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en el capitalismo tardío

Del Percio, Enrique


La condición social : consumo, poder y representación en el capitalismo
tardío . - 2a ed. - Buenos Aires : Jorge Baudino Ediciones, 2010.
208 p.; 20xl4 cm.

ISBN 978-987-9020-96-8

1. Sociología. l. Título
CDD 301

2ª edición: marzo de 2010


ISBN 978-987-9020-96-8
©2010 Enrique M. Del Percio
©2010 Jorge Baudino Ediciones
Fray Cayetano Rodríguez 885
(1406) Buenos Aires - Argentina
info@baudinoediciones.com.ar
Queda hecho el depósito que dispone la Ley 11. 723
Editado e impreso en la Argentina.
Diseño de tapa: Rafael Medel

Se utilizó papel obra nacional de 80 gr. para el interior,


y para la tapa, papel ilustración de 300 gr.
M.

Baudino Ediciones

BUENOS AIRES - ARGENTINA


PRÓLOGO A LA SEGUNDA EDICIÓN ................................................................... 11
MANIBIESTOINDISCIPUNARIO •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• 13

Primera parte

LA
SOCIEDAD y SOCIALIZACIÓN ........................................................................... 35
La sociedad .................................................................................................... 35
La socialización .............................................................................................. 41
La Socialización Primaria ............................................................................... 42
Caracteres .................................................................................................. 4 2
Otros aspectos de la Socialización Primaria .............................................. 46
La Socialización Secundaria ........................................................................... 4 7
Caracteres .................................................................................................. 52
Los GRUPOS SOCIALES o LA§ NUEVAS FORMAS DE PERTENENCIA y REFERENCIA ................. 57
Concepto y elementos .................................................................................... 58
Grupos primarios y secundarios .................................................................... 60
Criterios de pertenencia y de no pertenencia ................................................... 61
Grupo de referencia·········································'.·············································· 64
Participación en los grupos ............................................................................ 66

Segunda parte

TRES TESIS SOCIAL

ENUNCIADO DE LAS TRES TESIS CON SUS RESPECTIVOS COROLARIOS ..................... 73


Tesis 1 ....................................................................................................... 73
Tesis 2 ....................................................................................................... 74
Tesis 3 ....................................................................................................... 74

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LA ESTRUCTURA DE DOMINACIÓN
Sistema de estratificación social ..................................................................... 81
Las clases en razón de la acumulación ....................................................... 85
Las clases en razón del consumo ............................................................... 88
Forma de ejercicio del poder público .............................................................. 97
Ejercicio Monárquico y/o Feudal .............................................................. 97
El Estado-nación moderno ........................................................................ 98
La crisis del Estado-nación moderno ....................................................... 101
Legitimación: Más acá, mucho más acá del bien y del mal ........................... 112
Las ideologías ......................................................................................... 115
Ciencia e Ideología .................................................................................. 125
Las particularidades de América Latina ........................................................ 134

Los TRES ESCENAruos ................................................................................. 161


Escenario Natural Comunitario .................................................................... 164
Escenario Social Ciudadano ......................................................................... 164
Escenario Global Virtual ............................................................................... 165
La educación ........................................................................................... 170
La deconstrucción del sujeto ................................................................... 172
El derecho ............................................................................................... 176
La política ................................................................................................ 177

HORIZONTE DE SENTIDO Y CRISIS DE LA REPRESENTACIÓN ................................ 183


Adecuación .................................................................................................. 184
El arte ...................................................................................................... 184
Lo verdadero ........................................................................................... 185
Lo político ............................................................................................... 185
Representación ............................................................................................. 187
El arte ...................................................................................................... 188
Lo verdadero ........................................................................................... 190
Lo político ............................................................................................... 192
Reproducción ............................................................................................... 193
El arte ...................................................................................................... 193
Lo verdadero ........................................................................................... 195
Lo político ............................................................................................... 197
Los intercambios .......................................................................................... 200
La cuestión latinoamericana .......................................................................... 202

ESQUEMA DE CORRESPONDENCIAS .................................................................. 205

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Cuando el más apartado rincón del globo haya sido técnicamente conquistado
y económicamente explotado; cuando un suceso cualquiera sea rápidamente
accesible en un lugar cualquiera y en un tiempo cualquiera; cuando se puedan
"experimentar" simultáneamente el atentado a un rey en Francia y un concierto
sinfónico en Tokio; cuando el tiempo sea sólo rapidez, instantaneidad y simulta-
neidad, mientras que lo temporal entendido como acontecer histórico haya
desaparecido de la existencia de todos los pueblos; cuando el boxeador rija como
el gran hombre de una nación; cuando en número de millones triunfen las masas
reunidas en asambleas populares -entonces, justamente entonces-, volverán a
atravesar todo ese aquela1Te, como fantasmas, las preguntas: ¿para qué?, ¿hacia
dónde?, ¿y después, qué?

Martín Heidegger, Friburgo, 1935

El futuro ya no es lo que era, hace falta pensarlo todo de nuevo.


Juan Carlos Agulla, Buenos Aires, 2002

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Se supone que cuando se hace una segunda edición, a efectos de
distinguirla de una mera reedición, es menester escribir un prólogo dando
cuenta de los cambios y agregados, nuevos agradecimientos y cosas por
el estilo. Pero como los únicos que suelen leer los prólogos son aquellos
que tienen un especial afecto por el autor, me limito a agradecerle a us-
ted que está leyendo estas líneas y, para no hacerle perder más tiempo,
invitarlo a dar vuelta ya mismo la página.

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Se supone que cuando se hace una segunda edición, a efectos de
distinguirla de una mera reedición, es menester escribir un prólogo dando
cuenta de los cambios y agregados, nuevos agradecimientos y cosas por
el estilo. Pero como los únicos que suelen leer los prólogos son aquellos
que tienen un especial afecto por el autor, me limito a agradecerle a us-
ted que está leyendo estas líneas y, para no hacerle perder más tiempo,
invitarlo a dar vuelta ya mismo la página.

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Un espectro se cierne sobre las ciencias sociales: la creciente con-
ciencia de que es necesario volver a pensar la condición social. Volver
a pensar de qué modo la sociedad es condicionada por los grupos y los
individuos y de qué modo éstos son condicionados por la sociedad. Vol-
ver a pensar cómo se condicionan recíprocamente las distintas socieda-
des y los diversos elementos componentes de cada sociedad. Volver a
pensar cómo se relacionan individuos, grupos y sociedades con el resto de
la naturaleza.
La última vez que estuve con Juan Carlos Agulla fue a fines de di-
ciembre de 2002. Lo habían designado director del departamento de pos-
grados de una universidad privada y quería organizar desde allí un gru-
po de reflexión acerca de un tema excluyente: el futuro. Creí que esta-
ba pensando en hacer un ejercicio de prospectiva o algo por el estilo, por
lo que le objeté la elección del tema argumentando que, afortunadamen-
te, los autodenominados "cientistas sociales" suelen equivocarse al ima-
ginar el futuro, pues el ser humano -ese cero e infinito que hace fra-
casar cualquier tipo de cálculo- siempre hace algo fuera de libreto que
hecha por tierra toda predicción. Agulla, con cierta dificultad, acercó su
silla, se inclinó sobre la mesa del bar (hablaba en voz muy baja, casi su-
surrante; no había pedido su clásica cerveza y estaba demasiado pálido,
tres señales de lo que pasaría a los pocos días y que yo no supe o no quise
ver) y me dijo tomándome del brazo:
- No, no. Yo hablo de otra cosa, no de prospectiva. Lo que pasa
es que el futuro ya no es lo que era y por lo tanto hace falta pensarlo
todo de nuevo.
Y es verdad: cuando yo era chico, el año 2000 era muy diferente.
Y del dos mil y pico no hablemos. Nadie pensaba entonces seriamente
que a esta altura los autos seguirían funcionando con ruedas y las armas
con pólvora, ni que las casas se seguirían haciendo con ladrillos ni las

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'-'"~i"'"'u de vestir con ver, oír y
oler una película de acción o el de la selección en nuestra tele-
visión tridimensional. Nos nuestro cohete
autopropulsado y vestiríamos trajes atérmicos que nos protegerían por
igual del frío, el calor, la lluvia y la nieve. Era lógico pensar así: nací
en 1961. En los cien años anteriores cada cuatro décadas surgían ingen-
tes cantidades de inventos y descubrimientos relevantes. La tendencia
indicaba una aceleración en el ritmo del avance científico. Sin embar-
go, nada de esto ocurrió. Contrariamente a lo que sigue planteando el
discurso dominante, hace más de cuarenta años que no hay inventos ni
descubrimientos significativos en el terreno de las ciencias duras. Desde
el rayo láser en adelante, o sea desde 1963, todos los avances habidos ta-
les como la clonación o la telefonía celular, no fueron más que
innovaciones o desarrollos de inventos o descubrimientos preexistentes.
Francamente, todo esto me preocupa muy poco. No creo que mi
infancia haya sido más feliz que la de mi abuela por haber podido ver a
Batman en la tele, ni que mi pueda realizarse más plenamente que
mis padres gracias a la telefonía celular.
Lo que sí me preocupa, y muy seriamente, es que tampoco las cien-
cias sociales hayan experimentado avances importantes. Esto, en Amé-
rica Latina, es imperdonable. El rostro del pobre nos interpela a cada paso
y no tenemos derecho a no dar una respuesta satisfactoria. Europa y Es-
tados Unidos pueden darse el lujo de no inventar: allá el sistema funciona.
Cada vez presenta mayores problemas y además no me gusta cómo fun-
ciona, pero funciona. Acá no. En los años '60 intelectuales como
Cardoso, Faletto, Prebisch, Kusch, Jaguaribe, Freire, comenzaron a ela-
borar teorías que hoy nos pueden parecer ingenuas o utópicas. Pero eran
el inicio de un camino orientado a resolver los problemas más acucian-
tes de nuestros pueblos. Luego vinieron las dictaduras y después las
consultorías de los organismos internacionales y a partir de entonces sólo
esporádicamente aparecieron algunas cosas verdaderamente interesantes.
Por cierto, la insatisfacción con respecto a los resultados concretos
de las ciencias sociales en orden a mejorar la vida de la gente es algo que
viene de lejos. Quizá desde el nacimiento mismo de la sociología. Au-
tores como Thomas Merton o Charles Wright Mills, entre otros, lo se-
ñalaron hace medio siglo. Pero creo que esta insatisfacción, este desen-

14
condición social

canto, dimensiones más pues ya no se trata sola-


mente de esa falta de entre los avances en el conocimien-
to y la de las condiciones de sino que ni avan-
ces en el conocimiento. Muchas de las razones de este estancamiento son
entre las ciencias sociales y las llamadas "físico-naturales".
de las El análisis de estas razones, que efec-
túo a reconoce como base el ya clásico Informe de la Co-
misión Gulbenkian para la reestructuración de las ciencias sociales, co-
ordinado por Immanuel W allerstein y el sugerente títu-
lo de Abrir las ciencias sociales. Pero sobre todo es producto del diálo-
go fecundo con mis colegas de los distintos
campos del saber, con anhelos y ale-
grías y desazones. A ellos está por lo que es absolutamente pres-
cindible para el lector que abordar sin más trámite el estudio de
la sociedad A éste le que pase directamente al
v~•J><•~·v siguiente referido a la sociedad y la socialización.
Desde el anuncio de la muerte de los grandes relatos efectuado por
Lyotard, se viene desmTollando una vasta teórica que da
cuenta de las razones por las que el talante es refractario a
la elaboración de grandes teorías capaces de explicar la realidad. Más
adelante, al hablar de ciencia e ideología, haremos un análisis de la cues-
tión a de nuestra situación latinoamericana. Lo que ahora vamos
a mencionar son algunos de los factores inmanentes a la propia activi-
dad científica consonantes con esa crisis de los grandes relatos.
Entre las razones propias de la parálisis de las ciencias sociales me-
recen ser mencionadas en particular: la búsqueda de la autosatisfacción
académica y b) las consultorías en organismos internacionales u
ONGs vinculadas a éstos.
a) En cuanto a lo es común encontrar sociólogos y
politólogos muy capaces haciendo lecturas cuasitalmúdicas del
texto de Weber sobre la ética protestante y el espíritu del capi-
talismo, pero absolutamente desinteresados por las afinidades
existentes entre la religiosidad popular latinoamericana y los po-
sibles modelos de desarrollo humano adecuados a la mentalidad
de allí resultante. Otros dar cátedra acerca del paso del
imaginario griego al iluminista en Europa mientras ignoran

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olímpicamente la influencia de los imaginarios indígenas y afros
en la conformación del sustrato cultural de nuestros pueblos. Es
casi imposible encontrar un solo científico social que no haya
leído algo de Habermas, Rorty o Giddens. En cambio, no es fácil
encontrar alguno que haya leído algo de Gutiérrez, Dussel o
Scannone. Así podemos seguir dando ejemplos hasta el infinito de
académicos que estudian e investigan tan sólo para ser reconocidos
por sus pares de estas y otras latitudes.
Obviamente no vengo acá a plantear una eurofobia infantil. El
lector atento advertirá que, en buena medida, en este libro dia-
logo -a veces aceptando, a veces rechazando, pero siempre con
profundo respeto- con Habermas, Rorty y Giddens, por citar al-
gunos ejemplos de los más relevantes pensadores contemporá-
neos. Por el contrario, creo, precisamente, que es absolutamen-
te necesario emprender un diálogo maduro entre nuestra produc-
ción teórica y el resto del saber universal. Diálogo que debe dar-
se a partir de entender que el campo de estudio de las ciencias
sociales no son las ciencias sociales. Su campo de estudio es la
sociedad, tanto en lo que ésta tiene de universal como en su ma-
nifestación particular y concreta en un tiempo y una geografía
determinadas. No es una actitud circular y cuasi-masturbatoria la
más adecuada para encontrar respuestas a las acuciantes deman-
das de nuestras sociedades.
b) Otro de los serios inconvenientes para la elaboración de un ins-
trumental teórico, que permita un avance en la comprensión y su-
peración de la problemática social latinoamericana, está dado por
las consultorías de los organismos internacionales. Por definición,
esos organismos deben contar con el consenso de los gobiernos
que los integran. Para encontrar el punto de consenso, deben
limarse todas las asperezas y reprimirse toda audacia intelectual.
Se cae así en un discurso epidíctico en el que se dice lo obvio
camuflado con un lenguaje técnico políticamente correcto. Mu-
chas veces, el consultor llega a sentirse moralmente en falta si
expresa sus propias convicciones en un informe; siente que está
introduciendo sus ideas de contrabando, pues no se le paga para
eso sino para producir "papers" destinados a ser aceptados por

16
La condición social

actores tan diversos y con tantos compromisos, que sólo


aprobar diagnósticos y recomendaciones carentes de toda radica-
lidad descriptiva o normativa. La consultoría se transforma así
en el opio de los pueblos, adormeciendo a tantas mentes brillantes
que podrían estar pensando en soluciones de fondo. Claro que hay
excepciones. Nadie puede negar, por dar sólo un ejemplo, la
importancia de los aportes de Amartya Sen a una economía que
impulse el desarrollo genuino de los pueblos, con libertad y equi-
dad; y sin duda la relevancia de esos aportes tiene mucho que ver
con la buena gestión del PNUD. Lo que acá quiero decir no es
que no hay funcionarios y consultores de esto~ organismos que
ponen lo mejor de sí para construir un mundo mejor, sino que
pretendo señalar algunos factores estructuralmente perversos que
hacen que organismos tan diferentes entre sí, como el Banco
Mundial o la UNESCO, desaprovechen el enorme potencial de
su gente, esterilizando las posibilidades de gestación de un pen-
samiento verdaderamente apto para orientar una acción transfor-
madora de esta realidad. Realidad signada por la existencia de
masas ingentes de parias de la modernidad condenados a ser me-
ros desperdicios humanos, como bien señala Zygmunt Bauman.
Otro de estos mecanismos perversos consiste en la exigencia hacia
el consultor de respaldar sus afirmaciones con datos cuantitati-
vos fehacientes. Así, vemos cómo se gastan millones de dólares
para constatar que los chicos provenientes de hogares indigentes
tienen mayores dificultades de aprendizaje que los provenientes
del decil más lico de la población y otras obviedades por el es-
tilo. Solemos encontrar acá a los científicos sociales que creen
que se puede estudiar y entender la sociedad sin una base teóri-
ca sólida .. Son aquellos cuantofrénicos -para usar el célebre ca-
lificativo acuñado por Pitirim Sorokin- que confunden socio-
logía con sociometría y reducen el saber a lo estrictamente men-
surable. Y si de consultorías y mensurabilidades hablamos, vea-
mos brevemente qué pasa con la ciencia política y la economía.
Como afirma Atilio Borón en el último capítulo de Tras el búho
J,e Minerva -texto, por otra parte, muy recomendable para
ahondar en las cuestiones acá expuestas-, la clisis teórica en la

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ENRIQUE l\/L DEL PERCIO

ciencia se a que en los treinta


últimos años ha estado crecientemente a la insalubre in-
fluencia de la economía neoclásica, crisis que la for-
ma de una irresponsable liquidación de la tradición de la filosofía
política y de una desenfrenada huida hacia delante en pos de una
nueva piedra filosofal: los microfundamentos de la acción social.
Estos revelarían, en su primigenia amalgama de egoísmo y ra-
cionalidad, las claves profundas de la conducta humana con abs-
tracción de las circunstancias históricas, factores estructurales o
tradiciones culturales que pudieran condicionarla." Llamativa-
mente, los programas de estudio de una disciplina cuyos proge-
nitores tuvieron todos una consistente base filosófica (como
Adam David Ricardo, Schumpeter o Keynes, por
mencionar sólo algunos de los exponentes de las corrientes más
relevantes) ocultan con notable esmero cualquier mención a
la filosofía. Muchos de los futuros economistas, reducidos a me-
ros económetras incapaces de entender a la economía real, van
a tener una importancia decisiva en su futuro rol de directivos,
consultores o asesores de gobiernos, empresas, bancos u organis-
mos internacionales. Sin embargo, para éstos -como dice
Borón- la "teoría" no es otra cosa que el conjunto de ideas con-
vencionales desarrolladas en los papers publicados por sus pro-
fesores, envueltos y empaquetados en forma de teoremas hiper-
matematizados, y que apenas sí guardan alguna remota relación
con los problemas reales de la economía.
Amén de todo esto, las agencias de desarrollo tienden a contratar
expertos en una parcela cada vez más reducida de la realidad, incapaces
de comprender los problemas del funcionamiento del sistema en su to-
talidad. Con la mejor de las intenciones se convoca a profesionales que
puedan dar una respuesta a las demandas sociales en materia de educa-
ción, seguridad, empleo, salud, vivienda y medio ambiente.
La mayor parte de los análisis, diagnósticos y propuestas existen-
tes para dar respuesta a estas demandas suelen tener una característica
común: su carácter fragmentario y parcial.
Los expertos en cada una de estas áreas con frecuencia plantean las
posibles soluciones en el terreno de las otras:

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La condición social

el educador considera que es brindar educación de ca-


lidad a chicos cuyos no tienen trabajo o que no tienen una
vivienda adecuada o que carencias alimentarias, por lo
tanto proponen empezar por resolver la cuestión del empleo, de
la vivienda y de la salud;
/ el experto en empleo sostiene que que comenzar por aten-
der la cuestión educativa, pues los nuevos modelos laborales re-
una formación y una capacitación tales que sin educación
no puede haber empleo de calidad; además, se requiere una buena
situación sanitaria de la población para que pueda trabajar ade-
cuadamente;
/el experto en seguridad plantea que hay que comenzar por la edu-
cación, el empleo y la erradicación de la pobreza, pues está com-
probado estadísticamente que a mayor nivel educativo, menor uso
de violencia en la comisión de delitos y que a mayor nivel de
equidad social, menor tasa de delincuencia en general;
/ el experto en salud afirma que no hay sistema de salud sustenta-
ble sin pleno empleo (pues el sistema público no puede dar sa-
tisfacción a toda la población), sin educación suficiente (base de
la prevención) y sin condiciones ambientales y habitacionales
adecuadas;
/el experto en vivienda plantea que sin empleo y sin educación toda
política de vivienda no pasa de ser mero asistencialismo;
/ el experto en cuestiones ambientales remite a la seguridad, la edu-
cación, la salud y el empleo ...
Dado que ninguno de los problemas centrales de la vida colectiva
puede ser abordado por sí mismo y que resulta prácticamente imposible
establecer por dónde corresponde empezar, es imperioso repensarlo todo.
Y a no es posible pensar aisladamente cada uno de los factores que con-
dicionan los distintos aspectos de la vida social, sino que es menester
pensar la condición social en sí misma. Pero nuestros expertos no están
capacitados para pensar así. Están formados de acuerdo con esquemas de
especialización, con predominancia de los modelos de políticas públicas
que responden al tipo desarrollado preponderantemente en las universi-
dades norteamericanas. Al respecto, aventuro como hipótesis que asisti-

19
ENRIQUE M. DEL PERCIO

mos al fracaso del a nuestro medio de esos modelos de polí-


ticas públicas tal como se han venido elaborando en las sociedades más
industrializadas, y especialmente en el ámbito anglosajón. Ello obedece
a que esos modelos son pertinentes para ser aplicados en sociedades, en
las que el sistema político funciona, pero cuando es el propio sistema el
que no funciona, no tiene sentido poner parches o remiendos parciales.
Esto no significa afirmar que aquellos modelos no revistan ninguna uti-
lidad en nuestro medio. Significa que no puede ser éste el único ni el prin-
cipal esquema teórico disponible para afrontar los desafíos mencionados.
En otros términos: el problema no son las políticas públicas tomadas
como metodología para la acción, sino las políticas públicas tomadas
como ideología.
Pasemos ahora a mencionar dos de las razones de la parálisis de las
ciencias en general.
La primera simplemente la mencionaré: se trata de la obligación de
publicar en revistas con referato. El autor está más pendiente de la apro-
bación de su artículo por los científicos ya consagrados como tales -y
que tienen en sus manos el poder de definir qué es lo científicamente
válido y qué no lo es- que de arriesgar una idea original. Al menos las
tres cuartas partes de lo publicado en estas revistas científicas es aburri-
do e intrascendente. Agreguemos que en el caso de las ciencias sociales,
suele calificarse con mayor puntaje para concursos docentes o para lle-
nar plazas de investigadores a quienes han publicado en revistas europeas
o norteamericanas. Ello pone a nuestro intelectual en la incómoda situa-
ción de ajustarse a los temas que interesa a los referís y consejeros edi-
toriales de los países del norte. Temas que, naturalmente, no tienen por
qué coincidir con la agenda relevante para nuestros pueblos.
Me voy a detener un poco más en la segunda de las razones de esta
parálisis: la exaltación del método.
Según una visión ingenua de la ciencia, existe una diferencia sus-
tancial entre ciencia y tecnología: la primera buscaría el puro conocimien-
to de la realidad; mientras el objeto de la segunda consistiría en la trans-
formación de esa realidad. Desde esta perspectiva, la ciencia puede ser
definida como "todo conocimiento cierto de las cosas o procesos, natu-
rales o sociales, por sus principios y causas" y la tecnología como "aquel
conjunto de los saberes propios de un oficio o arte en tanto que se deri-

20
La condición social

ven de un conocimiento científico". La en es entendi-


da como "aquella transformación que el hombre opera sobre las cosas sin
que esa actividad se sustente en el saber científico de quien la emplea".
el agricultor que siembra la semilla emplea una técnica, el ingeniero
agrónomo que le recomienda utilizar determinados fertilizantes o sem-
brar híbridos para mejorar sus rindes, usa una tecnología, y el químico
y el biólogo que desarrollaron esas tecnologías, lo hicieron a partir de
la aplicación de los conocimientos científicos.
Hasta aquí, todo es muy claro y sencillo. No obstante, es preciso
considerar que para que un conocimiento adquiera status de científico debe
haber sido alcanzado mediante una metodología claramente definida. Pero
el método es en sí mismo una tecnología. Como dice Vattimo en su In-
troducción a Heidegger: "Es así como la aspiración al control metódi-
co, calculable, previsible de los fenómenos es un factor intrínseco al pro-
yecto de la ciencia moderna. Sus condiciones de posibilidad remiten a
un mundo abordado bajo la dimensión de la técnica". Ya desde su ca-
rácter teórico la ciencia participa de la "racionalidad tecnológica". La
"verdad científica" es el resultado de la aplicación correcta de una me-
todología, es decir, es el "producto" de una actividad técnica. De una
concepción científica de la tecnología, se pasa a una visión tecnológica
de la ciencia.
Entre otros factores, esto obedece a que si bien sigue siendo el mer-
cado el que condiciona el avance científico, ahora las empresas son con-
ducidas por ejecutivos que tienen que rendir cuentas todos los años ante
sus accionistas. En ese marco, es natural que ninguno quiera arriesgar
demasiado. Por lo tanto, se financian sólo los proyectos más seguros.
Para eso, se requiere que el investigador presente un proyecto en el que
se especifique con todo detalle el itinerario a seguir en la investigación.
A su vez, los organismos estatales destinados a financiar la investigación
también van a plantear similares exigencias. No se puede pretender una
conducta distinta: si cualquiera de nosotros tuviese la responsabilidad de
administrar los fondos públicos destinados a la financiación de la inves-
tigación, también iría sobre seguro y demandaría el mayor nivel de de-
talle en el mismo proyecto de investigación. Pero indudablemente esto
opaca, e incluso llega a anular, toda imaginación. En especial, la exigen-
cia de presentar una hipótesis a demostrar aniquila la posibilidad de que

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aparezca lo nuevo. En una vez que el detecta un pro-
blema, si financiación para debe nrP·~Prlt'1r
una hipótesis plausible como componente central de su proyecto de in-
vestigación. A partir de entonces todos sus esfuerzos se focalizarán en
comprobar lo acertado de la hipótesis elegida. No es una cuestión de
mala fe; es un condicionamiento psicológico elemental. Pero los que nos
dedicamos a estos menesteres bien sabemos que cuando detectamos un
problema, por lo general, no tenemos la menor idea de cómo resolver-
lo. Ignoramos de antemano cuál será la metodología más adecuada, va-
mos y venimos en un juego de marchas y contramarchas por calles y sen-
deros diversos y muchas veces con sentidos y direcciones divergentes u
opuestos.
Creo que a esto se debe que en los últimos cuarenta años no ha ha-
bido ningún descubrimiento importante en ciencias duras, y en los últi-
mos treinta, tampoco hubo aportes importantes en ciencias sociales. La
cantidad de requisitos metodológicos exigidos por las autoridades para
aprobar un proyecto de investigación, además de hacer que los investi-
gadores pierdan más tiempo llenando formularios que pensando en sus
cuestiones específicas, les demarca tanto el terreno que les coarta esa li-
bertad de imaginación imprescindible para un genuino progreso del co-
nocimiento científico.
Hace falta confiar más en el investigador. Es mucho más importante
la seriedad científica demostrada en su actividad personal que el detalle
y pasión puestas para llenar planillas y diseñar proyectos de investiga-
ción. Si Kant hubiese tenido que elevar anualmente los informes que hoy
tendría que elevar, jamás hubiese tenido tiempo de escribir la Crítica de
la Razón Pura. Claro que para un profesor alemán hoy puede ser redi-
tuable en términos económicos dedicarse a llenar formularios. Hablar de
estos problemas en Argentina merecería un capítulo aparte. Pero convie-
ne que me deje de dar consejos que nadie va a atender y pase a referirme
al marco epistemológico dentro del que se desarrollará este trabajo.
Una de las estrategias más exitosas del sistema de dominación mo-
derno consistió en fragmentar el saber en tantas disciplinas como fuere
posible. Así se consigue producir aquel "experto" o especialista del que
hablamos más arriba, apto para explicar una parcela de la realidad pero
incapaz de dar cuenta de los problemas estructurales del sistema.

22
La condición social

y fisuras que ya no ad-


miten Hace falta pensar todo de nuevo. En razón
de la complejidad de la sociedad contemporánea resultan insuficientes los
instrumentos teóricos brindados por la sociología.
No se trata de crear un nuevo paradigma capaz de dar cuenta de las
que rigen el curso de la sociedad o de los nexos causales que ex-
las conductas humanas. No es verdad que todavía no se hayan des-
cubierto esas leyes y esos principios causales. No se han descubierto ni
se han de descubrir jamás, sencillamente porque no existen, pues, insis-
to, el hombre y la sociedad son el cero y el infinito en los que fracasa
todo intento de cálculo matemático. No hay leyes ni causalidades (al
menos, en el sentido en que las ciencias positivistas conciben la noción
de causa). Hay tendencias y motivaciones.
Este libro es un intento de comprender las tendencias sociales con-
temporáneas a partir de la comprensión del hombre y sus motivaciones.
No es tarea sencilla. En última instancia, el ser humano es un misterio.
Las tendencias no son unidireccionales y muchas veces se oponen entre
sí. Las motivaciones no aparecen nunca tal cual son.
Para aventurarse en este intento es menester sacar provecho de los
saberes existentes en otras disciplinas. En particular, la filosofía ofrece
un auxilio insoslayable. Pero también la teología, la historia, la antro-
pología, la psicología, las ciencias políticas y la economía resultan de gran
utilidad para abordar adecuadamente el estudio de la sociedad contem-
poránea. Es cierto que el diferente estatuto epistemológico de estos modos
de conocer provoca una inconmensurabilidad de sus discursos que tor-
na, en apariencia, imposible su empleo eficaz en forma conjunta. Sin
embargo, inconmensurabilidad significa que no pueden ser medidas en
común, que no hay un patrón común de medida, pero no significa que
no pueda generarse un diálogo fecundo entre esas ciencias.
Por cierto, los problemas derivados de los discursos, lenguajes y
jergas distintos, hacen que resulte muy difícil sacar ventaja de los estu-
dios ínter o trans-disciplinarios. Si sentamos a conversar a un abogado
y a un sociólogo pueden llegar a muchos acuerdos de toda índole, pero
no van a hacer sociología jurídica. Como tampoco harán filosofía de las
ciencias un filósofo y un científico reunidos en un panel. No niego que,
dado el carácter analógico del lenguaje, puedan entenderse profesionales

23
ENRIQUE M. DEL PERCIO

procedentes de distintas áreas epistémicas. Pero difícilmente pro-


ducir algo más que algún documento más o menos reflejo de
una suerte de "tmismo cultural" de unos en el campo del saber de los otros.
Por eso, propongo la in-disciplina como la metodología más ade-
cuada para abordar el análisis de las principales tendencias sociales.
Empleo el término indisciplina en tres sentidos:
1) Tomando el prefijo in en el sentido de "insertar", a partir de la
propia disciplina (en este caso, de la sociología) se trata de en-
trar, meterse, insertarse en las otras disciplinas.
2) A su vez, siguiendo con el mismo sentido del prefijo, se trata
también de incorporar elementos, métodos y conocimientos es-
pecíficos de las otras disciplinas en la propia.
3) Por último, tomando el prefijo in como negación, se trata de ne-
gar la disciplina en el sentido etimológico del término. La coer-
ción que ejerce la disciplina entendida como látigo (tal es su eti-
mología) impide a la inteligencia desplegar plenamente sus po-
tencialidades. Como vimos, la disciplina así entendida lleva a so-
brevalorar el método, so capa de preservar el rigor científico. Esa
hiperdulía del método es una de las razones por las que hace dé-
cadas que no hay inventos en serio en el terreno de las ciencias
duras, ni teorías explicativas y propositivas válidas, en el terre-
no de las ciencias sociales. La disciplina impide que la verdad sea
dicha. Es, por tanto, la responsable de que la verdad sea desdi-
cha al coartar la necesaria alegría concomitante a la aventura del
conocimiento. No digo asertivamente que la verdad es dicha. De-
masiado desgarrada tengo el alma como para decir semejante san-
dez. Digo, desiderativamente, que la verdad sea dicha.
En una fría noche en Salamanca, comencé a escribir sobre esta
cuestión. El horror atravesado en mi propia existencia y la pasión de las
víctimas de la historia me rondaban. Es inútil: nunca pude escribir so-
bre ninguno de los dos temas en prosa, y menos procurando emplear el
aséptico lenguaje de la ciencia:

En una noche oscura,


Estando ya mi alma desolada,
Bailando en los abismos
La condición social

De la nada interminable
Me encontré con el horror,
Frente a frente, cara a cara.

El horror que acompaña a la historia


En toda su geografía:
En la oscurantista inquisición
Y en la iluminista guillotina,
En el recordado rostro de nuestros desaparecidos
Y en el olvidado crimen de los exterminados druidas,
En lrak, en Atocha y en las torres,
En Londres, Dresden y en Hiroshima,
En los Gulags, en Ruanda y en Treblinka,
¡Después de Auschwitz, cómo hacer poesía!

Sólo resta callar.

Callé.

Y en medio del silencio,


El horror bajó la vista.
Seguí soportando su fétido aliento,
Pero en esa noche oscura,
Sin saber yo por qué ni cómo,
Comenzó a nacer una esperanza
Frágil, tenue, chiquitita,
Herida, doliente, lacerada,
Pero salvajemente viva
Trocando mi dolor en alegría.

En esa noche oscura


Amable más que la alborada
Descubrí que bien vale la pena
Jugarse la vida entera
Para que la verdad sea dicha,
Y lo demás, no vale nada.

25
Pero toda merece ser en
común. El investigador no pretender ni los métodos ni
llegar a adquirir en _su vida todos los conocimientos de aquellos que vie-
nen trabajando en las otras disciplinas. El correcto empleo del método
indisciplinario requiere la consulta constante y la humildad intelectual
necesaria para aceptar la crítica de los otros profesionales. La alegría es
lo opuesto a la tristeza, no a la falta de seriedad. El método indiscipli-
nario se opone al rigor mortis que está aquejando a las ciencias y a la fi-
losofía, no al máximo rigor intelectual necesario para encontrar los mo-
tivos más profundos de las penurias de nuestro tiempo y los caminos para
intentar superarlos en la medida de lo humanamente posible.
Otro factor a considerar es la aptitud de la filosofía de convertirse
en la lingua franca, facilitadora de un diálogo fecundo entre investiga-
dores de diversas procedencias académicas. Su mayor grado de abstrac-
ción le permite a la filosofía situarse un escalón por sobre los demás sa-
beres y, de esta suerte, constituirse en el terreno más propicio para el
encuentro indisciplinario. Por eso, no es casual que la filosofía se deje
de lado en la formación de los futuros licenciados en sociología, cien-
cias políticas o economía. Particularmente aguda es la ignorancia filo-
sófica en los cultores de esta última disciplina, agravando el panorama
general de las ciencias sociales en razón de la innegable influencia que
el modo economicista de entender la realidad tiene sobre la sociología,
la ciencia política y, crecientemente, sobre el derecho. Más aún: pode-
mos afirmar que, de algún modo, la economía contemporánea, reduci-
da a una simple econometría desvinculada de la realidad de los pueblos,
ocupa hoy, particularmente en el mundo anglosajón, un lugar semejan-
te al que nosotros planteamos que debería ocupar la filosofía.
Si se quiere ver la cosa desde otra perspectiva, lo que estoy propo-
niendo no es sino un regreso a las fuentes. Marx, Weber, Pareto y en
general todos los fundadores de las distintas corrientes de las ciencias
sociales tuvieron amplios conocimientos de y realizaron fundamentales
aportes en economía, historia, antropología y, particularmente, filosofía.
Sus mejores descendientes, como Mannheim, Horkheimer, Adorno o
Foucault, además de continuar el tratamiento indisciplinario de esas cien-
cias, incorporaron el psicoanálisis. Hicieron dialogar a Marx con Freud,
a Weber con Heidegger y a Nietszche con Lacan. Los cambios acaeci-

26
La condición social

dos en nuestras sociedades nos retomar esta saludable tradición.


Si en Europa esto es en Latinoamérica además es perentorio.
Vale destacar una vez más que seguir la senda de estos pensadores no sig-
nifica limitarse al análisis de sus textos. Significa tratar de entender la
l'-'<•U'-''"" para mejorarla, tal como ellos usando sus categorías
analíticas cuando conservan su potencial explicativo y no forzando la
'"''uwcau para hacerla entrar en esas categorías. En ciencias sociales sue-
le ocurrir que aquello que es un lente de aumento válido para ver me-
jor una sociedad resulta un prisma distorsionador a la hora de mirar otra
sociedad. En esos casos no resulta razonable ni pasarse la vida estudiando
la lente, ni intentar decir que la realidad es tal y cual como la vemos a
su través. Tampoco es razonable renegar de la idea misma de tener una
lente de aumento. Se trata, en cambio, de crear una lente nueva.
Claro que las ciencias sociales nunca van a estar a la altura de las
expectativas que generan, porque el mismo ser humano no está a la al-
tura de sus propias esperanzas. Como decía Merton en los años setenta.
"la sociología ha estado, característicamente, en condición inestable, al-
ternando sus cultivadores entre fases de optimismo extravagante y de pe-
simismo extravagante acerca de su capacidad, aquí y entonces o al me-
nos muy pronto, para descubrir soluciones duraderas a los problemas de
la sociedad humana y los problemas de la sociología humana, es decir,
soluciones a los principales problemas sociales y a los principales pro-
blemas cognoscitivos". Lejos de esos optimismos y pesimismos extrava-
gantes, me parece que, a partir de los elementos que señalamos, resul-
taría factible efectuar un aporte en orden a ese "pensar todo de nuevo"
que decía Agulla.
Se podrá advertir a lo largo de las páginas que siguen que este in-
tento por pensarlo todo de nuevo no pretende ni puede ser una creación
ex nihilo. Como es obvio proviniendo de un discípulo de Agulla, se ins-
cribe en la tradición weberiana e incorpora a un Marx leído desde la teoría
crítica frankfurtiana, de cuya deriva se separa para ser más tributario de
los franceses (Foucault) que de sus hijos más o menos legítimos alema-
nes (Habermas). Pero también se puede percibir un trasfondo filosófico
no siempre explícito, aunque siempre presente, que asume las caracterís-
ticas del universal situado en los términos expuestos por Mario Casalla,
así como del grito silenciado de las víctimas de la historia, tal como deja

27
sentirse con fuerza en la obra de Juan Carlos ~vuwciv••v,
Manuel Reyes Mate, Santiago Kovadloff y de mi recientemente falleci-
do amigo José María Mardones.
La totalidad de las ideas acá contenidas fueron discutidas a lo lar-
go de los últimos dos años con mis colegas del Grupo Márgenes de es-
tudios e investigación social. Sus aportes han sido fundamentales para dar
forma definitiva a este libro.
Aspectos parciales de este trabajo son fruto de la aguda conversa-
ción de colegas, alumnos y amigos de las distintas universidades en que
he ido exponiendo por separado las categorías analíticas que aquí presen-
to sistematizadas. Al respecto, elementales consideraciones de honestidad
intelectual me obligan a efectuar un reconocimiento especial a Roberto
Doberti, Enrique Zuleta y Carlos Cárcova y al siempre recordado Ro-
berto Brie de la Universidad de Buenos Aires, Attico Chassot y Alfredo
Culleton de Unisinos (Brasil), Manuel Alcántara de la Universidad de
Salamanca (España), Joachim Bom de la Universidad de Jena (Alema-
nia), Christian Noemi Padilla de la Universidad de La Serena (Chile),
Julio Echeverría y César Montaño de la Universidad Andina del Ecua-
dor, Enrique Sosa y Enrique Marius del CELADIC (con sede en Vene-
zuela) y a todos aquellos que con sus comentarios, críticas y sugerencias
me han permitido ir dando forma a estos planteas.
En gran medida me fue posible recibir esas sugerencias gracias a
Adolfo Sequeira y sus colaboradores en el emprendimiento cultural de
Carta de América. A ellos les debo la publicación de Building the
Empire State ?, un breve ensayo conteniendo in nuce buena parte de las
conjeturas y obsesiones que acá se desarrollan.
Para esta segunda edición, quisiera agregar aún a fuer de ser injusto
con otros colegas, los precisos y preciosos comentarios efectuados por
Costas Douzinas de la London University y las puntuales y atinadas ob-
servaciones de Osear De Masi, amigo entrañable de tantos años.
Y, claro, mi especial agradecimiento a Cecilia, por su consejo pre-
ciso, su apoyo incondicional y la magia constante de su presencia a mi lado.
Prefiero hacer esta declaración de bienes al comienzo, para evitar-
me la necesidad de citar sin descanso las fuentes de cada una de las ideas
que se exponen en este escrito. Muchas veces la dificultad de la cita tie-
ne que ver con el origen oral de mi conocimiento sobre sus ideas; al no

28
La condición social

encontrar el correlato escrito por ellos de lo que les he oído decir en con-
ferencias, clases o conversaciones personales, no me es posible explici-
tar la referencia con un mínimo de rigor. También pasa que sus ideas
constituyen una suerte de basamento, de humus, tan sobreentendidas
como el piso sobre el que caminamos y del que nunca tenemos concien-
cia. Asimismo, inciden consideraciones de gentileza para con el lector,
evitándole la incomodidad de estar constantemente distrayéndose con la
cita. A veces uno se encuentra con trabajos académicos que contienen
tantas citas que terminan pareciendo más bien una casa de citas. Dada la
índole de este trabajo, que conjuga indisciplinariamente elementos pro-
pios del ensayo con otros característicos de la producción científica, no
parece del todo conveniente cortar la continuidad de la lectura con la re-
misión constante a citas al pie. Por ello, solamente acudiré a la cita cuan-
do la inserción de la nota en el cuerpo principal acarrearía más incon-
venientes que beneficios.
Pero otras veces ocurre que no puedo hacer correctamente citas ex-
plícitas de autores a los que traiciono constantemente, a veces a sabien-
das y otras veces sin advertirlo, pues no me interesa la fidelidad a su pen-
samiento en sí, sino la potencialidad explicativa que pueda yo encontrar
en sus ideas. No pretendo acá hacer un estudio de las ideas expresadas
por los grandes autores, sino usar sus ideas para tratar de entender un poco
mejor nuestra realidad. Más aún: declaro solemnemente mi oposición a
todo intento de punir en el ámbito de las ideas a la traición, al robo o
al asesinato. Por algo, Agulla siempre decía que debía abolirse toda le-
gislación atinente a los derechos de autor. Por mi parte, creo que el único
delito digno de sanción es el estelionato: no es correcto vender como pro-
pias ideas que son de otros. Pero tampoco es correcto -en rigor, ni si-
quiera posible- sostener, lustrar o adornar las propias ideas con los pen-
samientos de otros.
Con estos presupuestos, a lo largo de las páginas que siguen, inten-
taré esbozar un conjunto de categorías que espero resulten útiles para la
comprensión de los problemas de la sociedad contemporánea y, quizá,
también para comenzar a pensar las soluciones. Empleo el término ca-
tegoría en su sentido etimológico, como "cualidad que se atribuye a un
objeto". Aclaro que la cualidad que le atribuyo es la que me interesa en
orden a los fines que persigo. Si lo que quiero es fabricar receptáculos

29
por un lado a un gato
y a un perro y por otro a un pony y a un gran con pres-
cindencia de lo que la zoología diga acerca de félidos, cánidos y equinos.
Categorizar implica clasificar. Y toda clasificación tiene un componen-
te arbitrario.
Creo que la mejor explicación de esto la da Borges en "El idioma
analítico de John Wilkins", texto que, dicho sea de paso, inspiró a
Foucault para escribir Las palabras y las cosas. En ese ensayo, se refiere
Borges a "cierta enciclopedia china" en la que consta que "los animales
se dividen en a) pertenecientes al Emperador, b) embalsamados, c)
amaestrados, d) lechones, e) sirenas, f) fabulosos, g) perros sueltos, h)
incluidos en esta clasificación, i) que se agitan como locos, j) innume-
rables, k) dibujados con un pincel finísimo de camello, l) etcétera, m)
que acaban de romper el jarrón, n) que de lejos parecen moscas".
Dicho en otras palabras: las ideas son del que las trabaja y las taxo-
nomías del que las necesita.
Perrnítaseme un último comentario: lo que sigue es una suerte de
esbozo de un plano que posibilite abordar con mayor claridad la com-
plejidad que caracteriza a la situación actual de nuestro país, nuestro con-
tinente y nuestro mundo. En pos de esa claridad he decidido que sólo fi-
guren en este plano las grandes avenidas, procurando que eso evite la con-
fusión que generaría la maraña de calles, pasajes y senderos existentes,
pero en ningún caso pretendo ignorar su existencia. Muchos de ellos co-
rren en sentido distinto, e incluso opuesto, al de esas avenidas. Confie-
so que estoy trazando este plano con mano temblorosa y dubitativa, sin
imágenes satelitales y muchas veces sin siquiera un teodolito, pero creo
que igual merece la pena el intento. Vale reiterar que esto no es más que
un plano, un marco categorial, un esquema de interpretación. Confun-
dir un esquema interpretativo con la realidad es tan absurdo como con-
fundir al plano con la ciudad. Pero es tan necesario contar con un mar-
co categorial adecuado como contar con el plano.
Mas dejemos ya los prolegómenos y adentrémonos en los temas que
nos convocan. Me molestan esos prólogos consistentes en una larga lis-
ta de excusas con las que el autor pretende atajar por anticipado los re-
proches que habrá de recibir por derecha o izquierda. Por mi parte, con-
fieso que me encantaría que alguien se tomara el trabajo de criticarme

30
condición social

con hasta el final del li-


bro, pues, como en una es recién al final cuando
"'"''"'~'V todo lo anterior. el solo hecho de que el lector
de por sí es un halago, en función del cual antici-
po mi beneplácito con relación a cualquier comentario, por más acerba-
mente crítico que sea.
Con el objeto de facilitarle llegar hasta el final, me permito suge-
rirle al lector especializado en ciencias sociales que pase sin escalas a la
lectura del tercer capítulo, pues en razón del carácter introductorio de los
próximos -referentes a la sociedad, la socialización y los grupos- no
encontrará más que algunas ligeras diferencias con lo que es de uso al abor-
dar de estos temas por parte de la literatura sociológica contemporánea.

31
PRIMERA
No procuraré dar una definición de la sociedad, pues, como ocu-
rre con cualquier cosa importante (la libertad, la justicia, la belleza, el
amor, la felicidad) la definición es imposible. En efecto, de-finir implica
poner delimitar, y cuando el objeto de definición es algo tan nom-
brado y encierra tal carga valorativa, toda supuesta definición está im-
pregnada de una ideología.
Esto no es algo pacíficamente aceptado por la comunidad científi-
ca. Por el contrario, la concepción predominante desde los albores del
pensamiento occidental entiende que hacer ciencia tiene, como primer
cometido, elaborar definiciones; es decir, encontrar las palabras que se
corresponden exactamente con lo que se quiere significar. La palabra, y
más precisamente la definición, es en esta tradic!ón una herramienta, un
instrumento para expresar una idea clara y distinta, y el lenguaje busca
la univocidad. Como explica Mardones: "incluso se presenta la tarea fi-
losófica como una tarea depuradora de la plurivocidad y de la desazón
que causa la misma. En el fondo, se busca un lenguaje objetivo sin hue-
llas subjetivas y una comprensión operativa, instrumental, del mundo".
Subyace la idea de que nuestra conciencia sería capaz de presentarnos la
realidad tal cual es. "Esta tradición, en suma, da primacía al signo por
sobre el símbolo y entiende que una tarea permanente con la que nos
enfrentamos en el uso del lenguaje es la limpieza de impurezas signifi-
cativas, es decir, de expresiones vagas y nebulosas o de multivocidades
y equivocidades. Se trata de un pensamiento que ejerce una terapéutica
sobre esta enfermedad del lenguaje".
Esa imposible pretensión de univocidad conlleva el riesgo de ha-
cer del lenguaje algo inerte, ajeno al mundo de la vida e ignorante de
que, por regla general, la definición es impuesta por quien tiene el po-
der definir. Y ese poder tiene más que ver con el mundo del sistema

35
ENRIQUE M. DEL PERCIO

-cuyo funcionamiento trataremos de ir comprendiendo en las páginas


que siguen- que con el mundo de la vida. Por eso, en lugar de dar una
definición del concepto "sociedad" es preferible analizar los presupuestos
o condicionamientos ideológicos a partir de los cuales a lo largo de la his-
toria se han ido elaborando las distintas definiciones de ese concepto.
Desde los albores de la filosofía política encontramos presente la
preocupación por tratar de elucidar qué tipo de existencia tiene eso que
hoy llamamos "sociedad".
Simplificando las posiciones al respecto, se puede hablar de tres
grandes concepciones:
1) Para unos, la sociedad como tal no existe. Sólo existen los indi-
viduos concretos: Juan, Marcela, Pedro o Sebastián, y nada nos
autoriza a sostener la existencia de una sociedad que, en cuanto
tal, no puede ser vista, tocada, percibida de ningún modo. En
todo caso, por "sociedad" debería entenderse un mero todo de
yuxtaposición, como una biblioteca o un estacionamiento, que
tienen, por decirlo así, una suerte de "existencia debilísima" to-
talmente dependiente de la existencia "fuerte" de los libros o los
automóviles que ocupan sus lugares unos al lado de los otros,
simplemente yuxtapuestos.
Entre las manifestaciones contemporáneas de esta postura, encon-
tramos al anarquismo de tipo individualista y al liberalismo ex-
tremo. Para sus exponentes más conspicuos, al no existir la so-
ciedad, no puede existir tampoco la justicia social. Esta no es
más que parte del haz de fuegos artificiales (jata morgana dirá
Hayek) disparados por los demagogos de siempre para encandi-
lar a la plebe ignorante. Sí existiría, en cambio, la justicia
conmutativa resultante del do ut des: te doy para que me des,
propio de las relaciones contractuales entre individuos.
También participan de esta posición algunas de las expresiones
más extremas del formalismo sociológico, para las que la "rea-
lidad" que los hombres atribuyen a las formaciones y entes co-
lectivos existe tan sólo en la imaginación de esos sujetos y nun-
ca fuera de ellos de un modo efectivo.

36
La condición social

En el extremo encontramos a que la so-


ciedad es lo que realmente existe y que los individuos no son sino
de esa entidad. La sociedad sería una suerte
un todo similar a un cuerpo
y los individuos serían los miembros de ese cuerpo. Los
que conducen ocupan el lugar de la los guardias o mili-
tares, el lugar del corazón o de los brazos y los (la-
briegos, artesanos y comerciantes), el lugar del estómago.
Con el correr de los siglos, esta postura habrá de encontrar su
correlato en a) las ideologías totalitarias (la Alemania nazi o la
"Santa Madre Rusia" de Stalin), en algunas concepciones que
ven en la sociedad exclusivamente un "sistema" o una "estruc-
tura" con un funcionamiento propio, en el que las decisiones de
sus miembros no son sino resultantes de las necesidades de ho-
meostasis, autopreservación y autoreproducción de ese sistema,
y c) las concepciones empresariales "duras" para las que el indi-
viduo, la persona, no cuenta, sino que lo único realmente impor-
tante es la empresa, en nombre de cuya no se trepida
en despedir obreros, bajar sueldos a los y llevar a los
gerentes y ejecutivos al borde del stress y del paro cardíaco.
En general, las posturas más conservadoras suelen apelar a esta
metáfora orgánica, pues la analogía con un cuerpo viviente, en
especial con el cuerpo humano, legitima la de que cada
cual haga bien lo que debe hacer en el lugar que le tocó, sin pre-
tender realizar las tareas o funciones propias de otro órgano o
miembro. "¡Qué impo1tante es que el hígado y los riñones cum-
plan bien su función, oculta y humilde, pero vital para todo el
organismo; pero en cambio, qué funesto sería que esos órganos
pretendiesen ocupar el lugar del corazón o del cerebro, pues si
ello ocurriese todo el cuerpo y por ende ellos también.
Por eso, siempre debemos agradecer a los ocultos y humildes tra-
bajadores que permiten que la sociedad avance; pero que sigan
trabajando y haciendo aquello para lo que están ... y que no se
les qcuna pensar o mandar!"

