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Psicología de Jesús

DJN

SUMARIO: 1. Un poco de historia sobre el tema. 1.1. De la fe en Jesucristo a


la psicología de Jesús. 1.2. Las cuatro proposiciones de la Comisión Teológica
Internacional (CTI) de 1986. 1.3. Desde los prejuicios y el reduccionismo
psicológico: psicoanálisis de Freud. 1.4. Algunos estudios psicológicos
recientes sobre Jesús. - 2. Cuestiones epistemológicas y metodológicas. 2.1. El
Jesús de la historia y un estudio psicológico de Jesús. 2.2. Sentido de nuestras
reflexiones psicológicas. - 3. Aspectos psicológicos de la figura de Jesús. 3.1.
Jesús de Nazaret: personalidad religiosa singular. 3.2. Nuestra utilización de
la paradoja para caracterizar la figura de Jesús. 3.3. Las imágenes de Dios en
Jesús y en su mensaje de Evangelio. 3.4. ¿Hasta qué punto Jesús fue
consciente de su misión mesiánica? - 4. A modo de conclusión.

A un psicólogo cristiano, no le resulta nada fácil escribir algo que quiera ser
psicológico sobre Jesús de Nazaret simplemente por el hecho de su propia fe,
que le vincula en una estrecha e íntima relación, en la cual su
realidad humana participa, en misteriosa unidad, con su realidad divina de Hijo
de Dios, según el dogma trinitario. Ahora bien, el discurso psicológico ha de
ser asequible a creyentes y no creyentes, por la neutralidad que le confiere el
conocido principio de exclusión de la transcendencia (Flournoy, Th, 1902),
derivado del hecho de la falta de competencia de los métodos científicos para
afirmar o negar el contenido de las afirmaciones transcendentes de la fe
religiosa, especialmente cristiana. Los no creyentes, por su parte, corren el
riesgo de no respetar la neutralidad a causa de sus prejuicios, con mucha
frecuencia antirreligiosos. Nosotros intentaremos ser fieles a dicho principio,
poniendo entre paréntesis, en cuanto psicólogo, la fe en la divinidad de Jesús,
dejando hablar sin más a los datos de que dispongamos, asequibles a cualquier
investigador. No se confunda esto, sin embargo, con no tener en cuenta el dato
de dicha fe, en su dimensión psicológica de vivencias afectivas,
representaciones cognitivas y demás componentes que influyen dinámicamente
en la conducta del creyente e incluso en los que no creen: nosotros sí
contaremos con ello, pero trataremos de evitar emitir juicio alguno sobre la
objetividad o ilusión de sus contenidos.

1. Un poco de historia sobre el tema

Echaremos un vistazo retrospectivo a algunos de los intentos de tratar el


problema de la psicología de Jesús, comenzando por los que pretendieron
resolverlo partiendo de la fe y utilizándola como elemento explicativo,
contraviniendo así el principio de exclusión de la transcendencia.

1.1. De la fe en Jesucristo a la psicología de Jesús


Que, por ejemplo, Huarte de San Juan, en su Examen de Ingenios para las
ciencias, afirme que Jesús tuvo un temperamento completamente "templado"
del que provenía la máxima perfección natural, "pues el Espíritu Santo lo
compuso y organizó" (Huarte, 1976, 305), lo disculpamos, por estar esto
escrito en 1575. Más difícilmente comprendemos hoy, siguiendo dentro del
ámbito español, que un psicólogo de nuestros días utilice un lenguaje bastante
parecido, en un largo capítulo de su Introducción a la ascética
diferencial, titulado: "Jesucristo, clave de la ascética diferencial. Un
`hiperhagionormo'. A pesar de decirnos que su trabajo tiene un carácter
"científico-positivo" y "en gran parte de sabor caracterológico", de hecho se
está remitiendo al factor dogmático, sólo constatable por la fe, de la unión con
el Verbo divino como factor dinámico-diferencial de su psicología (cf. Roldan,
A., 1960, 294 s.). En ese contexto, presenta las diferencias de la humanidad de
Cristo no respecto a otros individuos, sino al propio horno sapiens como
especie, situándose plenamente en el dogma: "la unión hipostática es la raíz de
todas las notables diferencias" ontológicas, de las que se siguen otras
psicológicas y morales" (Idem, 398-399).

En esta polémica, que recuerda viejas discusiones de escuela en las


Universidades de la Iglesia, aparecen dos autores con la defensa de sus
respectivas tesis sobre la unidad psicológica de Cristo y su autoconsciencia: el
jesuita francés Paul Galtier, y el sacerdote italiano Parente. Partiendo ambos de
la premisa de fe de que Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre, Galtier se
sitúa más en la humanidad de Cristo, siguiendo un poco a su hermano Suárez,
mientras Parente se muestra más tomista poniendo de relieve la divinidad (cf.
Galtier, 1939; Parente, 1951).

1.2. Las cuatro proposiciones de la Comisión Teológica Internacional (CTI)


de 1986

Dentro de esta problemática más bien eclesial y predominantemente pastoral,


más que propiamente psicológica, pero teniendo en cuenta numerosos estudios
sobre el Cristo histórico y el Cristo de la Fe, en los últimos tiempos, entre los
años 1983 y 1985 la Comisión Teológica Internacional se propuso estudiar
este tipo de cuestiones, elaborando por fin un Documento redactado y aprobado
en la sesión plenaria del 2-7 de octubre de 1985, y publicado en Roma el 31 de
mayo de 1986, titulado: De Jesu autoconscienctia quam scilicet ipse de
se ipso et de sua missione habuit. Quatuor propositiones explanantur. He aquí
su traducción:

la La vida de Jesús testifica la conciencia de la propia relación filial al Padre.


Su comportamiento y sus palabras que son las del 'siervo' perfecto implican
una autoridad que supera la de los antiguos profetas y que pertenece a Dios
solamente. Jesús alcanzaba una tal incomparable autoridad por su singular
relación con Dios, a quien llamaba 'Padre mío'. El tenía conciencia de ser el
Hijo único de Dios y, en este sentido, de ser él Dios.
2a Jesús conocía la finalidad de su misión: anunciar el Reino de Dios y hacerlo
presente en su persona, en acciones y palabras suyas, a fin de que el mundo
sea reconciliado con Dios y renovado. Aceptó libremente la voluntad del
Padre: entregar su vida para la salvación de todos los hombres; sabía que él
había sido enviado por el Padre para servir y dar la vida 'por muchos' (Mc 14,
24).

3a Para realizar esta misión salvífica, Jesús ha querido reunir a los hombres
en vistas al Reino y convocarlos junto a sí. Para este fin, Jesús ha llevado
a cabo actos concretos, cuya única posible interpretación, tomados en su
conjunto, es la preparación de la Iglesia que llegará a constituirse
definitivamente en la época de los acontecimientos de la Pascua y de
Pentecostés. Es, por tanto, necesario afirmar que Jesús quiso fundar la Iglesia.

4a La consciencia que Cristo tiene de ser enviado por el Padre para la


salvación del mundo y para todos los hombres que serán convocados como
pueblo de Dios implica, de misterioso modo, el amor a todos los
hombres hasta el punto que todos podemos decir: el Hijo de Dios 'me
amó y se entregó él mismo por mí' (Gal 2, 20).

Estas cuatro proposiciones son apoyadas, sobre todo, por multitud de citas de
textos evangélicos (CTI, 1986). También aquí se podría hablar de una especie
de "psicología" racional implícita de corte teológico dirigida a creyentes
cristianos.

1.3. Desde los prejuicios y el reduccionismo psicológico: psicoanálisis de


Freud

A la inversa del apartado anterior, abundan y sobre todo abundaron en el siglos


XIX y XX sociólogos, psiquiatras y psicólogos agnósticos o claramente ateos,
incapaces de desprenderse de sus prejuicios antireligiosos y/o anticristianos al
pretender estudiar no tanto la personalidad de Jesús directamente, sino más
bien aspectos de la religión establecida por él. No haremos más que ocuparnos,
a modo de ejemplo paradigmático, del fundador del psicoanálisis, por la
influencia que ha tenido en variados campos de las ciencias humanas.

A primera vista extraña que siendo tan genialmente sutil en el estudio de otros
personajes, comenzando por el propio Moisés, cuya realidad histórica queda
tan separada de los textos que hablan de él, despache Freud a Jesús de Nazaret
en Moisés y la religión monoteísta (1939)-con la calificación de "un cierto
agitador político-religioso", que le habría servido a Pablo de Tarso de pretexto
para fundar el cristianismo, separándolo de la religión judía. En el fondo
psicoanalíticamente mirado, sustituye implícitamente al Jesús histórico por ese
llamado "mito científico" del asesinato del Padre de la horda primitiva, que
Freud habría expuesto en Totem y Tabú, y que por retorno de ese crimen
"reprimido", se habría originado la "religión del Padre", y ahora, a través de
Pablo, el Crucificado, por ese primordial parricidio, se convierte en el Hijo
divinizado, sustituyendo al Padre, y quedando de este modo el cristianismo
como "la religión del Hijo", en una evidente regresión edípico-narcisista
(Freud, 1981, III, 3293 s). Todo queda, pues, en la nebulosa mítica, no siendo
tampoco la comunión cristiana otra cosa, en el fondo, que la rememoración
ritualizada de la primera comida totémica, sustitución a su vez de la primordial
orgía en la que los hermanos devoraron al padre asesinado para apoderarse de
sus poderes mágicos.

Si hasta nuestros días, una serie de psicoanalistas continuaron en esta línea


trazada por Freud, no faltaron tampoco críticos, comenzando por el pastor
protestante Pfister, amigo personal suyo, que mostraron la incapacidad del
psicoanálisis para dictaminar el valor objetivo de los contenidos de fe sobre la
religión cristiana y, en particular, sobre Jesús. Más todavía, algunas
investigaciones muy rigurosas han probado la cantidad de prejuicios
anticristianos que actuaban en la propia mente de Freud, en parte de modo
inconsciente (cf. Cabezas, R., 1989, caps. 11-111; Zahrnt, 1974, 98).

Una gran parte de trabajos psicoanalíticos lo hacen, con mucha frecuencia, de


forma reductiva y tan subjetiva que refleja mucho más las fantasías del analista
que la subjevidad real del analizado, sin ofrecernos apenas información alguna
sobre la personalidad de Jesús (Caballero, A., 1994, 232 s).

Otros psicólogos profundos, como Jung, si bien valoran positivamente la figura


de Cristo, tienden a verlo más bien en el sentido simbólico-mítico desde las
producciones arquetípicas, sobre todo viendo a Cristo como símbolo del Sí-
mis-mo (Selst), según aparece en el centro de los mandalas cristianos; así
como estudiando la religión en su "funcionalidad" terapéutico-pastoral (cf.
Jung, C. G., 1957, 371s; 1986, 49-81; Vázquez, A., 1998). En esta última línea,
hay actuales jungianos que estudian a Jesús como "terapeuta", o bien lo ven
como la perfecta armonía de las dos figuras del "alma", Anima- Animus, como
H. Wolf y otros que citamos a continuación.

1.4. Algunos estudios psicológicos recientes sobre Jesús

Hasta cierto punto sigue cierta, diez años después, la constatación de Vergote
sobre la carencia de un estudio serio de la personalidad de Jesús de Nazaret,
desde la psicología de la religión, y la escasa atención prestada asimismo por
los teólogos a este tipo de análisis (Vergote, 1990, 7). De todos modos, la
figura de Jesús, presentada por el Evangelio, provoca actualmente ciertas
investigaciones psicológicas, casi siempre colaterales, desde perspectivas
diversas, y con un valor científico muy desigual. De las que ofrecemos una
pequeña muestra, en reducida síntesis.

