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El Sujeto y Sus Drogas PDF
El Sujeto y Sus Drogas PDF
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2009
El Sujeto y sus Drogas
Rodrigo Tenorio Ambrossi
A: Xavier, Lorena y Santiago
ÍNDICE
Antes de leer..................................................................................... 11
Prólogo .............................................................................................15
Introducción...................................................................................... 25
UNO
MUNDO Y SABERES ............................................................................ 37
El sujeto excluido....................................................................... 41
Drogas y representación............................................................. 52
Adicción y sacrificio .................................................................. 62
Las mujeres como ausencia ....................................................... 72
DOS
LAS RAZONES RAZONABLES ................................................................ 87
Caminos del saber ...................................................................... 92
El sujeto es su moda................................................................. 103
Al vislumbrar la adolescencia .................................................. 112
Puertas que se abren................................................................. 122
Megamercado de lo real........................................................... 131
Bizarras nominaciones ............................................................. 140
TRES
EL MUNDO DE LA AMBIVALENCIA ...................................................... 145
Energizar la vida ...................................................................... 150
Las rutas del sufrimiento.......................................................... 163
9
CUATRO
SUJETO Y ACONTECIMIENTO .............................................................. 183
Del relax al éxtasis ......................................................................... 188
Identidad interminable .................................................................... 211
Solidaridades epocales.................................................................... 220
La eterna juventud .......................................................................... 228
QUINTO
ENFRENTAMIENTOS NECESARIOS ....................................................... 235
Entre la violencia y la tolerancia ............................................. 240
La ética del sistema.................................................................. 257
Es posible no usarlas................................................................ 264
Presiones y discordias ............................................................. 282
Retorno del sujeto .................................................................... 290
Crimen y castigo ...................................................................... 301
Las puertas del paraíso............................................................. 313
Bibliografía.................................................................................... 319
10
ANTES DE LEER
11
hendija en la reconstrucción del conocimiento de la cultura con-
temporánea, la ética y estética de las nuevas generaciones.
Este texto de Rodrigo Tenorio nos convoca a interpretar las
significaciones que se traslucen a través de los discursos produ-
cidos en su situación de epocalidad, condición elemental e irre-
nunciable para alcanzar un conocimiento más allá de los juicios
permanentes e ideologizados.
El autor nos induce a percibir la posición del mundo adulto
que priva de sentido a etapas vitales anteriores a la adultez, ne-
gando a adolescentes y jóvenes su condición de seres provistos
de “lenguajes, deseos, temores, placeres y sufrimientos”. Este
desconocimiento nos habla de décadas de fracasos que nos han
imposibilitado aproximaciones verdaderas en la comprensión
incluso del uso de las drogas. Parte de esas preocupaciones fa-
llidas es una añoranza y temor que se han repetido históricamen-
te, ante la así llamada desculturización, que trae consigo un re-
chazo a lo diferente, a los cambios irreversibles del mundo. Co-
mo nos dice el autor: “Las drogas aparecieron como producto de
esos giros (cambios) y se instalaron en el mundo del que no se
les podrá erradicar con ningún tipo de guerra sino probablemen-
te con nuevos discursos que se encarguen de construir nuevas
adolescencias menos abandonadas, más incluidas en las prácti-
cas sociales”.
En el discurso social se ha perdido la condición de referirse
a los sujetos de manera definida, sin prejuicios teóricos e ideo-
lógicos. En su generalización se encuentra una única representa-
ción: los adictos, convertidos en enfermos por la construcción
social.
El autor reconoce que los ángulos de observación de los
actos de ese sujeto provienen de la ética, la estética, la econo-
mía, sociología, política, psicología, psicoanálisis, semiolo-
gía. Sin embargo, esta amplitud de enfoques se ve reducida por
los encasillamientos previos del fenómeno en los espacios del
bien y del mal.
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Uno de los informantes, que fuera calificado como todos
ellos a partir de un perfil rigurosamente formulado, reflexiona
sobre los conflictos de la persona que no se encuentran en los
usos de drogas sino en la servidumbre a lo placentero. Lo que
nos llevaría a centrar el placer en un objeto de un único senti-
do. Un sujeto capturado por las cosas se aleja de su fuente
original del placer y del goce, que sólo puede ser alimentada en
la relación con el otro. El otro, en tanto fluencia de sentidos.
Como en La comedia humana, el autor presenta una figura,
el avaro, que “es un ejemplo extremo de este proceso puesto que
para él lo que cuenta es la cosa en tanto acumulada, guardada y
no utilizada. A diferencia del otro que consume cosas para sus
goces, el avaro pretende gozar en acumularlas.”
Las predecibles consecuencias de este libro tendrán que no-
tarse profundamente en las rutas transitadas y por transitarse del
conocimiento y en las prácticas humanas. Y en esto, la gratitud
que merece el autor es muy grande.
13
PRÓLOGO
15
Una realidad, por otro lado, construida por múltiples niveles
que, en una interacción dialéctica, no sólo se complementan sino
que se interconstituyen. De ahí que las lecturas, los modelos de
interpretación de los problemas ligados a las drogas, no sólo se
hayan visto rápidamente superados sino que, todos y cada uno de
ellos, se muestran claramente insuficientes para explicar una to-
talidad multiforme, de dinámica vertiginosa, y progresivamente
más voraz en invadir estratos y parcelas de la vida social.
Las drogas han dejado de ser hace tiempo (la verdad es que
nunca lo fueron) esa amenaza extraña, alienada del cuerpo so-
cial, emergente maléfico de unos “otros” que, con intereses muy
ajenos a los que comparte la sociedad sana, nos sitúa a todos en
el terrible pero enormemente cómodo papel de víctimas pasivas.
Como los consumidores también hace mucho que rompieron los
moldes que permitían catalogarlos como personas incompletas,
como sujetos de una insuficiencia biológica (enfermos, físicos o
mentales) o de una incompletud moral (perversos, viciosos o de-
lincuentes). Igualmente, estallaron las costuras de ese rígido cor-
sé exculpatorio que catalogaba a las sociedades, a los países, en
zonas de producción, de tráfico o de consumo; una maniobra
que, so capa de descripción de un estado de situación desde la
perspectiva geográfica, daba pie a todo tipo de manipulaciones,
exculpaciones y proyección de responsabilidades.
Es obvio que estamos ante algo de carácter global, lógica-
mente con distintos énfasis en sus circunstancias e impactos lo-
cales, pero que impregna las estructuras y las dinámicas socia-
les de gran parte del mundo. Un fenómeno que, si tiene esas ca-
racterísticas, es porque se desarrolla en un contexto de sociedad
global, en la que los cauces de la regulación hace mucho que
fueron superados por una anárquica riada de comunicaciones y
de trasvase de culturas que, sin llegar a homogeneizar nada, ter-
mina por mezclar y confundirlo todo.
Los consumos de drogas, sin que en algunos casos hayan
perdido su carácter de elemento compensador de déficits
16
estructurales, se sostienen y adquieren su sentido en el ámbito
de unos grupos sociales que priorizan determinados valores
(acaso el autor del libro preferiría decir que argumentan su “de-
seo” de una manera particular), que enfatizan consecuentemen-
te unos estilos de vida relegando otros al rincón de la historia y
que buscan (casi necesitan) los estímulos precisos para actuar
esa manera de estar en el mundo y para mantener la fantasía de
vida y sociedad que ésta última hace necesaria.
De ahí que esos consumos se extiendan de manera transver-
sal aunque lógicamente impacten más directa y ampliamente a
los grupos que mejor representan lo que se quiere subrayar.
Los consumos de drogas no son sólo cosa de jóvenes, mu-
cho menos aún de adolescentes, aunque sí son éstos los que me-
jor simbolizan lo que esos consumos significan, precisamente
porque, aún con las características propias de su situación evo-
lutiva, ejemplifican con ese comportamiento tanto sus necesida-
des de identificación a través de la ruptura, como de integración
en un grupo amplio que marca las pautas y las prioridades: no
infrecuentemente hemos encontrado en alguna investigación
que, lejos de ese estereotipo uniformador de “la juventud”, hay
cohortes de jóvenes que se parecen más a sus padres y al grupo
de referencia de éstos que a otros conjuntos de chicos y chicas
de su edad.
También en algún momento podría haberse dicho, acaso
en ciertos medios todavía sea así, que las drogas son cosa de
varones; sin embargo, en otros muchos lugares hace tiempo
que esa circunstancia dejó de ser cierta y las mujeres, aún con
sus propias características, se incorporaron ampliamente a los
consumos. En el mismo sentido, la presunción de que deter-
minadas variables indicativas de deprivación socioeconómica
constituían factores definitorios para el uso de sustancias psi-
coactivas se vio ampliamente desbordado por la evidencia del
aumento de diferentes consumos a medida que crecía el nivel
de vida.
17
Igualmente, presupuesto de que la ruralidad, espacio y reser-
vorio de virtudes tradicionales, se mantendría distante de estas
prácticas, más propias de una cultura urbana, más anómica y
“perversa”, hace también tiempo que (al menos en España) se
mostró como una fantasía insostenible. Definitivamente, los
consumos de drogas parecen ser un fenómeno transversal a toda
la sociedad.
El horizonte de estos consumos parece circunvalarnos, por
mucho que esté distintamente iluminado o en sombras. Lejos de
ese estereotipo falsificador que supone unos grupos sociales
“puros” amenazados desde el exterior, las drogas revelan un es-
cenario en que lo que nos sucede tiene que ver con nosotros y
extrae su sentido de las múltiples circunstancias que nosotros
mismos condicionamos. Y, evidentemente, todo esto define una
situación compleja.
También son signos de complejidad, y son muy diferentes
los niveles de conflictividad que las drogas pueden significar a
través de sus consecuencias directas o indirectas y a través de
los resultados de lo que estamos haciendo para controlar (o ha-
cernos la ilusión de que controlamos) esas consecuencias. No
creo que sea una sorpresa para nadie el señalamiento de que tan
importantes como los impactos negativos de algo, pueden serlo
los que se derivan de lo que se hace para atajar ese algo. Sobre
todo si se trata de respuestas simplificadoras de una realidad
compleja.
Esta complejidad alcanza su máxima expresión cuando nos
hacemos conscientes de que, ya desde el principio pero sobre to-
do a partir de nuestras manipulaciones, en las pretendidas solu-
ciones, aparecen mezcladas, hasta crear un confuso amasijo de
objetivos, cuestiones relativas a elementos diferenciados del fe-
nómeno (producción primaria, elaboración, comercialización,
consumos, adicciones, problemas) y pertenecientes a planos dis-
tintos aunque interrelacionados (la cultura, la economía, la éti-
ca, la normatividad legal, la salud o la patología sociales…).
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De ahí que, en mi opinión, acaso la principal virtud de este
libro sea que, no tanto aporta una determinada lectura de la cues-
tión que enfrenta, que sí lo hace, sino que aborda esa lectura de
una forma que abre una perspectiva enriquecedora, más apta pa-
ra dar cuenta de la complejidad. Personalmente, estimo que la
mirada escrutadora (más que desveladora) con que el autor en-
cara los fenómenos, resulta un impagable estímulo para ir más
allá en la comprensión; incluso más allá de donde el mismo au-
tor nos lleva. No es ajena a la mirada analítica esa necesidad de
cuestionar, de tratar de ver el otro lado de lo que aparentemente
se ve, de preguntarse por las razones que están detrás de lo que
de entrada se nos antoja universal.
Claro que para eso, y aquí situaría la segunda parte de la pro-
puesta con la que iniciaba este prólogo, hay que leer el libro con
el mismo espíritu con que ha sido escrito: armados de la crítica,
montando la curiosidad sobre la duda, tratando (vana pretensión,
pero necesaria) de desnudarse de prejuicios, no tomando como
dogma de fe, como razón última, ni siquiera lo que el autor nos
cuenta. Estoy seguro de que para él, para el autor, sería más tras-
cendente conseguir transmitirnos su forma de pensar que las con-
clusiones a las que ha llegado con esa manera de interrogarse.
Porque el fenómeno de los consumos de drogas es complejo,
presenta siempre aspectos a develar, aspectos discutibles, sobre
los que se han hecho interpretaciones que conviene cuestionar.
Porque está cargado de ideología y de juicios de valor (prejui-
cios), es necesario no sólo cuestionar las interpretaciones de los
otros sino, quizás más aún, las propias certidumbres. Así, con esa
mirada cuestionadora, es como creo que hay que leer este libro,
porque el propio libro enseña que hay que leer de esa forma.
Todos los textos precisan de buenos lectores; éste especial-
mente. En una surrealista y magnífica película española, realiza-
da por José Luis Cuerda: “Amanece, que no es poco”, uno de los
esperpénticos y desveladores personajes, el “escritor” del pue-
blo, ante la demanda de un vecino de que le deje su novela,
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responde escandalizado “Para qué te la voy a dejar… . Para que
la leas mal y me la jodas… ” Y apostilla ante la insistencia del
otro “!Que nooo! Que no es la primera novela que se jode por
leerla mal”. Pues eso, que no leamos mal este libro. Que enten-
damos que, más que lo predice, hay que incorporar la estrategia
por la que se llegan a decir esas cosas, una estrategia que pone
en solfa supuestas verdades tópicas y abre vías, más complejas
y aproximadas, de interpretación.
En cualquier caso, ni la complejidad permite negar la validez
de intervenciones parciales, que obviamente son no sólo necesa-
rias, sino las únicas posibles (otra cosa es que se deban hacer te-
niendo en cuenta el horizonte de la totalidad), ni la exigencia de
cuestionamiento de las aparentes certezas legitima la censura de
aquellas postulaciones a las que se vaya llegando en sucesivas
aproximaciones. Así, el énfasis en la virtud del texto como
provocador de reflexiones no puede ser obstáculo para subrayar
muchos de sus hallazgos. De suerte que me parece necesario ha-
cer referencia a una serie de conclusiones que, personalmente,
suscribiría en términos absolutos (la propia exigencia de cuestio-
nar mis certidumbres me lleva a añadir “en estos momentos”).
Son conclusiones que el propio autor explicita o que son fácil-
mente deducibles de lo que él dice, y que, para que no haya lu-
gar a dudas, quiero trasladar en un lenguaje discursivo diferente
del que se utiliza a lo largo del libro. Es más, en pro de esa con-
tundencia y a costa de transgredir el formato habitual de un pró-
logo, las enunciaré en forma de decálogo.
1) Las drogas no van a desaparecer. Debemos renunciar a esa
fantasía maximalista, más auto tranquilizadora que otra co-
sa, para plantearnos objetivos más realistas de convivencia
con las drogas; una convivencia que no supone en ningún
caso ni la aceptación ni la desvalorización de los riesgos de
la misma, sino sólo el reconocimiento de una realidad cuya
potencialidad conflictiva hay que minimizar en lo posible.
2) En el ámbito de los conflictos sociales, las cosas no son
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tanto como son cuanto como la gente cree que son. La per-
cepción colectiva de los llamados problemas de drogas no
sólo los transforma sino que puede llegar a constituir una
buena parte de los mismos. De ahí que sea urgente la nece-
sidad de normalizar y de tratar de objetivar las dificultades,
tratando de evitar la instrumentalización de éstas (tanto la
propia como la de los demás).
3) Los problemas de drogas no son algo extraño a nuestro propio
entramado social. Es éste el que los condiciona, les da sentido,
los explica y puede intentar modificarlos o paliarlos. No tiene
sentido esa visión maniquea de que “los malos son los otros”
que nos asedian. Esto no sólo es falso sino que nos coloca en
una posición despersonalizada y por ello tranquilizadora, pero
casi suicida por la inhibición y la impotencia que supone.
4) Las drogas condicionan los problemas pero no son la expli-
cación última, mucho menos la única, de los mismos. Ni las
razones de los consumos, ni la explicación de la problema-
ticidad de éstos, están sólo en las sustancias. Sin negar que
estos productos poseen la potencialidad, no siempre ni en to-
das las circunstancias, pero sí con frecuencia, de troquelar
biológica y psicológicamente a las personas y con ello con-
dicionar comportamientos, es en el sujeto donde podremos
encontrar explicaciones más completas sobre las razones del
consumir y del enfermar.
5) Cuando se habla del sujeto, no se puede no hacer referencia
a las múltiples dimensiones de éste. El sujeto “biológico”,
que se ve fundamentalmente afectado por el proceso adicti-
vo, el sujeto “identitario” que es en quien cabe (al menos
hasta que no se instaura la adicción) la decisión de consumir,
y el sujeto “social”, que participa e incorpora a su identidad
los elementos contextuales de la sociedad en la que vive.
6) En este último sentido, no cabe imaginar que los sujetos que
consumen lo hagan por razones totalmente ajenas al contex-
to social. Será este contexto, con sus prioridades y su jerar-
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quización de valores y finalidades, quien genere el caldo de
cultivo en el que se desarrollan las voluntades individuales;
al menos en una perspectiva macro. Lejos del estereotipo
que presume que “los consumidores han perdido los valo-
res”, más bien sería dado pensar que los consumidores re-
presentan una parte de los valores emergentes. De ahí que
pueda hablarse de las drogas como fenómeno social.
7) Ni todas las drogas son iguales, ni todos los consumos pue-
den catalogarse de idéntica manera. No es igual el consumo
experimental que el habitual, que el abusivo o el compulsi-
vo. Como no es lo mismo usar una sustancia que otra. Ni
buscar unas u otras finalidades en las drogas. Los niveles de
riesgo pueden ser radicalmente distintos, y el equipararlos
en una globalización conceptual (que siempre se apunta a las
mayores cotas de peligrosidad), es una ingenuidad o una
manipulación más o menos intencionada.
8) Consumo y problema no son términos sinónimos. Es cierto
que consumir entraña riesgos pero no es legítimo confundir
ambos términos. Cuando se hace, en el mejor de los casos a
partir de lo que se podría llamar voluntarismo preventivo
(igual que cuando las amenazas se enfatizan hasta la carica-
tura), muy frecuentemente lo único que se consigue es una
desvalorización del propio discurso.
9) Las estrategias preventivas tienen que priorizar el trabajo
con el sujeto y sobre el contexto de ese sujeto. En otros tér-
minos, es preciso enfatizar las tareas destinadas a reducir (o
racionalizar, o hacer menos patológicas), las demandas. Las
fórmulas destinadas a controlar la oferta son necesarias y
justificadas (sin entrar en las condiciones precisas para al-
canzar esa justificación), pueden ser muy útiles e, indiscuti-
blemente, tienen que ser mejoradas, pero no se puede espe-
rar de ellas la solución radical de los problemas.
10) Ni la prevención ni mucho menos la asistencia a las perso-
nas con problemas deben vincularse en términos absolutos
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al no consumo. También son objetivos preventivos el consu-
mir menos, consumir más tarde, consumir menos tiempo,
consumir con menos riesgos o hacer que los consumos ocu-
pen menos espacio (sean menos significantes), en la vida de
las personas. Y, por supuesto, quien no quiere o no puede de-
jar de usar drogas, no por ello pierde el derecho a ser aten-
dido; en ningún caso pierde su condición de persona.
Quizás como resumen de este decálogo, retomando otra vez
el tono discursivo del autor, nada mejor que otra cita del texto.
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INTRODUCCIÓN
El batir del sueño es toda mi mente.
Soy mi ritmo. Ovillo mi madeja
más y más profundo en el laberinto
para hallar la unión de los caminos,
para hallarlo antes de que el héroe encuentre
al prisionero del Laberinto,
al horror coronado de cuernos al fin
de todos los corredores, mi amigo.
Lo guío lejos. Él se arrodilla para pacer
la hierba espesa sobre la tumba
y la luz se mueve entre los días.
El héroe encuentra un cuarto vacío.
Busco mi ritmo. Bailo mi deseo,
saltando los anchos cuernos del toro.
URSULA K. LE GUIN
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Unidades fue la de un mundo libre de drogas (junio de 1998).
En contra de lo esperado, no solo que el mundo sigue con dro-
gas sino que, además, estas se han incrementado como presen-
cia y como objetos de uso.
Y es que las drogas en sí se han convertido en un problema
que crece sin que haya nada que lo detenga. Es probable que el
hecho de haberlas transformado en problema sea lo que impide
o, por lo menos, dificulta su solución. “La prohibición de las
drogas ha modificado la sociedad en aspectos fundamentales.
En particular, las estructuras políticas generadas para mantener
la prohibición son de tal magnitud que han pasado a convertirse
en un problema por sí mismas”, comenta Jordi Cebrián (2007).
