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de Marx y Engels
a las escuelas posmodernas
Francisco Javier
285 Ullán de la Rosa
Sociología urbana:
de Marx y Engels
a las escuelas posmodernas
Francisco Javier
285 Ullán de la Rosa
CIS
Centro de Investigaciones Sociológicas
Madrid, 2014
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Mª Paz Cristina Rodríguez Vela, Directora del Departamento de Publicaciones y Fomento de la Investigación. CIS
Ullán de la Rosa, Francisco Javier
Sociología urbana : de Marx y Engels a las escuelas posmodernas / Francisco Javier Ullán de la Rosa. -
Madrid : Centro de Investigaciones Sociológicas, 2014
(Monografías; 285)
1. Sociología urbana. 2. Teoría sociológica. 3. Urbanismo. 4. Capitalismo y poder
316.33
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Colección MONOGRAFÍAS, NÚM. 285
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Primera edición, noviembre 2014
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El juego de adjetivos empleado por Durkheim tiende a confundir a los lectores
que se acercan a su obra por primera vez, quizá porque el imaginario colectivo condu-
ce a asociar el término “mecánico” con lo industrial y el “orgánico” con lo agrario.
Estudios sobre lo urbano en la Europa victoriana y de la Belle Époque 35
2
La tipología de suicidios elaborada por Durkheim encajaba perfectamente, de
hecho, en su dualismo evolucionista más amplio que oponía sociedad tradicional a
sociedad moderna. Así los tipos altruista y fatalista son provocados por las lógicas
imperantes en un sistema social tradicional, donde el individuo es sometido com-
pletamente al control social y cultural de la colectividad: el primero sucede cuando
el sistema solicita el sacrificio del individuo en beneficio de la sociedad (como los
ancianos entre los indios de las praderas norteamericanas que se dejan morir para
no ser una carga), el segundo cuando la opresión de un sistema totalitario sobre el
individuo provoca que este prefiera la muerte a la conformidad (los esclavos que se
quitan la vida para escapar al yugo del trabajo forzado). Los tipos egoísta y anómico
son, por el contrario, producto de las transformaciones llegadas con la modernidad y
no se observan en sociedades tradicionales: el primero es fruto de la liberación del in-
dividuo de aquel control total de la colectividad y en ese sentido es saludado como un
fenómeno, hasta cierto punto, positivo, como un ejercicio de la libertad humana (mi
vida es mía y hago con ella lo que quiero), solo el segundo es visto como una verdade-
ra disfuncionalidad del sistema, producto de su incapacidad para producir sentido en
ciertos individuos, para encajarlos de manera correcta en el engranaje social, lo cual
provoca un sentimiento de alienación, de vacío, de no pertenencia que conduce a la
depresión y a la solución escapista del suicidio (Durkheim, 1989 [1898]).
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cuando en otros pasajes, con un nuevo golpe de timón, nos dirá cosas
como que la gran cantidad de estímulos a la que está sometido el ur-
banita y su rápida mutación en el tiempo provocan un estado de agi-
tación nerviosa que es típico del habitante metropolitano y que puede
desembocar en un estado de apatía o de abulia como mecanismo
psicológico de defensa ante la abrumadora cantidad de novedades,
tecnologías, descubrimientos científicos, vanguardias artísticas con
que es bombardeado en su cotidianeidad (Simmel en Wolf, 1950)
Esta apatía tiene ciertas concomitancias con la anomia de Durkheim,
si bien aquella es básicamente estructural mientras que esta es funda-
mentalmente psicológica, subjetiva.
En efecto, está ausente en Simmel cualquier intento de resolver
esta aparente contradicción de la vida moderna a partir de la isos-
tasia funcionalista como proponía Durkheim. Ello no quiere decir
que Simmel nos deje flotando completamente en el vacío de la am-
bigüedad. El enigma de la vida moderna puede resolverse, de alguna
manera, a partir del enfoque psicologista. Lo que Simmel describe,
con el toque impresionista de su pincel más ensayístico que socioló-
gico, es la ciudad como experiencia subjetiva que emana de su enor-
me heterogeneidad cultural y del debilitamiento de los muros que
hasta entonces mantenían las subculturas urbanas (que han existido
desde siempre) separadas e inaccesibles unas de otras (pensemos en
las juderías medievales o en la rígida separación, cultural y espacial,
entre aristócratas y plebeyos). Una heterogeneidad que entonces, en
los albores del siglo XX, cada individuo a fin de cuentas vivía de
forma personal y única (recordemos al hidalgo Toulousse-Lautrec
confraternizando con cabareteras y apaches y retratando en sus lien-
zos una sociedad de burgueses atraídos como él por la fascinación de
la cultura popular). En esa liberalización subjetiva de la experiencia
cultural, unos individuos oscilarán hacia el polo de la alienación o la
anulación en el anonimato de la masa y otros, en cambio, se desliza-
rán hacia cotas más elevadas de autoexpresión y realización personal
(Ritzer, 1992).
En cualquier caso, y con todas sus ambigüedades, la importancia
del enfoque de Simmel no radica tanto en su obra en sí sino en la
influencia que tendrá sobre autores posteriores. Con su psicocultu-
ralismo, Simmel distorsionó el contínuum rural/urbano establecido
por Tönnies y lo convirtió en una distinción realmente dicotómi-
ca, en un par categorial y axiológicamente enfrentado, abriendo el
camino a su vulgarización y su uso ideológico posterior. Por otro
Estudios sobre lo urbano en la Europa victoriana y de la Belle Époque 45
A principios del siglo XX, Chicago, más quizá que ninguna otra ciu-
dad en el mundo, aparecía a sus contemporáneos como la encarna-
ción del destino manifiesto de la moderna religión del progreso, de
la nietzscheana voluntad de poder desencadenada por la civilización
industrial, ya en su fase superior del petróleo y la electricidad; ese
momento histórico volcado a la transformación frenética de la natu-
raleza y de la sociedad bajo el credo olímpico del citius, altius, fortius
(«más rápido, más alto, más fuerte») que hacía de la existencia social
un sprint lanzado hacia el porvenir. Una civilización, en efecto, que,
como ninguna otra hasta entonces, vivía más en el futuro que en el
pasado o incluso en el presente (Giddens, 1998), experimentando
una especie de vértigo que Marx o Simmel habían ya intuido y que
ha sido genialmente sintetizado de esta manera por Marshall Ber-
man: «Ser moderno es experimentar la vida personal y social como
un remolino, encontrar el propio mundo y a uno mismo en desin-
tegración y renovación, problematización, angustia, ambigüedad y
contradicción perpetuas: formar parte de un universo en el que todo
lo que es sólido se disuelve en el aire» (la cursiva, que es también el títu-
lo del libro de Berman, es una cita literal del Manifiesto Comunista)
(Berman, 1982: 15).
