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ISBN 978-987-9020-96-8
1. Sociología. l. Título
CDD 301
Baudino Ediciones
Primera parte
LA
SOCIEDAD y SOCIALIZACIÓN ........................................................................... 35
La sociedad .................................................................................................... 35
La socialización .............................................................................................. 41
La Socialización Primaria ............................................................................... 42
Caracteres .................................................................................................. 4 2
Otros aspectos de la Socialización Primaria .............................................. 46
La Socialización Secundaria ........................................................................... 4 7
Caracteres .................................................................................................. 52
Los GRUPOS SOCIALES o LA§ NUEVAS FORMAS DE PERTENENCIA y REFERENCIA ................. 57
Concepto y elementos .................................................................................... 58
Grupos primarios y secundarios .................................................................... 60
Criterios de pertenencia y de no pertenencia ................................................... 61
Grupo de referencia·········································'.·············································· 64
Participación en los grupos ............................................................................ 66
Segunda parte
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LA ESTRUCTURA DE DOMINACIÓN
Sistema de estratificación social ..................................................................... 81
Las clases en razón de la acumulación ....................................................... 85
Las clases en razón del consumo ............................................................... 88
Forma de ejercicio del poder público .............................................................. 97
Ejercicio Monárquico y/o Feudal .............................................................. 97
El Estado-nación moderno ........................................................................ 98
La crisis del Estado-nación moderno ....................................................... 101
Legitimación: Más acá, mucho más acá del bien y del mal ........................... 112
Las ideologías ......................................................................................... 115
Ciencia e Ideología .................................................................................. 125
Las particularidades de América Latina ........................................................ 134
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Cuando el más apartado rincón del globo haya sido técnicamente conquistado
y económicamente explotado; cuando un suceso cualquiera sea rápidamente
accesible en un lugar cualquiera y en un tiempo cualquiera; cuando se puedan
"experimentar" simultáneamente el atentado a un rey en Francia y un concierto
sinfónico en Tokio; cuando el tiempo sea sólo rapidez, instantaneidad y simulta-
neidad, mientras que lo temporal entendido como acontecer histórico haya
desaparecido de la existencia de todos los pueblos; cuando el boxeador rija como
el gran hombre de una nación; cuando en número de millones triunfen las masas
reunidas en asambleas populares -entonces, justamente entonces-, volverán a
atravesar todo ese aquela1Te, como fantasmas, las preguntas: ¿para qué?, ¿hacia
dónde?, ¿y después, qué?
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Se supone que cuando se hace una segunda edición, a efectos de
distinguirla de una mera reedición, es menester escribir un prólogo dando
cuenta de los cambios y agregados, nuevos agradecimientos y cosas por
el estilo. Pero como los únicos que suelen leer los prólogos son aquellos
que tienen un especial afecto por el autor, me limito a agradecerle a us-
ted que está leyendo estas líneas y, para no hacerle perder más tiempo,
invitarlo a dar vuelta ya mismo la página.
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Se supone que cuando se hace una segunda edición, a efectos de
distinguirla de una mera reedición, es menester escribir un prólogo dando
cuenta de los cambios y agregados, nuevos agradecimientos y cosas por
el estilo. Pero como los únicos que suelen leer los prólogos son aquellos
que tienen un especial afecto por el autor, me limito a agradecerle a us-
ted que está leyendo estas líneas y, para no hacerle perder más tiempo,
invitarlo a dar vuelta ya mismo la página.
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Un espectro se cierne sobre las ciencias sociales: la creciente con-
ciencia de que es necesario volver a pensar la condición social. Volver
a pensar de qué modo la sociedad es condicionada por los grupos y los
individuos y de qué modo éstos son condicionados por la sociedad. Vol-
ver a pensar cómo se condicionan recíprocamente las distintas socieda-
des y los diversos elementos componentes de cada sociedad. Volver a
pensar cómo se relacionan individuos, grupos y sociedades con el resto de
la naturaleza.
La última vez que estuve con Juan Carlos Agulla fue a fines de di-
ciembre de 2002. Lo habían designado director del departamento de pos-
grados de una universidad privada y quería organizar desde allí un gru-
po de reflexión acerca de un tema excluyente: el futuro. Creí que esta-
ba pensando en hacer un ejercicio de prospectiva o algo por el estilo, por
lo que le objeté la elección del tema argumentando que, afortunadamen-
te, los autodenominados "cientistas sociales" suelen equivocarse al ima-
ginar el futuro, pues el ser humano -ese cero e infinito que hace fra-
casar cualquier tipo de cálculo- siempre hace algo fuera de libreto que
hecha por tierra toda predicción. Agulla, con cierta dificultad, acercó su
silla, se inclinó sobre la mesa del bar (hablaba en voz muy baja, casi su-
surrante; no había pedido su clásica cerveza y estaba demasiado pálido,
tres señales de lo que pasaría a los pocos días y que yo no supe o no quise
ver) y me dijo tomándome del brazo:
- No, no. Yo hablo de otra cosa, no de prospectiva. Lo que pasa
es que el futuro ya no es lo que era y por lo tanto hace falta pensarlo
todo de nuevo.
Y es verdad: cuando yo era chico, el año 2000 era muy diferente.
Y del dos mil y pico no hablemos. Nadie pensaba entonces seriamente
que a esta altura los autos seguirían funcionando con ruedas y las armas
con pólvora, ni que las casas se seguirían haciendo con ladrillos ni las
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'-'"~i"'"'u de vestir con ver, oír y
oler una película de acción o el de la selección en nuestra tele-
visión tridimensional. Nos nuestro cohete
autopropulsado y vestiríamos trajes atérmicos que nos protegerían por
igual del frío, el calor, la lluvia y la nieve. Era lógico pensar así: nací
en 1961. En los cien años anteriores cada cuatro décadas surgían ingen-
tes cantidades de inventos y descubrimientos relevantes. La tendencia
indicaba una aceleración en el ritmo del avance científico. Sin embar-
go, nada de esto ocurrió. Contrariamente a lo que sigue planteando el
discurso dominante, hace más de cuarenta años que no hay inventos ni
descubrimientos significativos en el terreno de las ciencias duras. Desde
el rayo láser en adelante, o sea desde 1963, todos los avances habidos ta-
les como la clonación o la telefonía celular, no fueron más que
innovaciones o desarrollos de inventos o descubrimientos preexistentes.
Francamente, todo esto me preocupa muy poco. No creo que mi
infancia haya sido más feliz que la de mi abuela por haber podido ver a
Batman en la tele, ni que mi pueda realizarse más plenamente que
mis padres gracias a la telefonía celular.
Lo que sí me preocupa, y muy seriamente, es que tampoco las cien-
cias sociales hayan experimentado avances importantes. Esto, en Amé-
rica Latina, es imperdonable. El rostro del pobre nos interpela a cada paso
y no tenemos derecho a no dar una respuesta satisfactoria. Europa y Es-
tados Unidos pueden darse el lujo de no inventar: allá el sistema funciona.
Cada vez presenta mayores problemas y además no me gusta cómo fun-
ciona, pero funciona. Acá no. En los años '60 intelectuales como
Cardoso, Faletto, Prebisch, Kusch, Jaguaribe, Freire, comenzaron a ela-
borar teorías que hoy nos pueden parecer ingenuas o utópicas. Pero eran
el inicio de un camino orientado a resolver los problemas más acucian-
tes de nuestros pueblos. Luego vinieron las dictaduras y después las
consultorías de los organismos internacionales y a partir de entonces sólo
esporádicamente aparecieron algunas cosas verdaderamente interesantes.
Por cierto, la insatisfacción con respecto a los resultados concretos
de las ciencias sociales en orden a mejorar la vida de la gente es algo que
viene de lejos. Quizá desde el nacimiento mismo de la sociología. Au-
tores como Thomas Merton o Charles Wright Mills, entre otros, lo se-
ñalaron hace medio siglo. Pero creo que esta insatisfacción, este desen-
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condición social
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olímpicamente la influencia de los imaginarios indígenas y afros
en la conformación del sustrato cultural de nuestros pueblos. Es
casi imposible encontrar un solo científico social que no haya
leído algo de Habermas, Rorty o Giddens. En cambio, no es fácil
encontrar alguno que haya leído algo de Gutiérrez, Dussel o
Scannone. Así podemos seguir dando ejemplos hasta el infinito de
académicos que estudian e investigan tan sólo para ser reconocidos
por sus pares de estas y otras latitudes.
Obviamente no vengo acá a plantear una eurofobia infantil. El
lector atento advertirá que, en buena medida, en este libro dia-
logo -a veces aceptando, a veces rechazando, pero siempre con
profundo respeto- con Habermas, Rorty y Giddens, por citar al-
gunos ejemplos de los más relevantes pensadores contemporá-
neos. Por el contrario, creo, precisamente, que es absolutamen-
te necesario emprender un diálogo maduro entre nuestra produc-
ción teórica y el resto del saber universal. Diálogo que debe dar-
se a partir de entender que el campo de estudio de las ciencias
sociales no son las ciencias sociales. Su campo de estudio es la
sociedad, tanto en lo que ésta tiene de universal como en su ma-
nifestación particular y concreta en un tiempo y una geografía
determinadas. No es una actitud circular y cuasi-masturbatoria la
más adecuada para encontrar respuestas a las acuciantes deman-
das de nuestras sociedades.
b) Otro de los serios inconvenientes para la elaboración de un ins-
trumental teórico, que permita un avance en la comprensión y su-
peración de la problemática social latinoamericana, está dado por
las consultorías de los organismos internacionales. Por definición,
esos organismos deben contar con el consenso de los gobiernos
que los integran. Para encontrar el punto de consenso, deben
limarse todas las asperezas y reprimirse toda audacia intelectual.
Se cae así en un discurso epidíctico en el que se dice lo obvio
camuflado con un lenguaje técnico políticamente correcto. Mu-
chas veces, el consultor llega a sentirse moralmente en falta si
expresa sus propias convicciones en un informe; siente que está
introduciendo sus ideas de contrabando, pues no se le paga para
eso sino para producir "papers" destinados a ser aceptados por
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ENRIQUE M. DEL PERCIO
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aparezca lo nuevo. En una vez que el detecta un pro-
blema, si financiación para debe nrP·~Prlt'1r
una hipótesis plausible como componente central de su proyecto de in-
vestigación. A partir de entonces todos sus esfuerzos se focalizarán en
comprobar lo acertado de la hipótesis elegida. No es una cuestión de
mala fe; es un condicionamiento psicológico elemental. Pero los que nos
dedicamos a estos menesteres bien sabemos que cuando detectamos un
problema, por lo general, no tenemos la menor idea de cómo resolver-
lo. Ignoramos de antemano cuál será la metodología más adecuada, va-
mos y venimos en un juego de marchas y contramarchas por calles y sen-
deros diversos y muchas veces con sentidos y direcciones divergentes u
opuestos.
Creo que a esto se debe que en los últimos cuarenta años no ha ha-
bido ningún descubrimiento importante en ciencias duras, y en los últi-
mos treinta, tampoco hubo aportes importantes en ciencias sociales. La
cantidad de requisitos metodológicos exigidos por las autoridades para
aprobar un proyecto de investigación, además de hacer que los investi-
gadores pierdan más tiempo llenando formularios que pensando en sus
cuestiones específicas, les demarca tanto el terreno que les coarta esa li-
bertad de imaginación imprescindible para un genuino progreso del co-
nocimiento científico.
Hace falta confiar más en el investigador. Es mucho más importante
la seriedad científica demostrada en su actividad personal que el detalle
y pasión puestas para llenar planillas y diseñar proyectos de investiga-
ción. Si Kant hubiese tenido que elevar anualmente los informes que hoy
tendría que elevar, jamás hubiese tenido tiempo de escribir la Crítica de
la Razón Pura. Claro que para un profesor alemán hoy puede ser redi-
tuable en términos económicos dedicarse a llenar formularios. Hablar de
estos problemas en Argentina merecería un capítulo aparte. Pero convie-
ne que me deje de dar consejos que nadie va a atender y pase a referirme
al marco epistemológico dentro del que se desarrollará este trabajo.
Una de las estrategias más exitosas del sistema de dominación mo-
derno consistió en fragmentar el saber en tantas disciplinas como fuere
posible. Así se consigue producir aquel "experto" o especialista del que
hablamos más arriba, apto para explicar una parcela de la realidad pero
incapaz de dar cuenta de los problemas estructurales del sistema.
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ENRIQUE M. DEL PERCIO
De la nada interminable
Me encontré con el horror,
Frente a frente, cara a cara.
Callé.
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Pero toda merece ser en
común. El investigador no pretender ni los métodos ni
llegar a adquirir en _su vida todos los conocimientos de aquellos que vie-
nen trabajando en las otras disciplinas. El correcto empleo del método
indisciplinario requiere la consulta constante y la humildad intelectual
necesaria para aceptar la crítica de los otros profesionales. La alegría es
lo opuesto a la tristeza, no a la falta de seriedad. El método indiscipli-
nario se opone al rigor mortis que está aquejando a las ciencias y a la fi-
losofía, no al máximo rigor intelectual necesario para encontrar los mo-
tivos más profundos de las penurias de nuestro tiempo y los caminos para
intentar superarlos en la medida de lo humanamente posible.
Otro factor a considerar es la aptitud de la filosofía de convertirse
en la lingua franca, facilitadora de un diálogo fecundo entre investiga-
dores de diversas procedencias académicas. Su mayor grado de abstrac-
ción le permite a la filosofía situarse un escalón por sobre los demás sa-
beres y, de esta suerte, constituirse en el terreno más propicio para el
encuentro indisciplinario. Por eso, no es casual que la filosofía se deje
de lado en la formación de los futuros licenciados en sociología, cien-
cias políticas o economía. Particularmente aguda es la ignorancia filo-
sófica en los cultores de esta última disciplina, agravando el panorama
general de las ciencias sociales en razón de la innegable influencia que
el modo economicista de entender la realidad tiene sobre la sociología,
la ciencia política y, crecientemente, sobre el derecho. Más aún: pode-
mos afirmar que, de algún modo, la economía contemporánea, reduci-
da a una simple econometría desvinculada de la realidad de los pueblos,
ocupa hoy, particularmente en el mundo anglosajón, un lugar semejan-
te al que nosotros planteamos que debería ocupar la filosofía.
Si se quiere ver la cosa desde otra perspectiva, lo que estoy propo-
niendo no es sino un regreso a las fuentes. Marx, Weber, Pareto y en
general todos los fundadores de las distintas corrientes de las ciencias
sociales tuvieron amplios conocimientos de y realizaron fundamentales
aportes en economía, historia, antropología y, particularmente, filosofía.
Sus mejores descendientes, como Mannheim, Horkheimer, Adorno o
Foucault, además de continuar el tratamiento indisciplinario de esas cien-
cias, incorporaron el psicoanálisis. Hicieron dialogar a Marx con Freud,
a Weber con Heidegger y a Nietszche con Lacan. Los cambios acaeci-
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La condición social
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sentirse con fuerza en la obra de Juan Carlos ~vuwciv••v,
Manuel Reyes Mate, Santiago Kovadloff y de mi recientemente falleci-
do amigo José María Mardones.
La totalidad de las ideas acá contenidas fueron discutidas a lo lar-
go de los últimos dos años con mis colegas del Grupo Márgenes de es-
tudios e investigación social. Sus aportes han sido fundamentales para dar
forma definitiva a este libro.
Aspectos parciales de este trabajo son fruto de la aguda conversa-
ción de colegas, alumnos y amigos de las distintas universidades en que
he ido exponiendo por separado las categorías analíticas que aquí presen-
to sistematizadas. Al respecto, elementales consideraciones de honestidad
intelectual me obligan a efectuar un reconocimiento especial a Roberto
Doberti, Enrique Zuleta y Carlos Cárcova y al siempre recordado Ro-
berto Brie de la Universidad de Buenos Aires, Attico Chassot y Alfredo
Culleton de Unisinos (Brasil), Manuel Alcántara de la Universidad de
Salamanca (España), Joachim Bom de la Universidad de Jena (Alema-
nia), Christian Noemi Padilla de la Universidad de La Serena (Chile),
Julio Echeverría y César Montaño de la Universidad Andina del Ecua-
dor, Enrique Sosa y Enrique Marius del CELADIC (con sede en Vene-
zuela) y a todos aquellos que con sus comentarios, críticas y sugerencias
me han permitido ir dando forma a estos planteas.
En gran medida me fue posible recibir esas sugerencias gracias a
Adolfo Sequeira y sus colaboradores en el emprendimiento cultural de
Carta de América. A ellos les debo la publicación de Building the
Empire State ?, un breve ensayo conteniendo in nuce buena parte de las
conjeturas y obsesiones que acá se desarrollan.
Para esta segunda edición, quisiera agregar aún a fuer de ser injusto
con otros colegas, los precisos y preciosos comentarios efectuados por
Costas Douzinas de la London University y las puntuales y atinadas ob-
servaciones de Osear De Masi, amigo entrañable de tantos años.
Y, claro, mi especial agradecimiento a Cecilia, por su consejo pre-
ciso, su apoyo incondicional y la magia constante de su presencia a mi lado.
Prefiero hacer esta declaración de bienes al comienzo, para evitar-
me la necesidad de citar sin descanso las fuentes de cada una de las ideas
que se exponen en este escrito. Muchas veces la dificultad de la cita tie-
ne que ver con el origen oral de mi conocimiento sobre sus ideas; al no
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La condición social
encontrar el correlato escrito por ellos de lo que les he oído decir en con-
ferencias, clases o conversaciones personales, no me es posible explici-
tar la referencia con un mínimo de rigor. También pasa que sus ideas
constituyen una suerte de basamento, de humus, tan sobreentendidas
como el piso sobre el que caminamos y del que nunca tenemos concien-
cia. Asimismo, inciden consideraciones de gentileza para con el lector,
evitándole la incomodidad de estar constantemente distrayéndose con la
cita. A veces uno se encuentra con trabajos académicos que contienen
tantas citas que terminan pareciendo más bien una casa de citas. Dada la
índole de este trabajo, que conjuga indisciplinariamente elementos pro-
pios del ensayo con otros característicos de la producción científica, no
parece del todo conveniente cortar la continuidad de la lectura con la re-
misión constante a citas al pie. Por ello, solamente acudiré a la cita cuan-
do la inserción de la nota en el cuerpo principal acarrearía más incon-
venientes que beneficios.
Pero otras veces ocurre que no puedo hacer correctamente citas ex-
plícitas de autores a los que traiciono constantemente, a veces a sabien-
das y otras veces sin advertirlo, pues no me interesa la fidelidad a su pen-
samiento en sí, sino la potencialidad explicativa que pueda yo encontrar
en sus ideas. No pretendo acá hacer un estudio de las ideas expresadas
por los grandes autores, sino usar sus ideas para tratar de entender un poco
mejor nuestra realidad. Más aún: declaro solemnemente mi oposición a
todo intento de punir en el ámbito de las ideas a la traición, al robo o
al asesinato. Por algo, Agulla siempre decía que debía abolirse toda le-
gislación atinente a los derechos de autor. Por mi parte, creo que el único
delito digno de sanción es el estelionato: no es correcto vender como pro-
pias ideas que son de otros. Pero tampoco es correcto -en rigor, ni si-
quiera posible- sostener, lustrar o adornar las propias ideas con los pen-
samientos de otros.
Con estos presupuestos, a lo largo de las páginas que siguen, inten-
taré esbozar un conjunto de categorías que espero resulten útiles para la
comprensión de los problemas de la sociedad contemporánea y, quizá,
también para comenzar a pensar las soluciones. Empleo el término ca-
tegoría en su sentido etimológico, como "cualidad que se atribuye a un
objeto". Aclaro que la cualidad que le atribuyo es la que me interesa en
orden a los fines que persigo. Si lo que quiero es fabricar receptáculos
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por un lado a un gato
y a un perro y por otro a un pony y a un gran con pres-
cindencia de lo que la zoología diga acerca de félidos, cánidos y equinos.
Categorizar implica clasificar. Y toda clasificación tiene un componen-
te arbitrario.
Creo que la mejor explicación de esto la da Borges en "El idioma
analítico de John Wilkins", texto que, dicho sea de paso, inspiró a
Foucault para escribir Las palabras y las cosas. En ese ensayo, se refiere
Borges a "cierta enciclopedia china" en la que consta que "los animales
se dividen en a) pertenecientes al Emperador, b) embalsamados, c)
amaestrados, d) lechones, e) sirenas, f) fabulosos, g) perros sueltos, h)
incluidos en esta clasificación, i) que se agitan como locos, j) innume-
rables, k) dibujados con un pincel finísimo de camello, l) etcétera, m)
que acaban de romper el jarrón, n) que de lejos parecen moscas".
Dicho en otras palabras: las ideas son del que las trabaja y las taxo-
nomías del que las necesita.
Perrnítaseme un último comentario: lo que sigue es una suerte de
esbozo de un plano que posibilite abordar con mayor claridad la com-
plejidad que caracteriza a la situación actual de nuestro país, nuestro con-
tinente y nuestro mundo. En pos de esa claridad he decidido que sólo fi-
guren en este plano las grandes avenidas, procurando que eso evite la con-
fusión que generaría la maraña de calles, pasajes y senderos existentes,
pero en ningún caso pretendo ignorar su existencia. Muchos de ellos co-
rren en sentido distinto, e incluso opuesto, al de esas avenidas. Confie-
so que estoy trazando este plano con mano temblorosa y dubitativa, sin
imágenes satelitales y muchas veces sin siquiera un teodolito, pero creo
que igual merece la pena el intento. Vale reiterar que esto no es más que
un plano, un marco categorial, un esquema de interpretación. Confun-
dir un esquema interpretativo con la realidad es tan absurdo como con-
fundir al plano con la ciudad. Pero es tan necesario contar con un mar-
co categorial adecuado como contar con el plano.
