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Ignacio Lewkowicz______2

ai Hipótesis. Nuestra hipótesis es que la subjetividad contemporánea


puede pensarse a partir del consumo, o más bien, que la subjetividad
socialmente instituida es la subjetividad consumidora. ¿Qué significa
subjetividad? ¿Qué significa que esta subjetividad sea consumidora?
Este no es un trabajo interdisciplinario ni tampoco pretende comple­
tar un saber supuestamente incompleto.5 Nuestro aporte se limita a
pensar históricamente algunas transformaciones y operaciones con­
temporáneas. Lo que sigue tratará de especificar la línea de trabajo
en que estamos.
b) Subjetividad instituida. En la perspectiva de la historia de la sub­
jetividad el tipo de subjetividad propio de cada situación se define
por las prácticas y los discursos que organizan la consistencia de esa
situación.
La naturaleza humana no está determinada de por sí: lo que hace ser
hombres a los hombres no es un dato dictado por la pertenencia ge­
nérica a la especie, Los hombres no disponen de una naturaleza ex-
trasituacional, es decir, no son un dato de la naturaleza dictado por l'á
pertenencia genérica a la especie. Los hombres son el producto de
las condiciones sociales en que se desenvuelven. Esa naturaleza
humana, resultante de las condiciones sociales, es intraducibie de
una situación a otra. De ahí se deriva que la esencia humana sea si-
tuacional.
Esta subjetividad no es el contenido variable de una estructura
humana, invariante sino que interviene en la constitución de la es­
tructura misma. Esta subjetividad resulta de marcas prácticas sobre
la indeterminación de base de la cría sapiens. Esa indeterminación
del recién nacido recibe una serie de marcas que la ordenan. Estas
marcas -de diverso tipo según las diversas organizaciones sociales-

5 Se puede pensar como “indisciplina” nuestra línea de intervención, en ei


sentido que reconoce como necesaria una reflexión por fuera de las disci­
plinas instituidas.
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producen una limitación de la actividad indeterminada de base que"


estructura el punto caótico de partida. Estas marcas socialmente ins­
tauradas mediante prácticas hieren a la cría, que recibe una serie de
compensaciones a cambio de la totalidad ilimitada e informe que era
hasta entonces, Los enunciados de los discursos que con su capaci­
dad de donación de sentido compensan esas heridas constituyen la
estructura básica de esa subjetividad instituida. Así las prácticas de
los discursos instauran las marcas estructurantes; los enunciados de
los discursos instauran los significados básicos de esas marcas. La
marca deviene significativa. La herida tiene sentido: la subjetividad
queda determinada por esas marcas y ese sentido, A esto lo llama­
mos subjetividad instituida. En principio, se quiere remarcar que
cualquier subjetividad, lejos de ser intemporal, es un tipo posible que
resulta de las prácticas y discursos propios de una situación.
c) Individuo v sociedad. La historia de la subjetividad busca abolir
en su funcionamiento la distinción entre las dimensiones individual y
social. La historia de las ciencias del hombre, es en gran medida, la
historia de la distinción entre las ciencias que estudian a los hom­
bres en su conjunto y las que estudian a los hombres por separado.
Es a la vez, el int|nto de articulación entre ambas instancias. Desde
hace algún tiempó se puede marcar como problema una división
histórica fuerte entre las ciencias sociales y las disciplinas psíquicas;
entre la antropología, la historia, la sociología, por un lado, y la psi­
cología, el psicoanálisis o la psiquiatría, por el otro.
El eje problemático de la relación entre lo individual y lo social es
la imposibilidad de articulación lógica entre estas instancias. La ex­
periencia moderna indica que no basta con reunir a estas disciplinas
para que se produzca la articulación. En rigor, se podrían reunir si
en el surgimiento hubiera habido una división coherente, o una divi­
sión de tareas. Pero las ciencias no van surgiendo conforme a un
plan que va dividiendo al mundo en distintas regiones sino que cada
disciplina funda su objeto autónomo, bajo condiciones y requeri­
mientos propios.
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miento, que sin ser eliminada puede ser excedida, significada, alte­
rada. 9
La estrategia discursiva que parte de las prácticas impide plantear
dos niveles distintos de circulación de las ideas: uno ideal y no pros­
tituido, y otro material que resulta de la distorsión del primero. La
noción de práctica interviene sobre esta distinción. Si es cierto que el
sentido de una idea es la red de prácticas en las que se inscribe, ya
no resulta operativo discriminar entre el decir y el hacer, entre las
representaciones y las prácticas. 10Más bien se trata de dar cuenta del
funcionamiento concreto de las prácticas, y así las representaciones
importan en tanto que prácticas (discursivas).
V, Subjetividad y humanidad situacional. Si es cierto que la noción
de subjetividad es menos una definición en regla que un campo pro-
blemáticOj no es menos cierto que ese campo se organiza a partir de
un problema: el estatuto situacional de la naturaleza humana. Des­
plazada la categoría de sujeto, el status situacional de la naturaleza
emerge como núcleo problemático en el ámbito de las ciencias so­
ciales. Pero ¿cuáles son los términos en los que se plantea el proble­
ma? En rigor, se intenta pensar las operaciones y los dispositivos ca­
paces de producir la subjetividad instituida en una situación histórica
determinada, como el lazo social del que forma parte. En definitiva,
se trata de dar cuenta de la reproducción de las relaciones sociales
(subjetividad y lazo social) en una situación histórica determinada.