Chicago era una ciudad surgida en un tiempo record en medio
de la naturaleza, el epítome de la conquista del salvaje oeste, una au-
téntica tabula rasa sin pasado, con un presente preñado de proezas y
un futuro que se adivinaba rutilante. La ciudad había pasado de ser
un poblachón de unos pocos miles de habitantes (fundada en 1834)
a la segunda metrópoli de Norteamérica en tan solo 35 años (Mayer
y Wade, 1969; Pacyga, 2009). Todo había comenzado con una gran
obra de ingeniería, el Canal de Illinois y Michigan, en 1848, que
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3
El City Club sigue existiendo hoy en día y, entre sus miembros recientes más
destacados se cuenta el presidente norteamericano Barack Obama que, como es sabi-
do, inició su carrera como abogado y activista social precisamente en Chicago (ver el
sitio web del Chicago City Club en www.cityclub-chicago.com.)
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Los títulos de algunas de sus obras dan fiel testimonio de ello: The mental capa-
city of savages (1918) y The Nature of Human Nature (1937).
La Escuela de Chicago y su hegemonía entre las dos guerras mundiales 63
5
Spencerismo que también fue vulgarizado. En su particular predicción evolu-
cionista de la historia Spencer estaba convencido de que la agresión tendría siempre
una función menos determinante en la historia hasta desaparecer por completo en
una futura sociedad en perfecta armonía regulada por la racionalidad del mercado
(Carneiro y Pickering, 2002)
La Escuela de Chicago y su hegemonía entre las dos guerras mundiales 67
6
Es probable que no sea casualidad el que Park las denomine con el nombre al-
ternativo de comunidades; después de todo recordemos que Tönnies había publicado
una síntesis de sus ideas en la revista del departamento.
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Los llamados Community Studies son, sin duda, la segunda gran apor-
tación de la Escuela de Chicago a las ciencias sociales: el término
comunidad es aquí utilizado en su sentido antropológico, como un
subsistema cultural y social formado por un contingente humano de
reducidas proporciones donde predominan los vínculos sociales no
contractuales. Este enfoque etnográfico y culturalista los convierte,
como ya se comentó, además de en una etapa de la sociología ur-
bana, en la piedra angular de fundación de la antropología urbana
(Hannerz, 1980). Entre los años veinte y cuarenta la Universidad
de Chicago desplegaría por toda la ya entonces inmensa ciudad a
sus investigadores, profesores y estudiantes (muchos de los cuales se
convertirían en nueva savia para el cuerpo docente) con el objetivo
de retratarla culturalmente, perfeccionando las herramientas cuali-
tativas de investigación para describir y analizar las formas de vida
y los imaginarios de algunos de sus colectivos étnicos. El enfoque
etnográfico común ejercido sobre la ciudad de Chicago tendió un
robusto puente, o, si lo preferimos, una zona de yuxtaposición, entre
los departamentos de Sociología y Antropología, escindidos en 1929
(Stocking, 1979). El enfoque reunía a mitad de camino a los soció-
logos que realizaban etnografía con los antropólogos que estudiaban
la ciudad y se mencionarán aquí los trabajos más significativos sin
atender a la adscripción institucional de sus autores.
El antecedente es, por supuesto, el estudio sobre la comuni-
dad polaca de Thomas y Znaniecki (1918-1920). A este le seguirían
los trabajos de Wirth sobre los judíos (1927, 1928), los de Edward
Franklin Frazier (1929, 1932), Harvey (1929), Warner, Juncker y
Adams (antropólogos) en 1941, y Drake y Cayton, antropólogos, en
1945 sobre los afroamericanos7, el de William Foote White, también
7
Frazier fue, por cierto, uno de los primeros sociólogos afroamericanos y el pri-
mero en llegar tan arriba en la academia (sería nombrado presidente de la American
Sociological Association en 1948).
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La Teoría de la Asociación Diferencial fue corroborada por muchos studios so-
ciológicos. Opp, por ejemplo, afirma que dicha teoría explica el 51 por ciento de la
varianza del comportamiento colectivo y muestra cómo la intensidad del contacto que
los jóvenes tienen con el grupo de pares es directamente proporcional al impacto que
tienen en ellos los comportamientos desviados de dichas amistades (Opp, 1989).
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Por una especie de mecanismo de aceptación de los hechos, cuanto más degra-
dado iba volviéndose el ambiente, menor era la valoración de la limpieza o la estética
urbana por parte de la comunidad en su conjunto, así hasta llegar al punto de acabar
colaborando activamente en un degrado que al inicio era solo la obra de unos pocos.
En una calle tapizada de cacas de perro o llena de basura, la gente pierde la motiva-
ción para recoger los excrementos de su propia mascota o tirar la lata a la papelera.
Este fenómeno sería bautizado muchos años después como Teoría de las Ventanas
Rotas (Wilson y Kelling, 1982). Willson y Kelling también pensaban, como los de
Chicago antes, que solo una recuperación integral del entorno urbano mediante una
intervención externa podía romper este círculo vicioso.
La Escuela de Chicago y su hegemonía entre las dos guerras mundiales 87
o más que las bandas criminales las cuales, a fin de cuentas, podían
entenderse como formas alternativas de satisfacer lo que se conside-
raba una necesidad universal de socialización.
10
Esta obsesión es observable en los propios títulos de sus obras: Non-voting:
Causes and Methods of Control (Gosnell, 1924) o la póstuma de Park On Social Con-
trol and Collective Behavior (Park, 1967).
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Wilson defendió públicamente la eliminación de los negros de la vida política
en los estados del Sur después de la Guerra Civil y justificó el nacimiento del Ku Klux
Klan por el estado de anarquía que reinaba. Durante su presidencia no se opuso a la
reintroducción de la segregación racial entre los funcionarios federales practicada por
algunos de los miembros de su gabinete (Wilson en Baker y Dodd, 1925).
