
guntaba, 6 deja de tendernos un lazo, ó, si
eres hombre de buena fé, mira, oye, y tiembla
como nosotros.
Pronto Pizarro vé presentarse el seguito
espantoso de los jueces y vengadores de la
fé. Véles subir y sentarse sobre aquel solio
terrible. La serenidad estaba pintada en sus
semblantes, y la alegría brillaba en sus ojos.
Adelantarse las victimas ; enciéndese la ho
guera, y una multitud de infélices, palidos,
trémulos, agobiados bajo el peso de sus ca
denas, vienen á escuchar la sentencia que
les condena á ser quemados vivos : sentencia
que es pronunciada con el tono afectuoso y
LOS INCAS. i45
tierno de la caridad que socorre, y de la bon
dad que perdona.
El joven rey habia pedido que, 4 lo mé
nos en aquel momento terrible, en presencia
del pueblo, cuando oyesen su sentencia, les
fuese permitido el hablar, el defenderse y
quejarse ; débil dulcificante que queria poner
á los rigores de aquel tribunal, pero que ha
biendo disgustado á los jueces, fué tratado de
escándalo, y no tuvo lugar sino una vez.
En el número de los miserables hallabase
un viejo á quien habian sorprehendido obser
vando las prácticas del judaismo. Las seduc
ciones, las amenazas se lo habian hecho* ab
jurar en el tiempo de su débil juventud.
Imbuido de la fé de sus padres, el sentimiento
de haberla dejado vino á perturbarle, y volvió
á adherirse á ello, y en el silencio y el temor
dirigia al cielo los votos de la antigua Sion. Su
delito era conocido : ni aun al contemplar la
hoguera se habia dignado desaprobarlo ;
él marchaba al suplicio como una victima
al altar. Mas, cuando oyó que todos sus bie
nes eran robados á sus hijos, y entregados á
sus crueles y avaros jueces, le abandonó su
constancia : ¡ O crueles ¡ dijo, asi devorais
vuestra presa. Yo merecí la muerte cuando
vendi mi alma, cuando desdige de palabra
lo que adoraba en mi corazon; pero, ¿qué
TOMO a l3
i 46 LOS INCAS,
han hecho mis hijos para ser despojados de
los pocos bienes que yo les dejo ? Ellos han
llegado desde la cuna el yugo de vuestra
ley nueva, yo os los he entregado. ¡Ah!
hipócritas', todo me lo quitais ; y para ali
mentar á mis hijos solo dejais á su infeliz
madre un pan amasado con mi sangre y em
papado cpn sus lágrimas.
Y q té, respondele, con un ayre sereno el
gefe del tribunal terrible, ¿no sabes tú que
Dios persigue en los hijos la iniquidad de los
padres ? ¿ que el despojo de los criminales de
lesa magestad divina pertenece á los minis
tros de las celestiales venganzas, como las en
trañas de las victimas pertenecian á los sa-
crificadores ? ¿ que el esclavo no tiene nada
que no sea de su dueño? ¿y que en fin tus
iguales han nacido esclavos entre los cristia
nos? Si ellos se apoderan de unos bienes que
no eran tuyos, es para hacer con ellos un
digno uso ; ¿ y qué mejor uso puede hacerse
de los bienes de los infieles, que el de servir
de recompensa á los defensores de la ley ? Si
cada cual vive de su trabajo, el que persigue
el error, ¿será privado de su salario? ¿y no
es muy justo que una raza funesta pague al
morir el cuidado penoso y saludable que se
toma en exterminarla ?
Hombres sin pudor y sin fe, gritó el viejo,
LOS INCAS. • i47
la fuerza os sostiene, y vuestra hipocresía abusa
insolentemente de la potestad de oprimirnos.
Pero temblad que el cielo se canse... No le
permitiéron acabar, y arrojáronlá las llamas.
Despues de él se presenta un joven sencillo
y tímido, nacido entre los cristianos, criado
en su creencia, y no teniendo idea alguna
de los errores que le atribuían. Él amaba á
una doncella tan sencilla como él, tan pia
dosa y tan dócil, y de quien era amado : un
rival furioso le habia acusado de heregía, y
este embustero habia tenido por complice un
confidente digno de él. En los calabozos, en
los tormentos, el desventurado jóven habia
tomado mil veces el cielo y la tierra par
testigos de su fé y de su inocencia ; pero no
se le habia escuchado. Al comparecer delante
de los jueces, y á la vista de la hoguera, re
dobló sus quejas y alaridos. Ministros del
Dios á quien yo adoro, dijo el desventurado,
y tú, pueblo sensible, yo protesto al morir que
he vivido fiel á la religion de mis padres. Yo
creo en todo lo que nuestros pastores me han
enseñado desde mi niñez. Dígáseme en que
error lié podido caer involuntariamente ; sea
cual fuere, yo lo abjuro y abomino. ¿Qué
quereis mas ? — Queremos, dijo el inquisidor,
que tú mismo confieses tu impiedad. — Yo no
la couozco. Manifestadme mis acusadores,
t48 LOS INCAS,
que se presenten, y me confundan á vuestra
vista. — No, dijéronle : el interes de la fé no
permite que se descubra á los que velan en
su defensa, y que nos denuncian el error. ¿No
has declarado tú mismo que no tenias ene
migos? —¡Ay! no : yo no aborrezco a nadie ;
ignoro quien pueda tenerme odio. — Pues
bien, no es el odio, sino el zelo quien te acusa,
y el zelo es digno de fé. — O padre mio, dijo
el joven á un religioso que le exhortaba á la
muerte, yo amo la vida y este suplicio me
estremece. Decidme que confesion se aguarda
que yo haga , y por inocente que sea, con
sentiré en calumniarme. —¡Yo! enseñarte la
mentira, dijole aquel hombre piadosamente
cruel. No lo permita Dios. No, hijo mio, es
preciso que mueras mártir ántes que usar de
soberbia para con tus jueces. Despues de todo,
no te lisongees que esta tarda confesion pueda
salvarte. Ya no es tiempo. Miéntras estabas
en la prision, era cuando debias reconocerte
culpable ; mas al acercarte al suplicio, ya no
puede mirarse tu confesion como señal de un
verdadero arrepentimiento, sino como dictada
por el temor ; y así note se escucha. —Entón
ces fué cuando el jóven, abandonándose á su
dolor, y derramando torrentes de lágrimas, las
hizo correr de todos los ojos. ¡ O Dios ! ex
clamó, me anunciaban tu religion como pura
LOS INCAS. i49
y santa, y como el apoyo de la inocencia ; y
tus ministros.... En esto le interrumpiéron y
le precipitáron en la hoguera.
Miéntras que un torbellino de fuego le en
volvia vivo, y que sus gritos despedazaban
todos los corazones, un moro casi de la misma
edad, pero mas firme y animoso, fué conde
nado como blasfemador por haber murmu
rado contra el fanátismo del odioso tribunal.
Pronunciáronle la sentencia exhortándole á
declarar, á la faz de Dios y de los hombres,
quien podia haberle sublevado contra los
vengadores de la fé. Pueblo, exclamó con in
dignacion, ¿ sabeis á quien se quiere que yo
acuse? A mi padre. Miéntras me estaban ator
mentando, me nombráron á ese complice de
quien querian que yo fuese el delator. A
él es á quien quieren que yo arrastré al su
plicio. Me prometian usar conmigo de indul
gencia si fuese yo bastante vil y desnaturali
zado para vituperar y calumniar á quien me
dió el ser. Pero, ¡ ah ! lejos de acusarle y vi
lipendiarle, yo juro por el cielo que ese an
ciano es inocente. £l gime como vos, pero en
el fondo de su alma, y á ménos que las lá
grimas no ofendan á los tiranos, él jamas les
ofendió. Mas fogoso, yo he hablado, he de
testado altamente esta abominable tirania.
He preguntado, en nombre del cielo, ¿ por qué
ido LOS INCAS,
odio á la verdad, por qué horror á la ino
cencia, se niega al acusado el derecho natural
y sacrosanto de una defensa legitima? ¿Por
que se cuenta al delator en el número dá los
testigos, dispensándole de comparecer, y ha
ciendo que diriga sus golpes como un vil
asesino, á la sombra, y bajo el manto de los
mismos jueces? Este modo infernal de en
juiciar, ese aparato de iniquidad, esos grillos,
esos calabozos, esas tinieblas, ese silencio hor
rible, y todos los lazos del artificio y de la
mentira, para sorprehender ó amedrentará un
infeliz, abandonado á la calumnia y al dolo.
Veil aquí lo que me ha exaltado. Yo he di
cho todo eso ; y mi franqueza les ha herido.
Ellos me castigan por ella ; pero un dia ven
drá en que esos impostores serán descubiertos;
se les quitará la mascara, y sus crímenes re
caerán sobre ellos, como un diluvio, con las
venganzas del cielo.
A estas palabras, deshaciéndose de los bra
zos del que le acompañaba : Dejame, dijo, yo
no reconozco al Dios que adoran mis verdu
gos. O Dios justo, Dios clemente, padre de
todos los hombres, exclamó, recibe mi alma ;
y él mismo arrastrando sus cadenas, se arrojó
á la hoguera.
Despues de él vunia una multitud de jóve
nes de ambos sexos, que habian sido criados
LOS INCAS. i5'
sigilosamente en la ley mahometana, y en
tregados, por este delito, á los inquisidores
de la fé. Habiáseles prometido que se les li
braria del suplicio si se hadan cristianos. Dé
biles, tímidos y crédulos, habian consentido
en ello, y, á pesar de eso, fuéron condenados
al fuego. Ellos reclamáron la promesa sobre
la fé de la cual habian abjurado el maho
metismo.—Cumpliráse, les respondiéron, pero
será en el otro mundo. Allí se os libertará
del suplicio ¡ pero de otro suplicio, en com
paracion del cual este de ahora no es nada.
Hijos mios, no penseis sino en morir fieles ; ,
y considerándoos félices de no tener que su
frir sino una expiacion pasagera, resignaos sin
murmurar. Fuéron inútiles sus lágrimas, y
desde el medio de las llamas, á que fuéron
arrojados, sus brazos se extendiéron en vano
para pedir gracia : en un momento fueron
todos consumidos.
Pizarro que, colocado lejos del tribunal,
no habia oido sino alaridos, viendo todas
aquellas victimas amontonadas sobre la ho.
güera y devoradas por las llamas, miéntras
que el ayre resonaba con sagrados cántico!
de alegria, y piadosos fanáticos, levantando
sus manos al cielo, le ofrecian por incienso
el humo del sacrificio, llenóse de terror y
de compasion, y se decia en sí mismo : ¿Ha
i5a LOS INCAS,
mudado la España de culto ? ¿Ln han traido
de la India los dioses que adoraban los sal-
vages, y á quienes alimentan con su sangre ?
Viendo el gentío disiparse pensativo y cons
ternando, imitóle él mismo, y de vuelta á su
casa bailó en ella á uno de sus hermanos
que acababa tle llegar á Sevilla, ansioso de
verle y abrazarle.
LOS INCAS. i53

CAPÍTULO XLII.
Gonzalo, hermano de Pizarro , viene á verle á Sevilla.
—Sn conversación. — Pizarro es presentado al em
perador, de quien consigue el gobierno de los paí
ses que va á conquistar. — Vuélvese á America.

Despues de los primeros movimientos de


la ternura y de la alegria, habiéndose ase
gurado Pizarro que ningun testigo podia oir
su conversacion, ni perturbarle en ella, co
menzó por hacer á Gonzalo la relacion de
sus aventuras. Exponele despues el objeto de
su viage, y acaba por preguntarle que extraña
revolucion se había operado desde su au
sencia, en el genio, en las costumbres y en
el culto de su patria, y cual es esa horrible
fiesta de que acababa de ser testigo.
Demasiado jóven cuando dejaste estos pai
ses, le dijo Gonzalo, no podias ver prepararse
estos acontecimientos ; pero, hoy que la for
tuna depende de ellos, yo debo pasarlos i
tu conocimiento. Escucha, hermano mio, y
estremecete.
Nuestros vencedores, los Moros, se habian
derramado por la España ; habian traido á
i 54 LOS INCAS,
ella las artes, la agricultura y el comercio,
é ilustrando los ánimos habian consiguien
temente suavizado las costumbres. La pros
peridad, la grandeza, la opulencia de este
reyno, cultivado, enriquecido, decorado por
sus manos, merecia que se olvidase su invasion
y sus estragos. Vencidos y sometidos á su
turno, ellos no pedian sino que se les dejase
gozar de una legitima libertad, esto es, vivir
subditos de nuestros reyes, conservando el
culto de sus padres ; y si la supersticion no
so hubiese apoderado del alma de Isabel,
jamas reyno alguno hubiera sido tan flore
ciente como el suyo. Mas esta reyna, cuyo
genio y cuyo valor hubieran colocado en el
rango de los mas grandes hombres, tuvo la
desgracia de ser engañada por un confidente
fanático (i), el cual, desde su juventud mas
itierna, la embriagaba de un falso zelo, y la
habia hecho jurar, si subia al trono, el em
plear el yerro y el fuego para exterminar la
heregia y hacer triunfar la fé. Para cumplir
pues esta temeraria promesa, ella erigió aquel
tribunal de sangre, llamado el Santo Oficio.
Armado de una potestad enorme, inde
pendiente de todas las leyes que protegen

(\) Tomas 'l'orijuemada, frayle dominico.


LOS INCAS. i 65
la inocencia, y consagrado porun pontífice (i )
que le confiaba todos sus derechos, aquel
tirano de los ánimos les llenó de un santo
horror (2) . En esta ciudad, en Sevilla, fué
donde se celebró el primero de aquellos sa
crificios bárbaros á que llaman autos defé(5).
Aquel dia exécrable costó veinte mil sub
ditos á la España, que huyeron despavoridos
y fuéron á refugiarse al África. En Castilla
y en el reyno de Leon, nuevas hogueras se
encendiéron, y millares de infélices fueron
arrojados á ellas. El mismo azote se extendió
por Aragon, haciendo los mismos estragos. La
España entera fué entregada á él, y de un
reyno á otro la supersticion veia, como otras
tantas señales, las hogueras que devoraban
á sus ¡numerables victimas. Multitud de pros
criptos escapados de la rabia de sus perse
guidores, se abandonaban á la merced de las
olas, y el África fué repoblada con ellos.
En fin, Granada, conquistada sobre los Moros,
llegó á ser á su turno el teatro de aquellos

(i) Sixto IVo.


(2) Ed el espacio de cuatro años, la inquisicion
procesó á i00,000 personas, de las cuales 6,000 fué
ron quemadas.
(3) Auto de fe. El primero si celebró en Sevilla ,
en i480.
i 56 LOS INCAS,
deplorables furores (i). ¡Ah! Pizarro, qné
provincia ha asolado el fanátismo. Un pueblo
industrioso, valiente, ilustrado, mezclando á
los trabajos el encanto consolador de las Bes-
tas ; mas de treinta ciudades soberbias, donde
florecian las artes ; otras ciento ménos opu
lentas, pero todas ricas y pobladas ; dos mil
lugares llenos de labradores afortunados ; las
mas deleitosas y mas ricas campiñas del uni
verso, todo está perdido, todo destruido : la
muerte, el espanto, la soledad reynaen ellas;
la tirania de los ánimos, la mas odiosa de

(i) El primer edicto contra los Judíos fue publi


cado en i49a i obligándoles á convertirse 6 A salir de
los dominios de España. Consiguiente A esta providen
cia despótica , se convirtiéron i00,000 familias por no
perder sus bienes , y 800,000 se retiráron al .Portugal,
al África y al Oriente.
En i5oi , se publicó otro edicto contra los Moros ,
forzándoles á bautizarse ó á ausentarse de una vez del
reyno dentro de tres meses, bajo la pena de ser hechos
esclavos. Una asamblea de teólogos y juristas decidió
que se podía , en conciencia , usar de esta santa vio
lencia , á pesar de la fe prometida en los mas solemnes
tratados. El Papa Clemente VIIo releva al emperador
Carlos Vo del juramento prestado por etlo por sus
predecesores , de permitir á los Moros el libre ejerci
cio de su religion, y el le exhorta á desterrar de Es
paña todos los que no se convertieroii cristianos.

\
LOS INCAS. i 57
todas, como la mas injusta y mas violenta,
las ha convertido en vastos sepulcros, donde
domina en silencio sobre cenizas y despujos.
Asi, le preguntó Pizarro, ¿las rapiñas, las
crueldades que se ejercen en América, asom
brarán poco á la España ? — Sus propias des
venturas, respondió Gonzalo, la han hecho
insensible á ellas. ¿ Y de qué quieres tú que
se asombre y espante? Entre nosotros, en su
seno, ella ve consagrar los crímenes mas odio
sos. La humanidad no tiene ya derechos, la
sangre perdió sus privilegios. Que el hijo acuse
á su padre, el padre á sus hijos, la muger á
su esposo, hé aqui el triunfo del falso zelo.
Ellos sen acogidos, oidos, y sobre su dela
cion sola, perece el acusado. Una mera sos
pecha basta para hacer prender, arrastrar á
los calabozos á la débil y tímida inocencia,
y la impostura que le acusa, protegida al abrigo
de un mortal silencio, está segura de su im
punidad. El único recurso del débil, la fuga,
es reputada como prueba del delito, y el
anatema, que persigue al profugo, rompe los
vínculos mas santos. En él sus amigos des
conocen á su amigo, sus hijos á su padre, sus
subditos á su rey : ya no hay asilo, no hay
refugio seguro para él, ni aun siquiera en el
seno de la naturaleza. La mano que le atra
viesa el corazon es inocente, ella ha vengado
tomo 2 iA
i 58 LOS INCAS,
al cielo. Todo cristiano es de derecho divino
el juez y verdugo de un infiel fugitivo. Tal
es la ley del fanátismo, y yo omito el refe
rirte los pennenores de mil atrocidades se
mejantes, que forman su código infernal (i).
En consecuencia no temas que en España se
espanten de lo) horrores que pasan en la
India.
Y la corte, preguntó Pizarro, ¿ está acome
tida de ese delirio ? — La corte no piensa,
respondióle Gonzalo, sino en sacar ventaja
de nuestras calamidades. Que el pueblo tiem
ble y doble la cerviz, hé aquí lo que ella
quiere; y las desgracias de la India no la afli
gen sino muy debilmente. Los Grandes, con
plena licencia, oprimian en otro tiempo al
pueblo ; los jueces les eran vendidos, calla
banse las leyes ante ellos, y, sin freno como
sin pudor, ejercian impunemente sus vejacio
nes las mas exásperantes. El pueblo ha reco
brado sus derechos ; la regencia de Jimenez
le ha sacado de la opresion : él está armado,
disciplinado, unido para su propia defensa ;
la fuerza está al lado de las leyes, y el pueblo,
á quien ellos protegen , les protege á su turno

(i) Véase el Directorio de los inquisidores, y el ex


tracto de este, bajo el título de Manual de los inqui*
sidvres, '
LOS INCAS. i59
contra los atentados de los Grandes, sus co
munes enemigos. Asi, el fausto de la corte, no
teniendo ya por dentro los recursos del la-
trocinio,ha hecho i los Grandes mas avarien
tos de las riquezas de afuera, y la esperanza
de partir, entre si, los despojos del Nuevo
Mundo, se convierte en zelosos partidarios
del primero que promete pagar el tributo á
su orgullosa avaricia. Todo es venal bajo este
nuevo régimen, y cuando el oro es el premio
de todo, todo se obtiene con el oro; esto es
lo que be querido decirte. Lisongea la ambi
cion y la codicia ; ellas son las que dominan.
Ellas presidirán los consejos , ellas tienen
los oidos del principe, y son el alma de la
corte. La religion misma es aquí su esclava,
y tú verás que se la hace callar cuando pre
tende incomodarles. Roma, sede de la Iglesia,
acaba de ser tomada y saqueada ; el soberano
pontífice ha sido puesto en cadenas...—¿Sin
duda por los infieles ? pregunta Pizarro.—Por
nosotros, repitió Gonzalo, por el jóven em
perador, que él mismo ha vestido el luto de
su victoria. Vé á encontrarle ; anunciale una
dilatada y rica conquista. Él gemirá, acaso,
sobre la desgracia de la India ; mas si esta
desgracia es útil á su grandeza y poderío, la
dejará consumar.
Pizarro, aprovechando las instrucciones de
i60 LOS INCAS.
Gonzalo, no encontró dificultad en introdu
cirse en la corte. Presentanle al emperador,
y en medio del consejo reunido, habiéndose
dignado este joven príncipe oirle, hablóle
el guerrero de esta forma :
Monarca glorioso y poderoso, yo soy uno
de los primeros soldados que, bajo el reynado
de Fernando, lleváron las armas de Castilla
al Nuevo Mundo. Yo me llamo Pizarro ; Tru-
gillo me vió nacer el mas oscuro de vuestros
subditos ; pero tengo la ambicion, que es
acaso el medio de hacer olvidar mi nacimiento.
Sobre la costa de Cartagena, y hácia las ri
beras del Dario, yo seguí á Alfonso de Ojeda,
el hombre mas determinado que jamas hubo
en la tierra. En su escuela aprendí que no
hay peligros que no supere el valor, y yo
puedo decir que él me ha puesto á prueba
de todos los males. Despues de él, yo serví
bajo Vasco de Balboa, y concebi la esperanza
de igualar á Colón y á Cortés.
Os han ponderado las riquezas de la Amé
rica, y yo os anuncio que no las conocen.
Las islas cuyo descubrimiento ha hecho la
gloria de Colón, y el reyno cuya conquista
ha dado á Cortés tanta fama, no son nada
en comparacion de los paises que yo he des
cubierto, y con que vengo á rendiros home-
nage. Estos son los del reyno de los Incas,
LOS INCAS. i6i
pueblo adorador del Sol, y cuyos reyes se
jactan de ser sus descendientes, llamándole
padre, sin duda á causa de las riquezas que
el calor de sus rayos esparce sobre aquellos
venturosos climas. Una cordillera de montes
de oro, se extiende desde el ecuador hasta
el trópico del mediodia , y entre ellas están los
mas ricos collados y valles mas fértiles. Un
misino dia presenta en ellas todas las es
taciones reunidas ; la misma tierra produce
allí á la vez las flores, los frutos y las cose
chas. Los pueblos de aquellas regiones son
valerosos, pero casi no tienen armas. Es fácil
vencerles, y mas fácil el ganarles por la cle
mencia y la dulzura. Yo habia desembarcado
en sus costas y penetrado en su pais, y, con
solo un navio y doscientos hombres, yo ha
bria sometido á vuestras leyes ¡numerables
pueblos, y puesto á vnestros pies masas enor
mes de oro ; pero el virey de Panamá, zeloso
de una empresa comenzada ántes de él, y
cuya gloria no tenia, llamó á mis compañe
ros ; de suerte que solo me quedáron doce,
con los cuales, en una isla desierta, y en
medio de las tempestades, he sostenido las
mas terribles pruebas de la necesidad. Yo
esperaba un débil socorro, el cual se me negó,
acabándose todo por llamarme á España,
Obedeci, mas sin renunciar á mi gloriosa ero-
14*
iGa LOS INCAS,
presa ; y para someteros el país mas rico del
universo, yo no pido sino el honor de que
goza Cortés en Méjico, el de mandar en vues
tro nombre, y no obedecer á otro que á vos.
Entónces Pizarro puso á la vista del con
sejo la relacion de sus aventuras, certificada
por sus compañeros, y esta relacion, aunque
muy sencilla, no fué leida sino con asombro.
Mas fuese que el jóven emperador quisiese
aun probar á Pizarro, ó que por su nacimiento
no le creyese digno del título á que aspiraba :
La audacia de tu empresa, le dijo, parece au
torizar la de tu ambicion, pero contentate
con tomar parte en las riquezas que me anun
cias, y no pidas mas. Cuanto á riquezas, res
pondió Pizarro , con tono de pesar y de
desden, mis marineros y mis soldados volve
rán cargados de ellas ¡ mas yo no quiero sino
la gloria. Todo lo demas es despreciable para
mi. Si yo no soy digno de gobernar, tampoco
lo soy de vencer. Nombrad el vircy que
deba rcmplazarme, y yo le instruiré : mi plan,
mis proyectos, mis descubrimientos, todo,
todo se lo comunicaré, excepto mi valor....,
del cual yo necesito ahora para devorar la
humillacion de vuestra negativa.
Esta franqueza adusta y altiva no disgustó
al jóven monarca. El me servirá bien, dijo,
pues que no sabe adularme. Otorgóle su de
LOS INCAS. i63
manda, y desde el mismo instante, Pizarro
vió á un tropel de cortesanos rodearle, felici
tarle y empeñarse para que les concediese el
honor de proteger sus crueldades y sus ra
piñas, y mendigar el premio infame del apoyo
que le prometian. Vió á una juventud fogosa,
llena de ambicion, disputarse la gloria de
seguirle y compartir sus trabajos ; y vió la
avaricia misma apresurarse, por el aliciente
del lucro, á equiparle una flota, y arriesgar
temblando los gastos de una empresa de que
aguardaba tesoros.
Pizarro, sin creer que en ello engañase i
los que se fiaban á él, les prodigó las espe
ranzas, se grangeó el apoyo de los grandes,
y, segun la estimacion popular, escogió bue
nos marinos y soldados determinados, to
mando entre los mas animosos á unos veinte
de los principales para que mandasen bajo
sus órdenes. De este número fueron sus her
manos (i). El jóven Davila no fué olvidado;
Carlos dignóse de encomendar á Pizarro que
le llevase consigo al pasar á la isla Española.
Como todo favorecia asi sus designios, Pi
zarro, en el templo (a) y sobre el mismo altar

(i) Fernando , Juan 7 Gomalo Piaarro.


