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¿En México se practica el valor de la libertad o solo es libertinaje?

La diferencia entre libertad y libertinaje radica en que en libertad existe el respeto por los
otros además de asumir las consecuencias que conllevan los actos y palabras ejercidos en libertad.

El libertinaje es usar y abusar de la libertad sin tener en cuenta a los demás ni a las consecuencias
provocadas asociadas generalmente, pero no solo, a

los valores éticos y morales de cada sociedad.

El libertino es aquel individuo que practica del libertinaje y proviene del latín que significa “individuo
sin límites ni frenos”. El libertinaje y el libertino son popularmente asociados a la promiscuidad ya
que es el tema más reglado moral y éticamente por la sociedad desde la época cristiana.

Libertinaje, por ejemplo, es cuando alguien abusa de la libertad que se le ha dado para romper la
confianza depositada como cuando se dice que hará algo para después hacer otra cosa que sabe que
afectará negativamente en la amistad o cualquier tipo de relación.

La libertad es un derecho y un valor que es acompañado con el respeto y la responsabilidad. Todos


tienen la libertad de actuar, pensar y decir lo que uno quiere siempre y cuando no afecte a los otros
porque sería imposible distinguir dónde termina y empieza la libertad del otro.

La libertad ha sido retratada innumerables veces ya que es un símbolo del libre albedrío cristiano, por
ejemplo, y el uso de la voluntad individual para obrar o expresarse sin censuras.

La Declaración Universal de los Derechos Humanos adoptada por la Organización de las Naciones
Unidas (ONU) afirma que todo ser humano nace igual y libre especificando los diferentes tipos de
libertades como lo son: la libertad de expresión, la libertad de prensa y la libertad de religiosa, por
ejemplo.