9 Para ia distinción entre determinación y condición cf. Lewkowicz i. El gé­


nero en perspectiva..., op. cit.
10. “...no ha habido casi preocupación por saber qué quiere decir hacer,
cuál es el ser dei hacer y qué es lo que el hacer hace ser... No se ha pen­
sado el hacer, porque no se lo ha querido pensar mas que en esos dos
momentos particulares, ei ético y ei técnico.” Castoriadis, op.cit. Pag..11.
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VI. Una noción de subjetividad .11 El campo de la subjetividad se


constituye como un espacio atravesado por un problema central: el
estatuto situacional de la naturaleza humana. Esto es, no hay una
definición universal de hombre sino situaciones socio-históricas que
engendran su humanidad específica. Se trata en definitiva de la radi-
calización de la historicidad de la carne y del alma humanas, y en
consecuencia del abandono de una latencia biológica de fondo capaz
de unificar el conjunto de las producciones históricas. Tal postulá-
ción resulta imposible sin una categoría central: el concepto práctico
de hombre. Para la historia de la subjetividad, el concepto práctico
de hombre determina una humanidad específica por la vía práctica -y
no tanto por la vía de las representaciones.
Una humanidad específica determina prácticamente cuales de los
cuerpos sapiens pertenecen a la humanidad culturalmente estableci­
da. Pero que también establece cual es la propiedad constitutiva de
lo humano para las circunstancias en que se instituye dicha humani­
dad. Solo la decisión moderna de los últimos dos siglos produjo la
equiparación entre cuerpo y humanidad. Solo para esta decisión el
conjunto de los cuerpos sapiens coincide con la humanidad. De allí
también nuestro olvido moderno de las prácticas de subjetivación
hum ana.12
VIL Subjetividad estatal En condiciones modernas, en condiciones
de estado-nación, el conjunto de las instituciones queda articulado
por esta meta-institución que es el .estado.13 El. estado no sólo es el

" Las ¡deas de este apartado ya han sido expuestas en: Lewkowicz lM
Subjetividad adictiva..., op. cit.
12 Más adelante tendremos que volver a este asunto para pensar ¡a subje­
tividad actual.
13 Se denomina estado-nación a la modalidad de organización estatal que
se desarrolla entre eí ciclo de las revoluciones burguesas y ei fin de la
guerra fría. Básicamente se trata de estados que se legitiman por ser la
organización jurídica de una nación. Reservamos el término estado técni­
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XII. E l consumidor.16 La figura del consumidor es reconocida en


términos sociales. Desde la perspectiva de la historia de la subjeti­
vidad podemos establecer algunas precisiones. El consumidor es
una figura concomitante con el proceso de globalización. Más preci­
samente, lo que llamamos consumidor es el soporte subjetivo de es­
te proceso que llamamos “desrealización de los estados nacionales”
El consumidor no es un accidente contemporáneo que le sobreviene
a la eterna naturaleza humana sino que trama la naturaleza misma
del hombre contemporáneo. No es un adjetivo del hombre contem­
poráneo sino su definición en término de subjetividad.
La subjetividad consumidora esta producida por una serie de prác­
ticas específicas. La serie de prácticas que la estructura, instituye al
consumidor como un sujeto que varía sistemáticamente de objeto de
consumo sin alterar su posición subjetiva. Es el sujeto que realiza
una permanente sustitución de objetos sin que dicha práctica le oca­
sione ninguna alteración.
En la lógica de la moda y de la vertiginosa sustitución de objetos, el
término nuevo de la serie es mejor porque es nuevo. El anterior no
cae por haber hecho ya la experiencia subjetiva de la relación con
ese objeto particular sino por la presión del nuevo que viene a des­
alojar al anterior. El anterior cae sin tramarse en una historia, no hay
continuación, uno sustituye al otro. Es la misma lógica el zaping
televisivo, la renovación permanente del mercado, la innovación
tecnológica, etc.
Sí lo anterior es cierto -y hay buenos argumentos para que lo sea-
¿Qué posición subjetiva es la que inducen estas prácticas? Todo ha
de esperarse del objeto, nada del sujeto. La promesa es la del objeto
próximo. No se produce nada semejante a la modificación del sujeto

