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Malditos benditos

Joaquín Sabina Facultad de Derecho y


Ciencias Sociales y Políticas
Universidad Nacional del Nordeste
I.

Malditos sean los bobos con medalla,


los probos ciudadanos, los chivatos,
los candidatos (cierra la muralla),
los ascetas a dietas de tres platos,

los ungidos, los líderes en serie,


los que tiran penalties de cabeza,
los que ignoran la voz de la intemperie,
los que adoran al dios de la certeza.

Los que se casan por comer perdices


los cretinos que saben lo que dices,
los celestinos de la gota fría,

los que se pasan nunca de la raya,


los que exhiben el móvil en la playa,
los que hacen trato con la policía.

II. Apuntes de Cátedra


Maldita sea la voz de la experiencia
Que nunca se equivoca a media suma
SEMINARIO DE
Los que firman la paz con su conciencia
Los “oiga, que en mi taxi no se fuma”
INVESTIGACIÓN
Los australopitecus arrogantes,
los académicos de la impostura,
los tesoreros de los traficantes,
los mamporreros de la infracultura.

Malditas sean las pugnas fraticidas


entre el macho y la hembra, resignados
al duelo de juzgados homicidas.

Malditos sean los gritos destemplados,


malditas sean las bocas desabridas, Selección de temas para la
la justicia de los ajusticiados.
Unidad N° 1
III.

Malditas sean las cuentas al contado,


los tipos de interés, el finiquito,
las leyes de la selva del mercado,
los talibanes del último grito,

la viga en la retina del más ciego,


los másteres orondos y felices,
los que dejan el luego para luego,
la sagrada familia con lombrices.

Malditos sean los que no se cansan,


los que ganan carreras de tortugas,
los capataces de la certidumbre,

los rectos eficaces, los que transan,


los que se estiran el alma y las arrugas,
los secuaces del rey de la costumbre.
Acerca de la noción de ciencia
Dr. Ezequiel Ander-Egg (Universidad Nacional de Cuyo - UNESCO)

Como en otras cuestiones similares, me parece oportuno hacer una primera aproximación a partir de la
etimología de la palabra; el término “ciencia” deriva etimológicamente del vocablo latino scientia, que significa
“saber”, “conocer”. Esta noción concuerda con su raíz scio, que deriva del griego isemi, verbo que también equivale
a “saber” en toda la extensión de este término, en el sentido de “tener noticia”, “estar informado”, “conocer”. En su
sentido general, teniendo en cuenta su etimología, la palabra “ciencia” alude a toda clase de saber. Sin embargo, en
el sentido moderno del término, la ciencia es una forma de saber cuyas notas esenciales explicaremos en este
parágrafo.
Al intentar precisar la noción de ciencia, hay que tener en cuenta que esta palabra presenta lo que se llama
la “ambigüedad proceso- producto”. Usamos la palabra “ciencia”.
El término “ciencia” deriva etimológicamente del vocablo latino scientia, que significa “saber”, “conocer”.
Esta noción concuerda con su raíz scio, que deriva del griego isemi, verbo que también equivale a “saber” en toda la
extensión de este término, en el sentido de “tener noticia”, “estar informado”, “conocer”.
En su sentido general, “ciencia” alude a toda clase de saber. Sin embargo, en el sentido moderno del
término, la ciencia es una forma de saber cuyas notas esenciales explicaremos en este texto.
Al intentar precisar la noción de ciencia, hay que tener en cuenta que esta palabra presenta lo que se llama
la “ambigüedad proceso- producto”. Usamos la palabra “ciencia”:
• Para designar un “conjunto de actividades” (trabajo que se hace), cuya esencia es investigar problemas; con este
alcance, la ciencia se entiende como proceso.
• Para referirse a los “métodos y procedimientos que emplean los científicos”; para un destacado epistemólogo
contemporáneo —Klimovsky—, la ciencia es, ante todo, una metodología cognoscitiva y una particular manera de
pensar la realidad.
• Para aludir al producto o resultado de esas actividades, métodos y procedimientos a los que hemos hecho
referencia; en este caso, la ciencia se entiende como “producción de conocimientos” y “fuente de aplicaciones
técnicas”.
• Para designar un “cuerpo sistemático de conocimientos, teorías y leyes”.
Las breves referencias que hemos hecho sobre el problema de la demarcación de la ciencia nos ponen de
relieve que existen no pocas cuestiones en debate. De ahí que no pretendamos una definición exhaustiva y
suficiente; nuestro propósito es más modesto: proporcionar una noción de ciencia a través de aquellos elementos
que la caracterizan. Hoy, cuando se habla de ciencia, en términos generales, se hace referencia a: un conjunto de
conocimientos racionales, de tipo conjetural, que pueden ser verdaderos o falsos (nunca se tiene certeza
absoluta), y que se obtienen de una manera metódica y se verifican en su validez y fiabilidad mediante la
contrastación empírica. Este cuerpo de conocimientos, orgánicamente sistematizados dentro de cada ciencia,
hace referencia a hechos y fenómenos de una misma naturaleza. A medida que la ciencia evoluciona, ya sea por
la adquisición de nuevos conocimientos, la utilización de mejores métodos y técnicas de investigación, el cambio
de paradigma o nuevas reflexiones de los científicos, estos conocimientos se modifican y corrigen, lo que implica
la posibilidad de biodegradahilidad de todo enunciado científico. Toda ciencia, además, utiliza un lenguaje o
vocabulario que le es propio y que es susceptible de ser transmitido.
Esta noción, aun siendo insuficiente, a nuestro juicio contiene las notas esenciales de cualquier ciencia:
Conocimiento racional. El tipo de conocimiento propio de la ciencia es un conocimiento de determinado género
que, como tal, exige el uso de la razón o, dicho con más precisión, de la racionalidad. Esta consiste en la “aplicación
de principios de coherencia a los datos proporcionados por la experiencia”, según la define Morin.
Ahora bien, la racionalidad propia de la ciencia integra diferentes elementos que permiten su
estructuración:
• Los datos de la experiencia (hechos, fenómenos, etc.), que pertenecen a la naturaleza propia de cada ciencia.
• Los métodos y técnicas utilizados para recoger y estudiar estos datos.
• El marco teórico referencial constituye el núcleo duro de una ciencia que orienta todo su discurso, ofreciendo un
sistema de clasificación y de categoría de análisis, y permitiendo incorporar los hechos y las hipótesis dentro de un
cuerpo general que posibilita la unificación sistemática del conocimiento científico.
• El paradigma que, como supuesto metateórico, configura una constelación de valores, creencias, problemas y
técnicas que proporcionan un modo de organizar la lectura de la realidad.
• La ideología, ética o filosofía que subyace en el investigador, no en la ciencia, que es un tipo de conocimiento
interesado en el “ser” de las cosas y que no incluye la dimensión axiológica (el “debe ser”), pero que el científico no
puede dejar de lado, especialmente en la aplicación y/o consecuencias de su trabajo. Si bien le ciencia se ocupa del
ser de las cosas, no funciona en un contexto completamente aséptico, sin implicaciones éticas.
Pero he aquí que estos cinco elementos que ayudan a la configuración de la racionalidad (datos, métodos y
técnicas, teorías, paradigmas y la filosofía, ideología o valores del investigador) evolucionan y cambian. Esto implica
que lo que consideramos la racionalidad también evoluciona de acuerdo con esos cambios.
Hemos de advertir que no todo conocimiento es conocimiento racional: existen otras formas de
conocimiento (como es el conocimiento poético o la aprehensión inmediata sin que medien razonamientos, &pie es
propio del conocimiento intuitivo). Estas formas de conocimiento pueden ser válidas en cuanto llevan a conocer
algún aspecto de la realidad pero, cuando se trata de la ciencia, el tipo de conocimiento propio es el conocimiento
racional, en el que se da “la sistematización coherente de enunciados fundados y contrastables”. Quizás habría que
repensar la racionalidad como visión científica de la realidad desde la perspectiva que nos propone Xavier Zubiri con
su tesis sobre la “inteligencia sintiente” conforme con la cual “lo inteligible” y “lo sensible” están fundidos en la
misma actividad psíquica.
La ciencia no es la única manera legítima de conocer, ni tiene por qué excluir otras certezas, pero es la
única manera de conocer que se plantea expresamente el controlar/verificar de manera sistemática la veracidad de
su conocimiento.