(¡1) En la Iglesia de H. S. de lai Yictorias.
i 64 LOS INCAS,
en que Magallanes habia hecho el juramento
de fidelidad y obediencia á la corona de Cas
tilla, pronunció él el suyo en manos de S.M.C.
Guerrero, le dijo el jóven príncipe, aquí se
confunden todos los derechos ; cada cual,
segun sus intereses ú opiniones, hace inclinar
la balanza entre los Indios y nosotros (i) .
Cansado de todos estos debates, yo te enco
miendo dos cosas : la una, de hacer á tu pais
todo el bien que creyeres justo, y que depen
diere de tí ; la otra, de hacer á los Indios el
ménos daño posible, pues, si yo deseo ser
obedecido, ansio mas el ser amado de ellos.
A estas palabras, ciñóle la espada que debia
ser la señal de su dignidad (2), y que no fué
para él sino débil defensa contra cobardes
asesinos.
Entretanto, su flota en la rada, y sus com
pañeros reunidos en el puerto de Palos, no
esperan sino á Pizarro y los vientos. Llega
él, y los vientos le convidan á partir ; embar
case, hace levar la ancla, y da á la vela con
las aclamaciones de todo un pueblo que le

(i) Es notorio que la corte estaba compuesta de


Flamencos y Españoles. Los Flamencos estaban en
favor de los Indios , v querían su libertad ; los Espa
ñoles deseaban su esclavitud.
f ) Marques , gobernador , Adelantado v Yirey.
LOS INCAS. i65
exhorta á volver cargado de las riquezas de
la América, y deponer los despojos de los
templos del Sol al pié de los altares del ver
dadero Dios.
i66 LOS INCAS.

v*Vw**A*VvvViA*wvvvv¥vvwr**\rV*sArw^^

CAPÍTULO XLIII.
At llegar i Santo Domingo, Piíarro encuentra i Lis
Cuas , acometido de una enfermedad que te cree
mortal. —Nuera muestra del amor de los Indios
pur Las Casas , de la cual es testigo Fiíarro.

Al llegar á la isla Española, adquiere Pizarro


la noticia de que Las Casas, acometido de
una enfermedad que se creia mortal, se hal
laba en un estado de languidez á las puertas
del sepulcro ; fué á verle. Gonzalo Davila
estaba al lado del respetable sacerdote , sir
viéndole con aquel zelo tierno que tuviera
un hijo por su padre.
El solitario, al ver á Pizarro, se sintió viva
mente conmovido ; sobre su rostro, en que
se hallaban pintados el dolor, la flaqueza y
la serenidad, derramóse un rayo de alegria.
Amigo mio, dijo á Pizarro, tendiéndole la
mano, voy á ver á aquel Dios que nos crió á
todos para amarnos mutuamente, para vivir
en paz, socorrernos y aliviarnos en nuestros
trabajos. Contempla cuanto la imágen de la
muerte es tranquila y risueña para el hombre
sencillo y dulce que se dice á si mismo : Yo
Z>m¿,U Past ii>-
'^nm'nr^i

%K

w feSf'M,

.• f
LOS INCAS. iS7
no he hecho nunca gemir al inocente. Mira
con qué confianza mis. ojos, ántes, de cerrarse
á la luz, se levantan aun bácia el. cielo ; con
qué consuelo mis brazos se extienden tam
bien hácia mi padre. El me ve moribundo, y
dice : Ese hombre fué bien débil ; mas nunca
fué malo ; su pecho encierra un corazon sen
sible ; sus ojos nunca viéron las lágrimas de
los infélices sin mezclar las suyas con ellas ;
sus manos, que él tiende hácia mí, él las ten
día igualmente hácia los desventurados i
quienes podia socorrer :yo seré misericordioso
para con él hombre compasivo. ¡ Ab! Pizarro,
yo te deseo una muerte semejante á la mia.
Procura merecerla, ejerciendo la justicia y
la humanidad.
-, A esta voz débil y lastimosa, á este lenguage
animado por una piedad viva y tierna, á
aquellas miradas en que, parecía resplandecer
la última centella de la vida y del sentimiento,
Pizarro se conmovió, estrechó con sus manos
laSdel hombre justo, y le dijo : ¡O padre mio!
Vivid para verme practicar lo que me enseña
vuestro ejemplo é inspiran vuestras virtudes.
Para responderos de mi mismo, necesitaba
hallarme rei;pstido de una autoridad capaz
de imponer respeto ; lo estoy ahora, y espero
enseñar á mi patria á conquistar sin oprimir..
Pidióle el solitario noticias de su amigo y
■ 68 LOS INCAS.
virtuoso Alonso. El me dejó, le respondió con
dolor, y fué i echarse entre los salvages.
¡Buen jóven! dijo Las Casas; él les amó
siempre, y es digno de que ellos le amen. Pero
díme, ¿cual es con respecto á ellos el espíritu
de la nueva corte de España ? Ella está di
vidida, le respondió Pizairo ; mas el partido
de la avaricia y de la tirania es siempre el
mas fuerte ; en el sacerdocio mismo he visto
hombres devotos á este partido cruel. Ellos
se autorizan con la causa de Dios para acon
sejar la violencia, y aun la ejercitan en Es
paña con un rigorismo que no he podido ver
sin estremecerme. Entónces le hizo una pin
tura de aquella fiesta abominable á la cual
habia asistido él mismo. — ; Monstruos ! ex
clamó Las Casas con un sentimiento de horror
tan profundo que olvidó su debilidad. O amigo
mio, dígnate de creer en el testimonio de una
lengua que expira, pues los témores, las es
peranzas y todos los intereses humanos se
desvanecen delante de quien no va á dejar
en el mundo sino un polvo exánime, y este
es el momento que yo escogo para dar gloria
á la religion. Hás oido y oirás todavia abo
minables excesos ; el orgullo, l% ambicion, la
avaricia, la pasion insaciable de dominar c
invadir, han hallado en el santuario, y hasta
al pié de los altares, cobardes, partidarios y
LOS INCAS. i69
apológistas féroces ; y por una bajeza indigna
de un ministerio augusto y santo, se ha creido
deber colocarse al lado del poderoso, del fuerte
y del injusto, para asegurarse de su apoyo.
Pero, amigo mío, Dios es inmutable, y la
verdad lo es como él ; ni él, ni esta necesi
tan del favor de una corte avarienta, ni del
favor de un pueblo codicioso. La cuchilla de
la tirania, el cetro de la iniquidad serán re
ducidos á cenizas; los tronos mismos se aca
barán, y Dios existirá y la verdad con él. Yo
atestiguo pues aqui, por ese Dios ante el cual
voy á comparecer, que él condena en sus mi
nistros esa vergonzosa política, vil esclava de
las pasiones ; atestiguo que él no ha dado á
ningun hombre en la tierra el derecho de
forzar la creencia, y anunciar su ley con el
puñal en la mano ; que él que ha criado las
almas de los Moros y de los Indios no ne
cesita de nuestros tormentos para mudarles
y reducirles, y que el Dios que hace amane
cer el Sol sobre estas regiones hará brillar
tambien en ellas, cuando mejor le parezca,
la luz de la verdad. Asi pues, todas las veces
que veias á hombres sacrilegos poner el fuego
en manos de los reyes y de los pueblos, y
luego levantar las suyas al cielo, y decir:
las nuestras son inocentes, ellas no han der
ramado la sangre, huye de eso? hipócritas
TOMO 2 .5
,;o LOS INCAS,
embusteros ; son ellos mismos los verdugos ;
pero guardate de atribuir á la religion la du
reza, el orgullo y la crueldad de sus ministros.
La paz, la indulgencia y el amor, hé aquí su
espíritu y su esencia ; bajo este carácter in
mudable y eterno se la conocerá siempre.
Amigo mio, yo lo he dicho á los reyes, lo he
dicho á los tiranos de la India ; y si Dios
prolongase mis dias iria á decirlo á aquel jó
ven monarca, cuya razon se extravia ; yo su
birla sobre la hoguera en que hacen perecer,
segun tú dices, tantas victimas infélices ; y
de alli, yo pederia á ese tribunal sanguinario,
si esos tizones ardientes los ha tomado en el
altar del cordero. Yo preguntaria á ese rey
quien le ha hecho el juez de los pensamientos
y el tirano de las almas, y si esos sacerdotes
fanáticos han podido conferirle un poder que
ellos mismos no tienen. Ellos destruirian esa
hoguera infernal, ó me harian arder en ella
vivo.
Hombre justo, le dijo Pizarro, calmaos, y
no abrevieis unos dias que nos son preciosos;
bastante habeis hecho, y ese zelo heroico va
aun mas allá de los debéres que os impone
vuestro estado. — ¡ Mi estado! ¿y quien dará
gloria á la religion sino son sus ministros?
¿quien la vengará de lainjui ¡a que un fanátismo
atroz la hace invocándola ? Hé aquí nuestros
LOS INCAS. i7i
debéres. Miéntras los pueblos y los reyes no
mezclan los intereses del cielo á sus proyectos
de iniquidad, ellos pueden taparnos la boca;
pero desde el punto que se autorizan de la
causa de Dios, para ser injustos y crueles, á
nosotros toca el gritar, entre las lanzas y es
padas, que Dios desaprueba los delitos come
tidos en su nombre. Desdichados nosotros si,
por nuestro silencio, se le creyese complice
en ellos. ¡ Y qué ! ¿ el zelo no sabrá jamas
otra cosa que oprimir y destruir? La cari
dad, como la fé, ¿no tendrá sus mártires ?—
En tanto que Las Casas, con una voz rea
nimada por el amor de la humanidad, tenia
á Pizarro este lenguage, la noche habia en
vuelto á la isla Española con sus sombras, el
silencio reynaba en ella, todo reposaba : no
se oia sino el bramido de las olas que se es
trellaban contra las rocas, revolviéndose de-
sechas con mormullo lastimoso, y como imi
tando el de la naturaleza oprimida en aquel
los climas.
Oyóse entónces llamar á la puerta del so
litario. El jóven Davila se levanta, va, y
vuelve con desasosiego ¡ reclínase sobre el
lecho de Las Casas, y consúltale en secreto :
Si, que entre, dijo Las Casas ; Pizarro es ma
gnánimo, y seria hacerle injuria el desconfiar
de él. Vas á ver, le dijo, á un cacique que,
,7a LOS INCAS,
habiéndose retirado desde mas de diez años
á las montañas de la isla (i), se conduce en
ellas con un valor y una bondad sin ejemplo.
Por él, su retiro agreste se ha hecho inac
cesible, y este es el refugio seguro de todos
los insulares que se escapan de sus tiranos.
Él ha disciplinado a tres cientos hombres lle
nos de valor, y les contiene en los limites de
una defensa legitima. Vigilante, activo, ardo
roso, y tan prudente como intrépido, se man
tiene en su puesto, y no acomete nunca. El
ha visto asesinar á sus amigos, á su familia
entera ; ha visto quemar vivos á su padre y
a su abuelo (2), y si le cae en las manos uno
de los verdugos de su patria, le desarma y
le devuelve : su enemigo mas cruel, si es to
mado vivo, tiene su salvacion segura, pues ya
no se vé en él sino á un hombre. Felizmente
en gloria de la religion, el tal cacique es
cristiano ; yo he tenido la dicha de instruirle;
él se acuerda de ello, y me ama tiernamente.
Ha sabido que yo estoy malo, y figurate tu
á que peligros se ha expuesto para verme.
Apénas Bartolomé acababa su discurso ,
cuando el jóven Davila volvió seguido del

(i) Las montañas de Baoruco.


12) Xaragua , bajo el gobierno de Ovando.
LOS INCAS. i73
cacique y de una India que le acompañaba.
Enrique ( así se llamaba el héroe salvage ) se
precipita enagenado sobre el lecho de Las
Casas, y besándole mil veces la mano con
una ternura imponderable : O padre mio, le
dijo, yo te vuelvo á ver. ¡ Se me hacia un
siglo! Mas yo te veo doliente, y tu mano
arde bajo mis labios. Mis hermanos, tus hijos
alarmados de tu mal, han venido á afligir mi
alma ; yo no he podido resistir á la impa
ciencia de verte. Si me cogiesen, bien sé lo
que me sucedería ; mas yo he querido expo
nerme á ello por venir á abrazar á mi padre.
Oye me, añadió el salvage levantando su ca
beza ; me han dicho que tú estás acometido
por una enfermedad para la cual es muy sa
ludable la leche de inuger, y yo te traigo
aqui á mi compañera. Ella ha perdido á su
niño, que le ha costado muchas lágrimas ;
ella ha bañado con la leche de sus pechos
el polvo que le cubre, y ya él no le pide nada.
Vé la aqui. Ven, muger, y presenta á nuestro
padre esos dos manantiales de la vida. Yo
daria la. mia por él , y si td prolongas la
suya, ya idolatraré , hasta mi último aliento,
el seno que le .habrá salvado.
Bartolomé, fijando sus ojos en Pizarro, go
zaba de la impresion que hacia sobre el co
razon del Castellano la bondad del cacique;
i5*
i74 LOS INCAS.
el jóven Davila vertia dulces lágrimas ; y la
India , cuya hermosura era celestial , y la
modestia hechicera, mirando á Las Casas con
ojos respetuosos y tiernos, no aguardaba sino
una palabra de su boca, para acercar áél su
casto seno.
Las Casas, conmovido hasta en el fondo
de su corazon, quiso negarse á aquel socorro.
¡ Ah cruel ! exclamó el cacique, (linos pues,
si td quieres morir, ¿cual es el amigo que tú
nos dejas ? Bien sabes que tú Solo eres nuestro
consuelo y nuestra esperanza. Si tú nos amas,
si nos compadeces, y si yo mismo te soy querido,
concédeme lo que vengo á pedirte á riesgo de mi
cabeza, en medio de mis enemigos. Ven, mu-
ger, abraza á nuestro padre, y que tu pecho
obligue su boca á sacar de e"l la vida. Aca
bando estas palabras, toma en sus brazos á
su muger, y haciéndola inclinar sobre el lecho
de Las Casas : Adios, padre triio ; yo dejo
contigo á la mitad de mi mismo, yo no quiero
verla sino cuando te haya restituido á la vida
y'á nuestro amor.
La jóven hermosa India, arrodillada ante
Las Casas, le dice á su turno : ¿ qué es lo que
temes, hombre de paz y de dulzura ? ¿no soy
yo hija tuya ? ¿no eres td nuestro padre ?
¡ Mi querido esposo me lo ha dicho tantas
veces ! El daria su sangre por tí ; yo te ofrezco
LOS INCAS. i;-,
mi leche. Dígnate de sacar de ella la vida
en este pecho, que tú has conmovido tantas
veces y tan vivamente, siempre que se me
contaban los prodigios de tu bondad.
Sumamente enternecido para desechar una
suplica tan afectuosa, harto virtuoso para son
rojarse de ceder, el solitario, con la misma
inocencia que le era ofrecido el beneficio,
recibióle ; permitió á la jóven India que no
se alejase de él ; y á la piedad de Enrique
y de su compañera, debió la tierra la feli
cidad de poseer todavia mas tiempo á aquel
varon justo.
Angel tutelar de este nuevo mundo, dijole
Pizarro, ¡ cuan feliz eres de reynar sobre los
corazones .' Otros habrán subyugado la India ;
mas tú solo la has sometido por el ascendiente
de tu virtud.
El enternecimiento del jóven Davila lo
hizo notar de Pizarro, y Las Casas se lo nom
bró. — Hijo de un padre demasiado enemigo
de los I n cas, di jole Pizarro, vé aqui unos ejem
plos bien diferentes del suyo. Él le anunció
que el emperador se lo habia recomendado,
y que estaba destinado á seguirle. Pero Gon
zalo en aquel momento no podia resolverse
á separarse de Las Casas.
Amigo mio, le dijo el solitario, tu deber es
el de obedecer ; yo quisiera mas verte obs
i76 LOS INCAS,
curo que culpable. Pero la confianza que me
inspira Pizarro mitiga mi sentimiento de los
pasados males y modera mis temores. Yo te
aconsejo que le sigas , y te convido á imitarle.
Ven á verme todavia mañana : yo escribiré á
mi querido Alonso, y te encargaré de mi
carta ; y si Pizarro puede saber en donde
respira este buen jóven, él la hará llegar á
sus manos.
Cuando escribia esta carta fatal, ¡ quien le
hubiera dicho que iba á firmar la ruina de los
Indios !
LOS INCAS. i77

CAPÍTULO XLIV.
Parte Piíario de Santo Domingo, Tase á Panamá,
embarcase para el mar del Sur , baja al puerto de
Coaque , y se va por tierra á Tumbes. — Estado-del
Perú á la llegada de Pizarro.—Batalla sobre el Aban-
zai , en donde el partido del rey del Cuíco es casi
enteramente destruidoi

Impaciente por volver al Istmo , fPizano


aprovechó del primer soplo de un viento fa
vorable para dar la vela, y partió de la isla
española. Su regreso á Panamá volvió la es
peranza,;" la alegria á sus amigos ¡ diéron prisa
para armar una flota ; y en cuanto se halló
equipada, se embarcó con la resolucion de
ir á desembarcar en las costas que habia re
conocido. Los vientos le obligáron á arribar
al puerto de Cosques, no lejos del promon
torio del Palmar ; y desde alli, para no de
pender mas de la inconstancia de las olas,
marchó por tierra, costeandola playa, y or
denando á su flota de ir á reunirse con él
en el puerto de Tumbés.
Arenales, valles cubiertos de bosques eriza
dos y espesos en que los sauces y mangleros
formaban un tegido impenetrable; torrentes,
rios impetuosos, un ayre abrasador, los hor
i78 ' LOS INCAS,
lores de una profunda soledad, cuanto la na
turaleza tiene de espantoso, todo se opone á
su paso y no puede contenerle en su marcha.
Él camina bajo un cielo de fuego y sobre una
tierra ardiendo ; sus compañeros, á quienes
alienta en nombre de la gloria y del oro, pe
netran con él por entre aquellos bosques,
donde jamas las serpientes venenosas, de que
estaban llenos, habian visto las huellas huma-
nas.Arrojándose en los torrentes, enseña a sus
compañeros á pasarlos á nado ; anima á aquel
los á quienes espanta el peligro, ó á quienes
abandonan las fuerzas ; dispútales á las olas
que se los llevan, y luchando con una mano,
y sosteniéndoles con la otra, les conduce á
tierra. Intrépido é infatigable, se adelanta ;
descubre en fin campiñas cultivadas, allozas y
aldeas pobladas de Indios, y el terror que
esparce su vista entre los Indios hace pasar
pronto á Quito la noticia de su vuelta ; pero
el cruel estado de las cosas en el reyno de
los Incas no habia permitido el velar en la
defensa de los valles.
Huascar permanecía cautivo en los muros
de Canares ; pero uno de sus hcrmanos,Mango,
refugiado en las angosturas de los montes del
oriente, con los restos de su familia y las re
liquias de su ejercito, meditaba la atrevida
empresa de volver al Cuzco, y desalojar de
LOS INCAS. i79
allí á Palmore. El veia ademas aumentarse el
número de los suyos por nuevos transfugos,
ú quienes espantaba el dominio del usurpa
dor del imperio y del opresor de su rey.
Cuales los animales de una selva, cuando
un vasto incendio se ha esparcido en ella,
huyen de la rapidez de la llama que lleva á
todas partes un viento impetuoso, se retiran
bramando sobre peñas inaccessibles, y de
allí, fijando sus ojos tristes sobre lo que abrasa
el fuego, maniBestan secretamente su espanto
y su dolor, tal era el estado en que se hal
laban aquellos Indios refugiados en los mon
tes del oriente.
Pronto el impertérrito Mango desciende de
ellos á la cabeza de los suyos, y la fama de
su nombre esparció por todas partes la noti
cia de su marcha. Con la esperanza se reanima
el valor en todos los corazones ; en el Cuzco
comienza á removerse el pueblo, y el ruido
sordo y amenazador de la rebelion se hace
oir en aquella capital.
A la señal de una sublevacion, y al acer
carse un ejército, Palmore abandona la ciu
dad ; hace proveer abundamente la ciudadela
que la domina, y se encierra en ella con los
suyos (i).