En octubre de 2008, en México, los países latinoamericanos
debieron aceptar que las acciones desarrolladas habían sido in-
suficientes y hasta perjudiciales porque se logró “la criminaliza-
ción del consumo, (el) alto costo del combate al narcotráfico,
(la) sofisticación del funcionamiento de los carteles, las (inade-
cuadas) acciones en los tratamientos de las adicciones, (las) vio-
laciones de los derechos humanos”.
En la última reunión en Viena (2009), se reconoció que la
propuesta Un mundo libre de drogas, a más de ser utópica y no
respetar la autonomía subjetiva, ha provocado severos costos a
los usuarios de sustancias prohibidas y a las sociedades. Algo
nunca antes visto ocurrió también en la convención: allí se ter-
minó reconociendo que “las políticas aplicadas hasta ahora han
favorecido a los grandes carteles de la droga, que en este perio-
do se han hecho más ricos y poderosos”. Por otra parte, se pidió
a los Gobiernos mayor coordinación y se recriminó el derrotis-
mo de los que apuestan por la legalización. “Debemos encontrar
un punto intermedio entre criminalizar y legalizar, planteando la
estrategia menos como una guerra y más como la cura de una
enfermedad social”.
Por su parte, la Comisión Europea fue enfática al señalar que
la estrategia de lucha contra la droga a nivel mundial, acordada
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en 1998 en el marco de las Naciones Unidas, no ha logrado los
resultados esperados, pues, como reza el informe sobre la cues-
tión a escala global, “no hay ninguna prueba de que se haya re-
ducido el problema” ni existe “ningún elemento” que haga pen-
sar que el acceso a las sustancias ilegales sea “más difícil”. Más
aún, el informe señala que la situación “ha empeorado, a veces
de manera brutal”, muy especialmente en los considerados paí-
ses emergentes.
Como parte de nuevas visiones y perspectivas, la declaración
de la estrategia a seguir hasta el año 2019 ya no tiene el tono
triunfalista de décadas anteriores y no es vinculante, pese a que
insiste en que su “objetivo final” será “minimizar y eventualmen-
te eliminar la disponibilidad y el uso de drogas ilícitas”. En otras
palabras, se mantendrá la tolerancia cero al uso de sustancias de-
claradas ilícitas y nada de políticas de reducción de daños.
Es probable que una de las múltiples razones de estos fraca-
sos se deba al tipo de discurso sobre las drogas que se ha elabora-
do a lo largo de las últimas décadas. En efecto, se ha tratado de
unificar los discursos de tal manera que, en todas partes, los sen-
tidos sobre las drogas sean siempre los mismos, dejando de lado
cualquier intento de realizar distingos del orden que fuesen. Es de-
cir, esta univocidad en el sentido ha pretendido que el concepto
droga signifique lo mismo para el productor, el traficante y el ado-
lescente que, por primera vez, comparte un porro con sus amigos.
Porque ya no es dable que se siga hablando de las drogas co-
mo si fuese una realidad unívoca. Hace falta reconocer que no se
trata tan solo de una cosa material sino de una realidad que es
acontecimiento, rito, llamamiento, oferta, placer, sufrimiento. Por
lo mismo, es indispensable tomar en cuenta tanto su valor polisé-
mico como su complejidad social, política, ética. Esta complejidad
no nace de las drogas en sí mismas sino de las relaciones que han
establecido con los sujetos políticos y sociales, con la variedad de
discursos y posicionamientos afectivos que no cesan de provocar.
Es probable que parte del fracaso de la lucha contra las
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drogas tenga que ver con esa suerte de olvido de los usadores
que se ha dado a lo largo de estos tiempos. Los denominados
consumidores de drogas han sido colocados en el último eslabón
de una cadena de relaciones lineales que comienza en la produc-
ción. Pese a algunas declaraciones que tratan de mirar el proble-
ma desde otras perspectivas, los consumidores, al convertirse en
demandantes de droga, activan el sistema que, a su vez, incre-
menta esta demanda con una mayor oferta. Mientras los Estados
y las comunidades no abandonen esta manera lineal de analizar
la complejidad, nada o casi nada cambiará en lo que se refiere a
los sujetos que usan drogas.
En sí mismas, las drogas son cosas hechas, desde los espa-
cios ilícitos, no necesariamente para cubrir una supuesta deman-
da, sino para acrecentar el enriquecimiento perverso de un gru-
po al que nada le interesa lo que desean, piensan, experimentan
el niño, el adolescente y el adulto cada vez que se acercan a una
droga con demandas siempre nuevas.
Para la dinamia del narcotráfico, el adolescente queda borra-
do como sujeto pues ha sido convertido en un consumidor que
llena las arcas sin fondo de un negocio al que no le interesa nin-
guna otra consideración que no sea la económica. De hecho, pa-
ra el narcotráfico, en todas sus etapas, el sujeto permanece ab-
yectado, es decir, convertido en cosa.
Es necesario rescatar al sujeto: colocarlo, de una vez por to-
das, en su lugar, fuera de la supuesta cadena causal de las dro-
gas, para devolverlo a los lugares que le pertenecen, es decir, al
espacio de los lenguajes sociales y generacionales propios, a los
lugares mágicos de sus deseos, al de los placeres y sufrimientos
que le pertenecen. De ninguna manera se trata de dar la espalda
a los múltiples problemas que generan las drogas en los campos
políticos, económicos y sociales. Tan solo se pretende sacar a los
usadores de esa batahola de causas y efectos para rescatarlos en
su subjetividad porque tan solo allí será posible escucharlos y
brindarles ayuda, si la demandan.
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Como todo país latinoamericano, Ecuador se halla atravesa-
do por la presencia de drogas que, de múltiples maneras, afectan
su existencia cotidiana, su política nacional e internacional, su
economía, las éticas privadas y públicas. Como miembro de los
organismos internacionales y por su propia iniciativa y respon-
sabilidad, el país ha realizado ingentes esfuerzos para enfrentar
el problema en sus diferentes espacios.
Sin embargo, al mismo tiempo que ha respondido a los mo-
dos oficiales de analizar el problema, también está realizando
serios esfuerzos para producir nuevos giros que permitan mirar
el problema desde otras perspectivas. Estos giros tienen que ver
con el intento de rescatar, de una vez por todas, la realidad de los
sujetos, la de sus deseos y la de sus experiencias tanto en el or-
den del placer como en el del sufrimiento.
Desde esta nueva perspectiva, el Consep ha colocado su mi-
rar y escuchar en los sujetos, usadores o no, para conocer y en-
tender esos usos y escenarios lingüísticos en los que se producen.
Esto ha implicado abandonar la idea de que ellos constituyen el
punto final de una supuesta cadena de relaciones. Presupone res-
catar a los sujetos en su propia complejidad y no como parte de
un fenómeno que se resiste a cualquier clase de simplificaciones.
En efecto, los usadores representan la parte menos real, más má-
gica y, por ende, la más sensible en todos los sentidos del térmi-
no, porque se hallan constituidos por series indeterminadas de
decires, creencias, expectativas, placeres, persecuciones, goces y
malestares.
Para lograr estas nuevas perspectivas, es necesario construir
otras certidumbres sobre las actuales culturas juveniles que, por
supuesto, no forman parte de una época de tinieblas ni sobrevi-
ven salvados a diario de los insondables abismos humanos. Eso
no pretende afirmar que no sean conscientes de los males que
aquejan a las sociedades y que no hayan hecho del principio de
la solidaridad su mejor tabla de salvación en el día a día de la
existencia.
29
Como en mi texto anterior (2003), en el presente se han deja-
do de lado términos como consumir y consumidor porque se desea
descubrir los diferentes juegos de lenguaje que se producen con
otras palabras como usar y usador. De esta manera se busca iden-
tificar los diferentes juegos de lenguaje que se producen y repro-
ducen entre los sujetos que usan drogas que, en ese momento, de-
jan de ser cosas para convertirse en metáforas destinadas a signifi-
carlos en su tiempo y en su deseo, en sus placeres pero también en
sus sufrimientos. Así se busca crear nuevos dispositivos de saber
que el presente trabajo pretende señalar y analizar.
Sobre cada acto de un sujeto se posan miradas múltiples
que provienen de la ética, la antropología, la sociología, la
política, la psicología, la filosofía y el psicoanálisis. Pero esta
multiplicidad de miradas se reduce a nada cuando los actos han
sido previamente calificados por la sociedad, como acontece
con los usos de drogas ubicados en los espacios polisémicos del
mal. Históricamente, el mal posee más cuerpo y fortaleza que
el bien, es más visible y más oculto al mismo tiempo. Porque se
lo considera con poderes omnímodos y eficaces, a lo largo de
las épocas, las sociedades y las culturas se han empeñado mu-
cho más en especificar, ubicar y perseguir el mal que en fomen-
tar el bien. La cultura occidental, desde la vieja Europa, se le-
vantó sobre las pilastras de guerras armadas en contra de un mal
supuestamente definido con claridad pero que siempre fue más
supuesto que real, tal como aconteció con las guerras religiosas
cuyo ejemplo paradigmático fueron las Cruzadas. Desde me-
diados del siglo XX, Occidente arma dos nuevas cruzadas: la
lucha contra las diferencias ideológicas y económicas y la gue-
rra contra las drogas.
Se trata de rescatar al sujeto existente entre sujetos que par-
ticipan de similares juegos de lenguaje y que no se consideran
parte de un mal universal cuando se ponen en contacto con las
drogas para usarlas como parte de esos lenguajes que no se
construyen al margen de la ética sino con otras éticas que exigen
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no solo análisis críticos sino también una buena dosis de com-
prensión social y representacional. Convendría comenzar acep-
tando que se trata de generaciones a quienes caracteriza, ya no
la lucidez o la transparencia, sino la ironía y los misterios.
Adolescentes y jóvenes constituyen conjuntos inacabados
de decires que se producen y reproducen en el campo del deseo
y el lenguaje, en ese maravilloso intercambio de mutuidades con
las que hacen historia: la suya y la del país. Sujetos con deseos
y que no exigen escenarios particularmente especiales para su
demostración sino que se expresan en todas y cada una de las ac-
ciones de la vida cotidiana.
Los usos de drogas pertenecen al orden del deseo mientras
que el tráfico se enmarcaría en el desprecio de la ética social. El
tema del deseo implica la aceptación de un sujeto constituido so-
bre la base de un vacío inllenable: el vacío del ser. En este espa-
cio, las drogas ocupan un claro lugar remitente porque no son
ellas las buscadas en su materialidad, es decir, en tanto cosas, si-
no cuando, dotadas de valor significante, son capaces de susti-
tuir a sujetos, relaciones perdidas o nunca habidas, promesas no
cumplidas de bienestares probablemente imposibles. Cada uso
de droga constituiría, pues, un acto de espera y esperanza en un
mundo que no se cansa de prometer la salvación y la bienaven-
turanza, el gozo sin límites y el fin de la muerte.
Es posible extrapolar al sujeto de la realidad concreta de las
drogas para crear nuevas realidades hechas por el sujeto desde
su deseo. Ello demanda la presencia de una hermenéutica perso-
nal que se desarrolle en cada hecho o acto de uso, entendiendo
también este acto como parte del espectáculo al que pertenece
cada sujeto.
Por otra parte, no sirven ni las generalizaciones ni homolo-
gaciones de los sentidos. Las drogas del traficante son distin-
tas a las de la Policía que las incautas y a las del Estado que
crea políticas para destruirlas. Son diferentes las drogas de un
papá que siente que su mundo representacional y afectivo se va
31
al suelo cuando se entera que su hijo la ha usado por una sola
vez. Y muy distintas las drogas de alguien que las usa de cuan-
do en vez, o del otro que lo hace con frecuencia o de aquel que
las convoca a diario para sostener una cotidianidad que, sin
ellas, se vendría abajo.
No es dable desconocer que los poderes políticos y econó-
micos promueven los usos a través de los megadiscursos del
consumismo, asegurador infalible de placeres, que cada vez po-
seen menos límites. Ante la exigencia categórica de vivir la co-
tidianidad desde lo hedónico, ¿por qué no mirar que las drogas
se encuentran en esa lista inacabada de objetos encargados de
hacer de la felicidad un producto y no una creación?
Este trabajo se ha propuesto escuchar a adultos, adolescen-
tes y jóvenes del mundo real y mágico del país, gente común y
corriente que vive su cotidianidad como aquello que le corres-
ponde, que construye interpretaciones sobre todo lo que aconte-
ce como condición de vida. Mujeres y hombres, de los estratos
populares y medios altos, estudiantes de colegio y de universi-
dad, maestras y profesores hablaron sus lenguajes y expusieron
sus imaginarios sobre la complejidad de la droga presente en la
casa, el colegio, la universidad. Hablaron de esas drogas en tan-
to han llegado a formar parte de la cotidianidad de adolescentes
y jóvenes a lo largo y ancho del país sin mayores diferencias.
Lo hicieron en Cuenca, que dejó hace mucho rato de ser
conventual, pacífica y tradicional. Por el dinero que circula gra-
cias la emigración, que ya tiene más de 60 años, se han abierto
sus puertas a todo lo que está fuera de sus fronteras. Con dinero
fácil, chicos y chicas poseen mayores posibilidades para acceder
a objetos de consumo tal vez vedados en otros sectores del país.
Los usos de drogas forman parte de las nuevas formas de estar
al ritmo de los tiempos que legitima todo.
Como capital, Quito se constituye en el eje configurador del
país y el sentido de nacionalidad, de su organización social y
política. Por lo mismo, es preciso considerarla como modelo
32
privilegiado de intercambios culturales nacionales e internacio-
nales. Al tiempo que marca la diversidad económica y social,
señala las similitudes en todos los órdenes y sus diferencias. Se
ha convertido en el modelo de desarrollo social y también en el
lugar desde donde se derivan los imaginarios que hacen a las
otras ciudades de la región. Quito legitima, para el resto del
país, deseos, prácticas y expectativas en lo permitido y lo pro-
hibido, en lo nuevo y en lo antiguo.
Por su parte, Guayaquil ha experimentado una metamorfosis
para convertirse en una ciudad moderna y optimista que cambia
vidas y trae prosperidad. Más allá de su nuevo desarrollo urba-
nístico, representa la ciudad en la que los límites se deshacen
con una facilidad tal que podría ser conducida a su anulación.
Así, pues, todo es posible dependiendo de los lugares urbanos
que marcan a los sujetos que los habitan. Los barrios de la po-
breza dan la impresión de que subsisten en tanto carecen de lí-
mites. Allí la violencia, que fácilmente puede llegar a la cruel-
dad, anda de brazo con los elementos de la cultura que hacen a
los sujetos. En esos espacios, las drogas y sus usos se han con-
vertido en una realidad que parecería despojarse de sus valores
míticos para aparecer como realidad pura, en series de cosas y
acontecimientos que, al valer por sí solos, atentan contra la se-
guridad social. Esto ha conducido a que se termine asociando,
casi de manera necesaria, la violencia con las drogas en un ma-
ridaje que ya no soportaría divorcio alguno. Es decir, a más de
malhechor o criminal, el sujeto debe aparecer como drogadicto
y alcohólico, casi en una relación causa-efecto.
Lago Agrio posee su propia especificidad. Inicialmente de-
nominada Source lake (fuente del lago, manantial), por los tra-
bajadores de la Texaco, no se sabe cómo se convirtió en Sour
lake (lago agrio). Crece en el desorden de la migración interna
y los conflictos de la inmigración de gente de Colombia despla-
zada por diversos grupos levantados en armas, el narcotráfico y
las propias condiciones de vida de la frontera. Según algunos
33
especialistas, el éxodo responde en gran medida a la ejecución
del Plan Colombia, el cual pretende acabar con la coca, el nar-
cotráfico y la guerrilla. Su vida social es cada vez más comple-
ja por ese entretejido de conflictos cuyos actores no siempre
son visibles.
En buena medida, la zona norte del país se representa en Iba-
rra. Ciudad pequeña que aún conserva sus orígenes provincia-
nos, pese a que se ha convertido en centro turístico. Un tiempo
atrás se decía que allá acudían ciertos turistas en pos de drogas
fuertes. A diferencia de lo que podría acontecer en una ciudad de
la frontera, a Ibarra llegan no solo campesinos desplazados sino
también gente de las zonas urbanas de Colombia.
Machala ha sufrido cambios importantes de carácter urba-
nístico, con una población eminentemente joven. La ciudad cre-
ce y se desarrolla sobre la base de una economía cada vez más
consistente.
La población de Santa Cruz representa el mayor asentamien-
to humano del archipiélago. En general, la atención social de ca-
rácter local y nacional sobre la isla se ha centrado en la protec-
ción del medioambiente pero no en las personas. Es importante
la presencia móvil y constante de un sinnúmero de culturas, su-
jetos, usos y costumbres, cosas, modas y drogas.
Desde estos lugares se produjeron testimonios que dan cuen-
ta de las relaciones que se han producido entre los sujetos y sus
drogas, es decir, de las dinamias personales, sociales y familia-
res de las que las drogas forman parte. Estos decires se han con-
vertido en materia prima para un análisis que trata de explicar la
dinamia de los usos y la complejidad de las relaciones que se es-
tablecen entre los sujetos y las drogas.
No existen verdades sino metáforas e interpretaciones. Cada
relato no es un testimonio de verdad sino una cadena de interpre-
taciones elaboradas por el entrevistado. A su vez, estas interpre-
taciones han permitido construir nuevos saberes sobre la comple-
jidad de los sujetos en sus relaciones insalvables entre la droga
34
del tráfico y aquella que usa un adolescente en un momento de-
terminado de su cotidianidad. No es posible equipararlas porque
cada una posee sentidos y dinámicas diferentes. Por otra parte,
tampoco se pueden generalizar las drogas como si fuesen las mis-
mas para todos los usadores, puesto que cada uno deposita en ella
deseos y fantasías que pertenecen a los órdenes imaginarios de
los deseos. De esta manera se evitan las generalizaciones que sir-
ven para negar al sujeto y promover su desaparición.
Lo nuevo no consiste en lo espectacular de los hallazgos si-
no en los decires que dan cuenta de nuevas maneras de pensar,
apreciar y juzgar los mundos. Para todos, de manera muy parti-
cular para los responsables de políticas sociales, es indispensa-
ble partir del hecho inevitable e innegable de que las generacio-
nes actuales construyen culturas igualmente nuevas. Se trata de
las culturas juveniles que exigen nuevos códigos para su inter-
pretación, puesto que se hallan entre las producciones genera-
cionales y los estilos de interpretación. No se trata tan solo de
que las nuevas generaciones se ubiquen en distintos ángulos de
interpretación, sino de que aquello que interpretan es algo dife-
rente a lo que ven e interpretan las culturas de los adultos y, de
modo muy particular, los discursos oficiales. Se refiere, pues, a
un nuevo sentido de territorialidad cultural, pues ahí convergen
realidades como género, generación, autonomía y solidaridad.
Por lo mismo, es preciso tener presente que sobre las drogas
–quizás más que sobre otros temas socialmente conflictivos– se
ha estatuido un discurso que se resiste a toda modificación por-
que ahí ha estado siempre en juego una ética social claramente
establecida que juzga el bien y el mal si ninguna posibilidad de
modificación. Pero, cuando se lo revisa, se hacen evidentes las
repeticiones y los lugares comunes que impiden mirar el mundo
de los sujetos desde otras perspectivas: las de ellos que son las
que en definitiva cuentan.
Es probable que un cambio radical en estas representaciones
facilite una mejor comprensión del tema y permita la construcción
35
de nuevas formas de relacionarse con los sujetos y sus drogas. Es-
te podría ser uno de los logros de este trabajo.
Los informantes construyeron relatos y esos relatos, con las
variantes apenas circunstanciales, han permitido el texto que
viene a continuación. Homologados por sus léxicos, los decires
de aquí y de allá se asemejan, se igualan, se repiten. Este es el
país, el de las similitudes y diferencias, el de los contrastes.
Nietzsche decía que cada quien escribe para sí. Es posible
que, a lo largo de la vida, cada quien escriba y reescriba sobre
ciertos temas que lo apasionan porque, de manera insistente,
exigen aclaraciones, nuevas formas de acercamiento, diferentes
léxicos. Sin embargo, es imposible que la letra no sea para el
otro, para ese lector real y sobre todo imaginario que requiere de
estas palabras para él mismo y para construir por su cuenta sus
nuevos decires y saberes. Desde esta perspectiva, nadie escribe
para sí sino para el otro, que se encarga de completar lo que el
otro dice.
