Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Psicología de Jesús
Psicología de Jesús
DJN
A un psicólogo cristiano, no le resulta nada fácil escribir algo que quiera ser
psicológico sobre Jesús de Nazaret simplemente por el hecho de su propia fe,
que le vincula en una estrecha e íntima relación, en la cual su
realidad humana participa, en misteriosa unidad, con su realidad divina de Hijo
de Dios, según el dogma trinitario. Ahora bien, el discurso psicológico ha de
ser asequible a creyentes y no creyentes, por la neutralidad que le confiere el
conocido principio de exclusión de la transcendencia (Flournoy, Th, 1902),
derivado del hecho de la falta de competencia de los métodos científicos para
afirmar o negar el contenido de las afirmaciones transcendentes de la fe
religiosa, especialmente cristiana. Los no creyentes, por su parte, corren el
riesgo de no respetar la neutralidad a causa de sus prejuicios, con mucha
frecuencia antirreligiosos. Nosotros intentaremos ser fieles a dicho principio,
poniendo entre paréntesis, en cuanto psicólogo, la fe en la divinidad de Jesús,
dejando hablar sin más a los datos de que dispongamos, asequibles a cualquier
investigador. No se confunda esto, sin embargo, con no tener en cuenta el dato
de dicha fe, en su dimensión psicológica de vivencias afectivas,
representaciones cognitivas y demás componentes que influyen dinámicamente
en la conducta del creyente e incluso en los que no creen: nosotros sí
contaremos con ello, pero trataremos de evitar emitir juicio alguno sobre la
objetividad o ilusión de sus contenidos.
3a Para realizar esta misión salvífica, Jesús ha querido reunir a los hombres
en vistas al Reino y convocarlos junto a sí. Para este fin, Jesús ha llevado
a cabo actos concretos, cuya única posible interpretación, tomados en su
conjunto, es la preparación de la Iglesia que llegará a constituirse
definitivamente en la época de los acontecimientos de la Pascua y de
Pentecostés. Es, por tanto, necesario afirmar que Jesús quiso fundar la Iglesia.
Estas cuatro proposiciones son apoyadas, sobre todo, por multitud de citas de
textos evangélicos (CTI, 1986). También aquí se podría hablar de una especie
de "psicología" racional implícita de corte teológico dirigida a creyentes
cristianos.
A primera vista extraña que siendo tan genialmente sutil en el estudio de otros
personajes, comenzando por el propio Moisés, cuya realidad histórica queda
tan separada de los textos que hablan de él, despache Freud a Jesús de Nazaret
en Moisés y la religión monoteísta (1939)-con la calificación de "un cierto
agitador político-religioso", que le habría servido a Pablo de Tarso de pretexto
para fundar el cristianismo, separándolo de la religión judía. En el fondo
psicoanalíticamente mirado, sustituye implícitamente al Jesús histórico por ese
llamado "mito científico" del asesinato del Padre de la horda primitiva, que
Freud habría expuesto en Totem y Tabú, y que por retorno de ese crimen
"reprimido", se habría originado la "religión del Padre", y ahora, a través de
Pablo, el Crucificado, por ese primordial parricidio, se convierte en el Hijo
divinizado, sustituyendo al Padre, y quedando de este modo el cristianismo
como "la religión del Hijo", en una evidente regresión edípico-narcisista
(Freud, 1981, III, 3293 s). Todo queda, pues, en la nebulosa mítica, no siendo
tampoco la comunión cristiana otra cosa, en el fondo, que la rememoración
ritualizada de la primera comida totémica, sustitución a su vez de la primordial
orgía en la que los hermanos devoraron al padre asesinado para apoderarse de
sus poderes mágicos.
Hasta cierto punto sigue cierta, diez años después, la constatación de Vergote
sobre la carencia de un estudio serio de la personalidad de Jesús de Nazaret,
desde la psicología de la religión, y la escasa atención prestada asimismo por
los teólogos a este tipo de análisis (Vergote, 1990, 7). De todos modos, la
figura de Jesús, presentada por el Evangelio, provoca actualmente ciertas
investigaciones psicológicas, casi siempre colaterales, desde perspectivas
diversas, y con un valor científico muy desigual. De las que ofrecemos una
pequeña muestra, en reducida síntesis.