37
3) Una intermedia y -a mi juicio- de las dos
ante1iores es la que se deriva del
ésta, la tiene existencia real, pero no sustancial, sino
accidental relacional o de orden. Es decir, que quienes sí exis-
ten por sí mismos son los individuos (aunque también el indivi-
duo existe no como una sustancia acabada, sino en tanto que es
en relación consigo mismo, con los demás y con el cosmos), pero
sin significar con esto que la sociedad no tenga ningún tipo de
existencia en la realidad. Lo que ocurre es que su modo de exis-
tencia no es tan "fuerte" como la del individuo, sino que "acce-
de" a esa existencia. Es un supuesto análogo a lo que sucede, por
ejemplo, con el color azul: no existe por sí mismo, sino que ne-
cesita que exista ese saco azul que sí tiene una existencia sustan-
tiva (que se "sustenta" a sí misma); o como pasa con el tamaño:
tampoco existe por sí mismo, sino que necesita de cosas para
existir.
Obviamente esto es una mera aproximación con fines didácticos,
pues el estatuto ontológico de la sociedad encierra una complejidad ma-
yor, que iremos advirtiendo a lo largo de este trabajo. De todos modos
en este punto nos alcanza con tener en claro que, para esta concepción,
la sociedad existe, pero existe de otro modo que el de las cosas sustan-
tivas: existe en virtud de las relaciones que se dan entre sus miembros.
En términos aristotélicos, la sociedad no pertenece a la categoría sustancia
sino a la categoría relación. Si bien este modo de ser es, para decirlo de
algún modo, más débil que el modo de ser que le atribuye la posición
2), no por eso es una mera ficción. En efecto, las relaciones humanas,
en general existen más allá de la voluntad o de la inteligencia de los su-
jetos relacionados; no son una pura creación de los miembros de la so-
ciedad, un derivado de un pacto o contrato voluntario. ¡Cuántas veces
Juan maldijo su suerte por haberse enamorado de Catalina! ¡Cuántos hi-
jos desearían renegar de su filiación y cuántos hermanos de su lazo fra-
terno! ¡Cuántas relaciones conocemos que causan tanto dolor y sin em-
bargo subsisten a pesar del deseo y la voluntad de aquellos que están re-
lacionados!
Ni un organismo viviente, ni una creación de la imaginación, la
sociedad es, pues, una modalidad de las relaciones humanas con entidad

38
La condición social

esa clase de ese de existencia", no es


pero aunque los hombres y decidieran lo
más fuerte que su voluntad los llevaría a viviendo en
vv•v~·-~· Sólo un dios o una bestia vivir fuera de la sociedad. El
Daniel Defoe, intentando exaltar las del indivi-
duo tras crear a Robinson Cmsoe, tuvo que crear también a Vier-
nes. Tan insoportable le fue la idea de la soledad total que ni en
la pudo sostenerla, incluso en contra del plan que origi-
nalmente había pensado para su novela.
Esta no es, por cierto, la soledad del ermitaño, pues en razón del
amor que lo impele a buscar esa soledad, paradójicamente vive en la ple-
de la compañía.
Como dijo el

Sin el amor que encanta


La soledad del ermitaño espanta,
Pero es más terrible todavía
La soledad de dos en compañía.

Ignoramos a ciencia cierta cuál pueda ser la causa de este talante


social del ser humano. Posiblemente tenga que ver con un problema evo-
lutivo: la hembra de la especie prehumana andaba en cuatro patas y paría
sus cachorros a los catorce meses y ya nacían completos. Al hacerse
bípeda, en razón del peso del feto ya no pudo alojarlo en su seno más
de nueve meses y por eso se vio obligada a parirlo antes de que tuviera
condiciones mínimas como para sobrevivir sin muy intensos cuidados
durante el primer año de vida extrauterina. Esa dependencia del bebé con
su madre constituiría un vínculo originario que le haría imposible vivir
luego en total desvinculación con la sociedad.
No sabemos si es esa la causa, si es otra, o si no hay ninguna. Lo
cierto es que el hombre desde que nace debe vivir en Es un
lugar común afirmar que no existe un ser viviente más inerme e inca-
paz de asegurar su subsistencia que un niño recién nacido. En éste
no puede alimentarse por ni protegerse de otros animales ni de los ri-
gores del dima, sino mucho tiempo después que una cría de
especie. A todas luces son insuficientes a estos fines los tenden-
cias y capacidades con que cuenta el hombre al nacer.

39
Pero además esta en que se encuentra el niño no se re-
duce al material. Podemos afirmar que, en cierto el ser
humano necesita tanto o más de la relación afectiva con sus semejantes
que de la satisfacción de otro de necesidades. como prueba
dos interesantes citados por el sociólogo americano Chinoy.
El primero hace referencia a un realizado por el empe-
rador Federico II en el que cuenta que "otras de sus locuras era averi-
guar qué lenguaje y qué modos de expresión emplearían ciertos niños
cuando creciesen sin que antes se les hubiese hablado. Así que ordenó a
sus madres adoptivas y a sus nod1izas que amamantaran a los niños, que
los bañaran y lavaran, pero que de ninguna manera les arrullasen o les
hablasen, porque quería saber qué lengua hablarían primero: ¿el hebreo
-la lengua más antigua-, el griego, el el árabe, o quizá la len-
gua de sus padres? Pero su trabajo fue inútil porque todos los niños mu-
rieron: no podían vivir sin las caricias, las sonrisas y las dulces palabras
de sus madres
El segundo ejemplo trata de las dirigidas por Spitz,
en las que "se comparó a los niños de un orfanato y a los niños de un
aislado pueblito de pescadores, cuyas condiciones físicas eran deficien-
tes, con un grupo de niños de clase media y, especialmente, con los be-
bés de una guardería adjunta a una institución penal para muchachas de-
lincuentes. En el orfanato, las condiciones médicas, nutritivas e higiénicas
eran buenas pero los niños recibían muy poca atención personal por parte
de las niñeras (cada niñera, por más maternal que fuese podía dedicarle
poco tiempo a un solo niño, porque era responsable de ocho). En la ins-
titución penal las condiciones físicas eran semejantes, pero los niños es-
taban mejor cuidados por sus madres. La conclusión que se obtuvo de
estas observaciones fue que la ausencia del cariño, el estímulo y el amor
producía no sólo un desarrollo físico y emocional limitado, sino también
una alta tasa de mortalidad". Utilizando las palabras de Linton, "los ni-
ños sin cariño se mueren".
El análisis de casos similares ha llevado a Kingsley Davis a concluir
que los mismos "revelan en forma singular el papel de la socialización
en el desarrollo de la personalidad; la mayoría de los rasgos men-
tales que consideramos constituyentes de la mente humana no se encuen-
tran presentes, a menos que sean colocados allí por el contacto comuni-
cativo de los demás".

40
La condición social

Vivir en sociedad

desempeñar roles sociales?


u~,,.-...--
este proceso -denominado socialización- y cómo deben rea-
lizarlo? En nadie ha dar aún una absolutamente
satisfactoria a estos No es mucho lo que se ha
avanzado en orden al conocimiento de estos temas. A esto han contribui-
do las distintas ciencias que enfocan diversos aspectos de la cuestión, tales
como la filosofía, la sociología, la biología, la psicología y la antropo-
logía. Procuraremos exponer algunos conceptos fundamentales acerca de
esta temática desde una perspectiva ""~iu~·~ª"'"u•u.
En primer término conviene recordar que el miste1io del hombre
trasciende lo que las distintas disciplinas decir acerca de él. El
"experto", ya sea sociólogo, antropólogo o suele estar más
comprometido por su formación con lo que Habermas denomina el
"mundo del sistema" que con el "mundo de la vida". Por eso el experto
debería acudir constantemente a la reflexión filosófica a fin de evitar el
riesgo de definir dogmáticamente en términos de su de
saber lo "bueno" o lo "malo" al analizar o intervenir en las distintas si-
tuaciones concretas a que lo enfrenta la fascinante de la exis-
tencia humana. No pocas veces debemos contemplar la actitud de pro-
fesionales que parten de un modelo prefijado de sociedad o de
al cual deben ceñirse las relaciones humanas. ¿Cuántos politólogos no le
hubieran aconsejado a San Martín desistir de su absurda empresa de
emancipar a medio continente sin contar siquiera con el apoyo de su go-
bierno? ¿Cuántos psicólogos no hubieran recomendado internar a San
Francisco de Asís o a Teresa de Calcuta en un manicomio? ¿Cuántas ve-
ces no nos enfrentamos en la vida cotidiana a la opinión de especialis-
tas que creen saber apodícticamente en qué consiste ser un buen
una buena esposa o un buen hermano, como si hubieran una
cantidad de trajes con las medidas a su juicio "ideales" y trataran de que
todos los cuerpos se les amolden, cortando un poco los brazos o procu-

41
M. DEL PERCJO

rando estirar un poco las del cuando no calzan

Por cierto, es mucho lo que la ciencia acerca del


ser pero muy poco es lo que En un tiempo en
que el científico ocupa el lugar del sacerdote o del brujo de la es
-·~·..··-· ..- necesario tener esto en cuenta para evitar que ese ámbito
de decisión personal sea suplido por recetas ya establecidas acerca de "lo
que hay que hacer" en cada caso.

La socialización en general es aquel proceso por el que se capacita


a un individuo para desempeñar roles sociales. La socialización prima-
ria es la forma en que este proceso afecta a la persona en su infancia,
desde el momento mismo de su nacimiento (o desde su concepción, se-
gún algunos) y por medio de la cual se convierte en miembro de la so-
ciedad.

l. Gran carga afectiva: es obvio que la socialización primaria im-


plica mucho más que un aprendizaje meramente cognoscitivo. Existe
además una fuerte adhesión emocional por parte del niño hacia aquellos
encargados de proveer a esta etapa de su socialización (padres, herma-
nos, tíos, abuelos, etc.), llamados sus "otros significantes".
Como consecuencia de esta adhesión emocional, el chico tiende a
identificarse con el otro significante, es decir, tiende a verse a sí mismo
y a ver la realidad tal como la ve, por ejemplo, su padre. Una vez que
se produce dicha identificación, el individuo acepta los roles y actitudes
que observan en sus mayores, intemalizándolos y apropiándose de ellos.
Por esta identificación con los otros significantes, el niño se identifica
consigo mismo. En otras palabras desarrolla una personalidad integrada.
Vale decir que el yo del niño -en cierto modo- no hace sino re-
flejar las conductas que para con él tuvieron los otros significantes. No
obstante, tengamos en cuenta que la identidad es la resultante de la
autoidentificación y la identificación que hacen los otros. Esta oposición

42
La condición social

no se da solamente en la socialización sino que se a lo


de toda la del individuo.
Desde un punto de vista la identidad es sinónimo de "ubi-
cación en el mundo", y desde el de vista sólo ser
ª'ª"H"'~~ por el individuo con ese mundo.
dad implica adjudicamos un lugar en el mundo.
Claro que el mundo es también una construcción
ción que a su vez condiciona la identidad. Veamos dos
En uno de los mitos fundamentales para ,.,.,,mn.r0 ~"'
go, Homero recién sobre el final de Odisea, en el canto nos cuen-
ta la razón por la que Autólico había impuesto a su nieto el nombre de
Odiseo (Ulises). Y lo hace después de relatar el retorno de Odiseo, el
exiliado griego, a su isla de queriendo con esto significar que éste
no asume plenamente su identidad -cuya primera manifestación es el
nombre- hasta que no vuelve a su donde va a ser nuevamente
reconocido por los demás (identificación que hacen los otros), y donde
él mismo va a volver a ocupar "el lugar que le como rey de
(autoidentificación). La identidad se vincula al pasado.
En la tradición judía en cambio, Abram, el exiliado, recién será
Abraham a sus noventa y nueve años tras la Alianza con quien
le dijo: "No te llamarás Abram sino que tu nombre será Abraham, por-
que yo te constituyo padre de una muchedumbre de pueblos. Te multi-
plicaré de modo extraordinariamente grande; de ti haré yo pueblos y re-
yes saldrán de ti. Yo establezco una Alianza contigo y con tu descenden-
cia después de ti, de generación en generación". La identidad se vincu-
la al futuro.
Claro que esta diferencia entre la construcción de una identidad a
partir del pasado y otra a partir del futuro no es tan lineal ni esquemá-
tica como parece a primera vista, pero ya tendremos oportunidad de vol-
ver sobre estas cuestiones. Antes, sigamos con los caracteres de la socia-
lización primaria.

2. Identificación Automática: el niño no tiene posibilidad alguna de


elegir a sus otros significantes, de resultas de lo cual se identifica con ellos
automáticamente. Los roles y actitudes observados son para el niño los
únicos roles y actitudes posibles. El mundo transmitido por sus mayo-

43
las intemalizadas en la sociali-
zac1on se en la conciencia con mucha más fuerza que
las internalizadas en la socialización secundaria, lo que genera graves
problemas, por ejemplo, en los casos de hijos de migrantes provenien-
tes de culturas muy diferentes de la imperante en la sociedad receptora.
Pero no sólo el sino incluso él mismo se ve a través de la
mirada de sus otros significantes. Cuando Carlitos tiene hambre, en lu-
gar de decir "yo tengo hambre", dice "Carlitos tiene hambre". En otros
términos, el niño en esta llamada estadio del espejo, al reconocer
su propia imagen reflejada en el otro, se identifica narcisísticamente con
esa imagen. Al producirse el juego de reflejos o "desdoblamiento" en-
tre su conciencia y su imagen devuelta por el otro significante, no hay
propiamente subjetividad, pues ésta implica necesariamente una delimi-
tación o separación no identificación) con el otro. Por ello, diría
Lacan, al infante le ocurre lo que al psicótico: es incapaz de situarse él
mismo o los demás y suele hablar en tercera persona.

3. Abstracción Progresiva: a partir de las actitudes y roles concre-


tos que ve desempañar a sus otros significantes, el niño internaliza las
pautas de conducta consideradas correctas en su medio social mediante
un proceso de abstracción progresiva.
Veamos cómo aprendió Carlitos a no entrar embarrado a la sala de
estar:
1. El viernes Carlitos vuelve de jugar y al entrar embarrado a la sala
de estar, su madre lo reta. Carlitos infiere: "mamá está enojada
conmigo porque entré embarrado a la sala de estar".
2. El sábado Carlitos vuelve a entrar embarrado, la madre vuelve a re-
tarlo y Carlitos, con gran inteligencia e irrefutable lógica, infiere:
"mamá se enoja conmigo cada vez que entro embarrado a la sala
de estar".
3. El domingo Carlitos queda al cuidado de sus abuelos. Como por
regla general le consienten todo, Carlitos no toma mayores pre-
cauciones al entrar a la casa. Embarra la alfombra y sus abue-
los lo retan. Descubre Carlitos: "los abuelos se enojan conmigo
si entro embarrado a la sala de estar".

44
La condición social

4. La semana siguiente va a jugar a casa de sus Se


la situación con sus tíos y Carlitas se dice: "mis tíos también se
enojan cuando hago eso".
5. Por lo tanto, deduce: "todos se enojan conmigo cuando entro em-
barrado a la sala de estar".
6. Con esa lógica impecable que viene desan-ollando, Carlitas da
ahora un salto. Pasa de los personajes concretos que se molestan
con su conducta, y mediante un ejercicio de abstracción realizado
a partir de la generalización alcanzada en el punto anterior, ela-
bora la norma: "No debo entrar embarrado a la sala de estar".
Así llegamos al concepto de "otro generalizado" entendido como
una abstracción de los roles y actitudes definidos por los otros signifi-
cantes concretos. Esto quiere decir que ahora la identificación se da no
solamente con otros significantes específicos, sino con una generalidad
de "otros"; es decir, con la sociedad. Nótese el cercano parentesco que
hay entre esto y el concepto psicoanalítico de superyo. En palabras de
Freud: "Hacia esa época (alrededor de los cinco años) se produce una
importante modificación: una parte del mundo exterior es abandonada,
por lo menos parcialmente, como objeto, y en cambio se incorpora al yo
mediante la identificación; es decir, se convierte en elemento del mun-
do interior. Esta nueva instancia psíquica continúa las funciones que an-
teriormente desempeñaran aquellos personajes del mundo exterior: ob-
serva al yo, le imparte órdenes, lo dirige y lo amenaza con castigarlo,
tal como hicieron los padres, cuya plaza ha venido a ocupar. A esta ins-
tancia la llamamos superyo y en sus funciones de juez la sentimos como
conciencia moral."
Advirtamos de todos modos que nadie puede intemalizar la totalidad
de roles, actitudes y conductas propuestas por la sociedad. Esto es válido
tanto para sociedades complejas como la nuestra, cuanto para sociedades
mucho más simples. Por otro lado, el hombre es capaz de realizar conduc-
tas no originadas en la socialización. A consecuencia de esto, decimos que
la relación individuo-sociedad se encuentra en un constante equilibrio di-
námico, puesto que la simetría que existe entre ambos, como afirman Berger
y Luckmanp. en La construcción social de la realidad (obra insoslayable para
profundizar en esta temática): "nunca constituye un estado de cosas estáti-
y
co definitivo: siempre tiene que producirse y reproducirse in actu".

45
l. Contenidos específicos: obviamente, los contenidos específicos
de la socialización primaria varían de una sociedad a otra. No obstante,
hay algunos que necesariamente se encuentran en todas las culturas. El pri-
mero de ellos es el lenguaje, el vehículo de socialización más importante.
Por su intermedio se transmiten otros contenidos específicos, los
denominados "programas institucionalizados para la vida cotidiana". Es-
tos cónsisten en esquemas que le permiten conocer al individuo diver-
sos comportamientos considerados socialmente correctos, para enfrentar
situaciones frecuentes en la vida corriente.
Todos estos programas distinguen entre la propia situación del niño
y la de otros, como por ejemplo, la de los niños de otra casta o de otro
sexo.

2. Secuencia de aprendizaje socialmente definida: toda secuencia de


aprendizaje debe tener en cuenta el nivel de desarrollo biológico para
impartir una enseñanza acorde con las distintas etapas del mismo. Natu-
ralmente, ninguna sociedad desconoce que un niño de dos años no pue-
de aprender lo mismo que uno de cinco.
De la misma manera la gran mayoría de las sociedades distingue
entre lo que se debe enseñar a un niño o a una niña.
Lo que sí varia notablemente de una sociedad a otra es el concep-
to de infancia. Así, por lo general, un miembro de una sociedad simple
ingresa en la etapa adulta antes que un integrante de una sociedad com-
pleja. Esto obedece a dos razones fundamentales. Por un lado, las expec-
tativas de duración cronológica de la vida en las comunidades más sim-
ples son muy inferiores a las de las sociedades "avanzadas". Por ende,
esa comunidad hará uso temprano de las aptitudes de sus miembros como
guerreros, cazadores, etc. Por otro lado, la cantidad de conocimientos que
debe recibir el joven integrante de esa comunidad para desempeñar co-
rrectamente sus roles sociales es menor que el de su par de una sociedad
más compleja y por consiguiente, será menor también el tiempo que de-
mande su socialización primaria.
Pero incluso dentro de una misma sociedad, el abandono de la eta-
pa infantil se realiza a distintas edades, conforme al estrato social al que
pertenezca. Así, citando otra vez a Berger y Luckmann, "un niño de clase

46
La condición social

se entera de los hechos de la vida a la edad en que uno de clase


uv'H"·'" los rudimentos de la técnica del aborto".
Lo cierto es que la socialización primaria se considera finalizada
ya se internalizó el concepto de "otro generalizado" en la con-
del sujeto. De este modo se encuentra ya capacitado para ser un
efectivo de la sociedad. En principio, si esta socialización ha
sido el sujeto posee entonces una personalidad social integrada,
continua y estable.
De todas maneras, por más simple que sea la cultura en la que el
individuo desarrolla su existencia, siempre van a quedar elementos no
incorporados. De hecho, la socialización es un proceso que recién termina
con la muerte del sujeto.
Párrafo aparte merece el fenómeno de la adolescencia. No todas las
sociedades reconocen un momento intermedio entre la infancia y la adul-
tez. Cuanto más compleja es una sociedad, obviamente, más elementos
deberá manejar el individuo para entrar en la etapa adulta, es decir, para
estar en condiciones de proveer a su propio sustento y al de su prole se-
gún las exigencias derivadas de la diferenciación de roles propia de cada
de sistema social. Si a esto se le suma la dificultad que tienen hoy
los jóvenes para acceder al mercado de trabajo vemos por qué la adoles-
cencia en los sectores medios y altos de las sociedades contemporáneas
se prolonga hasta edades que hubiesen resultado absurdas hace apenas dos
o tres generaciones. La explosión de la matrícula de los estudios de grado
y posgrado en prácticamente todo el mundo constituye un buen indica-
dor de lo dicho.
Procuraremos ahora analizar la forma en que la sociedad se las arre-
gla para inducir al individuo ya socializado al desempeño de nuevos roles
sociales.

El concebir una sociedad en la que no sea necesario recurrir a un


proceso de socialización secundaria puede resultar muy interesante como
hipótesis de laboratorio, pero -al menos hasta ahora- la realidad no
nos ha mostrado ningún supuesto semejante. Por el contrario, todos los
cas9s conocidos presentan al menos cierta división del trabajo. Esto con-

47
ENRIQUE Mº DEL PERoo

lleva, como consecuencia necesaria, una cierta distribución social del


conocimientoº Así, el cazador patagón, buen conocedor de la técnica de
caza del guanaco, ignoraba muchos detalles del secado, sobado y poste-
rior pintado de las pieles de este animal, pues esto -dentro de su esque-
ma de división sexual del trabajo- era de competencia exclusiva de las
mujeresº Tanto el hombre como la mujer patagones comenzaban el apren-
dizaje de estas tareas entre los nueve y diez añosº Es decir que a partir
de ese momento iban adquiriendo gradualmente el conocimiento espe-
cífico de los roles de cazador y de curtidora de cuerosº
En la mayoría de las sociedades, la transición de la socialización
primaria a la secundaria va acompañada de ciertos ritualesº Por ejemplo,
hasta mediados del siglo XX, este paso se simboliza con el uso de pan-
talones largos en los varones y la "presentación en sociedad" en las jo-
vencitasº Resulta particularmente interesante transcribir algunos fragmen-
tos del excelente trabajo del antropólogo José Imbelloni sobre los ritos
de iniciación del joven ona:
"Durante la primera infancia los niños están bajo el cuidado de
la madre; luego, al adquirir el desarrollo necesario los hijos varo-
nes pasan bajo la dirección del padre, que los somete a una vida de
progresivo endurecimiento, adiestrándolos en el uso del arco y en
la práctica de la caza"º
"Llegado a la época de la pubertad, el joven ona entra en un pe-
ríodo de pruebas, que se prolongará por dos años, y a cuyo térmi-
no será reconocido como miembro adulto de la tribu, física y men-
talmente apto para la vida del cazadoL Al entrenamiento físico se
acompaña, en este período culminante de su existencia, la adquisi-
ción de un corpus de doctrina secreta y la revelación de los ritos de
la tribu, cuya naturaleza y significado el nuevo adepto debe jurar
que no revelará nunca a las mujeres, bajo pena de muerte"º
"El período de prueba comienza a los catorce años, y se abre con
una ceremonia en que los iniciados son declarados kloketen o no-
vicios, y que es conocida con ese mismo nombreº La ceremonia, que
dura varios días, es realizada con misteriosa solemnidad, por los
miembros ancianos de la tribu, en un lugar situado en plena flores-
ta y apartado, donde se encuentra construida una choza de palos de
forma piramidal que lleva el nombre de choza de los consejos y
cuyo ingreso es rigurosamente vedado a las mujeres"º

48
La condición social

"Las enseñanzas que el joven recibe son: que deberá ser un buen
compañero, no olvidar los deberes de la venganza, esconder siem-
pre a las mujeres su pensamiento íntimo y por fin, ser valiente y sa-
ber soportar la escasez de comida y toda incomodidad".
"En el tercer día se le somete a una serie de escenas que tienen
la finalidad de despertarle terrores sobrenaturales, por medio de la
aparición imprevista y cuidadosamente preparada de indios enmas-
carados que representan legiones pavorosas de seres sobrehumanos.
Al término de veinte días, previo solemne juramento, bajo amena-
za de la pena capital, se le confía el secreto de todas las representa-
ciones, la tradición de un antiguo estado de dominio tiránico ejer-
cido por las mujeres y la necesidad de mantenerlas, por medio del
terror, bajo el dominio absoluto de los varones".

En este caso no es necesaria la existencia de un organismo de so-


cialización secundaria con dedicación exclusiva (como la escuela o la
universidad) sino que resulta suficiente la labor del padre. Como hemos
visto, ésta se complementa con la de los ancianos, quienes, por otro lado,
cumplen la función de órgano de legitimación.
Como se verá con mayor detalle al estudiar el surgimiento del Ter-
cer Escenario o Escenario Global Virtual, los agentes institucionalmen-
te encargados de la socialización primaria y secundaria varían de acuer-
do con la complejidad de la distribución social del conocimiento. En una
sociedad simple, con una distribución del conocimiento sencilla, puede
ser el mismo organismo (por ejemplo, la familia) el encargado de am-
bas socializaciones. Por el contrario, en sociedades más complejas, se
impone la creación de organismos especializados en los distintos aspec-
tos de la socialización secundaria. Para desempeñar eficazmente esa ta-
rea cuentan con un plantel exclusivo especialmente capacitado. Ejemplo
de esto lo constituyen los colegios, las universidades, las academias, etc.
Fuera de estas dos situaciones extremas, puede existir un sistema en
que los agentes socializadores combinen esas tareas con otras. Tal el caso
de los ancianos onas.
Consideraremos ahora los requisitos necesarios para que acontezca
la socialización secundaria:

49
M. DEL PERC!O

1. Proceso de · el hecho de que la so-


cialización secundaria deba inherir sobre un sujeto ya socializado con
anterioridad, plantea un problema de coherencia entre las internalizacio-
nes 01iginales y las nuevas, cuya gravedad varía según los casos. En este
sentido, particularmente en sociedades en las que conviven gentes pro-
cedentes de tradiciones culturales muy diferentes, se debe actuar con sumo
cuidado al intentar resolver los conflictos que se dan entre las normas,
los valores y los roles internalizados en la socialización primaria y los
que se pretenden imponer en esta segunda etapa. Por ejemplo, la prohi-
bición del uso del chador en las escuelas francesas generó un grave con-
flicto para las jóvenes musulmanas entre las normas y valores incorpo-
rados durante el proceso de socialización primaria, fuertemente enraizados
en una concepción religiosa, y los valores fundados en la laicidad y la
igualdad propios de la sociedad francesa. Indudablemente este punto re-
presenta uno de los mayores desafíos que deben enfrentar las sociedades
contemporáneas, especialmente las que habitan en los países económica-
mente más poderosos. Por ello, volveremos a abordar esta cuestión en
varios de los capítulos siguientes.

2. Vocabulario específico de roles: cada rol social comporta una


cantidad de términos, giros y expresiones que constituyen una jerga di-
fícil de comprender para el "no iniciado" en el rol específico. Piénsese
en lo difícil que resulta para un abogado la comprensión de un tratado
de fisiología o para un médico la lectura de un artículo de física cuántica.
Por eso se afirma que alguien está capacitado para el buen desempeño
de un rol específico no sólo cuando ha adquirido las habilidades nece-
sarias, sino cuando se ha vuelto capaz de entender y usar el vocabulario
propio del rol en cuestión.
En la segunda mitad del siglo XIX, cuando se generalizó la edu-
cación pública institucionalizada, se entendía que la entonces llamada
"instrucción primaria" estaba satisfactoriamente adquirida cuando se
manejaba un vocabulario de ochocientas palabras. Es lo que hacía falta
para desempeñar roles simples: almacenero, zapatero, albañil. En cam-
bio, para acceder al desempeño de roles más complejos se suponía que
era menester manejar un vocabulario de mil doscientas palabras. Ese era
el cometido de la "instrucción secundaria". No era importante que el col-
La condición social

chonero términos como o , pero sí


debía hacerlo un bachiller para acceder a los estudios universita-
rios. Como al pasar, dejo un dato sin sacar por ahora ninguna conclu-
sión: hoy en Argentina el estudiante universitario medio maneja un vo-
de menos de ochocientas palabras.
A su vez, en el nivel universitario se debía entrenar al cursante en
el manejo de la jerga específica de su disciplina. Esto perseguía (y per-
sigue) una doble finalidad: por un lado, dotar de la precisión termino-
lógica necesaria para el progreso de la disciplina y el buen desempeño
de un rol complejo. En los albores de la sociología como ciencia,
Durkheim reclamaba la formulación de una jerga específica en estos tér-
minos: "Creemos que para la sociología ha llegado el momento de to-
mar el carácter esotérico que conviene a toda ciencia. De esta manera,
ganará en dignidad y en autoridad lo que quizá pierda en popularidad."
Pero también persigue otra finalidad menos altruista: marginar a los le-
gos de la actividad derivada de los saberes propios de los iniciados pre-
servando el espacio de poder propio de cada corporación. ¡Cuántos so-
ciólogos, médicos, psicólogos o abogados conocemos que hablan difícil
al sólo efecto de parecer geniales al tomar distancia de los pobres mor-
tales! Nietszche, refiriéndose a algunos filósofos, decía que revuelven el
charco para que parezca profundo ...

3. Intemalización de normas apropiadas: esta internalización se da


conjuntamente con la identificación con el rol específico a desempeñar.
Pero no todos los roles requieren para su buen desempeño que esta iden-
tificación tenga la misma fuerza. Por ejemplo, una persona que quiere
llegar a ser un excelente escultor debe internalizar las normas e identi-
ficarse con un rol hasta un grado que es innecesario para quien preten-
de ser un bu~n cirujano plástico. Obviamente en una sociedad que pri-
vilegia el factor económico, se hace necesario conseguir, en el caso del
artista, que se dé esta identificación con una intensidad emocional tal que
pueda enfrentar lo que subjetivamente se le aparecerá como "la sociedad
de consumo, totalmente insensible a las manifestaciones más elevadas del
espíritu". En cambio, en el caso del cirujano, puede llegar a desempe-
ñar su rol con toda corrección habiéndose limitado a aprender su disci-
pliná a través de un proceso racional, afectivamente neutro.

51
ENRIQUE M. DEL PERCIO

1. Escasa importancia del factor biológico: las pautas a internali-


zar durante esta etapa se establecen en función de las aptitudes y habili-
dades requeridas y no de la edad del individuo. Así, los patagones antes
de aprender a cazar ñandúes y guanacos debían aprender a arrojar con
precisión las boleadoras y las flechas, o los alumnos de escuela deben sa-
ber efectuar las operaciones aritméticas básicas antes de aprender a re-
solver una ecuación.
Pero las secuencias del proceso de socialización secundaria pueden
también ordenarse en virtud de otros elementos e intereses. Por ejemplo,
imaginemos que en una sociedad, para aprender el arte de la adivinación,
haya que aprender primero a cazar leones. En ese caso, el aprendizaje de
la técnica de caza, probablemente no cumpla otra función que la de di-
ficultar el acceso al rango de adivino; en otros términos, es un "filtro"
para acceder a un rango de privilegio. Como casos reales, podemos ci-
tar el de la China del s. XII de nuestra era, donde estaba establecido que
para ingresar a la burocracia del mandarinato, el aspirante debía tener una
buena formación literaria y un amplio dominio de los clásicos del
confucianismo. Estas estipulaciones son ajenas al conocimiento natural-
mente requerido para desempeñar el rol de adivino o de burócrata chino,
pero este tipo de requisitos realzan el prestigio de los roles en cuestión,
impidiendo que el acceso a esas posiciones esté al alcance de cualquiera.

2. Escasa carga afectiva: más arriba se señaló la gran importancia


que conlleva la faz afectiva en la socialización primaria en orden a la
correcta internalización de roles. Si el pequeño no ama a su madre (o a
quien cumple el rol de ésta) y a su vez, no se sabe amado por ella, se
producirán en su personalidad trastornos tan graves que será muy difí-
cil solucionarlos en etapas posteriores. En cambio, no es en modo algu-
no necesario que el individuo "sienta" algo por su profesor de Física o de
Derecho comercial, más allá de la mínima corriente afectiva (positiva o
negativa) que necesariamente se da en toda interacción humana directa.
Esto permite afirmar que el agente encargado de algún aspecto de
la socialización secundaria no constituye un "otro significante" casi
irreemplazable, como la madre o el padre. De hecho, parte importante
de la socialización secundaria está a cargo de agentes institucionales a

52
La condición social

se encomienda la tarea específica de transmitir determinadas pau-


tas y conocimientos. Estos agentes, a la inversa de lo que ocurre con los
otros significantes durante la primera etapa, son por principio intercam-
biables. Un maestro o un profesor puede ser más o menos agradable que
otro, pero en principio, unos y otros son igualmente aptos para cumplir
su misión socializadora.
Vale señalar que no empleo los términos "socialización" y "educa-
ción" como sinónimos ni mucho menos. A veces, incluso pueden llegar a
ser antitéticos. En efecto, la socialización consiste en incorporar en el in-
dividuo normas, pautas, conocimientos y otros elementos desarrollados en
un marco social; en cambio, la educación consiste -o mejor dicho, de-
bería consistir- en brindar al educando los instrumentos necesarios para
que éste pueda desplegar libremente sus potencialidades. En un caso, se trata
de "meter" o introyectar; en el otro, de ayudar a "sacar" o proyectar.
Sin perjuicio de ello, resulta indispensable tener en cuenta este aspecto
en orden a la elaboración de técnicas pedagógicas, particularmente en las
etapas iniciales de la educación, que hagan sentir como "familiar" al edu-
cando los elementos que se le proponen en la socialización secundaria. Por
esto es que el maestro debe procurar que los contenidos que enseña sean
vívidos (es decir "llenos de vida", como el mundo de la infancia); relevantes
(para que al vincularlos con las estructuras de relevancia familiares le den
importancia al tema) e interesantes (motivando al niño o al adolescente
para que fije su interés en elementos cognoscitivos artificiales como si tu-
vieran la naturalidad de los que aprehende en la vida cotidiana).
Precisamente, la consecuencia más importante de esta escasa carga
afectiva, radica en la poca "fuerza" con que se implantan las normas y
valores en esta etapa. Por ello, en países de alta inmigración, como fue
el caso de la Argentina, debe conferírsele el carácter de "segunda mamá"
a la maestra, encargada de socializar a los hijos de inmigrantes en fun-
ción de pautas muchas veces diversas a las vigentes en su familia de ori-
gen, al par que deben sacralizarse los símbolos patrios ("aquí está la ban-
dera idolatrada ... ") y canonizarse a los "padres de la Patria", tratados
como héroes, esos seres mitológicos hijos de hombres y dioses. Por cierto
en. la Argentina, más allá de serias y fundadas críticas, en su momento
tanto la escuela primaria como el servicio militar obligatorio, cumplie-
ron de modo adecuado esta función.

53
ENRIQUE M. DEL PERCIO

3. El problema del yo y el ejercicio de distintos roles: el Maestro


aquel monje medieval germano que supo alcanzar las altas cum-
bres de la contemplación mística, ocasionalmente debía oficiar como
portero en el monasterio de Erfurt. Cuentan que en esas oportunidades
solía protagonizar diálogos como el que sigue:
- "¿Quién eres tú?" Preguntaba el Maestro en respuesta a los golpes
dados en la puerta del monasterio por algún viajero que venía a so-
licitar alojamiento.
- Soy Godofredo de Tübingen.
- No pregunto cuál es tu nombre, sino quién eres tú.
Desconcertado, el otro seguía con algo así como: -Pues ... soy el se-
ñor del condado de Tübingen.
- No te pregunto qué cargo ocupas, sino quién eres tú.
- Soy el hijo de Ruperto de Tübingen y de Hildegarda de Pardau.
- No te pregunto el nombre de tus padres, sino quién eres tú.
Más desconcertado aún, y con creciente nerviosismo, el otro proba-
ba alguna variante:
- Soy el vencedor del último torneo de Breitenstein.
- No te pregunto qué has hecho, sino quién eres tú.
Un poco harto, pero necesitando guardar la compostura para obtener
el ansiado alojamiento por esa noche, arriesgaba:
-Yo soy yo.
- Eso vale para cualquiera, lo que yo pregunto es quién eres tú, úni-
camente tú.
Luego de algunas otras alternativas, el diálogo finalizaba cuando el
viajero se daba por vencido:
- Pues francamente no lo sé.
- Ahora sí puedes pasar, hijo mío.

¿Qué respuesta podría brindar hoy el miembro de una sociedad ur-


bana contemporánea, que desempeña una serie de roles mucho más di-
versificada que los de un hombre del medioevo o un miembro de cual-
quier otra comunidad? Obviamente la diferenciación de roles derivada
de las nuevas condiciones socio-laborales acarrea una serie de consecuen-
La condición social

cias de orden en torno a la de la adecuación


y de la integración de la identidad. Pero el análi-
sis detallado de estas consecuencias para más adelante. Por ahora, nos
basta con señalar que mientras en la etapa de socialización casi
todos los aspectos de la realidad cotidiana son resueltos en función del
"'"'rr"·'"" de roles no muy diferenciados entre sí (hijo-alumno-hermano-
amigo), la interacción social propia de la etapa secundaria torna imprescin-
dible la separación clarn de un conjunto de roles.
Hernán debe desempeñar el rol de médico en un hospital público,
y en un sanat01io privado, el rol de docente universitario, de fanático de
de padre de una nena de cinco y otra de siete años, de marido, de
afiliado a un partido político y de aficionado al ajedrez. En cada uno de
estos roles, debe desempeñarse de modo distinto, y, si se confunde, co-
rre el riesgo de ser catalogado de loco. No puede comportarse en la clase
como si estuviera en la cancha de fútbol, ni puede dirigirse a sus hijas
como a sus pacientes del hospital, ni hablar con sus contertulios
políticos como lo hace con su Además, las condiciones del mer-
cado laboral lo llevan a mudarse desde Buenos Aires a Salta, pero si-
guiendo en contacto con Buenos con todas las readecuaciones
mentales y afectivas a que se ve obligado. No obstante, no deja de ser
él mismo; por más roles diversos que ejecute, sigue siendo Hemán. Pero
ciertamente, no ha de vivir su propia identidad de la misma forma que
si viviera en una comunidad menos compleja. Allí, a lo sumo habrá de
desempeñar un rol público (médico del pueblo) y uno privado (padre y
marido). Al interactuar en público siempre con la misma gente, nunca
deja de ser "el doctor Hemán", aun al jugar al ajedrez en el club del pue-
blo o al reunirse a hablar de política en el local partidario.
El Maestro Eckhart con su interrogatorio buscaba suscitar el anhelo
de encontrar el "centro" de la propia existencia. Ese centro, como tal,
existe y no existe. Tal como pasa con la noción de centro para la geo-
metría, éste es un punto. Como tal, no ocupa lugar en el espacio, no tie-
nen dimensiones ni extensión alguna. Por ende, bajo cierto aspecto no
existe. Pero sin embargo toda la dimensión espacial se asienta sobre la
idea de punto. Análogamente, el yo como tal no existe en un sentido
"fuerte" como pudo haber pensado el individualismo dieciochesco. Pero
sí tiene su existencia en ese punto que, siendo nada, una vez encontrado

55
se constituye en el todo. Mas esa del centro, difícil de por sí
en todas las civilizaciones, se hace particularmente en la
sociedad contemporánea en razón de esta cantidad de actividades diver-
sas que está obligado a realizar el individuo. El sistema como tal cons-
pira para que la persona no pueda hallar ese centro, al prohibirle la
heideggeriana patencia de la nada.
Pedro, a sus catorce años, un sábado por la tarde está sentado en la
vereda sintiendo un extraño desasosiego que lo invade por completo. Pasa
su tío y le pregunta: "¿qué te pasa?". Pedro da una respuesta fascinante:
"nada". Es decir, le pasa nada; está a punto de descubrir ese centro, a
punto de tener una experiencia de las más fundamentales que se pueden
tener en la vida. Sin embargo, el sistema, representado en este caso por
el tío, le dice: "dejáte de embromar y ponete a hacer algo: estudiá, ayudá
a tu mamá a barrer el patio, andá con tus amigos o aunque sea ponete a
escuchar música, pero hacé algo".
Por supuesto, el tío no es consciente de la significación de su con-
sejo. Pero consciente o no, lo cierto es que le impide a Pedro tener esa
experiencia de la nada, fundamental para poder iniciar un conocimien-
to radical de sí, y por tanto para aventurarse por caminos de sabiduría
y libertad.
¿Qué lleva a Pedro a aceptar el consejo de su tío? ¿Por qué razón
el tío, que de joven tuvo una experiencia similar a la de Pedro, ahora está
incapacitado para comprender lo que le ocurre a su sobrino? ¿Cómo es
posible que el "mundo del sistema" haya colonizado hasta tal punto su
mente y su corazón? En los capítulos que siguen trataremos de acercar-
nos a la comprensión del funcionamiento del sistema y, por consiguiente,
a una respuesta posible frente a estos interrogantes. Claro que esto no será
fácil: todos tenemos una extraordinaria (y comprensible) resistencia a
advertir que hay otro que convive con y en nosotros; que nuestros gus-
tos, nuestros deseos, nuestras decisiones, nuestros pensamientos, no siem-
pre son tan nuestros, sino que de algún modo el sistema se las ingenia para
colonizarnos sin que nos demos cuenta.

56
Su familia, sus amigos, sus compañeros de estudio o de trabajo,
aquel conjunto de personas del que desea ser parte pero no sabe cómo
hacerlo, aquellos otros a los que desprecia y de quienes procura diferen-
ciarse, son quienes mayor influencia ejercen en el proceso de socializa-
ción del individuo: son sus grupos de pertenencia o de referencia.
Sin embargo, a pesar de la enorme importancia del grupo, no siem-
pre se conoció esta forma de relacionamiento social. Aunque parezca
mentira, en Europa no existió ninguna palabra para designar esto hasta
el siglo XV. En efecto, el término "grupo" deriva etimológicamente del
término italiano gruppo, con el cual se designa a un conjunto escultórico,
expresión artística propia del Renacimiento consistente en un conjunto
de figuras humanas esculpidas y con volumen propio, a diferencia de las
representaciones de conjunto de la antigüedad o del medioevo, siempre
integradas a un edificio. En el caso del gruppo, la obra de arte cobra sen-
tido al ser observada en su totalidad más que en cada una de sus partes.
Recién a partir del s. XVIII se comienza a usar esa expresión para de-
signar a un conjunto de personas.
Para comprender cabalmente el porqué de la acuñación tan tardía
de un término que designe a un agregado de personas con valores y ob-
jetivos comunes, debemos adelantarnos y aludir a la temática que estu-
diaremos con más detalle en el capítulo siguiente. En una sociedad en la
que la ubicación de sus miembros depende del color de su piel, de sus
rasgos faciales o de su apellido, uno pertenece "naturalmente" a una fa-
milia, a un gremio, a un ayuntamiento, a una cofradía, etc. En todos estos
casos es la cuna y la herencia la que determinan la pertenencia. En cam-
bio, en una sociedad estratificada en razón del dinero que se tiene o que
se gasta, el elemento voluntario juega un papel relevante. En este tipo
de sociedades, cada cual es libre (o al menos formalmente libre) como
para,elegir su trabajo, su esposo o esposa, etc. A partir de esta posibili-

57
M. DEL PERCIO

dad de o no, el hombre va tomando conciencia de la existencia


de una realidad que, si bien es casi tan antigua como el hombre
todavía no había sido necesario nombrarla. El ágape, el simposio, el
convivio, la familia, el curso de la universidad, el colegio profesional,
son todas realidades con muchas diferencias entre sí, pero con algunas
características comunes. Esas características son las que van a delimitar
la idea de grupo.

En general los sociólogos entienden por grupo a todo conjunto de


dos o más personas que compartiendo un marco normativo y valorati-
vo, interactúan significativamente en función de un objetivo común.
Es decir que, sociológicamente hablando, no todo agregado o con-
junto de personas es un grupo. Para que se configure es preciso que se
den los siguientes elementos contenidos en la definición:

l. Número: es obvio que el número mínimo de miembros debe ser


dos. ¿Cuál es el número máximo? No es posible determinarlo a priori,
pero el límite está dado por la efectiva posibilidad de interactuar signi-
ficativamente.

2. Interacción significativa: un conjunto de personas esperando el


tren en la estación no conforman un grupo, precisamente porque, aun-
que comparten un objetivo (tomar el tren), y respetan una serie de nor-
mas (sacar boleto, hacer fila sobre las líneas demarcadas, etc.) no existe
una acción recíproca entre ellos. Se puede objetar la inclusión del requi-
sito de que esa interacción sea "significativa", pues toda interacción hu-
mana está provista de algún significado. No obstante, creo que no es ocio-
so remarcar esa característica en el caso de las acciones que ejecutan los
individuos en su carácter de miembros de un grupo.

3. Marco de normas y valores compartidos: las normas y valores


que deben respetar los miembros del grupo en tanto tales, son aquellas
que guardan relación directa con los fines del grupo. Por ejemplo, once
vecinos se reúnen todos los sábados a la mañana para jugar al fútbol con-

58
La condición social

tra de otros barrios. Juan es uno de ellos y poco le cuáles


son las ideas morales, políticas o del resto, si pagan sus impues-
tos o si cumplen correctamente sus obligaciones laborales. Sí en cambio
le en cuanto al marco valorativo, que sean puntuales, que los
viernes no salgan hasta muy tarde si eso les perjudica en su rendimien-
to, etc. Obviamente, el marco normativo está en este ejemplo, por
el reglamento del fútbol, y, eventualmente, por normas internas, tales
como reunirse para entrenar los jueves a la noche, o pagar una cuota para
comprar indumentaria, alquilar buenas canchas, etc. En cambio, en el
caso de un grupo de amigos, sí es importante el compartir un mínimo
de valores éticos o estéticos, tener algún tipo de afinidad ideológica o
intelectual, etc.

4. Elemento teleológico: el compartir un objetivo es lo que da la


razón de ser al grupo. Ello no implica que el fin esté claramente defi-
nido. Así, en el caso de un grupo de amigos que se reúnen para conver-
sar en un café, lo más probable es que ninguno de ellos piense jamás en
la finalidad de ese grupo como tal, pero sin embargo el objetivo existe,
sea éste pasar un momento agradable, o ayudarse anímicamente. Tam-
poco implica que los miembros del grupo no persigan objetivos indivi-
duales ajenos al del grupo como tal. Por ejemplo, si cinco compañeros
de facultad se reúnen para estudiar Sociología Jurídica, el objetivo del
grupo es aprobar la materia, y-eventualmente- conocer algo más acer-
ca de la sociedad en que viven. Pero puede ocunir que Pedro vaya a las
reuniones porque está enamorado de Eleonora, la que a su vez concurre
porque le interesa hacerse amiga de Antonieta, cuyo padre es un impor-
tante empresario y ella pretende entrar a trabajar en su empresa. Pero,
en definitiva, tanto ellos como Manuel y Rodrigo mantienen aquel ob-
jetivo grupal. Si alguno tiene tan poco interés en lograrlo y perturba a
los demás, o no estudia, llega tarde, etc., lo más probable es que el res-
to lo margine. Por el contrario, si alguno sobrevalora el objetivo, y pre-
tende reunirse todos los días cuatro horas, incluyendo fines de semana,
también resultará marginado. Es decir que no sólo debe haber un fin co-
mún, sino que su consecución debe ser valorada por los miembros del
grupo dentro de ciertos márgenes compartidos.

