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TRABAJO
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Presentación
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transformación de los procesos productivos en las empresas, la introducción de
nuevas tecnologías y teorías organizacionales.
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lo humano. Este androcentrismo explica el por qué las mujeres y otros grupos de
trabajadores con características sociales que no corresponden al modelo
masculino dominante -jóvenes, negros, minorías étnicas, homosexuales- son
vistos como marginales o como versiones deficientes del modelo. Aunque las
ciencias sociales han sido sacudidas por esta crítica, y algunas de ellas han
revisado sus paradigmas introduciendo diversidad en los sujetos, todavía
persiste la asociación de una versión particular de lo masculino con lo universal.
Los hombres son tratados excepcionalmente como sujetos que ocupan posiciones
y situaciones sociales igualmente condicionadas por el género, la clase, la raza, la
etnia o la orientación sexual.
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reproducción de la fuerza de trabajo en materia de salud, educación,
capacitación y retiro; relaciones laborales basadas en grandes convenciones
colectivas y en la sindicalización de amplios contingentes de trabajadores.
Es indudable que este modelo logró desarrollos muy desiguales en los distintos
países latinoamericanos y aún en aquellos en que conoció su máxima realización
como Argentina, Brasil o México, siempre quedaron excluidos de sus beneficios
porcentajes muy elevados de la población. ¿Qué significó este modelo para las
relaciones de género? En lo que respecta a la participación de las mujeres en la
industrialización y en el mercado laboral, es interesante observar cómo la
aplicación del modelo de industrialización por sustitución de importaciones
generó un desplazamiento progresivo de las mujeres de la industria, las cuales
se habían incorporado en altas proporciones a los primeros esfuerzos fabriles de
finales del siglo XIX y comienzos del XX. A lo largo de la década del 50, la
participación femenina en la industria, y especialmente en la gran industria
moderna, se reduce en muchos países, quedando confinada a los segmentos más
artesanales, a la pequeña y mediana industria, o a sectores considerados
femeninos como las confecciones. Las mujeres se vinculan fundamentalmente a
los servicios y al sector informal.
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puestos inferiores e impone barreras para su acceso a los altos niveles de las
jerarquías laborales.
Esta segregación del mercado laboral se apoya en una división sexual del trabajo
que distingue producción y reproducción, trabajo productivo y trabajo
doméstico. Siguiendo la tradición inaugurada en el siglo XIX, cuando la
economía política convirtió el trabajo doméstico en disposición innata, propia del
sexo femenino por prescripción de la naturaleza, excluyéndolo de la economía y
de las estadísticas nacionales, las múltiples actividades de las mujeres en el
hogar para garantizar la reproducción biológica, cotidiana y social de la fuerza
de trabajo, son consideradas exteriores a la economía. Sobre estas
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consideraciones se construye a su vez el mito del proveedor masculino y el
"salario complementario" femenino.
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el mercado financiero, que llega a intercambiar más de un trillón de dólares
diarios, según estimaciones del diario The Economist1 para 1997 (Benería, 1998).
Le siguen la transnacionalización de la producción y la liberalización del
comercio de bienes y servicios. La transformación de las relaciones
internacionales que conlleva este “nuevo orden económico mundial”, incluye
una ingerencia creciente de las compañías transnacionales y de entidades como
el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la Organización Mundial
del Comercio en los destinos económicos (sociales, políticos y culturales) de los
países, limitando la capacidad de acción de los estados nacionales. No obstante,
la apertura de mercados y la desregulación económica y laboral no son posibles
sin la intervención activa de los Estados: la expansión del mercado es en buena
medida el resultado de la acción del Estado, como lo recuerda Lourdes Benería
retomando a Polanyi (1998).
Para América Latina, la globalización está asociada con los procesos de apertura
económica y de ajuste estructural, exigidos por el FMI a raíz de la crisis de la
deuda en la década del 80 y por los posteriores esfuerzos de integración de
mercados regionales. Significa también la revisión del modelo de
industrialización por sustitución de importaciones, en pro de un modelo de
industrialización para la exportación. Las políticas de ajuste estructural se basan
en una reestructuración económica profunda que comprende un periodo de
austeridad para la gran mayoría de la población, con consecuencias
diferenciadas para los trabajadores de acuerdo con su ubicación laboral y sus
características sociales en términos de género, etnia, edad, quedando claro que
los sectores más pobres pagan los costos más elevados del ajuste.