"La ley del amor de Jesús y las fases de razonamiento moral de Kohlberg": La
conclusión de este trabajo es que la Ley de Amor de Jesús combina lo
convencional y lo postconvencional, subsumiendo la letra de la ley en
el espíritu de la ley; y esto se realizaría no sólo en las enseñanzas de Jesús sino
también en su propia personalidad (Clouse, B. 1990).
"Los refranes galileos y el sentido del `Yo": Defiende Erikson que los refranes
y parábolas que Jesús utilizaba en sus predicaciones intervienen en la
formación del Yo y del Nosotros, esto es, en el proceso de Identidad, en el
sentido de una mayor concientización del Yo individual y de una
mayor universalidad a la vez del Nosotros. Jesús habría contribuido así, en ese
momento histórico, a la emergencia de una nueva conciencia personal y
colectiva. (Erikson, E. H., 1996).
¿No podremos entonces valernos de los relatos evangélicos para saber algo del
Jesús histórico? Sí, nos responde el autor, siempre que tengamos en cuenta que
"lo que los evangelios nos presentan de la fase 1 ha sido filtrado a través de la
tradición de la fase II y el proceso selectivo, editorial y explicativo de la fase
III"; ahora bien, aunque nos ofrezcan más bien el modo en que se presentaba al
Jesús de la fe, en los comienzos del cristianismo, lo que narran sobre lo que
hizo y dijo Jesús "puede estar basado en algo que él había dicho [e hizo], pero
ese `algo' hay que descubrirlo en cada caso, con métodos de crítica formal y
redaccional" (Fitzmyer, J. A., 1997, 28-31). Nosotros, sin pasarnos de
optimistas, pensamos que podemos quizás extraer de ese algo ya descubierto
otro algo psicológico, allí "implícito", sin pretensiones estrictamente
científicas.
Por lo que toca a Jesús Peláez, en las "reflexiones finales" de su largo viaje de
síntesis, a través de las tres etapas, hacia el Jesús de la historia, entendido
como el conocimiento que tenemos de él, gracias a la historiografía y otras
ciencias humanas, y después de abogar por unión convergente y
complementaria de las líneas vectoriales de investigación, analítico-literaria e
histórico-sintética, afirma que hoy parecen superadas tanto la primera ingenua
y precrítica aceptación de los evangelios como documentos históricos, como el
rechazo total, en una especie de reacción, ideológicamente prejuiciada e
hipercrítica, por la llamada ley del péndulo; y "en los últimos tiempos, los
evangelios han recuperado cierto grado de credibilidad histórica y se
consideran una plataforma válida para acceder al Jesús de la historia, aunque
no lo suficientemente amplia como para poder escribir su biografía". Se
trataría, si somos capaces de situar bien el texto del relato de las
acciones y palabras de Jesús en su verdadero contexto, podríamos reconstruir
las coordenadas que nos permitiese "dibujar al menos las grandes actitudes que
caracterizaron su persona", y, suministrándonos "sólidos indicios de lo que fue
su estilo de vida, sus actitudes, gestos y palabras..., ayudarnos así a penetrar
algo en su conciencia. Paradójicamente -añade-, la contribución más clara a la
cristología de Jesús mismo proviene menos de las declaraciones formales de
éste que de sus comportamientos".
Jesús muestra poseer una actitud personal religiosa: piensa, siente, habla y
actúa religiosamente, con esa naturalidad o espontaneidad segunda que la
psicología demuestra ser fruto de un proceso de madurez y el mejor signo de
verdadera autenticidad. Pero, como insistiremos en ello, al no tener datos sobre
dicho proceso, encontramos en él manifestaciones que desconciertan al
psicólogo porque parecen desbordar las propias leyes psicológicas, haciendo de
su personalidad religiosa un caso único, estrictamente singular. Se puede
afirmar, desde luego, que cumple, en forma eminente, ideal y desbordante
el tipo religioso de Spranger, como forma de vida (Spranger, 1961, 239 s). En
lenguaje de Maslow sus experiencias-cumbre serian eminentemente religiosas,
y, sin embargo, no se le puede llamar propiamente un "místico", pues
aparecería como un místico sin deseo místico (cf. Vergote, A., 1990, Ni es
tampoco un "profesional" de la religión, oficialmente reconocido, como el
sacerdote y levita, viviendo al servicio del templo, si bien puede aparecer
como profeta, pero muy singular y paradójico (cf. Pikaza, X., 1997, 33-35).