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1948). Ambas son tardías, firmadas por autores menores y hacen solo
mención a los Covenants, pero no al redlining. La de Jones se refiere
solo a los mexicanos (entonces una minoría sociológicamente muy
pequeña); la de Lohman ataca de lleno el problema, que era sin duda
la segregación de los negros, pero es muy significativo que la fuente
de la que toma la información sea el estudio de Myrdal sobre Chicago
—un sociólogo sueco, observador externo— y no cite ni un solo au-
tor de la casa a este respecto. La ausencia de lo que no se dice es como
un libro abierto.
Este posicionamiento sorprende menos (o aún más, según se
mire), cuando descubrimos que el artífice de los Residential Security
Maps de la FHA fue, precisamente, uno de los sociólogos del
Departamento de Chicago, del que ya hemos hablado: Homer Hoyt.
En 1934 había sido nombrado economista jefe del área de vivienda
de la FHA y fue él quien elaboró los primeros mapas, aplicando los
conocimientos y metodologías desarrollados en el estudio del mer-
cado inmobiliario (al que había dedicado los años precedentes y que
sería siempre su área de especialización). Es, de hecho, en un informe
para la FHA, y no en una revista académica, donde Hoyt elabora su
famoso modelo sectorial que corregía el de Burgess (Hoyt, 1939).
Autores críticos como Beauregard (2007) sostienen que la correc-
ción del modelo proviene, precisamente, de la inclusión por parte de
Hoyt del efecto de la política segregacionista en el desarrollo urbano.
Aunque Hoyt reconocía que seguían existiendo procesos ecológicos
externos a la acción política que no se podían controlar (ningún agen-
te inmobiliario puede modelar completamente un área urbana), el
efecto de la posición intervencionista que él mismo estaba diseñando
era sin duda muy fuerte. El asentamiento de los grupos étnicos en la
ciudad no era únicamente formateado por fuerzas ecológico-econó-
micas espontáneas como había sostenido Burgess. Era dirigido «por
otros factores» y ello daba lugar a aquel patrón sectorial que rompía
la inevitabilidad de la dinámica unidireccional centro-periferia. Sin
embargo, Hoyt se guardó mucho de reconocer que aquel modelo
sectorial estaba guiado por políticas segregacionistas.
Más allá del silencio, la investigación bibliográfica revela in-
cluso trazas de una actitud «negacionista» del problema entre los
de Chicago. El artículo de Weimer (1937), colaborador de Homer
Hoyt, The Work of the Federal Housing Administration es claramente
apologético y el de Johnson, The Negro, publicado por el American
Journal of Sociology en 1942, saluda el notable mejoramiento de las
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Pensemos en sus preocupaciones sobre la promiscuidad de las chicas de clase
baja o en sus estudios sobre el divorcio, cuyo objetivo implícito era ofrecer herra-
mientas racionales para rebajar su incidencia (Burgess y Cottrell, 1939).
La Escuela de Chicago y su hegemonía entre las dos guerras mundiales 105
Groups: A Manual Prepared for Use in the Chicago Park District Police
Training School. Un ejemplo de la aplicación de las teorías ecológicas
y el interaccionismo social a la formación de las nuevas generaciones
de policías destinados a patrullar el guetto. Lohman compaginaba su
cargo de profesor en el departamento con el de sheriff del condado de
Cook, cuya capital es Chicago. El objetivo principal del manual era
elevar la profesionalidad de la policía metropolitana haciéndola más
efectiva en la prevención y control de los conflictos raciales mediante
la aplicación de los principios científicos elaborados por la Ecología
Humana. Por este motivo, Lohman dedica la primera parte del ma-
nual a introducir la posición de la escuela en el conflicto racial. Desde
las primeras páginas ese conflicto se describe como inevitable:
La sociedad depende de la cooperación. Cada uno de estos grupos [ra-
ciales] tiene una contribución que hacer al funcionamiento de nuestra
sociedad […] Sin embargo, debemos reconocer el hecho de que la nues-
tra es una sociedad competitiva. No solo los individuos sino los grupos
étnicos y raciales están en competencia mutua (Lohman, 1947: 3).
13
Esta afirmación, como ha demostrado Wiese (2004) en un estudio publicado
por la Universidad de Chicago, no era cierta. Y ese era, precisamente, el problema.
Durante toda la época se observa una tendencia de los segmentos negros mejor si-
tuados económicamente a mudarse a los suburbios. Ellos también habían asimilado
los valores americanos. El sistema se aprestó a poner en marcha sus mecanismos para
contener la invasión y mantener el suburbio lo más racialmente blanco posible.
La Escuela de Chicago y su hegemonía entre las dos guerras mundiales 109
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En 1973, un equipo de psicólogos de la Universidad de Stanford mostraron al
mundo el resultado de un experimento realizado dos años atrás con estudiantes y en
el que se simularon durante varias semanas las condiciones de una prisión: se otorgó
a un pequeño grupo el rol de carceleros y el poder de reprimir al resto (Haney, Banks
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y Zimbardo, 1973). Sus conclusiones han recibido muchas críticas a lo largo de los
años pero el estudio se hizo famoso y armó gran revuelo porque las filmaciones mos-
traban cómo, ya desde los primeros días, el doble proceso de internalización del rol y
de conformidad a la norma había derivado en actitudes realmente crueles y opresoras
por parte de los estudiantes-carceleros y, al contrario, posiciones victimistas y de agre-
sividad contenida entre los estudiantes-prisioneros. Exactamente el mismo comple-
jo actitudinal y comportamental que se observaba en situaciones reales. Como, por
ejemplo, en los campos de concentración nazis o en los guettos norteamericanos.
La Escuela de Chicago y su hegemonía entre las dos guerras mundiales 111
15
La Hull House estaba situada en un barrio de inmigrantes italianos y era ope-
rada por mujeres universitarias. Organizaba una gran variedad de eventos culturales y
deportivos para dinamizar el barrio, operaba proyectos sociales (asistencia a mujeres
maltratadas, programas de profilaxis sanitaria, etc.) y retroalimentaba la praxis con
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que vive con el ritmo opuesto al del trabajador, la que sale de noche
y vuelve de madrugada, como un fenómeno normal, como un pro-
ducto mismo de la evolución del capitalismo siempre en expansión,
que tiende a mercantilizar todos los aspectos de la vida y cuyo propio
éxito genera una desregulación de las pulsiones individuales y la ex-
tensión del tiempo de ocio para un número siempre mayor de perso-
nas. Aquellos balbuceos de la metrópolis posmoderna, la ciudad del
espectáculo hecha para maravillar, gozar y consumir tanto como para
controlar, organizar y producir, había sido mejor intuida por la propia
cultura popular de la época que por los sociólogos. La encontramos
en la letra de la famosa canción dedicada a la ciudad, Chicago (that
Toddlin’ Town), escrita en 1922 por el inmigrante germanoamericano
Fred Fisher y que popularizaron mundialmente Fred Astaire y Ginger
Rogers en los treinta y Frank Sinatra en los cincuenta. Chicago, esa
ciudad que era apenas un infante que empezaba a caminar (toddling),
era el lugar que te hacía «perder la tristeza» por que «ellos tienen
tiempo» (para el ocio, se entiende) y en su State Street se veían cosas
«que no veréis en Broadway». En cambio, el mundo de la noche que
Cressey describe está teñido de sombras negativas y moralina: es el
mundo del vicio, de las costumbres disipadas, de las cigalas que se
aprovechan de las hormigas, es, en suma, disfuncional, desviado. El
mundo de Mr. Hyde.