36
UNO
MUNDO Y SABERES
FOUCAULT
Cuando se aborda el tema de la droga, reducido a un singular co-
mo si ahí se dijese todo, es común que el sujeto sea aislado, qui-
zás olvidado o francamente presupuesto como si se lo conocie-
se tan bien que estaría demás cualquier especificación. De he-
cho, y a lo largo de las últimas décadas, toda la atención se ha
colocado en la materialidad de las drogas, de ese monstruo de
mil caras que, desde aproximadamente medio siglo, ha concen-
trado gran parte de los intereses de la sociedad. El sujeto nega-
do tiene que ver, de manera preferencial, con el sujeto de los
usos, es decir, aquel que aparece como el último eslabón de una
cadena que, curiosamente, tampoco posee un primer eslabón pa-
ra demostrarlo.
En esas miradas bastante simplistas y reduccionistas que sur-
gen de las perspectivas sistémicas o estructuralistas, el sujeto
usador es el gran responsable de la presencia de las drogas pues-
to que, a causa de sus demandas, aparece calificado como consu-
midor en el mapa de las relaciones que establecen el traficante, el
procesador, el fabricante y el que siembra la marihuana o la ama-
pola. Relaciones elementales que llaman a eliminar los sembríos
y encarcelar a los traficantes para que desaparezcan los consu-
mos. Todavía a nadie se le ha ocurrido, felizmente, eliminar del
todo al sujeto para destruir ese sistema, aun cuando sí se lo haga
de otra manera, separándolo de la sociedad y aislándolo en esos
centros de tratamiento que, como dicen los informantes, no son
sino centros de la ignominia.
39
Para no pocos, la droga se ha encargado de representar a es-
te sujeto negado. Por eso se arman discursos y acciones, ten-
dientes a la eliminación de las drogas, probablemente para que,
borradas de un supuesto mapa causal, aparezca el sujeto. De ahí
que no se haya dicho nada sobre los sentidos de esa demanda
que, para esa suerte de mecanicismo ideológico, se reduce a la
cosa-droga cerrando los caminos que podrían conducir a aque-
llo que en verdad constituye el objeto de la demanda personali-
zada en las drogas.
Cada vez resulta más complejo, si no imposible, armar ma-
pas causales que faciliten la comprensión de los conflictos so-
ciales. Los intentos reduccionistas, tan utilizados en la política,
no surten efecto alguno ni ahí ni en ningún otro espacio del que-
hacer individual o comunitario. Es probable que estos desequi-
librios causales tengan que ver con el hecho de mirar a sujetos y
acontecimientos fuera de tiempo, como efecto de una suerte de
congelamiento teórico-lingüístico provocado por dos fuentes.
Por otra parte, cuenta también la magnitud social de los aconte-
cimientos y el posicionamiento de quienes leen la realidad social
como un acaecer estático cuyos cambios no son sino pura feno-
menología. De ahí que, si se realizaren periódicos cortes sincró-
nicos sobre estas realidades sociales, los resultados serían abso-
lutamente anacrónicos.
40
EL SUJETO EXCLUIDO
Los de ahora usan más que antes, Pero siempre se dice que las ge-
neraciones que vienen son peores que las anteriores, Debe ser por
41
la facilidad que se tiene ahora de conseguir cualquier tipo de dro-
gas, A hora te vas a una fiesta de rave2, allí están los muchachos y
las chicas con su famosa música electrónica, A hí he podido com-
probar cómo se intercambian sus famosas pastillas y entran en su
éxtasis, He visto cómo los chicos, sin ningún escrúpulo, intercam-
bian tipos de pastillas y cosas por el estilo, Entonces se nota cómo
andan en otro vuelo, como decíamos en nuestro tiempo,
Hay fiestas rave, Esas farras son con éxtasis adentro, de lo contra-
rio no tienes nada que hacer allí,
42
No se trata de cambios elementales y carentes de valor. En-
tendiendo bien el problema, se estaría ante auténticas renovacio-
nes epistémicas que implican nuevas formas de conocer e inter-
pretar el mundo, sus cosas y las experiencias. Dando un paso
más adelante, se trataría de nuevas realidades que antes no exis-
tían y que ya han sido recientemente construidas o que se en-
cuentran en pleno proceso de construcción.
Para entender lo observado en las realidades que hacen la
contemporaneidad, es necesario aceptar que esto no se halla da-
do necesariamente por el objeto sino que depende de los intere-
ses, las actitudes y los posicionamientos representacionales del
observador. Nadie observa la realidad sino su realidad que, por
otra parte, termina convertida en una construcción de la subjeti-
vidad. En esto consistiría buena parte de lo que Habermas (2003)
denominaba la ética del discurso y que exige que todo proceso de
conocimiento de lo que se entiende por realidad debe pasar nece-
sariamente por lo que acontece en la subjetividad del que cono-
ce. Si se lo toma en serio, resulta imposible entender un proceso
de comunicación que pretenda dejar de lado el tema del giro lin-
güístico. Pertenecemos a la posmodernidad y carecemos de algún
mundo inteligible que nos proporcione ideas listas para usar, de
modo que no tenemos otra opción que inventar de manera per-
manente verdades prácticas. Más que inventar, se trataría de crear
esas verdades puesto que las mismas no se encuentran en algún
lugar privilegiado de la realidad. La verdad no consiste en la re-
producción de la realidad sino en su producción.
Esto es lo que diferencia a una generación de otra, pues ca-
da una vive realidades distintas en la medida en que se poseen
diferentes sistemas de códigos con los que conocen la realidad y
su interpretación. Para las anteriores generaciones sus saberes
pretendían ser una fiel reproducción de una realidad externa. Pa-
ra el mundo contemporáneo, primero, la verdad no existe sino
en tanto producción subjetiva y, en segundo lugar, toda interpre-
tación es epocal. En consecuencia, lo perceptible no depende tan
43
solo de las posibilidades de abstracción que posee el sujeto sino,
sobre todo, de los códigos con los que interprete esa realidad,
que ya no se halla marcada por la percepción sino que aparece
como un producto de los lenguajes.
Mientras en el primer testimonio es fácil hallar una intencio-
nalidad ética con la que se comprende el uso de drogas, en el se-
gundo se puede apreciar que existe una propuesta subjetiva que
no juzga a quienes asisten a la fiesta electrónica que carecería de
sentido sin éxtasis porque se supone que se trata de una reunión
musical destinada a producir algún nivel de éxtasis. En ese mo-
mento, el éxtasis no ha sido dado ni concedido sino, por lo con-
trario, aparece como efecto provocado, más aún, como el pro-
ducto de una construcción personal e intransferible.
Por ende, nada que pertenezca a los sujetos puede ser colo-
cado fuera de los procesos de saber y simbolización que exigen
adoptar también el punto de vista de aquellos sobre los que se
posan las miradas. Ninguna subjetividad se cierra sobre sí mis-
ma ni aprovecha las marcas de los otros para crear un discurso
que deje de lado los sentidos referenciales de todo saber. En
otras palabras, hace falta reconocer que el sujeto, de modo algu-
no, puede ser sin ese otro que lo constituye como tal. Y ese otro
es cambiante, temporal y espacial.
De alguna manera es lo que pretende decir un radiodifusor
que, de forma regular, cubre eventos de gente joven y que, por
lo mismo, ha debido asistir a varias de estas fiestas. El informan-
te se enfrenta a la tradición que arrastra y, al mismo tiempo, a la
era nueva de la que no puede escapar.
Creo que los chicos a veces viven en una película en la cual quieren ser
los actores, En esas fiestas electrónicas, las rave, vos sabes, los manes
están alocados, las chicas se sacan la ropa y, en un rato, alguien apare-
ce entregándoles droga, y todos dicen: Bueno entremos en onda, Y ves
eso y crees que es normal, Y para ser un verdadero electrónico también
lo hago, Te cuento, yo no me hago el santo: yo probé,
44
A veces se cree que tomar en cuenta al sujeto se reduce a ac-
ciones o series de acciones eminentemente empíricas, tal como
acontece en el vigilar y el castigar de Foucault, en donde el su-
jeto se halla preso de la mirada del otro y no libre para, desde la
libertad, ser constantemente tomado en cuenta. La idea panópti-
ca no ha desaparecido, quizás se ha intensificado cuando, desde
todos los espacios del poder, se pide, por ejemplo, que papás y
mamás vigilen a sus hijos, que sepan siempre en donde están y
qué hacen; cuando se exige a los colegios que identifiquen de
manera permanente a sus estudiantes, que no los abandonen a la
suerte de sus deseos ni de sus lenguajes. Conocer no implica es-
tar siempre frente a los sujetos porque, de lo contrario, el saber
y el bien-saber dependerían de la cercanía de los objetos y, al re-
vés, su ausencia y lejanía los obstaculizarían.
Todo análisis exige que se retorne al tema del sujeto, el de
sus deseos, de tal manera que no aparezca sino en los juegos de
lenguajes establecidos con la sociedad de los adultos, con los
pares, con la sociedad de la cultura y también con los lenguajes
que se establecen entre un grupo especial cuyos lenguajes se ha-
llan mediatizados por las drogas y sus usos. En parte, es esto lo
que implicaría la expresión estar en onda.
Se trata de rescatar al sujeto existente entre sujetos y no en-
tre cosas de las que forman parte las drogas. Ese sujeto que per-
manece ignorado y negado en los números de las estadísticas y,
de igual manera, alienado en los mega discursos del orden que
fuesen. Cuando se habla del sujeto, se hace referencia al miste-
rio que, de manera irresistible, conduce siempre a sus orígenes
míticos. Recordar, entonces, que los misterios impresionan por-
que sostienen la aventura humana que consiste en proveer de
significación a todo aquello que le pertenece, de cualquier ma-
nera que sea.
En esto consistiría el verdadero sentido de sujeto como in-
terpretación lo cual, por otra parte, presupone que se lo asuma
como producto de una materia interpretativa, la cual no puede
45
ser otra que los lenguajes. El sujeto es, pues, un decir o, mejor
aún, un conjunto inacabado de decires que se producen y repro-
ducen en el campo del deseo y del lenguaje, en ese maravilloso
intercambio de mutuidades que hace la historia de cada sujeto y
de los grupos. El sujeto del deseo que no requiere de escenarios
especiales para su demostración sino que se expresa en todas y
cada una de las acciones de la vida cotidiana y que necesita y
hasta exige ser interpretado.
Sin embargo, los lenguajes no se refieren únicamente al lo-
gos elevado a los altares por el estructuralismo y al que se en-
frentaron filósofos como Foucault, Habermas y Derrida. No se
trata de desligar, es decir, de disolver los vínculos del sujeto con
la palabra sino de no privilegiarla frente al tema de los lengua-
jes, que es mucho más amplio y definitorio. Cuando se escuchan
los discursos que se elaboran sobre las drogas y los usos por los
mismos usadores, de manera casi inmediata se descubre que los
sentidos exceden a toda posibilidad de análisis porque en esos
decires se hallan implicados, de manera absoluta, los sujetos. El
estar en onda también podría entenderse como una nueva escri-
tura, la que escriben los cuerpos movidos por una música que no
es cualquier otra: se trata de una música particular, la electróni-
ca, por ejemplo, que posee sentidos particulares convertidos en
poderes mágicos que no se encuentran en otras. Los ritmos de
las fiestas rave, las de la locura.
En la fiesta, la droga no es cosa sino metáfora, registro sig-
nificante cuya complejidad suele rebasar los comunes procesos
de interpretación. La droga, como los cuerpos, se ha convertido
en escritura ya no sometida al logos y tampoco a la verdad en-
tendida como coincidencia entre lo percibido y la percepción.
Puesto que se trata de escritura, exige lecturas múltiples.
A esto se referiría Víctor cuando afirma que, si alguien de-
cide usar una droga, debe ser para experimentar algo nuevo, al-
go que no se encuentra ni allí ni acá, ni en la droga ni en el su-
jeto en sí. Se trata de algo que deberá ser elaborado, construido
46
con una materia especial hecha con la droga, pero también con
el espacio de lo electrónico, la música y los sujetos. Luego de
narrar una aventura de excursión por los páramos y cuando ya
había pasado mucho tiempo sin alimentarse y reconocer que el
grupo se había perdido, vio que uno de los compañeros inhala-
ba cemento de contacto, lo que le conduce a enfrentarse con la
droga. Mediante el uso de la droga, lo que allí se da no sería otra
cosa que el intento de producir diversas lecturas de la experien-
cia, unas lecturas que favorecen el enfrentamiento al riesgo.
47
podrán explicarse desde esta heteronomía total del sujeto perdi-
do entre las cosas desde los discursos que se han construido so-
bre las drogas. Los discursos tradicionales ignoran que se ha
perdido el sujeto tradicional, aquel presentado como centro del
mundo y hasta como causa de todo. Como dice Sollari:
48
Es algo lindo de pensar, pero difícil de realizar, El mundo es algo di-
fícil de vivir: uno va realizando las cosas de la vida porque no es un
paraíso, Hay demasiadas cosas que enfrentar y no vale la pena huir,
49
fragilidad, se logre lo imperecedero, que las ausencias y caren-
cias se conviertan en presencias y realidades imperecederas.
Es algo medio tonto: por lo general, los chicos saben que las dro-
gas les hacen daño pero las buscan, Pero quizás de hecho no sea
tan tonto como se cree,
50
No es cierto que los discursos oficiales, cuando hablan de
los drogadependientes, drogadictos o simplemente consumido-
res, se refieran a los sujetos de ese momento casi mítico del que
habla Olga. Todo lo contrario, este sujeto ha sido anulado para
que en su lugar aparezca esa suerte de sujeto colectivo que pre-
tende representar a todos y a nadie, un monstruo genérico que ha
devorado lo singular.
Heidegger ya se enfrentó a la imposibilidad de que los len-
guajes expresen el universo representacional, sensitivo, creativo
y gozoso de los seres. El lenguaje entonces ya no sirve de vín-
culo entre el sujeto y sus propias representaciones, sus experien-
cias de gozo, dolor, sufrimiento, compañía o soledad.
51
DROGAS Y REPRESENTACIÓN
52
Los misterios de la existencia no versan únicamente sobre el
saber y el conocer sino también sobre el crear y el experimentar,
el poseer y el perder. En nuestro mito de origen, Eva quiere sa-
ber en qué consiste ser Dios, de qué manera se adquieren sus
omnímodos poderes para crear y para eliminar. Con el propósi-
to de descifrar el misterio acude a una planta, pues sospecha que
sus frutos poseen el poder de la sabiduría. ¿Por qué la tradición
occidental se decidió por la manzana y no por la ayahuasca que,
dicen, permite iluminaciones y otorga sabiduría? La sabiduría
no se ubica precisamente en la paz de los bienestares por cuan-
to está llamada a con-mover, pues hace que la paz de lo simple
y común se vea sustituida por preguntas y respuestas que provo-
can nuevas preguntas, y así ad infinitum porque, sencillamente,
no hay respuesta.
Cada día sabemos más, y las ciencias no hacen otra cosa que
abrir sin cesar el abanico de los misterios. En la medida en que
las ciencias no han solventado todas las dudas, aún tiene el su-
jeto derecho a cada una de sus angustias.
Viviana no realiza profundas elucubraciones filosóficas. A lo
mejor, tan solo mira sus manos vacías y recorre con la mirada su
mundo, que no es otro que el de la cotidianidad, la suya en tanto
compartida con los otros. Nada es fácil en el saber, el hacer y el
vivir. Los problemas sobre el vivir corresponden a las experien-
cias sobre el saber de cada uno de los aconteceres, desde el nacer
hasta el morir. Viviana lo sabe y por eso cree que quienes usan
drogas no van tras las claves de los misterios sino que dan la es-
palda a los mismos en una huida locamente absurda.
53
El hombre científico es aquel que se enfrenta a los misterios
para deshacerlos y hasta para ridiculizarlos a través de un siste-
ma de verdades sólidas y justas. A partir de la segunda mitad del
siglo XX, la matemática se transforma en la ciencia por excelen-
cia, no la única, pero sí en el modelo de las otras. Ningún saber
con la pretensión de cientificidad podría ser tal si no convirtiera
cada uno de sus grandes enunciados en una fórmula matemáti-
ca. Basta recordar la epistemología de G. Bachelard para quien
la cientificidad de un enunciado se juzga por su capacidad de de-
venir en expresión matemática.
La ciencia se propone ahuyentar los misterios, los exorciza
con el agua bendita de los conceptos, por considerar nefasta su
presencia entre nosotros. El sujeto de la ciencia tradicional es el
de las racionalidades, aquel que se encuentra por encima de
cualquier construcción que no tenga que ver con conceptos, fór-
mulas y experimentaciones.
Es probable que se haya pretendido responder con la ciencia
y la tecnología a las barbaries cometidas a lo largo de todo el si-
glo XX. Chateemos sin parar, escuchemos todas las músicas del
mundo, consumamos todos los productos de los megamercados
del placer, porque así olvidaremos las muertes infames produci-
das por las guerras sin sentido, por el hambre de millones mien-
tras otros despilfarran los bienes. Hasta terminaremos convenci-
dos de que todo aquello del Holocausto y de los genocidios po-
líticos no fue más que un invento.
Ciertos sujetos adscritos a lo científico han pretendido que
todo debe explicarse con la matemática, la química y la biolo-
gía. Nada termina con las preguntas y los asombros, con las
dudas y los temores que producen la presencia del bien y del
mal, la acción de supuestos poderes mágicos de los que se ha-
llan provistos objetos y hasta personas. Ninguno de estos sabe-
res se atreve a dar cuenta de las “ciegas marcas” que caracte-
rizan la existencia y que preocuparon a James, Proust, Freud,
Bloom, entre otros mil que se dejaron seducir por lo inexplica-
54
ble del misterio y no por las respuestas neciamente lúcidas de
las fórmulas.
Este es el lugar en el que se han posicionado los que usan
drogas en la medida que han caído víctimas de la seducción, ese
poder, eminentemente femenino, según Baudrillard (2002). Des-
de los tiempos de los mitos, a las mujeres corresponde el poder
de desentrañar los misterios, los secretos de la vida y de la muer-
te. Como dirán más tarde los usadores de drogas, en los grupos,
las mujeres juegan un papel particular porque nunca será lo mis-
mo fumar tan solo entre hombres. Cuando ellas faltan, se insta-
la en el grupo una ausencia de sentido.
Este es el camino que Viviana invita a recorrer, no el de la
lucidez, sino el del misterio, no el de una supuesta transparencia
armada con respuestas codificadas, sino el camino que se abre
sin que ni siquiera se adivine su término porque, mientras haya
sujetos, habrá rutas indefinidas. Ella dice que parece un sinsen-
tido que alguien consuma drogas cuando se conoce que en cual-
quier recodo de esa ruta aparecerá la presencia inevitable del
mal. Este supuesto sinsentido constituye para ellos la ruta del sa-
ber y del goce.
Es algo medio tonto, Por lo general, los chicos saben que las dro-
gas les hacen daño, pero les gustan y deciden seguirlas, Dicen: Sí
sí, yo sé que las drogas son malas pero me hacen sentir bien aho-
ra, No se preocupan de las consecuencias ni del futuro, solo dicen
que la droga les hace sentir bien, que es algo natural y que permi-
te tener otra perspectiva del mundo, Por lo general, ven a la droga
como algo normal, y hasta pueden pensar que los que no se dro-
gan están mal,
55
renunciado. En el mundo contemporáneo, para materializar una
búsqueda eminentemente mágica y para cosificar a los sujetos,
se crearon los megamercados de la felicidad.
Por estas razones y como en los tiempos originales, aún ha-
ce falta recurrir a árboles y plantas míticas en pos de curación,
de paz y, sobre todo, de sabiduría. También cuando se desea pro-
vocar experiencias placenteras y hasta gozosas que el sujeto no
puede comprar a plazos indefinidos con las tarjetas que no du-
dan en ofrecer mundos sin límites.
Gracias a la manzana-ayahuasca, la pareja original fue inva-
dida por una especial sabiduría que la condujo a abandonar la
simplona abundancia de un paraíso para hacer sus propios cami-
nos y construir sus propios saberes.
Desde que se posee historia, se ha acudido a las plantas de
la sabiduría para desentrañar los misterios de la existencia, el
dolor, la angustia, el desamor y, sobre todo, la muerte. El cha-
mán bebe ayahuasca para penetrar en el mundo enclaustrado de
la sabiduría. Así entra en trance y traspasa los límites de la coti-
dianidad vulgar hasta arribar al mundo de su sabiduría.
Con Agamben (2002) es justo preguntarse de qué manera
hemos llegado al punto en que nos encontramos. Para el filóso-
fo, la respuesta podría surgir de un cuestionamiento directo y
abierto de carácter sociopolítico, pues la tarea consistiría en bus-
car estrategias de sobrevivencia en un mundo desolado de razo-
nes suficientes. Para no pocos, los usos de drogas, aunque solo
sean esporádicos, se encuentran en esta línea del sentido de la
supervivencia en un mundo francamente hostil. Como dice Ger-
mán: Sencillamente quería sentirse bien, superior, sencillamente
sentirse hombre.