1 15/11/97
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desventajosos del mercado laboral. El primero es el de las zonas de
industrialización para la exportación y el segundo el del trabajo industrial a
domicilio integrado a cadenas internacionales de subcontratación.
En relación con esta forma de vinculación laboral de las mujeres, también existen
divergencias en las interpretaciones. En el caso mexicano, de acuerdo con un
balance realizado por Susan Tiano (1994) predomina la “tesis de la explotación”
que insiste sobre las condiciones de trabajo desfavorables que experimentan las
mujeres: empleos inestables y mal remunerados, segregación ocupacional entre
trabajos “femeninos” no calificados y “masculinos” calificados, tareas femeninas
monótonas y repetitivas, controles arbitrarios y sexistas, malas condiciones
ambientales, dificultades para sindicalizarse... Este tipo de interpretación ha sido
adelantado por autoras como Patricia Fernández-Kelly (1983a, 1983b, 1989, 1994)
Lourdes Benería (1994) o Helen I. Safa (1991, 1994, 1995). A este enfoque se
opone la “tesis de la integración”, defendida por autores como Stoddard (1987) y
Lim (1990) quienes sostienen que el trabajo en la industria maquiladora
representa una mejora sustantiva con respecto a las condiciones de empleo
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accesibles a las mujeres en México, proporcionándoles recursos económicos y
psicológicos para negociar mejor con los hombres en el hogar. Interpretaciones
matizadas rescatan aspectos progresivos de la incorporación de las mujeres a
este tipo de empleos en el campo de las ideologías de género y las relaciones de
poder y autoridad en la familia. Sin embargo, al comparar estas condiciones de
trabajo con las de la clase obrera masculina "central", se observan indudables
desventajas en términos salariales y de derechos laborales en general.
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(Peña Saint-Martin, 1994) coinciden en señalar las condiciones precarias de
trabajo de estas mujeres, sometidas a pagos a destajo, extensas jornadas
laborales, sin seguridad social y sin ninguna estabilidad en el empleo. Son una
muestra extrema de la flexibilización y precarización del empleo y uno de los
ejemplos que más directamente revela las articulaciones entre los sectores
dinámicos y competitivos de la economía con las modalidades más precarias e
informales de trabajo.
Buena parte de los debates actuales de la Sociología del Trabajo giran en torno a
la crisis del modelo fordista. Además de la crisis del Estado de Bienestar en los
países industrializados y la intronización del mercado como instrumento básico
de regulación social, el debate gira en torno al surgimiento de un nuevo sistema
industrial que se basaría en la integración de tareas, el empleo de una mano de
obra calificada, la formación de redes de subcontratación entre empresas con
base en relaciones horizontales y cooperativas. Como lo señalan Leite y
Aparecido da Silva (1995), este sistema, llamado “especialización flexible” por
Piore y Sabel (1984), “producción ligera” por Womack et al. (1992); “sistema-
red” por Hoffman y Kaplinsky (1988) se caracterizaría “por la superación de la
organización fordista del proceso de trabajo y su sustitución por una nueva
forma de organización basada en la implicación de los trabajadores en los
objetivos empresariales”. Leite y da Silva hacen una lectura crítica de estas
teorías, mostrando cómo estos autores generalizan abusivamente al conjunto de
la economía tendencias observadas en algunos sectores muy particulares como la
industria automotriz. Su enfoque, excesivamente optimista, se limita a
considerar aspectos técnicos y económicos, ignorando los factores políticos,
sociales y culturales y minimizando los problemas sociales que le acompañan.
Las investigaciones de los últimos años han mostrado la inexistencia de un
nuevo patrón productivo único y universal, al documentar una gran variedad de
experiencias en función del país, el sector o la empresa, en donde se combinan
taylorismo y especialización flexible.
Uno de los temas que domina en los discursos apologéticos del nuevo modelo es
el tema de la "flexibilidad", considerada como la panacea del mismo. Como lo
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han señalado numerosos críticos, la "flexibilidad" remite a diferentes
dimensiones. El análisis de Elson (1995a) incluye las siguientes:
. flexibilidad en la forma de producción, con alteración de la división
técnica del trabajo.
. flexibilidad en la estructura organizacional de las empresas, con redes de
subcontratación y sociedades entre firmas.
. flexibilidad en el mercado de trabajo, con crecientes desregulaciones y
alteraciones en los contratos, costumbres y prácticas que organizan el mercado
de trabajo, facilitando la contratación y el despido de trabajadores.