16 Es necesario reiterar aquí algunos argumentos ya expuestos en Lewko­


wicz i. Subjetividad adictiva...,op.cit.
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por- el objeto ni del objeto por el sujeto. En un comercio sin interac­


ción el sujeto es soberano de asumir y desechar, pero no es libre de
alterar ni de alterarse.
X I I I E l consumidor y su lógica. Se puede decir entonces que el
consumidor es un tipo subjetivo que espera todo del objeto. El con­
sumidor cree la promesa del mercado según la cual en el mercado
hay de todo. Esto implica dos suposiciones implícitas: la primera
sostiene que todo lo que hay en el mercado es necesario; la segun­
da, que todo lo que es necesario está en el mercado.
La llamada “globalización” es un festival de ofertas y, por vía de la
red o de cualquier otra, se puede acceder a una serie, hasta hace poco
inimaginada de productos. La idea es que se puede obtener cualquier
producto. La premisa de base es la existencia indubitable del objeto
satisfactorio.Es decir, que existe un producto o un conjunto de ellos,
que garantizan la satisfacción. La publicidad recoge este anhelo:
“Satisfacción garantizada o le devolvemos el importe”.
Ahora bien, si 1a satisfacción no se produce es porque hay defecto
en el objeto. El consumidor no puede, en tanto que consumidor, rea­
lizar ninguna experiencia subjetiva. Entonces, la lógica es sustituir
ese objeto por otro. Si el consumidor lo espera todo del objeto, no se
puede esperar nada del sujeto. El objeto es satisfactorio; no es posi­
ble hacer una experiencia subjetiva de la insatisfacción del objeto.
Según la lógica del consumidor, será placentero todo aquello que
confirme y satisfaga sus gustos y preferencias. Esta concepción del
placer imagina que cualquier otro tipo de acción se reduce a la re­
nuncia.
XIV. La promesa del mercado*El consumidor parte de las promesas
del mercado. Pero el punto decisivo aquí es que el mercado no pro­
mete como promete el estado. El estado promete que si nos manco­
munamos a algún destino colectivo nos va a esperar después de un
período de sufrimiento, un futuro de grandeza. Nuestro mercado
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contemporáneo instituido como núcleo central 'de las potencias pro­


mete distinto.
La promesa del mercado es la de un objeto capaz de proporcionar sa­
tisfacción integral. El consumidor lo que espera no es la realización
de un proyecto sino un estado de plenitud.
Se sabe que en el mercado hay de todo y para todos.17 La impresio­
nante multiplicación de objetos se entiende a partir de esta pauta
subjetiva. El objeto tiene que encajar perfectamente en el sujeto por­
que el sujeto no puede modificarse en nada. La multiplicación indis­
criminada de objetos y de diferencias es solidaria con este principio.
En el mercado hay de todo porque el objeto debe adaptarse totalmen­
te al sujeto.
El principio social de identidad establece en función de qué paráme­
tros un integrante de una sociedad será reconocido como pertene­
ciente a ella por los demás. A partir de dicho principio, será convo­
cado o rechazado, será valorado o despreciado, etc. Si en los esta­
dos-nación un ciudadano se definía por la conciencia, su identidad

57Sobre que hay en el mercado leemos "...en uno de los casos más sor­
prendes de vinculaciones entre ei crimen ruso internacional y los trafican­
tes de drogas latinoamericanos, en marzo de 1997 la DEA en Miamj detu­
vo a Ludwing Fainberg, inmigrante ruso,.y a dos cubanos, intermediarios
de los cárteles de la droga colombianos. Según !a DEA, Fainberg, propie­
tario de un bar de strip-tease cerca de Miami, estaba negociando la venta
un submarino soviético con su tripulación, para introducir cocaína de con­
trabando en los EEUU. De hecho, estos socios ya habían hecho negocios
en 1992, cuando los cárteles adquirieron dos helicópteros rusos. Fainberg,
antiguo dentista en la URSS, también estaba organizando ei envío de co­
caína a Rusia..." en Casteíis Manuel, La era de la información. Vol. 3 Fin
del milenio, Alianza, Madrid, 1999, p. 199.
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estaba configurada por los contenidos fundamentales de su concien­


cia: sobre todo por su conciencia política o por su ideología.
En los estados técnico-administrativos ni la conciencia ni la ideolo­
gía inciden en la determinación social de una identidad. El consu­
midor se define por sus actos de consumo. El consumidor se define
por su relación técnica con las cosas, tramándose en una relación de
necesidad- solución, adquiriendo los problemas una dimensión
fundamentalmente práctica.
XV. La promesa del consumo. Mientras una visión espontánea de
los objetos puede concebirlos en términos de necesidad, es necesario
abandonar la prioridad de su valor de uso para concentrarse en su va­
lor de signo.1
Sabemos que el objeto en si no es nada; que lo fundamental del obje­
to son los diferentes tipos de relaciones y significaciones que sopor­
tan. Así el consumo puede ser definido estructuralmente como un
sistema de intercambio y de producción de signos. Solo así es expli­
cable la moda. La moda puede ser definida como coacción de inno­
vación de signos o producción continua de sentidos arbitrarios. De lo
que se trata en rigor es de proveer un material siempre nuevo de sig­
nos distintivos
El hecho mismo de ser hombre es lo que está enjuego. Así como ser
hombre, en las épocas de vigencia de ¡os estados naciones fue po­
seer una conciencia, ser hombre hoy es ser reconocido como imagen
por otro que a su vez lo es.
El consumo es producción de signos. El acto de consumir es un sig­
no para el reconocimiento del otro. El problema es que quien poseía
una conciencia difícilmente la perdiera, al menos la locura no consti­
tuía una amenaza cotidiana. En cambio, hoy la imagen esta confi­

n a r a esta cuestión seguimos una obra ya clásica de la materia: Baudri-


llard J. Critica a ia Economía política del s/'gno; Siglo XXI; México; 1997.
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nuamente amenazada porque no es una propiedad que se puede ad­