"Los arquetipos de Jung y la personalidad de Jesús en los sinópticos": Se


trataba de ver cómo los símbolos arquetípicos del anima y animus se
mostraban en las parábolas y otras narraciones evangélicas, según el método de
correlaciones (Stah l ke, R -E. 1990).
"Jung y la Cristología": El autor parece esperar que ciertos elementos del
pensamiento jungiano sean una buena ayuda para revitalizar la Cristología para
muchos creyentes de hoy, en cuanto que, para él, Jesús aparece como una
especie de encarnación del arquetipo central o Sí-mismo (Selbst). Jung destacó,
sin embargo, que Jesús representa sólo la parte luminosa del arquetipo: sólo el
la futura encarnación del Espíritu en el hombre creatural podrá llevarse a cabo
la auténtica cristificación, en un verdadero proceso de individuación cristiano.
Finalmente, si bien Jung ofrece valiosos recursos a la Cristología, la teología
deberá hacerle serias objeciones críticas a su particular exégesis, demasiado
inmanentista y con cierto sabor "gnóstico" (Chapman, G. C., 1997).

"La ley del amor de Jesús y las fases de razonamiento moral de Kohlberg": La
conclusión de este trabajo es que la Ley de Amor de Jesús combina lo
convencional y lo postconvencional, subsumiendo la letra de la ley en
el espíritu de la ley; y esto se realizaría no sólo en las enseñanzas de Jesús sino
también en su propia personalidad (Clouse, B. 1990).

"De Jericó a Jerusalem. El buen samaritano de una dirección


diferente": Después de analizar los autores detenidamente las dimensiones de
esta conocida parábola de Jesús, partiendo de estudios sobre la conducta de
ayuda, concluyen que se muestra aquí el profundo conocimiento de Cristo
sobre íntimos aspectos de la conducta humana (Hoyer, ST, y Mc-Daniel, P.
1990).

"La auto-realización como un título cristológico contemporáneo":¿Se podría


tomar la self-actualization de Maslow como un posible modelo cristológico,
después de una lectura de las narraciones evangélicas, desde esta clave? Así
parece defenderlo el autor, basándose en que la figura de Jesús, allí diseñada,
se acomoda bastante al resultado del cuidadoso análisis de las 14
características de dicha "actualización de Sí-mismo": aceptación,
espontaneidad, simplicidad, naturalidad, centramiento de los problemas,
necesidad de intimidad, autonomía, frescura continuada de aprecio,
experiencias-cumbre, espíritu de solidaridad, relaciones interpersonales,
estructura democrática de carácter, discriminación entre medios y fines,
filosófico y nada hostil sentimiento del humor, creatividad y transcendencia
(Galbreath, R 1991).

"Las parábolas de Jesús: Una aproximación psicosocial": Se analizan -según


el Frame Analysys de E. Goffman- varias parábolas, tales como Invitados a la
Boda, Obreros a la Viña y el Hijo Pródigo, tomándolas como documentos
psicosociales, y describiendo las reacciones de los individuos a las
correspondientes situaciones sociales que narran las parábolas, de carácter un
tanto conflictivo, donde los sujetos se ven obligados a elegir una función
determinada (King, J. R. 1991).

"Marta y María": En este tema clásico en la tradición eclesial de María y


Marta como signos de contemplación y acción, la novedad de este trabajo está
en relacionarlo con la tipología jungiana de introversión -extroversión, uniendo
el primer tipo al tema del silencio como característica de la comunicación
femenina, y haciendo, finalmente, ver cómo Jesús tomó partido por la
contemplativo-introvertida María sobre Marta, la extravertida. (Dorella, A,
1998).

"Correlaciones de una imagen de la personalidad de Jesús: análisis


historiográfico, utilizando el Modelo de 5 Factores de personalidad": En esta
investigación, una muestra de ambos sexos, desde grandes adolescentes hasta
ancianos, evaluaron a Jesús, utilizando una técnica de carácter comprensivo de
personalidad. Su perfil historiográfico resultante fue, en resumen: la figura de
Jesús les resultaba tandemente simpático y aparecía siempre ayudando a los
demás, sobre todo a los más necesitados. Por otra parte, destacaron también
que se le veía como manteniendo una especie de autonomía. (Piedmont, R. L.,
Williams, J. E. G. y Ciarrochi, J. W., 1997).

"La búsqueda del Jesús psicológico: influencias de la personalidad sobre las


imágenes mentales de Jesús": A tres muestras diferentes, bastante amplias, de
escolares y adultos practicantes, se le aplicó el Cuestionario de Personalidad
Revisado de Eysenck, para obtener el perfil de personalidad de cada uno; y a la
vez una forma modificada de dicho cuestionario para lograr el perfil de
la imagen de Jesús, presente en ellos. Los resultados demuestran correlaciones
significativas entre el perfil de la propia imagen y de su imagen de Jesús
(Francis, L. J. y Astley, J., 1997).

"Quién piensa él que es: Anotaciones a la psicología de Jesús": El autor es un


psicoanalista que rechaza el que se le califique de síndrome de Jesucristo a una
personalidad narcisista preocupada por salvar a otros. Defiende, en cambio,
algo que a muchos puede parecer chocante, pero que tal vez pudo ser
provocado por la reacción del propio Freud a la muerte de su padre. Se trata de
interpretar el paso de Jesús de su vida oculta en Nazaret a su vida pública,
como una especie de intento por resolver problemas edípicos, al morir su padre
José. Y en torno a ese trauma de duelo paterno giraría su "depresiva" creencia
en la inminencia del fin del mundo, así como su deseo de reencuentro con el
padre muerto, en el trasmundo (Chessick, R. D., 1995).

Identidad social, envidia de status y el Abba de Jesús": Se pretende derivar de


un llamado problema de orfandad paterna de Jesús conclusiones sobre su
identidad social, su defensa de la mujer en situaciones de peligro, su amor a los
niños y esa peculiaridad del trato dado a Dios de Abba, expresión cariñosa y
familiar dirigida al padre (von Aarde, A., 1997).

La relación de la sabiduría con el liderazgo transformador: ilustrada por


el Jesús histórico: Es ésta una curiosa disertación, en la que se toma
la sabiduría de Jesús, tomando como criterio aquellas parábolas que los
estudios histórico-críticos han dado como atribuibles a él, para ver como
funciona, con eficacia, en situaciones de crisis o caos de carácter psicosocial,
comparándola con la sabiduría simplemente psicológica de los líderes capaces
de producir transformaciones sociales más o menos profundas. La conclusión
es que Jesús sale muy bien parado en dicha comparación, en la que sobresale la
superioridad de su sabiduría, que ilumina, transforma y da seguridad (Morse,
M. K., 1996).

"Los refranes galileos y el sentido del `Yo": Defiende Erikson que los refranes
y parábolas que Jesús utilizaba en sus predicaciones intervienen en la
formación del Yo y del Nosotros, esto es, en el proceso de Identidad, en el
sentido de una mayor concientización del Yo individual y de una
mayor universalidad a la vez del Nosotros. Jesús habría contribuido así, en ese
momento histórico, a la emergencia de una nueva conciencia personal y
colectiva. (Erikson, E. H., 1996).

La psicología de la Resurrección: Una comprensión de la personalidad


humana basada en la vida y enseñanzas de Jesús: Del análisis de diez temas
principales, extraídos de los relatos evangélicos, y, aplicándolos a los sujetos
actuales, el autor se propone demostrar cómo enseñanzas de Jesús podrían ser
capaces de transformar teorías psicológicas contemporáneas. Y es que, para él,
psicología y biblia pueden enriquecerse mutuamente, integrándose, de algún
modo, sin tener en cuenta —según nuestro parecer— el abismo de niveles que
las separa, en cuanto saberes, que se rigen por criterios epistemológicos y
metodologías muy diversas (Alter, M. G., 1994).

2. Cuestiones epistemológicas y metodológicas

Dentro de las dificultades que se nos presentan para un estudio


psicológico de la personalidad humana de Jesús, comenzamos por valorar el
gran esfuerzo hecho por los cristólogos modernos, con la utilización de
métodos científicos, sea de crítica literaria, sea de crítica histórica de los textos
bíblicos y los pocos extrabíblicos que nos hablan de Jesús de Nazaret: no
podemos prescindir de ellos. Expondremos, a continuación el sentido de
nuestras anotaciones psicológicas.

2.1. El Jesús de la historia y un estudio psicológico de Jesús

Ya en algunos de los trabajos anteriormente citados, se pueden percibir


dificultades y limitaciones con las que se encuentran los psicólogos cuando
intentan abordar algún aspecto de la personalidad de Jesús, teniendo que buscar
estrategias metodológicas que les permitan, siempre indirectamente, acercarse
a él y captar alguna de sus manifestaciones como una especie de reflejo
especular. Pero, lo que nos parece inevitable es contar previamente con el
trabajo de investigación que la crítica histórica y literaria ha llevado a cabo y
sigue haciendo, como una ayuda imprescindible para no confundir al Jesús de
la historia con el Jesucristo de la fe, por muy inseparables que aparezcan en los
textos que nos van a servir de material de análisis.
Tenerlos en cuenta no significa, para nosotros, necesariamente ceñirnos de un
modo estricto al modelo hermenéutico de este o aquel autor de moda, sino, de
forma seria pero flexible, tomar aquello que parece tener el mayor consenso
entre los investigadores. Además los criterios para ciertos aspectos
psicológicos de la figura de Jesús no tienen por qué coincidir siempre con los
que utiliza el método histórico-crítico, preocupado especialmente por "hechos
externos"; mientras a la psicología le interesan las "vivencias y experiencias
internas" y la "significación subjetiva" de los hechos y acontecimientos.
Tomaré, en concreto, como guías a tres autores: Fitzmyer, Pikaza y Peláez,
autores sucesivamente: de un Catecismo cristológico (Fitzmyer, J. A., 1997),
de un actualísimo Manual de Cristología (Pikaza, X., 1997) y una reciente
síntesis del ya recorrido largo viaje hacia el Jesús de la historia (Peláez, J.,
1999).

Fitzmyer nos recuerda que existen tres clases de material-fuente, digamos, en


los textos bíblicos sobre Jesús, que corresponden a tres fases de
tradición evangélico-eclesial: la 1 correspondería al tiempo en que vivió y
actúo Jesús hasta alrededor el año 33, tomando como objeto lo que él hizo y
dijo; la II comenzaría después de la muerte de Jesús, la fe en su resurrección y
la predicación o kerigma, durante la cual los recuerdos anteriores se habrían
fundido con la nueva imagen de la fe en cuanto Señor y Cristo resucitado de tal
modo que más que la precisión sobreacciones y palabras les importaba a los
predicadores transmitir su fe en él, adaptándolas a sus oyentes; finalmente, la
III, se desarrollaría a partir de los escritos de los evangelistas, entre
aproximadamente los años 65 (Marcos) a 90 (Juan), pasando por el 80 (Mateo,
Lucas), si bien ya en la fase II habría ciertos escritos, como es el caso admitido
de la llamada fuente Q en griego, anterior al menos a Mateo y Lucas, que la
habrían utilizado. Por tanto, podremos concluir, según esta línea de
investigación, que serían un error confundir la fase III con la I, tomando
ingenuamente la literalidad de los textos evangélicos como directamente
expresivos de acciones y palabras del propio Jesús, cuando, en realidad, "son
testimonio de cómo se predicaba a Jesús, durante los años 30, 40 y 50». Se nos
impone, pues, un esfuerzo de deconstrucción para aproximarnos, por
sucesivas reducciones, desde las narraciones evangélicas hasta la fase primera
de los acontecimientos.