Mas dejemos ya los prolegómenos y adentrémonos en los temas que
nos convocan. Me molestan esos prólogos consistentes en una larga lis-
ta de excusas con las que el autor pretende atajar por anticipado los re-
proches que habrá de recibir por derecha o izquierda. Por mi parte, con-
fieso que me encantaría que alguien se tomara el trabajo de criticarme
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condición social
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PRIMERA
No procuraré dar una definición de la sociedad, pues, como ocu-
rre con cualquier cosa importante (la libertad, la justicia, la belleza, el
amor, la felicidad) la definición es imposible. En efecto, de-finir implica
poner delimitar, y cuando el objeto de definición es algo tan nom-
brado y encierra tal carga valorativa, toda supuesta definición está im-
pregnada de una ideología.
Esto no es algo pacíficamente aceptado por la comunidad científi-
ca. Por el contrario, la concepción predominante desde los albores del
pensamiento occidental entiende que hacer ciencia tiene, como primer
cometido, elaborar definiciones; es decir, encontrar las palabras que se
corresponden exactamente con lo que se quiere significar. La palabra, y
más precisamente la definición, es en esta tradic!ón una herramienta, un
instrumento para expresar una idea clara y distinta, y el lenguaje busca
la univocidad. Como explica Mardones: "incluso se presenta la tarea fi-
losófica como una tarea depuradora de la plurivocidad y de la desazón
que causa la misma. En el fondo, se busca un lenguaje objetivo sin hue-
llas subjetivas y una comprensión operativa, instrumental, del mundo".
Subyace la idea de que nuestra conciencia sería capaz de presentarnos la
realidad tal cual es. "Esta tradición, en suma, da primacía al signo por
sobre el símbolo y entiende que una tarea permanente con la que nos
enfrentamos en el uso del lenguaje es la limpieza de impurezas signifi-
cativas, es decir, de expresiones vagas y nebulosas o de multivocidades
y equivocidades. Se trata de un pensamiento que ejerce una terapéutica
sobre esta enfermedad del lenguaje".
Esa imposible pretensión de univocidad conlleva el riesgo de ha-
cer del lenguaje algo inerte, ajeno al mundo de la vida e ignorante de
que, por regla general, la definición es impuesta por quien tiene el po-
der definir. Y ese poder tiene más que ver con el mundo del sistema
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3) Una intermedia y -a mi juicio- de las dos
ante1iores es la que se deriva del
ésta, la tiene existencia real, pero no sustancial, sino
accidental relacional o de orden. Es decir, que quienes sí exis-
ten por sí mismos son los individuos (aunque también el indivi-
duo existe no como una sustancia acabada, sino en tanto que es
en relación consigo mismo, con los demás y con el cosmos), pero
sin significar con esto que la sociedad no tenga ningún tipo de
existencia en la realidad. Lo que ocurre es que su modo de exis-
tencia no es tan "fuerte" como la del individuo, sino que "acce-
de" a esa existencia. Es un supuesto análogo a lo que sucede, por
ejemplo, con el color azul: no existe por sí mismo, sino que ne-
cesita que exista ese saco azul que sí tiene una existencia sustan-
tiva (que se "sustenta" a sí misma); o como pasa con el tamaño:
tampoco existe por sí mismo, sino que necesita de cosas para
existir.
Obviamente esto es una mera aproximación con fines didácticos,
pues el estatuto ontológico de la sociedad encierra una complejidad ma-
yor, que iremos advirtiendo a lo largo de este trabajo. De todos modos
en este punto nos alcanza con tener en claro que, para esta concepción,
la sociedad existe, pero existe de otro modo que el de las cosas sustan-
tivas: existe en virtud de las relaciones que se dan entre sus miembros.
En términos aristotélicos, la sociedad no pertenece a la categoría sustancia
sino a la categoría relación. Si bien este modo de ser es, para decirlo de
algún modo, más débil que el modo de ser que le atribuye la posición
2), no por eso es una mera ficción. En efecto, las relaciones humanas,
en general existen más allá de la voluntad o de la inteligencia de los su-
jetos relacionados; no son una pura creación de los miembros de la so-
ciedad, un derivado de un pacto o contrato voluntario. ¡Cuántas veces
Juan maldijo su suerte por haberse enamorado de Catalina! ¡Cuántos hi-
jos desearían renegar de su filiación y cuántos hermanos de su lazo fra-
terno! ¡Cuántas relaciones conocemos que causan tanto dolor y sin em-
bargo subsisten a pesar del deseo y la voluntad de aquellos que están re-
lacionados!
Ni un organismo viviente, ni una creación de la imaginación, la
sociedad es, pues, una modalidad de las relaciones humanas con entidad
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La condición social
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Pero además esta en que se encuentra el niño no se re-
duce al material. Podemos afirmar que, en cierto el ser
humano necesita tanto o más de la relación afectiva con sus semejantes
que de la satisfacción de otro de necesidades. como prueba
dos interesantes citados por el sociólogo americano Chinoy.
El primero hace referencia a un realizado por el empe-
rador Federico II en el que cuenta que "otras de sus locuras era averi-
guar qué lenguaje y qué modos de expresión emplearían ciertos niños
cuando creciesen sin que antes se les hubiese hablado. Así que ordenó a
sus madres adoptivas y a sus nod1izas que amamantaran a los niños, que
los bañaran y lavaran, pero que de ninguna manera les arrullasen o les
hablasen, porque quería saber qué lengua hablarían primero: ¿el hebreo
-la lengua más antigua-, el griego, el el árabe, o quizá la len-
gua de sus padres? Pero su trabajo fue inútil porque todos los niños mu-
rieron: no podían vivir sin las caricias, las sonrisas y las dulces palabras
de sus madres
El segundo ejemplo trata de las dirigidas por Spitz,
en las que "se comparó a los niños de un orfanato y a los niños de un
aislado pueblito de pescadores, cuyas condiciones físicas eran deficien-
tes, con un grupo de niños de clase media y, especialmente, con los be-
bés de una guardería adjunta a una institución penal para muchachas de-
lincuentes. En el orfanato, las condiciones médicas, nutritivas e higiénicas
eran buenas pero los niños recibían muy poca atención personal por parte
de las niñeras (cada niñera, por más maternal que fuese podía dedicarle
poco tiempo a un solo niño, porque era responsable de ocho). En la ins-
titución penal las condiciones físicas eran semejantes, pero los niños es-
taban mejor cuidados por sus madres. La conclusión que se obtuvo de
estas observaciones fue que la ausencia del cariño, el estímulo y el amor
producía no sólo un desarrollo físico y emocional limitado, sino también
una alta tasa de mortalidad". Utilizando las palabras de Linton, "los ni-
ños sin cariño se mueren".
El análisis de casos similares ha llevado a Kingsley Davis a concluir
que los mismos "revelan en forma singular el papel de la socialización
en el desarrollo de la personalidad; la mayoría de los rasgos men-
tales que consideramos constituyentes de la mente humana no se encuen-
tran presentes, a menos que sean colocados allí por el contacto comuni-
cativo de los demás".
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Vivir en sociedad
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M. DEL PERCJO
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las intemalizadas en la sociali-
zac1on se en la conciencia con mucha más fuerza que
las internalizadas en la socialización secundaria, lo que genera graves
problemas, por ejemplo, en los casos de hijos de migrantes provenien-
tes de culturas muy diferentes de la imperante en la sociedad receptora.
Pero no sólo el sino incluso él mismo se ve a través de la
mirada de sus otros significantes. Cuando Carlitos tiene hambre, en lu-
gar de decir "yo tengo hambre", dice "Carlitos tiene hambre". En otros
términos, el niño en esta llamada estadio del espejo, al reconocer
su propia imagen reflejada en el otro, se identifica narcisísticamente con
esa imagen. Al producirse el juego de reflejos o "desdoblamiento" en-
tre su conciencia y su imagen devuelta por el otro significante, no hay
propiamente subjetividad, pues ésta implica necesariamente una delimi-
tación o separación no identificación) con el otro. Por ello, diría
Lacan, al infante le ocurre lo que al psicótico: es incapaz de situarse él
mismo o los demás y suele hablar en tercera persona.
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l. Contenidos específicos: obviamente, los contenidos específicos
de la socialización primaria varían de una sociedad a otra. No obstante,
hay algunos que necesariamente se encuentran en todas las culturas. El pri-
mero de ellos es el lenguaje, el vehículo de socialización más importante.
Por su intermedio se transmiten otros contenidos específicos, los
denominados "programas institucionalizados para la vida cotidiana". Es-
tos cónsisten en esquemas que le permiten conocer al individuo diver-
sos comportamientos considerados socialmente correctos, para enfrentar
situaciones frecuentes en la vida corriente.
Todos estos programas distinguen entre la propia situación del niño
y la de otros, como por ejemplo, la de los niños de otra casta o de otro
sexo.
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La condición social
"Las enseñanzas que el joven recibe son: que deberá ser un buen
compañero, no olvidar los deberes de la venganza, esconder siem-
pre a las mujeres su pensamiento íntimo y por fin, ser valiente y sa-
ber soportar la escasez de comida y toda incomodidad".
"En el tercer día se le somete a una serie de escenas que tienen
la finalidad de despertarle terrores sobrenaturales, por medio de la
aparición imprevista y cuidadosamente preparada de indios enmas-
carados que representan legiones pavorosas de seres sobrehumanos.
Al término de veinte días, previo solemne juramento, bajo amena-
za de la pena capital, se le confía el secreto de todas las representa-
ciones, la tradición de un antiguo estado de dominio tiránico ejer-
cido por las mujeres y la necesidad de mantenerlas, por medio del
terror, bajo el dominio absoluto de los varones".
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La condición social
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se constituye en el todo. Mas esa del centro, difícil de por sí
en todas las civilizaciones, se hace particularmente en la
sociedad contemporánea en razón de esta cantidad de actividades diver-
sas que está obligado a realizar el individuo. El sistema como tal cons-
pira para que la persona no pueda hallar ese centro, al prohibirle la
heideggeriana patencia de la nada.
Pedro, a sus catorce años, un sábado por la tarde está sentado en la
vereda sintiendo un extraño desasosiego que lo invade por completo. Pasa
su tío y le pregunta: "¿qué te pasa?". Pedro da una respuesta fascinante:
"nada". Es decir, le pasa nada; está a punto de descubrir ese centro, a
punto de tener una experiencia de las más fundamentales que se pueden
tener en la vida. Sin embargo, el sistema, representado en este caso por
el tío, le dice: "dejáte de embromar y ponete a hacer algo: estudiá, ayudá
a tu mamá a barrer el patio, andá con tus amigos o aunque sea ponete a
escuchar música, pero hacé algo".
Por supuesto, el tío no es consciente de la significación de su con-
sejo. Pero consciente o no, lo cierto es que le impide a Pedro tener esa
experiencia de la nada, fundamental para poder iniciar un conocimien-
to radical de sí, y por tanto para aventurarse por caminos de sabiduría
y libertad.
¿Qué lleva a Pedro a aceptar el consejo de su tío? ¿Por qué razón
el tío, que de joven tuvo una experiencia similar a la de Pedro, ahora está
incapacitado para comprender lo que le ocurre a su sobrino? ¿Cómo es
posible que el "mundo del sistema" haya colonizado hasta tal punto su
mente y su corazón? En los capítulos que siguen trataremos de acercar-
nos a la comprensión del funcionamiento del sistema y, por consiguiente,
a una respuesta posible frente a estos interrogantes. Claro que esto no será
fácil: todos tenemos una extraordinaria (y comprensible) resistencia a
advertir que hay otro que convive con y en nosotros; que nuestros gus-
tos, nuestros deseos, nuestras decisiones, nuestros pensamientos, no siem-
pre son tan nuestros, sino que de algún modo el sistema se las ingenia para
colonizarnos sin que nos demos cuenta.
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Su familia, sus amigos, sus compañeros de estudio o de trabajo,
aquel conjunto de personas del que desea ser parte pero no sabe cómo
hacerlo, aquellos otros a los que desprecia y de quienes procura diferen-
ciarse, son quienes mayor influencia ejercen en el proceso de socializa-
ción del individuo: son sus grupos de pertenencia o de referencia.
Sin embargo, a pesar de la enorme importancia del grupo, no siem-
pre se conoció esta forma de relacionamiento social. Aunque parezca
mentira, en Europa no existió ninguna palabra para designar esto hasta
el siglo XV. En efecto, el término "grupo" deriva etimológicamente del
término italiano gruppo, con el cual se designa a un conjunto escultórico,
expresión artística propia del Renacimiento consistente en un conjunto
de figuras humanas esculpidas y con volumen propio, a diferencia de las
representaciones de conjunto de la antigüedad o del medioevo, siempre
integradas a un edificio. En el caso del gruppo, la obra de arte cobra sen-
tido al ser observada en su totalidad más que en cada una de sus partes.
Recién a partir del s. XVIII se comienza a usar esa expresión para de-
signar a un conjunto de personas.
Para comprender cabalmente el porqué de la acuñación tan tardía
de un término que designe a un agregado de personas con valores y ob-
jetivos comunes, debemos adelantarnos y aludir a la temática que estu-
diaremos con más detalle en el capítulo siguiente. En una sociedad en la
que la ubicación de sus miembros depende del color de su piel, de sus
rasgos faciales o de su apellido, uno pertenece "naturalmente" a una fa-
milia, a un gremio, a un ayuntamiento, a una cofradía, etc. En todos estos
casos es la cuna y la herencia la que determinan la pertenencia. En cam-
bio, en una sociedad estratificada en razón del dinero que se tiene o que
se gasta, el elemento voluntario juega un papel relevante. En este tipo
de sociedades, cada cual es libre (o al menos formalmente libre) como
para,elegir su trabajo, su esposo o esposa, etc. A partir de esta posibili-
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M. DEL PERCIO
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La condición social
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Esta tipología, establecida en 1909 por el sociólogo americano
Charles Cooley, se basa en la distinción efectuada por Ferdinand Toennies
en 1887 entre comunidad (Gemeinschaft) y sociedad (Gessellschaft) so-
bre la que hablaremos más adelante.
Cooley define a los grupos primarios como "aquellos caracteriza-
dos por la asociación y la cooperación cara a cara. Son primarios en varios
sentidos, pero principalmente porque son fundamentales para la forma-
ción de la naturaleza social y los ideales del individuo." El resultado de
la asociación íntima es "una suerte de fusión de individualidades en un
todo común, de modo que la vida y los fines propios de cada persona se
confunden con la vida y los fines del grupo. Quizá la forma más senci-
lla de describir esta totalidad sería decir que se trata de un 'nosotros';
entraña el tipo de simpatía e identificación mutua para las cuales 'noso-
tros' es la expresión natural".
Las condiciones que tienden a generar grupos primarios son tres:
la proximidad física, que permite una relación cara a cara (es interesan-
te plantear el impacto de las nuevas tecnologías comunicacionales, tales
como Internet, sobre este requisito); un pequeño número de miembros
y una duración prolongada. Estas dos últimas condiciones están estrecha-
mente vinculadas. En efecto, dos o tres personas pueden constituir un gru-
po primario en poco tiempo, en cambio, cuarenta alumnos de una carre-
ra, recién habrán de entablar relaciones de tipo primario entre todos ellos
después de varios meses de cursar diariamente las mismas asignaturas.
La principal característica de este tipo de grupo radica en que sus
fines, por lo regular, no están formalmente establecidos, y aún cuando
lo estén, la relación es un fin en sí mismo más importante que el obje-
tivo formal. A esto se refiere Cooley al destacar la importancia del "no-
sotros". Es el caso de un grupo de amigos que siempre se reúnen para es-
tudiar y que terminan sintiendo un afecto recíproco tal que preferirían que
si alguno ha de fracasar en los exámenes, mejor fracasen todos para seguir
estando juntos. El objetivo formal "aprobar la asignatura" es secundario
frente a la importancia que ha adquirido el mantenimiento de la relación.
Los grupos secundarios suelen ser definidos por oposición a los
primarios, como aquellos en los que las relaciones son principalmente
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La condición social
y no
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M. DEL PERCIO
Admisible Inadmisible
1. Candidato al ingreso 4. Marginal
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La condición social
En el 1, el candidato orienta
en relación con las por el grupo., el que
como miembro.
El supuesto 2, es el que más brinda a los sociólogos: es el
caso del partido político que quiere conseguir nuevas afiliaciones, del club
que hace una conscripción de socios, o, con ciertas salvedades, el del
empresario que quiere imponer o fortalecer un producto en el mercado.
En cualquiera de estos casos, no se trata de convencer a ya está
convencido de las bondades del del club o del producto, y no
vale la pena perder esfuerzos con los que pertenecen a las otras cuatro
categorías siguientes, sino que los recursos de seducción y disuasión de-
ben orientarse hacia los indecisos o indiferentes.
El no-miembro autónomo (caso 3) al ser admisible para el grupo
y tener razones que fundamentan sus motivos para no ingresar es el más
peligroso por su potencialidad crítica.
Para comprender mejor el caso del marginal 4) veamos lo que
le pasó a Pedro, el ganador de la lotería. El pobre fue rechazado por su
anterior grupo de amigos del club "Músculo y Amistad" por considerar
que "se agrandó", y que, al pretender irse al otro club, de algún modo
los traicionó. A su vez, al no ser aceptado en el "Círculo de Oro", que-
dó marginado, sin pertenecer a ningún grupo.
Esto que relatamos en clave humorística es parte de la tragedia de
muchos. Conozco un país latinoamericano que pretendió durante mucho
tiempo ser parte del grupo de naciones más poderosas de la tierra. In-
cluso hasta quiso ser parte de la Organización del Tratado del Atlántico
Norte a pesar de que por su ubicación geográfica está situado en el sur.
Sus habitantes se consideraban europeos y despreciaban a sus hermanos
de América Latina; sin embargo, los europeos no los consideraban como
miembros de su club. Al mismo tiempo, los habitantes de ese país no se
explicaban por qué sería que los demás pueblos latinoamericanos no los
amaban. Prefiero no seguir hablando de ese país, porque me duele en el
centro más profundo de mi alma.
Sigamos: en el caso del no-miembro independiente (caso 5) ni el
grupo ejerce presión sobre él, ni él se interesa por el grupo, por lo que
este supuesto no reviste mayor interés. Es lo que le pasa a Pedro con la
Asociación Argentina de Astrofísica Teórica: ni a Pedro le interesa en
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La condición social
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M, PERCIO
terés. Esto vale tanto para el estudiante de filosofía de clase alta que
éH...,,v,,"" de para parecerse a determinado grupo al que
Vrnc¡JH~~U'~ que tiene ideas de derecha porque,
consciente o desea imitar Estas conduc-
tas resultarían aberrantes en términos de las que
-haciendo una lectura de Marx- identifican po-
líticas con defensa de intereses de clase.
esta modalidad altamente de condiciona-
miento 0 determinación de nuestras vVUUUv''""'
causa en el ámbito que más
los intelectuales, Estos suelen ser sumamente a sostener una
doctrina porque los miembros más de la comunidad cientí-
fica la y, a la a
puestas que no encuadran temática 0 un~<V'UV)CVf',Av<UHvWCv
ficamente , De esta suerte se conforma un círculo de hierro,
en el que lo "científicamente es definido como tal por la co-
munidad a la que sólo en el marco
de lo "científicamente tanto en el ámbito de las
ciencias físico naturales como en el de las ciencias la búsqueda
del reconocimiento por los pares, las modas intelectuales y los deseos de
figuración -en conductas por referencias positivas o
negativas- suelen condicionar la del saber científico con mu-
cha más fuerza que el afán de el mundo,
66
social
67
ser mayor para cada miembro con al que se observa en los in-
tegrantes de grupos Ello lleva a cada uno a esforzarse en la ob-
tención del bien público, incluso sin importarle demasiado la acción de
los demás. Lejos de resultar contradictorios, estos aspectos resultan com-
plementarios, señalando que, tanto por sus características como entidad
como por los intereses de sus miembros individualmente considerados,
los grupos pequeños tienen mayores posibilidades de obtener bienes co-
lectivos que aquellos de mayor tamaño.
De esta manera, la participación de sus miembros en la obtención
de bienes colectivos se plantea como un reto para los grupos grandes.
Conforme lo expuesto, en un grupo en donde los actos de cada miem-
bro no pueden ser percibidos por los demás y en el cual, además, la par-
ticipación en los bienes colectivos obtenidos no pueda serle negada a nin-
guno de sus integrantes -sin perjuicio de que hubieran o no contribui-
do a su consecución- indefectiblemente buena parte de quienes lo com-
ponen no colaborarán con la persecución de dichos bienes. Si partimos
del supuesto de que la mayoría de los trabajadores son individuos racio-
nales y egoístas, esto es, preocupados por la satisfacción de sus intere-
ses haciendo el menor esfuerzo posible, debemos admitir que ~s muy pro-
bable que una porción importante de los miembros de un grupo no se
esfuercen por la obtención de bienes que, de todas maneras, si se consi-
guen podrán disfrutar igual que quienes sí lucharon por ellos.
Esto quizás pueda resultar una respuesta a problemas propios del
ámbito sindical como la falta de participación en las movilizaciones o de
concurrencia a las asambleas y demás actividades sectoriales por parte de
muchos afiliados a la organización. Claramente, les resulta más cómo-
do y menos arriesgado permanecer descansando en su casa durante los
días de paro de actividades que concurrir a un acto masivo de la entidad,
pues de todos modos, el individuo en cuestión se beneficiará con lo ob-
tenido por el grupo. Este es uno de los factores (aunque no el único) que
permite explicar la falta de afiliación al sindicato de una gran parte de
los trabajadores de la actividad. Dado que la mayoría de los logros al-
canzados mediante el esfuerzo de los sindicatos resultan extensibles a to-
dos los que se desempeñan en la misma rama de actividad (por ejemplo,
las ventajas de los convenios colectivos de trabajo, las mejoras en las
condiciones de contratación o los aumentos salariales) muchos conside-
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La condición social
69
1
!-PU'""''"'' entender la estructura de dominación de una so-
apernmolo exclusivamente al ámbito de la economía. Tampoco
se la entender si se concibe al campo de la de la po-
lítica y de la cultura como mundos y sin relación directa
entre ellos. es abarcar todos los ámbitos y mo-
dos de relación entre estos tres campos, por fo que es
ble seleccionar de cada uno el factor determinante para constituir
estructura de dominación de esa sociedad.
