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Villasmil-
Prieto
Gustavo J. Villasmil-Prieto Publicado julio 6, 2019
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@Gvillasmil99
“Destruid primero; la reconstrucción llegará por sí misma”
¿Amas a Mao? ¿Quién no ama a Mao? El chascarrillo de evidente doble sentido era
atribuido en mis tiempos universitarios a cierto dirigente estudiantil de entonces devenido
en un (muy) conspicuo miembro de la neoaristocracia roja, la misma que años más tarde lo
desalojaría a patadas al estilo de las clásicas purgas entre comunistas.
Ciertamente un tipo muy ingenioso aquel, de amplias si bien poco sistemáticas lecturas, lo
que a la larga haría que su inextricable discurso dejara de serle funcional a la revolución
chavista.
Pero hay que decir que aquello de amar a Mao no era cosa original del susodicho sino de
Fidel Castro, cuyo régimen ha mantenido en permanente succión al miserable pueblo
cubano desde 1959
Como Mao Tsé-tung se le conocía en mi época. Años después, con la definitiva adopción
del sistema Wade-Giles para la traducción de caracteres chinos al alfabeto latino, el tipo
quedó llamándose Mao Zedong. Pero no se confunda nadie con tal sutileza pues se trata del
mismísimo “Gran Timonel”, responsable de la muerte por hambre de más de 25
millones de chinos durante los años de locura del “Gran Salto Adelante” que pretendió
convertir en potencia industrial en un par de años a un país de milenaria tradición y cultura
agrarias.
Para 1961, el fracaso de aquella descabellada política terminaría por desplazar del poder al
perverso chinito Mao trayendo a la escena a gente más sensata, como Deng Xiaoping. Pero
persistente como un cólico, Mao volverá de nuevo al centro de la escena entre 1963 y 1964
con la no menos terrible “Revolución Cultural”, un verdadero aquelarre de locura política
que acabaría con toda expresión de pensamiento autónomo en China. Hasta Beethoven
quedó prohibido. Las universidades serían progresivamente ahogadas, presos o exiliados
sus académicos cuando no humillados públicamente colocándoles de barrenderos o cosas
así.
Los chinos tuvieron que esperar aún muchos años tras la desaparición física de Mao y las
rubieras de su viuda y su camarilla para empezar a “ver luz” a partir de un modelo
económico que pretende incorporarlos a la modernidad por una vía distinta a la de
Occidente. De allí los rascacielos de las ciudades de la costa del Mar Amarillo, tan llenas de
ferraris y de multimillonarios de nuevo cuño; de allí también la pléyade de nóveles
burócratas del PCCh educados en Harvard y de corporaciones gigantes como ZTE y
Huawei comiéndose al mundo. Pero hasta allí: nada de democracia ni de derechos
humanos. Nada de consideraciones ambientales ni de libertades individuales más allá de la
de hacerse –si es que se puede- milmillonario.
Se entiende entonces que destruirlo todo esté también en el DNA chavista. Lo estamos
presenciando en toda Venezuela. En la sanidad pública el daño es inocultable: hasta el
régimen lo ha admitido permitiendo la entrada al país de la Cruz Roja
En el estado Miranda, la obra sanitaria del actual gobernador, pretendido “rostro fresco” de
un chavismo decrépito, expone como pocas la fe del círculo maoísta al que se adscriben sus
mentores: todo ha sido destruido. De la Red Francisco de Miranda, levantada en ocho años
de intenso trabajo en el sentido contrario – es decir, construyendo– es poco ya lo que queda.
De los siete Pronto Socorro, aquellos versátiles “hospitalitos” en los que se podían resolver
emergencias incluso mayores, uno – el de Guarenas- quedó convertido en metal retorcido
tras un insólito incendio. El más antiguo de todos, el de Higuerote, ya no es “ni la sombra”
de lo que fue, pues perdió su tomógrafo. Su módulo de trauma y choque ya no funciona
como tal. Ya nadie habla del de Los Teques, Guatire o Río Chico, subsumidos en la crisis
frente a la que alguna vez se erigieron como alternativa. Todo ha sido devastado
inmisericordemente.
Porque los amantes de Mao en Venezuela vienen con la lección bien aprendida y su
premisa es una sola: destruir. Destruir para depredar. Más nada. Los venezolanos, ¿nos
quedaremos “amando a Mao”?