¿No podremos entonces valernos de los relatos evangélicos para saber algo del
Jesús histórico? Sí, nos responde el autor, siempre que tengamos en cuenta que
"lo que los evangelios nos presentan de la fase 1 ha sido filtrado a través de la
tradición de la fase II y el proceso selectivo, editorial y explicativo de la fase
III"; ahora bien, aunque nos ofrezcan más bien el modo en que se presentaba al
Jesús de la fe, en los comienzos del cristianismo, lo que narran sobre lo que
hizo y dijo Jesús "puede estar basado en algo que él había dicho [e hizo], pero
ese `algo' hay que descubrirlo en cada caso, con métodos de crítica formal y
redaccional" (Fitzmyer, J. A., 1997, 28-31). Nosotros, sin pasarnos de
optimistas, pensamos que podemos quizás extraer de ese algo ya descubierto
otro algo psicológico, allí "implícito", sin pretensiones estrictamente
científicas.

Por lo que toca a Jesús Peláez, en las "reflexiones finales" de su largo viaje de
síntesis, a través de las tres etapas, hacia el Jesús de la historia, entendido
como el conocimiento que tenemos de él, gracias a la historiografía y otras
ciencias humanas, y después de abogar por unión convergente y
complementaria de las líneas vectoriales de investigación, analítico-literaria e
histórico-sintética, afirma que hoy parecen superadas tanto la primera ingenua
y precrítica aceptación de los evangelios como documentos históricos, como el
rechazo total, en una especie de reacción, ideológicamente prejuiciada e
hipercrítica, por la llamada ley del péndulo; y "en los últimos tiempos, los
evangelios han recuperado cierto grado de credibilidad histórica y se
consideran una plataforma válida para acceder al Jesús de la historia, aunque
no lo suficientemente amplia como para poder escribir su biografía". Se
trataría, si somos capaces de situar bien el texto del relato de las
acciones y palabras de Jesús en su verdadero contexto, podríamos reconstruir
las coordenadas que nos permitiese "dibujar al menos las grandes actitudes que
caracterizaron su persona", y, suministrándonos "sólidos indicios de lo que fue
su estilo de vida, sus actitudes, gestos y palabras..., ayudarnos así a penetrar
algo en su conciencia. Paradójicamente -añade-, la contribución más clara a la
cristología de Jesús mismo proviene menos de las declaraciones formales de
éste que de sus comportamientos".

El autor se muestra muy optimista sobre la posibilidad de lograr lo que el llama


las grandes actitudes de Jesús, que vendrán implícitas -si no le entiendo mal-,
en la propia exposición kerigmática, que reflejan los evangelios, de las
primeros predicadores cristianos, que "anunciaban al Jesús muerto y
resucitado, y transmitían fielmente al menos el contorno de su figura,
resaltando... los rasgos principales de su personalidad". Este núcleo
comprendería cuatro rasgos distintivos: "su libertad suprema, su proclamación
de la igualdad entre los seres humanos, su apertura universal a todos,
especialmente a los excluídos de la sociedad, y su amor solidario, como
resultado de sentirse poseído por el Espíritu de Dios-amor a quien llama
`Padre"' (Peláez, J., 1999, 119-121).

De Xabier Pikaza, en fin, comenzaría aquí por tomarle en préstito su original


decálogo biográfico, esto es, los diez rasgos o componentes básicos de la
historia del Jesús histórico, si se me perdona esta expresión, que constituirían
una totalidad gestáltica, denominada por él biografía fundante: profeta
escatológico, mensajero de Dios; sabio en el mundo, experto en humanidad;
poderoso en obras, sanador y/o carismático; servidor de la mesa común, pan
compartido; creador de familia, discipulado y comunión; testigo de Dios, el
Padre de Jesús; superador de la ley, el desafío de la gracia; mártir en Jerusalén,
muerte de Jesús; Dios le ha resucitado, Pascua cristiana; Dios con nosotros, el
Cristo de la Iglesia. Sólo por su formulación, se puede percatar el lector de la
riqueza de su contenido. "No todos [estos rasgos] se encuentran igualmente
atestiguados, pero forman un conjunto coherente, siendo evocados por gran
parte de los investigadores de esta tercera búsqueda del Jesús histórico. Están
relacionados entre sí... y han de entenderse de un modo conjunto, pasando del
primero (profeta hasta los últimos (muerte, pascua, iglesia), conforme a los
criterios de continuidad (Jesús sigue siendo judío), ruptura (ha suscitado un
movimiento mesiánico distinto) y coherencia (los diversos momentos se
implican y escalonan, formando un conjunto)".

El segundo punto de la historia de Jesús que nos interesa mucho, como


psicólogo, es el titulado identidad y conciencia, temas clásicos, retomados
ahora desde nuevos y modernos planteamientos, mucho más antropológicos y
fronterizos con la psicología. El autor nos expone primero la textura conceptual
de su pensamiento. Para definir la identidad de Jesús a nivel
de conciencia, comienza con la expresión: hierofanía personal, en sentido de
"revelación humana de Dios". Desde aquí parten los trazos que van a perfilar la
configuración definitoria de la conciencia de Jesús, en su doble
modalidad: reflexiva o autoconocimiento, y activa o autorrealización; y es
precisamente, desde este trasfondo, desde donde define la persona de Jesús
como "relación fundante, en apertura a Dios y hacia los otros". Intenta además,
según su propia confesión, "vincular de algún modo los caminos de Hegel y
Sleiermacher", atendiendo a la vez, a la dimensión teogénica del
autoconocimiento de Jesús desde Dios, y a la egogénica o de autoconociento
por interiorización personal desde el propio yo de Jesús. Pero advirtiéndonos
que "la conciencia de Dios y de sí mismo resulta en Jesús inseparable de la
forma de entender a los demás) o de entenderse y realizarse a partir de ellos)".
Pues bien, es desde este fondo, desde donde Pikaza destaca tres
formas de conciencia de Jesús, que corresponden a tres modos de encuentro
consigo mismo como sujeto personal: teoconciencia o de profundidad, desde
Dios; antropoconciencia o de reciprocidad, desde/ para los
humanos; autoconciencia, de sí mismo en cuanto se ve "desde el don de Dios y
en apertura hacia los otros" (cf. Pikaza, X., 1997, 31-63).

Algunos psicólogos actuales han ido a buscar inspiración en la obra jungiana;


tal es el caso de H. Childs (1998), en cuyo estudio pone de relieve, cómo no
existen acontecimientos neutros que no estén, de algún modo condicionados
por los "mitos" y creencias arquetípicas de cada época, incluida la presente. Sin
seguir esta línea jungiana, y queriendo enriquecer y matizar los métodos
histórico-críticos, Klaus Berger insiste, en su Psicología histórica del
Nuevo Testamento (Berger, K., 1991), en que es preciso estudiar muy
detenidamente las representaciones mentales, imaginarias, simbólicas y
conceptuales, esto es, el modo de pensar el mundo, el hombre y Dios, sus
relaciones mutuas, etc. de las personas del tiempo y lugares en que vivió Jesús
y en que se escribieron los textos que hablan de él, para poder hoy captar su
significado, en una necesaria confrontación con los componentes diferenciales
de nuestro modo de pensar y de actuar hoy.
En el caso de Jesús de Nazaret se da además otra circunstancia que viene a
complicar todavía esta problemática: es la fe en la resurrección y
glorificación de Jesús por Dios, su Padre, y que vino a modificar
profundamente, de manera retrospectiva y retroactiva, la imagen del Maestro,
las representaciones mentales de sus discípulos, familiares y mujeres que lo
acompañaron, visto ahora como el Señor, el Kyrios. La personalidad de Jesús
queda como envuelta y traspasada por esta nueva luz que transfigura sus
acciones y palabras, confiriéndoles un nuevo e insospechado sentido,
seleccionando recuerdos y rememoraciones que se van muy pronto elaborando
en las primeras comunidades cristianas. Psicológicamente, habrá que tener en
cuenta también un efecto positivo: los evangelistas y demás testigos cuidarán, a
la vez, de respetar su memoria, sin distorsionar, su figura y la significación de
sus actitudes, aunque hayan acomodado y dramatizado sus acciones y palabras,
cuyo recuerdo continuaba vivo en las comunidades, deseando seguir
siendo testigos del Jesús auténtico sin falsear su testimonio. Nos parece que
esto no ha sido suficientemente valorado. La propia comunidad cristiana, si,
por una parte, idealizó los aspectos más humanos de Jesús, desde la fe en su
divinidad y exaltación celeste; por otra, se preocupó de discernir lo que
expresaba realmente el modo y estilo de ser y de actuar de Jesús, de
las mixtificaciones "apócrifas", que terminaron por no ser recibidas como
auténticas ni de su persona ni de su mensaje.

2.2. Sentido de nuestras reflexiones psicológicas

No pretendemos, pues, en las reflexiones que siguen hacer una psicología de la


personalidad humana de Jesús de corte empírico, cuantitativo, estadístico o
experimental, ni tampoco clínico, por la imposibilidad de recoger datos, sea a
través de sus respuestas a un test proyectivo o a un inventario de personalidad,
o dentro de una entrevista; o sea contando con un diario íntimo suyo; pero ni
siquiera valiéndonos de testimonios directos de padres, familiares o amigos
que hayan vivido con él y aporten material directamente relacionado con sus
rasgos de personalidad, temperamento y carácter. Ignoramos incluso cómo era
su manera de andar o de mirar, ni de qué color tenía los ojos y el cabello,
porque todo ello no era objeto de interés para quienes nos dejaron, en cambio,
un increíble perfil espiritual de cómo experimentaban su presencia viva los que
creyeron en él y celebraban su memoria.

Centraremos, por consiguiente, nuestra exposición en la figura de Jesús vivida


por las primeras comunidades cristianas, tal como aparece en los textos
evangélicos, en los que se refleja su personalidad humana como uno de los
polos, distinguible pero inseparable, del otro polo de misterio divino que
confiesa la certeza de su fe en la resurrección, para quienes creen en él.

Fieles al principio de exclusión de transcendencia, pondremos entre paréntesis


el contenido de esta fe, pero nos será imposible hacerlo con su dimensión
psicológica incidiendo efectiva y dinámicamente en la configuración de la
propia figura humana de Jesús, de sus hechos y dichos en los evangelios
narrados. Intentaremos simplemente, a través de una hermenéutica inspirada
en la psicología de la religión y psicolingüística aplicada a la narrativa
evangélica, entresacar una madeja de hilos de información que nos permitan
entretejer un esbozo de perfil o retrato robot de lo que pudo ser, en los breves
años de su vida pública, su psicohistoria. Nuestro presupuesto básico es que,
en dichas narraciones existe, en un estado como de realidad virtual, un esbozo
de psicología implícita de Jesús.

La malla de este bordado o textura de fondo es un modelo antropológico y


antropogenético de carácter dinámico-constructivo e interactivo, dentro de una
comunidad humana, según el cual la personalidad se va constituyendo y
edificando, en una psicohistoria, cuyos componentes
son: acontecimientos (físicos, psíquicos osociales), vivencias y
narraciones. Entre estas últimas ocupa un lugar destacado, en la creación de
sentido, el se dice, esto es, todos los mitos y creencias, fruto en general, por
una parte, de una larga tradición acumulada, y, por otra, de novedades actuales
y de esperanzas inmediatas, que confieren sentido profundo, a la existencia de
un grupo en un lugar y tiempo determinado y de lo que apenas se tiene
conciencia. En el caso de Jesús, la inmensa riqueza del pasado de Israel y la
irrupción de un irresistible anhelo de liberación mesiánica, largo tiempo
esperada y exacerbada por la dominación extranjera de los romanos, en un
pueblo en gran parte empobrecido y subyugado.