Corolario a) El análisis de las relaciones existentes entre: i) la forma de
estratificación social, íi) los tipos de legitimación y iii) los modos de ejer-
cicio del poder público, permite entender adecuadamente el funciona-
miento de una estructura de dominación dada.
Subcorolario a.1) La comprensión del funcionamiento de la es-
tructura de dominación de una sociedad permite inferir el tipo
de condicionamientos recíprocos entre el ámbito político, el eco-
nómico y el cultural de esa sociedad en general.
Corolario b) De la correlación entre estos elementos y los horizontes de
sentido mencionados en la Tesis III surge la pertinencia de analizar los
procesos históricos como continuidades y discontinuidades y no mera-
mente como rupturas con secuencias definidas y dicotómicas del tipo tra-
dicional-moderno.
Corolario e) En particular las continuidades se dan en el ámbito de la le-
gitimación del poder, el que tiene como base el sustrato cultural confor-
mado en gran medida por las creencias religiosas. De ahí se deriva que es-
tas cr~encias, incluso una vez secularizadas, condicionan los pensamientos,
conductas, instituciones e identidades políticas a través de los tiempos.
73
pll~mtieaclo por la no es sustitutivo de los
escenarios aunque los asume y los supera,
Corolario a) El Estado Nacional no será reemplazado por el sistema glo-
bal, pero éste será el ámbito de adopción de las decisiones críticas.
i) El Estado tiene ya como cometido proveer los mejores medios de
inserción de sus pueblos en el escenario global virtual.
ii) La emergencia de los EE.UU. como potencia hegemónica no im-
plica el surgimiento de un Estado-Imperio, sino de una nueva
forma de Imperio, cuya capital es la ciudad global.
Corolario b) La escuela no será reemplazada por la educación virtual,
pero ésta será imprescindible para el suministro de información y la di-
fusión de algunos conocimientos.
Corolario e) Se consuma la concepción moderna de la idea de sujeto.
Corolario d) Cada escenario guarda estrecha relación con los horizontes
de sentido y con el modo en que se manifiestan los elementos de la es-
tructura de dominación.
3
El medio para efectuar los intercambios de bienes y
servicios influye decisivamente para establecer fa social de
lo bello, lo verdadero y lo bueno, generando distintos horizontes de
sentido,
Corolario a) Cuando el trueque hegemoniza los modos de intercambio,
dicha condición se da en términos de adecuación.
Corolario b) Cuando el dinero es el instrumento principal para realizar
los intercambios, esa condición se da en términos de representación.
Corolario c) Cuando el dinero se reproduce hasta tal punto que pierde su
carácter representativo, la condición se da en términos de reproducción.
Corolario d) Por ende, es incorrecto estudiar la crisis de la representación
política aisladamente de la crisis de la representación en general como for-
ma de la condición social de lo bello, lo verdadero y lo bueno.
7ti
Ya vimos cuáles son las principales concepciones acerca de la so-
ciedad y cómo ésta trata de dotar o de imponerle al individuo las pau-
tas, creencias, normas, valores y saberes que estima necesario para que
éste desempeñe satisfactoriamente un papel dentro de la escena social.
Ahora hablaremos un poco de esa escena. Para eso, invito al lector a en-
en ese teatro llamado sociedad. Aún está oscuro y el telón bajo.
Antes de buscar a tientas nuestra ubicación nos percatarnos de que éste
no es un teatro tradicional. Algo nos hace intuir que, corno en un cuen-
to de Cortázar, quizá seamos espectadores, tal vez actores o, incluso, a
lo mejor autores de la obra por representar.
Nos sobresaltan un par de presencias que se nos antojan espectrales.
Pero una tenue luz que surge de las linternas que llevan en sus manos nos
permite advertir que se trata de dos acomodadores que, dicen, vienen a
orientarnos un poco. Sus nombres: Karl Marx y Max Weber. El prime-
ro se queja de que sus seguidores en su afán por difundir sus ideas y ha-
cerlas rnás fácilmente comprensibles, las simplificaron demasiado. Dice
que él rnisrno les propuso dejar de ser espectadores para ser intérpretes
y coautores, y que en eso le hicieron caso. Aunque no siempre le gustó
lo que ellos hicieron, en última instancia lo intentaron, aun con todas las
falencias propias de las obras humanas. En cambio, rnás allá de las bue-
nas intenciones de algunos de sus divulgadores, le molesta que hayan re-
ducido su compleja y matizada concepción de la realidad a un rnateria-
lisrno ramplón, para el que la sociedad se explica pura y exclusivamen-
te a través de la economía.
Con gesto comprensivo Weber le dice: "¡Ay don Karl, no se que-
je, vea lo que hicieron otros con mis ideas! Pero ya lo hablamos muchas
veces y ahora es mejor que tratemos de guiar a nuestros amigos".
Corno enseñaba Juan Carlos Agulla, el siglo XX enfrentó a Weber
con Marx. L'a Guerra Fría no era el ámbito propicio para entender que
entre ellos no hubo una discusión, sino un diálogo fecundo. Por eso, solía
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ENRIQUE M. DEL PERC!O
76
La condición social
77
un elemento de cada uno de estos ámbitos. El elemento o factor decisi-
vo para no toda sino estructura de domina-
ción de una sociedad. el elemento o factor en función del cual
unos mandan y otros unos están más arriba y otros más aba-
unos acceden a ciertos bienes y beneficios y otros, no. Con ese
de la economía tomaremos los más relevantes de las formas de
de la el modo de del pú-
blico y de la Entendiendo cómo se con-
forma y cómo funciona la estructura de dominación de una sociedad, no
es demasiado difícil advertir cómo se conforma y funciona la sociedad
en general.
~.,.• ,,,v~.•u~·u acá el término "dominación" conforme a la distinción
weberiana entre y dominación. entendemos la nuda pro-
babilidad de a otro la voluntad. La dominación implica
un acatamiento voluntario por de los dominados.
Si amenaza a otro con una y le ordena ponerse de
rodillas, estamos frente a un acto de Cuando el súbdito se arro-
dilla en de su soberano en señal de sincero respeto estamos fren-
te a un acto de dominación.
Conviene aclarar que no siempre el acatamiento a una orden dada
implica un acuerdo con el contenido de la orden. Incluso, ni siquiera
implica una adhesión a la persona que la dicta. Por ejemplo, si el parla-
mento dicta una ley subiendo la alícuota del impuesto al consumo de ci-
garrillos es posible que los fumadores estén en contra de la norma y que
muchos de ellos no hayan votado por los legisladores que la propusie-
ron. Sin embargo, igual la acatarán sin rebelarse. Se entiende que quie-
nes ejercen el poder público han sido elegidos democráticamente y que
tienen legitimidad como para disponer ese aumento. En cambio, imagi-
nemos una situación hipotética en la que un gobierno decidiera conge-
lar por decreto los depósitos bancarios. ¿Qué ocurriría? ¿La población
lo acataría pacíficamente o se entendería que esa medida es ilegítima? ¿Y
qué pasaría si, además, el gobierno declarara el estado de sitio para obligar
al acatamiento? Lo ocurrido en Argentina muestra a las claras que el nudo
ejercicio del poder no es suficiente para consolidar un sistema de domi-
nio. Se requiere que una proporción significativa acate voluntariamente
a la autoridad. Vale insistir en que "voluntariamente" no es sinónimo de
78
La condición
80
El término estratificación está tomado en préstamo a la Geología.
Con él se designa el ordenamiento vertical de la población en distintas
franjas o capas. Si se considera a la sociedad como una suerte de pirá-
mide, se puede decir que ésta permite observar caracteres particulares
diferenciales de cada estrato, los que conservan gran homogeneidad in-
terna, definiendo segmentos diferenciados. Esta segmentación se encuen-
tra fuertemente condicionada -y a su vez condiciona- por el modo de
ejercicio del poder político y es legitimada por las teorías explícitas
hegemónicas. Su elaboración y resguardo es responsabilidad de los es-
tratos superiores.
Por cierto, desde antiguo existe el anhelo teórico de generar socie-
dades plenamente igualitarias, pero la experiencia habla en contra de esa
posibilidad. En palabras de Pitirim Sorokin, sea que designemos este
hecho como desigualdad y estratificación, o que prefiramos designarlo
con otras frases altisonantes, sigue siendo el mismo. Lo que importa es
que bajo cualesquiera condiciones, siempre habrá dirigentes y dirigidos,
gobernantes y gobernados, el gmpo dominante y el dominado." Más aun,
el imaginar lo que hubiera ocurrido en caso de que muchos de los pro-
motores de grandes utopías igualitarias hubiesen tenido poder suficien-
te como para imponerlas no resulta muy alentador en términos de pér-
dida de libertades y de derechos básicos. Pero tampoco resulta posible
que alguien se desarrolle plenamente en una sociedad signada por des-
igualdades extremas. De ahí que exista un generalizado consenso en or-
den a entender a la sociedad como una estructura inevitablemente pira-
midal, pero cuya base y cúspide no tienen por qué estar ubicadas a dis-
tancias insuperables, siendo deseable que a todos se le brinde la posibi-
lidad de acceder a los lugares más altos de esa estructura.
A los fines de analizar el vínculo entre la estratificación social y el
resto de la estructura de dominación, conviene simplificar al máximo los
criterios de segmentación. En particular dejaremos momentáneamente de
81
lado los indicadores de basados en la de bienes sim-
bólicos dados por el nivel educacional pues sobre ello volve-
remos en capítulos posteriores. se reducir a cuatro los tipos
de estratificación, según que el criterio dominante sea las características
raciales, el apellido, el dinero que se tiene o el dinero que se gasta.
Las castas: en esta forma de estratificación lo definitorio de la
ubicación en la sociedad son las características étnicas y sus de-
rivaciones faciales o antropométricas. Los ejemplos típicos son
los de la India tradicional y la Sudáfrica anterior a la elimina-
ción del apartheid, donde los blancos ocupaban los lugares su-
periores de la sociedad y los negros, los inferiores.
Los estamentos: modo típico de la Europa medieval y hoy de
Arabia Saudita, en los que la ascendencia familiar, el apellido,
determina el lugar que se ha de ocupar en la sociedad.
se fundan en
la posesión de riquezas. Los más ricos ocupan los lugares superio-
res y los más pobres, los inferiores. La cuenta bancaria es el prin-
cipal indicador del status o lugar que se ocupa en la sociedad.
Las clases sociales en razón del consumo: el status está dado
por la ostentación del dinero gastado. El principal indicador es
la tarjeta de crédito y la marca de los artículos que se consumen.
Como siempre ocurre con los tipos ideales, difícilmente estos mo-
dos de estratificación se den en forma pura en la realidad. Son catego-
rías que nos sirven para entender mejor lo que pasa en la sociedad, pero
en la práctica se dan en forma combinada, como veremos en seguida.
La movilidad social se acentúa al pasar de un sistema a otro, sien-
do el de castas absolutamente rígido; el estamental, algo menos rígido y
el sistema de clases sociales, tanto en razón de la acumulación como en
razón del consumo, mucho más flexible.
En los dos primeros tipos, la posición le es asignada al individuo
en razón de su nacimiento, y por lo tanto, poco importa lo que la gente
haga para subir o bajar de status; en cambio en los dos últimos estas po-
siciones son adquiridas en virtud del esfuerzo, la habilidad o la buena for-
tuna del individuo. Asimismo, en las sociedades estratificadas por castas o
La condición social
l. Las acciones sociales de tipo afectivo son aquellas en las que los sentimientos
juegan un rol determinante. Por ejemplo: un padre que no sabe nadar ve caer a su
hijito del barco en que navegan y se lanza por la borda en un intento irracional de
salvataje. Obviamente, lo racional hubiera sido alertar a la tripulación, lanzar un
salvavidas, etc. Pero actuó conforme a su primer impulso.
2. S0n l~s acciones que hacemos porque así lo indican las costumbres y los man-
datos quel nos vien.en dados desde tiempos inmemoriales.
3. Aq)lellas caracterizadas por la adecuación de medios a fines. Es la forma típica
de acción que -se supone- debiera predominar en el mundo de los negocios.
83
En los Estados negros y latinos tres secto-
res diferenciados en los que se puede percibir una suerte de renacimiento
de la estratificación por castas y el peso del apellido recuerda la estrati-
ficación estamental, aunque con la diferencia radical consistente en que
los miembros de las castas y estamentos "superiores" no son los invaso-
res sino los que se sienten invadidos. Como advierte de Souza Santos,
"el concepto de inmigración sustituye al de raza y disuelve la concien-
cia de clase. Se trata pues de un racismo de descolonización diferente al
racismo de colonización." 4 Esta situación lo lleva a concordar con
W allerstein y Balibar, para quienes el racismo europeo y americano que
actualmente está renaciendo es un nuevo tipo de racismo, pues su pre-
supuesto central no es la superioridad biológica sino, ante todo, las in-
superables diferencias culturales, "la conducta racial en vez de la perte-
nencia racial." 5 O sea que, inversamente al racismo tradicional, el actual
implica un fenómeno de etnización de la mayoría más que de etnización
de las minorías.
En América Latina conviven los cuatro sistemas de estratificación.
En algunas regiones la predominancia de la segmentación por castas o
por estamentos -siendo los miembros de los estratos inferiores los
primigenios habitantes de estas tierras o los negros traídos del África
como esclavos- genera serias disparidades y dificulta el hallazgo de so-
luciones duraderas.
Como se indica en el Esquema de correspondencias que figura al
final de este libro, la estratificación por castas y por estamentos se co-
rresponde con una forma de legitimación religiosa, un tipo de ejercicio
del poder público monárquico y/o feudal, un horizonte de sentido signado
por la adecuación y un escenario natural comunitario. La estratificación
por clases sociales en razón de la acumulación con un horizonte defini-
do por la representación y un escenario social ciudadano. La emergente
estratificación por clases en razón del consumo lo hace con el horizonte
de la reproducción y el escenario global virtual.
84
La condición social
las en
El sistema de estratificación por clases sociales en razón de la acu-
mulación es el característico de las sociedades industriales desde princi-
del s. XIX y hasta la segunda mitad del s. XX. En su forma más
pura se encuentra en aquellas sociedades nacionales con un Estado orga-
nizado burocráticamente.
El criterio por el que se pertenece a una u otra clase es eminentemente
económico. Según la cantidad de bienes que se posean, se ocupará una
posición más elevada, no siendo el cambio de roles y expectativas de una
clase a otra tan abrupto como en los otros sistemas estudiados. Dentro de
un sistema de clases, sus miembros pueden ejercer sus ocupaciones de un
modo formalmente libre, lo que las constituye en agrupamientos teórica-
mente abiertos. En su forma pura, se superan todos los otros criterios de
discriminación, como la raza, la religión, el abolengo, etc.
La mayor complejidad de la actividad comercial e industrial, la
necesidad de prever las conductas de los demás y el consiguiente recla-
mo de seguridad jurídica y de respeto a la propiedad mueble se traduce
en la necesidad de una mayor regulación jurídica de la vida cotidiana,
y en la instauración de un poder capaz de dictar la ley acorde a formas
preestablecidas e imponer coactivamente el derecho: el Estado Nacional
Moderno, como tendremos oportunidad de analizar en el próximo capí-
tulo. En paralelo, debe tenerse en cuenta que el color de la piel o el ape-
llido -elementos definitorios de la ubicación del individuo en socieda-
des estratificadas por castas o estamentos- no pueden ser robados como
el dinero o las mercancías; asimismo, estos bienes muebles van a ser
mucho más codiciados en una sociedad estratificada en clases en virtud
del plus de prestigio que otorga su posesión. Por todo ello, la ley jurí-
dica va a cobrar tanta importancia. No casualmente es a partir del siglo
XVII, con la consolidación de la burguesía como centro de la estructu-
ra social, que las ciencias naturales descubren las "leyes" del universo.
85
M. DEL PERCIO
86
La condición social
87
que la suma de los interiores de un da ciento ochenta
grados, o que la suma del cuadrado de los catetos de un rec-
tángulo es igual al cuadrado de su hipotenusa. Para saber estas cosas, no
hace falta que exista un solo triángulo en la realidad.
Bacon, en cambio, fiel al tradicional common sense británico, va a
tener cierta confianza en lo que le muestran los sentidos. Pero como sabe
que los sentidos pueden jugamos una mala pasada, propone reducir el ni-
vel de incertidumbre a partir de comparar lo que los sentidos me indi-
can a mi con lo que le indican a otros. La experiencia individual no es
una fuente demasiado confiable. Pero en cambio, sí lo es esa misma ex-
periencia repetida por varios. Para ver si la experiencia efectivamente se
repite, hace falta medirla. Es decir, de la experiencia se pasa al experi-
mento. Y en la base de la experimentación está el cálculo.
Como se advierte, más allá de que uno privilegie a la geometría y
otro a la aritmética, lo cierto es que las dos c01Tientes centrales de la fi-
losofía moderna plantean la centralidad del cálculo cuantitativo. A lo lar-
go de todo el devenir de la modernidad esto se va a ir profundizando hasta
llegar en nuestra época a su consumación, como tendremos oportunidad
de analizar, al estudiar las diferencias entre la estructura de dominación
europea y la latinoamericana.
en consumo
Jorge, gerente de marketing de una importante cadena de hipenner-
cados, gana uno de los sueldos más altos de la conocida empresa de la
que es CEO. Una vez que paga los gastos de tarjeta, el alquiler de su de-
partamento, la cuota de su casa en el country, la marina donde amarra
su yacht, el sueldo de la empleada doméstica, la cuota del colegio de su
hijo (que no es un colegio bueno, pero es caro y necesita enviarlo allí
para mantener un alto nivel de relaciones), del tapado de piel de su mujer
(y del que tuvo que comprarle a su amante para evitar problemas) entre
otros gastos, se queda apenas con lo suficiente como para llegar hasta fin
de mes. No sólo no ha podido ahorrar un centavo, sino que aún le res-
tan cinco cuotas de sus vacaciones en las Islas Seychelles, y veinte cuo-
tas del Alfa Romeo. En términos de clases sociales en razón de la acu-
mulación, Jorge es un asalariado que, lejos de capitalizarse, se ha endeu-
88
La condición social
89
M. DEL PERCIO
90
La condición social
91
un hasta de
ese crecimiento es por el endeudamiento de las de cré-
dito, que se duplicó entre 1990 y 1996. En casi todos los países miem-
bros de la OCDE se han ido reduciendo los ahorros de los hogares."
Entre 1983 y 1995, es decir en el período en que, según nuestra
hipótesis, emerge con más impulso la estratificación por clases sociales
en razón del consumo, el pasivo del ingreso disponible aumentó del 74%
al 101 % en los Estados Unidos, del 85% al 113% en el Japón, del 58%
al 70% en Francia y del 8% al 33% en Italia. En Chile y Brasil encon-
tramos incrementos similares. Sólo en 1996 el crédito de consumo otor-
gado por los bancos aumentó el 28%. Y no sólo los estratos superiores
cambiaron sus pautas de consumo: de l millón y medio de familias bra-
sileñas con ingresos inferiores a 300 dólares mensuales, dos tercios es-
tán endeudadas.
Esta situación emergente afecta de lleno al desarrollo humano, pues
"el poder simbólico del consumo volverse destructivo. Porque así
como el consumo puede crear lazos sociales, puede ser una poderosa
fuente de exclusión. Abundan los ejemplos de todas las comunidades en
toda época: Un adolescente sin zapatos de moda de una marca conocida
puede sentirse avergonzado entre sus compañeros de escuela. En las zo-
nas rurales de la India una joven puede quedar excluida del matrimonio
en los casos en que los niveles de la dote son superiores a los medios de
su familia."
Obviamente, esta exclusión se agrava en una sociedad estratifica-
da por clases en razón del consumo. La distribución desigual del ingre-
so se traduce en exclusión social si el sistema de valores de la sociedad
asigna mayor importancia a lo que una persona tiene que a lo que pue-
de hacer. Peor aún es el caso de nuestras sociedades, en las que -como
vimos- esa importancia no se asigna en función de lo que se tiene, sino
de lo que se gasta. Pues esto lleva a que "si los niveles sociales aumen-
tan más rápidamente que los ingresos, las pautas de consumo pueden des-
equilibrarse. El gasto del hogar en consumo conspicuo puede excluir ele-
mentos esenciales como los alimentos, la educación, la atención de la
salud, la atención de los niños y el ahorro para un futuro seguro." Un
interesante ejemplo lo constituyen los Estados Unidos: entre 1979 y 1989,
el 1% más rico incrementó su ingreso promedio de 280 mil a 525 mil
92
La condición social
dólares anuales.
to, haciendo cada vez más ostentación de su way of
nivel de aspiraciones de los americanos por efecto de imitación propio
de un grupo de referencia positiva. A la pregunta ¿cuánto ingreso se ne-
cesitaría para "hacer realidad todos sus sueños"? la respuesta en 1986 fue
"50.000 dólares anuales"; en 1994 trepó a 102 miL "Pero mantenerse a
la par es cada vez más difíciL Entre 1979 y 1994 las familias que for-
maban parte del 20% superior aumentaron su participación en el ingre-
so del 42% al 46%, en tanto que la parte que correspondía a cada gru-
po por debajo de ellos se redujo."
En todo el mundo, según advierten las Naciones Unidas, "las pre-
siones del gasto competitivo y del aumento del nivel social del consu-
mo se mantienen, con tendencias inquietantes que señalan que el consu-
mo de 'bienes de lujo' aumenta más rápidamente que el consumo de 'bie-
nes necesarios', y el poder social del consumo lleva a la exclusión más
bien que a la inclusión."
Además, paradójicamente, aun los que pueden consumir lo que de-
sean, caen en otra forma de exclusión y pobreza: la pobreza espiritual que
los excluye de la posibilidad de vivir una vida plena en todo sentido; in-
cluso el disfrute de las cosas a las que se accede es imposible cuando con-
tinuamente se está pretendiendo emular o superar al otro, cuando el pro-
pio deseo es deseo de lo que los demás desean, cuando la propia concien-
cia se aliena. Y no le resulta fácil al individuo sustraerse al bombardeo
pro consumista a que se lo somete desde todos los ángulos: según las es-
timaciones más conservadoras, el gasto mundial en publicidad supera los
500 mil millones de dólares.