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No hay que menospreciar los conocimientos que se obtienen fuera de la ciencia. El ser humano es razón,
pero es también sentimiento, emociones, risas y llanto, alegría y tristeza. Una mezcla de todo eso somos los
humanos; desde ahí conocemos, desde esa totalidad que somos, y no sólo desde la razón. Einstein decía que en “la
construcción científica el estímulo que mueve al investigador es tan subjetivo y tan condicionado psicológicamente
como cualquier rama del esfuerzo humano”. Por oro lado, en nuestra “penuria vital” —como diría Husserl—. la
ciencia tiene poco o nada que decirnos.
De tipo conjetural y probabilístico que puede ser verdadero o falso. La ciencia no es un conjunto de verdades
totalmente estructuradas y definitivas; toda ciencia es un sistema que “aspira a una verdadera descripción del
mundo o de algunos de sus aspectos, y a una explicación verdadera de los hechos observables”, pero “nunca puede
saber con certeza si sus hallazgos son verdaderos, aunque a veces pueda demostrar con razonable certeza que una
teoría es falsa”. En la ciencia ninguna conclusión es definitiva; siempre es penúltima, puesto que ofrece
conocimientos probables, más que conocimientos totalmente demostrados.
El conocimiento que proporciona la ciencia no es un dogma que pretenda ser un conocimiento cierto, en el
sentido de ser una verdad inmutable e incuestionable. Es un conocimiento conjetural y probabilístico en cuanto
contiene elementos de certeza que se fundan en datos verificados empíricamente, aptos para proporcionar una
descripción de determinados fenómenos y hacer algunas predicciones concretas. Esta certeza relativa de cada
enunciado científico es probabilística; tiene diferentes grados de corroboración y diferentes posibilidades de
refutación; es autocorrectiva y permeable a todo tipo de crítica. En la concepción actual de la ciencia, los modelos
deterministas han sido sustituidos por modelos probabilísticos. En las ciencias no hay teorías generales,
consideradas como un saber absoluto, cierto e indubitable.
Puesto que en la ciencia no hay, pues, certeza absoluta, sino sólo probabilidad inductiva, a veces
comprobable y siempre refutable. Consecuentemente, se trata de verdades parciales sujetas a corrección cuando
nuevos datos o experiencias demuestran la necesidad de rectificación o de rechazo.
Actualmente, entre los científicos, existe un acuerdo generalizado de que la ciencia no acepta dogmas, ni
argumentos de autoridad, sea cual fuere su procedencia. De ahí que los conocimientos científicos siempre se deban
considerar como conjeturales, provisionales y abiertos a la duda. Por eso, la ciencia no pretende ser una explicación
última basada en esencias que describen de manera verdadera un aspecto de la realidad.
Todo conocimiento científico considerado “cierto” lo es en cuanto no demuestra su falsedad. Por eso lo de
“cierto” debe tomarse con ese alcance y precaución. “Aunque pueda parecer una paradoja —como lo hace notar
Bertrand Russell—, toda ciencia exacta será dominada por la idea de aproximación”; y, en otro pasaje, precisa esta
idea diciendo: “Si un hombre os dice que posee la verdad exacta sobre algo, hay razón para creer que es un hombre
equivocado... Ningún hombre de temperamento científico afirma que lo que ahora es creído en ciencia sea
exactamente verdad; afirma que es una etapa en el camino hacia la verdad exacta.” Las aserciones definitivas son
ajenas al campo de la ciencia. Toda conclusión científica considerada como absoluta y definitiva, es una ilusión.
Quienes hacen tal tipo de afirmaciones ignoran lo que es la ciencia actual.
Obtenidos mediante la aplicación del método científico. Aunque los conocimientos científicos son conocimientos
probables, la ciencia llene exigencias metódicas que ofrecen mayores posibilidades de garantizar la verdad relativa
del saber científico. No se trata de conocimientos adquiridos al azar o en la vida cotidiana; es un modo de conocer
sistemático y controlable mediante reglas lógicas y procedimientos técnicos que se integran según convenciones
científicas propias de una determinada disciplina. Es sistemático en cuanto desarrolla una serie de técnicas y
procedimientos para resolver problemas y dar respuestas a los interrogantes que se plantea, y es controlado
porque pretende justificar la validez de sus aserciones mediante un proceso de verificación empírica de la evidencia
fáctica y de la coherencia interna, de acuerdo con preceptos establecidos en cada dominio concreto del saber.
Verificados en su contrastación con la realidad. La ciencia solo se ocupa de los fenómenos o hechos que son
comprobables, constrastables y refutables; es decir, que son susceptibles de ser contrastados empíricamente en el
diálogo/intercambio con la realidad, a través de condiciones experimentales precisas, de procedimientos rigurosos,
y de un lenguaje claro y exacto. Las afirmaciones o enunciados que no pueden ser observados de manera clara,
repetible y bien definida, es decir, que no pueden ser sometidos a pruebas de verificación, confrontación o
refutabilidad empírica, no entran en el ámbito de la ciencia. No hay ciencia si se rechaza la experiencia, pero
tampoco hay ciencia si el conocimiento no es capaz de apartarse y trascender la experiencia inmediata, yendo más
allá de los “hechos” y la “comprobación”.
Cuando hablamos de la “verificación empírica” como una de las características de la ciencia, no afirmamos
que la ciencia surge de la experiencia, en el sentido de que la ciencia se construye a partir de 10% datos y de las
comprobaciones empíricas que se realizan; sólo decimos que necesita de la verificación empírica y de la
confrontación con la realidad. Pero la ciencia no se reduce a lo observable y verificable en forma inmediata, es
mucho más que el proceso empírico de observación/verificación.
Cuerpo de conocimientos orgánicamente sistematizados. No se trata de conocimientos dispersos e inconexos, sino
de un cuerpo tic conocimientos ordenado lógicamente, constituyendo un sistema de generalizaciones y principios
que relacionan los hechos entre sí, deduciendo leyes y constantes que explican determinados acontecimientos. En
la ciencia ningún conocimiento permanece aislado, sino que se incorpora como parte de un sistema que tiene un
eje de coordenadas tridimensional que contempla el hecho científico:
• fenoménicamente (empiria),
• analíticamente (lógica),
• temáticamente (themata).
Si bien la ciencia es consecuencia de una continua acumulación de los resultados de observación y de
experimentos, esta acumulación de material empírico, en sí misma, tiene escaso valor. La simple descripción de
hechos no hace avanzar la ciencia; lo esencial es la visión que percibe las relaciones y las interdependencias entre
los fenómenos, y interpretación que se hace de los “datos”, que es siempre una interpretación que el científico
realiza a la luz de la teoría que organiza su saber. En este punto, conviene recordar aquello que decía Poincaré: “El
sabio debe ordenar; la ciencia se hace con los hechos como una casa se hace con ladrillos. Pero una acumulación de
hechos no es todavía una ciencia, lo mismo que un montón de ladrillos no es una casa.”
Relativos a hechos y fenómenos de una misma naturaleza. Toda ciencia hace referencia a objetos pertenecientes a
un determinado aspecto de la realidad, que guardan entre sí ciertos caracteres de homogeneidad y acerca de los

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cuales se afirma “algo” de sus propiedades estructurales y relacionales. Y decimos “algo” porque una explicación,
clasificación o descripción científica no es una comprensión total de un aspecto de la realidad, sino una explicación,
clasificación o descripción de peltas propiedades o fenómenos de esa realidad.
Modificables, corregibles y biodegradables. Esta modificación, corregibilidad y biodegradabilidad de la ciencia se
dan en un diálogo/intercambio con la realidad abierta hasta el infinito; nunca podemos decir que un conocimiento
es cierto, en el sentido de que es definitivo. Más aún: lo verificado y verificable hoy no necesariamente revela toda
la verdad acerca de esa parte de la realidad expresada en un enunciado científico. Por otra parte, cuanto más se
avanza en la adquisición de certezas, más amplio es el horizonte de incertidumbres; ésta es, quizás, una de las
características más significativas del pensamiento actual: una conciencia clara y viva de su propia insuficiencia. En la
ciencia, nunca se puede hacer una afirmación como aquélla de Menéndez y Pelayo, cuando decía: “Hay principios
de eterna verdad.., que no negará ninguna metafísica futura.” La ciencia no es posesión de la verdad, es una
frontera abierta al infinito; en ella, nada es eterna verdad y nunca se puede afirmar que se ha alcanzado un punto
en el que ya se sabe todo acerca de algo. Como bien decía lord Byron, “la ciencia no es sino el cambio de una clase
de ignorancia por otra”; es “búsqueda sin término”, como afirma Popper en el título de su autobiografía. A modo de
síntesis sobre este punto, podemos afirmar que el conocimiento científico y las ciencias, productos de esos
conocimientos, son siempre autocorrectivos.
Susceptibles de ser transmitidos. Los conocimientos o contenidos de una ciencia deben ser transmisibles a través
de un lenguaje o Vota bulario que le es propio y que debe responder a todas las exigencias de rigor, coherencia y
precisión de una exposición científica. La ciencia requiere un lenguaje preciso, la expresión ajustada y el vocablo
que mejor hace corresponder cada concepto con una clase bien determina da de objetos.
El desarrollo de la ciencia necesita de la circulación de las ideas y la transparencia de modo que posibiliten
que sus enunciados y aserciones puedan ser refutados. Esto no ocurre cuando se utilizan expresiones con una
licencia poética y literaria más o menos cautivante, pero que no tienen contenido o son un parloteo sin sentido en
donde no existe ninguna preocupación por la claridad y la exactitud exigidas por el trabajo científico. “Decir una
palabra —afirmaba Berkeley— y no significar nada con ella es indigno de un filósofo.” Si cambiamos la palabra
“filósofo” por “científico”, la recomendación es igualmente válida
Acerca de cada una de estas características de la ciencia, podría hacerse un desarrollo y una explicación
mucho más amplios. Hemos tratado de ir al meollo de la cuestión, lo que consideramos suficiente para los temas
subsiguientes que hacen al aspecto sustancial de este traba., Sin embargo, haciendo un intento de recapitulación de
lo dicho, y expresándolo de manera diferente, podríamos afirmar que la ciencia
• Un ideal de racionalidad, es decir, la posibilidad de aplicar principios de coherencia a los datos de la realidad y
expresarlos a través de enunciados que tienen un fundamento razonado y que, además, se pueden constatar.
• Que tiene un componente artístico: la investigación científica consiste tanto en “responder preguntas” como en
“formular preguntas pertinentes”; el progreso del conocimiento científico, se mide mucho mejor, por la “historia de
las preguntas”, que por la historia de las respuestas
• La aceptación del falibilismo como un aspecto sustancial del conocimiento científico, habida cuenta de que los
conocimientos son siempre conjeturales e inciertos; no hay ciencia exacta, no hay episte (saber seguro y definitivo),
sino doxa (opinión conjetural).
• Es una forma de conocer en donde la duda, la corregibilidad y la biodegradabilidad de los conocimientos no son
obstáculos para el progreso científico; por el contrario, estimulan la investigación y la búsqueda de nuevas
formulaciones e ideas que den razón de los hechos, fenómenos y procesos que se consideran insuficientemente
explicados. Como se suele decir: la ciencia abre más interrogantes que los que cierra.
• Es un esfuerzo riguroso y controlado para constatar los enunciados que hace de la realidad, y organizar
sistemáticamente los conocimientos que produce.
• Es un saber cuya nota distintiva o sustancial no es su objeto de estudio, sino el modo como opera (métodos,
técnicas y procedimientos utilizados) para adquirir los conocimientos, y su objetivo, es decir, los propósitos por los
cuales se aplica dicho método.
Para terminar, quisiera destacar un aspecto que no se puede deducir con la sola lectura de estos dos
primeros capítulos, por las limitaciones de nuestro análisis, pero que revela un hecho central para la comprensión
de la ciencia en su concepción actual. Se trata de lo siguiente: si hiciésemos un balance de lo que se entendió por
ciencia desde Galileo hasta nuestros días, lo primero que resalta es que nos hemos vuelito progresivamente menos
pretenciosos y más cautos acerca de sus posibilidades. Desde afirmar que la ciencia era un “conocimiento cierto por
las causas”, se pasó a decir que era “cierto o probable”. Ahora, decimos que en el mejor de los casos hacemos una
“conjetura” posible de lo que puede ser. ¿Por qué ha pasado esto? Simplemente porque, a medida que avanzaron
los conocimientos científicos, nos hicimos más conscientes de nuestra ignorancia. ¿Quién puede decir qué son el
tiempo, el espacio, la materia, la fuerza, la energía, el átomo, las partículas, la luz...?
Sabernos que la realidad no es reflejada ni por la teoría ni por la experiencia, que en la ciencia no hay
verdades eternas; todos nuestros conocimientos son biodegradables... Razones existen, pues, para ser muy
cautelosos y humildes. Hoy, todos tenemos claro que la ciencia trabaja, sin certezas absolutas, sobre un segmento
de lo cognoscible, entre extremos incognoscibles que, a veces, nos llevan al límite mismo de misterios insondables.
“Al aceptar que la ciencia, como un dominio cognitivo constituido a través de la aplicación del criterio de validación
de explicaciones científicas, no trata con la verdad en un sentido trascendental, sino sólo como la explicación de la
experiencia humana en el dominio de las experiencias humanas” Humberto Maturana