Pero, sobre todo, lo que se dijo de él: ¡Dios lo ha resucitado! Actúa


retroactivamente reconfigurando todo su pasado: acciones y palabras de Jesús
cobran una significación divina que sin anular el sentido anterior humano, lo
eleva y transforma, pasando de un Jesús, "Evangelio hecho persona" a un
Jesucristo cuyas acciones y palabras son de "Dios en persona", es decir,
"teofanía escatológica, plenitud de Dios", según felices expresiones de Xabier
Pikaza. (Pikaza, X., 1997, 74, 101). Refiriéndose a los investigadores en
cristología, que gravitan entre una teología ascendente y otra descendente, les
advierte Vergote: "Interpretar el Jesús de Nazaret histórico como un hombre
ante Dios nos parece desconocer tanto la forma y el contenido de sus palabras
como entender sus palabras cual si fuesen pronunciadas por una persona
divina" (Vergote, A., 1990, 33).

Pero todo lo anterior ocurrió después de su muerte. Mientras vivió Jesús, se


dijo de él cosas muy diversas y contradictorias, quizás ya desde su propio
nacimiento o incluso antes, como parece quedar indicios de ello en los textos
que llegaron a nosotros. En todo caso, desde que comenzó su vida pública es
evidente que la gente decía cosas de él: unas grandemente elogiosas y otras
terriblemente negativas, como que ha perdido el juicio o que tiene ocultas
connivencias con Satanás. En cuanto a los decires sobre la propia identidad
de Jesús —"unos dicen que Juan el Bautista, otros que Elías..."—, nos recuerda
Berger que para la comprensión psicológica de estos textos es necesario
olvidarnos de nuestros conceptos actuales y sustituirlos por el modo de pensar
de los judíos en los tiempos de Jesús: para ellos pongamos por caso,
la identidad teológica de un sujeto puede venir dada de múltiples modos,
sabiendo que el "espíritu" o "la sustancia de una persona puede retornar" a otra
totalmente o en parte (Berger, K., 1991, cap. 2).

Finalmente, para nuestro propósito nos importa saber lo que dijo


él verdaderamente; pero esto sólo nos es posible saberlo a través de lo
que otros dijeron que dijo, sin preocuparse la mayor parte de las veces, de la
literalidad de sus dichos, sino de su significacion dentro de un contexto, que
puede variar de un narrador a otro. Con todas estas carencias de informaciones
sobre la psicología de Jesús, contamos con unos relatos, extremadamente
interesante y únicos en su género. "Los evangelios, en efecto, lo hacen revivir
en múltiples perfiles, y nosotros lo vemos y entendemos en el contacto de todo
lo que compone lo esencial de la existencia: los gozos y los dolores de los
hombres, el mal y la bajeza de la traición o de la locura, la amistad y el trabajo,
la soledad y la muerte... Se le sigue en la confrontación con los ricos y los
pobres, los marginados y poderosos, revolucionarios y autoridades de la
religión establecida. Cada uno de estos episodios solicita nuestro espíritu
interrogativo" (Vergote, A., 1990, 6-7).

Daremos, pues, un voto de confianza a la narrativa evangélica, con todas las


anotaciones que los detenidos estudios de crítica histórica y literaria le han
hecho, para llevar a cabo una sencilla lectura psicológica de aquello que dicha
crítica, en general, suele admitir como propio y peculiar de Jesús; pero sin
limitarnos a ello. Pensamos, en efecto, que, a nivel psicológico podría, tal vez,
ser válido también uncriterio que podríamos formular así: cuando existe un
rasgo de personalidad implícito en un hecho o dicho atribuido a Jesús por un
evangelista, que es similar o muy coherente con otro que aparece como propio
del Jesús histórico puede ser considerado como fiable, aunque el hecho o
dicho narrado no lo sea, desde el punto de vista de los criterios utilizados para
la fisicidad de una conducta histórica. Su justificación epistemológica sería, a
nuestro parecer, que una cosa es la determinación de la realidad histórica de un
acontecimiento y otra muy distinta los rasgos psicológicos y contenidos
mentales de un sujeto; y por consiguiente los criterios para determinar los unos
y los otros han de ser también diferentes. Por tanto, a pesar de que los criterios
de la crítica-histórica no consideren fiable un pasaje afirmado por un sólo
evangelista cuando le falta el control de otra cita independiente, ¿no podemos
suponer, con mucha probabilidad de que, aunque hechos y dichos sean
compuestos o recompuestos por el evangelista y su contexto comunitario,
pensando en los destinatarios, él haya cuidadosamente respetado la imagen
y estilo del ser, actuar y hablar de Jesús, en sus rasgos y actitudes más
típicamente suyas, provenientes de la primera fase de la tradición y fielmente
transmitidas? En todo caso, la nuestra quiere ser una psicología mucho
más comprensiva que explicativa, y como en retazos, con todas las
limitaciones antedichas.

3. Aspectos psicológicos de la figura de Jesús


Como puede verse, en lo que sigue, vamos principalmente a referirnos a la
dimensión religioso-psicológica de Jesús, por ser la característica más central
de su personalidad, que afecta a la totalidad de su pensar, sentir, hablar y
actuar; y porque la casi totalidad de las fuentes de donde extraemos nuestra
información sobre Jesús, los evangelios, son también de naturaleza religiosa. Y
haremos nuestra lectura interpretativa, por lo tanto, más bien desde /a
psicología de la religión, sobre aquellas grandes líneas vectoriales que ponen
de relieve los cristólogos actuales como más típicas y peculiares de Jesús,
siendo inevitable, como contraste, un cierto método comparativo, siempre
implícito en el estudio de una personalidad individual cuanto más creativa y
diferenciada sea. De hecho, el campo de nuestras reflexiones es bastante
reducido por las razones ya expuestas. También Vergote -en Jesús de Nazaret,
desde la psicología religiosa-analiza solamente estos cuatro temas mayores de
la personalidad de Jesús: su realismo humano y religioso; su tipo
de misticismo; su ausencia de culpabilidad, y su autoridad, al proclamar su
mensaje. Su obra nos vale de referencia, pues la juzgamos, en general muy
sólida, dada además su autoridad reconocida en psicología de la religión.

3.1. Jesús de Nazaret: personalidad religiosa singular

Lo primero que comunica la lectura de los evangelios, con una irresistible


fuerza de evidencia, es, en primer lugar, la personalidad religiosa de Jesús. No
es un sabio filósofo, a pesar de la sabiduría que irradian sus palabras, y que
anda rodeado de discípulos que le llaman Maestro; ni un político
revolucionario, a pesar de la fuerza transformadora de sus doctrinas para la
sociedad y la polis, ni un curandero, chaman o brujo con poderes mágicos, a
pesar de que enfermos y lisiados acuden confiadamente a él; ni siquiera un
exorcista de oficio, aunque es diestro en expulsar demonios, a la vez que cura
los cuerpos y proclama perdonados los pecados... No, Jesús es un testigo de
Dios, y se mueve en el ámbito de la verdad de testimonio, con su propio valor
y epistemología peculiar, según la cual no depende tanto del método cuanto de
la calidad de la persona en ella implicada y que necesita, en fin, alguien que /e
crea, para que pueda ser transmitida: lo cual conlleva libertad de
asentimiento. Incluso más, al leer varios pasajes evangélicos tenemos la
impresión de que Jesús, se alegra y se sorprende, aveces, de la fe que muestra
un sujeto determinado, pero sufre porque no le creen, como si tuviese la
convicción de que tenía derecho a que le creyesen, por lo que hacía y decía y
cómo lo decía y hacía.

Jesús muestra poseer una actitud personal religiosa: piensa, siente, habla y
actúa religiosamente, con esa naturalidad o espontaneidad segunda que la
psicología demuestra ser fruto de un proceso de madurez y el mejor signo de
verdadera autenticidad. Pero, como insistiremos en ello, al no tener datos sobre
dicho proceso, encontramos en él manifestaciones que desconciertan al
psicólogo porque parecen desbordar las propias leyes psicológicas, haciendo de
su personalidad religiosa un caso único, estrictamente singular. Se puede
afirmar, desde luego, que cumple, en forma eminente, ideal y desbordante
el tipo religioso de Spranger, como forma de vida (Spranger, 1961, 239 s). En
lenguaje de Maslow sus experiencias-cumbre serian eminentemente religiosas,
y, sin embargo, no se le puede llamar propiamente un "místico", pues
aparecería como un místico sin deseo místico (cf. Vergote, A., 1990, Ni es
tampoco un "profesional" de la religión, oficialmente reconocido, como el
sacerdote y levita, viviendo al servicio del templo, si bien puede aparecer
como profeta, pero muy singular y paradójico (cf. Pikaza, X., 1997, 33-35).

3.2. Nuestra utilización de la paradoja para caracterizar la figura de Jesús

En realidad, la religiosidad de Jesús tiene un estilo peculiar, único y, en cierto


modo, desconcertante, para dar cuenta de la cual sólo esa figura retórica,
llamada paradoja, utilizada a múltiples niveles, es capaz de balbucear. Estoy
de acuerdo con la afirmación de Carlos Gustavo Jung: "Por modo extraño, la
paradoja es uno de los supremos bienes espirituales; el carácter unívoco,
empero, es un signo de debilidad. Por eso, una religión se empobrece
interiormente cuando pierde o disminuye sus paradojas; el aumento de las
cuales, en cambio, la enriquece; pues sólo la paradoja es capaz de abrazar
aproximadamente la plenitud de la vida, en tanto que lo unívoco y lo falto de
contradicción son cosas unilaterales y, por tanto, inadecuadas para expresar lo
inasible" (Jung, 1957, 26). Y más actualmente Edgar Morin, en unap línea
epistemológica semejante, que 6I llama "pensamiento complejo", preconiza un
cambio de paradigma cognoscitivo en las ciencias que venga a superar las
alternativas clásicas, no solucionadas ni solucionables con un pensamiento
cuantitativo linearmente monista, sino haciendo que "los términos alternativos
se vuelvan términos antagonistas, contradictorios y, al mismo tiempo,
complementarios". Dicho de una forma mucho más poética: "Efectivamente,
de la parte a la vez grávida y pesada, etérea y onírica de la realidad humana -y
tal vez de la realidad del mundo- se ha hecho cargo lo irracional, parte maldita
y bendita donde la poesía se atiborra y se descarga de sus esencias, las cuales,
filtradas y destiladas, podrían y deberían un día llamarse ciencia" (Morin,
1996, 81-83).