Uno de los derechos defendidos en México desde los principios mismos del parlamentarismo
mexicano ha sido la libertad. Término que forma parte de los preceptos fundamentales del liberalismo
decimonónico, la libertad se convirtió en el pasado republicano mexicano como el fin de toda lucha
social; junto con la igualdad, la libertad fue vista como el logro mayor que podía alcanzar el país y se
le defendió por sobre todas las cosas. No obstante, la percepción del concepto como el libre arbitrio
del individuo de vivir bajo los dictámenes de su razón-conciencia, el significado de libertad tiene una
ambigüedad evidente que ha provocado que su fin se utilice como justificación al libertinaje de grupos
que, bajo la premisa de defender la libertad de expresión, desquician las ciudades mexicanas con
marchas, plantones, pintas y desmanes que terminan desvirtuando las instituciones a que pertenecen
aquellos sectores de la sociedad mexicana. De una parte a la fecha, las expresiones sociales de
diversos grupos descontentos con temas como la ley del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de
los Trabajadores del Estado (ISSSTE), para citar un ejemplo, ha servido para tomar la libertad que
consigna la Constitución Mexicana como libertinaje, al grado que las instituciones encargadas de
garantizar la seguridad pública se apartan para que los grupos en pugna se «arreglen». El problema
radica en que se está confundiendo el derecho de ser libre para expresar un sentir personal, y todo
comienza con la falta de conocimiento que se tiene del término. Libertad no es transgredir las leyes,
asunto que parece justificarse cuando participan decenas de personas; libertad es vivir bajo el
principio del libre albedrío sí, pero bajo la observancia estricta del estado de derecho. Básicamente la
libertad se relaciona a los límites a una libertad entendida como libertinaje. Observando lo último
podríamos ser libres de asesinar, robar, hacer lo que se quiera, ¿esa sería la verdadera libertad? No, la
libertad consiste en una sociedad que establece reglas de convivencia, donde la libertad de acción de
un individuo no debe alcanzar más allá de los límites permitidos por las leyes, en otra palabras, la
libertad de «hacer» no debe interferir con la vida de otro ciudadano. Existe una palabra-concepto que
determina lo que estamos hablando, la coerción: cuando una institución o una persona interfiere de
alguna manera con la vida, el trabajo, o algún derecho fundamental de un individuo, atenta contra la
libertad de éste y viola las leyes fundamentales sobre los derechos humanos. Pues bien, cuando un
grupo, con justificación o sin ella, toma calles, plazas y jardines, instituciones, carreteras o algún
espacio público está coercionando el derecho de tránsito de los ciudadanos, eso es claro, y también
está atentando contra las instituciones de seguridad pública al no observar los lineamientos de
vecindad. Esto lo sabemos de antemano, la pregunta es entonces, ¿quién garantizará la observancia de
las leyes? Cuando el parlamentarismo mexicano fue desarrollándose de manera importante, a
mediados del siglo XIX, los legisladores establecieron que el Estado, siguiendo el ejemplo de Francia,
era el encargado de garantizar los derechos civiles, por esto debía fortalecerse el gobierno mediante
instituciones fuertes, determinadas a lograr la libertad y la igualdad jurídica. Como vemos, esto no es
nuevo, forma parte de las leyes mexicanas reproducidas con adecuaciones a los tiempos en la
Constitución de 1917. Lo que hace falta entonces es que el Estado haga suyo el compromiso de hacer
que la ley se cumpla, porque si no es así, el propio gobierno acusa una violación a los principios
jurídicos que le dan sustento. Si el Estado no utiliza la fuerza, que es la herramienta que sustenta la ley
contra el desorden, entonces las violaciones contra los principios de libertad, exacerbados como
libertinaje, nunca acabarán. Estoy convencido de que la fuerza resulta necesaria, siempre y cuando se
utilice con instrumentos adecuados: una policía responsable, bien preparada y con observadores que
vigilen la no violación de los derechos de los manifestantes. El problema aquí es que no puede decirse
que en México exista una policía de esta naturaleza, se han dado casos, incluso comprobados por la
Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), de violaciones de miembros del Ejército
Mexicano, que se suponen entrenados bajo una disciplina extrema en servicio social. Además, no
puede decirse tampoco que la sociedad o parte de ella se encuentre en un nivel se civilidad que
permita que no existan desmanes como los que han causado los profesores en las últimas semanas por
el asunto del ISSSTE. El asunto es que el Estado ponga freno a plantones y marchas con la
reglamentación de éstas, tal y como se viene proyectando por algunos gobiernos estatales. Puede que
si se lograse la libertad de expresión mediante espacios públicos, definidos para tal fin, con orden y
calma, diversos sectores de la sociedad podrían manifestarse sin provocar, coartar los derechos de los
demás. Todo parece indicar que estamos pidiendo demasiado, tanto por las organizaciones que acusan
de hacer plantones y marchas con cualquier motivo, como por las autoridades que advierten un miedo
terrible porque las manifestaciones no pasen de una breve noticia, esto por aquello de las carreras
políticas de los gobernantes. En cuanto a la postura de la prensa, o de parte de ella, sucede que las
opiniones que muchas veces se vierten sobre el carácter de las manifestaciones, y más en concreto
sobre la actitud del gobierno respecto al asunto, son de tapadera a la realidad que se observa, debido a
que con comidas y regalos el Estado ha provocado un cierto grado de desviación de la crítica
periodística en torno a la labor del gobierno, quien ve pasar los tiempos sin que haga cumplir las leyes
cuando grupos bien identificados atentan contra los más elementales derechos de los ciudadanos.
Terrible es la postura dual que observamos: por un lado, sectores sociales que luchan contra
disposiciones oficiales mediante la trasgresión de la ley y, por otro, un gobierno que, pese a su
responsabilidad establecida en el marco constitucional, no hace nada porque se respete la ley.

Este texto ha sido publicado en el sitio Cambio de Michoacán, en la dirección


http://www.cambiodemichoacan.com.mx/nota-64070
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