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Las crecientes flexibilización y precarización del empleo coinciden con un
incremento sostenido de la participación femenina en el mercado de trabajo
desde finales de la década del 70, tanto en los países industrializados como en
los no industrializados. Este incremento se produce en medio de una
sobrerrepresentación de las mujeres en los empleos precarios. Según datos para
el Mercado Común europeo, el 70% de los nuevos puestos de trabajo creados
entre 1985 y 1992, considerados descalificados, se encuentran en el sector
servicios, en tiempo parcial y ocupados por mujeres. En 1990, el 22% del total de
los nuevos puestos de trabajo creados en Inglaterra, son “a tiempo parcial”,
siendo el 87% de ellos desempeñados por mujeres (da Silva Blass, 1997). Para
América Latina, el índice de crecimiento de la PEA por sexo entre 1970 y 1990 es
del 251,7% para las mujeres y del 168,4% para los hombres pero en la mayoría de
los países, las tasas de desempleo para las mujeres son superiores a las de los
hombres (Valdes, Gomariz, 1995).
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América Latina. De este modo, las nuevas líneas de demarcación que separan a
los hombres con contratación permanente de las mujeres con contratación
temporal y que afectan a la población asalariada, se suman a las anteriores líneas
de fractura que diferencian a las mujeres subempleadas a domicilio de los
hombres trabajadores independientes, microempresarios o asalariados.
Una de las dimensiones del agotamiento o sustitución del modelo "fordista" que
ha sido menos estudiada es la que atañe a la crisis del modelo de proveedor
masculino. Maria Patricia Fernández-Kelly (1994) sostiene la tesis de que el
orden económico que reposaba sobre el modelo de trabajador varón proveedor y
el corolario de la mujer como encargada del trabajo doméstico, ha sido
transformado por la globalización económica durante las últimas tres décadas.
De acuerdo con su tesis, la concentración de la producción industrial en los
países centrales desde el siglo XIX y la movilización de los trabajadores hicieron
posible un incremento sostenido de los salarios reales, fundamentalmente
masculinos. Este aumento de los salarios habría ocasionado una crisis de
rentabilidad que estimuló el cambio tecnológico y la relocalización industrial. El
traslado de segmentos de la producción a países sub-desarrollados que
acompaña al "nuevo orden económico" en la década del 70 permitió a los
empleadores aprovechar los enormes diferenciales salariales y frenar el alza de
salarios en los países desarrollados. El mismo fenómeno ayudó a los
inversionistas a evitar las tarifas sindicales y los salarios comparativamente altos
de los países desarrollados y obtener beneficios derivados del empleo de mano
de obra poco costosa en los países subdesarrollados. Numerosos gobiernos de
Asia, América Latina y el Caribe proporcionaron incentivos para desarrollar
zonas de industria para la exportación y maquiladoras en las cuales millones de
trabajadores, especialmente mujeres, ensamblaron productos para el mercado
mundial. Desde este punto de vista, la globalización y la feminización de la
fuerza de trabajo industrial tuvieron efectos de contención salarial y re-
disciplinamiento de la fuerza de trabajo en una gran escala.
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contexto con pocas evidencias de que los hombres hayan aumentado su
participación en el trabajo doméstico. Los análisis sobre el impacto de la crisis en
las estrategias familiares en América Latina (Benería 1992, González de la Roche
1995, Arriagada 1994), confirman que el deterioro de los ingresos masculinos
redundan en una intensificación del trabajo doméstico de las mujeres y una
prolongación de las jornadas dedicadas a esas tareas. En ese sentido, la caída de
los salarios y el creciente desempleo no solamente obligan a multiplicar los
proveedores en el hogar sino que este último debe suplir bienes y servicios que
las familias adquirían anteriormente en el mercado. De acuerdo con González de
la Rocha (1994), la familia se convierte en un amortiguador de la protesta social
al limitar los efectos negativos de la crisis mediante una intensificación del
trabajo remunerado y no remunerado de los miembros de la familia, en
particular de las mujeres y los niños.
Se han señalado los efectos sociales inequitativos que tiene el mantenimiento del
trabajo doméstico en manos de las mujeres y los menores. Uno de ellos es el
subsidio a la producción de mercado y a la acumulación de capital que se realiza
mediante la transferencia de valor de la economía de la casa a la economía de
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mercado. El trabajo doméstico contribuye a abaratar los costos de reproducción
de la fuerza de trabajo y a amortiguar la pérdida de poder adquisitivo de los
salarios en tiempos de crisis mientras la presencia de una mano de obra
femenina abundante en los hogares ejerce un "efecto depresor" sobre los salarios.