Vamos, pues, a utilizar la paradoja para presentar los trazos más gruesos de
este esbozado dibujo psicológico de la figura de Jesús. He aquí algunos de esos
polos aparentemente contrarios en cuyo entre salta el rayo de luz que nos hace
entrever algo así como un destello de su personalidad, a la vez que nos permite,
asomarnos a la hondura abismal de sus más sencillas palabras o acciones. Entre
los cristólogos actuales, pensamos que es el Prof. Pikaza quien mejor ha puesto
de relieve esta carácter paradójico de la figura del propio Jesús histórico
poniendo con los diez rasgos de su biografía fundante, ya expuestos, las bases
fenomenológicas y psicohistóricas para unas reflexiones psicológicas sobre su
personalidad. No es posible hacerlas aquí, siguiendo uno a uno los rasgos de
este decálogo; sólo podemos permitirnos hacer algunas alusiones al exponer
estas paradojas del estilo personal de Jesús y de su religiosidad.
Increíblemente cercano - misteriosamente lejano. En el polo de la cercanía
humana de Jesús, con niños, enfermos, pecadores, marginados de todo tipo y
con sus propios discípulos y discípulas que le acompañaban, sobreabundan los
textos. Pero, aquí y allá, afloran otros que nos muestran el polo contrario de
una lejanía, entre enigmática y misteriosa, que hace pasar a sus oyentes desde
una franca "simpatía" hacia su persona a un estado de "extrañeza" o
"perplejidad", en el mejor de los casos, como si de repente se abriese
una abismal distancia entre la imagen perceptiva de Jesús y de sus palabras y
la presencia-en-la ausencia de otra enigmática o misteriosa "realidad" de
carácter inconmensurable, que atraía-aterrorizaba, produciendo en ciertos
sujetos una extraña reacción de defensa, que podía ir desde el asombro, a la
huida o incluso al ataque, más o menos agresivo. En este último caso, se
trataba siempre de situaciones en que alguien intentaba utilizar a Dios o al
propio Jesús, mensajero de su Reino. Recuérdese el episodio en que Jesús
increpa a Pedro (cf Mc 8, 33; Mt 16, 22-23). Paradigmático nos parece el relato
de Lucas de cuando Jesús, encontrándose entre los suyos de Nazaret, primero
"se maravillan de sus palabras llenas de gracia", para pasar luego a intentar
"despeñarlo" (Lc 4, 14-30). A pesar de que esta reacción así de violenta, no
aparece, es cierto, en los otros dos sinópticos, si bien hay indicios de decepción
y conflicto por parte de sus paisanos, y es muy compatible, creemos, con que
Lucas quiera anticipar, con su relato, como una especie de síntesis de lo que va
a ser el destino de Jesús en la relación con su pueblo, simbolizado por Nazaret;
algo así como la presentación del Jesús-Logos, en la alta teología joánica:
"vino a su casa y los suyos no lo recibieron" (Jn 1, 11).

Pensamos que este es un rasgo propio de la personalidad y estilo religioso de


Jesús, que de tal manera lo habría percibido Lucas, en las fuentes que haya
utilizado, que nos lo dejó retrospectivamente en forma de oráculo
prefigurador del destino de Jesús, en boca del viejo Simeón, como signo de
contradicción, ante el cual se pondrían de manifiesto las ocultas intenciones
del corazón (Lc 2, 34-35), que sólo Dios conoce. Rasgo todavía presente, en la
figura de Jesús, que perdura a través de dos mil años, lo cual no ocurre con
Buda, ni con Moisés, ni con otras personalidades religiosas de la humanidad.
¿No se muestra en el propio Padrenuestro, "nacido de la oración de Jesús,
norma de toda oración, y que posee una plenitud admirable", la vivencia de
esta cercanía-lejanía, en cuanto "nos invita a saludar a Dios como a nuestro
Padre, reconociendo al mismo tiempo su transcendencia: el más próximo y el
más lejano", tal como aparece en la formulación de Lucas? Y es que, hay aquí
una significativa paradoja o "exquisita antítesis: 'Padre' evoca la proximidad,
la confianza, la ternura, el `papá-abba' que Jesús nos ha enseñado, y por otro
lado, 'del cielo' expresa la transcendencia, el misterio inaccesible: Dios está
fuera de nuestro alcance" (George, A., 2000, 50, 52), no pertenece a la cadena
causal-fenoménica del mundo.

Posiblemente esta paradoja exprese mejor que ninguna este secreto, enigma...
misterio de la personalidad de Jesús. En el polo de cercanía, aparece, en
efecto, enormemente atrayente para quienes le "escuchan" y "se abren" a su
mensaje "creyéndole" como a un auténtico testigo de Dios que tiene, por sí
mismo, "derecho a ser creído" (cf. Zahrn, H., 1971, 88s) y amado. Esto último
nos extrañó encontrarlo ya en el testimonio extra-evangélico de Flavio Josefo:
"los que le habían dado su afecto al principio no dejaron de amarlo" (Cf
Peláez, J., 1999, 63). Y Pablo dice lo que nunca hemos leído en ningún lugar
de la literatura religiosa de todos los tiempos, refiriéndose a Jesús: "Me amó y
se entregó a sí mismo por mí" (Gal 2, 20).

¿En donde podríamos psicológicamente situar el lugar de esa que llamo


lejanía de Jesús, incluso para los que creemos en él como enviado e Hijo de
Dios? En un conjunto de manifestaciones, expresadas en su conducta, tal como
su noticia ha llegado a nosotros, que sencillamente ¡no se encuentran en
ningún otro hombre!, y que seguramente ya asoman en ciertas expresiones de
la gente que lo veía y escuchaba: hace cosas que nadie otro ha hechos, dice
cosas que nadie ha dicho... sintetizado, en esta expresión: "¿Qué es esto? ¡Una
doctrina nueva, expuesta con autoridad!" (Mc 1, 27). Quienes se quedan en
la doctrina "separada" de Jesús, que se identifica con ella, se enredan en el
imposible intento de "someterla" al reduccionismo de unos esquemas mentales
incapaces de soportarla, en lugar de darle a él un pleno voto de confianza. Es
decir, en lugar de vaciarse de su autosuficiencia racional y acoger la lejanía-
misterio de Jesús, convirtiéndola en una paradójica lejanía cercana, son
lanzados a una especie de agujero negro del espíritu que irremediablemente
los ciega y engulle. A esto parece referirse Juan, cuando, en medio de esa
teológica composición del discurso eucarístico en Cafarnaún sobre el pan de
vida, introduce el "escándalo de los propios discípulos" ante aquellas palabras
de "comer su carne y beber su sangre", hasta llegar a abandonarlo muchos (cf.
Jn 6, 60-66). Y es que ese discurso "presenta, como en una especie de resumen,
todas las piedras de tropiezo en la persona de Jesús" (Jaubert, A., 2000, 50).

Todo ello hace exclamar a un conocido psicólogo de la religión que, en el caso


de Jesús, se encuentra uno con un enigma que la psicología es incapaz de
resolver: "Habiéndonos acercado a Jesús de Nazaret con ayuda de la psicología
religiosa -dice-, hemos debido trazar, por honestidad, una diferencia esencial
entre él y el hombre religioso. No se trata solamente de una diferencia de
grado, sino de una ruptura con el orden humano. " (Vergote, A. 1990, 30).
Estando básicamente de acuerdo, más que hablar de ruptura nosotros
preferimos ver esta impresión de lejanía, por exceso o desbordamiento de lo
"ordinariamente" humano, en el contexto de bipolaridad tensional, expresada
por la paradoja, explícitamente reconocida, juntamente con el otro polo de
estrecha cercanía. De esta forma, se respeta más la identidad-en-la-distinción.

Tradicional - innovador. Jesús de Nazaret aparece perfectamente identificado


con su pueblo de Israel, sus antepasados y sus tradicciones; pero a la vez se
manifiesta como un radical innovador en sus acciones y en sus palabras, que le
hacen entrar en conflicto con quienes confundían la fidelidad religiosa a Dios
con la observancia y defensa de tradiciones humanas más bien vacías de
significado actual. "Jesús habría sido dependiente del Bautista. Pero después se
ha independizado, iniciando un camino profético distinto que definirá su vida y
obra dentro del contexto israelita. A partir de aquí han de entenderse los signos
proféticos de Jesús, aquellos que definen su figura y lo distinguen de los
restantes personajes religiosos y sociales de su tiempo: como mesías y/o Hijo
de Dios ha seguido siendo un profeta especial y paradójico" (Pikaza, X., 1997,
34). Los estudios sobre Jesús llevados a cabo por investigadores judíos como el
bien conocido Geza Vermes, muestran que "es correcto afirmar que Jesús
nació, vivió y murió como judío" (Garzón, B., 1999, 147). Pero también se
podría afirmar, probablemente sin mentir, todo lo contrario: fue un judío tan
original y creativo que las autoridades religiosas, representantes del judaísmo
ortodoxo lo consideraron como un heterodoxo innovador.

En las propias enseñanzas de Jesús, se admiten como principales


temas representativos, que indican psicológicamente una gran originalidad y
creatividad: el ofrecimiento divino de una salvación universal que abre las
fronteras del pueblo de Israel a todos los que estén dispuestos a creety aceptar
las exigencias del Reino de Dios; una nueva imagen de Dios como Padre, que
articula perfectamente la misteriosa lejanía de su transcendencia con la
providente y paternal/maternal cercanía de su inmanencia en todos los detalles
de la vida y existencia humana; y dos temas másíntimamente entrelazados y
que traspasan a los anteriores: la propia implicación de Jesús, al menos
implícitamente, como agente del Padre en la nueva forma de salvación
divina; y la insistencia en la vinculación del amor al prójimo con el amor a
Dios, de hecho, se originó con Jesús un nuevo tipo de amor-agape, que tomó en
las comunidades cristianas como referente el modo de amar de Jesús (cf.
Fitzmyer, J. A., 1997, 46-49).

Pacífico - revolucionario. Nada más alejado del pensamiento, palabra y acción


de Jesús que la violencia, el echar mano de la fuerza o el dominio; irradia, por
el contrario, paz, ternura, misericordia, perdón, respeto y amor a los más
pobres y necesitados; y, sin embargo, su doctrina y muchas de sus acciones van
cargadas de una fuerza explosiva capaz de revolucionar, en forma más o menos
"retardada", no sólo la sociedad de su tiempo, sino también a actuar
dinámicamente en cualquier lugar y momento de la historia de la humanidad,
poniendo en crisis los deseos y proyectos del hombre tanto a nivel personal
como colectivo y sociocultural, cuando este hombre o mujer, pequeño grupo o
comunidad de naciones está dispuesto a darle un voto de confianza y ponerse
seriamente a escuchar su mensaje. "Ciertamente fue innovador, pero siguiendo
la tradición judía: los judíos reunían discípulos, los celotas soldados de
liberación, los profetas seguidores escatológicos... todos ellos perseguidos por
los procuradores de Roma o sus reyes vasallos a causa del riesgo social que
suponían esos grupos... Pero Jesús tuvo algo personal e intransferible, y por
eso lo mataron a él sólo (como a Juan), en vez de perseguir y aniquilar a todo
el grupo y movimiento. Es como si los demás dependieran de él, por eso le
mataron como a líder de grupo, creador, al menos potencial, de un movimiento
subversivo" (Pikaza, X., 44-45).
El que una de las bienaventuranzas se refiera a "los que trabajan por la paz"
(Mt 5, 9) puede ser un indicador de una básica actitud de la personalidad de
Jesús. Marcos no nos ofrece las bienaventuranzas, pero en cambio, es el único
que en el contexto de que los seguidores de Jesús han de ser sal de la tierra, nos
transmite este dicho: "Tened sal en vosotros y tened paz unos con otros" (Mc
9, 50). Ahora bien, para los exégetas actuales estos artífices de la paz, en
Mateo, hay que entenderlos como aquellos hombres y mujeres que ejercen una
gran obra de misericordia, la cual según los doctores judíos sería "el mejor
servicio que se puede prestar al prójimo: ayudar a reconciliarse con los demás,
buscar la paz con todos". Más todavía: "intentar situar estas dos
bienaventuranzas -ser misericordioso y reconciliador-, tomadas juntamente en
el evangelio de Mateo, equivale a estudiar el amor al prójimo en este
evangelio" (Dupont, J., 1999, 50). Es el mismo Mateo, en efecto, quien pone
en boca de Jesús una sentencia, según la cual reconciliarse con el hermano es
condición imprescindible para que una ofrenda a Dios sea aceptable (Mt 5, 23-
24).). Por otra parte, en la extensa narración de la parábola del hijo pródigo, se
muestra lo que cuesta, a veces en la comunidad cristiana, reconciliarse el
hermano que se cree "bueno" con el hermano "pecador" ya arrepentido, en
contraste con la gratuidad del amor misericordioso del padre, que goza
perdonando, acogiendo y regalando al hijo que derrochó su herencia (cf Lc 15,
11-32).

