Está en la página 1de 68

Por qué el porno

es malo para ti
Por Joseph de la Paz
2016, Ediciones Tikunishi
Editado por Javier Vivancos García
Portada de David Colón
Índice
Regalo
Prólogo
El nuevo porno en el siglo XXI
Porno de alta velocidad
El efecto Coolidge
Un fenómeno de masas
Tabú
Una sustancia adictiva
Addictus
Cómo saber si eres adicto
Nuestro cerebro durante el porno
Coincidencia con otras adicciones
La obsesión
La nueva identidad masculina
Voyerismo
La vergüenza
Baja autoestima
Deseducación sexual
El efecto escalada
Perjuicios en la vida sexual
Efectos diversos
Cariño, me duele la cabeza…
Disfunción erectil
Anorexia sexual
La vida que no vives
Desmotivación y tiempo perdido
La rebelión
Empieza el despertar
Testimonios
Epílogo
Contacto
Referencias bibliográficas
Regalo para los lectores
Antes de empezar, como agradecimiento por comprar este libro, quiero
ofrecerte un pequeño ebook de regalo: La Guía para gustar más. Incluye 8
técnicas basadas en estudios científicos y sociales que te ayudarán a mejorar
tus relaciones con los demás y aumentar tu impacto.

Lo puedes conseguir aquí.


Prólogo
¿Por qué escribir un libro sobre los perjuicios del porno?
Recuerdo lo emocionante que fue descubrir por primera vez, con trece años
de edad, una revista pornográfica. También ha quedado grabada en mi
memoria la primera vez que vi una escena erótica en un vídeo. Fue en
formato VHS, y desde entonces muchas cosas han cambiado, tanto en mí
como en el mundo.
Poco podía imaginar yo de adolescente que llegaría a vivir enganchado a una
pantalla, absorto e hipnotizado, observando y explorando, noche tras noche y
día tras día, toda clase de fantasías sexuales, propias y ajenas.Fui adicto al
porno durante varios años. Durante todo ese tiempo tuve la sensación de ir a
la deriva. Fueron años en los que, a pesar de hacer las cosas «bien» y de
contar con todo a mi favor, algo no funcionaba. Y yo, tan ciego, tan cegado
por la pantalla, no veía cuál era el problema. Ahora, cuando dirijo la vista
cuatro años atrás, comprendo con mayor claridad que nunca mi soledad de
entonces, mi adicción, mi autodestrucción.
Y cuando observo a mi alrededor, comprendo también el alcance de la plaga.
Se trata de un tema tan complejo que apenas se habla de él. Tabú. Hay
millones de personas que tienen un gran problema en sus vidas pero casi
nadie tiene el valor de admitir el problema, de pedir ayuda o de ofrecerla.
Por eso he escrito este libro. Es una oferta de ayuda. Una mano tendida a
quienes se están apagando a la luz de una pantalla que reproduce escenas
pornográficas sin cesar.
No soy religioso ni moralista, y tampoco me opongo a la masturbación.
Simplemente he descubierto por fin lo que no quise ver durante años, algo
sobre lo que muy poca gente habla y que merece toda nuestra atención:
• el porno de banda ancha es radicalmente diferente a todo lo que se
conocía hasta hace un par de décadas
• se trata de una adicción en toda regla
• tiene graves consecuencias sobre la personalidad, la sexualidad, la
salud, las relaciones de pareja, la vida social y laboral, etc.
• se puede superar cuando se toma conciencia del problema
Tampoco voy a exponer en este libro los argumentos en contra de la industria
pornográfica que divulgan ciertos sectores feministas, no porque les falte
razón, sino porque bastante se ha hablado ya sobre el tema. No creo tener
nada nuevo que aportar a dichas perspectivas.
Además, la oposición tradicional a la pornografía (religiosa, moral o
feminista) es sumamente ineficaz. Al alienar a la mayoría de consumidores y
consumidoras de porno, logra el efecto contrario al deseado. No debería
extrañarnos. Estos puntos de vista pretenden defender ciertas ideas o
principios que, por muy legítimos y loables que sean, nada tienen que ver con
la clave del fenómeno. Durante décadas, el foco de atención ha estado en la
imagen de la mujer, en la moralidad del consumo, en la voluntad divina, en
una serie de mentiras científicas diseñadas para asustar a los hombres...
Sin embargo, se presta muy poca atención al propio consumidor de
pornografía. El daño que sufre tanto a medio como a largo plazo el adicto es
«su problema», como dice Noam Chomsky. Y mi objetivo con este libro es
precisamente enfocarme en este problema.
Millones de hombres en todo el planeta, desde los diez hasta los sesenta años,
experimentan su sexualidad a través de píxeles transferidos a alta velocidad
en sus dispositivos digitales. Y aunque la pornografía es casi tan antigua
como la prostitución, en su versión actual se trata de un nuevo fenómeno de
masas más poderoso que el fútbol o la música.
Cabe aclarar que cada día hay más mujeres que ven porno a través de
Internet. Sin embargo, en este libro me referiré principalmente a los hombres.
¿Por qué? Primero, porque la inmensa mayoría de los usuarios compulsivos
son hombres. Segundo, porque apoyo mis argumentos en estudios realizados
por investigadores rigurosos que, en su mayoría, se refieren a los hombres.
Además, el punto de vista masculino es el mío propio; lo conozco bastante
bien como para escribir sobre el tema. Y por último, creo que de todas formas
también las mujeres atrapadas en la espiral del porno sacarán provecho de
este libro.
Una aclaración más: no todos los que ven porno tienen un problema de
adicción, eso es cierto. Ni siquiera tienen por qué tener un problema a secas.
Las causas de esta diferenciación son muy diversas y tienen que ver con la
circunstancias y la psicología de cada individuo. Hay personas más
vulnerables que otra. Pero también hay muchísimos hombres que consideran
el porno como uno de sus pasatiempos favoritos y se suelen mofar al oír que
pudieran tener un problema. Sé que esos hombres son los que más necesitan
leer este libro.
Hay muchas trampas implícitas en el consumo de pornografía online, y solo
tú sabes si te está jodiendo la vida. No te engañes a ti mismo.
Este libro te ayudará a descubrir si tienes un problema y a comprender su
magnitud. Observarás tu afición al porno desde otra perspectiva, basada en el
sentido común, en la ciencia y en los testimonios de otros jóvenes y adultos.
El hombre moderno arrastra multitud de cadenas imaginarias que le impiden
ser libre. Y el porno es una de las más cómodas, engañosas y destructivas que
existen.
Ha llegado el momento de romper esa cadena.
El nuevo porno del siglo XXI
«¿Somos la primera generación que se masturba
con la mano izquierda...?»
Internauta anónimo
Porno de alta velocidad
El instinto sexual es uno de los más primarios de todo animal, y los humanos
no somos diferentes en este sentido. El sexo explica gran parte de nuestro
comportamiento y del desarrollo de nuestra sociedad.
La pornografía no es nueva. En épocas más antiguas, era habitual encontrar
relatos eróticos o creaciones artísticas que excitaban la imaginación del
espectador. Con el desarrollo de la fotografía y la imprenta, las imágenes de
mujeres y hombres desnudos o en pleno acto sexual se hicieron cada vez más
frecuentes.
En los últimos años, con la irrupción de la conexión a Internet de alta
velocidad y la proliferación de dispositivos conectados a la Red, la
pornografía ha crecido y se ha expandido hasta niveles demenciales. Las
reglas del juego han cambiado.
Fijémonos en cómo ha evolucionado, a lo largo de la historia, el medio por el
cual se difunden o consumen escenas sexuales:
Relatos.
Pinturas y esculturas.
Fotografías.
Revistas.
Videocasetes.
Conexión telefónica a Internet.
Banda ancha.
Conexión inalámbrica.
Computadoras portátiles.
Teléfonos inteligentes.
¿Dispositivos de realidad virtual?
La facilidad de acceso a escenas sexuales que tiene el hombre moderno no
tiene parangón en la historia. La diversidad de opciones puede saciar el gusto
más excéntrico. La cantidad de porno disponible podría dejarnos sentados
frente a la pantalla durante miles y miles de años.
Ya no se trata de una revista con fotos ni de una galería que a duras penas se
carga en la pantalla. La banda ancha de Internet permite a la pornografía
alcanzar niveles de calidad y rapidez nunca vistos anteriormente.
Con un clic, te asomas a una escena. En un segundo y medio decides que no
es lo bastante excitante y haces otro clic. El usuario medio de porno en
Internet suele tener como mínimo una docena de pestañas abiertas en el
navegador. En la mayoría de casos, se pasa al siguiente vídeo antes de que el
actual haya terminado.
La rápidez y la disponibilidad resultan apabullantes, y la tentación,
omnipresente. Pero sobre todo, la diversidad y la cantidad inagotable del
porno moderno son determinantes. Siempre hay algo nuevo que explorar.
Nuestro cerebro apenas sabe cómo reaccionar ante tanto estímulo.
El internauta de hoy puede ver en menos de cinco minutos más chicas
atractivas que nuestros antepasados en toda su vida, y en seis minutos verá
también más que cualquiera de los de la generación de las revistas Playboy.
Reconozcámoslo. La pornografía, en las condiciones tecnológicas actuales, se
ha convertido en un fenómeno nuevo. Apenas sabemos cómo manejarlo
todavía. Y tan solo ahora empezamos a comprender sus efectos.

El efecto Coolidge
El efecto Coolidge es un término usado en Biología para referirse al
fenómeno según el cual los machos pierden el apetito sexual tras copular un
determinado número de veces con una misma hembra, y lo recuperan —por
arte de magia— cuando aparece una hembra nueva.
Según cuentan, el presidente de los EE. UU. Calvin Coolidge (1923-1929) y
su esposa realizaron una visita a unas instalaciones ganaderas, pero cada uno
fue guiado por un itinerario diferente. Al llegar al gallinero, la Sra. Coolidge
vio la copulación de un gallo y una gallina, y preguntó cuántas veces al día se
apareaba el gallo. «Docenas de veces», le respondieron. La primera dama le
pidió entonces al trabajador que se lo contara a su marido cuando este llegara
al gallinero.
Al recibir el mensaje de parte de su esposa, el presidente le preguntó al
trabajador si el gallo siempre se apareaba con la misma gallina. «¡Qué va!
Cada vez es una diferente», fue la respuesta. «Dígale eso a la Sra. Coolidge,
por favor», espetó el presidente.
Más allá de la exactitud del relato, el efecto Coolidge viene a poner nombre a
un fenómeno conocido en el mundo animal y que también se presenta en la
sociedad humana. Conocemos el proceso por el cual muchos hombres —y
también mujeres— pierden el interés sexual por su pareja tras años de
matrimonio o relación íntima. Sin embargo, basta la aparición de una pareja
potencial atractiva para que el apetito sexual se reactive.
Ya en 1785, el poeta inglés William Cowper, refiriéndose a un hombre que
cortejaba a una joven diferente cada semana, escribió: «La variedad es la
especia de la vida».
Esta característica tiene su explicación evolutiva en la necesidad común a los
individuos de cualquier especie de propagar su semen en el mayor número de
parejas. Los humanos no somos diferentes, aunque por motivos culturales,
sociales, económicos, éticos y religiosos se nos ha enseñado a acallar ese
instinto y a creer a ciegas en el ideal romántico del amor y la fidelidad eterna.
No digo que la monogamia no sea posible o deseable. Ciertamente lo es. Pero
no neguemos la realidad. El efecto Coolidge existe. Es congruente con otros
paradigmas acerca del comportamiento humano (la atracción por lo novedoso
en cualquier ámbito) y explica buena parte de lo que hacemos en el terreno
social y sexual.
En un experimento realizado por el Dr. Eric Koukounas, se mostró a unos
sujetos veintidós escenas de sexo. En la imagen de abajo podemos ver cómo
la excitación disminuye lentamente hasta que se produce un incremento
repentino. El cambio ocurre en el momento en el que se les muestra un tipo
de porno que no habían visto antes. Lo más excitante para el cerebro humano
no es exactamente el desnudo o el sexo en sí mismos (a los cuales uno puede
acostumbrarse relativamente pronto) sino la novedad.
Imagen: Koukounas & Over

Sin el efecto Coolidge, la pornografía quizás no existiría. Pero no solo existe,


sino que lo aprovecha hasta sus últimas consecuencias. De hecho, el porno
moderno, con su increíble diversidad de actrices y actores, explota esta faceta
y la lleva a un grado extremo para el cual la evolución no nos había
preparado.