(i) Tupie Yupingue, X* Inca, biio construir «ita


i8o LOS INCAS
Mango halla la ciudad abierta, entra en
ella como en triunfo ; y, orgulloso de tener
bajo su mando un numeroso ejército, bácele
acanVpar al rededor de los muros, y envía á
Palmore una intimacion de rendir la ciuda-
dela. Este le responde que no le desarmará
sino la paz, ó la muerte. Hácesele entender
que todo el imperio está sublevado ; que Ata-
liba es perdido sin recurso, y que él mismo
no tiene ya esperanza sino en la clemencia
de Mango. Yo no sé lo que se pasa fuera de
los muros que yo defiendo, responde este ge
neroso guerrero ; Ataliba es hombre, y puede
experimentar reveses ; pero, pues que le que
dan conmigo dos mil subditos fieles, no lo
tiene perdido todo. Si ya él no existiese,
acaso entonces tomaría yo consejo de la ne
cesidad ; pero miéntras está vivo, no dependo
sino de él solo, y yo dejo á Mango ejercer su
clemencia sobre los desventurados, si los hay
entre ellos bastante cobardes para implorarla.
Pero, observando que algunos de los suyos
estaban perturbados con tales amenazas, les
dijo : Cuando fuese verdad que Ataliba estu
viese en la desgracia, ¿ habríamos por eso de

cindadela coa los malcríales prevenidos por su padre


Yupanges.
LOS INCAS. i8i
serle ménos fieles? Nos asemejaríamos á los
pajaros que vuelan de un árbol, en cuanto
le sacude un torbellino rapido. El árbol está
agobiado ; él se volvera á levantar ; dejemos
pasai la borrasca. Entónces, escogiendo en
tre ellos un mensagero inteligente y seguro :
Vé, busca á Ataliba, y díle que la fortaleza
del Cuzco es nuestra aun ; que yo soy quien
ía guardo, y que tengo conmigo dos mil hom
bres resueltos á verter por él todo sn sangre.
Ved aqui, dijo,volviéndose hácia sus soldados
que lo escuchaban ; ved como se debe hablar
ásus amigos en la desgracia , y el mejor amigo
de un buen pueblo es un buen rey.
Sobre los primeros avisos que se habian re
cibido del levantamiento del Cuzco, el rey
se adelantaba á socorrer á Palmore ; y Alonso
babia querido seguirle, á pesar de las lágri
mas de Cora. Ellos habian pasado las llanu
ras de Loja, visto el nacimiento del rio de las
Amazones, y de lo alto de los montes que
dominan el Abanzai, descubrían las campiñas
que riega este hermoso rio, cuando el mensa
gero de Palmore viene al encuentro de Ata
liba, y le advierte que Mango marcha hácia
él ; que Palmore, con dos mil hombres, guarda
todavía la ciudadela, y que el gefe y sus sol
dados le son adictos. Óyele Molina, y en el
TOMO 2 i6
,8a LOS INCAS,
momento mismo toma su resolucion. Dejame,
dice al Inca, escogerte, no lejos de este rio,
un campo donde sea fácil á atrincherarse y
pueda reposarse tu ejército; aprovechemos
de la ventaja que nos ha reservado la suerte.
Hizo, pues, adelantar su ejército sobre el col
lado que dominaba la llanura, señalóle él
mismo su campamento ; al anochecer llama
al mensagero de Palmore, le instruyó, y des
pachó al instante.
Mango pasa el Abanzai, adelántase y
viendo al enemigo atrincherado en su campo,
le insulta, y le llama al combate.
Ataliba, vivamente ofendido, se indignaba
de no salir, creíase cubierto de vergüenza, y
quejabase de ello á su amigo : ¿No ves, lo
dijo Alonso, que esos desafios y esas amena
zas no anuncian en tus enemigos sino impru
dencia y ligereza? Deja venir el dia que yo
he señalado para su derrota, y entónces res
ponderémos como hombres á esta temeridad
de niños.
Dos dias despues, habiendo la aurora ilu
minado al horizonte, el rey de Quito vió
aparecer, mas allá del campo enemigo, sobre
una colina opuesta, el pabellon flotante de
Palmore. Hé aquí el momento, príncipe, dijo
el jóven Español, y si Palmore hace su deber,
LOS INCAS. i83
el imperio es tuyo todo entero. Dada la se-
ftal, el ejército abandonó sus trincheras, y
fué á colocarse en la llanura.
Alonso se reserva dos mil combatientes de
la tropa de Capana, armados de hachas y
porras, para cargar él mismo á su frente, y
este cacique anima á sus salvages á merecer
el honor de combatir bajo las órdenes de
Alonso. Entretanto la flecha y la piedra em
piezan el combate ; acércanse, y pronto un
conflicto horrible confunde los golpes, y hace
correr arroyos de sangre de ambas partes.
De lo alto de la eminencia en que se re
posa Palmore, embiste al ejército enemigo, y
con un ardor igual, el impetuoso Alonso mar
cha á la cabeza del cuerpo terrible que re
servaba para este momento critico.
Entre estos dos ataques repentinos y véto
ces, Mango sorprendido, espantado, disimula
en vano su temor. La turbacion se apodera
de su alma, y todo se dispersa, todo huye.
La legion de los Incas sola resiste, y perma
nece inmóvil como una roca en medio de
las olas que la cubren con su espuma. En
vano la debilitan sus perdidas ; en vano se ve
abrumada por el número ¡ tres veces se la
invita á rendirse, y otras tantas, con un al
tanero desprecio, rehusa su salvacion. Su re
sistencia y la mantanza que hace acaban de
■ 84 LOS INCAS,
sufocar un resto de compasion en los batal
lones que la estrechan. Ella sucumbe en fin,
pero ninguno de sus guerreros deja su fila ,
ellos perecen en el lugar en que pelean ; y
lo que queda de los vencidos, buscando su
salud en la fuga, dejan á Ataliba solo sobre
el campo de batalla. ¡Ay ! esta victoria, que
tantas lágrimas le arrancaba, era para él el
término de la prosperidad, y como la última
sonrisa, la sonrisa cruel y traidora de la for
tuna que le abandonaba.
Aquel mismo dia, vió arribar a Pizarra
sobre las márgenes del rio que baña las cam
piñas de Tumbés.
I.OS INCAS. i85

CAPÍTULO XLV.

Un fuerte que Alonso de Molina hiio construir en


Tumbes es atacado por los Españoles , y defendido
por los Mejicanos.

Hácia la embocadura de aquel rio, hay una


isla agreste (i), donde Pizarro habia resuelto
reservarse un asilo. Pasó á ella en canóas,
porque habia adelantado á su flota ; pero
aquella isla era la mansion de un pueblo in
domito y feroz. Pizarro, desdeñandose de per
der un tiempo que le era precioso, no aguardó
sino á su flota para volver á acamparse sobre
la costa delante del fuerte de Tumbés.
Hallabanse encerrados en aquel fuerte mil
Indios destacados del ejército de Ataliba ; á
su frente estaba Orozimbo ; bajo de él co
mandaba Telasco. La bella y tierna Amazili,
con el arco en la mano y el carcax en la
espalda, tal y mas altiva en su porte, y mas
veloz en su carrera que se nos pinta á Diana,
habia seguido á su hermano y su amante,
digna por su valor de compartir su gloria.

(0 La isla de Puna.
i 6*
i86 LOS INCAS.
Acordóse Pizarro del pueblo de Tumbó,
esto es, de la acogida llena de bumanidad(i),
de candor y benevolencia que habia recibido
de él, y resolvió, de buena fe acabar de gran-
gearse la amistad de aquel buen pueblo. Juntó
pues á sus guerreros, y los habló de esta suerte :
—Castellanos, yo os he prometido riquezas
y gloria. De estos dos bienes, el uno os está
asegurado, y el otro depende de vosotros.
Aquellos de entre vosotros que quisieren oro,
se volverán cargados de él ; yo os salgo ga
rante de ello ; no os bajeis hasta el vil cui
dado de recogerlo. Cuanto á la gloria, ya esc
es otra cosa ; otra empresa la promete, no la
asegura. Solo la obtiene quien la merece; ja
mas la da el delito. Los conquistadores de la
América han hecho cuanto podia esperarse
de la audacia y del valor ; con todo, ellos no
figuran nunca sino en el número de los in
signes bandidos. El hombre asombroso á

(i) La historia atribuye al pueblo de Tumbes una


traicion inverosímil : Él , dicen , inmoló á sus dioses
tres Españoles que se habian entregado á él con toda
confianza. El pueblo de Tumbes no tenia ningun ídolo;
él no adoraba sino al Sol , y nunca le hacían sacrifi
cios de sangre humana ; de forma que la absurda
imputacion de la historia, es aun mas desmentida por
las buenas costumbres , el candor v la bondad carac
terística de este pueblo.
LOS INCAS. i87
quien la España debió un nuevo mundo, Colón
se ba degradado por una traicion ; Cortés, por
una alevosia mas negra y mas infame aun ;
y á él es á quien han deshonrado los yerros
con que cargó á Montezuma. Los demas se
han cubierto de ignominia por los mas in
dignos excesos. De nosotros depende, amigos
míos, el compartir su oprobio ó librarnos de
él por una conducta opuesta. Todavía nos
queda la eleccion. Trátase de colocar bajo el
poderío de España la mas rica mitad del
Nuevo Mundo, y dos son los medios de conse
guirlo :la dulzura óla violencia. Esta última
es inútil, y entre naciones guerreras, en que
nos hallamos en corto número, ella seria
tan peligrosa como injusta. Bien sé que nada
es el peligro ; pero la gloria es el todo ; y
cuando habr amos oprimido, asolado y con
vertido estas regiones en eriales ensangrenta
dos, en vastos sepulcros, ¿ nos atreveriamos á
volver á pasar los mares cargados de tesoros y
delitos, perseguidos por el remordimiento, las
maldiciones del Nuevo Mundo,las reprehensio
nes del otro ; la ira del cielo,y enfin los gritos de
la naturaleza y de la humanidad ? ¡todo eso
causa horror ! Ni las grandezas, ni las riquezas
no impiden de hacerse odioso ; este es un va
lor que no me orgullece,y vosotros no lo teneis
mas que yo. Hagamos obras de que no ten
i88 LOS INCAS,
gamos que sonrojarnos, ó una desgracia que
nos honre. Nada es tan justo sobre la tierra,
como el imperio de la virtud ; procuremos
dominar por ella. Cual es, amigos, la con
quista que no habrá costado ni lágrimas ni
sangre ? ¿ Qué triunfo es el que seria debido
únicamente al poder de los beneficos? El re
conocimiento y el amor nos entregarían to
dos los bienes de estos pueblos ; para vencer
los y cau tivarles, nuestras armas serian inútiles,
y entónces ellas serian dignas de adornar los
templos de aquel Dios á quien venimos á
hacer que ellos adoren.
Aplaudióle toda la juventud ; pero aquellos
que habian servido bajolas órdenes deDavila,
y cuyas manos se habian empapado ya en la
sangre de los pueblos del Istmo, sacáron un
mal presagio de lo que ellos llamaban blan
dura de su general. Vicente deValverde, so
bre todo, aquel sacerdote fogoso y fanático,
indignóse de reconocer en el lenguage de
Pizarro los sentimientos de Las Casas, y frun
ciendo una ceja atroz, se decia á si mismo :
doblarán la cerviz bajo el yugo de la fié, 6
serán exterminados.
Sin escuchar tan odioso susurro, Pizarro
marchó á Tumbés, é hizo pedir al cacique
que le recibiese como amigo. Mas el cacique,
encerrado en la ciudad, respondió que ella
LOS INCAS. i89
dependia de Ataliba, rey de Quito, quien la
habia puesto bajo de su custodia, y que el
fuerte la protegia.
Era preciso atacar el fuerte ; acercase á él
Pizarro, obsérvale; ¡ mas cual fué su asombro,
al reconocer en su recinto, en sus angulos, en
sus muros de yerba, hechos á prueba de sus
mas fulminantes armas, el arte de los Euro
peos ! Es Molina, exclamó Pizarro; él es quien
enseña á los Indios á atrincherarse delante
de nosotros ; él es quien ha construido estos
parapetos, y quizá los defenderá él mismo.
Ansioso por cerciorarse de ello, pide hablar al
comandante del fuerte,y se presenta Orozimbo:
Español, yo soy Mejicano, sobrino de Mon-
tezuma ; juzga si debo conocerte, y si puedo
fiarme de tí. Este es mi último asilo, y él será
mi sepulcro ó el tuyo.
¡Mejicanos en el fuerte de Tumbes ! Nada
habia mas inconcebible ; Pizarro no podia
creerlo. Sin embargo, fué preciso ceder á las
instancias de los Castellanos indignados de
una resistencia que miraban como un insulto;
murmuraban y pedian el asalto. Prometiólo
Pizarro; pero,á fin que fuese ménos sangriento,
quiso obrar por sorpresa y á favor de la no
che. Quejáronse de su prudencia ; ella hacia
injuria á los mismos á quienes parecia ser fa
vorable ; sus guerreros, sus soldados mismos se
i9o LOS INCAS,
hubieran creido deshonrados por aquellas
tímidas precauciones ; no era delante de
aquellas manadas de Indios, donde habia que
temer la luz del dia tan propicia al valor.
En fin, Pizarro cedió.
El ataque fué vivo y rapido. Los rayos de
la Europa volaban sobre los parapetos; los
Indios espantados no se atrevian á presentarse,
y la fagina amontonada iba á allanar el foso.
Orozimbo, viendo el terror que acobardó to
dos los animos, les alienta y vigoriza. ¡ Qué !
amigos mios, les dijo, ¿qué os espanta? ¿Es
el ruido el que mata? ¿se necesitan tantos
esfuerzos para romper el hilo de la vida ?
Esas bocas de fuego, no hay duda, vomitan
la muerte ; pero la muerte está tambien en
la punta de una flecha ; y el arco en manos
de un valiente, es tan terrible como el fuego.
Cada cual de vosotros no tiene sino una
muerte que temer, y mil que dar ; vuestros
cárcaxes están llenos de ellas. Presentaos,
pues, y rechazad una tropa de hombres atre
vidos, pero débiles, vulnerables y mortales
como vosotros. Esto dijo, y al instante una
lluvia de tiros responde al fuego de los Cas
tellanos ; el aproximamiento al foso, el ca
mino del soldado que viene á echar su fagina
en él, comienza á hacerse peligroso. Mas de
una flecha, pero, sohje todo, las de los Mcji-
LOS INCAS. i9i
canos se empapan en la sangre. Un ojo ven
gador les gula, y escoge sus -víctimas. Penate,
Mendez y Salado retíranse heridos ; el intré
pido Lerma oye silbar por entre su morrion
el tiro que le estaba destinado. E1 valiente
Peralta se asombra de ver una saeta veloz atra
vesar su espeso broquel, y venir á picar su
seno. El brazo nervioso de Telasco la habia
lanzado ; pero el bronce la quitó la fuerza, y
cayó suavemente á los pies del altivo Español.
Benalcazar, que habia de ser, con otros mu
chos, el azote de aquellas regiones, hacia ace
lerar los trabajos de los soldados,sin apearse de
su cavallo fogoso. Alcanza á este una flecha par
tida de la mano de Orozimbo, y le hiere en
un lado. El indomito animal se levanta de
manos bate el ayre con ellas, cae y arroja á
su ginete sobre la arena. Orozimbo, viendole
caer, da un grito de alegría. Sombras de Man-
textrma y de Guatimozin, sombra de mi pa
dre, dijo, sombras de mis amigos, recibid este
débil tributo de venganza. Yo no moriré pues,
sin haber hecho vomitar la sangre y el alma
de uno de nuestros tiranos. Engañose : el Cas
tellano estuvo algun tiempo enterrado en la
arena, pero se levantó de su caida mas furioso,
mas implacable y mas sediento de la sangre
de los Indios.
El plomo mortífero vengaba con usura á
i9» LOS INCAS.
Pizarro, pero no le consolaba. Para él la mas
leve perdida era funesta. El se afligía, sobre
todo, viendo á los Indios aguerrirse, acostum
brarse á aquel ruido y al fuego de las armas,
que en todos los paises del Nuevo Mundo
habia esparcido el espanto. Era menester ó
hacerles aun mas intrépidos cediendo á su
resistencia, ó hacerlo depender todo del acaso
de un momento. El foso, en su profundidad ,
estaba cegado de uno á otro borde, y el es
calar era posible. Pizarro se resolvió á ello , y
lo mandó. Al instante redobla el fuego y
protege el asalto.
Orozimbo no se desalienta. Prohibe á sus
Indios el exponerse al fuego. Imitadnos, dijo:
Telasco, mis amigos y yo, vamos á daros el
ejemplo. Tuvo cuidado solamente de apartar
del lugar del asalto á su hermana que le
tendia sus brazos, y le rogaba por sus lá
grimas que la permitiese estar á su lado.
Entónces, armandose de hachas y de pe
sadas porras, aguardan, con la cerviz baja,
los mas atrevidos de los del asalto.
Presentáronse tres á la vez, Moscoso, Alvaro
y Fernando, el hermano menor de Pizarro.
Suben con la espada en una mano y el bro
quel en la otra.
Telasco, dirigiéndose á Moscoso, y rom
piéndole de un porrazo sobre la cabeza, el
LOS INCAS. i93
escudo que le sirve de defensa, le derriba
de lo alto de los muros. Caese cual si fuese
herido de un rayo, sobre sus soldados que
iban á seguirle, y rueda sobre sus broqueles
mismos.
Fernando Pizarro va á arrojarse de la es
cala sobre el parapeto ; pero aun vacilando
sobre un apoyo frágil, no puede ni evitar,
ni dar golpes seguros. Orozimbo, asiéndole del
brazo con que tenia la espada, le desarma.
Brega para zafarse ; pero cae en tierra. Su ven
cedor le deja la vida, y el soldado que toma
su lugar, recibe por él un golpe mortal.
Alvaro, en el instante en que se agarra al
borde del muro, siente caer sobre su morrion
la hacha mortifera ; y el golpe, resbalando,
le hiere en el brazo que le servia de apoyo.
Es precipitado, cubierto de sangre, y sus sol
dados, viendo sobre sus cabezas levantado el
mazo, no se atreven á exponerse tras de el
á una muerte inevitable.
Pizarro cree haber perdido al mas tierno,
mas amable, mas virtuoso de sus hermanos ;
pero oculta su dolor. El contempla la cons
ternacion de aquellos á quienes ha escuchado
demasiado; y sin añadir la reprehension hace
interrumpir el asalto.
El primer cuidado de Orozimbo, luego que
su enemigo se retiro á su campo, fué el de
TOMO 2 17
• 94 LOS INCAS,
hacer reducir á cenizas aquel vasto monton
de faginas, con que habian cegado el foso,
delante del parapeto, y se levantaban torbel
linos de llamas por cima de los muros. Ven,
dijo al joven Pizarro, y mira esa hoguera en
cendida. Cuando yo te arrojase vivo á ella é
hiciese arder contigo á tus compañeros, y con
ellos á sus padres, sus hijos y sus múgeres,
yo no os volvería los males que tu nacion nos
ha hecho... Anda, vete, y di á esos bárbaros,
que los sobrinos de Montezuma, teniendo á
sus pies un brasero, y en sus manos á un
Castellano... Véte, te digo, y no tardes, pues
yo creo oir las quejas de la sombra de Gua-
tiinozin
Fernando Pizarro se fué, no atreviendo
á confesarse á si mismo, que respiraba por la
clemencia de un Indio, sobrino de Monte'
zuma. En la llanura que separaba el campo
de los Españoles del fuerte de Tumbés, en
cuentra un viejo estendido sobre la arena y
bañado en su sangre. Este viejo respiraba aun,
y tendiendo los brazos al jóven, le llamaba
en su auxilio. Pizarro se acerca. El Indio le
vanta sobre él un ojo moribundo, le muestra
su costado despedazado, y hace señas á la
ribera y al cielo, como para indicarle el delito
y su vengador.
El guerrero enternecido le da todoelauxi
LOS INCAS. i95
lio de la humanidad ; enjuga la sangre de su
herida ; y ayudandole á levantarse y soste
nerse, quiere llevarle al campo. El viejo es
tremecido de horror, le suplicaba besándole
la mano, que tomase un camino opuesto. No,
decíale, por ahi es por donde han ido.—¿Quien
pues? le preguntó Pizarro.—Los asesinos, dijo
el viejo. Ellos estaban vestidos como tú, y te
se asemejaban... No, perdona, yo no quiero
hacerte injuria : tan bueno eres tú, cuanto
son malos ellos : venian del fuerte, iban hácia
la costa, y yo atravesaba la llanura sin ha
cerles daño alguno. Uno de ellos me miró
con ojos féroces ae amenaza ; yo temblaba, le
saludé para suavizarle ; y él, desenvainando
su espada, me la ha metido en el costado.
¡ Ah bárbaros ! exclamó el jóven Pizarro,
lleno de horror ;y yo, yo... en el momento
en que te asesinaban... No pudo decir mas ;
sus sollozos sufocáron su voz. El abraza y baña
con sus lágrimas al viejo Indio. ¡Ah! ¡ si tú
supieras, continuó, cuanto yo detesto su de
lito ! ; cuanto debo odiarle ! Buen viejo, yo-
aprecio tu vida ; yo no te abandonaré.
• Díme á donde es menester que te conduzca?
—A esa aldea que ves ahí, dijo el India ; allí
es donde me aguardan mis hijos. En el nom
bre de tu padre, ayudame á arrastrarme há
cia mi choza : yo no pido al ciclo sino ver
i96 LOS INCAS,
otra vez á mis hijos, y morir en sus brazos.
Mas no tuvo siquiera este consuelo. A algunos
pasos de alli, sus rodillas se dobláron, des
mayóse y dejándose caer en los brazos de
Pizarro, fijó sus ojos en los de él, estrechóle
tiernamente la mano, miro al cielo y, tornando
su vista enternecida y moribunda hácia su
aldea, expiró.
Fernando, penetrado de tristeza, vuélvese
al campo de los Españoles. Habiase juntado
el consejo en la tienda del general, ¡y cual
fué el gozo de este héroe al ver á su hermano
á quien amaba entrañablemente, y á quien
creia haber perdido para siempre ! Levántase
y abrázale. Los otros dos guerreros de la
misma sangre manifestáron el mismo albo
rozo, y todo el consejo se interesa en su
alegria. Interroganle. Dice lo que ha visto,
el valor de los JVlejicanos, la clemencia de
su gefe, y el encuentro del viejo. Su auna,
ae derrama en esta relaoion que la alivia ,
su enternecimiento se explica por lágrimas,
7 él las hace correr. O , hermano mio, dijo.
en fin dirigiéndose al general, nosotros somos
los que enseñamos á los salvages á ser crue
les y perfidos, y ellos no pueden hacer que
aprendamos á ser buenos y generosos. ¡ Qué
vergüenza para nosotros ! Yo pido venganza
del asesinato de ese Indio ; pídola en nom
LOS INCAS. i97
bre del cielo y de la humanidad. Descúbrase
cual es entre nosotros el hombre bastante
vil, bastante Cero, para haber clavado su es
pada en el seno de un hombre pacífico, de
un débil y tímido anciano.
Habia en aquel consejo hombres duros, que
sonriéndose decían, quedo, que el jóven Pi-
zarro señalaba un gran precio á la vida, pues
que se enterneció tanto cuando se dignáron
dejársela. Apercibióse él de esta sonrisa, él
indignóse de ello ; pero el general, por sose
garle, le dijo que tomase asiento en el con
sejo.
El grande interés de los Castellanos era
el de conservar sus fuerzas. Hallábanse en
demasiado corto número para arriesgarse á
un nuevo asalto. Era, pues, menester ó dejar
atrás la ciudad y el fuerte de Tumbés, ó
buscar una playa de mas fácil entrada, ó re
ducir, por un largo asedio, los defensores de
esta á las mas duras extremidades.
El partido de poner el sitio pareció el
mas prudente y glorioso, y él reunió todos
los votos. El general, pensativo, parecía toda
vía no estar resuelto. Su cabeza, apoyada largo
tiempo sobre sus dos manos, se levantó con
magestad, y recorriendo con sus ojos lenta.,
mente la asamblea : Castellanos, dijo, he que
rido daros por mi deferencia una serial de
>7*
i98 LOS INCAS.
mi aprecio.He permetido el ataque del fuerte ;
el exito ha demostrado la imprudencia de
la empresa. Ahora quereis bloquear esos muros,
lo quereis, y yo consiento tambien en ello.
Pero entre pueblos que sin nosotros y bajo
nosotros vivían quietos y sosegados sobre ri
beras en que, digase lo que se quiera, hacemos
una guerra injusta, no espereis que yo haga
experimentar á una -ciudad entera los últimos
extremos de la penuria y de la hambre. Yo
me propongo solamente hacérselos temer, mas
si ese pueblo tiene valor para aguardarlos,
no tendré la barbarie de hacérselos sufrir.
Cuando en el combate arriesgo y defiendo
mi vida y la de mis amigos, el peligro á que
me expongo , compensa el mal que hago, y
puedo perdonármelo. Mas sin peligro, ser in
humano , ¡ ver languidecer á sus ojos una
multitud hambrienta, al nifio en el seno de
su madre, al viejo en los brazos de su hijo
expirando , ver despedazarse, devorarse entre
si en los excesos del dolor, de la rabia y de
la desesperacion ! no, no, yo no me resolveré
nunca á ello ; os lo prevengo : sí, vivid segu
ros que yo haré todo cuanto autoriza la guerra,
mas nada mas.
LOS INCAS. i99

CAPÍTULO XLVI.
No habiendo tenido Buen éxito el asalto, sitian el
fuerte. — Amazili , hermana de Orozimbo , es co
gida por los Españoles. — Su resolucion generosa
y su muerte. — Los pueblos del mediodía se some
ten á los Espanoles. — ReembarcasePizarro,y desde
Tumbes va i desembarcarse en el puerto del Rimae.