quirir definitivamente sino que hay que adquirirla todo el tiempo.
La lógica de la moda hace caer los signos validos rápidamente. Lo
que ayer era un signo, hoy puede dejar de serlo sin aviso previo.
X VI. Obligaciones y derechos. En los estados nacionales el univer­
so de los derechos del ciudadano se produce a partir de la instancia
decisiva de la ley. La teoría jurídica moderna es muy clara al respec­
to: para que exista un derecho debe existir una obligación. Porque en
rigor, un individuo tendrá un derecho solo si otro tiene una obliga­
ción. El derecho no es sino la contracara de la obligación.
Llamemos modernos al estatuto de los derechos en los estados na­
cionales, es decir, a aquellos que se producen a partir de la imposi­
ción de una obligación impuesta por la ley.
X VIL Consumo y derechos. En los estados técnico-administrativos,
los derechos no son el subproducto de una ley que obliga, sino que
resultan de una afirmación directa de declaraciones de series de de-
19
rechos. El centro dejó de ser la ley para ser el derecho mismo. Ca­
da consumidor por el solo hecho de serlo se proclama con infinidad
de derechos. Llamemos post-modemos al estatuto de los derechos
en los estados técnico-administrativo, es decir, a aquellos que deri­
van de una proclamación directa, sin imposición de obligaciones.
A partir de aquí se puede pensar que mientras el límite de los dere­
chos modernos es la prohibición legal simbólica, el tope de los dere­
chos post-modernos es la imposibilidad real revelada.
Para seguir con la nominación, llamemos derechos simbólicamente
producidos a los que derivan de una prohibición y llamemos dere-

15 Declaraciones de Derechos que realizan ios organismos internacionaíes


El estado ha quedado, también por esta vía, reducido a un mero ejecutor,
más o menos eficiente, de las normas que se prescriben en forma trans-
nacionai.
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-chos imaginariamente establecidos a los que derivan de una procla­


mación. El punto es que entre derechos iguales, decide la fuerza: la
imposibilidad real se revela en el cuerpo a cuerpo de quienes, en au­
sencia de ley estructurante, poseen derechos imaginariamente equi­
valentes. Si los derechos no emanan de una ley sino que tienen cen­
tro en cada portador, la relación se dirime como correlación de fuer­
zas.
Los poderes y las fuerzas con los que los consumidores se enfrentan
en el conflicto real de sus ilimitados derechos imaginarios no deri­
van de la naturaleza de los individuos, sino que apoyan sobre los po­
deres derivados de la fortuna en el mercado. El mercado es el lugar
en que cada consumidor actualiza sus derechos.
Se puede conservar el paralelo con la “ley del código” y llamar a es­
ta potencia o fuerza “ley del mercado”. Pero por su forma específica
de operar y enunciarse, esta ley presenta características que la alejan
de la imagen espontánea de lo que es una ley.20
No tenemos con las leyes del mercado un establecimiento permanen­
te de las pautas que determinan lo incorrecto y lo correcto. Si con el
código existía la permanencia de unas prescripciones siempre cono­
cidas, con el mercado estamos ante condiciones que varían de co­
yuntura en coyuntura sin explicitar jamás a priori las prescripciones
que aquí y ahora están rigiendo. El agente del mercado siempre esta
sometido a los veredictos de un tribunal secreto que a posteriori de­
termina cual era la operación correcta y cual la que debía fracasar.
Pero no solo no rige para todo momento, no solo carece de explicita-
ción; la ley de mercado no rige igual para cada agente en cada co­
yuntura sino que sus prescripciones secretas dependen de la posición
específica de agente en una coyuntura de mercado. La proclamada

En rigor, la noción de "Jey de mercado”es una extrapolación de ia forma


de pensamiento que servia para describir un mundo dé naciones, donde la
noción de le y ” era decisiva en términos sociales.
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igualdad' del ciudadano ante la ley ha sido sustituida por los poderes
específicos de la gente ante el mercado. El mercado es, desde largo,
el ámbito de la diferencia y de la desigualdad; en el mercado cada
uno puede lo que puede.
Se puede ver en la reforma constitucional de 1994 un indicador de
estas transformaciones. En el nuevo el artículo 41 aparece la figura
del consumidor con rango constitucional En nuestra Norma Fun­
damental, además de ciudadanos, hay consumidores. ¿Y qué tiene el
consumidor? Derechos. No es como el ciudadano que tiene obliga­
ciones y, luego, tiene derechos. El consumidor tiene derechos. No
hay ninguna instancia fundante más que el consumidor mismo. Por
su magnitud, se ve que lo anterior no es solo un ejemplo. Pero lo im­
portante es notar que desde el punto de vista subjetivo la relación
con la ley es bien distinta en ciudadanos y consumidores.
En el mismo sentido, asistimos a la aparición de los llamados “dere­
chos del consumidor”. Es lógico que así sea. En tiempos donde el
soporte subjetivo del lazo social se ha desplazado desde el ciudadano
al consumidor la referencia a éste parece imprescindible.
Los derechos del consumidor son más efectivos que los derechos de
los ciudadanos. La efectividad aquí se entiende solamente como la
posibilidad de ejercicio. Pero también, como dijimos, su naturaleza
es distinta. Se basan en el acto de consumo, no son derivados de una
prohibición legal en el ordenamiento jurídico del estado sino de una
disposición dineria en el mercado.
Los actos de consumo son los que engendran derechos, no hay
prohibiciones específicas sino obligaciones derivadas de ese acto
mercantil. En condiciones actuales ninguna potencia se enfrenta a la
del capital: ¿Qué se le puede prohibir al dinero?. Pareciera que solo
el dinero puede prohibir al dinero.
Es posible decir que de última, el estado garantiza estos nuevos de­
rechos. Pues bien, si así fuera, lo importante es que es de última.
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Además cuando se concurre a la instancia legal, el consumidor como