Un fenómeno de masas
De cada cinco búsquedas en Internet desde dispositivos móviles, una está
relacionada con el porno.
Se desconoce el número exacto de páginas con contenido pornográfico y las
cifras de visitas, ya que los pocos datos que tenemos proceden de las mismas
empresas del sector. Pero las estimaciones cada vez son más exactas y hacen
pensar en cantidades monstruosas, en una actividad frenética a nivel global
que atañe a toda la humanidad.
Para que nos hagamos una idea, por cada 400 películas nuevas que salen de
Hollywood, se crean 11 000 vídeos porno nuevos.
Según Paul Fishbein, fundador de Adult View News, el magazine más
importante de la industria pornográfica, «El porno no tiene demografía: las
incluye a todas». Ningún deporte ni estilo de música presenta un alcance
similar en cuanto a número, intensidad o regularidad de consumo.
Por término medio, un niño ve porno por primera vez a los doce años.
Según un investigador canadiense, el Dr. Simon Lajeunesse, la mayoría de
los chicos empiezan a buscar pornografía ya a la edad de diez años. Al
estudiar el fenómeno, el principal obstáculo con el que se encontró este
investigador fue que no había un grupo de referencia con el cual comparar los
resultados. «Los chicos que no miran pornografía no existen», llegó a afirmar
Lajeunesse.
Como ilustra Gary Wilson, una de las principales voces en el tema que nos
ocupa, si todos los chicos empezaran a fumar con diez años, podríamos
pensar que el cáncer de pulmón es algo normal.
Un 68% de los jóvenes varones en los EE. UU. visita sitios porno al menos
una vez a la semana. En Italia, la Sociedad Italiana de Andrología y Medicina
Sexual (SIAMS) encontró que un 60% de los 4000 jóvenes encuestados
reconocía ser un usuario asiduo de sitios pornográficos o eróticos.
Según más datos procedentes de la SIAMS sobre los hábitos de los
internautas europeos, el 34,5% de los alemanes se conectan a la Red para ver
porno, así como el 33,6% de los franceses, el 32,40% de los españoles y el
28,90% de los italianos, que les siguen de cerca.
El porno en Internet ha dado lugar a uno de los fenómenos más masivos de la
historia de la humanidad. Prácticamente, cada varón joven con acceso a
Internet busca en cierto momento páginas de contenido pornográfico.

Tabú
Pornografía. La palabra, etimológicamente, significa un gráfico del porno, y
el término «porno» proviene del latín prostitución; es decir, estamos ante una
«descripción gráfica de un acto de prostitución». En este sentido, los sectores
feministas llevan décadas luchando contra la pornografía, puesto que expresa
una situación de dominación sobre la mujer. Sin duda, existe una detestable
explotación de la inmensa mayoría de personas que participa en la creación
de la pornografía.
Por otro lado, desde los sectores religiosos o moralistas, la pornografía, como
apología del gozo sexual, representa todo aquello que está prohibido y
condenado.
Fuera de estos contextos, apenas se habla de la pornografía. Ni como
fenómeno social o histórico, ni como forma legítima de entretenimiento. Si
tuviéramos a dos jóvenes universitarios que se encuentran un lunes por la
mañana en la cafetería y se cuentan lo que han hecho durante el fin de
semana, hablarían de deporte, de fiestas, de cuánto han dormido, pero ¿le
preguntaría uno al otro qué vídeos porno interesantes ha visto? No, el porno
se considera como algo privado, algo que apenas se suele comentar con los
demás.
Y en cuanto a analizar los aspectos negativos de la pornografía, parece que
salvo las críticas mencionadas anteriormente, a nadie le interesa demasiado.
Prácticamente, nadie presta atención a los perjuicios que la pornografía
ocasiona a los propios consumidores.
¿Será que no hay nada de lo que preocuparse? ¿Será que nadie piensa que la
pornografía del siglo XXI perjudica a los usuarios? ¿O será que todo el
mundo está enganchado al porno?
Quizás esta misma oposición al porno por parte de los sectores religiosos o
feministas haga que una gran mayoría, normalmente razonable en otros
aspectos de la vida, se distancie de la crítica a la pornografía. Por un lado, es
una magnífica oportunidad para demostrar lo liberal y abierto que es uno.
pPor otro lado, si uno busca porno en Internet, aunque sea de vez en cuando,
sería incongruente criticarlo.
Sea como sea, el porno es un tema tabú.
A pesar de que la industria pornográfica constituye uno de los mayores
motores de Internet, que los mayores sitios web de porno se codean con
Google y Facebook en los rankings de visitas y que a cada segundo se
transfieren miles de horas de vídeos porno en el mundo, se diría que a nadie
le interesa hablar del tema.
Como en la famosa imagen de los tres monos, parece que, con respecto a la
pornografía, nadie ve nada, nadie escucha nada, nadie dice nada.
En este libro, romperemos con este tabú y nos enfocaremos en las
consecuencias del consumo de porno sobre los propios usuarios. Dicho de
otra manera: ¿por qué y cómo el porno te perjudica a ti?
Una sustancia adictiva
«El consumo de pornografía no conduce a más sexo,
sino a más porno».
Virginie Despentes
Addictus
En un estudio realizado en Holanda se investigó cuál, de todas las actividades
posibles en Internet, era la que tenía mayor potencial adictivo. La respuesta
fue tan contundente que aparece en el mismo título: It's all about sex (Todo es
sobre el sexo).
Pero ¿qué es exactamente una adicción?
Según la Real Academia Española, una adicción es el «hábito de quien se
deja dominar por el uso de alguna o algunas drogas tóxicas, o por la afición
desmedida a ciertos juegos». Pero en el mundo de la Psicología y de las
Ciencias Sociales, hace décadas que se tratan otros tipos de adicciones, como
la adicción a la comida, a las compras, a Internet o al sexo.
De hecho, la palabra «adicto» proviene del latín addictus. Se denominaba
addictus al deudor que, por no pagar, terminaba siendo adjudicado o
entregado como esclavo a su acreedor. La adicción significa pues perder la
libertad, perder el control. La voluntad del individuo se somete ante el poder
que ejerce sobre él cierto hábito. Incluso cuando este perjudica claramente los
intereses de la persona, la voluntad no tiene la fuerza suficiente para
rebelarse.
La adicción al porno se desarrolla de modo bastante similar a otras
adicciones. Las primeras experiencias son muy gratificantes. Al tratarse de
una simulación del acto sexual, nuestro cerebro responde al estímulo de la
pantalla con todo su arsenal bioquímico relacionado con el placer.
Rápidamente, la conexión entre el porno y la sensación de bienestar se
fortalece, hasta el punto de que el usuario empieza a sentir unas
incontrolables ansias de repetir la acción.
Según el Dr. Adi Jaffe, conferenciante de la UCLA y experto en adicciones:
«Como en la adicción a las drogas, el problema surge cuando las ansias de
ver pornografía entran en conflicto con las responsabilidades diarias del
individuo. En vez de salir al trabajo a tiempo, el adicto puede decidir
quedarse en casa y ver porno. Algunos adictos al porno confiesan haberse
quedado en casa haciendo sesiones de porno de hasta ocho o diez horas».
De la misma manera que con otros tipos de adicción, el principal parámetro
que se usa para medir la adicción al porno es el principio de discapacidad. Si
la vida del individuo se ve perjudicada por el hábito de la pornografía, será
considerado un adicto.
Por supuesto, este parámetro es subjetivo y flexible, y por lo tanto presenta
cierta problemática.
¿A qué consideramos daño? ¿En qué deja de ser «normal» la vida de alguien?
¿Cómo medimos el perjucio causado a la pareja, a la familia o al entorno?
¿Cuánto tiempo se tarda en desarrollar los síntomas del problema? ¿Cuándo
somos capaces de identificar que existe un daño?
Si tomamos por ejemplo el caso de la comida, apreciaremos algunas
similitudes y diferencias que nos ayudarán a comprender mejor la cuestión.El
azúcar y las grasas activan la bioquímica de nuestro cerebro de forma
parecida al sexo. Son elementos esenciales para nuestra supervivencia —
igual que el sexo— y la evolución ha desarrollado un sistema que nos hace
disfrutar estas sustancias, recordarlas y buscarlas.
Sin embargo, a pesar de que la mitad de los occidentales sufren sobrepeso y
comen más de lo que necesitan, no se considera adicto a todo aquel que se
come una hamburguesa con queso y luego una tarta de chocolate. Sin duda,
quien lo haga de modo regular tendrá altas probabilidades de sufrir problemas
de salud. Pero se considera que mientras no necesite asistencia médica,
continúe trabajando y sea capaz de llegar por sí solo a la hamburguesería más
cercana, esa persona no tiene un problema. Se dirá entonces que «funciona»
normalmente y nadie verá ahí un problema de adicción.Lo mismo sucede con
el porno en Internet. Dada la temprana edad de inicio y la discreción en el
uso, es muy difícil averiguar cuándo algo está funcionando incorrectamente
en la vida de un joven. Como veremos en los próximos capítulos, los
problemas y discapacidades aparecen gradualmente y solo a los ojos
(normalmente cegados) del mismo adicto y de la pareja (si la hay).
Pero existe una diferencia fundamental que convierte en irónica toda esta
comparación. Comer es algo que necesitamos hacer cada día. Aunque
podamos ayunar varios días en situaciones extremas, lo normal y saludable es
comer varias veces cada día. Y parte de nuestra comida estará formada por
azúcares y grasas.Ver vídeos porno no es algo que necesitemos hacer cada
día para subsistir. ¡Se puede sobrevivir sin porno! Pero aprovechamos nuestro
instinto de reproducción para engañar a nuestro cerebro y a nuestros
genitales.
Por otro lado, la adicción al porno es diferente a la adicción al sexo. En este
último caso siempre hay otra persona, además del adicto. En el caso del
porno, la adicción está casada con la soledad.
La masturbación compulsiva también es diferente: carece de los elementos de
novedad y exploración infinita típicos del porno de Internet. Se caracteriza
por hacer trabajar a la imaginación propia y por apoyarse en el erotismo
contextual.
En definitiva, el porno constituye una categoría particular dentro del mundo
de las adicciones. Presenta elementos de la adicción al sexo y a la comida —
condicionamiento evolutivo—, de la adicción a Internet —un terreno que
también empieza a ser estudiado en los últimos años— y de la adicción a las
drogas —el comportamiento irracional causado por las ansias de más—.
Quizás la característica más importante de la adicción al porno, y que no
existe en la adicción a ninguna otra sustancia, es la posibilidad de pasarse
horas y horas consumiendo. Hay un límite objetivo que determina cuántas
copas uno se puede tomar, qué dosis máxima de heroína uno se puede
inyectar, cuántos brownies uno se puede comer, o cuánto dinero se puede
uno gastar en el casino. Sin embargo, en el porno, mientras se pueda mover
un dedo, se puede continuar.
Se ha estudiado relativamente poco esta adicción tan particular, tan nueva y
tan popular. Pero lo poco que sabemos, unido a lo que la ciencia ha
descubierto en otras áreas, nos sirve para comprender el fenómeno desde una
amplia perspectiva y llegar a conclusiones sin duda preocupantes.

Cómo saber si eres adicto


El mayor peligro de consumir porno por Internet es la dependencia. Cuanto
más se ve, más cuesta excitarse o lograr una erección duradera sin acceso a la
pantalla.
Esta dependencia puede empezar desde el primer día o tras un largo periodo.
Ver porno no te convierte en un adicto de la noche a la mañana. La semilla
del problema quizás se encuentre ahí, pero la adiccion puede llegar mucho
después.
Imaginemos el caso de un virus en estado latente que explota en
determinadas circunstancias. De la misma forma, el uso del porno puede ser
esporádico, estar controlado y resultar inofensivo, hasta que, por un
determinado contexto personal o social, se convierte en un actor clave en
nuestra vida y nos arrastra a su mundo. En otros casos, puede tratarse de un
proceso gradual que se desarrolla lentamente. A veces, resulta complicado
percatarnos de que hemos cruzado los límites de lo razonable.

Houston, tenemos un problema


¿Cómo podemos saber si tenemos un problema? Veamos cuatro indicadores
que nos ayudarán a evaluar de manera simple y rápida un posible caso de
adicción:
1. Uso continuado a pesar de las consecuencias negativas
Esta es la clave de todo problema de adicción. Si no hubiera consecuencias
negativas, en vez de buscar cómo limitar este hábito, intentaríamos
expandirlo o perfeccionarlo.
El problema añadido del porno es que los adictos no son concientes de
ninguna consecuencia negativa, al menos durante los primeros años. Cuando
alguien es un adicto al alcohol, las drogas o las apuestas, suele conocer los
peligros, incluso si no es capaz de contenerse. En el caso del porno, existe la
creencia de que no hay efectos negativos. Además, es un temá tabú del que
apenas se habla. Si se hace, casi ningún hombre se atreve a criticarlo. La
impresión es que, salvo por la oposición de las religiones, no pasa nada malo
por ver porno, al contrario. Y por eso es doblemente peligroso.
2. Uso compulsivo
Lo habitual es pensar en el porno cuando estás realizando otra actividad.
Anticipar el momento anhelado de intimidad con tu pantalla, preferir el porno
a otras actividades e incluso abandonar responsabilidades para disponer de
más tiempo libre para el porno.
Hay gente que anula obligaciones laborales o académicas para quedarse en
casa a solas con el porno. Otros incluso empiezan a planear su próxima
sesión de vídeos mientras están en ese mismo momento viendo contenidos
pornográficos.
3. Pérdida de control
Quieres dejarlo, pero no puedes. Planeas hacer algo y de repente te
encuentras a ti mismo, como quien no quiere la cosa, buscando nuevos vídeos
porno. Ya no eres quien decide. A veces tienes la sensación de que es otra
persona quien te controla.
Este suele ser el momento en el que uno comprende que tiene un problema y
quiere liberarse. Pero, por lo general, se requiere una gran determinación para
ello.
4. Ansias
Las ansias de ver porno pueden ser psicológicas o físicas. Son las
responsables de esa falta de control mencionada en el punto anterior.
Puede haber diferentes detonantes para que aparezca este deseo incontrolable
que se apodera de ti: una imagen, una ventana emergente, el estar solo frente
a una pantalla, mal estado anímico o simplemente aburrimiento.