Lo que Pizarro habia previsto, no tardó


en suceder. El tesoro de las cosechas estaba
depositado en los pueblos, y la carestia y es
casez se hallaba en la ciudad. Era menester,
para facilitar los socorros de fuera, atacar y
forzar las lineas. Orozimbo quiso mandar las
salidas ; y ni su hermana, ni su amigo qui
siéron abandonarle.
Los Españoles, harto debilitados por la ex
tension de su recinto, sorprehendidos, atacados
durante la noche, hubiéron en un principio
de ceder al número. La primera salida habia
por algunos dias vuelto la vida á los sitia
dos ; pero la segunda fue fatal i los héroes
Mejicanos, pues que ambos perdiéron en ella
cuanto tenian de mas querido en el mundo.
El ataque fué tan vivo que, forzadas las
lincas, se introdujó el socorro, y se retiráron
los Indios sin ser perseguidos. En aquella re
aoo LOS INCAS,
tirada fué cuando Amazili creyó ver á la in
cierta claridad de la noche, un joven Indio
forcejando entre dos soldados Españoles.
Ellos lo habian cogido, y se le llevaban. Te-
lasco no está con ella, y aquel jóven se le
parece. Acércase ella. Él es. Despavorida, gritó
socorro ; no se la oye, no tiene otra defensa
que la suya propia ; es preciso salvarle ó pe
recer. Ella, entónces, extiende su arco ; pero,
¿ con que fin ? Ella vá á atravesar el pecho
de un enemigo, ó el de su mismo amante. Su
ojo está seguro ; mas su mano tiembla, y el
temor añade fuerza al peligro. Dos veces
apunta, y ambas su amante se presenta de
lante de la flecha que va á partir. Quédase
casi yerta ; dóblanse sus rodillas vacilantes,
su arco se le cae de las manos. La naturaleza
y el amor hacen por ella uno. de aquellos es
fuerzos reservados á los peligros extremados.
Ella se aprovecha del momento en que uno
de los Españoles sirve de broquel al Meji
cano ; parte el tiro ; cae herido el soldado ;
el brazo de Telasco, el brazo que empuña la
hacha está libre ; el otro enemigo experimenta
su esfuerzo terrible, y libertado como por un
prodigio, Telasco va á reunirse con sus com
pañeros que vuelven á entrar en los muros...
¿ Qué haces, le dicen, desdichado ? Tú dejas
i tu amante en poder de los enemigos.
LOS INCAS soi
Apénas partió la flecha j vió Amazili á su
amante libertarse y huir, faltóla la fuerza de
seguirle. Aquel espanto de reflexion que sigue
los grandes peligros, y que queda en el alma
cuando ellos han pasado, se ha apoderado
de su corazon exhausto de ánimo, y tan vio
lentamente, que un mortal desfallecimiento
la ha hecho caer desmayada. Ella no se rea
nima, no abre susojos sino para verse rodeada
de soldados Castellanos, á quienes el ruido
del ataque ha hecho venir en aquel lugar.
Encuéntrenla cadaverica y apresuranse á so
correrla. Reanimándose, su belleza les infunde
,un tierno respeto. ¡Corazon feroz!., álomenos
la hermosura te desarma : este es un derecho
que aun no ha perdido sobre ti la sabia na
turaleza.
El jóven y valeroso Mendoza, montado
sobre un cavallo soberbio, encuentra en me
dio de sus soldados á aquella jóven guerrera;
y se sobresalta al verla. El penacho de plu
mas con que está coronada, su escudo de
oro suspendido á una cadena de esmeraldas,
el tegido con que está ceñida su cintura,
y que coge por cima de sus costados los plie
gues de su trage flotante, y sobretodo la no
ble altivez de su ayre y su porte le anuncia
un ilustre origen.
Jóven beldad, la dijo Mendoza, ¿ qué dea
aoa LOS INCAS,
ventura 6 qué imprudencia os ha hecho caer
en nuestras manos ? La venganza y el amor,
dijo ella , las dos pasiones de mi corazon.
— ¿ Sois la hija ó la esposa del rey de Tum
bés? — No, dijo ella, yo nací en otros climas.
Esos muros han sido mi refugio. La liber
tad, que se me ha robado, era mi único bien.
— Ella os será vuelta, la dijo Mendoza ; pero
dignaos de confiaros á mi. Y habiéndola he
cho sentar á ancas de su cavallo, la lleva al
campo de Pizarro.
El dia derramaba su luz, y Pizarro en me
dio de su campo se informaba de los acon
tecimientos de la noche. Llega Mendoza, y
presentale la jóven India cautiva. Recíbela
el héroe con quella bondad noble, modesta
y consoladora que se debe al infortunio, y
que siempre se tiene por la flaqueza y la.
inocencia protegidas por la belleza.
Pero la desgracia que perseguia á Amazili
quiso que ella fuese reconocida por el jóven.
Fernando Pizarro, á quien habia visto en el
fuerte de Tumbés. ¡ Ah ! hermano mio, ella
misma es, exclamó, la hermana de ese valiente
cacique, de ese generoso Mejicano que me
salvó la vida y me volvió la libertad. Pa
gad mi deuda, yo os lo suplico. Pizarro iba á
enviarla ; pero el mayor numero de los Espa
ñoles quejóse altamente de ello. ¿Seri, dije-
LOS INCAS. 2o3
ron, con los Mejicanos con quienes sea pre
ciso usar ahora de frivolos respetos, y de
tímidas consideraciones? ¿Esperará un Espa
ñol hacerse amigo de ellos ? El tenia en sus
manos el medio seguro, el único tal vez de
obligarle á rendirse, y le dejaba escapar.
¿ Habrá quien quiera ver mejor perecer al
rededor de aquellas murallas, ó de fatiga, ó de
miseria, ó por las flechas de los salvages, á
doscientos hombres que se han confiado á él?
El general hubiera despreciado estas quejas
si el can ge de los dos cautivos no le hubiese
tocado de tan cerca. Pero un interes personal
hubiera hecho odioso lo que no era sino justo,
y él quiso ponerse por cima de la sospecha.
El hizo llamar á Valverde, el único hombre
que por razon de estado pudo ser encargado
decentemente de la guardia de su cautiva ;
confiósela, le encargó del cuidado de llevarla
al navio. El mismo dia hizo saber al coman
dante del fuerte que su hermana estaba pri
sionera ; que él la habia dado su navio por
asilo J que todas las atenciones, todo el cui
dado que pudiese suavizar la suerte de su
posicion se le prodigarían ; pero que un deber,
todavía mas santo que el reconocimiento, le
prohibia volvérsela, á ménos que, renunciando
él mismo á una resistencia obstinada, le re
cibiese en el fuerle.
ao4 LOS INCAS.
Desde que los héroes Mejicanos se aperci
biéron de la ausencia de Amazili, diéron gritos
tte dolor y de rabia. Buscábanla con sus ojos,
Mámabanla, recorrian todo el recinto de los
muros que les separaban de ella, prontos á
arrojarse fuera , atravesando mil muertes si
hubiesen oido su voz. Uno deellos,su amante,
atreviose á salir del fuerte y buscarla en el
campo. En fin , desesperados y creyéndola
perdida,llorábanla juntos,cuandoel enviado de
Pizarro les anunció que ella vivia. Su primer
movimiento fué dado á la alegria ; pero esta'
alegria era engañosa ; siguióla el dolor y la .
venganza.
¡ Amazili en la esclavitud y en poder de los
Españoles sin que fuese posible libertarla, á
ménos de rendirles las armas! esto era un
género de desgracia tan cruel, como el de su ,;
muerte misma. Mas la indignacion en el co
razon de Orozimbo habiendo reanimado el
valor, respondió con orgullo : que su hermana
le era bien querida ; pero que él no seria trai
dor á un rey, su bienhechor y su amigo ; que
él daba gracias al gefe de los Castellanos por
las atenciones que tenia para con una prin
cesa cautiva ; pero que devolviéndole á su
hermano, creia él haberle dado un ejemplo
mas generoso.
Cuando Pizarro oyó la respuesta de Oro-
LOS INCAS. so5
timbo, miró con un ojo severo á los Castel
lanos que le rodeaban. ¿Ved, les dijo, cuan
superiores son esos hombres á nosotros, y cuan
▼iles, malvados y cobardes somos en compa
racion de ellos ? Resolvió de volver á Amazili,
encargando á Fernando mismo de llevarla á
su hermano. ¡Mas como ya anochecia, creyó
poder diferirlo hasta el dia siguiente.
Entretanto, el falaz hipócrita, á quien ella
estaba confiada, habiéndola llevado al navio,
y viéndose solo con ella, sintió encenderse en
sus venas el mas negro veneno del amor.
Acércase á ella, y en un principio finge que-
rerconsolarla.—Hija mia, la dijo, modera tus
dolores. El cielo vela sobre ti ; el asilo que
te proporciona y el guardian que te ha esco
gido, son señales de su bondad. Bajo de este
habito sencillo y modesto,¿ sabes tú quien soy
yo, y todo lo que puedo hacer por ti ? Yo no
tengo armas, pero mando á los que están ar
mados; no tengo mas que decirles que viertan
la sangre, y será vertida; no tengo mas que
decir á la espada que se detenga, y se de
tendrá. Los pueblos, los ejércitos, los reyes
mismos, todo está sometido á mis iguales ; y
nosotros dominamos sobre los hombres como
sobre débiles niños.
Amazili, acordándose de los sacerdotes de
Méjico,comprendia que Valverde ejercia aquel
TOMO 2 I8
ao6 tOS INCAS,
ministerio temible.—¿Sois vos, le dijo ella. uno
de los interpretes de los dioses? — ¡Dioses!
exclamo Valverde; sabete que no hay mas que
uno, y este es el que yo sirvo. Todo tiembla
delante de él , y el me ha entregado su poder.
Mi espíritu es el suyo, mi toz es su órgano,
yo hablo, y es él á quien se oye ; su voluntad
es la que yo anuncio, y su voluntad se muda
cuando y como á mí me place : pues él me
escucha, y mis oraciones le irritan ó apaci
guan á mi antojo.
—Haced pues, le dijo ella, que vuestro Dios
sea justo, y que cese en fin de perseguir á
unos infélices que no habiéndole conocido,
no han podido nunca ofenderle.
—Tu desgracia, yo lo confeso, es digna de
compasion, la dijo Valverde , y sin un pro
digio no puedes tú salir fácilmente del pre
cipicio en que yo te veo. Consta que eres la
hermana del guerrero que defiende esos mu
ros : se le ha propuesto el remlirse, tu rescata
está á ese precio. Si él te ama bastante para
suscribir á tan indigna ley , os veréis reuni
dos en medio de la vergüenza y la esclavitud:
digo en la vergüenza, hija mía, pues no sera
mas que un aleve y un cobarde si falta por
tí á su deber.
Amazili, escuchándole, hallabase trémula y
consternada. — ¡Y bien! continuó el tartufo,
IOS INCAS. a07
¿ crees tú que si viniese del cielo un sev be
néfico que, cubriéndote con sus alas, confun
diese y aterrase á tus enemigos, y te arrebatase
de sus garras, debieses desdeñarte de sus des
velos y rehusar tu favor? — ¿Y cual será, le
preguntó ella, ese ser auxiliador? — Yo, res
pondió Valverde.— ¡ Ay! seriais entónces, para
nosotros, un dios libertador ! —De tí sola de
pende que yo lo sea, repitió el aleve ; y tú
eres quien debes de estimularme á ello. — ¡Ay!
¿cómo? — Piensa en el momento dichoso
en que ese hermano tan deseado , en que
ese amante mas deseado todavia, viéndoos
llegar se precipitarían en tus brazos. — Yo
moriría de alegria , dijole Amazili.—Lo creo.
Yo me represento ahora mismo tan ventu
rosa entrevista. Hija amable, yo creo verte
volar á su seno, colmarles de tus tiernas cari
cias ; veo tus hechizos animarse y brillar de
un modo celestial ; veo tu corazon palpitar,
tu pecho •altar de gozp, tus ojos lanzar las
centellas de la alegria, y prontos á derramar las
lágrimas del deleyte mas dulce. Si, yo te vol
veré á ese amante dichoso ; mas gusta de an
temano las delicias de una reunion que será
obra mia, y dejame gozar de ella yo mismo
haciéndote la ilusion que yo me hago. Figu
rate ver á ese amante lleno de gracias y de
un amor tiernisimo.' Arrojate en sus brazos,
ao8 LOS INCAS.
y comparte el extra.rio, la embriaguez, el de
lirio en que le pones. A estas palabras, infla
mándose sus ojos, se abalanzaba... Ella se es
capa, y asiéndose del arco, ármale con una
flecha, y grítale con un ayre de indignacion
mezclado con el temor: — Detente,hombre falso
y cruel. Ya te entiendo, ya veo á que precio
tú pones tu indigna compasion. Yo soy débil,
estoy cautiva y entregada á nuestros opreso
res ; pero en mi flaqueza misma , tengo una
fuerza que me sostiene. Esta fuerza, superior
a la de los tíranos, es un soberano desprecio
de la muerte.
—Imprudente,repitióValverde,¿no ves tú
otra cosa que temer, sino la muerte y una
eterna esclavitud? ¿y la desgracia de no vol
ver á ver á lo que tienes de mas querido en
el mundo ? ¿ y la desdicha espantosa de haber
arrastrado i los hierros á tu hermano y tu
amante ? Tiembla, y arrodíllate delante de mí
para aplacar mi enojo, ó esos desertores de un
pais que hemos reducido á cenizas, tu hermano,
tu amante, tú misma, experimentaréis á vues
tro turno la suerte que sufriéron vuestros reyes.
— Anda, le dijo ella con horror : cuando yo
viese ahi, bajo de mis ojos, el brasero de Gua-
timozin, yo preferiria echarme en él viva, á
ponerme á los pies de un aleve engañador á
quien abomino. A tiempo que hablaba, tenia
LOS INCAS. ao9
su arco tendido para atravesarle. Valverde,
confundido, se aleja lleno de rabia, pero sin
remordimientos.
Abandonada á ella misma, la infeliz se pre
cipitó en el abismo de su dolor. Verse sepa
rada para siempre de su hermano y de su
amante, ó verles entregarse ellos mismos i los
asesinos de sus padres, á los destructores de
su patria : ellos nunca se resolverian á ello.
En el silencio dela noche, estas reflexiones,
animadas por la imágen de su patria, que se
ofrecia ensangrentada á sus ojos, la agitáron
tan violentamente, que hubiera dado mil
vidas por impedir que por querer su libertad,
se consintiese en someterse á la ley de los
Castellanos.
Pero no, no era así como Orozimbo y Te-
lasco meditaban libertarla. Escoger una noche
oscura, salir de sus murallas, acometer el
campo enemigo, perecer juntos <5 penetrar
hasta el navio en que Amazili se hallaba
cautiva, y llevársela : tal era el digno consejo
que habian tomado de la desesperacion.
Ambos ardian de impaciencia por que vi
niese el dia á iluminar el puerto. Ellos es
peraban que Amazili se presentaría sobre la
popa, en donde, desde lo alto de las murallas,
pudiesen reconocerla. No fué vana su eipc-
ranza. '
i8*
aio LOS INCAS.
Amazili, con el alma aun llena de la tur
bacion de la noche, aguardaba sobre la proa
que la claridad, que comenzaba á esparcirse,
fuese mas viva ; y entretanto sus ojos, por
medio de la mezcla de las sombras y de la
luz, se fatigaban en divisar el fuerte que do
minaba al mar. Primero cree entreverle ;
véle en fin, y sobre el muro descubre á do'
hombres, que su corazon le asegura ser su
hermano y su amigo. Ellos me buscan con
sus ojos, dijo; ellos no pueden vivir sin mi.
Yo les haré débiles y cobardes, perfidos para
con su patria, é infieles para con su rey, su
bienhechory su amigo... No, no, yo no pongo
tan funesto precio á mi vida ; y si esta es para
ellos una cádena vergonzoza, yo sabré liber
tarles de ella. Entónces, para fijar sus mira
das , desata su cintura, y la hace voltejear
en el ayrc. Uno de ellos,su querido Telasco, res
ponde á este señal, haciendo voltejear del
mismo modo el penacho que adornaba sus
sienes ; y cuando se ha asegurado de que sus
ojos fijos en ella observan todos sus movi
mientos, saca una flecha de su escudo, levanta
el brazo, y dice sin esperanza de ser oida :
Adios, hermano mio, adios, Telasco infélice.
Lloradme, y sobre todo,vengadme : vengad
á Méjico. A estas palabras, atravesándose el
seno, se precipita en el mar.
LOS INCAS. ai i
¡ O cielo, mi hermana, Amazili ! Acabóse
ya. Yo la he visto herirse y caer. Yo he visto,
exclama Orozi robo, abrirse las olas y cerrarse
otra vez sobre ella. Mi hermana, mi cara Ama
zili no existe ya. ¡Y nosotros, sin embargo,
vivimos! ¡y los monstruos que la han redu
cido á darse la muerte !... ¡ Ah ! nosotros de
bemos vengarla. Esta es nuestra última espe
ranza. A estas palabras, palidos, bramando,
ahogándose con sollozos é inundados de lá
grimas, abrazanse uno á otro, dejanse caer,
arrastranse por el polvo, y su dolor se exhala
en freqüentes gemidos que interrumpe un pa
voroso silencio. Vueltos en si, forman el pro
yecto de salir en la noche siguiente y llevar
al campo enemigo el terror, el estrago y la
muerte. ¡ Ah vano proyecto ! La fortuna, án
tes del dia, lo mudó todo.
Viose á los pueblos de los valles de lea,
Pisco y Acari, correr en tropel al encuentro
de los Españoles, rindiéndoles homenage, y
solicitando que fuesen á desembarcar al puerto
de Rimae, sobre aquellas riberas donde, poco
despues,se levantó la ciudad de los reyes que
hoy se llama Lima. Esta revolucion repentina
fué la obra de Mango. Pizarro aprovéchase de
ella con alborozo ; vuélvese á embarcar con
los suyos ; y los Mejicanos, desconsolados,
ata LOS INCAS.
viendo que los Castellanos se escapaban á su
venganza, tornan á tomar tristemente el ca
mino de las sierras, por los campos de Tumi-
bamba.
LOS INCAS. *i3 ,

CAPÍTULO XLVII.
Ataliba hace campar su ejército en las orillas del rio
Zamora — Festividad á la muerte , en el solsticio
del verano.

Ataliba que, despues de su victoria, supo


la llegada de los Españoles, dejó descansar su
ejército á orillas del rio Zamora ; y cuando el
Sol, en el trópico del norte, llegó al término.
que una ley eterna tiene señalado á su car
rera, se celebró la fiesta de la muerte en una
llanura inmensa. Los pueblos corrian á ella
en tropeles ; la corte del Inca fué tambien
desde el palacio de Riobamba, en donde la
habia dejado el principe ; la mas querida de
sus mugeres, la hermosa y tierna Aciloé, hal
labase en ella con sus ojos bañados de ligri
mas que le hacia derramar la memoria de su
hijo y que no podia agotar el tiempo. Cora,
cuyas desgracias habian conmovido sensible
mente á aquella princesa, y quien la habia
admitido á su corte, la acompañaba. Ella vol
vió a ver á Alonso, gloriosa y encantada de
poseer en su seno la prenda de su tierno amor.
Todas las festividades del Sol tenian un
grande objeto de moral pública. Esta la mas
3i4 LOS INCAS,
seria, y la que mas infundia respeto, eta la
de la muerte. Lo que la distinguía de las que
se han descrito, era el himno que se cantaba
en ella. El pontifice, con un ayre sereno y
llevando sobre su frente una magestuosa tran
quilidad, entonaba aquel himno funebre; los
Incas respondian, el pueblo escuchaba en si
lencio y meditaba la muerte : vedle aquí.
« Hombre, destinado al trabajo, á la pena y
al dolor, consuelate, pues eres mortal. Por la
mañana, tú te levantas para sentir la necesi
dad ; te acuestas á la noche cansado, abatido
de fatiga. Consuelate, pues te aguarda la
muerte, y en su seno está el reposo.
« Tú ves una barca agitada por la tempes
tad ganar la apacible rada, refugiarse al
puerto. Este mar, batido sin cesar por la tor
menta, es la vida; ese puerto tranquilo y se-
guro,á donde jamas se acercáron las borrascas,
es el sepulcro.
o ¿ Ves el timido infantito que su madre
ha dejado lejos de ella, para hacerle ensayar
sus fuerzas, que corre hácia ella con paso
vacilante, y que, tendiéndola sus débiles bra
zos, llega, precipitase en su seno, y ya él no
siente su debilidad? Pues ese niño, es el hom
bre; y esa madre tierna, es la naturaleza, á
quien en este momento el vulgo llama la
muerte.
LOS INCAS ai5
« Hombre frágil, durante tu vida eres el
esclavo de la necesidad, y el juguete de loi
acontecimientos. La muerte romperá tus ca
denas, serás libre, y no existirá para ti, en
la inmensidad, sino tú mismo y el Dios que
te ba criado.
«Que de eso Dios que anima al mundo esca
pese un soplo, este es la vida. Retirale,esto es
la muerte.
« Tú has visto expirar á tu semejante ; sus
convulsiones te han hecbo miedo ; y esos
esfuerzos del dolor, al momento de soltar su
presa, los atribuyes á la muerte. Esta es im
pasible, y en el borde de la tumba hay un
dique en que se acumulan los restos de los
males de la vida ¡ pero fuera de ella, es una
calma eterna.
ii ¿No observas tú que el tiempo es lento
en escurrirse ? Es porque el tiempo trae la
muerte, y que ella es el término de la vida.
¿Qué hombre no deséa llegar á mañana ? Mas
lo que hoy es la vida, es mañana la muerte.
« Hombre, ¿ de donde te viene, pues, esa
repugnancia por un bien hácia el cual eres
arrastrado por una cuesta invencible? ¿Es
porque tú eres mas sabio que la natura
leza, mejor que el Dios que te ha criado, y
porque tomas por un abismo las tinieblas del
porvenir ?
ai6 LOS INCAS.
« ¿Y quien querria soportar la vida, si el
traspaso fuese menos espantoso? La natu
raleza nos intimida, á fin de retenernos. Es
un foso profundo, que ella ha cavado sobre
los confines de la vida y de la muerte, para,
impedir la desercion.
k Si hubiese un Dios bastante inexórable
para querer desesperar al hombre, él le con
denaria í no morir nunca. El tedio, la tristeza
afligirian su alma ; y la necesidad de vivir,
semejante á una roca, le abrumarian sin cesar.
El signo de la reconciliacion, entre él y el
hombre, es la muerte.
k No hay mas que un medio de hacer la
vida mas preciosa que la misma muerte ; es
el de vivir por su patria, fiel á su culto y á
sus leyes, útil á su prosperidad, digno de su
reconocimiento, y de poder decir al rrforir :
Yo no he respirado sino por ella ; goce pues
de mi último suspiro. »
Asi cantaban los hijos del Sol , y estos can
tares, que resonaban en el alma de los jóve
nes guerreros, les elevaban por cima de ellos
mismos. Pero, las mugeres y los niños, mi
rando á sus esposos y á sus padres, con ojos
en que la ternura y el espanto se veian pin
tados, parecían suplicarles que amasen, ó, á.
lo menos, que sufriesen la vida, y opusiesen
los movimientos mas candorosos de la natu-
LOS INCAS. al7
raleza, á aquel entusiasmo que desafiaba á la
muerte.
El monarca, despues de este cantico, ha
biendo hecho, por tribus, el elogio de los va-
lien tes Indio* que habian muerto en su defensa:
Ya hemos llorado i. los muertos, decia ; de
jemos lo pasado, que ya no existe, y no pense
mos sino en el porvenir, que es para nosotros
un nuevo ser. Unos bandidos, azote de las
riberas de donde desembarcan , acaban de
llegar á Tumbés. Yo creo haber puesto á
aquella ciudad en estado de defensa. Héroes
la defienden ; pero no basta : mañana voy en
su auxilio. Pueblos, allí es donde nos llaman
peligros dignos de probar al mas intrépido
valor. Vais á ver animales véloces llevar al
hombre á los combates ; vais á ver la imágen
del terrible Ilapa (i),en las armas de esos ban
didos. Ellos han sabido dar á la muerte un
aparato espantosísimo ; pero él no puede ser
nunca mas que la muerte ; y ahora acabais
de oir si es ó no de temerla. Por lo demas,
esos hombres son mortales como nosotros, y
vienen en tan corto número, que, si les en
volveis, se hallarán en medio de vosotros
como hojas agitadas por el torbellino de las

(I) El rajo.
tomo a 19
2i8 LOS INCAS,
tempestades. Ahí teneis, prosiguió, mostrán
doles á Alonso, el que sabe como se puede
vencerles ; á él toca mandaros.
LOS INCAS. ato,

AWVH\WVV\W«V«WVW^VV*VV\VVV\VVVVW\VAV\\>UVVW\A

CAPÍTULO XLV1II.

