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Sobre el Detrumbe de Nuestro Tiempo’ Dice Martin Buber que la problemética del hombre se replantea cada vex que parece rescindirse el pacto primero entre el mundo y el ser humano, en tiem- pos en que el ser humano parece encontrarse en el mundo como un extranjero solitario y desamparado, Son tiempos en que se ha borrado una imagen del Uni- verso, desapareciendo con ella la sensacién de seguridad que se tiene ante lo familiar: el hombre se siente a Ia intemperie, sin hogar. Entonces, se pregunta nuevamente sobre s{ mismo. ‘As{ es nuestro tiempo. Estamos una vez més en la noche metafisica, solitarios y pequefios, angustiados ante Ja infinita grandeza del Universo. El mundo eruje y amenaza derrumbarse, ese mundo que, para mayor ironfa, es el producto de nuestra voluntad, de nuestro prometeico intento de dominacién. Es una quiebra total. Dos guerras mundiales, las dictaduras totalitarias y los campos de concen- tracién nos han abierto por fin los ojos, para revelarnos con brutal crudeza la clase de monstruo que habjamos engendrado y criado orgullosamente. Ha Iegado para m{ el momento de decir adiés al siglo xxx, a ese maravilloso siglo xxx, con Stephenson y su méquina de vapor, su electricidad, su pujante economia capitalista, su optimismo césmico. Ese siglo en que todos los males de a humanidad iban a ser resueltos mediante la Ciencia y el Progreso de las Ideas; en que se ponfa a los hijos nombres como Luz o Libertad y en que se constitufan bibliotecas de barrio Hamadas Miisculo y Cerebro. No me rfo de algo tan entratablemente unido a mi infancia y adolescencia: més bien me sonrfo con esa irénica temura con que miramos las viejas fotogra- fias de nuestros abuelos. Todavia recuerdo los dias de mi nifiez en un pueblo pampeano —y ese recuerdo es més intenso a medida que se acrecienta la erueldad de los afios—, con sus socialistas de corbata voladora y grandes sombreros negros, porque el socialismo era algo roméntico y tenfa mucho que ver con corbatas y sombreros. Y aquellas bibliotecas en que se acumulaban libros de tapas blancas, con el retrato del autor en un évalo: Reclus, Spencer, Zola o Darwin, ya que hasta la teoria de la evolucién parecfa subversiva y un extrafio vinculo unfa la historia de los peces y marsupiales con el Triunfo de los Nuevos Ideales. Y poco faltaba la Energética, de Ostwald, esa especie de biblia termodinémica, Energia, que, como su predecesor, lo explicaba y lo podia todo, con I ea SOBRE EL DERRUMBE DE NUESTRO TIEMPO a de estar relacionado con Ja Locomotora. El siglo xx esperaba agazapado como un asaltante nocturno a una pareja de enamorados un poco cursis. Esperaba con sus ‘carnicerfas mecanizadas, el asesinato en masa de los judfos, Ia quiebra del sistema parlamentario, el fin del liberalismo econémico, la desesperanza y el miedo. En cuanto a la Ciencia, que iba a dar solucién a todos los problemas del cielo y de Ja tierra, habia servido para facilitar la concentracién estatal y mientras por un Jado Ia crisis epistemolégica atenuaba su arrogancia, por el otro se mostraba al servicio de la destruccién y de la muerte. Y ast aprendimos brutalmente una ver- dad que debiamos haber previsto, dada la esencia amoral del conocimiento cient{- fico: que la ciencia no es por si misma garantfa de nada, porque a sus realizaciones Jes son ajenas las preocupaciones éticas. Frente al caos capitalista, surgié el movimiento socialista, pero pronto adqui- ri6 los atributos del siglo que queria combatir: la Ciencia y la Méquina se con- virtieron en sus dioses tutelares, y al socialismo “ut6pico” de Owen, Fourier y SaintSimon sucedié el socialismo “cientifico” de Marx. Y de este modo, la con- centracién del poder estatal mediante Ja ciencia y la economia condujo por igual a los superestados nazi y soviético, anverso y reverso de una misma realidad, de tuna concepcién semejante del mundo, basada en la méquina y en Ia totalizacién. La rebelién del espiritu contemporineo se realiza, por eso, contra el capita- lismo y contra el comunismo, anverso y reverso de una misma realidad y de una concepcién semejante del mundo, basada en la razén y la méquina. Esta crisis no es la crisis del sistema capitalista: es el fin de toda esa con- cepcién de la vida y del hombre, que surgié en Occidente con el Renacimiento. De tal modo que es imposible entender este derrumbe si no se examina In esen- cia de la civilizacién renacentista. EI Renacimiento se produjo mediante tres paradojas: 1? Fué un movimiento individualista que terminé en la masificacién. 2% Fué un movimiento naturalista que terminé en la méquina. 