ANDER-EGG, Ezequiel (2004), Métodos y Técnicas de la Investigación social II. La ciencia: su método y la
expresión del conocimiento científico, Lumen Hvmanitas, Buenos Aires

Capítulo 2. ¿Qué podemos decir de “esa cosa llamada ciencia”? - Punto 3.

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Pensar la ciencia
Esther Díaz

Es inútil buscar hojas y ramas para cubrirse, es inútil incluso perseguir animales de gruesas pieles, matarlos,
desollarlos y utilizar sus cueros como cobijo. El frío persiste. Cuando arrecian las lluvias, la nieve y la ventisca, los
humanos no conocen sosiego. Algunos se refugian en cuevas o en troncos ahuecados, pero el frío los atraviesa. El
clima despiadado hiere con más crueldad debido a la falta de alimentos calientes. No hay posibilidad de lumbre, de
agua templada, de leche tibia, ni pensar siquiera en un humeante pichón crujiente. Los ateridos hombres se
congelan, nada mitiga su invierno.
Sin embargo no están solos. Alguien se dispuso a jugarse por ellos. Prometeo, el hijo del titán Japeto,
después de contemplar la pena de los humanos, retornó a las regiones divinas. Nadie lo vio avanzar por los
corredores celestiales, nadie vio su silueta desplazarse por los muros sagrados, ni contempló el momento en que
arrancó una llama del solar de los dioses, pero a los pocos días nadie ignoraba que los mortales habían sido
beneficiados con el fuego y que el responsable pertenecía a la estirpe divina.
Zeus imaginó un castigo brutal, sangriento, repetitivo. Prometeo encadenado debió soportar que un águila
devorara cada día sus entrañas. El castigo no por cruel deja de ser ecuánime. La magnitud de la penitencia es
semejante a la magnitud del don recibido por los hombres. Los humanos, a la luz del regalo prometeico, se iniciaron
en el conocimiento. Aprendieron a mitigar el frío, a cocinar alimentos, a tornar maleable la materia, a fabricar
armas para defenderse, para atacar, para vivir, para matar.
Pero la punición no se detuvo en el ladrón del fuego, también los hombres fueron castigados. Zeus tentó a
Pandora con una caja de atractiva presencia. Ópalos y rubíes tachonaban su tapa. El mandato de no abrirla no hacía
más que azuzar la curiosidad que, finalmente, pesó más que la obediencia. La mujer abrió el cofre y todos los males
del mundo salieron exultantes como sierpes iracundas. Es preciso aclarar que Pandora logró que la esperanza se
instalara en los humanos para aliviar la sordidez del contenido de su caja.
Dice Galileo que es necesario conocer la naturaleza si se la quiere dominar. Conocimiento y modificación
de la realidad fueron la condición de posibilidad de la ciencia y de la técnica. Se confunden, se acoplan, se
entrelazan. La tecnociencia es una creación humana tan pujante como su origen mítico. Contradictoria y dual. De la
ciencia pueden surgir los más sublimes beneficios, aunque también los más funestos perjuicios. Es capaz de dar
vida, de extenderla, de mejorarla, aunque también puede ser utilizada para la explotación y la muerte.
Las generaciones han gozado y sufrido los frutos del conocimiento. No deberíamos olvidar la caja de
Pandora, ya que la tecnociencia en su faz negativa se presta a la especulación de mercado, al desarrollo bélico y a
turbios intereses (los males que escaparon de la caja), y en su faz solidaria contribuye a mejorar la vida y al
compromiso social.
A la ciencia hay que acunarla, cuidarla y reforzarla como se hace con el fuego. Una racionalidad científica
ampliada a lo político social piensa la ciencia en relación con los dispositivos de poder y con sus implicancias éticas.
No adhiere al pensamiento único, respecta la diversidad y atiende lo múltiple. He aquí una perspectiva fecunda para
pensar la ciencia, para apostar incluso a difundirla y enseñarla considerando todos sus aspectos -también los no
positivos- porque únicamente conociendo el estado de las cosas se pueden pensar estrategias para mejorarlo.
1. investigación científica y desarrollo tecnológico
Cuentan los biólogos que la lapa zapatilla, un molusco que habita en aguas cenagosas, observa la peculiar
conducta de agruparse con otras amontonándose verticalmente. Las lapas de menor tamaño se acoplan sobre las
mayores formando una pila de doce o más individuos. Las pequeñas, que ocupan la parte superior, son
invariablemente machos. Las más grandes, que le sirven de apoyo, hembras. El acto en sí no es banal ni censillo. Es
una relación sexual. Los machos, a pesar de su escasa masa corporal, poseen órganos genitales tan largos como
para alcanzar a las hembras que constituyen la plataforma del grupo. Y, si es necesario, sus finos órganos se deslizan
como una antena contorneando a otros machos hasta lograr contacto con las hembras.
Pero la novela sexual de estas lapas no termina ahí. También cambian de sexo. Las formas juveniles
maduran, en primer lugar, como machos y cuando crecen devienen hembras. Los animalitos que se instalan en la
zona intermedia del conglomerado son transexuales. Machos que se están convirtiendo en hembras. En
circunstancias especiales también ellas se transforman.
Linneo (1707-1778) estableció los principios de la taxonomía natural en función de la sexualidad binaria, y
bautizó esta especie de moluscos con el sugestivo nombre de Crepidula fornicata. Seguramente Linneo ignoraba los
hábitos sexuales de las lapas, ya que las describió basándose en especímenes sueltos que encontraba en cajones de
museo. Crepida, en latín, quiere decir “sandalia”, que se corresponde aproximadamente con el nombre vulgar de
esta lapa, “zapatilla”, cuya forma recuerda vagamente la de un pequeño calzado. Pero ¿por qué le agregó fornicata?
El biólogo Sthephen Gould (1941-2002) confiesa que, siendo adolescente, festejaba la inventiva libidinosa
de Linneo. Pero sufrió una desilusión cuando se enteró que fornix, en latín, significa “arco”, e infirió que Linneo
habría elegido fornicata para indicar la forma suavemente arqueada de la base del molusco. Este descubrimiento
fue un poco decepcionante para el joven Gould, pero estimuló su atracción por estos animalitos, a quienes siguió
investigando de adulto.
La historia de la ciencia no es unidireccional. La lingüística le suministró al estudio de las formas de la vida
una asociación entre las curvas arquitectónicas, las anatómicas, y el sexo. Los romanos construían compartimientos
de piedras abovedadas en las partes subterráneas de los grandes edificios. En esas oscuras concavidades se
producían festivos encuentros. A partir de ello, los primeros escritores cristianos desarrollaron el verbo fornicare
como sinónimo de frecuentar lugares de hacinamiento al abrigo de los arcos escondidos.
¿Esta acepción fue la inspiración para Linneo? Ante la casi imposibilidad técnica de que en su época
hubiera podido observar la conducta reproductiva de esos seres mínimos, subsiste un interrogante, ¿intuyó Linneo,
la vida sexual de las lapas o simplemente relacionó su aspecto físico con los arcos?, ¿cómo y cuándo se fue
construyendo conocimiento sobre la vida de estos moluscos?, ¿se los investiga sólo por el placer de conocer la
naturaleza o de ese conocimiento se podrían derivar tecnologías?
Distintas etapas constituyen –convencionalmente- el proceso de búsqueda tecnocientífica que, si pretende
inserción en los cánones de la producción de conocimiento sólido, deberá seguir ciertos lineamientos. Aunque
durante el proceso no se tenga demasiado claro en qué etapa uno se encuentra, ni importe demasiado. Pero una

