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empezado a silbar. —¡No fue la última vez que tuvo este deseo!

embargo, los enanos seguían al paso, sin volverse ni prestar atención al hobbit. Pareció que el sol se había puesto ya en algún
r detrás de las nubes grises, pues cuando descendían hacia un valle profundo con un río en el fondo, empezó a oscurecer. Se
ntó viento, y los sauces se mecían y susurraban a lo largo de las orillas. Por fortuna el camino atravesaba un antiguo puente de
ra, pues el río crecido por las lluvias bajaba precipitado de las colinas y montanas del norte.
casi de noche cuando lo cruzaron. El viento desgajó las nubes grises y una luna errante apareció entre los jirones flotantes. En-
es se detuvieron, y Thorin murmuró algo acerca de la cena y —¿Dónde encontraremos un lugar seco para dormir?
ese momento cayeron en la cuenta de que faltaba Gandalf. Hasta entonces había hecho todo el camino con ellos, sin decir si par-
aba de la aventura o simplemente los acompañaba un rato. Había hablado, comido y reído como el que más... Pero ahora sim-
mente ¡no estaba allí!
Vaya, justo en el momento en que un mago nos sería más útil! —suspiraron Dori y Nori (que compartían los puntos de vista del
bit sobre la regularidad, cantidad y frecuencia de las comidas).
fin decidieron que acamparían allí mismo. Se acercaron a una arboleda, y aunque el terreno estaba más seco, el viento hacía
r las gotas de las hojas y el plip—plip molestaba bastante. El mal parecía haberse metido en el fuego mismo. Los enanos saben
er fuego en cualquier parte, casi con cualquier cosa, con o sin viento, pero no pudieron encenderlo esa noche, ni siquiera Óin y
n, que en esto eran especialmente mañosos.
onces uno de los poneys se asustó de nada y escapó corriendo. Se metió en el río antes de que pudieran detenerlo; y antes de
pudiesen llevarlo de vuelta, Fíli y Kili casi murieron ahogados; y el agua había arrastrado el equipaje del poney. Naturalmente,
casi todo comida, y quedaba muy poco para la cena, y menos para el desayuno.
os se sentaron, taciturnos, empapados y rezongando, mientras Óin y Glóin seguían intentando encender el fuego y discutiendo el
nto. Bilbo reflexionaba tristemente que las aventuras no eran sólo cabalgatas en poney al sol de mayo, cuando Balin, el oteador
grupo, exclamó de pronto: —¡Allá hay una luz! —Un poco apartada asomaba una colina con árboles, bastante espesos en algu-
sitios. Fuera de la masa oscura de la arboleda, todos pudieron ver entonces el brillo de una luz, una luz rojiza, confortadora, co-
una fogata o antorchas parpadeantes.
go de observarla un rato, se enredaron en una discusión. Unos decían que "sí" y otros decían que "no". Algunos opinaron que lo
o que se podía hacer era ir y mirar, y que cualquier cosa sería mejor que poca cena, menos desayuno, y ropas mojadas toda la
he.
os dijeron: —Ninguno de estos parajes es bien conocido, y las montañas están demasiado cerca. Rara vez algún viajero se aven-
ahora por estos lados. Los mapas antiguos ya no sirven, las cosas han empeorado mucho. Los caminos no están custodiados, y
í además han oído hablar del rey en contadas ocasiones, y cuanto menos preguntas hagas menos dificultades encontrarás. —
uno dijo: —Al fin y al cabo somos catorce. —Otros: —¿Dónde está Gandalf? —pregunta que fue repetida por todos.
ese momento la lluvia empezó a caer más fuerte que nunca, y Óin y Glóin iniciaron una pelea.