3# Fué un movimiento humanista que terminé en la deshumanizacién. Que no son sino aspectos de una sola y gigantesca paradoja: Ia deshumaniza- cidn de la humanidad, Esta paradéja, cuyas dltimas y més trégicas consecuencias padecemos en la actualidad, fué el resultado de dos fuerzas dindmicas y amorales: el dinero y la razén. Con ellas irrumpe el hombre hacia la época de las.Cruzadas y conquista ‘el poder secular. Pero —y ahi esti la ratz de la paradoja— esa conquista se hace mediante la abstraccién: desde el lingote de oro hasta el clearing, desde la palanca hasta el logaritmo, la historia del creciente dominio del hombre sobre el universo hha sido también 1a historia de las sucesivas abstracciones. El capitalismo moderno y Ja ciencia positiva son las dos caras de una misma realidad desposeida de atri- Dutos concretos, de una abstracta fantasmagoria de la que también forma parte el hombre, pero no ya el hombre concreto e individual sino el hombremasa, ese extrafio ser todavia con aspecto humano, con ojos y lanto, voz y emociones, pero en verdad engranaje de una gigantesca maquinaria anénima. Este es el destino contradictorio de aquel semidiés renacentista que reivindicé su individualidad, que ongullosamente se levant6 contra Dios, proclamando su voluntad de dominio y transformacién de las cosas. Ignoraba que también él llegarfa a transformarse en cosa. Hombres como Pascal, William Blake, Dostoievsky, Baudelaire, Lautréamont, Kierkegaard y Nietzsche intuyeron que algo trégico se estaba gestando en medio del optimismo. Pero la Gran Maquinaria siguié adelante. Desolado, el hombre se sintié por fin en un universo incomprensible, cuyos objetivos desconocia y cuyos Amos, invisibles y crueles, Jo lenaban de pavor. Mejor que nadie, Franz Kafka expresé la sensacién de desamparo del hombre de nuestro tiempo. Y aunque la soledad del hombre es perenne, no sociolégica sino metafisica, ‘inicamente una sociedad como ésta podia revelarla en toda su magnitud. Asi como ciertos mons- truos s6lo pueden ser entrevistos en las tinieblas noctumas, la soledad de Ia exia- tura humana se tenia que revelar en toda su aterradora figura en este crepiisculo de la civilizacién maquinista. Para Berdiaeff, la Historia no tiene ningin sentido en s{ misma: no es més que una serie de desastres y de intentos fracasados. Pero todo ese ctimulo de frus- traciones esti destinado a probar, precisamente, que el hombre no debe buscar dl sentido de su vida en la historia, en el tiempo, sino fuera de Ia historia, en la eternidad. El fin de la historia no es inmanente: es trascendente, ‘Asi, para Berdiaeff, ese conjunto de calamidades que denuncia Ivin Kara- mazov es, paradojalmente, un motivo de optimismo, pues constituye la prueba de la imposibilidad de toda solucién terrenal. ‘Ahora bien: es muy dificil no caer en la desesperanza pura si a este exis- tencialismo le quitamos la creencia en Dios, pues quedamos abandonados en un mundo sin sentido, que termina en una muerte definitiva. Es un poco la concep- cién de Verjovensky, en Los Endemoniados y, por lo tanto, una parte 0 un mo- mento en las perplejidades de Dostoievsky. Pero Dostoievsky se salva de la deses- peracién total, como se salva Kierkegaard, porque cree finalmente en Dios. También se salvan aquellos que como Nietzsche 0 Rimbaud —o muchos enérgicos ateos— tienen a Dios como enemigo, ya que para que exista como enemigo tiene en primer término que existir. Pero para un existencialista ateo como Sartre, cerfa que no queda otra salida que la pura desesperacién. v Ya los roménticos dijeron que nadie puede descargar a otro de muerte, Pero, para ellos, la muerte era Ia perfeccién de Ia vida, su SOBRE EL DERRUMBE DE NUESTRO TIEMPO Para Sartre, en cambio, es un puro absurdo: la imposibilidad de todas las posibi- lidades, a imposibilidad pura, la “revelacién del absurdo de toda espera, aun el de su espera”. Y el pasado, que aspiraba a justificarse en el futuro, ese futuro que habja de conferirle un sentido, se queda al fin en un callején cerrado, ante Ta nada total, La muerte no tiene sentido y tampoco ni siquiera es horrible, ya que la misma palabra horrible pierde sentido cuando se ha muerto: si la seguimos aplicando es porque juzgamos la muerte desde nuestro punto de vista de hom- bres todavia vivos; pero es evidente que nada significa para el propio muerto, que no puede verse desde fuera, que no puede contemplar su propio cadéver. Este atefsmo consecuente tiene que desembocar —parece— en una total des- ilusién de los valores de la vida, ya que esos valores quedan ipso facto aniqui- Jados por la muerte, y la muerte Mega, tarde o temprano. “Todo es lo mismo cuando se ha perdido