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Resumen: La ponencia reflexiona sobre uno de los elementos centrales para el proceso
creativo que dio lugar a la puesta en escena de la obra Especie, construida desde los
Sistemas Minimalistas Repetitivos y organizada como un sistema capaz de generar
elementos reflectafóricos capaces de multiplicar su producción de sentido.
En marzo de 2013 me llegó la linda noticia de que me habían dado la beca del
Fondo Nacional de las Artes para Escritores del Interior del País: era oficialmente
becado para escribir un texto dramático. Sin embargo, el año anterior, al momento de
armar la postulación, yo había sentido que no quería sentarme otra vez frente a la
computadora a imaginar en soledad sino hacer esta vez algo que me significara un
desafío diferente: había entonces propuesto que -de resultar elegido-, trabajaría con
actores y escribiría mientras tanto -con y para ellos- un texto, montaría el espectáculo y
produciría luego algún escrito sobre la cuestión. Henos aquí.
Lo que pasó, ya se nota, fue simple: de la cruza entre el trabajo con Sistemas
Repetitivos y las ciencias de la totalidad aplicadas al arte (o sea, la parte teórica de ese
seminario) más mis ganas de dejar de aburrirme en el teatro fue apareciendo una posible
forma de búsqueda que, además, resignificaba algunas herramientas que yo ya traía
conmigo, que había aprendido en talleres o viendo trabajar a otros pero que, en algunos
casos, hacía tiempo que no usaba. Me gusta pensarlo así, como herramientas: las llevo
en la mochila, con el cierre abierto, a veces voy tirando algunas, a veces agregando
otras; prestadas, usadas, probadas. Ir cambiando, renovando, más cerca del infinitivo
estar que del ser, que suena siempre más definitivo.
Hubo un tercer elemento que ayudó a redondear la cuestión, y fue Paul Auster
con su hermoso La invención de la soledad. Porque resulta que A., el personaje del
libro, empieza a identificar lo que él llama “rimas” en la realidad, a percibir patrones,
formas que surgen y de algún modo conmueven a quien las siente. A. señala que en un
trabajo de ficción todo se supone “puesto ahí” por el artista, todo está por alguna razón
y todo “quiere decir”, mientras que la historia de los hechos reales funciona diferente ya
que los elementos de la realidad carecen de significación más allá de sí mismos y, por
eso, de un efecto de esplendor, de verdad metafísica. Y a veces lo que le pasa a A. es
que mira al mundo real como si fuese una extensión de lo imaginario, y entonces siente
el golpe de lo sobrenatural, del unheimlich freudiano.
Sucesos como los que vive el personaje de Auster fueron señalados por el suizo
Carl Gustav Jung al referirse a la sincronicidad y las conexiones no causales entre
fenómenos vinculados entre sí por el sentido. Nos interesa rescatar que al hablar de
sincronicidad nos referimos a conexiones inexplicables entre acontecimientos exteriores
e interiores que el sujeto de algún modo “naturaliza” maquillándolas de coincidencia,
azar o magia. Para el investigador y catedrático inglés F. David Peat, la falta de
explicación es condición sine qua non para la aparición de la sincronicidad, cuya
esencia reside en que un patrón determinado tiene un significado o valor para la persona
que lo experimenta. Lo interesante del personaje de La invención de la soledad es que
acerca la discusión al mundo de la ficción, al mundo de la creación humana.
En un escrito del año 2003, publicado en Revista Pausa número 20, en el que
cuenta sobre las primeras experiencias, durante la década de 1980, con los Sistemas
Minimalistas Repetitivos, Sanchis Sinisterra se refiere a su sorpresa frente a las
posibilidades de semiosis ilimitada con que entonces se encontró:
Veamos un poco qué ha dicho la ciencia de todo esto. Vamos bien atrás, bien
lejos, y -como siempre- allá lejos está Aristóteles, en el origen de las conjeturas sobre
un universo ordenado en jerarquías cada vez más sutiles y complejas, un universo de
causas y efectos donde todo podría ser explicado, donde todo pasa por alguna razón.
Aristotélico. En Espejo y reflejo. Del caos al orden, John Briggs y David Peat señalan
el reduccionismo que supone la explicación del funcionamiento del mundo a partir de
un esquema de causa y efecto, como si se tratase de un reloj que pudiera ser desarmado
y vuelto a armar cada vez, representado por las leyes del movimiento de Newton: las
ecuaciones lineales permitirían describir múltiples fenómenos “en los cuales pequeños
cambios producen pequeños efectos y los grandes efectos se obtienen mediante la suma
de muchos cambios pequeños” (Briggs y Peat :23).