Por cierto, cada vez resulta menos relevante el talento innato para
detectar un negocio o la capacidad de esfuerzo y sacrificio laboral, que
eran los dos elementos necesarios para ascender socialmente en el ante-
rior sistema Clasista. Menos aún importa el valor guerrero, la vida espi-
ritual o el apellido, tan relevantes en un sistema estamentaL En una so-
ciedad hipercomunicada e hiperinformada, en cambio, el más apto para
tomar la decisión correcta -en definitiva para conducir- es aquel que
no sólo dispone de la información pertinente, sino que además sabe or-
denarla y procesarla adecuadamente.
93
Pero el cúmulo de información es tan vasto, y se genera tan verti-
ginosamente, que el permanecer en posesión del mismo es absolu-
tamente incierto. Por tanto, es también absolutamente inestable el nivel
ocupacional definitorio del estrato social alcanzado. En un sistema de
clases, tanto para subir como para bajar de estrato social usualmente se
requiere un cierto tiempo; para ascender de una clase a otra, hace falta
trabajar duro y ahorrar durante bastante tiempo, y, asimismo, los aho-
rros del individuo y de su familia extensa, amortiguan la caída en caso
de descenso. En cambio, en el nuevo sistema, si un alto gerente de una
empresa multinacional pierde su trabajo, al día siguiente habrá de per-
der buena parte de los elementos que lo ubicaban, tanto en términos reales
como simbólicos, en el lugar elevado que ostentaba.
Consideremos ahora las certidumbres propias de una comunidad
ordenada estamentalmente, en la que el hombre tenía resueltos desde la
cuna las principales cuestiones de su vida: el matrimonio, el trabajo y la
relación con lo absoluto; en un sistema estratificado en clases, en cam-
bio, es cada individuo quien debe decidir con quién casarse, de qué tra-
bajar, y cómo enfrentar el problema del sentido de la existencia, la muer-
te, etc. Semejante responsabilidad conlleva no sólo la posibilidad de equi-
vocarse, sino la incertidumbre permanente acerca de lo acertada de cada
elección. La sensación de inseguridad ante el futuro pasa a ser una cons-
tante, agravada actualmente por el hecho de que por primera vez en más
de un siglo la generación en etapa productiva no tiene la certeza de que
sus hijos vayan a poder ascender socialmente aun brindándoles ciertas he-
rramientas como el estudio.
Es decir que la potencial movilidad descendente, conjuntamente con
la carencia de certezas inconmovibles, generó a partir del predominio de
una estratificación por clases sociales en razón de la acumulación, un
concepto hasta ese entonces poco usual como tema central de la proble-
mática humana: la angustia, no sólo la angustia ante la muerte que pre-
tende resolver Hegel, sino la angustia ante la vida. Vale insistir enton-
ces en que no es casual que de Schopenhauer a Sartre, la principal pro-
ducción teórica en torno a esta idea de angustia se haya gestado en el seno
de sociedades estratificadas hegemónicamente en clases sociales en razón
de la acumulación. Pero en una estratificación por clases sociales en ra-
zón del consumo, la potencialidad mucho mayor de esa movilidad des-
94
La condición social
95
cias en materia de estratificación en razón del consumo-
cede a la tarjeta de crédito se afuera de la mayor
tividades sociales. Si un neoyorquino pobre (normalmente negro o
"chicano") ahorra doscientos dólares para ver a su cantante favorito en
Broadway no conseguirá comprar la entrada si no tiene la consabida tar-
jeta. So capa de evitar el lavado de dinero y de bancarizar la economía
con los beneficios que ello trae a la comunidad, se está marginando aún
más al pobre. Asimismo, quien tiene la Burzaco Card no podrá acceder
a muchas cosas a las que sí se puede acceder con Visa o Mastercard; a
su vez, el que tiene la Visa común no tendrá acceso a cosas o lugares
donde sí puede ingresar el que tiene la Gold y éste tampoco podrá lle-
gar al nivel del que tiene la Platinum. O sea que acaece lo mismo que
en la estratificación estamental, en la que no había contigüidad de esca-
la social entre un campesino, un artesano, un conde, un marqués, un du-
que, un príncipe y un rey.
Es decir que estamos asistiendo a una suerte de "reestamentaliza-
ción" de la sociedad o, incluso, al surgimiento de formas de comunidad
similares en cierto sentido a las tribales pero atravesadas por el nuevo
tipo de vinculación que propone intemet: me refiero a las "tribus urba-
nas" en las que muchos jóvenes encuentran un modo de evadir la crisis
de identidad derivada del descripto proceso de fragmentación y licuación
de la trama narrativa que constituye a la sociedad y al individuo. Más
adelante veremos qué consecuencias tiene esto sobre los otros elementos
de la estructura de dominación que seguidamente pasamos a analizar.
Por lo general, en una estratificación por castas o por estamentos
tiende a darse una forma de ejercicio del poder público de tipo monár-
quico y/o feudal.
En principio, se trata de comunidades en las que la economía no
reconoce un fuerte desarrollo del comercio ni de la industria, pues de lo
contrario el dinero jugaría un rol decisivo a la hora de adjudicar las po-
siciones en la sociedad. Por ende, estamos en presencia de economías ba-
sadas en la actividad agrícola, ganadera y/o de extracciones de minera-
les. Es decir, de economías totalmente dependientes de la naturaleza. En
esos ámbitos el individuo tiende a ver todo como obra de la naturaleza.
Nada puede hacer para detener la llegada del frío invierno, ni para evi-
tar un granizo que le arruine la cosecha. Téngase en cuenta que una mala
cosecha, para el hombre que vive en estas sociedades, no significa irse
a la quiebra -como para el moderno productor agropecuario- sino lisa
y llanamente dejar de comer y ver cómo los adultos de su familia pasan
hambre y cómo mueren los más pequeños.
Ello genera un tipo de mentalidad proclive a aceptar todo como
naturalmente dado así. Le parecerá natural que si es negro tenga que ocu-
par un lugar inferior al blanco, o que si se llama Díaz ocupe un lugar
inferior al que se llama Borbón Palma. Por ende, le parecerá lógico que
sea la naturaleza la que decida quién va a gobernarle. Si el hijo del cam-
pesino es campesino porque así lo dispuso el hecho natural del nacimien-
to, es lógico que el hijo del zapatero sea zapatero, el hijo del señor sea
señor y el rey sea el hijo del rey o aquél que los señores elijan.
La dominación tradicional se da en virtud de la creencia en la san-
tidad de los ordenamientos y los poderes señoriales existentes desde siem-
pre. El ejemplo más claro es el de las monarquías hereditarias. En este
esquema, el que ordena es el señor, los que obedecen son súbditos, en
97
tanto que el cuerpo administrativo lo forman los servidoresº Dice Weber
que "se obedece a la persona en virtud de su sacralizada
por la por la fidelidadº" El acatamiento a las órdenes del jefe
está legitimado por la tradición, por lo que estas órdenes no apar-
tarse mayormente de lo estipulado por los usos y costumbresº Fuera de
las normas de la tradición, en cambio, se abre un amplio espacio para el
arbitrio del señor, dentro del que puede obrar conforme a su pareen
La estructura administrativa está compuesta por quienes dependen
o pertenecen directamente al señor y no son seleccionados conforme a
los principios de competencia o idoneidad, los que son ajenos a este tipo
de dominaciónº
Por cierto el término "feudal" aplicado para adjetivar esta forma de
ejercicio del poder público resulta objetable por varias razones, pero hasta
tanto no encuentre otro más adecuado lo seguiré empleandoº
98
La condición social
99
letariado hasta el de maduración de las condiciones obje-
tivas y subjetivas para que tenga lugar la revolución.
Si quisieramos establecer una periodización a fines didácticos, po-
demos decir que las tres primeras seguridades surgen en Europa a par-
tir de 1492 y van a resignificarse durante el período que va de la Revo-
lución Francesa (1789) hasta la creación de Scotland Yard (1826). En
ese lapso, surgen los ejércitos masivos (la Nación en armas), el
constitucionalismo moderno y la codificación y, finalmente, la policía
profesional urbana uniformada.
Resumiendo lo dicho hasta ahora: el ejercicio del poder público pasa
de la manifiesta arbitrariedad feudal tradicional a la encubierta arbitra-
riedad de la administración legal burocrática. Por eso, el tipo más puro
de Estado Nación Moderno es el que encontramos en el Estado de De-
recho. Su idea básica es que cualquier derecho puede crearse y
modificarse por medio de un estatuto sancionado correctamente en cuan-
to a la fonna. No se obedece a una persona sino a una norma estatuida,
la que establece al mismo tiempo a quién y en qué medida obedecer. En
este tipo de dominación también el que ordena obedece, al emitir una
orden, a una norma formalmente abstracta.
El control social está dado primordialmente por el derecho, sien-
do el jurista el encargado de legitimar la estructura de dominación. Lo
bueno y lo malo es lo legal y lo ilegal.
Designo este modo de ejercicio estatal del poder público como "mo-
derno" para distinguirlo de otras formas de Estado, como por ejemplo el
Incaico, el Azteca, el de la antigua China, el Egipcio, el Romano, y un largo
etcétera. De ningún modo acepto la noción eurocéntrica que pretende que
el único tipo de Estado es el que nace en la modernidad europea.
Asimismo, es posible que al lector atento le llame la atención que
hable de "Estado-nación", cuando seguramente alguna vez habrá leído
que "el Estado es la Nación jurídicamente organizada". Creo que la evi-
dencia histórica no permite corroborar esa definición. Al contrario, en
general vemos que, tanto en Europa como en América, fueron los Es-
tados los que se encargaron de formar las naciones a partir de la geogra-
fía sobre la que ejercían su imperio. Esto lo consiguieron muchas veces
a fuerza de represión, y siempre a través de una reelaboración de la his-
toria. No quiero abundar en esta cuestión, pero baste como ejemplo el
100
La condición social
la
Asistimos en nuestro tiempo a la crisis del tipo de ejercicio del po-
der público representado por el Estado-nación organizado burocráticamente
y por el derecho legal-formal como modo de control social. Una
primera manifestación de esta crisis la podemos ver en el cine y la litera-
tura de acción: el "malo" antes era estaba al margen de la ley (pen-
semos en el clásico "Los Intocables": el "malvado" era el fabricante y co-
merciante de bebidas alcohólicas; su conducta era reprobable porque así lo
establecía la famosa "Ley seca"); hoy, en cambio, es un psicópata que mata
porque pasó una infancia desdichada o algo por el estilo. Son la ciencia y
el periodismo los encargados de definir el bien y el mal.
101
El año 1973 marca un de inflexión: el nuevo de la
guerra árabe-israelí que motivó la crisis del la "Revolución de
los Claveles" en Portugal y la independencia de y .cvuJ'-''ªªun1
(últimas colonias europeas geográficamente relevantes por su extensión),
la aceptación por parte de los Estados Unidos de su derrota en Vietnam,
la libre flotación de las monedas como consecuencia de la desvinculación
del dólar respecto del patrón oro en 1971, el nacimiento de la Trilateral
Comission; en nuestra región el triunfo del peronismo y el golpe de
Pinochet, son algunos de los acontecimientos que fueron desencadenan-
do una serie de consecuencias que cambiarían definitivamente a las so-
ciedades y sus instituciones en todo el mundo.
En efecto, de modo concordante con el cambio en la forma de es-
tratificación social, el período que va de 1973 a la expansión masiva de
la informática y las telecomunicaciones de la década del '80 conlleva una
serie de consecuencias que obligan a reformular radicalmente el modo
en que los estados venían prestando las cuatro seguridades mencionadas.
La seguridad social: no obstante haber sido la última en aparecer,
es la primera en entrar en crisis en razón de las exigencias de produc-
ción en el marco del capitalismo tardío. Desde la aparición de la obra de
Habermas, Problemas de legitimación en el capitalismo tardío, en 1973
hasta el reciente trabajo de Robert Castel, Las metamoifosis de la cues-
tión social, mucho se ha escrito dando acabada cuenta de este fenóme-
no, por lo que no vamos a abundar aquí en ello.
La seguridad jurídica: la antigua demanda de seguridad jurídica
propia de una estratificación en clases en razón de la acumulación se am-
plía ahora a una mayor exigencia de celeridad en la administración de
justicia, lo que lleva a un incremento de modalidades alternativas de re-
solución de conflictos justiciables (arbitrajes privados, mediación, etc.).
La estructura propia del proceso judicial requiere un tiempo demasiado
largo para llegar a la resolución del caso, mientras que las nuevas tec-
nologías -especialmente las informático comunicacionales- generan
una aceleración de la vida de interrelación social. A esto se le debe agregar
que la complejidad de esas interrelaciones demanda una capacitación por
parte de funcionarios y empleados judiciales que obviamente no lo pueden
dar las facultades de derecho. Se requiere por tanto una mayor partici-
pación de otros profesionales (no sólo abogados) que permitan un abor-
102
La condición social
103
llo de las e informático-comunicacionales y su
relación con las necesidades y demandas del mercado. En la in-
de esas incrementó
Ello derivó en un aumento del '"''-"''-'1.u1-11cvv
vez- en una necesaria incentivación del consumo de con un
mayor valor agregado. Para promover este estilo de consumo conspicuo,
el mercado favorece el empleo de la De ese modo, consigue que
en el hogar haya un doble ingreso y, a la vez, que la mujer tenga me-
nos hijos. Al tener menos decrece el consumo de bienes primarios
o con escaso valor agregado (alimentos simples e indumentaria sencilla)
y crece la demanda de los bienes y servicios complejos.
Una madre de familia con ocho hijos, difícilmente pueda tener
tiempo para otra cosa más que para coser y atender a los críos,
y seguramente no podrá ahorrar como para cambiar frecuentemente el
auto, la TV o el de audio. A su vez, al insertarse la mujer de pleno
tiene más de encontrar una
pareja de su misma condición sociocultural. obviamente vale tam-
bién para el varón. El surge por el hecho de que no sólo el
varón o la mujer solteros tienen mayor acceso a potenciales parejas, sino
que también lo tienen hombres y mujeres casados. Naturalmente eso in-
crementa las posibilidades de formar una nueva pareja cuando la actual
no satisface las expectativas de alguno de los esposos.
Asimismo, las complicaciones que acarrea una estmctura como la
familia tradicional en orden a las exigencias del nuevo mercado de tra-
bajo, disuaden a muchos jóvenes de la idea de vivir en pareja. Sumemos
que ya ni la industria ni los ejércitos requieren las cantidades ingentes de
hombres que requerían desde la revolución industlial y hasta los ochen-
ta; por tanto, dejan de ser socialmente condenadas las prácticas sexuales
no reproductivas. Homosexualidad, masturbación, control de natalidad,
etcétera, son comportamientos cada vez más aceptados, especialmente en
los conglomerados urbanos complejos.
Todo lo que acabamos de describir plantea un quiebre en las for-
mas tradicionales de concepción de la familia. Precisamente la versión
burguesa de organización familiar ha sido por antonomasia el ámbito de
transmisión de la idea de respeto a la ley.
104
La condición social
o
o el taxista. Muchas veces, también cambiar de
dad o incluso de país. Sabido es que, en gran la se
construye a de la mirada de los demás. Pero cuando "los demás"
pareja, los vecinos, los compañeros de
te, se dificulta la construcción de una ~'"''".'""
Ahora bien: veamos qué pasa con Pablo, un chico que a los cator-
ce años: a) ya cambió tres veces de barrio o de ciudad y de colegio,
su madre ya cambió más de una vez de y ni ella ni su actual com-
pañero tienen c) vive en un en el que el Estado no se hace
cargo de darle a ninguno de ellos un seguro de desempleo, que no brin-
da servicios eficientes de salud y no garantiza la educación de calidad ni
la seguridad ciudadana y d) está inmerso en un contexto social u'"''"'~·~
por una altísima exigencia de consumo, en el que si no tiene las
llas marca Nike, no consigue que su vecina Carolina-cuyos padres tam-
bién son desempleados- le una mirada. ¿Es de extrañar
que Pablo busque en una violenta la contención y el reconoci-
miento que no encuentra en otro lado? ¿Es de extrañar que Pablo
que lo importante es tener bienes materiales sin cómo se consi-
gan? No. Lo que sí es de extrañar es que tantos chicos en la situa-
ción de Pablo que respetan la vida, la honra y la de los demás.
La tendencia a apoderarse de lo ajeno es natural en una sociedad que
plantea el consumo como pauta básica de estratificación, en el marco de
la disolución de las estructuras de contención y de transmisión de la no-
ción de respeto a la ley vigentes durante la modernidad: familia
biparental monógama constituida "hasta que la muerte los , ve-
cinos y compañeros de trabajo estables. La consecuencia obvia es un in-
cremento de la propensión al delito de todos los sectores sociales,
vilegiando la violencia física los de abajo y la violencia simbó-
lica o intelectual los de arriba.
105
M. DEL PERCIO
104
La condición social
105
social. Estados Unidos enfrenta la cuestión creando más cárceles y lle-
nándolas de negros. Europa subsidia al agro ese modo evita grandes
migraciones hacia las y al desempleo. América Latina eligió
una estrategia distinta: tiene fuerzas de seguridad mal remuneradas, con
lo que sus cuadros tienden a de los sectores más carenciados;
éstos detienen a otros pobres que a su vez roban a otros pobres (pues los
ricos tienen custodias y viven en barrios con seguridad privada) y van a
parar a cárceles, donde son vigilados por miembros del servicio peniten-
ciario que también ganan magros sueldos. Allí aprenden a delinquir mejor
y a odiar a una sociedad que es incapaz de brindarles ninguna esperan-
za de futuro. Mientras tanto, los mismos sectores medios y altos que viven
de la exacerbación del consumismo, delegan toda la responsabilidad en
materia de seguridad en el sistema penal. Cuando es afectado alguno de
los miembros de esos estratos superiores, lo único que atinan a hacer es
exigirle al Estado el endurecimiento de las penas e inculpar a esa mis-
ma policía mal pagada y mal tratada por no haber brindado la seguridad
sufíciente9 .
9. La liviandad con que suele tratarse en los medios el problema de la seguridad y
de su relación con el desempleo, amerita que hagamos acá un largo excursus. En
efecto, un espectador desprevenido, que hubiese ido asiduamente al cine el verano
de 2006, pudo haber inferido que el desempleo genera delincuencia. En Las locu-
ras de Dick y Jane, Dick y Jane (Jim Carrey y Tea Leoni) están enamorados y
viven el típico "sueño americano", hasta que el sueño se convierte en pesadilla.
Dick había sido ascendido a vicepresidente de una empresa, pero la compañía para
la que trabajaba quebró, dejándolo a él y a miles de personas sin trabajo. Dick y su
fanúlia pierden todo lo que habían conseguido hasta el momento, por lo que la pareja,
harta de cumplir con las normas, decide robar para no ser despojada de su hogar.
En buena compañía también aborda una problemática similar. Dan Foreman (Dennis
Quaid) era un veterano y reconocido jefe de ventas publicitarias de una revista deportiva,
hasta que la compañía de la que depende es comprada por una megacorporación y
queda entonces bajo el mando de un jovencito tan inexperto como supuestamente
"eficiente". Más allá de lo mediocre del film, su relativo éxito de taquilla en el mundo
muestra la preocupación de la gente por esta temática.
Mucho más ácido es el último film de Costa Gavras: La Corporación. A diferencia
del sabor que quedaba tras ver sus recordadas realizaciones Zeta y Estado de Sitio,
esta vez no hay mayor lugar para la esperanza de mejorar el mundo, ni el sistema,
ni nada. Bruno Davert, ejecutivo de una importante papelera francesa, se queda sin
empleo al igual que decenas de sus compañeros en medio de una "reestructuración
empresarial". Tras dos años de tratar por todos los medios de reinsertarse en el
106
La condición social
107
Esto
1) afectando las instancias más altas de decisión OJV•nn-u
del financiamiento de amenazas de cum-
ciérto y, en los casos extremos, de infiltración lisa y
A 0 n~.~nr0A nJl¡.>~j·C)~ claves con del crimen
organizado;
2) condicionando las relaciones entre estados, ya sea a de la
exigencia de colaboración (como entre los Estados Unidos y
Colombia) o generando sospechas que afectan la natural fluidez
de estas relaciones (es el caso de la preocupación de Rusia por
la creciente interrelación entre su mafia vernácula con los
cárteles de Colombia y con la tradicional mafia italiana, o de la
intranquilidad de muchos de occidental por el trá-
fico de materiales radiactivos montado por estructuras delictivas
de la ex-Unión
108
La condición social
109
por las fundamentalistas
subyacentes en la totalidad de los nucleamientos
neoterroristas, desde las milicias ultraderechistas de los Estados Unidos
hasta los grupos violentos islámicos.
Por otro lado, las facilidades de acceso a la las
consecuencias de la utilización de nuevas tecnologías para la producción
de bienes y servicios (que toman anti-económica la mano de obra escla-
va), sumadas a la imposibilidad institucional de establecer formalmente
un nuevo "apartheid" (último sistema de castas institucionalizado), ha
transformado en genocidio lo que en otros períodos de la historia hubiese
derivado en la esclavización de los derrotados.
Veamos algunas cifras que avalan lo dicho. Mientras que en todos
los conflictos bélicos anteriores a 1990 las bajas civiles habían sido de
aproximadamente el 5% del total, el promedio del decenio fue del 90%.
En virtud de los nuevos armamentos, particularmente del uso indiscri-
minado de minas terrestres y de bombas de fragmentación antipersonal,
así como por la proliferación de armas ligeras de gran poder letal, en la
década del '90 murieron en conflictos armados 2 millones de niños, han
quedado discapacitados de 4 a 5 millones, y 12 millones más han que-
dado sin hogar, más de un millón han quedado huérfanos o separados de
sus padres y unos 10 millones han resultado traumatizados psicológica-
mente. No tenemos cifras confiables acerca de las víctimas civiles en
Irak, pero todo hace sospechar que, de contarse con ellas, se
incrementarían dramáticamente estas tendencias estadísticas.