59
Esta tipología, establecida en 1909 por el sociólogo americano
Charles Cooley, se basa en la distinción efectuada por Ferdinand Toennies
en 1887 entre comunidad (Gemeinschaft) y sociedad (Gessellschaft) so-
bre la que hablaremos más adelante.
Cooley define a los grupos primarios como "aquellos caracteriza-
dos por la asociación y la cooperación cara a cara. Son primarios en varios
sentidos, pero principalmente porque son fundamentales para la forma-
ción de la naturaleza social y los ideales del individuo." El resultado de
la asociación íntima es "una suerte de fusión de individualidades en un
todo común, de modo que la vida y los fines propios de cada persona se
confunden con la vida y los fines del grupo. Quizá la forma más senci-
lla de describir esta totalidad sería decir que se trata de un 'nosotros';
entraña el tipo de simpatía e identificación mutua para las cuales 'noso-
tros' es la expresión natural".
Las condiciones que tienden a generar grupos primarios son tres:
la proximidad física, que permite una relación cara a cara (es interesan-
te plantear el impacto de las nuevas tecnologías comunicacionales, tales
como Internet, sobre este requisito); un pequeño número de miembros
y una duración prolongada. Estas dos últimas condiciones están estrecha-
mente vinculadas. En efecto, dos o tres personas pueden constituir un gru-
po primario en poco tiempo, en cambio, cuarenta alumnos de una carre-
ra, recién habrán de entablar relaciones de tipo primario entre todos ellos
después de varios meses de cursar diariamente las mismas asignaturas.
La principal característica de este tipo de grupo radica en que sus
fines, por lo regular, no están formalmente establecidos, y aún cuando
lo estén, la relación es un fin en sí mismo más importante que el obje-
tivo formal. A esto se refiere Cooley al destacar la importancia del "no-
sotros". Es el caso de un grupo de amigos que siempre se reúnen para es-
tudiar y que terminan sintiendo un afecto recíproco tal que preferirían que
si alguno ha de fracasar en los exámenes, mejor fracasen todos para seguir
estando juntos. El objetivo formal "aprobar la asignatura" es secundario
frente a la importancia que ha adquirido el mantenimiento de la relación.
Los grupos secundarios suelen ser definidos por oposición a los
primarios, como aquellos en los que las relaciones son principalmente

60
La condición social

'°"r',,'"'Sí)Il3ci~u y el del fin establecido es más importante que


el mantenimiento de la relación grupal. El ejemplo típico es la estruc-
tura organizacional en la que cada individuo es visto como un elemento
perfectamente reemplazable, como un "recurso humano" que puede ser
sustituido en cuanto no le sea útil al grupo secundario. El valor "eficien-
cia" reemplaza al valor "afecto", hasta el punto de que muchas veces se
procura, paradójicamente, establecer vínculos de afecto -con una gran
dosis de artificialidad- para mejorar la eficiencia, ya sea llamando a los
empleados por su nombre propio, que figura en un cartelito colocado en
su solapa, o promoviendo reuniones sociales entre ellos, etc., con el fin
de generar sentimientos de lealtad hacia la organización.
Por otra parte, como una agresión externa al grupo secundario tiende
a cohesionar a sus miembros y a generar relaciones afectivas de tipo pri-
mario, suele ser agitada (e incluso provocada) por los dirigentes para
consolidar su liderazgo.

y no

Tres factores deben considerarse para determinar si una persona


pertenece a un grupo:
a) si el individuo dice ser miembro del grupo,
b) si los demás también consideran que el individuo es miembro, y
c) en caso de ser un grupo formalmente establecido, si se cumplen
los requisitos formales de admisión y pertenencia.
Si falta siquiera uno de los tres elementos, el individuo es un no-
miembro del grupo. Pero no siempre alcanza con estos tres. A veces,
hace falta tener en cuenta un cuarto elemento para determinar la perte-
nencia, aunque de menor relevancia que los otros tres: la opinión del res-
to de la gente, es decir, de los no miembros del grupo.
Por ejemplo, Pedro se sacó la lotería y desea ingresar al prestigio-
so club social "Círculo de Oro", integrado por los "apellidos ilustres" de
la localidad. Las autoridades del club, previo pago de una abultada suma
de <:linero lo inscriben como socio de la institución, pero los otros socios
lo ignoran o lo tratan despectivamente porque le hecha soda al vino, no
combina adecuadamente su indumentaria, y en general no conoce las

61
M. DEL PERCIO

con estilo". En ese caso se dan


y el tercer factor de pero no el segundo, por lo
que, aunque Pedro formalmente sea socio del sociológicamente no
es miembro de ese grupo.
Uno de los pocos ejemplos de la importancia de la opinión de los
no-miembros, lo encontramos en el caso del grupo que conformaba la
dirigencia formal del Partido Justicialista de la Provincia de Buenos Aires
en 1985. Ese grupo, liderado por el ex candidato a gobernador y en ese
momento candidato a diputado nacional, Herminio Iglesias, expulsa del
partido a Antonio Cafiero, quien se había postulado como candidato a
diputado nacional por fuera de la estructura partidaria. Por tanto, Cafiero
no era, en ese entonces, miembro del grupo de dirigentes del partido Jus-
ticialista bonaerense en función de no reunir el requisito formal, y por
no ser considerado tal por el resto de los dirigentes institucionalmente
establecidos. Pero llegan las elecciones y Cafiero triplica en votos a Igle-
sias, con lo que la situación del grupo de dirigentes formalmente esta-
blecidos se hace insostenible y Cafiero reingresa a la estructura de diri-
gencia formal del partido, siendo al poco tiempo elegido presidente del
mismo. Es decir que es la percepción y opinión de los no-miembros del
grupo de dirigentes partidarios lo que decide, en definitiva, la pertenencia
de Cafiero.
En cuanto a la no pertenencia al grupo, un análisis prolijo nos per-
mite advertir distintos tipos de no-miembros, en función de la actitud
hacia el ingreso por parte del individuo y del grupo. Combinando am-
bas actitudes, se obtiene el siguiente cuadro, en el que en las columnas
verticales se ingresan las posibles actitudes del grupo hacia el candidato
y en las líneas horizontales las del candidato hacia el grupo:

Admisible Inadmisible
1. Candidato al ingreso 4. Marginal

2. Miembro potencial 5. Independiente

Tiene motivos 3. No miembro 6. Antagónico


para no autónomo

62
La condición social

En el 1, el candidato orienta
en relación con las por el grupo., el que
como miembro.
El supuesto 2, es el que más brinda a los sociólogos: es el
caso del partido político que quiere conseguir nuevas afiliaciones, del club
que hace una conscripción de socios, o, con ciertas salvedades, el del
empresario que quiere imponer o fortalecer un producto en el mercado.
En cualquiera de estos casos, no se trata de convencer a ya está
convencido de las bondades del del club o del producto, y no
vale la pena perder esfuerzos con los que pertenecen a las otras cuatro
categorías siguientes, sino que los recursos de seducción y disuasión de-
ben orientarse hacia los indecisos o indiferentes.
El no-miembro autónomo (caso 3) al ser admisible para el grupo
y tener razones que fundamentan sus motivos para no ingresar es el más
peligroso por su potencialidad crítica.
Para comprender mejor el caso del marginal 4) veamos lo que
le pasó a Pedro, el ganador de la lotería. El pobre fue rechazado por su
anterior grupo de amigos del club "Músculo y Amistad" por considerar
que "se agrandó", y que, al pretender irse al otro club, de algún modo
los traicionó. A su vez, al no ser aceptado en el "Círculo de Oro", que-
dó marginado, sin pertenecer a ningún grupo.
Esto que relatamos en clave humorística es parte de la tragedia de
muchos. Conozco un país latinoamericano que pretendió durante mucho
tiempo ser parte del grupo de naciones más poderosas de la tierra. In-
cluso hasta quiso ser parte de la Organización del Tratado del Atlántico
Norte a pesar de que por su ubicación geográfica está situado en el sur.
Sus habitantes se consideraban europeos y despreciaban a sus hermanos
de América Latina; sin embargo, los europeos no los consideraban como
miembros de su club. Al mismo tiempo, los habitantes de ese país no se
explicaban por qué sería que los demás pueblos latinoamericanos no los
amaban. Prefiero no seguir hablando de ese país, porque me duele en el
centro más profundo de mi alma.
Sigamos: en el caso del no-miembro independiente (caso 5) ni el
grupo ejerce presión sobre él, ni él se interesa por el grupo, por lo que
este supuesto no reviste mayor interés. Es lo que le pasa a Pedro con la
Asociación Argentina de Astrofísica Teórica: ni a Pedro le interesa en

63
ENRIQUE M. DEL PERCIO

participe de sus reuniones.


Finalmente, el no-miembro antagónico (caso 6) puede ser usado
como elemento que permita un incremento del sentido de pertenencia de
los miembros ante la necesidad de oponerse al enemigo declarado. En
efecto, los grnpos que no tienen frente a sí antagonistas suelen tener un
tipo de cohesión menos rígida que los grupos agredidos. Por ello es que
los liderazgos fuertes se producen cuando el grupo advierte un peligro
externo real o ficticio, pues en ese caso, cualquier duda relativa a los cri-
terios y pautas comunes o a las órdenes del líder puede ser considerada
como traición.
Además, en el proceso de constrncción de identidades colectivas se
necesita del otro tanto o más que de sí mismo para consolidarse. Esto vale
para las religiones, los partidos políticos o los clubes de fútbol. Es a partir
de la confrontación con los no miembros antagónicos que se desarrollan
los cuerpos de doctrina teológicos o ideológicos del mismo modo que es
a partir de la puja con los simpatizantes o hinchas del club rival cómo
se galvaniza el sentimiento de pertenencia al propio club y de adhesión
a los colores de su camiseta.

Uno de los aportes más relevantes del sociólogo norteamericano


Robert Merton al conocimiento de la sociedad consiste en sus señalamientos
acerca de que los seres humanos somos más propensos a basar nuestra con-
ducta en lo que hacen, dicen o piensan los miembros de grupos a los que
no pertenecemos que en orden a los que sí pertenecemos.
En efecto, analizando la conducta de los soldados americanos du-
rante la Segunda Guerra Mundial, Merton y sus colaboradores perciben
que, por ejemplo, los novatos modifican sus comportamientos y sus có-
digos valorativos para tratar de parecerse a los veteranos, y a la inver-
sa, éstos también cambian, para distinguirse de los recién llegados. Al
identificar y ordenar las investigaciones bastante numerosas de The
American Soldier (tal es el título del informe que da cuenta de estas in-
vestigaciones) encuentran variados ejemplos de lo expuesto. Esto los lleva
a elaborar la teoría de los grupos de referencia.

64
La condición social

En esta teoría afirma que el individuo adecuar su


conducta o en función de grupos a los cuales no
por imitación o rechazo. Un de negativa
es el caso de Damián, un estudiante que usar el pelo muy
corto y campera de cuero, pero cuando en su barrio comenzaron a apa-
recer los primeros skinheads golpeando a bolivianos y rompiendo nego-
cios de judíos, sintió tal rechazo que, para no ser confundido con éstos,
ahora lleva el pelo largo y regaló su campera de cuero.
Un ejemplo de referencia positiva es el de Pablo Manuel, un segui-
dor fanático de Boca Juniors que cuando su ídolo Diego Maradona se tiñó
un mechón de pelo amarillo, el hizo lo mismo: en ese caso, Maradona
operó como una referencia positiva en función de lo cual Pablo Manuel
orientó su conducta. En mayor escala, encontramos otro ejemplo en los
puntos de reunión a los que acostumbran ir los integrantes de la clase o
el estamento alto de una sociedad. Como estos sectores suelen ser una
referencia positiva para los sectores medios, éstos también comienzan a
concurrir a los mismos lugares, pero como, a su vez, los sectores altos
procuran diferenciarse de los medios (que son para ellos una referencia
negativa), entonces "emigran" hacia otros lugares, ya sea de veraneo (de
Mar del Plata a Punta del Este tras el auge del turismo social) o de re-
unión (de un pub o una discoteca a otro).
Esto permite explicar el fenómeno de la moda en el vestir. Cuan-
do el burgués del s. XVIII consolida su fortuna (estratificación por cla-
ses), pretende compararse con el noble cortesano (estratificación estamen-
tal) y se compra las mismas vestimentas que éste. Pero entonces la no-
bleza cambia su indumentaria para dejar fuera de lugar al burgués, que
vuelve a comprar lo que ahora "se debe llevar", y así entran en una loca
carrera que se acelera al industrializarse la confección y advertir los pro-
ductores la funcionalidad de este fenómeno en términos de mercado. Pre-
cisamente, es el juego de referencias positivas y negativas lo que lleva
a unos a adquirir nuevas prendas para parecerse a aquel segmento al que
desea pertenecer, y a éstos a cambiar para diferenciarse de aquellos.
Naturalmente que esta teoría se aplica también al ámbito de lapo-
lítica. En este terreno, contribuye a aclarar las frecuentes contradiccio-
nes que se dan entre el interés personal y las posiciones partidistas adop-
tadas, por muchos ciudadanos que son directamente contrarias a ese in-

65
M, PERCIO

terés. Esto vale tanto para el estudiante de filosofía de clase alta que
éH...,,v,,"" de para parecerse a determinado grupo al que
Vrnc¡JH~~U'~ que tiene ideas de derecha porque,
consciente o desea imitar Estas conduc-
tas resultarían aberrantes en términos de las que
-haciendo una lectura de Marx- identifican po-
líticas con defensa de intereses de clase.
esta modalidad altamente de condiciona-
miento 0 determinación de nuestras vVUUUv''""'
causa en el ámbito que más
los intelectuales, Estos suelen ser sumamente a sostener una
doctrina porque los miembros más de la comunidad cientí-
fica la y, a la a
puestas que no encuadran temática 0 un~<V'UV)CVf',Av<UHvWCv
ficamente , De esta suerte se conforma un círculo de hierro,
en el que lo "científicamente es definido como tal por la co-
munidad a la que sólo en el marco
de lo "científicamente tanto en el ámbito de las
ciencias físico naturales como en el de las ciencias la búsqueda
del reconocimiento por los pares, las modas intelectuales y los deseos de
figuración -en conductas por referencias positivas o
negativas- suelen condicionar la del saber científico con mu-
cha más fuerza que el afán de el mundo,

Suele afirmarse que si los miembros de un grupo tienen un interés


u objetivo común, y si todos ellos estarán en mejor situación en caso de
que ese objetivo se logre, entonces -lógicamente- los miembros de ese
grupo actuarán con el fin de alcanzar ese objetivo. Sin embargo, aún cuan-
do todos los miembros de un grupo resultaran beneficiados como
grupo, trabajasen para alcanzar su interés u objetivo común, de todos mo-
dos (y esto a vista parecer sorprendente) ¡no actuarán vo-
luntariamente con el fin de satisfacer ese interés común o de grupo!
¿Cómo es esto Como veremos, a menos que el número de
miembros de un grupo sea muy o que haya coacción o algún

66
social

~G,Jv~-'"'para hacer que las personas por su inte-


de las personas, que en las sociedades --··-·-·--~
tienden a actuar de modo
"'~'"U-H~-U~ de tipo "costo-beneficio", no harán
tereses comunes o de grupo.
Por su llamaremos "bienes a los beneficios comu-
nes o colectivos por los grupos y
que, si un grupo los consume, el bien no serle a
de los miembros del grupo, sin que hubieran colaborado o no
en su obtención. En otras que no compran, pagan o
colaboran de cualquier manera para de los bienes pú-
blicos o colectivos no ser excluidos o de participar en
el consumo de ese como sí serlo cuando se trata de bienes
no colectivos. Los grupos tienen el de servir los intereses per-
sonales. Tomemos como un sindicato: un bien colectivo está
dado por los beneficios obtenidos mediante un convenio colectivo de tra-
bajo, los cuales se aplican a todos de la actividad,
sin distinción entre aquellos que hubieran en las negociaciones
y medidas grupales y quienes no se hubieran involucrado en la lucha por
los beneficios y, más sm que los individuos estén afilia-
dos o no al sindicato.
En general, los miembros de un grupo ,..~,1 u~·,,~
la obtención de un bien público que "'c"~"''u
de. A tal efecto, denominaremos grupo a en el cual las
acciones de sus integrantes son o pueden con facilidad ser por
los demás. Por el contrario, grupo grande será cuyos miembros no
puedan percibir las acciones del resto de los en él. Sin per-
juicio de las posibilidades que nos brinda la esta posibilidad
de percepción se encuentra, en buena condicionada por la can-
tidad de integrantes del grupoº
Así pues, la posibilidad de que un miembro de un gru-
po pueda percibir las acciones de los demás genera en los grupos peque-
ños una mayor participación tendiente a la obtención de bienes colecti-
vos. Cada integrante se siente controlado por el resto y, por lo tanto, pre-
sionado pata contribuir a la consecución de los fines del grupoº Por otra
parte, en los grupos pequeños el interés por los bienes colectivos suele

67
ser mayor para cada miembro con al que se observa en los in-
tegrantes de grupos Ello lleva a cada uno a esforzarse en la ob-
tención del bien público, incluso sin importarle demasiado la acción de
los demás. Lejos de resultar contradictorios, estos aspectos resultan com-
plementarios, señalando que, tanto por sus características como entidad
como por los intereses de sus miembros individualmente considerados,
los grupos pequeños tienen mayores posibilidades de obtener bienes co-
lectivos que aquellos de mayor tamaño.
De esta manera, la participación de sus miembros en la obtención
de bienes colectivos se plantea como un reto para los grupos grandes.
Conforme lo expuesto, en un grupo en donde los actos de cada miem-
bro no pueden ser percibidos por los demás y en el cual, además, la par-
ticipación en los bienes colectivos obtenidos no pueda serle negada a nin-
guno de sus integrantes -sin perjuicio de que hubieran o no contribui-
do a su consecución- indefectiblemente buena parte de quienes lo com-
ponen no colaborarán con la persecución de dichos bienes. Si partimos
del supuesto de que la mayoría de los trabajadores son individuos racio-
nales y egoístas, esto es, preocupados por la satisfacción de sus intere-
ses haciendo el menor esfuerzo posible, debemos admitir que ~s muy pro-
bable que una porción importante de los miembros de un grupo no se
esfuercen por la obtención de bienes que, de todas maneras, si se consi-
guen podrán disfrutar igual que quienes sí lucharon por ellos.
Esto quizás pueda resultar una respuesta a problemas propios del
ámbito sindical como la falta de participación en las movilizaciones o de
concurrencia a las asambleas y demás actividades sectoriales por parte de
muchos afiliados a la organización. Claramente, les resulta más cómo-
do y menos arriesgado permanecer descansando en su casa durante los
días de paro de actividades que concurrir a un acto masivo de la entidad,
pues de todos modos, el individuo en cuestión se beneficiará con lo ob-
tenido por el grupo. Este es uno de los factores (aunque no el único) que
permite explicar la falta de afiliación al sindicato de una gran parte de
los trabajadores de la actividad. Dado que la mayoría de los logros al-
canzados mediante el esfuerzo de los sindicatos resultan extensibles a to-
dos los que se desempeñan en la misma rama de actividad (por ejemplo,
las ventajas de los convenios colectivos de trabajo, las mejoras en las
condiciones de contratación o los aumentos salariales) muchos conside-

68
La condición social

innecesario convertirse en miembros de una que ya los


favorece sin exigirles contraprestación alguna.
En consecuencia, a los fines de incrementar el nivel de participa-
ción activa en la obtención de bienes públicos, los grupos grandes deben
ofrecer lo que se conoce como "incentivos selectivos". Se trata de bie-
nes que no son dados a los miembros del grupo por su mera condición de
tales, sino que son otorgados "selectivamente" conforme su participación
(o falta de ella) respecto de la consecución de los bienes colectivos.
Los incentivos selectivos pueden adquirir la forma de beneficios o
de sanciones (incentivos selectivos positivos o negativos). En el prime-
ro de los casos, se trata de atractivos adicionales a los bienes públicos que
sólo son recibidos por quienes contribuyen en la obtención de éstos. Así,
si bien todos los trabajadores de una actividad se beneficiarán con el con-
venio colectivo de trabajo alcanzado por el sindicato, éste puede ofrecer
sólo a sus miembros ciertas ventajas adicionales por su colaboración; por
ejemplo: servicios de salud, beneficios previsionales, asistencia legal, des-
cuentos en ciertos productos, atractivos turísticos, etc.
En el segundo caso que mencionamos, los incentivos selectivos se
instrumentan como sanciones. Es decir, quienes no contribuyen con la
obtención de los bienes públicos resultan objeto de una sanción. Un ejem-
plo de incentivo negativo lo brindan las sanciones a que se expone quien
incumple con la obligación de pagar impuestos. En efecto, mediante el
pago de impuestos se contribuye (o al menos es dable esperar que se con-
tribuya) a la obtención de bienes públicos por parte del Estado (salud,
justicia, educación, seguridad, etc.), los cuales no sólo son aprovechados
por quienes colaboraron con las finanzas estatales, sino también por los
evasores. La aplicación de sanciones para quienes no cumplan con la
obligación de tributar al Estado permite que la mayor parte de sus miem-
bros contribuya efectivamente a la consecución de los bienes públicos de
la organización.
De todos modos, es evidente que el empleo de incentivos negati-
vos de tipo social resultará siempre más viable en los grupos pequeños,
donde por la mayor percepción de los actos de cada miembro y el pre-
dominio de las relaciones cara a cara, este tipo de presiones reviste ma-
yor importancia.

69
1
!-PU'""''"'' entender la estructura de dominación de una so-
apernmolo exclusivamente al ámbito de la economía. Tampoco
se la entender si se concibe al campo de la de la po-
lítica y de la cultura como mundos y sin relación directa
entre ellos. es abarcar todos los ámbitos y mo-
dos de relación entre estos tres campos, por fo que es
ble seleccionar de cada uno el factor determinante para constituir
estructura de dominación de esa sociedad.
Corolario a) El análisis de las relaciones existentes entre: i) la forma de
estratificación social, íi) los tipos de legitimación y iii) los modos de ejer-
cicio del poder público, permite entender adecuadamente el funciona-
miento de una estructura de dominación dada.
Subcorolario a.1) La comprensión del funcionamiento de la es-
tructura de dominación de una sociedad permite inferir el tipo
de condicionamientos recíprocos entre el ámbito político, el eco-
nómico y el cultural de esa sociedad en general.
Corolario b) De la correlación entre estos elementos y los horizontes de
sentido mencionados en la Tesis III surge la pertinencia de analizar los
procesos históricos como continuidades y discontinuidades y no mera-
mente como rupturas con secuencias definidas y dicotómicas del tipo tra-
dicional-moderno.
Corolario e) En particular las continuidades se dan en el ámbito de la le-
gitimación del poder, el que tiene como base el sustrato cultural confor-
mado en gran medida por las creencias religiosas. De ahí se deriva que es-
tas cr~encias, incluso una vez secularizadas, condicionan los pensamientos,
conductas, instituciones e identidades políticas a través de los tiempos.

73
pll~mtieaclo por la no es sustitutivo de los
escenarios aunque los asume y los supera,
Corolario a) El Estado Nacional no será reemplazado por el sistema glo-
bal, pero éste será el ámbito de adopción de las decisiones críticas.
i) El Estado tiene ya como cometido proveer los mejores medios de
inserción de sus pueblos en el escenario global virtual.
ii) La emergencia de los EE.UU. como potencia hegemónica no im-
plica el surgimiento de un Estado-Imperio, sino de una nueva
forma de Imperio, cuya capital es la ciudad global.
Corolario b) La escuela no será reemplazada por la educación virtual,
pero ésta será imprescindible para el suministro de información y la di-
fusión de algunos conocimientos.
Corolario e) Se consuma la concepción moderna de la idea de sujeto.
Corolario d) Cada escenario guarda estrecha relación con los horizontes
de sentido y con el modo en que se manifiestan los elementos de la es-
tructura de dominación.

3
El medio para efectuar los intercambios de bienes y
servicios influye decisivamente para establecer fa social de
lo bello, lo verdadero y lo bueno, generando distintos horizontes de
sentido,
Corolario a) Cuando el trueque hegemoniza los modos de intercambio,
dicha condición se da en términos de adecuación.
Corolario b) Cuando el dinero es el instrumento principal para realizar
los intercambios, esa condición se da en términos de representación.
Corolario c) Cuando el dinero se reproduce hasta tal punto que pierde su
carácter representativo, la condición se da en términos de reproducción.
Corolario d) Por ende, es incorrecto estudiar la crisis de la representación
política aisladamente de la crisis de la representación en general como for-
ma de la condición social de lo bello, lo verdadero y lo bueno.

7ti
Ya vimos cuáles son las principales concepciones acerca de la so-
ciedad y cómo ésta trata de dotar o de imponerle al individuo las pau-
tas, creencias, normas, valores y saberes que estima necesario para que
éste desempeñe satisfactoriamente un papel dentro de la escena social.
Ahora hablaremos un poco de esa escena. Para eso, invito al lector a en-
en ese teatro llamado sociedad. Aún está oscuro y el telón bajo.
Antes de buscar a tientas nuestra ubicación nos percatarnos de que éste
no es un teatro tradicional. Algo nos hace intuir que, corno en un cuen-
to de Cortázar, quizá seamos espectadores, tal vez actores o, incluso, a
lo mejor autores de la obra por representar.
Nos sobresaltan un par de presencias que se nos antojan espectrales.
Pero una tenue luz que surge de las linternas que llevan en sus manos nos
permite advertir que se trata de dos acomodadores que, dicen, vienen a
orientarnos un poco. Sus nombres: Karl Marx y Max Weber. El prime-
ro se queja de que sus seguidores en su afán por difundir sus ideas y ha-
cerlas rnás fácilmente comprensibles, las simplificaron demasiado. Dice
que él rnisrno les propuso dejar de ser espectadores para ser intérpretes
y coautores, y que en eso le hicieron caso. Aunque no siempre le gustó
lo que ellos hicieron, en última instancia lo intentaron, aun con todas las
falencias propias de las obras humanas. En cambio, rnás allá de las bue-
nas intenciones de algunos de sus divulgadores, le molesta que hayan re-
ducido su compleja y matizada concepción de la realidad a un rnateria-
lisrno ramplón, para el que la sociedad se explica pura y exclusivamen-
te a través de la economía.
Con gesto comprensivo Weber le dice: "¡Ay don Karl, no se que-
je, vea lo que hicieron otros con mis ideas! Pero ya lo hablamos muchas
veces y ahora es mejor que tratemos de guiar a nuestros amigos".
Corno enseñaba Juan Carlos Agulla, el siglo XX enfrentó a Weber
con Marx. L'a Guerra Fría no era el ámbito propicio para entender que
entre ellos no hubo una discusión, sino un diálogo fecundo. Por eso, solía

75
ENRIQUE M. DEL PERC!O

decir que había que a ambos tomando una cerveza


y a Weber diciéndole a Marx: "gracias por habemos enseñado que no es
solamente la política o la moral lo que nos permite entender la sociedad.
Si no fuera por usted, hubiésemos seguido ignorando las profundas ra-
zones estructurales que permiten explicar la existencia de tantas institu-
ciones y conductas en los diferentes tiempos y lugares. Sobre gra-
cias por enseñarnos a sospechar de todo lo que aparece como evidente,
como claro y manifiesto a primera vista. Así descubrimos que muchos
de los procesos históricos que creíamos explicar suficientemente a par-
tir de intereses y motivaciones políticas o personales, así como muchas
de las conductas sociales que creíamos que obedecían a motivaciones re-
ligiosas o morales, en realidad se derivaban de factores económicos, es-
pecialmente de las relaciones de producción. O sea que con frecuencia
la política y la cultura responden a impulsos originados en el terreno de
la economía. Pero fíjese mi respetado amigo Karl, que a veces el cami-
no es inverso. Por ejemplo, en mis estudios sobre sociología de la religión,
y en especial al referirme a la influencia que la ética protestante tuvo so-
bre el espíritu del capitalismo, creo poder demostrar que es un elemento
cultural (en este caso la religión) el que explica a la economía."
Con el tiempo, estas ideas de Weber acerca de la importancia de los
factores culturales, además de los económicos y políticos, fue dando paso
a formulaciones neoconservadoras, para las cuales cada uno de estos ám-
bitos tiene una lógica propia y, por tanto, hay una clara diferenciación
entre ellos. Así, por ejemplo, a la economía correspondería la lógica de
la competencia; a la cultura, la lógica de la creación y a la política, la
lógica de la inclusión. Como ocurrió con Marx, la necesidad de divul-
gar estas ideas llevó a su simplificación y, por consiguiente, a su tergi-
versación. En el paso de los medios académicos a los comunicadores so-
ciales, lo que era una diferenciación clara, pasó a ser una separación ta-
jante. Cada uno de los tres ámbitos deviene totalmente independiente de
los demás. En América Latina esto sirvió para fundamentar un discurso
que responsabilizase a la cultura por todos nuestros males. Así, durante
los noventa se escuchó a menudo afirmar que con la economía todo mar-
chaba de maravillas. Teníamos tasas altísimas de crecimiento gracias a
que los niveles de intervención estatal habían bajado hasta límites antes
desconocidos, permitiendo desplegar las energías propias del empresario

76
La condición social

En materia situación no le iba en zaga: por


vez había en toda la región gobiernos democráticamente elegidos e, in-
ya había habido recambios democráticos en casi todas partes, mos-
trando el éxito de los procesos de transición de las dictaduras a las de-
mocracias.
Entonces, si la política y la economía marchaban tan bien, ¿por qué
crecía el desempleo? ¿por qué se ensanchaba la brecha entre los más ri-
cos y los más pobres? ¿por qué crecía el delito violento? ¿por qué se al-
zaban tantas voces denunciando un deterioro en la educación o en la sa-
lud públicas? Las razones había que buscarlas en los factores culturales:
los latinoamericanos somos vagos, corruptos, hemos dejado de lado los
valores fundamentales, la herencia de la colonización hispánica con su
carga de autoritarismo y burocracia, la mentalidad católica y sus opcio-
nes preferenciales por los pobres y sus desconfianzas hacia los ricos, y
un largo etcétera. No niego que algo de esto sea cierto. Pero no creo que
se puedan explicar todos nuestros problemas solamente en base a la cues-
tión cultural. Me inclino a pensar que, en el fondo, esto fue una estra-
tegia discursiva destinada a desviar la atención de los otros problemas:
ni la economía funcionaba tan bien ni la política cumplía adecuadamente
su cometido.
Como lúcidamente advierte Mardones, cultura, política y economía,
es decir "los tres órdenes principales que vertebran la sociedad moder-
na, no están aislados unos de otros. Pero el énfasis de autores como Da-
niel Bell y Peter Berger -por reacción ante las visiones unitaristas mar-
xista y funcionalista- se pone en los elementos distintivos y autonomi-
zadores: lógicas diversas, valores distintos y ritmos diferentes de evolu-
ción de los órdenes e instituciones. Todo esto parece cierto. Pero cuan-
do se acentúan tanto las características diferenciales, se corre el peligro
de pasarse del otro lado: olvidar la interrelación mutua, el influjo de un
orden sobre otro, incluso su suplantación".
Personalmente, creo que entre estos tres órdenes a veces hay vín-
culos y a veces, no. A veces van en un sentido y a veces, en otros. Al
interior de cada uno de estos órdenes, a veces hay rupturas y a veces hay
continuidades. La complejidad es tal que, si se pretendiera abarcar todas
las relaciones y condicionamientos recíprocos, no alcanzaría con una vida
para dar cuenta de ella. Por eso, propongo comenzar tomando tan sólo

77
un elemento de cada uno de estos ámbitos. El elemento o factor decisi-
vo para no toda sino estructura de domina-
ción de una sociedad. el elemento o factor en función del cual
unos mandan y otros unos están más arriba y otros más aba-
unos acceden a ciertos bienes y beneficios y otros, no. Con ese
de la economía tomaremos los más relevantes de las formas de
de la el modo de del pú-
blico y de la Entendiendo cómo se con-
forma y cómo funciona la estructura de dominación de una sociedad, no
es demasiado difícil advertir cómo se conforma y funciona la sociedad
en general.
~.,.• ,,,v~.•u~·u acá el término "dominación" conforme a la distinción
weberiana entre y dominación. entendemos la nuda pro-
babilidad de a otro la voluntad. La dominación implica
un acatamiento voluntario por de los dominados.
Si amenaza a otro con una y le ordena ponerse de
rodillas, estamos frente a un acto de Cuando el súbdito se arro-
dilla en de su soberano en señal de sincero respeto estamos fren-
te a un acto de dominación.
Conviene aclarar que no siempre el acatamiento a una orden dada
implica un acuerdo con el contenido de la orden. Incluso, ni siquiera
implica una adhesión a la persona que la dicta. Por ejemplo, si el parla-
mento dicta una ley subiendo la alícuota del impuesto al consumo de ci-
garrillos es posible que los fumadores estén en contra de la norma y que
muchos de ellos no hayan votado por los legisladores que la propusie-
ron. Sin embargo, igual la acatarán sin rebelarse. Se entiende que quie-
nes ejercen el poder público han sido elegidos democráticamente y que
tienen legitimidad como para disponer ese aumento. En cambio, imagi-
nemos una situación hipotética en la que un gobierno decidiera conge-
lar por decreto los depósitos bancarios. ¿Qué ocurriría? ¿La población
lo acataría pacíficamente o se entendería que esa medida es ilegítima? ¿Y
qué pasaría si, además, el gobierno declarara el estado de sitio para obligar
al acatamiento? Lo ocurrido en Argentina muestra a las claras que el nudo
ejercicio del poder no es suficiente para consolidar un sistema de domi-
nio. Se requiere que una proporción significativa acate voluntariamente
a la autoridad. Vale insistir en que "voluntariamente" no es sinónimo de

78
La condición

acatamiento acrítico y Por eso Bidart


como "el mínimo de habitual y
conducta de los tomados su totalidad", recor-
dando la definición de y Gas set para "mandar es una mix -
tura de convencer y
Claro que los para convencer y los medios para obli-
gar cambian de acuerdo con los y los Un"'"''"'"'''"'
guo acataría las órdenes del faraón por considerarlo un dios y su volun-
tad soberana es Un ciudadano moderno no acata las ór-
denes del sino que que está acatando lo que la dice
y que todos, incluso el y los están sometidos a
la misma ley. Es decir que los para convencer y los medios
para obligar tienen validez en función del modo en que se manifiestan
los tres elementos que componen la estructura de dominación.
Los cambios que operen en cada uno de esos tres elementos inci-
den sobre los demás, no como determinaciones sino como mo-
tivaciones o tendencias. A su vez, toda estructura de dominación guar-
da una relación con lo que "ho-
rizonte de sentido" u "horizonte , así como con los dis-
tintos escenarios en que se desenvuelve la vida social.
Por ejemplo, el origen de la modernidad está 8'"''"~~,~
je en de una estratificación en
para asignar prestigio y era el a una estratificación por
clases sociales fundada en la cantidad de dinero que se posee. Como ve-
remos, esto se vincula con el paso de una forma de del
público de tipo monárquico y/o feudal al Estado Nación burocrático
moderno y con el paso de una legitimación a una
legal-ideológica. Con este se acentuó la fáctica e ins-
titucional entre las elites pertenecientes a cada una de estas esferas.
En las sociedades el rey o es a la vez
miembro de la familia más ilustre detenta la máxi-
ma capacidad de decisión en el seno de la sociedad del
público) y es el sumo sacerdote El resto de los miembros
de la elite también a los tres ámbitos. En la
estratificación social y ejercicio del
la separación de los órdenes
sistema conductas e instituciones con a
las elites sociales y Con la modernidad se consagra la diferen-
ciación de los tres ámbitos aunque con una curiosa salvedad: los reyes
que reasumen, como en los tiempos del César y la jefatura de las igle-
sias nacionales, como el caso de Inglaterra, Suecia o Dinamarca. Si bien
el poder siempre tiende a entenderse con el poder, el hecho de que des-
de la caída del Imperio Romano nunca haya habido en Occidente una ple-
na identidad entre quienes ocupan los primeros puestos en la estratifica-
ción social, el ejercicio del poder público y los responsables del sistema
de legitimación generaron un tipo de conflictividad desconocida en otras
latitudes. Pero no nos adelantemos y vayamos estudiando paso a paso
cada uno de los componentes de la estructura de dominación.

80
El término estratificación está tomado en préstamo a la Geología.
Con él se designa el ordenamiento vertical de la población en distintas
franjas o capas. Si se considera a la sociedad como una suerte de pirá-
mide, se puede decir que ésta permite observar caracteres particulares
diferenciales de cada estrato, los que conservan gran homogeneidad in-
terna, definiendo segmentos diferenciados. Esta segmentación se encuen-
tra fuertemente condicionada -y a su vez condiciona- por el modo de
ejercicio del poder político y es legitimada por las teorías explícitas
hegemónicas. Su elaboración y resguardo es responsabilidad de los es-
tratos superiores.
Por cierto, desde antiguo existe el anhelo teórico de generar socie-
dades plenamente igualitarias, pero la experiencia habla en contra de esa
posibilidad. En palabras de Pitirim Sorokin, sea que designemos este
hecho como desigualdad y estratificación, o que prefiramos designarlo
con otras frases altisonantes, sigue siendo el mismo. Lo que importa es
que bajo cualesquiera condiciones, siempre habrá dirigentes y dirigidos,
gobernantes y gobernados, el gmpo dominante y el dominado." Más aun,
el imaginar lo que hubiera ocurrido en caso de que muchos de los pro-
motores de grandes utopías igualitarias hubiesen tenido poder suficien-
te como para imponerlas no resulta muy alentador en términos de pér-
dida de libertades y de derechos básicos. Pero tampoco resulta posible
que alguien se desarrolle plenamente en una sociedad signada por des-
igualdades extremas. De ahí que exista un generalizado consenso en or-
den a entender a la sociedad como una estructura inevitablemente pira-
midal, pero cuya base y cúspide no tienen por qué estar ubicadas a dis-
tancias insuperables, siendo deseable que a todos se le brinde la posibi-
lidad de acceder a los lugares más altos de esa estructura.
A los fines de analizar el vínculo entre la estratificación social y el
resto de la estructura de dominación, conviene simplificar al máximo los
criterios de segmentación. En particular dejaremos momentáneamente de

81
lado los indicadores de basados en la de bienes sim-
bólicos dados por el nivel educacional pues sobre ello volve-
remos en capítulos posteriores. se reducir a cuatro los tipos
de estratificación, según que el criterio dominante sea las características
raciales, el apellido, el dinero que se tiene o el dinero que se gasta.
Las castas: en esta forma de estratificación lo definitorio de la
ubicación en la sociedad son las características étnicas y sus de-
rivaciones faciales o antropométricas. Los ejemplos típicos son
los de la India tradicional y la Sudáfrica anterior a la elimina-
ción del apartheid, donde los blancos ocupaban los lugares su-
periores de la sociedad y los negros, los inferiores.
Los estamentos: modo típico de la Europa medieval y hoy de
Arabia Saudita, en los que la ascendencia familiar, el apellido,
determina el lugar que se ha de ocupar en la sociedad.
se fundan en
la posesión de riquezas. Los más ricos ocupan los lugares superio-
res y los más pobres, los inferiores. La cuenta bancaria es el prin-
cipal indicador del status o lugar que se ocupa en la sociedad.
Las clases sociales en razón del consumo: el status está dado
por la ostentación del dinero gastado. El principal indicador es
la tarjeta de crédito y la marca de los artículos que se consumen.
Como siempre ocurre con los tipos ideales, difícilmente estos mo-
dos de estratificación se den en forma pura en la realidad. Son catego-
rías que nos sirven para entender mejor lo que pasa en la sociedad, pero
en la práctica se dan en forma combinada, como veremos en seguida.
La movilidad social se acentúa al pasar de un sistema a otro, sien-
do el de castas absolutamente rígido; el estamental, algo menos rígido y
el sistema de clases sociales, tanto en razón de la acumulación como en
razón del consumo, mucho más flexible.
En los dos primeros tipos, la posición le es asignada al individuo
en razón de su nacimiento, y por lo tanto, poco importa lo que la gente
haga para subir o bajar de status; en cambio en los dos últimos estas po-
siciones son adquiridas en virtud del esfuerzo, la habilidad o la buena for-
tuna del individuo. Asimismo, en las sociedades estratificadas por castas o
La condición social

estamentos se advierte un de conductas de y tra-


~"-·~,..~. , y de las acciones de racionaP en los de clases sociales.
Todo el ordenamiento en los sistemas de castas y
estamental tiende a preservar los privilegios de actividades
y producción. Generalmente, el honor estamental se enfrenta ardorosa-
mente a la mera posesión de riquezas dinerarias, ya que el "estilo de vida"
que define a este sistema se ve amenazado por el mercado y el lucro eco-
nómico, con sus características niveladoras respecto al abolengo. Por eso,
suelen manifestarse actitudes de desprecio por parte de los portadores de
apellidos tradicionales hacia los "nuevos ricos".
El poder tiene un contenido eminentemente patrimonialista. Todo
el territorio, e incluso los pobladores, sobre los que se ejerce el poder,
son vistos de algún modo como propiedad del señor. Cuando se habla del
"tesoro de la corona", no se distingue entre el tesoro del rey y el tesoro
del reino. Adviértase la vinculación existente entre esto y la diferente
percepción de una misma conducta como corrupta o no según que la juz-
gue una persona proveniente de un ámbito con predominio de una estra-
tificación por clases sociales o una proveniente de un ámbito estamental.
En Europa se ha dado una suerte de sucesión histórica de un siste-
ma a otro, sustituyendo los nuevos a los viejos y quedando rémoras de
éstos que tienden a desaparecer. En efecto, el modo de estratificación
estamental apenas tiene vigencia en las páginas de la revista Hola, pero
-salvo casos excepcionales- está lejos de configurar el modo
estmcturante de la actual sociedad europea.
No obstante, las corrientes migratorias hacia Europa y la imposi-
bilidad del sistema capitalista de proveer al desarrollo humano de toda
la población pueden hacer que se reviera peligrosamente esa tendencia.

l. Las acciones sociales de tipo afectivo son aquellas en las que los sentimientos
juegan un rol determinante. Por ejemplo: un padre que no sabe nadar ve caer a su
hijito del barco en que navegan y se lanza por la borda en un intento irracional de
salvataje. Obviamente, lo racional hubiera sido alertar a la tripulación, lanzar un
salvavidas, etc. Pero actuó conforme a su primer impulso.
2. S0n l~s acciones que hacemos porque así lo indican las costumbres y los man-
datos quel nos vien.en dados desde tiempos inmemoriales.
3. Aq)lellas caracterizadas por la adecuación de medios a fines. Es la forma típica
de acción que -se supone- debiera predominar en el mundo de los negocios.

83
En los Estados negros y latinos tres secto-
res diferenciados en los que se puede percibir una suerte de renacimiento
de la estratificación por castas y el peso del apellido recuerda la estrati-
ficación estamental, aunque con la diferencia radical consistente en que
los miembros de las castas y estamentos "superiores" no son los invaso-
res sino los que se sienten invadidos. Como advierte de Souza Santos,
"el concepto de inmigración sustituye al de raza y disuelve la concien-
cia de clase. Se trata pues de un racismo de descolonización diferente al
racismo de colonización." 4 Esta situación lo lleva a concordar con
W allerstein y Balibar, para quienes el racismo europeo y americano que
actualmente está renaciendo es un nuevo tipo de racismo, pues su pre-
supuesto central no es la superioridad biológica sino, ante todo, las in-
superables diferencias culturales, "la conducta racial en vez de la perte-
nencia racial." 5 O sea que, inversamente al racismo tradicional, el actual
implica un fenómeno de etnización de la mayoría más que de etnización
de las minorías.
En América Latina conviven los cuatro sistemas de estratificación.
En algunas regiones la predominancia de la segmentación por castas o
por estamentos -siendo los miembros de los estratos inferiores los
primigenios habitantes de estas tierras o los negros traídos del África
como esclavos- genera serias disparidades y dificulta el hallazgo de so-
luciones duraderas.
Como se indica en el Esquema de correspondencias que figura al
final de este libro, la estratificación por castas y por estamentos se co-
rresponde con una forma de legitimación religiosa, un tipo de ejercicio
del poder público monárquico y/o feudal, un horizonte de sentido signado
por la adecuación y un escenario natural comunitario. La estratificación
por clases sociales en razón de la acumulación con un horizonte defini-
do por la representación y un escenario social ciudadano. La emergente
estratificación por clases en razón del consumo lo hace con el horizonte
de la reproducción y el escenario global virtual.

4. de Souza Santos, Boaventura, De la mano de Alicia. Lo social y lo político en


la postmodernidad. Bogotá: Uniandes, 1998, p. 175.
5. Ídem. La referencia es: Wallerstein, I. y Balilbar, E., Race, Nation, Class: Ambiguous
ldentities. Londres: Verso, 1991.

84
La condición social

A nos ocuparemos con cierto detalle de las dos for-


mas de estratificación que más tienen que ver con los cambios sociales
en curso.

las en
El sistema de estratificación por clases sociales en razón de la acu-
mulación es el característico de las sociedades industriales desde princi-
del s. XIX y hasta la segunda mitad del s. XX. En su forma más
pura se encuentra en aquellas sociedades nacionales con un Estado orga-
nizado burocráticamente.
El criterio por el que se pertenece a una u otra clase es eminentemente
económico. Según la cantidad de bienes que se posean, se ocupará una
posición más elevada, no siendo el cambio de roles y expectativas de una
clase a otra tan abrupto como en los otros sistemas estudiados. Dentro de
un sistema de clases, sus miembros pueden ejercer sus ocupaciones de un
modo formalmente libre, lo que las constituye en agrupamientos teórica-
mente abiertos. En su forma pura, se superan todos los otros criterios de
discriminación, como la raza, la religión, el abolengo, etc.
La mayor complejidad de la actividad comercial e industrial, la
necesidad de prever las conductas de los demás y el consiguiente recla-
mo de seguridad jurídica y de respeto a la propiedad mueble se traduce
en la necesidad de una mayor regulación jurídica de la vida cotidiana,
y en la instauración de un poder capaz de dictar la ley acorde a formas
preestablecidas e imponer coactivamente el derecho: el Estado Nacional
Moderno, como tendremos oportunidad de analizar en el próximo capí-
tulo. En paralelo, debe tenerse en cuenta que el color de la piel o el ape-
llido -elementos definitorios de la ubicación del individuo en socieda-
des estratificadas por castas o estamentos- no pueden ser robados como
el dinero o las mercancías; asimismo, estos bienes muebles van a ser
mucho más codiciados en una sociedad estratificada en clases en virtud
del plus de prestigio que otorga su posesión. Por todo ello, la ley jurí-
dica va a cobrar tanta importancia. No casualmente es a partir del siglo
XVII, con la consolidación de la burguesía como centro de la estructu-
ra social, que las ciencias naturales descubren las "leyes" del universo.

85
M. DEL PERCIO

La del y consolidación de esta nueva forma de


estratificación social coincide con la época del "descubrimiento y con-
quista" del mundo por parte de Europa. De el florecimiento del
capitalismo no hubiera sido posible sin la ingente cantidad de oro y de
plata que fue llevada desde América Latina hacia Europa. Oro y plata
que les permitió a los países europeos occidentales consolidar una posi-
ción desde la que hoy nos reclaman el pago de una supuesta deuda, por
otra parte ya saldada holgadamente en las últimas décadas. Pero claro:
la expoliación no fue percibida como tal, sino como un legítimo dere-
cho del hombre blanco de quedarse con bienes considerados como una
suerte de res nullius. Esto se deriva de la negación del carácter de per-
sona de los no-blancos. Como dice Boaventura de Souza Santos, "la sub-
jetividad del otro es negada por el 'hecho' de que no corresponde a nin-
guna de las subjetividades hegemónicas de la modernidad en construc-
ción: el individuo y el Estado. De Juan de Sepúlveda en su debate con
Fray Bartolomé de las Casas al isabelino Humprey Gilbert, el verdugo
de Irlanda, el otro no es un verdadero individuo porque su comporta-
miento se desvía muy profundamente de las normas de la fe y el mer-
cado. Tampoco es detentador de la subjetividad estatal, porque no conoce
la idea del Estado ni la de la ley y vive según las formas comunitarias,
peyorativamente designadas como bandas, tribus, hordas que no se adap-
tan ni a la subjetividad estatal, ni a la subjetividad individual. A este pro-
pósito, se debe resaltar que el discurso jurídico es un soporte crucial del
lenguaje abstracto que permite descontextualizar y por lo tanto negar la
subjetividad del otro en el mismo proceso en que la designa y la evalúa
a la luz de criterios pretendidamente universales. " 6
Esta forma de estratificación guarda una estrecha vinculación con
el predominio del tiempo sobre el espacio, con la noción de "sí mismo"
y el surgimiento del así llamado "sujeto cartesiano" y con la cognición
de la mathesis universa/is, entre otros elementos tan propios de lamo-
dernidad y tan ajenos a aquellas sociedades estratificadas por castas o por
estamentos. 7

6. Ídem, p. 166. La bastardilla es mía.


7. Para un desarrollo más extenso de esta problemática, cfr. Del Percio, E., Tiempost
Modernos. Una teoría de la dominación. Buenos Aires: Altamira, 2000.

86
La condición social

El dinero con al precio


a todoº Ello fue un de mentalidad para el cual todo es
conmensurable (medible en común), incluso el y el espacioº Una
noción para nosotros tan familiar como la de km/h es inimaginable para
otras sociedadesº Por eso, el tiempo, que como se sabe es "oro" para la
lógica mercantil, pasa a ser visto por el burgués como algo mensurable,
reductible a unidad, sucesivo, constante, homogéneo y ligeramente dis-
continuo""º al igual que el dineroº Ya no es visto como "momento", como
adecuación del tiempo a otras realidades, sino que es visto como algo
absolutoº Algo similar ocurre con el espacioº Éste pasa a ocupar un lu-
gar subordinado frente al tiempoº La autopista es el mejor ejemplo de
lo que quiero decir: para ahorrar tiempo se aniquila el espacio de la ciu-
dadº El espacio queda tan en función de la economía (y del tiempo) que
ya no se lo ve como sitio o lugar (adecuado a algo o alguien: un lugar
en el mundo) sino como distancia a superar en el menor tiempo posible,
o como superficie destinada a alguna finalidad económicaº Tal como
veremos más adelante, ambos conceptos, tiempo y espacio, adquieren a
partir de la emergencia del horizonte de la representación un carácter
cuantitativo en desmedro de su dimensión cualitativaº
El paso de una forma de estratificación estamental a otra por cla-
ses generó cambios tan profundos en la sociedad europea de los siglos
XV, XVI y XVII que motivaron una situación de honda desconfianza con
respecto a la posibilidad de saber o conocer la realidadº El burgués se re-
fugió en lo conocido: el cálcuh Lo cuantificable es lo seguro, lo cono-
cido, lo manejableº Con este telón de fondo entran en escena Descartes
y Baconº Para el primero, dado que todo es incertidumbre, sólo puedo
tener una certeza: dudoº A partir de esta primera certeza puedo llegar a
conocer una segunda verdad: si dudo es porque piensoº Pero no podría
pensar si yo mismo no existieseº Así, arribamos a la célebre sentencia
cartesiana, como tercer paso de este proceso: pienso, por lo tanto exis-
toº Sobre esta base sólida, Descartes construirá todo su andamiaje inte-
lectual para, en definitiva, concluir que -puesto que no podemos estar
muy seguros de lo que nuestros sentidos nos muestran- las únicas ver-
dades que podemos tener como indubitables son las verdades de la ma-
temática, en particular de la geometríaº En efecto, no sé si la tierra gi:ra
afrededor del sol o si es al revésº Pero lo que sí sé con plena certeza es

87
que la suma de los interiores de un da ciento ochenta
grados, o que la suma del cuadrado de los catetos de un rec-
tángulo es igual al cuadrado de su hipotenusa. Para saber estas cosas, no
hace falta que exista un solo triángulo en la realidad.
Bacon, en cambio, fiel al tradicional common sense británico, va a
tener cierta confianza en lo que le muestran los sentidos. Pero como sabe
que los sentidos pueden jugamos una mala pasada, propone reducir el ni-
vel de incertidumbre a partir de comparar lo que los sentidos me indi-
can a mi con lo que le indican a otros. La experiencia individual no es
una fuente demasiado confiable. Pero en cambio, sí lo es esa misma ex-
periencia repetida por varios. Para ver si la experiencia efectivamente se
repite, hace falta medirla. Es decir, de la experiencia se pasa al experi-
mento. Y en la base de la experimentación está el cálculo.
Como se advierte, más allá de que uno privilegie a la geometría y
otro a la aritmética, lo cierto es que las dos c01Tientes centrales de la fi-
losofía moderna plantean la centralidad del cálculo cuantitativo. A lo lar-
go de todo el devenir de la modernidad esto se va a ir profundizando hasta
llegar en nuestra época a su consumación, como tendremos oportunidad
de analizar, al estudiar las diferencias entre la estructura de dominación
europea y la latinoamericana.

en consumo
Jorge, gerente de marketing de una importante cadena de hipenner-
cados, gana uno de los sueldos más altos de la conocida empresa de la
que es CEO. Una vez que paga los gastos de tarjeta, el alquiler de su de-
partamento, la cuota de su casa en el country, la marina donde amarra
su yacht, el sueldo de la empleada doméstica, la cuota del colegio de su
hijo (que no es un colegio bueno, pero es caro y necesita enviarlo allí
para mantener un alto nivel de relaciones), del tapado de piel de su mujer
(y del que tuvo que comprarle a su amante para evitar problemas) entre
otros gastos, se queda apenas con lo suficiente como para llegar hasta fin
de mes. No sólo no ha podido ahorrar un centavo, sino que aún le res-
tan cinco cuotas de sus vacaciones en las Islas Seychelles, y veinte cuo-
tas del Alfa Romeo. En términos de clases sociales en razón de la acu-
mulación, Jorge es un asalariado que, lejos de capitalizarse, se ha endeu-

88
La condición social

dado. No a nadie se ocurriría afirmar que ocupa uno


de los lugares inferiores de la escala social. Es claro pues que el crite-
rio empleado para definir la a un estrato social en el siste-
ma de clases debe ser revisado.
En esta nueva estratificación lo definitorio para demarcar la perte-
nencia a uno u otro estrato es el nivel de gastos (no de ahorros) y la ocu-
pación desempeñada. En virtud de estos dos elementos podemos
recolocar a Jorge en uno de los lugares más altos de la estructura social.
Esto obedece, entre otros factores, a que las nuevas tecnologías con-
llevan la crisis de los modelos clásicos de producción -especialmente
en nuestro siglo, fordistas y tayloristas- sobre los cuales en gran me-
dida se asentaba la estructura de clases propia de un capitalismo indus-
trial de acumulación. En efecto, al quedar la producción cada vez más
en "manos" de la máquina no resulta tan importante el productor como
el consumidor. Por ende, lo que habrá de definir la ubicación del indi-
viduo en la pirámide social no será cuánto tiene sino cuánto gasta: la
tarjeta de crédito reemplaza a la cuenta bancaria. Ahora bien, la capaci-
dad de gasto está directamente relacionada con la ocupación de ese in-
dividuo, y esa ocupación, a su vez, se deriva del grado de conocimien-
tos e información que ese individuo posea.
Antes de analizar las consecuencias que esto conlleva, veamos al-
gunos datos que confirman la hipótesis de que nos encontramos ante un
cambio sustantivo en la forma de estratificación social. Estos datos los
recogí mientras hacía mi tesis doctoral y están referidos a lo que pode-
mos llamar el "momento de quiebre" entre la estratificación por acumu-
lación y la estratificación por consumo. Asimismo, toda la información
que tengo me indica que las tendencias se han visto agudizadas en los
últimos años. Más aún: ni siquiera la crisis desatada en 2007 ha hecho
mella significativa en esta nueva forma de estratificación. Más allá de
alguna pasajera propensión al ahorro en los países centrales, el sistema
(gobiernos, empresas, mundo de las finanzas) continúa impulsando el
consumo y a eso debe agregarse la incorporación al mercado de productos
de alto valor agregado de cada vez más relevantes segmentos de las po-
blaciones de países como China e India.
Entre 1992 y 1996 el número de tarjetas de crédito en circulación
aumentó el 83% en Alemania; el 62%, en Francia; el 48%, en Estados

89
M. DEL PERCIO

Unidos y el en tendencia que aún no se ha revertido. 8 En


1998, el gasto del consumo mundial público y a 24 billo-
nes de el nivel de 1975 y sextuplicando el de 1950.
Ante este fenómeno, las Naciones Unidas advierten que "claramente el
consumo es un medio esencial para el desarrollo humano, pero los vín-
culos no son automáticos. El consumo contribuye claramente al desarrollo
humano cuando aumenta la capacidad y enriquece la vida de la gente sin
afectar negativamente el bienestar de otros. Contribuye claramente cuan-
do es tan justo con las generaciones futuras como con las actuales. Y con-
tribuye claramente cuando estimula a individuos y comunidades vivaces
y creativos. Pero con frecuencia se rompen los vínculos y, cuando así
ocurre, las pautas y tendencias del consumo son hostiles al desarrollo
humano." Y son hostiles cuando el consumo va en desmedro de la base
ambiental de recursos, cuando exacerba las desigualdades o cuando im-
pone a los individuos, familias y comunidades el sacrificio del tiempo
y las energías que podría dedicar al crecimiento de otros aspectos de su
existencia.
En efecto, el aumento del consumo ha tenido consecuencias posi-
tivas inimaginables hace pocos lustros. El mayor consumo de alimentos
nutritivos por amplios sectores antes desnutridos de la población mun-
dial (en el período 1970/95, el consumo de carne en los países no indus-
trializados pasó de 29 a 103 millones de toneladas y el de cereales de 382
a 706 millones), el mejor acceso a medicamentos y la aparición de nue-
vas medicinas ha permitido que desde 1960 aumente la esperanza de vida
en los países no industrializados de 42 a 62 años y de 69 a 74 en los in-
dustrializados, mientras que la mortalidad infantil se redujo de un 149
por mil al 65 por mil en los primeros y de un 39 a un 13 por mil en los
segundos. El mejoramiento masivo del transporte, la ampliación de las
vías informativas, la tecnología comunicacional y la ampliación del ac-
ceso a la escolaridad han permitido importantes avances en los países no
industrializados, resultando un indicador interesante (aunque muy par-
cial) el incremento de la alfabetización adulta en esos países, pasando del
48% en 1970, al 70% en 1995.
8. Todas las cifras y entrecomillados que figuran en este capítulo, salvo indicación
contraria, surgen de los Informes de Desarrollo Humano presentados anualmente
por el PNUD. Para no abrumar al lector con más de diez citas por página, he de-
cidido hacer esta alusión genérica a dicha fuente.