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vez finalizado el recorrido se puede analizar. A continuación enuncio las etapas canónicas de la investigación
científica.
1) Investigación básica pura. Es la investigación cuyo objeto de estudió es elegido libremente por el investigador
con la finalidad de producir conocimiento, sin proyecto de aplicación técnica. En nuestro ejemplo, esta categoría
comprende tanto la clasificación taxonómica de Linneo, como los estudios biológicos de Gould (en distintos
momentos de su vida), siempre y cuando investigaran libremente, aun cuando estuviesen subsidiados.
2) Investigicón básica orientada. Corresponde a la indagación exenta de aplicación técnica pero que debe
encausarse según la línea requerida por una agencia de investigación patrocinante. Aunque los investigadores
obtuvieran prebendas económicas o institucionales continuarían en esta etapa.
3) investigción aplicada. Imaginemos que por intereses económicos, ecologistas o de cualquier otro orden, se
estableciera la consigna de intervenir técnicamente sobre las comunidades de lapas. En ese caso es obvio que
deberán proyectarse planes de acción para la transición hacia el uso concreto de las teorías. Los investigadores
desarrollan entonces modelos teóricos que eventualmente podrían convertirse en realidades materiales. Se diseñan
prototipos. Se inventan planes de actividades y procedimientos para obtener las modificaciones buscadas. En este
caso y sin que se intervenga directamente en el objeto estudiado, se está implementando investigación aplicada, no
porque realmente se aplique, sino porque se instrumentan los medios para una aplicación posible.
4) Tecnología. Si se decidiera actualizar los modelos diseñados y producir modificaciones sobre las lapas zapatillas,
se aplicaría el conocimiento. Esta es la etapa tecnológica. Requiere de personas bien entrenadas para instrumentar
los medios establecidos por los investigadores, es decir, personal capacitado para la técnica.
El desarrollo de la investigación forma parte de un complejo dispositivo pero con fines analíticos se puede
desglosarse así:
Investigación básica pura

Investigación básica orientada

Investigación aplicada

Tecnología
El devenir tecnocientífico no siempre reviste esa clara distinción en la práctica. De hecho, en el discurso
cotidiano se denomina “investigación básica” tanto a la pura como a la orientada; y “técnica”, “tecnología” o
“ciencia aplicada” tanto a la investigación aplicada como a la tecnología (técnica y tecnología operan como
sinónimos).
El conocimiento científico se caracteriza por ser claro, preciso, provisorio, objetivo, controlable, metódico,
sistemático, viable, descriptivo, explicativo, predictivo, lógicamente consistente y fecundo. Pero lo tecnocientífico se
produce desde las entrañas mismas de lo vital e histórico; donde la racionalidad no se escinde de los afectos, el
conocimiento no se produce aislado de los dispositivos económicos, la investigación no queda exenta de
responsabilidad moral, y el respeto por la naturaleza sigue siendo una asignatura pendiente.
2. Clasificación de las ciencias
Obligar a la naturaleza a que responda a lo que se le propone es la clave de bóveda sobre la que se elevó la
empresa moderna bautizada “ciencia”. Pero al agotarse o hiperdesarrollarse los ideales de la modernidad, nos
encontramos con un nuevo tipo de conocimiento y de prácticas relacionadas con él, y con un planeta que comienza
a emitir signos alarmantes de la devastación tecnocientífica.
En consecuencia, el volumen histórico que desde el siglo XVI hasta mediados del XX fue ocupado por la
ciencia, es habitado actualmente por el tipo de conocimiento y formas de vida interactuando que, provisoriamente,
denomino “posciencia”. Aunque con fines prácticos hablo de “ciencia” o “tecnociencia” para referirme a la empresa
científica y tecnológica actual.
Una de las tantas exigencias del conocimiento científico moderno fue que la investigación se desarrollara
en el interior de los rígidos límites de cada disciplina. Pero a partir de la complejidad y la proliferación de nuevos
saberes difícilmente una disciplina puede hoy “abastecerse a sí misma”. Es evidente que existen indagaciones que
forzosamente deben restringirse a su especificidad. Pero difícilmente algún área de la investigación se pueda
perjudicar por abrir sus fronteras a conocimientos provenientes de otras disciplinas.
Si se desea lograr una mezcla armónica de colores, primero se debe considerar cada color en sí mismo.
Traducido a la actual propuesta, si se quiere promover investigaciones interdisciplinarias y transdisciplinarias, es
conveniente diferenciar de algún modo las disciplinas. Me pliego en esto a la clasificación canónica entre ciencias
formales y ciencias fácticas.
Las ciencias formales comprenden la matemática y la lógica. Su objeto de estudio son entes ideales que no
existen en el espacio-tiempo, a no ser como signos vacíos de contenido. Carecen de encarnadura empírica. No
refieren a ninguna realidad extralingüística. Los enunciados de las ciencias formales son analíticos. Permiten
determinar su valor de verdad desde el mero análisis de su forma. Por ejemplo:
Un triángulo es una figura de tres ángulos.
Es una proposición analítica y, como tal, expresa en el predicado lo que ya anunció en el sujeto. No agrega
información. Se trata de una verdad formal. El método de las ciencias formales es deductivo. Exige que a partir de la
verdad de algunos enunciados cruciales, se infiera el valor de verdad de otros enunciados del mismo sistema.
Por su parte las ciencias fácticas se subdividen en ciencias naturales y ciencias sociales. Su objeto de
estudio son entes empíricos y, al interior de estas ciencias, el objeto de estudio es la naturaleza en las disciplinas
naturales, y lo humano en las sociales. Los enunciados de las ciencias fácticas son sintéticos, brindan información
extralingüística. Pongamos por caso:
En la lucha por la supervivencia sobreviven los más aptos.
El valor de verdad de esta proposición ha de buscarse más allá de su forma, en los datos de la experiencia.
Este enunciado, cuya extensión es universal, encuentra corroboraciones empíricas singulares. Por ejemplo en las
islas Galápagos, cuando las tortugas recién nacidas intentan alcanzar el mar para salvarse de las gaviotas, no todas
lo logran.