Estrechamente vinculado a esta cuestión aparece el problema de la
privatización de los ejércitos, merced a la "tercerización" del empleo de
la violencia militar en empresas de servicios mercenarios. Según afirma
Adalberto Agozino, en su obra Megatendencias en Seguridad Interna-
cional, "estas empresas crecen incluso a un ritmo mayor que las empre-
sas de Internet o las de biotecnología". Entre otros factores, ello se debe
a que "la tercerización de los conflictos permite a los gobiernos eludir las
limitaciones que les imponen sus propios pueblos, las disposiciones del
derecho humanitario y la presión de la opinión pública internacional, des-
plazando su responsabilidad sobre las acciones militares y eventuales vio-
, laciones a los derechos humanos sobre empresas privadas y aprovechan-
1
do para ello las falencias que presenta la legi~lación internacional."
' 1
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La condición social
Castas
Monárquico y/o Feudal
Estamentos
Clases sociales - Acumulación Estado-nación moderno
Clases sociales - Consumo ?
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M. DEL PERCIO
112
La condición social
115
Para la teología moral el eje de la ética por el
cumplimiento de las exigencias de la justicia. Se entendía la justicia, si-
guiendo la clásica definición de Ulpiano, como "la constante y perpetua
voluntad de dar a cada uno lo suyo". En una sociedad estratificada
estamentalmente, esto no ponía en riesgo la paz social, pues el campe-
sino consideraba que si la naturaleza o Dios decidieron que ese era su
lugar nada había de problemático en ello. Era vivido como algo tan na-
tural como el hecho de que el hijo del conde debía ser conde y el prín-
cipe habrá de ser el próximo rey. Es decir que cada uno tenía lo suyo y
todos vivían conformes con lo que tenían. Esta relativa calma era cada
tanto quebrada por movimientos generalmente de inspiración quiliástica,
pero en general se mantenía. De la misma manera se mantenía -y man-
tiene- la calma en otras sociedades estratificadas por castas o estamen-
tos en diferentes lugares del orbe. La India brahmánica constituye uno
de los ejemplos más claros. Pero con el advenimiento del capitalismo la
pertenencia a uno u otro estrato social no estará dada por la naturaleza
sino por la propia capacidad de hacer más dinero. Y al burgués no le va
a interesar ni una justicia, para la cual el noble debe ocupar un lugar pre-
ponderante por llevar un apellido ilustre, ni una justicia que establezca
que hay que darle lo suyo a cada uno, incluyendo la paga de los emplea-
dos de su comercio o de su taller.
A partir de entonces a los tres órdenes les habrá de resultar funcio-
nal dejar de hablar de la justicia como el eje de la moral. A los nobles
y monarcas, para que los burgueses no les discutan su liderazgo políti-
co; a los burgueses para que los obreros y empleados no reclamen sala-
rios justos y a las iglesias porque advierten que van a perder la potestad
de conseguir el acatamiento social universal de su definición de lo que
es justo. Por ende, la idea de justicia se va a ir reduciendo a la noción
de derecho. Cuando Occidente se acerque a los tiempos de la moderni-
dad consumada, el positivismo jurídico consagrará la reducción defini-
tiva: la idea de justicia no será más que un concepto mágico-religioso y
el derecho será reducido a la ley positiva.
Monarcas y burgueses ganan con la idea de que la regulación de las
conductas públicas y las instituciones sociales quede a cargo de la ley.
Pero no ganan las jerarquías religiosas. Paulatinamente, la ley irá defi-
niendo lo bueno y lo malo a nivel público. Claro que la ley vale para
116
La condición social
117
en la Summa contra para la tradición bíblica el mun-
do material fue creado por a cada paso de la creación con-
templaba su propia obra y se complacía en ella. La fórmula vio Dios
que esto era bueno" se repite constantemente en el capítulo del
Génesis. En cambio, es el espíritu de la creatura el que puede hacer el
bien o el mal. Pero así como para la sabiduría tradicional se debe bus-
car en todo la presencia del principio masculino y del femenino (el yin
y el yan de los orientales es un buen ejemplo de esto), para los griegos,
al menos a partir del siglo VI a. lo masculino debe primar sobre lo
femenino. Esta concepción pasará de Grecia a Roma y luego, con la caí-
da del Imperio, progresivamente irá retomando su lugar hegemónico
hasta el punto de que Dios mismo va a ser visto como varón, contraria-
mente a lo expresado en Génesis 1, 27: "Dios creó al ser humano a su
imagen, a imagen de Dios lo creó, macho y hembra lo creó". Es decir
que Dios, para la Biblia, es en sí mismo macho y hembra. 11 Para la tra-
dición judía no se puede escindir a Y ahvé (masculino) de su espíritu, en
hebreo la Ruah, así, en femenino.
Posteriormente el cristianismo habrá de incorporar la noción trini-
taria de Dios. Entonces junto con el principio masculino de Dios Padre
y femenino de Dios Espúitu Santo aparece un nuevo principio mascu-
lino con Dios Hijo. Para recuperar el equilibrio perdido entre lo mascu-
lino y lo femenino, aparece María como madre virgen de Dios. Según
el relato de Lucas, tras el anuncio del ángel que le dice que concebirá y
dará a luz un hijo, María le pregunta cómo será eso posible "pues no co-
nozco varón". El ángel le contestó: "El Espíritu Santo (o sea la Ruah,
lo femenino) vendrá sobre ti y el poder del Altísimo (o sea el Padre, lo
masculino) te cubrirá con su sombra; por eso el niño que nazca será santo
y llamado Hijo de Dios (o sea, otra vez lo masculino)". Para retomar al
cuaternario primordial hace falta recuperar el equilibrio entre lo mascu-
lino y lo femenino. Esa es la razón principal por la que María debe con-
cebir virginalmente.
118
La condición social
13. No es este el lugar adecuado para desarrollar la intuición expuesta, entre otros,
por Gilbert K. Chesterton acerca de la modernidad como la revancha de Agustín
sobre Tomás. No obstante, es importante hacer alusión acá al hecho de que partien-
do de las ideas de Agustín se deduce que el Estado es una consecuencia necesaria
del pecado original; en virtud de la naturaleza caída, la vida social requiere del gobierno
y de un poder público superior, pero en sí mismo el Estado no es algo bueno sino
que es un mal necesario, identificando, en última instancia, al poder político con el
poder coactivo. Por eso, las ideologías típicamente modernas (liberalismo, marxis-
mo y anarquismo) van a compartir la visión del Estado como algo en sí mismo
malo, al que habrá que controlar, reducir o eliminar. En cambio, si se arranca de
Tomás, se concluye que el Estado es una institución de orden natural, que actúa
como regulador de la vida social, con prescindencia del pecado original. Un acaba-
do estudio de estas cuestiones se encuentra en la obra de Sergio Castaño, Defensa
de la política.
La condición social
121
M. DEL PERCIO
122
La condición social
e
No solamente la ideología en sentido -tal como venimos
trabajando acá este concepto- es el sustituto laico de la religión. Tam-
bién le compete ese carácter a la ciencia. De hecho, como bien explica
Paul Ricoeur en Ideología y Utopía, no hay una división tajante entre
ciencia e ideología. Todo saber científico, y esto vale particularmente
para las cieneias sociales, descansa sobre un sustrato ideológico, lo se-
pan o no lo sepan los cultores de una ciencia pretendidamente aséptica.
Recíprocamente, la racionalidad tecnocientífica se convierte en fundamen-
to de legitimación de las propias ideologías. Esto está suficientemente
explicitado no solamente en la obra de Ricoeur y de la hermenéutica en
general, sino también por parte de la Escuela de Frankfurt y, especial-
mente, por Habermas, su más conspicuo heredero, por lo que no vamos
a detenemos en esta cuestión.
En cambio, conviene analizar aquí otras consecuencias de esta sus-
titución de la religión por la ciencia y, más específicamente, por la téc-
nica. Es evidente que no es la técnica la que genera una forma de ver el
mundo, sino que es esa forma de ver el mundo lo que da lugar a la era
de la técnica. Como señala Heidegger: "El emplazamiento fundamental
de la modernidad es el 'técnico'. Dicho emplazamiento no es técnico
porque haya máquinas de vapor y posteriormente motores de explosión,
sino al contrario: si hay cosas tales es porque la época es 'técnica'. Eso
que llamamos técnica moderna no es sólo una herramienta, un medio en
contraposición al cual el hombre actual pudiese ser amo o esclavo; pre-
viamente a todo ello y sobre esas actitudes posibles, es esa técnica un
modo ya decidido de interpretación del mundo que no sólo determina los
medios de transporte, la distribución de alimentos y la industria del ocio,
sino toda actitud del hombre en sus posibilidades; esto es: acuña previa-
mente sus capacidades de equipamiento".
A continuación veremos algunos de los múltiples factores que fue-
ron convergiendo para gestar esa actitud del hombre moderno o, dicho
en otros términos, esta cultura de la técnica.
Acordando con Weber, dice Trías en Pensar la religión: "toda cul-
tura remite, sobre todo, a una raíz cultual". Atención: Trías habla de
"culto" y no de religión en general. Antes de ver qué relación guarda
esto con el avance y tecnocientífico de los
es menester aclarar el por de esta distinción.
este punto quiero rnmper una lanza a favor de la filosofía de la religión
de Hegel. En ésta se piensa que lo que proporciona especificidad al he-
cho religioso es, precisamente, el culto; de forma que no haber
religión si tal culto deja de existir. El culto religioso, con toda su pro-
fusión ceremonial y constituye la dimensión ineludible de la re-
ligión, aquello que concede ser y sentido a todos los demás ingredien-
tes que constituyen el hecho religioso (sus componentes doctrinales, por
ejemplo)." En la modernidad, el tiempo de la "gran ocultación de lo di-
vino", lo sagrado y su manifestación cultual no queda aniquilado, sino
inhibido. Por ende, subsiste en el inconsciente cultural e histórico y está
siempre presto a retornar, si bien de forma alterada y modificada.
¿A qué viene este preámbulo? A fundar la siguiente afirmación: el
sacramento, como centro del culto católico -y más específicamente la
transubstanciación- plantea una pervivencia de la razón simbólica que
conspira contra el pleno desarrollo de la razón técnica. En cambio, para
el protestantismo el sacramento tiene un carácter meramente representa-
tivo, como veremos con más detalle al estudiar los distintos horizontes
de sentido. Por eso, como sugiere Pérez Herranz, en los países donde
predomina la religión cristiana reformada, la razón, al perder el lazo que
la reenvíe a otra realidad, se dirige más fácilmente hacia el weberiano
desencantamiento o desmagización del mundo.
En efecto, los sacramentos conservan un fuerte carácter simbólico
en cuanto sugieren que la celebración adecuada de un ritual genera efec-
tos merced a un reenvío a una realidad de orden sobrenatural. Se entiende
que las palabras operan directamente sobre las cosas, no en el sentido del
discurso performativo, sino en forma sustantiva, casi "mágica". Una vez
que el celebrante pronuncia las palabras rituales exactas, queda bautiza-
do el niño, ordenado el sacerdote o absuelto el pecador. El caso más evi-
dente es el de la Eucaristía: si el sacerdote pronuncia las palabras correctas
de la consagración, el pan ázimo de la hostia se convertirá en el cuerpo
de Dios y el vino en Su sangre. No hay relación de causa a efecto ni de
medio a fin en un sentido técnico en el que la conexión causal es cono-
cida y explicable. En la transubstanciación el católico está frente al
Misterium Fidei por antonomasia. En cambio, para el protestante, la ce-
126
condición social
127
M. DEL PERCIO
128
La condición social
129
la los elementos conforman el cocktail que dará a
la técnica moderna.
En el V~"·"""~· al analizar las diferencias entre las estrnc-
y Latinoamérica se retoma la cuestión.
Antes resulta interesante un.•np;i:u pasa con el modo en que la cien-
cía se ve a sí misma.
Como hemos señalado una de las características más
del VC. .HCU.Hü;CHV ~~·,,·-·v .. del hacia el aho-
rro y la acumulación de la Para fortalecer y acelerar el proceso
de y acumulación de el celebró desde el
inicio mismo de la modernidad una sólida alianza con la "ciencia nue-
va", la que le hubo de "saber para prever y prever para poder",
la frase de basada a su vez en Bacon.
Este acuerdo entre ciencia y contó con la bendición de
se dedicaron a fundar academias o sociedades reales,
de fomentar los avances científicos que en tuvieron
~,_,,_,V,WHJH,.U en el campo militar. A su vez, recordemos que
modernos en buena medida la función de abrir
nuevos mercados a lo y ancho de todo el !-'"'"~··~·
Esta entre ciencia y mercado lleva a pensar que debe exis-
tir un vínculo entre la de la ciencia y las características que
el mercado a lo del devenir del Por eso,
del de acumulación
~v,.,~,,~~ Guerra tanto
,_,,v~v""""'~"'V".iv"w comercial (siglo XVI a fines del si-
uv''"''"" industrial (fines del XVIII a mediados
sido vista como eminentemente acumu-
la idea dominante desde Galileo hasta
de que el progreso del saber científico es semejante a la constrnc-
ción de una a la que se le agrega una hilera de ladrillos sobre otra.
En la mitad del XX adviene la etapa del capitalismo
de consumo. entonces la necesidad de segmentar correctamente el
mercado para no cometer errores en el de mercancías a producir ni
en el a emitir para cautivar al segmento elegido. La
~~···~'~" en este campo se paga con el fracaso. Si se un au-
de audio o una heladera para la clase alta y el pro-
130
dueto no
difícilmente lo
ñales w''"""''""·"' en mer-
cancía característica HHUF,;cuuuvy los códi-
gos de la clase alta UHUUvHLv las ventas se-
rán catastróficamente En esta
sario pueda repetir la humorada de Ford de que cada cliente
su auto del color que desee ... a condición de que sea negro.
Pero con la c1isis de la estratificación por clases sociales en razón
de la acumulación sobreviene también la crisis de esta acu-
mulativa de la ciencia. En cuando en los afi.os sesenta se entrevé
la crisis de esa forma de surge con Thomas Kuhn el
mer cuestionamiento radical a la visión de la ciencia como acumulación.
La idea de acumulatividad de saberes es por la de "revolu-
la comunidad científica elabora una
dentro de la cual las
~•uun.-u de
131
No es difícil advertir la relación existente entre esta formulación del
paradigma y las ideas de target o de de mercado, con sendas
"completitudes", "legitimidades" e "inconmensurabilidades".
Pero los niveles de fragmentación social a los que se llega con la
estratificación por clases en razón del consumo hacen caducar el concepto
de segmento de mercado, e incluso el más restringido de "nicho". Y a no
se produce el automóvil para la clase media o el televisor para la clase
baja. Se trata de fabricar el auto que necesita la arquitecta de treinta y
cinco años casada, con dos hijos, que vive en un barrio cerrado y traba-
ja en el centro. Las posibilidades de adaptación que permiten las nuevas
tecnologías, particularmente en materia de diseño, son casi ilimitadas. A
su vez, la proliferación de medios de comunicación de toda índole en los
cuales publicitar una gama infinitamente variada de mercancías (compá-
rese los cuatro canales de televisión que veíamos de chicos, los nacidos
en los sesenta, con los casi cien que tenemos hoy, el celular e internet
como vehículos publicitarios, el marketing etcétera) contribuyen
a fortalecer la tendencia a la hiperindividualización del consumidor. Esto
encuentra su correlación teórica en lo que Lyotard ha dado en llamar la
"crisis de los grandes relatos". En el campo de la epistemología eso se
traduce en la crisis de los paradigmas aún vigentes, tanto en ciencias fí-
sico-naturales como en el área de las ciencias sociales. Hasta tal punto
llega esa crisis, que desde la publicación del Tratado contra el Método
de Feyerabend a mediados de los setenta, nada se ha escrito con la ori-
ginalidad y relevancia que tuvieron los grandes epistemólogos como los
citados Popper, Kuhn, Feyerabend o como Althuser o Lakatos.
A la luz de todo esto, es evidente que también la noción de "incon-
mensurabilidad" merece ser reformulada, pues si no hay diálogo posible
entre paradigmas no puede haberlo tampoco entre culturas, lo que en las
presentes condiciones de la humanidad sería sencillamente terrible. Con-
dición necesaria para esa reformulación es un profundo replanteo de los
conceptos de identidad, universalidad, inteligibilidad y necesidad. Pase-
mos, pues, a estudiar las diferencias entre los paradigmas europeos
(esquematizado en el cuadro) y latinoamericanos.
132
La condición social
Castas Monárquico
Religiosa Hasta 1492
Estamentos y/o Feudal
133
M. DEL PERCIO
14. Kusch, R., El pensamiento indígena y popular en América. Buenos Aires: Hachette,
1977, pp. 25 a 35. Es recomendable leer todo el capítulo en el que, a partir de esta
anécdota -tan familiar por otra parte a los que hemos trabajado en tareas de pro-
moción humana- lleva a Kusch a reflexionar profundamente sobre la naturaleza
del conocimiento occidental y su implicancia en la incomprensión fundamental de
la mentalidad propia del hombre de la aurora.
134
condición social
135
Esa curiosa fuerza que puso el abuelo al indiferente ante la
sugerencia de los del gmpo, al "reducir nuestros ofrecimientos a la nada",
es un modo de negar que haya habido eso que los occidentales llaman
evolución. "Y es inútil -continúa Kusch- que digamos que los cuatro-
cientos años de dominio colonial primero, y después lo han
llevado a él, a ese plano. Él también nos podría preguntar a su vez, ¿qué
han logrado ustedes en estos cuatrocientos años? ¿Acaso dominan real-
mente la realidad? Y tendría razón. Al fin de cuentas no hemos resuel-
to un problema de conocimiento sino un problema de administración.
Sólo hemos administrado los conocimientos europeos ( ... ) y oficinas,
objetos y profesionales crean la posibilidad de encontrar nuestro equili-
brio. Pensamos que todo eso pertenece a una épica de la humanidad, pero
con ésta tenemos poco que ver. Sólo la usamos."
El abuelo, en lugar de confiar en una oficina pública, prefiere en-
comendarse a sus dioses, celebrar sus rituales de lluvia y acudir
a la huilancha y la Gloria Misa. En ese sentido, los rituales y la bomba
hidráulica son equivalentes. Obviamente la bomba hidráulica será más
eficaz para regar las tierras que la hui/ancha. Para una persona educada
en la tradición de la racionalidad occidental, basada en la constante ade-
cuación de medios a fines, cualquier otro inodo de actuar o de entender
las cosas, es lisa y llanamente una forma de ignorancia. Se trata de ir a
la oficina y tramitar la compra de la bomba. ¿Pero la búsqueda de la efi-
cacia técnica vale el sacrificio de todo lo demás? Como reflexiona Kusch:
"Nuestra referencia era un poco más impersonal: una simple oficina. La
del abuelo, en cambio, era personal. Un ritual compromete al hombre,
la oficina, no. El remedio propuesto por nosotros dependía de la mane-
ra impersonal del técnico para colocar la bomba. Ahora bien, a los efec-
tos de justificar una vida, ¿qué era mejor? ¿Usar formas que comprome-
tían mi yo o las otras que no lo comprometían?"
Lo que en realidad ocurre es que no es el problema del indio lo que
se quiere resolver, sino el nuestro. "En esto se vislumbra la crisis, ya no
del indio, sino la nuestra. El abuelo removía su intimidad en la realiza-
ción del ritual, pero no aprovecha la solución externa. Nosotros nos vol-
víamos a casa a disponer lo que la civilización nos ha brindado, pero di-
fícilmente íbamos a remover nuestra intimidad. No la conocemos por
otra parte."
136
La condición social
15. O, como dicen algunos, "subdesarrolladas". Omito el uso de este término, pues
nunca entendí para qué complicar las cosas agregando el prefijo sub al prefijo des,
cuando decir que lo que no está des-arrollado está an-ollado es más simple y se
ajusta más exactamente a la realidad. Por eso propongo distinguir entre países de-
sar:ollados y países arrollados.
137
que no se estudiaº Particulannente llama la atención en los
de de los organismos fundaciones u
escasa referencia que se encuentra a este sustrato cultural y a su matriz
cultual-religiosaº En partir de la premisa de que la
racionalidad propia de la tribu más extraña de la que es la
tribu occidental moderna, es la única racionalidad posibleº Una raciona-
lidad que da por supuesto que la producción y el consumo son el fin úl-
timo de la existencia humanaº
Difícilmente pueda el marxismo más ortodoxo explicar el carácter
absolutamente intrascendente y secundario del desarrollo de las fuerzas pro-
ductivas en los pueblos del inicio de nuestra historiaº En palabras de Clastres:
"De todo esto resulta que el marxismo no puede pensar la sociedad primi-
tiva porque ésta no es pensable en el marco de su teoría de la sociedadº" 16
Claro que esta critica no es aplicable al marxismo en su formulación lati-
noamericana, como es el caso de Mariátegui, ni al marxismo más lúcido que
ha sabido superar las limitaciones propias de toda ortodoxiaº
Tampoco la economía liberal puede entender cabalmente por qué es-
tas sociedades no sólo no están interesadas en producir excedentes, sino que
su economía funciona por debajo de sus posibilidades efectivasº Siguiendo
con Clastres, para estas escuelas económicas no es comprensible que exista
una sociedad que asigne estrictos límites a su producción y que cuide de no
franquearlos con el fin de evitar que la producción escape a las necesida-
des estrictas de la sociedad y se vuelva contra la sociedad mismaº
Señala Regnasco, comentando a Sahlins, que "estas economías son
subproductivas: no usan plenamente su capacidad técnica, y muchos re-
cursos naturales permanecen sin explotarº Este fenómeno exaspera a los
economistas, acostumbrados a manejar los criterios de eficiencia, produc-
tividad y rendimiento propios de las economías de mercadoº El recono-
cimiento de que esta subproducción es deliberada, que no se debe a una
deficiencia de los medios de producción, sino a un proyecto de vida, quie-
bra el esquema de la economía clásica y la teoría del hombre que la fun-
damentaº°"17 Frente a esta incomprensión, los consultores de las ONGs y
138
La condición social
139
se denomina termina por hacer escasos los bienes esen-
ciales (espacio, aire, agua) no es por azar, sino por una lógica pro-
funda que debe conducir hacia conflictos incomparablemente más
duros que los conocidos por la historia hasta el presente.' 19
19. Domenach, J. M., El mito del desarrollo. Barcelona: Kairós, 1977, p. 25. Ci-
tado por Regnasco, M. J., op. cit., p. 91.