90
La condición social

Muchos de consumo que hasta hace tres décadas eran


vativos de los estratos medios o altos, hoy están al alcance de amplios
sectores de escasos Como ejemplo, tomemos el caso de la In-
dia en 1995. En ese año figuró en el nº 139 del ranking de desarrollo
humano. Más del 50% de sus habitantes por debajo de la línea de pobreza
poseían relojes pulsera; 41 %, bicicleta; 31 %, radio de transistor; 13 %,
ventiladores, y un importante porcentaje, televisores, heladeras, máqui-
nas de coser, etc.
Pero este incremento no fue homogéneo, lo que ha contribuido po-
derosamente a ensanchar la brecha entre los que tienen y los que no tie-
nen acceso a un mínimo de posibilidades de consumo. Así, el consumo
per cápita en África en el 2000 era inferior en un 20% al de 1980. Mien-
tras el promedio de consumo de calorías en los países no industrializa-
dos pasó de 2.131 por persona en 1970 a 2.572 en el 2000 (o sea 272
calorías por encima del mínimo requerido), en el África subsahariana el
número de personas desnutridas pasó de 103 millones a 215 millones en
el mismo período.
Otros datos a título meramente ilustrativo: al 15% de la población
mundial, residente en los países industrializados, le corresponde el 76%
del total del consumo mundial. El 20% más rico consume el 58% del
total de la energía, el 75% de la electricidad, el 46% de la carne, el 84%
del papel, y es propietaria del 87% de los automóviles y del 74% de los
teléfonos. En ninguno de estos rubros alcanza el quintil más pobre acer-
carse al 10% del total del consumo.
Conviene aclarar que no es verdad que el aumento del consumo que
se viene observando en todo el mundo industrializado sea consecuencia
de las mejoras en los ingresos. En tal sentido afirma el PNUD que "hay
señales de que los consumidores están ejerciendo presión sobre sus in-
gresos para comprar cada vez más, con el consecuente aumento del en-
deudamiento de los consumidores y la reducción de los ahorros del ho-
gar. El hogar medio norteamericano ahorra sólo el 3,5% de su ingreso
disponible, cerca de la mitad de la tasa de hace 15 años, y el valor me-
diano de los activos financieros de los hogares era sólo de 13 mil dóla-
res en 1995. Una encuesta hecha en los Estados Unidos señaló que sólo
el 55% de los hogares había hecho algún ahorro el año anterior. Al mis-
mo tiempo, el endeudamiento ha ido aumentando constantemente durante

91
un hasta de
ese crecimiento es por el endeudamiento de las de cré-
dito, que se duplicó entre 1990 y 1996. En casi todos los países miem-
bros de la OCDE se han ido reduciendo los ahorros de los hogares."
Entre 1983 y 1995, es decir en el período en que, según nuestra
hipótesis, emerge con más impulso la estratificación por clases sociales
en razón del consumo, el pasivo del ingreso disponible aumentó del 74%
al 101 % en los Estados Unidos, del 85% al 113% en el Japón, del 58%
al 70% en Francia y del 8% al 33% en Italia. En Chile y Brasil encon-
tramos incrementos similares. Sólo en 1996 el crédito de consumo otor-
gado por los bancos aumentó el 28%. Y no sólo los estratos superiores
cambiaron sus pautas de consumo: de l millón y medio de familias bra-
sileñas con ingresos inferiores a 300 dólares mensuales, dos tercios es-
tán endeudadas.
Esta situación emergente afecta de lleno al desarrollo humano, pues
"el poder simbólico del consumo volverse destructivo. Porque así
como el consumo puede crear lazos sociales, puede ser una poderosa
fuente de exclusión. Abundan los ejemplos de todas las comunidades en
toda época: Un adolescente sin zapatos de moda de una marca conocida
puede sentirse avergonzado entre sus compañeros de escuela. En las zo-
nas rurales de la India una joven puede quedar excluida del matrimonio
en los casos en que los niveles de la dote son superiores a los medios de
su familia."
Obviamente, esta exclusión se agrava en una sociedad estratifica-
da por clases en razón del consumo. La distribución desigual del ingre-
so se traduce en exclusión social si el sistema de valores de la sociedad
asigna mayor importancia a lo que una persona tiene que a lo que pue-
de hacer. Peor aún es el caso de nuestras sociedades, en las que -como
vimos- esa importancia no se asigna en función de lo que se tiene, sino
de lo que se gasta. Pues esto lleva a que "si los niveles sociales aumen-
tan más rápidamente que los ingresos, las pautas de consumo pueden des-
equilibrarse. El gasto del hogar en consumo conspicuo puede excluir ele-
mentos esenciales como los alimentos, la educación, la atención de la
salud, la atención de los niños y el ahorro para un futuro seguro." Un
interesante ejemplo lo constituyen los Estados Unidos: entre 1979 y 1989,
el 1% más rico incrementó su ingreso promedio de 280 mil a 525 mil

92
La condición social

dólares anuales.
to, haciendo cada vez más ostentación de su way of
nivel de aspiraciones de los americanos por efecto de imitación propio
de un grupo de referencia positiva. A la pregunta ¿cuánto ingreso se ne-
cesitaría para "hacer realidad todos sus sueños"? la respuesta en 1986 fue
"50.000 dólares anuales"; en 1994 trepó a 102 miL "Pero mantenerse a
la par es cada vez más difíciL Entre 1979 y 1994 las familias que for-
maban parte del 20% superior aumentaron su participación en el ingre-
so del 42% al 46%, en tanto que la parte que correspondía a cada gru-
po por debajo de ellos se redujo."
En todo el mundo, según advierten las Naciones Unidas, "las pre-
siones del gasto competitivo y del aumento del nivel social del consu-
mo se mantienen, con tendencias inquietantes que señalan que el consu-
mo de 'bienes de lujo' aumenta más rápidamente que el consumo de 'bie-
nes necesarios', y el poder social del consumo lleva a la exclusión más
bien que a la inclusión."
Además, paradójicamente, aun los que pueden consumir lo que de-
sean, caen en otra forma de exclusión y pobreza: la pobreza espiritual que
los excluye de la posibilidad de vivir una vida plena en todo sentido; in-
cluso el disfrute de las cosas a las que se accede es imposible cuando con-
tinuamente se está pretendiendo emular o superar al otro, cuando el pro-
pio deseo es deseo de lo que los demás desean, cuando la propia concien-
cia se aliena. Y no le resulta fácil al individuo sustraerse al bombardeo
pro consumista a que se lo somete desde todos los ángulos: según las es-
timaciones más conservadoras, el gasto mundial en publicidad supera los
500 mil millones de dólares.
Por cierto, cada vez resulta menos relevante el talento innato para
detectar un negocio o la capacidad de esfuerzo y sacrificio laboral, que
eran los dos elementos necesarios para ascender socialmente en el ante-
rior sistema Clasista. Menos aún importa el valor guerrero, la vida espi-
ritual o el apellido, tan relevantes en un sistema estamentaL En una so-
ciedad hipercomunicada e hiperinformada, en cambio, el más apto para
tomar la decisión correcta -en definitiva para conducir- es aquel que
no sólo dispone de la información pertinente, sino que además sabe or-
denarla y procesarla adecuadamente.

93
Pero el cúmulo de información es tan vasto, y se genera tan verti-
ginosamente, que el permanecer en posesión del mismo es absolu-
tamente incierto. Por tanto, es también absolutamente inestable el nivel
ocupacional definitorio del estrato social alcanzado. En un sistema de
clases, tanto para subir como para bajar de estrato social usualmente se
requiere un cierto tiempo; para ascender de una clase a otra, hace falta
trabajar duro y ahorrar durante bastante tiempo, y, asimismo, los aho-
rros del individuo y de su familia extensa, amortiguan la caída en caso
de descenso. En cambio, en el nuevo sistema, si un alto gerente de una
empresa multinacional pierde su trabajo, al día siguiente habrá de per-
der buena parte de los elementos que lo ubicaban, tanto en términos reales
como simbólicos, en el lugar elevado que ostentaba.
Consideremos ahora las certidumbres propias de una comunidad
ordenada estamentalmente, en la que el hombre tenía resueltos desde la
cuna las principales cuestiones de su vida: el matrimonio, el trabajo y la
relación con lo absoluto; en un sistema estratificado en clases, en cam-
bio, es cada individuo quien debe decidir con quién casarse, de qué tra-
bajar, y cómo enfrentar el problema del sentido de la existencia, la muer-
te, etc. Semejante responsabilidad conlleva no sólo la posibilidad de equi-
vocarse, sino la incertidumbre permanente acerca de lo acertada de cada
elección. La sensación de inseguridad ante el futuro pasa a ser una cons-
tante, agravada actualmente por el hecho de que por primera vez en más
de un siglo la generación en etapa productiva no tiene la certeza de que
sus hijos vayan a poder ascender socialmente aun brindándoles ciertas he-
rramientas como el estudio.
Es decir que la potencial movilidad descendente, conjuntamente con
la carencia de certezas inconmovibles, generó a partir del predominio de
una estratificación por clases sociales en razón de la acumulación, un
concepto hasta ese entonces poco usual como tema central de la proble-
mática humana: la angustia, no sólo la angustia ante la muerte que pre-
tende resolver Hegel, sino la angustia ante la vida. Vale insistir enton-
ces en que no es casual que de Schopenhauer a Sartre, la principal pro-
ducción teórica en torno a esta idea de angustia se haya gestado en el seno
de sociedades estratificadas hegemónicamente en clases sociales en razón
de la acumulación. Pero en una estratificación por clases sociales en ra-
zón del consumo, la potencialidad mucho mayor de esa movilidad des-

94
La condición social

cendente genera vacío y el sinsentido como


En el ritmo necesario para mantenerse en la LJ~•JAV''~""
al hombre m para
ciencia de su propia situación. Pero como diría mi aunque
la persona no tornar "la procesión va por dentro". En
los problemas derivados del el trabajo y la relación
con lo absoluto continúan vigentes, pero al no poder darse para
canalizar sus frnstraciones a través de la angustia, el hombre o la mujer
contemporáneos sufren los "ataques de pánico", psicopatología poco fre-
cuente donde y cuando no una estratificación en razón del
consumo.
Además, como señalan las Naciones Unidas al analizar el tema de
la relación entre consumismo y valores, se advierte en todo el mundo un
aumento de conductas patológicas que constituyen "una preocupación im-
portante para la sociedad. Incluye el crecimiento de los robos en las tien-
el aumento de la delincuencia violenta para obtener bienes de pres-
tigio social (zapatos deportivos, chaquetas de cuero, anteojos de sol de
marca de diseñador) y la mayor incidencia de la compra compulsiva".
Mientras en el sistema de clases en razón de la acumulación todos
los miembros de la familia pertenecen al mismo estrato social, en el nue-
vo ordenamiento, cada miembro ocupa un status propio, que además
puede variar vertiginosamente. Los hijos, una vez llegada a la mayoría
de edad se independizan y guardan escasa vinculación con sus padres.
Esto, unido a ese ritmo de vida generado en parte por las nuevas tecno-
logías, ahonda más ese vacío, del que se pretende escapar acelerando más
el ritmo. Hasta el tiempo libre se hace industria para impedir el ocio.
Otra diferencia entre ambos sistemas radica en que en el de clases
por acumulación el paso de una clase a otra es progresivo, continuo y
homogéneo: Juan, que tiene acumulados mil pesos, está apenas debajo de
Pedro que tiene mil y un pesos, y apenas más arriba de Leonor que tie-
ne novecientos noventa y nueve. La diferencia es absolutamente imper-
ceptible. En cambio en las clases en razón del consumo se pasa de un
estrato a otro en forma discontinua, como "a los saltos": para acceder a
la tarjeta de crédito hay que ganar un mínimo; no importa que se gane
exactamente. un peso menos, si no se alcanza el mínimo no hay tarjeta.
Y corpo está ocurriendo en los Estados Unidos -país que marca tenden-

95
cias en materia de estratificación en razón del consumo-
cede a la tarjeta de crédito se afuera de la mayor
tividades sociales. Si un neoyorquino pobre (normalmente negro o
"chicano") ahorra doscientos dólares para ver a su cantante favorito en
Broadway no conseguirá comprar la entrada si no tiene la consabida tar-
jeta. So capa de evitar el lavado de dinero y de bancarizar la economía
con los beneficios que ello trae a la comunidad, se está marginando aún
más al pobre. Asimismo, quien tiene la Burzaco Card no podrá acceder
a muchas cosas a las que sí se puede acceder con Visa o Mastercard; a
su vez, el que tiene la Visa común no tendrá acceso a cosas o lugares
donde sí puede ingresar el que tiene la Gold y éste tampoco podrá lle-
gar al nivel del que tiene la Platinum. O sea que acaece lo mismo que
en la estratificación estamental, en la que no había contigüidad de esca-
la social entre un campesino, un artesano, un conde, un marqués, un du-
que, un príncipe y un rey.
Es decir que estamos asistiendo a una suerte de "reestamentaliza-
ción" de la sociedad o, incluso, al surgimiento de formas de comunidad
similares en cierto sentido a las tribales pero atravesadas por el nuevo
tipo de vinculación que propone intemet: me refiero a las "tribus urba-
nas" en las que muchos jóvenes encuentran un modo de evadir la crisis
de identidad derivada del descripto proceso de fragmentación y licuación
de la trama narrativa que constituye a la sociedad y al individuo. Más
adelante veremos qué consecuencias tiene esto sobre los otros elementos
de la estructura de dominación que seguidamente pasamos a analizar.
Por lo general, en una estratificación por castas o por estamentos
tiende a darse una forma de ejercicio del poder público de tipo monár-
quico y/o feudal.
En principio, se trata de comunidades en las que la economía no
reconoce un fuerte desarrollo del comercio ni de la industria, pues de lo
contrario el dinero jugaría un rol decisivo a la hora de adjudicar las po-
siciones en la sociedad. Por ende, estamos en presencia de economías ba-
sadas en la actividad agrícola, ganadera y/o de extracciones de minera-
les. Es decir, de economías totalmente dependientes de la naturaleza. En
esos ámbitos el individuo tiende a ver todo como obra de la naturaleza.
Nada puede hacer para detener la llegada del frío invierno, ni para evi-
tar un granizo que le arruine la cosecha. Téngase en cuenta que una mala
cosecha, para el hombre que vive en estas sociedades, no significa irse
a la quiebra -como para el moderno productor agropecuario- sino lisa
y llanamente dejar de comer y ver cómo los adultos de su familia pasan
hambre y cómo mueren los más pequeños.
Ello genera un tipo de mentalidad proclive a aceptar todo como
naturalmente dado así. Le parecerá natural que si es negro tenga que ocu-
par un lugar inferior al blanco, o que si se llama Díaz ocupe un lugar
inferior al que se llama Borbón Palma. Por ende, le parecerá lógico que
sea la naturaleza la que decida quién va a gobernarle. Si el hijo del cam-
pesino es campesino porque así lo dispuso el hecho natural del nacimien-
to, es lógico que el hijo del zapatero sea zapatero, el hijo del señor sea
señor y el rey sea el hijo del rey o aquél que los señores elijan.
La dominación tradicional se da en virtud de la creencia en la san-
tidad de los ordenamientos y los poderes señoriales existentes desde siem-
pre. El ejemplo más claro es el de las monarquías hereditarias. En este
esquema, el que ordena es el señor, los que obedecen son súbditos, en

97
tanto que el cuerpo administrativo lo forman los servidoresº Dice Weber
que "se obedece a la persona en virtud de su sacralizada
por la por la fidelidadº" El acatamiento a las órdenes del jefe
está legitimado por la tradición, por lo que estas órdenes no apar-
tarse mayormente de lo estipulado por los usos y costumbresº Fuera de
las normas de la tradición, en cambio, se abre un amplio espacio para el
arbitrio del señor, dentro del que puede obrar conforme a su pareen
La estructura administrativa está compuesta por quienes dependen
o pertenecen directamente al señor y no son seleccionados conforme a
los principios de competencia o idoneidad, los que son ajenos a este tipo
de dominaciónº
Por cierto el término "feudal" aplicado para adjetivar esta forma de
ejercicio del poder público resulta objetable por varias razones, pero hasta
tanto no encuentre otro más adecuado lo seguiré empleandoº

Pero en el marco de una estratificación por clases sociales la situa-


ción es muy distintaº Surgen nuevas demandas que, en el esquema an-
terior, no hubiesen tenido razón de seL En efecto, en buena medida el
Estado moderno surge como consecuencia de la demanda de seguridad
formulada por la sociedad en cuanto comienza a estratificarse en clases
socialesº De hecho, si hubiera que elegir una sola palabra para definir a
la modernidad, creo que sería la palabra "seguridad"º Esta se entiende en
cuatro niveles:
a) Como seguridad ciudadanaºº Si lo que determina la pertenencia
a un estrato u otro de la sociedad es el apellido o el color de la
piel, las capas superiores del sistema no temerán que nadie les
robe los indicadores de su condición social: nadie puede robar un
nombre o un fenotipoº A lo sumo, podrán ser usurpados, pero
no robadosº Por ende, al sistema no le habrá de interesar parti-
cularmente garantizar la posesión de las cosas mueblesº En cam-
bio, si es el dinero y los bienes muebles son los que definen el
lugar que se ocupa en la sociedad, y dado que, como vimos, és-
tos son susceptibles de ser robados, hará falta crear cuerpos es-
peciales encargados de perseguir a los ladronesº

98
La condición social

Como en las tierras y los mares: Por un las gue-


rras de religión y las constantes pujas entre nobles dificultaban
severamente el desarrollo del comercio y la industria. Por otra
corsarios y piratas ponían en peligro la seguridad en los
mares y, consiguientemente, el éxito de las empresas y aventu-
ras navieras. Esta situación motivó la necesidad de contar con
flotas . y ejércitos dependientes de la corona con la misión de ga-
rantizar la paz interior y la defensa de la propiedad frente a la
rapiña extranjera.
c) Como seguridad jurídica, pues el comercio y la industria a gran
escala sólo pueden desarrollarse si los actores saben a qué atenerse
y qué pasará si se violan los términos de alguna negociación.
Aparecen así las leyes y los tribunales modernos. Los reyes me-
dievales podían pasar todo su reinado sin dictar una sola norma
de derecho privado. En una economía capitalista esto no va a ser
más posible. Son necesarios complejos plexos legislativos que
regulen las conductas y actividades civiles y comerciales así como
sistemas judiciales que apliquen esa legislación. Legisladores y
jueces que sólo el Estado Nación Moderno puede proveer.
Al principio, los mercaderes, los industriales y los financistas (fi-
guras centrales en la estratificación por clases sociales) habrán de
aceptar un gobernante que garantice estas seguridades aunque no
sea de sus propias filas: el monarca absoluto. Pero con el correr
del tiempo van a pretender ocupar también el centro de la esce-
na política, designando presidentes o primeros ministros elegi-
dos por ellos, atendiendo -al menos en teoría- a su capacidad
para gobernar y no a su apellido.
d) Como seguridad social: con la consolidación de la industria surge
una nueva preocupación para la burguesía: el proletariado. Para
evitar desbordes revolucionarios, el Estado proveerá esta cuarta
forma de seguridad. Como dirá Marx, al ocuparse de la cuestión
social, el Estado pasa a ser la mejor defensa de la burguesía con-
tra sí misma, pues de no mediar este elemento de regulación del
conflicto social las condiciones propias del capitalismo industrial
de acumulación hubiesen exacerbado la dialéctica burguesía-pro-

99
letariado hasta el de maduración de las condiciones obje-
tivas y subjetivas para que tenga lugar la revolución.
Si quisieramos establecer una periodización a fines didácticos, po-
demos decir que las tres primeras seguridades surgen en Europa a par-
tir de 1492 y van a resignificarse durante el período que va de la Revo-
lución Francesa (1789) hasta la creación de Scotland Yard (1826). En
ese lapso, surgen los ejércitos masivos (la Nación en armas), el
constitucionalismo moderno y la codificación y, finalmente, la policía
profesional urbana uniformada.
Resumiendo lo dicho hasta ahora: el ejercicio del poder público pasa
de la manifiesta arbitrariedad feudal tradicional a la encubierta arbitra-
riedad de la administración legal burocrática. Por eso, el tipo más puro
de Estado Nación Moderno es el que encontramos en el Estado de De-
recho. Su idea básica es que cualquier derecho puede crearse y
modificarse por medio de un estatuto sancionado correctamente en cuan-
to a la fonna. No se obedece a una persona sino a una norma estatuida,
la que establece al mismo tiempo a quién y en qué medida obedecer. En
este tipo de dominación también el que ordena obedece, al emitir una
orden, a una norma formalmente abstracta.
El control social está dado primordialmente por el derecho, sien-
do el jurista el encargado de legitimar la estructura de dominación. Lo
bueno y lo malo es lo legal y lo ilegal.
Designo este modo de ejercicio estatal del poder público como "mo-
derno" para distinguirlo de otras formas de Estado, como por ejemplo el
Incaico, el Azteca, el de la antigua China, el Egipcio, el Romano, y un largo
etcétera. De ningún modo acepto la noción eurocéntrica que pretende que
el único tipo de Estado es el que nace en la modernidad europea.
Asimismo, es posible que al lector atento le llame la atención que
hable de "Estado-nación", cuando seguramente alguna vez habrá leído
que "el Estado es la Nación jurídicamente organizada". Creo que la evi-
dencia histórica no permite corroborar esa definición. Al contrario, en
general vemos que, tanto en Europa como en América, fueron los Es-
tados los que se encargaron de formar las naciones a partir de la geogra-
fía sobre la que ejercían su imperio. Esto lo consiguieron muchas veces
a fuerza de represión, y siempre a través de una reelaboración de la his-
toria. No quiero abundar en esta cuestión, pero baste como ejemplo el

100
La condición social

caso de la de América colonizada por unidad


ca, la similitud de el común sustrato cultural "católico", la
historia durante tres y son elementos que nos
autorizan a hablar de una sola nación. No los Estados fueron
consolidando su poder interno a fuerza de crear una nacionalidad
vinculante de todos los que viviesen en el territorio sobre el cual ejer-
cían sus respectivas jurisdicciones. Nacionalidad que se creó a partir de
la enseñanza de la historia y de la geografía en las escuelas y de la exal-
tación de símbolos patrios.
En Europa, las naciones modernas son fruto de la violencia -y en
ocasiones de los genocidios- ejercida por el poder estatal para conso-
lidar su dominio sobre la heterogeneidad En África (espe-
cialmente en el subsahariana), la construcción artificial del Esta-
implantado sobre un territorio aún más artificialmente delimitado,
entra en constante conflicto con las nacionalidades étnico-culturales pre-
existentes y actúa como percutor de guerras y masacres que constante-
mente se suceden ante la indiferencia del mundo ... ¿civilizado?
Por último, como tendremos de analizar más adelan-
te, las tres primeras seguridades fueron brindadas por antes de
contar con una burguesía moderna. España un modelo de es-
tado exitoso, el que, de algún modo, sirvió como para los de-
más. La cuarta seguridad, más tardía, surgió recién en la Alemania de
Bismark. No obstante, fue la primera en entrar en crisis.

la
Asistimos en nuestro tiempo a la crisis del tipo de ejercicio del po-
der público representado por el Estado-nación organizado burocráticamente
y por el derecho legal-formal como modo de control social. Una
primera manifestación de esta crisis la podemos ver en el cine y la litera-
tura de acción: el "malo" antes era estaba al margen de la ley (pen-
semos en el clásico "Los Intocables": el "malvado" era el fabricante y co-
merciante de bebidas alcohólicas; su conducta era reprobable porque así lo
establecía la famosa "Ley seca"); hoy, en cambio, es un psicópata que mata
porque pasó una infancia desdichada o algo por el estilo. Son la ciencia y
el periodismo los encargados de definir el bien y el mal.

101
El año 1973 marca un de inflexión: el nuevo de la
guerra árabe-israelí que motivó la crisis del la "Revolución de
los Claveles" en Portugal y la independencia de y .cvuJ'-''ªªun1
(últimas colonias europeas geográficamente relevantes por su extensión),
la aceptación por parte de los Estados Unidos de su derrota en Vietnam,
la libre flotación de las monedas como consecuencia de la desvinculación
del dólar respecto del patrón oro en 1971, el nacimiento de la Trilateral
Comission; en nuestra región el triunfo del peronismo y el golpe de
Pinochet, son algunos de los acontecimientos que fueron desencadenan-
do una serie de consecuencias que cambiarían definitivamente a las so-
ciedades y sus instituciones en todo el mundo.
En efecto, de modo concordante con el cambio en la forma de es-
tratificación social, el período que va de 1973 a la expansión masiva de
la informática y las telecomunicaciones de la década del '80 conlleva una
serie de consecuencias que obligan a reformular radicalmente el modo
en que los estados venían prestando las cuatro seguridades mencionadas.
La seguridad social: no obstante haber sido la última en aparecer,
es la primera en entrar en crisis en razón de las exigencias de produc-
ción en el marco del capitalismo tardío. Desde la aparición de la obra de
Habermas, Problemas de legitimación en el capitalismo tardío, en 1973
hasta el reciente trabajo de Robert Castel, Las metamoifosis de la cues-
tión social, mucho se ha escrito dando acabada cuenta de este fenóme-
no, por lo que no vamos a abundar aquí en ello.
La seguridad jurídica: la antigua demanda de seguridad jurídica
propia de una estratificación en clases en razón de la acumulación se am-
plía ahora a una mayor exigencia de celeridad en la administración de
justicia, lo que lleva a un incremento de modalidades alternativas de re-
solución de conflictos justiciables (arbitrajes privados, mediación, etc.).
La estructura propia del proceso judicial requiere un tiempo demasiado
largo para llegar a la resolución del caso, mientras que las nuevas tec-
nologías -especialmente las informático comunicacionales- generan
una aceleración de la vida de interrelación social. A esto se le debe agregar
que la complejidad de esas interrelaciones demanda una capacitación por
parte de funcionarios y empleados judiciales que obviamente no lo pueden
dar las facultades de derecho. Se requiere por tanto una mayor partici-
pación de otros profesionales (no sólo abogados) que permitan un abor-

102
La condición social

de las cuestiones sometidas decisión pero


los sistemas de administración de aún no han encontrado el modo
de incorporarlos satisfactoriamente.
se le exige a un de familia que dé a los nuevos
conflictos familiares con instrumentos caducos: leyes que no reflejan las
situaciones actuales y una formación que no una ade-
cuada capacitación en materias tales como psicología, sociología o an-
tropología. Ni siquiera encontramos las palabras para designar a las nuevas
formas de parentesco, como por ejemplo la que se suscita entre los hi-
jos de María y los de Juan, su nueva pareja. No obstante, según van des-
cubriendo los psicólogos en el ejercicio de su profesió~, si estos chicos
tienen contacto estrecho desde edad temprana, se generah entre ellos una
serie de nexos y afinidades propios de una relación de parentesco. Pero,
repito, aún no tenemos cómo designar ese parentesco. ¿Podemos enton-
ces exigirle razonablemente a un que resuelva los conflictos vincu-
lados con esa complejidad emergente en las nuevas relaciones familia-
res? ¿Podemos razonablemente exigirle a otro que resuelva los no
menos complejos delitos informáticos cuando a duras penas sabe cómo
contestar un coneo electrónico? Esta no afecta solamente al
Poder Judicial. También desborda al legislador, que termina delegando
en expertos que nadie eligió, y que muchas veces nadie conoce, las de-
cisiones finales en materias de creciente dificultad. Esta incapacidad de
respuesta de jueces y legisladores motiva una creciente distancia entre
ellos y el resto de la ciudadanía que suele generar actitudes de defensa
corporativa por parte de los miembros de esos poderes, lo que a su vez
acrecienta esa distancia. Por último, consideremos que así como una so-
ciedad estratificada en clases en razón de la acumulación demandaba casi
exclusivamente del estado nacional la regulación jurídica socialmente
necesaria, el tipo emergente de estratificación por clases sociales en ra-
zón del consumo reclama un nuevo derecho que regule los problemas
derivados de la integración regional (MERCOSUR, NAFTA, Unión
Europea), asunto sobre el que volveremos, al analizar la emergencia de
un tercer escenario.
La seguridad ciudadana: este punto es algo más complejo, por lo
que debemos partir de unos supuestos previos. Como dijimos, la estra-
tificación por clases en razón del consumo es consecuencia del desano-

103
llo de las e informático-comunicacionales y su
relación con las necesidades y demandas del mercado. En la in-
de esas incrementó
Ello derivó en un aumento del '"''-"''-'1.u1-11cvv
vez- en una necesaria incentivación del consumo de con un
mayor valor agregado. Para promover este estilo de consumo conspicuo,
el mercado favorece el empleo de la De ese modo, consigue que
en el hogar haya un doble ingreso y, a la vez, que la mujer tenga me-
nos hijos. Al tener menos decrece el consumo de bienes primarios
o con escaso valor agregado (alimentos simples e indumentaria sencilla)
y crece la demanda de los bienes y servicios complejos.
Una madre de familia con ocho hijos, difícilmente pueda tener
tiempo para otra cosa más que para coser y atender a los críos,
y seguramente no podrá ahorrar como para cambiar frecuentemente el
auto, la TV o el de audio. A su vez, al insertarse la mujer de pleno
tiene más de encontrar una
pareja de su misma condición sociocultural. obviamente vale tam-
bién para el varón. El surge por el hecho de que no sólo el
varón o la mujer solteros tienen mayor acceso a potenciales parejas, sino
que también lo tienen hombres y mujeres casados. Naturalmente eso in-
crementa las posibilidades de formar una nueva pareja cuando la actual
no satisface las expectativas de alguno de los esposos.
Asimismo, las complicaciones que acarrea una estmctura como la
familia tradicional en orden a las exigencias del nuevo mercado de tra-
bajo, disuaden a muchos jóvenes de la idea de vivir en pareja. Sumemos
que ya ni la industria ni los ejércitos requieren las cantidades ingentes de
hombres que requerían desde la revolución industlial y hasta los ochen-
ta; por tanto, dejan de ser socialmente condenadas las prácticas sexuales
no reproductivas. Homosexualidad, masturbación, control de natalidad,
etcétera, son comportamientos cada vez más aceptados, especialmente en
los conglomerados urbanos complejos.
Todo lo que acabamos de describir plantea un quiebre en las for-
mas tradicionales de concepción de la familia. Precisamente la versión
burguesa de organización familiar ha sido por antonomasia el ámbito de
transmisión de la idea de respeto a la ley.

104
La condición social

Por otro la creciente a hombres


y

o
o el taxista. Muchas veces, también cambiar de
dad o incluso de país. Sabido es que, en gran la se
construye a de la mirada de los demás. Pero cuando "los demás"
pareja, los vecinos, los compañeros de
te, se dificulta la construcción de una ~'"''".'""
Ahora bien: veamos qué pasa con Pablo, un chico que a los cator-
ce años: a) ya cambió tres veces de barrio o de ciudad y de colegio,
su madre ya cambió más de una vez de y ni ella ni su actual com-
pañero tienen c) vive en un en el que el Estado no se hace
cargo de darle a ninguno de ellos un seguro de desempleo, que no brin-
da servicios eficientes de salud y no garantiza la educación de calidad ni
la seguridad ciudadana y d) está inmerso en un contexto social u'"''"'~·~
por una altísima exigencia de consumo, en el que si no tiene las
llas marca Nike, no consigue que su vecina Carolina-cuyos padres tam-
bién son desempleados- le una mirada. ¿Es de extrañar
que Pablo busque en una violenta la contención y el reconoci-
miento que no encuentra en otro lado? ¿Es de extrañar que Pablo
que lo importante es tener bienes materiales sin cómo se consi-
gan? No. Lo que sí es de extrañar es que tantos chicos en la situa-
ción de Pablo que respetan la vida, la honra y la de los demás.
La tendencia a apoderarse de lo ajeno es natural en una sociedad que
plantea el consumo como pauta básica de estratificación, en el marco de
la disolución de las estructuras de contención y de transmisión de la no-
ción de respeto a la ley vigentes durante la modernidad: familia
biparental monógama constituida "hasta que la muerte los , ve-
cinos y compañeros de trabajo estables. La consecuencia obvia es un in-
cremento de la propensión al delito de todos los sectores sociales,
vilegiando la violencia física los de abajo y la violencia simbó-
lica o intelectual los de arriba.

los países reaccionan de la misma manera para enfrentar al delito vio-


lénto, que es el que afecta en forma más clara y manifiesta la convivencia

105
M. DEL PERCIO

llo de las e informático-comunicacionales y su


relación con las necesidades y demandas del mercado. En la in-
corporación de esas incrementó
de Ello derivó en un aumento del
vez- en una necesaria incentivación del consumo de con un
mayor valor agregado. Para promover este estilo de consumo conspicuo,
el mercado favorece el empleo de la mujer. De ese modo, consigue que
en el hogar haya un doble ingreso y, a la vez, que la mujer tenga me-
nos hijos. Al tener menos decrece el consumo de bienes primarios
o con escaso valor agregado (alimentos simples e indumentaria sencilla)
y crece la demanda de los bienes y servicios complejos.
Una madre de familia con ocho hijos, difícilmente pueda tener
tiempo para otra cosa más que para cocinar, coser y atender a los críos,
y seguramente no podrá ahorrar como para cambiar frecuentemente el
auto, la TV o el equipo de audio. A su vez, al insertarse la mujer de pleno
derecho en el mundo tiene más de encontrar una
pareja de su misma condición sociocultural. obviamente vale tam-
bién para el varón. El surge por el hecho de que no sólo el
varón o la mujer solteros tienen mayor acceso a potenciales parejas, sino
que también lo tienen hombres y mujeres casados. Naturalmente eso in-
crementa las posibilidades de formar una nueva pareja cuando la actual
no satisface las expectativas de alguno de los esposos.
Asimismo, las complicaciones que acmTea una estructura como la
familia tradicional en orden a las exigencias del nuevo mercado de tra-
bajo, disuaden a muchos jóvenes de la idea de vivir en pareja. Sumemos
que ya ni la industria ni los ejércitos requieren las cantidades ingentes de
hombres que requerían desde la revolución industrial y hasta los ochen-
ta; por tanto, dejan de ser socialmente condenadas las prácticas sexuales
no reproductivas. Homosexualidad, masturbación, control de natalidad,
etcétera, son comportamientos cada vez más aceptados, especialmente en
los conglomerados urbanos complejos.
Todo lo que acabamos de describir plantea un quiebre en las for-
mas tradicionales de concepción de la familia. Precisamente la versión
burguesa de organización familiar ha sido por antonomasia el ámbito de
transmisión de la idea de respeto a la

104
La condición social

Por otro a hombres


y a cambiar frecuentemente de_.,,~·-~·
oficina o de fábrica o establecerse por cuenta
cambiar de de o
o el taxista. Muchas veces, también cambiar de
Sabido es que, en gran la se
construye a de la mirada de los demás. Pero cuando "los demás"
pareja, los vecinos, los de
te, se dificulta la construcción de una
Ahora bien: veamos qué pasa con Pablo, un chico que a los cator-
ce años: a) ya cambió tres veces de barrio o de ciudad y de colegio, b)
su madre ya cambió más de una vez de pareja y ni ella ni su actual com-
pañero tienen c) vive en un en el que el Estado no se hace
cargo de darle a ninguno de ellos un seguro de desempleo, que no brin-
da servi~ios eficientes de salud y no la educación de calidad ni
la seguridad ciudadana y d) está inmerso en un contexto social 0'"''"UUM
por una altísima exigencia de consumo, en el que si no tiene las
Has marca Nike, no consigue que su vecina Carolina-cuyos
bién son desempleados- le dirija una mirada. de extrañar
que Pablo busque en una violenta la contención y el reconoci-
miento que no encuentra en otro lado? ¿Es de extrañar que Pablo
que lo importante es tener bienes materiales sin cómo se consi-
gan? No. Lo que sí es de extrañar es que tantos chicos en la situa-
ción de Pablo que respetan la vida, la honra y la de los demás.
La tendencia a apoderarse de lo ajeno es natural en una sociedad que
plantea el consumo como pauta básica de estratificación, en el marco de
la disolución de las estructuras de contención y de transmisión de la no-
ción de respeto a la ley vigentes durante la modernidad: familia
biparental monógama constituida "hasta que la muerte los , ve-
cinos y compañeros de trabajo estables. La consecuencia obvia es un in-
cremento de la propensión al delito de todos los sectores sociales,
vilegiando la violencia física los de abajo y la violencia simbó-
lica o intelectual los de arriba.
no todos
los paíse's reaccionan de la misma manera para enfrentar al delito vío-
lénto, que es el que afecta en forma más clara y manifiesta la convivencia

105
social. Estados Unidos enfrenta la cuestión creando más cárceles y lle-
nándolas de negros. Europa subsidia al agro ese modo evita grandes
migraciones hacia las y al desempleo. América Latina eligió
una estrategia distinta: tiene fuerzas de seguridad mal remuneradas, con
lo que sus cuadros tienden a de los sectores más carenciados;
éstos detienen a otros pobres que a su vez roban a otros pobres (pues los
ricos tienen custodias y viven en barrios con seguridad privada) y van a
parar a cárceles, donde son vigilados por miembros del servicio peniten-
ciario que también ganan magros sueldos. Allí aprenden a delinquir mejor
y a odiar a una sociedad que es incapaz de brindarles ninguna esperan-
za de futuro. Mientras tanto, los mismos sectores medios y altos que viven
de la exacerbación del consumismo, delegan toda la responsabilidad en
materia de seguridad en el sistema penal. Cuando es afectado alguno de
los miembros de esos estratos superiores, lo único que atinan a hacer es
exigirle al Estado el endurecimiento de las penas e inculpar a esa mis-
ma policía mal pagada y mal tratada por no haber brindado la seguridad
sufíciente9 .
9. La liviandad con que suele tratarse en los medios el problema de la seguridad y
de su relación con el desempleo, amerita que hagamos acá un largo excursus. En
efecto, un espectador desprevenido, que hubiese ido asiduamente al cine el verano
de 2006, pudo haber inferido que el desempleo genera delincuencia. En Las locu-
ras de Dick y Jane, Dick y Jane (Jim Carrey y Tea Leoni) están enamorados y
viven el típico "sueño americano", hasta que el sueño se convierte en pesadilla.
Dick había sido ascendido a vicepresidente de una empresa, pero la compañía para
la que trabajaba quebró, dejándolo a él y a miles de personas sin trabajo. Dick y su
fanúlia pierden todo lo que habían conseguido hasta el momento, por lo que la pareja,
harta de cumplir con las normas, decide robar para no ser despojada de su hogar.
En buena compañía también aborda una problemática similar. Dan Foreman (Dennis
Quaid) era un veterano y reconocido jefe de ventas publicitarias de una revista deportiva,
hasta que la compañía de la que depende es comprada por una megacorporación y
queda entonces bajo el mando de un jovencito tan inexperto como supuestamente
"eficiente". Más allá de lo mediocre del film, su relativo éxito de taquilla en el mundo
muestra la preocupación de la gente por esta temática.
Mucho más ácido es el último film de Costa Gavras: La Corporación. A diferencia
del sabor que quedaba tras ver sus recordadas realizaciones Zeta y Estado de Sitio,
esta vez no hay mayor lugar para la esperanza de mejorar el mundo, ni el sistema,
ni nada. Bruno Davert, ejecutivo de una importante papelera francesa, se queda sin
empleo al igual que decenas de sus compañeros en medio de una "reestructuración
empresarial". Tras dos años de tratar por todos los medios de reinsertarse en el

106
La condición social

La del Estado: una de las consecuencias de la crisis


del Estado-Nación -y que a la vez actúa como causa del agravamiento
de esa crisis- consiste en la del crimen organizado. Un
dato estremecedor obliga a fijar la atención en este la cifra del
procedente de fuentes ilegales que se cada año en el sis-
tema financiero mundial gira en tomo al 5% del PBI mundial, o sea el
equivalente al de países como Gran Bretaña, o el doble del PBI de
Brasil. Si bien el fenómeno de la transnacionalización del delito no cons-
ninguna novedad, nunca antes en la historia se habían registrado
los volúmenes actuales de tráficos ilícitos, los que no se limitan al nar-
cotráfico, sino que incluyen rubros tan diversos como armas, obras de
arte, seres humanos, órganos anatómicos, materiales radioactivos, alta
tecnología, mercenarios, etc. Este cambio cuantitativo conlleva un cambio
cualitativo: la economía criminal pasa a ser un componente determinante
de las finanzas globales a través de lo que Castells denomina "la madre
de todos los delitos": el blanqueo de dinero.
mercado laboral, empleando los caminos convencionales, decide cambiar de estra-
tegia y se pone a asesinar a sus posibles competidores para cubrir una eventual
vacante. En medio de sus correrías se entera de que su hijo está detenido por robo.
En la comisaría en la que está su hijo, le dice a un agente del orden: "como esto
siga así, los únicos que van a tener trabajo son ustedes".
Las tres películas se desarrollan en el "primer mundo". Y en todas -especialmente
en las dos primeras- queda claro que para "salvarse" hay que "cortarse solo",
violando aun las más elementales normas de ética y convivencia.
La relación entre desempleo, miseria y crimen no es nueva. En su obra Organisation
du travail decía Louis Blanc en 1839: "La miseria aconseja incesantemente el sacri-
ficio de la dignidad personal y casi siempre la gobierna. La miseria crea una condición
dependiente en quien es independiente por carácter, de manera que oculta un tor-
mento nuevo en una virtud, y transforma en hiel lo que se lleva de generosidad en
la sangre. Si la miseria engendra sufrimiento, también engendra crimen. Si termina
en el hospital, también conduce a la prisión. Hace esclavos; hace a la mayoría de
los ladrones, los asesinos, las prostitutas."
Sin embargo, nada es tan simple y lineal como parece. Para la misma época decía
Alexis de Tocqueville: "Cuando uno recorre las diversas comarcas de Europa, siente
el impacto de un espectáculo extraordinario y en apariencia inexplicable. Los países
que parecen más miserables son aquellos que en realidad, tienen menos indigentes,
y entre los pueblos de los que admiráis la opulencia, una parte de la población se
ve o\Jligada, para poder vivir, a recurrir a lo que le dan los otros." (Mérnoire sur le
paul)érisrne, 1835).

107
Esto
1) afectando las instancias más altas de decisión OJV•nn-u
del financiamiento de amenazas de cum-
ciérto y, en los casos extremos, de infiltración lisa y
A 0 n~.~nr0A nJl¡.>~j·C)~ claves con del crimen
organizado;
2) condicionando las relaciones entre estados, ya sea a de la
exigencia de colaboración (como entre los Estados Unidos y
Colombia) o generando sospechas que afectan la natural fluidez
de estas relaciones (es el caso de la preocupación de Rusia por
la creciente interrelación entre su mafia vernácula con los
cárteles de Colombia y con la tradicional mafia italiana, o de la
intranquilidad de muchos de occidental por el trá-
fico de materiales radiactivos montado por estructuras delictivas
de la ex-Unión

Ambos describen los efectos de la llamada Revolución Industrial. Recordemos que


es en ese entonces cuando se crearon los cuerpos de policía en sentido moderno
precisamente en los países en que esa Revolución estaba más avanzada. Si bien
nunca hubo al respecto estadísticas muy confiables, pareciera ser que el accionar
policial habría logrado reducir los niveles delictuales. No obstante, la verdadera respuesta
a la inseguridad llegó por otro lado: las emigraciones, voluntarias y no tanto. La
Inglaterra victoriana marcó el camino al enviar a Australia asesinos, ladrones, pros-
titutas y otros súbditos británicos que gozaban de similar consideración por parte
del resto de la sociedad. Allí estos feroces inmigrantes rubios y de ojos celestes
pudieron consolidar su futuro laboral tras producir uno de los genocidios más atro-
ces que conoce la historia de la humanidad, exterminando poblaciones indígenas
enteras. Napoleón III imitó esta política poblando Argelia con los colegas de aque-
llos británicos, pero sin matar a todos los argelinos preexistentes. Si Napoleón III
hubiese imitado mejor a Victoria, los franceses no tendrían que soportar hoy las
explosiones de violencia protagonizadas por los descendientes de aquellos argeli-
nos. En cambio, los industriosos y civilizados ingleses fueron más eficientes: prácticamente
no quedó un solo indígena australiano en pie para denunciar las imperiales viola-
ciones a sus derechos humanos, por lo que muy tardíamente se comenzó a tener
noticia de aquellos episodios.
En forma menos organizada que la mayoría de los procedentes de Inglaterra y Francia,
emigraron millones de españoles, italianos, polacos, rusos, judíos, alemanes, lituanos,
portugueses, con parecidas consecuencias para los países de origen pero muy dis-
tintas para los países receptores, pues en estos casos no hubo detrás una voluntad

108
La condición social

estimulando o desestabilizando economías nacionales enteras,


hasta el punto de impedir en algunos países la formulación de
políticas económicas que no incluyan este factor como un com-
ponente fundamental.
Otra grave consecuencia de la falta de cumplimiento por parte del
Estado-Nación del rol que vino desempeñando desde la Paz de Westfalia
hasta nuestros. días, radica en el descontrol de la violencia. Por un lado,
el fenómeno del neoterrorismo. Este se distingue del terrorismo anarquis-
ta de fines del siglo XIX y principios del XX que tenía por objetivo la
eliminación del Estado. También se distingue claramente de los movi-
mientos guerrilleros de los '60 y '70 que tenían por objeto la toma del
poder público a partir de reivindicaciones de índole social y política. Para
el neoterrorismo, en cambio, su objetivo final -normalmente difuso-
es una reacción contra valores, cosmovisiones y elementos generadores
estatal de exterminio y colonización. Lo relevante a los fines de este trabajo, es que
Europa entera desplazó cantidades ingentes de desocupados a fin de llevar la "civi-
lización" a otras tierras y resolver su cuestión social.
Como explica Zigmun Bauman, el modelo económico basado en la industrializa-
ción genera desperdicios de toda índole; incluso desperdicios humanos. Ciertamente
ya desde fines del medioevo encontramos en Europa indicios de esta realidad: seres
humanos adultos sanos, en condiciones de ganarse su sustento, sin saber o sin poder
hacerlo. Estos fueron encerrados en depósitos de pobres, como en la Francia del
siglo XIV, o condenados a no moverse de su comarca para no generar problemas
en lugares donde no fueran conocidos, como en la Inglaterra de la misma época.
Pero más allá de los fracasos de todas esas políticas, no eran muchos los indivi-
duos que estaban en esa situación, por lo que en té1minos macrosociales, el tema
resultaba manejable. Pero como vimos, desde principios del siglo XIX el problema
desbordó los mecanismos institucionales hasta entonces vigentes. Es el precio que
pagó Occidente por abolir la esclavitud. En efecto, cuando hay esclavos o siervos
no hay desempleo de adultos aptos para trabajar. Por eso, hoy hay muchos que
plantean que para resolver el problema del desempleo debemos abolir el derecho
laboral. O sea: volver a la esclavitud.
Cerrando el círculo, la incorporación de nuevas tecnologías ha generado un nuevo
modelo de producción industrial y, por consiguiente, una nueva generación de des-
perdicios humanos. Mas ya no quedan "Australias" ni "Argelias" para colonizar.
Al contrario, desde el llamado "Tercer Mundo" migran vidas desperdiciadas hacia
los países de industrialización avanzada. Ninguno de nosotros está exento de ser
un desperdicio humano mañana mismo. Y todos lo sabemos. Acá y en el "Primer
Múndo". Por eso, el éxito de las películas que mencionamos al principio.

