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Como en otras cuestiones similares, me parece oportuno hacer una primera aproximación a partir de la
etimología de la palabra; el término “ciencia” deriva etimológicamente del vocablo latino scientia, que significa
“saber”, “conocer”. Esta noción concuerda con su raíz scio, que deriva del griego isemi, verbo que también equivale
a “saber” en toda la extensión de este término, en el sentido de “tener noticia”, “estar informado”, “conocer”. En su
sentido general, teniendo en cuenta su etimología, la palabra “ciencia” alude a toda clase de saber. Sin embargo, en
el sentido moderno del término, la ciencia es una forma de saber cuyas notas esenciales explicaremos en este
parágrafo.
Al intentar precisar la noción de ciencia, hay que tener en cuenta que esta palabra presenta lo que se llama
la “ambigüedad proceso- producto”. Usamos la palabra “ciencia”.
El término “ciencia” deriva etimológicamente del vocablo latino scientia, que significa “saber”, “conocer”.
Esta noción concuerda con su raíz scio, que deriva del griego isemi, verbo que también equivale a “saber” en toda la
extensión de este término, en el sentido de “tener noticia”, “estar informado”, “conocer”.
En su sentido general, “ciencia” alude a toda clase de saber. Sin embargo, en el sentido moderno del
término, la ciencia es una forma de saber cuyas notas esenciales explicaremos en este texto.
Al intentar precisar la noción de ciencia, hay que tener en cuenta que esta palabra presenta lo que se llama
la “ambigüedad proceso- producto”. Usamos la palabra “ciencia”:
• Para designar un “conjunto de actividades” (trabajo que se hace), cuya esencia es investigar problemas; con este
alcance, la ciencia se entiende como proceso.
• Para referirse a los “métodos y procedimientos que emplean los científicos”; para un destacado epistemólogo
contemporáneo —Klimovsky—, la ciencia es, ante todo, una metodología cognoscitiva y una particular manera de
pensar la realidad.
• Para aludir al producto o resultado de esas actividades, métodos y procedimientos a los que hemos hecho
referencia; en este caso, la ciencia se entiende como “producción de conocimientos” y “fuente de aplicaciones
técnicas”.
• Para designar un “cuerpo sistemático de conocimientos, teorías y leyes”.
Las breves referencias que hemos hecho sobre el problema de la demarcación de la ciencia nos ponen de
relieve que existen no pocas cuestiones en debate. De ahí que no pretendamos una definición exhaustiva y
suficiente; nuestro propósito es más modesto: proporcionar una noción de ciencia a través de aquellos elementos
que la caracterizan. Hoy, cuando se habla de ciencia, en términos generales, se hace referencia a: un conjunto de
conocimientos racionales, de tipo conjetural, que pueden ser verdaderos o falsos (nunca se tiene certeza
absoluta), y que se obtienen de una manera metódica y se verifican en su validez y fiabilidad mediante la
contrastación empírica. Este cuerpo de conocimientos, orgánicamente sistematizados dentro de cada ciencia,
hace referencia a hechos y fenómenos de una misma naturaleza. A medida que la ciencia evoluciona, ya sea por
la adquisición de nuevos conocimientos, la utilización de mejores métodos y técnicas de investigación, el cambio
de paradigma o nuevas reflexiones de los científicos, estos conocimientos se modifican y corrigen, lo que implica
la posibilidad de biodegradahilidad de todo enunciado científico. Toda ciencia, además, utiliza un lenguaje o
vocabulario que le es propio y que es susceptible de ser transmitido.
Esta noción, aun siendo insuficiente, a nuestro juicio contiene las notas esenciales de cualquier ciencia:
Conocimiento racional. El tipo de conocimiento propio de la ciencia es un conocimiento de determinado género
que, como tal, exige el uso de la razón o, dicho con más precisión, de la racionalidad. Esta consiste en la “aplicación
de principios de coherencia a los datos proporcionados por la experiencia”, según la define Morin.
Ahora bien, la racionalidad propia de la ciencia integra diferentes elementos que permiten su
estructuración:
• Los datos de la experiencia (hechos, fenómenos, etc.), que pertenecen a la naturaleza propia de cada ciencia.