¿Qué podemos hacer? ¿Qué dirección seguir? se pregunta
Agamben. Cualquier respuesta tendría que tomar en serio lo es-
tético, lo jurídico y lo cultural. ¿No son, acaso, las rutas que
plantean los usadores de drogas y también aquellos que las mi-
ran para analizarlas sin haber realizado ningún pacto de uso?
56
“Sencillamente sentirse hombre”, dice el informante, como si
esta tarea fuese así de fácil en espacios sociales que bregan por
caminar hacia adelante pese a que también se experimenta la
sensación de que los horizontes amenazan con cerrarse. Como
se verá en otro lugar, el tema del fantasma es de capital impor-
tancia para entender lo que acontece en el mundo de los usos.
Nadie puede legitimarse a sí mismo a hablar de esa realidad
de la que, supuestamente, huyen quienes usan drogas. Nadie ha
dicho nada de esa realidad de la que todos hablan como si en
verdad supiesen de qué se trata. Si las nuevas generaciones co-
nociesen cuál es la verdadera realidad, no sabrían adónde huir.
Pese a ello, la sociedad no se cansa de hablar sobre la realidad
como si se tratase de algo unívoco. A casi nadie se le ocurre pen-
sar que se trata únicamente de una expresión metafórica, de un
juego de lenguaje que apenas si quiere decir lo que tienen de vi-
sible las manos y las miradas, a lo mejor tan solo marcar las hue-
llas que la existencia va dejando. Pero para el discurso oficial, la
realidad es la materia contable de cada día: las cuentas de los ac-
tos que deberán responder a patrones preestablecidos.
Javier, un universitario de Guayaquil, no se halla tan seguro
de que la realidad sea eso de lo que hablan los adultos y que se
estandariza en un discurso oficial e incuestionable. Piensa que
son posibles otras realidades a las que se puede arribar por la
mediación imaginaria de la droga.
57
individual. Se habla de libertad de los pueblos y de los sujetos,
pero no se presta atención al hecho de que los sujetos requieren
de autonomía para construir sus propias rutas de sentido, lo que
no se logra sin la presencia activa y significante de los otros.
El ser es única y exclusivamente en el mundo con los otros.
No se trata de cualquier tipo de presencia, sino de aquella que
asegura el ser y que tiene que ver con lenguajes, deseos y espa-
cios compartidos. Esto resulta ser algo importante al momento
de valorar los usos de drogas que tienden a realizarse en compa-
ñía más que en la soledad.
María pretende llegar a los orígenes mismos de una soledad
que podría denominarse primaria. Ese origen que el psicoanáli-
sis ha explotado, de manera especial Lacan, y que se refiere a la
relación monódica madre-hijo que se rompe no con el nacimien-
to, sino con la aceptación de los regímenes de la Ley por parte
de la madre que se separa del hijo para donarlo a la cultura. Sin
embargo, el sujeto pretenderá reconstruir esa relación utilizando
para ello los recursos de la vida cotidiana. Este intento constitu-
ye el deseo. Pero la informante, una estudiante universitaria, no
se refiere a esta relación, sino a la del ser consigo mismo, a
aquella que lo introduce en el tiempo, el suyo personal del que
a veces el sujeto podría verse alejado e inclusive privado.
58
to con una cadena de repeticiones desvinculándolo de su propia
experiencia. Es decir, nadie usa drogas para sí solo, no existe la
autorreferencia puesto que no se trata de actos que valgan por sí
solos y que desvinculen al sujeto de la comunidad, de los otros.
Para entender los sentidos de los usos de drogas no se re-
quiere una experiencia igual en los otros, primero porque no
existen dos experiencias iguales sino, a lo más, similares. Por
otra parte, haría falta entender los usos, de modo particular los
denominados conflictivos, como la representación de un llama-
do al otro, pero no para que produzca una intelección antojadi-
za, sino como un llamado a un discurso. De esta manera, los
usos dejarían el campo de la pura experiencia para transformar-
se en vía de apertura al otro con sus valores de significación. Así
se abrirían las puertas hacia la responsabilidad significante en-
cargada de producir los sentidos que para cada usador poseen las
drogas. Es decir, las drogas se significan en los espacios y tiem-
pos de cada usador.
Las drogas no se encuentran en el escenario de nuestra coti-
dianidad como producto del mal, de las malas conciencias que
caracterizarían a las culturas juveniles. Hay un mal que antece-
de al ser y cuya presencia se ha tratado de escamotear para que
todas las responsabilidades recaigan sobre el sujeto, que deberá
ser sometido a la ética inclemente de la responsabilidad subjeti-
va en la que nada o casi nada pertenecería a los otros.
Agamben afirma que nuestra sociedad se ha encargado de
conferir criterio de autoridad a la experiencia del otro, exacta-
mente como acontecía en a las sociedades tradicionales, de tal
manera que, si se desease saber sobre el sentido de una experien-
cia dada, sería indispensable la presencia de otro que haya pasa-
do por otra experiencia igual para que la juzgue con legitimidad
suficiente. Como se verá más adelante, esta posición de la ética
social subjetivada se evidencia en todo su esplendor en los lla-
mados centros de atención a los calificados de drogadictos, al-
gunos de los cuales suelen ser dirigidos por antiguos usadores
59
conflictivos que se autorizan a sí mismos a entender los proble-
mas de los otros por considerarlos no solo similares sino inclu-
so iguales. Desde esta perspectiva, los usadores se refieren a su
experiencia como intransferible e intransmisible.
Esto tiene poco que ver con la idea sembrada por doquier de
que las drogas son el producto de la conflictividad de los suje-
tos. Convertidas las nuevas generaciones en opositoras a una
tradición que carece de argumentos para justificarse, esta socie-
dad convierte a las drogas en el significante privilegiado para re-
presentarlas. Desde los años sesenta en adelante, tildarle a un su-
jeto de drogadicto implicó marginarlo de la familia, la escuela,
los amigos y hasta de la sociedad, a través de los centros de re-
clusión médica.
Los sujetos, a través de sus modos de estar en el mundo, dan
la cara a las condiciones de la existencia. Los débiles huyen de
la realidad, dan la espalda a los dolores, y lo hacen creando un
universo artificialmente bueno, gratificante y hasta gozoso. Pe-
ro este mundo resulta injustificable porque se halla edificado
con falsedad y hasta con maldad. Por supuesto, no se vive en un
jardín de rosas, pero es inadmisible que alguien pretenda elimi-
nar las espinas de manera ilusoria a través del artificio de las
drogas. Javier, un joven de Guayaquil, ve así este nuevo mundo:
60
Este es uno de los mecanismos utilizados para la desapari-
ción del sujeto que, al ser el único y total responsable de sus ac-
tos, debe asumir cualquier clase de exclusión social. Por esta ra-
zón se comenzó hablando de la droga en singular para dejar de
lado series de significaciones que se encuentran en ese gran plu-
ral que construyen las drogas en sí mismas y aquellas que se
crean en cada acto de uso. También se la singularizó para que de
esta manera la sociedad quedara excluida de cualquier clase de
responsabilidad, sobre todo, de responsabilidad ética y estética.
Mientras para los usadores existen innumerables marihuanas,
para la sociedad existe una y solo una: el cannabis. En efecto, no
es la misma marihuana la que usa Juan para darse fuerzas y de-
clarar su amor a una chica, que aquella que fuma un muchacho
de la calle para acrecentar su tolerancia al frío y al hambre o la
del universitario que dice que así entiende mejor los largos dis-
cursos académicos.
Por eso fascinan las estadísticas y los estudios epidemioló-
gicos, porque en ellos los sujetos quedan excluidos de una vez
por todas. Las cifras castran las palabras y desconocen los con-
juntos metafóricos con los que se significan los sujetos ante los
otros. Por supuesto que son necesarias. Pero cuando están he-
chas para evitar toda diferenciación, entonces se enfrentan a la
ética social a la que pertenece todo juzgamiento sobre los actos
de los sujetos.
Cuando se desconoce la subjetividad, se niegan las diferen-
cias indispensables en el momento de construir saberes, de abor-
dar prácticas particulares como los usos o, incluso, en el de com-
prender los fenómenos de las drogas en su relación con aquellos
que las usan y con quienes no lo hacen.
61
ADICCIÓN Y SACRIFICIO
62
agotamiento sino que vaya siempre un poco más allá de todo lí-
mite y medida. Sin embargo, nadie dice nada de sus peligros.
A estas sustancias es preciso añadir otras realidades que po-
seen las formas de ejercicios, actividades o posicionamientos
que se han convertido en parte casi imprescindible de la vida co-
tidiana. En consecuencia, todo esto forma parte de una sociedad
adicta con sujetos adictos.
Existe un común denominador que caracteriza a estas dro-
gas: todas y cada una de estas sustancias o actividades realizan
una perenne oferta de bienestar y hasta de placer, en cualquier el
nivel y sentido. Más aún, en la vida cotidiana se asiste a un pe-
renne pugilato para descubrir qué cosa asegura de mejor mane-
ra el mayor placer al menor costo posible. A ello es preciso aña-
dir el nuevo dogma con el cual viven las sociedades y que tiene
que ver con la nueva verdad de que ahora todo es posible, que
tan solo los timoratos, pusilánimes o cobardes viven mal en me-
dio de cualquier orden de limitaciones.
En consecuencia, si quien se acerca a las drogas posee estos
antecedentes psíquicos, éticos y sociales, lo más lógico es que
ese primer contacto lo conduzca de manera necesaria a la adic-
ción. Pero no es así, dice Susana, una joven señora de Lago
Agrio que considera que la sociedad ha hecho todo lo posible
para estigmatizar a los usadores de drogas.
A hora creo que no es cuestión de usar una sola vez para ser un
adicto, pero yo realmente pensaba siempre así porque hay una es-
tigmatización tal que, por poco que consumías una vez y ya eras
un adicto, Todavía hay una estigmatización muy fuerte,
63
se han transformado en una suerte de imperativo, de modo muy
particular para las nuevas generaciones, para las que no hacerlo
ha terminado constituyéndose en uno de los fundamentales ma-
lestares que las aqueja, como si se tratase de una nueva enferme-
dad cuyo único remedio se encontraría en la posesión de las co-
sas y, al mismo tiempo, en su agotamiento. Es lo que dice un
sencillo adolescente de Lago Agrio:
Los jóvenes piensan que sí pueden tener todo lo que quieren, Los
chicos se ponen bravos, se ponen rebeldes, cuando los papás no tie-
nen para darles cosas, las cosas que sí tienen los amigos, Porque a
los amigos les dan motos, les dan plata, les dan plata no solo para
las drogas sino también para que vayan a hacer barbaridades,
64
No es nada forzado entender que la sociedad, casi apenas
aparecidos los usos masivos de drogas en la década de los sesen-
ta, empezase a calificar a los usadores de adictos. Este califica-
tivo termina institucionalizándose en los organismos sanitarios
internacionales y, desde ahí, en los discursos sociales y políticos
de los países. Sin que medien análisis suficientemente serios y
profundos, el concepto adicción se aplicó de manera indiscrimi-
nada a todo usador y, además, ha servido de coartada para cual-
quier clase de control, regulaciones y medidas coercitivas de to-
do orden.
Esta generalización no solo que se convierte en la responsa-
ble de las políticas sociales, sino que ha sido la causante primor-
dial de la desaparición de los sujetos. Desde el imperativo del
apelativo de adicto, se ha pasado por alto indispensables dife-
rencias en los usos y sus circunstancias. De esta manera se mez-
claron sujetos y circunstancias de forma casi perversa para jus-
tificar al mismo tiempo medidas de protección y acciones de
violencia. Esto es lo que ha justificado la presencia de centros de
tratamiento cuyo objetivo primordial no es otro que el lucro.
Entonces es fácil encontrar millones de adictos dispersos por
el mundo, aunque hayan usado alguna droga una sola vez o lo
hagan de manera esporádica. Mediante esta actitud se ha cons-
truido una suerte de relación impugnable entre el hecho de pro-
bar la droga y la fatalidad de no poder dejarla nunca más. Des-
de ahí, el término adicto deja de ser un calificativo para conver-
tirse en el significante encargado de significar al sujeto ante los
otros. Significante ético pero íntimamente ligado al cuerpo del
sujeto, como si se tratase de una nueva lepra causante de toda
clase de discrímenes sociales y familiares. Detrás de esta lepra
desaparece el sujeto para que en su lugar aparezca lo intocable e
innombrable.
Con facilidad se pasa por alto que todo esto pertenece al
mundo del deseo. En efecto, cuando los usos devienen conflic-
tivos, podría producirse una suerte de metamorfosis del deseo
65
que ya no precisamente el placer sino la comprobación de que
el placer y el goce, por su caducidad, rechazan toda idea de pe-
rennidad, que sería la ilusión, quizás incluso delirante, de cier-
tos usadores. Las adicciones no alejan el deseo, por el contrario,
se convierten en sus cruzados que conocen que se enfrentarán a
la muerte cuando ya nada responda a sus exigencias de placeres
ilimitados.
Nicolás es un común estudiante de colegio. Tiene 15 años, y
repite lo que, en general, piensan sus pares sobre lo que sería un
adicto, de qué manera lo aprehenden ellos que, justamente, de
una u otra manera, se hallan inmersos, en tanto víctimas, en ese
universal indiscriminador. No se trata, dice, de usar por usar una
droga, incluido el alcohol, sino de no poder dejar lo que hace
menos pesada la existencia, de no poder alejarse de una fuente
de placer que se contrapone a las durezas de la existencia.
66
desde sus propias expectativas, usan el término de la manera
más liberal y ambigua posible.
El mismo informante no hace sino dar cuenta de este princi-
pio universal e irrebatible de que todo usador es un adicto. No
habla desde unos supuestos prejuicios personales sino desde el
lugar que la sociedad le obliga a ocupar en los juegos de lengua-
je estatuidos. A él no le serviría de nada saber que una reciente
investigación en Argentina3 demostró que los clínicamente adic-
tos no superan el 10% de los casos.
Sí, basta usar una sola vez para que uno ya sea adicto porque, una
vez que prueba, ya no lo puede dejar,
67
Aún cuando algunos consideren que la sociedad se ha esforza-
do por definir el término, lo que ha acontecido es que los discursos
oficiales solo excepcionalmente lo han hecho porque los sentidos
fueron establecidos más allá de cualquier consideración de tipo
práctico y además porque ha sido manejado desde consensos inter-
nacionales. A través de la historia, el asunto de definir la adicción
ha sido un desafío para médicos, jueces, clero, usadores, sus fami-
liares y para el público en general. Existen tantas definiciones po-
tenciales de la adicción como sujetos y cientistas interesados en
definirla. Estas definiciones enfatizan cosas como dependencia fi-
siológica y psicológica, dinámicas familiares, problemas de con-
ducta y moralidad. Una lista que podría extenderse sin fin.
La equiparación de la adicción a una enfermedad no mejora
este panorama en la medida en que se ha producido una relación
directa del llamado consumo con la enfermedad, sin tomar en
cuenta las múltiples ambigüedades del término. En consecuen-
cia, si un muchacho usa una sola vez o lo hace de vez en cuan-
do ya es adicto y por ende enfermo. Por ejemplo, para los Cus-
todios de los Servicios Mundiales, una asociación internacional
destinada al tratamiento de los usos de drogas, la adicción es una
enfermedad. Todo posible acercamiento a la institución se sos-
tiene en este principio primordial.
Más aún, estos Servicios, si bien reconocen que al respecto
existe una franca y amplia discusión, sin embargo, evaden el
bulto ante cualquier tipo de discusión al respecto: “Es el enten-
dimiento y experiencia colectiva de nuestra confraternidad que
la adicción, de hecho, es una enfermedad. No tenemos razón al-
guna para desafiar tal percepción por ahora”. Además, para esta
institución se trata de una enfermedad ante la que cualquier su-
jeto debe reconocerse impotente. De esta manera se cierra el cír-
culo que atrapa al sujeto para anularlo como tal, para que en su
lugar aparezca un enfermo casi incurable.
En su afán de homologar todo y desde su fobia a las diferen-
cias, la sociedad se ha encargado de hacer que en la droga
68
converjan series de realidades y discursos que exigen por sí mis-
mos miradas, actitudes y hermenéuticas diferenciadoras. Las so-
ciedades tradicionales, como las que hablan tan solo de adic-
ción, dejan de lado o desconocen la capacidad del sujeto de
construir sus propias experiencias. Esta es una de las razones
que condujeron a que el llamado drogadicto demande que úni-
camente quien ha pasado por esta experiencia se considere ca-
paz de entenderlo y atenderlo.
Cada vez pierden más consistencia los discursos oficiales
con los que se ha buscado armar posicionamientos y actitudes en
contra de las drogas. Urge rescatar y valorar las experiencias de
los sujetos en tanto constituyen unidades de saber no desprecia-
ble. Es cierto que no es posible homologar las experiencias. Sin
embargo, en el momento del análisis, la similitud de las expe-
riencias podría transformarse en material válido para construir
saberes que permitan entender nuestra cultura contemporánea.
Hacia allá nos llevaría Foucault (1982):
69
incumplidas, las felicidades vendidas a través del markerting y
aquellas logradas mediante las monedas de la ternura.
En los usos de drogas, siempre habrá una subjetividad impli-
cada. Pero no es algo que acontece únicamente desde los sujetos
que las usan sino también desde la sociedad que siempre ha re-
currido a diferentes estrategias lingüísticas para nominar, seña-
lar, clasificar, incluir o excluir. De hecho, si para los usadores la
droga es un inclusor, para otros (profesores, líderes sociales, pa-
pás, mamás, etc.), las drogas se han convertido en los mayores
exclusores, tanto desde el punto de vista de la sociedad que los
aleja como de los usadores que se sienten clara y patéticamente
rechazados.
Cuando se pretende acercarse a los sentidos de las drogas y
sus usos, no es suficiente señalar a quienes se hallan, real o su-
puestamente, presentes en ese corte sincrónico del discurso.
También hace falta pensar y nominar los decires diacrónicos
aún presentes en lo cotidiano que se hace, desaparece y se rein-
venta. Por ejemplo, mientras en otros tiempos regía el principio
de perennidad-durabilidad, el mundo actual se ha apropiado de
la contingencia: juega con ella, la utiliza en todos y cada uno de
los actos, de los lenguajes, de las expectativas y las esperanzas.
El sujeto en su mundo es lo contingente. Pero es necesario to-
mar en cuenta que el sentido de la contingencia no tiene que ver
únicamente con el sujeto que habla sino, sobre todo, con lo di-
cho, con esos juegos de verdades a medias construidas en un
tiempo lógico que es válido ahora pero ya no lo será necesaria-
mente mañana.
La existencia contingente es el producto de las reflexiones
de la filosofía existencialista del siglo XX. Si antes la cultura,
fundamentalmente movida por la religión, pretendió minimizar
el sentido de lo contingente, hoy la misma cultura se sostiene y
actúa desde este principio ineludible en cada acto y en cada de-
cir, como, por ejemplo, cuando se habla sobre las drogas y los
sujetos implicados en ellas, que no son únicamente quienes las
70
usan sino también la misma sociedad que condena lo que ella
misma produce. Es probable que el fracaso casi rotundo de to-
das las campañas antidrogas se deba en buena medida al hecho
de haberse producido y sostenido en la generalización de un su-
puesto sujeto, llamado adicto que, finalmente, ha terminado
dando cuenta de que ese sujeto-adicto no existe, por lo menos no
como lo entienden los discursos social, político y médico.
Richard Rorty (1991) no hace sino recordar lo inevitable de
la contingencia y la ironía que se evidencian en todo su esplen-
dor justamente cuando se pretende negarlas a toda costa. Las
cuestiones que tienen que ver con la cotidianidad, las relaciones
sociales, el sentido de la presencia del ser en el mundo, afirma
Rorty, tienen menos que ver con la ciencia y la misma filosofía
que con el arte o la política. Es, pues, indispensable rescatar la
subjetividad y abandonar todas las generalizaciones que termi-
nan negando al sujeto, conminándolo a su desaparición.
71
LAS MUJERES COMO AUSENCIA
72
Con los drogas ha acontecido lo contrario de lo sucedido con
la inscripción mítica de la mujer en el mal. Para la tradición ju-
deo-cristiana, en la mujer se encuentran los orígenes del mal y a
ella corresponde su distribución en el mundo. Con las drogas
acontece lo contrario, a las mujeres se las extrae del mal casi co-
mo si la peste de las drogas no les perteneciera de modo alguno.