Vamos, pues, a utilizar la paradoja para presentar los trazos más gruesos de
este esbozado dibujo psicológico de la figura de Jesús. He aquí algunos de esos
polos aparentemente contrarios en cuyo entre salta el rayo de luz que nos hace
entrever algo así como un destello de su personalidad, a la vez que nos permite,
asomarnos a la hondura abismal de sus más sencillas palabras o acciones. Entre
los cristólogos actuales, pensamos que es el Prof. Pikaza quien mejor ha puesto
de relieve esta carácter paradójico de la figura del propio Jesús histórico
poniendo con los diez rasgos de su biografía fundante, ya expuestos, las bases
fenomenológicas y psicohistóricas para unas reflexiones psicológicas sobre su
personalidad. No es posible hacerlas aquí, siguiendo uno a uno los rasgos de
este decálogo; sólo podemos permitirnos hacer algunas alusiones al exponer
estas paradojas del estilo personal de Jesús y de su religiosidad.
Increíblemente cercano - misteriosamente lejano. En el polo de la cercanía
humana de Jesús, con niños, enfermos, pecadores, marginados de todo tipo y
con sus propios discípulos y discípulas que le acompañaban, sobreabundan los
textos. Pero, aquí y allá, afloran otros que nos muestran el polo contrario de
una lejanía, entre enigmática y misteriosa, que hace pasar a sus oyentes desde
una franca "simpatía" hacia su persona a un estado de "extrañeza" o
"perplejidad", en el mejor de los casos, como si de repente se abriese
una abismal distancia entre la imagen perceptiva de Jesús y de sus palabras y
la presencia-en-la ausencia de otra enigmática o misteriosa "realidad" de
carácter inconmensurable, que atraía-aterrorizaba, produciendo en ciertos
sujetos una extraña reacción de defensa, que podía ir desde el asombro, a la
huida o incluso al ataque, más o menos agresivo. En este último caso, se
trataba siempre de situaciones en que alguien intentaba utilizar a Dios o al
propio Jesús, mensajero de su Reino. Recuérdese el episodio en que Jesús
increpa a Pedro (cf Mc 8, 33; Mt 16, 22-23). Paradigmático nos parece el relato
de Lucas de cuando Jesús, encontrándose entre los suyos de Nazaret, primero
"se maravillan de sus palabras llenas de gracia", para pasar luego a intentar
"despeñarlo" (Lc 4, 14-30). A pesar de que esta reacción así de violenta, no
aparece, es cierto, en los otros dos sinópticos, si bien hay indicios de decepción
y conflicto por parte de sus paisanos, y es muy compatible, creemos, con que
Lucas quiera anticipar, con su relato, como una especie de síntesis de lo que va
a ser el destino de Jesús en la relación con su pueblo, simbolizado por Nazaret;
algo así como la presentación del Jesús-Logos, en la alta teología joánica:
"vino a su casa y los suyos no lo recibieron" (Jn 1, 11).
Posiblemente esta paradoja exprese mejor que ninguna este secreto, enigma...
misterio de la personalidad de Jesús. En el polo de cercanía, aparece, en
efecto, enormemente atrayente para quienes le "escuchan" y "se abren" a su
mensaje "creyéndole" como a un auténtico testigo de Dios que tiene, por sí
mismo, "derecho a ser creído" (cf. Zahrn, H., 1971, 88s) y amado. Esto último
nos extrañó encontrarlo ya en el testimonio extra-evangélico de Flavio Josefo:
"los que le habían dado su afecto al principio no dejaron de amarlo" (Cf
Peláez, J., 1999, 63). Y Pablo dice lo que nunca hemos leído en ningún lugar
de la literatura religiosa de todos los tiempos, refiriéndose a Jesús: "Me amó y
se entregó a sí mismo por mí" (Gal 2, 20).
