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Alfonso Flórez
Facultad de Filosofía
Pontificia Universidad Javeriana
29 de julio de 2009
con el propio autor, toda vez que el personaje menor procede también de la pluma del
autor. En el caso extremo podrá ocurrir, incluso, que el diálogo se desestime en bloque,
pero ni aun en ese caso puede el lector estar seguro de estar por ello en desacuerdo con el
autor, que pudo muy bien pretender con su obra conducir al lector a que pensara por sí
mismo, así ello significara el sacrificio de su obra. A fin de cuentas, en ninguno de los
diálogos de Platón hay argumentos de knock out, pues los interlocutores nunca quedan tan
derrotados que no puedan todavía hallar una vía de salvación, ni resultan nunca tan
victoriosos que no puedan todavía recibir una objeción o una crítica adicional. En otras
palabras, si por la lectura de un diálogo, el lector llega a la posición de rechazar todo el
diálogo, dicho rechazo puede todavía entenderse según el espíritu mismo del diálogo. Por
el contrario, quien como Russell quede exasperado por los excesos de la dialéctica
hegeliana, no entenderá su distanciamiento de Hegel como un resultado que se sigue de la
propia obra hegeliana, puesto que la intención del autor era clara desde el comienzo, y
consistía en conducir al lector a un modo de pensamiento afín al suyo. El ejemplo de Hegel
puede no ser del todo convincente, puesto que Hegel puso a punto un sistema filosófico
que se nutre de la contradicción, pero no debe olvidarse, precisamente respecto del filósofo
suabo, que la dialéctica, que en Platón se mantenía al servicio de la búsqueda del saber,
deviene en Hegel un mecanismo absoluto de justificación. En otros términos, como en
Hegel la dialéctica se da fuera de todo diálogo y de toda interlocución, termina
absolutizando lo que en Platón era una graciosa concesión a la diferencia. Así, disentir de
Platón por haberlo leído cae bajo el espíritu del diálogo auténtico, donde no todos tenemos
que estar de acuerdo con todos; por el contrario, disentir de Hegel por haberlo leído cae
bajo el espíritu de la dialéctica, donde todo disentimiento queda suprimido por la astucia
del espíritu absoluto. En suma, mientras disentir de Platón puede entenderse todavía como
un resultado del diálogo; disentir de Hegel es imposible dado el carácter absoluto de su
dialéctica. No deja de ser notable, de todos modos, que Hegel identificara la dialéctica
como el mecanismo más apto para transitar el camino desde la percepción sensible hasta el
espíritu absoluto. En todo caso, debe quedar claro, por lo pronto, que cualquier lectura de
Platón supone ya la adopción de una posición interpretativa respecto de la forma del
diálogo.
Ateniense (en Las leyes). También difieren los diálogos en cuanto a ambientación
dramática, desde la rica y célebre del Fedro, hasta el Filebo, que carece de ella. También
hay que decir que algunos diálogos presentan referencias internas entre sí, constituyendo
el conjunto de ocho diálogos que tienen lugar los días del juicio de Sócrates una pieza clave
del corpus platónico, si bien no todos los estudiosos han aceptado la pertenencia de estos
ocho diálogos a tal periodo de la vida de Sócrates. Tales diálogos se enumeran a
continuación en orden de ocurrencia dramática: Teeteto, Eutifrón, Cratilo, Sofista,
Político, Apología, Critón y Fedón. Una última característica que debe mencionarse es la
presencia de relatos míticos en muchos de los diálogos, mitos de los cuales algunos
corresponden a la tradición literaria, otros son variaciones de ella, y otros son invenciones
de Platón. Así, pues, cuando se habla de los diálogos de Platón se está hablando de un
corpus complejo y rico que exige, en sí mismo, el planteamiento de ciertas preguntas de
interpretación. Primero que todo hay que preguntarse si los treinta y cinco diálogos
transmitidos por la tradición constituyen, de algún modo, una unidad o si pueden
estudiarse en forma aislada unos de otros, y en cada caso cuáles son los límites de la
respectiva posición. Parece que el caso paradigmático de los ocho diálogos del juicio de
Sócrates tendría que ofrecer elementos para comenzar a responder esta pregunta, a menos
que el lector considere como posición interpretativa válida que las referencias dramáticas
de estos diálogos durante los días del juicio de Sócrates son irrelevantes para su recta
comprensión. Una pregunta que depende de la anterior tiene que ver con el orden de los
diálogos: ¿puede establecerse algún orden dramático entre ellos?, ¿influye ese orden en su
interpretación?, ¿cómo se relaciona el orden dramático y el orden de la composición? Baste
por ahora con señalar estas dificultades, que aportan elementos para la valoración de los
esquemas interpretativos.