Esta paz que irradia la personalidad de Jesús quiere que sea también más que
un simple saludo, en sus discípulos-apóstoles cuando se hospeden en una casa,
algo así como la sustancia de su vida compartida en comunión de espíritu, así,
al menos lo interpretó uno de los evangelistas (cf Mt 10, 12-13). Pero
justamente otro evangelista parece desconcertarnos poniendo en labios de
Jesús estas palabras: "¿Creéis que estoy aquí para dar paz a la tierra? No, os lo
aseguro, sino división" (Lc 12, 51); y Mateo, en lugar de división pone espada,
siguiendo también la cita de Miqueas: "Sí he venido a enfrentar al hombre con
su padre, a la hija con su madre; a la nuera con su suegra... " (Mt10, 14-15).
Desde una exégesis bíblica puede decirse que esta paz mesiánica de Jesús lleva
como contrapunto una especie de guerra escatológica, puesto que el texto
evangélico aparece tomado de Miq 7, 6. Pero desde una perspectiva
psicológica, opinamos que al rasgo del Jesús hacedor de la paz-
reconciliación, está el otro polo contrapuesto del Jesús de las exigencias del
Reino que él proclama y personaliza: no se trata de "represiones defensivas",
sino de renuncias personales libres por amoral Reino.

Quizás lo más exigente de estas renuncias personales sea la auto-renuncia, que


par implicar una muerte simbólica seguida un renacimiento, proceso capaz de
transformar tan profundamente la personalidad que ya los bienes temporales
pierden su valor alienante -se vende todo lo que se tiene, se lo da a los pobres y
entonces aparece el único "tesoro" (cf Mc 10, 21)-; y es en ese total despojo de
los deseos pulsionales, cuando el sujeto está psicológicamente preparado para
poder comprender y vivir, a nivel de la fe, la paradoja evangélica, que tiene
todas las garantías de pertenecer al propio discurso de Jesús, puesto que
aparece en los cuatro evangelistas: quien quiera salvar su vida la
perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará (Mc
8, 35; cf Mt 10, 39; 16, 25; Lc 14, 27; 17, 33; Jn 12, 25).

Máxima sencillez - máxima autoridad. Ha quedado en la tradición


multisecular, el calificativo de sencillez evangélica como prototipo del mensaje
de Jesús; no se conocía que él mismo hubiese estudiado con algún famoso
rabino, sino que más bien lo que expresaba, en sus predicaciones itinerantes,
parecía que brotaba de un enigmático fondo interior que le confería una
grandiosa autoridad a lo que decía y hacía; de lo cual se maravillaban los que
le escuchaban, y así lo reflejan claramente los textos evangélicos. ¡Y es que
Jesús se situaba, a veces, incluso sobre Moisés: a vosotros se os dijo... pero
yo os digo! Y la profunda sabiduría de la maravillosa sencillez de sus
parábolas, queda convertida, en realidad en paradoja viva, que se abre
simbólicamente a la universalidad de lo arquetípicamente humano, más allá del
tiempo y el espacio, desde la aparente concreción literal de lo anecdótico. Si
como han dicho ciertos exégetas, Jesús aparece como un sabio "diestro en
paradojas y experiencias contraculturales", y a semejanza de Sócrates o Buda,
puede aparecer, en efecto, "como representante de la sabiduría universal, más
allá de las normas que imponía el judaísmo. Pero en la raíz de su mensaje está
latiendo el aliento poderoso de la profecía de Israel y la búsqueda mesiánica
del reino" (Pikaza, X. 1997, 37).

Esta sencillez como rasgo característico de la personalidad de Jesús estaría, tal


vez, muy relacionada con lo que hemos llamado la "cercanía", y expresada en
una serie de gestos, conductas, lenguaje y, en general, en todo su estilo de ser y
de relacionarse con la gente y con los discípulos. No aparece como un sujeto
"complicado", oscuro o interiormente atormentado de dudas filosófico-
científicas o incluso religiosas. Por el contrario, nos aparece de
una transparente nitidez de espíritu, perfectamente coherente consigo
mismo, Jesús aparece ofreciendo su mensaje, su amor, sus servicios y hace sus
invitaciones a seguirle, pero sin pedir nada en cambio y sin obligar, sino que se
dirige al corazón de las personas, respetando su libertad de opción para la
escucha y la respuesta personal. Lo hace, pues, con la máxima sencillez, no
empañada por trastienda alguna de intereses egoístas, no confesados. Se dirige,
en primer lugar a las gentes sencillas del pueblo y se rodea de discípulos que
forman parte de ese mismo pueblo llano. De ahí que puede dirigir al Padre este
impresionante himno de júbilo, que Lucas dice explícitamente que lo hizo
"lleno de gozo en el Espíritu Santo": Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de
la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes y
se las revelado a pequeños (Mt 11, 25; Lc 10, 21). Dice, con acierto Simon
Legasse, que conlos sabios y prudentes, Jesús designa un grupo que sería el
opuesto al de los sencillos: "los sencillos, mejor que los 'pequeños'; esta última
versión no vale en este lugar, ya que la noción opuesta no es la del adulto, sino
la del sabio. La palabra griega (nepios) significa en primer lugar `niño', pero
acepta también el sentido figurado de hombre poco inteligente, y
experimentado. Así es como la entienden los Setenta cuando traducen
por nepios la palabra hebrea peti, `simple', `sencillo"' (Poittevin - Charpentier,
1999, 42). Mientras el contexto de Lucas es la alegría de los setenta y dos
discípulos, que había enviado Jesús, por el éxito de su misión; en Mateo
aparece más claro el contraste entre la incredulidad de los que se creen sabios
y la fe de los sencillos que se abren a la sabiduría del Reino que proclama
Jesús, como si este himno-oración fuera un desahogo a causa de su tristeza por
la falta de conversión de los más evangelizados. ¿No se hace Pablo eco de esto,
en cierto modo, cuando recuerde a los corintios que no hay muchos sabios
según la carne en la comunidad de los creyentes (cf 1 Cor 1, 17-31).

Finalmente, el propio comportamiento de Jesús con los niños formaría parte


también de este aspecto que calificamos de sencillez, corrigiendo incluso a los
discípulos que intentaban impidir a las madres que se los traían para que los
bendijese y acariciase; poniéndolos él, al mismo tiempo, como modelos de
disposición interior para recibir el Reino (Mc 10, 13-16; Mat 19, 13-15; Lc 18,
15-17). Este ser como niño nos parece un rasgo típico de la personalidad de
Jesús, en el polo de sencillez, que es lo más alejado de un infantilismo
psicológicamente, y, por el contrario el fruto y mejor signo de una
auténtica madurez personal, cuando alguien se ha encontrado con el arquetipo
del Espíritu en su "proceso de individuación" o de encuentro consigo mismo
integrador (Jung), y establece su existencia a nivel de los valores
espirituales, en gratuidad, que algunos autores han calificado de infancia
espiritual (cf. Vázquez, A. 1981, 299-308).

¿No se veía una dimensión básica de la personalidad de Jesús reflejada en los


niños; tal vez esa su inocencia transparente que contrastaba tanto con el turbio
mundo de intrigas de poder, legalismos externistas e hipócritas -representados,
en ocasiones, por los letrados, escribas y fariseos-, que ocultaban injusticias y
marginaciones a los pobres y desheredados, enfermos y posesos que venían a
él en busca de consuelo?

Ahora bien, esto supuesto debemos ir en busca del otro polo de


la sencillez. ¿No les dijo el propio Jesús a los doce que además de
ser sencillos como palomas, fuesen también prudentes como serpientes (Cf Mt
10)? Nosotros hemos elegido como polo contrapuesto, tomado sólo en su
significación psicológica, la autoridad con que hablaba y actuaba Jesús. Según
dos tipos de personas que reciben dicha impresión de autoridad, se dan dos
reacciones de signo contrario, a pesar de que en ambos grupos, se expresa
una admiración y desconcierto, que provoca interrogantes; pero mientras entre
los sencillos, estos sentimientos tienen un carácter positivo que refuerzan la fe
en él y el asentimiento a su mensaje; en los autosuficientes, se convierten en un
obstáculo; interrogando agresivamente a Jesús con qué autoridad hace lo que
hace y dice lo que dice (cf. Mc 11, 27-33; Mt 9, 32-34; 12, 22-24; 21, 23-27;
Lc 20, 1-8),).

Psicológicamente esta autoridad que muestra Jesús cuando expulsa a los


mercaderes del templo o cuando habla del Reino de Dios, en primera persona
es también, como lo fue para los que vivieron en su tiempo, un gran
enigma sin posible solución desde la limitada competencia de la psicología
como ciencia positiva: Jesús actúa y habla con autoridad divina y, sin embargo,
se comporta con la sencillez de un hombre de lo más equilibrado, pleno de
ternura y con una gran capacidad de acogida a enfermos, afligidos y
marginados, sin mostrar en su conducta patología alguna de tipo paranoico, ni
siquiera obsesivo, histórico o infantil.

Entre impuros y pecadores - sin rastro de pecado. Muchos hombres religiosos,


incluso fundadores de religiones han pasado por una época de "pecado"
pasando luego por una conversión generalmente seguida de una fase
penitencial, alejada del trato con los pecadores, "huyendo" de la tentación.
Jesús, en cambio, aparece con frecuencia rodeado de "impuros" y, dejándose
invitar de publicanos y pecadores, sin importarle siquiera las críticas a que esto
daba lugar; pero, por otro lado, no aparecen jamás atisbos de que haya tenido
nunca la más mínima experiencia de sentimiento ni de conciencia de culpa que
le llevase a pedir perdón a Dios. He aquí un caso único diferencial entre los
grandes hombres religiosos de la humanidad, lo cual parece demostrar que
Jesús no era un hombre simplemente religioso, sino que su estilo de ser
religioso tenía un carácter "nuevo" e inédito lo mismo que su mensaje. "Que
Jesús se presente como un hombre que no experimenta la conciencia de pecado
constituye un misterio psicológico" (Vergote, A., 1900, 20).

No faltaron quienes intentaron hacer de Jesús un poseso de las fuerzas del Mal.
Jesús no sólo se defendió de lo absurdo que sería expulsar los demonios en
nombre de Belzebú (Mt 12, 25s; Mc 3, 23s; Lc 11, 17s), sino que además
dirige a sus calumniadores un reto definitivo: ¿Quién de vosotros puede probar
que soy pecador? (Jn 8, 46). Podemos afirmar que la difícil paradoja que Juan
pone en boca de Jesús en la cena de despedida antes de su pasión, dirigida a
sus amigos: Estáis en el mundo, pero no sois del mundo, expresaría la actitud
existencial de Jesús en su trato con los impuros y pecadores y, en general, con
los poderes de dominio o violencia mundanos. En una perspectiva de tradición
apocalíptica, como quiere Kee, "la actividad pública de Jesús se inaugura -al
cabo de cuarenta días de combate con Satán (Mc 1, 12-13)- con el anuncio de
la inminencia del reinado de Dios. Que ello implica la derrota de los poderes
del mal queda claro con la pregunta retórica que formulan los demonios con
ocasión del primer milagro de Jesús (Mc 1, 23-26): `¿quién te mete a ti en esto,
Jesús Nazareno? ¿Has venido a destruirnos?' Eso precisamente viene a
realizar" en su función de exorcista "con el dedo de Dios" (Lc 11, 20; Mt 12,
28)" (Kee, H. C., 1992, 110-111).