Pero no es así en el mundo de las realidades construidas por
adolescentes y en las que no existen excepciones y menos aún
para las mujeres. Quizás, desde las reminiscencias del mito, en
lo que tiene que ver con los inicios de los usos, hasta las colo-
can un paso antes que los varones. Hay lógicas que sustentan
esos inicios tempranos porque las chicas abandonan la niñez an-
tes que los hombres y porque para ellas sería más urgente socia-
lizar su feminidad que para los chicos, su virilidad. La adoles-
cencia es más real para ellas que para los chicos de la misma
edad. Es el testimonio de un joven universitario de Quito:
73
realidad de placer y gozo. Por eso se la ha perseguido y ensalza-
do en un único y profundo acto convertido en el referente de ca-
da sujeto y de la sociedad. Eva, la gran pecadora y, al mismo
tiempo, la madre de toda sabiduría y el lugar en el que se desci-
fran los secretos de la existencia.
Por ello, si algo ha sido realmente subversivo en la sociedad
es su presencia seductora, que se ha resistido a veinte siglos de
persecución y de oprobio. Lo ha conseguido mediante un poder
que solo ella posee, el de la seducción, con el que ha echado al
suelo todos los muros de contención levantados por los poderes
civiles y religiosos. Lo femenino atrae, convoca, alucina. Por
eso se ha tratado de colocar a la mujer lo más lejos posible de
los avatares de la cultura, porque en ella se encuentran las fuen-
tes de los deseos.
Puesto que sabe de su poder, se ha recurrido a todas las es-
trategias políticas, religiosas, morales y económicas para con-
vertirla en un ser dependiente. Uno de los ejemplos más claros
de la confusión que provoca lo femenino se encuentra en el tra-
vesti que, desde su posición perversa, pretende reunir en sí la
exaltación de la mujer y la burla a los supuestos poderes de lo
masculino. Imagina que, uniendo lo masculino y lo femenino en
un solo ser, llegará al poder absoluto de la sexualidad. Pero, en
realidad, como heredero de una cultura misógina, el travesti ter-
mina afirmando que lo femenino no es más que una impostura
que él pretende desenmascarar.
Una impostura eminentemente ética que los usos de drogas
podrían hacer tan evidente como la prostitución. Por eso la so-
ciedad de los adultos considera que para la familia es mucho
más grave y doloroso saber que la hija se ha introducido en ese
tenebroso mundo. Lo dice una mujer:
Es mucho más doloroso tener una hija que se droga, porque en las
mujeres esto es más conflictivo, En mi casa, cuando se trataba de
las mujeres, todo era pecado, todo era malo, Yo tenía que estar le-
74
jos del ron, del tabaco, Mi madre nos tenía encerradas porque to-
do era peligroso, Por lo mismo, debíamos hacerlo todo a escondi-
das, de tal manera que nunca se enteren de nada,
Bueno, yo creo que los chicos tienen mucha más capacidad de de-
cisión que las chicas, El chico sabe que consume porque él lo quie-
re, En el caso de las chicas, es más difícil porque ella sigue al otro,
porque a veces, ya que la pareja consume, entonces ella dice: Yo
también consumo, o porque sus amigos te dicen: Qué es eso, he-
cha la puritana, Entonces te empujan, Creo que se presiona más a
las mujeres,
75
espacios físicos pero también hechos con nuevas éticas. Proba-
blemente, dicen, existan más usadores que chicas, pero que eso
carece de importancia.
Yo creo que ahora es igual: no hay mucha diferencia entre los chi-
cos y las chicas, aunque eso sí las chicas se van más por el lado de
la marihuana, drogas suaves, mientras que los varones buscan al-
go más fuerte porque a ellos la marihuana ya no les causa mucho
chiste,
En la universidad, por ejemplo, son muchísimas las chicas que
usan, Hay tantas chicas como chicos, Y ya no es mal visto, como
lo fue en otras épocas, antes eran miradas como perras,
76
Precisamente sería esta escena la que con mayor fuerza jus-
tificaría mirar y analizar los usos de drogas como parte de los
juegos de lenguaje y de las construcciones metafóricas que las
nuevas generaciones usan para dar cuenta de su sexualidad.
77
ciencia, Pero, cuando estamos con ellas y vamos a fumar o si va-
mos a tomar, todo el mundo se controla, Ellas nos hacen dar con-
ciencia de hasta dónde podemos llegar,
78
cuando no lo desean. Entonces, los usos de drogas por parte de
ellas podrían transformarse en estrategia utilizada por el otro
para violentar más fácilmente una voluntad así supuestamente
debilitada.
Como el siguiente testimonio existen muchos otros atrave-
sados por actitudes equívocas que dan cuenta de la oposición
permanente que existe entre los discursos y los deseos, entre lo
consciente y lo inconsciente, entre la norma que exige ser respe-
tada y la otra cara de la ética, en la que habita el mal o la mala
voluntad del deseo que desconoce el deseo de otro.
79
los ojos para no ver ni el deseo ni el cuerpo del deseo. Como di-
ce Octavio Paz, vestido o desnudo, el cuerpo es ante todo una
presencia: una forma que, en el instante de ser mirado, tocado,
sentido, representa todas las formas del mundo. Al tener entre
los brazos esa presencia, ya no se la advierte porque ya no es
solo presencia sino que ha tomado la forma del deseo, es el de-
seo hecho sujeto que, a su vez, pierde identidad para devenir
placer y gozo.
80
ese momento, el uso y las experiencias se tornan autorreferen-
ciales, y la conflictividad podría llegar a sus extremos.
Es importante valorar la presencia del otro en cada experien-
cia con las drogas, para que no permanezca tan aislada que exi-
ja ser rescatada tan solo por otra experiencia igual que la provee-
ría de sentido, lo cual es realmente imposible. Como señala
Giorgio Agamben, en las sociedades tradicionales, la experien-
cia personal fácilmente se convertía en criterio de autoridad.
Como se verá más adelante, para conseguir dinero para las
drogas, los chicos tienen entre manos múltiples estrategias, so-
cialmente aceptables unas, y otras violadoras de las normas, co-
mo robar, por ejemplo. Cuando se trata de las mujeres, y desde
la perspectiva de los hombres, la estrategia más señalada es jus-
tamente la que tiene que ver son su sexualidad e incluso con el
amor. Las mujeres no lo dicen con tanta seguridad como lo ha-
cen sus pares varones, tal vez por mantener las distancias de su
propia honorabilidad, pero también probablemente porque no
sería el mejor recurso ni el más frecuente ni el mejor visto por
la sociedad. Una joven mujer utiliza el lenguaje de la comunica-
ción telefónica celular para referirse a chicas que negocian con
su cuerpo la adquisición de drogas.
Hay esas chicas prepago de las que se habla, Son chicas que real-
mente se prostituyen para conseguir dinero para consumir drogas
y tener algún efectivo para darse ciertos gustos, A veces, la droga
es la forma del pago más que el efectivo, Son acompañantes, Igual
siempre están metidas con gente de la política o gente que tiene ac-
ceso a la droga,
81
del dinero. Baudrillard se referiría a esto como a la relación exis-
tente entre el poder de los signos y la labilidad de la crítica que
asume como cierto aquello que está obligada a probar. Los cuer-
pos y los deseos se organizan al vaivén de una semiótica que
juzga y prejuzga a la mujer desde lo que siempre se ha dicho de
cada una de ellas, como Freud que no dudó en afirmar que en
cada mujer coexisten una monja y una prostituta hasta que pudo
confesar que nunca las comprendió porque le estuvo vedado to-
do acceso a eso que llamó dark continent.
El informante comienza excusándose de lo que va a decir.
Puesto que sabe que va a hablar mal de las mujeres, coloca tam-
bién a los hombres en la ética de los controles débiles para así
asegurarse de que no ofenderá a nadie. El a veces con el que da
inicio al testimonio da cuenta de la supuesta crónica debilidad
moral que caracterizaría a las mujeres.
82
Las peladas se prostituían por drogas, y también había varones que
se prostituían, Hay casos en los que se acuestan con el brujo y, si
se da el caso de que la que vende es una mujer, entonces él se
acuesta con la bruja, Esta tipa debe haberse acostado con unos cin-
cuenta,
83
Pero hay que tomar en cuenta que las drogas y el sexo son cosas
diferentes: así como nadie te obliga a usar drogas, en general, na-
die te obliga a tener sexo, Por otra parte, hay que pensar que el se-
xo no es dañino, en cambio, las drogas sí lo son,
5 Desde esta perspectiva, se ve más clara la escasa utilidad que brindan las
encuestas y los datos epidemiológicos para entender esta “realidad” de
las drogas y la de los usos. No se trata de menospreciar esos trabajos úti-
les al momento conocer los estados de la situación. Pero la tendencia a
pensar que las estadísticas son suficientes para explicar y entender los
problemas de las drogas provoca que las subjetividades queden subsumi-
das, es decir, anuladas en los datos. Y esto es aún más grave cuando cier-
tos investigadores han pretendido hacer que lo subjetivo pase también al
número.
84
cubrir nuevas verdades en torno a la composición psíquica huma-
na, responde también a una nueva forma de dominio adoptada por
los mecanismos de poder. El control de la población debe conside-
rarse no solo como una realidad social sino también biológica.
85
DOS
LAS RAZONES RAZONABLES
89
que ver, al tiempo que permanece como madre buena siempre
dispuesta a acoger benévola a los descarriados que acuden, arre-
pentidos, a tocar sus puertas.
Se trata de un simplismo que ofende la profundidad y la
complejidad de la vida y de la cultura. Pero este simplismo no
es propiedad privada de los movimientos religiosos, pues tam-
bién pertenece a ciertos pensamientos sociales y políticos. El
convencimiento, primero, de que los usos de drogas, sin ningún
tipo de distingo, representan una enfermedad que exige trata-
miento especializado y, segundo, de que el Estado está obligado
a atender oportuna y adecuadamente esta demanda, no es sino
una prueba más de este simplismo ideológico.
Así como la religión ubica los usos de drogas en el mal, la
política no duda en situarlos en la enfermedad. De esta manera,
se ha logrado que el discurso de la moral sea sustituido aparen-
temente por el de la academia que, por supuesto, posee visos de
valor y autenticidad. Se considera que con el solo hecho de que
un grupo de médicos y psicólogos, por ejemplo, enuncien el uso
de drogas como enfermedad, se han encontrado las causas y las
soluciones a un problema que preocupa y asusta a la sociedad.
Por otra parte, situar los usos en el campo de la enfermedad apa-
cigua las conciencias morales de las familias y, de modo parti-
cular, de las autoridades.
Sin embargo, las motivaciones que intervienen en los usos
pueden ser tantas cuantos usadores existen, lo cual impediría
realizar un recuento de las mismas. Pero existen discursos que
se repiten y que dan cuenta de razones, aunque sean tan solo par-
ciales, de estas motivaciones derivadas de las nuevas condicio-
nes en las que se hacen las generaciones actuales.
Es preciso reconocer que se han conformado espacios y mi-
croculturas juveniles en y desde las cuales adolescentes y jóve-
nes desarrollan sus procesos de inserción en el mundo.
En efecto, ante la incertidumbre y los riesgos, las nuevas ge-
neraciones crean y recrean microculturas propias con las que se
90
enfrentan a la caducidad de las viejas certezas de los sistemas
educativos, familiares, religiosos y políticos. Se sienten amena-
zados por el riesgo de una insignificancia personal. Para hacer
frente a este horror de carácter ontológico no cuentan con otra
alternativa que la de crear grupos en los que construyen sus nue-
vas verdades con sus lenguajes que les aseguran fluir en el mun-
do para no quedar atrapados en el sinsentido.
Así crean nuevas identidades lingüísticas y otros cuerpos
con estéticas propias con lo que se disponen a lograr renovadas
experiencias de vida que incluyen tanto el placer como el sufri-
miento, las posesiones igual que las carencias. Ya no se trataría
tan solo de modos de vida, sino de mundos de vida en los que
expresan sus experiencias vitales y que podrían discordar de ma-
nera casi radical con los estilos de vida de los adultos y de la tra-
dición. Se trata de espacios en los que adolescentes y jóvenes
generan e intercambian toda clase de informaciones y de cono-
cimientos sobre sí mismos, sobre las realidades que los incum-
ben, sobre sus éticas y estéticas y las de los adultos.
En consecuencia, imposible analizar las relaciones entre
los sujetos y sus drogas fuera de este mundo de vida porque
cualquier intento estaría destinado al fracaso ya que han llega-
do a formar parte de las prácticas estéticas que dan sentido a su
cotidianidad.
91
CAMINOS DEL SABER
Ser sujeto exige formar parte de los procesos mediante los cua-
les se construyen las verdades y se cuestionan todos los saberes.
Es posible que esta se haya constituido en la característica pri-
mordial del ser de nuestro tiempo, en el que los límites de los sa-
beres y de la verdad no han desaparecido sino que han sido cues-
tionados. No se trata de negar la existencia del misterio sino de
enfrentarlo y dar la cara a todo, pues ya no existe razón alguna
que justifique el sometimiento a lo inexplicable. De hecho, si al-
go no puede ser encarcelado y sometido con grilletes es el deseo
de saber. Ello implica que existe un nuevo tipo de ser que, como
nunca antes en la historia, se siente ofendido, por así decirlo, an-
te lo incomprensible. De alguna manera, el sujeto contemporá-
neo no puede aceptarse a sí mismo desposeído tanto de pregun-
tas como de respuestas.
Adolescentes y jóvenes no pueden permanecer estáticos en
la orilla de la pregunta porque saben que únicamente caminan-
do hacia adelante es posible vivir. Se habla de curiosidad, recu-
rriendo a la ancestral fórmula con la que se interpretó esta urgen-
cia de saber para desacreditarla, para colocar al saber casi en la
ruta del mal. A lo largo de la historia, no todos los saberes fue-
ron legitimados por sí mismos. Por lo contrario, muchos debie-
ron pasar primero por las cribas de una moral que juzgó tanto las
interrogaciones de los sujetos como sus respuestas. Sus estilos
de vida forman parte de las estrategias con las que cuentan en el
proceso de construir identidades. Como dice Soli Blanch
(2009:9): “La creación de estilos de vida forma parte de las op-
ciones identitarias de los jóvenes que definen, así, su condición
de miembros de la cultura juvenil”.
Desde aquella perspectiva, la urgencia de saber de Eva fue
tan perniciosa como los caminos seguidos para conocer. El árbol
de la sabiduría no siempre fue bendecido. Por eso la curiosidad
se convirtió en una de las razones que mueve a chicas y chicos
92
a probar del fruto del bien y del mal. Algo importante debe ocul-
tar aquello que tan afanosa y terminantemente se prohíbe. Y co-
mo acontece en el mito, frente a lo que se niega aparece otra pro-
puesta que habla de bienaventuranzas, de saberes totales, de pla-
ceres. Los dueños del saber y la verdad lo han prohibido porque
conocen que, si comiesen los frutos de este árbol, los sujetos se
convertirían en dioses, es decir, en sabios. No es nada pequeña
la promesa y es demasiado tentador aquello de ser como dioses
y arribar así a la fuente de saberes y placeres inusitados. Como
puede leerse en los antiguos textos de los Vedas: “Hemos bebi-
do Soma, nos hemos hecho inmortales, hemos llegado a la luz,
hemos hallado a los dioses”.
Como en los mitos, acuden los tres personajes: el amigo que
ya ha experimentado, el fruto prohibido y el que desea llegar a
aquello que el otro no pretende ocultar.
93
dicciones en las que se hacen y viven los sujetos. El deseo es el
sujeto, es aquello que lo representa ante el universo de los otros
y de la ley, es su palabra a través de la que denuncia que no po-
see sino tan solo un algo de saber, de verdad y de goce.
¿En qué consistiría la educación del deseo? Nadie lo sabe
porque, en el instante mismo de conocerlo, desaparece, muere.
Porque el deseo surge ante la presencia de la ausencia. El deseo
se despierta y desea desear, desea el objeto creado por el mismo
deseo. Se desea desear, como dice Lyotard (1989), y solamente
en ese momento es posible producir los objetos de deseo. La ci-
ta pertenece a Khalil Gibrán (1918):
94
Claro que yo contaba con principios de la casa, pero sí, yo me ini-
cié por experimentar y porque un amigo me dijo, Prueba esto que
te va a gustar, pero de hecho lo probé por curiosidad, entonces ya
no era necesario que él me lo diga,
95
Es un criterio generalizado de que mientras el consumo esté en lo
natural está bien, Por eso creen que mientras estén consumiendo lo
natural no van a tener ningún problema, Por eso tienen más miedo
a las otras drogas como la base, la coca, etc., Me refiero más a los
jóvenes, a los adolescentes, porque con los adultos como que es
más difícil, ellos siempre tratan de socapar estos temas, como que
no ocurrieran, Por eso es que es más difícil hablar con ellos,
96
En la medida en que las drogas se encuentran en la vida co-
tidiana, no es dable alejarlas de los modos de entender, inter-
pretar y vivir el mundo por parte de los chicos, las muchachas
y los jóvenes de ahora. Caso contrario, los intentos de enten-
der el fenómeno caerían o en los lugares comunes o en el ana-
cronismo, algo sumamente grave pues obstaculizaría de mane-
ra radical el proceso.
No existe la mortificación del sujeto como condición de ser.
Por el contrario, es el saber lo que lo alienta a existir entre los
otros. Volar, probablemente, haya sido una de esas elementales in-
quietudes de los seres desde la prehistoria. Volar implica contar
con el poder de abandonar lo que se posee para ir en pos de lo des-
conocido. Quien vuela se eleva sobre los otros y arriba a lugares
no imaginados en los que pretende hallar lo que busca, que no es
otra cosa que las razones de su existencia. De hecho, no existe
otra preocupación más grande que la de producir esta suerte de
desprendimiento del espacio común para crear otros nuevos.
No interesan los vuelos de los pájaros sino las levitaciones
de los llamados santos, que pretendieron desprenderse de la ma-
terialidad de las cosas para arribar a verdades trascendentes. Al
poder importa la vida elevada de los héroes. Juan narra a su ma-
nera la necesidad de sabidurías nuevas que le condujeron a usar.
Él busca un vuelo que sepa a sabiduría:
Claro que fumé marihuana por curiosidad, por saber cómo son
esas sensaciones que se producen alrededor de la droga, Sí, me
gusta volar, sí, me gusta analizar más y detalladamente las cosas,
Entonces fumo marihuana, Hay gente que fuma marihuana y que
ha pasado por experiencias intelectuales sumamente elevadas,
97
acto de uso, a una aventura en la que todo es posible: lo agra-
dable y lo desagradable, la seguridad y el abismo.
Existen innumerables estados del ser en su tiempo, porque
es precisamente ese tiempo el que marca las diferencias del ser
con los otros y consigo mismo. Ser haciéndose, ser siendo en ca-
da momento de la existencia, en cada experiencia construida. El
ser se encuentra perennemente abierto a sus experiencias tempo-
rales a través de búsquedas interminables. Por el contrario,
quien se queda atrapado entre las cosas de la vida rutinaria no
hace sino olvidarse de sí, se aliena a las cosas. Juan dice que los
usadores de marihuana, sobre todo quienes lo hacen de manera
esporádica, reconocen que nada es totalmente cierto si no se pro-
ducen reflexiones sobre cada cosa, de modo particular, sobre su
propia existencia. Heidegger decía que el ser se encuentra ex-
puesto a sus horizontes temporales. En cambio, el estado-mari-
huana no es el de la búsqueda del ser sino, por el contrario, el
estado de aniquilación:
Por eso hay que dejar ese mito de que la marihuana daña tu
mente, aunque esto es relativo, porque la marihuana te desarro-
lla en ciertos puntos, pero te jode en otros, Por eso, una marihua-
na ocasional te abre el espíritu, Una marihuana constante te
mantiene en un estado de marihuana, es decir, marihuaneadado,
es decir, torpe, lento, tus reflejos son lentos, cada vez te olvidas
de hacer las cosas,
98
juvenil sin analizarla. Ese agotamiento que se produce cuando
se resiste a aceptar que los consumos forman parte de los media-
tizadores de las culturas juveniles. Porque ser adolescente o jo-
ven implica formar parte de la condición juvenil, lo cual no exi-
ge ser miembro de la cultura común en todas sus expresiones.
99
Cuando la sociedad da la cara a las actitudes y acciones de
los adolescentes y pretende explicarlas, se acude a criterios que
tienen que ver más con los prejuicios que con un análisis serio y
teórico de lo que son ahora las culturas juveniles. Recurrir a los
lugares comunes resulta fácil y hasta culturalmente económico
frente a realizar intentos sostenidos de mirar las cosas más allá
de las apariencias. El conocimiento aparencial es fácil y posee la
virtud de convencer con esas evidencias sensibles que terminan
poniendo de acuerdo a todos.
