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Respecto al tema, se retoma la obra de Luciano Garbati realizada en el año 2008 (Figura
1) es un claro ejemplo de este tipo de moral reduccionista, y de lo que Ovejero propone
como “crueldad moralizante”. Cabe mencionar que nos encontramos en un momento
histórico de coyuntura política y social en el que parecen chocar diferentes sistemas de
creencias y valores que coexisten dentro de una misma sociedad, dentro de un mismo grupo
(desde la escala micro hasta la macro). Las ideologías progresistas emergentes tratan de
auto otorgarse una justificación moral, que en muchos casos termina siendo aquella versión
simplista y reduccionista que señala con el dedo al malvado ente causante de su desgracia,
y de la desgracia del mundo en general, una visión maniqueísta que plasma de la manera
más densa, concreta y absoluta tanto al bien como al mal. El feminismo, en su versión más
burda (no en su versión académica), no está exento de tal reducción, y en muchas ocasiones
se ha tomado al hombre como el villano de la historia, sin llevar a cabo un análisis más
profundo de la sociedad patriarcal y machista, en la que la mujer tiene un papel clave de
reproducción (de las creencias y los hábitos que una madre inculca a sus hijos varones, por
poner un ejemplo).
Nos encontramos ante una obra que cristaliza todo un movimiento ideológico y una
moral específica, que totaliza sus premisas morales en términos simples y absolutos, qué
mejor manera de cristalizar un ideal que por medio de una escultura, de ese momento
paralizado que se torna atemporal, que se descontextualiza para tornarse él mismo en su
contexto, que se explica y se basta a sí mismo, cuya inmanencia logra reafirmar nuestras
certezas sobre la realidad; es en sí misma una certeza.