109
por las fundamentalistas
subyacentes en la totalidad de los nucleamientos
neoterroristas, desde las milicias ultraderechistas de los Estados Unidos
hasta los grupos violentos islámicos.
Por otro lado, las facilidades de acceso a la las
consecuencias de la utilización de nuevas tecnologías para la producción
de bienes y servicios (que toman anti-económica la mano de obra escla-
va), sumadas a la imposibilidad institucional de establecer formalmente
un nuevo "apartheid" (último sistema de castas institucionalizado), ha
transformado en genocidio lo que en otros períodos de la historia hubiese
derivado en la esclavización de los derrotados.
Veamos algunas cifras que avalan lo dicho. Mientras que en todos
los conflictos bélicos anteriores a 1990 las bajas civiles habían sido de
aproximadamente el 5% del total, el promedio del decenio fue del 90%.
En virtud de los nuevos armamentos, particularmente del uso indiscri-
minado de minas terrestres y de bombas de fragmentación antipersonal,
así como por la proliferación de armas ligeras de gran poder letal, en la
década del '90 murieron en conflictos armados 2 millones de niños, han
quedado discapacitados de 4 a 5 millones, y 12 millones más han que-
dado sin hogar, más de un millón han quedado huérfanos o separados de
sus padres y unos 10 millones han resultado traumatizados psicológica-
mente. No tenemos cifras confiables acerca de las víctimas civiles en
Irak, pero todo hace sospechar que, de contarse con ellas, se
incrementarían dramáticamente estas tendencias estadísticas.
Estrechamente vinculado a esta cuestión aparece el problema de la
privatización de los ejércitos, merced a la "tercerización" del empleo de
la violencia militar en empresas de servicios mercenarios. Según afirma
Adalberto Agozino, en su obra Megatendencias en Seguridad Interna-
cional, "estas empresas crecen incluso a un ritmo mayor que las empre-
sas de Internet o las de biotecnología". Entre otros factores, ello se debe
a que "la tercerización de los conflictos permite a los gobiernos eludir las
limitaciones que les imponen sus propios pueblos, las disposiciones del
derecho humanitario y la presión de la opinión pública internacional, des-
plazando su responsabilidad sobre las acciones militares y eventuales vio-
, laciones a los derechos humanos sobre empresas privadas y aprovechan-
1
do para ello las falencias que presenta la legi~lación internacional."
' 1

110
La condición social

Veamos en el cuadro cómo se dan las


entre las formas de estratificación social y las de
tal como lo hemos estudiado hasta acá:

Castas
Monárquico y/o Feudal
Estamentos
Clases sociales - Acumulación Estado-nación moderno
Clases sociales - Consumo ?

111
M. DEL PERCIO

Por legitimación entendemos aquel proceso de explicación no ló-


gica de instituciones y conductas, adjudicando categoría normativa a sus
imperativos.
Al afirmar que la legitimación de conductas e instituciones responde
a premisas de tipo no lógico, no pretendo decir que estemos frente a un
proceso irracional o contrario a los cánones de lo que habitualmente se
entiende por lógica. De algún modo, esto equivale a decir que las expli-
caciones legitimantes corren por otro carril que el de la lógica o el del
pensamiento especulativo. En efecto, la legitimación se desenvuelve en
el ámbito de la creencia, no en el de la pretendida "ciencia estricta".
No siempre se requiere el mismo grado de desarrollo teórico para
legitimar una conducta o una institución, lo que lleva a determinar tres
niveles de complejidad en las formulaciones:
1. Prototeórico: a este primer nivel corresponden las respuestas del
tipo "porque sí" o "porque así debe ser". La mayor parte de nues-
tras conductas cotidianas responde a este tipo de legitimación. La
indumentaria que usamos y el modo de combinar las distintas
prendas, los modales que aplicamos al comer, la forma de salu-
dar, son algunos de los infinitos ejemplos que podemos dar de
este tipo de legitimación. Lo aceptamos sin cuestionamientos.
Pero nos sorprende cuando nos enteramos que otras culturas ac-
túan de otro modo. Pensemos en la sensación que nos provoca
la costumbre china de no retener gases en los intestinos y en lo
incomprensible que resulta para ellos que nosotros soportemos los
malestares fisiológicos derivados de esa pauta de conducta que
obedecemos "porque sf'.
Al ejecutar mecánicamente estas acciones, sin demandar expli-
cación ni reflexión alguna, se advierte que somos, bajo cierto as-
pecto, "autómatas sociales". El hecho de estar compelidos a efec-

112
La condición social

tuar esos actos sin el concurso de nuestra propia voluntad, a


regañadientes, y que a los demás les pasa lo mismo
cuando se ven obligados a realizarlos con respecto a cada uno de
nosotros, nos permite advertir que lo social no se opone tan sólo
a lo individual, sino también a lo interindividual. De todos mo-
dos, en nosotros está el aprender a "usar de los usos" (empleán-
dolos para ahorrar el tiempo y energías que consumiríamos en
determinar a cada momento qué es lo que se debe hacer, dejan-
do en cambio que los usos resuelvan el problema por nosotros,
permitiéndonos así empeñarnos en otros menesteres) o pasar a ser
"usados por los usos", viviendo en función de los mismos.
2. Proposiciones teóricas rudimentarias: en este nivel encontramos
esquemas pragmáticos destinados a dar pautas de comportamiento
ante situaciones concretas. El ejemplo típico lo constituyen los
refranes del estilo de "cuando la limosna es grande hasta el san-
to desconfía". Como por regla general se refieren a conductas que
no afectan decisivamente el funcionamiento del sistema social,
podemos encontrar la coexistencia de proposiciones contrarias en
un mismo medio social. Por ejemplo, la proposición "al que ma-
druga Dios lo ayuda" puede coexistir en el mismo ámbito con la
que reza "no por mucho madrugar amanece más temprano".
Estos dos niveles son claros ejemplos de motivaciones no lógi-
cas de la conducta universalmente aceptada y en general son su-
ficientes para legitimar pautas de comportamiento cuya viola-
ción no acarrea ni mayores beneficios a quien la viola, ni gra-
ves trastornos al sistema social. Pero se requiere una legitima-
ción teórica convincente tanto para consagrar la realidad social,
política o económica tal cual es en un momento dado, como para
transformarla.
Por ejemplo, si Juan no usa saco y corbata en un ámbito donde
"así se usa" o si profiere palabras obscenas en una reunión en la
que "eso no se hace", va a ser él mismo el que más se perjudi-
que por la violación de la conducta entendida como legítima: los
demás dejarán de invitarlo, evitarán su compañía, etc. Pero su-
pongamos que Juan desea el reloj de Pedro y se lo apropia ante
un descuido de éste. En ese caso, el que se perjudica es Pedro en
y toda la sociedad nadie
pues convendría con lo que cerrarían
fábricas de rélojes, etc. Por eso, hará falta elaborar una explica-
ción más compleja que convenza a Juan de la maldad intrínseca
de su conducta, lo que da lugar al tercer nivel de legitimación
que veremos seguidamente y que será objeto de atención
en este capítulo.
3. Teorías explícitas: como hemos según el esquema que ve-
nimos elaborando para tratar de entender las correspondencias
que se dan entre los elementos que componen la estructura de
dominación, a una forma de estratificación por castas o estamen-
tos corresponde una forma de ejercicio del poder público de tipo
monárquico o feudal. Como explicamos, ello obedece a que en
sociedades así estratificadas, el comercio y la industria no tienen
mayor relevancia. O sea que estarnos en de sociedades
cuya subsistencia depende de la naturaleza. En ese marco, es ló-
gico que si los individuos viven pendientes de una naturaleza
frente a la cual lo único que pueden hacer es adecuarse a sus dic-
tados, acepten que sea la naturaleza la que determine qué lugar
ocuparán en la escala social y quién habrá de regirlos.
Ahora bien, la naturaleza, así entendida, es algo dado desde un ini-
cio. Si yo soy negro o blanco, no es por generación espontánea, sino que
ese color de mi piel me viene dado "desde siempre". Si mi apellido es
Smith o Lancaster, ocurre lo mismo. En estas sociedades el pasado, y por
tanto la tradición, desempeña un papel determinante como pauta de le-
gitimación de las conductas y de las instituciones. Sin embargo, la tra-
dición no puede legitimarse a sí misma. No siempre un campesino esta-
rá dispuesto a servir a su señor por el mero hecho de que así lo hacían
sus padres. Si una mala cosecha lo hace pasar hambre, es posible que no
tenga muchas motivaciones para darle a su amo aun los pocos granos que
consiguió almacenar. Puede que el siervo Smith se harte de servir a su
señor Lancaster. Como lo que está en juego es precisamente la consagra-
ción de la realidad dada, entonces hará falta apelar a un fundamento más
fuerte: la religión. En general se intentará dar un contenido sacral al ori-
gen de las diferencias entre las distintas castas o entre los distintos esta-
mentos. Y ese origen suele remitir a un arché, un principio, entendido
La condición social

En este conviene aclarar un no que la religión


,_,,._,,,,..~ una estructura de dominación estratificada en
castas o estamentos y en la que el se ejerce mediante el
feudalismo y/o la monarquía. que esa estructura de dominación tien-
de a darse una legitimación de tipo religiosa, lo cual es bien distinto.

Pero esto no se sostiene en el marco de una estratificación por cla-


ses, en la que es el dinero lo que define la pertenencia a uno u otro es-
trato social. En Europa, a del siglo XVI -merced, entre otros fac-
tores, a las ingentes cantidades de oro y de plata que Latinoamérica le
prestó no muy voluntariamente a España y que de ahí se distribuyó al
resto del continente- la burguesía va a ir ocupando paulatinamente el
centro de la escena en el terreno económico y cultural y avanzará hacia
la hegemonía también en materia política. Es decir que el comercio, la
banca y la industria progresivamente han de desempeñar un papel pro-
tagónico en la vida social. Y el comercio, la banca y la industria requie-
ren otro tipo de legitimación más allá de la tradición. En efecto, las re-
laciones civiles y comerciales propias de la sociedad burguesa tienen un
nivel de complejidad tal que no pueden ser reguladas por la tradición o
por la Biblia. Además, el dinamismo propio de estas actividades demanda
una forma de legitimación acorde. Una norma que hoy puede ser eficaz
para regular un tipo específico de actividad comercial o industrial pue-
de dejar de serlo en diez años. Surgen constantemente nuevas modalida-
des de transacción que deben ser regladas por una normativa específica.
Como vimos en el capítulo anterior, éste es uno de los factores que ex-
plican el surgimiento del Estado-nación Moderno encargado de dictar la
ley y de establecer un sistema judicial encargado de aplicarla.
Además, el surgimiento del protestantismo quiebra la unidad reli-
giosa, por lo que se hace necesario que esa nueva forma de legitimación
sea tan válida para el protestante como para el católico, dispuestos a co-
merciar entre' ellos. Se redescubre así a la ley positiva, la que va a ocu-
par el papel que venía teniendo la tradición.

115
Para la teología moral el eje de la ética por el
cumplimiento de las exigencias de la justicia. Se entendía la justicia, si-
guiendo la clásica definición de Ulpiano, como "la constante y perpetua
voluntad de dar a cada uno lo suyo". En una sociedad estratificada
estamentalmente, esto no ponía en riesgo la paz social, pues el campe-
sino consideraba que si la naturaleza o Dios decidieron que ese era su
lugar nada había de problemático en ello. Era vivido como algo tan na-
tural como el hecho de que el hijo del conde debía ser conde y el prín-
cipe habrá de ser el próximo rey. Es decir que cada uno tenía lo suyo y
todos vivían conformes con lo que tenían. Esta relativa calma era cada
tanto quebrada por movimientos generalmente de inspiración quiliástica,
pero en general se mantenía. De la misma manera se mantenía -y man-
tiene- la calma en otras sociedades estratificadas por castas o estamen-
tos en diferentes lugares del orbe. La India brahmánica constituye uno
de los ejemplos más claros. Pero con el advenimiento del capitalismo la
pertenencia a uno u otro estrato social no estará dada por la naturaleza
sino por la propia capacidad de hacer más dinero. Y al burgués no le va
a interesar ni una justicia, para la cual el noble debe ocupar un lugar pre-
ponderante por llevar un apellido ilustre, ni una justicia que establezca
que hay que darle lo suyo a cada uno, incluyendo la paga de los emplea-
dos de su comercio o de su taller.
A partir de entonces a los tres órdenes les habrá de resultar funcio-
nal dejar de hablar de la justicia como el eje de la moral. A los nobles
y monarcas, para que los burgueses no les discutan su liderazgo políti-
co; a los burgueses para que los obreros y empleados no reclamen sala-
rios justos y a las iglesias porque advierten que van a perder la potestad
de conseguir el acatamiento social universal de su definición de lo que
es justo. Por ende, la idea de justicia se va a ir reduciendo a la noción
de derecho. Cuando Occidente se acerque a los tiempos de la moderni-
dad consumada, el positivismo jurídico consagrará la reducción defini-
tiva: la idea de justicia no será más que un concepto mágico-religioso y
el derecho será reducido a la ley positiva.
Monarcas y burgueses ganan con la idea de que la regulación de las
conductas públicas y las instituciones sociales quede a cargo de la ley.
Pero no ganan las jerarquías religiosas. Paulatinamente, la ley irá defi-
niendo lo bueno y lo malo a nivel público. Claro que la ley vale para

116
La condición social

las instituciones y las conductas sociales. No para las con-


ciencias. Advirtiendo este de merma de su las jerarquías
religiosas europeas, tanto católicas como van a desplazar el
de la temática ética de lo social a lo individual: así, de la justicia se
pasa a la sexualidad como elemento definitorio de la virtud y el
'-'"'''"~~· Desplazamiento que se va a ver favorecido por los monarcas y
la burguesía. Como explica Foucault en su Historia de la sexualidad,
"desde el fin del siglo XVI la 'puesta en discurso' del sexo, lejos de su-
frir un proceso de restricción, ha estado, por el contrario, sometida a un
mecanismo de incitación creciente".
Ahora sí que todos ganan: el burgués, porque le van a sacar el tema
de la justicia del centro de la escena 10 ; el monarca, porque el nacimien-
to de la biopolfüca le otorga una herramienta excelente para el discipli-
namiento de los cuerpos; y las jerarquías religiosas, porque consolidan su
sobre las conciencias en función del manejo de la culpa.
Ciertamente, no es cristiano el origen del discurso represivo en
materia sexual. De hecho, casi no se encuentran referencias al tema en
ninguno de los cuatro Evangelios. No obstante, a partir de la revancha
que Agustín se toma contra Tomás en el siglo primero con Lute-
ro y después con el Concilio de Trento, el sexo pasa a ocupar el lugar
axial de la teología moral.
Para comprender mejor este complejo fenómeno, debe recordarse
que desde los albores de la modernidad cobra renovados bríos una co-
rriente ya presente en la antigua Grecia que considera que la materia es
algo "sospechoso", cuando no directamente "malo", y que es el espíritu
(o forma) el encargado de hacerla buena. A su vez, esto es consecuen-
cia de la primacía del principio masculino sobre el femenino propia de
la tradición greco-romana. Para esta postura la materia, la "mater", es lo
femenino, la pura potencialidad indeterminada y terrible. Lo masculino,
en cambio, expresa el orden, la forma, el acto, en suma: el espíritu.
Repárese en que esta "superioridad" del espíritu sobre la materia es opues-
ta al talante que se deriva de la tradición judía. Como explica Tomás de

10. Abordo con mayor extensión el problema de la conflictividad social y la idea de


Justicia en los albores de la modernidad en los primeros capítulos de Tiempost
Modernos, y en el también ya citado, Márgenes de la Justicia.

117
en la Summa contra para la tradición bíblica el mun-
do material fue creado por a cada paso de la creación con-
templaba su propia obra y se complacía en ella. La fórmula vio Dios
que esto era bueno" se repite constantemente en el capítulo del
Génesis. En cambio, es el espíritu de la creatura el que puede hacer el
bien o el mal. Pero así como para la sabiduría tradicional se debe bus-
car en todo la presencia del principio masculino y del femenino (el yin
y el yan de los orientales es un buen ejemplo de esto), para los griegos,
al menos a partir del siglo VI a. lo masculino debe primar sobre lo
femenino. Esta concepción pasará de Grecia a Roma y luego, con la caí-
da del Imperio, progresivamente irá retomando su lugar hegemónico
hasta el punto de que Dios mismo va a ser visto como varón, contraria-
mente a lo expresado en Génesis 1, 27: "Dios creó al ser humano a su
imagen, a imagen de Dios lo creó, macho y hembra lo creó". Es decir
que Dios, para la Biblia, es en sí mismo macho y hembra. 11 Para la tra-
dición judía no se puede escindir a Y ahvé (masculino) de su espíritu, en
hebreo la Ruah, así, en femenino.
Posteriormente el cristianismo habrá de incorporar la noción trini-
taria de Dios. Entonces junto con el principio masculino de Dios Padre
y femenino de Dios Espúitu Santo aparece un nuevo principio mascu-
lino con Dios Hijo. Para recuperar el equilibrio perdido entre lo mascu-
lino y lo femenino, aparece María como madre virgen de Dios. Según
el relato de Lucas, tras el anuncio del ángel que le dice que concebirá y
dará a luz un hijo, María le pregunta cómo será eso posible "pues no co-
nozco varón". El ángel le contestó: "El Espíritu Santo (o sea la Ruah,
lo femenino) vendrá sobre ti y el poder del Altísimo (o sea el Padre, lo
masculino) te cubrirá con su sombra; por eso el niño que nazca será santo
y llamado Hijo de Dios (o sea, otra vez lo masculino)". Para retomar al
cuaternario primordial hace falta recuperar el equilibrio entre lo mascu-
lino y lo femenino. Esa es la razón principal por la que María debe con-
cebir virginalmente.

11. En este sentido se pronuncia el entonces Cardenal J oseph Ratzinger, en su bre-


ve tratado de mariología Hija de Sión. En cambio, en esa misma obra critica a Hans
Küng por su idea acerca del carácter cuasi divino de María en razón de ser decla-
rada Theotocos.

118
La condición social

El dogma de Mmia como Theotocos o "madre de Dios"


dre de Jesús", o sea meramente de la dimensión humana de es
proclamado en Éfeso, la ciudad consagrada a la deidad femenina
por antonomasia del paganismo. Su virginidad eminentemente era reque-
pues, como símbolo de fecundidad y para recobrar, insisto, el equi-
librio perdido entre el principio masculino y el femenino. Posteriormente,
"Dios" pasará a ser siempre masculino cuando se lo refiere en su pleni-
tud trinitaria y será también masculino el Espíritu Santo. Asimismo, se
efectuará una curiosa simbiosis entre las nociones de virginidad y de pu-
reza, particularmente manifiesta en la prédica en torno a la figura de
María. 12 Así como también tardíamente será llamada "la Dolorosa" o "la
virgen de las Angustias" justamente ella, que dijo de sí misma "desde
ahora me llamarán feliz todas las generaciones" y que fue la responsable de
que el primer milagro de Jesús haya sido transformar el agua en vino ...
Paralelamente a estas modificaciones del pensamiento tradicional,
la fiesta deja de ser el centro de la vida comunitmia y va a cumplir una
función de mero recreo para poder trabajar y producir mejor. En la Eu-
ropa medieval, dependiendo del lugar y la época, en una aldea había entre
ciento veinte y ciento ochenta días festivos al año. Se vivía para la fies-
ta. Con el advenimiento de la burguesía esto ha de cambiar: el neg-ocio
es visto como más importante que el ocio. La felicidad deja de ser el
objeto último de la ética y va cediendo ese lugar al deber. Claro, es más
fácil dominar a un individuo triste que a uno exactamente igual que
pasa con los pueblos. Por eso se retoma la noción judía de la culpa y se
la potencia hasta el grado de ignorar la alegría que todo el Evangelio aso-
cia al arrepentimiento. La felicidad del hijo pródigo al regresar a su ho-
gar, la de la mujer que encuentra la dracma perdida o las jubilosas y
emocionadas lágrimas de María Magdalena son reemplazadas por una
tenebrosa concepción de "dolor de los pecados" que deja carente de sen-
tido la noción misma de redención. Tánatos triunfa sobre Eros. El mun-

12. Por cierto, Ambrosio de Milán y Jerónimo, el primero, maestro y el segundo,


agudo contradictor de Agustín, elogiaron la virginidad femenina. De todos modos,
puede interpretarse su enseñanza como un intento de dignificación de la mujer, que
en los últimos tiempos del Imperio Romano era relegada a simple objeto para la
satisfacción del varón. Entre otros, así lo interpreta Thomas Merton en Virginidad
y humanismo en los Padres occidentales.
'
do del sistema avanza u•",,,.'!,'~':,'.t,""'mªn•a en su tarea de colonización del
mundo de la vida.
Incluso a mediados del siglo XVI encontramos el sublime erotis-
mo de la poesía de Juan de la Cruz. Pero ya era tarde: Juan fue
incomprendido, encarcelado, perseguido.
Y a se estaba imponiendo la línea contraria, la línea que a lo largo
del medioevo estaba relegada a un segundo plano, no obstante haber con-
tado entre sus defensores nada menos que al último de los antiguos y el
primero de los medievales: Agustín de Hipona. Su desenfreno juvenil,
su formación filosófica profundamente imbuida del pensamiento griego
clásico, las influencias gnósticas y maniqueas, sumado al espectáculo de
la decadencia del Imperio Romano, hacen comprensible su actitud de
franca hostilidad con respecto al sexo, parecida al rechazo que el ex al-
cohólico siente por la bebida o el ex fumador por el cigarrillo. Pero sus
ideas, releídas con el prisma de la burguesía, resultaron útiles para legi-
timar el nuevo orden. Agustinismo político, exaltación de la voluntad,
oposición entre el sexo y la pureza son algunas de las derivaciones de esa
relectura. 13
Como queda dicho, entonces surgen dos órdenes de legitimación,
que con el tiempo darán lugar a la distinción moderna entre "ética" como
vinculada a lo público y "moral" como referente a lo privado. Esta dis-
tinción va a ser fortalecida por una razón de índole urbanística: el bur-
gués no va a querer vivir frente al mercado en el que desempeña sus que-

13. No es este el lugar adecuado para desarrollar la intuición expuesta, entre otros,
por Gilbert K. Chesterton acerca de la modernidad como la revancha de Agustín
sobre Tomás. No obstante, es importante hacer alusión acá al hecho de que partien-
do de las ideas de Agustín se deduce que el Estado es una consecuencia necesaria
del pecado original; en virtud de la naturaleza caída, la vida social requiere del gobierno
y de un poder público superior, pero en sí mismo el Estado no es algo bueno sino
que es un mal necesario, identificando, en última instancia, al poder político con el
poder coactivo. Por eso, las ideologías típicamente modernas (liberalismo, marxis-
mo y anarquismo) van a compartir la visión del Estado como algo en sí mismo
malo, al que habrá que controlar, reducir o eliminar. En cambio, si se arranca de
Tomás, se concluye que el Estado es una institución de orden natural, que actúa
como regulador de la vida social, con prescindencia del pecado original. Un acaba-
do estudio de estas cuestiones se encuentra en la obra de Sergio Castaño, Defensa
de la política.
La condición social

haceres, sino que se va a ir a vivir al Se de ese modo


por vez en la historia una categoría social que desarrolla su vida
laboral (o pública) en un lugar y su vida familiar (o privada) en otro.
En la sociedad medieval europea, como en otras comunidades, el arte-
sano elabora y vende sus productos en su casa, y toda la familia colabora
con su quehacer. El campesino labora las tierras contiguas a su vivien-
da y el señor se entrena para la guerra en el patio de armas del
castillo que habita. Pero con el advenimiento de la burguesía esto cam-
bia. Ahora bien, si el sujeto moral se forja, en gran medida, en función
de la mirada de los demás, es obvio que al haber dos miradas distintas
en la casa y otra en el ámbito de sus negocios) van a tener lugar dos
parámetros éticos distintos.
Las conductas a seguir en público van a estar regidas por la ley.
Pero así como la tradición no se legitimaba a sí misma, tampoco la ley
es suficiente. Es menester encontrarle un apoyo firme. La religión ya no
puede cumplir acabadamente ese cometido, pues, como vimos, no se
adecua a las exigencias de la nueva sociedad. Su lugar será ocupado por
la ideología. Mas la ideología, para desempeñar eficazmente su papel,
deberá retomar muchas de las características de la religión.
Esto se advierte con particular claridad a partir del siglo XVIII eu-
ropeo, el siglo de la Ilustración, de la modernidad en su apogeo. Nada
que no pueda ser conocido por la razón; y paralelamente, no hay
conocimiento que no deba ser comunicado a toda la humanidad. Llevar
a todas partes las luces de la razón adquiere dimensiones de imperativo
religioso, como una suerte de evangelización laica de todo el planeta. A
diferencia de las religiones esotéricas, cuyas verdades sólo deben ser co-
nocidas por unos pocos, el cristianismo propone que sus verdades sean
conocidas y compartidas por todos los pueblos. Ello fue generando en
Europa un tal.ante evangelizador que lleva a esa suerte de cristianismo
laico que fue el Iluminismo a suponer que el aumento y la difusión del co-
nocimiento traerá por sí solo un mejoramiento moral de todos los hombres.
Será Kant el encargado de definir esta entrada del hombre en la edad
adulta en estos términos: "La ilustración es la liberación del hombre de su
culpable incapacidad. La incapacidad significa la imposibilidad de servirse
de la inteligencia sin la guía del otro". El mundo es "desmagizado", libe-
rado de mistelios y encantamientos por obra de la Razón.

121
M. DEL PERCIO

Para la "elite" de nobles y


burgueses, que se en el supremo tribunal de la declara
que nada ha de acept:;rrse porque todo ha de ser sometido al proceso
de la crítica. Crítica no necesaiiamente destructiva -pero, por cierto, ja-
más complaciente- que en un principio se limita al arte, las letras y las
ideas filosóficas, pero lejos de detenerse allí, sigue como crítica a la Teo-
logía y a las ideas políticas, a Dios y al Sin embargo, los protago-
nistas de este proceso no advirtieron la relación estrecha entre su crítica
generalizada y la crisis que se avecinaba. Lejos estaban de sospechar la
pronta caída del orden establecido, y más lejos todavía de advertir has-
ta qué punto la misma actividad de crítica sistemática, socava los cimien-
tos de ese orden mientras va fundando una nueva legitimidad. Según
Reinhart Koselleck, uno de los más importantes analistas de este perío-
do, por increíble que parezca, "no es posible hallar un solo testimonio
en pro de la conciencia de esta relación". Lo que lo lleva a plantear que
"el proceso crítico de la Ilustración ha la crisis en la misma
medida en que le permaneció oculto e ignorado el sentido político mis-
mo de la crisis."
En efecto, tras la Paz de Utrecht (1713) todo confluye para gene-
rar un clima propicio para que florezca una fe filosófico-histórica en el
progreso pacífico de la humanidad, sin alteraciones cruentas: los monarcas
ilustrados gobernando con el auxilio de los ministros expertos en distintas
áreas de gobierno; la inexistencia de tumultos y guerras civiles; las guerras
entre estados que se desarrollan lejos de poblaciones civiles, y de las cua-
les participan cada vez en mayor número soldados profesionales, permi-
tiendo al resto del pueblo seguir con sus tareas; los progresos de la téc-
nica que habrían de mejorar permanentemente las condiciones de vida de
la gente, etc.
El propio Voltaire, quizá la figura que mejor representa el espíri-
tu de la época, dice en 1769 (¡apenas veinte años antes de la Revolución
Francesa!) "nosotros no queremos los horrores de la rosa roja y de la rosa
blanca, ni el caer de las cabezas coronadas". En 1758 el utilitarista y
materialista francés Helvecio (1715-1771) sostiene que "en el siglo pre-
sente una calma feliz ha seguido a tantas tempestades, los volcanes de la
sedición se han apagado por doquiera". El alemán Hertzberg, poco des-
pués, llega al punto de afirmar que "la historia no será ya interesante",

122
La condición social

porque no se concebir un sistema o econom1co más


equilibrado que el entonces y por lo tanto, los únicos cambios
que acontecerán se darán en el plano científico y técnico. Federico el
Grande de Prusia, en 1740 cree que "en nuestros días parece totalmente
caída en desuso la costumbre de las rebeliones y revoluciones." Más aún,
en 1783, el periódico radical Le tableau de Paris editorializa: "Un con-
flicto que degenere en sedición ha devenido moralmente imposible". En
fin, gobernantes e intelectuales estaban tan ciertos de haber llegado al fin
de la historia como lo estuvieron George Bush y Francis Fukuyama tras
la caída del muro de Berlín.
El proceso iluminista de desencantamiento o "desmagización" del
mundo, conlleva una fuerte pretensión crítica que desemboca en la muer-
te del padre rey y del padre Dios. Pero semejante muerte requiere la ela-
boración del duelo correspondiente. Para ello se guarda el debido luto
(para Freud, el fetiche que nos remite al ausente) echando mano a un
instrumento que tiene todos los caracteres de una religión laica: las ideo-
logías, entendidas como cuerpos de ideas justificatorias o condenatorias
del sistema social vigente, que, a de la pretenden expli-
car y regular toda la realidad social, recuniendo a sus propios sacerdo-
tes, profetas y predicadores, a sus infiernos y paraísos, a sus dogmas e
inquisiciones, con sus correlativas herejías y cazas de brujas. Se sustitu-
ye así a las religiones trascendentes por religiones inmanentes.
Marx lo sospechó, pero el "socialismo real" a la postre se convir-
tió en una ideología más. Nietszche lo denunció, pero sus palabras lle-
garon muy temprano y se las rechazaron o se las tergiversaron a partir,
irónicamente, de una lectura ideológica. Las iglesias lo sospecharon y de-
nunciaron, advirtiendo la nueva competencia que tenían frente a ellas.
Pero a medida que se fue consolidando el carácter religioso de las ideo-
logías, se fue también ideologizando la religión, reduciéndose a ocupar
un lugar más en el terreno de las luchas ideológicas.
Pero aquel proceso de crítica siguió su curso. Hoy el duelo ya fue
elaborado y las ideologías entendidas como religiones inmanentes per-
dieron razón de ser. Sin embargo, la modernidad no se ha consumado.
Desafíos premodernos emergen por doquier. Nuevas realidades exigen
nuevas respuestas. La necesidad de encontrar nuevas teorías legitimantes,
tras la crisis de las formas clásicas, motiva que se acuda a dos respues-
M. DEL PERCIO

tas antagónicas: por un único" latréutico de la


mundialización de la que se autolegitima en virtud de su efi-
cacia. Como reacción, la exaltación de las identidades comunitarias, que
derivan su legitimidad de la apelación voluntarista a la homogeneidad
cultural. En sus formas extremas, ambos modos de legitimación señalan
la defunción del ideal emancipatorio de la modernidad: ya sea que la
norma la determine el mercado o que esté dada exclusivamente por las
raíces culturales, poco espacio le queda al individuo para desenvolver li-
bremente sus capacidades.
En suma, se advierte que nuestro tiempo es testigo de la transfor-
mación de la ideología dominante, justificatoria de la democracia repre-
sentativa, junto con el cambio en el tipo de estratificación social en que
se asienta (las clases sociales) y de la forma institucional de ejercicio del
poder político (estado nacional organizado burocráticamente).
No son pocas ni de escasa importancia las consecuencias que esto
conlleva: la ausencia de expectativas de cambio a partir de actitudes co-
lectivas -y la consiguiente elaboración de una legitimidad alternativa-
deriva en la búsqueda anómica de salidas individuales. El "sálvese quién
pueda (y como sea)" se constituye en lema de la época.
Si a esto le sumamos: 1) que la ubicación en la pirámide social se
da actualmente en razón del consumo, 2) que ese consumo depende ge-
neralmente de los ingresos laborales y 3) que nunca, como hoy, el em-
pleo fue tan precario; podemos comprender las formas que adopta el con-
flicto social contemporáneo. Ya no se trata de una lucha de clases ni de
confrontaciones ideológicas, sino que el conflicto se da en primer lugar
entre los incluidos (que pugnan por seguir siendo explotados por el sis-
tema) y los excluidos que reclaman siquiera ser tenidos en cuenta como
esclavos. En segundo término, la debilidad de las condiciones de perte-
nencia y permanencia en un estrato social, hacen que los conflictos tien-
dan a ser primordialmente individuales o que respondan a demandas pun-
tuales, pudiendo encontrar a sus protagonistas alternativamente unidos o
enfrentados, tal como veremos al analizar los distintos intentos de expli-
cación de la crisis de la representación política en el capítulo referente
a los horizontes de sentido.
La condición social

e
No solamente la ideología en sentido -tal como venimos
trabajando acá este concepto- es el sustituto laico de la religión. Tam-
bién le compete ese carácter a la ciencia. De hecho, como bien explica
Paul Ricoeur en Ideología y Utopía, no hay una división tajante entre
ciencia e ideología. Todo saber científico, y esto vale particularmente
para las cieneias sociales, descansa sobre un sustrato ideológico, lo se-
pan o no lo sepan los cultores de una ciencia pretendidamente aséptica.
Recíprocamente, la racionalidad tecnocientífica se convierte en fundamen-
to de legitimación de las propias ideologías. Esto está suficientemente
explicitado no solamente en la obra de Ricoeur y de la hermenéutica en
general, sino también por parte de la Escuela de Frankfurt y, especial-
mente, por Habermas, su más conspicuo heredero, por lo que no vamos
a detenemos en esta cuestión.
En cambio, conviene analizar aquí otras consecuencias de esta sus-
titución de la religión por la ciencia y, más específicamente, por la téc-
nica. Es evidente que no es la técnica la que genera una forma de ver el
mundo, sino que es esa forma de ver el mundo lo que da lugar a la era
de la técnica. Como señala Heidegger: "El emplazamiento fundamental
de la modernidad es el 'técnico'. Dicho emplazamiento no es técnico
porque haya máquinas de vapor y posteriormente motores de explosión,
sino al contrario: si hay cosas tales es porque la época es 'técnica'. Eso
que llamamos técnica moderna no es sólo una herramienta, un medio en
contraposición al cual el hombre actual pudiese ser amo o esclavo; pre-
viamente a todo ello y sobre esas actitudes posibles, es esa técnica un
modo ya decidido de interpretación del mundo que no sólo determina los
medios de transporte, la distribución de alimentos y la industria del ocio,
sino toda actitud del hombre en sus posibilidades; esto es: acuña previa-
mente sus capacidades de equipamiento".
A continuación veremos algunos de los múltiples factores que fue-
ron convergiendo para gestar esa actitud del hombre moderno o, dicho
en otros términos, esta cultura de la técnica.
Acordando con Weber, dice Trías en Pensar la religión: "toda cul-
tura remite, sobre todo, a una raíz cultual". Atención: Trías habla de
"culto" y no de religión en general. Antes de ver qué relación guarda
esto con el avance y tecnocientífico de los
es menester aclarar el por de esta distinción.
este punto quiero rnmper una lanza a favor de la filosofía de la religión
de Hegel. En ésta se piensa que lo que proporciona especificidad al he-
cho religioso es, precisamente, el culto; de forma que no haber
religión si tal culto deja de existir. El culto religioso, con toda su pro-
fusión ceremonial y constituye la dimensión ineludible de la re-
ligión, aquello que concede ser y sentido a todos los demás ingredien-
tes que constituyen el hecho religioso (sus componentes doctrinales, por
ejemplo)." En la modernidad, el tiempo de la "gran ocultación de lo di-
vino", lo sagrado y su manifestación cultual no queda aniquilado, sino
inhibido. Por ende, subsiste en el inconsciente cultural e histórico y está
siempre presto a retornar, si bien de forma alterada y modificada.
¿A qué viene este preámbulo? A fundar la siguiente afirmación: el
sacramento, como centro del culto católico -y más específicamente la
transubstanciación- plantea una pervivencia de la razón simbólica que
conspira contra el pleno desarrollo de la razón técnica. En cambio, para
el protestantismo el sacramento tiene un carácter meramente representa-
tivo, como veremos con más detalle al estudiar los distintos horizontes
de sentido. Por eso, como sugiere Pérez Herranz, en los países donde
predomina la religión cristiana reformada, la razón, al perder el lazo que
la reenvíe a otra realidad, se dirige más fácilmente hacia el weberiano
desencantamiento o desmagización del mundo.
En efecto, los sacramentos conservan un fuerte carácter simbólico
en cuanto sugieren que la celebración adecuada de un ritual genera efec-
tos merced a un reenvío a una realidad de orden sobrenatural. Se entiende
que las palabras operan directamente sobre las cosas, no en el sentido del
discurso performativo, sino en forma sustantiva, casi "mágica". Una vez
que el celebrante pronuncia las palabras rituales exactas, queda bautiza-
do el niño, ordenado el sacerdote o absuelto el pecador. El caso más evi-
dente es el de la Eucaristía: si el sacerdote pronuncia las palabras correctas
de la consagración, el pan ázimo de la hostia se convertirá en el cuerpo
de Dios y el vino en Su sangre. No hay relación de causa a efecto ni de
medio a fin en un sentido técnico en el que la conexión causal es cono-
cida y explicable. En la transubstanciación el católico está frente al
Misterium Fidei por antonomasia. En cambio, para el protestante, la ce-

126
condición social

lebración de la Cena tiene un carácter de es decir de


de un hecho histórico. No se considera que el pan y el vino
son el cuerpo y la sangre de sino que lo
Pero a su vez el sacramento, la tiene dos
'uº'"'-""-'"º o modos de operación: ex opere operato, o sea en virtud del
rito cumplido, y ex opere operandi, es conforme la disposición
interior de quien lo recibe. Ahora bien, el Concilio de Trento, de capi-
tal trascendencia para la conformación del ethos hispano y latinoameri-
cano, tuvo constantemente en vista el combate al protestantismo. Ello
impulsó que se acentuara la virtualidad ex opere operato por ser más dia-
metralmente opuesta a la concepción reformada. Se rompe el equilibrio
entre la noción según la que "el sacramento no actúa en virtud de la jus-
ticia del hombre que lo da o que lo recibe, sino por el poder de Dios"
con aquella según la cual "se recibe según la forma y medida del reci-
piente". Pero, como advierte Patricio Peñalver, Trento fue un arma de
II más que de la Iglesia. Por ello en el resto de la Europa católi-
ca no dependiente de la corona española va a ser mayor la importancia
que se le asigne al sujeto como lógica derivación de la virtualidad ex
opere operandi del sacramento. Vale insistir en que para este elemento
de la economía sacramental el aspecto ritual tiene menos importancia que
la intención y voluntad de quien recibe el sacramento. Por eso, antes de
los aportes cartesianos al avance de la ciencia moderna, encontramos en
el origen de la ciencia nueva en la católica Italia. Pero cuando la cien-
cia deviene primordialmente técnica, el centro de la producción de co-
nocimientos se desplazará hacia los no católicos países anglosajones.
Llegados a este punto, cabe preguntar por qué la técnica moderna
no nació en la Grecia de los tiempos de Aristóteles, si allí tenían todo
el instrumental lógico y teórico necesario y la mentalidad mítico simbó-
lica (análoga a la que generan los sacramentos) estaba en crisis. Si
Heidegger define a la técnica como "metafísica consumada", ¿por qué no
hubo de consumarla el pueblo que dio origen a la metafísica si esa vo-
luntad de dominio propia de la mentalidad técnica estaba ínsita en la
metafísica de la sustancia?
Una respuesta posible -obviamente no la única respuesta, pues nada
de lo humano reconoce una sola motivación- se vincula a la desconfian-
za hada la materia. Como hemos visto más arriba, para los griegos, la

127
M. DEL PERCIO

materia era lo lo lo femenino en su faceta terri-


ble, mientras que la fonna era considerada principio masculino que po-
nía orden y arrnonía;_la materia prima devenía cosmos merced a la for-
ma. El temor y la desconfianza que les producía la materia conllevaba
también una actitud de respeto ante lo definitivamente otro que no ge-
neraba la mejor disposición para actuar sobre ella en el sentido que lo
hace la técnica moderna.
Otra respuesta complementaria radica en la institución de la escla-
vitud: habiendo esclavos que hacen las cosas, para qué pensar en máqui-
nas. Si bien hay que distinguir lugares y períodos, en general la escla-
vitud no solamente tenía un sentido económico, sino que era fuente de
prestigio social, por lo que hubiese sido mal visto que una persona libre
emplee un desarrollo tecnológico para hacer lo que podía y debía ser
hecho por un esclavo.
Concomitante con esa noción encontramos al concepto de natura-
leza o physys dotada de una fuerza o dynamis propia. La evolución, el
desarrollo de cada cosa, depende fundamentalmente de sus propias ca-
racterísticas. El paso de la dynamis a la energeia, de la potencia al acto,
implicaba un despliegue de las potencialidades ínsitas en cada cosa. Sub-
yace acá una idea de límite y finitud que no se compadece con la men-
talidad moderna para la cual todo puede hacerse, todo puede producir-
se, todo puede consumirse.
En cambio, como vimos antes, para la concepción judía y cristiana,
la materia en sí misma es algo bueno. Asimismo, hay en el judeocristia-
nismo una suerte de desmesura originaria: una sed de absoluto, un anhelo
de retornar al paraíso, de ser uno con Dios. Esta desmesura lleva a ver al
límite y la finitud como modos de imperfección. La suma perfección es
un Dios infinito e ilimitado. Sin embargo, la prohibición de probar del
fruto del Edén enciende una potente luz de alerta con respecto a la posi-
bilidad del hombre de saberlo todo y dominarlo todo por sí mismo.
Con la racionalidad griega y la infinitud judeocristiana están dadas
dos de los presupuestos para llegar a la era de la técnica. Si Roma fue,
de algún modo, heredera de ambos, ¿por qué la técnica moderna no se
originó entonces en el Imperio? Por cierto, Roma contribuyó a este pro-
ceso al reducir el rico y complejo lagos griego a la mera ratio y convertir
a la dinámica y cambiante physis en la inmutable y sempiterna natura.

128
La condición social

Pero no era suficiente. Hada falta un catalizador: la


Como vimos al hablar de estratificación ésta desempeñará roles
hasta el un poco más del
XIV y recién a del siglo XVI comenzará a con la
dentro del escenario. A diferencia del capitalista aventure-
ro tradicional, el burgués hará del cálculo la base de su fortuna. No con-
tento con calcular esa fortuna, aplicará el cálculo a toda la realidad. El
cálculo que aplique no ha de ser el cálculo cualitativo, como en Pitágoras
o incluso en Euclides, sino que pasa a ser puro cálculo cuantitativo. En-
tonces, toda la realidad se ha de tornar mensurable. Y lo que no es
cuantificable no puede ser objeto de conocimiento cierto. La contabili-
dad por paiiida doble se constituye en la herramienta técnica más impor-
tante del capitalismo naciente. Con ella, se consolida una mentalidad que
ha de privilegiar la relación costo-beneficio por sobre cualquier otra for-
ma de vínculo con las cosas o con los otros.
Tanto o más importante, es que la burguesía -por las razones apun-
tadas más arriba al hablar de las teorías explícitas- no respeta las rela-
ciones dadas por y con la naturaleza. Más llega a ver al ser huma-
no como algo ajeno a la naturaleza hasta el en que hoy, la pala-
bra naturaleza nos remite a las plantas, los animales y los astros, pero
no nos sentimos parte de ella.
Como señala Marx en el Manifiesto Comunista: "La burguesía ha
desempeñado en la historia un papel altamente revolucionario. Donde
quiera que instauró su poder, destruyó todas las relaciones feudales,
patriarcales, idílicas. Desgarró sin piedad las abigarradas ligaduras feu-
dales que ataban al hombre a sus superiores naturales, y no dejó más vín-
culo entre los hombres que el desnudo interés, que el duro "pago al con-
tado". Ahogó el éxtasis religioso, el entusiasmo caballeresco, el sentimen-
talismo del pequeño burgués, en las aguas heladas del cálculo egoísta.
Redujo la dignidad personal a un simple valor de cambio y sustituyó las
innumeras libertades, tan firmes y costosamente adquiridas, con la úni-
ca, implacable libertad de comercio. En una palabra, en lugar de la ex-
plotación velada por ilusiones religiosas y políticas, ha establecido una
explotación abierta, desvergonzada, directa y brutal".
Es pues la conjunción de la metafísica de la sustancia griega, la sed
de infinito judeocristiana, la idea imperial romana y el advenimiento de

129
la los elementos conforman el cocktail que dará a
la técnica moderna.
En el V~"·"""~· al analizar las diferencias entre las estrnc-
y Latinoamérica se retoma la cuestión.
Antes resulta interesante un.•np;i:u pasa con el modo en que la cien-
cía se ve a sí misma.
Como hemos señalado una de las características más
del VC. .HCU.Hü;CHV ~~·,,·-·v .. del hacia el aho-
rro y la acumulación de la Para fortalecer y acelerar el proceso
de y acumulación de el celebró desde el
inicio mismo de la modernidad una sólida alianza con la "ciencia nue-
va", la que le hubo de "saber para prever y prever para poder",
la frase de basada a su vez en Bacon.
Este acuerdo entre ciencia y contó con la bendición de
se dedicaron a fundar academias o sociedades reales,
de fomentar los avances científicos que en tuvieron
~,_,,_,V,WHJH,.U en el campo militar. A su vez, recordemos que
modernos en buena medida la función de abrir
nuevos mercados a lo y ancho de todo el !-'"'"~··~·
Esta entre ciencia y mercado lleva a pensar que debe exis-
tir un vínculo entre la de la ciencia y las características que
el mercado a lo del devenir del Por eso,
del de acumulación
~v,.,~,,~~ Guerra tanto
,_,,v~v""""'~"'V".iv"w comercial (siglo XVI a fines del si-
uv''"''"" industrial (fines del XVIII a mediados
sido vista como eminentemente acumu-
la idea dominante desde Galileo hasta
de que el progreso del saber científico es semejante a la constrnc-
ción de una a la que se le agrega una hilera de ladrillos sobre otra.
En la mitad del XX adviene la etapa del capitalismo
de consumo. entonces la necesidad de segmentar correctamente el
mercado para no cometer errores en el de mercancías a producir ni
en el a emitir para cautivar al segmento elegido. La
~~···~'~" en este campo se paga con el fracaso. Si se un au-
de audio o una heladera para la clase alta y el pro-

130
dueto no
difícilmente lo
ñales w''"""''""·"' en mer-
cancía característica HHUF,;cuuuvy los códi-
gos de la clase alta UHUUvHLv las ventas se-
rán catastróficamente En esta
sario pueda repetir la humorada de Ford de que cada cliente
su auto del color que desee ... a condición de que sea negro.
Pero con la c1isis de la estratificación por clases sociales en razón
de la acumulación sobreviene también la crisis de esta acu-
mulativa de la ciencia. En cuando en los afi.os sesenta se entrevé
la crisis de esa forma de surge con Thomas Kuhn el
mer cuestionamiento radical a la visión de la ciencia como acumulación.
La idea de acumulatividad de saberes es por la de "revolu-
la comunidad científica elabora una
dentro de la cual las
~•uun.-u de

comparten los miembros de una comunidad científica y,


se es miembro de esa comunidad si se conoce y ro.·mr•""'ºª
0

De acuerdo con el modelo analítico por


de un paradigma vigente no se cuando surge una cantidad de
anomalías a las que no puede dar sino cuando aparece un nuevo
paradigma capaz de brindar satisfactoria a los que
no podían ser resueltos dentro del marco del antelior. Pero esto no sig-
nifica que el nuevo al an-
terior, ni mucho menos que u,,.,,,,"'-'
pues ambos son inconmensurables. Es
medición comunes.
El ejemplo más fácil de entender es el del cambio de
astronómico a de y el heliocéntrico
no va a emplear por la astronomía
geocéntrica de Ptolomeo. No hubo una "acumulación" sino una revolu-
ción de Y entre uno y otro no ni acumulación
de saberes posible.

131
No es difícil advertir la relación existente entre esta formulación del
paradigma y las ideas de target o de de mercado, con sendas
"completitudes", "legitimidades" e "inconmensurabilidades".
Pero los niveles de fragmentación social a los que se llega con la
estratificación por clases en razón del consumo hacen caducar el concepto
de segmento de mercado, e incluso el más restringido de "nicho". Y a no
se produce el automóvil para la clase media o el televisor para la clase
baja. Se trata de fabricar el auto que necesita la arquitecta de treinta y
cinco años casada, con dos hijos, que vive en un barrio cerrado y traba-
ja en el centro. Las posibilidades de adaptación que permiten las nuevas
tecnologías, particularmente en materia de diseño, son casi ilimitadas. A
su vez, la proliferación de medios de comunicación de toda índole en los
cuales publicitar una gama infinitamente variada de mercancías (compá-
rese los cuatro canales de televisión que veíamos de chicos, los nacidos
en los sesenta, con los casi cien que tenemos hoy, el celular e internet
como vehículos publicitarios, el marketing etcétera) contribuyen
a fortalecer la tendencia a la hiperindividualización del consumidor. Esto
encuentra su correlación teórica en lo que Lyotard ha dado en llamar la
"crisis de los grandes relatos". En el campo de la epistemología eso se
traduce en la crisis de los paradigmas aún vigentes, tanto en ciencias fí-
sico-naturales como en el área de las ciencias sociales. Hasta tal punto
llega esa crisis, que desde la publicación del Tratado contra el Método
de Feyerabend a mediados de los setenta, nada se ha escrito con la ori-
ginalidad y relevancia que tuvieron los grandes epistemólogos como los
citados Popper, Kuhn, Feyerabend o como Althuser o Lakatos.
A la luz de todo esto, es evidente que también la noción de "incon-
mensurabilidad" merece ser reformulada, pues si no hay diálogo posible
entre paradigmas no puede haberlo tampoco entre culturas, lo que en las
presentes condiciones de la humanidad sería sencillamente terrible. Con-
dición necesaria para esa reformulación es un profundo replanteo de los
conceptos de identidad, universalidad, inteligibilidad y necesidad. Pase-
mos, pues, a estudiar las diferencias entre los paradigmas europeos
(esquematizado en el cuadro) y latinoamericanos.

132
La condición social

Castas Monárquico
Religiosa Hasta 1492
Estamentos y/o Feudal

Clases sociales - Estado-nación Cons.