Como psicólogo de la religión, una vez más estamos de acuerdo con Vergote
cuando afirma que "frente al mal, la actitud de Jesús es la más opuesta a la
paranoica", luchando justamente contra la hipocresía religiosa, esa sí "análoga
a la estructura paranoica", —en cuanto transfiere proyectivamente a los otros,
el mal propio no reconocido, diríamos nosotros—. Por el contrario, "lo más
asombroso, desde el punto de vista psicológico, es que, sin que él mismo se
reconozca pecador, Jesús adopta a la perfección, la misma actitud que él exige
del hombre: no disculpa, reconoce el mal, pero lo excusa, lo perdona y pide a
su Padre que lo perdone". Y ¿cuál es la motivación-que origina dinámicamente
esta actitud personal de Jesús, sino la perfecta identificación con el Padre, el
cual si, por un lado, revela su pecado al hombre, por otro le invita al
perdón? En resumen, concluye Vergote: "De ningún modo he dilucidado el
misterio de la personalidad de Jesús. Puedo afirmar solamente que manifiesta
actitudes que se contradicen según las leyes de la psicología humana. El
sentido moral y religioso más cabal coexiste, en él, con la ausencia de la
conciencia de pecado. Y la ausencia de culpabilidad no se convierte en
acusación. Adopta naturalmente la disposición de Dios sin ninguna idea de
grandeza y sin jamás dejar una huella de autodivinización" (Vegote, 1990, 21-
22).

Junto a la autoridad dicha que Jesús muestra, en todo lo que se refiere a su


mensaje, esta característica única, en la historia de las religiones, de un hombre
de exquisita sensibilidad religiosa, pero sin sombra de conciencia de pecado,
debe convertirse necesariamente en un factor dinámico en la personalidad de
Jesús, capaz de reflejarse, de algún modo, en susvivencias, actitudes y
conducta. El estar psicológicamente libre Jesús de toda proyección
inconsciente del mal, tuvo que facilitarle el conocimiento objetivo de este mal
en los otros sin dejarse engañar por las apariencias externas. Multitud de textos
evangélicos muestran este especial conocimiento de Jesús como una
característica suya, y casi siempre se trata en relación con el pecado: ¿Por
qué pensáis mal en vuestros corazones? (Mt 9, 4). Y es que Jesús conocía los
pensamientos de sus enemigos (Cf. Mt 12, 25; Lc 5, 22; 11, 17) o como dice
Marcos: conociendo Jesús en su espíritu lo que ellos pensaban en su
interior (Mc 2, 8), podía poner al descubierto la maldad de su corazón,
invitándolos así a una sincera conversión, que implicaba la misericordia y el
perdón respecto a los demás, como aparece muy claro en el episodio de la
mujer adúltera: aquel de vosotros que esté sin pecado que le arroje la primera
piedra (Jn 8, 7), dijo Jesús, provocando a los acusadores, con 110 una
estrategia como la utilizada hoy por ciertos psicoterapeutas, sin preocuparnos
ahora si se trata o no de un hecho rigurosamente histórico, pero que guarda
indudablemente una verdad psicológica en referencia a la personalidad de
Jesús y su estilo de actuar en situaciones semejantes. En perfecta coherencia
con esto, estarían otros episodios evangélicos. Es el caso de la mujer
pecadora que viene a ungirle los pies a Jesús, invitado por un fariseo, según
nos narra Lucas (Lc 7, 36-50). El anfitrión pensaba para sí que Jesús no podía
ser un verdadero profeta, de lo contrario, sabría que aquella mujer era un
pecadora pública y no le hubiera permitido que le ungiese con el perfume y le
enjugase luego los pies con sus cabellos. Pero justamente Jesús no sólo sabía
eso sino que conocía también lo que estaba pensando el fariseo, y se lo
manifestó mediante una bella parábola que él mismo aplicó a la mujer, después
de recabar hábilmente el asentimiento de aquél al principio desprendido de la
parábola: a quien más se le ha perdonado debe amar más; la mujer, por tanto,
ya no es una pecadora, sino una perdonada o convertida: su gesto no puede ser
sino la expresión de un humilde gran amor, fruto de un gran perdón
divino, del que Jesús da fe, con su acostumbrada fórmula, plena de sencilla
autoridad: tus pecados quedan perdonados (cf. George, A., 2000, 59-61).

Tanto en la narración del caso de la adúltera, como en el de la pecadora, asoma


otra característica de la personalidad de Jesús•Ja defensa de la mujer, con una
actitud de exquisito respeto a su persona. Para un profundo y fino análisis de
otras dos narraciones evangélicas sobre la unción de Jesús, protagonizadas por
mujeres, criticadas por hombres del entorno de Jesús y defendidas por éste
(Mc 14, 3-9; Jn 12, 1-8), remitimos al lector a la reciente obra Ungido para la
vida (Navarro, M., 1999).

Finalmente, en este apartado no podemos olvidar las narraciones evangélicas


sobre el tema de las tentaciones de Jesús (Mc 1, 12-13; Mt 4, 1-10; Lc 4, 1-
12), cuyo significado de prueba aparece también en Heb 2, 18; 4, 15). Los
estudios críticos parecen dar como sentado que se trata más bien de relatos
parabólicos, originados en el mismo Jesús, como dramatización de las
resistencias que ha encontrado en sus contemporáneos al rechazar su mensaje.
(Fitzmyer, J. A., 1997, 46). Psicológicamente la simple posibilidad de ser
tentado nos ofrece, según nuestra opinión, un componente esencial de la
capacidad más típicamente humana: su libertad. Jesús tuvo, como nosotros,
que tomar, en ocasiones de capital importancia, una libre opción, que él
siempre lo hacía con lo que veía como voluntad del Padre. En este sentido,
podríamos, quizás, afirmar que sus mayores tentaciones-pruebas hay que
situarlas, la primera en la oración del huerto, ante el horror de las torturas y
muerte que le esperan, pero que la venció decididamente: ¡Abbá!, Padre... no
sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú (Mc 14, 36; cf. Mt 26, 39; Lc 22,
42); la segunda, ante las burlas de sus enemigos y el silencio del Padre, por la
experiencia de desamparo en la cruz, a la que reaccionó, echándose
confiadamente en sus brazos, en un último "grito" que Lucas explicitó,
acudiendo al Salmo 31, repitiendo después esta técnica narrativa a¡1 dar cuenta
de la muerte de Esteban, el primer discípulo mártir: Padre, en tus manos pongo
mi espíritu (Lc 23, 46; cf. Hech 7, 59)

Podíamos preguntarnos, ¿pasó Jesús por un proceso de maduración de los


juicios éticos en el sentido de Piaget y Kolberg? Realmente no poseemos datos
como tampoco de otros aspectos psicológicos, durante su infancia y
adolescencia. Lo que sí podemos afirmar es que los datos fiables que nos han
llegado de su conducta ético-religiosa de adulto muestra un grado máximo de
madurez: actúa por principios universales, regidos por el amor, el humilde
servicio, con preferencia a los más necesitados, en el respeto al otro por un
verdadero encuentro interpersonal, y la donación hasta la entrega de la propia
vida. Este tipo de "encuentro" pasaría a la tradición cristiana con el nombre de
comunión-ellEspíritu de Jesús, una íntima unión no fusional, sino unidad-en-
la-diferenciación, vida interpersonal libremente compartida por amor a Jesús,
que se cree presente en medio de los reunidos en su nombre y en cada uno de
ellos.
Plenitud de la Ley - gratuidad del Amor. Jesús afirma que no ha venido a
abolir la Ley y los profetas, sino a darle cumplimiento (Mt 5, 17), pero, a la
vez, su afinamiento de los viejos preceptos —se os dijo... pero yo os digo— va
sustituyendo la ley del deber por la ley del amor, hasta terminar su vida dando
a los suyos un sólo mandato: amaos como yo os he amado (Jn 15, 12).
Psicológicamente constituye esto una gran novedad en la historia de las
religiones: obligó a los cristianos a inventar una palabra, en su utilización
semántica, agape, para expresar este nuevo tipo de amor "que tiende a la
ofrenda de sí mismo al servicio del amado y no a la captación y al goce,
presidiendo las relaciones cristianas con Dios y las de los cristianos entre sí,
según el mandamiento de Cristo"; empleada también, como signo de comunión
fraterna, "para las comidas en comunidad", según aparece ya en 2P 2, 13; Jud
12. (Gerard, A. M., 1995, 47). Jesús habría ofrecido el amor misericordioso de
Dios en toda gratuidad incluso a los impuros y pecadores según la ley, tal
como los judíos la entendían. "Esta es la paradoja, la novedad mesiánica de
Jesús que la iglesia posterior ha logrado mantener a duras penas... Esta es
la novedad cristiana, aquella que sitúa la gracia de Dios (la nueva humanidad)
por encima de una ley de pacto y juicio, propia del buen judaísmo
'misericordioso' de aquel tiempo. Cf. Mt 7, 1-2» (Pikaza, X., 1997, 53).

Con Poittevin y Charpentier, que citan a su vez a otros autores, podríamos, en


una perspectiva más psicológica, afirmar que el discurso de Jesús no
sólo interioriza la ley, haciéndola pasar de un cumplimiento más bien
externista que no configura propiamente el deseo pulsional, ni transforma
interiormente al hombre en las raíces profundas y motivacionales de su pensar
y de su obrar, al centro mismo del sujeto, simbolizado por el corazón, como
fuente viva de intencionalidad religiosa, de amor y de lo absoluto (Léon-
Dufour); sino que, además la personaliza, al "invitarnos a vivir bajo la mirada
del Padre porque él mismo es el Hijo. De esta forma, ser discípulo es entrar en
esa relación que Jesús conoce con Dios. " (Poi$ttevin - Charpentier, 1999, 34).
Ya hemos visto que este libre sometimiento del deseo de Jesús, como
Hijo obediente a la voluntad del Padre, tuvo un momento extremadamente
doloroso de aprenizaje -a pesar de ser hijo aprendió, sufriendo, a obedecer, (Cf
Heb 4, 8-9)-, en la agonía de Getsemaní antes de su pasión.

Lo que más impresiona de esta personalidad religiosa de Jesús es, sin duda, esa
íntima y serena relación personal de plena confianza filial establecida con
Dios, a quien llama Abba. De ella parece proceder su relación asimismo
singular con los demás. ¿No les enseña a decir también, cuando oren: Padre
nuestro...? Todo ellole hace exclamar al psicólogo de la religión, Antoine
Vergote: "Si uno retorna al Jesús histórico, tal que lo presentan los miles de
trabajos sobre los textos evangélicos, después de decenios, uno concluye que
hay un misterio en su personalidad. Para el racionalismo era un enigma que
pensaban poder esclarecer racionalmente. Cuando yo concluyo que existe un
misterio en la personalidad de Jesús es porque, siendo radicalmente humano, él
no es, con evidencia, simplemente humano, como tampoco es simplemente
humano lo que él anuncia" (Vergote, 1999, 179).
3.3. Las imágenes de Dios en Jesús y en su mensaje de Evangelio

Precisamente en el Instituto de Psicología de la Religión de la Universidad de


Lovaina se ha estudiado, con mucho rigor científico, la importancia de las
imágenes de Dios relacionadas con la imagen-recuerdo y la imagen-símbolo de
los padres, llegando a la conclusión de que las imágenes de Dios se van
diferenciando y autonomizando -esto es, superando el egocentrismo y
narcisismo- de acuerdo con el proceso de madurez de los sujetos que no
presentan dependencias parentales de carácter infantil.