Seminario de Investigación – Dr. Mario Villegas - p. 6


Entre las gaviotas vale el mismo principio, algunas no consiguen devorar ningún bebé tortuga, son las
menos aptas. Estamos ante estados de cosas a los que se accede siguiendo recursos de las ciencias fácticas: la
contrastación empírica; con las variaciones y excepciones inherentes a cada disciplina, porque no siempre una
contrastación es posible.
Existen tres disciplinas básicas en ciencias naturales: la física, la química y la biología; de ellas surgen otras
disciplinas, como la bioquímica, la astrofísica, la biología molecular y la climatología, entre muchas otras, algunas de
última generación.
Por su parte, pertenecen a las ciencias sociales la historia, la psicología, la antropología, la geografía y la
sociología, además de una gran variedad de disciplinas, pues también estas ciencias se siguen reproduciendo.
3. Disciplinas científicas e imaginario social
El filósofo y matemático español Emmanuel Lizcano ha realizado un estudio comparativo y minucioso de
tres culturas diferentes entre sí, china antigua, griega clásica, y alejandrina tardía. Demuestra cómo la ciencia formal
no está exenta de los prejuicios, tabúes y ensoñaciones que afectan a todos los mortales, incluso a los científicos,
esto obviamente se refleja en sus productos cognoscitivos. Dice Lizcano que las matemáticas hunden sus raíces en
los mismos imaginarios en los que se nutren los mitos que aspiran a reemplazar. Cada matemática brota de los
idearios colectivos y se construye al compás de los conflictos entre los modos de representar (o inventar) esa ilusión
que cada cultura denomina realidad. Las matemáticas se construyen desde ese saber que todos los moradores de
una cultura compartimos y aun cuando –como entre nosotros- se constituye en un saber ejemplar, está expresando
una concepción del mundo.
También en ciencias fácticas se detectan los rastros del imaginario social, de la autoridad y del poder. En los
albores del siglo XX, Lord Rayleigh, un científico que gozaba de reconocido prestigio, envió un paper a la Asociación
Británica para su evaluación. Se trataba de un documento sobre varias paradojas de la electromecánica. Por
inadvertencia, cuando se despacho el artículo su nombre fue omitido. El trabajo se rechazó con el despectivo
comentario de que el autor era “un hacedor de paradojas”. Poco tiempo después, el documento fue enviado
nuevamente a la Asociación con el nombre del prestigioso científico, entonces el artículo no solo fue aceptado, sino
que se le ofrecieron al Lord toda clase de disculpas.
El conocimiento, como se ve en el episodio de Lord Rayleigh, necesita reconocimiento social. Por otra
parte, el conocimiento no es algo que exista antes que los sujetos de conocimiento, ni que se imprima en él como si
los humanos fueran una hoja en blanco. Los saberes surgen de las prácticas sociales y de los discursos, son
construidos por los sujetos y -a la vez- producen modificaciones en ellos.
Incluso algunas formas de buscar la verdad migran de una disciplina a otra, o de formas sociales a
metodologías científicas. Por ejemplo, la prueba, la indagación y el examen -métodos propios de la investigación
científica- surgieron por analogía con formas jurídicas antiguas, medievales y modernas, respectivamente, y
actualmente persisten en ambas (la investigación científica y la investigación judicial). Son dispositivos de saber que
traspasaron los límites jurídicos y se instalaron como instrumentos de conocimiento. Representan un modelo
posible de interacción entre la investigación científica y las formas sociales. Este tema es desarrollado por Michel
Foucault en La verdad y las formas jurídicas.
4. Las ciencias sociales y el poder
¿Por qué la ciencia moderna hizo un baluarte de la medición? ¿Por qué si algo es medible puede aspirar a
ser –eventualmente- objeto de estudio calificado y, de lo contrario, se convierte en algo sospechoso para los
tribunales científicos y epistemológicos? En la entrada del Instituto de Ciencias Sociales de la Universidad de
Chicago brilla un famoso aforismo que dice “Si no se puede medir, el conocimiento será pobre e insatisfactorio”. Es
obvio que todos recordamos el lema de la Academia de Platón “No puede entra quien no es geómetra”. Pero no
solo miles de años, sino una concepción totalmente diferente de ciencia se interponen entre la bandera
supuestamente enarbolada por Platón y el moderno eslogan de Chicago atribuido a William Thomson (lord Kelvin)
que proclama, en la entrada misma de un “templo” de las ciencias sociales, la necesidad imperiosa de la medición.
No olvidemos que la medición es uno de los grandes baluartes de las ciencias naturales. Pero si bien puede
existir transdisciplinareidad, no existe carácter transitivo de unas disciplinas a otras. Si los objetos de estudios
difieren, otros serán los medios de abordarlos. Sin embargo para ciertas posturas teóricas -que no suelen detenerse
en consideraciones humanísticas- las disciplinas sociales deberían regirse por el mismo método que las naturales.
Esto es reduccionismo naturalista.
El conductismo social -de origen estadounidense- responde al imperativo naturalista. Pero en general las
ciencias sociales se manejan con pluralidad metodológica.
¿Dónde debe buscarse entonces el motivo de que las ciencias duras pretendan prevalecer sobre las
llamadas (no ingenuamente) “blandas”? Las ciencias sociales comparten con las formales y las naturales un
dispositivo político-cultural en el que se expresan ejercicios de poder, como subsidios para la investigación, cargos
académicos, empresariales, estatales, multinacionales; difusión en revistas científicas, canales televisivos y otros
medios; invitaciones a eventos internacionales, instalaciones para desarrollar investigación, reconocimientos
simbólicos y económicos, patentes, convenios y contratos. Son espacios en los que las ciencias duras, en general,
tienen mayor presencia que las sociales.
De lo dicho se desprenden sin dificultad la comprensión de las luchas de poder que se enmascaran detrás
del amor a la verdad, la neutralidad ética y el mandato de que las disciplinas sociales se sometan a las naturales.
Queda claro asimismo en qué tipo de investigación prefieren invertir quienes apuestan a la tecnociencia. Se
comprende también por qué las ciencias naturales se desarrollan a pasos agigantados, mientras algunas de las
sociales dan pasitos. La densidad del poder (los verdaderos aparatos de poder tecnocientífico) reside en la actividad
de las ciencias naturales con su contundente eficacia económico-tecnológica; la industria de drogas
medicamentosas, para citar sólo un caso, moviliza más millones de dólares que la industria petrolera. Ante esta
situación es obvio –aunque injustificable- que se intente desacreditar la fuerza implícita en lo científico social que es
más proclives a la constatación de injusticias sociales y a brindar soluciones que requieren largos plazos y que,
además, son poco o nada rentables. A no ser cuando la tecnociencia social se pone al servicio de prácticas
coercitivas alimentando aun más la máquina tecnocrática.
5. Ética de la investigación
- ¿Es un objetivo valioso la extensión de la vida humana siendo su destino ineluctable el geriátrico?

Seminario de Investigación – Dr. Mario Villegas - p. 7


- ¿Es relevante crear bebés de diseño en un mundo en que los niños naturales mueren de inanición?
- ¿Es pertinente fabricar trabajadores robóticos en sociedades con alarmante tasa de desocupación?
La biología neoevulocionista, los estudios sobre las microrrealidades, la informática y la robótica se
retroalimentan e intensifican. A partir de los espectaculares desarrollos en estas disciplinas, la ciencia más que
nunca parece arañar la inmortalidad de las células y la prolongación indeterminada de la vida humana, la
fabricación artificial de hijos, el desarrollo de técnicas agrícolas transgénicas y la construcción de robots multiusos
son sólo algunos ejemplos.
En los países centrales existen legislaciones estrictas que controlan la liberación de organismos
genéticamente modificados y abundan instituciones no gubernamentales que multiplican sus cuestionamientos a
las manipulaciones de la naturaleza. Pero el mercado biotecnológico, que se alimenta de la experimentación sobre
formas de vida, encontró la manera de salvar esos escollos. Se comenzaron a realizar investigaciones empíricas en
países periféricos que, en general, carecen de aparatos legales efectivos, ignoran el avasallamiento del que están
siendo víctimas o se manifiestan impotentes para impedirlo, sean cual fueren los motivos.
Sin embargo, a partir del derrumbe del imperio de los yuppies en las últimas estribaciones del segundo
milenio, la ética comenzó a gozar de mejor prensa. No por amor a la ética, sino por los inconvenientes que suelen
traer aparejado carecer absolutamente de ella. No obstante el estallido de la burbuja financiera de 2008 representa
una prueba evidente de la carencia ética que suele imperar en el mundo del poder. Los abusos detectados en
algunos sectores de ese mundo impulsaron la reflexión ético-filosófica. Se comenzó a imponer la noción de “ética
aplicada”, que cumple metodológicamente el imperativo de las éticas universalistas, ya que según se entiende
comúnmente aplicar supone subsumir una particularidad en un concepto universal previamente determinado.
Ahí lo universal sale indemne de su encuentro con lo particular. Pues no existen términos de coordinación
legitimados por prácticas democráticas. Existe sometimiento y dominación entre quienes sufren el poder y quienes
lo ejercen. Habría que imaginar una inversión del clásico paradigma de la “aplicación” como orientador de la
reflexión-acción, porque la aplicación distorsiona los vínculos al presentarlos como recetas teóricas siempre en
dirección descendente:
- de la universalidad de los principios teóricos a la singularidad de los casos concretos,
- de la omnipotencia de quienes ejercen poder a la impotencia de los que carecen de él.
Por el contrario, si se construyeran marcos valorativos
- desde prácticas concretas y deliberativas hacia la búsqueda de consensos, y
- desde las condiciones reales de vida a las finalidades consideradas valiosas,
se lograría, si no justicia en sentido estricto, quizá cooperación e intercambio. Siempre y cuando se logre
otra inversión: que la reflexión ética comience antes de iniciarse una investigación y que -en caso de llevarse a cabo-
las consideraciones éticas acompañen el proceso investigativo hasta su consumación o suspensión.
Desde hace varias décadas se instrumentan medios para la reflexión ético-tecnológica. Es decir, se
producen innovaciones tecnocientíficas y luego -eventualmente- se debate si su utilización tiene o no
connotaciones morales. Esa discusión debería darse en el terreno de la investigación básica; es decir, con
anterioridad a la consolidación de los proyectos y con participación de representantes de diversos estratos sociales.
La aplicación tecnológica es demasiado invasiva como para dejarla solamente en manos de expertos
comprometidos con la empresa o con la institución en la que se desempeñan, pues una vez que los productos están
al alcance de la industria son irremediablemente fagocitados por el hiperconsumo. Demasiado tarde para lágrimas.
La verdad desnuda es que el conocimiento es un valor de cambio.Además, la ciencia se desarrolla más
rápidamente que lo político-social. En definitiva, a pesar de tantos análisis que intentan legitimar el conocimiento
científico mediante formalismos metodológicos, las teorías y las innovaciones tecnocientíficas no se imponen por
sus métodos ni por el manejo de la lógica, menos aun de la ética, sino que, en gran medida, triunfan y se consolidan
a partir de los intereses del mercado. Cabe agregar que de nada valdrían los debates ético-científicos si faltara
voluntad política para instrumentar las conclusiones.
Pero no por ello se debe relegar la incitación a la reflexión ética; el ser tiene en ella su morada. La ética
existe en el cruce de fuerzas entre la racionalidad y el deseo, y subsiste a pesar de la corrupción, la obsolescencia de
los códigos y la ambición desenfrenada.
Ahora bien, si se tienen en cuenta los numerosos análisis que los expertos han realizado sobre la
racionalidad científica, ¿no sería pertinente acaso ocuparse también de los avatares del deseo y del poder en
relación con esa racionalidad? ¿Por qué el discurso de la filosofía de la ciencia, en general, se hace el distraído y
mira para otra parte ante temas como “deseo”, “poder” o “discriminación”?, ¿cómo la intensidad deseante y los
dispositivos de poder -sin los cuales nada sería posible- pueden ser elididos de las consideraciones sobre la ciencia?
El pensamiento sobre la racionalidad científica no se debería limitar únicamente a formalismos y verificaciones
empíricas, sino considerar también la incidencia del deseo, las implicancias éticas y los mecanismos de poder. He
aquí un desafío para seguir pensando y resistiendo, como cada día resistía Prometeo que, a pesar del suplicio, no se
arrepintió de habernos legado los beneficios y los riesgos del fuego.