Ideológica
Acumulación moderno 1789 / 1826
Clases sociales -
? ? Desde 1973
Consumo

133
M. DEL PERCIO

Cuenta Rodolfo entrevista a una familia kolla rea-


lizó acompañado de unos alumnos en un caserío boliviano cercano a
Oruro. La familia estaba integrada por el abuelo, su hijo, la mujer de éste
y sus tres nietos. Si bien la entrevista estaba dirigida principalmente al
abuelo, el que contestaba era su hijo, pues sabía hablar mejor el caste-
llano dado que había cumplido con el servicio militar. El abuelo, en ge-
neral, se limitaba a contestar las preguntas con una sonrisa. Como ano-
ta Kusch: "una sonrisa suele ser útil cuando no se decir lo que
realmente se piensa y, en general, cuando no se quiere hablar". Nomos-
traba animadversión hacía sus visitantes, pero sí extrañeza por la entre-
vista. "Recuerdo su mirada cuando se volvía a acodar sobre la pirca. Pa-
recía estar diciendo para sí, con cierto aire de suficiencia, para qué pre-
guntar tanto." Entre las pocas cosas que refería, hacía notar que "la tie-
rra le daba antes unas papas muy grandes y que eso ya no ocurría, que
antes llovía más que ahora y que, antes, todo era mucho mejor. El mundo
había envejecido con él".
El paisaje circundante era el típico de muchas regiones de la puna:
seco y árido, apenas salpicado por algunas ovejas flacas. Uno de los alum-
nos le sugirió comprar una bomba hidráulica. Todos los del grupo ad-
hirieron a la propuesta e intentaron convencerlo con argumentos obvios:
le va a favorecer, mejorarán sus cultivos y van a engordar los ganados.
El rostro del abuelo se volvió más impenetrable que hasta entonces.
"Vaya a Oruro y visite la oficina de Extensión Agrícola; ellos le darán
la bomba. Le va a costar poco dinero y a pagar en varias cuotas a partir

14. Kusch, R., El pensamiento indígena y popular en América. Buenos Aires: Hachette,
1977, pp. 25 a 35. Es recomendable leer todo el capítulo en el que, a partir de esta
anécdota -tan familiar por otra parte a los que hemos trabajado en tareas de pro-
moción humana- lleva a Kusch a reflexionar profundamente sobre la naturaleza
del conocimiento occidental y su implicancia en la incomprensión fundamental de
la mentalidad propia del hombre de la aurora.

134
condición social

de que su situación económica". El abuelo miraba la puna ence-


en su mutismo. El por cortesía un poco entre dientes:
vamos a ir".
El grupo consideró que ya no tenía sentido seguir con la entrevis-
Mientras volvían, Kusch y los suyos reflexionaban acerca del mun-
do del un mundo en el que la bomba hidráulica carece de signi-
ficado; un mundo inaccesible para un occidental. "Evidentemente, nues-
tros utensilios no pasan así no más al otro lado. Recuerdo que la distan-
cia entre él y nosotros tenía apenas un metro, pero era mucho mayor".
Uno de los alumnos lo calificó de ignorante: "Si no fuera así, podría en-
tender la realidad que lo rodea y comprendería los evidentes beneficios
que se derivarían de la bomba hidráulica. Es un problema de educación.
Una buena educación necesariamente habrá de llevar al abuelo o a sus
sucesores a tomar conocimiento de la realidad y por tanto, a apreciar la
importancia de la bomba". Así piensa un occidental lleno de buenas in-
tenéiones, pero con una supina incapacidad de comprender otro modo de
relacionarse con el mundo.
Vale la pena transcribir el texto en el que Kusch comienza a extraer
sus conclusiones: "Recuerdo la sensación que expe1imentamos cuando el
abuelo nos contestaba con evasivas. Nuestra cualidad de investigadores
no nos permitía tomar en cuenta esta actitud. Pero, lo cierto es que nos
invadió cierta sensación de despojo. ¿Por qué? Porque el abuelo nos obli-
gó a pasar del nivel de un yo -que ofrece objetos y encuentra un siste-
ma de compensación con lo que se da afuera y que sabe de la adminis-
tración del plus compensatorio para la propia vida- a un nivel inferior
en el cual nos sentimos sencillamente desamparados."
El hombre occidental no puede tolerar ese desamparo. Por eso, eli-
ge descalificar al abuelo tratándolo de ignorante. "Pero aún así estamos
en déficit. Un calificativo peyorativo como éste, ¿no es acaso un recur-
so mágico para avasallar al indígena? Al advertir nuestro despojo, no
somos nosotros los que modificamos la realidad, sino que la realidad,
encarnada en el indio, nos modifica a nosotros y entonces, el insulto es
el último recurso para restablecer el sentido de nuestro mundo"" Pensar
que el. abuelo es analfabeto o ignorante es más simple que decirle:
abuelo, nos han: enseñado que las bombas hidráulicas son importantes. Le
ruego que las acepte. Piense no más, ¿qué haríamos si no?"

135
Esa curiosa fuerza que puso el abuelo al indiferente ante la
sugerencia de los del gmpo, al "reducir nuestros ofrecimientos a la nada",
es un modo de negar que haya habido eso que los occidentales llaman
evolución. "Y es inútil -continúa Kusch- que digamos que los cuatro-
cientos años de dominio colonial primero, y después lo han
llevado a él, a ese plano. Él también nos podría preguntar a su vez, ¿qué
han logrado ustedes en estos cuatrocientos años? ¿Acaso dominan real-
mente la realidad? Y tendría razón. Al fin de cuentas no hemos resuel-
to un problema de conocimiento sino un problema de administración.
Sólo hemos administrado los conocimientos europeos ( ... ) y oficinas,
objetos y profesionales crean la posibilidad de encontrar nuestro equili-
brio. Pensamos que todo eso pertenece a una épica de la humanidad, pero
con ésta tenemos poco que ver. Sólo la usamos."
El abuelo, en lugar de confiar en una oficina pública, prefiere en-
comendarse a sus dioses, celebrar sus rituales de lluvia y acudir
a la huilancha y la Gloria Misa. En ese sentido, los rituales y la bomba
hidráulica son equivalentes. Obviamente la bomba hidráulica será más
eficaz para regar las tierras que la hui/ancha. Para una persona educada
en la tradición de la racionalidad occidental, basada en la constante ade-
cuación de medios a fines, cualquier otro inodo de actuar o de entender
las cosas, es lisa y llanamente una forma de ignorancia. Se trata de ir a
la oficina y tramitar la compra de la bomba. ¿Pero la búsqueda de la efi-
cacia técnica vale el sacrificio de todo lo demás? Como reflexiona Kusch:
"Nuestra referencia era un poco más impersonal: una simple oficina. La
del abuelo, en cambio, era personal. Un ritual compromete al hombre,
la oficina, no. El remedio propuesto por nosotros dependía de la mane-
ra impersonal del técnico para colocar la bomba. Ahora bien, a los efec-
tos de justificar una vida, ¿qué era mejor? ¿Usar formas que comprome-
tían mi yo o las otras que no lo comprometían?"
Lo que en realidad ocurre es que no es el problema del indio lo que
se quiere resolver, sino el nuestro. "En esto se vislumbra la crisis, ya no
del indio, sino la nuestra. El abuelo removía su intimidad en la realiza-
ción del ritual, pero no aprovecha la solución externa. Nosotros nos vol-
víamos a casa a disponer lo que la civilización nos ha brindado, pero di-
fícilmente íbamos a remover nuestra intimidad. No la conocemos por
otra parte."

136
La condición social

El ritual al que acudía el abuelo lo pues con-


lleva una remisión simbólica a otra realidad más allá de la cuantificable
y palpable. En la visita a la oficina y el llenado de las planillas
pertinentes implica una acción no ritual y simbólica sino rntinaria y for-
malista. La rutina es al rito lo que la fórmula y el formulismo son a la
forma. Sabido es que para Weber el formalismo burocrático es el para-
digma de la acción social racional del tipo "medios a fines" y que el pro-
testantismo ha jugado un rol fundamental en la consolidación de ese tipo
de acción social. "Razón instrumental", "razón burocrática" y "razón téc-
nica" son casi sinónimos. No es la técnica ni la burocracia las que ge-
neran ese tipo de racionalidad, sino que, porque surge esa racionalidad
particular en Europa Occidental es que habrá técnica y burocracia. Por
no es creando instituciones burocráticas y proponiendo planes de
desarrollo artificial como se va a lograr una modernización de la socie-
dad latinoamericana.
Tampoco se trata de dejar las cosas como están o de expulsar a to-
dos los blancos y mestizos. No estoy predicando un romanticismo
indigenista conservador y reaccionario conforme al cual el mero resca-
te de las tradiciones ancestrales traería la felicidad y la justicia a nues-
tros pueblos. Eso no es ni deseable ni posible en las actuales condicio-
nes históricas. Por otra parte, Latinoamérica antes de Colón no era un
paraíso. Había injusticias y opresiones, mayores o menores según las
etnias, pero las había. Lo que afirmo es que solamente puede promoverse
un genuino desarrollo humano de nuestros pueblos si se conoce, se re-
conoce y se respeta el sustrato cultural existente.
Acá está el quid del problema del desarrollo y del fracaso de la
mayoría de los programas que con muy buenas intenciones y muy poca
capacidad de comprensión suelen elaborarse para "promover" la econo-
mía de regiones arrolladas 15 , o con retrasos relativos, o como quiera
denominárselas. Por mejor buena voluntad que exista, no se puede res-
petar ese sustrato cultural si no se lo conoce, y no se puede conocer lo

15. O, como dicen algunos, "subdesarrolladas". Omito el uso de este término, pues
nunca entendí para qué complicar las cosas agregando el prefijo sub al prefijo des,
cuando decir que lo que no está des-arrollado está an-ollado es más simple y se
ajusta más exactamente a la realidad. Por eso propongo distinguir entre países de-
sar:ollados y países arrollados.

137
que no se estudiaº Particulannente llama la atención en los
de de los organismos fundaciones u
escasa referencia que se encuentra a este sustrato cultural y a su matriz
cultual-religiosaº En partir de la premisa de que la
racionalidad propia de la tribu más extraña de la que es la
tribu occidental moderna, es la única racionalidad posibleº Una raciona-
lidad que da por supuesto que la producción y el consumo son el fin úl-
timo de la existencia humanaº
Difícilmente pueda el marxismo más ortodoxo explicar el carácter
absolutamente intrascendente y secundario del desarrollo de las fuerzas pro-
ductivas en los pueblos del inicio de nuestra historiaº En palabras de Clastres:
"De todo esto resulta que el marxismo no puede pensar la sociedad primi-
tiva porque ésta no es pensable en el marco de su teoría de la sociedadº" 16
Claro que esta critica no es aplicable al marxismo en su formulación lati-
noamericana, como es el caso de Mariátegui, ni al marxismo más lúcido que
ha sabido superar las limitaciones propias de toda ortodoxiaº
Tampoco la economía liberal puede entender cabalmente por qué es-
tas sociedades no sólo no están interesadas en producir excedentes, sino que
su economía funciona por debajo de sus posibilidades efectivasº Siguiendo
con Clastres, para estas escuelas económicas no es comprensible que exista
una sociedad que asigne estrictos límites a su producción y que cuide de no
franquearlos con el fin de evitar que la producción escape a las necesida-
des estrictas de la sociedad y se vuelva contra la sociedad mismaº
Señala Regnasco, comentando a Sahlins, que "estas economías son
subproductivas: no usan plenamente su capacidad técnica, y muchos re-
cursos naturales permanecen sin explotarº Este fenómeno exaspera a los
economistas, acostumbrados a manejar los criterios de eficiencia, produc-
tividad y rendimiento propios de las economías de mercadoº El recono-
cimiento de que esta subproducción es deliberada, que no se debe a una
deficiencia de los medios de producción, sino a un proyecto de vida, quie-
bra el esquema de la economía clásica y la teoría del hombre que la fun-
damentaº°"17 Frente a esta incomprensión, los consultores de las ONGs y

16º Clastres, Pº, Investigaciones en antropología políticaº Barcelona: Gedisa, 1981,


pº 157º Citado por Regnasco, Mº Jº, Crítica de la Razón Expansivaº Biblos: Bue-
nos Aires, 1995, pº 89º
17º Regnasco, Mº Jº, opº cit., pº 9L

138
La condición social

los internacionales menos advertidos la necesidad de


actuar sobre los condicionamientos sociales y culturales que el
desanollo económico. Sobre esto, señala Baudrillard: "No hace falta insistir
sobre las consecuencias políticas de esta aberración. Toda la política
neoimperialista se inspira en ella: que 'eliminar' esos obstáculos sociales
y para abrir el camino al crecimiento tecnológico modemo."' 18
Naturalmente, esta tendencia se exacerba en razón de la pertenen-
cia de la mayor parte de los economistas y consultores expertos a los pri-
meros lugares de una estratificación por clases en razón de la acumula-
ción. Con lo cual, con la mejor "buena conciencia" pretenden que la eco-
nomía del consumo y la abundancia de la que ellos disfrutan es también
lo mejor para toda la humanidad. No se dan cuenta de que esas socie-
dades a cuyo desarrollo pretenden contlibuir producen el mínimo sufi-
ciente como para satisfacer todas sus necesidades; se ocupan de produ-
cir la totalidad de ese mínimo pero nada más que ese mínimo.
Conviene advertir que las categorías de escasez y abundancia son
categorías elaboradas por nuestra economía occidental., desprovistas de
carácter absoluto y universal.
"Los conflictos, la desigualdad, la miseria provienen de la esca-
sez de las cosas: he aquí un axioma que corresponde al sentido co-
mún( ... ) Es verdad que, en determinadas condiciones, el reparto de
los bienes escasos origina un conflicto. Pero la escasez no existe
más que en relación con cierto uso de las cosas. Según los etnólogos
no parece que la escasez haya caracterizado la época arcaica, como
no obstante suponemos, sino todo lo contrario: los grupos prehis-
tóricos de cazadores vivían en equilibrio (homeostasis) con su me-
dio. La escasez aparece cuando la organización social se apropia de
ciertos bienes y decreta su uso como indispensable para la vida o
el prestigio del grupo. A partir de entonces, la rivalidad propaga la
violencia, pues el deseo es aguijoneado por la mimesis de las co-
sas deseadas por los otros. Es, pues, necesario imaginar que en el
origen de la violencia y de los males sociales no se encuentra la es-
casez, sino que, al contrario, la violencia, la mala organización so-
cial, la dominación y la explotación se encuentran en el origen de
la escasez. Si la multiplicación de los bienes de producción, ese que

18. Baudrillard, J., El espejo de la producción. México: Gedisa, 1983, p. 82.

139
se denomina termina por hacer escasos los bienes esen-
ciales (espacio, aire, agua) no es por azar, sino por una lógica pro-
funda que debe conducir hacia conflictos incomparablemente más
duros que los conocidos por la historia hasta el presente.' 19

En suma, "lejos de constituir el motivo por el que se pone en marcha


el desarrollo, la escasez y la pobreza llegan a ser sus consecuencias. No
eran pobres los guaraníes cuando habitaban altivos la selva misionera; sí
lo son hoy sus descendientes, mal integrados en una civilización que los
margina después de haberlos despojado de sus recursos naturales. 20 "
En una oportunidad, trabajando como consultor de un organismo
de las Naciones Unidas, discutía con un colega centroamericano que vi-
vía desde hacía más de diez años en Nueva York, acerca de los paráme-
tros que estábamos usando para medir el Índice de Desarrollo Humano.
Los tres indicadores ponderados son: 1) ingreso per cápita; 2) expecta-
tiva de vida y 3) alfabetización y escolarización. Sugerí que eran bue-
nos indicadores para medir el largo y el ancho de una vida, pero no ser-
vían para medir la altura y la profundidad de esa vida. Mi interlocutor
me miró sorprendido y me preguntó muy seiiamente: "¿y qué indicado-
res se podrían emplear para medir con precisión altura y profundidad?"
Claro, no tenía cómo explicarle que lo esencial es invisible a la vista.
Reitero lo dicho más arriba: no se trata de dejar a nuestra gente li-
brada a su suerte ni de despreciar la importancia de una vida larga y an-
cha. Se trata de no olvidar que la altura y la profundidad a veces son aún
más importantes. Y quizá en este terreno la civilización occidental ten-
ga todavía mucho para aprender.
Sin embargo, la actitud que normalmente se reconoce entre los oc-
cidentales es una suerte de desprecio por esas otras dimensiones de la
existencia. Ese mismo desprecio que llevó al alumno de Kusch a califi-
car de ignorante al abuelo, lo encontramos repetido en la actitud de mu-
chos miembros de los sectores urbanos medios y altos (mayoritariamente
blancos) al referirse al resto de la población: los negros, los cabecitas,
los gronchos. Esos sectores despreciados tienen una mentalidad que, en

19. Domenach, J. M., El mito del desarrollo. Barcelona: Kairós, 1977, p. 25. Ci-
tado por Regnasco, M. J., op. cit., p. 91.
20. Regnasco, M. J., Ídem.

140
condición social

gran es de factores """"'~""'u


con más la influencia africana recibida desde los de la esclavi-
tud. Claro que el de las industrias culturales distorsiona muchas
de las manifestaciones de esas raíces transformando lo popular en masi-
vo.21 Obviamente, esta distorsión que opera en el orden de lo cultural ha
de impactar también en los órdenes político y económico.
Ahora es el turno de analizar qué pasa con los sectores medios y
altos urbanos. Sectores que, si bien no son cuantitativamente los más re-
levantes, sí lo son en términos económicos, culturales y políticos. En
gran medida, estos sectores se incorporaron al proyecto moderno, a cuya
consumación hoy asistimos. Pero, si bien la llamada "modernidad" tie-
ne notas características que hacen que sea más correcto hablar de moder-
nidad en singular que hablar de varias "modernidades", también es evi-
dente que esos sectores que vamos a estudiar ahora son parte de la mo-
dernidad, pero a su manera. Por eso no era tan absurdo plantear en Amé-
Latina el debate modernidad-postmodemidad, tal como se dio des-
de fines de los '80 a fines de los '90. No es verdad que, como pensa-
ban entonces algunos, para hablar acá de posmodernidad primero había
que ser moderno. Y esto no es verdad por dos razones: en primer lugar
porque a partir del surgimiento del Escenario tal como analizaremos
en el próximo capítulo, el problema de la consumación de la moderni-
dad afecta a todo el mundo, desde Nueva York o París hasta la aldea más
pequeña de los Andes o del África Subsahariana. Y en segundo lugar,
porque la mayoría de los sujetos pertenecientes a esos sectores urbanos
de estratos medios y altos (por comodidad a partir de ahora los llamare-
mos tomando prestado el término a Simmel) se sintieron, pen-
saron y actuaron como parte de la modernidad. El problema es que entre
los urbanitas y el resto de la población latinoamericana hubo siempre una
brecha que a veces parece acortarse pero otras veces parece insalvable.
En otros términos, la modernidad es un fenómeno que afecta a todo
el mundo desde hace tiempo, pero no todo el mundo se ha visto afectado
del mismo modo. Por eso, me interesa plantear algunos aspectos que han
incidido decisivamente sobre la conformación del urbanita latinoamerica-

21. Para una comprensión acabada de la cuestión se recomienda la lectura atenta de


las obras de Mario Casalla y de García Canclini, dos autores cuyas posturas, dis-
tinta; pero concordantes, resultan insoslayables en esta materia.

141
sutilmente elementos
""H"''~"''U y afroamericanas por lo que asumen una
distinta de los sectores que reconocen sus raíces en
Razones de cortesía para con el lector me limitar drásti-
camente el que merecería una detallada de la temá-
tica Como en la espero que llegue
a leer este libro hasta el final. En a ese alguien, reduciré el es-
tudio a factores que incidieron en la formación del urbanita que
no están tan desarrollados como otros en la en li-
brerías y bibliotecas. Por eso, se abordarán solamente algunos elemen-
tos de la modernidad y de esos elementos analizaré apenas los
asrJecws más salientes. Con lo cual dadas las condiciones para que
ore~teriae ser un marco analítico se transforme en una mera cari-
v01.uucv. dada la que el tema tiene para la com-
creo que vale la pena correr el riesgo. En
trataré de violando -como vengo haciendo en las últi-
la promesa de reducir al máximo las notas al pie. Los
"''"''ªc'-v" que acá se contienen resultar excesivamente complejos, es-
al lector no familiarizado con los estudios de Filosofía y de
Sociología. Por eso, es de esperar que las citas en lugar de entorpecer, fa-
ciliten la lectura y, la ulterior reflexión sobre estos temas.
Con podemos afirmar que la modernidad se caracteriza
como el proceso de racionalización y formalización de todos los aspec-
tos de la vida social; en particular, del lenguaje, el derecho, la moral y
la ciencia. 22 Otros pueblos han conocido la medicina, la astronomía, han
producido excelentes reflexiones en torno a la política o a la ética y han
generado importantes legislaciones. Sin embargo, solamente en Occidente
se sistematizó racionalmente el conocimiento de cada una de esas áreas. En
otros términos, podemos definir a la modernidad como el fenómeno occi-
dental caracterizado por el paso de la razón simbólica a la razón formal. 23

22. Claro, también el arte participa de este proceso, pero de otro modo y con otros
tiempos. La pervivencia de lo sagrado en el "aura" hasta la época de la reproductibilidad
técnica, tal como explica Benjamin, complejiza demasiado el asunto como para poder
abordarlo en estas breves líneas.
23. Así se infiere de la obra de Trías, en especial: Pensar la religión. Barcelona:
Destino, 1996.

142
condición social

A VA!JH'Vm esta extraña anomalía en la historia "~''u- . .- ,

estos factores:
la metafísica de la

Aristóteles y buena que


sen reconocerse en el ente concretamente existente los caracte-
res de: 1) la diferencia y la la e irre-
ductible unicidad de cada ente 3) el amor y el miste-
la la novedad
histórica. Pero si bien no los en tanto
rasgos del sino como
como una suerte de "realidad no tan real" debida a que la mate-
na la actualidad del ser. La racio-
nal y civilizada forma sobre la bárbara e irracional
materia: nacimiento de la formalización.

es idéntico a sí mismo desde su mis-


mo nacimiento. No se reconoce como una realidad como
alguien que -desde un fondo irreductible de misterio llamado
- se hace día a día a los

,,,.,,v,,~,.,-u.v-, la cues-

a a Freud y, en de-
a para que vuelva a ponerse en entredicho
la existencia de un yo autosuficiente. Ese yo ese
sujeto moderno por se considera
mismo que considera la realidad toda como intrínsecamen-
te inteligible. Todo tiene un porqué. Si algo aparentemente no
lo tiene, es porque "todavía" no se lo ha descubierto. 24 Pero para
conocer esa no hace falta más que el uso correcto de la
razón. Es un uso racional de la razón. Y como la mate-
mática es el más racional de los conocimientos, "no hay duda de
que a las matemáticas corresponde el primer lugar entre las cien-
cias" dirá Clavius, el autor del libro de matemática con el que
se formó Descartes; éste dará un paso más, suponiendo que la
matemática es la única base cierta de todo conocimiento posible.
Y la matemática se cierra plenamente sobre sí misma. La propia
geo-metría deja de ser mensura de la tierra. Ocurre que sólo el sujeto
es necesario. Y el sujeto es pura res cogitans; todo lo demás, aún
el propio cuerpo, es contingente: madurez de la formalización.
c) De Jerusalén llega el Cristianismo, que en Europa Occidental será
claramente cristocéntrico, a diferencia del Cristianismo trinitario
de Europa Oriental. La centralidad de la figura de un Dios en-
camado plantea innumerables consecuencias. Acá sólo señalaré
una: la materia no es vista como algo malo en sí misma. Se ge-
nera una confianza en el trato con el mundo material que abre
el camino para una visión distinta a la tradicional en el campo
de la ciencia y de la técnica. Por otra parte, la concepción judeo-
cristiana de la creación ex-nihilo de la materia, frente a la no-
ción griega de la eternidad del cosmos, unida a la idea del hom-
bre asociado a Dios como una suerte de co-creador, potencia este
espíritu favorable a la indagación científica. De todos modos, será
con el protestantismo -como hemos visto al hablar de ciencia
y legitimación- que el pensamiento tecnocientífico encuentre un
terreno ideal para su desarrollo. Finalmente, baste con efectuar
una simple mención de la importancia del cristianismo para cons-

24. En orden a pensar una superación de esta metafísica del sujeto que vaya más
allá del mero escepticismo de algunas corrientes posmodernas y posmetafísicas,
resulta insoslayable el aporte de Manuel Reyes Mate, en especial en su Memoria
de Occidente. Actualidad de pensadores judíos olvidados. Barcelona: Anthropos,
1997. Más breve, pero igualmente sugerente: Scannone, J. C., "Dios desde las víctimas",
en AA.VV., Márgenes de la Justicia. Buenos Aires: Altamira, 2000.

144
La condición social

con el ideal un ambiente para la in-


vención del una vez que esto entre en conjunción con el
surgimiento de la economía dineraria.
d) Las cruzadas, la progresiva reurbanización de Europa, las uni-
versidades, los factores decisivos para explicar ese
surgimiento de la economía dineraria y del tipo humano que la
hace posible: el burgués. Éste es el elemento que desencadenará
las potencialidades ínsitas en la tradición griega y en la cristia-
na para dar lugar a la modernidad. Lucca Paccioli y su genial
invento de la contabilidad por partida doble es lo que mejor sim-
boliza la nueva mentalidad: el hombre se acostumbra a ver la
realidad en ténninos de relación costo-beneficio, con prescinden-
cia de las costumbres o los afectos. La realidad es calculable. Y
lo que no es calculable no tiene valor. Nace la razón instrumen-
tal. Y con ella, la dialéctica del iluminismo.
El valor y el honor constitutivos del ethos caballeresco medieval son
reemplazados por el espíritu de cálculo propio del burgués. En palabras
de von Martín, "el dinero y el talento tenían que juntarse frente a la tra-
dición medieval: se encontraban sobre un mismo terreno, ya que el es-
píritu de cálculo, típicamente burgués, y la adaptación racional de me-
dios a fines caracterizan tanto al comerciante como al intelectual; las
nuevas potencias eran afines por naturaleza y elección." El dinero cons-
tituye el factor homogeneizador de toda la realidad, indispensable para
llegar a esa "madurez de la formalización" a la que hice referencia más
arriba. Por eso, una vez que el burgués llegue a ocupar el centro de la
escena cultural, saludará alborozado a Descartes en el continente y a Ba-
con en la isla. Desde el racionalismo y desde el empirismo se llega a la
misma conclusión: la cantidad constituye la única base noética aceptable.
Pero esta comunidad de intereses entre la clase intelectual y la clase
mercantil no se resuelve en un matrimonio feliz. Antes bien, el intelec-
tual ve en el mercader un peligro para la "cultura espiritual", mientras
el mercader ve en el intelectual un peligro para la sociedad civilizada.
Como plantea von Martin, en las clases dominantes se manifiesta siem-
pre la reacción fuerte de un fino instinto (consciente o inconsciente) fren-
te ,al poder de la crítica social. Y en la inteligencia, que se siente investida
d~ una misión espiritual y como la "elite" de la clase burguesa de la que
'

145
a la que en el fondo no le fascina
esa clase la reconozca como su rPr1rP,,,_.,.
constituye un poco estudiado a la hora de el surgi-
miento conjunto de la tendencia a la del hombre y de la
tendencia a reducir a la persona a mero recurso
engranaje del sistema. Mas ya es hora de volver a lo
cio de esta ponencia: la génesis de la modernidad hispánica.
De la mano de Femando de de El Príncipe, la
obra de que marca el inicio de la modernidad en la reflexión
política, se van a dar cita a) el talante burgués de su Barcelona con
la metafísica de la sustancia en su elaboración altamente formalizada por
la escolástica tardía y c) el cristocentrismo católico de Isabel y Cisneros.
Esta conjunción incide concluyentemente para que en 1492 Espa-
ña decida su peculiar modo de ser moderna con la expulsión de los mo-
ros y judíos, la gramática de y el descubrimiento de América.
Obviamente el como ideología a
amalgamar las distintas nacionalidades que el Imperio no fue
una estrategia estrictamente moderna. Entre otros, Constantino y
Clodoveo ya lo habían hecho. Sin embargo, en el caso español la into-
lerancia de Cisneros preanuncia las intolerancias religiosas e ideológicas
modernas, mientras que la apertura del finalmente perdidoso Talavera,
el entonces arzobispo de Granada, recuerda la medieval convivencia de
las tres religiones en tiempos de Femando de Castilla.
Por otra parte, la estrategia empleada en el último tramo de la así
llamada "Reconquista", muestra el carácter ya definitivamente moderno
de la actividad militar española. Toda la campaña se basa en una racio-
nal administración de recursos y asume importantes niveles de formali-
zación. Baste como símbolo de lo que quiero manifestar, la racionalidad
implícita en la construcción en forma de parrilla del campamento-ciudad de
Santa Fe, cerca de Granada. Esa misma racionalidad urbanística será pronto
trasladada a América Latina, dando la clásica forma de damero, propia de
las plantas urbanas de las ciudades fundadas en el siglo XVI.
En cuanto a la expulsión de los judíos, sabido es que para Sombart
y otros autores, los rasgos característicos de la modernidad se vinculan
a este pueblo. Éstos, tras su expulsión de España, habrían llevado esos
rasgos por toda la Europa en la que la burguesía ya se estaba asentan-
do, pero sin haber alcanzado aún un carácter definitivamente moderno.

146
La condición social

Son esos rasgos la 1-'"''"u~iu de letra y de la así como la doble mo-


ral en el comercio.
Para en el judaísmo no es la
la construcción del ~u•'"~'"v''"~ moderno
25
ª'"''vrn;u"""'" occidentaL
Si, como decíamos al la modernidad se caracteriza por
la racionalización formal, pareciera que no es correcta la tesis de
Sombart. En efecto, si bien el judaísmo es el pueblo de la letra, esta tiene
un contenido altamente simbólico; vale decir: reenvía a otra realidad ex-
terna al propio texto y de una dimensión distinta a la del propio lector
e intérprete. Los diversos modos de lectura judaica del texto sagrado tie-
nen en común ese anhelo de hallar el vínculo de la escritura con ese mis-
terio proveniente de lo definitivamente Otro. Si se habla de la letra en
la modernidad, mejor hablemos de la Gramática de Nebrija: formaliza-
ción de un idioma destinado a ser el lenguaje del Imperio.
Algo similar ocurre con la ley. No es una comunicada desde lo
el tipo de norma que el hombre moderno está dispuesto a aceptar.
Por cierto, el proceso de formalización y especialización del derecho re-
cién llegará a su concreción definitiva con el No
obstante, toda la modernidad muestra -más allá de los naturales flujos
y reflujos- una marcada tendencia hacia esa formalización y especiali-
zación. La actividad desplegada por Isabel y Femando con la reorgani-
zación del sistema de administración de justicia y con la recopilación de
las reales ordenanzas de Castilla, si bien conserva fuertes resabios me-
dievales, marca el paso a la nueva concepción jurídica. Ya en el siglo si-
guiente, el tipo de argumentación que encontraremos en el debate jurí-
dico, particularmente en los debates salmantinos, evidenciarán un claro
avance en orden a esta formalización: resultará mucho más convincente
el empleo de la lógica que la fuerza de las citas bíblicas.
Vaya corno muestra este fragmento de Ginés de Sepúlveda referi-
do a las razones justificatorias de la guerra y conquista de América: "La
primera (razón) es que siendo por naturaleza siervos, los hombres bár-
baros (indios), incultos e inhumanos, se niegan a admitir el imperio de
los que son más prudentes, poderosos y perfectos que ellos; imperio que
les traería grandísimas utilidades, siendo además cosa justa por derecho

25. Para un análisis de esta polémica, ver Reyes Mate, M., op. cit., p. 168 y ss.

147
natural que la materia obedezca el cuerpo al el
to a la razón, los brutos al al marido, lo imperfecto a
lo perfecto, lo peor a. lo para bien de todos." 26 Bartolomé de las
Casas polemiza en el mismo terreno, quejándose de se dedican
a "vaguear fingiendo varios títulos" de conquista.27 Pero donde más se
evidencia este proceso de formalización y especialización jurídica ten-
diente a desenganchar al derecho de toda referencia extraracional es en
la legislación indiana. Allí se manifiesta una fuerte tendencia a proteger
al indígena de los abusos de los conquistadores a la par de una supina ig-
norancia de lo que efectivamente estaba ocurriendo en las Indias. Por eso,
surge por estas playas la primera norma de interpretación jurídica a cargo
de los acá poderosos: "la ley se acata pero no se cumple".
No sólo el derecho, sino también la moral va a tender a especiali-
zarse, formalizarse y, de algún modo, "juridizarse". El razonamiento es-
colástico tardío habrá de inspirar a la casuística moral, tan lejana a los
simples principios del estilo del agustiniano "ama y haz lo que quieras"
o del único mandamiento evangélico "ama al Señor por sobre todas las
cosas y a tu prójimo corno a ti mismo".
A causa de mi deformación profesional me he excedido en el tra-
tamiento de la cuestión jurídica, por lo que, tras pedirle al lector las de-
bidas disculpas, paso ya mismo a abordar la última cuestión atinente al
nexo entre judaísmo y modernidad.
En cuanto al problema del judío y de la doble moral: entiendo que
esa duplicidad encuentra su origen en el hecho de que la burguesía irá
constituyendo el primer caso en la historia en el que toda una categoría
social viva en un lugar y trabaje en otro. Eso somete al burgués a una
doble mirada. Aún el lector menos avisado de la obra de Foucault pue-
de advertir la importancia de esto a la hora de conformar un doble ra-
sero moral: una cosa es el hogar y otra cosa es el mercado. 28 Nada tiene

26. Ginés de Sepúlveda, De la justa causa de la guerra contra los indios. Cita
tomada de M. R. Mate, op. cit., pp. 78-79.
27. Ídem. Repárese al pasar en que el amigo del emperador no era Sepúlveda sino
de las Casas. Es decir que la variante española de la modernidad tuvo desde su
origen su propia dialéctica del iluminismo.
28. Cfr. Del Percio, E., Tiempost Modernos. Una teoría de la dominación. Bue-
nos Aires: Altamira, 2001, p. 26 y ss.

148
La condición social

que ver en esto el Sin es señalar que, real o


el se mueve cómodamente en los tres terrenos en
los que se juega la modernidad: la la y el dinero. En este sen-
el judío estaría en el mismo juego. por eso que
la modernidad se abre con la expulsión del judío y se cierra en

Nos queda por observar el vínculo con la modernidad del llamado


"descubrimiento de América". 30 Empresa típicamente moderna31 (y uso
la palabra "empresa" con toda premeditación) que, no obstante haber
sido fundamental para la consolidación de la modernidad en toda Euro-
pa occidental, va a ser una de las causas de que España no sea "tan" mo-
derna como el resto de esa Europa. No es lo mismo obtener el oro di-
rectamente de la tierra que merced al comercio y la industria. El talan-
te burgués (o si se prefiere "protoburgués") de Fernando no va a ser su-
ficiente para lograr la autonomización formal del Estado, como sí lo hará
luego Richelieu con la "Razón de Estado". Quizá por eso habrá de na-
cer un Descartes en Francia y no en España, a pesar de la influencia que
sobre él hubo de tener la obra de españoles como Suárez sobre su con-
cepción del sujeto y de la voluntad de Dios y Su intelecto. 32
En resumen, desde finales del siglo XV encontramos en España ele-
mentos propios de la definición weberiana de la modernidad, como la
formalización de la lengua y la especialización y formalización. del de-
recho y la moral. Pero faltó desarrollarse el componente burgués: la can-
29. Muy amplia es la bibliografía existente en torno al vínculo de lo judío con el
"pensamiento occidental", pero sin duda, uno de los mejores análisis de esa proble-
mática lo constituye la obra de Santiago Kovadloff, Lo irremediable. Buenos Aires:
Emecé, 1996. Ver especialmente el capítulo V, p. 79 y ss.
30. Acerca de lo erróneo de hablar de "descubrimiento" y de "América", ver Casalla,
M., América Latina en perspectiva. Buenos Aires: Altamira, 2003, p. 33 y ss.
Asimismo, se recomienda su lectura para una comprensión situada de todo el pro-
ceso de colonización del continente.
31. Cfr. Agulla, J. C., Hombres de corazón de fuego. Buenos Aíres: Instituto de
Derecho Público, Ciencia Política y Sociología de la Academia Nacional de Ciencias,
2000. Repárese en la distinción que formula Agulla entre el "descubrimiento" como
empresa renacentista y la conquista como empresa barroca. Sobre el tema del ethos
barroco, cfr. Gullen, C., Reflexiones desde América. Rosario: Fundación Ross, 1973.
32. Ctr. Skinner, Q., Los fundamentos del pensamiento político moderno. México:
FCE, 1993, p. 156, nota al pie.

149
tidad de oro y de América Latina llevó a a sos-
tener una concepción del de estamental: el vil es cosa
despreciable de la que deben encargarse los estratos inferiores. En cam-
bio las laboriosas burguesías emergentes en el resto de Europa Occidental
aprovecharon la circunstancia para consolidar sus fortunas y, consecuen-
temente, su relevancia en el seno de sus respectivas sociedades.
Pero ese resto de Europa miraba entonces a España con cierto dejo
de admiración. Mientras las guerras de religión se sucedían por doquier,
España estaba en paz. Las letras y la filosofía españolas del siglo XVI
ocupaban un lugar privilegiado. De algún modo, se puede decir que en
esos tiempos, España constituía en apariencia un modelo exitoso.
Para ese entonces, las burguesías europeas occidentales le reclaman
a sus gobernantes que les provean las tres seguridades que, de algún
modo España ya estaba suministrando: seguridad policial, seguridad mi-
litar y seguridad jurídica. Esto marca la gestación del Estado-nación Mo-
derno que, no obstante, deberá esperar hasta 1648 (Westfalia) para ob-
tener su certificado de nacimiento legítimo.
Lo importante en orden a estas ideas, es que en todos estos casos
(a los que se les debe sumar Italia y Alemania en el siglo XIX) fueron
las burguesías las que procuraron la creación del Estado moderno para
que les brinde la necesaria seguridad para sus vidas y negocios.
Es decir que a la inversa de lo ocurrido en España, en el resto de
Europa fue la burguesía la que generó al Estado moderno. Sumando a
estos datos el referente al distinto origen del capitalismo continental y
anglosajón, estamos en condiciones de elaborar la siguiente tipología del
capitalismo, útil para comprender tanto al urbanita latinoamericano
como las disensiones que hoy vemos en el seno de la Unión Europea:
a) Capitalismo Solidario o Continental: creo que acá se debe intro-
ducir un factor de complejidad en eso que venimos llamando "Es-
paña", excluyendo a estos efectos a Cataluña. Entonces, si uni-
mos con una línea imaginaria Burdeos, Barcelona, Roma, Viena,
Estocolmo y nuevamente Burdeos, encontramos una burguesía
descendiente de los artesanos y productores reunidos en los gre-
mios y guildas medievales que aportaban una contribución pe-
33. Una excelente crítica a la cultura derivada de la empresa financiada por accio-
nes en Galbraith, J. K., La cultura de la satisfacción. Buenos Aires: Emecé, 1992.

150
La condición social

riódica a su De este el se ~~,, ..<.,,


zaba con el fin de atender a sus miembros en caso de necesidad
o a sus deudos en caso de mueiie. Esto motiva que en un inicio,
el continental tienda a financiarse más con el mer-
cado bancario que con el bursátil todas las consecuencias so-
cioculturales que de ello se derivan 33 ) y que, con el correr del
tiempo, extienda la noción de solidaridad (en un origen limita-
da a los artesanos protoburgueses) a toda la población.
b) Capitalismo Individualista o Anglosajón: como es sabido, los an-
glosajones tuvieron siempre una actitud más individualista que
los europeos continentales. Si bien no hay acuerdo sobre las cau-
sas, sí podemos ver muestras de lo expuesto a lo largo de la his-
toria. No casualmente la confesión auricular y secreta tal como
hoy la Iglesia practica ese sacramento se originó a raíz de la re-
sistencia de los cristianos irlandeses medievales en confesar pú-
blicamente sus pecados a la comunidad. Este suelo será propicio
para que germine el nominalismo con Ockham en el siglo
el empirismo con Bacon en el XVII y el escepticismo
anticausalista de Hume un siglo más tarde. Obviamente, será
también propicio para que en el Mr. inicie en su pub
su actividad aseguradora apostándole a los parroquianos
armadores de buques que su embarcación iba a regresar con la
carga en buen estado; por su parte, el armador le apostaba que
se iba a hundir. Si ello ocurría, al menos le ganaba la apuesta a
Mr. Lloyd y no perdía toda su fortuna. Creo que éste es el me-
jor ejemplo de lo que usualmente se denomina "capitalismo de
casino" 34
e) Capitalismo Prebendario o Iberoamericano: como dijimos más
arriba, en los dos casos anteriores fue la burguesía la que con-
tribuyó decisivamente a gestar al Estado Moderno. En cambio,
en España fue ese peculiar tipo de Estado Moderno -cuya gé-
nesis estuvimos viendo- el responsable de gestar una burgue-
sía integrada por una extensa burocracia administrativa y judi-
cial, que se retroalimentaba por las prebendas obtenidas por los

34. Albert, M., Capitalismo contra capitalismo. Buenos Aires: Paidós, 1992.

151
estamentos militar y también
Corona. Como hemos el oro para mantener esa
sía provenía de la extracción siendo el subsuelo domi-
nio eminente de la Corona.
También en aquellas regiones de América colonizada por Espa-
ña en donde encontramos una burguesía importante, adver-
timos que ésta fue del Estado y no a la inversa. Por ende,
la burguesía no siente al Estado como algo propio, como una
suerte de hijo, sino más bien como una suerte de padre del cual
independizarse o del cual obtener dinero sin trabajar.
Retomando lo dicho, en lo que respecta a la vinculación entre es-
tratificación social y forma de ejercicio del poder público, en América
Latina se ha dado una situación inversa a la de Europa y Estados Uni-
dos, en los que el surgimiento y ascenso de la burguesía (forma de es-
tratificación por clases sociales) determinó el surgimiento del Estado-
nación encargado de brindar seguridad; mientras que aquí ha sido el Es-
tado el generador de una estratificación por clases sociales.
La empresa renacentista de la conquista y la barroca de la coloni-
zación fueron fundamentalmente obra de la España del siglo go-
bernada por una monarquía centralizada que se apoyaba en una fuerte
burocracia civil, militar y religiosa. Con la pérdida de los Países Bajos
y el declive de las rentas provenientes de las Indias, la Corona se puso
al borde de la bancarrota, lo que trató de resolver elevando impuestos y
apelando a confiscaciones y otras medidas similares que conspiraron con-
tra la seguridad y predictibilidad necesarias para la buena marcha de la
economía moderna. En lugar de desarrollarse así una burguesía de base
comercial-de acuerdo con el modelo típico analizado en la primera par-
te- fueron el ejército, la jerarquía eclesiástica y la burocracia civil (in-
cluyendo la judicatura) las opciones de ascenso social más incentivadas.
Con el correr del tiempo, la Corona aliada con estas burocracias habrá
de impedir el desarrollo de formas democráticas parlamentarias y de un
derecho superior a la autoridad del monarca, con la consiguiente falta de
incentivo necesario para la libre empresa, y, por tanto, para el surgimien-
to de una estratificación en clases sociales vigorosa.
No debe olvidarse que los privilegios derivados en primer lugar de
ser español, y en segunda instancia de ser criollo, fortalecieron esta forma

152
La condición social

de estratificar en estamentos y castas a la sociedad latinoamericana.


Por eso, va a ser recién el Estado-nación moderno el que -espe-
cialmente en los del cono sur- impulse el surgimiento y forta-
lecimiento de la burguesía desde mediados del siglo XIX. Por ejemplo,
en la Argentina entre 1860 y 1890 se institucionaliza un Estado en sen-
tido moderno (unidad ejército nacional, alfabetización, deli-
mitaciónjurisdiccional, que a de su preocupación por el "pro-
greso" va a dar impulso a la formación de un importante segmento so-
cial radicado en la pampa húmeda con una estratificación típicamente
clasista. Con la relativa excepción de Uruguay y Costa Rica (excepcio-
nes que en virtud de la gestación de sus modalidades de ejercicio de lo
político vienen a confirmar la tesis aquí expuesta), en general en el res-
to de América Latina se dieron procesos similares -aunque no tan in-
tensos como en la pampa húmeda y sudeste del Brasil- de generación
de una estratificación en clases a partir de la intervención del Estado y
no de la gestación del Estado a partir de la estratificación en clases.
Como consecuencia de ello, en el hemisferio noroccidental el Es-
tado es visto por la burguesía como algo de algún modo propio -o al
menos no totalmente ajeno- por lo que para la gente en general, y para
las clases medias y altas en particular, la obediencia a las leyes emana-
das de ese Estado redunda en su propio interés. Esto no ha sido así en
América Latina. En efecto, en su origen, la ley en sentido moderno fue
dictada desde la Metrópoli, o sea que lleva desde su nacimiento el sello
de la ajenidad. La primera regla interpretativa elaborada en estas latitu-
des fue la expresada con relación a las reales ordenanzas de Carlos V.
Como esas leyes eran muy favorables a los aborígenes, cuando éstos,
anoticiados por religiosos como fray Bartolomé de las Casas o Bernar-
dino de Sahagún, reclamaban su cumplimiento, los hombres blancos, de-
centes y civilizados les contestaban que: "La ley se acata pero no se cum-
ple". Así, es lógico que hoy los indígenas no tengan demasiado entusias-
mo por cumplir la ley. Los ingleses y sus descendientes de las colonias
(Estados Unidos, Australia, Canadá) no tienen ahora problemas con la
falta de respeto a la ley por parte de los pueblos originarios pues mata-
ron a casi todos.
A posteriori, como queda dicho, la ley es vista como la norma ema-
nada de un Estado que fue condición necesaria para el surgimiento de la

153
~·,,~,,~"~' pero cuya institucionalidad nunca fue cuidada por ésta. Ello
impidió que cambiara la sensación de del a diferencia
de lo que de algún modo ocurrió en los Estados Unidos de la in-
dependencia. Las continuas de los mandatos constitucionales
acaecidas en la región durante el siglo a la vez que fueron -en gran
parte- consecuencia de lo apuntado, contribuyeron a fortalecer la acti-
tud de indiferencia frente a la normativa jurídica. Hablando de las so-
ciedades, lo mismo que a veces es efecto, puede también ser visto
como causa: como la ley es algo ajeno, no se la respeta. 35 Por tanto, no
se advierte la importancia de preservar el orden constitucional. Sobre-
vienen así golpes de Estado que entronizan gobiernos que, al ser ilegí-
timos desde su origen, han de dictar leyes que no van a ser vistas como
plenamente legítimas por la ciudadanía. Se genera así un círculo vicio-
so del que no resulta fácil salir.
A raíz de estos distintos orígenes (aunque no sólo por ello) tanto
en el caso del capitalismo individualista como en el solidario, el empre-
sario percibe al Estado como un instrumento para expandir y enrique-
cer a su empresa, ayudándolo a conseguir nuevos y mejores mercados,
ya sea conquistando territorios, corrompiendo funcionarios de otras la-
titudes o manteniendo un eficiente sistema de fomento y promoción de
las exportaciones.
En cambio, en el caso del capitalismo prebendario, el empresario
percibe al Estado como un protector a quien acudir para expandir su pro-
pia fortuna personal. Es paradigmático el caso del empresario argenti-
no: cuando el Estado le proveyó divisas baratas, en lugar de aprovechar
la coyuntura para adquirir bienes de capital para su empresa, prefirió
gastar sus ahorros en Miami o realizar inversiones meramente especula-
tivas. Mientras tanto, le demandaba al Estado protección frente a los pro-
ductos importados. Cuando la divisa alcanza un nivel óptimo que le ge-
nera pingües ganancias en pesos, se queja por los impuestos, retenciones
y otras formas que emplea el Estado para captar recursos. Obviamente

35. En el caso particular de la Argentina, además hay que tener en cuenta que sobre
ese sustrato cultural se asentó a partir de la segunda mitad del siglo XIX una inmi-
gración europea que, como toda migración, encuentra serios problemas para adaptarse
a la legalidad de la nueva tierra, pues esta legalidad no tiene las raíces históricas y
culturales en las que el migrante nació y recibió su primera socialización.

154
La condición social

muchas y muy saludables '-A'~'4''-'"Juc,..,


36
sólo eso:
Además este carácter se verá
avance tecnocientífico, necesario para el desarrollo Recorde-
mos que hubo dos factores que conspiraron contra ese avance
tecnocientífico en tierras hispánicas: a) España compraba con el oro ex-
traído de sus posesiones de ultramar el saber tecnológico que otros pro-
ducían por lo que no debía esforzarse para producir ese tipo de saber, y
tal como vimos al hablar de legitimación de los saberes científicos,
la importancia de los sacramentos -y particularmente de su virtualidad
ex opere operato- dificultó la gestación de una mentalidad técnica. Vale
recordar que, como explica Heidegger, no es la técnica la que genera una
mentalidad instrumental, sino que, a la inversa, es esa mentalidad la que
genera la necesidad de que se produzcan desarrollos tecnológicos.
Veamos qué pasa con las formas ideológicas de legitimación: tras
rastrear casi arqueológicamente la genealogía de algunos rasgos defini-
torios del ethos del burgués latinoamericano medio, vale ahora incorpo-
rar al análisis a esos sectores populares que desde un principio fui dejando
deliberadamente de lado.
Si, como vimos al estudiar el vínculo entre religión e ideología,
toda cultura remite al sustrato cultual, podemos afirmar que la ideolo-
gía es el sustituto laico de la religión. Ergo, para comprender las dife-
rentes manifestaciones de las ideologías en Europa y en América Lati-
na, debe considerarse atentamente el distinto tipo de desarrollo religio-
so. ¿Qué pasó en nuestro continente con los responsables de los mayo-
res desarrollos teológicos europeos? Los benedictinos llegaron entrado el
siglo XIX. Muchos de los dominicos que llegaron a estas tierras venían
más marcados por su pertenencia a la Inquisición que con la
de efectuar los desarrollos especulativos propios de su orden fuera de
España. Los franciscanos arribaban con un fuerte impulso misionero pero
con escasa propensión a la elaboración y discusión de complejas cuestiones
teológicas. Los jesuitas fueron expulsados cuando estaban realizando su

36. Para un análisis más detallado del tema pero desde una perspectiva tributaria,
ver Del Percio, E., "Tributo a la calidad institucional", en Política o destino, op.
cit'., p. 129 y SS.