• Los métodos y técnicas utilizados para recoger y estudiar estos datos.
• El marco teórico referencial constituye el núcleo duro de una ciencia que orienta todo su discurso, ofreciendo un
sistema de clasificación y de categoría de análisis, y permitiendo incorporar los hechos y las hipótesis dentro de un
cuerpo general que posibilita la unificación sistemática del conocimiento científico.
• El paradigma que, como supuesto metateórico, configura una constelación de valores, creencias, problemas y
técnicas que proporcionan un modo de organizar la lectura de la realidad.
• La ideología, ética o filosofía que subyace en el investigador, no en la ciencia, que es un tipo de conocimiento
interesado en el “ser” de las cosas y que no incluye la dimensión axiológica (el “debe ser”), pero que el científico no
puede dejar de lado, especialmente en la aplicación y/o consecuencias de su trabajo. Si bien le ciencia se ocupa del
ser de las cosas, no funciona en un contexto completamente aséptico, sin implicaciones éticas.
Pero he aquí que estos cinco elementos que ayudan a la configuración de la racionalidad (datos, métodos y
técnicas, teorías, paradigmas y la filosofía, ideología o valores del investigador) evolucionan y cambian. Esto implica
que lo que consideramos la racionalidad también evoluciona de acuerdo con esos cambios.
Hemos de advertir que no todo conocimiento es conocimiento racional: existen otras formas de
conocimiento (como es el conocimiento poético o la aprehensión inmediata sin que medien razonamientos, &pie es
propio del conocimiento intuitivo). Estas formas de conocimiento pueden ser válidas en cuanto llevan a conocer
algún aspecto de la realidad pero, cuando se trata de la ciencia, el tipo de conocimiento propio es el conocimiento
racional, en el que se da “la sistematización coherente de enunciados fundados y contrastables”. Quizás habría que
repensar la racionalidad como visión científica de la realidad desde la perspectiva que nos propone Xavier Zubiri con
su tesis sobre la “inteligencia sintiente” conforme con la cual “lo inteligible” y “lo sensible” están fundidos en la
misma actividad psíquica.
La ciencia no es la única manera legítima de conocer, ni tiene por qué excluir otras certezas, pero es la
única manera de conocer que se plantea expresamente el controlar/verificar de manera sistemática la veracidad de
su conocimiento.
ANDER-EGG, Ezequiel (2004), Métodos y Técnicas de la Investigación social II. La ciencia: su método y la
expresión del conocimiento científico, Lumen Hvmanitas, Buenos Aires
Es inútil buscar hojas y ramas para cubrirse, es inútil incluso perseguir animales de gruesas pieles, matarlos,
desollarlos y utilizar sus cueros como cobijo. El frío persiste. Cuando arrecian las lluvias, la nieve y la ventisca, los
humanos no conocen sosiego. Algunos se refugian en cuevas o en troncos ahuecados, pero el frío los atraviesa. El
clima despiadado hiere con más crueldad debido a la falta de alimentos calientes. No hay posibilidad de lumbre, de
agua templada, de leche tibia, ni pensar siquiera en un humeante pichón crujiente. Los ateridos hombres se
congelan, nada mitiga su invierno.
Sin embargo no están solos. Alguien se dispuso a jugarse por ellos. Prometeo, el hijo del titán Japeto,
después de contemplar la pena de los humanos, retornó a las regiones divinas. Nadie lo vio avanzar por los
corredores celestiales, nadie vio su silueta desplazarse por los muros sagrados, ni contempló el momento en que
arrancó una llama del solar de los dioses, pero a los pocos días nadie ignoraba que los mortales habían sido
beneficiados con el fuego y que el responsable pertenecía a la estirpe divina.
Zeus imaginó un castigo brutal, sangriento, repetitivo. Prometeo encadenado debió soportar que un águila
devorara cada día sus entrañas. El castigo no por cruel deja de ser ecuánime. La magnitud de la penitencia es
semejante a la magnitud del don recibido por los hombres. Los humanos, a la luz del regalo prometeico, se iniciaron
en el conocimiento. Aprendieron a mitigar el frío, a cocinar alimentos, a tornar maleable la materia, a fabricar
armas para defenderse, para atacar, para vivir, para matar.
