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SARTRE O LA LIBERTAD SIN AMOR DEL AMOR SIN LIBERTAD – Violeta Orozco Barrera

Hace tiempo conocí a un aferrado que aseguraba vehementemente que se podía amar sin
depender, y tan buenas pruebas parecía aducir a su causa que me vi obligada a discutir el
asunto con otro argumentador empedernido que me convenció con las pruebas más
sólidas que amar sin depender era estrictamente imposible. Parecía ser un argumento
indecidible y exasperante, porque de la incompatibilidad entre estas dos posturas no se
podía concluir nada prudentemente salvo la afirmación trivial de que en efecto, había una
relación entre amar y depender. Sin tener que irnos a la explicación fisiológica hasta cierto
punto obvia de la ciencia, veamos qué dice de esto la filosofía. Jean Paul Sartre, a través
de una lectura de Hegel de su Dialéctica del amo y del esclavo, esclareció bastante la
estructura del depender en relación con el amar, pues el amor para Sartre
fundamentalmente es conflicto, y es conflicto porque nos pone en relación directa con la
libertad del prójimo.
Sartre ve en “el otro”, en los otros, el fundamento de nuestro ser, es decir, asume
una dependencia de nosotros sobre los otros, pues es el otro, el que no soy yo el que me
configura, me mira, me moldea y me posee. En el lenguaje sartreano, somos seres para los
otros. Es así que Sartre asume un antagonismo fundamental entre los seres humanos, idea
igualmente retomada de Hegel, de una división natural de estos en dominadores y
dominados, en amos y esclavos, en amantes y en amados, en donde la pérdida de uno es
la ganancia del otro, en donde sólo es libre el que en la lucha ha logrado apropiarse de la
libertad del otro. No hay igualdad en el amor. Este es una lucha perpetua de las
autoconciencias por el reconocimiento. En las propias palabras de Sartre:

“Es cierto, pues que el amor quiere cautivar la conciencia, pero ¿por qué lo quiere? La noción de
propiedad, por la cual tan a menudo se explica el amor, no puede ser primaria, en efecto. ¿Por qué
iba a querer apoderarme del prójimo sino, justamente en tanto que el prójimo me hace ser? Pero
esto implica, precisamente, un cierto modo de apropiación. Queremos apoderarnos de la libertad
del otro en tanto que tal. El que quiere que lo amen no desea el sometimiento del ser amado. No
quiere convertirse en el objeto de una pasión desbordante y mecánica, no quiere poseer un
automatismo, pues se sentiría desvalorizado en su amor y en su ser. Llega a suceder que un
sentimiento total del ser amado mate el amor del amante. El amante vuelve a la soledad si el
amado se transforma en autómata. Así, el amante no desea poseer al amado como se posee una
cosa, reclama un tipo especial de apropiación, quiere poseer una libertad.”1

Uno no quiere ser amado por un esclavo, pues el que vale es el amor de una persona libre,
de un ser humano, pero esto es paradójico porque el que ama que renuncia a su libertad
voluntariamente en pos del objeto amado. Así que el amante tiene que tener cuidado con
cuánto amor le otorga al amado, pues el que más se enamora - según esta lógica- es el
que se somete, y el que menos se enamora, como tiene más control sobre sus
sentimientos, es el que domina. El que se enamora demasiado, el que se entrega por
completo no sólo pierde su ser (en el amado) sino que sofoca al amado, lo abruma y lo
disgusta. Como bien señala Sartre, al amar uno desea apoderarse –no del otro- sino de su
libertad. ¿Cuándo uno puede presumir de que posee a otro? Cuando es dueño de su
libertad. Además, a nadie le interesa ser amado por una máquina (un automatismo), pues
una máquina no tiene libertad. Si el amante se convierte en un esclavo del amado, se
convierte también en una cosa, y nadie quiere ser amado por una cosa, una cosa no nos
hace sentir acompañados, y además una cosa de la que nos hemos apropiado no es más
que un aditamento, una muerta extensión del yo. Pero entonces, si en tal desventaja se
encuentra el amante, ¿qué es lo que va a hacer para seguir siendo el amante del amado,
qué va a hacer para conseguir que el amado no se le escape de las manos?

Como evidentemente el amante quiere también ser amado, no se puede quedar en su


papel de esclavo, tiene que intentar dominar al amado. ¿Cómo? La respuesta Sartreana es
sencilla y muy intuitiva: pues mediante la seducción. El objetivo del amante es seducir al
amado y así lograr ser amado por él. El amante quiere a su vez, quitarle la libertad al
amado, quiere enajenarle su libertad. Sartre introduce pues, este concepto de la libertad
enajenada (la libertad de alguien de la que me he apropiado) para explicar la paradoja del
amor. El amor ¿es esclavitud o es libertad, es dependencia o es independencia? Se gana
libertad en un sentido, se pierde en otra. Se depende del objeto amado y para que este
sea un juego justo (aunque desde esta perspectiva eso se ve difícil) buscar igualar el
estatus de los participantes. “En el amor, no deseamos en el prójimo ni el determinismo

1
Sartre, Jean Paul. “El ser y la nada”. Iberoamericana Buenos Aires, 1961, 2ª ed, 1954. P 234
pasional ni una libertad, sino una libertad que juegue al determinismo pasional y quede
presa de su juego.”2 La seducción, por supuesto es un juego. Un juego en donde uno de
los dos juega a desear al otro ofreciéndole su deseo a cambio, su valioso deseo. Este es
juego de la libertad con el determinismo pasional. El seductor es libre porque nunca se
determina del todo, nunca se concreta, juega a desear al otro, pero no se entrega. La
seducción es un juego que va en serio.

“El amante debe pues, seducir al amado, y su amor no se distingue de esta empresa de
seducción…Seducir es asumir enteramente y como un riesgo que hay que correr mi objetividad para
otro; es ponerme bajo su mirada y hacerme mirar por él; es correr el peligro de ser visto para tomar
un nuevo punto de partida y apropiarme del otro en y por su objetividad…La seducción apunta a
provocar en el otro la conciencia de su nihilidad frente al objeto seductor...Por la seducción me
constituyo en un objeto significante.”3

Si el amante seduce al amado, conseguirá su amor. Pero seducir es un juego difícil, uno
tiene que exponerse ante el otro, tiene que dejar claro que desea al otro, convencer al
otro de que le conviene ser amado por él, en suma, tiene que hacer de su amor, de su
capacidad de amar una promesa codiciada, un objeto valioso. Si logro tal cometido, el otro
se sentirá pulverizado frente a mí, se sentirá como una nada frente a mí, aniquilado frente
a mi poder. He logrado dominarlo, he logrado ser un objeto significante para él, he
logrado hacer que sienta que me necesita, he logrado, al fin, la difícil tarea de hacer que él
me ame. Este es el momento de síntesis del proceso de la dialéctica del amo y del esclavo,
el punto en el cuál el esclavo logra hacerse indispensable para el amo, a tal punto que el
amo pierde poder frente a él. Se invierten ahora los roles, se reinicia el proceso.
Poco después dirá Sartre, “Amar es en esencia, el proyecto de hacerse amar.”4
Quizá esta es una visión un tanto agresiva y egoísta del amor. Amar es más que seducir,
sin duda, pero Sartre señala aquí algo crucial: por más bellas ideas que tengamos en torno
al amor, no podemos desligar el elemento del poder, y por ende de la dependencia de las
relaciones amorosas. Así que tengan cuidado con cómo amen, y hasta donde, allá ustedes.

2
Idem, pag 228.
3
Idem, pag 229.
4
Idem, pag 233.

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