DIAZ, Esther, Pensar la ciencia, (disponible en http://www.estherdiaz.com.ar/textos/pensar_ciencia.htm).

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La clasificación de las ciencias y su relación con la tecnología
Lic. Eduardo Laso (Universidad de Buenos Aires)

Saber, conocimiento y ciencia


Se entiende por conocimiento al conjunto de enunciados que denotan o describen objetos. Dichos
enunciados, o proposiciones, son llamados denotativos. Quedan excluidos del conocimiento cualquier otro tipo de
enunciados, como por ejemplo los valorativos, estéticos o directivos. El conocimiento es un conjunto de
proposiciones como “Juan corre”, los metales se dilatan con el calor”, “mañana lloverá” o “Cervantes escribió el
Quijote”, que son susceptibles de ser declaradas verdaderas o falsas.
La ciencia constituye un subconjunto del conjunto de todos los conocimientos, vale decir que no todo
conocimiento es científico. O, si se quiere, no todo enunciado denotativo es un enunciado científico. Si bien el
conocimiento científico está hecho de enunciados que informan algo acerca de objetos o sucesos, éstos tienen que
presentar además dos condiciones esenciales:
1. Los objetos a los que se refieren tienen que ser accesibles de modo recurrente, directa o indirectamente, en
condiciones de observación explícitas. Por ejemplo: “Dios existe” es un enunciado denotativo, pero se refiere a un
objeto inaccesible a la observación, por lo tanto no es una proposición de la ciencia; en cambio si lo son “las
ballenas son mamíferos” o “el agua se congela a cero grado de temperatura” porque son proposiciones que
denotan objetos que se pueden conocer mediante observaciones repetibles por cualquier investigador. y por lo
tanto pueden validarse en la experiencia.
2. Se tiene que poder decidir si las proposiciones pertenecen o no al lenguaje considerado pertinente por los
científicos. Cada disciplina científica define la forma en que deben ser construidas sus proposiciones para que se
consideren parte de ella, a la vez que excluye las que no reúnen esos requisitos. Las matemáticas, por ejemplo,
definen un determinado tipo de símbolos y operaciones con las cuajes construir sus enunciados. Dichas reglas
permiten determinar, entre otras cosas, que la proposición “2 + 5 = 7” forma parte de su discurso, pero no la
proposición “E = mc2”, enunciado que responde a las reglas del discurso de la física. Estas reglas están sujetas a
cambios históricos. Así, mientras que en la Edad Media los enunciados teológicos formaban parte del discurso
considerado científico, a partir de la modernidad se los excluye, al cambiar la concepción misma de la ciencia.
Se define al saber como un conjunto de enunciados más abarcador que el de los enunciados denotativos,
sean éstos del conocimiento en general o de la ciencia en particular. El saber comprende, entre otras cosas, criterios
de belleza, de eficiencia o de justicia, que trascienden el problema de la verdad o falsedad de las proposiciones
Alcanza cuestiones tales como saber-vivir, saber-hacer, saber-decidir, tal como son definidos en una cultura
determinada. El saber hace a cada uno capaz de emitir buenos enunciados (denotativos, prescriptivos, valorativos o
de cualquier otro tipo), entendiendo por “buenos” aquellos conformes a los criterios de verdad, justicia, belleza o
eficiencia admitidos en el medio en el que vive el que “sabe”. Esto supone una formación amplia de competencias
que permita a los sujetos buenas actuaciones con respecto a conocer, decidir, valorar, transformar en el seno de su
sociedad. La cultura de un pueblo constituye así una especie de consenso que posibilita circunscribir saberes y
diferenciar al que sabe del que no.

Saber cotidiano y saber científico


Se puede diferenciar el saber que se produce y transmite a través de las costumbres de una cultura (saber
cotidiano o consuetudinario) del saber llamado científico.
El saber, en su estado consuetudinario se presenta en forma de relatos, tales como cuentos, mitos o
fábulas. Estas formas narrativas admiten los diferentes tipos de enunciados antes mencionados, y a través de su
transmisión oral enseñan al oyente las competencias propias de la cultura de pertenencia. Los avatares de los
personajes de estos relatos ofrecen modelos positivos y negativos de identificación a los sujetos que los escuchan, y
otorgan legitimidad a las Instituciones en las que se producen, definiendo así los criterios de competencia de la
sociedad donde se narran.
Estos criterios permiten a su vez valorar las actuaciones que los individuos realizan en esa sociedad.
En este modo de transmitir el saber no hay necesidad de procedimientos especiales para dar legitimidad a
esos relatos, pues al ser ellos parte de la cultura misma y sus tradiciones se encuentran por eso mismo ya
legitimados, y no tienen entonces necesidad de recurrir a argumentos o pruebas acerca de lo que dicen. Son los
relatos mismos los que determinan los criterios de competencia, ilustran la aplicación y definen lo que se tiene
derecho a decir y a hacer en la cultura de la que forman parte.
El saber científico, a diferencia del narrativo, se compone de enunciados denotativos, excluyendo los otros
tipos de enunciados, y el criterio de aceptabilidad de sus proposiciones se basa en su valor de verdad. La ciencia
busca confirmaciones de su saber, es decir, busca procedimientos argumentativos con los que demostrar sus
enunciados, para lo cual establece corroboraciones que prueben sus proposiciones como verdaderas.
Desde la perspectiva del saber científico, el saber cotidiano basado en relatos conforma un tipo de discurso
propio de una mentalidad más primitiva, mezcla de principio de autoridad, prejuicios e ideología, que no está
sometido a argumentaciones y pruebas.
En la ciencia se supone que el referente de la proposición científica es expresado en ella de manera
conforme a lo que el referente mismo es. Esto lleva al problema de probar la verdad de lo que afirman dichas
proposiciones. La solución científica a esta cuestión puede tomar la vía de la verificación (está permitido pensar que
la realidad es como dicen las proposiciones científicas, en la medida en que dichas proposiciones puedan
demostrarse a través de hechos de la experiencia que las confirmen) o de la falsación (se pueden descartar las
proposiciones si son contradictorias con el referente).
La práctica científica requiere comunicación entre los investigadores para poder desplegar un espacio de
debate que aumente las posibilidades de contrastación y permita establecer acuerdos en cuanto a teorías,
métodos, técnicas y hechos establecidos. Por eso el científico tiene que pronunciar enunciados verificables respecto
de referentes que sean accesibles a otros científicos, para que éstos a su vez puedan verificarlos. Así, quien enuncia
una proposición científica debe ser capaz de proporcionar pruebas de lo que dice, y de refutar todo enunciado
contrario respecto del mismo referente. De la misma manera, el sujeto a quien se dirige esa proposición tiene que
poder dar válidamente su acuerdo o rechazo al enunciado del que se ocupa. Para ello, ese sujeto tiene que poseer

Seminario de Investigación – Dr. Mario Villegas - p. 9


conocimientos y competencias especiales que le posibiliten entrar en el debate. Esto implica que tiene que ser otro
científico.
Tanto la verdad del enunciado científico como la competencia del que lo enuncia están sometidas al
asentimiento de una colectividad de iguales: la comunidad científica. Para formar parte de dicha comunidad, sus
miembros deben poseer conocimientos y capacidades comunes que les posibiliten debatir y fijar consensos acerca
de lo que se acepta o no como válido en el dominio del saber científico. La consecuencia de esto es que el saber
científico no puede ser un componente inmediato y compartido por la sociedad (como es el caso del saber basado
en relatos), sino que exige una enseñanza especializada que garantice la formación de nuevos científicos. De esta
manera, la investigación científica se convierte en profesión y da lugar a instituciones formadas por grupos de pares:
los “expertos”.
La base del planteo de la comunidad científica es el supuesto de que si bien el consenso entre científicos no
garantiza la verdad de las proposiciones, sin embargo la verdad de una proposición no podría dejar de suscitar
consenso. Los acuerdos entre los científicos definen entonces las teorías y métodos considerados aceptables en
determinado momento para la práctica de la ciencia. Estos acuerdos no son rígidos y son puestos en cuestión a
medida que la investigación científica encuentra nuevos problemas.
El saber científico posee la característica de presentarse como una combinación de memoria y proyecto:
cada científico tiene conocimiento de las proposiciones científicas precedentes, y sólo ofrece una proposición nueva
si difiere de las anteriores y representa un progreso posible para el conocimiento.
Otra de sus características fundamentales es que sus enunciados nunca están a salvo de refutaciones. El
saber acumulado puede eventualmente ser desechado al confrontarse con nuevos hechos o pruebas que
demuestran su falsedad. De ah que la ciencia revise constantemente sus supuestos, y los cambie. Es, en ese sentido,
un saber crítico.