Alonso , en el campo indiano, recibe cartas de Pi


tarra y de Las Gasas. — Sobre la fe de uno y de
otro , propone al Inca el entrar en conciliacion.
—Vise al encuentro de Pizarro ; confiere y pénese
de acuerdo con él , y vuelve al campo de Ataliba.
—.V pesar del consejo y del ejemplo de los Mejica
nos , persuade al Inca á conceder á Pizarro la en
trevista que le pide.

Así hablaba Ataliba, infundiéndoles su va


lor. Pero al fin del dia \e llegar á su campo
los guerreros Mejicanos que le cuentan su
desventura. Informante que Mango, reducido
á la desesperacion, supone y hace esparcir,
entre los Indios, un oráculo del rey su pa
dre (i), el cual al morir predijó la llegada
de los Castellanos, y recomendó á sus pueblos
que saliesen á recibirles y les adorasen ; que
Mango, en apoyo de esta opinion, ha dado
éI mismo el ejemplo, enviando una embajada
al general de los Castellanos, para implorar
su asistencia en favor del rey del Cuzco,

(i) Huaina Capac.


aso LOS INCAS.
contra el usurpador del trono de los Incas,
el exterminador de su raza, el opresor del
Inca su hermano, cautivo en los muros de
Canares.
Las mismas noticias llegaban á un tiempo
de todas partes y se esparcian entre el ejér
cito : la inquietud y el miedo se apoderaban
de todos los ánimos, cuando el cacique de
Kimac vino á entregar al Inca las cartas del
general Español para Alonso. Pizarro, en-
viándole la carta de Las Casas, le escribió él
mismo en estos términos :
Mi querido Molina, si tú amas aun tu pa
tria, este es el momento de evitarla delitos ;
si amas á los Indios, este es tambien el de
evitarles desgracias. Tú no has conocido al
amigo á quien abandonaste. Lo que te afli
gia , me afligia aun mas á mí mismo. Pero
sin títulos y sin poder para hacerme obedecer
y temer,yo disimulaba, á pesar mio, lo que no
podia castigar. Despues he hecho un viage á
España. Lleg» en fin de allá revestido de todo
el poder de nuestro invicto monarca. Aquel
jóven principe ama á los hombres ; él quiere
que se use de indulgencia y de consideracion
para con los Indios. Él me ha recomendado
para ellos los desvelos y la bondad de un pa
dre. ¡ Dichoso, si lleno sus miras-! Está bien
seguro que mi inclinacion está de acuerdo
LOS INCAS. aai
con mi deber. Pero bien sabei cuanto la au
toridad cometida se debilita con la distancia,
y con que- precaucion yo debo usar de ella
sobre hombres violentos y arrojados. Entre
ellos los hay de alma desinteresada, de cora
zon sensible y generoso, y es fácil conducirles-
Pero la multitud es ciega, inquieta, y sobre
todo avariciosa; y yo te confieso que ella es la
que temo ver escaparse de mi. Amigo mio, yo
no respondo de ella, si las hostilidades la ir.
ritan. Una dulce acogida de parte de esos
pueblos es el único medio de establecer la
concordia y la buena inteligencia. Tú eres
quien debes ayudarme, disponiendo los áni -
mos. Yo veo á la mitad del imperio presurosa
en reunirse á mi. Yo tengo ciertamente mas
fuerzas de lo necesario para esparcir por aquí
el estrago : pero, sin tus buenos oficios, no
tengo bastante para mantener el órden y la
paz. Yo marcho hácia Casamalca, donde dicen
que el Inca de Quito ha juntado sus fuerzas.
Muchos delitos se le han imputado ; pero,
¿ serías tú el amigo de un tirano ? Yo no puedo
pensarlo, y tu estimacion es su apología. Ven
á mi encuentro, y nos concertarémos para
conquistar sin oprimir.
Las Casas, tu amigo, y puedo decir tambien
el virtuoso Las Casas, á quien yo dejé mori
bundo en la isla Española, ha querido escri
'9*
aaa LOS INCAS.
birte. Yo te envio su carta. Yo me temo, mi
querido Alonso, que sea este un último adios.
E1 dolor de que Alonso fué penetrado al
leer estas palabras, se aumentó, cuando echó
la vista sobre la carta de Las Casas.
« Si vives, mi querido Alonso, si aun estás
entre nuestros Indios, y si Pizarro te encuen
tra en las riberas á donde va á desembarcar,
recibe de su mano este tierno y último gage
de una santa amistad. Yo me estoy muriendo.
Yo no he vivido sino para gemir. Dios ha per-
metido que, en el corto espacio de mi vida,
haya visto bajo mis ojos todos los delitos y
todas las desgracias reunidas. ¡ Qué senti
miento puedo yo tener de dejar el mundo!
« Yo te he confiado mis temores acerca de
la empresa de Pizarro. Se han calmado por
las virtudes de ese héroe. Sí, .amigo mio, el
cielo ha conmovido su grande alma. Pizarro
piensa como nosotros ; él conoce que vale mas
ser el protector y el padre de los Indios, que
su vencedor y su tirano. Únete con él, para
concillarte su estimacion y benevolencia: ¿1
es digno de ella como tú. Adios. Yo creo sen
tir que me llegala hora. Quizas mañana es
taré ante el trono de mi juez ; y si me es
permitido implorar su clemencia, será para
aquellos Españoles que le adoran y leulrrajan;
para aquellos Indios extraviados en el error,
LOS INCAS. aaS
pero sencillos, dulces, benéficos, á quienes él
ba creado, á quienes ama, y a quienes no
quiere hacer eternamente infélices.Protégeles,
mírales como mis mas queridos amigos des
pues de ti, á quien amaré hasta nías allá del
sepulcro. s
Esta carta fué regada con las lágrimas de
la amistad ; Alonso la besó cien veces con un
santo respeto. Ataliba no pudo oiría sin com
partir la emocion y el enternecimiento del
joven. ¿Cual es pues, le preguntó,ese Las Casas,
ese varon justo ? ¡ Ah ! dijo Alonso, pregúntalo
á ese cacique y á su pueblo. El cacique de
quien hablaba, era Capana. Este habia oído la
carta de Las Casas, y apoyado sobre su porra,
sus ojos se deshacían en lágrimas. No es un
hombre, decia, es un ente celestial, enviado
de su Dios para amansar los tigres y consolar
á los hombres. Nosotros le habríamos adorado,
si él nos lo hubiese permitido.
Este testimonio, pero sobre todo el de
Alonso, pudo mas que las impresiones terri
bles, que el ejemplo de Montezuma, y que
todas las desgracias de Mejico habian podido
hacer sobre el alma de Ataliba. Yo «le aban
dono á ti, dijo á su fiel Alonso. Vé á ver á
Pizarro, asegurate de sus intenciones, y si el
es tal como se nos anuncia, respóndele de
aa4 LOS INCAS.
la rectitud y buena fé de un principe tu
amigo, que desea ser lo suyo.
Indios cargados de los presentes mas magní
ficos formaban el acompañamiento de Alonso,
y estas riquezas dispusiéron favorablemente
los ánimos (i). Pero, tal era la sed de oro
que devoraba á los Castellanos, que lo que
debiera apaciguarla, la irritaba en vez de
extinguirla.
La conferencia de Pizarro con Alonso fué
el desahogo de dos corazones llenos de no
bleza y de franqueza. De ambos lados, el
estado de las cosas fué expuesto con can
dor. Pizarro no vió en el Inca del Cuzco sino
un exceso de orgullo y de imprudencia, y
en Ataliba la noble altivez de un corazon
sensible y generoso. De su lado, Alonso re
conoció el peligro de irritar en los Castel
lanos aquella sed de oro y de sangre, que
no hacia nunca sino adormecerse, pero que
un fanátismo bárbaro se esforzaba de volver
á encender. Fué dispuesto que Molina pre
cedería á Pizarro á los compos de Casamalea;

(i) En asta ocasion fué cuando , viendo los Indios


que los caballos hacían rugir el vocado del freno, y
crevendo que estos animales comían los métales , les
presentaban vasijas llenas de oro en polvo.
LOS INCAS. aaS
que el general Español avanzaría con sui
doscientos hombres, y que dejaría detras á
los Indios de su partido. Seguros uno y otro
de su buena fé,abrazáronse, y Alonso se volvió
al campo Indiano.
Aguardábale el rey de Quito turbado é
impaciente. Mas pronto se tranquilizó , y
juntó á sus guerreros para darles parte de su
alegria. Los Peruanos se regocijáron ; mas los
Mejicanos, con un ayre sombrío, y sus ojos
fijos en la tierra, escuchaban en silencio las
palabras de paz que traía Alonso. Su gefe,
que creia ver ca«r al Inca en un lazo fu
nesto, quiso preservarle de él. ¡ Y qué, prin
cipe, le dijo, ¿has olvidado la suerte de
Montezuma y la de Mejico? ¿Tú abando
nas tu pais á los mismos bandoleros que han
asolado el nuestro, y que le han inundado
de sangre ? ¿ Tú te entregas á las manos que
han encadenado á nuestros reyes y les han
hecho arder vivos ? ¡ Ah ! ¡ ojala te ilustre y
espante nuestro ejemplo! harto escarmentado
por nuestras desgracias, sé cuerdo á expensas
nuestras. ¿ No ves aqui la misma ligazon en
las causas de tu ruina , que en las de nuestra
pérdida ? Nuestro imperio estaba dividido, y
este lo está tambien. Un oráculo mentiroso
nos hacia una ley vergonzosa de doblar la cer
viz delante de nuestros tíranos ¡ un mismo
aa6 ' LOS INCAS,
oráculo os le manda. Nuestro rey, seducido y
engañado por apariencias de paz, de buena té
y de benevolencia, se perdió, y perdió á sus
pueblos ; y tú, desventurado principe, ¿quieres
entregarte como él? ¡Ah! si Montezuma hu
biese tenido aquella alma firme y valerosa
que tú nos has hecho ver, él habria salvado
á Mejico. ¿ Porque, pues, dejarte abatir, y pre
sentarte bajo el yugo? ¿Estás sin esperanza,
sin recursos ? Alejate. Deja á Palmore á la ca
beza de tu ejército ; que él mande á los In
dios, y estos caciques y yo, con nuestros dos
mil hombres, cargaremos sobre los Castellanos,
y tomaremos el camino mas corto de la ven
ganza ó la muerte.
Alonso creyó deber responder. Inca, dijo, el
carácter de mi nacion es el de ser altiva y no
ble ; pero esto no es un mal sino para sus ene
migos. Su pasion es la sed del oro, y tú pue
des saciarla sin trabajo. Lo demas es personal:
el vicio y la virtud nacen en los mismos cli
mas ; el pueblo, que es una mezcla de él, se
hace malvado ó bueno segun el ejemplo que
ee le dá. Su alma es la del bandido ó del héroe
que le conduce. Cortés ha destruido su con
quista, y deshonrado sns hazañas. Pizarro,
mas humano, mas sincero, para querer con
servar y pacificar á lasgeutesquehaya some
tido, y hacerse una fama sin remordimientos,
LOS IffCAS. aa,
es Español ; pero, ¿no lo soy yo mismo? ¿Me
conoces tú falaz, avaricioso y feroz ? No, tú
me crees sincero y benéfico. ¿ Porque pues,
no has (Je creer, que á lo ménos, Pizarro se
me asemeje? Tú responderias de mi, y yo res
pondo de él sobre la fé de Las Casas, de aquel
Español, el mas verídico, mas virtuoso, mas
sensible de los mortales, y sobre todo el mejor
amigo que han tenido los Indios en este nuevo
mundo. El no puede engañarme, pero puede
muy bien engañarse á sí mismo ; acaso ha-
bránle sorprendido con vanas apariencias. Sé
pues prudente, sin ser injusto. Tiende las ma
nos á la paz, sin dejar por eso las armas ; y
en medio de un campo numeroso, no te des
deñes de recibir á doscientos hombres que se
presentan como amigos.
Lleno el Inca de la confianza que le inspi
raba Alonso, no queria ni aun ponerse en de
fensa. Alonso le formó una guardia de ocho
mil hombres de un valor experimentado. En
el ala derecha y delante de las tiendas del
Inca, campó á los Mejicanos, con la misma
tropa que habian commandado. Los salvages
de Capana formaban el ala opuesta ; y Pal-
more, con su ejército, ocupaba el centro, y
formaba un circuito al rededor del trono de
su rey. Principe, yo bago votos al cielo, dijo
el jóven, por que la buena fé presida en esta
aa8 LOS INCAS,
conferencia, y forme entre Pizarro y tú Jot
nudos de una sólida paz. Si yo soy enga
ñado en mis votos, si lo soy en mi esperanza,
yo derramaré mi sangre por ti. Hé aquí cuanto
yo puedo. Yo no he fiado nada al acaso, y
de consiguiente nada tendré que echarme
en cara.
LOS INCAS. as9

CAPÍTULO XUX.
Entrevista de Pixarro y de Ataliba. — Carnicería
de los Indios , causada por el fanático VaWerde.
— La tropa de los Mejicanos es destruida.—Alonso
es herido. —Gonzalo Davila es muerto por Capana.
—Ataliba es encerrado en el palacio de Casamalca.

Vinó la noche, y ella suspendió aquel flujo


y reflujo de temores y esperanzas, que una
penosa incertidumbre y presentimientos con
fusos hacian nacer en los ánimos. Mas estos
movimientos, apaciguados per el sueño, se
renováron , cuando, á los primeros rayos del
dia, vióse de lejos la tropa de Pizarro que
avanzaba, y que era fácil reconocer por el
brillo resplandeciente de sus armas. Ella se
aproxima, el rey aguarda, elevado sobre un
trono de oro, sostenido por doce caciqnes.
Los Españoles, desplegados sobre dos lineas,
y Pizarro y veinte guerreros, que, como él,
montan cavallos belicosos, se adelantan con
paso altivo y grave, á tiro de piedra. Pizarro,
entónces, manda que se detengan, y acom
pañado de Valverde y de seis de sus tenien
tes, se presenta con una noble seguridad ante
el trono del Inca.
TOMO 2 20
?3o LOS INCAS.
Hácese silencio, y de lo alto de un cavallo,
que alza su cabeza al nivel del trono del Inca,
< 1 héroe Castellano habla al rey de esta forma:
nGranprlncipe,tú sabes quienes somos,¡y ojala
que el nombre Español fuese menos famoso
en este nuevo mundo ! pues que no debe su
celebridad sino á horribles calamidades. Pero la
vergüenza del crimen, no debe recaer sino
sobre el criminal ; y si la fama la ha extendido
sobre el inocente, ella es injusta, y tú no de
bes serlo. Si yo creyese á tus enemigos, yo te
miraría como el mas bárbaro de los tíranos.
Pero tus amigos me han respondido de tu
equidad, y yo les creo. Trátanos pues del
mismo modo ; ó á lo menos, ántes de juz
garnos, empieza á conocernos, y no bagas
recaer sobre nosotros los males que no he
mos hecho.
«Cuando los Incas tusabuelos fundáron este
imperio, y colocáron bajo de sus leyes á los
pueblos de este continente, ellos les dijeron :
os traemos un culto, artes y leyes, que os
harán mejores y mas félices. Hé aquí el tí
tulo de su conquista Este título es el mio,
y como ellos, yo me anuncio por beneficios.
No tendré trabajo en persuadirte que somos
superiores, por la industria y las luces, á todos
los pueblos de este mundo. Con los frutos de
tres mil años de trabajos y de experiencia, es
LOS INCAS. a3 i
con lo que venimos á enriqueceros. En vues
tras leyes yo no mu Jare, sino lo que tú mismo
creyeres útil de mudar para el bien de tus
pueblos ; y estas leyes y la autoridad, que es
el apoyo de ellas, quedarán en tus manos, y
tus pueblos no tendrán la desgracia de per
der un buen rey. Protegido por el mío, tú
serás su amigo, su aliado y su tributario ; y
este tributo, ligero para ti, no es sino la par
ticipacion á un bien que os prodiga la natu
raleza, y que ella nos ha negado. En cambio
del oro, os traemos yerro, presente inestima
ble, y para vosotros mil veces mas útil y mas
precioso. Nuestros frutos, nuestras cosechas,
nuestros ganados, riquezas de nuestros climas;
animales, los unos deliciosos al gusto, sir
viendo de alimento al hombre, los otros á la
vez robustos y dóciles, hechos para compartir
sus trabajos ; los productos de nuestras artes,
que hacen el encanto de la vida ; secretos
para ayudar nuestros sentidos y multiplicar
nuestras fuerzas ; secretos para curar, ó ali
viar nuestras dolencias ; mil frutos que el
hombre industrioso ha hecho á la naturaleza:
mil descubrimientos útiles para subvenir á
sus necesidades, para añadir á sus placeres :
hé aqui lo que yo te prometo en cambio de
esc metal, de ese polvo brillante, cuya nece
sidad sois bastante félices para no conocerla.
aSa LOS INCAS.
Tal es, loca, la concordancia pacifica y el
comercio mutuo que mi amo, Carlos de Aus
tria, poderoso monarca del oriente, me ha
encargado de ofrecerte. »
Ataliba, con el corazon lleno de gozo y de
reconocimiento, respondió á Pizarro que él
justificaba bien la opinion que le habian dado
de su rectitud y de su generosidad ; que á
todo lo que le proponia, no veia nada que
no fuese justo ; que las montañas en donde
nacia el oro serian abiertas á los Castellanos;
y que él no creia pagar, bastante bien con
esto, la amistad de un pueblo ilustrado, que
le traiasus luces, y la alianza de un gran rey.
« La mas sublime de todas nuestras luees,
replicó el héroe Castellano, es el conocimiento
de un Dios, de quien la tierra, el cielo , el sol,
son la obra. No te ofendas por ello, Inca :
ese hermoso astro, de quien tus abuelos se
decian los hijos, es sin duda la mas estupenda
maravilla de la naturaleza; pero él mismo ha
salido de manos del ser criador, y él no hace
sino obedecer, dando su luz al mundo. Es
pues Dios quien de una ojeada ha prescripto
al sol su carrera, al mar sus límites, su re
poso á la tierra, á los cielos sus revoluciones,
á la naturaleza entera sus movimientos diver
sos, su órden, sus leyes eternas ; de forma que
á él es á quien se debe únicamente adorar.»
LOS INCAS. a33
El Dios que tú me anuncias, le respondió
el Inca, no nos era desconocido : él tiene un
templo entre nosotros, el cual está dedicado
al que anima al mundo(i) : ¿Mas porque este
ser tan sublime no habría de ser el sol? Esa
brilJaut.cz, esa majestad pie parece que son
muy dignas de él.
« Inca , preguntóle Pizarro', si de una extre
midad del imperio á la otra, yo viese todos
los años á un viajante ir y venir, sin moderar
jamas su carrera, sin reposarse un momento,
sin extraviarse un paso, ¿lo habría yo de to
mar por el rey del país, ó por uno de sus
mensageros ? El Dios del universo no tiene
hora prescripta, ni espacio determinado ; él
está sin cesar y en todas partes presente.
Aquel á quien obscurece una nube, y que no
puede iluminar á una mitad del globo, sin
dejar la otra en la obscuridad, no es, no, el
Dios del universo. En otro tiempo tus pueblos
adoraban al mar, los rios y los montes. Todo
eso, como el sol, tiene su puesto en la natu
raleza ; mas todo eso no hace sino obedecer
y servir. Adoremos al que manda ; y para te
ner una idea de él, escucha lo que nuestros
sabios nos han revelado. Esos hombres ejer-

(l) Paella Canuic.