Entrando en estos últimos, pueden presentarse dos situaciones extremas. Para la primera,
el aspecto dramático de los diálogos constituye sólo un artificio literario sin ninguna
incidencia en el aspecto doctrinal del pensamiento de Platón, que hay buscar en cada caso
en el interlocutor principal, más que en Sócrates como tal. Para la segunda, la intención de
Platón se expone en los diálogos como tales, que funcionan como artefactos literarios
expresivos que se agotan en sí mismos. De la primera posición derivan las interpretaciones
de un Platón doctrinal, mientras que de la segunda lo hacen las interpretaciones de un
Platón escéptico. Ambas posiciones se encuentran en la Antigüedad, si bien terminaría
triunfando la imagen de un Platón doctrinal, gracias sobre todo a la apropiación selectiva
que de él hicieron Plotino y sus sucesores a partir del siglo III de nuestra época. Ya, sin
embargo, el gran discípulo de Platón, Aristóteles, se había encargado de atribuirle a su
maestro diversas ideas de tipo dogmático que él mismo, por lo demás, se había tomado la
molestia de refutar. Queda claro, pues, que de la propia obra de Platón no cabe derivar sin
más un conjunto de doctrinas que le sean propias y que constituya lo que terminará
denominándose como platonismo. El platonismo, por cierto, puede derivarse de los
diálogos de Platón, pero sólo mediante opciones interpretativas que de suyo no son
evidentes y que tendrían que justificarse, como son la abstracción de toda referencia
dramática en el estudio de los diálogos, la selección de ciertos diálogos sobre otros, y
dentro de esos, la apropiación de algunos elementos fuera del contexto. Lo anterior
condujo, entre otras cosas, a la identificación de diversas referencias en los diálogos a lo
que es en sí con una “teoría de las Ideas” y la consecuente escisión de la realidad en dos
ámbitos incompatibles, uno inteligible y otro sensible, y a la comprensión de elementos
que se presentan bajo la figura del mito como “pruebas” de la inmortalidad del alma, de su
preexistencia al cuerpo y de su transmigración a otros cuerpos, por mencionar sólo dos de
los aspectos más relevantes del platonismo; pero aquella posición interpretativa tuvo el
Alfonso Flórez, Lectura de la República de Platón 4
Hay que mencionar dentro de este panorama, así sea por la seriedad de sus estudios, la
propuesta interpretativa de la Escuela de Tubinga, que, basándose en ciertas alusiones que
Aristóteles hace a unas doctrinas no escritas de Platón, ha dedicado grandes esfuerzos a
defender la idea de un Platón cuyas principales doctrinas no habrían quedado consignadas
en los diálogos, pues serían producto de su enseñanza oral. La Escuela de Tubinga no
renuncia, por supuesto, a la comprensión de un Platón sistemático, cuyo platonismo sería
más afín al pitagorismo y al orfismo, para lo cual ni siquiera tiene que hacer abstracción
del aspecto dramático de la obra de Platón, puesto que la desestima en su conjunto,
refiriéndose a ella cuando necesita confirmar sus propios puntos de vista, logrados con
tanta dificultad a partir de fragmentos, testimonios indirectos y enormes cargas de
filología. Con mayor radicalidad incluso que a los demás filósofos que ven en Platón un
pensador sistemático, puede preguntársele a la Escuela de Tubinga cuál sería el punto que
perseguía Platón al tomarse tantas molestias para construir la ingente obra que
constituyen sus diálogos si el núcleo de su enseñanza era esotérico y consignado apenas en
fragmentos. A esta pregunta siempre podrá encontrarse una respuesta –si no, nunca
habría podido medrar como escuela la Escuela de Tubinga–, pero contra ella pesa el
testimonio fáctico del corpus que hoy poseemos y el testimonio histórico que siempre vio
en los diálogos lo fundamental de la obra platónica. Como se sabe, no hay argumento
racional alguno que pueda aducirse contra la teoría de una conspiración universal, pues
todo argumento que pueda ofrecerse no hace sino reforzar la sospecha de la conspiración.
