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Serge Daney
I. Función crítica
gún uno u otro eje, según la elección tomada, las opciones de quien la
está leyendo. Seamos claros: no es esta doble lectura lo que resulta
molesto. Es muy evidente que una película sobre el ejército francés
durante la guerra de los Cien Años sería necesariamente vista bajo la
luz del ejército de Massu y de Joybert. No es la doble lectura lo que
resulta molesto, puesto que la doble lectura es inevitable. Es la posi-
ción del cineasta en relación con esta doble lectura lo que resulta pro-
blemático; es ella la que permite, en el ámbito de lo específico, trazar
una línea de demarcación entre cineastas reaccionarios, progresistas y
revolucionarios, según quien la deniegue, la interprete sin asumirla, o
se haga realmente cargo de ella.
que tiene dos portadores. Hay dos héroes positivos: Jeanne y Julien.
Por un lado, Jeanne, entre los sueños que le inspira la burguesía y su
propio sueño, entre ese sueño reconquistado y —¿quién sabe?— una
nueva actitud. Del otro, Julien, entre sus proyectos y sus actos, siendo
estos últimos la ejecución obstinada y sin desfase de aquéllos. Este
desdoblamiento, ese doble sistema de positivismo, es el punto fuerte
de la película de Allio, su astucia más hermosa. Puesto que lo que nos
gustaría saber, lo que nos plantea un problema, es precisamente lo
contrario.
1. ¿Qué va a hacer Jeanne, una vez que se ha apropiado de nuevo
de su sueño?
2. ¿Cuál es el sueño de Julien, el rebelde, el lúcido, el luchador?
Una cuestión ineludible. ¿Cómo se puede combatir eficazmente la
ideología dominante si no le oponemos otra ideología? ¿Si no somos
capaces de apoyarnos en sus principios, sus victorias, sus lugares de
manifestación y de emanación provisionales? ¿Si ya la misma ex-
presión «ideología proletaria» produce miedo, como le da miedo al
Partido Comunista Francés? ¿Cómo no encontrarse atrapado en una
problemática de la alienación, de la ideología, como de lo que «emer-
gemos»? ¿Cómo combatir, en una película, la ideología dominante?
¿Confrontándola, en el cuerpo de la película, con la realidad concreta
que le sirve de base? Sí, pero no únicamente. Si con ello bastara, una
película como Cómo destruir al más famoso agente del mundo (Le
Magnifique, 1973), de Philippe de Broca, sería subversiva. Ahora
bien, ¿qué vemos en Cómo destruir al más famoso agente del mundol
Dos series, dos registros netamente opuestos (la mísera realidad/la
mitología sublimada) puestas en relación por el personaje de Belmon-
do, musculoso, comunicante. ¿Acaso para decir que en este sistema
de remisiones la realidad critica cualquier cosa? ¿Es que el sueño en-
deble (el de la «literatura de estación») se ve degradado a ser yuxta-
puesto en sus condiciones concretas de formación en la mente del no-
velista? Podemos decir: no. Podemos incluso sostener que ocurre lo
contrario: existe una valoración recíproca de los dos términos de ma-
nera que no sabemos cuál de los dos domina al otro, cuál critica y cuál
es criticado. Podemos ir más lejos: para algunos, el gusto (incluso ra-
bioso, escandalizado) que se tiene por los aspectos endebles de la ideo-
logía burguesa (tal y como se despliega, por ejemplo, en la publicidad
o en la prensa del corazón) se ve reforzado por el hecho de que se sabe
de lo que se trata. Es el placer de no ser engañados. ¡Qué inteligentes
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nos sentimos ante la publicidad! Basta con escuchar una frase como
«Coca-Cola, la sed de hoy. Querer lo verdadero. Ahora o nunca...»
para poder —al deconstruirla— soltar toda la metafísica occidental...
¡Cómo le gustaría a uno compartir esa inteligencia! Uno es el intelec-
tual, el especialista, el crítico, nosotros lo mismo que Allio. «Uno» es
de izquierdas. Supongamos que «uno» se pone a estudiar las masas
alienadas, y constata que siguen comprando Nous deux o que contri-
buyen a que Las locas aventuras de Rabbi Jacob (Les aventures de
Rabbi Jacob, 1973) sea un éxito.* Su primera idea será aproximada-
mente ésta: allí donde yo soy capaz de tragarme esos productos ideo-
lógicos tal cual sin sentirme incómodo (puesto que sé que es a través
de ellos como me habla la burguesía y puedo descifrar, traducir, por
lo tanto neutralizar su discurso), el gran público se verá engañado,
burlado, embrutecido. Es necesario, pues, acudir en su ayuda, elimi-
nar el engaño del producto nocivo, permitir la entrada de lo real, lo
concreto, en el escenario atestado de la mitología burguesa, aconsejar
a las masas que no se «olviden» en el cine, de exigir al contrario re-
encontrarse en él, a sí mismas y a sus problemas.
Esta noble misión, por lo general, fracasa. Y es que no se le ocu-
rre nunca a la mente del intelectual que las masas, cuando consumen
esos productos que la burguesía les elabora minuciosamente, esa sub-
cultura que les agrede y que les proporciona placer, segregan sus pro-
pios anticuerpos. Este punto puede llegar a ser actualmente esencial
para nosotros. La resistencia a la ideología dominante no consiste,
desde el punto de vista de las masas consumidoras, en colocar el ob-
jeto (un anuncio, una imagen, una película) a distancia, reconocer que
es falso, rebelarse ante tantas mentiras, desmenuzar el objeto y prepa-
rarse para luchar. Este guión no es más que un fantasma intelectual
que presta a las masas su punto de vista y que nunca entiende verda-
deramente en qué consiste el modo de apropiación de los productos
de la ideología dominante por las víctimas de ésta. Y este modo de
apropiación es cualitativamente diferente de lo que representa para un
intelectual, para un especialista, por la simple razón de que las masas
no disponen de ningún discurso que pronunciar sobre estos objetos.