a34 LOS INCAS,
citados en ver lo que se pasa en los cielos,
están todos persuadidos que el mundo en que
estamos no es el solo mundo habitado ; que
hay otros muchos en el espacio, y que cada
una de las estrellas es un sol mas lejano de
nosotros, hecho pata ilustrar á esos otros mun
dos. Deja ir tu pensamiento á esa inmensidad,
y mira á esos soles y esos mundos, todos so
metidos á la misma ley. El que les gobierna
á todos,y á quien todo obedecerse es el Diosá
quien yo adoro. Juzga cuan superior es este
Dios al tuyo. s
Tu me confundes, pero me ilustras. Yo em
piezo á creer que fWron engañados mis abue
los. ¿ Diinc solamente si tu Dios es justo y
bueno, y si su ley hace al hombre un deber
de serlo ? — El es, le respondió Pizarro, la
justicia y la bondad misma, y el vínico deber
del hombre es el parecérsele. —Ya no te pie
guntaré mas, dijo el Inca. Ven á instruirnos,
á iluminarnos con tu razon , enriquecernos
con tu sabiduría, y sé seguro de hallar cora
zones dóciles y agradecidos.
Bajo tan nobles sentimientos todo anun
ciaba paz y buena armonía, cuando el men
tiroso y frenético Valverde pide hablar á su
turno. « Sí, príncipe, dijo al Inca, lo que aca
bas de oir es positivo, y su verdad es sensible.
Se trata ahora de olvidar tu propia razon, ó
LOS INCAS. a35
de humillarla bajo el yugo de la fé. He aquí
lo que la fé te enseña (i). Entonces el im
prudente se engolfó en la profunda obscuri
dad de nuestros misterios, en cuyo número
comprendió la autoridad de un hombre,
propuesto por Dios mismo para comandar á
los reyes, dominar sobre los pueblos, dispo
ner de las coronas como de todos los bienes
de los soberanos y de los subditos, y hacer
exterminar á todos aquellos que no le estu
viesen sometidos.
El monarca peruano , asombrado de un
lenguage tan entraño para él, pregunta coa
dolor al que acaba de hablar : ¿ en donde ha
beis aprendido todo eso ? En este libro, res
ponde Valverde , con un tono lleno de arro
gancia ¡ en este libro inspirado y dictado por
el espíritu santo mismo. El Inca, sin cenmo-'
verse, tomó el libro en sus manos, y despues
de haberle recorrido con la vista, dijo : Todo
lo que Pizarro me anuncia lo concibo, y lo
creeré sin trabajo alguno ; pero lo que tú me
dices no puedo comprehenderlo, y ese libro,
mudo para mi, no me instruye nada. Dicen

(t) Creyó sin duda , que el principe vendría a ser


en un instante un teólogo profundo.
236 LOS INCAS,
que añadió algunas palabras ofensivas ( i) con
tra aquel hombre que se arrogaba el derecho
de mandar á los reyes y disponer de los im
perios; y ya fuese por desprecio, ya por des
cuido, al devolver el libro á Valverde, lo
dejó caer.
No fué menester mas. El sacerdote faná
tico, arrebatado de ira, tornase hácia los Es
pañoles, y poneseá gritar venganza en nombre
dela religion, que aquel bárbaro menosprecia,
pues que el libro sagrado le habia arrojado á
sus pies.
Al instante, por un fuego rapido y mortifero
el arcabuz anuncia la guerra, y la señal de
la mas negra maldad. Abrese el batallon, y
del centro truena el bronce y vomita la
muerte. Al ruido de aquellos volcanes de
bronce, que se abrasan y braman ; al estrago
imprevisto que invisibles golpes hacen delante
del trono del rey, túrbase este ; ve a sus pies
su guardia despavorida y trémula; estrechanlr
por toda defensa, y perecen á su vista, cual
un rebaño humilde en medio del cual caeria
el fuego cjevorador del rayo. El Inca los ha
bia prohibido toda especie de hostilidad, y

(i) Que ese papa debio ser algun loco, pues que
dio Jilieralmente lo que no era suyo.
LOS INCAS. a37
ellos observaban su órden. Alonso, furioso,
les urge para que le sigan y se arrojen deses
perados sobre aquella tropa de asesinos. Ven-
gaos y vengadme á mi de esos traidores que
deshonran mi patria. Defended, salvad al rey.
A estas palabras el jóven sientese herido y
cae. El Inca véle caer, y Pizarro dá alaridos
lamentables.
A nosotros nos toca, dijo Orozimbo, el ex
terminar á esos monstruos. Seguidme, amigos,
apoderemonos de sus rayos. Dijo esto, y á la
frente de los principes de su sangre y de sus
dos mil Indios, marchó sin rodeo, hácia aquel
las bocas asoladoras que truenan delante de
él, y aun no las oye. Sus amigos rebentados
le inundan con su sangre ; los pedazos de su
carne, los despojos de sus huesos, caen sobre
él de todas partes ; su furor le ciega y le ar
rastra. Quédale Telasco, y le sigue. ¡Amigos
desventurados ! Ellos van con la cabeza baja
á arrojarse sobre las baterias ; una explosion
formidable les reduce á polvo. Ellos desapa
recen en torbellino de humo, y de su bizarra
y desgraciada tropa el acero del Castellano
derriba lo que no ha destruido el fuego.
Este espantoso desastre, tan pronto como
el pensamiento, no desalienta á Palmore, ni
a Capana : ambos se adelantan para envolver
al enemigo. Pero en aquel momento parten
a38 LOS INCAS,
con «na fogosidad indomable los dos escua
drones Castellanos. Los gefes, no pudiendo
contener el furor del soldado, se dejan arras
trar por él. Vuelan por medio de una nube
de flechas. Los cavallos son cubiertos de ellas;
pero, furiosos como sus ginetes, derriban los
batallones, saltan por medio de las lanzas,
pisan , asolan á una multitud de Indios
ecbados por tierra; y el acero, empapado en
sangre, redobla tan feroz carniceria.
De la guardia de Ataliba, seis mil hombres
son degollados ; todos los demas van á serlo.
Los que llevan el trono apenas tienen tiempo
para remudarse, todos perecen, y el mori
bundo cae de repente sobre el muerto á quien
ha reemplazado. Pizarro que, por retener una
rabia desenfrenada, se habia arrojado por me
dio de sus soldados sin poder hacerse oir, ni
obedecer, no ve ya mas que un medio de
salvar la vida al Inca. Pónesc él mismo al frente
de los asesinos, adelántales, penetra, llega hasta
el trono, aparta con una mano la espada que
va á herir á Ataliba, y con que es' herido
él mismo, y con la otra agarra al principe,
le arrastra , échale á sus pies, guardale, y ex
clama : Que lo tomen vivo para tener sus te
soros. Tal voz infundió respeto á la rabia.
Palido, turbado, fuera de si, el rey cae y
vése Lañado en raudales de sangre Indiana.
LOS INCAS. a39
Reconoce los cuerpos de sus amigos destroza
dos , atravesados , acribillados de golpes ; él
les abraza con gritos tan dolorosos que con
mueven á sus verdugos mismos. En la multi
tud, descubre á Alonso. ¡Caro y funesto amigo!
Tú me has perdido, dijo ; pero te han enga
ñado ; tu desgracia es la de haber tenido el
alma de un Indio. A estas palabras, aperci
biéndose que Alonso respiraba aun. ¡ Ah !
cruel, dijo á Pizarro, salva á lo ménos al que
me ha entregado á tí.
Pizarro háceles llevar á uno y otro ; encarga
á Fernando de guardarles y tomar cuidado
de ellos ; y él corre al llano, vuela y va
á salvar los deplorables restos de la legion
de Palmore, contra quien los suyos están en
carnizados. Allí Valverde, en medio de la
carnicería, con un crucifigo en la mano, y
echando de su boca espumarajos de rabia,
gritaba : Amigos cristianos, acabad, acabad. El
angel exterminador os guia. No deis sino de
punta , para no romper vuestras espadas,
atravesadlos con ellas, empapadlas en su san
gre. — Apartate, monstruo execrable, dijole
Pizarro, alejate de mi vista, ó te hago vomi
tar tu alma atroz. El monstruo espantado, re
tirase bramando. Contenéos,crueles, aguardad,
grita entónces Pizarro á los soldados, ó tornad
contra mi vuestras armas.
a4o LOS INCAS.
Fuese por respeto ó por cansancio de sus
fuerzas y de su íuror, ellos obedecen, y Pi
zarra les hace volver á su primer puesto.
En aquel dia de horror y de delitos, la
humanidad tuvo un momento. Capana, viendo
el combate desesperado, huia con un corto
número de sus salvages. Perseguiale un escua
dron que va á alcanzarle y envolverle. El
cacique, desesperado, tornase, extiende su arco
y escoge con ojos centellantes al gefe de la
tropa enemiga. Era Gonzalo Davila. La flecha
parte, y cae el jóven mortalmente herido.
Rodean al cacique , préndenle, arrástranle
á los piés de Davila, para despedazarle delante
de él. Gonzalo entreabre un ojo moribundo,
y reconoce al que le tuvo en su poder, al que
le dio la vida y la libertad. ¿ Eres tú,generoso
Capana, le dijo tendiéndole sus brazos trému
los? ¿Es de tu mano que yo muero? Tú me
habias hecho gracia una vez ; yo respiraba por
tu clemencia, estaba libre por tu bondad, y
yo he abusado de ella. El cielo es justo : él te
ha escogido para arrancarme tus propios do
nes. Castellanos, escuchadme, y temed, por mi
ejemplo, la mano del Dios que ha descargado
su ira sobre mi. Yo le debo todo á ese Indio;
dejadme pagar mi deuda. Viva él, y sea libre
con los suyos. Ven, hermano mio, mi asesino
y mi amigo, ven, que al expirar yo te abrazc.
LOS INCAS. a4i
Yo debi aprender de ti la justicia y la huma
nidad. Estas palabras fueron pronto seguidas
d e su últim o suspiro ; y Capana con sus salvages
fuéron á buscar mas allá de los montes del
oriente, entre los Mojos, libres aun, ó entre
los féroces Antis, que se alimentaban con san
gre humana, un asilo contra la rabia de un
pueblo todavía mas inhumano.

TOMO a
?43 LOS INCAS.

CAPÍTULO L.
Pirarro va á ver á Ataliba en su prision. — Muerte de
Alonso de Molina. — Valverde subleva i los Castel
lanos contra Piíarro.— Esteles apacigua , destierra
á Valver&e y le envía á Rimac , para ser embarcado
a!U y trasladado á una isla desierta. — Ataliba soli
cita su rescate , y es aceptada su demanda.

Los Españoles, cansados de matar y carga


dos de los ricos- despojos que habian cogido
en el campo de los Indios, se habian reunido
casi todos en los muros de Casamalca. Los
unos, y era el mas corto número, retirados
en silencio, vergonzosos y consternados, repro
chabanse la sangre que acababan de derramar.
Primero, por evitar la vergüenza de abando
nar á sus compañeros, habian cedido al ejem
plo ; pero, el honor satisfecho, cayeron en el
abismo de los mas crueles remordimientos.
Los otros, altaneros y gloriosos, se aplaudian
de haber vengado la fé, y espantado á las
naciones por un ejemplar terrible. A estos fué
á quienes se quejó Valverde de Pizarro, con
la violencia de un sedicioso furibundo.
Castellanos , les dijo , acabais de vengar
vuestra religion, que habia ultrajado un bar
LOS incas. a43
baro. Armaos de constancia, pues este zelo
heróico es colocado ahora en el número de
los delitos mas abominables. Pizarro os mira
como asesinos dignos del último suplicio ; y
si tuviese el poder, como tiene la voluntad,
os arrastraria todos á él. Apoderándose de ese
buen rey, á quien guarda en su palacio, él
ii0 ha hecho sino substraeroslo.: no ha querido
otra cosa que salvarlo ¡ por él esperaba hacerse
independiente y absoluto. El traidor Alouso,
su agente mutuo, conservaba esta inteligencia,
y habia urdido el compló. Si hubierais oido
de la manera que hablaba Pizarro á esc sal-
vage, os hubierais horrorizado. El parecia un
suplicante delante de Ataliba. En vez de una
conquista, era una alianza, un comercio, un
tributo que solicitaba humildemente. ¡Y la re
ligion!.. Eso serialo que os habria sublevado.
Pizarro ha hablado de ella á la manera de
los impíos ; él no se atrevia á esponer la i'é ;
sonrojabase de nuestros misterios : él mismo,
á los ojos delos infieles, no se atrevia á pre
sentarse como cristiano. Indignado, yo he to
mado la palabra, he levantado la voz'; he
dicho que un cristiano no puede ni disfra
zarse, ni callar. Habeis visto el ultrage por el
cual me ha respondido Atahba, y es eso lo
que su amigo, su aliado, su protector os acusa
de haber castigado. Cuanto á mí, yo le soy
s44 Í-OS INCAS.
odioso y me consuelo de serlo. He visto hol
lar el depósito sagrado de la fé, y os he gri
tado venganza : hé aquí mi delito. Era pre
ciso disimular el sacrilegio , aplaudir la
blasfemia y perjurar la religion en favor de
la impiedad : no lo he hecho, y aguardo sin
quejarme las humillaciones, los oprobios, el
destierro y acasp el martirio. Apenas acabó,
cuando cien voces se levantan, y responden :
Túserás protegido , defendido y reverenciado
como el vengador de la fé.
Esta sublevacion de los ánimos se aumentó
con la llegada de Pizarro. Colocados sobre
su paso, los soldados no le muestran ni te
mor, ni confusion; miranle con ojos fijos,
prontos á suLlevarse si se le escapase una
mala palabra. Mas lejos, Valverde, rodeado
de sediciosos fanáticos, le muestra aun mas
indiferencia ; y con una frente en que estaba
pintada la audacia, sostiene sus miradas ame
nazadoras. Pizarro atraviesa el tropel, guar
dando un profundo silencio. Pregunta donde
está Ataliba ; conducente á su prision ; y alli,
al rededor de aquel principe desventurado,
nota un corto número de Castellanos quie
nes, con los ojos clavados en tierra, se pa
recen ménos á vencedores que á criminales
condenados.
Ataliba, en su desgracia, guardaba todavia
LOS INCAS. a45
bastante entereza, para no haberse aun ligera
mente quejado. Mas cuando vid entrar á Pi-
zarro, se arrebató, déjase caer ; y apartando
con horror su vista, le repulsa, y rehusa sus
abrazos. Tú me crees perfido ó perjuro, le
dijo Pizarro ; pero mira esta mano despeda-
zuda y sangrienta aun que te liberto del
golpe mortal. ¿Es esta la mano de un ene
migo ? Yo te arrebaté de aquel trono, en que
veinte espadas iban á atrevesarte ; yo te prendí
para libertarte de los foragidos á quienes no
me habia sido posible desarmar, y á quienes
no hubiera podido contener. Pregunta á esos
guerreros si, durante aquella matanza hor
rible, no hicé yo por impedirla los mas in
creibles esfuerzos. ¿ Qué quieres? ¿Qué es lo
que puede un solo hombre ? Me han deso
bedecido ; pero está seguro, infélice príncipe,
que yo defenderé tu vida , aunque sea á
riesgo de lo mia.
A estas palabras el Inca le mira con ojos
en que la ira da lugar al enternecimiento,
y deja escapar algunas lágrimas. Al instante
que te vi, le dijo, yo te amé ; y mi alma
sujeta á la tuya, te sometió hasta mi pensa
miento y mi voluntad. ¿Porque, pues, me
habrías tú vendido ? ¿porque habrías querido
ver degollar á hombres pacíficos, que te reci
bian como á un dios? No, no, tú no Jo has que.
2i*
a4« tOS INCAS,
rido. ¡ Ttí lloras ! Ven, abrazame. Tu compa
sion alivia el corazon de un infeliz que te ama
todavía. Pero dlme , ¿ está todo destruido,
acabóse ya mi ejército? Yo be salvado de él
cuanto he podido, le respondió el héroe. Si es
posible, replicó el Inca, sacame efe las manos
de esos traidores : sus gritos de alegría me des
pedazan ; su vista me causa horror. Evítame el
suplicio de oirles y verles. Saciados de sangre,
están hambrientos de oro ; yo quiero tam
bien saciarles de él. Yo me obligo, por mi
rescate, á llenar de ese ansiado metal el
recinto en que estamos, hasta la altura á
donde ves que mi brazo se extiende. Lle
vense unas riquezas perniciosas y dejennos
en paz.
Tu causa es la mía, le dijo Pizarro, y yo
haré por tí cuanto puede esperarse del zelo
de un amigo. Demos al furor el tiempo de
apaciguarse, y armémonos, tú y yo, de cons
tancia y resolucion. Yo te dejo. Voy á cuidar
de Alonso, cuyo estado me aflige demasiado.
Pizarro, saliendo de la prision de Ataliba,
sentia su corazon despedazado ; pero un es
pectáculo mas cruel aun, le aguardaba en el
lugar en que expiraba Alonso.
Antes que el jóven hubiese vuelto del des
mayo mortal en que babia raido, habian cu
rado su herida. Mas, reanimándose con el

N
LOS INCAS. , 247
dolor, vióse rodeado de un tropel de Castel
lanos, humeando aun de sangre Indiana.
Estreinicióse de horror, y recogiendo un resto
de fuerza : Bárbaros, les dijo, ¿ osais acercaros
á mi y procurar mi vida ? Me la habeis hecho
odiosa. ; Es este el tiempo de monstraros com
pasivos y auxiliadores, despues de veinte mil
asesinatos cometidos sobre la fé de la paz !
He aqui los héroes cristianos, teñidos de san
gre y ahogándose de rabia. ¡ O monstruos fa
náticos ! El cielo, el justo cielo no dejará sin
venganza tan exécrable atentado. Yo os co
nozco. Veo al orgullo y la avaricia encender
- entre vosotros los fuegos de un odio impla
cable. Armados uno contra otro, os despeda
zaréis como fieras carniceras ; os arrancaréis
esas entrañas codiciosas y esos corazones se
dientos de sangre, que no han podido conmo
ver ni las lágrimas de la inocencia, ni los
clamores dela humanidad. Retiraos, foragidos
infames, cobardes asesinos, y dejadme morir.
A estas palabras, arrancando el vendage de
Su llaga, la dilató con sus propias manos.
Hallóle Pizarro bañado en su sangre, y los
Castellanos, indignados, se alejáron al verle
acercar. Alonso tendióle las manos, levantó los
ojos al cielo, y exhaló el último aliento.
Al instante Gonzalo Pizarro vino á hablar
en secreto al general. ¿ Qué haces tú ahí, le
aá8 LOS INCAS.
dijo ; Sabete que se conspira contra ti, que tus
soldados van á sublevarse y á nombrar otro
gefe. í Presentate, disipa ese compló, calma y
vuelve á atraerte esos ánimos, ó somos todos
perdidos.
Pizarro vió los dos escollos que tenia que
evitar en aquel paso peligroso, la violencia y
la debilidad. Muéstrase á las puertas del pa
lacio, hizo juntar á sus soldados, y llevando
en su rostro una tristeza majestuosa, les dijo :
Castellanos, acabais de degollar un pueblo ino
cente y pacífico, que se entregaba á vosotros,
que os colmaba de bienes, que os veneraba,
y que, renunciando á su culto, no pedia sino
que le ilustraran, para abrazar la ley de los
cristianos. Su rey le había prohibido toda
hostilidad para con vosotros. Lejos de cometer
ninguna, se ha visto asesinar sin haber tirado
una flecha, y aun ántes de haber vertido una
gota de vuestra sangre. El está ahora revol
cándose en el polvo, á la faz del cielo, vues
tro juez y el suyo. El asesinato de veinte mil
hombres, aunque fuesen criminales, sería es
pantoso al verlo ; ¡ cuanto mas no debe de
serlo , cuando son otros tantos inocentes ! Su
rey os pide para ellos la sepultura. Conce
dadle, á lo menos, esta señal de humanidad.
Esta es una gracia que el hombre no niega
á sus mas crueles enemigos.
LOS INCAS. 249
En lugar de las qucjas,tle las reprehensiones
y amenazas que se esperaban de un gefe jus
tamente airado, un lenguage tan moderado
hizo una impresion profunda. Los soldados
respondiéron que ellos no se negaban á sepul
tar los muertos, si lo que quedaba de Indios
en los lugares circunvecinos quería emplearse
con ellos en una tan santa obra. Ellos os ayu
darán, dijo Pizarro : mañana en esos llanos
ensangrentados se juntarán al amanecer. Id
á reposaros, pues que ya debeis estar cansados
de tan horrible matanza.
Desde aquel momento, todos los ánimos se
sintiéron conmovidos de una relacion tan fu
nebre ; de forma que la naturaleza recobró
insensiblemente sus derechos, y los remordi
mientos de conciencia se apoderáron del cora
zon de los culpables.
No quedaban en los lugares sino los viejos,
las múgeres y los niños. Pizarro les hizo man
dar que viniesen, desde el alba del día, á
inhumar á los muertos. Todos aquellos infé
lices obedeciéron: Desde que la luz naciente,
pudo iluminar los trabajos de la sepultura, los
Castellanos vieron á aquellas múgeres, aquellos
niños, aquellos viejos consternados y trémulos
acudir á este triste deber. Su dolor profundo
y mudo, su palidez, su abatimiento, llevá
ron la compasion á las almas mas féroces. Mas
a5o LOS INCAS,
cuando sus ojos reconociéron en el número
de los muertos á aquellos que les eran que
ridos ; cuando se les vió arrojarse sobre aquel
los cuerpos ensangrentados y yertos, estre
charles en sus brazos, regarles con sus lágrimas,
pegar sus bocas sollozantes, ya sobre sus labios
lívidos, ya sobre la llaga entreabierta de un es
poso, de un padre ó de un hijo, los asesinos no
pudiéron ménos de manifestar públicamente
su dolor y arrepentimiento. El asesino de un
padre abrazaba á los hijos ; manos empapadas
en la sangre del hijo y del esposo sacaban á la
esposa y la madre del hoyo en que querian se
pultarse con ellos. De este modo fué variado,
durante aquel dia lamentable, el largo su
plicio de los remordimientos.
De vuelta á Casamalca, los Castellanos,
inclinada su cerviz, sus ojos clavados en la
tierra, sus corazones abatidos y humillados,
se presentáron delante de Pizarro : ¿Aca
bóse ya, preguntóles él ? — Si, concluyóse.
I Y bien ! continuó el general, hombres
insensatos y crueles, ¿ habeis pues visto esa
carniceria, de que se horroriza la naturaleza?
Vosotros la habeis hecho... Mas no, exclamó,
de este delito abominable, el mas negvo y
mas atroz que haya inspirado jamas la rabia
de los infiernos, no sois vosotros á quienes
yo acuso : ahí teneis su exécrable autor. El

\
LOS INCAS. a5¡
es ese tigre hambriento, esa alma hipócrita
y feroz , Valverde, si, Valverde es quien, por
-vuestras manos, ha hecho correr esos torren
tes de sangre. Sabed que en el momento en
que os gritaba venganza en el nombre de
un dios á quien se ultrajaba, segun decía,
ese pueblo y su rey adoraban con nosotros
á ese Dios, y saltaban de gozo al oir las ma
ravillas de su poder. Yo os lo juro, y pongo
por testigos á los guerreros que me acom
pañaban. Ellos han oido el homenage que
le rendia ese principe virtuoso, á quien ese
impostor ha calumniado. Cargadle pues á
él solo con los delitos de que su impostura
es causa ; y como victima impura, que vaya,
lejos de nosotros, á alguna isla desierta á ex
piar, si puede, veinte mil asesinatos con que
el aleve ha manchado nuestras manos. Que
los buytre3 y víboras despedazen ese cora
zon desnaturalizado, ese corazón digno de
alimentarles.
Valverde, entonces, quiso hablar y defen
derse. Miserable, dijole Pizarro, asiéndole con
fuerza y arrastrándole á sus pies : Ven, ha
bla, y di si tú esperabas que un rey que
nunca te vió, comprendiese lo que no pue
des comprender tú mismo ; y que, sobre tu
palabra, creyese ciegamente lo que confun-
dia á su razon. Tu libro era sagrado para
a5a LOS INCAS,
ti ; mas ¿cómo pudiera serlo para quien no
sabe lo cjue es, ni de donde viene, ni lo que
él encierra ? Él le deja caer, y por este ac
cidente involuntario, tú haces degollar á un
pueblo entero, y yo te oía en medio de la
carniceria gritar que no se escapase ninguno.
Anda, monstruo, yo te dejo por suplicio una
vida odiosa, pero vé á arrastrarla lejos de
nosotros con horror al cielo, á la tierra, y á
tí mismo, si te queda un corazon suscepti
ble de remordimientos. A estas palabras, pro
nunciadas con el tono de un juez inexora
ble, los mas atrevidos de los amigos de Val-
verde no osáron tomar su defensa, y al
instante la orden fué dada de librarse de
él para siempre.
En fin, repitió el general, sin este hombre
infame, la razon, la humanidad, la gloria van
á presidir á nuestros consejos. El rey pide el
pagar su rescate, y os espantaréis del mon
ton de oro que ofrece hacer acumular en la
prision que le encierra. Castellanos, yo os lo
he prometido ; si, vuestros bajeles volverán á
España cargados de riquezas inmensas. Pero,
en el nombre del Dios que nos juzga, en el
del rey á quien servimos, os pido que cesen
los excesos, no mas crueldades : hagamos gra
cia, á lo ménos, á unos pueblos sometidos.
Desde entonces no se ocupáron mas que de
LOS INCAS. a53
las promesas de Ataliba. Aquel rey, conser
vando en las cádenas una igualdad de alma
que tenia un medio entre el orgullo y la ba
jeza, mandaba á sus pueblos desde lo interior
de su prision ; y sus pueblos le obedecian,
como si hubiese estado sobre el trono. De
todas partes velaseles llegar á Casamalca, los
unos agobiados bajo el peso del oro, de que
habian despojado los alcazares y templos ;
los otros, llevando en sus manos los granos
de este metal que habian recogido, y con que
sus múgeres y sus hijos se adornaban en los
dias solemnes. Sobre el umbral del palacio
en que su rey estaba encerrado, quitaban sus
sandalias, besaban el polvo á la puerta de su
prision, y poniendo en tierra su fardo, se pros
ternaban á sus pies, y les regaban con lágri
mas. Parecia que la desgracia misma habia
hecho mas sagrado este rey á los ojos de sus
pueblos.
Habiase trazado una linea á la altura de
los muros á que debia elevarse el monton de
oro que Ataliba habia prometido ; y por mu
cho que se acumulase allí, mucho faltaba to
davía para que el espacio fuese lleno. Aper
cibióse el rey de las murmuraciones que la
avaricia impaciente dejaba escapar delante de
él. Representó que era imposible hacer mas
tomo 2 22
a54 LOS INCAS,
diligencia, y que la lejania del Cuzco (i) era
la causa inevitable de las demoras de que se
quejaban ; pero que esta ciudad tenia con
que cumplir su promesa. Envió á dos Castel
lanos (a) para informarse de la verdad ; y en
este intervalo, fué cuando una revolucion
funesta acabó de precipitar á los Indios en la
desgracia, y á los Castellanos en el crimen
mas horrible.