Pero la punición no se detuvo en el ladrón del fuego, también los hombres fueron castigados. Zeus tentó a
Pandora con una caja de atractiva presencia. Ópalos y rubíes tachonaban su tapa. El mandato de no abrirla no hacía
más que azuzar la curiosidad que, finalmente, pesó más que la obediencia. La mujer abrió el cofre y todos los males
del mundo salieron exultantes como sierpes iracundas. Es preciso aclarar que Pandora logró que la esperanza se
instalara en los humanos para aliviar la sordidez del contenido de su caja.
Dice Galileo que es necesario conocer la naturaleza si se la quiere dominar. Conocimiento y modificación
de la realidad fueron la condición de posibilidad de la ciencia y de la técnica. Se confunden, se acoplan, se
entrelazan. La tecnociencia es una creación humana tan pujante como su origen mítico. Contradictoria y dual. De la
ciencia pueden surgir los más sublimes beneficios, aunque también los más funestos perjuicios. Es capaz de dar
vida, de extenderla, de mejorarla, aunque también puede ser utilizada para la explotación y la muerte.
Las generaciones han gozado y sufrido los frutos del conocimiento. No deberíamos olvidar la caja de
Pandora, ya que la tecnociencia en su faz negativa se presta a la especulación de mercado, al desarrollo bélico y a
turbios intereses (los males que escaparon de la caja), y en su faz solidaria contribuye a mejorar la vida y al
compromiso social.
A la ciencia hay que acunarla, cuidarla y reforzarla como se hace con el fuego. Una racionalidad científica
ampliada a lo político social piensa la ciencia en relación con los dispositivos de poder y con sus implicancias éticas.
No adhiere al pensamiento único, respecta la diversidad y atiende lo múltiple. He aquí una perspectiva fecunda para
pensar la ciencia, para apostar incluso a difundirla y enseñarla considerando todos sus aspectos -también los no
positivos- porque únicamente conociendo el estado de las cosas se pueden pensar estrategias para mejorarlo.
1. investigación científica y desarrollo tecnológico
Cuentan los biólogos que la lapa zapatilla, un molusco que habita en aguas cenagosas, observa la peculiar
conducta de agruparse con otras amontonándose verticalmente. Las lapas de menor tamaño se acoplan sobre las
mayores formando una pila de doce o más individuos. Las pequeñas, que ocupan la parte superior, son
invariablemente machos. Las más grandes, que le sirven de apoyo, hembras. El acto en sí no es banal ni censillo. Es
una relación sexual. Los machos, a pesar de su escasa masa corporal, poseen órganos genitales tan largos como
para alcanzar a las hembras que constituyen la plataforma del grupo. Y, si es necesario, sus finos órganos se deslizan
como una antena contorneando a otros machos hasta lograr contacto con las hembras.
Pero la novela sexual de estas lapas no termina ahí. También cambian de sexo. Las formas juveniles
maduran, en primer lugar, como machos y cuando crecen devienen hembras. Los animalitos que se instalan en la
zona intermedia del conglomerado son transexuales. Machos que se están convirtiendo en hembras. En
circunstancias especiales también ellas se transforman.
Linneo (1707-1778) estableció los principios de la taxonomía natural en función de la sexualidad binaria, y
bautizó esta especie de moluscos con el sugestivo nombre de Crepidula fornicata. Seguramente Linneo ignoraba los
hábitos sexuales de las lapas, ya que las describió basándose en especímenes sueltos que encontraba en cajones de
museo. Crepida, en latín, quiere decir “sandalia”, que se corresponde aproximadamente con el nombre vulgar de
esta lapa, “zapatilla”, cuya forma recuerda vagamente la de un pequeño calzado. Pero ¿por qué le agregó fornicata?
