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12 FILOSOFÍA
Temario 1993
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INTRODUCCIÓN
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De esta forma, el concepto platónico de anámnesis hace referencia a las ideas generales de las cosas
que son innatas en nosotros, y que conocemos por y desde nuestra razón a través de las ocasiones
que nos presenta la sensibilidad, pero no por ella. Platón habla de hecho de un «pre-conocimiento»
(proeidenai) de lo puramente conceptual y lógico-formal del conocimiento.
Otra forma precursora del conocimiento a priori independiente de la experiencia es la que encon-
tramos en la teoría tomista medieval que defiende el conocimiento a priori porque la conciencia
humana participa de la conciencia divina y por lo tanto es capaz de alcanzar conocimientos que
exceden la experiencia terrenal.
Pero, sin duda, es la teoría de las ideas innatas la que origina un mayor debate y discusión a lo lar-
go de toda la Edad Moderna sobre la posibilidad y la validez el conocimiento independiente de la
experiencia. Así, Descartes afirma que existen ideae innatae anteriores a lo empírico que nacen con
el espíritu humano y que condicionan y determinan el pensamiento del hombre: nuestra mente
dispone de conceptos como los de «ser», «duración» o «movimiento» que son principios evidentes
y que sirven para limitar y criticar la duda escéptica sobre el conocimiento. Pero frente al raciona-
lismo cartesiano, el empirismo de los siglos XVII y XVIII considera que tanto las ideas innatas como
la posibilidad de existencia de un conocimiento a priori no son sino expresión de una metafísica
especulativa y no científica que pierde pie por su ignorancia de la experiencia.
De esta manera, Locke critica radicalmente las ideas innatas y todo conocimiento previo a la expe-
riencia y la observación en su Ensayo sobre el entendimiento humano, y parte de la hipótesis de que
el espíritu es, en su origen, una hoja en blanco, sin escritura alguna, libre de toda idea. Hume retoma
estas ideas en su famosa crítica a la noción de causalidad haciendo referencia expresa al conoci-
miento a priori:
Me atrevo a presentar como enunciado universal y sin excepción que el conocimiento de esta relación (entre
causa y efecto) en ningún caso puede tener lugar a priori.
Por su parte, la filosofía de Leibniz intenta encontrar una respuesta a estas críticas del empirismo, que
permitan al menos en parte aceptar cierto apriorismo en el conocimiento. Así, a la idea de Hume y
Locke de que no puede existir nada en el intelecto que antes no haya sido objeto de la percepción,
Leibniz añade nisi ipse intellectus («que no sea el intelecto mismo») y de acuerdo con ello afirma
que:
Hay ideas que no nos vienen dadas por los sentidos y que encontramos en nosotros sin haberlas formado,
aunque los sentidos nos dan la ocasión de darnos cuenta de ellas.
Siguiendo las ideas de Locke, los autores del empirismo y el materialismo francés, como D’Alembert
o Helvétious renuncian por completo a las ideas sobre el a priori. Frente a ello, la filosofía alemana
del siglo XVIII sigue utilizando como parte relevante de la teoría del conocimiento la oposición entre
lo a priori y lo a posteriori. De esta manera, Wolf, que influirá en la filosofía kantiana, subraya que si
analizamos en concreto la génesis del conocimiento, el conocimiento puro a priori no es posible,
porque en el conocimiento de la verdad se mezclan necesariamente elementos recibidos de los
sentidos y principios del entendimiento.
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La filosofía de Immanuel Kant (1724-1804) es sin duda la teoría más importante históricamente en la
definición de la noción de a priori. Su planteamiento, los conceptos que desarrolla para determinar
esta categoría o sus definiciones siguen siendo hoy día parte fundamental del debate filosófico
acerca del conocimiento a priori. No sólo ejerce su influencia en la filosofía continental, de forma
clave a lo largo del siglo XIX y en la primera mitad del siglo XX, sino que, como veremos en el si-
guiente apartado, sus ideas son el punto de arranque de la discusión que tiene lugar dentro de la
filosofía analítica en los últimos 50 años sobre los elementos a priori en el conocimiento. Así, las dos
ediciones de su Crítica de la razón pura (1781 y 1787, en adelante KrV A y KrV B respectivamente) son
el núcleo teórico para la exposición del significado de la idea de a priori.
Como es sabido, la tarea que Kant acomete en esta obra consiste en definir los límites del conoci-
miento para no incurrir en los errores del pensamiento metafísico tradicional. La tradición no atendía
con el rigor suficiente y necesario la diferencia que existe entre lo que pertenece a la esfera del pen-
samiento exclusivamente y lo que pertenece a la esfera de la experiencia, y por ello, hacía progresar
el saber metafísico sin ponerlo en contacto con la experiencia, convirtiéndolo de esta manera en
saber vacío y en «meras ficciones de la razón». De esta manera, el espejismo de la razón cegaba al
proceder filosófico, ocultándole el verdadero camino que debía apoyarse sobre la experiencia. Así,
Kant hace hincapié en que el punto de apoyo fundamental del conocimiento es la síntesis de expe-
riencia por un lado y elementos aportados por el espíritu por otro, y por tanto, la tarea primera de
la filosofía será estudiar y analizar la estructura de dicha síntesis, para poder deslindar los elementos
que pertenecen a la experiencia y los que pertenecen al espíritu. Dicho estudio revelará las condicio-
nes de todo conocimiento en general y las del conocimiento científico en particular.
Además, y a diferencia de lo que había sucedido en la filosofía anterior, Kant desarrolla y presenta un
nuevo método con el que abordará el estudio filosófico: el método trascendental, que tendrá una
importantísima repercusión, con las diversas matizaciones, en la filosofía posterior, como es el caso
del pensamiento de Fichte, de Husserl o de Habermas.
Llamo trascendental a todo conocimiento que se ocupa no tanto de los objetos, cuanto de nuestro modo de
conocimiento de objetos en general, en cuanto que tal modo debe ser posible a priori (KrV, B25).