(1) a5o leguas de pais,


(a) Soto y Pedro de Larco.

\
LOS INCAS. a55

CAPÍTULO LI.

LUega Almagro de Panamá. —Encuentra 4 Valverde.


—Su conversacion. —Muerte de Huascar en su pri
sion. —Ataliba es acusado de ella. — Fizarro , per
suadido de su inocencia, quiere salvarle.—-Reparto
de los tesoros que Ataliba hace amontanar por su
rescate. — Fernando Pizarro es, enviado á España.

Almagro con nuevas fuerzas venia de Pa


namá al socorro de Pizarro. Al desembarcar^ )
habia llegado á su noticia el desastre de los
Indios ; y asi como una perrada hambrienta ,
al son del instrumento que la anuncia que
el ciervo está en grande apuro, olvida la fa
tiga y redobla su carrera, anhelando de ale
gría y de ardor por devorarle, del mismo modo
Almagro y sus compañeros se adelantaban
hácia Casamalca para tener parte en la presa.
En su camino, encuentra á aquel impostor
fanático, Valverde, á quien una segura escolta
volvia al puerto de Rimac. El estado á que le
veia reducido excitó su compasion ; y pre
guntóle, ¿qué delito habia podido causar su

(i) Puerto viejo.


a56 LOS INCAS.
desgracia ? El zelo que hace á los mártires,
respondió el aleve, afectando aquel ayre sen
cillo y sereno que hace la paz del corazon.
Añadió que si Almagro quisiese oirle, le to
maba por juez, bien seguro de ser hallado
inocente y aun laudable á sus ojos.
Almagro le permitió que le hablase un me
mento sin testigos, y miéntras la escolta y
la nueva tropa se entregaban á la alegria de
encontrarse juntos en un pais cuya conquista
les enriqueceria para siempre, Valverde, sen
tado junto á Almagro, á la sombra de un ci
prés, le comunicaba en estas palabras el ve
neno de las furias de que su corazon infame
estaba lleno.
Fiel y generoso amigo del mas ambicioso
de los hombres, de sus triunfos y su gloria, de
su elevacion, de la autoridad que ejerce, del
favor de que goza : todo te lo debe. Vuestra
fortuna se ha agotado en armarle flotas ; vues
tro valor le ha sostenido y ha relevado el
suyo. Os hemos visto, por medio de las tem
pestades y de los escollos, pasar y repasar
del puerto de Panamá á estas riberas peli
grosas, y por auxilios imprevistos volvernos á
todos la vida y la esperanza. Sin ti, Pizarro
no fuera celebre sino por una imprudencia
ciega, ó mas bien estaría aun en su primera
obscuridad. Vas á ver que reconocimiento
LOS INCAS. a57
tiene reservado á tantos beneficios. El ha es
tado en la corte de España ; ha obtenido del
emperador las gracias mas señaladas, los tí
tulos mas brillantes; mas ¿para quien? Para
él solo. ¿Has visto sus títulos? ¿Ha pensado
en pedir á su amigo, á su socio, al creador
de su fortuna, á lo ménos para comandar bajo
sus órdenes ? No es olvido, no ; Pizarro no
te ha olvidado ; te ha temido. El quiere rey-
nar, y un teniente tal como tú hubiera mo
lestado su ambicion, y quiza obscurecido su
gloria. Esto es lo que él tiene gran cuidado
de ocultar, pero que yo lo he sabido descu
brir. La extension de su poder en estos cli
mas no es ilimitada, y sus títulos no le con
ceden sino la mitad de este imperio, cortado
en dos, por el ecuador. La ciudad imperial,
la soberbia Cuzco, está mas allá de sus lími
tes ; y el primero que osará disputarle su
conquista tendria tanto derecho á ella como
¿1. Pizarro lo ha previsto ; y con el vano
pretexto del rescate del rey su aliado, á
quien finge tener prisionero en los muros
de Casamalca, hace sacar del Cuzco todos
los tesoros que encierra. Anda, Almagro, vé
á su encuentro ; pero, sobre todo, guardate
de recordarle tus beneficios ó tus promesas ;
guardate de pretender ser participe del oro
que hace acumular; es el precio del rescate
22*
s58 LOS INCAS,
de un Indio á qnien sin ti se ha hecho cau
tivo : tú no tienes derecho de participar de
él; Pizarro lo ha declarado asi.
A estas palabras, el orgullo y la envidia
se encendiéron en el corazon de Almagro ;
pero fingió dudar aun que su amigo pudiese
ser ingrato. ¡ Qué! ¿ no faltará á la amistad y
á la gratitud, replicó el impostor, el que ha
sido traidor á su rey, á su patria y á su Dios ?
Aquí repitió todas las calumnias que habia
levantado contra el héroe Castellano. Y sabes
tú, añadió, ¿quien es ese rey amigo y aliado
de Pizarro ? Un usurpador, un perfido, que ha
hecho degollar sin compasion toda la estirpe
de los Incas ; que ha expelido del trono á
su hermano, le ha hecho cargar de cadenas,
y le tiene encerrado en la prision mas es
trecha. Esto es lo que nos han dicho los
Indios de aquellos valles, que bajo el yugo
de Ataliba, lloran la desventura de su rey.
—¿Y en donde está la prision de ese rey, ¡e
preguntó el ambicioso Almagro? — Está, res
pondió Valverde, en la fortaleza de Canares,
ciudad sobre el camino de Quito á Casa-
malea. — Adios, ya basta, dijo Almagro ; vé
al puerto de Rimac. Pero de allí no has de
partir sin haber recibido muestras de agra
decimiento de parte de un hombre que abor
rece á los ingratos, y que no lo será jamas.
LOS INCAS. a59
Almagro, que desde aquel momento se
hizo el enemigo mas mortal de Pizarro, vió
que la libertad del Inca del Cuzco era para
él un medio seguro y pronto de hacerse un
partido poderoso, y de robar á su rival la mas
hermosa mitad de su conquista; tomó su
camino hácia Canares, donde la nueva de la
matanza de los Indios habia esparcido el
terror. En cuanto él se acercó, veia á los pue
blos huir despavoridos ; ataca el fuerte, y
amenaza exterminarlo todo sin piedad, si se
niegan al instante mismo , á entregarle el
Inca rey de Cuzco,á quien él toma bajo su pro- '
teccion.
Aunque reducido á la desesperacion, el
intrepido Corambé responde con altivez, que
Ataliba respira aun, y que no obedece á otro
que á él.
Entónces hiciéron tronar la artilleria, y las
puertas de la ciudadcla comenzáron á tem
blar. A aquel ruido, al espanto que se esparce
en los habitantes, el fiero Huascar exclama
arrebatado de alegria y de rabia : Ahí están
mis vengadores. Muera, al precio de mi co
rona, muera el perfido y sanguinario Ataliba.
Óyele Corambé, y, enfurecido por el exceso
de su dolor : Tú que prefieres, le dijo, la opre
sion de esos bandidos á la amistad de tu her
mano, y la ruina de tu pais á la paz que le
a6o LOS INCAS.
habría salvado, tú cruel, no gozarás de tu
implacable venganza. A estas palabras dióle
el golpe mortal con la hacha que le servia de
arma.
Apenas le hubo descargado cuando viendo
á Huascar bregar á sus pies y revolverse en
un polvo ensangrentado, se espantó del de
lito que acababa de cometer. Despavorido,
extraviado, manda á sus Indios que le sigan,
y arrójase desesperado en el batallon enemigo,
donde al instante fué acribillado de golpes;
pero, buscando la muerte, abrióse paso, y el
mayor número de los suyos pudo escaparse.
Almagro, impaciente por sacar á Huascar,
se arrojó al fuerte ; hallóle en tierra bañado
en su sangre, luchando contra una muerte
cruel, y pidiéndole venganza por alaridos de
dolor y rabia. Vióle expirar, y lo sintió sobre
manera. Sin esperanza ya de poder dividir el
imperio, resolvió desde aquel momento qui
tar á su rival el apoyo de Ataliba, de un rey
que, aun en cadenas, mandaba á sus pueblos.
Hizo pues sacar el cuerpo del Inca del Cuzco,
y llevándole consigo, tomó el camino de Ca-
malca.
Recibióle Pizarro con toda la fuerza de la
amistad reconocida. Pero á aquel movimiento
de alegría, sucedióle el del horror cuando,
en medio de los Castellanos, á los ojos de Ata
LOS INCAS. a6i
liba, Almagro hizo levantar el velo que cu
bria el cuerpo de Huascar. ¿Lo reconoces?
tujole con el tonode un juez amenazador. Ata-
libale mira; estremecese y retirase asustado,
dando un grito de dolor : ¡ O hermano mio !
dijo, ¡ esa espada desapiadada no ha respetado
ni aun la sangre de los reyes ! A estas pala
bras, ya fuese por enternecimiento, ya por
presentimiento de la muerte que le esperaba,
no pudo contener sus lágrimas, y sus sollozoa
ahogáron su voz. — Tú le lloras, (lijole Alma
gro, ¡ despues de haberle asesinado! — ¡Yo!
— Si, tú mismo, aleve, y por la mano de un
traidor que, acosado por sus remordimientos,
vino i caer bajo nuestro poder. Pizarro, aña
dió, tú le has abandonado, si, tú has olvidado
á ese rey, cuyos subditos fieles habian venido
hasta Tumbés á implorar tu auxilio ; y sin
embargo su enemigo, el asesino de su familia
y de sus pueblos, en el fondo de su prision
le ha hecho asesinar. Yo supe el peligro que
corria, y volé en su defensa. Esta determi
nacion mía no hizo sino apresurar su perdida,
y el infame que mandaba alli, ha cumplido
muy bien la orden de Ataliba.
¡ O celestial justicia ! exclamó Ataliba in
dignado de verse acusado de un fratricidio.
¡Yo el asesino de un hermano ! ¡ Ah crueles!
á vosotros es á quienes están reservados tan
a6a LOS INCAS,
grandes crímenes. Para vosotros es para quie
nes nada hay sagrado. No os faltaba sino esta
última accion de crueldad. Vosotros me ha
beis engañado vilmente, y me habeis hecho
caer en un lazo el mas horrible. Vosotros, si,
vosotros habeis violado la buena fé, la paz, la
hospitalidad, la amistad, cuanto hay mas sa
grado, aun entre los hombres mas bárbaros ;
habeis degollado á mis pueblos: me habeis
cargado de cadenas ; habeis puesto mi liber
tad y aun mi vida en precio, y no estais aun
contentos. Ni las lágrimas, ni la sangre, ni el
oro, ! nada pues es capaz de saciar vuestra
rabia! Y, ahora, para darme un golpe aun
mas cruel que la misma muerte, ¡ me acusais
de un fratricidio ! ¡ O gran Dios ! ¿ Decidme,
Castellanos, qué os he hecho yo sino el bien,
en el momento mismo en que me haciais los
mayores males? ¿Qué me pedis aun? ¿que
reis mi sangre ? Vuestra es. Empapad en ella
vuestras manos, yo consiento. en ello ; pero,
¿ para que necesitais el hallarme culpable ?
Yo soy débil, estoy encadenado, sin defensa,
abandonado del mundo entero ; no tenemos
sino al cielo por juez, ; y el cielo me deja
oprimir ! Heridme, no teneis testigos, ni ven
gadores que temer. Matadme. Poned fin i mis
desgracias ; pero sea yo mirado como inocente.
Sí, traspasad este corazon un ultrajarle.

X
LOS INCAS. a63
Estas palabras, cortadas con lágrimas, con -
movianá los Castellanos, cuando Lé aquí que
Almagro hizo adelantar á los Indios que se
habian cogido, y que atestaban su fratricidio.
Aquellos infélices temblaban, guardaban si
lencio, ellos no sabian si debian decir ó callar
lo que habian visto ; pero, forzados por su
mismo rey á hablar sin disfraz, confesáron
que su gefe, el teniente de Ataliba y el guar-
dien de Huascar, viéndose obligado á rendirse,
le habia muerto por sus manos. No fué me
nester mas ; y la calumnia, apoyada con las
apariencias de un compló, hizo creer lo que
se quería. Aquellos mismos Indios intimidados
por las amenazas se dejáron escapar algunas
palabras injuriosas ; de forma que, ellas y
otros hechos que se explicáron en el sentido
mas odioso, de una sospecha de inteligencia
entre los Indios de supuestos, hiciéron una
prueba de la mas negra traicion. Ataliba en
tonces fué convencido en la opinion de todos,
de haber conspirado sordamente contra los
Castellanos mismos, y cien voces se levantá
ron para pedir su muerte.
Pizarro que, en medio de aquellas pruebas
falsas veía la inocencia de Ataliba, tuvo aun
con sus amigos el valor de defenderle ; pero
el odio y la envidia hiciéron despertar las
s64 LOS INCAS.
sospechas que Valverde habia hecho nacer
en ellos.
Al frente de los facciosos se hallaba Alfonso
de Riquelme(i), fanático sombrío y feroz, de
mejor fé que Valverde, pero no menos vio
lento que él. Almagro mas disimulado, no
se declaraba del mismo modo ; él gemia con
Pizarro del disturbio que habia causado, y
se arrepentia de una imprudencia desgra
ciada. Pero Pizarro, por medio de aquel di
simulo, conoció muy bien que el engaño
triunfaba en su corazon.
Entretanto, creciendo ese disturbio, se en
cendia de nuevo la discordia. Ataliba mismo
excitaba el fuego con la noble altivez de su
defensa, y la amargura de las reconvenciones
que hacia á sus tiranos ; habia recobrado
la energia que da al valor la injuria, cuando
es llevada al exceso. El no escuchaba ya á
sus amigos, que le exhortaban á la paciencia.
¡Ah ! Yo he sufrido demasiado, decia ; y, ¿por
que disimularlo ? Si la dulzura del trato pu
diese amansar esos corazones féroces, ¿ no es
tarían ya mansos y blandos en extremo ? Pi
zarro, ellos quieren que yo muera ; quieren
perder á tu amigo, yo lo veo. Pero ves tam-

(t) Tesorero por el emperador.

N
LOS INCAS. a65
bien que es indigno de la virtud calumniada
humillarse con bajeza.
Demasiado débil, en medio de una tropa
de facciosos determinados, para poder infun
dir respeto por la amenaza, Pizarro se hacia
violencia á si mismo; y cual el piloto sorprehen-
dido por la borrasca en un estrecho sembrado
de escollos, ya cede, ya resiste á la tormenta,
asi él evitaba estrellarse contra todos los acu-
sadores y testigos falsos. La altivez firme y
animosa de Ataliba, y mas aun, el imprudente
calor con que el jóven Fernando abrazaba la
defensa de aquel príncipe desventurado, no
hacia sino agriarlos espíritus. Pizarro comenzo
por alejar á Fernando. Escogióle para ir i
llevar á España el oro que el Inca habia dado
por su rescate. Anuncióse, y fué menester sa
ber si la tropa de Almagro tendria parte en
él. Propónelo Pizarro , y declara altamente
que no habiendo contribuido á la conquista,
no era justo que viniese á usurpar su fruto.
Almagro vió que iba á perder sus nuevos
partidarios si disputaba la presa. Disimule
mos, dijo á los suyos, pues se nos tiende un
lazo. Al instante toma la palabra y dice, que
venian á compartir trabajos y no los despojos
del enemigo ; y que un pais inmenso en donde
brotaba el oro, no merecia este metal dividir
á unos hombres que estaban unidos por la
tomo 2 23
a<56 LOS INCAS,
cstimacion, el honor y el deber. El perfido
con este lenguage tuvo el arte de apaciguarlo
tedo. Adhiriose mas y mas, por su moderacion
fingida, un partido numeroso y poderoso ; y
Pizarro, perdiendo la esperanza de debilitarlo,
buscó inútilmente su amistad por larguezas; i).
Hizo pesar el oro y la plata que se habian
acumulado ; distribuyólo y enriquecióse su
ejercito. La parte (a) que habia reservado al
emperador, fue enviada al puerto en que Fer
nando debia embarcarse ; y este vino, con el
corazon lleno de tristeza, á despedirse de
Ataliba.
Habia concebido por el Inca aquella amis
tad noble y tierna que la virtud en la des
gracia inspira á las almas generosas : dulce
apoyo que el cielo reserva algunas veces al
hombre justo á quien se oprime, para ayudarle
á sobrellevar el peso de la abrumadora ad
versidad. Vengo á despedirme de ti, le dijo,
me envian 4 España ; mi deber me aleja de
ti : pero llevo conmigo la esperanza de ser
virte, y de volverte á ver libre, justificado,

(t) Zazate asegura que Pizarro hizo dar mil pesos


de oro, ó veinte marcos , á cada uno de los soldados
de Almagro. Benzoni dice , que loque distribuyó Pi
zarro fué5oo ducados ¿los unos y i,oooá los otros.
(.2) El quinto.
LOS INCAS. 267
restablecido sobre el trono, y de abrazar en
él á un béroe á quien he respetado en las
cadenas. — ¡Ah! generoso amigo, le dijo Ata-
liba, envolviéndole en sus yerros, y estrechán
dole entre sus brazos, ¡ tú me dejas ! yo soy
perdido. — ¡Y qué! le dijo Fernando, mis
hermanos... nuestros amigos...— Ellos no ten
drán tu valor, y Pizarro, por salvarme, no se
expondrá á perderse. Mira, añadió, mira á
esc hombre arrogante y soberbio que parece
engordado con sangre ( era Alfonso de Ri-
quelme ),y aquel otro que, con semblante ta
citurno nos observa ( era Almagro) ; ellos no
aguardan sino tu ausencia para hacerme pere
cer. No nos volverémos á ver mas. Adios por la
ultima vez.
368 LOS INCAS.

CAPÍTULO LII.
Llegando al puerto de Rimac , Fernando se deja con
mover por el falso arrepentimiento de Valverde , y
te concede la libertad de ir á vivir entre los salva-
ges. — Resolucion tomada en el consejo de instruir
el proceso de Ataliba. — Su famitia es transferida á
la misma carcel que el. — Muertede Cora sobre el
sepulcro de Alonso. — La constancia de Ataliba le
abandona desde el punto que se ve en medio de su
familia.

Despues de tan triste despedida se fué Fer


nando á Rimac. Allí encontró al implacable
Valverde, quien, bajo la capa de una humil
dad pura, encubria su vergüenza y su rabia.
Presentóse a la vista de Fernando. Un zelo
extremado ha podido extraviarme, le dijo ;
yo debo expiar todos los males de que be
sido causa ; y cuando se me haya expuesto,
en una isla desierta, á la voracidad ds las
fieras, no seré castigado tanto como merezco.
Si me da el cielo la fuerza de expiar sin que
jarme, yo os benedeciré. Mas si me falta esta
fuerza, y si la desesperacion se apodera de mi
alma, ella es perdida. ¡ Ah ! dejadme salvarla
por la penitencia. ¿Qué teneis que temer de
LOS INCAS. a69
mi ? Proscripto, abandonado, cuando yo fuese
malo, ya he perdido el poder de hacer daño.
La gracia que yo imploro es la de expiar mi
delito por los mas penosos trabajos, iendo
entre los Indios mas salvages de esas riberas,
i esparcir á lo menos alguna luz, alguna se
milla de la fé. Yo no deseo sino el morir mar
tir. A estas palabras, pérfidas lágrimas corrian
de sus ojos hipócritas.
El jóven, sencillo y crédulo como todos los
corazones generosos, se dejó conmover y se
ducir. Volvióle la libertad ; y el tigre, rom
piendo su cadena, aulló de gozo y de furor.
Las prodigiosas riquezas que se acababan
de repartir, no eran sino una débil porcion
del rescate de Ataliba (i). Para cumplir su
promesa, se iba á cargar con aquel monton
increible de oro, que la floreciente Cuzco ha
bia visto durante once reynados, acumularse
en los alcazares de sus reyes y en el templo
del Sol. Almagro bramaba de rabia al consi
derarlo. Aquella ciudad soberbia, sobre la
cual está fundada su esperanza ambiciosa,
será arruinada para siempre ; y cuando el res
cate del Inca., no agotase aquellas riquezas,
Pizarro solo dispondría de ellas, miéntras
este rey estuviese vivo. Tal fué el gran interes

ft) La quinta parte.