El biólogo Sthephen Gould (1941-2002) confiesa que, siendo adolescente, festejaba la inventiva libidinosa
de Linneo. Pero sufrió una desilusión cuando se enteró que fornix, en latín, significa “arco”, e infirió que Linneo
habría elegido fornicata para indicar la forma suavemente arqueada de la base del molusco. Este descubrimiento
fue un poco decepcionante para el joven Gould, pero estimuló su atracción por estos animalitos, a quienes siguió
investigando de adulto.
La historia de la ciencia no es unidireccional. La lingüística le suministró al estudio de las formas de la vida
una asociación entre las curvas arquitectónicas, las anatómicas, y el sexo. Los romanos construían compartimientos
de piedras abovedadas en las partes subterráneas de los grandes edificios. En esas oscuras concavidades se
producían festivos encuentros. A partir de ello, los primeros escritores cristianos desarrollaron el verbo fornicare
como sinónimo de frecuentar lugares de hacinamiento al abrigo de los arcos escondidos.
¿Esta acepción fue la inspiración para Linneo? Ante la casi imposibilidad técnica de que en su época
hubiera podido observar la conducta reproductiva de esos seres mínimos, subsiste un interrogante, ¿intuyó Linneo,
la vida sexual de las lapas o simplemente relacionó su aspecto físico con los arcos?, ¿cómo y cuándo se fue
construyendo conocimiento sobre la vida de estos moluscos?, ¿se los investiga sólo por el placer de conocer la
naturaleza o de ese conocimiento se podrían derivar tecnologías?
Distintas etapas constituyen –convencionalmente- el proceso de búsqueda tecnocientífica que, si pretende
inserción en los cánones de la producción de conocimiento sólido, deberá seguir ciertos lineamientos. Aunque
durante el proceso no se tenga demasiado claro en qué etapa uno se encuentra, ni importe demasiado. Pero una
Industria Tecnología
Matemáticas y lógica
Ejemplos
Las ciencias fácticas se dividen en naturales y sociales. Las ciencias naturales (física, química, biología, y sus
derivadas) toman por objeto de estudio entes de materialidad física, donde la naturaleza es un referente mudo y
constante, con respecto al cual los científicos intercambian enunciados denotativos. Sus objetos están sujetos a
leyes y establecen relaciones deterministas o azarosas, pero en cualquier caso tales relaciones carecen de motivos o
fines.
Las ciencias sociales (sociología, psicología, derecho, antropología y todas las que se ocupan del hombre en
relación con la sociedad) toman por objeto de estudio entes de materialidad simbólica (lenguaje, leyes, arte,
decisiones, etc.), así como el imaginario social e individual vinculado con dichos entes (formas de pensar, de sentir,
de creer, de actuar). Estos son productos hechos por el hombre, pero al mismo tiempo lo transforman,
construyéndolos en un sujeto social. El orden de la cultura que el hombre construye se diferencia del orden de la
naturaleza, creando un nuevo hábitat al que arranca al individuo de su estado animal y lo convierte en un sujeto, en
un ser social, ordenado ahora por leyes consensuadas, convenciones, costumbres y creencias. Esta materialidad
simbólica no está sujeta a las leyes físicas de la materia, sino a las del lenguaje, del deseo, del poder. En estas
ciencias el referente es el hombre en tanto ser social (y sus productos culturales), el cual presenta un
comportamiento estratégico e intencional en donde están presentes motivos, deseos, valores y fines.
Actualmente existe un replanteamiento de estas delimitaciones clásicas de los diferentes campos
científicos, al establecerse fructíferas interrelaciones entre ciencias aparentemente alejadas, abriendo así nuevos
campos de conocimiento. Tal es el caso de la bioquímica, la sociobiología, la bioética y otras. Las fronteras entre las
ciencias tienden a ser cada vez menos tajantes, en favor de una concepción interdisciplinaria. Asistimos al desarrollo
de investigaciones en donde los conocimientos dejan de estar encasillados en las fronteras rígidas de cada
disciplina, para formar una red en donde los límites se desplazan y posibilitan nuevos conocimientos.
DIAZ, Esther (editora) (1996), La ciencia y el imaginario social, Biblos, Buenos Aires
Capítulo I. El imaginario social y las características de la ciencia.