4.2.2. La ciudad-jardín
La otra tipología de planificación urbanística, la de la ciudad-jardín,
tiene su origen precisamente en esta misma perduración, vía Roman-
ticismo, del ideal estético aristocrático. Su modelo son las grandes
mansiones rurales de la aristocracia europea. En un momento en que
la burguesía aún no ha encontrado su estilo estético y residencial
propio, los modelos tradicionales de la nobleza ejercen una pode-
rosa fuerza de atracción sobre los estilos de vida y las aspiraciones
culturales de la alta y media burguesía urbana. Tengamos en cuenta
que las revoluciones liberales no han desplazado del poder a la clase
nobiliaria sino que simplemente la han fundido con la del capital
burgués. La atracción por la casa unifamiliar rodeada de jardín es
La sociología urbana en el periodo de posguerra 129
b) La ciudad-jardín obrera
1
Uno de los pocos estudios previos sobre el tema es el que dedica el geógrafo
Meynier a la ciudad obrera de Zlin. La valoración que hace Meynier del experimento
checo es decididamente positiva. Este es saludado como una intervención progresista
y el autor la pone en contraste con el “paternalismo” de las cités-ouvrieres de Francia
(Meynier, 1935).
La sociología urbana en el periodo de posguerra 135
2
La regla original de “un copropietario un voto”, fue reemplazada por la ponde-
ración del voto en relación al número de acciones de las que se era propietario.
3
El grupo ha seguido creciendo hasta tener hoy en día 5,5 millones de miembros
co-propietarios. (http://www.co-operative.coop/)
138 Francisco Javier Ullán de la Rosa
una realidad décadas atrás de que él planease crear la suya. Sobre las
ideas de Howard también pudieron influir los modelos de la frontera
norteamericana y los primeros suburbios en ese continente (había
asistido a la remodelación de Chicago tras el incendio de 1871, tra-
bajando en aquella ciudad como periodista). Hay que reconocer, sin
embargo, que sería Ebenezer Howard, el ideólogo socialista, quien
acuñaría el nombre de ciudad-jardín con el que aquel tipo de modelo
preexistente se conocería a partir de entonces, al tratar de fomentarlo
en la práctica a través del City Garden Movement, una organización
no gubernamental cuya primera conferencia se celebra en 1901 y a la
que adhirieron personajes que ya habían apadrinado este tipo de ur-
banizaciones previamente, como George Cadbury, el constructor de
Bourneville. En el movimiento convergían, por tanto, el filantropis-
mo paternalista de los empresarios con el más democrático espíritu
reformista de Howard y otros ideólogos como el arquitecto socialista
Urwin, luego constructor de los proyectos de aquel.
Lo que le ha valido a Howard su puesto en la historia del urba-
nismo no se encuentra tanto en sus realizaciones concretas como en
su visión holística de lo que habría de ser el territorio y las ciudades
del futuro, y es en virtud de dicha visión que el personaje y su obra
merecen unas líneas más. En la única obra que publicó en su vida,
To-Morrow: A Peaceful Path to Real Reform (1898), reimpresa en 1902
como Garden Cities of To-morrow, Howard añade ciertas propues-
tas originales a lo que ya estaba desde hacía décadas en la mente de
muchos reformadores y en la propia sociedad: la idea de utilizar la
planificación urbanística como herramienta de reforma social y la
propuesta de un modelo rururbano de ciudad que conservarse las
ventajas de ambas formas de vida y eliminase sus desventajas (su fa-
mosa Teoría de los Tres Imanes)4. La sociedad armónica del futuro
habría de pasar, en la concepción de Howard, por el desmantela-
miento de las grandes concentraciones urbanas, focos disfuncionales
de tensiones sociales y baja calidad ambiental y de vida, y su susti-
tución por una red interconectada de ciudades pequeñas y medianas
insertas armónicamente en la campiña, que fueran más gestionables
política y socialmente, y donde se recuperara la calidad ambiental
4
Hasta ahora la gente se ha visto atraída por el imán de la ciudad, nos dice
Howard. La consecuencia son los terribles problemas de hacinamiento que sufrimos.
Howard aspira a construir un imán alternativo, el rururbano, que genere su propio
campo magnético de atracción.
142 Francisco Javier Ullán de la Rosa
Desde finales del siglo XIX los gobiernos en los países industrializa-
dos irán paulatinamente tomando conciencia de que era necesario
domar a la bestia urbana generada por el capitalismo del laissez-faire.
El simple mercado no había conseguido construir ciudades armó-
nicas y parecía evidente que por sí solo nunca lo haría. El Estado se
plantea entonces intervenir en dos dimensiones de lo urbano: a) la
planificación del crecimiento de la ciudad en sí, regulando el uso de
los terrenos para funciones determinadas y b) la incentivación de vi-
vienda barata con unos estándares de calidad suficientes para las cla-
ses trabajadoras. De la primera necesidad surgirán los instrumentos
de la zonificación y de los planes de urbanismo. De la segunda, los
programas (directos o indirectos) de vivienda protegida. Para poder
intervenir y regular ambas dimensiones los estados irían progresi-
vamente creando un complejo aparato burocrático y una creciente
legión de técnicos especializados en los diferentes aspectos que una
empresa de ingeniería social como aquella implicaba (arquitectos,
146 Francisco Javier Ullán de la Rosa
5
A principios de 1918 Marinetti fundó el Partito Futurista que un año después
se integraría en los Fasci di Combattimento, el partido fascista de Mussolini, aunque
preservando su identidad propia. En 1919 redactó, junto a Alceste de Ambris, el Ma-
nifiesto Fascista, que recogía la ideología y programa de la nueva formación política
(Bruno Guerri, 2010).