consumidor ya ha sido vulnerado y solo queda una sombra ciudada­
na que busca que se aplique la ley. La sanción del consumidor en el
ámbito del mercado será distinta.
XVIII. Variación en el estatuto del tiempo.
a) Institución social del tiempo. Sabemos que cada cultura instituye
su tiempo. O más bien, instituye “su” tiempo como “el” tiempo. O
mejor, “cada tiempo” instituye “su tiempo” como “el tiempo”. Lo
que se quiere decir es que no hay tiempo en sí, sino que lo que en­
tendemos por tiempo siempre es una entidad socialmente instituida.
En este sentido, una lógica social es solidaria con unas prácticas
productoras de temporalidad. De esta manera, la variación en la na­
turaleza de una situación histórica provoca como efecto inevitáble la
variación en el estatuto de su temporalidad.
Agotados los estados nacionales e instituido el mercado en el sitio
del fundamento se altera la estructura del tiempo socialmente insti­
tuido.
b) El tiempo nacional El tiempo socialmente instituido por el Estado
Nación es el tiempo de la continuidad, del progreso, del autodesarro-
11o. Un tiempo homogéneo pero ascendente. Homogéneo en su con­
tenido pero ascendente en su desenvolvimiento. El'devenir es deve­
nir progresivo; el tiempo tiene un sentido, el instante siguiente suce­
de al anterior y entre los dos instantes se trama una relación de pro­
greso o al menos una relación de sentido. El instante anterior tiene
efecto de sentido sobre el que viene.
En el tiempo instituido durante la modernidad, siempre hay diferen­
cia entre dos instantes. El instante 1 pasó; el instante 2 es el actual.
Pero el instante 1 tiene alguna eficacia sobre el actual. En el tiempo
de progreso, en el tiempo histórico, en el tiempo de desarrollo, se
comprende lo que se presenta en el instante 2 por su diferencia espe­
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de las" situaciones,' cada institución tendrá qué forjar -sin suponer


operaciones previas- la subjetividad capaz de habitarla.
X IX . E l consumidor (2) A partir de lo anterior, podemos precisar la
noción de consumidor como el soporte subjetivo del lazo social
producido por el consumo, que -agotada la instancia estatal- se
constituye en el mercado, con una posición subjetiva que impone es­
perar todo del objeto. El consumidor está tramado en la temporalidad
del instante sin historia, y centrado en sus derechos, enunciados des­
de él y sus actos de consumo y no desde su relación con la ley ni
desde su relación con los otros.
XX. E l consumo y la adicción. Desde la historia de la subjetividad
se postula que las significaciones son socialmente instituidas. Esto
significa que en el campo de las adicciones, son las condiciones so­
ciales de adopción de las sustancias las que proporcionen las claves
de su comprensión. Las sustancias difieren de su sentido social. No
hay drogas sino sustancias investidas como tales.
XXI. Experimentación y consumo. A partir de esto, es posible mar­
car dos tipos muy distintos de relación social con eso que se inviste
como drogas, a partir de dos soportes subjetivos diferentes: el ciuda­
dano y el consumidor.
Lo que interesa plantear es que esos dos modos distintos no son esti­
los personales, sino que dependen de condiciones sociales muy pre­
cisas que predeterminan el modo de relación de los individuos con
las sustancias que hoy llamamos adictivas.
En los años cuarenta se experimenta con drogas. Henry Michaux
escribe un libro que se llama Conocimiento por los abismos y regis­
tra este tipo de experiencias 21 . Algo de esto puede ser significativo
para pensar las adicciones contemporáneas.

21Michaux, Henri Conocimiento parios abismos; SUR; Bs. As.;1972


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Subjetividad contemporánea; entre el consumo y la adicción

