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Cada noche veo al lenguaje infinito creciendo dentro de una casa.

Quizás no es solo
lenguaje, sino también el inicio de la vida, que es rojo y aparece en los cortes o en el
desgarramiento del cuerpo. Tal vez no es únicamente lenguaje, sino también el fin de la
materia, que deja una mancha horrorosa en todas las lenguas del mundo.

Los vientres y los cementerios fecundan lo mismo: la palabra. Cada noche mi cuerpo se
abre para pronunciarla en una repetición eterna e ininterrumpida. ¿Qué hacer entonces
con el lenguaje incontenible en la noche infinita? “En la oscuridad [yo] hablo el lenguaje
de Dios y nadie me oye”. Todos hablamos el lenguaje de Dios cuando
expulsamos/expedimos/eyectamos/escupimos el fluido escarlata que luego se convierte
en las inmensas células de la tierra.

Nacemos y morimos manchados porque es la única forma de existir. Cuando estamos


vivos, el líquido inaprensible nos cae en el rostro a todos desde el cielo, intentamos
lamerlo, consumirlo, nos manchamos los dientes, la lengua, se nos mete por los ojos y
nos deja ciegos. Ya cuando morimos nos damos cuenta de que era imposible atraparlo
porque en realidad estamos llenos de él.

Principio y fin, lenguaje, materia, cuerpo. Así es la mancha del mundo: “fervor de espuma
de un piélago insondable”.

CORTE

Principio y fin de todo lo que existe. Cuerpo doloroso al que no puedo abrazarme, cuerpo
infinito, cuerpo incontenible, cuerpo putrefacto, cuerpo único y verdadero, cuerpo de la
herida eterna, de la lágrima eterna, del grito eterno, del horror eterno.

Animal furioso que solo existe si nace con violencia. Lenguaje primitivo que (ya) no
entendemos, lenguaje de Dios, lenguaje verdadero. Risa que se fecunda en el silencio,
lágrima infinita, llanto que resuena en todos los mares del mundo. Vientre que da a luz
todo lo que existe, materia que surje de las profundidades de la nieve, tierra que cubre
todos los cuerpos mutilados del mundo.

Veo la palabra, el grito, el fuego, la poesía, el mar, el desierto, el vientre, el cementerio,


la carne que es escupida en el mundo una y otra vez, los rostros que se han borrado, las
células muertas, el agua (in) finita, la arena arrojada por unas manos que no están, las
rocas que se rompen con la voz que pronuncian el lenguaje, los caracoles que se arrastran
en las palmas de las manos, los dedos que anhelan tocar los cuerpos que ya se fueron.
Cada vez que pienso en el principio y en el fin evoco la imagen de una mancha, de la
mancha verdadera y absoluta. Y aunque abro mis mano para retenerla, nunca puedo
porque siempre es así: “anhelamos la inmensidad del océano y sólo nos pertenece la
indecisión de la lágrima”.

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