156 Francisco Javier Ullán de la Rosa
aseguraban que todo aquello se hacía por el bien del pueblo: en aras
de un loable programa para redimir a la sociedad del horror del slum
y de las taras de una ciudad disfuncional; para alumbrar una nueva
forma de hábitat que permitiría un desarrollo ulterior del espíritu,
entonces mermado y embrutecido por plagas como la tuberculosis,
el cólera, la promiscuidad, la congestión del tráfico o la desconexión
con el verde de la naturaleza. A un lado o a otro del telón tendido
por la revolución soviética valores como la historia o la creatividad
estética individual fueron sacrificados en el altar de la eficiencia y la
funcionalidad del maquinismo. Cuando no el propio verde prome-
tido, que caería (ya sabemos dónde más y dónde menos) bajo los
bulldozers y las coimas de la corrupción.
Todo ello, en teoría, Ad Maiorem Hominis Gloriam, como un
trágala inmobiliario arropado en los lienzos filosóficos de un nuevo
humanismo abstracto y cartesiano, que no era otra cosa que el tan
demorado y por fin triunfante Destino Manifiesto de la modernidad.
Este humanismo queda perfectamente explicitado en la adopción
metafórica, por parte del movimiento, del llamado número áureo,
cociente aritmético que había sido ya empleado ampliamente por los
dos eslabones previos de una cadena histórica de humanismos, el de
la Grecia Clásica y el del Renacimiento, los pilares fundacionales de
la modernidad, y al que se considera, por su relativamente reitera-
da presencia en las relaciones proporcionales de muchas estructuras
naturales (empezando por el cuerpo humano), símbolo del ordena-
miento racional del mundo, de ese mundo que puede ser reducido a
constantes matemáticas y, por consiguiente, conocido y controlado
completamente en beneficio del hombre. En su primera gran urba-
nización de apartamentos colectivos, la Ville Radieuse de Marseille,
en 1946, Le Corbusier haría un pequeña concesión a la decoración y
solo una: un monumento antropomórfico en honor de la proporción
áurea, el Modul’or.
Una vez convertido en ideología, más allá de su naturaleza como
instrumento de aplicación pragmática, el nuevo urbanismo raciona-
lista actuaría en la escena de la historia con la fuerza de una vanguar-
dia contracultural más, violentamente hostil a la tradición previa y
dispuesta a aniquilarla. Pero a diferencia de otras ideologías estéticas,
que se contentaban básicamente con cambiar el paisaje de las galerías
de arte, esta tenía pretensiones de totalidad, quería transformar radi-
calmente toda la realidad. Y, como todo totalitarismo, la transforma-
ción que buscaba no era solo total sino uniformizadora. El proyecto
La sociología urbana en el periodo de posguerra 157
6
Spencer se posicionaría, por ejemplo, en contra del imperialismo, criticando la
guerra anglo-bóer (Francis, 2007), mientras Marinetti escribía su segundo manifiesto
en 1911 para alabar la conquista italiana de Libia (Bruno Guerri, 2010).
158 Francisco Javier Ullán de la Rosa
7
«Queremos glorificar —había dicho Marinetti en su punto número 9— el
desprecio hacia la mujer.»
160 Francisco Javier Ullán de la Rosa
8
La comentada transformación de Rio de Janeiro, que es paralela a la de la
propia sociedad brasileña es narrada magistralmente por el cantante y escritor Chico
Buarque de Holanda, con la sensibilidad histórica que le confiere ser hijo de uno de
los principales historiadores de su país, en la novela Leite Derramado. El libro narra
la historia de una familia de clase alta de Rio, descendiente de aristócratas portugue-
ses, y su atribulado tránsito por la revuelta historia del siglo XX, a través de un viaje
inmobiliario por la ciudad. El linaje emprende una lenta pero inexorable cadena
descendente de mudanzas: de la finca señorial en la base de la sierra, con su estilo de
vida rural y semifeudal, al palacete romántico en la playa de Copacabana, más tarde
sustituido (para adecuarse al signo de los tiempos, porque hay que ser modernos) por
un apartamento en un rascacielos levantado sobre ese mismo solar, para acabar, por
avatares de la vida, dando con sus huesos en una favela.
La sociología urbana en el periodo de posguerra 167
9
También era la preferencia de las poblaciones europeas, como lo demuestra
el espectacular viraje hacia este modelo que se manifestó a partir de los años seten-
ta, como consecuencia de la reacción al urbanismo de los grands ensembles (Stebé,
2007).
170 Francisco Javier Ullán de la Rosa
10
En 1968 el gobierno permitió también a Fannie Mae comprar hipotecas pri-
vadas, no respaldadas por la FHA. Finalmente, en 1970, creó un organismo similar,
la Federal Home Loan Mortgage Corporation (FHLMC), que también recibió un
nombre coloquial, Freddie Mac, con el objetivo de establecer una competencia a
Fannie Mae para crear un mercado secundario más eficiente y robusto (Baxandall y
Ewen, 2000).
La sociología urbana en el periodo de posguerra 171
11
Vid. Página web oficial del Centro Comercial Parly II en http://www.parly-2.
com/W/do/centre/accueil
La sociología urbana en el periodo de posguerra 185
abrieron una zanja difícil de salvar entre los realojados de los grands
ensembles y sus familiares y amigos que aún habitaban en el centro,
un brutal tijeretazo a las redes de apoyo emocional y de reciprocidad
creadas por los proletarios a lo largo del tiempo y que suponían un
importante acumulación de capital social y cultural que aliviaba la
precariedad de su vida (tíos, abuelos y comadres que cuidaban de los
niños, intercambio de favores mutuos, transmisión de la conciencia
de clase y de los valores de la cultura obrera a través de las generacio-
nes, asociacionismo, etc.). Los sociólogos detectaron en sus estudios
importantes sentimientos de desarraigo y alienación e interpretaron
aquellos realojos como una estrategia sibilina para destruir la cultura
obrera y desarmarla así políticamente12. Por otro lado, la distancia,
privaba a los obreros de todos los servicios urbanos (sanitarios, cultu-
rales, de recreación, incluso simbólicos, representados por los monu-
mentos) que quedaban concentrados en el centro de la ciudad. Los
sociólogos urbanos clamaron contra lo que se presentaba, bajo la ex-
cusa del estado económico de emergencia, como un «destierro» de la
clase obrera fuera de la ciudad y, con él, la pérdida de sus plenos de-
rechos como ciudadanos (Stebé y Marchal, 2010). Como una curiosa
ironía de la historia, en francés, la periferia urbana se denomina, des-
de época medieval banlieue, término que quiere decir, etimológica-
mente, «a una legua del ban», es decir, del territorio en el que tenía
vigor el poder de señorío, de la autoridad que gobernaba la ciudad.