155
labor de formación y teórica en deteniendo el
avance alcanzado en las mismas. El ,...,.,,t,,,ct~n.,~ .. ,.~
muy tardíamente.
En general, la -de matriz tridentina- privilegió
la liturgia por sobre el análisis del dogma, por considerarse este méto-
do más adecuado en razón del abordaje simbólico de la realidad propio
del hombre y la mujer preexistentes en Latinoamérica.
Por lo tanto, si la legitimación ideológica es heredera directa de la
legitimación religiosa trascendente, dado el tipo distinto de religiosidad
que se manifiesta en América Latina, debe darse también una formula-
ción distinta de las legitimaciones ideológicas. Esto se ha traducido en
el surgimiento de movimientos políticos con un fuerte componente litúr-
• gico, como queda evidenciado en los actos y mitines de la mayor parte
de las expresiones políticas populares de Latinoamérica, desde el PRI en
México hasta el Justicialismo y el Radicalismo en la Argentina, pasan-
do por el APRA peruano, el MVR venezolano o el PT de Brasil. Estos
partidos y movimientos son catalogados como "populistas" por la
intelectualidad de formación europea, que aún continúa convencida de la "su-
perioridad" de la teología dogmática sobre la liturgia, mientras se sigue es-
candalizando por la aparente falta de coherencia interna y de sistematicidad
de las formulaciones doctrinarias de esas expresiones políticas.
Por eso, difícilmente ideologías con una fuerte elaboración doctri-
naria (o sea, "teológica") corno el liberalismo o el marxismo, puedan tras-
cender del electorado urbano de sectores medios o altos, salvo que se
transforme tanto que deje de ser liberalismo o marxismo. Cuba es un
ejemplo de esto: el discurso político del hombre y la mujer comunes, aún
siendo partidarios de Fidel y defensores del proceso inaugurado con la
Revolución, está tan atravesado por los valores humanistas y cristianos
de José Martí y los emergentes culturales del sincretismo religioso
afrocaribeño que hay que hacer un serio esfuerzo para reconocer allí la
ortodoxia marxista.
Sucede que lo popular, como queda dicho, en América Latina hunde
sus raíces en lo indígena y en lo afroamericano. Es decir, en la materia bár-
bara e ininteligible para la muy formal civilización europea. Civilización que
se debate en la contradicción de ser heredera, a la vez, de la profunda con-
vicción en la dignidad humana y de la metafísica de la sustancia negadora
de la alteridad. Heredera de una religión que cree en un Dios cuyo primer
156
La condición social

uuJLa)','"v fue transformar el agua en vino y el último resucitar,

ligión dogmática, amarga, e intolerante. De una tensio-


nada entre un ansia de emancipación y otra de instrumentalización de toda
la realidad; una burguesía que no acierta a acordar si el hombre es un ser
capaz de desplegar libremente sus potencialidades para alcanzar su felicidad
o un mero recurso del sistema productivo.
Otro aspecto concomitante a tener en cuenta para un análisis de la
situación latinoamericana es el hecho de la convivencia en Latinoamé-
rica de un tipo de estratificación social estamental (predominante en re-
giones rurales y andinas), uno clasista en razón de la acumulación (he-
gemónico en centros urbanos), uno en razón del consumo (emergente en
núcleos urbanos de alta complejidad, como Buenos Aires o San Pablo)
y uno de castas (marginación del indígena y del negro). Este hecho no
permitiría augurar que un tipo de instituciones pensadas por y para las
burguesías del norte, cuyas sociedades, al tiempo de la gestación de esas
instituciones, estuvieron conformadas principalmente por un tipo de es-
tratificación por clases en razón del consumo pueda ser internalizado
como propio por la mayor parte de nuestros sectores populares.
A eso hay que sumarle otro factor de confusión: buena parte de la
producción teórica aplicable al análisis de nuestras dictaduras y sus efec-
tos, toma como fuente los estudios sobre los distintos fascismos de de-
recha e izquierda de la Europa de la primera mitad del siglo olvi-
dando que aquellos tuvieron por finalidad homogeneizar sociedades ca-
racterizadas por una gran heterogeneidad, producto de la etapa de la re-
volución industrial basada en el petróleo y el acero (lo que Ortega de-
nominó "La rebelión de las masas") mientras que nuestras dictaduras tu-
vieron por objeto destruir la conformación de un fuerte entramado so-
cial que en forma más o menos espontánea y plena de contradicciones
iban elaborando nuestros pueblos. Aquella realidad llevó (y lleva) a los
intelectuales europeos a desconfiar de las nociones de pueblo, poder e
instituciones por las reminiscencias fascistas que aún en cierto sentido
conservan. Pero carece totalmente de sentido que nuestros intelectuales
"compren" acríticamente esta desconfianza: en nuestras tierras, descon-
fiar de las instituciones por el hecho de ser tales, temerle al pueblo y pen-
sar que lo contrario del poder es la libertad en lugar de la impotencia,
puede ser sencillamente suicida.

157
Los fallidos intentos de a nuestra realidad de ~.. ~,,..,H~~·,
cos y propuestas desde y para otras latitudes están en la base
de las sucesivas frustraciones que vienen atravesando nuestros
desde los mismos de nuestras
El pensamiento de entonces, el es el
resultado de la dialéctica existente entre las burguesías, las anteriores for-
mas de estratificación y los modos de ejercicio del poder público.
mientras en Gran Bretaña las burguesías habían llegado a una suerte de
acuerdo con la nobleza y el modo monárquico de ejercicio del poder a
partir de 1688, entonces generaron un iluminismo legitimador (Locke,
Hume, Adam Smith). En cambio, en Francia la burguesía se enfrentó a
la nobleza y a la monarquía, dando como resultado un iluminismo re-
volucionario y deslegitimador; mientras que en como no ha-
bía propiamente una burguesía comercial o industrial ni tampoco había
una monarquía consolidada (faltaban dos generaciones para la unifica-
ción), el iluminismo es de corte idealista: no inhiere sobre una realidad
sociopolítica concreta, sino que se desarrolla en un plano de gran abs-
tracción. En nuestra América, las burguesías eran producto del Estado:
oficialidad militar, funcionarios y jueces, alto clero; todos ellos depen-
dientes de la Corona. Faltaron las condiciones para la formación de una
masa crítica de pensadores que puedan generar un Iluminismo latinoame-
ricano. A eso, le debemos sumar la expulsión de los jesuitas en 1767, una
generación antes del inicio de los procesos emancipadores. Los jesuitas
regían las universidades y desde los tiempos de Suárez venían elaborando
desarrollos teóricos consistentes con nuestra especificidad latinoamerica-
na, generando un ámbito de discusión que hubiese sido fundamental a
partir de 1810.
Por todo eso decía el gran maestro venezolano Simón Rodríguez al
inicio del proceso de independización de la metrópoli: "los sudamerica-
nos si no inventamos, estamos perdidos".
Obviamente, no se trata de inventar irresponsablemente por el mero
hecho de ser originales. Nadie puede negar seriamente que el marxismo
y el liberalismo tienen mucho que decir para superar definitivamente esas
frustraciones. Menos aún se trata de tirar por la borda los magníficos
aportes realizados en el camino que va de Atenas a Jena, pasando por
Roma, ni de desechar la herencia judía y cristiana.

158
La condición social

Se trata de efectuar relectura situada de esas


abierto y que no las dificultades
insalvables que aparecer. El par dialéctico "identidad-diferen-
cia" que el núcleo de la cuestión
su negación a de un nuevo horizonte de
más abarcativo. Porque lo que se opone irreductiblemente a la diferen-
cia por cuya consideración estamos rompiendo una no es la
'"""'"·"w~, sino la in-diferencia.
'--'"""'"ª"·""·""' la denuncia de los monstruos producidos no ya por los
"sueños de la razón", como planteara Goya, sino por la misma "vigilia"
de la razón instrumental, adquiere en Latinoamérica matices diferenciales
a partir de una apertura distinta a lo simbólico y a los modos canónicos
del conocer. En otros términos, así como esa coherencia interna y
sistematicidad de las ideologías en Europa no impidió (antes bien fue un
factor el horror de Auschwitz, de los gulags o de
Hitoshima y Nagasaki; tampoco la labilidad de las construcciones ideo-
lógicas latinoamericanas implicó necesariamente una mayor tolerancia o
apertura. No se trata, pues, de afirmar la de un modo de
legitimación sobre otro, sino de advertir las diferencias entre uno y otro,
con sus respectivas ventajas e inconvenientes.

159
Toda unidad político-territorial (llamémosle país, Estado-nación,
provincia o como se prefiera) no es sino el territorio adyacente a una ciu-
dad. Así, por ejemplo, es dable afirmar que el Imperio Romano fue el
espacio sobre el cual Roma ejerció su poder. En la Europa medieval,
dado el predominio de lo rural sobre lo urbano, característico de aquel
período, no es posible hablar propiamente de ciudades sino de pequeños
poblados que cumplían las funciones de sede episcopal y/o administra-
tiva. Un buen ejemplo de esta inexistencia de ciudades importantes lo
constituye el Imperio Carolingio: la capital del Imperio estaba allí don-
de estuviera el Emperador. Tan lábil fue esta construcción política, que
a la muerte de Carlomagno el Imperio quedó repartido entre sus tres hi-
jos. Por cierto, tampoco estaba claro el tema del ejercicio del poder pú-
blico: ¿sobre qué territorio, sobre qué gentes y sobre qué asuntos ejer-
cía su poder el obispo, el conde, el duque o el rey? Esto fue sumamen-
te confuso hasta que se fueron asentando y consolidando los burgos y las
ciudades. Tan confuso que hasta se puede dudar de que la expresión "po-
der público" que vengo utilizando, sea del todo correcta, pues ese tipo
de ejercicio del poder se parece más a la disposición que tiene el dueño
sobre sus pertenencias en el marco del derecho privado. Sea como fue-
re, lo cierto es que, para seguir con el ejemplo, la historia muestra cómo
el sueño de los Capetos de una Francia unida se va a hacer realidad a par-
tir de una ciudad como París, con la suficiente fuerza como para impo-
nerse sobre Lyon o Burdeos. Algo parecido podemos decir de España:
si Felipe H hubiese decidido mantener la capital en Toledo, la influen-
cia del Arzobispo hubiese imposibilitado la centralización política del
régimen. Si la capital hubiera sido Valladolid la fuerte presencia del con-
cejo también hubiese condicionado el poder del monarca. El rey le dio
a Madrid un talante propio que le permitió imponerse al resto de Espa-
ña hasta nuestros días. Del mismo modo, no puede pensarse Gran Bre-
taña si ~o se hubiese impuesto Londres. Aclaro que cuando digo "impo-

161
nerse" no criterio militar
que no lo sino geopolítico y económico.
Pensemos en Italia y Alemania: ¿acaso el tiempo que tardaron en
unificarse no se debió a que ninguna ciudad pudo reclamar para sí la he-
gemonía? En el caso de España, si Barcelona o Bilbao hubieran tenido
más fuerza, no dudo que Cataluña y el País Vasco serían independien-
tes. Incluso si hoy hablamos de Cataluña, en realidad hablamos del te-
rritorio hasta donde Barcelona extiende su influencia. He escuchado a
muchos catalanes del interior quejarse de que Barcelona ejerce sobre ellos
el mismo centralismo que le critica a Madrid. Pero también he oído esa
misma queja de parte de la gente de los pueblos de muchas provincias
argentinas al referirse a sus propias capitales; irónicamente son los ha-
bitantes -y muchas veces los gobernantes- de esas capitales los que se
quejan del centralismo porteño.
Por su parte, Eugenio Trías piensa que es el sustrato religioso lo que
mantiene unidos a los pueblos. Por eso, dice que si los catalanes o los
vascos no fueran católicos, hace tiempo que hubieran dejado también de
ser parte de España. Pero una cosa no invalida la otra. Si Bilbao, Vitoria
o Barcelona hubiesen abrazado otra religión, Castilla (o sea, primero
Covarrubias, luego Toledo y finalmente Madrid) no hubiese tenido la
misma fuerza en términos culturales.
En Latinoamérica, en la época de la independencia, estaba todo
dado para que se constituyera en una única unidad político-territorial en
virtud de las otras unidades: de religión, de lengua, de historia, de arte
y un largo etcétera. Sin embargo, a pesar de la voluntad manifiesta de
Bolívar y de San Martín, no fue así.
En parte eso se debió a la influencia de la diplomacia inglesa, pues
a la corona británica no le convenía una Latinoamérica unida. Pero si los
pueblos y los gobiernos hubieran querido, no hubiese habido diploma-
cia alguna capaz de impedirlo. El problema consistió -y esto lo vio claro
Sarmiento- en que no hubo una ciudad con la fuerza suficiente como
para imponerse al resto. Por eso, cada país de nuestro continente se ex-
tiende hasta donde se extiende el imperium37 de su ciudad principal, y
37. Uso la palabra latina imperium, pues prefiero reservar el término español "im-
perio" para referirme a la nueva modalidad de ejercicio del poder público que estaría
emergiendo; además, desde la aparición del libro de Toni Negri y Michael Hardt,
su empleo en otro sentido podría llevar a la confusión.

162
La condición social

allí donde ese se encontró con otras ciudades no tan fuertes pero
·~"·•-"'-~ tan débiles, se por la solución federal, como en Argentina,
Brasil o México. Lo mismo que en los Estados Unidos del Norte. Podría
hacer un análisis más pormenorizado o seguir hablando de lo acaecido en
otras regiones del mundo, pero lo que me interesa es llegar a la actualidad.
Pregunta: en un mundo globalizado en virtud de las nuevas tecno-
logías, principalmente las informático-comunicacionales, ¿cuál es la ciu-
dad con mayor capacidad de ejercer su imperium sobre el resto? Respues-
ta: la "ciudad global", entendida como aquel ámbito virtual en el que con-
viven quienes tienen acceso cotidiano a intemet, al teléfono, al fax, a las
grandes cadenas televisivas, etc. Hablo de ciudad y no de aldea, como
lo hacía Me Luhan, pues en esta nueva entidad emergente las diferencias
y distancias al interior son tan grandes como las de la ciudad, mientras
que en la aldea todos pueden conocer a todos y cualquiera puede diri-
girle la palabra a cualquiera.
En otro orden de cosas, la globalización no implica un quiebre sino
una continuidad con el largo proceso iniciado allá por el Renacimiento.
Es conveniente pensarlo más en términos de consumación que de discon-
tinuidad o ruptura. De lo contrario, podemos cometer una cantidad de
errores de apreciación y de acción. Para abordar esta cuestión desde una
perspectiva integral, imaginemos la "evolución" (si se me permite el uso
de la palabra) de las sociedades en términos de círculos concéntricos, en
paralelo con las etapas que atraviesa cada persona en su desarrollo
psicocorporal. Me hago cargo de lo impropio que resulta analogar el de-
sarrollo del individuo con el de la sociedad, pero igual efectúo esta ana-
logía con fines eminentemente didácticos.

E III

EII~

163
Llamemos al primer círculo Escenario natural comunitario. En este
escenario se desarrolla la infancia. Es la etapa en la que se le enseña al
chico a vincularse con la naturaleza. En el caso del niño de ciudad eso
implica la adquisición de saberes vinculados con el propio cuerpo: há-
bitos de alimentación, higiene y sueño, o a no meter los dedos en el en-
chufe. También se le transmiten los saberes necesarios para relacionar-
se con aquellos con los que se vincula en forma directa, cara a cara: sa-
ludar, nombrar cosas de uso cotidiano, relatar cosas sencillas, etc. En
muchos pueblos agricultores (prácticamente todos hasta la aparición de
la industria y del Estado Nacional moderno) la vida de sus miembros
transcurre sin necesidad de salir de este escenario. Pero a medida que se
hacen más complejas las relaciones de producción y los vínculos políti-
cos, estos conocimientos se van tornando insuficientes.

Aparece entonces el Escenario JI o social ciudadano, que en la vida


del individuo se caracteriza por la necesidad de aprehender otros sabe-
res, capacidades y habilidades que requieren de una organización más
especializada para su transmisión: la escuela, incluyendo en esta deno-
minación al colegio y la universidad. En el caso de la historia de los pue-
blos, este escenario está caracterizado por la aparición del Estado-nación
como lugar principal de la toma de decisiones críticas, y por el paso de
una economía preponderantemente agropecuaria a una comercial e indus-
trial. Concomitantemente, en el campo de la transmisión de saberes, la
oralidad (que ya había comenzado a perder terreno a partir de la inven-
ción de la imprenta y la aparición del correo) va a ceder su lugar pre-
eminente a la escritura, con todo lo que ello implica.
En materia educativa, en el Escenario I, el ámbito institucional en el
que se da la educación es la familia; el ámbito material es la casa; la vía de
transmisión de los saberes es eminentemente oral y el modo es altamente
informal. En cambio, en el Escenario II el ámbito institucional está dado por
el Estado, el ámbito material por excelencia es la escuela, la vía de trans-
misión es preponderantemente escrita y el modo es principalmente formal.

164
La condición social

Hasta no se mayores De este úl-


timo es el de sociedad en el que se ha venido dando la educación
tal y como en se ha venido entendiendo hasta al menos
en el lenguaje Las dificultades surgen al emerger lo global
impactando en las nuevas formas de legitima-
ción, de ejercicio del y de definición del
escenario, tal corno se advierte en el Esquema de correspondencias que
figura al final de este libro. Por eso, creo que asistimos al nacimiento
de un Escenario al que provisoriarnente he de llamar global virtual.

la característica más destacable de este escenario consista en


que el ámbito de torna de decisiones críticas se ha del Esta-
do Nacional hacia la ciudad global. No decir con esto que el Es-
tado-nación, tal y como lo hemos conocido desde la paz de W estfalia en
1648 hasta nuestros días, esté agonizando. decir que, así corno el
Estado no acabó con la familia o con los señoríos locales donde los hubo,
pero sacó de allí la potestad de tomar algunas decisiones de mayor im-
portancia, hoy la ciudad global no acaba con el Estado, pero le está sa-
cando ciertas potestades. En tal sentido, creo que es un eITor considerar
a los Estados Unidos del norte o a alguna de sus ciudades como capital
de un nuevo imperio o a su política exterior como una forma de
expansionismo clásico. Es cierto que constituyen el único Estado-nación
que puede conservar la capacidad de decisión propia del Estado en el
Escenario II, pues es el único que puede jugar fuerte y sin necesidad de
compañía en el Escenario en los terrenos económico, cultural
y político. El tema es largo y para abreviar me limitaré a dar dos ejem-
plos: ni está claro que el ALCA le hubiese convenido a la mayoría de
los norteamericanos (les habría generado una fuerte sobre sus
salarios haciendo que tiendan a la baja, pues hubieran debido competir
con trabajadores nicaragüenses o peruanos) ni la invasión a Irak les ha
generado mayores beneficios que los que se hubieran obtenido si el in-
cremento del presupuesto de defensa hubiese sido destinado a la educa-
ción y la salud. Los que ganan en ambos casos son los miembros de una
elite que está disputando ferozmente el liderazgo de esa ciudad

165
de los miembros de esa elite viva
otros que viven en Bue-
nos Kong, Lima o Londres y que se benefician de esas po-
líticas mucho más que la gran de los yanquis. Por cierto, esto
no constituye una novedad absoluta ni mucho menos; se trata una vez más
de la consumación de una tendencia de larga data.
Ignacio Echeverría plantea algo parecido y me sirvió de inspiración
para este capítulo; pero en lugar de hablar de escenarios, él habla de
"entornos". Prefiero hablar de escenarios pues, como me señaló Santia-
go Kovadloff, entorno significa "en torno a" y no es correcto hablar de
entorno natural, comunitario o social, pues cada individuo es también
parte de la naturaleza, de la comunidad o de la sociedad; éstos no son
factores que lo circunden como objetos diferentes, sino que él los com-
pone. En cambio, el término "escenario" describe mejor la situación del
individuo, a veces como actor o protagonista, otras como autor y otras
como espectador.
De todos modos, lo importante no es el término elegido sino la rea-
lidad referenciada. Y la duda que surge en ese sentido es: ¿quién habrá
de ocupar en el tercer escenario el lugar que ocupa el Estado-nación en
el segundo escenario? Si es lisa y llanamente la ciudad global: ¿qué ca-
racterísticas tiene? Por lo pronto, aparece como sumamente preocupan-
te el renacer de las castas (inmigración) y de los estamentos (vía tarjeta
de crédito y la consiguiente discontinuidad en la posibilidad de acceso
a los consumos), procesos ambos estudiados en el capítulo referente a la
estratificación social. Las cárceles norteamericanas llenas de afroameri-
canos y la violencia que asoló a Francia en noviembre de 2005 son al-
gunos de los indicadores de este retomo de una estratificación por cas-
tas. La dirigencia política, sindical, empresaria, deportiva, intelectual,
etcétera, recluta sus miembros de modo cada vez más endogámico.
Como se vio al estudiar la estructura de dominación, estos tipos de
estratificación se corresponden con las formas de ejercicio del poder pú-
blico de tipo monárquico y/o feudal. En Estados Unidos, el principal
mérito de George W. Bush para ganar la primera vez la interna republi-
cana fue ser hijo de un presidente. En Argentina es cada vez más frecuen-
te ver esposas, esposos, hijos o hermanos de otros dirigentes compitien-
do por ocupar los lugares preponderantes.

166
La condición social

Eso vale para las elites. Con los ocurre similar. La falta
de movilidad social en el caso de América Latina por las
políticas neoliberales de los noventa y su genera una
pobreza estructural. Los ven como inútil la realización de cual-
quier esfuerzo para mejorar su situación. Por terminan aceptando
su situación como "natural". Exactamente que lo que ocurría con
el campesino medieval. Así como campesino acudía a la protec-
ción del señor feudal y a del de vasallaje le daba el diezmo
del fruto de su labor o colaboraba con él en la lucha contra otros seño-
res, el pobre acude a la protección del dirigente político local a quien le
dará su voto o colaborará con su presencia en la campaña política. En
cierto sentido, la emergencia del Escenario III y la consiguiente pérdi-
da de poder del Estado -depositario de la capacidad de tomar decisio-
nes críticas en el Escenario II- pone a los miembros de los estratos in-
feriores en una situación similar a la de aquellos campesinos. Puede no
gustarnos el feudalismo, pero en la Edad Media era lo que había, y si no
se aceptaba esa organización no quedaba trama social posible. Hoy puede
no gustamos el clientelismo político, pero si no se acepta esta forma de
organización se afectará seriamente a lo que aún queda de la trama so-
cial de nuestros países. La única forma seria de acabar con el clientelis-
mo político y promover el tan declamado acceso a la ciudadanía plena es
acabar con la pobreza. El problema es que hoy debemos pensar a la vez
en cómo incluir a todos en el concepto de ciudadanía clásico, propio del
Escenario II y en un nuevo concepto de ciudadanía propio de la ciudad
global, o sea el ámbito de toma de decisiones críticas del Escenario Ill.
Asimismo, una forma de estratificación por castas y estamentos y
un modo de ejercicio del poder público de tipo monárquico y/o feudal,
se corresponde con un modo de legitimación de tipo religioso. Para no
volver sobre este tema que ya hemos analizado suficientemente a lo largo
de este libro, baste dar un par de ejemplos tomados de los Estados Uni-
dos: las discusiones en torno a la enseñanza del evolucionismo o del
creacionismo en las escuelas y las constantes alusiones del Sr. Bush a
misiones encomendadas por Dios.
De todos modos, aunque podamos hablar de formas de estratifica-
ción, legitimación y ejercicio del poder público similares a las que en
Occidente se dieron en el pasado, hay una diferencia fundamental con

167
Esa diferencia está por el nuevo horizonte de senti-
v~~v~·~,,,nos pone frente a un contexto radicalmente distin-
to del que se cuando ese ho1izonte está por la adecua-
ción, tal como veremos en el Pero antes es menester
efectuar otras consideraciones sobre los fenómenos emergentes en el ter-
cer escenario que, en última no son sino la culminación de ten-
dencias ínsitas en el ~~'""''·'~'J·
Como observa de Souza el renacer del lejos de ser
un anacronismo, es inherente al desarrollo del sistema mundial capita-
lista. Siguiendo a Balibar y Wallerstein, el pensador portugués analiza
la relación entre sexismo, nueva estratificación por castas y crisis del
Estado-nación moderno en los siguientes términos: el sistema capitalis-
ta "se alimenta de la contradicción siempre renovada entre el universa-
lismo y el sea éste racista o sexual. Mientras el univer-
salismo se deriva de la horma del mercado, de la descontextuali-
zación de la del homo economicus; el racismo resulta de la
división entre fuerza de trabajo central y periférica, es decir, de la
etnización de la fuerza de trabajo como estrategia para remunerar un
amplio sector de la fuerza de trabajo por debajo de los salarios capita-
listas normales, sin con eso correr riesgos significativos de agitación po-
lítica."38 El racismo surge cuando a la aceptación de la inmigración más
o menos clandestina y su mano de obra barata, le sigue la constatación
de que la "mano" de obra va adosada a un cuerpo. Ese cuerpo molesta;
es "inculto y desubicado". A la vez, el sexismo está fuertemente ligado
a una estratificación por castas, pues los salarios muy bajos o incluso
inexistentes como tales (¡cuántas veces los racialmente marginados tra-
bajan por techo y comida!) sólo son posibles porque "la reproducción de
la fuerza de trabajo se hace, en gran parte, en el espacio doméstico a tra-
vés de relaciones de trabajo no remunerado a cargo de las mujeres. La
invisibilidad social de este trabajo se hace posible por el sexismo." 39
La discordancia entre estas nuevas formas de estratificación y el
Estado-nación moderno como forma hegemónica de ejercicio del poder
público o -en otros términos- como ámbito natural de la toma de de-

38. de Souza Santos, B., op. cit., p. 174.


39. Ídem.

168
La condición social

cisiones de la
crisis de en los esta-
mos en una fase de transición entre de acumulación. Una de
las facetas centrales de esa transición parece ser el hecho de que el ca-
sin salirse de la funcionalidad institucional del está crean-
do otro al constituido por las agen-
ª'""'vuw'-..."' la deuda externa, las lex

~~·~~,,.~.,." 40
En términos que venimos utilizando
nosotros: estos son los sectores que alzarse con la hegemonía
en la ciudad global. Es quedarse con el en el tercer escena-
rio. No van a acabar con el Estado, pero lo dejan a la toma de
decisiones de menor trascendencia. En efecto, por la vía de
racterística, "la nueva regulación económica que, frente a la se
basaba exclusivamente en el Estado, aparece como desregulación, se arro-
ga el título de desregulación social y es, de hecho, la única regulación
posible. Es este el espejismo esencial del neoliberalismo. bási-
camente a mantener y a profundizar la hegemonía capitalista, sobre el
colapso de las condiciones que la hicieron posible en el período ante-
rior. "41 Es decir, el consumo en del ahorro. "Es así como la
lógica y la ideología del consumismo convivir sin alto
político, con la retracción brutal del consumo, entre sectores cada vez
más amplios de la población mundial, que viven en la miseria. Asimis-
mo, la democracia liberal puede ser impuesta como 'condición ~~""·~~
de la ayuda a los países del tercer al mismo que son des-
truidas las condiciones económicas y sociales mínimas de una vivencia
democrática creíble."42 Por eso, en la agenda que la ciencia de
matriz anglosajona pretende imponerle a nuestras la gober-
nabilidad ocupa el lugar que antes tenía la cuestión relativa al gobierno
y al cumplimiento de los fines propios del Estado, y la alternancia ocupa
el lugar que antes tenía la alternativa como forma de la de-

40. Ídem, p. 175.


41.Ídem, p. 176.
42. Ídem.

169
cisión en la actividad vale destacar que po-
der reforzarse mutuamente, la de circulación simbólica del
tal y la lógica de la material del capital son cada vez más in-
dependientes"43 como es cada vez más restrictiva la lógica de circulación
de las personas.

Es importante advertir que así como la emergencia del segundo es-


cenario no eliminó los elementos existentes en el primero, tampoco ha-
brán de ser eliminados éstos por el surgimiento del tercero. En efecto,
la escritura no terminó con la oralidad, ni el estado con la familia, ni la
escuela con la casa, de la misma manera que en términos de estructura
productiva, la industria no significó la muerte de la agricultura, sino su
resignificación: me refiero a la industrialización agrícola. Del mismo
modo ahora asistimos a la informatización de la producción industrial,
pero no a su desaparición.
Cuando se extendió la costumbre de leer especialmente de leer
a solas) los hombres más probos y provectos hicieron oír su voz de alar-
ma: ¿qué iba a ser de la civilización si la gente se dedicaba a leer en so-
ledad? ¿cómo iba a poder sostenerse la sociedad si las lecturas ya no se
harían en comunidad, bajo la tutela de un "lector" capaz de evacuar du-
das y consultas? ¿qué sería de las familias si las mujeres -obviamente
más frágiles de entendederas que los hombres- leían novelas en sus ha-
bitaciones, lo que habría de engendrar serios problemas para que puedan
distinguir entre la fantasía y la realidad? ¿qué trastornos fisiológicos no
se habrían de derivar de la antinatural ejercitación del cerebro y la vista
mientras todos los otros órganos y músculos se mantendrían inactivos?
Por cierto, algunas prevenciones resultaron ciertas: la memoria de la gente
se deterioró por falta de uso y creció el individualismo. De todos mo-
dos, la mayor parte de las consecuencias que efectivamente tuvo la di-
fusión de la lectura pasó desapercibida hasta bastante avanzado el pro-
ceso; en rigor, recién a fines del siglo XIX hubo sociólogos y antropó-
logos que comenzaron a advertir con claridad las diferencias entre un tipo

43. Ídem.

170
condición social

de sociedad lectora y una De la misma manera, me da la


sión de que la mayor de las advertencias y temores que gene-
ra la universalización de las tecnologías informático-comunicacionales (o,
mejor dicho, la pretendida universalización, pues no olvidemos que más
de la mitad de la población mundial jamás vio un teléfono en su vida y
lo más probable es que se muera sin verlo jamás; no hablemos de acce-
der a Internet o la CNN) que formulan tantos expertos y especialistas
(pero sobre todo tantos hombres probos y provectos de hoy en día) se
alimentan del eterno miedo a lo nuevo y a lo desconocido, pero aún no
sabemos a ciencia cierta qué consecuencias tendrá todo esto en el tercer
escenario.
Sin perjuicio de eso, algunas líneas ya están quedando bastante de-
finidas. Por ejemplo, vemos que aún hoy se siguen brindando en el ho-
gar los conocimientos esenciales para poder vincularse con el escenario
natural (especialmente con el propio cuerpo: hábitos de higiene, alimen-
tación, descanso, etc.) y comunitario (elementos de "buena educación",
aceptación de reglas elementales de convivencia, etc.). Pero no alcanza
con la familia para poder darle a cada persona las herramientas que ne-
cesita para desenvolverse adecuadamente en el marco de la sociedad com-
pleja moderna. Hace falta que aquellas enseñanzas se complementen con
la escuela. Atención: así como la escuela no ha sustituido a la familia a
pesar de que hubo quienes lo temieron en un principio, del mismo modo
sigue siendo imprescindible la existencia de la escuela -del colegio y
de la universidad- para que cada persona pueda adquirir los instrumen-
tos necesarios para desenvolver plenamente sus potencialidades. En efec-
to, sin una base sólida en Ciencias Sociales y Naturales, Matemática y
Lengua, el sujeto estaría perdido en la selva de informaciones en medio
de la cual desarrolla su existencia en el tercer escenario. Pero por eso mis-
mo es más necesario que antes, trabajar en la formación emocional y es-
piritual, no sólo intelectual, del estudiante.
Esto me recuerda aquella sentencia de Séneca que dice que ningún
viento es favorable para el navegante que no sabe a dónde se dirige. El
que navega en el ciberespacio sin tener idea de dónde viene o a dónde
va está siempre a punto de naufragar; es humanamente imposible poder
aprehender, procesar y sistematizar toda la información que nos provee
Internet. Llegados a este punto, vale la pena destacar la pobreza de los

171
resultados a los que se en educación virtual en los niveles ini-
cial y con relación a los recursos y esfuerzos in-
vertidosº No fracasado en todos los pero me
parece que estamos aún de satisfacer las expectativas que se habían
despertado hace unos quince o veinte años en tomo a la posibilidad de
sustituir la educación por la virtuaL Muchas ilusiones que ha-
bían surgido acerca de la universalidad del acceso a la educación, la de-
mocratización de la enseñanza y cosas por el estilo merced al empleo de
las nuevas tecnologías, quedaron en eso, en meras ilusionesº Toda insis-
tencia es poca a la hora de advertir que la relación personal entre el do-
cente y el educando es insustituibleº A eso se debe el fracaso de la ma-
yoría de los programas de educación a distanciaº No se puede reempla-
zar el segundo escenario con las tecnologías del tercero, de la misma
manera que no se puede reemplazar a la familia con la escuelaº Ello no
implica que a veces no más remedio que intentar el reemplazo, así
como muchas veces los maestros deben enseñar hábitos de higiene o dar
comida a chicos que no lo reciben en sus hogares aunque no sea esa su
función específicaº
Algo similar ocurre con la enseñanza universitariaº Aunque las di-
ferencias entre la modalidad presencial y a distancia no sea tan notoria
como en los niveles inicial y medio, en promedio, y juzgando con idén-
ticos parámetros, se obtienen mejores resultados en los cursos presencia-
les que en los efectuados con alguna modalidad virtuaL No obstante, es
preferible que aquel que no pueda hacer su carrera bajo la modalidad
presencial la haga a distancia antes que no hacer nadaº

la
Junto con la emergencia del segundo escenario y la aparición del
horizonte de sentido signado por la representación, se va a ir construyen-
do en Europa el sujeto moderno, seguro de "sí mismo", concebido a par-
tir de los tiempos de Descartes como "el" sujetoº Una primera lectura de
las prácticas comunes en el Escenario III podrían llevarnos a pensar que
estaríamos ante la confirmación de lo que los posmodemos vienen refi-
riendo al hablar de la "máscara" o del "simulacro"º La idea es que nada
es lo que parece, ni las personas ni las cosasº La joven cordobesa que

172
La condición social

entra a un foro de Internet diciendo que es un mexicano de cuarenta años


estaría demostrando, con esa que el no "es", sino que
simplemente "se muestra". Pero lo que se muestra, en sí mismo, no es
nada. Sólo es la fachada, la máscara, el simulacro. De esta forma, esta-
ría desmontando todo el andamiaje que sostiene la ilusión del yo, o sea,
ese sujeto fuerte encargado de re-presentar la realidad en su self o "sí
mismo".
Pero la conducta de la joven cordobesa también admite otra lectu-
ra. En efecto, para Descartes el "núcleo duro" del yo se encuentra en el
pensamiento, en la sustancia pensante o res cogitans, por oposición a la
extensión o res extensae. Esa joven que habita el ciberespacio tiene
sobrados motivos para creer que tiene un yo tan fuerte que es capaz de
construirse a sí misma, de ser lo que ella quiere ser. Su pensamiento
"construye" su propio cuerpo. Y esto está implícito en la noción de in-
dividuo gestada desde la protomodernidad. Uno de los ejemplos más cla-
ros de lo que quiero decir lo da Guillermo de Ockham, que ya en el si-
glo XIV consideraba la preeminencia de la voluntad como constitutiva
de la persona. Hasta Dios era para él pura voluntad. los diez man-
damientos eran tales porque la voluntad divina lo había dispuesto así
pero, tranquilamente, podrían haber sido otros. Esto es radicalmente con-
trario a las tendencias predominantes con anterioridad, en los tiempos del
horizonte de la adecuación. Por ejemplo, Tomás de Aquino afirmaba en
el siglo XIII que los diez mandamientos pertenecían al orden natural de
las cosas, siendo que la formulación veterotestamentaria no es sino una
codificación de reglas que no podrían haber sido dictadas con conteni-
dos contrarios y que, de un modo u otro, se encuentran presentes en to-
dos los pueblos y en todas las épocas. En el plano del individuo, es a tra-
vés de la inteligencia que nuestro intelecto consigue adecuarse a la rea-
lidad y luego nuestra voluntad habrá de actuar en consecuencia. Contra
esta concepción, insisto, reaccionará Ockham con planteos que podemos
definir ya como modernos.
En cierto sentido, es posible afirmar que ambas lecturas del mis-
mo fenómeno no son incompatibles. Esa autocomposición del sujeto vía
Internet o cirujías tiene algo de irrealidad o, si se prefiere, de ilusión. ¡Si
hasta puede tener el sexo o aparentar la edad que quiera! A pattir de ese
dato; podemos decir que hoy es posible apreciar con mayor nitidez el

173
ENRIQUE M, DEL PERCIO

componente ilusorio que tuvo la idea de un fuerte en el sen-


tido que le dieron los europeos a partir del surgimiento del capitalismo
moderno, No es que hoy el yo se desustancialice; nunca tuvo sustancia, lo
que hoy acontece es que esto queda en evidencia: por eso insisto en em-
plear el concepto de modernidad consumada en lugar de postmodemidad
Analizando este mismo fenómeno desde la perspectiva abierta por
Durkheim, podemos entender mejor a qué me refiero cuando afirmo que
en el Escenario III estamos en presencia de la consumación del sujeto
moderno, Para él, no es el individuo quien hace a la sociedad, sino la
sociedad quien hace al individuo, Siendo fiel a la mentalidad evolucio-
nista propia de su tiempo, Durkheim proponía como ejercicio conside-
rar que en el principio de la vida en común existió la "horda", esa suer-
te de protoplasma social en el que nadie hacía nada diferente de los de-
más. No había nadie que mande ni que obedezca. Se limitaban a reco-
ger los frutos de la tierra sin distinción alguna de roles laborales. En esas
condiciones, nadie se pensaba a sí mismo como diferente de los demás,
sino que se veía como una parte de la horda.
A medida que los sistemas sociales han ido complejizando sus mo-
dos de convivencia, fueron apareciendo distintas ocupaciones: los varo-
nes se fueron especializando en la cacería, las mujeres en preparar la carne
y en curtir los cueros, luego algunos empezaron a mandar y muchos a
obedecer y así, paulatinamente, surgieron diversas actividades en el seno
de ese primitivo agrupamiento humano,. Esto condujo a una progresiva
diferenciación de sus miembros. El varón adulto comenzó a verse a sí
mismo como diferente del varón joven que aún podía arrojar lejos su lan-
za y del viejo que ya no podía ni caminar hacia una presa. Poco a poco,
a lo largo de la historia fueron apareciendo cada vez más funciones di-
ferenciadas, lo que fue dando lugar a una cada vez mayor conciencia de
sí por parte de los miembros de la sociedad, hasta llegar a la noción de
individuo en las sociedades ya más complejas. Cuanto más compleja es
una sociedad, más diferenciación hay en las tareas que se realizan y, por
ende, mayor es la fuerza de la individuación.
Siempre según Durkheim, las sociedades se mantienen unidas por
la solidaridad, pero no todos los agrupamientos humanos tienen el mis-
mo tipo de solidaridad. Así, en la horda se habría dado una suerte de so-
lidaridad automática o mecánica. La conciencia no era sino conciencia

174
La condición social

colectiva y, por lo tanto, los miembros de la horda no dudaban en ha-


cer cualquier sacrificio por la comunidad, puesto que la vida era la vida
del todo y no del individuo. Pero en el otro extremo, en la sociedad com-
pleja contemporánea, la única solidaridad que existe es la del interés: cada
individuo se vincula con otro en razón del beneficio que ese vínculo le
produce. La relación de un miembro de una sociedad compleja con el abo-
gado, la contadora, la maestra o el taxista no va más allá de un vínculo
formal y funcional limitado a la mutua satisfacción de intereses manifiestos,
claros y distintos. A esta forma de solidaridad la llamó orgánica.
El paso de un tipo de solidaridad a otro (o, en otros términos, el
incremento de la complejidad de un sistema social) para Durkheim se
explica en función del aumento del volumen de una sociedad (más ha-
bitantes) y con el aumento de su densidad (mayor cantidad de relacio-
nes entre ellos). Siguiendo ese criterio, evidentemente la ciudad global
presentaría el máximo nivel de volumen y densidad jamás alcanzado y
por consiguiente, el tipo de solidaridad de sus miembros sería casi ex-
clusivamente orgánico.
En efecto, en las comunidades que desarrollan su existencia en el
Escenario I es notorio el predominio de la solidaridad mecánica. En las
sociedades nacionales propias del Escenario II existe, en mayor o menor
grado, un componente mecánico asentado en factores más afectivos que
racionales, tales como un mito de origen, el culto a los héroes, símbo-
los patrios, etc. En cambio, el habitante de la ciudad global tiene poco
de este componente: el mayor elemento de solidaridad mecánica que es
posible encontrar tiene que ver con la identificación con otros seguido-
res de algún ídolo (por lo general, un conjunto musical, un intérprete
solista, un actor cinematográfico o un deportista) pero es muy difícil
encontrar solidaridades mecánicas intergeneracionales. Incluso, es dable
prever que con el paso del tiempo y la aparición en su vida de nuevos
intereses y ocupaciones, el individuo puede ir perdiendo el nivel de ad-
hesión automática al ídolo y por consiguiente, se ha de debilitar este lazo
con otros habitantes del Escenario UI, ya de por sí más lábil que los re-
feridos en el Escenario U.
Se consuma así la producción del individuo como "sí mismo": ya
no es más que él mismo, sólo constituido por su propio interés y volun-
tad, sin solidaridades que lo aten automáticamente a nada. Pero uso de-

175
ENRIQUE M. DEL PERcro

liberadamente la consumación: en el momento en que este indi-


viduo llega al cenit, comienza su ocaso. Al no encontrar modo de iden-
tificarse con nadie más allá de los intereses, al no poder encontrar un
"nosotros", tampoco puede encontrar un "sí mismo". Lo buscará deses-
peradamente a través de manuales de autoayuda o de la pertenencia a la
barra brava de un club de fútbol o a una pandilla juvenil. Pero en el
horizonte de la reproducción, al habitante de este Escenario III sólo le
queda la expectativa de olvidar la búsqueda imposible del "sí mismo" para
diluirse en el océano indiferenciado de "lo mismo", sea bajo la forma del
consumidor global de los mismos productos o bajo la del fanático fun-
damentalista que, desesperado de encontrar el yo, inventa un "nosotros"
fetichizando un pasado imaginario y demonizando a "los otros" para
construir a partir de ahí su identidad entendida como lo idéntico, como
negación de la diferencia, como lo mismo.
Podría argüirse en contra de esto, que lo precedente no es más que
un juego de palabras, pues mal puede ese sujeto hiperindividualizado ser
lo mismo de nada. Lo único que queda en pie es la diferencia y la fragmen-
tación. Sin embargo, creo que esa diferencia y esa fragmentación son del tipo
de la de las arenas: no existen dos granos exactamente iguales; sin embar-
go, todos ellos son lo mismo, todos están juntos pero no unidos; como di-
ría Nietszche, todos muy chiquitos, muy pareciditos, muy aburriditos.

Volviendo a Durkheim, sabido es que, en su horror de ser confun-


dido con un "opinador" ensayístico, siempre trató de encontrar paráme-
tros e indicadores precisos que le permitiesen operacionalizar sus concep-
tos. En el caso de las solidaridades, este indicador lo constituye el dere-
cho. Una sociedad en la que prima la solidaridad mecánica tendrá pocas
normas, pues no son muchas ni muy complejas las relaciones, y por lo
tanto, tampoco las conductas a regular. Asimismo, estas pocas normas
serán principalmente de derecho represivo, o sea, más o menos lo que
hoy llamamos derecho penal. En cambio, en las sociedades en las que
prime la solidaridad orgánica, encontraremos más normas de derecho
restitutivo: civil, comercial, laboral, administrativo, etcétera, pues el de-
recho debe abarcar la complejidad propia de éstas.

176
La condición social

Por la mayor de las conductas jurídicamente relevan-


tes de los habitantes de la ciudad global están por normas de
derecho restitutivo. En la mayor parte de las veces que un no
habitante de esa ciudad decir el que está fuera del ejido: el forajido)
tiene alguna relación con el sistema judicial, será en función de normas
de derecho represivo. Para corroborar esto basta con visitar los tribuna-
les penales de cualquier parte del mundo y ver la indumentaria de la gente
que circula por los pasillos, con la excepción de los letrados, jueces y
empleados.
En síntesis, aunque con ciertos reparos, puede afirmarse que el de-
recho es restitutivo para los incluidos y represivo para los excluidos del
nuevo orden.
No se me escapa la validez del argumento según el cual, más allá
de estas consideraciones durkheimianas acerca de la solidaridad, para que
exista la ciudad hace falta un sentimiento de fraternidad entre sus miem-
bros, la cual si bien se asemejaría a las solidaridades estudiadas, no se
corresponde exactamente con ellas. En efecto, desde antiguo los pueblos
advirtieron la importancia de este factor. Tal es así, que según la tradi-
ción judía, el primer fundador de ciudades fue Caín tras matar a su her-
mano Abel; asimismo, para la tradición latina, el fundador de Roma fue
Rómulo tras matar a Remo. Como se advierte, la fraternidad es conna-
tural a la fundación de la ciudad, lástima que primero uno de los fratres
tenga que matar a otro. 44

Está claro, pues, que los tres escenarios no constituyen comparti-


mentos estancos. Así como la casa prepara al chico para que aproveche
mejor la escuela, ésta debe prepararlo para que aproveche mejor las po-
sibilidades que le brinda el tercer escenario. Del mismo modo el Esta-
do-nación sigue teniendo un rol sumamente importante, especialmente en
orden a la determinación del modo de integrarse al Escenario IH. Por
cierto, hoy el ámbito de toma de la decisión crítica ya no es el Estado-

44. Para un desarrollo más amplio de estos conceptos y del uso de la violencia
fundacional de la ciudad, ver Del Percio, E., "Habitar la ciudad global", en AA.VV.,
Habitar la tierra. Buenos Aires: Altamira, 2002, p. 157 y ss.

177
Pero a diferencia de lo que ocurre en el p1i-
mero y en los que tener algún de ""''~'~rn,,u,
aunque más no sea votando cada dos años, en este nivel es muy poco lo que
hoy podemos hacer. Quizá aquí radique uno de los más formidables desa-
fíos que en este plano se le estén presentando a la humanidad.
Otro de los elementos insoslayables para efectuar un correcto diag-
nóstico del lugar de la política en la ciudad global, consiste en que mien-
tras en el Escenario II el lugar propio de la política es el espacio públi-
co; en el Escenario esos espacios tienden a desaparecer. Los modos
informáticos de producción conllevan la anulación de la distinción entre
espacio público y espacio privado. "Es conveniente recordar aquí -señalan
Hardt y Negri- que el mercado capitalista es una maquinaria que siem-
pre funciona en contra de cualquier división entre lo interior y lo exte-
rior. Las barreras y exclusiones obstaculizan su marcha; en cambio, pros-
pera cuando puede abarcar cada vez más elementos dentro de su esfera.
La ganancia sólo se genera a través del contacto, la participación, el in-
tercambio y el comercio. La realización del mercado mundial constituirá
el punto de llegada de esta tendencia. Es su forma ideal, no existe lo ex-
terior al mercado mundial: todo el planeta es su dominio. Por ello, po-
dríamos emplear la forma del mercado mundial como modelo para com-
prender la soberanía imperial." 45
Esto está implicando también un profundo replanteo de la noción
clásica de soberanía, la que venía de la mano con una clara distinción
entre el adentro y el afuera; en este caso el adentro y el afuera del Esta-
do. Al desdibujarse esta distinción, se desdibuja también la diferencia
entre la actividad militar y la policial. Así, los ejércitos que reciben sus
órdenes de los líderes de la ciudad global, responden cada vez más a una
lógica de tipo policial. La doctrina de la "guerra preventiva" resulta una
aberración en términos militares clásicos, pero es en realidad una de las
funciones inherentes a la policía: prevenir el delito.
Otra de las consecuencias del desdibujamiento de los límites del
adentro y el afuera pasa por la caída de las defensas que el ciudadano te-

45. Hardt, M. y Negri, A., Imperio. Paidós: Buenos Aires, 2002, p. 180. Acerca
de la tendencia del mercado hacia "una expansión ilimitada e insaciable", ver el
excelente análisis de Carlos Hoevel, "El habitar y el mercado", en Habitar la tie-
rra, op. cit., p. 209 y ss.

117~
La condición social

nía en el Escenario su casa era una defensa frente al mundo del tra-
a la vez, las de la fábrica o de la empresa lo a sal-
vo de su familia. Confieso que me produce un desagrado pensar
en esos "paraísos" imaginados a partir de la proyección de las tendencias
prevalecientes en el Escenario en los que sus felices moradores pue-
den hacer todo cómodamente sentados frente a la pantalla de la PC sin
necesidad de salir (¿"salir" cuando no hay interior/exterior?) de su casa.
Esta cuestión del "adentro" y el "afuera" nos remite al cambio de
la topología del conflicto social. El esquema clásico del conflicto social,
vigente hasta hace dos o a lo sumo tres décadas, se planteaba en térmi-
nos de arriba-abajo. Los de arriba pugnaban por mantener y acrecentar
sus privilegios y los de abajo por cambiar el reparto. esta topolo-
gía sigue vigente, pero se le agrega un elemento nuevo que la comple-
jiza definitivamente: en la parte de abajo encontramos además que mu-
chos están afuera y pugnan por entrar, mientras que los que están aden-
tro pagan un precio cada vez más alto por esa ubicación. Incapacitados
de profundizar la dialéctica clásica frente a sus empleadores para conse-
guir mejores condiciones salariales y de labor, apenas sí pueden solici-
tar tener trabajo en las condiciones que sea. Es decir, pide por favor ser
esclavizado. No estamos hablando tan sólo de gente pobre desde hace ge-
neraciones. Esto vale también para el abogado recién recibido que tra-
baja casi gratis en un estudio jurídico o para el economista que es caje-
ro en un supermercado porque no consigue ocupación.
Ahora bien, ¿qué determina hoy el estar arriba o abajo y adentro
o afuera en el tercer escenario? Pareciera que la definición pasaría por
la disposición de tiempo y espacio. Los que están adentro y arriba, tie-
nen plena disposición de ambos. El director de la empresa multinacio-
nal con poder real en la compañía puede decidir si mañana va a su ofi-
cina o a la reunión de empresarios en Panamá o a jugar al golf. Y pue-
de tomar esta decisión porque sabe que su secretaria y sus asistentes es-
tarán en sus escritorios atendiendo lo que allí ocurra y le comunicarán
inmediatamente cualquier situación que merezca su atención o le trans-
ferirán los llamados de otros que, como él, tampoco necesitan estar en
sus respecfrvos despachos. Es decir, que sus colaboradores tienen una dis-
posición sobre sus tiempos y espacios mucho menor: deben cumplir es-
trictamente el horario asignado (y eventualmente quedarse el tiempo que

17Q
hiciere falta aunque vaya más allá del establecido por contrato) en el lu-
gar de
Los que aún están más abajo y del lado de adentro casi no tienen
disponibilidad de tiempo o espacio: el taxista debe estar doce o catorce
horas diarias dentro del cubículo del automóvil, el kiosquero otro tanto
atendiendo el negocio, el albañil en la obra en la que trabaja y así con
todas las profesiones. A causa de sus magros ingresos y de las necesida-
des exacerbadas de gastar, propias de la forma de estratificación social
en razón del consumo, no puede darse el lujo de trabajar cuarenta horas
semanales o menos. Por tanto, el escaso tiempo que le queda libre es ape-
nas el suficiente como para atender a sus necesidades vitales de alimen-
tación y descanso.
En cambio, el que está afuera -y por el hecho de estar afuera está
también abajo- tiene gran disponibilidad de tiempo pero nula disponi-
bilidad de espacio. Como no tiene ocupación, en teoría puede disponer
de su tiempo a voluntad; pero como no tiene espacio ese tiempo es ape-
nas un eterno y tortuoso presente en el que no tiene lugar el futuro. Pen-
semos en el homeless o en el habitante de las partes más miserables de
las villas de emergencia o de las favelas. Ese hombre, esa mujer, no tiene
donde sentarse a mirar televisión, a leer, a conversar con alguien, a es-
cuchar música con tranquilidad. Obviamente no puede ir a lugares don-
de deba pagar entrada, pero tampoco se siente en "su" lugar cuando está
en espacios públicos. Ese hombre, esa mujer, no tiene donde caerse
muerto, literalmente.
En algunos casos podrán organizarse y complicarles el uso del es-
pacio y del tiempo a los demás: es el caso de los piqueteros argentinos
que cortan calles y rutas como forma de protesta y demanda. Sin embar-
go, los principales perjudicados son aquellos que están también abajo,
aunque del lado de adentro. Los habitantes de las altas esferas de la ciu-
dad global ni se dan por enterados.
Vale hacer notar una paradoja: los de arriba tienen plena disponi-
bilidad de su tiempo, pero su tiempo les es muy escaso. Los de abajo y
afuera tienen también plena disponibilidad de su tiempo, pero no tienen
dónde hacer uso de ese tiempo.
Claro que nada de esto tendría por qué ser así. Las mismas tecno-
logías que están en la base del surgimiento del Escenario III nos brin-

180
La condición social

por vez en la historia la de hablar de


un mundo en el que el ingrato no sea absolutamente necesario.
Un mundo en el cual cada uno pueda producir de acuerdo a sus inclina-
ciones y recibir de acuerdo a sus necesidades. Cuando llegó la compu-
tadora a la oficina, de cinco empleados que había, quedó uno solo: para
qué retener a los otros cuatro si ahora uno solo puede hacer todos los
cálculos y planillas gracias a la nueva tecnología. Los otros cuatro co-
braron su indemnización, uno puso un kiosco, otro una lavandería, otro
compró un taxi y otro creyó que podría vivir de los intereses. Ninguno
de los cuatro pudo mantener el nivel de vida que tenía antes. Sin embar-
go, podría haberse dado otra solución: si en lugar de primar la lógica de
la competencia, que llevó al empresario a prescindir de esos cuatro em-
pleados, hubiese primado una lógica conforme a la cual la economía debe
estar al servicio del hombre y no a la inversa, los cinco empleados po-
drían haber seguido trabajando en la empresa, pero cumpliendo un ho-
rario cinco veces más acotado. Podría haberse dado, pero no se dio. Pero
el futuro está preñado de infinitas posibilidades.
Es cierto, no hay mucho margen para el optimismo. Sin embargo,
corno dice Javier Echeverría, en la medida en que muchas personas, ins-
tituciones y asociaciones civiles tomen conciencia de esas infinitas po-
sibilidades y actúen en consecuencia, tras los inevitables conflictos pre-
vios, la construcción del tercer escenario dejará de ser la de un
infomercado global y podrá convertirse en la construcción de un autén-
tico espacio social. A lo mejor las marchas multitudinarias en todo el
mundo contra la intervención militar en Irak señalan el nacimiento de la
opinión pública de la ciudadanía del tercer escenario. Posiblemente ésa
sea la última esperanza de la humanidad.
Esta esperanza, corno toda esperanza, es utópica. Por algo, la es-
peranza en sentido estricto es una virtud. teologal: no se refiere a esta tie-
rra, a estos lugares sino que está referida a lo que no se da en el topos.
Pero es también una utopía realista. Para decirlo con los términos de
Boaventura de Souza Santos, en nuestro tiempo "la única utopía realis-
ta es la utopía ecológica y dernocrática." 46 Es realista, pues se asienta en

46. de ~ouza Santos, B., De la mano de Alicia. Lo social y lo político en la post-


modernidad. Bogotá: Uniandes, 1998, p. 47 y ss.