La significación central del ciudadano es la conciencia. O más bien


se es ciudadano a partir de tener una conciencia. Cuando Michaux
narra sus experiencias, se ve que el problema central está puesto en
el conocimiento y no en el estado mental de que se goza bajo el in­
flujo de ciertas drogas especificas.
La idea de experimentación se vinculaba con un sujeto de la con­
ciencia que buscaba experimentar otros estados de conciencia; esta­
dos de conciencia alterados pero con una conciencia vigilante capaz
de anotar, percibir y registrar el conjunto de esos estados alterados
inducidos, no por el consumo sino por el uso, llamémoslo epistemo­
lógico, de unas sustancias que alteran la percepción. Pero el sujeto
de la conciencia ahí está.desdoblado en un sujetó que usa la droga y
un sujeto que observa al sujeto afectado por la droga.
Cuando el soporte subjetivo del lazo social es el consumidor el tipo
de relación específica es bien distinto. En principio, no hay uso sino
consumo.
Dijimos que el consumidor se estructura a partir del supuesto de que
el mercado proporciona el objeto realmente satisfactorio, y en ese
sentido el que consume drogas en tanto que consumidor y no expe­
rimentador, consume no para observar cual es el estado inducido por
el consumo de tal o cual sustancia sino para conquistar un estado de
ser pleno; un estado, físico y mental de plenitud.
Lo que se espera es ese estado y no una reflexión ulterior o una in­
tegración simbólica de ese estado.
X X II. Consumo y realización. Pero aquí el problema se complica.
Porque es cierto que el consumidor espera todo del mercado y cree
que el objeto que necesita existe, y que entonces solo tiene que bus­
carlo. Pero el consumo se sostiene fundamentalmente en la promesa
y no en la realización del hallazgo. La subjetividad instituida del
consumidor es la del “buscador” del objeto que devuelva imagen de
plenitud. Pero no la del “encontrador” de objetos. El que encuentra
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el objeto, es decir el que satisface la promesa del mercado se excede


de la lógica del mercado. Se pasa de esa promesa que tiene que sos­
tener como promesa para que la subjetividad consumidora sea fun­
cional al tipo de lazo social instituido.
En otros términos, la subjetividad instituida se sostiene en la prome­
sa y no en la consumación. La consumación del consumidor suprime
al consumidor y da lugar a un adicto. Adicto a algo que le propor­
ciona plena satisfacción en el sentido que proporciona siempre el
mismo estado físico mental de plenitud.
El adicto se constituye a la vez en la realización y en la interrup­
ción del consumo.
El mercado produjo efectivamente el objeto que colmó a un sujeto,
pero ahora no puede ya ofrecer otro objetó a ese sujeto. Por una vez,
el sujeto ha hecho una experiencia del objeto, pero ha quedado pri­
sionero en la naturaleza satisfactoria de la relación. Desde la lógica
del consumo este triunfo paga un precio altísimo: el sujeto ha des­
aparecido tras el objeto que lo satisface y desde entonces lo constitu­
ye.
En rigor, puede pensarse que el rechazo cultural del tipo adicto tiene
mas que ver con su patología como no consumidor que como infrac­
tor de la ley. Al dejar de ser consumidor, las instancias de derivación
le ofrecen una ultima posibilidad de inclusión, el tipo subjetivo adic­
tivo. Pero tal subjetividad se instituye en el borde de lo socialmente
permitido.
X X IIL Consumo y exclusión. Se sabe que cada sistema social esta­
blece sus principios particulares de exclusión. O en otros términos,
que el mecanismo de establecimiento de una inclusión se realiza a
partir de una exclusión. En la medida en que no hay sistema capaz
de incluirlo todo, la exclusión específica es fundante de su propia ló­
gica.
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Subjetividad contemporánea: entre eí consumo y la adicción

La exclusión de la locura era fundante de'los lazos entré conciuda­


danos, En los estados actuales, el excluido es quien queda por fuera
del lazo del consumo. Ahora bien, si la operación social sobre la lo-
cura era la reclusión; el modo de exclusión de los no consumidores
es la expulsión 22
Lo que al menos se quiere dejar planteado aquí es que no todos los
homo sapiens caen dentro del concepto práctico de hombre cuando
el rasgo constitutivo de humanidad es el consumo.23 El consumo es
productor de imagen. El consumidor que al consumir se reconoce
como imagen se instituye como signo. Los que no acceden al con­
sumo, expulsados también -correlativamente- de la imagen no pue­
den hacer signo: se tornan precisamente por eso insignificantes.2
XXIV. Adicción y nominación. El adicto es una nominación insti­
tuida desde la subjetividad consumidora. Constituye la nominación
social de esta grave anomalía del consumo. La nominación social de
las prácticas adjetivas se reconoce a partir de la figura del adicto
como un tipo socialmente instituido.
Entre los discursos mediático, policial, médico, jurídico, y una se­
rie de prácticas específicas, se fue conformando el problema de la
adicción como campo social de múltiples problemáticas. Actual­
mente hay mucho saber circulando en torno a estas cuestiones.
Tanto que se reconoce espontáneamente cual es el problema
del adicto, cual es su sufrimiento, la importancia de la prevención,
etc. Como estos saberes son administrados por el discurso mediati­