Y del hecho mismo (que constituye el aspecto más claro de la
opresión ideológica) de que es el detentor del discurso, el intelectual,
* Nous deux es una revista femenina que apareció en 1947, y cuyas páginas es-
taban dedicadas en un principio a las fotonovelas. (N. de la t.)
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discurso (burgués) sobre lo que todavía ocultaba ayer: puede filmar los
excesos sexuales si conserva el monopolio de un discurso normativo
(educativo) del sexo. Puede colocar sus ficciones en la Historia si ha
despojado a esa palabra de todo contenido. He aquí el sentido de la
«descodificación» operada por Malle (el sexo: Un soplo en el corazón
[Le souffle au coeur, 1970]; la Historia: Lacombe Lucien [Lacombe
Lucien, 1973]; la condición obrera: Humain, trop humain [1972]).
Frente a esa descodificación, los cineastas «progresistas» resultan
indolentes, juegan con desventaja. Un ejemplo: ¿qué es lo que provo-
ca el éxito comercial, en el mismo momento, de dos películas como
Lacombe Lucien y Les Violons du bal (1973)? Es porque resucitan
para el gran público una parte de la Historia reciente de Francia que
ha sido durante demasiado tiempo soterrada y falseada. Sin embargo,
esas dos películas no se sitúan en el mismo terreno, no luchan la una
contra la otra. La denuncia humanista del racismo, en la película de
Drach, no tendría impacto si no fuera contra un cine que rechazase el
racismo, que se negara a hablar de éste. Entonces existiría un interés,
una urgencia por denunciarlo, incluso abstractamente. Pero esa de-
nuncia, frente a la película de Malle, se revela como lo que es en rea-
lidad: humanitaria e inoperante. Ya que lo que Drach debe rechazar
(las contradicciones de clase), en nombre de su humanismo abstracto,
Malle se permite el lujo de inscribirlo (Lucien, un humilde campesino
analfabeto, etcétera). Allí donde Drach suprime, Malle exagera. Es
evidente que esa inscripción no hace de Malle (no más que del Kazan
de Los visitantes [The visitors, 1972]) un cineasta progresista: las
contradicciones de clase son para él unas contradicciones más entre
otras, siempre superables y resolubles desde una visión metafísica de
conjunto en la que se convierten en avatares, casos particulares (his-
tóricos) de una divergencia ahistórica: el eterno ni-negro-ni-blanco de
la «naturaleza humana».
Se debe tener en cuenta lo siguiente: uno de los rasgos específicos
de la ideología fascista es reconocer la existencia de contradiccio-
nes, de la lucha entre clases (lo más a menudo para deplorarla, para
«superarla»). Hay que saber que hoy en día la lucha se basa en el
punto de vista y no solamente en la elección del tema. Es lo que nos
recuerdan los compañeros italianos de La Commune: «No basta con
oponer las informaciones falsas de la burguesía a las contrainforma-
ciones, sino que hay que hacer pasar, a través de las informaciones
que se dan, una concepción diferente del mundo».
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nunciado, citado, retomado, asumido por quien sea. Entre estos tres
términos, enunciado, portador y ámbito, no existen relaciones eviden-
tes, naturales: siempre hay una combinatoria. En un próximo escrito
intentaremos describir algunas de las figuras de esta combinatoria. La
lista es larga y variada: enunciados sin portadores, mal portados, de-
masiado portados, enunciados perdidos, robados, desviados, etcétera.
Pero hay una de las figuras de esta combinatoria con la que nos en-
contramos cada día: cuando alguien se hace cargo de un enunciado
justo (políticamente, se entiende), portado por su peor enemigo y en
un terreno donde este enunciado juega con desventaja.
Un ejemplo (entre mil). No hace mucho, la O. R. T. F. presentó un
cortometraje sobre las prisiones. Mientras la cámara se deslizaba con
fluidez a lo largo de los muros blancos de una prisión modelo, el co-
mentario en off retomaba por su cuenta y en su lenguaje un cierto nú-
mero de reivindicaciones y de problemas planteados en otra parte (en
otra parte: en todas partes, salvo en la televisión, en los C. A. P., Cer-
tificados de Aptitud Profesional, por ejemplo) por los prisioneros.
Una crítica «contenido-ista» puede contentarse con esto y ver en ello,
con razón, el efecto —¿léase defecto?— de la lucha real de los prisio-
neros sin la cual la televisión nunca se hubiera visto obligada a hacer
esa película. ¿Pero quién no ve que entre una película como ésa y At-
tica (1973) hay una diferencia de naturaleza! Una diferencia que po-
demos resumir brevemente así: no solamente los detenidos de Attica
son portadores de enunciados verdaderos, que proclaman la verdad de
esa rebelión, de toda rebelión, que la proclaman contra las mentiras de
las autoridades, sino que los detenidos son también aquellos para los
cuales sus enunciados son justos (apropiables, movilizadores para su
futura lucha); son los «portadores adecuados». En fin, los portan a un
terreno (la yarda ocupada, filmada, transformada en escenario) que
ellos mismos han construido, puesto en escena, creando las condicio-
nes materiales de su enunciación, «realizando» una gran película.