Kant enfatiza así dos elementos: la aprioridad del conocimiento trascendental y su necesaria referen-
cia objetiva, sin la cual no tendría sentido. Esto es, lo trascendental versa fundamentalmente acerca
de un conocimiento a priori que, además, se refiere de forma válida a objetos de la experiencia. No
estará en primer lugar dirigido al objeto, sino a los conceptos a priori de los objetos en general, que
estarán referidos a la realidad empírica, pero no extraídos de ella.
El método trascendental nos dará por tanto las condiciones de posibilidad de cualquier conocimien-
to y el criterio, así, para justificar la validez objetiva del conocimiento empírico. Estas condiciones son
los elementos a priori del conocimiento.
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Tenemos por lo tanto que uno de los objetivos fundamentales de la Crítica de la razón pura es la
demostración de la existencia de elementos anteriores a la experiencia dentro del conocimiento
humano. Tales elementos son los elementos a priori. Dice Kant:
Pero, aunque nuestro conocimiento empiece con la experiencia, no por eso procede todo él de la experien-
cia (K. r. V., B-1).
Este famoso texto destaca, como señala López Molina (1987) dos rasgos fundamentales:
1. Si «no procede todo él [el conocimiento] de la experiencia», puede que haya una parte que sea
independiente de la misma, que serían los elementos a priori. Y si hablamos de una parte que
procede de la experiencia y otra que no, tenemos que el conocimiento sería una composición
de lo que recibimos en nuestras impresiones sensibles y lo que aportamos a través de nuestra
facultad de conocer. Esto es, el conocimiento se estructuraría como un compuesto, una síntesis,
una unión. Esta idea es, como veremos, fundamental en la epistemología kantiana.
2. Por otro lado, lo a priori no implica prioridad temporal: el conocimiento comienza en la experien-
cia, pero esto no quiere decir que no haya elementos no derivados e independientes de ella. La
prioridad de lo a priori es, para Kant, una prioridad lógica, no necesariamente temporal.
Tenemos además dos sentidos fundamentales de la expresión a priori que determinarán dos tipos
de conocimientos:
1. Conocimientos a priori en sentido relativo. Son aquellos conocimientos que son universales y nece-
sarios, pero que no han sido extraídos puramente de la razón, sino que provienen de la experien-
cia. Por ejemplo, el juicio «el coche no funcionará si le quitamos el motor» está utilizando unos
principios universales y necesarios, pero que no están exclusivamente basados en nuestro espí-
ritu, sino en unas reglas universales de la experiencia. Por lo tanto, es un juicio a priori en tanto
nos adelantamos a lo que sucede en la experiencia, pero no lo es puramente, de forma absoluta,
porque está fundado en lo sucedido anteriormente en ella. Así, se trataría de un conocimiento a
priori en sentido relativo, que es en realidad un subconjunto de los conocimientos empíricos.
2. Conocimientos a priori en sentido absoluto. Son aquellos conocimientos que son por completo
independientes de la experiencia, que proceden, por lo tanto, puramente del espíritu. A este tipo
de conocimientos pertenecen algunos tan fundamentales y comunes como los juicios basados
en la idea de causalidad o de sustancia, como «la causa precede al efecto».
Además de los conocimientos a priori, tenemos otro tipo de conocimientos que sí adquirimos por la
experiencia, conocimientos que reciben el nombre de a posteriori. Dentro de éstos consideraremos
tanto a los que provienen con claridad de lo empírico como a los que llamábamos conocimientos a
priori en sentido relativo. Necesitaremos por lo tanto un criterio claro para distinguir conocimiento
a priori y conocimiento a posteriori.
Según la Crítica de la razón pura, un conocimiento será a priori si cumple las siguientes condiciones:
1. Que sea un conocimiento absolutamente necesario, en el que no haya la menor duda; esto es,
que sea absolutamente válido por sí mismo y no tenga que derivar su validez de ningún otro
conocimiento.
2. Que sea absolutamente universal, esto es, que no esté fundado en ninguna regularidad empírica
o que se derive de una universalidad parcial establecida en la experiencia.
Así, lo a priori exige una necesidad y una universalidad absolutas que sólo pueden estar garantiza-
das si es por completo independiente de la experiencia, por lo que lo a priori, de esta manera, solo
puede sostenerse sobre el espíritu.
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Hemos dicho más arriba que Kant considera que el conocimiento es fundamentalmente una sín-
tesis. Las formas de sintetizar serán diversas, pero cualquier proceso de conocimiento habrá de ser
sintético. Para ver cómo los elementos que provienen de la experiencia se relacionan con los ele-
mentos a priori provenientes del espíritu en la síntesis que producirá conocimiento, López Molina
(1987) analiza la estructura de un concepto empírico. Éste presenta con claridad la doble dimensión
que lo constituye: por un lado, elementos extraídos de la experiencia, y por otro lado elementos a
priori aportados por el sujeto. Así, cuando enunciamos una proposición como «esto es una botella»,
estamos realizando una síntesis en la que participan distintos elementos:
a) Por un lado tenemos la «dimensión material de la sensación (Empfindung)», esto es, las cualida-
des que podemos captar por medio de los sentidos externos, tanto las cualidades primarias (du-
reza, transparencia, penetrabilidad, etcétera), como las cualidades secundarias (olor, color, sabor,
etcétera). Detrás de la sensación únicamente se encuentra la cosa en sí, cuyo conocimiento es por
completo imposible para el hombre.
b) En segundo lugar, en el concepto empírico de «botella» podemos reconocer aquellos elementos
cognoscitivos que pone el sujeto y que hacen que el caos amorfo de datos de la sensación cobre
sentido y tenga un significado. Estos elementos son de dos tipos:
1. Elementos sensibles: las formas puras a priori de la sensibilidad humana estructuran el caos
de datos y dan como resultado el «fenómeno» (Erscheinung). Dichas formas puras son, como
veremos, el espacio y el tiempo. El fenómeno se define como «objeto indeterminado de una
intuición empírica». Erscheinung significa «lo que aparece», «lo manifestado».
2. Elementos intelectuales: el fenómeno no tiene una existencia propia por sí mismo, sino que su
determinación como objeto desligado de la sensibilidad corresponde a los conceptos puros a
priori del entendimiento, es decir, a las categorías. Éstas unificarán lo múltiple empírico en un
concepto. Kant afirma que son doce y que se corresponden con los modos de pensar o de juz-
gar. En nuestro ejemplo, en el caso del concepto empírico de «botella», la categoría encargada
de dar sentido al fenómeno sería la de «sustancia», que nos permitiría reconocer un objeto
empírico y no otro. Este «objeto empírico determinado» es lo que Kant llama Phänomenon,
que en castellano suele traducirse por fenómeno.