Abstinencia
En caso de adicción más o menos severa, el abandono del porno puede hacer
que surjan síntomas de abstinencia.
No todos los consumidores de porno los sufren. Hay personas que notan unos
pocos, mientras que otros se ven sorprendidos por su virulencia. Estos
síntomas pueden aparecer a las pocas horas de la última sesión y duran días,
semanas o meses, según el caso.
Los más comunes son:
• Cansancio.
• Inquietud.
• Ansiedad.
• Irritabilidad.
• Insomnio.
• Baja concentración.
• Dolores de cabeza.
• Cambios súbitos de estado anímico.
• Aislamiento social.
• Depresión.
• Pérdida de apetito sexual.

Lo triste es que la mayoría de estos síntomas pueden desencadenar en un


retorno al hábito del porno, con lo cual el círculo vicioso se retroalimenta y se
fortalece.
Pero no nos adelantemos. Examinemos primero qué ocurre en nuestro
cerebro al sentarnos frente a nuestra pantalla para disfrutar de una nueva
sesión de pornografía.

Nuestro cerebro durante el porno


Es el momento de comprender brevemente qué pasa en nuestro cerebro
cuando vemos porno.
Nuestro cerebro es flexible. Cambia, evoluciona, crece y se renueva a cada
instante. Lo ha demostrado la ciencia emergente que estudia la
neuroplasticidad. Nuestras neuronas no funcionan solas, sino en redes. Y
estas, al igual que nuestras propias redes sociales, cambian constantemente,
influidas por cada decisión y acción que tomamos.
Sabemos ahora que los hábitos, en determinadas circunstancias, pueden crear
conexiones neuronales nuevas que perduran a través del tiempo. El consumo
de pornografía es uno de ellos.
El Dr. Norman Doidge, especialista en neuroplasticidad y autor del bestseller
El cerebro se cambia a sí mismo escribe: «La pornografía, a través de la
conexión rápida de Internet, satisface cada uno de los prerrequisitos para un
cambio neuroplástico». Es decir, ver material pornográfico transforma
nuestro cerebro y, por lo tanto, nos transforma.
Veamos ahora cuáles son los cuatro principales cambios que ocurren en el
cerebro con el uso regular de porno.

1. Sensibilización
La sensibilización es un proceso por el cual el cerebro responde cada vez más
exageradamente a un determinado estímulo. Está íntimamente relacionado
con las conclusiones del famoso experimento de Pavlov. En el caso de dicho
experimento, al oír la campanilla, el perro empezaba a salivar. En nuestro
caso, abrir la ventana de incógnito de nuestro explorador puede causar un
efecto similar...
La sensibilización se da cuando creamos una conexión entre las imágenes, las
sensaciones, las emociones y el placer de masturbarse viendo pornografía. Se
forma entonces un circuito neuronal que, al ser repetido una y otra vez, se
fortalece y reclama ser transitado nuevamente.
En nuestro cerebro existe un sistema encargado de motivarnos hacia aquellas
cosas que considera importantes para nuestra supervivencia y la de nuestra
especie. Su nombre técnico es el núcleo accumbens, y se lo suele denominar
como «sistema de recompensa».
Cuando, por ejemplo, comemos un alimento rico en azúcares y minerales,
nuestro cerebro produce dopamina, una sustancia que nos hace desear ese
alimento una vez más. Muchos consideran la dopamina como la droga natural
de la felicidad. En realidad, la dopamina no transmite bienestar en sí. Más
bien, es una orden: «ve y consigue más». Pero la sensación es de bienestar,
porque se recuerda el placer o el beneficio que esa actividad nos ha
producido.
(Al comprender este matiz sobre la funcionalidad de la dopamina, no es
extraño que sabios de todas las culturas y épocas hayan insistido en que la
felicidad no es un destino, sino un trayecto en busca de un propósito...)
En el caso del porno, a cada clic con el ratón, a cada escena nueva o
sorprendente, producimos más dopamina. Cuando esta empieza a decaer, un
nuevo clic asegurará un nueva dosis.
En este proceso, es fundamental el papel de una proteína producida por
nuestro cerebro: DeltaFosB. De modo simplificado, podríamos decir que cada
secreción de dopamina es seguida de una producción de DeltaFosB. La
dopamina es un neurotransmisor. La duración de su efecto es limitado. Pero
las moléculas de DeltaFosB permanecen y se acumulan con el tiempo.
De esta manera, se crea un circuito cerebral que se fortalece con la práctica
del hábito. Igual que un surco por donde el agua circula, cuando surge un
estímulo, la dopamina elige el canal más amplio, el más cómodo y fácil de
recorrer.
Por este motivo, en el caso de un adicto, basta con un pequeño detonante para
que sienta unas ganas terribles de ver porno. El cerebro se hace más sensible
a cualquier estímulo que le recuerde el placer relacionado con dicha
actividad.
Este mecanismo es idéntico a todos los tipos de adicción.
Las moléculas de DeltaFosB empiezan a desaparecer alrededor de dos meses
después de la última sesión de uso. Pero los circuitos —las conexiones
creadas entre las neuronas— permanecen mucho más tiempo. Esto explica
por qué, por ejemplo, un exalcohólico puede sentirse tentado con solo entrar
en un pub, incluso si lleva años sin beber.
Pero además de la sensibilización, el consumo compulsivo de pornografía
conlleva otros cambios profundos en la estructura del cerebro.

2. La desensibilización
Abordamos ahora el segundo cambio, cuyo término aparentemente opuesto
puede confundirnos.
Este fenómeno se da cuando nos volvemos más insensibles a los estímulos,
como si nuestra reacción al placer estuviera ligeramente anestesiada.
Notamos menos la dopamina, los opioides y otras sustancias químicas que
produce nuestro cerebro.
¿Cómo funciona? ¿Por qué ocurre esto?
Cuando alguien te grita varias veces al oído, te tapas las orejas. Lo mismo
pasa con los neuronas. Inicialmente, se van pasando unas a otras la dopamina
o cualquier otro neurotransmisor a lo largo del sistema de recompensa. Con el
abuso de cualquier estímulo, los niveles de dopamina se elevan hasta que las
neuronas no pueden más. En ese momento, empiezan a reducirse los
receptores de dopamina, en tamaño y en número.
Aunque el estímulo active la secreción de dopamina, los receptores de las
neuronas disminuyen. Así, hace falta más sustancia para mantener el nivel de
excitación. Para ello, se busca aumentar el estímulo.
Este proceso está detrás del fenómeno de la tolerancia: con el uso a lo largo
del tiempo, se necesita cada vez un nivel más alto de estimulación para lograr
el mismo nivel de placer.
Aunque lo parezca, este cambio no contradice el proceso de sensibilización
anteriormente mencionado. La combinación de ambos es muy común. Lo
ilustra perfectamente un estudio de la Universidad de Cambridge:
«El deseo sexual o las valoraciones subjetivas de las ganas se revelaron
como desconectadas del placer, acorde con las teorías del incentivo positivo
de la adicción, en las que existe un deseo creciente pero no un gozo de los
incentivos». Es decir, más ganas pero menos placer.
Los adictos al porno encajan perfectamente en el modelo científico
comúnmente aceptado sobre las adicciones. Sienten un mayor deseo de
pornografía, pero ya no les gusta tanto como antes.
Con este proceso, los cambios en el cerebro se acentúan. Cada vez cuesta más
experimentar sensaciones de bienestar. Los placeres de la vida resultan cada
vez menos atractivos. El cerebro necesita y busca más estímulos para
producir más dopamina.
Debido al cambio producido por la sensibilización —los circuitos anchos
construidos por las moléculas de DeltaFosB mencionadas en el punto anterior
—, la manera más rápida y fácil de llenar el sistema de recompensa de
dopamina es utilizar esos mismos circuitos que conducen al porno.
Este baile entre la sensibilización y la desensibilización se puede resumir así:
querer más pero disfrutar menos. La única solución: más de lo mismo, sea
una sustancia o una actividad.
En muchos consumidores de pornografía, este proceso es el causante de una
escalada en sus preferencias sexuales. Cuando, tras un período determinado,
las escenas de sexo ya no causan el mismo nivel de excitación que antes, se
buscan categorías nuevas, más duras o agresivas, más sorprendentes o más
chocantes.
La Dra. Simone Kuhn, del Instituto Max Planck, afirma: «Asumimos que los
sujetos con un alto consumo de porno necesitan una estimulación creciente
para conseguir una recompensa del mismo tamaño. (...) La literatura
científica y psicológica existente sugiere que los consumidores de
pornografía buscan material con juegos sexuales más novedosos y extremos.
Esto encaja perfectamente con la hipótesis de que su sistema de recompensa
necesita un estímulo cada vez mayor».

3. Hipofrontalidad
«Hipo» significa por debajo; «frontalidad» hace referencia al lóbulo frontal
del cerebro. La hipofrontalidad es el debilitamiento de la zona del lóbulo
frontal, que funciona por debajo de sus posibilidades. Así, el individuo ve
reducida su fuerza de voluntad y disminuye su capacidad de controlar una
adicción.
El lóbulo frontal es, a nivel evolutivo, la última parte que se ha desarrollado
en nuestro cerebro. Dirige nuestras principales funciones racionales, desde la
planificación, el cálculo y la organización hasta la fuerza de voluntad y el
control de los impulsos.
Gracias al lóbulo frontal somos capaces de moderar nuestro comportamiento.
Por ejemplo, si nuestro jefe nos pone nerviosos, no le daremos un puñetazo;
si un bebé no para de llorar, no le gritaremos; si una compañera de trabajo
nos atrae físicamente, no nos abalanzaremos sobre ella.
Mientras que nuestro sistema de recompensa nos anima a conseguir más de
aquello que recuerda como placentero o esencial para la supervivencia
(alimentos ricos en calorías, inseminar a una nueva hembra, etc.), nuestro
lado racional nos hace reflexionar y considerar las consecuencias de nuestras
acciones.
Cuando el equilibrio entre el lóbulo frontal y nuestro núcleo accumbens se
rompe, perdemos nuestra capacidad de control. Es entonces cuando sentimos
que no somos capaces de detenernos y nuestras decisiones son papel mojado.
Es como si el músculo del control racional se hubiera debilitado. Sucumbe
una y otra vez frente al enorme e hinchado músculo sediento de dopamina.
Efectivamente, en el cerebro del adicto, las conexiones neuronales del lado
racional se debilitan mientras que los circuitos del núcleo accumbens,
reforzados con DeltaFosB, se vuelven más dominantes e influyentes.