Las redes de significación que crean los discursos oficiales
sobre la familia y el colegio no favorecen la comprensión de si-
tuaciones como la violencia entre adolescentes, que es remitida
a los usos de drogas, al abandono familiar y, de manera muy par-
ticular, a la pérdida de los supuestos valores de la sociedad de
los adultos, que se ha vuelto ciega ante su propia incoherencia
representacional, moral y política.
Es lo que acontece con el tema de las drogas. Ubicadas de
hecho en el mundo del mal, a nadie se le ocurre detenerse un
momento para mirar y contemplar, para escuchar y analizar lo
que muchachas y chicos dicen de sus vidas plurales, tan o más
complejas que las de los adultos, tan o más válidas en sus deci-
res que los discursos oficiales llenos de sabiduría circunstancial.
En el aula, un chico saca una pistola y dispara a quemarro-
pa a su compañero que cae muerto. Y como él, muchos otros
chicos y muchachas han fallecido víctimas de actos inexplica-
bles que dan cuenta de que algo grave acontece en nuestro mun-
do. Dos niñas torturan inclementes a una de sus compañeritas
caída en desgracia. Mientras en el colegio vecino, un chico, can-
sado de ser objeto de oprobio, hunde su navaja en el rostro del
compañero que no ha cesado de ofenderlo sistemáticamente. Y
así, una colección de agresiones que cada vez se tornan más
crueles. Autoridades y profesores del colegio acusan a las dro-
gas, a la marihuana, que han dañado la vida de estos chicos y
muchachas.
100
Resulta más económico, desde todos los puntos de vista,
acusar a las drogas que reconocer que adolescentes y niños
también replican lo que acontece en el mundo de los adultos.
Ellos no se inventaron la violencia. Si los Estados resuelven las
diferencias ideológicas con armas, guerras y torturas, niños y
adolescentes recurren a los golpes e incluso a las armas para
imponerse al otro, para solucionar conflictos o para vengar pe-
queños agravios.
En tanto estrategias de distinción, los usos de drogas podrían
correr paralelos a las violencias sociales, familiares, institucio-
nales y personales. Más aún, hasta podrían estar presentes en los
actos de violencia, pero no como causa, ni siquiera como instru-
mento imaginario que provee de fuerza. Sobre todo para quienes
se acercan por primera vez a la droga, las razones para hacerlo
tendrán que ubicarse en la curiosidad, la búsqueda de un placer
figurado como posible y como único. La idea del mal es, por
cierto, no ajena pero tampoco es determinante.
Creo que la mayor parte se acerca a las drogas por curiosidad, por-
que oyó que un amigo probó la marihuana y que le encantó, En-
tonces, los otros quieren ver si sienten lo mismo,
101
Cada quien tiene su propia historia, La verdad es que una amistad
con esa gente fue más o menos por un mes, mes y medio, y en ese
tiempo vi tanta huevada como no te puedes imaginar, No eran ado-
lescentes, eran adultos jóvenes, muchos eran adultos cuyos hijos
estaban ya casados, se pegaban coca con su pareja, y ahí se produ-
cían intercambios de parejas, qué asco de personas,
102
EL SUJETO ES SU MODA
En lugar de acudir a la ética del bien y del mal, las nuevas gene-
raciones piensan en lo que se denomina la moda, en tanto siste-
mas de códigos que califican y proveen de significación a las
realidades que se viven en un tiempo determinado. El sentido de
moda suele ser descalificado cuando se refiere a los órdenes mo-
rales y a los valores que atraviesan una sociedad. En general, se
ha preferido colocar a la moda únicamente en el orden de cierta
estética, pero casi nunca como aquello que provee de sentido a
la vida cotidiana y que es capaz de producir movimientos y
transformaciones sociales.
La moda atraviesa lo aparente hasta significarlo puesto que
lo provee de valor, sin importar lo que sea. Es el caso, por ejem-
plo, como señala Teresa Gisbert (2003:144), de la pintura que
“representa cuerpos velados, vestidos, deformados, desmembra-
dos, desdoblados” como la realidad estética que hace al mundo
contemporáneo. De la misma manera que un pintor podría re-
presentar el cuerpo reducido a un vestido, los adolescentes po-
drían significarse en la marihuana como realidad estética nueva,
como, en la Edad Media, un hábito talar atravesado por una cruz
o un manojo de espinas significó al hombre virtuoso. Se trataría
de una visión más de la complejidad existencial de las culturas
juveniles abocadas a realidades nuevas y, sobre todo, volátiles.
Colocadas en el plano simbólico, el consumo y la moda proveen
de coherencia a las culturas de las generaciones jóvenes.
Según el decir de Feixas (1999:84), se entiende por culturas
juveniles a “microsociedades juveniles con grados significativos
de autonomía respecto a las instituciones adultas, que se dotan
de espacios y tiempos específicos”. Esta noción se relaciona con
la de culturas subalternas que se encuentran en los grupos domi-
nados, como los adolescentes, que son vistos como grupo tran-
sitorio cuyas expresiones conductuales terminan calificadas de
enfermedad que se cura con el tiempo. Este carácter transitorio
103
de la adolescencia y de la juventud ha sido utilizado por el po-
der para menospreciar sus pensamientos, estéticas, creaciones y
lenguajes.
No es dable realizar separaciones entre la realidad y lo ima-
ginario puesto que se trata de las formas mediante las cuales el
ser está en el mundo. Si bien se distinguen semióticamente, no
son ontológicamente separables. Las nuevas generaciones se ha-
cen en y con los imaginarios que les pertenecen sin que sea po-
sible realizar distinciones o, menos aún, valoraciones que tengan
como objetivo descalificarlas. En principio, ningún adolescente
podría hallarse fuera del orden de los imaginarios que constru-
yen su tiempo. Y en esas construcciones se hallan las drogas co-
mo realidades mágicas. Son esos imaginarios los que proveen de
sentido a las drogas, a cada una de ellas en su propia especifici-
dad, de tal manera que termina siendo casi imposible tratar de
entender los sentidos de los adolescentes al margen de las dro-
gas, el rock y cualquiera de las otras realidades que les pertene-
cen de suyo.
Para Solé Blanch (2005), los productos de consumo no re-
presentan tan solo vehículos para la expresión de las identidades
juveniles, sino que terminan convertidos en su dimensión cons-
titutiva. La ropa, por ejemplo cumple un papel central para re-
conocer a los iguales y distanciarse de los otros. Por ende, se
produciría un serio error en el observador que pretenda entender
a los grupos mediante miradas superficiales que encuentran ho-
mogeneidad en los cuerpos que se hallan claramente diferencia-
dos por ropas, gestos y lenguajes.
La velocidad, el ritmo, las cadencias, los colores, las eleva-
ciones y los hundimientos hacen al sujeto en similar dimensión
que las uñas, los pies y el color mutante de los cabellos, las mi-
radas y los dolores. Ya no es, ni lejanamente, el cuerpo de la ana-
tomía física, sino cuerpos mágicos hechos de colores y resonan-
cias que mutan y se trascienden gracias a los lenguajes que no
cesan de ser inaugurados en cada estación de las palabras.
104
Si bien los lenguajes limitan al sujeto, también lo lanzan a
espacios en los que todo es capaz de modificarse. El ser es la ca-
sa de la palabra, decía Heidegger. Pero Pizarnik (2001), invita a
mirar y entender lo que se habla y se significa cuando el hura-
cán se lleva el techo de esa casa, como acontece en algún vuelo
realizado en el avión de alguna droga:
Sí, las drogas se han puesto de moda, como tal vez fue ya en mu-
cho tiempo, Podría ser una moda también, aunque haya mucha
gente que fuma por fumar, pero, por ejemplo, los hippies, los ras-
tas, fuman porque es parte de su cultura, Las gentes que fuman por
fumar no saben qué significa, Por ejemplo, los rastas fuman para
105
estar con Ja, que es su dios, pero hay otros que fuman por fumar,
que porque el man está fumando, entonces yo también,
106
nada digno de ser rescatado. Para los chicos más que para las mu-
jeres, la fundamental verdad de la vida era la rebeldía. Esto con-
dujo a la sociedad a calificarlos de rebeldes sin causa, pues care-
cían de razones suficientes para oponerse al orden establecido.
Para aquella psicología fue sumamente importante analizar
cada uno de los aspectos de esta adolescencia con el propósito
de demostrar que no era sino una etapa más o menos fatal, en la
que chicas y muchachos padecían el mal de la sinrazón y de lo
conflictivo.
Frente a esta adolescencia, la sociedad debía adquirir y ejer-
citar la virtud de la tolerancia. Tolerar significa desconocimien-
to total de actos, lenguajes y realidades que requieren compren-
sión. Tolerar es soportar. Por lo mismo, los adolescentes debían
ser tolerados hasta que, pasada la crisis, retornasen a la norma-
lidad, al redil de los valores, creencias, principios y normas de
los adultos. La tolerancia implica el convencimiento de que las
generaciones jóvenes ni piensan ni hablan en serio. La toleran-
cia se convirtió en una buena estrategia destinada, en última ins-
tancia, a probar la validez de los principios morales y culturales
de la tradición.
A partir de la década de los ochenta, la adolescencia da un
giro importante. Este movimiento mira la adolescencia desde
nuevas perspectivas sociales, culturales, teóricas y éticas. Lo
fundamental es que ya no se la considera una etapa de crisis, ni
un período normal y hasta indispensable para llegar al universo
de los adultos.
No es una edad sino un tiempo personal que marca el ingre-
so a un mundo diferente al de los adultos, a través de la cons-
trucción de espacios propios en los espacios sociales y cultura-
les de los adultos. No se trata de un aporte a la tradición, lo cual
no sería en verdad importante, sino, por el contrario, su misión
es la creación de nuevos mundos de significaciones distintas a
través de lenguajes y juegos de lenguajes, de metáforas y juegos
metafóricos. Se trata en consecuencia de auténticos trabajos
107
simbólicos destinados a la producción y reproducción de la vida
cotidiana, como diría Willis (1998).
La adolescencia representa un tiempo lingüístico que, si
bien mantiene raíces con el pasado, se diferencia de él porque
construye nuevas sentidos y nuevas realidades. De esta manera
se inaugura un futuro que se convertirá en motor de la existen-
cia, pues será el lugar de ideales y metas. En el futuro se encuen-
tran los objetos de sus deseos y esperanzas. En otras palabras,
esta adolescencia descubre que el futuro es el único lugar válido
para vivir.
No constituye una etapa de la vida sino, por el contrario, un
estilo de vida construido con lenguajes propios, con sistemas de
representaciones que permiten a chicas y muchachos transmitir-
se fantasías y deseos. Ya no es una edad sino una forma de vivir
e interpretar el mundo.
En este sistema de significaciones, las drogas y sus usos
construyen espacios propios que forman parte de sus espacios y
tiempos, de sus fantasías y deseos. Esto no acontecía hace una
década cuando el discurso oficial sobre las drogas aún pesaba en
las representaciones de adolescentes y jóvenes.
Precisamente, es esto lo que molesta a un sector de adultos
que no logran entender que la cultura se haya encargado de abrir
espacios nuevos que van más allá de la simple tolerancia. En
efecto, pese a las evidencias de las transformaciones, persiste un
discurso que se resiste a virar la página de los prejuicios para
mirar el mundo con nuevos ojos.
En el siguiente testimonio, aunque no se realiza una compa-
ración directa entre la homosexualidad y el uso de drogas, sin
embargo, se aprueba la tolerancia a la homosexualidad y se cri-
tica lo que está aconteciendo con las drogas porque no se puede
admitir que pertenezca a una de las variadas formas que poseen
las nuevas generaciones para dar cuenta de sí mismas.
108
Pensamos como que hay mucha más tolerancia, Hay tolerancia en
cosas que no debería haber tolerancia, Nos parece que está bien la
tolerancia con el homosexualismo, nos parece que, si una persona
es homosexual, es su problema, es la vida de cada quien, Pero con
la drogadicción es tolerar algo que se sale de lo legal, es algo que
sale de los parámetros, es algo en lo que tú no querrías que cayera
tu sobrino o tu hermano,
109
Los que consumen así permanentemente no son la mayoría, pero
los que han probado y los que consumen aunque sea de vez en
cuando sí son la mayoría, son bastantes, porque, sin ser hipócritas,
la mayoría consume de vez en cuando, Una vez cada dos meses sí,
pero que estén permanentemente pegándose, no,
110
muchacha para explicar el hecho de que cada vez se usen más
las drogas en todos los lugares y estratos sociales. Se trata, dice,
de un estilo de vida en el que no se puede dejar de mirar sus ex-
presiones simbólicas en las que constan las drogas y sus usos:
En primer lugar, para entender lo que pasa con las drogas es nece-
sario reconocer que, antes que nada, se trata de un nuevo estilo de
vida, Desde ahí entonces tú puedes entender lo que pasa,
111
AL VISLUMBRAR LA ADOLESCENCIA
112
tece a algunos de sus pares que, aparentemente, nunca dieron
señales de estar mal pero que una noche cualquiera decidieron
terminar con todo.
Es el criterio de vida el que se transforma en el criterio nor-
mativo de las culturas juveniles, para las que solamente el gru-
po y la vida personal y colectiva lograrían explicar su historia,
hacerla y constituirla, y no al revés. En el término fresco podría
hallarse una aceptación implícita de la vida como principio rec-
tor aun cuando ahí no falte el sufrimiento. Porque, incluso cuan-
do están abatidos por los sufrimientos, la expresión fresco apa-
rece para señalar que los padecimientos poseen medidas.
En los usos de drogas podría descubrirse cierto nihilismo
que no tendría que ver con el resentimiento social y familiar ni
menos aún con un resentimiento nostálgico que, en cambio, sí
estaría presente en ciertos usos de adultos probablemente atra-
pados en la enfermedad de la anacronía.
Así se entendería el que la droga sea una moda, parte de las
nuevas formas de significarse los sujetos. Y como la adolescen-
cia es cada vez más temprana, también los usos aparecen más
pronto. Un papá dice:
113
En mi tiempo, se comenzaba a usar marihuana a los 17 o 18 años,
Esas eran las edades normales, eran pocos los que lo habían hecho
antes, Incluso algunos de nosotros lo probaron por primera vez ya
en la universidad, pero ahora es todo lo contrario, los peladitos ya
fuman marihuana y tabaco,
Si quieres saber sobre drogas, ve a mi colegio, ahí consumen la bo-
la6, desde los pelados de primer curso,
114
entre la adolescencia y una apuesta por la eterna juventud. Si ni-
ñas y niños se disfrazan de adolescentes con el afán de apresu-
rar la llegada de la adolescencia, los jóvenes adultos estarían
realizando un proceso inverso para detener la juventud el mayor
tiempo posible. También es probable que cada vez que los ni-
ños se introducen en estas prácticas, los universitarios no quie-
ran perderse la experiencia.
115
Por su parte, niñas y niños no se amilanan ante nada cuan-
do pretenden romper las vallas de la niñez para ingresar lo an-
tes posible en ese espacio que descubren fascinante y que los
atrae de manera irresistible. Hay un imaginario que se convier-
te en el ente dominador de la vida que se encarga, cada vez más
tempranamente, de abrir las puertas de la adolescencia. Por otra
parte, existen innumerables llaves que las abren, a diferencia de
lo que acontecía en las antiguas generaciones, para quienes la
única llave era la edad y que funcionaba de manera más o me-
nos automática.
En consecuencia, la adolescencia no debería ser analizada
por unas supuestas carencias derivadas de una posición subordi-
nada a la sociedad de los adultos sino, por lo contrario, desde sus
propias cualidades, actividades y construcciones. Esta posición
será cada vez más importante puesto que se ha convertido en
una suerte de ideal de vida.
En el mundo contemporáneo no existen automatismos que
tengan que ver con los ejercicios de las autonomías que las cul-
turas juveniles se encargan de crear y recrear a diario. Los ado-
lescentes construyen nuevos horizontes con los materiales pro-
porcionados por los lenguajes, el arte, el color, el ritmo, las ca-
dencias. Estos posicionamientos les proveen de poder y de saber
que, si bien pueden en cierta medida ser rechazados por la socie-
dad de los adultos, les sirven para posicionarse en espacios se-
mióticos únicos.
No existe divorcio entre los diferentes elementos que inter-
vienen en estas construcciones, pues se hallan íntimamente liga-
dos hasta el punto de que se produciría una suerte de exigencia
vital entre el ritmo y la cadencia, entre el color y la forma, entre
los lenguajes y las significaciones que crean día a día. Estos cri-
terios estéticos configuran otra ética con la que los adolescentes
crean, organizan, disfrutan y juzgan su universo.
La curiosidad de la que hablan cuando explican las razones
de su primer acercamiento a la marihuana no se halla separada
116
de los criterios estéticos que rigen y organizan su vida. No se
trataría, en consecuencia, de esas conductas medio insanas cali-
ficadas como perniciosas por las éticas del bien y del mal, sino
de una intención clara, aunque sea inconsciente, de abrir todas
aquellas puertas que les permitan hacer los nuevos caminos que
la adolescencia exige. Sin duda, una de esas es la marihuana,
que ha llegado a formar parte de las estrategias y elementos del
divertimento.
117
sexualidad. En algunos casos, incluso con una presencia tan
real y hasta más posible que la ropa, los aparatos electrónicos,
la discoteca.
La supuesta libertad omnímoda de los adolescentes se con-
vierte en fascinación para los niños grandes, que se saben some-
tidos a los regímenes domésticos y escolares. ¿De qué manera
saltar al vacío para llegar a lo envidiado? ¿De qué manera achi-
car los espacios y los tiempos? ¿Cuál será la fórmula mágica que
haga de un niño un supermán?
118
En el grupo de nuestro colegio, yo era el único de quinto curso que
empezó a fumar marihuana, había uno en cuarto y tres de sexto
curso que tenían entre 19 y 21 años, yo tenía 16 y otro pana, 17,
En mi anterior colegio, empezaban a consumir drogas entre los 15
y 16 años,
119
Hace décadas, para las mujeres la edad mágica eran los 15
años, fecha marcada por una fiesta rosada que se quedó atrofia-
da en el armario del tiempo. Ese tiempo en el que familia y so-
ciedad presentaban a su hija al mundo como objeto de deseo y
como tesoro a cuidar. Las fiestas rosadas no cambiaron de color,
simplemente están agónicas porque aquello que las justificaba
se encuentra en franca extinción.
120
las anteriores. “Piensan más temprano”, dice el informante, con
un dejo de tristeza y de rechazo. Una actitud que es compartida
por muchos otros que, como Renato, divide a los adolescentes
en buenos y malos. Los malos han caído en las drogas. Pero
también forman parte del mundo de los malos quienes ven con
buenos ojos que los chicos usen drogas, los que los toleran, los
que las venden, quienes beben y quienes expenden licor a los
adolescentes.
Bueno ahora uno puede pensar que los chicos son más avanzados,
que piensan más temprano, Pero yo creo que, de tanto que se ve,
hay chicos que son muy dañados, aunque también hay chicos que
son muy decentes, que ni siquiera toman, pero ahora las gentes se
brindan los porros, los bates, como se llama, Eso es algo que se ha
masificado, La gente lo pasa viendo, ya no les importa nada, hay
una maldad que nos ha invadido,
121
PUERTAS QUE SE ABREN
122
México, por ejemplo, es tan grande el problema que el Estado
acaba de asumirlo como un mal de salud pública porque casi no
hay lugar en el que no se vean niños de educación básica y co-
legiales bebiendo, de modo particular los viernes. El secretario
de Salud sostuvo que se debía reducir la tolerancia al uso del al-
cohol así como la disponibilidad de la bebida para niños y jó-
venes, ya que cada día hay más menores de edad que beben en
exceso (2009). No se dice únicamente que estos niños y adoles-
centes beben, sino que lo hacen en exceso, es decir, que llegan
a embriagarse.
El alcohol es ubicuo y forma parte de las celebraciones co-
munes y especiales de la vida cotidiana. Los papás, por ejemplo,
fácilmente ofrecen un trago a su hijo adolescente como parte de
un rito para conducirlo, más que al mundo adulto, al masculino,
casi con el mismo sentido de otra práctica en los estratos popu-
lares, en los que el papá u otro adulto cualquiera lleva al mucha-
cho lo antes posible al burdel para que ingrese a una masculini-
dad que aleje de sí, lo más lejos posible, el fantasma de la ho-
mosexualidad7. El alcohol casi nunca anda solo. Por lo general,
está acompañado de cigarrillos. Los dos constituyen la pareja
perfecta. En consecuencia, el uso de alcohol pertenece también
a los regímenes de la sexuación.