Las sucesivas síntesis, por lo tanto, nos dan el conocimiento. Y éstas no tienen lugar exclusivamente
en el entendimiento, sino que se originan ya en la sensibilidad. Esta primera síntesis es llamada por
Kant «sinopsis». Sobre ella, se asienta:
Una triple síntesis que se presenta necesariamente en todo conocimiento: a saber, la síntesis de la aprehen-
sión de las representaciones como modificaciones del espíritu en la intuición, la síntesis de la reproducción
de las mismas en la imaginación, y la síntesis del reconocimiento, que posibilitan al entendimiento mismo y,
mediante éste, toda experiencia como un producto empírico del entendimiento (K. r. V., A-97).
Tenemos de esta forma y como señala S. Rábade (1985) cuatro síntesis sucesivas: sinopsis, aprehen-
sión, reproducción y reconocimiento. Sobre ellas está la síntesis última de la apercepción, en la que
la multiplicidad desaparece subsumida en la unidad del Yo pienso.
A continuación vamos a desarrollar pormenorizadamente las ideas y los elementos cognoscitivos a
priori que el sujeto aporta en el proceso del conocimiento, es decir, aquellos que hemos colocado
en el anterior grupo (b), y que nos darán tanto los elementos a priori de la sensibilidad, como los
elementos a priori del entendimiento.
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La Estética trascendental es la parte de la Crítica de la razón pura que Kant dedica a investigar la sen-
sibilidad, y de forma clave, los principios a priori que la determinan: «A la ciencia de todos los princi-
pios a priori de la sensibilidad la denominamos Estética trascendental» (K. r. V. A-21/B-35).
La sensibilidad es definida como «la capacidad de recibir (receptividad) representaciones por el
modo como nos afectan los objetos». Tenemos tres elementos fundamentales en esta definición:
1. La sensibilidad es presentada como receptividad, como una capacidad pasiva que puede recibir
representaciones. Así, la sensibilidad se opone al entendimiento, que es pura espontaneidad y
que pone conceptos. La sensibilidad ofrece intuiciones mientras que el entendimiento presenta
conceptos.
2. El término «representación» (Vorstellung) es fundamental en la teoría del conocimiento. En la
obra de Kant designa de forma genérica las intuiciones, los conceptos y las síntesis de ambos,
esto es, los Fenómenos. Conocemos sólo representaciones que son Fenómenos. En esta defini-
ción «representación» hace referencia a «intuición empírica».
3. Por último, el término «objeto» tiene dos significados fundamentales para Kant: en sentido ri-
guroso, hace referencia a la constitución del objeto por la síntesis trascendental, y en sentido
general, es cualquier cosa externa que afecte a nuestro espíritu. En esta definición es este último
sentido de «cosa externa» el que utiliza Kant.
La sensibilidad, esta capacidad que tenemos de recibir representaciones, se concreta en dos funcio-
nes: el sentido externo y el sentido interno. Por el primero, y gracias así a la vista, el tacto, el oído…,
nos representamos en el espacio los objetos externos. Por el segundo tenemos conciencia de nues-
tros estados mentales en el tiempo. Por lo tanto, el espacio es la forma de nuestro sentido externo, y
el tiempo es la forma de nuestro sentido interno. Ni el espacio puede ser intuido interiormente, ni el
tiempo puede ser intuido exteriormente.
Ahora, el objetivo de Kant en la Estética trascendental es mostrar que el espacio y el tiempo son con-
diciones totalmente necesarias de nuestra sensibilidad, sólo bajo las cuales pueden ser presentados
objetos a nuestros sentidos. Son así, formas a priori sensibles.
Podemos acercarnos a su planteamiento desde las tres cuestiones que formula al preguntarse qué
son el espacio y el tiempo:
a) ¿Son entidades reales?
b) ¿Son sólo determinaciones, o menos aún, relaciones entre las cosas, pero tales que pertenecen a
ellas en sí, aun en el caso de que no fuesen intuidas?
c) ¿O son, por el contrario, de tal naturaleza que sólo pertenecen a la forma de la intuición, y por
tanto, a la conformidad subjetiva de nuestro espíritu, sin la que estos predicados no podrían ser
atribuidos a cosa alguna?
Estas posibilidades nos remiten a las teorías sobre el espacio y el tiempo de otros autores: la primera
considera, como la física de Newton, que el espacio y el tiempo son entidades, por sí mismas, reales.
La segunda, como Leibniz, que espacio y tiempo son características de las cosas, relaciones entre ellas,
pero que en cualquier caso pertenecen al mundo de las cosas, y no del sujeto, y por ello existirían
«aun en el caso de no ser intuidas» por nadie. En la tercera pregunta, sin embargo, se nos ofrece otra
posibilidad, la posibilidad que Kant y su filosofía crítica van a defender: que espacio y tiempo perte-
nezcan a la sensibilidad del sujeto, como formas de sus intuiciones. Esto hace, así, del espacio y del
tiempo formas a priori de la sensibilidad.
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Para demostrar este extremo, Kant utiliza dos formas de argumentación distintas. Aquí existe una
diferencia importante entre las dos ediciones de su Crítica de la razón pura: en su segunda edición,
introduce la diferencia entre la exposición metafísica y la exposición trascendental. Además, sus
dos exposiciones no son totalmente paralelas, ya que la exposición trascendental del tiempo es
desarrollada en medio de su exposición metafísica, y para hacerlo aún más complejo, sus últimas
conclusiones se deducen del tercer argumento metafísico del espacio y del cuarto argumento me-
tafísico del tiempo.
La reconstrucción concreta de los argumentos kantianos puede encontrarse, por ejemplo, en López
Molina (1987). Aquí nos interesa el objetivo de dichos argumentos y las importantes consecuencias
de los mismos.