Aparte de su inmensa erudición, así esté mal enfocada, la propuesta de la Escuela de
Tubinga ha tenido la agradable consecuencia de ayudar a mantener abiertas las posiciones
interpretativas en relación con la obra de Platón.
autor. En este sentido, se reconoce que el conjunto de la obra de Platón se mueve hacia la
octología final, lo que no quiere decir otra cosa que Sócrates es la figura determinante de la
totalidad del corpus, frente a la cual deben entenderse las otras grandes figuras que toman
la palabra en los diálogos, tanto Parménides como Timeo, tanto el Extranjero Eléata como
el Extranjero Ateniense. Para decirlo con mayor precisión, aquí la posición de Platón busca
entenderse a partir de las apariciones de Sócrates, así como de sus silencios y
silenciamientos. Para una lectura de la República este compromiso interpretativo no
distancia en exceso de otras posiciones comprensivas, pero sí significa que la figura de
Sócrates recibe un peso específico que guía la comprensión del decurso del diálogo. Ahora
bien, aunque la República se entiende siempre como expresión plena del pensamiento de
Platón, en el marco de comprensión dramática aquí propuesto esto obliga a aprovechar
todos los recursos interpretativos que ofrece el conjunto de la obra, lo que incluye
supeditar la investigación de la naturaleza a la indagación política, entender al hombre que
se interroga sobre sí mismo como el eje del ejercicio filosófico, y situar la experiencia
humana con lucidez de cara a su destino final. En suma, se juzga que todo recurso
dramático tiene un sentido para la comprensión de la obra, sin que ésta se reduzca a su
mero montaje dramático; se considera, por el contrario, que en la obra hay enseñanzas
particulares que no pueden, sin embargo, desgajarse de su entramado dramático. Esto
lleva a reconocer, a su vez, que en el diálogo no sólo se dice algo, sino que también ocurre
algo, y así como el final del corpus difiere de su comienzo justamente por todo lo que
ocurre a lo largo del corpus, así también en cada diálogo particular no sólo se dice algo,
sino que también ocurre algo en los interlocutores, con los interlocutores, que lleva a que el
final no sea equiparable sin más a su comienzo. En este orden de ideas, y contra una
extendida línea interpretativa, no hay en el corpus diálogos aporéticos.
En las notas a su traducción, Bloom precisa que “la polis es la ciudad, la comunidad de
seres humanos que comparten un modo de vida, que se gobiernan a sí mismos, hacen la
guerra y preservan la paz. La polis es el grupo social natural, que contiene todo lo necesario
para el desarrollo y el ejercicio de las potencias humanas. Hoy polis suele traducirse como
‘ciudad-estado (‘city-state’); esto se hace porque se reconoce que una polis no es un Estado
en el sentido moderno (por ejemplo, un Estado como distinto de la sociedad) y porque el
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carácter de la vida política antigua era radicalmente diferente del nuestro. Sin embargo,
traducir polis como ‘ciudad-estado’ implica que nuestra noción de Estado está contenida
de algún modo en la de polis, así sólo sea de una forma medianamente consciente. En
consecuencia, la antigua comprensión de lo político se toma como una prefiguración
imperfecta de lo moderno, más bien que como una alternativa a esto último –una
alternativa que nos es ajena y que no conocemos de modo adecuado–. En esta edición
siempre se verterá como ‘ciudad’, sobre la base de que los fenómenos abarcados por la
polis pueden comprenderse mediante la comparación de los diferentes usos del término.