La sociedad y las políticas sociales ni han sido ni son claras
sobre el uso de alcohol en los colegios. La tolerancia es parte de
la política de silencio que prima al respecto. Karen es una ado-
lescente de Cuenca, para ella está claro que el alcohol es la puer-
ta legítima y legitimada que se abre a las otras drogas, ya se tra-
te del sofisticado jerez de la casa pudiente o del común aguar-
diente que, como dios, está presente en todas partes:
123
Mira, siempre se empieza con el licor y el cigarrillo; después de
esto, consumirán lo que les pongan por delante, A l alcohol lo en-
cuentran en la misma casa, ¿Quién no tiene botellas de licor en la
casa? Sobre todo por los múltiples compromisos sociales que tie-
nen los ricos o por la vida diaria de todos, yo veo que el hermani-
to de 8 años de una de mis compañera de colegio ya toma el ape-
ritivo antes de la comida y es, por lo general, el mismo jerez que
toma el papá, que está orgulloso de que su hijo adquiera costum-
bres de hombre, Eso es lo que me cae mal,
124
Por otra parte, el sentido de la adolescencia, que es real-
mente nuevo, ha cambiado de manera más acelerada de lo que
comúnmente se reconoce. Si, por una parte, las nuevas adoles-
cencias se encargan de devorar la niñez, un mundo eminente-
mente efébico exalta a los adolescentes hasta el punto de con-
siderarlos capaces de acciones reservadas a lo que solía llamar-
se mayoría de edad, de esa edad marcada por el cumplimiento
de los 18 años8.
Beben y fuman los mayores de edad, que supuestamente
pueden decidir por sí mismos sobre las conveniencias e incon-
veniencias de hacerlo y que están en capacidad de poner límites
a la bebida y al tabaco. Pero también beben niños y adolescen-
tes, para quienes las posibilidades de poner límites son siempre
reducidas y débiles. Esto es lo que conduce a los informantes,
incluidos los adolescentes, a afirmar que el alcohol es la peor de
todas las drogas.
No dicen que la marihuana sea inocua, pero, comparada con
los efectos del alcohol, se vuelve más benigna, como señala un
adolescente:
Mira, empiezas por el licor y el cigarrillo, que son las drogas más
vendidas, y sigues con la marihuana y, luego, con lo que te caiga en
el colegio, Las pastillas también dependen de si tienes o no dinero,
pero te digo que, para nosotros, es preferible pegarse una marihua-
na, que no te hace loco como el alcohol, que te hace rápidamente es-
túpido y te hace cometer estupideces, Porque con la marihuana fres-
co, con el alcohol nadie se pone bien, Loco, eso es fatal,
125
Pese a lo que dicen numerosos estudios que denuncian sus
efectos perniciosos, el alcohol se resiste cada vez más a salir de
las prácticas sociales. Por ejemplo, la Baylor University9 afirma
que el uso de alcohol durante la adolescencia propicia una mayor
tolerancia en la edad adulta. Este estudio pone en alerta sobre los
riesgos a mediano plazo del consumo de alcohol en la adolescen-
cia, aún cuando fuese en dosis moderadas. Para que se produzcan
trastornos hepáticos o neurológicos, entre otros, no son necesa-
rios consumos tan conflictivos que impliquen dosis o frecuencias
significativas, pero sí importa mucho la edad del inicio.
Las consecuencias a posteriori serían más importantes cuan-
to más tempranamente se comienza a consumir alcohol. De ahí
que, para valorar los efectos nocivos del alcohol, no sería sufi-
ciente tomar en cuenta los cambios de carácter social o familiar.
A esto precisamente se refieren los informantes que hablan de
que casi siempre el alcohol y los cigarrillos hacen la línea de
partida y que, aunque muchos dejan de usar drogas, no necesa-
riamente abandonan el alcohol.
126
se trata de alejar, porque ya se encuentran etiquetadas con el se-
llo del mal. El sello del ron, el vino, el whisky o el aguardiente
se llama placer en cualquiera de sus formas. El vino se halla
bendecido por la tradición, incluida la religiosa. A las drogas se
las persigue. Este distinto posicionamiento crea relaciones de
sentido en lo que tiene que ver con los usos que se establecen ya
sea con el vino o con la marihuana.
En todas partes, los informantes señalan que existe una con-
ciencia clara y generalizada de que el alcohol y los cigarrillos
son significativamente más dañinos que las drogas, en especial
cuando se trata de la marihuana. Mientras que la sociedad no ce-
sa de hablar de los grandes males que produce la nicotina en el
fumador activo e incluso en el pasivo, no se hace una campaña
radical en su contra. A nadie se le ha ocurrido erradicar el taba-
co y, menos aún, quemar sus sembríos. Esta especie de doble
discurso social y político es mirado y analizado como un contra-
sentido difícil de aceptar.
127
través de los años y sobre la base de sus antiguas y personales
experiencias con las drogas. Entre las cosas dichas en los careos,
hijo y madre pasan revista a realidades concretas, a los mitos, a
los ocultamientos culposos, a las autorizaciones que se hacen
justo de aquello que se prohíbe.
128
acuñaron el término para explicar una disposición psíquica que
conduce al sujeto a sentir y expresar de manera simultánea dos
sentimientos o actitudes claramente opuestas. Desea proteger al
hijo de los males de las drogas, aparentemente originados en las
mezclas que realizarían los brujos y, al mismo tiempo, siembra
marihuana en la casa para que su hijo, como dice ella misma, se
drogue seguro de que lo hace con una buena hierba.
No se trata de una patología sino apenas de ese encuentro
simultáneo de lo que cada sujeto es: mezcla bizarra de amor y
odio, de ternuras y agresiones. Las pulsiones de vida y de muer-
te cohabitando en cada sujeto y organizando su existencia para
llevarlo, a veces por la misma ruta, al encuentro con lo placen-
tero y con lo doloroso. Para Bauman (2005:12), una de las ca-
racterísticas primordiales del mundo contemporáneo es la am-
bivalencia
129
descubre en el mismo objeto de deseo que aparece como bueno
y malo, como lleno de amor y de odio. Por lo tanto, no habría
manera alguna de gozar del lado bueno sin excluir el malo, una
exclusión realmente imposible. Tanto las promesas como las
amenazas vienen en el mismo paquete y, lo que es más grave,
nadie las distingue, lo que conduce a tomar la una por la otra.
Hay quienes consideran que el orden social y subjetivo ad-
vendrá cuando desaparezca esta ambivalencia constitutiva, por-
que así cada cosa ocupará un lugar claro y específico en las re-
presentaciones y en los lenguajes. Sin embargo, y pese a las ma-
las pasadas que nos juega, es imposible siquiera imaginar un
mundo y unos sujetos desprovistos de ambivalencia.
Imposible desconocer esa ambivalencia cuando se ve a ni-
ños que comienzan a ser atrapados por el alcohol, con el cual,
presumiblemente, empiezan a significarse y a significar el mun-
do de su entorno y el futuro y que, al mismo tiempo, no se haga
nada serio para evitarlo.
130
MEGAMERCADO DE LO REAL
Una de las rutas que se han construido para abordar el tema de las
drogas es la de la oferta y la demanda, una perspectiva que da
cuenta de las leyes del mercado que rigen el mundo de los nego-
cios, de las necesidades y exigencias de los ciudadanos. En buena
medida, este modelo supondría que, en el interjuego de ofertar y
demandar, se evidencian las relaciones de intercambio que sostie-
ne y acrecienta la producción de drogas y su consumo. En no po-
cos casos, esta relación ha sido tratada de manera mecánicamen-
te lineal, desde una lógica simple destinada, más que a desbaratar
la complejidad, a ocultarla y, en algunos casos, a negarla.
El consumo constituye uno de los tantos significantes que
sirven para definir la cultura occidental y, de modo particular,
las culturas juveniles. Consumir se ha convertido en una suerte
de imperativo del que nadie puede escapar, porque hacerlo im-
plica introducirse en las redes significantes que configuran a los
sujetos. Sin embargo, los actos de consumo hacen que la linea-
lidad de oferta y demanda se quiebre para dar lugar a un mons-
truo de significaciones tan complejas que casi se han vuelto in-
comprensibles.
“El consumo, en tanto función económica, se ha convertido,
en nuestro tiempo, en una función simbólica”, afirma Álvaro
Cuadra (2003:3), es decir, está ahí para representar al sujeto co-
mo agente de los intercambios y aquello que se constituye en
materia del intercambio. Pero, cuando ya no forman parte de los
procesos y realidades que se encargan de satisfacer las necesida-
des reales de los sujetos y de la comunidad, los intercambios en-
vuelven a los sujetos en una red de dependencias de la que difí-
cilmente logran salir. Más aún, cuando se trata de gente joven,
el objetivo es que queden atrapados sin que reparen en ello de
tal manera que no hagan nada para salir de ese atolladero.
Uno de los cambios importantes de nuestra cultura es haber
provocado que el hecho de consumir se haya desprendido de sus
131
antiguos sentidos para constituirse en sí mismo en aquello que
representa al sujeto ante los otros como parte de otra forma de
mutuidades. Eso quiere decir que ya no se consume porque exis-
te una necesidad sino que la necesidad consiste en consumir.
De esta manera aparece otra lógica, según la cual, cuando ya
todo es posible, se desbarata, de una vez por todas, la lógica de
los imposibles que sostuvo los antiguos lenguajes. Esto se con-
vierte en una suerte de condición de una existencia que se sos-
tiene en la seguridad de que se ha establecido el reinado de lo
absoluto. Bajo el imperio de lo absoluto, desaparece cualquier
orden destinado a poner límites a los deseos y a sus objetos.
Su propósito sería dar paso a un nuevo hedonismo de masas
convertido en condición ineludible del estar-bien en el mundo
de cada sujeto. Por ende, todos serán más felices cuanto más
consuman. La felicidad trata de suturar toda falta o, por lo me-
nos, de no hacerla tan evidente como para que aparezca en algún
lugar la angustia o ese simple malestar que bien podría dar lugar
a la tristeza y al sufrimiento.
El consumismo prohíbe estar mal. Pretende además cerrar la
puerta a toda posible interrogación sobre cualquier mal-estar. El
nuevo hedonismo universalizado prohíbe estar mal porque cual-
quier malestar sería un atentado ilógico a la propuesta universal
de felicidad. Por lo mismo, se trata ya no de realidades concre-
tas, físicas, sino de nuevos relatos convertidos en los nexos que
permiten compartir la existencia con los otros. Cuadra continúa:
132
mundo ha inventado una hora más para los goces. No es lícito que
a esta hora extra se la desperdicie en el sufrimiento.
Lo que comenta Susana, en Lago Agrio, se repite en todas
partes porque las drogas no han construido un mercado paralelo
sino que están en las perchas del único e infinito megamercado
de la felicidad.
133
contacto con los poderes superiores y descubrir las verdades
cuyo conocimiento estuvo vedado a los sujetos comunes:
134
ble. Esta invitación imperativa en sí misma ya formaría parte
del vértigo voluptuoso.
La idea fundamental consiste en rechazar todo aquello que
interfiera en esta imposición de sostener los placeres en una
suerte de continuum indispensable para que no aparezca nada
que lo estorbe, ni el cansancio, ni el tiempo real. Nada debería
justificar que tú interrumpas tu placer, ni siquiera los límites
del cuerpo, que antes se consideraban normales y que ahora
deben ser superados, porque la consigna es que no existan lí-
mites para el vértigo. El megamercado de cada ciudad, pueblo
o barrio se encuentra bien aprovisionado para cada condición
y circunstancia:
135
¿Qué pasaría, entonces, si de súbito desapareciesen los sa-
grados y míticos objetos de consumo que energizan el cuerpo y
la mente, el deseo y el goce? La respuesta podría hallarse en esa
visión absolutamente pesimista del mundo revelada en la nove-
la El país de las últimas cosas de Paul Auster (1998), ese pesi-
mismo atroz que ha sido calificado como la enfermedad termi-
nal de la modernidad.
Adolfo Vázquez (2007) se pregunta si acaso no se habrá
constituido en este tiempo lo que denomina un entramado ideo-
lógico del sistema de objetos. La respuesta la encuentra en Bau-
drillard, para quien este sistema se explicaría mediante un prin-
cipio “personalizador” que democratiza el consumo a través de
la nueva ética del crédito, cuyo paradigma son las tarjetas que
ofrecen mundos sin límites. El glamour de las mercancías apa-
rece como nuestro paisaje natural, allí nos reconocemos y nos
encontramos con nosotros mismos. Entonces, ya no será válida
la presencia de ninguna otra escena que lo desvirtúe.
Allí se cuenta con el escaparate de los hongos que ofrecen
tentaciones sospechosas. Hace un par de décadas, el glamour del
que habla Baudrillard, y que aparece en el siguiente testimonio,
se ubicaba en los hongos, porque erradica al usador de su entor-
no para trasladarlo a lo mágico y pavoroso de las alucinaciones.
Siempre han sido responsables de malos viajes, algunos con re-
tornos conflictivos y otros incluso sin pasaje de regreso.
136
historia de este singular mercado, no deja de resucitar en las so-
ciedades. Por supuesto, ningún chico la mira de cerca, y peor los
niños grandes, tal como a veces afirman quienes pretenden alar-
mar más de lo que ya de suyo se encuentran las sociedades. La
heroína ofrece lo que ninguna otra droga consigue: la desapari-
ción del placer para que ahí, en ese vacío, surja, como de la na-
da, la suma de todos los goces, cuya metamorfosis podría coin-
cidir con la muerte.
137
A hora los ácidos están de moda, también una droga que se llama
poper, este poper te da un rash o un viajecito súper intenso, por eso
ahora lo consumen un montón, sobre todo si se trata de una fiesta
electrónica, Pero hay otras que dicen que te hacen tanto daño que
es mejor alejarse, Las usan los que ya están rayados,
138
Un chico de la calle no fundea cemento de contacto por su estado,
Lo hace por frío, por hambre, para poder vivir, Y antes hemos vis-
to a toda hora a esos chicos matándose inhalando el monóxido de
los autos, de mañanita como si fuese desayuno,
A cá, en Lago A grio, para los niños pobres venden los residuos de
todo el proceso de elaboración de la cocaína, Eso les dan, y sabe-
mos que eso es mortal, pero ahí están los niños volando con eso, a
veces todo el día,
139
BIZARRAS NOMINACIONES
140
Así se entiende el constante cambio de nombres que los
adolescentes dan a sus cosas, entre las que se encuentran las
drogas. Se trata de una semántica destinada a que las sustan-
cias circulen entre ellos significando cada vez nuevas realida-
des que codifican y decodifican de tal manera que los adultos
queden fuera.
141
casi neutralidad que están presentes en otras nominaciones como,
por ejemplo, cuando se habla de alcohol.
142
drogas. No se da esa supuesta arbitrariedad con la que se preten-
de rechazar las prácticas lingüísticas de los adolescentes.
Sería inútil la tarea de captar, catalogar y analizar todas las de-
nominaciones por cada una de las sustancias y por cada una de las
circunstancias en las que se las usa. Hasta se podría pensar que,
en el fondo, se trataría de una lírica inteligible para quienes se en-
cuentran fuera de los usos. Las palabras de Wittgenstein (1953)
podrían aclarar este complejo panorama lingüístico:
Supóngase que quisiera sustituir de una vez todas las pala-
bras de mi lenguaje por otras: ¿cómo sabría yo qué lugar le co-
rresponde a una de las nuevas palabras? ¿Son las imágenes las
que conservan los lugares de las palabras?
Los límites de los lenguajes terminan convertidos en los de
la subjetividad ya que los nombres son solo una parte de los tér-
minos significativos del lenguaje, como señala el mismo Witt-
genstein. Las palabras, en efecto, se definen por sus usos.
143
TRES
EL MUNDO DE LA AMBIVALENCIA
Deleuze
Le mythe est une parole.
R. BARTHES
Es necesario referirse al sujeto como misterio indescifrable. Pro-
bablemente, aquello que más se resista a la develación tenga que
ver con el deseo, en cualquiera de sus expresiones, en cada ob-
jeto buscado y en cada acto de encuentro o de construcción, por-
que ahí mismo, en ese instante lógico, se oculta y se aferra a su
consistencia. Ello determina que sea inevitable el enfrentamien-
to permanente a lo conflictivo, a los sistemas de oposición pre-
sentes en cada acto.
Esto se evidencia en los usos de drogas realizados por quie-
nes lo hacen sin saber necesariamente desde dónde y con qué
propósito aun cuando a veces estén seguros de conocer esas ra-
zones incuestionables. La misma confesión de que cada vez se
trata de un ejercicio diferente a los anteriores y a los que ven-
drán demuestra que ahí hay un mundo difícil de desentrañar. Es
probable que sea precisamente esta realidad la que se encargue
de sostener los usos porque, desde su inconsciente, podría sos-
pecharse que, en cada acto, el usador pretendería, una y otra vez,
resolver algún acertijo que lo persigue.
Por otra parte, se trata de series de hechos y prácticas previa-
mente calificados como malos, ilegales e ilegítimos por la socie-
dad, puesto que sobre las drogas pesan series de juicios previos,
casi todos tendientes a su descalificación. En consecuencia, la
posibilidad de escuchar los decires con oídos limpios de prejui-
cios se torna cada vez más difícil.
Los usos de drogas atraviesan un terreno ya minado de
147
prejuicios y de amenazas que van desde lo delincuencial hasta la
enfermedad, desde las acusaciones indiscriminadas hasta las in-
mensas compasiones de una sociedad que lo mejor que sabe ha-
cer es lavarse las manos ante situaciones en las que se reconoce
absolutamente comprometida porque un usador, en especial si es
conflictivo, se encarga de evidenciar la realidad de una sociedad
siempre lista a construir chivos expiatorios para ahí depositar
culpas, fracasos, complicidades y maldades. ¿Se tratará, enton-
ces, de un síntoma social negado y transferido a ciertos sujetos,
de modo particular a los adolescentes? Si así fuese, eliminar el
síntoma no traería sino ventajas imaginarias, de conformidad
con la economía social y psíquica de los síntomas.
Pareciera que los usadores de drogas han tenido que dejar de
ser sujetos para convertirse en acontecimientos, tal como podría
apreciarse, por ejemplo, en la profusa utilización de los datos es-
tadísticos en los que se hallan excluidos de manera radical pues
han devenido en cifras, curvas y porcentajes. Difícil aceptar que
el mundo contemporáneo se componga también de drogas y que
adolescentes y jóvenes actuales formen parte de esa composición
en tanto usadores. Nuestras sociedades no solamente poseen dro-
gas y usadores sino que unas y otros también hacen la sociedad,
la representan y la visibilizan. Convendría aceptar esta suerte de
relación fundante de las ciudades, del país, de nuestra historia,
de la que nadie puede escapar. Como decía Virginia Woolf, el pe-
rro flaco corre por la calle, ese perro flaco es la calle.
Aquí aparece nuevamente el tema de la ambivalencia que
da cuenta de las sinrazones, equívocos y ocultamientos que for-
man parte de los discursos sociales. Ya Bauman (2003), decía
que la ambivalencia social no se refiere a una patología del len-
guaje o del discurso sino a un aspecto normal que aparece en las
prácticas lingüísticas, en especial cuando se trata de nombrar y
clasificar. Clasificar supone separar, poner aparte, aislar a los
buenos de los malos, a los buenos que no usan drogas de los ma-
los que sí lo hacen.
148
A propósito de las drogas, ya no se las puede mirar como al-
go ajeno a la existencia del país, de las ciudades, del barrio y de
la casa, pues forman parte de la configuración de los sujetos a
quienes pertenecen en cualquiera de sus posiciones afectiva y
mentales, como usadores, como no usadores, como papás que
usaron y ya no lo hacen, como los que las probaron y aún man-
tienen ciertos usos, como los profesores de colegios y universi-
dades que las usan actualmente y que por eso prefieren mante-
ner la boca cerrada por una elemental ética. Se trata de “dimen-
siones de multiplicidades”, como diría J. Deleuze, que se resis-
ten con todas sus fuerzas a dejarse atrapar.
149
ENERGIZAR LA VIDA
150
Por su parte, los informantes no dejan de referirse a esta
etiología familiar. Unos lo harán como una verdad incuestiona-
ble. ¿Cómo pensar de otra manera si es esto lo que dicen todos,
de modo particular los discursos de personas importantes como
psiquiatras, psicólogos, profesores? Además, ¿acaso no resulta
social y políticamente conveniente ubicar, de manera hasta físi-
ca, un origen para atacar esos núcleos conflictivos y así solucio-
nar esta clase de problemas tan preocupantes y dañinos?