En la exposición metafísica Kant se propone probar que el espacio y el tiempo son representaciones a
priori e intuiciones puras. Tenemos así dos niveles en su exposición: por un lado muestra que espacio
y tiempo son representaciones a priori y por otro que son intuiciones puras. En nuestro contexto,
nos interesan especialmente sus consideraciones sobre el carácter apriorístico de estas formas.
Kant argumenta primero que espacio y tiempo no son representaciones empíricas, sino que subya-
cen a toda experiencia, como condiciones necesarias de todo fenómeno. Y muestra, además, que
son representaciones a priori. Así, subyacen (1) a las representaciones externas (espacio) y (2) a todas
las representaciones (tiempo):
1. «Nunca se puede tener la representación de que no hay espacio, aunque pueda perfectamente pen-
sarse que no se encuentra en él ningún objeto» (KrV, A24 / B38).
2. «Por lo que se refiere a los fenómenos en general, no se puede quitar el tiempo, aunque se puede
muy bien sacar del tiempo los fenómenos» (KrV, A31 / B46).
Estos famosos razonamientos llevan a Kant a concluir que espacio y tiempo no son determinaciones
lógicas de los fenómenos, sino que son sus condiciones de posibilidad y son lógicamente anteriores
a ellos. Esto es, son formas a priori.
Asimismo, el objetivo de su exposición trascendental es reforzar la conclusión de que espacio y
tiempo son intuiciones puras y son a priori, haciendo depender de ella, además, el hecho mismo de
que las matemáticas sean válidas. Esto es, Kant argumenta, como veremos más adelante al referirnos
a los juicios sintéticos a priori, que únicamente si consideramos el espacio y el tiempo como intuicio-
nes puras y a priori, la matemática puede ser considerada como ciencia.
A partir de estas ideas, tenemos una conclusión de especial relevancia: en tanto espacio y tiempo
son formas a priori, pueden ser considerados, a la vez, como formas de la sensibilidad y como formas
de los fenómenos (en tanto éstos están formados por la sensibilidad):
El espacio no es otra cosa que la forma de todos los fenómenos del sentido externo, es decir, la condición subje-
tiva de la sensibilidad, bajo la cual tan sólo es posible para nosotros la intuición externa (K. r. V., A-26/B-42).
Y también:
El tiempo es la condición formal a priori de todos los fenómenos en general (K. r. V., A-34/B-50).
Mientras que el espacio es la condición de los fenómenos del sentido externo, el tiempo lo es de
todos, tanto los del sentido interno como los del externo, porque éstos devienen finalmente fenó-
menos internos.
Que espacio y tiempo sean formas de los fenómenos no quiere decir que pertenezcan a las cosas: la
básica distinción kantiana entre «cosa en sí» y «fenómeno» nos remite al hecho de que no tenemos
acceso en ningún caso a la cosa en sí, sino únicamente a la forma en cómo se nos aparecen las cosas,
esto es, a los fenómenos. Así, como venimos diciendo, el espacio y el tiempo no pertenecen a las
cosas, sino a nuestra forma de representárnoslas. En esto consiste la afirmación kantiana de que el
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espacio y el tiempo poseen «realidad empírica»: en tanto pertenecen a la misma estructura de los
fenómenos, que son los únicos objetos posibles del conocimiento (y no las cosas en sí), determinan
nuestro conocimiento de lo empírico.
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Estas categorías, conceptos puros a priori del entendimiento, están, como repite Kant a lo largo de
toda la Crítica de la razón pura, en todos nuestros conocimientos, incluso en las percepciones empí-
ricas, como condiciones de posibilidad de la experiencia. Y son, asimismo, constitutivas de todos los
objetos de la experiencia. La demostración de esta tesis es el objeto de su deducción trascendental,
que consiste en el examen lógico-trascendental de la misma facultad de pensar.
Kant presenta dos versiones distintas de la deducción trascendental en 1781 y 1787. Para una re-
construcción detallada, es recomendable ver López Molina (1987). Con su deducción trascendental
Kant legitima el estatus a priori de las categorías, conceptos constitutivos de toda experiencia. Ellas
son las auténticas formas del pensar, de las que depende la validez y la «objetividad» del conoci-
miento humano. La sensibilidad «prepara» mediante las intuiciones el fenómeno, que será el con-
tenido sobre el que operen las categorías. La imaginación y sus esquemas tienden el puente que
une sensibilidad y entendimiento. Sin embargo, la síntesis definitiva de la pluralidad recibida de la
materia, y por lo tanto, la conformación propia del conocimiento formal, sólo tiene lugar mediante
el juicio, en el que consiste el acto de pensar. Ellas no son el último extremo de la unidad de la con-
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ciencia, pues sobre ellas está la apercepción trascendental de la que deriva toda unidad, pero sí son
las funciones del juzgar, «mediante las cuales se reduce a la unidad de la apercepción la pluralidad
dada en las intuiciones» (KrV, B143).
Además de las intuiciones puras de la sensibilidad y de los conceptos puros del entendimiento,
existen unos conocimientos a priori de especial naturaleza en la razón: las ideas. Las ideas, considera
Kant, son tan connaturales a nuestra estructura racional que jamás podemos prescindir de ellas. Pero
las ideas no son elementos a priori trascendentales útiles para el conocimiento objetivo, sino que
el intento dogmático de utilizarlas para la constitución de objetos y como conocimiento metafísico
produce una ilusión trascendental. Esto fue lo que sucedió con la metafísica tradicional, que no
diferenció entre lo que pertenece a la esfera del pensamiento y lo que pertenece a la esfera de la
realidad empírica e intentó hacer progresar el saber metafísico sin basarse en la experiencia.
La razón no está referida a objetos, sino al entendimiento. Así, no participa en la determinación de
conocimientos o en la constitución de objetos y no crea conceptos objetivos. Sus conceptos a priori
no proceden de la experiencia, sino que se forman a partir de los conceptos del entendimiento y por
lo tanto, sobrepasan los límites de la experiencia posible.
Las ideas son la idea de yo, la idea de mundo y la idea de Dios. Hay un problema fundamental unido
a cada una de estas ideas: el problema de la inmortalidad del alma, el problema de la conciliación
de la naturaleza con la libertad del hombre y el problema de la existencia de Dios. Son problemas
dialécticos que han ocupado durante siglos a la filosofía, enredada en sofismas. De esta forma, el
problema del alma genera paralogismos, el de la libertad enfrentada a la necesidad genera antino-
mias y el de la existencia de Dios crea el ideal de la razón.