o puso las cosas en su sitio: —Al fin y al cabo, tenemos un saqueador entre nosotros —dijeron; y así echaron a andar, guiando a
poneys (con toda la precaución debida y apropiada) hacia la luz. Llegaron a la colina y pronto estuvieron en el bosque. Subieron
endiente, pero no se veía ningún sendero adecuado que pudiera llevar a una casa o una granja. Continuaron como pudieron,
e chasquidos, crujidos y susurros (y una buena cantidad de maldiciones y refunfuños) mientras avanzaban por la oscuridad ce-
a ¿el bosque.
súbito la luz roja brilló muy clara entre los árboles no mucho más allá, —Ahora le toca al saqueador —dijeron refiriéndose a Bil-
—. Tienes que ir y averiguarlo todo de esa luz, para qué es, y si las cosas parecen normales y en orden —dijo Thorin al hobbit—.
ra corre, y vuelve rápido si todo está bien. Si no, ¡vuelve como puedas! Si no puedes, grita dos veces como lechuza de granero y
como lechuza de campo, y haremos lo que podamos.
lá tuvo que partir Bilbo, antes de poder explicarles que era tan incapaz de gritar como una lechuza como de volar como un mur-
ago.
o, de todos modos, los hobbits saben moverse en silencio por el bosque, en completo silencio. Era una habilidad de la que se
ían orgullosos, y Bilbo más de una vez había torcido la cara mientras cabalgaban, criticando ese "estrépito propio de enanos";
o me imagino que ni vosotros ni yo hubiéramos advertido nada en una noche de ventisca, aunque la cabalgata hubiese pasado
rozándonos. En cuanto a la sigilosa marcha de Bilbo hacia la luz roja, creo que no hubiera perturbado ni el bigote de una coma-
a, de modo que llegó directamente al fuego —pues era un fuego— sin alarmar a nadie. Y esto fue lo que vio.
ía tres criaturas muy grandes sentadas alrededor de una hoguera de troncos de haya, y estaban asando un carnero espetado en
os asadores de madera y chupándose la salsa de los dedos. Había un olor delicioso en el aire. También había un barril de buena
da a mano, y bebían de unas jarras. Pero eran trolls. Trolls sin ninguna duda. Aun Bilbo, a pesar de su vida retirada, podía darse
nta: las grandes caras toscas, la estatura, el perfil de las piernas, por no hablar del lenguaje, que no era precisamente el que se
ucha en un salón de invitados.
arnerro ayer, carnerro hoy y maldición si no carnerro mañana —dijo uno de los trolls.
i una mala pizca de carne humana probamos desde hace mucho, mucho tiempo —dijo otro troll—. Por qué demonios Guille nos
rá traído aquí; y además la bebida está escaseando —añadió, tocando el codo de Guille, que en ese momento bebía un sorbo.
le se atragantó: —¡Cierra la boca! —dijo tan pronto como pudo—. No puedes esperar que la gente se quede por aquí sólo para
tú y Berto se la zampen. Habéis comido un pueblo y medio entre los dos desde que bajamos de las montañas. ¿Qué más que-
? Y esos tiempos han pasado. Y tendrías que haber dicho 'Grracias, Guille', por este buen bocado de carnerro gordo del valle. —
ncó un pedazo de la pierna del cordero que estaba asando y se limpió la boca con la manga.
efecto, me temo que los trolls se comportan siempre así, aun aquellos que sólo tienen una cabeza. Luego de haber oído todo es-
Bilbo tendría que haber hecho algo sin demora. O bien haber regresado en silencio. Y avisar a los demás que había tres trolls de
na talla y malhumorados, bastante grandes como para comerse un enano asado o aun un pony, como novedad; o bien tendría
haber hecho una buena y rápida demostración de merodeo nocturno. Un saqueador legendario y realmente de primera clase, en
situación habría metido mano a los bolsillos de los trolls (algo que casi siempre vale la pena, si consigues hacerlo), habría saca-
el carnero de los espetones, habría arrebatado la cerveza y se hubiera ido sin que nadie se enterase. Otros más prácticos, pero

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