181
un de realidad cada vez más aceptado y por ende cada vez más
apto para enfrentarse a las constrncciones de ideas dominantes. Este
principio de realidad consiste en la contradicción creciente entre un sis-
tema para el cual "todo puede ser producido y todo puede ser consumi-
do" y los límites impuestos naturalmente por el ecosistema. "Por otra
parte, la utopía ecológica es utópica porque su realización presupone la
transformación global, no sólo de los modos de producción sino también
del conocimiento científico, de los modos de vida, de las formas de so-
ciabilidad y de los universos simbólicos y, presupone, sobre todo, una
nueva relación paradigmática con la naturaleza que sustituya a la rela-
ción paradigmática moderna. Es una utopía democrática porque la trans-
formación a que aspira presupone la repolitización de la realidad y el
ejercicio radical de la ciudadanía individual y colectiva." 47 En última
instancia, "es una utopía caótica porque no tiene un sujeto histórico pri-
vilegiado. Sus protagonistas son todos los que en las diferentes conste-
laciones de poder que constituyen las prácticas sociales tienen concien-
cia de que su vida está más condicionada por el poder que otros ejercen
sobre ellos que por el poder que ellos ejercen sobre los otros." 48

47. Ídem.
48. Ídem.
Entre 1992 y 1993 mis responsabilidades en la función pública me
llevaron a participar activamente del proyecto de reforma política enca-
rado por el entonces Ministro del Interior, Gustavo Béliz. Allí tuve opor-
tunidad de constatar que la llamada "crisis de la representación política"
era un fenómeno mucho más universal de lo que parecía. En efecto, aún
en los países en que los indicadores económicos, sociales y culturales
mostraban el más alto nivel de desarrollo humano, la gente manifestaba
un agudo escepticismo con respecto a la representatividad de sus gober-
nantes. Eso me hizo pensar que tal vez las tribulaciones de la represen-
tación política no fuesen consecuencia de la vigencia de las listas sába-
nas en un país o de las elecciones por circunscripciones uninominales en
otro o de lista incompleta en un tercero. De allí, pasé al estudio deteni-
do de las distintas teorías explicativas de la crisis de todas las formas de
representación política, algunas de las cuales sintetizo al referirme a la
crisis de las ideologías en el capítulo referente a la legitimación. Pero cada
vez que creía haber encontrado la teoría satisfactoria, encontraba un de-
tractor igualmente convincente.
Comencé pues a profundizar el análisis de la problemática vincu-
lada a la noción de representación en general, sin limitarme a la repre-
sentación en sentido político. Para mi sorpresa he ido advirtiendo a lo
largo de la investigación una serie de relaciones muy profundas entre los
distintos ámbitos en que se da la representación: en el arte, en la concep-
ción de la verdad y en la política. La representación, como clave inter-
pretativa de esos tres ámbitos, surge en reemplazo de la adecuación
como tal clave, y a su vez va a ser reemplazada en nuestro tiempo por
la reproducción. Asimismo, se advierte una clara relación entre la for-
ma de ;ealizar los intercambios y cada una de estas claves: el trueque
como µn modo de constante búsqueda de adecuación; el dinero como
'
M. DEL PERCIO

elemento que representa lo valuado y, la reproducción del


dinero en el mundo de las finanzas.
Espero que el lector no se acobarde ante la aparente complejidad
de lo expresado y tenga el valor (y la gentileza) de continuar leyendo.

Hasta el siglo XVI la adecuación ha desempeñado un papel funda-


mental en la construcción de sentido de la cultura europea. Lo bello, lo
verdadero y lo bueno, para ser tales, debían asumirse de algún modo
como adecuación (ad aequatio: tender a igualar) o semejanza. Los tres
elementos desde Platón suelen ser vistos como los "trascendentales del
ser'', pero a mi criterio no tienen que ver tanto con la ontología como
con la psicología: son los dadores de sentido a la existencia humana por
ser objeto del constante anhelo, deseo o trieb de los individuos de esta
especie, a la que supongo que pertenecemos la mayoría de nosotros.

El arte
Con respecto a lo bello, la manifestación artística tenía un carác-
ter marcadamente simbólico, siendo el símbolo uno de los modos de la
adecuación. Se trataba de crear obras que reenviasen desde estas reali-
dades mundanas a las celestiales. A fines del siglo VI el Papa Gregorio
Magno puso fin en Occidente a la disputa acerca de la existencia de imá-
genes en los templos con la célebre sentencia: "La pintura puede ser para
los iletrados lo mismo que la escritura para los que saben leer". Similar
querella aunque con ribetes mucho más escandalosos tuvo lugar en Orien-
te con el triunfo de los iconoclastas en primera instancia. El posterior
éxito de sus rivales a fines del siglo VIII llevó más lejos la concepción
gregoriana. Las pinturas que se hallaban en las iglesias ya no eran vis-
tas como simples ilustraciones para uso de los que no sabían leer. Se las
contemplaba como reflejos misteriosos del mundo sobrenatural49 . En toda
Europa el artista dejó de cotejar sus fórmulas con la realidad; ya no se

49. Gombrich, E. H., La historia del arte. Buenos Aires: Sudamericana, 1999, p.
137 y SS.
La condición social

dedicó a realizar descubrimientos acerca de cómo un cuer-


po o crear la ilusión de volumen o profundidad. Hasta fines del siglo XIV
en que acaece la recepción por el arte del nominalismo y su cuidado por
lo individual5°, no se advierte por del artista el menor interés por
reproducir o representar la realidad tal como él la ve, sino por cumplir
con la finalidad pedagógica y andragógica a la que había sido llamado,
para lo cual hubo de servirse principalmente del símbolo.

Lo
En correspondencia, la verdad era definida como adecuación del
intelecto a la cosa o de la cosa al intelecto. El microcosmos adecuado al
macrocosmos. Todo lo de abajo es igual a lo de arriba, según reza la
Tabla Esmeralda de Hermes Trismegisto. El oro era estudiado en razón
de su adecuación con el sol y la plata con la luna; el girasol seguía al sol
por semejanza; la nuez era buena para curar los dolores de cabeza por
su parecido con el cerebro, y así podríamos seguir dando un sinnúmero
de ejemplos. Las cosas del mundo sublunar debían adecuarse a las celes-
tiales. Foucault, al comienzo de Las palabras y las cosas, habla de cua-
tro formas de organización de los saberes antes del nacimiento de la cien-
cia y la filosofía modernas, que son formas de semejanza o adecuación:
conveniencia, emulación, simpatía y analogía51 . Esta última categoría, por
cierto, fue la niña mimada de la escolástica medieval.

En cuanto al bien, era entendido principalmente como adecuación


a lo Bueno por antonomasia: "toda cosa tiende a la semejanza divina
como a su propio fin" 52 dirá Santo Tomás. Pero aquí me interesa dete-

50. Cfr. Hauser, A., Historia social de la literatura y del arte. Barcelona: Guadarrama,
1978, p. 320 y ss. Cfr. también la tesis de Roberto Doberti sobre la influencia
platónica en el románico y aristotélica en el gótico.
51. Foucault, M., Las palabras y las cosas. Buenos Aires: Siglo XXI, 2002, p. 26
y SS.
52. Unumquodque tendit in divinam similitudinem sicut in propriumfinem (C.G.
m, c.'25).

185
nerme en lo bueno que se aborde
el tema, siempre está la adecuación. Durante todo el medioevo
fue mayoritariamente la necesidad de adecuar el orden sublunar
al celeste. Así como en los cielos existe una escala que va de Dios hasta
la última de las jerarquías angélicas, también en la tierra se encuentran
el Papa o el Emperador (acerca de cuál de los dos tenía la primacía nunca
hubo acuerdo), los obispos, los clérigos y los fieles en la Iglesia, y los
reyes, príncipes, duques, condes, artesanos, comerciantes y campesinos
en la sociedad laica. Esta misma línea argumentativa, con múltiples va-
riantes y llegando incluso a conclusiones opuestas pero respetando siem-
pre la noción de adecuación, la podemos seguir desde San Agustín en el
siglo V hasta la querella entre Ockham y Juan XXII en el siglo XIV,
pasando por Dante y su Tratado sobre la monarquía en el siglo XII. En
Tomás, el bien común es entendido como la participación de cada una
de las partes en el bien del todo; aquí debe recordarse que para el aquinate
"todo lo que se participa viene determinado al modo del participante"54 ,
lo que es leído por uno de sus intérpretes en estos términos: "podemos
decir que participar significa en el participante recibir de modo esencial
o gradual algo del participado como propio acto según una forma de
analogía o semejanza55 ".
Es de destacar que en ese marco incluso la representación política (por
ejemplo, ante las Cortes) se daba como adecuación por sustitución. Era un
par, un igual, el que tomaba el lugar de su estamento o de su guilda en la
asamblea. Era una representación de tipo cualitativo y no cuantitativo. A
la inversa de lo que acontece con la representación moderna, pues éste im-
plica la representación de cantidades de votos, de acciones o de dinero.

53. Sin duda, la vinculación entre lo político y el bien causará extrañeza -e inclu-
so perplejidad- en más de un lector, especialmente argentino. Al respecto, Leo
Strauss en su obra ¿Qué es filosofía política? señala: "Toda acción política está
encaminada a la conservación o al cambio. Cuando deseamos conservar, tratamos
de evitar el cambio hacia lo peor; cuando deseamos cambiar, tratamos de actualizar
algo mejor. Toda acción política, pues, está dirigida por nuestro pensamiento sobre
Jo mejor y sobre lo peor. Un pensamiento sobre lo mejor y lo peor implica, obvia-
mente, el pensamiento sobre el bien ... "
54. C.G. I, c. 32
55. Cardona, C., citando a E. Scheller, en La metafísica del Bien Común. Madrid:
Rialp, 1966, p. 22. La itálica es mía.

186
La condición social

Ese horizonte de sentido signado por la adecuación va a dar lugar


a su reemplazo por la representación, primero en el ámbito de lo bello,
luego en el de lo verdadero y finalmente en el de lo bueno para la co-
munidad.
Por cierto, la noción griega de representación guarda alguna rela-
ción con la concepción moderna. Algunos incluso describen el supuesto
paso de la mitología a la filosofía como el paso de una forma simbólica
a una representativa de conocimiento de la realidad. También el arte grie-
go busca representar la realidad. La conocida anécdota del duelo entre
Apeles y Junón, donde uno pinta un cuadro que representa tan bien un
plato con alpiste que los pájaros van a la pintura a comer allí, mientras
el otro pinta un telón tan perfecto que su rival mismo es el engañado.
Esto se debe a que el dinero nació cerca de Grecia, más precisamente en
Lidia en el siglo VII a.c., pero fue con la adopción por Grecia de esta
genial invención que su uso comenzó a propagarse por el Mediterráneo
desde mediados del siglo VI. Como dice Jack Weatherford, la gran lu-
cha entre las ciudades mercantiles de Grecia y el imperio de Persia re-
presentó un choque entre el viejo y el nuevo sistema de crear riquezas;
entre el sistema de mercado, basado en principios oligárquico-democrá-
ticos y un sistema basado en un poder autocrático y centralizado, es de-
cir, un choque que se ha repetido varias veces en la historia. "La revo-
lución monetaria gatillada por los reyes de Lidia dio por concluida la tra-
dición heroica griega e inició la evolución que los convertiría en una
rn:1.ción inspirada en el comercio. Con la difusión de la moneda y del al-
fabeto jónico, surgió una nueva civilización."56
Sin embargo, el concepto de representación existente en el arte no
pasó a la política e, incluso, es muy discutible el parentesco del concepto
griego de representación aplicado a la filosofía con el concepto moder-
no de representación, y sin duda no es aplicable a la idea de ciencia. Ocu-
rre que el dinero en Grecia no tenía solamente un carácter representati-
vo y cuantitativo sino sacral y cualitativo. Además, no había llegado a
monetarizarse la vida cotidiana de relación social hasta el punto en que
56. W,eatherford, J., La historia del dinero. Sgo. de Chile: Andrés Bello, 1997, p.
61.

187
ENRIQUE M. DEL PERCIO

se en la modernidad. De todos no es incorrecto afirmar


que la representación tiene su origen remoto en Grecia. Esta idea de re-
presentación luego tiene una cierta continuidad en Roma, mas será re-
cién en la modernidad cuando se difunda hasta el punto de conformar el
horizonte de sentido. Esto ha de ir ocurriendo en la medida en que la mo-
neda deja de ser usada casi exclusivamente para el pago de tributos y para
el comercio en gran escala (como había ocurrido en Grecia y Roma) y
pasa a integrar el paisaje de lo cotidiano hasta llegar casi a monopolizar-
lo. Pero no adelantemos el final de la historia y sigamos paso a paso.

El arte
Cuando el artista de fines del siglo XIV compone su obra, lo que
intenta hacer es volver a presentar (re-presentar) una escena o un perso-
naje sagrado tal como él se imagina que habrá sido. Como vimos al es-
tudiar el surgimiento de la estratificación por clases en razón de la acu-
mulación, el burgués otorga a toda la realidad las características del di-
nero: homogéneo, racional, calculable y ligeramente discontinuo. Como
señala María Regnasco en Crítica de la Razón Expansiva: "L.a perspec-
tiva central del arte renacentista es, antes que nada, la invención de un
universo dominado. El espacio del arte renacentista no es, como el del
arte medieval, un espacio discontinuo, fragmentario. La representación
de un espacio único, infinito, continuo y homogéneo, racionalizado por
una calculada geometría desde un único punto de fuga, es una audaz abs-
tracción que no se inspira en un deseo de imitar la naturaleza, sino de
dominarla. Los valores estéticos se subordinan a criterios racionales. Las
leyes del arte se matematizan. 57 "
Como veremos en seguida, esto vale también para el problema de
la verdad. Por eso, continúa diciendo Regnasco: "Esta tendencia artísti-
ca expresa la misma aversión por todo lo que escapa al cálculo y a la pla-
nificación, propias del proyecto del nuevo capitalismo europeo. Arte,
ciencia, son manifestaciones del mismo espíritu calculador que se impone
en la organización del trabajo, de la técnica comercial, de la contabili-
dad y de la política."58

57. Regnasco, M. J., Crítica de la Razón Expansiva. Buenos Aires: Biblos, 1995, p. 23.
58. Ídem.

188
La condición social

La por al a acceder a través de un len-


guaje simbólico a una realidad distinta de la cotidiana, dejará lugar al
interés por plasmar el motivo religioso tal como el artista cree o imagi-
na que habrá acontecido. Una de las primeras pinturas en que se emplea
la perspectiva es una escena que re-presenta la flagelación de Cristo. En
ella aparece en un plano un soldado romano mientras que Jesús
está en un segundo plano, y por lo tanto tiene en el cuadro un tamaño
menor que el del soldado. Esto hubiera sido impensable en la plástica
medieval, pues Cristo debía ocupar un lugar central y tener un tamaño
mayor que el resto de los personajes. De todos modos, como puede verse
con claridad en la obra de Giotto, Bruneleschi o Masaccio, la pintura
comienza a asumir la forma moderna de la representación, pero ello no
implica aún el reemplazo definitivo de la adecuación, cosa que recién
sobrevendrá con la magnífica pléyade de retratistas y paisajistas del si-
glo XVI.
Lo propio ocurre en el ámbito de la literatura. Hasta más allá del
Renacimiento, el lenguaje forma parte de la gran distribución de seme-
janzas y adecuaciones. Sus elementos tienen, como los animales, las plan-
tas o las estrellas, sus leyes de afinidad y de conveniencia, sus analogías
obligadas. Como explica Foucault, el contenido representativo del len-
guaje que tendrá tanta importancia a partir del siglo XVII y que servirá
como hilo conductor de su análisis, no desempeña hasta entonces papel
alguno. "Las palabras agrupan sílabas y las sílabas letras porque hay de-
positadas en éstas virtudes que se oponen o se atraen unas a otras." 59
En síntesis, es durante el extraordinario siglo XVI que comienza a
abrirse paso el carácter representativo del arte. El mejor ejemplo lo cons-
tituye la representación de la representación, como la brinda Shakespeare
con el teatro dentro del teatro en Hamlet, o Velázquez con el cuadro den-
tro del cuadro en Las Meninas, o Cervantes con la novela dentro de la
novela, como el Quijote de la segunda parte, que no había leído sus pro-
pias andanzas aparecidas en la primera. A propósito del Quijote, y con-
trariando mi promesa de no abundar en citas, escuchemos una vez más
a Foucault: "Entre estos dos volúmenes y por su solo poder, Don Qui-
jote ha tomado su realidad. Realidad que sólo debe al lenguaje y que per-

59. Foucault, M., Op. cit., p. 43.

189
manece por en el interior de las La verdad de Don
Quijote no está en la relación de las con el mundo, sino en esta
tenue y constante relación que las marcas verbales tejen entre ellas mis-
mas. La ficción frustrada de las epopeyas se ha convertido en el poder
representativo del lenguaje. Las palabras se encierran de nuevo en su
naturaleza de signos." 6º

Por su parte, la verdad deja de ser la adaequatio intelecto rei para


ser la representación que el sujeto hace (o se hace) del objeto. No sólo
no se trata ya de encontrar en todo semejanzas y adecuaciones, sino muy
por el contrario, la verdad pasa a ser tal a partir de que gracias al méto-
do podemos formamos ideas claras y distintas. Es el sujeto fuerte que ha
adquirido una gran seguridad en sí mismo (¿sí mismo?) el que vuelve a
hacer presente (re-presentación, vorstellung-darstellung) las cosas en su
entendimiento.
Con el protestantismo, esa segmidad se manifiesta en el individuo
que se considera apto para entender la Biblia sin ninguna mediación
magisterial y pasa a considerar a la Eucaristía como una representación
de la Última Cena en sustitución de la creencia católica en la presencia
real de Cristo en la hostia. Recordemos que para que Jesús se haga pre-
sente en el pan, la doctrina católica establece que es preciso que el sa-
cerdote pronuncie durante la consagración la fórmula ritual adecuada
para producir la transubstanciación.
Concordantemente, la ciencia entiende por verdadero (o al menos
por cognoscible) lo que puede ser representado, en un doble sentido: por
un lado, mediante el experimento se vuelve a hacer presente el hecho o
la cosa; por otro lado, mediante la representación geométrica (líneas
cartesianas) en la vertiente racionalista o la representación aritmética (cál-
culo experimental) en la vertiente empirista. Estas ideas que nos hablan
de la correspondencia entre la nueva ciencia de Galileo y la filosofía de
Descartes por un lado y la de Bacon por otro, se perfeccionan con la re-
presentación matemática del tiempo, el espacio y todo lo corpóreo exis-

60. Ídem, p. 55. La itálica es mía.

190
La condición social

tente en el universo por cuyo correlato filosófico


lo encontramos en Kant. Pronto veremos la vinculación entre la
monetarización de la economía y la cuantitativa del
y el espacio.
Ciertamente, este horizonte representativo pareciera encontrar un
quiebre con Hegel. Sin embargo, hay dos elementos a tener en cuenta:
Por un lado, el comentario de Mario Casalla a la sentencia del pensa-
dor de marras que en referencia a la noción de tradición en Herder dice que
"el contenido de esta tradición es lo que ha creado el mundo espiritual". Se-
gún Casalla, "si la tradición es creadora del mundo espiritual --esto es, en
términos hegelianos, de la forma más acabada de la historia- ello sólo
es posible sobre la base de considerar a ésta como el gran teatro donde,
mediante un único desenvolvimiento, se genera, a través de infinidad de
vicisitudes, el presente. Y esto es efectivamente lo que ocurre. La histo-
ria hegeliana tiene un solo personaje y un solo tema; alrededor de ellos se
generan múltiples acompañantes y situaciones, pero todas ellas anudadas
y dependientes de ese personaje central"61 . En nuestras categorías, pode-
mos traducir esto como la representación (teatral) de la Idea.
Por otro lado, si leemos a Hegel desde Marx o desde Kierkegaard
y calificamos su pensamiento como abstracto, podremos apreciar una serie
de similitudes entre su sistema y el dinero, fetichización mediante, y su
carácter representativo. Profundizar esta línea excede holgadamente los
límites de este trabajo, por lo que me limito a mencionarlo.
También debo limitarme a realizar apenas una escueta mención de
los románticos y de los pensadores reaccionarios de principios del XIX.
Creo que en ellos sí se advierte un quiebre con el horizonte de la repre-
sentación. Más aún, se podría afirmar que éstos han pretendido casi con
desesperación retornar al horizonte de la adecuación. Las razones que
explicarían este aparente hiato también exceden el marco de este traba-
jo. De todos modos, es evidente que en Comte, Spencer y, de algún
modo, en Marx, se retoma el horizonte de la representación, por lo que
podemos ver a aquellas corrientes como un paréntesis o, si se prefiere,
como uno de tantos caminos que corren en sentido contrario a las gran-
des avenidas que estamos señalando en este plano categorial.
61. Casalla, M., Crisis de Europa y reconstrucción del hombre. Buenos Aires:
CaStañeda, 1977.

191
Siguiendo libremente a afirmar que en el
ámbito de lo político el paso de la adecuación a la representación comien-
za cuando el príncipe renacentista representa una obra teatral ante sus
súbditos: desde que se levanta hasta que se acuesta; desde la ornamenta-
ción hasta el discurso, pasando por el casamiento, todo es una gran puesta
en escena. Luego vendrán los monarcas absolutos considerados represen-
tantes de Dios sobre la tierra. Finalmente llegará el turno de la represen-
tación propiamente moderna: la representación parlamentaria. En esta los
legisladores simulan hacer presente en el recinto los intereses y manda-
tos de la totalidad de la ciudadanía.
No encuadra en el propósito de este trabajo efectuar un análisis his-
tórico del derrotero seguido por el concepto en estudio. Simplemente
quiero agregar que para la mayor parte de las concepciones modernas de
la representación política (y obviamente sindical, deportiva, empresarial,
profesional, etcétera) es preciso un componente voluntario tanto de la
selección del representante como de la afinidad de los representados. Ser
representante no es una "función natural" o resultado de un designio di-
vino, sino -en términos ideales- una elección deliberada de los repre-
sentados y una aceptación también deliberada del representante.
En la base de esta idea está la noción de que ha de existir un gru-
po representado, ya sea de partidarios de una ideología política, de ciertos
intereses profesionales, de clase, territoriales, o lo que fuere. Lo llama-
tivo es que la noción de grupo es una noción típicamente moderna. De
hecho, como ya hemos visto, la palabra "grupo" nace en la Italia rena-
centista (gruppo) para hacer referencia al conjunto escultórico de figu-
ras humanas. No se sabe a ciencia cierta cuál es el origen etimológico del
vocablo, pero no encontramos con anterioridad ningún otro término que
sirva para designar a genéricamente a todo conjunto de dos o más per-
sonas que interactúen significativamente en pos de un objetivo explíci-
to o implícito, en función de cuyo logro están dispuestos a respetar un
mínimo de normas y valores 63 . Pues bien, el factor volitivo que hace a
62. Cfr. Baudiillard, J., El intercambio simbólico y la muerte. Caracas: Monte Ávila,
1992.
63. Más llamativo aún es que este origen tardío no llame la atención de los soció-
logos, que estudian este fenómeno como si fuera un elemento invariante de la socialidad
humana.

192
La condición social

la existencia del grnpo normalmente se ve acompañado por factores "na-


turales": vecindad, edad, parentesco, relación laboral, etcétera. Sin em-
bargo, a medida que crece la complejidad de las interacciones sociales
este elemento "natural" se hace más innecesario, hasta llegar a su abso-
luta eliminación en los cibergrupos de los que se puede entrar o salir cuando
se desea, sin dar explicaciones y sin siquiera pedir permiso. Sin duda, éste
es un aspecto a tener en cuenta al hablar de la supuesta "crisis" de la repre-
sentación política, a la que haremos referencia más adelante.

Llamativamente, también el horizonte de la representación dejará


su sitial de privilegio al nuevo horizonte en la misma secuencia en que
antes lo había hecho el de la adecuación: el arte, la idea de verdad y lo
político.

El arte
En los últimos lustros del siglo XIX comienza la crisis de la idea
de representación en arte con Mallarmé en la poesía, Kandinski en la pin-
tura, Stravinsk:y y Schonberg en la música, y un largo etcétera. A par-
tir del daguerrotipo, y más claramente desde la aparición de la fotogra-
fía, cambia la mirada sobre el mundo y el arte avanza sobre nuevos te-
rrenos, dejándole a la técnica la misión de volver a hacer presente (o sea
re-presentar) la realidad. Pero como advierte Benjamín, esa invención
constituye el anuncio de una nueva época: la del predominio de la
reproductibilidad técnica en el arte y de los valores a ella vinculados, a
saber lo exhibitivo y lo político. 64 El paso de la representación a la re-
producción en las manifestaciones plásticas se corresponde con la deca-
dencia de las democracias representativas en tiempos de Benjamín y el
ascenso de los totalitarismos reproductivistas y, por definición, negadores
de toda diferencia. Es dable, a esta altura, plantearse si los temores de
Benjamin quedaron aventados con la derrota del nazismo o si la lógica

64. Cfr. Entel, A. et al. Escuela de Frankfurt. Razón, arte y libertad. Buenos Ai-
res: Éudeba, 1999, p. 154 y ss.

193
ENRIQUE M. DEL PERCIO

de la no se continúa en el pensamiento del mismo


modo que la lógica concentracionaria se continuaría en numerosos ám-
bitos -principalmente laborales- contemporáneos.
Quizá en este caso deba hacer una concesión a los paréntesis
derridianos y hablar de (re)producción, pues las posibilidades que abren
las nuevas tecnologías, especialmente en materia de diseño, hacen que no
podamos hablar de reproducción sin más, tal como podía hacerlo
Benjamín al vincular la fotografía con las líneas de montaje de aquellos
tiempos: una foto igual a otra, un auto igual a otro, etcétera. Pero tam-
poco estamos frente a la originalidad propia por ejemplo de la obra de
arte romántica. Ni producción original, ni lisa y llana reproducción, pre-
fiero escribir (re)producción. Nos queda así por un lado un arte hermé-
tico, de enorme complejidad, a cuya comprensión sólo acceden un selecto
grupo de expertos, y por otro la (re )producción no sólo de originales
creados en las épocas de la adecuación y de la representación, sino de
meros productos de una industria cultural -para usar un término caro
a los amigos de Benjamin65 - cuyo mejor exponente lo encontramos en
Hollywood y sus constantes (re)producciones de guiones exitosos,
remakes, etcétera. También podemos ver algo de esto en la televisión:
además de la (re)producción de programas a nivel universal, se advier-
te la desaparición del héroe (referencia mítica vinculada al horizonte de
la adecuación) y de la representación de dramas, comedias o tragedias y su
reemplazo por la (re)producción de la vida cotidiana ya sea bajo el manto
de la exhibición "real" (Gran Hermano) o con líneas argumentales que en
nada se salen de lo cotidiano como las series de Sony TV, telenovelas "for-
mato Suar" y un largo etcétera. En materia arquitectónica vale señalar el
caso de los grandes edificios espejados que no hacen sino (re)producir pai-
sajes o edificios circundantes construidos en tiempo pretérito.
Y cuando el héroe reaparece, lo hace siempre como reproducción
de paladines anteriores: Batman, el Hombre Araña, Superman, el Zorro,
Gatúbela. Todos ellos, además, con problemas de doble personalidad,
caracterizados por ser auténticos antihéroes cuando asumen su persona-
lidad "normal". Exactamente lo contrario del héroe clásico, cuya fama

65. Obvia referencia a Horkheimer y Adorno Dialéctica del Iluminismo. Buenos


Aires: Sur, 1971, cuya lectura es una referencia obligada para una adecuada com-
prensión de lo que estoy exponiendo en este punto.

194
La condición social

lo perseguía por que en ocasión debie-


ra disfrazarse. Pido por esta digresión acerca de la curiosa psi-
copatología del héroe cinematográfico y recalco una vez más que ya no
hay héroes nuevos.

En el ámbito de la filosofía, la crisis de la representación la tene-


mos preanunciada por Nietzsche y concretada desde los años '30 por pen-
sadores tan disímiles como Wittgenstein, Russell, Heidegger o Lacan.
Nietzsche, con su estilo demoledor, caracteriza toda esta saga en
forma feroz, quizá grosera, quizá caricaturesca y exagerada, pero sin
duda genial, en "Historia de un error", subtítulo del capítulo "De cómo
el 'mundo verdadero' acabó convirtiéndose en una fábula" de su libro
El crepúsculo de los ídolos. Es imposible resistir la tentación de
transcribirlo íntegro:
"l. El mundo verdadero es asequible al sabio, al virtuoso; él es quien
vive en ese mundo, quien es ese mundo.
(Ésta es la forma más antigua de la Idea, relativamente simple y
convincente. Se trata de una transcripción de la tesis: Platón,
soy la verdad').
2. El mundo verdadero no es asequible por ahora, pero ha sido prometi-
do al sabio, al piadoso, al virtuoso ('al pecador que hace penitencia').
(La Idea ha progresado, se ha hecho más sutil, más capciosa, más
difícil de entender, y se ha afeminado, se ha hecho cristiana ... ).
3. El mundo verdadero no es asequible, ni demostrable, ni puede ser
prometido, pero, por el hecho de que se pueda pensar, constituye un
consuelo, una obligación, un imperativo.
(El antiguo sol sigue alumbrando al fondo, aunque se lo ve a
través de la neblina y del escepticismo; la Idea ha sido sublimada,
se ha vuelto pálida, nórdica, koenigsburguense).
4. ¿Es inasequible el mundo verdadero? En cualquier caso, no lo he-
mos alcanzado, y por ello nos es también desconocido. En conse-
cuencia, no puede servirnos de consuelo, ni de redención, ni de obli-
gación. ¿A qué nos podría obligar algo desconocido?

195
Primer bostezo de la razón. Canto del del

5. El 'mundo verdadero' es una Idea que ya no sirve para nada, que ya


ni siquiera obliga, una Idea que se ha vuelto inútil, superflua; en
consecuencia es una Idea que ha sido refutada: eliminémosla.
(Día vuelta del sentido común y de la sereni-
dad alegre; Platón se pone rojo de vergüenza y todos los espíritus
libres arman un ruido de mil demonios).
6. Hemos eliminado el mundo verdadero: ¿qué mundo ha quedado, el
aparente ... ? ¡No! Al eliminar el mundo verdadero hemos elimina-
do también el aparente.
(Mediodía; instante de la más breve sombra; fin del más largo
error; punto culminante de la humanidad; incipit Zaratustra)."

José Luis Pardo, comentando este célebre pasaje de Nietzsche, dice


que allí "se cierra el ciclo de un juego de lenguaje en el que el pensa-
miento, devenido razón y representación, se lo juega, por así decirlo,
todo: responde al desafío de inscribir en el espacio inteligible la diferen-
cia que atraviesa el ser desde que espacio para su sensibilización, un
espacio gráfico y civil en el que puede advenir a la representación, en
el que puede adquirir un vocabulario y un sistema conceptual( ... ). Ahora
bien, cuando esta labor se cumple en la culminación de la Metafísica, el
discurso mismo( ... ) se identifica con la sustancia en la coincidencia úl-
tima del ser y el saber absolutos. Ya no hay, pues, ninguna exterioridad
a la que el discurso pueda referirse, ningún ser ajeno a la representación
que representarse pueda, ninguna verdad en-cubierta por des-cubrir. Y
este descubrimiento es el que, bruscamente, la hace aparecer no ya como
representación del ser sino como representación de (la) nada, no-repre-
sentación. Expresémoslo en términos semiológicos: mientras un signo es
lo que representa otra cosa, la utilización del término 'otra' testimonia
una diferencia, una exterioridad y una posibilidad referencial; cuando al
contrario, el signo sólo remite a sí mismo, en acto sui-referencial y auto-
alusivo, el signo deja de ser tal para convertirse en cosa, cadáver semió-
tico que ha dejado de ser lenguaje para devenir paisaje, naturaleza muerta,
decorado artificioso de la existencia. Y tal es, en nuestros días, la con-

196
La condición social

dición del de la estética y no de la 66


Mera re-
agrego yo.
unJu'"'"''"v''1.

Muchas y tremendas consecuencias se de este descubrimiento


de la vacuidad discursiva y la mera de lo mismo. Pero cu-
riosamente de algunas de ellas no se y si bien no ser tan
importantes como otras, creo que no son tan nimias: por eso no
sólo por eso). tienen cada vez más matriculados las carreras en donde se
trabaja más sobre el discurso que sobre el como ciencias de
la comunicación social o periodismo; por eso no sólo por eso)
los maestros cada vez saben más cómo enseñar pero menos qué enseñar,
siendo particularmente notoria la preeminencia de las materias pedagó-
gicas por sobre las de contenidos "fuertes" en los programas de actuali-
zación; por eso (aunque no sólo por eso) en las escuelas se enseña inglés
y computación pero no se enseña decir en ningún idioma ni en nin-
gún soporte gráfico o electrónico. Porque, en más que
nunca, lo verdadero para el común de los mortales es lo que más veces
se reproduce por los medios masivos. Pero también otra verdad, a
la que sólo acceden los expertos, sean los filósofos (cada vez más aleja-
dos de los intereses y necesidades de la gente) o los tecnócratas.

Hasta el hartazgo nos hablan de la crisis de de los


políticos, cuando no lisa y llanamente de la crisis de la representación
política. Politólogos, filósofos y sociólogos debaten sobre las causas de
este fenómeno, y por cierto muchos de sus son muy
atendibles y tienen una gran dosis de verosimilitud. A mi entender hay
cinco enfoques del tema que son especialmente de mención:
Numerosos analistas esta crisis a la que se
deriva de los nuevos modos de económica. En los mejores
tiempos del capitalismo o sea durante el de la es-
tratificación en clases sociales en razón de la
trabajaban juntos durante muchos años
físico con sus pares, lo que generaba una identificación de m1:en;ses.
pectativas y puntos de lo mismo con los <ci111.Jl'~ac•v~
66. Pardo, J. L, La Metafísica. Barcelona: Montesinos, 1989, p. 95.

197
ENRIQUE M. DEL PERCIO

empresa o repartición. También los profesionales, comerciantes, trabaja-


dores rurales, etcétera, pasaban sus vidas en una situación relativamente
estable y con un mayor contacto con sus iguales, pues también sus igua-
les eran tales por más tiempo. Tan estable como la pertenencia a un ám-
bito laboral lo era la pertenencia a un barrio y al núcleo familiar. Esta suma
de estabilidades le permitían al sujeto identificarse consigo mismo y con
su estrato social, y asumir todas las consecuencias de esa pertenencia.
El final de esa época y el paso a un sistema de producción altamente
dinámico, con el consecuente desplazamiento de lugar de trabajo, migra-
ciones, inestabilidad del vínculo marital y todas las características de frag-
mentación social y subjetiva propia de una estratificación por clases en
razón del consumo, tendrían como consecuencia -según la postura que
estamos describiendo- que los conflictos tiendan a ser primordialmen-
te individuales o que los sujetos respondan a demandas puntuales, pudien-
do encontrar a sus protagonistas alternativamente unidos o enfrentados.
Por ejemplo, Raquel puede ser una activa opositora a la legislación que
prohíbe el consumo de marihuana y tener serios enfrentamientos a raíz
de sus ideas al respecto con Carolina, su compañera de estudios, con quien
sin embargo comparte la vanguardia en las manifestaciones para salvar
a las ballenas. Ningún partido político, ningún diputado, puede satisfa-
cer al mismo tiempo las demandas de Raquel y de Carolina.
Otra explicación estrechamente vinculada a la que acabamos de ver,
plantea que la velocidad de los cambios y la complejidad de la vida so-
cial contemporánea hacen que un representante no pueda saber con an-
telación qué postura habrá de adoptar ante las diferentes alternativas que
se le presenten en su labor parlamentaria o gubernativa, por lo que mal
puede anunciar en su plataforma lo que va a hacer, y por ende sus supuestos
representados no saben a ciencia cierta qué están votando cuando lo eli-
gen. Hasta hace apenas dos décadas no hacía falta conocer a la persona que
se postulaba para un cargo: uno sabía qué votaría en la Cámara un dipu-
tado comunista, liberal, socialista, radical o justicialista en materias tan
dispares como derecho de familia, seguridad, política nuclear, educación,
relaciones internacionales o salud pública. Hoy eso ya no es posible.
La tercera línea argumental pone el acento en la crisis del Estado y
la concomitante crisis de la política de matriz estatocéntrica característica
de la situación imperante en el Escenario Global Virtual. El poder estatal

198
La condición social

ya no es la última instancia de decisión y por lo tanto no o


quienes sean los que se hacen cargo del gobierno del Estado.
Una cuarta postura, poco difundida pero a mi juicio con igual con-
sistencia teórica que las precedentes, dice que el mayor nivel educacio-
nal alcanzado en la actualidad por los representados pone a los represen-
tantes en la incómoda situación de estar menos capacitados que aquellos,
y por tanto, mucho más expuestos a sus críticas y demandas. Por ejem-
plo, en el caso de la Argentina, el distrito en el que se registra la acti-
tud más crítica hacia los miembros de los tres poderes del Estado es la
Capital Federal; más de la mitad de sus electores tienen al menos el se-
cundario completo, y la misma proporción ha pisado las aulas universi-
tarias por más de un año o tiene en su casa o en su lugar de trabajo a al-
guien que lo ha hecho. Antaño, el diputado era "el dotor" y nadie osaba
juzgar su labor parlamentaria, lo que todavía sigue ocurriendo en algunas
localidades del interior del país. Pero la población más educada -según
esta postura- es más crítica: se anoticia de la actividad de los gobernantes
y tiene suficientes elementos de juicio como para opinar fundadamente.
Por último están quienes atribuyen a la televisión la responsabili-
dad mayor de la crisis de la representación. La cultura de la imagen cons-
pira contra el pensamiento abstracto, por lo que sería antitética con la
lógica discursiva propia de la representación, especialmente la parlamen-
taria. La representación presupone el debate, el intercambio de ideas, para
que el representado sepa qué está eligiendo, pero los tiempos televisivos
no permiten hablar más de cinco minutos sin interrupciones y en ese lapso
no es posible desarrollar cabalmente una idea. Además, la instancia po-
lítica por excelencia de la representación, que es el parlamento, se en-
cuentra en particular desventaja, pues no sólo es difícil obtener un buen
rating con una sesión parlamentaria ordinaria, sino que es directamente
imposible televisar una sesión de trabajo en comisiones, que es el lugar
donde normalmente se debaten en profundidad los textos legales. Ello da
una sensación de que las cosas se "cocinan" de espaldas al pueblo con
mayor frecuencia de lo que realmente ocurre.
Todos estos son argumentos parcialmente válidos, aunque también
todos son susceptibles de críticas. De todos modos, hay dos factores que
son particularmente llamativos, y acerca de los cuales ninguno de estos
enfqques puede dar razón suficiente:

199
La de los nada más a un go-
bernante de un que el anterior gobernante de ese país, ex-
cepto el siguiente. Se reproducen a sí mismos sin molestarse en
generar una sola idea o propuesta original, se publicitan como
productos y, finalmente, ya ni siquiera intentan simular que re-
presentan al ciudadano, sino que buscan reproducirnos repitien-
do lo que las encuestas dicen que la mayoría piensa, o haciendo
las mismas cosas que nosotros, andando en colectivo o en bici-
cleta, viendo los mismos espectáculos, etc. De todos modos, tam-
bién aquí aparecen los expertos, sean del FMI, del Banco Mun-
dial o del think tank que consiga "entornar" al político victorioso.
•Lo más llamativo es que la representación cede su hegemonía a
la reproducción en el mismo orden en el que previamente des-
plazó a la adecuación: el arte, lo verdadero, lo político; y en todos
los casos aparecen los expertos como aquellos que alcanzan una
comprensión y un poder de decisión en estos campos que se su-
pone "auténtico". Asimismo, el arte, la ciencia y filosofía y la
política pasan a ser cosa de expertos en cada una, y sólo una, de
esas áreas, permaneciendo incluso los mismos expertos como ig-
norantes supinos en aquellas cuestiones que no son de su espe-
cialidad. El resto, a conformarse con la reproducción.

Todo esto que estamos viendo, ¿es una simple coincidencia termi-
nológica entre la adecuación, la representación y la reproducción en los
tres ámbitos o nos está sugiriendo una vinculación más profunda? Posi-
blemente la preocupación de autores como Marx, Simmel y Weber por
el tema del dinero nos permita encontrar alguna pista.
Como hemos dicho, el anhelo de lo bello, lo verdadero y lo bue-
no constituyen invariantes de la especie humana. Su búsqueda, en el pla-
no colectivo, tendrá mucho que ver con el modo en que cada persona se
vincule con las demás a partir de que traspasa el umbral de su casa. En
otras palabras, la producción social de lo bello, lo verdadero y lo bue-
no se vincula con la lógica de los intercambios propia de cada tipo de
sociedad.

200
La condición social

En el medioevo la economía se basaba en el es lo


que se hace en el Se trata de adecuar el valor de la mercancía
que uno tiene de sobra al de las cosas que me ofrece otro y de las cua-
les carezco. Si quiero cambiarle al molinero uno de mis corderos por su
harina, la transacción se ha de efectuar cuando acordemos cuál es para
ambos la cantidad de harina adecuada por cada uno de mis corderos.
Como éstos no son iguales, la transacción adquiere un carácter eminen-
temente cualitativo.
En cambio, la moneda representa el valor de la harina o del cor-
dero, con lo que la necesidad de pensar en términos de adecuación pasa
a un segundo plano. La transacción se resume en una cuestión básica-
mente cuantitativa. A su vez, el papel moneda representa al metal que
representa el valor de la cosa. ¿Es acaso mera coincidencia que el papel
moneda se haya impuesto a partir de 1776 con la emisión de los bille-
tes denominados "Continentales" durante la guerra de independencia de
los Estados Unidos de América y de 1789 con la emisión de los "Asig-
nados" de la Revolución Francesa, precisamente las dos convulsiones
políticas que terminaron entronizando a la burguesía en el poder y a la
representación política como forma básica de legitimación? Es, pues,
bastante razonable pensar que una sociedad que piensa en términos de
trueque tienda a emplear la misma lógica para otras cosas; lo mismo para
la que piensa en términos de dinero.
Ahora bien, a lo largo del siglo XIX el ferrocarril y la navegación
a vapor produjeron una drástica caída del precio de los fletes terrestres
y marítimos. Sumemos a eso el impacto que provocaron en las comu-
nicaciones el telégrafo y los cables submarinos. Todo ello hubo de ge-
nerar una universalización del comercio y de los mercados financieros
que permitieron que el dinero se reprodujera a sí mismo a niveles hasta
entonces desconocidos. Una buena pintura de la situación en nuestro país
se puede encontrar en el libro La Bolsa de Julián Martel, donde se ad-
vierte claramente que el dinero había dejado de cumplir la función de
mera representación del valor de las cosas. Poco antes de la crisis acae-
cida en Buenos Aires, se había dado una similar en la bolsa de Frankfurt,
que arrastró a otras bolsas del mundo. En esa época se dio casualmente
(¿casualmente?) la crisis de la representación en el arte. La segunda gran
crisis del valor representativo del dinero se va a dar también a raíz de

201
su excesiva en los años treinta del con el jueves
negro de Wall Street, el desplome del patrón oro y del sistema multila-
teral de comercio y pagos. Coincide esta crisis con la época en que la fi-
losofía deja de lado a la representación.
A partir de la decisión de Nixon, en agosto de 1971, de desvincu-
lar el dólar -moneda por antonomasia- del patrón oro, el carácter re-
presentativo del dinero va a ceder posiciones a favor de su pura y llana
reproducción. Con esa medida se abrió el camino para que en nuestros
días el dinero ni siquiera exista para transacciones importantes. Pense-
mos en la tarjeta de crédito y el cheque, por no hablar de los mercados
on line. No olvidemos que hoy el flujo financiero quincenal es superior
al comercio mundial anual, ni que si todos los países deudores del mundo
decidieran un día pagar su deuda en el acto, no existiría la cantidad de
billetes para hacerlo ni reuniendo todo el circulante en dólares, euros,
yenes, pesos, etcétera, que hay en el mundo. De la mano de este golpe
final al carácter representativo del dinero, llega la crisis de la represen-
tación política. Y cuando los encargados de reproducir el dinero son los
que imponen sus criterios y condiciones a todo el mundo, la época de la
reproducción queda consolidada. No es casual que la clonación, que es
la reproducción por antonomasia, aparezca justamente ahora y de la mano
de los expertos.

En América Latina conviven -aunque en general no se confun-


den- los tres horizontes de sentido. En los ámbitos en los que predo-
mina una estratificación por clases sociales en razón de la acumulación
impera el horizonte de la reproducción; en los que predominan las cla-
ses en razón del consumo, el horizonte de sentido está signado por la re-
presentación; y en los que es hegemónica la estratificación por castas y
por estamentos, se advierte la presencia del horizonte de la adecuación.
La gente de nuestra América profunda sigue efectuando sus inter-
cambios de acuerdo con la lógica propia del trueque. No hay un concepto
puro de precio. Aún en los mercados indígenas en los que se vende ar-
tesanías a turistas que pagan en dólares, el tipo de vinculación no es el
de la compra y venta propia del comerciante citadino, sino que el ven-

202
La condición social

dedor indígena regatea con el tal como si estuvie-


ra trocando su mercancía por dinero.
Esto se traduce en el carácter profundamente simbólico del arte de
nuestra tierra, tanto en lo que respecta al así llamado "arte autóctono"
como en la que quizá sea la expresión más propia de nuestra creación
artística: el barroco latinoamericano, en sus manifestaciones plásticas y
literarias; incluyo en esta categoría autores tales como García Márquez,
Marechal y también, aunque con dudas y reservas, a Borges.
La actitud reacia frente a la democracia representativa, actitud tan
poco comprendida por la ciencia política en general y sajona en parti-
cular, hunde también sus raíces en esta lógica inherente al horizonte de
la adecuación.
Pero donde se juega el destino de Latinoamérica es en el plano de
la verdad: en los niveles populares, también lo verdadero se da como
adecuación. El principio fundamental de la percepción de lo verdadero
no es el ente sustancial sino la relación. El estar como categoría fundante
reemplaza al ser; la estancia a la esencia. Para la filosofía propia del
"hombre auroral" de nuestra tierra, no es que las cosas adicionalmente
a su existencia particular se relacionen en un segundo momento; al con-
trario, recién en base a la primordialidad de esta estructura relacional, los
entes particulares se constituyen como cosas. "Lo 'concreto' es la 'con-
creción' (con+ crescere) de la realidad a través de la relacionalidad in-
tegral: los 'entes' son 'concretos' en la medida en que realmente son 'con-
crecidos', o sea: interrelacionados."67 De este principio de relacionalidad
se derivan los principios de correspondencia, de complementariedad y de
reciprocidad que definen la lógica indígena y afroamericana. 68 Todo ello,
obviamente, es una modalidad que asume en esta materia el horizonte de
la adecuación.
Para la clásica metafísica de la sustancia, el ser es. Y en su corre-
lato moderno, el sujeto es el sujeto. Mas para la metafísica latinoameri-
cana, el sujeto no es propiamente y por sí mismo, sino que está, y el estar
indica relación al medio ambiente y a los demás. Aquí se encuentra la

67. Estermam:¡, J., Filosofía Andina. Quito: Abya Yala, 1998, p. 114.
68. Ídem. Ver además Scannone, J. C., Religión y nuevo pensamiento. Barcelona:
Anthiopos, 2005, p. 111 y ss.

203
ENRIQUE M. DEL PERCIO

clave de bóveda de toda de América Latina y de toda pro-


puesta de superación de la situación actual.
En efecto, es a partir de una concepción relacional y no
sustancialista de ía política, la salud, la ciencia, el empleo, la seguridad,
la vivienda y, muy especialmente, la educación, como se debe pensar la
construcción del futuro latinoamericano. Asimismo, esta construcción del
futuro puede también devenir un aporte no menor a la superación del
sinsentido propio del horizonte de la reproducción en la que ha caído
Occidente tras "el ocaso de los ídolos" tan magníficamente relatado por
Nietszche.
Esta concepción relacional se inscribe claramente en la utopía eco-
lógica democrática y requiere el rescate de una de las categorías socia-
les y políticas más olvidadas: el amor.
Como dijo en el siglo XVII Thomas Trahernes, un inglés univer-
sal por ser auténticamente inglés, tan universal que hubiese merecido ser
latinoamericano:
"Nunca podrás disfrutar completamente del mundo en tanto el
propio mar no fluya por tus venas, mientras no te vistan los cielos
y te coronen las estrellas, y te percibas como el único heredero del
mundo entero, y más que eso, porque en él también viven los hom-
bres y, como tú, son sus únicos herederos."

204
Horizonte Transmisión
Estratifü:adón Poder Escenario Producción del
de sentido
Público conocimiento
~
Monárquico / Natural ¡::,
Adecuación Castas / Estamentos Teológica Agraria/ Rural Oral <)
Feudal comunitario
c:i
;s
i:::i..
Estado ¡::;·
Clases en razón de la Social Industrial / a~
Representación Ideológica nación Escrita ;s
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