La ciencia, el arte y la religión


La ciencia se funda en una forma de pensar analítico-racional, entendiendo por tal una manera de pensar
que se basa en los principios lógicos de identidad y no contradicción, que establece sus verdades por
demostraciones y verificaciones, y que utiliza símbolos precisos y unívocos. Tal forma de pensar no está dada
naturalmente desde el origen del hombre. Es el resultado de procesos de transformaciones políticas, económicas y
sociales que se remiten al territorio de la antigua Grecia entre el siglo VII y el siglo vi a.C. Estos cambios dieron lugar
a prácticas sociales que posibilitaron el surgimiento de un modo de pensar argumentativo y racional.
Lógicas del pensar. No todas las formas de pensamiento se valen de los principios de la lógica analítica.
Existen formas de pensar que se valen de sus principios. Así, el pensamiento mágico de las culturas salvajes se
funda en principios de semejanza y de contigüidad en el espacio y el tiempo. Ejemplo del primer principio es el
vudú, que se apoya en la semejanza entre una persona y un muñeco, y ejemplo del segundo es la magia que se
realiza con algún objeto que haya estado en contacto con la persona a quien se quiere afectar.
Las clasificaciones en estas culturas también responden a los principios del pensamiento mágico: por
ejemplo, ordenan las cosas por semejanza de color o por compartir un mismo espacio físico.
Las leyes del pensamiento inconsciente descubiertas por el psicoanálisis son similares a las de la poesía, la
literatura y los mitos. Se apoyan en juegos de sustituciones entre las representaciones —basadas en semejanzas,
analogías o sonoridades—, en las que las palabras pueden adquirir pluralidad de sentidos.
Estas formas de pensar se sustentan en la tendencia de las representaciones del sujeto a conectarse
espontáneamente en asociaciones por semejanzas, contigüidades y analogías accidentales: tendencia que ya el
empirismo inglés había descubierto. El pensamiento científico-racional le impone a esta tendencia una disciplina,
exigiendo un rigor lógico de identidades y diferencias.
Ciencia y religión. Las relaciones entre la ciencia y la religión fueron históricamente conflictivas por razones
ideológicas y políticas. Ambas dan lugar a dos tipos de discurso muy diferentes. Si la ciencia constituye una
búsqueda de leyes que den explicación de las relaciones entre fenómenos (para algunos autores esto sería una
búsqueda de la verdad), la religión no busca la verdad, pues se presenta como ya poseyéndola. Pero mientras que la
ciencia en dicha búsqueda produce un saber del que plantea evidencias empíricas para fundamentarlo como
verdadero, la religión no puede aportar evidencias empíricas de la verdad que dice poseer, por lo que necesita de la
fe de sus fieles.
Ciencia y arte. Tanto la ciencia como el arte suponen creatividad e inventiva. Pero mientas la primera parte
de una ley científica desde la cual interpreta hechos singulares como casos que se subsumen en la ley, o como casos
que son una anomalía de la ley, el arte parte del caso singular (la obra artística), sin una ley con la cual confrontarse
o que lo avale. Y, desde ese caso singular, busca la legalidad que pueda corresponderle a dicho caso. En es sentido,
la obra artística introduce una novedad incalculable, una perspectiva no prevista en el seno de la cultura. Piénsese
por ejemplo en la pintura renacentista, en el impresionismo o en el cubismo, que introdujeron nuevas formas de
ver y pensar el mundo.
La actividad artística es un juego libre de la razón con la imaginación sensible, un juego que rompe con el
universo de las convenciones legales consensuadas por el grupo social, y que tiene por resultado la apertura de vías
nuevas de conocimiento y de acción, pero sin definir conceptos o principios científicos. El arte se remonta así a un
orden de posibilidades, que implica un acto inventivo, al mismo tiempo que recrea y reinterpreta las convenciones
de la cultura.
El acto inventivo también está en juego en la ciencia, pero en ella queda inmediatamente encubierto bajo la
creencia de que las teorías propuestas por el científico son leyes de la realidad que el hombre no crea, sino que
descubre.
La obra de arte es un objeto singular y sensible, que tiene la capacidad de ser recreada e interpretada por
multitud de juicios particulares de todos aquellos que disfrutan de ella. De ahí su carácter abierto a significados
múltiples (a diferencia de los enunciados científicos, que aspiran a un solo sentido). Estos juicios particulares van
develando, a lo largo del tiempo, la universalidad latente de la obra, que por eso se eleva desde su singularidad de
objeto a tener un valor universal, que es convalidado por el asentimiento gozoso de los espectadores

Arte Ciencia Religión

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Se mueve en el mundo que nos Se mueve en el mundo que nos Toma el mundo como símbolo o
rodea. rodea. alegoría de “otro mundo”.

Desdobla este mundo en otro en el


Crea un ámbito de posibilidad Crea un ámbito de ideas cual las producciones del discurso
verosímil, como un espacio aparte interconexas como un espacio religioso (dioses, almas)
de la facticidad por donde discurre aparte de la facticidad, por donde consideradas reales, tengan cabida.
la ficción o se realiza la síntesis de discurren las teorías científicas. Afirma un orden supramundano que
formas (cuadro, estatua, etc.). Dicho Dicho espacio es una vuelta es considerado más real que este
espacio es símbolo del propio explicativa respecto del propio mundo.
mundo. mundo.
Crea una demarcación entre lo
Recrea, por símbolos o ideas, el Explica, por conceptos e hipótesis, sagrado y lo profano, siendo lo
mundo, develando lo que en él el mundo. sagrado lo real y verdadero.
subyace, lo esencial a él.
Ignora el carácter abstracto de sus
Sabe que sus obras son ilusorias, objetivaciones, y afirma decir la
pero a través de ellas dice la verdad. Sabe que sus teorizaciones son verdad.
conjeturas, pero a través de ellas
aspira a decir la verdad.
Carácter dogmático: sus enunciados
Carácter ilusionista: sus productos Carácter crítico: cuestiona sus son juzgados verdaderos sin más.
son ficciones que no se toman por la propios enunciados, los pone
realidad misma. recurrentemente a prueba.

Ciencia pura, ciencia aplicada y tecnología


Se llama cientificismo a una concepción acerca de la ciencia que en nuestra sociedad es dominante. Esta
concepción se caracteriza por restringir la idea de lo que es científico a un solo tipo de teoría y práctica de la ciencia,
basada en el modelo de la física moderna: establecimiento de leyes universales, formalización de los fenómenos,
experimentación y predicción. El cientificismo idealiza el modelo científico ignorando sus límites, y exige que toda
investigación que pretenda ser científica se adapte a dichos parámetros.
La concepción cientificista distingue tajantemente la búsqueda de conocimientos científicos del ámbito de
sus aplicaciones. Por ejemplo, Mario Bunge (1919-) —destacado representante del pensamiento científicista— en
su libro Ciencia y desarrollo diferencia ciencia pura, ciencia aplicada y tecnología según esos criterios. Llama ciencia
pura o básica a aquellas investigaciones científicas en las que sólo se busca obtener conocimiento de un
determinado sector de la realidad, sin otro interés que el de enriquecer el bagaje del saber de la cultura. Califica
como “pura” este tipo de investigación, en la medida en que no tiene otra finalidad que la búsqueda del
conocimiento por el conocimiento mismo, excluyendo intereses prácticos. También califica estas investigaciones de
“básicas” por constituir la base teórica de conocimientos sobre la que se apoya la ciencia aplicada o la tecnología.
Ejemplo de esto serían el virólogo que estudia las propiedades comunes de todos los tipos de virus, o el físico que
estudia la interacción entre la luz y los electrones, sin importarles ningún tipo de aplicación posible ni querer
modificar la realidad. Para Bunge, la ciencia pura es libre de elegir sus problemas y métodos y de decidir los planes
de investigación o cambiarlos. No se planificaría de antemano, en tanto sólo se rige por la búsqueda de
explicaciones y el hallazgo de descubrimientos, para lo cual no es posible anticiparse con algún objetivo teórico o
práctico prefijado que limitaría o perturbaría dichas investigaciones.
Ciencia aplicada es el nombre dado a las investigaciones teóricas o experimentales que aplican los
conocimientos de la ciencia básica a problemas prácticos (por ejemplo, el virólogo que estudia los virus en tanto
estos causan enfermedades humanas o el físico que estudia la luz en tanto esta produce ciertos colores). Tanto la
ciencia básica como la aplicada se proponen descubrir leyes a fin de comprender la realidad. En ambas se plantean
problemas cognoscitivos, y sus productos son “conocimientos”. Pero la ciencia aplicada, en lugar de ocuparse de
problemas generales, utiliza los conocimientos de la ciencia básica en vista a posibles aplicaciones prácticas, aun
cuando no emprenda ninguna investigación técnica. La ciencia aplicada estudia problemas de posible interés social
y por eso se la puede planificar, pero entonces ya no es libre de elegir sus problemas de Investigación, puesto que
éstos surgirían de las necesidades y demandas de la sociedad. Por ejemplo, los problemas asociados a la salud, al
bienestar económico, al control social o al mejoramiento de la productividad de un país.
Bunge llama tecnología al uso de las teorías científicas para su adaptación a determinados fines, a la
producción de artefactos útiles. Para la tecnología, el conocimiento científico es un medio para modificar la
realidad. Desde el punto de vista técnico, la ciencia como búsqueda de saber no constituye un fin en sí mismo. La
tecnología se propone resolver problemas prácticos y controlar sectores de la realidad con ayuda de conocimientos
de todo tipo. No busca producir conocimientos —aunque a veces lo haga sin proponérselo— sino artefactos o
planes de acción, entre otras posibilidades. Ejemplo de lo primero son las computadoras, las bombas H, las vacunas.
las naves espaciales y la televisión: y ejemplos de lo segundo son las técnicas de enseñanza, las pautas para sanear
una economía y las estrategias psicoterapéuticas. Actualmente, técnica y tecnología se utilizan como sinónimos.
Otro factor Importante en este proceso es la industria, cuya finalidad es obtener
ganancias produciendo determinados artefactos. La industria, entre otras utilidades, aporta
capitales para la financiación de la ciencia, condicionando su desarrollo.
Ciencia pura Ciencia aplicada