Esta paz que irradia la personalidad de Jesús quiere que sea también más que
un simple saludo, en sus discípulos-apóstoles cuando se hospeden en una casa,
algo así como la sustancia de su vida compartida en comunión de espíritu, así,
al menos lo interpretó uno de los evangelistas (cf Mt 10, 12-13). Pero
justamente otro evangelista parece desconcertarnos poniendo en labios de
Jesús estas palabras: "¿Creéis que estoy aquí para dar paz a la tierra? No, os lo
aseguro, sino división" (Lc 12, 51); y Mateo, en lugar de división pone espada,
siguiendo también la cita de Miqueas: "Sí he venido a enfrentar al hombre con
su padre, a la hija con su madre; a la nuera con su suegra... " (Mt10, 14-15).
Desde una exégesis bíblica puede decirse que esta paz mesiánica de Jesús lleva
como contrapunto una especie de guerra escatológica, puesto que el texto
evangélico aparece tomado de Miq 7, 6. Pero desde una perspectiva
psicológica, opinamos que al rasgo del Jesús hacedor de la paz-
reconciliación, está el otro polo contrapuesto del Jesús de las exigencias del
Reino que él proclama y personaliza: no se trata de "represiones defensivas",
sino de renuncias personales libres por amoral Reino.
No faltaron quienes intentaron hacer de Jesús un poseso de las fuerzas del Mal.
Jesús no sólo se defendió de lo absurdo que sería expulsar los demonios en
nombre de Belzebú (Mt 12, 25s; Mc 3, 23s; Lc 11, 17s), sino que además
dirige a sus calumniadores un reto definitivo: ¿Quién de vosotros puede probar
que soy pecador? (Jn 8, 46). Podemos afirmar que la difícil paradoja que Juan
pone en boca de Jesús en la cena de despedida antes de su pasión, dirigida a
sus amigos: Estáis en el mundo, pero no sois del mundo, expresaría la actitud
existencial de Jesús en su trato con los impuros y pecadores y, en general, con
los poderes de dominio o violencia mundanos. En una perspectiva de tradición
apocalíptica, como quiere Kee, "la actividad pública de Jesús se inaugura -al
cabo de cuarenta días de combate con Satán (Mc 1, 12-13)- con el anuncio de
la inminencia del reinado de Dios. Que ello implica la derrota de los poderes
del mal queda claro con la pregunta retórica que formulan los demonios con
ocasión del primer milagro de Jesús (Mc 1, 23-26): `¿quién te mete a ti en esto,
Jesús Nazareno? ¿Has venido a destruirnos?' Eso precisamente viene a
realizar" en su función de exorcista "con el dedo de Dios" (Lc 11, 20; Mt 12,
28)" (Kee, H. C., 1992, 110-111).
Como psicólogo de la religión, una vez más estamos de acuerdo con Vergote
cuando afirma que "frente al mal, la actitud de Jesús es la más opuesta a la
paranoica", luchando justamente contra la hipocresía religiosa, esa sí "análoga
a la estructura paranoica", —en cuanto transfiere proyectivamente a los otros,
el mal propio no reconocido, diríamos nosotros—. Por el contrario, "lo más
asombroso, desde el punto de vista psicológico, es que, sin que él mismo se
reconozca pecador, Jesús adopta a la perfección, la misma actitud que él exige
del hombre: no disculpa, reconoce el mal, pero lo excusa, lo perdona y pide a
su Padre que lo perdone". Y ¿cuál es la motivación-que origina dinámicamente
esta actitud personal de Jesús, sino la perfecta identificación con el Padre, el
cual si, por un lado, revela su pecado al hombre, por otro le invita al
perdón? En resumen, concluye Vergote: "De ningún modo he dilucidado el
misterio de la personalidad de Jesús. Puedo afirmar solamente que manifiesta
actitudes que se contradicen según las leyes de la psicología humana. El
sentido moral y religioso más cabal coexiste, en él, con la ausencia de la
conciencia de pecado. Y la ausencia de culpabilidad no se convierte en
acusación. Adopta naturalmente la disposición de Dios sin ninguna idea de
grandeza y sin jamás dejar una huella de autodivinización" (Vegote, 1990, 21-
22).