La función de las ideas no es dar lugar a nuevos conocimientos, sino que tienen una función regula-
dora. No amplían nuestro conocimiento de la realidad, sino que ordenan y orientan a los conocimien-
tos que ya poseemos dentro de un marco estructurado con un criterio sistemático, como totalidades
con un fin común o interés de la razón. Estas agrupaciones de conocimientos nos darían el sistema de
una ciencia, no nuevos elementos de conocimiento objetivo. La idea de alma organizaría la totalidad
de los conocimientos relativos a la conciencia, que constituirían el sistema de la psicología racional. La
idea de mundo ordena la totalidad de los conocimientos sobre la naturaleza, produciendo la cosmo-
logía racional. Y la idea de Dios organiza las totalidades anteriores y produce la cosmología racional.
Así, estas tres ciencias conforman, según Kant, la arquitectónica del edificio del saber.
Una de las distinciones más conocidas del sistema kantiano es aquélla que diferencia juicios analí-
ticos y juicios sintéticos. Dicha distinción va a conducir a uno de los aspectos más polémicos y que
suscitan más atención actualmente acerca del conocimiento a priori, la existencia de juicios sintéti-
cos a priori.
La distinción entre juicios analíticos y juicios sintéticos no se refiere al origen de los juicios o a su
forma lógica, sino que está referida a su contenido:
1. Juicios analíticos son aquéllos en los que la relación entre sujeto y predicado es pensada me-
diante la identidad. Esto es lo que sucede, por ejemplo, en el caso de «todos los españoles son
seres humanos». En este tipo de juicios, el predicado no añade nada al sujeto, no suma un nuevo
significado, sino que sencillamente explicita alguna de las características ya incluidas en él. Así, el
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concepto del predicado es una propiedad que pertenece necesariamente al concepto del suje-
to. Por ello, son juicios explicativos y, por su naturaleza, son juicios a priori, universales y necesa-
rios, estén o no referidos a conceptos empíricos. Esto es, en los juicios analíticos no necesitamos
acudir a la experiencia para saber si son ciertos o no, pues están basados en el principio de no
contradicción.
2. Juicios sintéticos son aquéllos en los que la relación entre sujeto y predicado se piensa sin iden-
tidad, y por lo tanto, en los que el predicado sí añade información al significado del sujeto, pues
se encuentra por completo fuera de él. Son por lo tanto juicios extensivos, que aportan nuevos
conocimientos. Éste es el caso, por ejemplo, de «esta tarde el cielo está nublado».
Ahora, los juicios sintéticos, para Kant, pueden ser a posteriori o a priori. Serán a posteriori si están
basados en la experiencia, como en el caso del ejemplo anterior, «esta tarde el cielo está nublado».
Y serán a priori si son anteriores a la experiencia, esto es, como dijimos antes, en sentido lógico, no
temporal. Un ejemplo de juicio sintético a priori es «la línea recta es la línea más corta entre dos pun-
tos». Para Kant, las proposiciones de la matemática pura, geometría y aritmética, y las proposiciones
de la ciencia natural pura son juicios sintéticos a priori.
Este tipo de juicios sintéticos a priori están, al igual que los juicios analíticos, regidos por el principio
de no contradicción, pero además tienen como principio supremo la concordancia con las leyes
universales de la experiencia. Y en tanto coinciden con los analíticos en estar regidos por el principio
de no contradicción, la tradición creyó, erróneamente, en opinión de Kant, que la matemática estaba
sencillamente constituida por juicios analíticos. Pero, como argumenta Kant, en las proposiciones
«2+3=5» y «la línea recta es la línea más corta entre dos puntos», por mucho que analicemos el con-
cepto de «2+3» y el de línea recta, no encontraremos sus respectivos predicados.
Por el contrario, este tipo de juicios son sintéticos a priori porque entre el sujeto y el predicado se ha
producido una síntesis a priori, propiciada, en el primer caso, por la intuición pura del tiempo (en la
aritmética), y en el segundo, por la intuición pura del espacio (en la geometría). Esta síntesis, sin em-
bargo, sólo puede ser comprobada si volvemos a la experiencia y contamos 2 más 3 o recorremos
el espacio entre dos puntos.
Kant se ocupa de demostrar que el espacio y el tiempo son intuiciones puras a priori, como veíamos,
en la Estética trascendental, en concreto, en las exposiciones metafísica y trascendental del espacio
y del tiempo. Así, considera que las conclusiones de la exposición trascendental son las únicas que
pueden dar cuenta de la matemática como ciencia. En la exposición trascendental, afirma que «la
geometría es una ciencia que determina sintéticamente, pero también a priori, las propiedades del
espacio» (K. r. V. B-40).
Pero cabe preguntarse cómo es posible que haya en el espíritu una intuición externa que preceda
a los objetos, y en la que sea posible determinar a priori el concepto de éstos. Ahora bien, esto es
posible si consideramos el espacio como condición subjetiva de toda experiencia externa, es decir,
si lo consideramos, como hace Kant, «forma del sentido externo en general». Esto es, sólo si consi-
deramos el espacio como una intuición pura, podemos comprender que los conocimientos de la
geometría sean conocimientos sintéticos a priori.
¿Qué son los juicios sintéticos a priori y por qué son tan importantes para Kant?
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A lo largo del siglo XX, el estudio del conocimiento a priori ha tenido una notable relevancia dentro
de la filosofía analítica de origen anglosajón, especialmente en las últimas décadas, dando paso a un
debate que ha generado un gran número de obras y publicaciones. Así, en los últimos 15 años, au-
tores como Georges Bealer, Laurence BonJour, Albert Casullo, Christopher Peacocke o Ernesto Sosa
han presentado contribuciones muy innovadoras sobre el concepto y la existencia del conocimien-
to a priori, pero ya Frege, Quine, Ayer o Kripke se habían interesado en profundidad por el a priori.