Un segundo efecto es la inequidad en las oportunidades de mujeres y hombres
para acceder a los mercados laborales y permanecer en ellos. Las extensas
jornadas de trabajo que deben cumplir las mujeres sumando trabajo doméstico y
remunerado limitan considerablemente sus posibilidades de acceder a los
sectores más dinámicos, a obtener empleos de tiempo completo, mejorar su
capacitación y nivel de ingresos; situación que se agrava para las mujeres jefas
de hogar cuyo número tiende a aumentar considerablemente en América Latina
(Campillo 1998).
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doméstico e invisible, el cual permanece en elevadas proporciones en manos de
las mujeres.
Algunas perspectivas
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Orientar la acción reivindicativa, sindical y política hacia la equidad de género
en el trabajo implica analizar simultáneamente el trabajo asalariado y el
doméstico y ampliar el concepto de trabajo y de trabajador(a), problematizando
el modelo general de “productor” y “trabajador” encarnado en el obrero fabril,
profesional, asalariado y masculino. De acuerdo con Kergoat, el esfuerzo debe
dirigirse a “restablecer las conexiones entre lo que había sido separado hasta
aquí, a través de una definición más extensiva de trabajo...” , a partir de la cual,
el trabajo doméstico y las particularidades del trabajo asalariado de las mujeres
no sean mas “excepciones a un modelo supuestamente general”. (H. Hirata y D.
Kergoat, 1987, citado por da Silva Blass 1997:66).
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mercado, en la economía informal, en la economía doméstica y familiar"(Guerra
1988:13). Esto implicaría redistribuir la actividad laboral y replantear una cultura
del trabajo, o mejor del "obrar humano", que comprenda también la experiencia
femenina.
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convertirse en espacios de trabajo para hombres y mujeres haciendo posible una
división del trabajo flexible que combine tareas en el ámbito doméstico y
responsabilidades laborales en el ámbito público.
En este mismo orden de ideas, pero en otro registro, Lourdes Benería (1998) trae
a colación la discusión sobre el tipo de racionalidad que ha servido de sustento a
la teoría económica neoclásica, basada en la búsqueda de beneficio, que excluyó
2 Nancy Fraser incluye dentro de las actividades de "cuidado" las actividades domésticas de
mantenimiento del hogar y preparación de alimentos, el cuidado de los niños, los ancianos, los enfermos...
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otros tipos de comportamiento como la reciprocidad, la redistribución o el
altruismo. Apoyándose en el análisis de Karl Polanyi (1957) sobre la expansión
del mercado como construcción social en los países europeos del siglo XIX y
primera parte del XX, Benería plantea la necesidad de complementar o
reemplazar los supuestos de los modelos económicos neoclásicos con modelos de
conducta alternativos y transformadores. Retoma la crítica a la economía clásica
que desde Adam Smith considera que la búsqueda del interés individual a
través del mercado conduce a una asignación eficiente de los recursos, favorable
al bienestar colectivo. El discurso triunfalista del mercado que ha acompañado la
globalización ha dado nuevo impulso al culto a la productividad, la eficiencia y
el crecimiento económico, exaltando la conducta individualista y competitiva y
la aceptación tácita de las nuevas desigualdades económicas y sociales. Benería
se pregunta si los comportamientos de las mujeres, tradicionalmente asociados
con el cuidado de otros, la solidaridad o el altruismo pueden constituir un tipo
alternativo de conducta o si, al contrario, la inserción creciente de las mujeres en
la economía de mercado, ha transformado sus modos de actuar hacia una
racionalidad económica similar a la masculina. Sin caer en consideraciones
esencialistas, que pretendan atribuir a las mujeres comportamientos altruistas
por naturaleza, Benería recoge los planteamientos de un número importante de
economistas feministas que han mostrado con múltiples ejemplos la existencia
de conductas económicas que contradicen abiertamente los postulados
neoclásicos, una buena parte de las cuales proviene de las mujeres. Tal como
Polanyi puso en evidencia las tendencias disruptivas del mercado, y el
sometimiento de la sociedad a la economía, Lourdes Benería llama la atención
sobre las agudas contradicciones sociales que ha generado esta nueva etapa de
expansión del mercado. Reafirma la necesidad de situar la actividad económica
al servicio del desarrollo humano y pensar la productividad y la eficiencia sólo
desde el punto en que contribuyen a aumentar el bienestar colectivo:
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