20. Regnasco, M. J., Ídem.
140
condición social
141
sutilmente elementos
""H"''~"''U y afroamericanas por lo que asumen una
distinta de los sectores que reconocen sus raíces en
Razones de cortesía para con el lector me limitar drásti-
camente el que merecería una detallada de la temá-
tica Como en la espero que llegue
a leer este libro hasta el final. En a ese alguien, reduciré el es-
tudio a factores que incidieron en la formación del urbanita que
no están tan desarrollados como otros en la en li-
brerías y bibliotecas. Por eso, se abordarán solamente algunos elemen-
tos de la modernidad y de esos elementos analizaré apenas los
asrJecws más salientes. Con lo cual dadas las condiciones para que
ore~teriae ser un marco analítico se transforme en una mera cari-
v01.uucv. dada la que el tema tiene para la com-
creo que vale la pena correr el riesgo. En
trataré de violando -como vengo haciendo en las últi-
la promesa de reducir al máximo las notas al pie. Los
"''"''ªc'-v" que acá se contienen resultar excesivamente complejos, es-
al lector no familiarizado con los estudios de Filosofía y de
Sociología. Por eso, es de esperar que las citas en lugar de entorpecer, fa-
ciliten la lectura y, la ulterior reflexión sobre estos temas.
Con podemos afirmar que la modernidad se caracteriza
como el proceso de racionalización y formalización de todos los aspec-
tos de la vida social; en particular, del lenguaje, el derecho, la moral y
la ciencia. 22 Otros pueblos han conocido la medicina, la astronomía, han
producido excelentes reflexiones en torno a la política o a la ética y han
generado importantes legislaciones. Sin embargo, solamente en Occidente
se sistematizó racionalmente el conocimiento de cada una de esas áreas. En
otros términos, podemos definir a la modernidad como el fenómeno occi-
dental caracterizado por el paso de la razón simbólica a la razón formal. 23
22. Claro, también el arte participa de este proceso, pero de otro modo y con otros
tiempos. La pervivencia de lo sagrado en el "aura" hasta la época de la reproductibilidad
técnica, tal como explica Benjamin, complejiza demasiado el asunto como para poder
abordarlo en estas breves líneas.
23. Así se infiere de la obra de Trías, en especial: Pensar la religión. Barcelona:
Destino, 1996.
142
condición social
estos factores:
la metafísica de la
,,,.,,v,,~,.,-u.v-, la cues-
a a Freud y, en de-
a para que vuelva a ponerse en entredicho
la existencia de un yo autosuficiente. Ese yo ese
sujeto moderno por se considera
mismo que considera la realidad toda como intrínsecamen-
te inteligible. Todo tiene un porqué. Si algo aparentemente no
lo tiene, es porque "todavía" no se lo ha descubierto. 24 Pero para
conocer esa no hace falta más que el uso correcto de la
razón. Es un uso racional de la razón. Y como la mate-
mática es el más racional de los conocimientos, "no hay duda de
que a las matemáticas corresponde el primer lugar entre las cien-
cias" dirá Clavius, el autor del libro de matemática con el que
se formó Descartes; éste dará un paso más, suponiendo que la
matemática es la única base cierta de todo conocimiento posible.
Y la matemática se cierra plenamente sobre sí misma. La propia
geo-metría deja de ser mensura de la tierra. Ocurre que sólo el sujeto
es necesario. Y el sujeto es pura res cogitans; todo lo demás, aún
el propio cuerpo, es contingente: madurez de la formalización.
c) De Jerusalén llega el Cristianismo, que en Europa Occidental será
claramente cristocéntrico, a diferencia del Cristianismo trinitario
de Europa Oriental. La centralidad de la figura de un Dios en-
camado plantea innumerables consecuencias. Acá sólo señalaré
una: la materia no es vista como algo malo en sí misma. Se ge-
nera una confianza en el trato con el mundo material que abre
el camino para una visión distinta a la tradicional en el campo
de la ciencia y de la técnica. Por otra parte, la concepción judeo-
cristiana de la creación ex-nihilo de la materia, frente a la no-
ción griega de la eternidad del cosmos, unida a la idea del hom-
bre asociado a Dios como una suerte de co-creador, potencia este
espíritu favorable a la indagación científica. De todos modos, será
con el protestantismo -como hemos visto al hablar de ciencia
y legitimación- que el pensamiento tecnocientífico encuentre un
terreno ideal para su desarrollo. Finalmente, baste con efectuar
una simple mención de la importancia del cristianismo para cons-
24. En orden a pensar una superación de esta metafísica del sujeto que vaya más
allá del mero escepticismo de algunas corrientes posmodernas y posmetafísicas,
resulta insoslayable el aporte de Manuel Reyes Mate, en especial en su Memoria
de Occidente. Actualidad de pensadores judíos olvidados. Barcelona: Anthropos,
1997. Más breve, pero igualmente sugerente: Scannone, J. C., "Dios desde las víctimas",
en AA.VV., Márgenes de la Justicia. Buenos Aires: Altamira, 2000.
144
La condición social
145
a la que en el fondo no le fascina
esa clase la reconozca como su rPr1rP,,,_.,.
constituye un poco estudiado a la hora de el surgi-
miento conjunto de la tendencia a la del hombre y de la
tendencia a reducir a la persona a mero recurso
engranaje del sistema. Mas ya es hora de volver a lo
cio de esta ponencia: la génesis de la modernidad hispánica.
De la mano de Femando de de El Príncipe, la
obra de que marca el inicio de la modernidad en la reflexión
política, se van a dar cita a) el talante burgués de su Barcelona con
la metafísica de la sustancia en su elaboración altamente formalizada por
la escolástica tardía y c) el cristocentrismo católico de Isabel y Cisneros.
Esta conjunción incide concluyentemente para que en 1492 Espa-
ña decida su peculiar modo de ser moderna con la expulsión de los mo-
ros y judíos, la gramática de y el descubrimiento de América.
Obviamente el como ideología a
amalgamar las distintas nacionalidades que el Imperio no fue
una estrategia estrictamente moderna. Entre otros, Constantino y
Clodoveo ya lo habían hecho. Sin embargo, en el caso español la into-
lerancia de Cisneros preanuncia las intolerancias religiosas e ideológicas
modernas, mientras que la apertura del finalmente perdidoso Talavera,
el entonces arzobispo de Granada, recuerda la medieval convivencia de
las tres religiones en tiempos de Femando de Castilla.
Por otra parte, la estrategia empleada en el último tramo de la así
llamada "Reconquista", muestra el carácter ya definitivamente moderno
de la actividad militar española. Toda la campaña se basa en una racio-
nal administración de recursos y asume importantes niveles de formali-
zación. Baste como símbolo de lo que quiero manifestar, la racionalidad
implícita en la construcción en forma de parrilla del campamento-ciudad de
Santa Fe, cerca de Granada. Esa misma racionalidad urbanística será pronto
trasladada a América Latina, dando la clásica forma de damero, propia de
las plantas urbanas de las ciudades fundadas en el siglo XVI.
En cuanto a la expulsión de los judíos, sabido es que para Sombart
y otros autores, los rasgos característicos de la modernidad se vinculan
a este pueblo. Éstos, tras su expulsión de España, habrían llevado esos
rasgos por toda la Europa en la que la burguesía ya se estaba asentan-
do, pero sin haber alcanzado aún un carácter definitivamente moderno.
146
La condición social
25. Para un análisis de esta polémica, ver Reyes Mate, M., op. cit., p. 168 y ss.
147
natural que la materia obedezca el cuerpo al el
to a la razón, los brutos al al marido, lo imperfecto a
lo perfecto, lo peor a. lo para bien de todos." 26 Bartolomé de las
Casas polemiza en el mismo terreno, quejándose de se dedican
a "vaguear fingiendo varios títulos" de conquista.27 Pero donde más se
evidencia este proceso de formalización y especialización jurídica ten-
diente a desenganchar al derecho de toda referencia extraracional es en
la legislación indiana. Allí se manifiesta una fuerte tendencia a proteger
al indígena de los abusos de los conquistadores a la par de una supina ig-
norancia de lo que efectivamente estaba ocurriendo en las Indias. Por eso,
surge por estas playas la primera norma de interpretación jurídica a cargo
de los acá poderosos: "la ley se acata pero no se cumple".
No sólo el derecho, sino también la moral va a tender a especiali-
zarse, formalizarse y, de algún modo, "juridizarse". El razonamiento es-
colástico tardío habrá de inspirar a la casuística moral, tan lejana a los
simples principios del estilo del agustiniano "ama y haz lo que quieras"
o del único mandamiento evangélico "ama al Señor por sobre todas las
cosas y a tu prójimo corno a ti mismo".
A causa de mi deformación profesional me he excedido en el tra-
tamiento de la cuestión jurídica, por lo que, tras pedirle al lector las de-
bidas disculpas, paso ya mismo a abordar la última cuestión atinente al
nexo entre judaísmo y modernidad.
En cuanto al problema del judío y de la doble moral: entiendo que
esa duplicidad encuentra su origen en el hecho de que la burguesía irá
constituyendo el primer caso en la historia en el que toda una categoría
social viva en un lugar y trabaje en otro. Eso somete al burgués a una
doble mirada. Aún el lector menos avisado de la obra de Foucault pue-
de advertir la importancia de esto a la hora de conformar un doble ra-
sero moral: una cosa es el hogar y otra cosa es el mercado. 28 Nada tiene
26. Ginés de Sepúlveda, De la justa causa de la guerra contra los indios. Cita
tomada de M. R. Mate, op. cit., pp. 78-79.
27. Ídem. Repárese al pasar en que el amigo del emperador no era Sepúlveda sino
de las Casas. Es decir que la variante española de la modernidad tuvo desde su
origen su propia dialéctica del iluminismo.
28. Cfr. Del Percio, E., Tiempost Modernos. Una teoría de la dominación. Bue-
nos Aires: Altamira, 2001, p. 26 y ss.
148
La condición social
149
tidad de oro y de América Latina llevó a a sos-
tener una concepción del de estamental: el vil es cosa
despreciable de la que deben encargarse los estratos inferiores. En cam-
bio las laboriosas burguesías emergentes en el resto de Europa Occidental
aprovecharon la circunstancia para consolidar sus fortunas y, consecuen-
temente, su relevancia en el seno de sus respectivas sociedades.
Pero ese resto de Europa miraba entonces a España con cierto dejo
de admiración. Mientras las guerras de religión se sucedían por doquier,
España estaba en paz. Las letras y la filosofía españolas del siglo XVI
ocupaban un lugar privilegiado. De algún modo, se puede decir que en
esos tiempos, España constituía en apariencia un modelo exitoso.
Para ese entonces, las burguesías europeas occidentales le reclaman
a sus gobernantes que les provean las tres seguridades que, de algún
modo España ya estaba suministrando: seguridad policial, seguridad mi-
litar y seguridad jurídica. Esto marca la gestación del Estado-nación Mo-
derno que, no obstante, deberá esperar hasta 1648 (Westfalia) para ob-
tener su certificado de nacimiento legítimo.
Lo importante en orden a estas ideas, es que en todos estos casos
(a los que se les debe sumar Italia y Alemania en el siglo XIX) fueron
las burguesías las que procuraron la creación del Estado moderno para
que les brinde la necesaria seguridad para sus vidas y negocios.
Es decir que a la inversa de lo ocurrido en España, en el resto de
Europa fue la burguesía la que generó al Estado moderno. Sumando a
estos datos el referente al distinto origen del capitalismo continental y
anglosajón, estamos en condiciones de elaborar la siguiente tipología del
capitalismo, útil para comprender tanto al urbanita latinoamericano
como las disensiones que hoy vemos en el seno de la Unión Europea:
a) Capitalismo Solidario o Continental: creo que acá se debe intro-
ducir un factor de complejidad en eso que venimos llamando "Es-
paña", excluyendo a estos efectos a Cataluña. Entonces, si uni-
mos con una línea imaginaria Burdeos, Barcelona, Roma, Viena,
Estocolmo y nuevamente Burdeos, encontramos una burguesía
descendiente de los artesanos y productores reunidos en los gre-
mios y guildas medievales que aportaban una contribución pe-
33. Una excelente crítica a la cultura derivada de la empresa financiada por accio-
nes en Galbraith, J. K., La cultura de la satisfacción. Buenos Aires: Emecé, 1992.
150
La condición social
34. Albert, M., Capitalismo contra capitalismo. Buenos Aires: Paidós, 1992.
151
estamentos militar y también
Corona. Como hemos el oro para mantener esa
sía provenía de la extracción siendo el subsuelo domi-
nio eminente de la Corona.
También en aquellas regiones de América colonizada por Espa-
ña en donde encontramos una burguesía importante, adver-
timos que ésta fue del Estado y no a la inversa. Por ende,
la burguesía no siente al Estado como algo propio, como una
suerte de hijo, sino más bien como una suerte de padre del cual
independizarse o del cual obtener dinero sin trabajar.
Retomando lo dicho, en lo que respecta a la vinculación entre es-
tratificación social y forma de ejercicio del poder público, en América
Latina se ha dado una situación inversa a la de Europa y Estados Uni-
dos, en los que el surgimiento y ascenso de la burguesía (forma de es-
tratificación por clases sociales) determinó el surgimiento del Estado-
nación encargado de brindar seguridad; mientras que aquí ha sido el Es-
tado el generador de una estratificación por clases sociales.
La empresa renacentista de la conquista y la barroca de la coloni-
zación fueron fundamentalmente obra de la España del siglo go-
bernada por una monarquía centralizada que se apoyaba en una fuerte
burocracia civil, militar y religiosa. Con la pérdida de los Países Bajos
y el declive de las rentas provenientes de las Indias, la Corona se puso
al borde de la bancarrota, lo que trató de resolver elevando impuestos y
apelando a confiscaciones y otras medidas similares que conspiraron con-
tra la seguridad y predictibilidad necesarias para la buena marcha de la
economía moderna. En lugar de desarrollarse así una burguesía de base
comercial-de acuerdo con el modelo típico analizado en la primera par-
te- fueron el ejército, la jerarquía eclesiástica y la burocracia civil (in-
cluyendo la judicatura) las opciones de ascenso social más incentivadas.
Con el correr del tiempo, la Corona aliada con estas burocracias habrá
de impedir el desarrollo de formas democráticas parlamentarias y de un
derecho superior a la autoridad del monarca, con la consiguiente falta de
incentivo necesario para la libre empresa, y, por tanto, para el surgimien-
to de una estratificación en clases sociales vigorosa.
No debe olvidarse que los privilegios derivados en primer lugar de
ser español, y en segunda instancia de ser criollo, fortalecieron esta forma
152
La condición social
153
~·,,~,,~"~' pero cuya institucionalidad nunca fue cuidada por ésta. Ello
impidió que cambiara la sensación de del a diferencia
de lo que de algún modo ocurrió en los Estados Unidos de la in-
dependencia. Las continuas de los mandatos constitucionales
acaecidas en la región durante el siglo a la vez que fueron -en gran
parte- consecuencia de lo apuntado, contribuyeron a fortalecer la acti-
tud de indiferencia frente a la normativa jurídica. Hablando de las so-
ciedades, lo mismo que a veces es efecto, puede también ser visto
como causa: como la ley es algo ajeno, no se la respeta. 35 Por tanto, no
se advierte la importancia de preservar el orden constitucional. Sobre-
vienen así golpes de Estado que entronizan gobiernos que, al ser ilegí-
timos desde su origen, han de dictar leyes que no van a ser vistas como
plenamente legítimas por la ciudadanía. Se genera así un círculo vicio-
so del que no resulta fácil salir.
A raíz de estos distintos orígenes (aunque no sólo por ello) tanto
en el caso del capitalismo individualista como en el solidario, el empre-
sario percibe al Estado como un instrumento para expandir y enrique-
cer a su empresa, ayudándolo a conseguir nuevos y mejores mercados,
ya sea conquistando territorios, corrompiendo funcionarios de otras la-
titudes o manteniendo un eficiente sistema de fomento y promoción de
las exportaciones.
En cambio, en el caso del capitalismo prebendario, el empresario
percibe al Estado como un protector a quien acudir para expandir su pro-
pia fortuna personal. Es paradigmático el caso del empresario argenti-
no: cuando el Estado le proveyó divisas baratas, en lugar de aprovechar
la coyuntura para adquirir bienes de capital para su empresa, prefirió
gastar sus ahorros en Miami o realizar inversiones meramente especula-
tivas. Mientras tanto, le demandaba al Estado protección frente a los pro-
ductos importados. Cuando la divisa alcanza un nivel óptimo que le ge-
nera pingües ganancias en pesos, se queja por los impuestos, retenciones
y otras formas que emplea el Estado para captar recursos. Obviamente
35. En el caso particular de la Argentina, además hay que tener en cuenta que sobre
ese sustrato cultural se asentó a partir de la segunda mitad del siglo XIX una inmi-
gración europea que, como toda migración, encuentra serios problemas para adaptarse
a la legalidad de la nueva tierra, pues esta legalidad no tiene las raíces históricas y
culturales en las que el migrante nació y recibió su primera socialización.
154
La condición social
36. Para un análisis más detallado del tema pero desde una perspectiva tributaria,
ver Del Percio, E., "Tributo a la calidad institucional", en Política o destino, op.
cit'., p. 129 y SS.
155
labor de formación y teórica en deteniendo el
avance alcanzado en las mismas. El ,...,.,,t,,,ct~n.,~ .. ,.~
muy tardíamente.
En general, la -de matriz tridentina- privilegió
la liturgia por sobre el análisis del dogma, por considerarse este méto-
do más adecuado en razón del abordaje simbólico de la realidad propio
del hombre y la mujer preexistentes en Latinoamérica.
Por lo tanto, si la legitimación ideológica es heredera directa de la
legitimación religiosa trascendente, dado el tipo distinto de religiosidad
que se manifiesta en América Latina, debe darse también una formula-
ción distinta de las legitimaciones ideológicas. Esto se ha traducido en
el surgimiento de movimientos políticos con un fuerte componente litúr-
• gico, como queda evidenciado en los actos y mitines de la mayor parte
de las expresiones políticas populares de Latinoamérica, desde el PRI en
México hasta el Justicialismo y el Radicalismo en la Argentina, pasan-
do por el APRA peruano, el MVR venezolano o el PT de Brasil. Estos
partidos y movimientos son catalogados como "populistas" por la
intelectualidad de formación europea, que aún continúa convencida de la "su-
perioridad" de la teología dogmática sobre la liturgia, mientras se sigue es-
candalizando por la aparente falta de coherencia interna y de sistematicidad
de las formulaciones doctrinarias de esas expresiones políticas.
Por eso, difícilmente ideologías con una fuerte elaboración doctri-
naria (o sea, "teológica") corno el liberalismo o el marxismo, puedan tras-
cender del electorado urbano de sectores medios o altos, salvo que se
transforme tanto que deje de ser liberalismo o marxismo. Cuba es un
ejemplo de esto: el discurso político del hombre y la mujer comunes, aún
siendo partidarios de Fidel y defensores del proceso inaugurado con la
Revolución, está tan atravesado por los valores humanistas y cristianos
de José Martí y los emergentes culturales del sincretismo religioso
afrocaribeño que hay que hacer un serio esfuerzo para reconocer allí la
ortodoxia marxista.
Sucede que lo popular, como queda dicho, en América Latina hunde
sus raíces en lo indígena y en lo afroamericano. Es decir, en la materia bár-
bara e ininteligible para la muy formal civilización europea. Civilización que
se debate en la contradicción de ser heredera, a la vez, de la profunda con-
vicción en la dignidad humana y de la metafísica de la sustancia negadora
de la alteridad. Heredera de una religión que cree en un Dios cuyo primer
156
La condición social
157
Los fallidos intentos de a nuestra realidad de ~.. ~,,..,H~~·,
cos y propuestas desde y para otras latitudes están en la base
de las sucesivas frustraciones que vienen atravesando nuestros
desde los mismos de nuestras
El pensamiento de entonces, el es el
resultado de la dialéctica existente entre las burguesías, las anteriores for-
mas de estratificación y los modos de ejercicio del poder público.
mientras en Gran Bretaña las burguesías habían llegado a una suerte de
acuerdo con la nobleza y el modo monárquico de ejercicio del poder a
partir de 1688, entonces generaron un iluminismo legitimador (Locke,
Hume, Adam Smith). En cambio, en Francia la burguesía se enfrentó a
la nobleza y a la monarquía, dando como resultado un iluminismo re-
volucionario y deslegitimador; mientras que en como no ha-
bía propiamente una burguesía comercial o industrial ni tampoco había
una monarquía consolidada (faltaban dos generaciones para la unifica-
ción), el iluminismo es de corte idealista: no inhiere sobre una realidad
sociopolítica concreta, sino que se desarrolla en un plano de gran abs-
tracción. En nuestra América, las burguesías eran producto del Estado:
oficialidad militar, funcionarios y jueces, alto clero; todos ellos depen-
dientes de la Corona. Faltaron las condiciones para la formación de una
masa crítica de pensadores que puedan generar un Iluminismo latinoame-
ricano. A eso, le debemos sumar la expulsión de los jesuitas en 1767, una
generación antes del inicio de los procesos emancipadores. Los jesuitas
regían las universidades y desde los tiempos de Suárez venían elaborando
desarrollos teóricos consistentes con nuestra especificidad latinoamerica-
na, generando un ámbito de discusión que hubiese sido fundamental a
partir de 1810.
Por todo eso decía el gran maestro venezolano Simón Rodríguez al
inicio del proceso de independización de la metrópoli: "los sudamerica-
nos si no inventamos, estamos perdidos".