En general, el debate contemporáneo sobre el a priori está delineado sobre los conceptos desarro-
llados por Kant en su Crítica de la razón pura. Tal y como Casullo (2003) señala, hay tres distinciones
centrales en el planteamiento kantiano que van a definir el acercamiento de la filosofía analítica a la
idea de a priori:
1. La primera distinción es una distinción epistemológica, que es la que separa entre lo a priori y lo
posteriori según hemos visto. Sin embargo, la caracterización kantiana del conocimiento a priori
como conocimiento que es completamente independiente de toda experiencia requiere ser cla-
rificado más concretamente, afirman varios autores analíticos. Esto es, la teoría kantiana ha de ser
precisada para mostrar más concretamente en qué sentido lo a priori ha de ser independiente de
la experiencia y en qué sentido utilizamos el término «experiencia». Efectivamente, Kant permite
que el conocimiento a priori pueda depender de la experiencia al menos de dos formas: (a) que
la experiencia sea necesaria para adquirir los conceptos que forman parte de un juicio; (b) que la
experiencia sea necesaria para considerar o tener en cuenta la proposición. En general, se admite
dentro de la filosofía analítica que una proposición es conocida a priori si y sólo si su justificación
tiene lugar independientemente de toda evidencia experimental.
2. La segunda distinción central en el debate actual es una distinción metafísica, que es aquélla entre
las proposiciones necesarias y las proposiciones contingentes. Una proposición es necesariamente
verdadera si es verdad y no podría haber sido falsa. Una proposición es contingentemente verdade-
ra, si es verdadera pero podría haber sido falsa. El desarrollo de la lógica modal y de la semántica de
mundos posibles a lo largo del siglo XX ha permitido estudiar con una gran precisión los conceptos
de necesidad y de contingencia.
3. La tercera distinción que ocupará gran parte de la discusión analítica es la distinción semántica
entre proposiciones analíticas y proposiciones sintéticas. Como hemos visto más arriba, una pro-
posición analítica es aquélla en la que el predicado está contenido en el sujeto, mientras que en
una sintética esto no sucede.
La mayor parte de los estudios recientes sobre la idea de a priori pueden ser entendidos como
revisiones, defensas o críticas de tres tesis fundamentales que Kant defiende apoyándose en las
distinciones anteriores:
1. Que existe conocimiento a priori.
2. Que hay una relación muy cercana entre lo a priori y la necesidad.
3. Que existe conocimiento a priori sintético.
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Para defender la existencia de conocimiento a priori, Kant no pretende ofrecer un análisis del con-
cepto de justificación independiente de toda experiencia, como querrían los filósofos analíticos,
pero sí da un criterio para distinguir lo a priori de lo a posteriori: un juicio a priori será aquel que,
siendo pensado, sea pensado como necesario. Y en tanto Kant consideraba evidente que hay pro-
posiciones necesarias que son conocidas, la existencia de conocimiento a priori es establecida rá-
pidamente. Esta defensa de la existencia de conocimiento a priori, sin embargo, está anclada a la
estrecha relación entre lo a priori y lo necesario que Kant establece. El principio que parece operar
aquí es que todo conocimiento de proposiciones necesarias es a priori. Kant también acepta el prin-
cipio converso: todo el conocimiento a priori es de proposiciones necesarias. Pero la conjunción de
estos dos principios no nos da que las categorías de necesidad y de a priori sean coextensivas, dado
que dicha conjunción no implica que todas las proposiciones necesarias sean cognoscibles.
Podemos clasificar las críticas de la filosofía analítica reciente a la existencia de conocimiento a priori
en tres grupos con tres tipos de estrategias distintas:
1. Algunos autores, tal y como hace Putnam (1979), analizan el concepto de conocimiento a priori
para después mostrar que determinados ejemplos cruciales no satisfacen las características es-
pecificadas en el análisis.
2. Las críticas desde el segundo se centran en el origen del presunto conocimiento a priori; así,
Benacerraf (1973), por ejemplo, afirma que la intuición, que para muchos sería el origen del co-
nocimiento matemático a priori, no puede desempeñar tal papel.
3. Una tercera estrategia es estudiar ejemplos destacados de conocimiento a priori y mostrar que
sólo pueden ser justificados a través de evidencias empíricas; así Quine (2002) mantiene que las
proposiciones matemáticas sólo pueden ser justificadas como parte de una teoría mayor que se
corresponde satisfactoriamente con la experiencia.
Por otro lado, el trabajo realizado a lo largo del siglo XX en lógica modal ha producido un renovado
interés en el concepto de verdad necesaria, que es acompañado por un interés en las ideas kantia-
nas sobre la relación entre la necesidad y lo a priori. De esta forma, es común en las obras recientes
hacer hincapié en el hecho de que la distinción entre a priori y a posteriori es una distinción episte-
mológica, mientras que la distinción entre lo necesario y lo contingente es metafísica. Por lo tanto,
en ningún caso puede asumirse sin más que son distinciones coextensivas. Además, Saul Kripke
(1980) defiende con potentes argumentos en su conocido Naming and necessity la existencia de
proposiciones a posteriori necesarias y de proposiciones a priori contingentes.
La tesis kantiana, sin embargo, que mayor protagonismo tuvo a lo largo del siglo XX es la idea de que
existen proposiciones sintéticas que conocemos a priori. La defensa que hace Kant de la existencia
de este tipo de proposiciones otorga especial relevancia a las matemáticas, porque la aritmética y la
geometría le proporcionan, como hemos visto, los principales ejemplos de proposiciones necesarias
que son, a su juicio, sintéticas.
Inicialmente, tal afirmación recibió por parte de la filosofía analítica dos reacciones distintas: unos no
se oponían a dicha tesis, sino únicamente a algunos de los ejemplos que Kant daba de conocimien-
to sintético a priori. Éste es el caso de Frege, que negaba que las proposiciones de la aritmética sean
sintéticas. Otros, como Ayer, negaban la tesis en su conjunto y defendían que todo conocimiento
a priori lo es únicamente de proposiciones analíticas. Más tarde, una nueva respuesta a las ideas
kantianas partió de la obra de Quine (2002), quien niega que la distinción entre analítico y sintético
sea adecuada.