Más aún, debería tenerse presente que palabras como ‘político’ (‘statesman’) y ‘ciudadano’
(‘citizen’) se basan en la raíz polis. El ciudadano (polites) es literalmente “uno que
pertenece a la ciudad”, y el político (politikos) es “uno que conoce de las cosas de la
ciudad”. La política (politika) es meramente “lo que tiene que ver con la ciudad”. Así, hay
una unidad terminológica que refleja la unidad de la vida en la ciudad. Ahora bien, gracias
a la organización de los diversos elementos de la ciudad la polis recibe su carácter y se
establece su modo de vida peculiar. La preocupación política central es la organización
propia de una ciudad, y la politeia es dicha organización. La politeia puede identificarse en
gran parte con la clase dirigente de los ciudadanos, pues ellos dejan su impronta en la
ciudad y son la fuente de las leyes. El mejor término para traducirla es ‘régimen’ (‘regime’),
como en ‘el antiguo régimen’ (‘the old regime’). El libro que describe el mejor modo de vida
política se llama apropiadamente ‘el régimen’, el único régimen verdadero o el mejor
régimen, tal como el libro de los libros se llama simplemente la Biblia, el libro. Tal enfoque
del problema político es característicamente platónico, y un intento de recuperar la
comprensión griega de lo humano requiere que se reconsidere el sentido en el que la
politeia es el hecho político más importante y la causa de los caracteres de los seres
humanos y de sus modos de vida” (Bloom 1991, 439s).
En suma, la Politeia trata del régimen político que un grupo de seres humanos se da a sí
mismo, donde el papel de quienes se hallan al frente del gobierno es decisivo en la
constitución de dicho régimen y del modo de vida de sus habitantes en general.
El subtítulo que se le ha dado a la obra, peri dikaiou, sobre lo justo, puede ser una adición
de los editores alejandrinos; no se encuentra, en todo caso, en el recuento que Aristóteles
hace de la República en su Política (1261ass). Hay que decir, sin embargo, que el asunto de
la justicia se presenta como tema articulador de la totalidad de la obra, toda vez que el
régimen político puede constituirse como tal sólo si entre sus diferentes estamentos se dan
relaciones de justicia. Si se tiene presente, así mismo, la doble indagación que se adelanta
en el diálogo, del régimen político y de la conformación del alma, puede determinarse
también la justicia como esencial para la salud del alma, no sólo de la ciudad.
En las notas a su traducción, Leroux señala que “el título más habitual, Politeia, designa el
proyecto, corriente en la historia de las ciudades griegas, de ofrecer una constitución
política para fundar las instituciones y formular las leyes destinadas a los ciudadanos (…)
Al privilegiar este título, la tradición ha retenido sobre todo el propósito reformador de
Platón. Sin embargo, este título no cubre el conjunto de argumentos del diálogo, por lo que
no sorprenderá que en varios manuscritos se vea circular el título Peri tou dikaiou, Sobre
lo justo, un título más conforme con los argumentos del primer libro sobre la felicidad del
justo y con la doctrina de la justicia del libro IV. Notemos que varios manuscritos ofrecen
los dos títulos, así como la noticia de Diógenes Laercio, que retoma en este respecto la
designación de las tetralogías de Trasilo. En su comentario, Proclo hace notar estas
variaciones e insiste en el hecho de que los títulos de los diálogos son obra de Platón
Alfonso Flórez, Lectura de la República de Platón 7
mismo y que indican su tema principal; para él, no hay ninguna duda: el título es Politeia,
y designa la búsqueda del mejor régimen político, pero la finalidad del diálogo comprende
tanto la búsqueda del mejor régimen político, como la justicia del alma individual: ‘No
digamos, entonces, que tiene dos finalidades, sino que la finalidad concerniente a la
justicia política y la finalidad concerniente a la mejor constitución en el alma no forman
más que una sola’” (Leroux 2004, 525).
En síntesis, la indagación sobre cuál sea el mejor régimen político no puede hacerse sin
examinar, a la vez, la conformación del alma individual, de modo tal que la justicia que
debe imperar en aquél, se manifieste también en ésta. Pero no se trata de dos
investigaciones diferentes, sino de una y la misma.
No es probable que Platón se haya propuesto dividir la República en diez libros, división
que parece obedecer más bien a exigencias codicológicas de los editores alejandrinos. Sin
embargo, siglos de lectura y de interpretación de la obra han llevado a estructurar estos
diez libros en las siguientes cinco secciones –según la propuesta de Auguste Diès en su
Introducción a la edición de Les Belles Lettres–:
Libro I: Obertura.
Concepciones tradicionales y sofísticas de la justicia.