En este sentido, la forma de hablar y de actuar de Jesús indican en él


una actitud religiosa personal madura e implican, a la vez, unas imágenes de
Dios, de tal manera contrapuestas a los deseos infantiles respecto a los padres,
que se invierte plenamente la relación, pero sin perder nada de su
primera ternura filial, expresada por la palabra cariñosa y familiar de Abba: no
es, para Jesús, un papá del que se espera infantilmente un cumplimiento de
deseos, sino que se sitúa ante El, para cumplir su voluntad, la misión que se le
ha confiado, aunque ésta incluya entregar su vida. Poner su libertad y acción
en total disposición a la voluntad del Padre y cumplir su obra encomendada
viene a ser, según Juan tan vitalmente importante como el alimento (Jn 4, 34).
Y antes Marcos, narrándonos el angustioso momento anterior a su
prendimiento, nos comunica cómo Jesús, después de exponer a Dios -según la
acostumbrada eclamación. ¡Abba, Padre! que el narrador significativamente
incluye- su petición ante el horror de la muerte que le esperaba, añade: pero no
sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú. Posiblemente, el episodio del Jesús
adolescente que se queda en Jerusalén sin previo aviso a sus padres, que nos
narra Lucas (Lc 2, 41-45), alude a este momento del proceso psicológico de
Jesús, que según el mismo narrador acaba de decir, como toda criatura
humana, el niño crecía y se iba fortaleciendo, llenándose de sabiduría (Lc 2,
40).

A cualquier psicólogo de la religión -sea creyente o no- que se acerque sin


prejuicios, a los textos que hablan de Jesús, con los mejores instrumentos de
análisis y hermenéutica, aún teniendo en cuenta, la "desmitificación" llevada a
cabo por la crítica histórica, no puede menos de quedar impresionado por
la pureza y madurez religiosa que expresan palabras y acciones de Jesús, sin
"mezcla" alguna de magia, ni de elementos narcisistas y egocéntricos. Su
preocupación central y última es comunicar a los hombres la inminencia del
Reino de Dios, ofrecido a todos los que estén dispuestos a creerle y se
dispongan a las exigencias para participar en él, sin exclusión, en principio de
nadie, pues todos son hijos de Dios y amados de él, con preferencia para los
pobres, enfermos y marginados. Sólo se requiera que los hombres se abran
voluntariamente, por la fe en Jesús, a su mensaje, descubriendo al Padre no en
vanos esfuerzos especulativos, sino en una oración que sea
relación dialógica con él, según enseñó a sus discípulos a pedirlo el propio
Jesús: Padre... venga tu Reino (Mt 6, 9-10; Lc 11, 2). "Indudablemente, para
él, el Reino de Dios consiste en la presencia personal del Dios invisible. Lo
que es más desconcertante es que, según sus palabras, por él ha llegado ya el
tiempo de la venida de Dios... Las acciones prodigiosas que Jesús realiza -
curar, liberar de demonios- simbolizan y actualizan el Reinode Dios que él
proclama y que actualiza por su mensaje, para los que creen... Todo viene a ser
como una parábola de lo que es el Reino de Dios en la intimidad de la
persona... y de lo que será después de la historia del mundo". En fin, "Jesús no
habla más que de Dios y del mundo para el cual Dios es luz, gozo, vida"
(Vergote, 1999, 175).

Pero ¿qué piensa Jesús del Reino, cuáles son sus imágenes mentales, presentes
picológicamente de ese Reino que él proclama, con tanta fuerza como si
creyera que había nacido, especialmente, para cumplir esta misión?
Comenzaríamos contestando con Luis A. Gallo, cuyo discurso es
psicopedagógico: "A través del actuar de Jesús, en la confrontación sea con los
individuos, sea con la sociedad, se puede inducir lo que piensa del reino de
Dios; y que para él no es una realidad que se refiera sólo a Dios... sino también
y muy estrechamente a los hombres y mujeres concretas con los cuales entra en
relación, y sobre todo los que son más pobres, marginados, oprimidos,
excluidos y utilizados por otros. Se podría decir: es el reino 'de' Dios 'en favor'
de los hombres". Por tanto, traduciendo a nuestro lenguaje actual sus imágenes
y representaciones subyacentes en la mente de Jesús, ese Reino consistiría: "en
una convivencia enté las personas y grupos que no provoquen injusticias y
marginaciones; que no reduzca las personas a objetos, que no sea, en
definitiva, fuente de infelicidad y de muerte, sino que, por el contrario, ofrezca
la posibilidad de compartir fraternalmente con los demás, de ser
verdaderamente respetados en la propia dignidad, de ser sujetos de la propia
decisión" (Gallo, L. A., 1991, 45-46).

Para el psicólogo, esta nueva imagen de Dios que trae Jesús sólo se
comprendería por una experiencia religiosa muy profunda y un proceso de
elaboración personal, por el que asume y "apropia" (Allport) dicha imagen
divina; pero ignorando, por falta de datos, cómo pudo
esto psicológicamente llevarse a cabo, en él.

Nada impide, sin embargo, que escuchemos el iluminador discurso


fenomenológico-crítico y reflexivo del cristólogo, una vez más: "Jesús es un
creyente que vive desde, con y para el Padre/Madre Dios. Esta experiencia
fundante define su manera de entender a los demás y de actuar como profeta.
Siendo un israelita, fiel a la memoria de su pueblo, Jesús vive en diálogo de
fidelidad amorosa con un Dios a quien conoce por su propia experiencia... Por
eso, cuando ofrece su palabra y anuncia su mensaje, Jesús habla desde la
verdad radical de lo divino (...) Ese Dios Padre/Madre que acoge y vivifica a
los humanos es el Dios de la conciencia de Jesús, el que le permite realizarse
como Hijo. Y desde esa conciencia... que le llama a la vida en amor, dándole
fuerza para amar a los demás, se entienden sus notas: gracia, acción creadora,
experiencia de encuentro" (Pikaza, X., 1977, 67-68).
Y de nuevo nos encontramos con la imagen paradójica del Dios de Jesús,
como no podía ser menos: es un Padre que está en el cielo, esto es, en
la verticalidad transcendente al mundo, al situacional escenario de
la horizontalidad donde se llevan a cabo los proyectos humanos libres y
autónomos; pero, a la vez, presente y amorosamente atento a los menores
detalles de nuestra vida, para que podamos buscar el Reino sin preocupaciones
que lo impidan (cf Mt 6, 25s; Lc 12, 22s), respetando siempre, eso sí, nuestra
libertad de decisión responsable, como aparece en la parábola de los talentos.

3.4. ¿Hasta que punto Jesús fue consciente de su misión mesiánica?

Retomamos el tema de la conciencia que tuvo Jesús de sí mismo y de su


misión, tema moderno y objeto todavía de la crítica actual, superando viejos
planteamientos más filosófico-teológicos de carácter metafísico. Nos interesa
en cuanto directamente relacionado con la dimensión psicológica más positiva,
que nos ocupa, limitándonos naturalmente a su personalidad humana,
siguiendo la metodología y principios epistemológicos antes expuestos.

Comenzamos haciendo nuestra la advertencia de Vergote: hemos de evitar, por


un lado toda reducción racionalística de la figura de Jesús, pero también
todo teologismo proyectivo posterior que dificulta ver al hombre-Jesús. "Viene
efectivamente de Dios, pero es completamente humano, una persona que
desciende de sus ancestros humanos. Es un hijo de Israel y viene a anunciar la
actualidad de la salvación anunciada a Israel que esperan los más creyentes de
este pueblo. Inserto así en la historia de su pueblo, Jesús participa con ellos de
sus convicciones culturales, en cuanto no contradigan el Reino de Dios tal que,
por la misión divina recibida, él debe anunciar. Como las gentes de su cultura,
él cree que los demonios pueden infestar y poseer a los hombres, causando
enfermedades del cuerpo y del espíritu, Cree probablemente que el fin de los
tiempos está próximo. Y no duda de la historicidad de la leyenda construida en
torno al ancestro llamado Abraham. Al principio de su misión, él no se espera
probablemente la muerte que sufrirá" (Vergote, A., 1999, 178).

Pikaza ha reflexionado mucho sobre los diversos tipos de conciencia de Jesús y


ha sabido, a la vez, ofrecernos una síntesis de las distintas posturas respecto a
su autoconciencia, que implican sugerencias psicológicas abundantes para una
relectura psicológica de los textos bíblicos. Después de leer críticamente a
Hegel y a Schleiermacher, nos ofrece, en una primera aproximación de tipo
general, `las tres formas de conciencia de Jesús: se ha encontrado consigo
mismo, como individuo personal, desde Dios (teoconciencia) y
desde/para los humanos (antropoconciencia). Sólo partiendo de esos dos
momentos, puede hablarse de la conciencia que Jesús tenía de sí
mismo (autoconciencia) (Pikaza, X., 1997, 62-63).

¿Qué pensaba Jesús de los demás y conocía incluso sus pensamientos? Que
conocía bien el corazón humano lo muestran sus hechos y sus dichos. Los
evangelistas afirman además que Jesús conocía también los pensamientos de
quienes le rodeaban ¿se trataba de un conocimiento normal por indicios, o es
que poseía percepciones extrasensoriales, en ciertas circunstancias, como
algunos sujetos excepcionales? Y, en cuanto a la autoconciencia, esto es, a la
conciencia que Jesús tenía de sí mismo, de su propia identidad y de su misión,
los textos evangélicos hablan profusamente de temas estrechamente
relacionados con esto; pues no sólo personajes como Juan Bautista y Herodes,
Pilatos, Autoridades religiosas, fariseos y personas del pueblo se preguntan o le
preguntan quién es él; pero incluso Jesús hace una pequeña encuesta entre sus
seguidores: Quien dice la gente que soy yo? Y vosotros ¿quién decís que
soy? Todo lo cual parece indicar que esta problemática estaba viva en el
entorno de Jesús, durante los años de su vida pública.

Hoy, en psicología se hablaría de su autoimagen, autoconcepto, autoestima


y sentimiento de identidad, como también de su capacidad para elaborar
un proyecto existencial y realizarlo responsablemente desde su libertad y
autonomía personal, con y para los demás, de forma creativa y compartida. Lo
que parece un hecho, aunque no sepamos psicológicamente explicarlo, es que
Jesús se conocía desde el Padre, siempre presente en su vida, y 'para los
hombres, a los que debía exponer su mensaje. En todo lo demás, no parece
poseer especiales conocimientos.

4. A modo de conclusión

El perfil psicológico de la personalidad de Jesús, tal como emerge de la lectura


del Evangelio, con las precauciones metodológicas apuntadas, aparece
extremadamente rico y original, y con una total coherencia entre sus acciones y
sus palabras, su doctrina y su conducta.

Su evidente teocentrismo no solamente no le aparta de su interés por los


humanos, sino que le empuja a predicar el Reino de Dios a todos los que
quieren escucharle, pero ofreciéndoselo con preferencia a los pobres, enfermos
y marginados, devolviéndoles la dignidad humana y abriendo un espacio de
amor y de esperanza. De aquí la raíz más profunda, también a nivel
psicológico, de su universalismo sin fronteras raciales ni etnológicas, a pesar
de haber nacido, vivido y actuado en un pequeño pueblo y una reducida
porción geográfica, e incluso dentro de ella, no haber sido un personaje
oficialmente importante, sino más bien considerado marginal.

Para el psicólogo que se acerca reflexivamente a la figura de Jesús hoy, la


primera reacción de asombro consiste en constatar el enorme potencial de
vida, de que era portador y que dió y sigue dando que pensar, pero sobre todo
que amar y actuar en su nombre, creyendo en él, como el auténtico
Gran Testigo de Dios, su Padre, que sigue teniendo derecho a ser escuchado y
creído.

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Antonio Vázquez Fernández

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