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De las tres tesis de Kant, la idea de que existe efectivamente conocimiento a priori es, claramente,
la primera y fundamental. Considerar la misma, sin embargo, implica revisar la segunda, que hace
referencia a la relación entre lo necesario y lo a priori. La tercera, acerca del conocimiento sintético
a priori, aunque importante, atañe únicamente a un caso específico y, evidentemente, si no hay
conocimiento a priori, la cuestión acerca del conocimiento sintético a priori ni siquiera se plantea.
Por ello, revisaremos a continuación los argumentos principales defendidos en el seno de la filosofía
analítica a favor y en contra de la existencia de conocimiento a priori.
La defensa kantiana de la idea de que las proposiciones matemáticas sólo son cognoscibles a priori
ejemplifica la estrategia argumentativa general que los defensores del a priori utilizan con frecuen-
cia. Éstos comienzan definiendo un conjunto de proposiciones cuyos miembros comparten una
propiedad, para afirmar a continuación que ninguna proposición que posea tal propiedad puede
ser conocida sobre la base de experiencia. Por lo tanto, si estas proposiciones son conocidas, han de
serlo a priori.
En el caso de Kant, el conjunto de proposiciones son las proposiciones matemáticas y la propiedad
es la necesidad. Asumamos aquí que las proposiciones matemáticas son necesarias y consideremos
de cerca la afirmación, clave para nosotros, de que la experiencia no puede proporcionar cono-
cimiento de proposiciones necesarias. La expresión «conocimiento de proposiciones necesarias»
enmascara la distinción crucial entre conocimiento del estatus modal general de una proposición
y el conocimiento de su valor de verdad. La base sobre la que Kant se apoya para afirmar que el co-
nocimiento de lo necesario ha de ser a priori es que «la experiencia nos enseña que algo es de una
manera, pero no que no puede ser de otra forma». Esto es, la experiencia nos muestra lo que hasta
ahora ha sido, conocemos su valor de verdad, pero no nos puede mostrar que algo es necesario,
porque en otro momento, por ejemplo, o en otro mundo posible, podría ser de otra forma.
Pero esta observación establece como mucho que el estatuto modal de las proposiciones nece-
sarias no puede ser conocido apoyándose en la experiencia. No implica la conclusión de que el
valor de verdad de una proposición necesaria no pueda ser conocido desde la experiencia. Porque
permite que la experiencia nos dé el conocimiento de que algo es de una manera (conoceríamos la
proposición, aunque no sabríamos que es necesaria). Por lo tanto, la observación kantiana no funda-
menta su tesis básica de que el conocimiento de las proposiciones matemáticas como 7 + 5 = 12 es
a priori. Porque ésta es una tesis sobre el conocimiento del valor de verdad de las proposiciones, no
sobre el conocimiento de su estatus modal.
Un defensor del conocimiento a priori podría, ante esta situación, afirmar que, aunque no se ha
demostrado que el conocimiento del valor de verdad de las proposiciones necesarias es a priori, el
anterior sí es un argumento que apoya que el conocimiento del estatus modal de una proposición
es a priori. Ahora bien, esta afirmación descansa sobre la presuposición de que la experiencia sólo
nos puede dar información acerca de nuestro mundo real, y no de otros mundos posibles. Aunque
tal presuposición puede resultar plausible, en tanto no parece que podamos «espiar» otros mundos
posibles, lo cierto es que una buena parte de nuestro conocimiento científico va más allá de lo que
es verdad sólo en nuestro mundo real. Y aun así, no creemos que esa parte de nuestro conocimiento
científico sea por completo a priori. Por lo tanto, si algún conocimiento a posteriori de mundos no
reales es posible, queda por demostrar por qué no es posible un conocimiento tal a posteriori de
todos los mundos posibles no reales (con lo que tendríamos, así, un conocimiento a posteriori de
proposiciones necesarias).
Otra de las características de las proposiciones matemáticas que es con frecuencia citada para apo-
yar la idea de que el conocimiento de las mismas es a priori es que, pretendidamente, la experiencia
no podría demostrar que no son válidas. Y se alega que, si la evidencia experimental pudiera justi-
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ficar nuestras creencias en las proposiciones matemáticas, también debería ser capaz de justificar
nuestro rechazo de las mismas. Pero, según los defensores de este argumento, nosotros no conside-
raríamos en ningún caso que la experiencia justifica rechazar alguna proposición matemática. Ayer
(1991), por ejemplo, en su Lenguaje, verdad y lógica, nos propone considerar una situación en la que
hemos de contar lo que creíamos que eran 5 pares de objetos, y al terminar la cuenta tenemos 9
objetos. Él afirma que si éste fuera el caso, no rechazaríamos sin más la proposición 5 x 2 = 10, sino
que explicaríamos como pudiéramos la discrepancia amparándonos en la hipótesis empírica que
mejor respondiera a la situación.
Sin embargo, una de las características estándar de la práctica científica es explicar los casos aislados
de evidencia en contra de generalizaciones ya bien establecidas, invocando hipótesis auxiliares. Por
lo tanto, para afirmar que las proposiciones matemáticas son especiales e inmunes a la invalidación
por parte de la experiencia, se han de aportar más argumentos. Si un principio científico que has-
ta el momento había recibido la aprobación general, es confrontado con un importante número
de evidencias que lo refutan aparentemente, y las hipótesis empíricas utilizadas para explicar estas
evidencias no funcionan porque no pasan pruebas independientes, entonces es evidente que la ex-
periencia habrá presentado suficiente justificación para rechazar el principio. Por lo tanto, si conside-
ramos la afirmación de Ayer de que la experiencia no puede proporcionarnos justificación suficiente
para rechazar un principio matemático, hemos de tener en cuenta una situación que tenga las ca-
racterísticas presentes en el caso del principio científico: (1) un buen número de ejemplos en contra
del principio matemático y (2) una serie de exámenes independientes que no apoyan las hipótesis
auxiliares que habían sido introducidas para rebatir dichos ejemplos. En este contexto, Casullo (2003)
argumenta que no sería razonable desentenderse y eliminar la evidencia que contradice la proposi-
ción, considerándola sencillamente aparente, sino que habría de rechazarse la proposición, aun en
el caso de una proposición matemática.