4. Reacción al estrés
Por último, la adicción produce cambios en el cerebro al alterar sus
mecanismos de reacción ante situaciones de estrés y ansiedad.
Ya hemos visto al explicar la sensibilización que una imagen o una situación
determinada pueden ser detonantes de una nueva sesión de porno. Pero
tenemos que considerar también las situaciones de ansiedad, depresión o
negatividad.
Estos estados de ánimo conllevan por definición una mayor emocionalidad en
todo lo que hacemos. Y cuando la emoción reina, la razón se inhibe aún más.
La hipofrontalidad se acentúa. El lóbulo frontal, único factor dentro del
cerebro que puede detener el inicio de una nueva sesión de pornografía,
apenas tiene posibilidades de imponerse.
Frente a las emociones negativas, el cerebro recuerda rápidamente cómo
contrarrestar el malestar: con más dopamina. Para el adicto activo, este
fenómeno hurga más en la herida ya que el momentáneo alivio solo agrava la
posterior sensación de malestar.
Asimismo, en el caso de numerosos exadictos, el retorno a los viejos hábitos
se fragua en situaciones de estrés, ansiedad o depresión que han reactivado
los circuitos de recompensa de la adicción.
En definitiva, nuestro cerebro se redefine constantemente en función de lo
que hacemos. Al ver porno de manera regular, nuestro cerebro se transforma
según un modelo similar al de otras adicciones más conocidas. Esto no
significa que la adicción al porno sea excluyente o sustituya a otras
adicciones. En muchos casos, más bien se da lo contrario, como veremos a
continuación.
Coincidencia con otras adicciones
El uso o abuso de pornografía por Internet presenta características diferentes
a la mayoría de adicciones conocidas y estudiadas. No se trata de una
sustancia externa que se introduce en el cuerpo. Por eso, su consumo y abuso
es teóricamente ilimitado.
Pero por este mismo motivo, el consumo compulsivo de porno se asocia
fácilmente con sustancias adictivas más tradicionales. El tabaco, el alcohol, el
café y otras drogas son compañeras comunes durante las sesiones de porno.
En algunos casos, hay usuarios que necesitan alguno de los accesorios
adictivos a los que se han acostumbrado. Sin ellos, no pueden empezar su
sesión de porno.
En otros casos, el efecto funciona a la inversa.
Por ejemplo, un usuario que se ha condicionado a sí mismo a mirar porno
bajo la influencia de una sustancia determinada sentirá unas inexplicables
ganas de aislarse delante de su pantalla cuando esté consumiendo esa
sustancia, incluso si la está tomando inicialmente con un grupo de amigos.
También existe el fenómeno del intermedio glotón. Tras una sesión de
masturbación con porno, muchos adictos corren a la nevera y devoran lo que
encuentran sin contemplaciones. Esta comida sirve sobre todo de descanso
antes del inicio de una nueva sesión. El resultado es una ingesta de comida
que no siempre responde a las verdaderas necesidades nutritivas o calóricas
de la persona.
La repetición de hábitos adictivos coincidentes provoca un condicionamiento
pavloviano en la mente de los adictos. Las legiones de moléculas de
DeltaFosB se doblan o se triplican. Los surcos neuronales para el tráfico de la
dopamina se convierten en auténticas avenidas. Detener las ansias o
autocontrolarse se hace todavía más difícil. Describir el efecto como
hipofrontalidad es quedarse corto. La libertad y la capacidad de elección no
son ya más que una ilusión.
La obsesión
En este capítulo hemos definido lo que es una adicción y hemos analizado los
diferentes cambios que ocurren en el cerebro del usuario asiduo de
pornografía.
El consumo regular de porno por Internet puede tener consecuencias más o
menos nocivas, a corto y largo plazo, según el sujeto en cuestión. En este
amplio espectro, mientras que algunas personas logran mantener el control
sobre lo que hacen, otras caen directas al abismo.
En el extremo más negativo de esta escala, el adicto acaba completamente
obsesionado. Su apetito es insaciable. Toda su vida queda supeditada a la
pornografía.
Como piezas del dominó, empiezan a derrumbarse uno tras otro los demás
aspectos de su vida: el trabajo, la vida social, la vida sexual real, la familia, la
salud física, la salud mental.
En este estado de obsesión, el adicto pierde contacto con la realidad y se
transforma en otra persona. Si el uso continuado cambia objetivamente las
conexiones neuronales del cerebro, no es extraño que el uso obsesivo termine
por distorsionar la propia percepción y consciencia del adicto.
Nos estamos refiriendo al caso extremo de una serie de síntomas que ya
empiezan a aparecer al cabo de unas cuantas sesiones. Por fortuna, la mayoría
de usuarios de porno no llega a este punto de gravedad. Pero son justamente
los que han llegado al borde del abismo los que reúnen las fuerzas suficientes
para salir del círculo vicioso. Estos suelen ser jóvenes adictos que deciden dar
un giro radical a sus vidas. Los foros y grupos en Internet de exusuarios de
porno están llenos de ellos.
No nos lo tomemos a la ligera. La obsesión empieza a desarrollarse a partir
del primer momento. En muchos casos, los cambios que se producen en
nuestro interior quedan grabados para siempre. El Dr. Norman Doidge
escribe:
«En Alcohólicos Anónimos insisten en que no hay exalcohólicos y piden a la
gente que no ha tomado una copa desde hace décadas que se presente en las
reuniones diciendo "Mi nombre es Juan y soy un alcohólico". En términos de
plasticidad cerebral, suelen tener razón».
Las consecuencias del consumo prolongado y regular de pornografía no
solamente implican la alteración de las estructuras plásticas del cerebro.
También se transforma radicalmente la manera en la que un individuo se
percibe a sí mismo, siente y actúa. Y el cambio no se detiene a nivel
molecular, sino que influye en la identidad misma de la persona.
La nueva identidad masculina
«El porno generaba ira y violencia en mis fantasías privadas,
ira y violencia que no estaban ahí antes, y ya no quería eso.
No era yo, y decidí ponerle fin».
Ran Gavrieli
Voyerismo
El consumo de porno en la Red, sea esporádico o continuado, controlado o
compulsivo, tiene una serie de consecuencias negativas para el usuario. Si las
examinamos, encontraremos un denominador común, un marco que las
engloba: cambio de identidad.
Hemos visto cómo el porno altera las estructuras y los mecanismos de la
química cerebral. Ahora nos centraremos en los aspectos relacionados con la
personalidad, la autoestima y la conciencia de uno mismo.
El primer factor que salta a la vista (y suele ser infravalorado) es el
voyerismo. El hombre que se acostumbra a mirar escenas de porno pasa de
ser un hombre activo a un hombre pasivo. Si en condiciones normales la
actividad sexual de un hombre requiere su participación activa, con el porno
se convierte en un simple observador, en un voyeur o voyerista.
Curiosamente, el voyerismo (observar en vivo a otras personas en situaciones
íntimas) ha sido considerado durante décadas un tipo de perversión sexual
que roza el trastorno mental. Sin embargo, las características voyerísticas de
la pornografía han recibido hasta ahora muy poca atención.
El porno induce al hombre a adoptar y acostumbrarse a una nueva actitud
ante el sexo: la posición del espectador. Son otros los que participan y gozan.
El usuario logra disfrutar a través del placer de otros.
A la larga, esta actitud pasa a formar parte de la nueva autopercepción del
usuario de porno. Su modo por defecto es el de voyeur. No es necesario
participar activamente para lograr el placer sexual. Basta con mirar.
Esta pasividad posiblemente se traslade a otras áreas de la vida. No hace falta
encontrarse con los amigos para jugar al fútbol los domingos; basta con mirar
el partido en la tele. No vale la pena esforzarse por tener éxito en la vida;
mejor quejarse de lo duro e injusto que es todo. No tiene sentido intentar
cambiar el mundo; es más cómodo contemplar los acontecimientos y su
desarrollo desde el sillón.
La vergüenza
Otra de las características más comunes del consumo de porno es la
vergüenza. Aunque da la impresión de que un verdadero hombre debe
jactarse de ver vídeos porno, esta actividad requiere de la más absoluta
soledad. El porno es un entretenimiento privado. Rara vez —generalmente
durante la adolescencia— se ve porno en compañía de los amigos.
Existe la excepción a la regla: parejas que ven juntos vídeos pornográficos
como manera de excitarse uno al lado del otro. Se podría analizar más
profundamente este comportamiento, pero, en definitiva, corresponde a un
patrón bastante diferente con respecto al uso que hace el asiduo al porno al
que nos estamos refiriendo.
En la inmensa mayoría de casos, los hombres ven porno con el fin de
masturbarse a solas. Para ello, deben buscar situaciones en las que se quedan
solos. Si no pueden estarlo, lo hacen a escondidas. Esto de por sí ya añade
una capa adicional al problema.
De hecho, el comportamiento de un hombre que hace algo a escondidas es
percibido de forma negativa. Incluso si racionalmente uno se explica a sí
mismo que no está haciendo nada malo, el hecho de esconderse y temer ser
descubierto termina dejando una huella de pseudocriminalidad en la
conciencia del usuario de porno. En algunos casos, este temor a ser
descubierto incrementa la excitación y el placer. En otros, adquiere tintes de
masoquismo psicológico.
Los testimonios de padres que han sido pillados por un hijo o una hija con
una mano en el ratón y la otra en sus partes íntimas son reveladores. La
acumulación de sensaciones de culpa y vergüenza tienen como efecto un
cambio profundo en la percepción de uno mismo.
Son frecuentes los casos en los que alguien cambia sus planes para poder
quedarse a solas y realizar una nueva sesión de porno frente a la pantalla. Sin
reconocerlo abiertamente, terminará desechando otros compromisos
laborales, sociales o personales para satisfacer sus ansias. Si es necesario,
inducirá a otras personas, familiares o amigos, a cambiar sus planes para
satisfacer así su necesidad de privacidad.
Pero no es exactamente privacidad lo que necesita el usuario de porno. Más
bien busca aislamiento. No comparte sus verdaderos planes. Se convierte en
un agente secreto con la misión de quedarse solo y masturbarse delante de la
pantalla.
El uso asiduo de pornografía por Internet, tanto si alcanza la definición de
adicción como si no, transforma al usuario. Lo convierte, no solo en un
voyerista, sino también en una especie de fugitivo mental.
Es un hombre que se siente a salvo para hacer lo que desea solamente detrás
de una puerta cerrada con llave, un hombre que busca activamente ese
aislamiento, un hombre que se esconde.

Baja autoestima
El principal efecto del consumo regular de porno es el descenso de la
autoestima.
No nos engañemos. Incluso cuando la gente que ve porno asiduamente
aparenta rebosar seguridad y autoestima, a la larga la imagen que uno tiene de
sí mismo se ve dañada.
Analicemos el lenguaje corporal del usuario medio. Normalmente lo
encontramos solo, sentado, ligeramente postrado hacia la pantalla, en una
habitación oscura o poco iluminada. Sus dos manos están ocupadas, atadas.
Es un esclavo dominado por las imágenes de la pantalla. Queda lejos del
ideal de un héroe, erguido, decidido, rebosante de energía y dispuesto a
compartir sus logros.
Para la mayoría, el porno por Internet significa contemplar a una serie de
hombres que penetran eternamente a un sinfín de atractivas jóvenes sedientas
de sexo. Observar a otro hombre disfrutar de una mujer que te excita es sin
duda una dosis segura de baja autoestima. Por supuesto, no lo solemos
percibir así. Pero el efecto acumulado de horas y horas de escenas similares
hace su trabajo.
No importa si uno prefiere escenas de lesbianas, gays, amateur, animación,
zoofilia o hardcore. El principio es el mismo para todas las categorías.
Ante hombres o mujeres que copulan sin parar, el usuario de porno se percibe
a sí mismo inconscientemente como incapaz de emular lo que ve. No es
solamente un voyeur. Es un voyerista que se imagina a sí mismo en una
situación en la que no está. Debido a la naturaleza de la mayoría de escenas
pornográficas, se trata de situaciones que tampoco logrará realizar.
En el porno vemos cantidades irreales de chicas sedientas de sexo. Muy
pocos son los que logran revivir estas experiencias en la vida real. Los
hombres demuestran unas supercapacidades sexuales fruto de los
suplementos artificiales y de las técnicas de edición cinematográfica. Cuando
vemos una película de Superman sabemos que es solamente una película.
Cuando vemos escenas de porno, nos preguntamos por qué nosostros no
somos capaces de hacer lo mismo.
Nuestra seguridad disminuye. En consecuencia, ante los inconvenientes y
avatares de la conquista y la seducción en la vida real, nos apocamos. A la
larga, el efecto más común es preferir un orgasmo seguro y controlado frente
a nuestra pantalla, antes que la incertidumbre de una situación concreta con
una persona real.
El uso continuado del porno tiene un importante efecto acumulativo.
Empezamos a albergar dudas acerca de nuestra propia capacidad sexual. La
elección de la opción fácil (masturbarse con porno) frente a la difícil (salir,
conquistar y quizás ser rechazado o tener un éxito menor), hace mella en la
percepción que tenemos de nosotros mismos.
Hay ocasiones en las que uno ve su cara reflejada en la pantalla. Comparada
con las glamurosas escenas porno, nuestra imagen deja mucho que desear. El
contraste acentúa aún más la distancia entre lo que somos en realidad y lo que
deseamos. Poco a poco, aceptamos nuestra inferioridad con respecto al
ansiado mundo de placer al que nos postramos.
Con el tiempo, nuestra autoestima se ve dañada. Para algunos puede ser un
daño relativo; para otros, una herida sangrante. Depende, por supuesto, del
nivel inicial de autoestima y de los rasgos psicológicos de cada uno. Pero, a
fin de cuentas, es irremediable: acabaremos sintiéndonos menos que otros y
menos de lo que somos.
Deseducación sexual
Otro de los efectos del consumo masivo de porno, quizás el más devastador e
irónico, es la deseducación sexual. Es devastador porque suele boicotear
nuestras futuras relaciones sexuales reales si no prestamos muchísima
atención. Y también es irónico, pues la mayoría de usuarios piensan a la
ligera, o se quieren creer, que viendo porno se aprende sexo.
Nada más lejos de la realidad.
La mejor prueba de ello la proporcionan las mujeres que tienen una vida
sexual rica y satisfactoria. Cuando ven una escena de porno típica, te dirán
que eso no es lo que les gusta, que así no es. Se preguntarán si realmente los
hombres se lo toman en serio y expresarán su preocupación de que les toque
uno en la cama que se ha «graduado» en la escuela del porno por Internet.
Es una película, no un documental. Nadie aprende a hacer kungfú viendo
películas de Bruce Lee. En el porno, se explotan las fantasías de los hombres.
No se recrean las situaciones sexuales tal como son.
¿Te has fijado que en la mayoría de escenas de copulación el único contacto
entre los cuerpos de un hombre y una mujer está en los genitales? Las manos
suelen molestar y se esconden. Los roces entre otras partes del cuerpo se han
eliminado. La cámara se enfoca en la parte de máxima excitación. Cualquier
cosa que estorbe se aparta. A las actrices incluso se les instruye para que
aparten sus cabellos con las manos cuando involuntariamente obstaculizan el
ángulo deseado de la cámara.
Las mujeres siempre están hambrientas de sexo y receptivas. Se excitan con
rápidez y disfrutan de manera exagerada de cualquier contacto o placer que
causan al hombre. ¿Qué debe hacer un hombre en una situación real en la que
una mujer no se ponga a gemir al cabo de treinta segundos?
La eyaculación en las escenas porno de copulación casi siempre se hace a la
cara de la actriz. Muchos hombres ya ven esto como algo normal y natural.
Como dijo una mujer de California en un congreso: «Cuando estoy en la
cama con un chico joven y veo por dónde va, lo primero que hago es
explicarle que esto no es Hollywood; ni a mí ni a mis amigas nos gusta que
nos eyaculen a la cara».
Los tiempos también son ficticios. No existe prácticamente el juego de
seducción. No se usa preservativo. La prolongación del acto sexual se define
por los planes del guion cinematográfico y no por el contexto.
Incluso quien se engancha al porno después de haber tenido las suficientes
experiencias sexuales desaprende lo que ha aprendido con sus amantes.
Acepta y adopta los nuevos paradigmas del porno. La cantidad de escenas
que así lo muestran y el deseo interno se ocupan de convencernos de que así
es como debe ser.
Para los jóvenes que llegan a su primera interacción sexual tras largas horas
de porno, el problema es aún mayor. Están convencidos de que «saben», y
ante ellos se abren dos posibilidades: realizar su fantasía tal como la han
aprendido, convenciendo o manipulando a su pareja; o chocarse de bruces
con la realidad.
Para muchas chicas jóvenes, el porno también supone una escuela de sexo.
Ante la falta de instrucción y la imposibilidad de descubrir conjuntamente
con una pareja, creen que el modelo del porno es el que deben seguir. Así,
adoptan papeles que, una generación antes no habrían adoptado.
En definitiva, el porno crea escuela. Y no es motivo de alegría ni mucho
menos. Jóvenes de todo el mundo aceptan patrones definidos por una
industria cuya única finalidad es aumentar sus beneficios explotando las
fantasías de una minoría: aquellos clientes que pagan. Suelen ser, por lo
general, hombres blancos de clase media en edad madura en países
occidentales.
La variedad en el mercado del porno no debe confundirnos. En la inmensa
mayoría de categorías se dan las características principales que se han
mencionado aquí. En todas ellas, los usuarios de porno asimilan día tras día,
escena tras escena, unas pautas sexuales que distan mucho de la naturaleza
real de las relaciones sexuales humanas.