z a r a un análisis de esta cuestión se puede ver Lewcowicz I. “La situa­


ción carcelaria" publicado en El Malestar en el Sistema Carcelario,
a Nos remitimos aquí a io expuesto anteriormente en VI. Una noción de
subjetividad.
2í Para ampliar estas tesis pueden verse los artículos anteriormente cita­
dos.
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co,Ta figüra del adicto és una figura reconocible por el sentido co­
mún.
XXV. Adicción e identidad. Pero además, la representación social
del saber sobre el adicto produjo identidad. Una identidad de última
se podrá decir, pero una identidad al fin. Máxime cuando en circuns­
tancias como las actuales toda identidad esta estallada o laminada,
no es nada despreciable el recurso que permite organizar el conjunto
de los momentos vitales en torno de una significación. Hay una bio­
grafía tipo del adicto que consiste en: falta de diálogo familiar, pro­
blemas de toda índole, un falso paraíso, un infierno real, una palabra
amiga, una recuperación y la transformación del redimido en reden­
tor, es decir en recuperador. Pero se puede transcurrir una existencia
íntegra y lógicamente articulada dentro de la marca del tipo subje­
tivo adictivo.
Es decir que si bien la sustancia proporciona siempre un mismo es­
tado físico mental, lo decisivo es que hay una marca que proporciona
identidad en tomo a esa sustancia, Es decir el saber produce como
efectos la instauración de una marca que es el reaseguro de una
identidad en una condición estallada.
Si lo anterior es cierto, resta pensar que prácticas interrumpen la do­
nación de una identidad que en términos sociales pareciera ser uno
de los grandes beneficios de la figura del adicto.
XXVI. Adicción y legalidad. La adicción es, entre otras cosas un
problema jurídico. O más bien, entre otros discursos, el jurídico
comparte la institución de lo adictivo y sus instituciones de deriva­
ción, tratamiento y penalización.
Cada tanto hay una reforma legislativa o una variación en los crite­
rios jurisprudenciales. Cada tanto se reactualiza el mito moderno del
poder de la ley.
Sin embargo, lejos de solucionarse la amenaza adictiva es cada vez
potente.
Prof
Prof Jose
Jose Pavolink
Pavolink

Subjetividad contemporánea; entre el consumo y ta adicción

¿Se trata de equivocaciones del legislador? ¿Son necesarias otras le­


yes? '
Puede ser que sean convenientes otras normas, los especialistas se­
rán los que deban tomar la palabra en estas cuestiones.
Desde nuestra línea, notamos por un lado que el problema adictivo
excede notoriamente la problemática jurídica y por el otro que ha
cambiado seriamente el estatuto de la ley en términos de inscripción
social.
Se puede decir que la ley nunca fue gran cosa. Pero lo decisivo es
que eñ tiempos nacionales la ficción legal operaba de manera simbó­
lica es decir, a través de las prácticas familiares y escolares entre
otras, tei. ley jurídica se inscribía como ley simbólica. En el mismo
sentido, el estado tenía el poder suficiente para inscribir y sostener a
su ley, la ley nacional, en sus habitantes interpelados como así como
ciudadanos. En otros términos, no se revelaba espontáneamente el
carácter.ficcíófiai-défe ficción. La ficción operaba eficazmente como
ficción. ‘ . M-
En otros términos, i^Siportante aquí es que la ley de los estados na­
cionales era estructurante de la subjetividad. O en otros términos,
que el orden jurídico'aparece como instancia destinada a instituir lo
vivo y a producir el segundo nacimiento, el verdadero nacimiento en
términos sociales.26
Ahora bien, los tiempos han cambiado bastante. Si hay algo caracte­
rístico de esta mutación de estados nacionales a estados técnico-
administrativos es la caída de la ley como ordenadora del lazo social.

25 Para el funcionamiento de ias ficciones en ei derecho un estudio brillante


es el de Mari, Enrique; La teoría de ias ficciones en J. Bentham; en Dere­
cho y Psicoanálisis; Hachette; Bs. As.
26 legendre; P. El inestimable objeto de la transmisión; Siglo XXi; México;
1997.
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Ignacio Lewkowicz 16

Por un lado, desapareció el estado que la sostenía, por el otro, se re­


veló su carácter ficcional. Por un lado, se reforma la ley, por el otro
se observa que todas las reformas fracasan.27
X XV II, Adicción y subjetivación. Los discursos se preguntan: ¿Có­
mo salir de la adicción? En términos de subjetividad el historiador se
pregunta si es.posible habitar una subjetividad distinta a la institui­
da. Es decir: ¿Es posible habitar una subjetividad distinta a la adic­
tiva? ¿Es posible habitar una subjetividad distinta a la consumidora?
En historia de la subjetividad distinguimos entre subjetividad insti­
tuida y subjetivación. Llamamos subjetividad instituida, al tipo de
ser humano que resulta de las prácticas discursivas propias de una
situación. Llamamos subjetivación a los procesos, por los cuales se
va más allá de la subjetividad instituida. A partir de un plus produci­
do por la institución misma, se organiza un recorrido más allá de las
condiciones que altera esas condiciones. La hipótesis decisiva aquí
es que a partir de haber instituido un tipo de humanidad específica se
produce algo más; y ese algo más permite criticar o desarticular o ir
más allá o al menos destotalizar ese tipo de humanidad específica
que se ha instituido en esa situación.
Pero también, siendo la reproducción de las relaciones sociales una
consecuencia de las operaciones sobre la subjetividad y el lazo social
instituidos, la alteración de esas relaciones sociales -para la historia
de la subjetividad- no podría tener un origen distinto. En rigor, re­
producción y alteración no son sustancias heterogéneas sino opera­
ciones sobre una misma superficie social. Es decir que se trata de