Lo anterior quizá tenga que ver con esa vocación edificante de cierto arte que
Jacques Rancière identifica con un modelo pedagógico de eficacia al decir que vemos
Al criticar ese modelo -en realidad, al citar críticas ya hechas a ese modelo-, el
filósofo francés se pregunta sobre qué esperar que ocurra en el espectador frente al
hecho artístico, y dice que el punto problemático está justamente en ese esperar que algo
determinado ocurra:
Ahora bien, podemos decir que uno trata de hacer el arte que le gustaría
consumir. Yo sentía que tal vez tenía que dejar de pensar en contenido y ver qué se
podía hacer desde el trabajo con la forma. “A mí me importa el cómo. A lo otro no lo
sé”, diría un texto de Especie. Escaparle a la figuratividad, yendo un poquito para el
lado de la abstracción; como si se tratase del dial de una radio, girar la perilla unas
vueltas y sintonizar más para el lado de la abstracción –sin llegar al terreno de la danza,
porque de eso no sé nada-. Ahí conecté con los Sistemas Minimalistas Repetitivos de
Sanchis Sinisterra, que me producían esas “cosas” en el cuerpo, como constelaciones
que uno siente hechas de destellos brillantes que son otra cosa que la metáfora, y que,
como veremos, uno no puede -como director- manejar. Algo más relacionado al
punctum de Roland Barthes, esa punzada, ese advenimiento de lo no premeditado y que
depende de cada espectador, diferente del studium que está más cerca del
entendimiento.
Ya promediando su libro -en el que se preguntan si los principios de la no
linealidad pueden aplicarse a las creaciones artísticas- Briggs y Peat nos relatan cómo
Henri Poincaré, frente a un problema cuya solución se le resistía, vislumbró una noche
la presencia de un orden más profundo, con nuevas escalas de caos -tal como en sus
fractales-; los autores lo relacionan con la conjunción -en la mente del
científico/creador- de dos marcos de referencia distintos, lo que el escritor, periodista y
filósofo húngaro Arthur Koestler en su libro El acto de creación denomina
“bisociación”. En la bisociación, la conjunción de dos elementos da por resultado un
tercer elemento, nuevo, a partir de establecer nuevas conexiones.
Un paso más allá, Howard Gruber habla del acoplamiento de varios marcos de
referencia; para el psicólogo de la Universidad de Ginebra, “muchas pequeñas
modificaciones de planos de referencia producen un viraje en la percepción”, y la
capacidad para hacer tal cosa depende de la sensibilidad que se tenga frente a lo que él
llama “matices”. ¿Qué es un matiz? Veamos lo que nos dicen Briggs y Peat:
Aunque es cierto que los autores se refieren a lo que sucede en el artista creador
frente a los matices de la realidad, de la Creación, bien podríamos pensar en el después,
en el espectador frente a la creación artística. ¿Podría tratarse de matices eso que
Sanchis Sinisterra identificaba como algo que aparecía, relacionado a los avatares de la
interacción, en su trabajo con SMR, eso que era percibido además por los participantes
del ejercicio, y que cada uno leía de manera diferente?
Los matices, que “existen en los espacios fractales que hay entre nuestras
categorías de pensamiento” (195) son simplificados por nuestro cerebro y
transformados en pensamientos categóricos, “organizativamente cerrados”. La
percepción de un matiz genera dudas e incertidumbre en quien así siente la totalidad e
indivisibilidad de la experiencia, llevado a esa zona entre el caos y el orden. Como dice
A. en La invención de la soledad, generalmente reprimimos esas percepciones, porque
amenazan nuestra manera habitual de pensar.
Reflectáforas
La ironía, el símil, el retruécano, la paradoja, la sinécdoque, son para los autores tipos
de reflectáforas; como también lo es la metáfora. Lo que ocurre, según esta explicación, es que
el uso excesivo acerca la metáfora al cliché, con lo que esta pierde su potencia evocativa, pierde
matices, y se vuelve “organizativamente cerrada”; como muerta, ya no tiene esa capacidad para
“sacudir la mente provocando asombro, abriendo una brecha entre sus términos y luego
franquear la brecha con una electricidad de matices” (:196) Cuando sabemos qué significa,
cuando sabemos qué quiere decir, la metáfora ya no nos dice nada.
Los matices surgen de la tensión insoluble entre los términos de una reflectáfora, y esa
tensión genera imprevisibilidad y azar, como en el fractal. La obra, la creación, se nos presenta
como orgánica, a la vez familiar y desconocida. Si en la obra coexisten varias reflectáforas, sus
términos –cual polos eléctricos- se afectan entre sí creando un movimiento de matices, un
movimiento autoorganizativo en el límite del orden y el caos.
Lo bueno de tentar un artículo que sea una deconstrucción de Especie es que obliga a
pensar, para poder transmitirlo, en las premisas sobre las que la obra se fue construyendo.
Especie se pensó como un organismo, como algo vivo, con leyes propias de funcionamiento,
que pudiese acercarse a esa estructura fractal en la que términos con potencialidad para
reflejarse unos a otros piden un espectador que, de alguna manera, es a la vez alguien creativo.
Lo dice Clara en el texto, desde ese lugar entre el actor y el personaje; dice, a público: “¿Qué
vida busca usted imitar? Si yo me parezco a algo, ese algo es impredecible”, y la que habla es
también ahí la obra.