la ilusién de ser eterno”. Esta concepcién trigica de la existencia alienta en buena parte de la litera- tura actual y explica que sus temas centrales sean a menudo la angustia, la soledad, la incomunicacién, la locura y el suicidio. El Universo, visto asi, es un universo infernal, porque vivir sin creer en ‘Algo es como ejecutar el acto sexual sin amor. Nos podemos preguntar, sin embargo, si frente al dilema Berdiaeff-Sartre no hay otra salida. Si forzosamente hay que pronunciarse por Dios o por la desesperacién. No es extrafio, pues, que ahora nos preguntemos qué es el hombre. Como dice Max Scheler, ésta es Ja primera vez en que el hombre se ha hecho com- pletamente problemético, ya que ademfs de no saber Jo que es, también sabe que no sabe. Qué nos Heva a luchar, a escribir, a pintar, a discutir a los que no creemos en Dios, si es que, en efecto, hay que elegir entre Dios y la nada, entre el sentido de nuestras vidas y el absurdo? gEs que entonces somos —sin saberlo— creyentes en Dios los que escribimos 0 construimos puentes? Creo que el enigma empieza a ser menos enigmitico si invertimos la cues- ti6n: no preguntar cémo es posible que se luche cuando el mundo parece no tener sentido y cuando la muerte parece ser el fin total de la vida; sino, al revés, sospechar que el mundo debe de tener un sentido, puesto que luchamos, puesto que a pesar de toda Ia sinrazén seguimos actuando y viviendo, construyendo puentes y obras de arte, organizando tareas para muchas generaciones posterio- res a nuestra muerte, meramente viviendo. Pues, ¢no seré acaso que nuestro ins- finto es mAs penetrante que nuestra razén, esa razin que nos descorazona cons- tantemente y que tiende a volvernos escépticos? Los escépticos no luchan y en Es dcberfan matarse o dejarse morir en medio de una absoluta indiferencia. _ ¥ sin embargo la enorme mayorfa de los seres humanos no se dejan mori ni se matan y siguen trabajando enérgicamente como hormigas que por delante tuvieran la eternidad. "amy Eso si que es grande. Qué valor tendria que trabajésemos y viviéramos entusiasmados si supiéramos que nos espera Ia eternidad? Lo maravilloso es que Jo hagamos a pesar de que nuestra raz6n nos desilusione permanentemente. Co- mo es digno de maravilla que las sinfonfas y cuadros y teorias no estén hechos por hombres perfectos sino por pobres seres de carne y hueso. Un atardecer de 1947, mientras iba caminando de una aldea de Italia a otra vi a un hombrecito inclinado sobre su tierra, trabajando todavia afanosa- mente, casi sin luz, Su tierra labrada renacia a la vida. Al borde del camino se vela todavia un tanque retorcido y arrumbado. Pensé qué admirable es, a pesar de todo, el hombre, esa cosa tan pequefia y transitoria, tan reiteradamente aplas- tada por terremotos y guerras, tan cruelmente puesta a prueba por incendios y naufragios y pestes y muertes de hijos y padres. Dice Gabriel Marcel: “El alma no es més que por la esperanza; Ia espe- » ranza es, tal vez, la tela misma de que nuestra alma esté formada”, @Por qué pensar sobre a inutilidad de nuestra vida, por qué empefiarnos en racionalizar también eso, lo més peligrosamente dramético de nuestra existencia? @Por qué no limitamos humildemente a seguir nuestro instinto, que nos induce a vivir y trabajar, a tener hijos y criarlos, a ayudar a nuestro semejante? Precaria y modesta, esta conviccién implica una posicién ante el mundo, Porque si vivimos, vivimos en un mundo concreto y no podemos desentendernos de lo que sucede a nuestro alrededor. Y a nuestro alrededor, 0 hay ingenuos que siguen creyendo en el Progreso Incesante de la Humanidad mediante la Ciencia y Jos Inventos, o monstruos enloquecidos que suefian con la esclavitud 0 la destruccién de razas y maciones enteras. Ni dos guerras mundiales, ni la barbarie mecanizada de los campos de concentracién han hecho vacilar la fe de esos adeptos del Progreso Cientifico. Ni siquiera los ha hecho meditar en que los peores excesos sucedieron en el pais que mis lejos habia ido en el perfeccionamiento cientifico, El dogma sigue en — pie. No importan las torturas, las Gestapos y Chekas. Todo eso no tiene impor tancia porque es transitorio: a la Humanidad le espera una Edad de Oro, que todos seremos iguales y en que la felicidad reinard para siempre. N tanto, hay que perseguir o aniquilar a los que ponen en duda ese” Futuro, hay que quemar sus libros y proscribir sus doctrinas, hay. Jos como decadentes, contrarrevolucionarios y vendidos. ¢Habré entonces que arrojar bombas anarquistas frente al om der de los Superestados? ¢Habré que huir a una isla desierta?

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