Obviamente, no se trata de inventar irresponsablemente por el mero
hecho de ser originales. Nadie puede negar seriamente que el marxismo
y el liberalismo tienen mucho que decir para superar definitivamente esas
frustraciones. Menos aún se trata de tirar por la borda los magníficos
aportes realizados en el camino que va de Atenas a Jena, pasando por
Roma, ni de desechar la herencia judía y cristiana.
158
La condición social
159
Toda unidad político-territorial (llamémosle país, Estado-nación,
provincia o como se prefiera) no es sino el territorio adyacente a una ciu-
dad. Así, por ejemplo, es dable afirmar que el Imperio Romano fue el
espacio sobre el cual Roma ejerció su poder. En la Europa medieval,
dado el predominio de lo rural sobre lo urbano, característico de aquel
período, no es posible hablar propiamente de ciudades sino de pequeños
poblados que cumplían las funciones de sede episcopal y/o administra-
tiva. Un buen ejemplo de esta inexistencia de ciudades importantes lo
constituye el Imperio Carolingio: la capital del Imperio estaba allí don-
de estuviera el Emperador. Tan lábil fue esta construcción política, que
a la muerte de Carlomagno el Imperio quedó repartido entre sus tres hi-
jos. Por cierto, tampoco estaba claro el tema del ejercicio del poder pú-
blico: ¿sobre qué territorio, sobre qué gentes y sobre qué asuntos ejer-
cía su poder el obispo, el conde, el duque o el rey? Esto fue sumamen-
te confuso hasta que se fueron asentando y consolidando los burgos y las
ciudades. Tan confuso que hasta se puede dudar de que la expresión "po-
der público" que vengo utilizando, sea del todo correcta, pues ese tipo
de ejercicio del poder se parece más a la disposición que tiene el dueño
sobre sus pertenencias en el marco del derecho privado. Sea como fue-
re, lo cierto es que, para seguir con el ejemplo, la historia muestra cómo
el sueño de los Capetos de una Francia unida se va a hacer realidad a par-
tir de una ciudad como París, con la suficiente fuerza como para impo-
nerse sobre Lyon o Burdeos. Algo parecido podemos decir de España:
si Felipe H hubiese decidido mantener la capital en Toledo, la influen-
cia del Arzobispo hubiese imposibilitado la centralización política del
régimen. Si la capital hubiera sido Valladolid la fuerte presencia del con-
cejo también hubiese condicionado el poder del monarca. El rey le dio
a Madrid un talante propio que le permitió imponerse al resto de Espa-
ña hasta nuestros días. Del mismo modo, no puede pensarse Gran Bre-
taña si ~o se hubiese impuesto Londres. Aclaro que cuando digo "impo-
161
nerse" no criterio militar
que no lo sino geopolítico y económico.
Pensemos en Italia y Alemania: ¿acaso el tiempo que tardaron en
unificarse no se debió a que ninguna ciudad pudo reclamar para sí la he-
gemonía? En el caso de España, si Barcelona o Bilbao hubieran tenido
más fuerza, no dudo que Cataluña y el País Vasco serían independien-
tes. Incluso si hoy hablamos de Cataluña, en realidad hablamos del te-
rritorio hasta donde Barcelona extiende su influencia. He escuchado a
muchos catalanes del interior quejarse de que Barcelona ejerce sobre ellos
el mismo centralismo que le critica a Madrid. Pero también he oído esa
misma queja de parte de la gente de los pueblos de muchas provincias
argentinas al referirse a sus propias capitales; irónicamente son los ha-
bitantes -y muchas veces los gobernantes- de esas capitales los que se
quejan del centralismo porteño.
Por su parte, Eugenio Trías piensa que es el sustrato religioso lo que
mantiene unidos a los pueblos. Por eso, dice que si los catalanes o los
vascos no fueran católicos, hace tiempo que hubieran dejado también de
ser parte de España. Pero una cosa no invalida la otra. Si Bilbao, Vitoria
o Barcelona hubiesen abrazado otra religión, Castilla (o sea, primero
Covarrubias, luego Toledo y finalmente Madrid) no hubiese tenido la
misma fuerza en términos culturales.
En Latinoamérica, en la época de la independencia, estaba todo
dado para que se constituyera en una única unidad político-territorial en
virtud de las otras unidades: de religión, de lengua, de historia, de arte
y un largo etcétera. Sin embargo, a pesar de la voluntad manifiesta de
Bolívar y de San Martín, no fue así.
En parte eso se debió a la influencia de la diplomacia inglesa, pues
a la corona británica no le convenía una Latinoamérica unida. Pero si los
pueblos y los gobiernos hubieran querido, no hubiese habido diploma-
cia alguna capaz de impedirlo. El problema consistió -y esto lo vio claro
Sarmiento- en que no hubo una ciudad con la fuerza suficiente como
para imponerse al resto. Por eso, cada país de nuestro continente se ex-
tiende hasta donde se extiende el imperium37 de su ciudad principal, y
37. Uso la palabra latina imperium, pues prefiero reservar el término español "im-
perio" para referirme a la nueva modalidad de ejercicio del poder público que estaría
emergiendo; además, desde la aparición del libro de Toni Negri y Michael Hardt,
su empleo en otro sentido podría llevar a la confusión.
162
La condición social
allí donde ese se encontró con otras ciudades no tan fuertes pero
·~"·•-"'-~ tan débiles, se por la solución federal, como en Argentina,
Brasil o México. Lo mismo que en los Estados Unidos del Norte. Podría
hacer un análisis más pormenorizado o seguir hablando de lo acaecido en
otras regiones del mundo, pero lo que me interesa es llegar a la actualidad.
Pregunta: en un mundo globalizado en virtud de las nuevas tecno-
logías, principalmente las informático-comunicacionales, ¿cuál es la ciu-
dad con mayor capacidad de ejercer su imperium sobre el resto? Respues-
ta: la "ciudad global", entendida como aquel ámbito virtual en el que con-
viven quienes tienen acceso cotidiano a intemet, al teléfono, al fax, a las
grandes cadenas televisivas, etc. Hablo de ciudad y no de aldea, como
lo hacía Me Luhan, pues en esta nueva entidad emergente las diferencias
y distancias al interior son tan grandes como las de la ciudad, mientras
que en la aldea todos pueden conocer a todos y cualquiera puede diri-
girle la palabra a cualquiera.
En otro orden de cosas, la globalización no implica un quiebre sino
una continuidad con el largo proceso iniciado allá por el Renacimiento.
Es conveniente pensarlo más en términos de consumación que de discon-
tinuidad o ruptura. De lo contrario, podemos cometer una cantidad de
errores de apreciación y de acción. Para abordar esta cuestión desde una
perspectiva integral, imaginemos la "evolución" (si se me permite el uso
de la palabra) de las sociedades en términos de círculos concéntricos, en
paralelo con las etapas que atraviesa cada persona en su desarrollo
psicocorporal. Me hago cargo de lo impropio que resulta analogar el de-
sarrollo del individuo con el de la sociedad, pero igual efectúo esta ana-
logía con fines eminentemente didácticos.
E III
EII~
163
Llamemos al primer círculo Escenario natural comunitario. En este
escenario se desarrolla la infancia. Es la etapa en la que se le enseña al
chico a vincularse con la naturaleza. En el caso del niño de ciudad eso
implica la adquisición de saberes vinculados con el propio cuerpo: há-
bitos de alimentación, higiene y sueño, o a no meter los dedos en el en-
chufe. También se le transmiten los saberes necesarios para relacionar-
se con aquellos con los que se vincula en forma directa, cara a cara: sa-
ludar, nombrar cosas de uso cotidiano, relatar cosas sencillas, etc. En
muchos pueblos agricultores (prácticamente todos hasta la aparición de
la industria y del Estado Nacional moderno) la vida de sus miembros
transcurre sin necesidad de salir de este escenario. Pero a medida que se
hacen más complejas las relaciones de producción y los vínculos políti-
cos, estos conocimientos se van tornando insuficientes.
164
La condición social
165
de los miembros de esa elite viva
otros que viven en Bue-
nos Kong, Lima o Londres y que se benefician de esas po-
líticas mucho más que la gran de los yanquis. Por cierto, esto
no constituye una novedad absoluta ni mucho menos; se trata una vez más
de la consumación de una tendencia de larga data.
Ignacio Echeverría plantea algo parecido y me sirvió de inspiración
para este capítulo; pero en lugar de hablar de escenarios, él habla de
"entornos". Prefiero hablar de escenarios pues, como me señaló Santia-
go Kovadloff, entorno significa "en torno a" y no es correcto hablar de
entorno natural, comunitario o social, pues cada individuo es también
parte de la naturaleza, de la comunidad o de la sociedad; éstos no son
factores que lo circunden como objetos diferentes, sino que él los com-
pone. En cambio, el término "escenario" describe mejor la situación del
individuo, a veces como actor o protagonista, otras como autor y otras
como espectador.
De todos modos, lo importante no es el término elegido sino la rea-
lidad referenciada. Y la duda que surge en ese sentido es: ¿quién habrá
de ocupar en el tercer escenario el lugar que ocupa el Estado-nación en
el segundo escenario? Si es lisa y llanamente la ciudad global: ¿qué ca-
racterísticas tiene? Por lo pronto, aparece como sumamente preocupan-
te el renacer de las castas (inmigración) y de los estamentos (vía tarjeta
de crédito y la consiguiente discontinuidad en la posibilidad de acceso
a los consumos), procesos ambos estudiados en el capítulo referente a la
estratificación social. Las cárceles norteamericanas llenas de afroameri-
canos y la violencia que asoló a Francia en noviembre de 2005 son al-
gunos de los indicadores de este retomo de una estratificación por cas-
tas. La dirigencia política, sindical, empresaria, deportiva, intelectual,
etcétera, recluta sus miembros de modo cada vez más endogámico.
Como se vio al estudiar la estructura de dominación, estos tipos de
estratificación se corresponden con las formas de ejercicio del poder pú-
blico de tipo monárquico y/o feudal. En Estados Unidos, el principal
mérito de George W. Bush para ganar la primera vez la interna republi-
cana fue ser hijo de un presidente. En Argentina es cada vez más frecuen-
te ver esposas, esposos, hijos o hermanos de otros dirigentes compitien-
do por ocupar los lugares preponderantes.
166
La condición social
Eso vale para las elites. Con los ocurre similar. La falta
de movilidad social en el caso de América Latina por las
políticas neoliberales de los noventa y su genera una
pobreza estructural. Los ven como inútil la realización de cual-
quier esfuerzo para mejorar su situación. Por terminan aceptando
su situación como "natural". Exactamente que lo que ocurría con
el campesino medieval. Así como campesino acudía a la protec-
ción del señor feudal y a del de vasallaje le daba el diezmo
del fruto de su labor o colaboraba con él en la lucha contra otros seño-
res, el pobre acude a la protección del dirigente político local a quien le
dará su voto o colaborará con su presencia en la campaña política. En
cierto sentido, la emergencia del Escenario III y la consiguiente pérdi-
da de poder del Estado -depositario de la capacidad de tomar decisio-
nes críticas en el Escenario II- pone a los miembros de los estratos in-
feriores en una situación similar a la de aquellos campesinos. Puede no
gustarnos el feudalismo, pero en la Edad Media era lo que había, y si no
se aceptaba esa organización no quedaba trama social posible. Hoy puede
no gustamos el clientelismo político, pero si no se acepta esta forma de
organización se afectará seriamente a lo que aún queda de la trama so-
cial de nuestros países. La única forma seria de acabar con el clientelis-
mo político y promover el tan declamado acceso a la ciudadanía plena es
acabar con la pobreza. El problema es que hoy debemos pensar a la vez
en cómo incluir a todos en el concepto de ciudadanía clásico, propio del
Escenario II y en un nuevo concepto de ciudadanía propio de la ciudad
global, o sea el ámbito de toma de decisiones críticas del Escenario Ill.
Asimismo, una forma de estratificación por castas y estamentos y
un modo de ejercicio del poder público de tipo monárquico y/o feudal,
se corresponde con un modo de legitimación de tipo religioso. Para no
volver sobre este tema que ya hemos analizado suficientemente a lo largo
de este libro, baste dar un par de ejemplos tomados de los Estados Uni-
dos: las discusiones en torno a la enseñanza del evolucionismo o del
creacionismo en las escuelas y las constantes alusiones del Sr. Bush a
misiones encomendadas por Dios.
De todos modos, aunque podamos hablar de formas de estratifica-
ción, legitimación y ejercicio del poder público similares a las que en
Occidente se dieron en el pasado, hay una diferencia fundamental con
167
Esa diferencia está por el nuevo horizonte de senti-
v~~v~·~,,,nos pone frente a un contexto radicalmente distin-
to del que se cuando ese ho1izonte está por la adecua-
ción, tal como veremos en el Pero antes es menester
efectuar otras consideraciones sobre los fenómenos emergentes en el ter-
cer escenario que, en última no son sino la culminación de ten-
dencias ínsitas en el ~~'""''·'~'J·
Como observa de Souza el renacer del lejos de ser
un anacronismo, es inherente al desarrollo del sistema mundial capita-
lista. Siguiendo a Balibar y Wallerstein, el pensador portugués analiza
la relación entre sexismo, nueva estratificación por castas y crisis del
Estado-nación moderno en los siguientes términos: el sistema capitalis-
ta "se alimenta de la contradicción siempre renovada entre el universa-
lismo y el sea éste racista o sexual. Mientras el univer-
salismo se deriva de la horma del mercado, de la descontextuali-
zación de la del homo economicus; el racismo resulta de la
división entre fuerza de trabajo central y periférica, es decir, de la
etnización de la fuerza de trabajo como estrategia para remunerar un
amplio sector de la fuerza de trabajo por debajo de los salarios capita-
listas normales, sin con eso correr riesgos significativos de agitación po-
lítica."38 El racismo surge cuando a la aceptación de la inmigración más
o menos clandestina y su mano de obra barata, le sigue la constatación
de que la "mano" de obra va adosada a un cuerpo. Ese cuerpo molesta;
es "inculto y desubicado". A la vez, el sexismo está fuertemente ligado
a una estratificación por castas, pues los salarios muy bajos o incluso
inexistentes como tales (¡cuántas veces los racialmente marginados tra-
bajan por techo y comida!) sólo son posibles porque "la reproducción de
la fuerza de trabajo se hace, en gran parte, en el espacio doméstico a tra-
vés de relaciones de trabajo no remunerado a cargo de las mujeres. La
invisibilidad social de este trabajo se hace posible por el sexismo." 39
La discordancia entre estas nuevas formas de estratificación y el
Estado-nación moderno como forma hegemónica de ejercicio del poder
público o -en otros términos- como ámbito natural de la toma de de-
168
La condición social
cisiones de la
crisis de en los esta-
mos en una fase de transición entre de acumulación. Una de
las facetas centrales de esa transición parece ser el hecho de que el ca-
sin salirse de la funcionalidad institucional del está crean-
do otro al constituido por las agen-
ª'""'vuw'-..."' la deuda externa, las lex
~~·~~,,.~.,." 40
En términos que venimos utilizando
nosotros: estos son los sectores que alzarse con la hegemonía
en la ciudad global. Es quedarse con el en el tercer escena-
rio. No van a acabar con el Estado, pero lo dejan a la toma de
decisiones de menor trascendencia. En efecto, por la vía de
racterística, "la nueva regulación económica que, frente a la se
basaba exclusivamente en el Estado, aparece como desregulación, se arro-
ga el título de desregulación social y es, de hecho, la única regulación
posible. Es este el espejismo esencial del neoliberalismo. bási-
camente a mantener y a profundizar la hegemonía capitalista, sobre el
colapso de las condiciones que la hicieron posible en el período ante-
rior. "41 Es decir, el consumo en del ahorro. "Es así como la
lógica y la ideología del consumismo convivir sin alto
político, con la retracción brutal del consumo, entre sectores cada vez
más amplios de la población mundial, que viven en la miseria. Asimis-
mo, la democracia liberal puede ser impuesta como 'condición ~~""·~~
de la ayuda a los países del tercer al mismo que son des-
truidas las condiciones económicas y sociales mínimas de una vivencia
democrática creíble."42 Por eso, en la agenda que la ciencia de
matriz anglosajona pretende imponerle a nuestras la gober-
nabilidad ocupa el lugar que antes tenía la cuestión relativa al gobierno
y al cumplimiento de los fines propios del Estado, y la alternancia ocupa
el lugar que antes tenía la alternativa como forma de la de-
169
cisión en la actividad vale destacar que po-
der reforzarse mutuamente, la de circulación simbólica del
tal y la lógica de la material del capital son cada vez más in-
dependientes"43 como es cada vez más restrictiva la lógica de circulación
de las personas.
43. Ídem.
170
condición social
171
resultados a los que se en educación virtual en los niveles ini-
cial y con relación a los recursos y esfuerzos in-
vertidosº No fracasado en todos los pero me
parece que estamos aún de satisfacer las expectativas que se habían
despertado hace unos quince o veinte años en tomo a la posibilidad de
sustituir la educación por la virtuaL Muchas ilusiones que ha-
bían surgido acerca de la universalidad del acceso a la educación, la de-
mocratización de la enseñanza y cosas por el estilo merced al empleo de
las nuevas tecnologías, quedaron en eso, en meras ilusionesº Toda insis-
tencia es poca a la hora de advertir que la relación personal entre el do-
cente y el educando es insustituibleº A eso se debe el fracaso de la ma-
yoría de los programas de educación a distanciaº No se puede reempla-
zar el segundo escenario con las tecnologías del tercero, de la misma
manera que no se puede reemplazar a la familia con la escuelaº Ello no
implica que a veces no más remedio que intentar el reemplazo, así
como muchas veces los maestros deben enseñar hábitos de higiene o dar
comida a chicos que no lo reciben en sus hogares aunque no sea esa su
función específicaº
Algo similar ocurre con la enseñanza universitariaº Aunque las di-
ferencias entre la modalidad presencial y a distancia no sea tan notoria
como en los niveles inicial y medio, en promedio, y juzgando con idén-
ticos parámetros, se obtienen mejores resultados en los cursos presencia-
les que en los efectuados con alguna modalidad virtuaL No obstante, es
preferible que aquel que no pueda hacer su carrera bajo la modalidad
presencial la haga a distancia antes que no hacer nadaº
la
Junto con la emergencia del segundo escenario y la aparición del
horizonte de sentido signado por la representación, se va a ir construyen-
do en Europa el sujeto moderno, seguro de "sí mismo", concebido a par-
tir de los tiempos de Descartes como "el" sujetoº Una primera lectura de
las prácticas comunes en el Escenario III podrían llevarnos a pensar que
estaríamos ante la confirmación de lo que los posmodemos vienen refi-
riendo al hablar de la "máscara" o del "simulacro"º La idea es que nada
es lo que parece, ni las personas ni las cosasº La joven cordobesa que
172
La condición social
173
ENRIQUE M, DEL PERCIO
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La condición social
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ENRIQUE M. DEL PERcro
176
La condición social
44. Para un desarrollo más amplio de estos conceptos y del uso de la violencia
fundacional de la ciudad, ver Del Percio, E., "Habitar la ciudad global", en AA.VV.,
Habitar la tierra. Buenos Aires: Altamira, 2002, p. 157 y ss.
177
Pero a diferencia de lo que ocurre en el p1i-
mero y en los que tener algún de ""''~'~rn,,u,
aunque más no sea votando cada dos años, en este nivel es muy poco lo que
hoy podemos hacer. Quizá aquí radique uno de los más formidables desa-
fíos que en este plano se le estén presentando a la humanidad.
Otro de los elementos insoslayables para efectuar un correcto diag-
nóstico del lugar de la política en la ciudad global, consiste en que mien-
tras en el Escenario II el lugar propio de la política es el espacio públi-
co; en el Escenario esos espacios tienden a desaparecer. Los modos
informáticos de producción conllevan la anulación de la distinción entre
espacio público y espacio privado. "Es conveniente recordar aquí -señalan
Hardt y Negri- que el mercado capitalista es una maquinaria que siem-
pre funciona en contra de cualquier división entre lo interior y lo exte-
rior. Las barreras y exclusiones obstaculizan su marcha; en cambio, pros-
pera cuando puede abarcar cada vez más elementos dentro de su esfera.
La ganancia sólo se genera a través del contacto, la participación, el in-
tercambio y el comercio. La realización del mercado mundial constituirá
el punto de llegada de esta tendencia. Es su forma ideal, no existe lo ex-
terior al mercado mundial: todo el planeta es su dominio. Por ello, po-
dríamos emplear la forma del mercado mundial como modelo para com-
prender la soberanía imperial." 45
Esto está implicando también un profundo replanteo de la noción
clásica de soberanía, la que venía de la mano con una clara distinción
entre el adentro y el afuera; en este caso el adentro y el afuera del Esta-
do. Al desdibujarse esta distinción, se desdibuja también la diferencia
entre la actividad militar y la policial. Así, los ejércitos que reciben sus
órdenes de los líderes de la ciudad global, responden cada vez más a una
lógica de tipo policial. La doctrina de la "guerra preventiva" resulta una
aberración en términos militares clásicos, pero es en realidad una de las
funciones inherentes a la policía: prevenir el delito.
Otra de las consecuencias del desdibujamiento de los límites del
adentro y el afuera pasa por la caída de las defensas que el ciudadano te-
45. Hardt, M. y Negri, A., Imperio. Paidós: Buenos Aires, 2002, p. 180. Acerca
de la tendencia del mercado hacia "una expansión ilimitada e insaciable", ver el
excelente análisis de Carlos Hoevel, "El habitar y el mercado", en Habitar la tie-
rra, op. cit., p. 209 y ss.
117~
La condición social
nía en el Escenario su casa era una defensa frente al mundo del tra-
a la vez, las de la fábrica o de la empresa lo a sal-
vo de su familia. Confieso que me produce un desagrado pensar
en esos "paraísos" imaginados a partir de la proyección de las tendencias
prevalecientes en el Escenario en los que sus felices moradores pue-
den hacer todo cómodamente sentados frente a la pantalla de la PC sin
necesidad de salir (¿"salir" cuando no hay interior/exterior?) de su casa.