De ban proviene el verbo bannir, desterrar, precisamente porque el
destierro consistía en poner a alguien fuera del ban, es decir, de la
acción de la autoridad, valga decir, en sentido moderno, el Estado.
Aquellos que estaban fuera del ban, eran bandits, bandidos, fuera de
la ley. En los cincuenta y sesenta, en aquellas grandes colmenas situa-
das a una legua de la ciudad, los obreros debieron experimentar algo
similar a la sensación del destierro: expulsados de la ciudad, abando-
nados por el Estado en eriales desolados que solo muy lentamente se
irían dotando de servicios. Es esta percepción la que estimula el títu-
lo de la famosa obra de Lefevbre Le droit à la ville («El derecho a la
12
Una estrategia que, al menos en un caso, el de la ultraconservadora España
de la posguerra franquista, fue diseñada explícitamente, sin pudor. El Plan de Urba-
nismo de Madrid, de 1946, preveía crear ciudades obreras a las afueras de la capital,
convenientemente separadas de los ensanches burgueses por cinturones verdes. El
objetivo era mantener a los obreros fuera de la ciudad, para evitar su perniciosa in-
fluencia y tenerlos bajo control (Terán, 1970).
186 Francisco Javier Ullán de la Rosa
puede solo limitarse a describir, en ese rango medio del que hablaba
Merton, relaciones entre fenómenos de forma circular, sin dilucidar
exactamente cómo llegó a producirse tal asociación de elementos. Es
decir es un modelo estático donde falta el dinamismo del enfoque
cronológico: una metodología claramente adaptada a una explicación
funcionalista de los procesos sociales (Janson, 1980).
La hegemonía del estructural-funcionalismo, tanto en EE. UU.
como en el Reino Unido, conllevó una pérdida de peso de la so-
ciología urbana en la disciplina sociológica general, centrada ahora
en el estudio de la estructura social como sistema abstracto a partir
del enorme desarrollo que alcanzan las técnicas de investigación es-
tadísticas. Más que analizar cómo las relaciones y prácticas sociales
se desarrollan en el espacio, el tema central de articulación de los
estudios sociológicos fue el estudio de las relaciones de clase en el
sistema social nacional, relaciones de clase que se veían construidas
por los procesos económicos mucho más que por el entorno espacial.
La sociología urbana se convirtió, en palabras de Savage y Warde
(1993: 29) en un intellectual backwater. Incluso los investigadores
del Institute of Community Studies, como Young y Wilmott que en
los cincuenta habían realizado investigaciones señalando la relación
directa entre el espacio y las relaciones sociales, pasarán en los sesenta
a minimizar dicha relación, aupando a la variable clase social al podio
de causa principal de los procesos sociales (Young y Willmot, 1975).
Los sociólogos urbanos siguen estando comprometidos con la
reforma política pero ahora desplazan su foco de atención de los go-
biernos locales a los nacionales, elaborando informes y estudios gene-
rales a nivel nacional, basados pesadamente sobre datos estadísticos.
Piensan que si pretenden influir en las decisiones políticas, los estu-
dios locales tienen poco peso y pueden ser considerados como poco
representativos por gobiernos que cada vez confían más en las bases
de datos estadísticas (Savage, 1993).
5. LA NUEVA SOCIOLOGÍA URBANA (FINALES
DE LOS SESENTA, PRINCIPIOS DE LOS OCHENTA)
dos autores: Henri Lefebvre y Manuel Castells, dos de las figuras más
influyentes que ha dado, no ya la sociología urbana, sino el pensa-
miento sociológico general en el siglo XX. Dos figuras que son, res-
pectivamente, maestro y discípulo, y que desde una coincidencia en
muchos aspectos, representan, sin embargo, enfoques diferentes de
la cuestión urbana. Junto a ellos también es justo mencionar aunque
sea brevemente, el trabajo irradiado desde el Centre de Sociologie
Urbaine, aquel centro creado por Chombart y que, a partir de 1968
va a contratar a toda una generación de jóvenes sociólogos marxistas.
No ligado institucionalmente a la academia durante estos años (si
bien al final acabaría integrándose en el CNRS) sus investigadores se
financiaban con puros proyectos de investigación y esto hizo que su
productividad fuera enorme. Su independencia de la academia les per-
mitió construir una relación horizontal entre ellos, puramente cientí-
fica, alejada de las jerarquías feudalizantes de la universidad francesa,
poniendo en práctica, de hecho, el espíritu del 68, lo cual también
se reveló muy fructífero. Destacan los trabajos de Michel Freyssenet,
Françoise Imbert y Elsie Charron sobre la división del trabajo indus-
trial; de Christian Topalov, Daniele Combes y Denis Duclos sobre
el sector inmobiliario; de Susanna Magri y Michel Pinçon sobre la
vivienda social; de Edmond Préteceille, Monique Pinçon-Chariot y
Paul Rendu sobre la estructura espacial de los equipamientos colecti-
vos y la segregación urbana (Topalov, 1992).
1
Lefebvre había sido expulsado del PCF en los años cincuenta por su posicio-
namiento crítico frente al estalinismo, pero había sido nuevamente readimitido en
los sesenta.
220 Francisco Javier Ullán de la Rosa
sociales que los vientos del nuevo zeigeist trajeron a nuestras playas.
El número de ellos que tiene origen en estos años sesenta y setenta es
enorme y simplemente revela la enorme heterogeneidad de una socie-
dad que se complejizaba a toda velocidad a ritmo de las transforma-
ciones posindustriales y que el paradigma moderno ya no podía ocul-
tar. Entre ellos se encuentran los movimientos de autodeterminación
y autoafirmación étnicos, el feminismo, el movimiento de liberación
de gays y lesbianas y el ecologismo (Greenpeace, la primera gran
organización que traduce la idea en praxis, nace en 1970 [Hunter,
1979]). De ellos, el movimiento homosexual también está relacio-
nado directamente con las grandes metrópolis y su posibilidad de
auspiciar grandes cambios culturales. San Francisco y Nueva York se
convirtieron en escaparates y símbolos de su lucha, desde los barrios
«homosexualizados» de Castro y el Greenwich Village, que después
marcaron el patrón para la creación de otros semiguettos homosexua-
les por todo el mundo. La diferencia es que ese espacio de condensa-
ción homosexual no es visto como un instrumento de marginación
(como en el caso del guetto negro) sino, al contrario, como un espacio
de libertad donde los homosexuales, por el simple hecho de ser ma-
yoría, pueden liberarse de los grilletes del prejuicio y de la represión.