Industria Tecnología

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Estas distinciones llevan a Bunge a sostener que la ciencia básica no está atravesada por intereses
prácticos ni por una ideología particular, y que su único fin es la búsqueda de la verdad. De donde concluye que la
ciencia pura no tiene responsabilidades éticas respecto de las consecuencias que resultan de las aplicaciones de lo
que descubre o produce como saber. Cabe en este punto la pregunta de si tal concepción no es en si misma
ideológica.
Desde que en el siglo XVII Francis Bacon (1561-1626) enunció la nueva consigna que regiría la ciencia
moderna: “El saber es poder”, ésta se propuso como ideal la producción de conocimientos para aplicaciones y
obras. La alianza así consolidada entre saber, poder y economía se ha ido estrechando desde entonces. Sus más
significativos resultados han sido el maquinismo, la revolución industrial, el capitalismo, la era atómica y la nueva
revolución tecnológica. Si la ciencia en la antigüedad se proponía como objetivo principal conocer la naturaleza,
dicha intención fue cambiando en la modernidad hacia la voluntad de dominarla o, dicho de otra manera, de
conocerla para dominarla, y actualmente se trata directamente de sustituirla (por ejemplo, creación científica de
vida, elaboración artificial de sustancias naturales y no naturales, etc.). Y si antes el saber científico tenía como ideal
la búsqueda de la verdad, actualmente, a partir de la alianza con el capital, la ciencia se integra en la lógica
capitalista de maximizar ganancias a menor costo. En dicha lógica, la ciencia deviene una fuerza de producción más,
un momento en la circulación del capital. De suerte que es el deseo de enriquecimiento y poder, más que el de
saber, el que hoy impone a la ciencia y a la técnica el imperativo de mejorar sus actuaciones y la realización de
productos.
Contrastar las teorías científicas para establecer su verdad o falsedad ya no es en sí mismo un objetivo, sino
un medio, un “control de calidad” de las teorías con vistas a asegurar mejores instrumentos teóricos que permitan
obtener mayor dominio sobre las cosas. Se supone que una teoría, si pasa las pruebas de confirmación empírica, es
mejor para poder predecir, controlar o aplicar. Pero si en un primer momento la búsqueda de verificaciones
formaba parte de la argumentación destinada a obtener la aprobación de los destinatarios del saber científico
(legitimación legal-racional), actualmente es reemplazada por una legitimación tecnocrática que las creencias de la
sociedad y la ética. Privilegia la eficiencia y desecha ineficiencia. Este criterio constituye una legitimación de hecho
que influye sobre el criterio de verdad. Al mismo tiempo, se abandonan las razones humanitarias para darle un
sentido al desarrollo de la ciencia, en favor del incremento del poder económico y político.
El capitalismo invierte en investigaciones y sostiene la actividad científica a cambio de la obtención de
ventajas económicas. Dicha inversión se hace de dos maneras. Una es directa, financiando los departamentos de
investigación de las empresas, en las que los imperativos de rendimiento y recomercialización orientan los estudios
hacia aplicaciones lucrativas. La otra es indirecta, creando fundaciones de investigación privadas, estatales o mixtas,
que dan créditos a laboratorios, universidades o grupos de investigadores. De estas fundaciones no se espera un
provecho económico inmediato. Se plantea el principio de que a veces es necesario financiar investigaciones que
dan pérdidas de fondos durante algún tiempo, para aumentar las oportunidades de obtener alguna innovación
rentable. Es a esto último a lo que Bunge llama “ciencia pura”. Sin admitir lo obvio: que dicha ciencia está incluida
en una lógica económica que la abarca ya la que en última instancia termina sirviendo.
Si en el siglo XVII la consigna de la nueva ciencia era “el saber es poder”, en nuestra época es el poder el
que determina lo que se considera saber y le presta o no legitimación. El conocimiento no sólo provee hoy en día
dominio sobre las cosas, sino que además ya no se considera conocimiento si no está al servicio de ese dominio. La
lógica de maximizar ganancias e incrementar poder orienta las financiaciones de aquellas investigaciones que lleven
a dicho fin, soslayando aquellas otras que puedan perturbar o denunciar dicha lógica. Con lo cual el poder termina
produciendo y transmitiendo el tipo de saber que lo convalida.

Clasificación de las ciencias


La manera clásica de clasificar y delimitar las ciencias ha sido tomar como criterios el tipo
de objeto que las disciplinas recortan para su estudio, y el método empleado para abordar dicho
objeto. Se supone que tiene que haber una adecuación entre las características del sector de la
realidad a estudiar y el método empleado para obtener un conocimiento de dicho objeto. Será la
concepción teórica previa que se tenga del objeto la que determine la forma que se considere más
adecuada para su estudio. El método no está desligado de la teoría que se tenga acerca del objeto
de estudio. Importa asimismo el tipo de proposiciones que utiliza cada ciencia.
Ciencias formales Ciencias fácticas
Objeto Entes formales que sólo tienen existencia Entes materiales (hechos, objetos,
ideal (números, figuras geométricas, procesos) que poseen existencia
conexiones lógicas). No son entidades independiente de la mente humana y que
captadas por la experiencia sensible sino son directa o Indirectamente captables a
por la mente humana, la cual va través de la experiencia.
descubriendo sus relaciones y propiedades.

Construye sus propios objetos de estudio:


inventa entes formales y va descubriendo Elabora conceptos teóricos con los que
las relaciones y propiedades que se explica los fenómenos. Formaliza la
deducen entre ellos. Dichos entes y sus experiencia mediante la interpretación de
relaciones, al ser formales, pueden sistemas formales de la matemática y la
establecer correspondencias con los lógica.
hechos de la realidad cuando son
interpretados.

Formales: son relaciones entre signos


vacíos de contenido empírico. Son
tautológicos: su valor de verdad se extrae Denotativos: se refieren a sucesos y
del simple análisis de su forma gramatical procesos fácticos. Emplean símbolos

Seminario de Investigación – Dr. Mario Villegas - p. 12


(proposiciones analíticas). interpretados, es decir, que remiten a un
Enunciados o contenido empírico o a una realidad
proposiciones extralingúística. Su valor de verdad necesita
ser confrontado con la experiencia
(proposiciones sintéticas).
Demostración lógica: se muestra cómo un
enunciado se deduce de otros por Confirmación o refutación: a través de
inferencias lógicas. Los postulados, observaciones y experimentos. Se
definiciones y reglas de inferencia son contrastan los enunciados con los hechos
necesarias y suficientes para la puesta a para determinar si dichos enunciados son
prueba de sus enunciados. verdaderos o falsos.

Método de puesta a Coherencia del enunciado dado con el


prueba de los sistema de ideas admitido previamente. Un Coherencia + verificación en la experiencia.
enunciados enunciado es coherente cuando lo que La verificación de la hipótesis es incompleta
afirma no entra en contradicción con otras y temporaria. Nunca se está seguro de la
proposiciones admitidas dentro de un verdad de la hipótesis, puesto que futuras
sistema de ideas, y se infiere de ellas. Es observaciones pueden refutarla.
una verdad relativa al sistema de
proposiciones admitido previamente. Así,
Verdad una proposición que es válida en un
sistema, puede no serlo en otro. La
demostración es completa y final.

Matemáticas y lógica

Ciencias naturales y sociales.

Ejemplos

Las ciencias fácticas se dividen en naturales y sociales. Las ciencias naturales (física, química, biología, y sus
derivadas) toman por objeto de estudio entes de materialidad física, donde la naturaleza es un referente mudo y
constante, con respecto al cual los científicos intercambian enunciados denotativos. Sus objetos están sujetos a
leyes y establecen relaciones deterministas o azarosas, pero en cualquier caso tales relaciones carecen de motivos o
fines.
Las ciencias sociales (sociología, psicología, derecho, antropología y todas las que se ocupan del hombre en
relación con la sociedad) toman por objeto de estudio entes de materialidad simbólica (lenguaje, leyes, arte,
decisiones, etc.), así como el imaginario social e individual vinculado con dichos entes (formas de pensar, de sentir,
de creer, de actuar). Estos son productos hechos por el hombre, pero al mismo tiempo lo transforman,
construyéndolos en un sujeto social. El orden de la cultura que el hombre construye se diferencia del orden de la
naturaleza, creando un nuevo hábitat al que arranca al individuo de su estado animal y lo convierte en un sujeto, en
un ser social, ordenado ahora por leyes consensuadas, convenciones, costumbres y creencias. Esta materialidad
simbólica no está sujeta a las leyes físicas de la materia, sino a las del lenguaje, del deseo, del poder. En estas
ciencias el referente es el hombre en tanto ser social (y sus productos culturales), el cual presenta un
comportamiento estratégico e intencional en donde están presentes motivos, deseos, valores y fines.
Actualmente existe un replanteamiento de estas delimitaciones clásicas de los diferentes campos
científicos, al establecerse fructíferas interrelaciones entre ciencias aparentemente alejadas, abriendo así nuevos
campos de conocimiento. Tal es el caso de la bioquímica, la sociobiología, la bioética y otras. Las fronteras entre las
ciencias tienden a ser cada vez menos tajantes, en favor de una concepción interdisciplinaria. Asistimos al desarrollo
de investigaciones en donde los conocimientos dejan de estar encasillados en las fronteras rígidas de cada
disciplina, para formar una red en donde los límites se desplazan y posibilitan nuevos conocimientos.

DIAZ, Esther (editora) (1996), La ciencia y el imaginario social, Biblos, Buenos Aires
Capítulo I. El imaginario social y las características de la ciencia.

Seminario de Investigación – Dr. Mario Villegas - p. 13

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