Esta propuesta debe tomarse como preliminar, en todo caso, puesto que de una lectura
atenta se seguirán otros modelos de estructuración de la obra, y ninguno de los mayores
intérpretes ha dejado de ofrecer su propia comprensión de la articulación interna del
diálogo. Puede argüirse, en efecto, que una interpretación de la obra estará completa sólo
cuando haya logrado ofrecer un esquema plausible de su estructura. Empero, esta
exigencia arquitectónica debe equilibrarse con la intención dramática de la obra, pues,
como se ha señalado, en un diálogo platónico –y en esto la República no difiere de los
demás– no se da una mera presentación de ideas sino que en él mismo, en el transcurso de
su devenir, va ocurriendo algo, con el resultado de que al final hay algo que no había al
comienzo.
Hay que mencionar, en todo caso, que diversos intérpretes (Sallis 1996, 455; Brann 2004,
117; Leroux 2004, 28s) han podido identificar en la estructura de la obra un juego de
correspondencias, según el cual el principio se corresponde con el final, la segunda parte
con la penúltima, y así sucesivamente, de forma tal que estos a modo de anillos
concéntricos albergan un núcleo central único. No hay, sin embargo, acuerdo en la
distribución o en la interpretación de estos anillos.
En este momento, y como guía de lectura, puede resultar más útil la presentación de un
esquema lineal de los contenidos de la obra (Leroux 2004, 36-42).
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Plan de la República
I. OBERTURA
Entrevista con Trasímaco sobre la definición “la justicia es el interés del más fuerte” (338c)
a. Noción de la ventaja del más fuerte (339e-340e)
b. Arte, utilidad e interés de quien gobierna, del más fuerte (341a-343c)
c. La justicia es un bien extraño (ventaja y perjuicio)
d. Argumento de Sócrates: la justicia trae más ventajas
e. Clases de justicia y de lo injusto: la cuestión de la felicidad (348a)
-Trasímaco: la justicia es habilidad y virtud
-Sócrates: la justicia es sabiduría y bondad (350c)
f. Funciones y virtudes del alma (353a-354c)
5. Mitología, música y gimnasia: la educación de los guardianes en la ciudad justa II, 376c-III, 412c
a. Prioridad de la educación
b. Importancia de la tradición en la música y la gimnasia
c. Prescripciones y legislación: límites respectivos, austeridad de las leyes
d. Primacía de la institución religiosa: ley de Apolo (427b)
Introducción
Necesidad de precisar las condiciones particulares de la ciudad justa y dudas de Sócrates frente a
su carácter radical (449a-451c)
V. CONCLUSIÓN
III. Bibliografía
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puede consultarse en línea en la Perseus Digital Library
(www.perseus.tufts.edu/hopper/) (aunque el modo más fácil de llegar es por el
vínculo en Wikipedia a James Adam:
en.wikipedia.org/wiki/James_Adam_(classicist) ).
Por traer el texto griego en página encarada, se recomiendan las siguientes ediciones:
• The Republic of Plato, trad. Allan Bloom (Ensayo interpretativo: 307-436, Notas:
439-472), Basic Books, Nueva York 21991.
• The Dialogues of Plato, Vol. III: “The Republic”, trad. Benjamin Jowett
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Consequences”, Phoenix, Vol. 52, No. 3/4 (1998), 282-298.
D. L. Roochnik, “Plato's Use of Atekhnos”, Phoenix, Vol. 41, No. 3 (1987), 255-263.
Janet E. Smith, “Plato's Use of Myth in the Education of Philosophic Man”, Phoenix, Vol.
40, No. 1 (1986), 20-34.
□Holger Thesleff, “Platonic Chronology”, Phronesis, Vol. 34, No. 1 (1989), 1-26.
Para cada reunión los participantes deberán presentar un ensayo, sea sobre cada uno de
los libros, sea sobre cada uno de los temas propuestos, según corresponda. No habrá
protocolo de cada sesión, pero los participantes deberán asegurarse de recoger en los
ensayos posteriores los puntos que se hayan ganado, tanto personal, como colectivamente,
en las reuniones y en los ensayos anteriores.
Cronograma
Addendum bibliográfico
Platone, La Repubblica, Mario Veggetti (trad. y ed.), Bibliopolis, Nápoles, Vol. I (Libro I),
1998; Vol. II (Libros II-III), 1998; Vol. III (Libro IV), 1998; Vol. IV (Libro V), 2000; Vol. V
(Libros VI-VII), 2003; Vol. VI (Libros VIII-IX), 2005; Vol. VII (Libro X), 2007.
Vol. I (Libro I)
Vol. IV (Libro V)