El efecto escalada
Hemos visto en un capítulo anterior el efecto de desensibilización que tiene
lugar en el cerebro de cualquier adicto. Básicamente, con el uso de porno el
cerebro empieza a aburrirse de la misma fuente de placer y busca estímulos
novedosos. Es el mismo mecanismo que causa el efecto Coolidge, según el
cual nos sentimos atraídos por parejas nuevas mucho más que por una que ya
conocemos.
El porno de alta velocidad consigue llevar estas características a un nivel
superior. En una primera etapa, se cubre la necesidad de nuevos estímulos
encontrando un sinfín de escenas pornográficas. Pero al cabo de cierto
tiempo, la cantidad por sí sola no basta. Se necesita aumentar la intensidad
del material. Esta es una de las consecuencias más notorias entre los adictos
al porno: el fenómeno de escalada.
¿Cómo funciona?
Por un lado, es habitual tener multitud de pestañas abiertas simultáneamente.
A veces incluso decenas. La oferta de porno es tan apabullante que nuestro
insaciable apetito casi no sabe por dónde empezar. Rara vez una escena es
vista de principio a fin; se ve un poco y se pasa a otra.
En palabras del músico John Mayer: «A veces podía pasarme horas y horas
solamente buscando la escena perfecta para acabar. Y cuando la encontraba,
ni siquiera era capaz de verla hasta el final».
La búsqueda de un estímulo mayor que aumente el suministro de dopamina
en nuestro cerebro no puede, pues, contentarse con un mayor número de
escenas o actrices. Lo que ocurre entonces es que se buscan nuevas categorías
más excitantes que antes no habían llamado la atención del usuario.
Pero con la nueva categoría termina ocurriendo algo parecido. Tras un
determinado periodo de tiempo, el efecto de desensibilización vuelve a
aparecer. El espectador de porno, frustrado en su búsqueda de mayor
excitación, empieza a explorar una nueva categoría. Y este proceso se repite
varias veces.
Según los testimonios disponibles, en la mayoría de casos esta escalada se
mueve hacia una serie de categorías donde el eje principal es la agresividad.
Así, desde escenas de porno «normales y naturales» se pasa a escenas donde
hay una mayor sumisión de la mujer, una mayor brutalidad en el sexo y, en
última instancia, una recreación de la violencia. El efecto es el mismo: se
logrará cada vez una mayor excitación que a su vez se verá desbordada por
un nuevo elemento de exitación.
En muchos otros casos, la escalada se realiza explorando fetiches que en
situaciones normales jamás hubieran atraído al usuario, desde fetiches de
pies, vestimentas especiales y elementos étnicos, hasta sexo con personas de
edades extremas (ancianos y niños) o incluso zoofilia. La búsqueda de
nuevos alicientes altera las preferencias originales de la persona que abusa
del porno. De nuevo, resulta esclarecedor el testimonio de John Mayer:
«Tras años de explorar categorías y engancharme a cosas diversas, solo
cuando dejé el hábito del porno volví a mi gusto original de que me gustaba
la vainilla y nada más».
O en palabras de este usuario anónimo en un foro sobre el tema:
«Todos mis amigos y yo hemos ido progresando hacia categorías más
agresivas, algunos incluso llegando a violación y tal».
No se trata en absoluto de juzgar los gustos de cada uno, ni de referirnos a la
preguntas teóricas sobre si esos gustos y tendencias ya existían en la mente de
cada uno. Este es un fenómeno extendido entre la gran mayoría de asiduos al
porno en Internet. Así lo describen millares de usuarios anónimos, parte de
los cuales han dejado ya el porno.
El alcance y las dimensiones de este proceso dependen de cada uno, de su
personalidad, su experiencia, sus tendencias generales. Pero hay algo en
común en todos, y es preocupante: el porno altera nuestros gustos y
tendencias sexuales.
Tras una época de uso continuado de porno, todos terminamos por buscar
experiencias nuevas. En esta búsqueda, nuestra orientación sexual cambia.
Nos sentimos atraidos y satisfechos por cosas que nunca hubiéramos pensado
o buscado en situaciones normales. La percepción de nuestra propia
sexualidad se transforma.
En este proceso, no solo se crea una nueva identidad sexual, sino que nace
una nueva identidad personal. El ser humano está en transformación
constante. La célula más vieja de nuestro cuerpo no tiene más que once
meses. En combinación con los otros efectos del porno vistos anteriormente,
la búsqueda de nuevos estímulos y el desarrollo de nuevos gustos sexuales
conducen al hombre a una transformación mucho más profunda y acelerada,
al final de la cual, podríamos decir, se encuentra una persona radicalmente
distinta.
Perjuicios en la vida sexual
«Por primera vez en la historia humana,
el poder y la seducción de las imágenes
han superado a los de mujeres reales desnudas.
Hoy, mujeres reales desnudas no son más que porno malo».
Naomi Wolf
Efectos diversos
La acumulación de horas viendo vídeos de porno por Internet cambia nuestro
cerebro y transforma nuestra propia identidad. Pero los efectos no se detienen
ahí.
El hábito del porno daña nuestro funcionamiento sexual. La vida de pareja,
las erecciones —sea con la pareja que sea— y el apetito sexual ya no son lo
mismo.
Numerosos usuarios de porno informan de una serie de efectos en su vida
sexual:
• Necesidad de encontrar nuevas categorías de porno para excitarse
(efecto escalada).
• Menor sensibilidad en el pene.
• Eyaculación retardada e incluso anorgasmia.
• Preferir masturbarse con porno antes que tener sexo con alguien.
• Necesidad de pensar en porno para mantener la erección durante un
acto sexual.
• Desaparición o disminución de erecciones matutinas o espontáneas.
• Eyaculación precoz en situaciones de excitación con una persona
real.
• Incapacidad de erección, incluso durante una sesión de porno.
No olvidemos que el funcionamiento sexual depende del cerebro. Los
organos genitales responden a las órdenes que enviamos desde arriba.
Cuando la estructura neurológica y química de nuestro cerebro se altera —y
ya hemos visto cómo lo hace—, es imposible que no haya un efecto en los
organos que dependen de él.
Veamos ahora cuáles son los principales ámbitos perjudicados por el abuso
de porno por Internet.
Cariño, me duele la cabeza…
Cuando uno se hace visitante asiduo de sitios pornográficos en Internet, la
vida de pareja es la primera víctima.
Si se trata de un joven soltero y sin pareja, el abuso de pornografía lo aleja de
la misma búsqueda de una compañera para el sexo. El tiempo que podría
pasar en ambientes sociales para conocer y atraer chicas es invertido frente a
la pantalla. Peor aún, la motivación y el entusiasmo necesarios para ello
disminuye. Saltar de la cómoda posición de espectador a la carta al terreno de
juego de la seducción se vuelve cada vez más difícil. Hace falta mucha
determinación para enfrentarse a la incertidumbre y los riesgos.
Numerosos datos muestran que las experiencias sexuales de los adolescentes
en los países occidentales se inician en edades cada vez más tempranas. Por
otro lado, existe un mayor número de jóvenes que llegan vírgenes a los veinte
años. No es de extrañar. Prácticamente no hay niño hoy en día que no haya
visto vídeos porno. Muchos de ellos reconocen ser adictos a ello, a pesar de
tener trece o catorce años. Parece como si, una vez superado el efecto
despertador inicial, la adicción al porno actuase sobre millones de jóvenes
alejándoles de la posibilidad de una interacción sexual real.
Por otro lado, en el caso de un hombre con pareja estable o casado, la
situación escuece aún más. ¿Recuerdas el efecto Coolidge? Un hombre
siempre suele encontrar mayor excitación con nuevas mujeres que con su
misma pareja conocida.
¿Y dónde hay un arsenal de mujeres nuevas y atractivas? Pues en Internet. El
nuevo porno eclipsa totalmente la capacidad de seducción de la pareja. Es
como tener una amante. De hecho, es peor: es como tener el harén del rey
Salomón al alcance de un par de clics, veinticuatro horas al día, siete días a la
semana. Los economistas lo llamarían competencia desleal.
Así, cada vez más hombres prefieren tener menos sexo con sus parejas, o
simplemente llegan ya satisfechos y sin ganas de más. Rara vez confiesan el
verdadero motivo por el que no quieren mantener relaciones. De hecho,
masturbarse con porno y el tipo de porno preferido pasa a ser, con el tiempo,
un dominio íntimo que no se comparte con la pareja.
Por supuesto, hay gente que ve porno en pareja a veces como forma de
calentamiento o estímulo durante el acto. En ocasiones, esto añade excitación
y pasión a la vida de pareja durante un tiempo, pero según varios testimonios,
el efecto no es duradero.
Al final, se vuelve a caer en la falta de motivación o en la necesidad de
recrear el porno dentro de la cabeza durante el acto sexual con la pareja. El
Dr. Norman Doidge escribe:
«Durante finales de los 90, cuando Internet estaba creciendo rápidamente y la
pornografía estaba explotando en él, traté o asesoré a varios hombres que
venían todos con una historia similar. Cada uno había adquirido el gusto por
un tipo de pornografía que, en mayor o menor medida, le molestaba o
disgustaba, alteraba su patrón de excitación sexual y finalmente afectaba a
sus relaciones y a su potencia sexual.
Ninguno de estos hombres era fundamentalmente inmaduro, torpe
socialmente o se encontraba recluido del mundo por una colección masiva de
pornografía que actuara como sustituta de relaciones con mujeres reales. Eran
hombres agradables, generalmente considerados y en relaciones o
matrimonios razonablemente exitosos (...)
Algunos de estos hombres también me contaron algo, a veces de pasada, que
me llamó la atención. Decían tener una mayor dificultad para excitarse con
sus parejas sexuales —esposas o novias—, a pesar de que seguían
considerándolas objetivamente atractivas. Cuando les pregunté si este
fenómeno tenía alguna relación con el uso de pornografía, respondían que
inicialmente eso les ayudaba a excitarse más durante el acto sexual, pero con
el tiempo tuvo el efecto opuesto. Ahora, en vez de usar sus sentidos para
disfrutar en la cama, en el presente con sus parejas, el acto sexual empezó a
requerir de ellos imaginar que eran parte de un guion pornográfico. Algunos
trataron delicadamente de persuadir a sus amantes para que actuasen como
estrellas porno y estaban más interesados en «follar» que en «hacer el amor».
Sus vidas sexuales de fantasía se veían dominadas cada vez más por los
escenarios que habían descargado a sus cerebros, y esos guiones eran a
menudo más violentos y primitivos que sus fantasías sexuales anteriores.
Tuve la impresión de que toda la creatividad sexual que estos hombres tenían
estaba muriendo, y de que se estaban haciendo adictos al porno por Internet».
Ya es bastante difícil cuidar la vida de pareja a lo largo de los años. Pero
cuando el porno entra en escena, la probabilidad de fracaso aumenta
dramáticamente. La afición a los vídeos pornográficos termina separando a la
pareja, incluso si permanecen en el mismo piso y duermen en la misma cama.
Sus sueños y fantasías se desarrollan por caminos diferentes. La conexión
con la pareja se ve dañada: menos tiempo juntos, menos experiencias
compartidas, menos afinidad emocional, menos intereses en común, menos y
peor sexo juntos.

