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Medusa (2008)

Respecto al tema, se retoma la obra de Luciano Garbati realizada en el año 2008 (Figura
1) es un claro ejemplo de este tipo de moral reduccionista, y de lo que Ovejero propone
como “crueldad moralizante”. Cabe mencionar que nos encontramos en un momento
histórico de coyuntura política y social en el que parecen chocar diferentes sistemas de
creencias y valores que coexisten dentro de una misma sociedad, dentro de un mismo grupo
(desde la escala micro hasta la macro). Las ideologías progresistas emergentes tratan de
auto otorgarse una justificación moral, que en muchos casos termina siendo aquella versión
simplista y reduccionista que señala con el dedo al malvado ente causante de su desgracia,
y de la desgracia del mundo en general, una visión maniqueísta que plasma de la manera
más densa, concreta y absoluta tanto al bien como al mal. El feminismo, en su versión más
burda (no en su versión académica), no está exento de tal reducción, y en muchas ocasiones
se ha tomado al hombre como el villano de la historia, sin llevar a cabo un análisis más
profundo de la sociedad patriarcal y machista, en la que la mujer tiene un papel clave de
reproducción (de las creencias y los hábitos que una madre inculca a sus hijos varones, por
poner un ejemplo).

En palabras de Ovejero (2012, p.52 ) ”Satisface la necesidad del espectador de


certidumbres breves, verdades sencillas y una muy obvia y clara distinción del bien y el
mal.” En esta obra podemos ver una clara inversión de la escultura original, Perseo con la
cabeza de medusa, de Benvenuto Cellini (que fue creada en el año de 1545) (Figura 2) en
donde vemos a Perseo como la figura del héroe clásico de la mitología griega, después de
haber conquistado la victoria sobre aquella criatura que convertía a los hombres en roca con
solo mirarlos a los ojos. Muchos podrían interpretar en el personaje de medusa el prototipo
de aquella femme fatale que tanto aterroriza a los hombres, una representación de lo
femenino como algo casi demoníaco, seductoramente destructivo, ante el cual los hombres
no pueden ganar, es por eso que el decapitarla y mostrar su cabeza como signo de victoria
podría representar de cierta manera (sobre todo leyendo la obra desde nuestro contexto
ideológico actual) la victoria de lo masculino (lo bueno) sobre lo femenino (lo malo).

En la obra de Garbati podemos apreciar el espejo exacto de esta interpretación, y no


sería nada extraño que surgiera justamente como una inversión de la interpretación
feminista de la obra de Cellini. El mismo Garbati confirmó que su escultura había sido
creada en apoyo al movimiento feminista, y agregarían algunos “para derrocar al
patriarcado”, por lo que más que una interpretación subjetiva por parte de este análisis,
contamos con el sentido que el propio artista quiso otorgarle a la obra. Propone así un acto
de crueldad, la decapitación de un hombre, con una justificación moral implícita: la mujer
ha sido oprimida por el hombre, el cual representa la maldad en nuestra sociedad, por lo
que está perfectamente justificada su destrucción por parte de aquel sector que busca la
emancipación, aquel sector oprimido que por su simple condición posee una superioridad
moral. Es esto lo que nos permite sentir empatía hacia el individuo que comete el acto
cruel, el bien ha triunfado, podemos sentirnos satisfechos (solo dentro de esta nueva moral
progresista, ya que hay que puntualizar que la sensibilidad de aquellos que siguen
sumergidos en el arraigo machista podría resultar herida).
Es un ejemplo interesante, ya que al pertenecer a un movimiento “subversivo” algunos
podrían considerar esta escultura como una expresión de “crueldad ética”, definida por
Ovejero como el opuesto de la crueldad moralizante: la crueldad ética es aquella que en
lugar de adaptarse a las expectativas del espectador las desengaña y al mismo tiempo lo
confronta con ellas (Ovejero, 2012, p. 61). En otras palabras, es aquella forma de crueldad
que saca al espectador de su zona de confort, que lo hace cuestionarse sus propios
principios morales y lo deja en un estado de incertidumbre, pero para lograr dicho estado es
vital cierto nivel de ambigüedad, el no presentar de manera tan tajante las posturas sobre lo
bueno y lo malo (y lo que muchas veces se hace, como en este ejemplo, es simplemente
presentar la versión opuesta a los valores dominantes como una verdad absoluta, lo cual
genera, naturalmente, nada más que rechazo), sino que más bien necesita conjugar
elementos de posturas contrarias, mostrarlas confrontándose entre sí hasta llegar a un punto
en el que se abra la posibilidad de encontrar absurda nuestra propia postura, o al menos se
tambalee lo suficiente para que no nos parezca ya una verdad incuestionable. Por tal razón,
podríamos afirmar que esta obra en particular, que, como se mencionó anteriormente, es de
naturaleza simplificadora y absoluta en su moral, no plasma una forma de crueldad ética,
sino de crueldad moralizante (o “conformista”), solo reafirma la visión del bien y el mal del
sector al que se encuentra dirigido, a pesar de poder resultar chocante para otros sectores de
la sociedad, no genera en ellos esa duda incómoda que quisieran jamás hubiera surgido, que
destruya parte de su sentido común.

Nos encontramos ante una obra que cristaliza todo un movimiento ideológico y una
moral específica, que totaliza sus premisas morales en términos simples y absolutos, qué
mejor manera de cristalizar un ideal que por medio de una escultura, de ese momento
paralizado que se torna atemporal, que se descontextualiza para tornarse él mismo en su
contexto, que se explica y se basta a sí mismo, cuya inmanencia logra reafirmar nuestras
certezas sobre la realidad; es en sí misma una certeza.

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