Fue en Stonewall, un bar en el barrio del Greenwich Village, donde
por primera vez los homosexuales se enfrentaron abiertamente a la
policía tratando de resistirse a una redada y dieron alas al naciente
movimiento de liberación. Los desfiles del Día del Orgullo Gay na-
cieron precisamente para conmemorar los disturbios de Stonewall.
Son una nueva forma de ritual cívico urbano para una nueva forma
de agregación humana: la ciudad posmoderna.
Para poder triunfar y convertirse en ideología dominante el nue-
vo paradigma tenía que llegar a un pacto con el sistema, un mutuo
entendimiento en el que ambas partes limaran aristas y se encontra-
ran, de alguna forma, a mitad de camino. Ese compromiso se alcan-
zaría en los años ochenta y noventa, con la llamada Generación X,
que se socializa «naturalmente» en buena parte de los valores que en
la generación anterior eran considerados «desviados» por el paradig-
ma moderno aún imperante (la libertad sexual, la autoafirmación
personal, la tolerancia a las drogas, el pacifismo, la exaltación de la
diferencia cultural, la igualdad de género y orientación sexual, la sen-
sibilidad ecológica, el pacifismo y antinacionalismo, el escepticismo
epistemológico y el relativismo axiológico [Jameson, 1991; Douglas
y Kellner, 1997]) pero que también hace suyos valores que no estaban
260 Francisco Javier Ullán de la Rosa
del collage: símbolos que pueden ser interpretados por los observa-
dores de formas diferentes (Venturi y Brown, 1972). En resumidas
cuentas, la epistemología posmoderna aplicada a la arquitectura. Una
arquitectura, dice Venturi, que refleje la realidad de la sociedad con-
temporánea en toda su heterogeneidad. En ese segundo libro Venturi
aboga por Las Vegas como el prototipo de ciudad y de arquitectura
posmoderna e invita al resto del mundo a imitar su modelo (de ahí el
título). La ciudad modelo de un paradigma que tenía como objetivo
recuperar lo sensorial y la libido no podía ser Chicago ni Nueva York,
con sus hombres de negocios o sus cadenas de montaje: el kitsch de la
lúdica Las Vegas, del capitalismo del espectáculo y del placer, era mu-
cho más adecuado para ese papel. Las Vegas es un espejismo cegador
de mil colores surgido de la nada en medio del desierto más hostil y
yermo, una ciudad-simulacro, que es poco más que su imagen. Una
ciudad ha sido diseñada completamente desde cero como producto
de consumo de masas, de un consumo que gira en torno a la satis-
facción de las pulsiones libidinosas más básicas (juego, riesgo, sexo,
droga, música, masaje…), con una arquitectura fundada en los prin-
cipios del capricho, la ostentación vulgar (cuanto más grande y más
chillón, mejor), la mezcla de estilos y la refuncionalización (edificios
racionalistas por dentro e imitación de arquitectura clásica por fuera,
hoteles con forma de mausoleo piramidal y fuentes) donde el tiempo
ha sido comprimido y eliminado (conviven los rascacielos abstractos
con los edificios neohistóricos de épocas diferentes). El Caesar Palace,
construido en 1962 es uno de los primeros edificios de estética pos-
moderna por excelencia.
Los textos de Venturi dejan claro que el posmodernismo arqui-
tectónico tiene por objetivos generales la búsqueda del significado y
de la expresión. El edificio debe generar sentido y emoción y hacerlo
a través de la libre creación, rechazando el corsé de rígidas reglas es-
tandarizadas y universalizantes de la arquitectura moderna racionalis-
ta. Una ulterior elaboración de estas tesis la encontramos en la obra
de Charles Jencks, The Language of Post-Modern Architecture (1977),
crítico de arte californiano que girará más tarde en la órbita de la
llamada Escuela de Los Ángeles de sociología urbana. La obra es una
defensa para recuperar los referentes de la historia y la geografía local,
frente al ahistoricismo y universalismo racionalistas.
Las características de esta arquitectura se inscriben en el marco
más general de una estética posmoderna que recoge las elaboracio-
nes de la filosofía y las traduce a todos los géneros artísticos (Klotz,
266 Francisco Javier Ullán de la Rosa
b) Fusión espacio-tiempo
Marvin Harris (Harris, 1999)) tampoco se podía negar que los pos-
modernos habían puesto el dedo en la llaga y sacado a la luz muchas
de las miserias y limitaciones de la ciencia positiva. En su versión más
razonable y moderada, el posmodernismo era una cura de humildad
necesaria que no venía a liquidar la ciencia y regresarla a una fase
preempírica o puramente heurística sino a reformarla, introduciendo
toda una serie de herramientas y de temas elaborados, precisamente,
por las ciencias humanas, tales como la cultura, los estados psicoló-
gicos o la semiótica. El gran logro de la crítica posmoderna fue su
insistencia en la complejidad de los fenómenos y en su interdepen-
dencia y, por ello, en la necesidad de trabajar siempre desde un punto
de partida holístico y multidisciplinar que tuviera en cuenta todo a
la vez y en su condición de interrelación mutua. En ese sentido la
ciencia posmoderna es, más que un relativismo, un reequilibrio de
la balanza para conseguir una nueva (pero distinta) objetividad. Una
objetividad en la que la realidad virtual de los símbolos es igual de
real que la de los objetos empíricos, en la que la verstehen es igual de
importante que la medición precisa o la replicación en laboratorio
de determinados fenómenos. Y, nolens volens, todos los sociólogos
materialistas tuvieron que acabar aceptando esas aportaciones del
pensamiento posmoderno. Sería el caso del ya citado Harris (¿qué es
su concepto de lo emic sino una aceptación de la relativa autonomía
y naturaleza ontológica de la realidad virtual de las ideas?) y sería el
caso de los sociólogos urbanos marxistas. Así, desde principios de los
años ochenta, autores como Zukin, Harvey o Castells o los de la Es-
cuela de los Ángeles, revisitarán de nuevo su marxismo, no necesaria-
mente para liquidarlo pero sí para incorporar algunos de los enfoques
del bando posmoderno y, armados de tal guisa, concluir la tarea de
explicar la ciudad del capitalismo tardío. Vamos a ver ahora algunas
de las aportaciones que estos tres autores en concreto hicieron, desde
este «marxismo posmoderno» al estudio del fenómeno urbano.
las posibilidades técnicas para que este se produjera con mayor in-
tensidad y atrayendo a la ciudad a miles de campesinos que a su vez
aumentaban el tamaño del mercado y permitían una mayor acumu-
lación (Zukin, 1980).