Disfunción erectil
Se pueden encontrar miles de historias en foros de Internet que cuentan todas
el mismo relato: hombres con problemas de erección que los superan cuando
dejan de ver porno durante un periodo dilatado de tiempo. Pero ¿qué relación
puede tener el porno con la dificultad de mantener una erección? Parece
paradójico.
De hecho, si leemos las páginas web más populares en español que hablan
sobre la disfunción erectil, no existe prácticamente mención alguna al porno.
Se habla de causas fisiológicas, de causas psicológicas, de estadísticas, etc.,
pero ¿porno? Si alguien se masturba viendo porno, seguro que no tiene
problemas después para tener una buena erección, ¿verdad?
Pues no.
La disfunción erectil se confunde con —pero no es— impotencia. Lo que
caracteriza la disfunción erectil (DE) es la incapacidad de lograr o mantener
una erección satisfactoria a lo largo de todo el acto sexual. Técnicamente, la
impotencia se refiere a la incapacidad total de lograr una erección en el
momento necesario. Para muchos, la diferencia es bastante significativa. Para
otros, no se trata más que de un eufemismo.
Existen dos tipos de causas de la DE: fisiólogicas, es decir, problemas
«mecánicos» que se pueden solucionar «tocando» algo; y psicogénicas, es
decir, cuyo origen está en la mente. Entre estas últimas, resulta que el hábito
de ver porno es particularmente dominante. De hecho, cuanto más se
investiga y más se formulan las preguntas correctas, más se encuentra que la
causa está relacionada con la pornografía online.
¿Por qué los sitios web de pornografía están llenos de publicidad de
Viagra?
Empezaron a surgir en las cubiertas de las revistas eróticas, pero hace ya años
que se han apoderado del espacio publicitario de muchos sitios porno en
Internet. Los anuncios y las ofertas de Viagra y sucedáneos tienen una
presencia constante.En realidad, se trata de un medicamento diseñado para
hombres mayores con problemas de erección debido al envejecimiento y al
bloqueo de flujo sanguíneo en la zona genital.
Pero los jóvenes que visitan actualmente los sitios porno tienen pánico de
sufrir problemas de erección y ser considerados impotentes. Al pensar en
términos de erección, uno piensa que el problema puede estar en el pene, y
por lo tanto la solución también debe andar por ahí... Sin embargo, el
problema no suele estar en la parte inferior de nuestro cuerpo, sino en el
centro de mando, en la cabeza. El mal funcionamiento del pene en los
usuarios habituales de porno se debe a la forma en la que el cerebro se
estructura con respecto al sexo tras una serie de experiencias pornográficas.
Las estructurales cerebrales cambian. El mapa mental del sexo se transforma,
y ahí empiezan a ocurrir los fallos. Por eso, el pene suele funcionar bien
cuando uno ve un vídeo porno, pero empieza a fallar en situaciones íntimas
con la presencia física de una pareja.
Lo curioso es cuánto se tarda en establecer la conexión entre el uso habitual
de porno y los problemas de erección.
El Profesor Carlo Foresta, presidente de la Sociedad Italiana de Andrología y
Medicina Sexual (SIAMS), escribe: «Empieza con reacciones menores a
sitios porno, luego hay un descenso general en la libido y al final resulta
imposible conseguir una erección».
En su libro The new naked, el Dr. Harry Fish, de la Cornell University,
escribe: «Cuando digo que el porno está matando el comportamiento sexual
en este país, no estoy bromeando, y tampoco estoy exagerando».
En 1948, el célebre Dr. Kinsey realizó un estudio en el cual encontró que solo
el 1% de los menores de 19 y el 3% de los menores de 45 años tenían
problemas de erección.
Sin embargo, en un estudio hecho en Suiza y publicado en 2012 por el
Journal of Adolescent Health, el resultado muestra que el 30% de los
hombres entre 18 y 25 años sufre disfunción erectil. De hecho, en otros
estudios se ha calculado que el porcentaje de varones que informan de
problemas sexuales es mayor entre los jóvenes que entre los mayores de 45
años...

Dopamina y expectativa
Parece que existe una lógica bastante simple detrás de la conexión entre el
porno y los problemas de erección. Básicamente, de la misma manera que se
desarrolla tolerancia hacia una sustancia, el hombre necesita un estímulo cada
vez mayor para lograr el mismo resultado (erección). Cuando nos
acostumbramos a unos estímulos visuales y sonoros determinados para lograr
nuestra excitación sexual, nos convertimos poco a poco en dependientes de
dichos estímulos. Con el tiempo, sin ellos seremos incapaces de experimentar
el mismo grado de excitación y placer al que nos hemos acostumbrado.
Cuando nos encontramos en la cama con una persona de carne y hueso, lejos
de las posibilidades del interminable catálogo del porno online, nos ocurre
precisamente eso.
La ciencia ha descubierto y comprobado que cuando la experiencia supera las
expectativas, la emisión de dopamina en el cerebro se dispara; pero cuando la
experiencia es decepcionante con respecto a las expectativas, la dopamina cae
en picado.
El proceso por el que se da una disfunción erectil sería el siguiente: El porno
en Internet eleva las expectativas inconscientes que tenemos para lograr la
excitación sexual —> En una situación física con la pareja, la realidad no
alcanza el nivel de la expectativa —> La dopamina cae en picado —> La
ereccion, aún cuando se logra, no se mantiene.
Cuando la realidad no alcanza las expectativas creadas artificialmente por el
consumo de porno y aceptadas inconscientemente, el nivel de dopamina
disminuye. Sabemos que la dopamina está relacionada con el deseo, con el
impulso de ir a conseguir algo que nos dará placer y satisfacción.
Acostumbrados a la infinita variedad y novedad que ofrece el porno por
Internet, cualquier pareja, por muy sexy que sea, tiene todas las de perder.
Desensibilización, tolerancia a la dopamina y erección
Uno de los cambios que ocurren en el cerebro con el uso masivo de porno es
la desensibilización. Este proceso es lo que está detrás de la llamada «mayor
tolerancia a sustancias». El sistema neuronal, inundado por cantidades
apabullantes de dopamina, empieza a poner fuera de funcionamiento
conexiones entre las neuronas, y finalmente las propias neuronas, con el fin
de reducir la intensidad del tráfico de dopamina.
La sobreestimulación reduce el número y el tamaño de los receptores de
dopamina que se encuentran en los extremos de las neuronas (D2). Por eso se
llama desensibilización: al final del proceso, nuestro cerebro es mucho menos
sensible al estímulo que había en un principio, y por eso necesitará un
estímulo mayor. Este mecanismo sirve como trampa-trampolín para cualquier
tipo de adicción.
La erección se logra cuando las venas del pene se llenan de fluídos hasta el
punto de tensar los tejidos a su alrededor creando el efecto bien conocido que
llamamos erección. Pero las venas no inician el proceso por sí solas. Los
órganos no tienen una reacción directa a un contacto externo. Todo pasa por
el cerebro.
Para que esto ocurra, el flujo de dopamina en el núcleo accumbens, o centro
de recompensa, debe ser lo bastante potente para enviar las señales necesarias
a través de la espina dorsal hasta la zona de los genitales y así causar la
erección.
A fin de cuentas, cuando la desensibilización ha reducido las zonas grises del
cerebro (conexiones entre emisores y receptores de sustancias químicas como
la dopamina), es necesario un nivel muchísimo mayor de excitación para que
llegue la misma cantidad de dopamina a las zonas genitales. Cuando esto no
ocurre, la erección se debilita o desaparece.

Cómo saber si el porno es la causa de tus problemas de erección


Gary Wilson propone un método simple para comprobar si la disfunción
erectil es inducida por el porno o no:
1. Consulta a un médico. Si resulta que no hay ningún problema físico o
mecánico, te dirá seguramente que la DE se debe a la ansiedad o a algún otro
motivo psicológico.
2. Mastúrbate con tu porno favorito.
3. En otra ocasión, mastúrbate sin porno y sin pensar en porno (céntrate
únicamente en las sensaciones físicas de tu cuerpo). Un hombre normal y
sano debería ser capaz de tener una erección estable y un orgasmo solamente
masturbándose con la mano.
4. Compara las dos experiencias. Si te ha costado más alcanzar o mantener la
erección cuando no tenías porno, entonces el problema no es la ansiedad o el
miedo escénico.
5. El test no es perfecto. Hay gente que tiene problemas de erección incluso
cuando ve porno; se trata de casos graves de DE.
Si tras hacer el test descubres un problema, siempre es recomendable
consultar a un especialista. Sin embargo, ten en cuenta que la mayoría de
médicos han estudiado Medicina antes de que se considerara siquiera la
existencia de DE inducida por el consumo de porno. Es tu responsabilidad
darle la información relevante sobre tus hábitos para que te pueda ayudar de
la manera más eficaz posible.
En cualquier caso, la mejor forma de estar seguro y darle una nueva
oportunidad a tus erecciones es darle unas vacaciones al porno durante varias
semanas.