Lo que más impresiona de esta personalidad religiosa de Jesús es, sin duda, esa
íntima y serena relación personal de plena confianza filial establecida con
Dios, a quien llama Abba. De ella parece proceder su relación asimismo
singular con los demás. ¿No les enseña a decir también, cuando oren: Padre
nuestro...? Todo ellole hace exclamar al psicólogo de la religión, Antoine
Vergote: "Si uno retorna al Jesús histórico, tal que lo presentan los miles de
trabajos sobre los textos evangélicos, después de decenios, uno concluye que
hay un misterio en su personalidad. Para el racionalismo era un enigma que
pensaban poder esclarecer racionalmente. Cuando yo concluyo que existe un
misterio en la personalidad de Jesús es porque, siendo radicalmente humano, él
no es, con evidencia, simplemente humano, como tampoco es simplemente
humano lo que él anuncia" (Vergote, 1999, 179).
3.3. Las imágenes de Dios en Jesús y en su mensaje de Evangelio
Pero ¿qué piensa Jesús del Reino, cuáles son sus imágenes mentales, presentes
picológicamente de ese Reino que él proclama, con tanta fuerza como si
creyera que había nacido, especialmente, para cumplir esta misión?
Comenzaríamos contestando con Luis A. Gallo, cuyo discurso es
psicopedagógico: "A través del actuar de Jesús, en la confrontación sea con los
individuos, sea con la sociedad, se puede inducir lo que piensa del reino de
Dios; y que para él no es una realidad que se refiera sólo a Dios... sino también
y muy estrechamente a los hombres y mujeres concretas con los cuales entra en
relación, y sobre todo los que son más pobres, marginados, oprimidos,
excluidos y utilizados por otros. Se podría decir: es el reino 'de' Dios 'en favor'
de los hombres". Por tanto, traduciendo a nuestro lenguaje actual sus imágenes
y representaciones subyacentes en la mente de Jesús, ese Reino consistiría: "en
una convivencia enté las personas y grupos que no provoquen injusticias y
marginaciones; que no reduzca las personas a objetos, que no sea, en
definitiva, fuente de infelicidad y de muerte, sino que, por el contrario, ofrezca
la posibilidad de compartir fraternalmente con los demás, de ser
verdaderamente respetados en la propia dignidad, de ser sujetos de la propia
decisión" (Gallo, L. A., 1991, 45-46).
Para el psicólogo, esta nueva imagen de Dios que trae Jesús sólo se
comprendería por una experiencia religiosa muy profunda y un proceso de
elaboración personal, por el que asume y "apropia" (Allport) dicha imagen
divina; pero ignorando, por falta de datos, cómo pudo
esto psicológicamente llevarse a cabo, en él.
¿Qué pensaba Jesús de los demás y conocía incluso sus pensamientos? Que
conocía bien el corazón humano lo muestran sus hechos y sus dichos. Los
evangelistas afirman además que Jesús conocía también los pensamientos de
quienes le rodeaban ¿se trataba de un conocimiento normal por indicios, o es
que poseía percepciones extrasensoriales, en ciertas circunstancias, como
algunos sujetos excepcionales? Y, en cuanto a la autoconciencia, esto es, a la
conciencia que Jesús tenía de sí mismo, de su propia identidad y de su misión,
los textos evangélicos hablan profusamente de temas estrechamente
relacionados con esto; pues no sólo personajes como Juan Bautista y Herodes,
Pilatos, Autoridades religiosas, fariseos y personas del pueblo se preguntan o le
preguntan quién es él; pero incluso Jesús hace una pequeña encuesta entre sus
seguidores: Quien dice la gente que soy yo? Y vosotros ¿quién decís que
soy? Todo lo cual parece indicar que esta problemática estaba viva en el
entorno de Jesús, durante los años de su vida pública.
4. A modo de conclusión