27 Para un análisis en profundidad de los cambios en la legislación argen­


tina y sus consecuencias se puede ver el trabajo de G. Hurtado "Guerra
contra las drogas: La insoportable vocación por el fracaso", en Dobon y
Hurtado (Comp.) Las drogas en el siglo..,.¿Qué viene? FAC, La plata,
1999.
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Subjetividad contemporánea: entre el consumo y la adicción

-■operaciones pero- también se trata de operaciones organizadas' por


una lógica distinta en cada caso. Importa aquí menos el procedimien­
to de esas operaciones que la insistencia en un origen común en ca­
da uno de los procedimientos (reproducción y alteración),
XXVIII. Agotamiento de las estrategias de intervención. Uno de
los problemas más serios desde esta perspectiva es que el agotamien­
to del EN es también el agotamiento de sus estrategias de interven­
ción. Esto es, los procedimientos efectivos en una dinámica social
simbólicamente articulada, no lo serán en una lógica de conexión re­
al.
La estrategia de intervención del EN es la estrategia de las causas.
En superficie nacional, la causa resulta fuerza instituyente, y justa­
mente por ello es superficie de intervención. La relación cau­
sa/efecto es expresiva en tanto hay previsibilidad entre una causa y
su efecto. Esta previsibilidad es posible en una superficie social arti­
culada simbólicamente. Siendo la articulación simbólica función del
EN, las estrategias de intervención son -durante buena parte de los
siglos XIX y XX- la toma del estado, es decir, la toma de esa causa
capaz de simbolizar.
En condiciones de conexión real, no hay causa capaz de producir
previsibilidad alguna, en rigor, no hay causa capaz de instituir un or­
denamiento simbólico. ¿Cuál es entonces la estrategia de interven­
ción? La estrategia resulta una tarea sobre los efectos. Esto es, en au­
sencia de un estado capaz de producir a priori un ordenamiento sim­
bólico y en presencia de un mercado que conecta situaciones de mo­
do imprevisible, la simbolización -la producción de un sentido- es un
trabajo situacional sobre los efectos. La estrategia es situacional por­
que no hay totalidad nacional sino situaciones dispersas; es sobre los
efectos porque no hay causa capaz de producir un sentido a priori.
En este sentido, cuestionar las estrategias tradicionales parece ser un
sitio nada menor de intervención efectiva.
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Ignacio Lewkowicz 17

¿Cuat es..entonces la naturaleza de nuestra condición actual? La


emergencia de unas prácticas sin representación. Se trata de la orga­
nización de unas operaciones y dispositivos productores de subjeti­
vidad que no se dejan tomar en su especificidad por la lógica del es­
tado nación. ¿Por qué? Porque el agotamiento del Estado Nación
como pan-institución donadora de sentido es también el agotamiento
de sus recursos de pensamiento. Luego, las prácticas (sin representa­
ción) no podrán ser leídas en su novedad por ese esquema de pensa­
miento. En definitiva, la estrategia de pensamiento capaz de sostener
esa novedad demandará la elaboración de una variedad de herra­
mientas situacionales.
XXIX» Historización y subjetivación. Por otro lado hemos plan­
teado que vivimos en una alteración muy fuerte del tiempo social­
mente instituido. Desde la historia de la subjetividad se piensa en sus
modos de historización. Pero ¿Qué es historizar el tiempo social­
mente instituido? ¿En qué consiste la subjetivación de la temporali­
dad instituida? No hay estrategia general de subjetivación, pero la
operación lógica consiste en la producción de una diferencia respec­
to de lo instituido, diferencia que produce inevitablemente altera­
ción. Se trata, en rigor, de la institución de una temporalidad capaz
de producir un sentido otro para esa situación.
Si el tiempo socialmente instituido opera como duráción, la subjeti­
vación podrá consistir en historizar esa continuidad e instituir un
corte. Si el tiempo'socialmente instituido opera como pura sustitu­
ción, la subjetivación también podrá consistir en la introducción de
un corte, pero el corte tendrá que ser capaz de quebrar esa continui­
dad vertiginosa, y así producir un sentido. Se trata en definitiva de
una operación de historización sobre la noción de temporalidad so­
cialmente instituida.
Una observación. Historizar es historizarse. No hay posibilidad de
historizar una situación, sin historizarse. ¿Por qué? Porque la histori­
zación de una situación es la historización de sus habitantes. Si hay
Prof Jose Pavolink

Subjetividad contemporánea; entre el consumo y la adicción

chance de hisíorizar sin historizarse, no hay habitantes de una situa­


ción. Más bien, hay amos u observadores de un objeto. Tanto el amo
como el observador permanecen ajenos a la alteración. En estas con­
diciones, los agentes de la transformación no se dejan tomar por la
transformación.
Ahora bien, si el problema es como se constituye un sujeto capaz de
alterarse, es absolutamente necesario pensar como se compone la
subjetividad instituida de la que se parte. Será necesario pero no su­
ficiente. Se necesitará el trabajo profesional de especialistas en el
problema específico en se intervenga. La subjetivación es más el
nombre de una incógnita que una receta disponible. Pero si algunas
de las cuestiones planteadas pueden incidir en la reflexión de quie-
nes están incómodos con su saber o su práctica, el recorrido no ha
sido en vano.

H/a

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