Anorexia sexual
La vida de pareja empeora para los consumidores de porno. Tanto si tienen
una relación estable como si no, los momentos de intimidad se experimentan
con menor frecuencia y menor placer a lo largo del tiempo.
Las dificultades que pueden empezar a aparecer, relacionadas con la erección
y la falta de entusiasmo del hombre durante el acto sexual, juegan un papel
determinante. Al mismo tiempo, la autoestima y la confianza contribuyen a
disuadir al hombre de involucrarse en una nueva experiencia física real.
Es un proceso que se puede desarrollar lentamente, dando lugar a muchas
etapas diferentes. En el extremo final de este espectro se encuentra el estado
de anorexia sexual. Esta condición se define por una falta de apetito sexual.
Muchos investigadores han estudiado este fenómeno, y todos coinciden en
que el miedo y la inseguridad son factores clave. Otra circunstancia
determinante es la sensación de haberlo experimentado ya todo.
Suena como un caso típico de adicción al porno...
La sexualidad que se experimenta en Internet a través de los sitios porno tiene
precisamente la capacidad de saciar cualquier curiosidad y cualquier instinto.
«Repetitiva y fría, mata la fantasía y el deseo», escribe Gary Wilson, autor de
Your brain on porn.
Según el Profesor Carlo Foresta, «La anorexia sexual es un trastorno
caracterizado por la falta total de deseo sexual, pero no solamente. La persona
que sufre adicción al porno virtual carece de fantasías eróticas y estímulos
físicos.
De los cincuenta chicos que han venido a nuestras clínicas por problemas de
sexualidad, disminución de la libido y disfunción erectil, el 70% había
frecuentado durante años sitios pornográficos. Este uso diario ralentizó la
maduración sexual del cerebro, desconectó el sexo de la afectividad y, lo que
es peor, anuló el interés genuino por el sexo».
Aunque se considera la anorexia sexual como un estado extremo en la escala
de trastornos sexuales, no debería extrañarnos que los casos sean cada vez
más frecuentes. La versión de anorexia sexual que más se está expandiendo
es la que renuncia a cualquier situación de intimidad física y se refugia en la
práctica de la masturbación asistida por Internet.
Quizás se trate de una mera faceta más de la tendencia reinante en el mundo.
La tecnología está invadiendo cada aspecto de nuestras vidas. Lo virtual gana
terreno frente a todo lo que requiere presencia física.Y parece que la
sexualidad humana no es una excepción.
En todo caso, el número de jóvenes que pierde el interés por el sexo real con
otra persona va en aumento, a la par con la mayor accesibilidad a la
pornografía entre los más jóvenes.
El Dr. Kunio Kitamura, autor de Jóvenes reacios al sexo, estudió este
fenómeno en Japón. Para ello, entrevistó a centenares de jóvenes. Uno de los
testimonios que recogió en su trabajo dice: «Tener sexo con alguien es
demasiada molestia». Otros hombres declararon preferir a las chicas como
personajes animados.
En el país nipón, el número de jóvenes que afirman no sentirse interesados
por el sexo real se ha multiplicado en los últimos años. Cada vez es más
común la gente que prefiere el sexo virtual a las molestias de tener una
relación de pareja. No extraña en este caso, pues, que ya se hable
abiertamente del sekkusu shinai shokogun, el síndrome del celibato.
En otro estudio del Profesor Carlo Foresta en Italia, se encontró que la falta
de deseo sexual entre adolescentes pasó de un 1,7% en 2005 a un 10,3% en
2013. En un seguimiento posterior realizado con jóvenes entre los 19 y los 25
años, aquellos que visitaban regularmente sitios porno valoraron su propio
deseo sexual con la mitad de puntuación que los que no lo hacían.
Parece una broma de mal gusto. Ante la abundancia de estímulos sexuales
gratuitos, variados y accesibles desde cualquier teléfono, surge una
generación que muestra signos alarmantes de apatía hacia el sexo. No es
todavía la norma general. Pero tampoco es únicamente un fenómeno
reservado a los más jóvenes.
Impulsada por la nueva autoidentidad que se forja en la cabeza de un adicto al
porno, con sus problemas de autoestima y de erección, la anorexia sexual
ofrece una solución drástica a un problema grave. Se pierde la noción de la
realidad. La frontera entre el sexo virtual y el real se difumina, lo cual es muy
cómodo para quien sufre de los problemas mencionados anteriormente.
Existe, por tanto, la sensación de que es mejor cortar por lo sano, y así se
justifica racionalmente la falta de apetito sexual que padece el cuerpo.
El empacho de sexo termina en abstinencia.
La vida que no vives
«Ésta es tu vida, y se está terminando minuto a minuto».
Tyler Durden (Fight Club)
Desmotivación y tiempo perdido
Motivación
Las consecuencias de las visitas repetidas y frecuentes a sitios pornográficos
en Internet no se detienen en el campo de la sexualidad. La misma saturación
de dopamina afecta a otra áreas de nuestra actividad.
Recordemos que la dopamina es la sustancia que nuestro cerebro produce
para motivarnos a conseguir aquello que recuerda como beneficioso o
indispensable para nuestra supervivenvia. Es la droga natural de la
motivación. La dopamina nos dice «ve y tráeme más de eso».
Así, cuando nos acostumbramos a inundar nuestro cerebro de dopamina
mientras vemos vídeos porno, nuestra motivación para perseguir otras metas
de nuestra vida disminuye. Entre leer un libro, mejorar una habilidad laboral
o entrar a un sitio porno nuevo, ¿cuál elegimos? La comparación es una
trampa. Nuestro núcleo accumbens, sediento de dopamina, siempre lo tendrá
claro.
Por otro lado, la parte de nuestro cerebro que toma las decisiones más
racionales, el hipotálamo, se hace cada vez más débil ante el fortalecimiento
de los circuitos de dopamina en el sistema de recompensa.
El resultado es obvio. Cualquiera que haya pasado largos periodos de tiempo
enganchado a sitios porno lo conoce. La motivación para hacer otras cosas es
mínima. Se producen largas batallas mentales para convencerte de hacer algo
que sabes que debes hacer, abandonos frecuentes ante dificultades menores,
excusas para volver al porno, desgana ante la montaña de tareas que se
acumulan y una necesidad imperiosa de volver a escaparte entrando al
maravilloso país del porno online.
Como muchas otras adicciones, el porno mata la motivación de vivir de
verdad. Genera apatía y soledad. Ocasionalmente, puede incluso inducir a
depresión y a comportamientos autodestructivos.
Hay una vida llena de obligaciones, problemas, angustias y también alegrías,
emociones y satisfacciones. Elegir el porno significa rechazar esa vida.
Tiempo
La desmotivación es un estado permanente, fruto de una mente presa del
porno por Internet. Y al igual que un preso que sale libre un día, el exadicto
es consciente del tiempo que se le ha escapado entre los dedos. Es un tiempo
que ya no regresará. Un tiempo perdido que, mientras dura el encanto
hipnótico del porno, no es capaz de apreciar.
El usuario medio de porno por Internet invierte varias horas a la semana en
sitios porno. Este hábito no es algo aislado de un solo mes, sino que se
prolonga durante años. Como mínimo, pasará mil o dos mil horas en sitios
porno. En otros casos, superará de largo las diez mil horas.
¿Cuántas cosas se podrían conseguir con tanto tiempo disponible? Diez mil
horas es la cantidad que se estima necesaria para convertirse en un experto en
cualquier ámbito. Jóvenes que se sientan frente a su pantalla y renuncian a
sus sueños para satisfacer su obsesión con el porno podrían desarrollarse para
cumplir sus mayores deseos, y convertirse durante el proceso en adultos
seguros, sanos y felices.
Hablamos de horas enteras que podrían dedicarse al crecimiento personal, al
aprendizaje, a ayudar a los demás, a cuidar la salud, a descansar, a explorar el
mundo, a conocer a más gente, a amar... Y todas ellas son tiradas con
desprecio al cubo de la basura del porno.
Los daños causados por la afición o la adicción al porno son en su mayoría
reparables. Pero el tiempo malgastado nunca volverá.
No se trata de lamentarse, sino de comprender lo que está en juego. Nunca es
tarde para salir del pozo y subirse al tren con destino a la vida.
La rebelión
“El porno me hacía sentir mucha culpa.
La culpabilidad me producía aversión a las personas
y me alejaba de ellas.
La soledad me impulsaba al porno como un escape.
Era una espiral de la que no podía escapar...”
Testimonio anónimo
Empieza el despertar
Hasta hace poco, la oposición y las críticas al uso de porno procedían
principalmente de tres vertientes distintas: religión, ética y feminismo.

Religión
La relación entre religión y sexo nunca ha sido fácil. Líderes religiosos del
mundo entero se han posicionado tradicionalmente en contra de cualquier
conducta sexual inapropiada, entre ellas la masturbación.
En muchos países islámicos, el porno directamente está prohibido y es
castigado. En el mundo judeocristiano, donde las libertades individuales
suelen estar más protegidas, los estamentos religiosos se oponen y critican la
afición al porno. Pero su oposición a la pornografía está enmarcada en el
contexto de su oposición a la liberación sexual, la masturbación y la
promiscuidad.

Ética
En este ámbito se critica el porno por considerarse una industria no ética: el
porno está relacionado con la trata de personas, la prostitución, la explotación
y el abuso de niños. De la misma manera que una enorme cantidad de
productos y servicios que hoy día son conseguidos con métodos dudosamente
éticos (smartphones, petróleo, carne, prendas de vestir, etc.), colaborar con la
industria pornográfica supone respaldar todos sus pecados.
Además, el consumo de porno, incluso cuando es legítimo por tratarse de una
elección personal, aleja al hombre de la elevación moral y espiritual a la que
debería aspirar.

Feminismo
Hay división dentro del movimiento feminista, pero la mayoría de feministas
señala el papel de la pornografía en el fortalecimiento y la aceptación de
ciertos estereotipos denigrantes para la mujer. La cosificación de la mujer es
común en los productos pornográficos. Se argumenta que la industria sostiene
y fomenta, implícita y explicitamente, hábitos y prejuicios sexistas que
perjudican a la mujer.

La oposición interna
Estos frentes que «luchan» contra el porno tienen una influencia bastante
limitada. La religión logra influir en mucha gente, pero si comparamos el
potencial de influencia que podría tener con el efecto logrado, vemos que sus
porcentajes de éxito son minúsculos. La posición ética tiene también un
alcance muy limitado, incluso menor que el logrado en otros frentes de
consumo ético. Por último, el dividido movimiento feminista no consigue
influir en la masa de consumidores varones asiduos o adictos al porno.
La oposición tradicional a la industria pornográfica resulta sumamente
ineficaz para contrarrestar el poder de seducción y captura del porno online.
De hecho, a menudo parece más interesada en condenar el porno que en
rescatar a los consumidores.
Es significativa y elocuente la posición expresada por Noam Chomsky,
intelectual de referencia en círculos progresistas:
«La pornografía es humillación y degradación de mujeres. Es una actividad
desgraciada. No quiero estar relacionado con ella. Solo mira las imágenes.
Las mujeres son degradadas como vulgares objetos sexuales. Los seres
humanos no son eso. No veo nada debatible.
Con respecto al hecho de que es el erotismo de alguna gente: ese es su
problema. Si disfrutan de la humillación de mujeres, tienen un problema».
El desdén y la superioridad que transmiten normalmente los estamentos o
personalidades morales no ayudan a combatir el fenómeno. No motivan a los
adictos a plantearse una salida e incluso alimentan una posición reaccionaria
de «patriotismo porno».
Sin embargo, en los últimos años ha empezado a surgir en la sociedad un
punto de vista que no mana de estas críticas tradicionales a la pornografía.
Una actitud novedosa empieza a despuntar. Su fuerza consiste en su origen.
Esta vez, la oposición no viene de fuera, sino de dentro. Nace de un número
cada vez mayor de hombres que han sido consumidores asiduos de
pornografía durante años; personas que han vivido enganchadas al hábito
compulsivo de visitar sitios pornográficos y que han logrado liberarse.
Precisamente, quien ha vivido inmerso en el mundo virtual de la pornografía,
quien es capaz de sacar la cabeza a la superficie, y tomar un poco de aire
fresco, sabe mejor que nadie lo que significa ser adicto al porno. Su mensaje
cobra una validez espectacular por estar relatado en primera persona.
A diferencia de otras actitudes opuestas a la pornografía cuya motivación —
loable y legítima donde las haya— son la religión, la ética y el estatus de la
mujer, estamos presenciando cómo se desarrolla una nueva perspectiva
preocupada principalmente en evitar los daños que el abuso de porno causa al
propio consumidor de porno.Esta es la perspectiva que ha dado luz a este
libro.
Para muchos, esta idea al principio les puede parecer irónica o absurda. Pero
ya conocemos la amplia gama de efectos que tiene el abuso de porno y por
qué es tan poderoso y adictivo. Las vidas de millones de hombres y mujeres
en todo el mundo son peores debido al efecto devastador del porno online.
Ahora, una pequeña parte de ellos ha empezado a hablar del tema.

¿Por qué ahora?


¿Por qué después de siglos de arte erótico y décadas de industria pornográfica
moderna surge ahora una oposición tan firme por parte de ciertos
exconsumidores?
La respuesta la encontramos en la Internet con conexión de banda ancha. El
paso de la pornografía anterior a la actual en la era de la conexión rápida e
inalámbrica supone un salto cualitativo. La rapidez y la accesibilidad han
derrumbado cualquier tipo de barrera para que ciertos consumidores
sucumban a la tentación de ver porno durante horas cada día. Cada día se ve
más porno, más horas, más variado, en más lugares, a edades más tempranas.
Como ocurre en muchos otros casos, mientras las dimensiones del fenómeno
permanecen dentro de lo aceptable (término debatible y subjetivo, pero que
nos contentaremos aquí con definir como «soportable por el individuo y por
la sociedad»), la oposición no necesita ser demasiado agresiva. Se barre
debajo de la alfombra y se continúa. Pero cuando se rompe el statu quo, se
hace necesario restablecer el equilibrio.
En la última década, la industria pornográfica ha crecido más que nunca,
gracias a Internet y a la increíble rápidez de conexión en todo el mundo. La
cantidad de horas de porno gratis disponibles con un solo clic es
inmensamente mayor que la cantidad de porno de pago existente hace menos
de veinte años. La presencia del porno en la vida de millones de jóvenes no
tiene equivalente en la historia. Está en todas partes, y cada vez hay más.
Ante una situación como esta, no extraña que empiecen a estallar las primeras
burbujas. Como una olla a presión, comienzan a salir los primeros chorros de
vapor. Demasiado porno.
Ante la imparable invasión del porno, es inevitable que crezca la oposición.
Se trata del mismo mecanismo físico según el cual toda fuerza aplicada causa
una fuerza de resistencia equivalente a la fuerza inicial. Así, crecen los
estudios científicos sobre la adicción al porno, los testimonios de gente que
siente que su vida ha quedado al borde del abismo, los foros de ayuda para
quienes quieren dejarlo, etc.
El porno online ha crecido hasta dimensiones exorbitantes. Su alcance es tal
que empezamos a ver los primeros rebotes de oposición. Pero es solamente el
inicio. A medida que se abra la brecha, más y más usuarios abrirán los ojos,
cerrarán la ventana del navegador y buscarán ayuda.
La salida de cualquier adicción o hábito compulsivo es dura. Aquí. además,
existe un agravante más: a diferencia de lo que sucede con sustancias
adictivas como el alcohol u otras drogas, el porno es legal, accesible desde
cualquier teléfono en segundos y no deja huellas, olor ni efectos físicos
visibles para los demás.
Y sin embargo, miles y miles de hombres logran romper sus ataduras al
porno. Es un hecho: cada día hay más «expornoadictos».
El camino de salida se inicia al comprender el alcance de los daños que causa
—a medio y largo plazo— a nuestro cerebro, a nuestra identidad, a nuestra
sexualidad y a nuestra vida.
Testimonios
Cuando quieres liberarte de una adicción, no hay nada más útil que escuchar
la experiencia de alguien que está o ha estado en una situación similar a ti.
Así que a continuación recogemos unos cuantos testimonios. Y si lo deseas,
puedes participar y compartir tu historia escribiéndome a
joseph@operacionsuperacion.com.

