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Una teoría del beta feromonal – por Pablo Zamit

(versión provisional – no difundir).

El beta feromonal es una caracterización biológica de un subtipo de macho. No se


limita, por tanto, a la especie humana. Pero las características específicas de nuestra
especie requieren consideraciones únicas.

No obstante, conviene comenzar por las disposiciones generales. Encuadramos a la


especie humana en el grupo de animales sociales donde la especialización sexual ha
dotado al macho de un mayor tamaño y fuerza y donde naturalmente las aptitudes de
los ejemplares generan una jerarquía.

En origen, se denomina alfa al macho que, como esta letra griega, ocupa el primer
lugar, es decir: el que lidera. Mientras los muchos se limitan a seguir sus pasos, el
macho alfa inaugura los caminos. Un rasgo inevitable es que tomará esos caminos
solo o acompañado, y de ahí la figura del lobo solitario. Un líder debe serlo con o sin
seguidores.

A cambio, el macho alfa es quien con mayor facilidad puede imponer su voluntad
sobre los demás, bajo la idea de que la voluntad del más apto es la más válida. De ahí
que ciertas personas se sientan inclinadas a obedecer y obtengan gran tranquilidad
psicológica de ello, y que en promedio las mujeres disientan en menos ocasiones
(agreeableness, en inglés: la propensión a estar de acuerdo con los demás).

Entre los animales, uno de los mecanismos por los cuáles se señaliza quién es el
macho alfa es por las feromonas. En el ideario general hay dos posturas sobre cómo
esto aplica a la especie humana: quienes niegan que esto ocurra porque los órganos
que detectan estas feromonas ya no funcionan en los humanos, y quienes dan por
hecho que esta dinámica funciona exactamente igual que en los animales.

En ambas hay algo de verdad. Como explica este artículo 1, no es cierto que los
órganos responsables de la captación de estas feromonas se hayan degradado, sino
que se han asimilado al sentido del olfato. Así pues, es perfectamente plausible que
las hembras y los otros machos detectan la composición hormonal del hombre
mediante estos mecanismos. No obstante, dada la complejidad de la sociedad
humana, otros mecanismos interactúan para señalizar esta condición de beta.

Demos un rodeo para estudiar los efectos de niveles altos de prolactina, la hormona
segregada tras las eyaculación: esta debilita el deseo sexual, produce pérdida de masa
ósea, disfunción eréctil, ginecomastia y reducción de la masa muscular y vellosidad.
Es decir, rasgos antimasculinos.

1Biología feromonal en la especie humana, por Grégory Alfonso García y Álvaro Andrés Gaitán,
publicado en el Repertorio de Medicina y Cirugía.Vol 17 No. 2 (2008).
La adicción al orgasmo en cualquiera de sus formas debilita la masculinidad del
hombre; pero en un entorno natural la adicción al sexo es prácticamente imposible
porque 1) la disponibilidad de hembras es limitada, y 2) el apareamiento constituye
una situación de vulnerabilidad; es por este segundo motivo que tienen sentido
condiciones como la eyaculación precoz o la disfunción eréctil: si el hombre percibe
que la situación no es segura para copular, su cuerpo le impedirá hacerlo o acelerará
el final. ¿Cómo juzga el cuerpo la peligrosidad de la situación? Comprobando los
niveles de estrés. ¿Y qué eleva los niveles de estrés por mantener niveles altos de
dopamina que deben ser reabsorbidos por sistemas que se saturan? La masturbación
(sobre todo viendo pornografía en Internet).

Así pues, la masturbación se convierte en un hábito que nos señaliza como hombres
beta, ya que convierte nuestra fisiología exactamente en eso, con niveles de estrés por
encima de lo normal. Esto es una forma de retirarnos de la competición por las
parejas sexuales. Esta ‘comodidad’ es la que produce la prolactina tras la eyaculación.

Otro dato que sostiene esta teoría: nuestro cuerpo produce menos espermatozoides
cuando nos masturbamos que cuando tenemos sexo. La única manera de que el
cuerpo sepa esto es a través de las feromonas (o el contacto físico y real).

En definitiva, ya que los subtipos humanos tienden a organizarse en rasgos


coherentes y fijos, el hábito de la masturbación nos señaliza como betas feromonales
(concepto acuñado por Rollo Tomassi, si no me equivoco). De la misma forma en que
el control consciente de la respiración, por ejemplo, afecta a otros sistemas
(pulsaciones por minuto, pensamientos, postura, niveles de ciertas hormonas…) y
fuerza una cierta coherencia, la masturbación altera otros sistemas que mantienen al
macho atrapado en los rasgos del beta.

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