Una tercera característica de las proposiciones matemáticas utilizada con frecuencia para justificar su
carácter apriorístico es su pretendida certeza. Se argumenta que, si las proposiciones matemáticas
fueran justificadas experimentalmente, su justificación habría de ser inductiva. Y en tanto ninguna
justificación inductiva puede conducirnos a la certeza, se concluye que las proposiciones matemáti-
cas sólo pueden ser conocidas a priori. Sin embargo, la tarea de los defensores de este tipo de argu-
mento es especificar en qué sentido relevante tenemos certeza de las proposiciones matemáticas.
Puede responderse que el carácter deductivo de las pruebas matemáticas nos ofrece la clave, esto
es, que dado que las pruebas matemáticas son deductivas, podemos estar seguros de ellas y de las
proposiciones que prueban. Pero hay varios problemas con esta respuesta.
El más obvio es que la conclusión de una prueba matemática sólo es conocida con certeza si lo son
las premisas de las que parte. Sin embargo, el carácter deductivo de las pruebas matemáticas no
nos da ninguna explicación sobre el sentido en el que las proposiciones matemáticas básicas son
conocidas con certeza. Además, muchos defensores del conocimiento a priori mantienen que sólo
el conocimiento de las proposiciones matemáticas básicas y el de sus consecuencias obvias es a
priori. Por otro lado, también se ha defendido con mucha frecuencia que tenemos certeza de algu-
nas proposiciones epistémicas básicas en el sentido de que un error respecto a ellas no es posible.
Según esto, S tiene certeza de p si y sólo si se da que necesariamente si S cree que p, entonces p
es cierto. Es evidente que este sentido de certeza es trivialmente verdadero en el caso de cualquier
verdad necesaria que S crea. Por lo tanto, no justifica que sólo tenemos certeza de las proposiciones
a priori, ya que podríamos tenerlo de cualquiera que fuera necesaria pero no a priori. Una forma al-
ternativa de especificar el sentido en el que tenemos certeza de una proposición es hacer referencia
al grado en el que estamos dispuestos a apoyarla. Una proposición que tenga el máximo grado de
apoyo es una proposición que no puede ser invalidada. Con más precisión: S tendrá certeza de p si
y sólo si no hay ninguna situación epistémicamente posible en la que S tenga una justificación para
no creer p. En esta versión del argumento, éste se enfrenta a la misma dificultad que el argumento
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En definitiva, encontramos que tanto los argumentos tradicionales a favor de la existencia del cono-
cimiento a priori, como los argumentos escépticos fundamentales en su contra no son definitivos
en la discusión actual. Los defensores del a priori tienen aún la tarea de (1) proporcionar un análisis
del conocimiento a priori no reduccionista que no lo haga blanco fácil de críticas; y (2) mostrar que
existe un proceso de formación de creencias que satisface los criterios establecidos en el análisis del
a priori, junto con una explicación de cómo dicho proceso produce conocimiento. Los críticos del
conocimiento a priori, por otra parte, han de presentar un argumento que (1) no imponga restric-
ciones demasiado fuertes de una forma no plausible sobre la justificación del a priori; y (2) que no
presuponga una descripción demasiado restrictiva de las capacidades cognitivas humanas.
¿En que tres planos en que se centra la discusión contemporánea sobre el a priori?
Esboza los principales argumentos a favor y en contra de la existencia de conocimiento
a priori.
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CONCLUSIÓN
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BIBLIOGRAFÍA
Fuentes primarias
Fuentes secundarias
CASULLO, A. (2002): «A priori knowledge», en MOSER, P. K. (2002): The Oxford handbook of epistemology.
Oxford: Oxford University Press.
Introducción a los elementos centrales de la discusión analítica sobre el a priori.
CASULLO, A. (2006): «Knowledge, a priori» en BORCHERT, D.M. (ed.) (2002): Encyclopedia of philosophy.
Detroit: Macmillian Reference.
Buena exposición sobre las principales posiciones actuales sobre el a priori en el conocimiento.
LÓPEZ, A. et al. (1987): Kant: conocimiento y racionalidad. Vol. I. El uso teórico de la razón. Madrid: Cincel.
Completo, analiza y explica con bastante detalle las ideas centrales de la Crítica de la razón pura.
RÁBADE, S. (1985): Estructura del conocer humano. Madrid: Gregorio del Toro.
Perspectiva general sobre la teoría kantiana del conocimiento, sencillo pero no muy completo.
RUDOLF (1904): Wörterbuch der philosophischen Begriffe und Ausdrücke. Berlin: Mittler & Sohn.
Una de las exposiciones más completas sobre la historia del concepto de a priori, con textos originales.
STANFORD ENCICLOPEDIA OF PHILOSOPHY: http://plato.stanford.edu/entries/apriori/
Entrada sobre «A priori justification and knowledge».
De exposición clara, está centrado en el debate analítico sobre la definición de a priori, con especial énfasis en
la precisión de la idea de «independencia de la experiencia».
VERNEAUX, R. (1982): Immanuel Kant: las tres críticas. Madrid: Magisterio Español.
Introducción muy breve a las tres críticas; menciona los elementos importantes, pero no los explica en profundidad.
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RESUMEN
kantiana
2.5. Las formas a priori del entendimiento
2.1. Objetivos de la Crítica de la razón El entendimiento como la espontaneidad del conocimiento.
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AUTOEVALUACIÓN
1. La noción de a priori es usada por primera vez para distinguir el conocimiento conceptual del cono-
cimiento empírico en la obra de:
a. Aristóteles.
b. Alberto de Sajonia.
c. Hume y Hobbes.
d. Kant.
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8. Las propiedades de algunas proposiciones que son utilizadas con frecuencia para argumentar que
son a priori son:
a. Verdad, rigurosidad y posibilidad.
b. Plausibilidad, complejidad y rango.
c. Necesidad, imposibilidad de invalidarlas experimentalmente y certeza.
d. Coherencia, completitud y validez.
9. Putnam considera que la idea de Quine que afirma que «ninguna proposición es inmune a la revi-
sión»:
a. Demuestra la existencia de conocimiento a priori.
b. Niega la existencia de conocimiento a priori.
c. Prueba que las matemáticas son necesarias.
d. Demuestra que ninguna proposición es verdadera.
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