***
He visto porno durante diez años (tengo 22), y eso me provocó DE
(disfunción erectil). Cada vez que quería sexo con mi novia, simplemente era
incapaz. Y sin embargo me masturbaba cada día, en ocasiones incluso dos
veces. Era fácil, me hacía sentir bien y al menos me entretenía un rato,
pensaba.
Anónimo

***
El porno se ha convertido en algo tan normal en nuestra sociedad, que resulta
extraño no ver porno. Se ha convertido en algo relacionado con la hombría y
hacerse grande, porque cada chico que llega a la pubertad ahora ve porno. En
mi caso, pensaba que yo consumía tanto porno porque mi deseo sexual era
mayor de lo común. Ahora sé que estaba equivocado. Tenía una adicción. Mi
vida social era un desastre. Apenas salía y desde luego no tenía contacto con
las chicas.
Anónimo

***
(Edad: 25) Mis gustos en el porno habían ido de cosas normales y suaves de
lesbianas, hasta BDSM duro, electroshocks e incluso violaciones. También
me encontraba a mí mismo masturbándome por el solo hecho de hacerlo:
cuando estaba aburrido, cuando me levantaba, antes de irme a dormir, en el
cuarto de baño... Y tener acceso constante a porno en mi teléfono no me
ayudó.
Anónimo

***
Fui adicto totalmente al porno durante más de cinco años. CERO sexo de otro
tipo; me pasaba todo el día masturbándome sin parar, al borde del orgasmo,
hasta que mi pene quedaba irritado. Durante esos cinco años de excesos de
masturbación con porno, las pocas oportunidades que tuve de estar en la
cama con una chica... no conseguí nada de movimiento ahí abajo. Y ponía un
sinfín de excusas: no estoy listo, estoy cansado, por qué no esperamos hasta
mañana... Fue CRUEL.
Anónimo

***
Mi rutina consistía en fumar un montón, colocarme y masturbarme. Me
masturbaba tanto que al final ya no salía nada, y la piel de mi pene quedaba
irritada y herida. También odiaba los lugares públicos. Nunca miraba a los
ojos, siempre iba con la cabeza hacia abajo, y estaba siempre tan deprimido...
Incluso al cruzar la calle me ponía nervioso, porque pensaba que todos los
conductores me estaban mirando y pensando lo torpe que era.
Anónimo

***
Hace unos meses, tras visitar la consulta de la psicóloga, regresé muy
preocupado a casa, porque me había dicho que era adicto al porno. Me sentí
como en una de esas películas en las que un alcohólico sale diciendo «hola,
me llamo Luis y soy alcohólico». ¿Cómo me podía estar pasando eso a mí?
Siempre he sido un tío muy social y he ligado cuanto he querido, aunque es
verdad que desde hacía unos meses apenas salía de casa. En mi trabajo me
habían dado un ultimátum, porque había bajado mi rendimiento y esa era la
razón que me había llevado a la psicóloga. Mis colegas también se quejaban
de que casi no me veían. Incluso mientras escribo esto aún tengo ganas de
conectarme, pero no voy a hacerlo, he avanzado mucho y aún me queda un
largo camino, pero estoy dispuesto a recuperar mi vida. Esta noche salgo con
un grupo de solteros con los que últimamente he empezado a quedar.
Anónimo. www.adiccionalapornografia.com

***
Desde hacía tres años, las relaciones con mi pareja se habían deteriorado. Mi
marido es directivo en una importante compañía, y al principio pensé que la
causa de todo era su estrés laboral. Pero hace un año entré de repente en el
despacho que tiene en casa y cerró bruscamente el portátil. Le noté nervioso,
y eso me hizo sospechar que me ocultaba algo. Primero pensé que se trataba
de otra mujer y empecé a investigar. Pero no tardé en descubrir que el
problema no era otra mujer, sino la pornografía. Lo intenté hablar en
repetidas ocasiones con él, pero siempre se ponía a la defensiva y minimizaba
el problema. Cuando ya no pude más, le di un ultimátum y tres meses
después acudimos a un profesional. Aún pasó otro mes hasta que decidió
iniciar la terapia.
Ahora lleva ocho meses en tratamiento y he reencontrado al hombre con el
que me casé.
Anónimo. www.adiccionalapornografia.com

***
Esto es lo que el porno me hizo creer con respecto al sexo:
1. todas las chicas quieren sexo con el mayor número de chicos y por el
mayor número de agujeros; les gusta; a las chicas les encanta el sexo anal, y
si a una no le gusta significa que no lo ha probado lo suficiente; a las chicas
les gusta que se corran en su cara y tragar semen; las chicas que viven solas
siempre están encantadas si llega un desconocido para tener sexo con ellas; a
las chicas les gusta que se las humille; a las chicas en lugares públicos les
gusta que hombres desconocidos las toquen; y por supuesto no hay que
hablar antes;
2. para ser un hombre, un chico necesita tener un pene grande, cuanto más
mejor, y aguantar la erección durante mucho tiempo, incluso horas; un
hombre puede acabar y enseguida volver a empezar, así con muchas
eyaculaciones en el mismo acto.
Mi autoconfianza estaba por los suelos.
Anónimo (entrevistado por Tsipi Saar).

***
El porno desgasta la capacidad de excitación, de forma lenta pero segura.
Consumo porno desde hace más de quince años, y durante este tiempo, cosas
que me excitaban al principio pasaron a ser banales, y otras cosas que me
parecían exageradas se conviertieron en la norma. La evolución en mi caso
—y, si se me permite, también en el caso de mis amigos— se mueve por el
eje de la agresividad. Yo me contento con elementos de dominación, pero sé
de muchos que van más lejos, hasta la humillación, y hay muchos otros que
buscan violencia pura y dura.
El porno desgasta también la empatía. Conozco varios datos muy
deprimentes sobre las vidas de actrices porno que me excitan. Sé de una que
huyó de sus padres adoptivos con quince años; de otra que era deportista con
un gran potencial olímpico y que una lesión la apartó de su sueño y la arrastró
a la penuria económica; de otra que murió por el alcohol y las drogas; de
aquella que fue asesinada por su pareja a golpes de pistola. Sé todos esos
detalles y aún así hago la separación entre las mujeres reales y las mujeres en
la pantalla. El consumo intensivo es adictivo, efectivamente. Dedico al porno
más pensamiento que al sexo real.
En los últimos años, he sido padre de un niño y después de una niña. Se
podría suponer que el nacimiento de mi hija cambió algo. Pero es
precisamente mi hijo quien me preocupa. Los hombres de hoy, más que las
mujeres, están programados y condicionados por el porno. También a mí me
pasó, y quiero ahorrárselo a mi hijo.
Por eso decidí dejarlo. Esta abstinencia es complicada y parcial. Por ahora,
renuncio al porno en formato de vídeo y lo sustituyo por porno escrito. Tengo
la sensación de que el porno escrito tiene un efecto menos intrusivo, menos
devastador para mi identidad sexual, y por eso es menos adictivo y desgasta
menos mi capacidad de excitación.
El porno escrito no resuelve los problemas que he mencionado, pero los
atenua. Quizás, después de dejar el porno en vídeo, podré también ir más
lejos.
Me llamo X, y llevo limpio cuatro días.
Anónimo (entrevistado por Tsipi Saar).

***
Aquí van algunos pensamientos sobre mi último año...
22 de octubre de 2012. Este fue el día en el que empecé a dejar esta adicción.
Había tratado de parar antes, pero nunca realmente había puesto todo mi
corazón en ello.
Ese día estaba deprimido. No pensaba en el suicidio, pero deseaba estar
muerto, no haber existido nunca. «Vivía» para el porno. Estaba muerto para
los amigos, para el mundo exterior, para nuevas experiencias o para la risa.
Ahora, un año después, miro atrás y me asombro de cuánto he cambiado. Mi
perspectiva sobre la vida, las mujeres y la sexualidad son muy diferentes en
este momento. La vida es progreso, paso a paso. Saber que a veces estaré
deprimido, otras veces feliz. Vivir significa experimentar esas cosas y no
refugiarse en el porno. Las mujeres se han convertido en personas y ya no da
tanto miedo interactuar con ellas. Ahora comprendo lo que quiero de mi
sexualidad. Quiero que sea algo puro, algo que se exprese en la intimidad,
algo más que lujuria. El sexo ha pasado de ser un pene dentro de una vagina a
algo que hago con otra persona.
Este último año he tenido varias rachas, la mejor ha sido de 126 días, dos de
más de 50 días, unas cuantas de unos 20 días y muchas de menos de una
semana. Al principio las recaídas duraban unos 3 o 4 días de promedio, pero
he logrado reducirlas a 1 o 2 días ahora. De media, he estado sin porno el
89,4% del tiempo.
Hoy estoy en día uno de nuevo. El último año ha sido bueno, pero hay un
gran margen de mejora. El 89% puede sonar bien, pero a lo largo de un año
equivale a un mes de masturbación con porno. ¡Eso es mucho! Para mí es el
momento de enfrentar este reto con energía renovada. Quiero sacar el porno
de mi vida definitivamente.
Antsandfeet. (www.reddit.com)

***
Yo tuve ese problema en mi adolescencia y me hacía sentir mucha culpa... La
culpabilidad me producía aversión a las personas y me alejaba de ellas. La
soledad me impulsaba al porno como un escape, siendo esto una espiral de la
que no podía escapar.
Hasta que un día observe a un indigente parado frente a un restaurante viendo
comer a los demás y me sentí identificado, porque yo veía a los demás que
practicaban sexo... Y no podía disfrutarlo personalmente, solo a través de lo
que otros hacían.
Comencé a comprender la magnitud de mi problema y me relacioné más con
las personas, para ir dejando poco a poco de lado esta dependencia...
Anónimo. (yahoo.com)

***
Si quieres participar y compartir tu testimonio, escríbeme a
joseph@operacionsuperacion.com.
Contacto
Querido/a lector/a:
Muchas gracias por haber llegado hasta aquí.
Me encantaría conocer tu opinión. Escríbeme y dime lo que piensas.
Si te ha parecido útil, por favor, dedica un minuto a dejar un comentario en la
misma página web en la que has conseguido el libro. Así influirás en otros
lectores para decidir si les interesa esta obra y ayudarás a que más gente la
encuentre. Si no te ha gustado o crees que falta algo, por favor, dímelo.
Por último, si quieres estar al corriente de cualquier nuevo libro, artículo o
actividad en la que esté involucrado, te invito a que te suscribas a mi lista de
contacto.
¡Hasta la próxima!

Joseph de la Paz
Referencias bibliográficas

Dr. Gert-Jan Meerkerk, Regina J.J.M. Van Den Eijnden, and Henk F.L.
Garretsen. CyberPsychology & Behavior. February 2006, 9(1): 95-103.
doi:10.1089/cpb.2006.9.95.
Bos MGN, Jentgens P, Beckers T, Kindt M (2013) Psychophysiological
Response Patterns to Affective Film Stimuli. PLoS ONE 8(4): e62661.
doi:10.1371/journal.pone.0062661
Predicting compulsive Internet use: it's all about sex! (Meerkerk, G. J., Van
Den Eijnden, R. J., Garretsen, H. F.)
http://www.ncbi.nlm.nih.gov/pubmed/16497122
http://www.amazon.com/CEREBRO-SE-CAMBIA-S%C3%8D-
MISMO/dp/8403099193
http://archpsyc.jamanetwork.com/article.aspx?articleid=1874574
Italian Society of Andrology and Sexual Medicine (Siams), X National
Conference in Lecce
Voon V, Mole TB, Banca P, Porter L, Morris L, Mitchell S, et al. (2014)
Neural Correlates of Sexual Cue Reactivity in Individuals with and without
Compulsive Sexual Behaviours. PLoS ONE 9(7): e102419.
doi:10.1371/journal.pone.0102419
http://www.ncbi.nlm.nih.gov/pubmed/25013940

También podría gustarte