Esta cuestión del "adentro" y el "afuera" nos remite al cambio de
la topología del conflicto social. El esquema clásico del conflicto social,
vigente hasta hace dos o a lo sumo tres décadas, se planteaba en térmi-
nos de arriba-abajo. Los de arriba pugnaban por mantener y acrecentar
sus privilegios y los de abajo por cambiar el reparto. esta topolo-
gía sigue vigente, pero se le agrega un elemento nuevo que la comple-
jiza definitivamente: en la parte de abajo encontramos además que mu-
chos están afuera y pugnan por entrar, mientras que los que están aden-
tro pagan un precio cada vez más alto por esa ubicación. Incapacitados
de profundizar la dialéctica clásica frente a sus empleadores para conse-
guir mejores condiciones salariales y de labor, apenas sí pueden solici-
tar tener trabajo en las condiciones que sea. Es decir, pide por favor ser
esclavizado. No estamos hablando tan sólo de gente pobre desde hace ge-
neraciones. Esto vale también para el abogado recién recibido que tra-
baja casi gratis en un estudio jurídico o para el economista que es caje-
ro en un supermercado porque no consigue ocupación.
Ahora bien, ¿qué determina hoy el estar arriba o abajo y adentro
o afuera en el tercer escenario? Pareciera que la definición pasaría por
la disposición de tiempo y espacio. Los que están adentro y arriba, tie-
nen plena disposición de ambos. El director de la empresa multinacio-
nal con poder real en la compañía puede decidir si mañana va a su ofi-
cina o a la reunión de empresarios en Panamá o a jugar al golf. Y pue-
de tomar esta decisión porque sabe que su secretaria y sus asistentes es-
tarán en sus escritorios atendiendo lo que allí ocurra y le comunicarán
inmediatamente cualquier situación que merezca su atención o le trans-
ferirán los llamados de otros que, como él, tampoco necesitan estar en
sus respecfrvos despachos. Es decir, que sus colaboradores tienen una dis-
posición sobre sus tiempos y espacios mucho menor: deben cumplir es-
trictamente el horario asignado (y eventualmente quedarse el tiempo que
17Q
hiciere falta aunque vaya más allá del establecido por contrato) en el lu-
gar de
Los que aún están más abajo y del lado de adentro casi no tienen
disponibilidad de tiempo o espacio: el taxista debe estar doce o catorce
horas diarias dentro del cubículo del automóvil, el kiosquero otro tanto
atendiendo el negocio, el albañil en la obra en la que trabaja y así con
todas las profesiones. A causa de sus magros ingresos y de las necesida-
des exacerbadas de gastar, propias de la forma de estratificación social
en razón del consumo, no puede darse el lujo de trabajar cuarenta horas
semanales o menos. Por tanto, el escaso tiempo que le queda libre es ape-
nas el suficiente como para atender a sus necesidades vitales de alimen-
tación y descanso.
En cambio, el que está afuera -y por el hecho de estar afuera está
también abajo- tiene gran disponibilidad de tiempo pero nula disponi-
bilidad de espacio. Como no tiene ocupación, en teoría puede disponer
de su tiempo a voluntad; pero como no tiene espacio ese tiempo es ape-
nas un eterno y tortuoso presente en el que no tiene lugar el futuro. Pen-
semos en el homeless o en el habitante de las partes más miserables de
las villas de emergencia o de las favelas. Ese hombre, esa mujer, no tiene
donde sentarse a mirar televisión, a leer, a conversar con alguien, a es-
cuchar música con tranquilidad. Obviamente no puede ir a lugares don-
de deba pagar entrada, pero tampoco se siente en "su" lugar cuando está
en espacios públicos. Ese hombre, esa mujer, no tiene donde caerse
muerto, literalmente.
En algunos casos podrán organizarse y complicarles el uso del es-
pacio y del tiempo a los demás: es el caso de los piqueteros argentinos
que cortan calles y rutas como forma de protesta y demanda. Sin embar-
go, los principales perjudicados son aquellos que están también abajo,
aunque del lado de adentro. Los habitantes de las altas esferas de la ciu-
dad global ni se dan por enterados.
Vale hacer notar una paradoja: los de arriba tienen plena disponi-
bilidad de su tiempo, pero su tiempo les es muy escaso. Los de abajo y
afuera tienen también plena disponibilidad de su tiempo, pero no tienen
dónde hacer uso de ese tiempo.
Claro que nada de esto tendría por qué ser así. Las mismas tecno-
logías que están en la base del surgimiento del Escenario III nos brin-
180
La condición social
181
un de realidad cada vez más aceptado y por ende cada vez más
apto para enfrentarse a las constrncciones de ideas dominantes. Este
principio de realidad consiste en la contradicción creciente entre un sis-
tema para el cual "todo puede ser producido y todo puede ser consumi-
do" y los límites impuestos naturalmente por el ecosistema. "Por otra
parte, la utopía ecológica es utópica porque su realización presupone la
transformación global, no sólo de los modos de producción sino también
del conocimiento científico, de los modos de vida, de las formas de so-
ciabilidad y de los universos simbólicos y, presupone, sobre todo, una
nueva relación paradigmática con la naturaleza que sustituya a la rela-
ción paradigmática moderna. Es una utopía democrática porque la trans-
formación a que aspira presupone la repolitización de la realidad y el
ejercicio radical de la ciudadanía individual y colectiva." 47 En última
instancia, "es una utopía caótica porque no tiene un sujeto histórico pri-
vilegiado. Sus protagonistas son todos los que en las diferentes conste-
laciones de poder que constituyen las prácticas sociales tienen concien-
cia de que su vida está más condicionada por el poder que otros ejercen
sobre ellos que por el poder que ellos ejercen sobre los otros." 48
47. Ídem.
48. Ídem.
Entre 1992 y 1993 mis responsabilidades en la función pública me
llevaron a participar activamente del proyecto de reforma política enca-
rado por el entonces Ministro del Interior, Gustavo Béliz. Allí tuve opor-
tunidad de constatar que la llamada "crisis de la representación política"
era un fenómeno mucho más universal de lo que parecía. En efecto, aún
en los países en que los indicadores económicos, sociales y culturales
mostraban el más alto nivel de desarrollo humano, la gente manifestaba
un agudo escepticismo con respecto a la representatividad de sus gober-
nantes. Eso me hizo pensar que tal vez las tribulaciones de la represen-
tación política no fuesen consecuencia de la vigencia de las listas sába-
nas en un país o de las elecciones por circunscripciones uninominales en
otro o de lista incompleta en un tercero. De allí, pasé al estudio deteni-
do de las distintas teorías explicativas de la crisis de todas las formas de
representación política, algunas de las cuales sintetizo al referirme a la
crisis de las ideologías en el capítulo referente a la legitimación. Pero cada
vez que creía haber encontrado la teoría satisfactoria, encontraba un de-
tractor igualmente convincente.
Comencé pues a profundizar el análisis de la problemática vincu-
lada a la noción de representación en general, sin limitarme a la repre-
sentación en sentido político. Para mi sorpresa he ido advirtiendo a lo
largo de la investigación una serie de relaciones muy profundas entre los
distintos ámbitos en que se da la representación: en el arte, en la concep-
ción de la verdad y en la política. La representación, como clave inter-
pretativa de esos tres ámbitos, surge en reemplazo de la adecuación
como tal clave, y a su vez va a ser reemplazada en nuestro tiempo por
la reproducción. Asimismo, se advierte una clara relación entre la for-
ma de ;ealizar los intercambios y cada una de estas claves: el trueque
como µn modo de constante búsqueda de adecuación; el dinero como
'
M. DEL PERCIO
El arte
Con respecto a lo bello, la manifestación artística tenía un carác-
ter marcadamente simbólico, siendo el símbolo uno de los modos de la
adecuación. Se trataba de crear obras que reenviasen desde estas reali-
dades mundanas a las celestiales. A fines del siglo VI el Papa Gregorio
Magno puso fin en Occidente a la disputa acerca de la existencia de imá-
genes en los templos con la célebre sentencia: "La pintura puede ser para
los iletrados lo mismo que la escritura para los que saben leer". Similar
querella aunque con ribetes mucho más escandalosos tuvo lugar en Orien-
te con el triunfo de los iconoclastas en primera instancia. El posterior
éxito de sus rivales a fines del siglo VIII llevó más lejos la concepción
gregoriana. Las pinturas que se hallaban en las iglesias ya no eran vis-
tas como simples ilustraciones para uso de los que no sabían leer. Se las
contemplaba como reflejos misteriosos del mundo sobrenatural49 . En toda
Europa el artista dejó de cotejar sus fórmulas con la realidad; ya no se
49. Gombrich, E. H., La historia del arte. Buenos Aires: Sudamericana, 1999, p.
137 y SS.
La condición social
Lo
En correspondencia, la verdad era definida como adecuación del
intelecto a la cosa o de la cosa al intelecto. El microcosmos adecuado al
macrocosmos. Todo lo de abajo es igual a lo de arriba, según reza la
Tabla Esmeralda de Hermes Trismegisto. El oro era estudiado en razón
de su adecuación con el sol y la plata con la luna; el girasol seguía al sol
por semejanza; la nuez era buena para curar los dolores de cabeza por
su parecido con el cerebro, y así podríamos seguir dando un sinnúmero
de ejemplos. Las cosas del mundo sublunar debían adecuarse a las celes-
tiales. Foucault, al comienzo de Las palabras y las cosas, habla de cua-
tro formas de organización de los saberes antes del nacimiento de la cien-
cia y la filosofía modernas, que son formas de semejanza o adecuación:
conveniencia, emulación, simpatía y analogía51 . Esta última categoría, por
cierto, fue la niña mimada de la escolástica medieval.
50. Cfr. Hauser, A., Historia social de la literatura y del arte. Barcelona: Guadarrama,
1978, p. 320 y ss. Cfr. también la tesis de Roberto Doberti sobre la influencia
platónica en el románico y aristotélica en el gótico.
51. Foucault, M., Las palabras y las cosas. Buenos Aires: Siglo XXI, 2002, p. 26
y SS.
52. Unumquodque tendit in divinam similitudinem sicut in propriumfinem (C.G.
m, c.'25).
185
nerme en lo bueno que se aborde
el tema, siempre está la adecuación. Durante todo el medioevo
fue mayoritariamente la necesidad de adecuar el orden sublunar
al celeste. Así como en los cielos existe una escala que va de Dios hasta
la última de las jerarquías angélicas, también en la tierra se encuentran
el Papa o el Emperador (acerca de cuál de los dos tenía la primacía nunca
hubo acuerdo), los obispos, los clérigos y los fieles en la Iglesia, y los
reyes, príncipes, duques, condes, artesanos, comerciantes y campesinos
en la sociedad laica. Esta misma línea argumentativa, con múltiples va-
riantes y llegando incluso a conclusiones opuestas pero respetando siem-
pre la noción de adecuación, la podemos seguir desde San Agustín en el
siglo V hasta la querella entre Ockham y Juan XXII en el siglo XIV,
pasando por Dante y su Tratado sobre la monarquía en el siglo XII. En
Tomás, el bien común es entendido como la participación de cada una
de las partes en el bien del todo; aquí debe recordarse que para el aquinate
"todo lo que se participa viene determinado al modo del participante"54 ,
lo que es leído por uno de sus intérpretes en estos términos: "podemos
decir que participar significa en el participante recibir de modo esencial
o gradual algo del participado como propio acto según una forma de
analogía o semejanza55 ".
Es de destacar que en ese marco incluso la representación política (por
ejemplo, ante las Cortes) se daba como adecuación por sustitución. Era un
par, un igual, el que tomaba el lugar de su estamento o de su guilda en la
asamblea. Era una representación de tipo cualitativo y no cuantitativo. A
la inversa de lo que acontece con la representación moderna, pues éste im-
plica la representación de cantidades de votos, de acciones o de dinero.
53. Sin duda, la vinculación entre lo político y el bien causará extrañeza -e inclu-
so perplejidad- en más de un lector, especialmente argentino. Al respecto, Leo
Strauss en su obra ¿Qué es filosofía política? señala: "Toda acción política está
encaminada a la conservación o al cambio. Cuando deseamos conservar, tratamos
de evitar el cambio hacia lo peor; cuando deseamos cambiar, tratamos de actualizar
algo mejor. Toda acción política, pues, está dirigida por nuestro pensamiento sobre
Jo mejor y sobre lo peor. Un pensamiento sobre lo mejor y lo peor implica, obvia-
mente, el pensamiento sobre el bien ... "
54. C.G. I, c. 32
55. Cardona, C., citando a E. Scheller, en La metafísica del Bien Común. Madrid:
Rialp, 1966, p. 22. La itálica es mía.
186
La condición social
187
ENRIQUE M. DEL PERCIO
El arte
Cuando el artista de fines del siglo XIV compone su obra, lo que
intenta hacer es volver a presentar (re-presentar) una escena o un perso-
naje sagrado tal como él se imagina que habrá sido. Como vimos al es-
tudiar el surgimiento de la estratificación por clases en razón de la acu-
mulación, el burgués otorga a toda la realidad las características del di-
nero: homogéneo, racional, calculable y ligeramente discontinuo. Como
señala María Regnasco en Crítica de la Razón Expansiva: "L.a perspec-
tiva central del arte renacentista es, antes que nada, la invención de un
universo dominado. El espacio del arte renacentista no es, como el del
arte medieval, un espacio discontinuo, fragmentario. La representación
de un espacio único, infinito, continuo y homogéneo, racionalizado por
una calculada geometría desde un único punto de fuga, es una audaz abs-
tracción que no se inspira en un deseo de imitar la naturaleza, sino de
dominarla. Los valores estéticos se subordinan a criterios racionales. Las
leyes del arte se matematizan. 57 "
Como veremos en seguida, esto vale también para el problema de
la verdad. Por eso, continúa diciendo Regnasco: "Esta tendencia artísti-
ca expresa la misma aversión por todo lo que escapa al cálculo y a la pla-
nificación, propias del proyecto del nuevo capitalismo europeo. Arte,
ciencia, son manifestaciones del mismo espíritu calculador que se impone
en la organización del trabajo, de la técnica comercial, de la contabili-
dad y de la política."58
57. Regnasco, M. J., Crítica de la Razón Expansiva. Buenos Aires: Biblos, 1995, p. 23.
58. Ídem.
188
La condición social
189
manece por en el interior de las La verdad de Don
Quijote no está en la relación de las con el mundo, sino en esta
tenue y constante relación que las marcas verbales tejen entre ellas mis-
mas. La ficción frustrada de las epopeyas se ha convertido en el poder
representativo del lenguaje. Las palabras se encierran de nuevo en su
naturaleza de signos." 6º
190
La condición social
191
Siguiendo libremente a afirmar que en el
ámbito de lo político el paso de la adecuación a la representación comien-
za cuando el príncipe renacentista representa una obra teatral ante sus
súbditos: desde que se levanta hasta que se acuesta; desde la ornamenta-
ción hasta el discurso, pasando por el casamiento, todo es una gran puesta
en escena. Luego vendrán los monarcas absolutos considerados represen-
tantes de Dios sobre la tierra. Finalmente llegará el turno de la represen-
tación propiamente moderna: la representación parlamentaria. En esta los
legisladores simulan hacer presente en el recinto los intereses y manda-
tos de la totalidad de la ciudadanía.
No encuadra en el propósito de este trabajo efectuar un análisis his-
tórico del derrotero seguido por el concepto en estudio. Simplemente
quiero agregar que para la mayor parte de las concepciones modernas de
la representación política (y obviamente sindical, deportiva, empresarial,
profesional, etcétera) es preciso un componente voluntario tanto de la
selección del representante como de la afinidad de los representados. Ser
representante no es una "función natural" o resultado de un designio di-
vino, sino -en términos ideales- una elección deliberada de los repre-
sentados y una aceptación también deliberada del representante.
En la base de esta idea está la noción de que ha de existir un gru-
po representado, ya sea de partidarios de una ideología política, de ciertos
intereses profesionales, de clase, territoriales, o lo que fuere. Lo llama-
tivo es que la noción de grupo es una noción típicamente moderna. De
hecho, como ya hemos visto, la palabra "grupo" nace en la Italia rena-
centista (gruppo) para hacer referencia al conjunto escultórico de figu-
ras humanas. No se sabe a ciencia cierta cuál es el origen etimológico del
vocablo, pero no encontramos con anterioridad ningún otro término que
sirva para designar a genéricamente a todo conjunto de dos o más per-
sonas que interactúen significativamente en pos de un objetivo explíci-
to o implícito, en función de cuyo logro están dispuestos a respetar un
mínimo de normas y valores 63 . Pues bien, el factor volitivo que hace a
62. Cfr. Baudiillard, J., El intercambio simbólico y la muerte. Caracas: Monte Ávila,
1992.
63. Más llamativo aún es que este origen tardío no llame la atención de los soció-
logos, que estudian este fenómeno como si fuera un elemento invariante de la socialidad
humana.
192
La condición social
El arte
En los últimos lustros del siglo XIX comienza la crisis de la idea
de representación en arte con Mallarmé en la poesía, Kandinski en la pin-
tura, Stravinsk:y y Schonberg en la música, y un largo etcétera. A par-
tir del daguerrotipo, y más claramente desde la aparición de la fotogra-
fía, cambia la mirada sobre el mundo y el arte avanza sobre nuevos te-
rrenos, dejándole a la técnica la misión de volver a hacer presente (o sea
re-presentar) la realidad. Pero como advierte Benjamín, esa invención
constituye el anuncio de una nueva época: la del predominio de la
reproductibilidad técnica en el arte y de los valores a ella vinculados, a
saber lo exhibitivo y lo político. 64 El paso de la representación a la re-
producción en las manifestaciones plásticas se corresponde con la deca-
dencia de las democracias representativas en tiempos de Benjamín y el
ascenso de los totalitarismos reproductivistas y, por definición, negadores
de toda diferencia. Es dable, a esta altura, plantearse si los temores de
Benjamin quedaron aventados con la derrota del nazismo o si la lógica
64. Cfr. Entel, A. et al. Escuela de Frankfurt. Razón, arte y libertad. Buenos Ai-
res: Éudeba, 1999, p. 154 y ss.
193
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La condición social
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Primer bostezo de la razón. Canto del del
196
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La condición social
199
La de los nada más a un go-
bernante de un que el anterior gobernante de ese país, ex-
cepto el siguiente. Se reproducen a sí mismos sin molestarse en
generar una sola idea o propuesta original, se publicitan como
productos y, finalmente, ya ni siquiera intentan simular que re-
presentan al ciudadano, sino que buscan reproducirnos repitien-
do lo que las encuestas dicen que la mayoría piensa, o haciendo
las mismas cosas que nosotros, andando en colectivo o en bici-
cleta, viendo los mismos espectáculos, etc. De todos modos, tam-
bién aquí aparecen los expertos, sean del FMI, del Banco Mun-
dial o del think tank que consiga "entornar" al político victorioso.
•Lo más llamativo es que la representación cede su hegemonía a
la reproducción en el mismo orden en el que previamente des-
plazó a la adecuación: el arte, lo verdadero, lo político; y en todos
los casos aparecen los expertos como aquellos que alcanzan una
comprensión y un poder de decisión en estos campos que se su-
pone "auténtico". Asimismo, el arte, la ciencia y filosofía y la
política pasan a ser cosa de expertos en cada una, y sólo una, de
esas áreas, permaneciendo incluso los mismos expertos como ig-
norantes supinos en aquellas cuestiones que no son de su espe-
cialidad. El resto, a conformarse con la reproducción.
Todo esto que estamos viendo, ¿es una simple coincidencia termi-
nológica entre la adecuación, la representación y la reproducción en los
tres ámbitos o nos está sugiriendo una vinculación más profunda? Posi-
blemente la preocupación de autores como Marx, Simmel y Weber por
el tema del dinero nos permita encontrar alguna pista.
Como hemos dicho, el anhelo de lo bello, lo verdadero y lo bue-
no constituyen invariantes de la especie humana. Su búsqueda, en el pla-
no colectivo, tendrá mucho que ver con el modo en que cada persona se
vincule con las demás a partir de que traspasa el umbral de su casa. En
otras palabras, la producción social de lo bello, lo verdadero y lo bue-
no se vincula con la lógica de los intercambios propia de cada tipo de
sociedad.
200
La condición social
201
su excesiva en los años treinta del con el jueves
negro de Wall Street, el desplome del patrón oro y del sistema multila-
teral de comercio y pagos. Coincide esta crisis con la época en que la fi-
losofía deja de lado a la representación.
A partir de la decisión de Nixon, en agosto de 1971, de desvincu-
lar el dólar -moneda por antonomasia- del patrón oro, el carácter re-
presentativo del dinero va a ceder posiciones a favor de su pura y llana
reproducción. Con esa medida se abrió el camino para que en nuestros
días el dinero ni siquiera exista para transacciones importantes. Pense-
mos en la tarjeta de crédito y el cheque, por no hablar de los mercados
on line. No olvidemos que hoy el flujo financiero quincenal es superior
al comercio mundial anual, ni que si todos los países deudores del mundo
decidieran un día pagar su deuda en el acto, no existiría la cantidad de
billetes para hacerlo ni reuniendo todo el circulante en dólares, euros,
yenes, pesos, etcétera, que hay en el mundo. De la mano de este golpe
final al carácter representativo del dinero, llega la crisis de la represen-
tación política. Y cuando los encargados de reproducir el dinero son los
que imponen sus criterios y condiciones a todo el mundo, la época de la
reproducción queda consolidada. No es casual que la clonación, que es
la reproducción por antonomasia, aparezca justamente ahora y de la mano
de los expertos.
202
La condición social
67. Estermam:¡, J., Filosofía Andina. Quito: Abya Yala, 1998, p. 114.
68. Ídem. Ver además Scannone, J. C., Religión y nuevo pensamiento. Barcelona:
Anthiopos, 2005, p. 111 y ss.
203
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204
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Adecuación Castas / Estamentos Teológica Agraria/ Rural Oral <)
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