Las ciudades globales están conectadas unas con otras en una red
jerarquizada que tiende a desengancharse relativamente del territorio
circundante (de nuevo un proceso de desanclaje), el cual permanece
en buena medida anclado en una lógica económica local (pensemos
por ejemplo en Madrid, rodeado por el cinturón rural de las dos
Castillas). El resultado en términos territoriales y sociales es una es-
tructura dual, muy polarizada, fruto de la diferenciación de la econo-
mía posindustrial en dos sectores:
La semiótica urbana
1
Fauque (1973), en cambio, sí cree en la posibilidad de identificar ciertos ur-
bemes universales (basados en pares de oposiciones como centro-periferia, alta/baja
densidad, etc.) que permitan construir una sintaxis mínima de la ciudad.
La sociología urbana de la ciudad posmoderna y posindustrial... 297
posee para ejercer una determinada movilidad. Que una persona ten-
ga la capacidad potencial de emigrar o de salir de su barrio no quiere
decir necesariamente que lo haga (de hecho, la mayoría de las perso-
nas no lo hace). La emigración se explicará por una serie de factores
que provocan que esa potencialidad se convierta en acto. Para quien
no tiene siquiera la potencialidad (es decir, su grado de «motilidad» es
cero) esa movilidad no ocurrirá aunque converjan sobre él todos los
factores propicios. Otro ejemplo es el del uso del vehículo privado:
que una persona tenga potencialmente acceso al automóvil no quiere
decir necesariamente que lo use o que lo haga en todas las ocasiones.
Puede decidir no usarlo por convicciones ecológicas, por motivos de
sociabilidad (prefiere ir acompañado de otras personas en el transpor-
te público), por estrategia económica (prefiere dedicar el costo de la
gasolina a otros fines), etc.
La sociología debe tratar de extraer patrones de «motilidad» so-
ciológicamente significativos. Ello lleva a deconstruir determinados
mitos que hoy en día se aceptan acríticamente y desenmascararlos
como lo que son: discursos ideológicos que se originan desde el po-
der. Este es el caso de la «verdad» comúnmente aceptada de que todos
los ciudadanos de países subdesarrollados quieren emigrar al primer
mundo o de que emigran «porque allí se mueren de hambre» (lo que
justifica ante los ciudadanos las políticas de control migratorio bajo
las cuales subyace el espantapájaros de la invasión) o el de que existe
una aspiración generalizada a la posesión y uso del automóvil (y, por
lo tanto, que un desarrollo urbano orientado a las necesidades del uso
del automóvil es ineluctable). Kaufman y sus colaboradores (2000)
han intentado demostrar, con el estudio de cuatro aglomeraciones
metropolitanas en Francia, que el último argumento es falso.
El espacio ya no condiciona como antes, porque las poblaciones
son mucho más móviles y el espacio no es estático sino dinámico y re-
lacional y esto requiere nuevas herramientas metodológicas y nuevos
enfoques. Es así que, a partir del concepto de «motilidad» Kauffman
propone una reforma de la sociología urbana e ilustra esa necesidad
con varios ejemplos:
2
Pero esta quedaba anulada, finalmente, en una especie de ecumenismo mono-
teísta, e incluso teista, que era considerado como parte de la esencia identitaria ame-
ricana —In God We Trust— y que ha provocado un interesante efecto: mientras nadie
era marginado por practicar tal o cual particular culto, fuera este judío, protestante,
católico, e incluso musulmán o budista, el ateísmo era considerado profundamente
antiamericano.
320 Francisco Javier Ullán de la Rosa
Muchos sostienen que una de las formas en que se reflejan los proce-
sos posmodernos en la ciudad es en una desarticulación entre función
y forma. Sometidos a las necesidades de las nuevas formas de pro-
ducción y reproducción posindustrial y a la organización del trabajo
posfordista, edificios, calles, incluso barrios y ciudades enteras, pue-
den ser, en efecto, refuncionalizados (Donnison, 1980). Y a través de
esta refuncionalización, los principios de flexibilidad, de ambigüedad
e hibridación de categorías, de indefinición, se trasladan al espacio.
Como notó Secchi en 1984:
De repente [el espacio urbano] parece dotado a la vez de gran ma-
leabilidad y de indeterminación: lo que siempre había sido conside-
rado como vivienda ahora puede cumplir funciones de oficina; lo
que era fábrica, es decir, lugar de trabajo, se convierte en vivienda;
los barrios populares del centro de la ciudad se transforman en áreas
chic y de lujo; la arquitectura pobre se convierte en monumento
(Secchi, 1984, en Racine, 1996: 215).
El concepto de gobernanza
Concluye aquí este periplo por los más de 150 años de historia de
la visión sociológica sobre la ciudad. Quizá sea útil concluirlo ofre-
ciendo una última —y breve— visión panorámica de su pasado, así
como una mirada hacia el horizonte por el que habrá de caminar en
su inmediato futuro.
Scott entre otros (Dear y Dishman, 2001). Una escuela que con-
vierte la megalópolis sudcalifornania, históricamente considerada en
los Estados Unidos como una anomalía urbanística (porque no en-
cajaba en el modelo de la ciudad moderna industrial elaborado por
la Escuela de Chicago) en la precursora y paradigma de una nueva
forma de ciudad destinada a hacerse hegemónica en el siglo XXI:
la ciudad posindustrial y posmoderna (Dear, 2002). Mezclando la
tradición epistemológica marxista con todo el aparataje crítico del
posestructuralismo posmoderno (una mezcla en sí misma muy pos-
moderna), esta escuela representa, junto con grandes figuras como
los maduros Harvey, Sassen o Castells (el mismo, también emigrado
a California desde 1979), de alguna manera, la última fase, hasta
ahora, de la sociología urbana, la que se impone como tarea el estudio
de la ciudad actual, de economía política posindustrial y de cultura
posmoderna.