23*
a?o LOS INCAS.
que le hizo solicitar su perdida, y apresurarla
con ardor.
Primero, por falsas promesas de usar de in
dulgencia con él, quiso se le empeñase en
hacer la confesion de su delito, para obtener
su perdon. Pero, aquel desventurado príncipe,
conservando en las cadenas la noble altivez
de su sangre : A los criminales, dijo, es á quie
nes se perdona ; pero yo soy inocente. Habló-
sele de la clemencia del príncipe á nombre
del cual se le iba á juzgar. Mucho necesitará
tener, dijo, para perdonar mi muerte á mis
acusadores ; pero, para con un rey su isual,
que nunca le ofendió, su clemencia es inútil.
Sea justo, y yo no temo nada.
A unos ánimos que estaban en la persua
sion de que su delito era manifiesto, este or
gullo pareció condenable. Votóse entonces,
el ponerle en juicio, pues que tenia la auda
cia de pedirlo él mismo; y entonces fué cuando
Pizarro hizo los mas generosos esfuerzos para
salvarle. Expuso que el consejo establecido
en su campo no estaba hecho para juzgar á
los reyes ; que un teniente de A aliba había
podido creer servirle, encargándose por él de
un fratricidio , sin que este príncipe fuese ins
truido de él, y sin que hubiese dado su con-
•entimiento para efectuarlo ; que se pudo del
mismo modo, sin darle cuenta, intentar el
LOS INCAS. 37i
libertarlo, y que, lejos de ser criminal, aquel
zelo fué justo y laudable ; que la conducta
del Inca, llena de dignidad, de candor y de
rectitud, no dejaba apariencia algnna á las
sospechas con que le habian ultrajado ; pero
que, si fuese culpable, estaba reservado al
emperador el darle jueces, y que él reclamaba
en su nombre tan santo y augusto privilegio.
Añadió que en sus cartas informaba al em
perador de cuanto se habia pasado ; qua
aguardaba su voluntad soberana, y que todo
seria suspendido hasta la vuelta de Fernando.
Riquelme entónces tomó la palabra : Vais,
dices, á informar al emperador, mas ¿ de qué?
de tu opinion, sin duda, y de la de un corto
número de tus amigos que, como tú, han
podido dejarse engañar. ¿Así es, Pizarro,
como debe instruirse una causa tan' grande?
Yo, yo pido que el consejo oiga y juzgue á
Ataliba, y que el proceso, revestido de la
autenticidad de las leyes, sea deferido al tri
bunal supremo, en donde será decidida la
suerte de ese usurpador, á quien tú llamas rey.
Este dictámen pareció -prudente y mode
rado al mayor número ; y Pizarro, viendo que
sus amigos mismos se inclinaban á seguirle,
cedió. Pero, como habia experimentado que
la naturaleza tenia aun derechos sobre los
oue quería aplacar, pensó que era preciso
272 tOS INCAS.
primero conmoverlos ; y bajo un pretesto apa
rente de prudencia y de seguridad, hizo ve
nir de iiiobamba la familia del rey cautivo,
para reunirlos todos en la misma prision.
Fué por cierto un espectaculo bien digno
de compasion, al ver aquellos niños, aquellas
múgeres, llegar cargados de cadenas al pa
lacio de Casamalca. ¡ La inocencia en la des
gracia es siempre interesante! Pero cuando
sobre la frente de los desgraciados, queda
alguna señal de gloria, y se ve en el abati
miento á los objetos del homenage y de la ve
neracion de los pueblos, la desgracia entónces
parece mas injusta, porque es mas afligiente.
Veiaseá aquellos ilustres cautivos, tristes,aba-
tidos, llorosos, con los ojos bajos y llenos Je
lágrimas, caminando á pasos lentos por aquel
las campiñas desoladas, y humeando todav ia
con la sangre que se habia derramado en
ellas. La compañera de Aciloé, Cora, no lio -
raba : una palidez mortal hallábase esparcida
sobre su rostro ; y el fuego sombrío y devo-
rador que enardecia sus ojos, habia agotado
la fuente de sus lágrimas. Sus miradas, tor
nando de aquí para alli, buscaban en aquellas
pampas fúnebres la sombra errante de su
esposo. ¿En donde murió, decia, ¿en qué
sitio expiró mi querido Alonso ? ¿Donde fué
la carniceria úc los que guardaban á nuestro
LOS INCAS. 273
rey? Respondióle entonces un Indio : Tu
tocas ya el sitio. Ahí, en ese lugar mismo
estaba el trono del Inca, y al rededor de él
muriéron todos sus amigos : ahí están enter
rados. Alonso estaba á su frente, y aquella
pequeña eminencia que tú ves, es su sepulcro.
A estas palabras que conmueven el corazon
de la tierna esposa de Alonso, un alarido
espantoso parte del fondo de sus entrañas.
Ella se precipita, cae despavorida sobre aquella
tierra humeda todavía, y aun no cubierta
por la yerba ; abrázala con el amor con que
habría abrazado el cuerpo de su esposo ; re
siste al afan con que se procura arrancarla
del sepulcro, y cuando quieren hacerla vio
lencia, no parece sino que van á despedazarla
el corazon. En fin, el exceso del dolor, rom
piendo los nudos con que la naturaleza re
tenia aun en su vientre el fruto de un des
graciado amor, ella expira siendo madre. Pero
este exceso de la desesperacion,no ha sido mor
tal para ella sola ; el niño que ha dado al
mundo tambien fué victima del infortunio.
Hasta aquella epoca la constancia de Ata-
liba era el asombro de sus crueles perse
guidores ; pero aquella alma, que el infortu
nio habia elevado y fortalecido, cuya altivez
tranquila desafiaba á los reveses mas arduos,
se abatió de repente cuando vió en su pri- -
a74 tOS INCAS,
sion á sus mugeres é hijos, cargados de yerros
como él, arrojarse en sus brazos y caer to
dos juntos á sus rodillas. Túrbase ; Hérianse
de lágrimas sus ojos ; recibe en su seno, con
un dolor profundo, á sus esposas é hijos ; es
tréchales contra su pecho ; mezcla sus suspi
ros á las quejas de ellos ; olvida que su debi
lidad tiene por testigos á sus enemigos, ó mas
bien no se desdeña de mostrarse esposo y
padre.
Pizarro, observando en los ojos de sus com
pañeros enternecidos la misma compasion
que experimentaba él mismo, tuvo placer en
ello ; se alegró tambien de ver á Ataliba
menos orgulloso ; y ordenó que le dejasen
solo con sus múgeres é hijos.
Entónces fué cuando la naturaleza, aban
donada á si misma, dió un libre curso ¿ to
dos los movimientos del dolor y del amor.
Bañado de un diluvio de lágrimas, Ataliba
ve i sus hijos besar sus cadenas y preguntarle,
¿qué mal hemos hecho ?¿ cual es el delito de
sus madres? ¿y si les han reunidos para morir
juntos ? Esposo tierno y buen padre, él echa
una mirada languida sobre su familia descon
solada, y su corazon, oprimido de dolor, de
compasion y de temor, no responde sino por
sollozos.
LOS INCAS a7S

CAPÍTULO Lili.
Juicio de Atnliba. —Uso que Valverde tice de su li
bertad. —Dase garrote al rey en su prision.'—Pizarro
se retira á Lima. — El Perú está en revolucion
completa por los estragos de los Españoles. —Des
truyeme estos entre sí. — Pizarro muere asesinado.

Llega el dia fatal y júntase ei consejo.


Formábanle los mas antiguos y los de mas alto
grado entre los guerreros Castellanos. Pizarro
presidia en él ; pero Almagro y Kiquelme es
taban sentados á sus lados. Un silencio ter
rible reynaba en la asamblea. CompareceAta-
liba ; interróganle ; él responde con aquel
noble candor que acompaña á la inocencia.
Becuérdanle el destrozo de la familia de los
Incas ; opónenle los testigos del asesinato del
rey del Cuzco, y del proyecto formado para
sacarle á él mismo del palacio de Casamalca.
La verdad hace su propia defensa. El les ex
pone en pocas palabras la causa y las desgra
cias de la guerra civil ; cuanto hizo por de
sarmar el inflexible orgullo de su hermano,
y aun, para aplacarle despues de haberle
vencido.
s:5 I,OS INCAS.
Si yo hubiera podido querer su muerte, se
la habria dado cuando sublevaba á sus pue
blos contra mí ; cuando, desde el fondo de
su prision , encendia todavía el fuego de la
guerra ; entónces era cuando este delito hu
biera debido tentarme, por ser útilá mi gran
deza y al reposo de este imperio. Yo no des
conocí mi sangre ; yo no quise derramarla,
y si en los combates, sin mi, lejos de mi, y á
pesar mio, el ciego ardor de mis soldados no
ha respetado nada, mi defensa me obligó á
ponerles las armas en la mano. Castellanos,
mi victoria me ha costado mas lágrimas que
las que harán derramar las desgracias que
experimento. Ved, prosiguió, si yo he hecho
mi reynado odioso á mis pueblos. Yo he caido
del trono ; mi cetro se rompió ; todos mis
amigos han muerto ; yo estoy solo en las ca
denas con mis mugeres é hijos ; nada hay que
temer, ni que esperar de mí. En el extremo
de la desgracia y de la flaqueza, es donde se
puede conocer á un buen rey, y distinguirle
de un tirano ; ahí es donde resalta el odio
publico, ó se señala el amor. Contemplad
pues, lo que yo he dejado en los corazones,
y si se trata así á un malvado ó á un culpable.
Ese respeto tan tierno y puro, esa fidelidad
constante, esa obediencia á la vez Un pro
funda y voluntaria; en fin ese amor de mis
LOS INCAS. 277
pueblos para con un desgraciado cautivo, esos
son los mejores testimonios contra la calum
nia ; á menos que este triunfo no esté entre
vosotros reservado al crimen tocándole á
la virtud. Este momento, juez de mi vida,
está á vuestra vista, y á él es á quien yo apelo.
No, por mucho que se os diga, no creais ja
mas que el que en su prision, en el indigno
estado en que me veo, hace aun adorar su
voluntad sin fuerza, y ve á sus pueblos ve
nir á obedecerle , á regar sus cadenas con
lágrimas, no creais, repito, que haya sido so
bre el trono injusto y sanguinario. Vosotros
me habeis visto en los yerros tal cual se
me habia visto en el trono, sencillo y ver
dadero, sensible á la injuria, pero mas aun
á la amistad. Me acusan de haber intentado
libertarme, y querido sublevar á mis pueblos
contra vosotros. Jamas lo pensé ; pero, dado
caso que lo hubiese pensado, ¿ seria esto un
delito ? Mirad esos llanos ensangrentados ;
ved las cadenas con que habéis amarrado las
inocentes manos de un Bey ; y juzgad si para
salvarme no me hubiera sido todo legitimo.
; Ah ! vosotros habeis justificado demasiado
lo que la desesperacion hubiera podido ins
pirarme. Sin embargo, yo pongo al cielo por
testigo de que, habiendome dado Pizarro su
palabra y la vuestra de dejarme la vida, vol-
TOMO 2 a4
a78 LOS INCAS.
verme la libertad, conservar mi familia, y de
jar en paz al resto de mis pueblos desventu
rados, yo hcpuesto mi esperanza en él, y no
me be ocupado de otra cosa que de hacer
amontonar el oro prometido por mi rescate.
Mi dios que sin duda es el vuestro, lee en mi
corazon, y me es testigo de que os digo la
verdad. Pero, si es poco la inocencia para
conmoveros, ved mis desgracias. Yo soy padre,
esposo y rey. Juzgad el dolor de mi corazon.
Habeis querido verme con el tono humillante
de la súplica ; aquí me teneis de este modo,
trayendo á vuestros pies las lágrimas de mis
pueblos, los de mis débiles hijos y de sus sen
sibles madres. Ellos, por lo menos, son ino
centes.
Este lenguage sencillo y lastimoso enterne
ció á algunos de los jueces, y Pizarro no dudó
que les hubiese persuadido. Hacen salir á
Ataliba, y levantándose los jueces, recogense
los votos. ..¡ Cual fué la sorpresa de Pizarro y
de sus amigos, al oir que el mayor número
opinaba por la muerte! Al punto reclaman
contra esta sentencia iniqüa : recuerdan al
consejo la palabra que tiene dada de enviar
esta causa al emperador despues de haberla
instruido. Riquelme lo habia propuesto ; todo
el consejo habia suscrito A ello .f ninguno se
atrevia á negar este consentimiento unánime ;
LOS INCAS. 379
y Ataliba condenado, tenia á lo ménos la es
peranza de pasar á España, y de ser oido y
juzgado allí en presencia de un rey. Pero la
negra furia que perseguia sus dias no quiso
faltar su presa.
Valverde, escapado de las cadenas y puesto
en libertad, vuelve con la rabia en el cora
zon, disfrazase y entra incognito en Casamalca
en medio de una noche obscura. Era la hora
en que Almagro, con sus partidarios, urdia sus
tramas tenebrosas. El aleve se presentó i su
vista. Amigos, dice, reconoced la fidelidad de
las promesas del que dijo al justo : Hallaras
el aspic y el leon. Vosotros me habeis visto
cargado de cadenas, proscripto, enviado sobre
la flota, para ser abandonado en alguna isla
desierta, en donde estuviese expuesto á la
voracidad de las fieras ; vedme en medio de
vosotros. Dios ha deshecho los lazos del mal
vado ; se ha burlado de los consejos del im
plo ; ha tendido la mano al débil inocente y
perseguido. Pero vosotros, guerreros, á quienes
él ha escogido para defender su causa, á quie
nes ha revestido de valor para vengarle,¿qué
haceis ? Consentiréis que Pizarra envie á Es
paña un tirano, su amigo, vuestro acusador,
él que puede por sus riquezas ganar la corte
y el consejo 5 él que, si se le escucha, os de
nunciará á todos, como viles bandidos, como
2So LOS INCAS,
cobardes asesinos, hechos al asesinato y á la
rapina, sin fe, sin pudor, sin piedad, indignos
del nombre de hombre, y aun tambien del de
cristianos. ? En qué pensais? ? por qué ley po
dréis librar al criminal del suplicio ? Ese usur
pador, ese tirano, ese fratricida,está convicto ¡
asta juzgado : ¿porque no ejecutar la senten
cia que le condena ? Que muera, y todo está
concluido.
La atrocidad del tal consejo asombró á los
mas intrépidos. Pero Valverde, sin darles
tiempo para dudar, les dijo : Vuestra vida, el
honor, la gloria de la religion, y los intereses
del cielo penden de ahí : ¡ y el Dios vengador
que me envia, os veda suspender la sentencia!
Pizarro está durmiendo ; todo está tranquilo,
y Riquelme, que es quien ha instruido la
causa, tiene el derecho de ver á Ataliba é in
terrogarle á cualquiera hora : ordenad que él
me haga abrir la prision, y me dé otros dos
hombres determinados.
La importancia del delito sobrepujó al hor
ror de esta propuesta infame; y por un si
lencio culpable consintiéron, estremeciéndose,
á lo que no se atrevían á aprobar. Entonces,
con una voz dulcificada, Valverde volvió á
tomar la palabra. Quitando la vida á un in
fiel, dijo, no perdamos de vista el cuidado de
la salvacion de su alma. Yo quiero purificán-
LOS INCAS. 28i
dole con las aguas del bautismo, hacerle á él
mismo la muerte preciosa, tanto como es justa,
y santificar el homicidio que nos está pres-
cripto por la ley.
La familia de Ataliba, cansada de tantu
llorar, estaba toda dormida al rededor aci
rey. Pero aquel príncipe, agitado por funestos
presentimientos, no habia podido cerrar sus
parpados. Oye obrir su prision. Ve entrarla
Riquelme, y con él, á tres hombres emboza
dos en unas grandes capas. Un movimiento
de espanto se apodera de él : levántase, y
venciendo su debilidad, va al encuentro <le
ellos : Inca, le dijo Riquelme, alejémonos ;
no dispertemos á esas múgeres, ni á esos
niños. Es muy justo que la inocencia duerma
en paz. Escuchanos. Tú estás juzgado y con
denado ; el fuego seria tu suplicio, segun el -
rigor de la ley ; pero depende de tí el li
brarte de las llamas, y este varon religioso
que vas á oir, viene á ofrecerte un medio para
lograrlo.
Escuchale el príncipe, y palidece. Yo sé,
dijo, que el consejo me ha juzgado ; ¿ mas
no deben enviarme á la corte de España, y
reservar á vuestro rey un derecho que per
tenece exclusivamente á él? Creeme, prosi
guió Riquelme, los momentos son preciosos,
escucha á ese hombre virtuoso y sabio, que
24*
'-i Si LOS INCAS,
se interesa en tus desgracias. Valverde, en
tonces, volvió á tomar la palabra. —¿No quie
res, le dijo, adorar al Dios de los cristianos?
— Seguramente, dijo el infeliz principe; si
como se nos anuncia, es un dios benéfico,
un dios poderoso y justo ; si la naturaleza
es obra suya ; si el sol mismo es uno de shs
beneficios, yo le adoro con la naturaleza.
¿ Que ingrato ó qué insensato será quien le
niegue su amor? — Y tú, le pregunta Val-
verde, ¿ deseas ser instruido de las santas ver
dades que él nos ha revelado, conocer su
culto, y seguir su ley ? — Yo lo deseo an
siosamente, respondió el Inca. Anhelando por
abrir mis ojos á la luz, ilustréseme, y yo
creeré. —Gracias á Dios, repitió Valverde,
vcdlo aquí dispuesto cual yo lo deseaba.
Implorale de rodillas, á ese Dios de bondad
y de clemencia ; y recibe el agua saludable
que regenera á sus hijos. El Inca, con un
espíritu humilde y una voluntad dócil, in
clínase, y recibe de rodillas el agua santa
del bautismo. Tienes ya el ciclo abierto, di-
jole Valverde, y los momentos son preciosos.
Ai instante, hace señal á los dos satellites,
y asesinan al Inca.
Desde el amanecer, la noticia de su muerte
se esparció por los lamentables gritos de sus
hijos y de las madres de estos. Horroriza
LOS INCAS. 283
ronse algunos Españoles ; pero el mayor
número aplaudió la audacia de los asesinos,
y creyóse hacer harto con dejar la vida á
las múgeres y á los hijos de aquel principe
desventurado, abandonados, desde aquel mo
mento, á la piedad de los Indios.
Pizarro indignado, aburrido, cansado de
luchar contra el crimen, despues de haber
cargado de maldiciones á aquellos execra
bles asesinos y á sus partidarios , se retiró
á la ciudad de los reyes (i), que empezaba
á levantarse. La licencia, el latrocinio, la ra
pacidad furiosa, el asesinato, el saquéo no
tuvieron freno ; no se vió sobre la super
ficie de aquel vasto continente sino po
blaciones de Indios caer huyendo en los
lazos y bajo el acero de los Españoles. De
las costas de Méjico llegó aquel mismo Al-
varado, amigo de Cortés, y azote de ambas
Américas. Rival de los nuevos conquistado
res, fué á arrojarse sobre su presa y á saciarse
de oro y de sangre. En toda la extension
de aquel imperio inmenso, todo fué asolado
y destruido. Una multitud innumerable de
Indios fuéron degollados ; los demas, casi
todos encadenados, fuéron á perecer en las

(i) Lia».
284 L0S DíCAS-
concavidades de las minas, envidiando mil
veces la suerte de los que habian sido de
gollados.
En fin, cuando aquellos lobos carniceros
se halláron embriagados con la sangre de lo»
Indios, su rabia furibunda se tornó contra
ellos mismos. Los gritos de la sangre de Ata-
liba se habian levantado al cielo. Casi todos
los que habian contribuido al delito de su
muerte sufriéron su pena ; y miéntras que
los unos, cogidos por los Indios en lugares
extraviados, expiraban bajo el nudo fatal, los
otros se degolláron entre si. El exécrable
Valverde (i) capitaneando una cuadrilla de
aquellos foragidos en perseguimiento de los
Indios refugiados en los bosques, cae en ma
nos de los antrópofagos, y destripado vivo,
devorado por pedazos, ántes de expiar, muere
eon la blasfemia en la boca. Per;uro y trai
dor para con Pizarro (2) , Almagro fué casti
gado con el mas vergonzoso suplicio,y su cobar-

(i) Esta accion execrable del tartufo Valverde haca


gemir la humanidad.
(i) • Señor ( juró Almagro sobre una hostia consa-
• grada en favor de los derechos de Piaarro) , si yo
- violo el juramento que aquí te hago, quiero que
• me confundas , y que me castigues en mi cuerpo y
• alma. - El fue parjuro á este juramento.
LOS INCAS. a85
ti (a puso el colmo al justo oprobiio de su muerte.
Pizarro, cuyo cielito fué el de haber abierto
la puerta á tantos delitos, vendido por los
suyos, murió asesinado. Abrumado por el nú
mero, sucumbió, como grande hombre que
menospreciaba la vida, y que arrostraba la
muerte. Despues de él, la guerra se encendió
entre sus rivales y sus hermanos. Cuzco, sa
queada, desierta, vió sus campos cubiertos con
los cuerpos de sus tiranos. Las márgenes del
rio de las Amazonas fuéron enrojecidas con
la sangre de aquellos á quienes habian visto
asolarlas ; y el fanátismo, rodeado de asesi
natos y despojos, sentado sobre montones de
muertos, dió gracias al cielo por haber coro
nado su obra infame.

FIN.
***WWV\ VVM Vfc\ v\ > v\\ vv> VV* \ \> V\>¡V\ > \ V\-vv><V\VVVVVVi \VVVVv\Vi

INDICE
DE LOS CAPÍTULOS CONTENIDOS EN EL
- VOLUMEN SEGUNDO.

Pag.
CAP. XXVI. Sabiendo amagos de guerra
civil en el reyno de los In
cas , ete
CAP. XXVII. En un sacrificio hecho al Sol
por elfeliz éxito de la em
bajada, etc
CAP. XXVIII. Erupcion del volcan deQuito. a0
CAP. XXIX. Embajada de Alonso , etc. . 33
CAP. XXX. Descripcion del Cuzco, ete. 42
CAP. XXXI. Descripcion de los contornos
del Cuzco , etc 5a
CAP. XXXII. Frusimnse de repente las es
peranzas de paz , etc. . . . 59
CAP. XXXIII. Ataliba, rey de Quito , junta
su ejército , ete CG
GAP. XXXIV. Huascar, rey de Cusco, mar-
chaálafrente de sus pueblos .
CAP. XXXV. Sublevados los Canarinos en
favor del rey de Cuzco, etc. 87
CAP. XXXVI. Llevan el cadáver del joven
principe á su padre , etc. . . 99
CAP. XXXVII. Regreso de Ataliba á Quito
con el cadáver deljoven prín
cipe ¡uS
CAP. XXXVIII Fiesta de la paternidad , etc. i.3
j88 IKDICK.

CAP. XXXIX. Cora es convencida de haber


quebrantado sus votos, etc. ¡23
CAP. XL. Cora comparece ante su juez. ia9
CAP. XLI. Viage de Pizarra ¿España. \lit
CAE. XLII. Gonzalo, hermano de Pi
zarro, viene á verle, etc. i53
CAP. XLIII. Al llegar i Santo-Domingo ,
Pizarro encuentra á Las Ca*
sas , etc. . . . i^S
CAP. XLIV. Parte Pizarro de Santo-Do
mingo, eic T77
CAP. XLY. Vnfuerte que Alonso de Mo
lina hizo construir en Tum
bes, es atacado por los Es
pañotes, etc. toJ
CAP. XLVI. Nohabiendo tenido buen éxito
et asalto, sitian elfuerte,etc. i99
CAP. XLVII. Ataliba hace campar su ejérci
to , etc ai3
CAP. XLVIII. Alonso, en el campo indiano,
recibe cartas de Pizarro y
de Las Casas, etc. .>. ... ai9
CAP, XLlX. ,Entrevista de Pizarro y de
Ataliba,etc aa9
CAP. L. Pizarro <v<i ¿ ver d Ataliba
en su prision , etc a4a
CAP. II. Llega Almagro de Panamá. a55
CAP. LII. Llevando alpuerto de Bi-
mae, etc. a68
CAP. LÍII. Juicio de Ataliba , etc. . . . a7S

Fin DEL iKDICB DEL VOLUMEN SE6UHDO.

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