Frente a ese reduccionismo sencillo y casi simplista, apare-
ce una inmensa etiología que tiene que ver con los estados pro-
pios de la vida contemporánea y de las circunstancias que viven
los grupos, la ciudad y el país. De la familia tradicional cada vez
queda menos pues se halla minada por principios que vinieron a
destruir sus supuestos órdenes inamovibles y, de manera espe-
cial, los del padre omnipotente que impuso, a la fuerza y sin mi-
ramientos, una tradición inquebrantable. Ya Lacan hablaba de la
función eminentemente simbólica del padre. Pero ello no condu-
jo sino a un acrecentamiento de su función divina de portador de
la ley. El nombre del padre lacaniano es casi el nombre de Dios
Padre del cristianismo. Las nuevas sociedades ya no soportan
referentes lineales y absolutos que expliquen su constitución y
dinamia, pues se saben hechas desde la complejidad y la equi-
vocidad. La caducidad y contingencia de la realidad familiar se
han convertido en condición de las sociedades urbanas.
Roudinesco (2003), señala que la familia actual se halla en
desorden por dos razones fundamentales. La primera por la ca-
si imposibilidad de sostener los principios y las normas que
conformaron la familia tradicional, esa familia sostenida y de-
fendida contra viento y marea por los órdenes establecidos en
la cultura occidental. Y, en segundo lugar, una familia que, ya
reconocida en desorden, no sabe qué rumbos tomar porque, pa-
ra la autora, homosexuales y lesbianas pretenden reorganizar la
familia tradicional de espaldas a los cambios radicales, cuyo
paradigma está en las tecnologías cada vez más consistentes
151
para que la reproducción no tenga que ver ni con la familia ni
con la paternidad.
Pese a estas transformaciones inevitables, persisten ciertas
añoranzas de una familia supuestamente buena, cohesionadora,
legítima transmisora de la tradición y refugio seguro para todas
las generaciones. A ratos los sujetos y los grupos sociales se ol-
vidan, o no quieren reconocer, que ya casi no hay tradición sino
improvisación y creación.
La primera respuesta a la búsqueda de un sistema etiológico
que dé razón de los usos de drogas tiende a ser un sólido no.
Chicas y muchachos no necesitan atravesar circunstancias espe-
cialmente conflictivas para usar drogas puesto que, si no fuese
así, no se explicaría la infinidad de condiciones y circunstancias
en las que usan drogas. Lo dice un joven adulto:
152
nes y desórdenes, hasta el punto de convertir a las drogas en el
privilegiado lugar para depositar todos sus problemas.
El mundo es demasiado complejo como para recurrir a esta
clase de reduccionismos y mantenerlos incluso contra toda evi-
dencia social y clínica.
153
usadores, es asunto de las personas, aquello que pertenece a ca-
da sujeto y que, de una u otra manera, forma parte de los órde-
nes del misterio:
154
denomina “democratización de la noche” y que se expresa en
vivir las noches, particularmente de de los fines de semana, en
un casi inacabable ejercicio de diversión.
155
aparecen en el siguiente testimonio, pero también están la vida
cotidiana con sus celebraciones y sus ritos.
Es preciso reconocer que para adolescentes y jóvenes no se
trata únicamente de alargar la farra, puesto que ella comprende-
ría algo más que ese acto de diversión. Se trata de alargar la vi-
da, la juventud, la existencia en el mundo de los otros. Las trans-
formaciones en el mundo juvenil vienen dadas, entre otras razo-
nes, por el alargamiento del tiempo de ingresar al mundo labo-
ral y de abandonar el hogar familiar a causa de la ampliación
del tiempo escolar.
El alargamiento del tiempo de la diversión formaría parte de
esas grandes metáforas que dan cuenta de nuevos estilos de vi-
da y de su complejo mundo representacional en lo que tiene que
ver con el presente y el futuro. La pregunta existencial sería de
qué manera hacer de la vida una farra perenne, una especie de
goce perpetuo.
La verdad es que sí, que cada vez con más frecuencia, se consume
drogas en las fiestas, Hay grupos en los que no había nada si no es-
taba mediado por las drogas, Y qué farras, horas y horas seguidas
de farra, Imagínate que una vez vi una línea de coca que recorría
la mesa de una barra de un megabar de Quito, La gente sacaba una
tarjeta o un billete y jalaba todo lo que quería,
156
límites. Un ejemplo sencillo pero paradigmático podrían ser esos
bares abarrotados en el que la gente adulta, joven y hasta adoles-
centes se divierte sin tregua10.
La vida se representa a sí misma en las experiencias acumu-
ladas y en los riesgos negados. Como si se tratase del otro lado
de la paradoja medieval en la que el sufrimiento había sido ins-
tituido como la perfección del ser, ahora el mandato es gozar,
gozar todo el tiempo posible hasta extraer la esencia gozosa de
las cosas. Y, algo importante y nuevo, gozar sin culpa. Este
mandato del goce tendría como objetivo ocultar, de la mejor ma-
nera posible, la falta de ser que constituye al sujeto. Así se pre-
tendería desconocer que los límites del ser se encuentran justa-
mente ahí, en la falta de ser, esa falta que no puede ser llenada
absolutamente por nada porque, en el instante de su llenura, se
produciría la muerte.
En consecuencia, para la nueva cultura, la diversión no es
una alternativa posible sino una necesidad vital. Por ello jóvenes
y adolescentes no solamente exigen tiempos y espacios, cosas y
dinero, sino también buenas dosis de tolerancia de la sociedad,
en particular de aquel grupo de adultos que no entiende que se
han producido cambios irreversibles en la vida cotidiana. Los
sistemas de valores son otros y es vana añoranza pretender res-
tituir aquellos principios que guiaron y sostuvieron antiguos
tiempos. Aquí se produce la brecha de la discordia generacional
y cultural, entre la tolerancia y el dejar hacer sin límites, entre
los límites y los respetos a las autonomías y a los derechos.
A diferencia de lo que acontece en los países desarrollados,
como los europeos, en nuestros países tercermundistas, los ado-
lescentes no han logrado aún su carta de naturalización como ca-
tegoría sociológica ni como grupo socialmente identificable con
157
intereses propios, ubicados y asumidos por los poderes políticos,
económicos y educativos.
Esta exigencia de cambio y tolerancia se halla presente en
todas partes: en los pequeños y en los grandes, en las ciudades
de la Sierra y la Costa, de Galápagos y el Oriente. El mundo se
complica sin sentido porque no se acepta que cada quien tenga
derecho a un espacio propio y a nuevos estilos de vivir. La to-
lerancia es la virtud indispensable, incluso para entender los
problemas desde otras ópticas. No es ceguera necia ni que-
meimportismo absurdo. La tolerancia implica un claro posicio-
namiento analítico que descubre diferencias en los sujetos y las
cosas, en los tiempos y en las costumbres. La intolerancia, en
cualquiera de sus formas, es y será siempre agresión y más aún
cuando las instituciones se vuelven intolerantes. La tolerancia,
por otra parte, no es supresión de normas y límites encargados
de sostener al sujeto en su existencia. Sin embargo, el conflic-
to aparece cuando ninguna de las partes sabe cuáles son los lí-
mites de los límites.
158
temor consiste en descubrir que es posible que el rato menos
pensado tu yo no se diferencie del yo de los otros.
Para crear y organizar la propia mente, hace falta, como di-
ce Rorty (1991), aceptar la diferencia de pensamiento y de de-
seo en el otro. La diferencia del ser es la condición de la exis-
tencia. “Crear la mente de uno es crear el lenguaje de uno, antes
de dejar que la extensión de la mente de uno sea ocupada por el
lenguaje que otros seres humanos han elegido”.
La solidaridad representa el lado opuesto de esa tolerancia
que sabe a resignación frente a la libertad del otro. El mismo
Rorty dice que el temor del poeta Bloom (1975), era terminar
sus días en un mundo que él ni había hecho ni había querido pa-
ra sí. Este es también el temor de muchos adolescentes y jóve-
nes que pretenden rechazar el peso de la repetición que se vuel-
ve cada vez más insoportable. El hecho de que los adultos ten-
gan razón en muchos de sus enunciados no quiere decir que no
sean igualmente verdaderos los enunciados de las nuevas gene-
raciones sobre el mismo tema. Sobre esto versa el permanente
litigio generacional que se vuelve inzanjable porque los dos gru-
pos desconocen o no logran aceptar que ambos posicionamien-
tos podrían ser ciertos.
Las culturas juveniles no buscan compasión, más bien la re-
chazan porque saben que es una de las numerosas formas que
tiene la tradición para agredir. Ya Freud decía que la compasión
no es otra cosa que una respuesta narcisista de quien la da, pues
espera la reverencia y el sometimiento del compadecido. Si no
se da esta respuesta de manera inmediata, la supuesta compasión
se convierte en violencia.
La tolerancia de la que habla la informante podría traducir-
se en términos de persuasión, antes que por la fuerza, por actitu-
des reformistas de los modos que rigen las relaciones más que
por actitudes revolucionarias que implican violencia.
Así se entiende lo que dicen chicos y chicas del país para
quienes se han instaurado nuevos ritos que consideran legítimos
159
puesto que forman parte de las condiciones de ser adolescentes
ahora que es su tiempo. No existe ni sociedad ni comunidad ni
sujeto sin rito. Las convenciones rituales de la cotidianeidad
pertenecen a las estrategias de protección con las que cuentan
ante la emergencia de la realidad familiar y social, percibida co-
mo abiertamente hostil a los cambios y al caso omiso que se ha-
ce de las reglas recientemente implantadas o que en realidad no
significan más que la reinauguración de la tradición.
Para ellos, los usos de drogas son una cuestión propia de la adoles-
cencia, parte de ser adolescentes, En muchos casos, implica con-
sumir drogas aunque sea por una sola vez, como cuando te pegas
el primer trago, A ntes era sobre todo el trago, ahora quizás prefie-
ran compartir un porro,
160
Ha desaparecido esa subjetividad centrada en las creencias y
los principios de la familia nuclear en vías de extinción. Con es-
te borramiento, igualmente deberían haber desaparecido, o por
lo menos estar en proceso de hacerlo, todas aquellas patologías
que caracterizaban a esa familia nuclear.
También se habla de la violencia entre adolescentes a causa
de sus diferencias sociales o económicas. Tal vez, los hijos co-
pian las posiciones discriminadoras de su familia y de ciertos
grupos sociales.
161
está sucediendo cada vez más entre nosotros, es que ahora debo te-
ner mi laptop, mi celular, mi equipo de sonido, mi música, mi ca-
rro, A ntes podías extender el carro de la familia, la computadora
de la familia, tenías el teléfono de la casa, ahora tienes mySpace,
facebook,
162
LAS RUTAS DEL SUFRIMIENTO
163
Las nuevas generaciones juveniles urbanas se han hecho
cargo de un nuevo sentido de fragilidad que ha llegado a conver-
tirse en el atributo primordial del ser igual que de su mal-estar.
Bauman (2005), por ejemplo, habla de una modernidad líquida
para referirse a ese proceso de licuefacción de las sociedades
modernas en las que las culturas juveniles ocuparían un lugar de
privilegio. De hecho, el amor, las ternuras, las prácticas sexua-
les van quedando presas de una lógica que los fragmenta y dilu-
ye en léxicos y prácticas que, finalmente, podrían terminar aban-
donando al sujeto a su propia soledad11. Como señala Guido
Vespucci (2006), la angustia y la incertidumbre resultantes de
este devenir histórico no son problemas privados de cada sujeto
puesto que forman parte de la sociedad en general, aunque pro-
bablemente sean más evidentes en las culturas juveniles.
Nunca el futuro ha sido claro para nadie, pero las condicio-
nes y circunstancias de la existencia han permitido crear visio-
nes y expectativas destinadas a proveer de un puñado de míni-
mas certezas. Parecería que esto no está presente ahora. De ahí
esas sensaciones de vacuidad que experimentan y que se ex-
presan, entre otras formas, en los usos de drogas y alcohol e in-
cluso en esa especie de actitud antisocial. No se trataría de la
toma de conciencia de ser parte de ese ser-para-la-muerte, sino
la conciencia de que esa muerte, que aparece como punto final
de llegada, puede anticiparse e introducirse justo en los luga-
res de las certezas. Se enfrentan, pues, a un mundo frágil, de-
leznable, que no les brinda suficientes seguridades y que con-
tradice al sistema de verdades casi absolutas de los discursos
políticos y religiosos.
11 Con esta licuefacción tendrían que ver las múltiples denominaciones que
se han creado para señalar y diferenciar distintas formas de realizar pare-
ja, sus características y sus ejercicios, tales como: amigovio, amigo con
derecho, vacile, etc. Al tiempo que se justifican las prácticas sexuales y
amorosas, se marcan las distancias, los compromisos y, en última instan-
cia, las soledades.
164
El siguiente testimonio podría convertirse en un texto para-
digmático de esta situación que embarga a todos, como dice el in-
formante. Nadie escapa a la incertidumbre que hace la existencia.
165
lectura, ni en las drogas. Es esto lo que se denomina falla en los
sentidos de la existencia.
Mediante la borrachera no se evade la realidad, se la bebe de
tal manera que llegue a formar una sola cosa con el sujeto, que
él termine siendo su realidad y su verdad, que se asegure que
más allá de él o de ella ya no hay nada que preguntar ni saber.
La resaca sería la toma dolorosa de conciencia de que todo el es-
fuerzo realizado fue inútil.
¿Qué es la verdad y en dónde encontrarla? Esta es la pregun-
ta que anida en el corazón mismo de la existencia y que se halla
presente a lo largo y ancho de la adolescencia y la juventud.
Desde los tiempos de los mitos, el vino y los alucinógenos se
presentaron como realidades mediáticas para responder estas
preguntas que la sociedad y la cultura han pretendido escamo-
tear reduciéndolas a casi nada. ¿Acaso el constante recurso a las
estadísticas no representa un intento logrado de cerrar la boca a
los lenguajes, a los cuestionamientos de la soledad y la tristeza?
166
ser presas de grandes o terribles problemas que les impidan vi-
vir bien y en paz.
Juan Piazze (2006), al analizar este sistema de negaciones, se-
ñala que el sistema socio-político ve al cuerpo y, por ende, a los
sujetos como una máquina. Un sujeto des-individualizado, uno
más en la especie. Un adolescente más del total de la población.
167
nacional e internacional. Las drogas han llegado a formar parte
del inconmensurable cartel de ofertas de objetos para consumir,
por ello se destacan en el supermercado de la felicidad que, en
tanto enunciación irrefutable, se encarga de negar la realidad del
sufrimiento y de los vacíos existenciales.
“El consumo, en tanto función económica, se ha convertido
en nuestro tiempo en una función simbólica”, afirma Álvaro
Cuadra (2003:15) . Su propósito sería dar paso a un hedonismo
de masas. Todos serán tanto más felices cuanto más consuman.
La felicidad trata de suturar toda falta o, por lo menos, de no
hacerla tan evidente como para que aparezca en algún lugar la
angustia o ese simple malestar que bien podría dar lugar a la
tristeza y al sufrimiento. Es innegable el incremento de los sui-
cidios de adolescentes. Pero la sociedad calla porque no sabe
qué hacer con sus culpas. Y cuando, en ciertos casos, encuen-
tran que el chico o la muchacha ha bebido o ha usado drogas,
las explicaciones sobre estas muertes se agotan ahí. Perverso la-
vamanos que aplaca conciencias y responsabilidades. Entonces,
sobre las malditas drogas recaen todas las responsabilidades de
los vacíos existenciales que conducen al suicidio. Entonces
también aparece la más fatua de todas las preguntas: ¿cómo pu-
do hacerlo si tenía todo?
Se trata de la experiencia del mundo que no tiene que ver de
manera exclusiva con los usadores de drogas sino, por el contra-
rio, que afecta a una parte importante de la sociedad. Es cierto
que no todo el mundo realiza reflexiones filosófico-existencia-
les sobre la realidad de la existencia y sus condiciones. Es posi-
ble que el mundo juvenil sea el que más lo haga pues percibiría
con mayor claridad la inconsistencia del mundo de los adultos,
armado con un sinnúmero de proclamas y leyes que se hunden
en los vacíos.
168
cuenta de que todo el que sale consume o ha consumido algún ti-
po de drogas, De ley, fundamentalmente el alcohol porque es le-
gal, porque es bien visto, aunque sea una de las peores,
169
Para adolescentes y jóvenes que se cuestionan sobre sí mis-
mos y el mundo, no siempre resulta fácil ni cómodo reconocer
que no hay una verdad para todos y para todo, de que es inútil
pretender sostener los sentidos de la existencia personal toman-
do en cuenta tan solo los discursos oficiales o familiares. Esto
los llevaría a asumir una posición ironista para tratar así de en-
tenderse y entender el mundo.
Las drogas no son realidades unívocas. Por el contrario, los
usadores hacen distingos más o menos claros y han asignado a
cada droga una función que debería cumplir cada vez que es
convocada, como si se tratase de cierto mecanicismo mágico
instalado en la relación sujeto-droga. Desde ahí se entiende la
preferencia que alguien podría establecer por una droga determi-
nada a la que ha conferido la categoría de compañera o de ami-
ga solícita siempre lista a conceder aquello que se le pide. Así,
pues, unas son para animar una fiesta, para bailar o para salir de
la depresión. Sin duda, la marihuana es la que más funciones de-
sempeñaría en la opaca economía del placer y el sufrimiento.
170
de la naturaleza, la caducidad de la vida y la incapacidad de con-
trolar y gobernar lo personal y las relaciones con los otros.
Estas relaciones se sustentan en una ambivalencia básica. Se
trata de la coexistencia en el sujeto de sentimientos de amor y
odio dirigidos hacia el mismo objeto. El término ambivalencia
fue acuñado por Bleuler para designar uno de los mayores sín-
tomas de la esquizofrenia. Bleuler pensaba que había casos nor-
males de ambivalencia, como el sentimiento de que habría sido
mejor haber hecho lo opuesto después de ya realizada una ac-
ción determinada.
El psicoanálisis define la ambivalencia como la presencia si-
multánea de sentimientos de amor y odio hacia el mismo objeto
o persona. En la infancia no se hallan claramente definidos y di-
ferenciados el amor y el odio, la ternura y la violencia porque los
niños se reconocen en un mundo en el que esos y otros afectos
circulan de manera espontánea. Por lo tanto, como todo lo que
los rodea, incorporan estos modos de relacionase afectivamente
con los objetos que aman y que rechazan el rato menos pensado.
Pero no son los niños quienes inventan la ambivalencia puesto
que, al nacer, llegan a un mundo previamente organizado de es-
ta manera. No se trata, en consecuencia, de un modo de ser es-
pecífico de alguien en particular sino de una característica que
pertenece al ser en sí.
De esta situación de ambivalencia surge la culpa. La triste-
za, el dolor moral, la soledad y el desamparo derivan de la pér-
dida del objeto, del abandono y de la culpa. Frente a esta situa-
ción de sufrimiento aparece la posibilidad de una regresión a
una posición anterior, operativa e instrumental, para el control
de la ansiedad y de la posición depresiva.
El concepto de ambivalencia permite entender a los usado-
res de drogas que, pese a los saberes que poseen sobre las dro-
gas en tanto dañinas para la salud, nada les impide usarlas ya sea
para ir en pos de experiencias gratificantes e inclusive para ha-
cerse daño. Si los sujetos no fuesen hechos desde, con y por la
171
ambivalencia, su vida, como la de todos, sería afectivamente ló-
gica y predecible. Pero no hay tal, la existencia es caótica en to-
das sus dimensiones, lo cual la hace compleja y, seguramente,
más interesante y vivible que una existencia plana, sin incerti-
dumbres ni dudas.
Son las reflexiones de un universitario sobre un axioma re-
currente según el cual, para no usar, es preciso estar bien infor-
mado puesto que, cuanto más se conocen los daños que produ-
ce algo, con mayor ahínco se trata de evitarlos porque, como se
afirma, a nadie le interesa hacerse daño.
Al comienzo de su texto, el informante toma la vía de la ló-
gica de las relaciones elementales entre saber y hacer. Esa lógi-
ca, con la que se pretendió manejar las relaciones y los procesos
educativos y, en lo que tiene que ver con las drogas, la llamada
prevención que, en algunos casos, funciona desde una relación
mecánica entre la información, el saber y la evitación de lo da-
ñino o doloroso.
172
tradicional. Gracias a los poderes de la alquimia del deseo, el su-
jeto es capaz de vivir el día a día y de convertir en esperanzas
todas sus desilusiones. La alquimia hace que la razón no exista
y que se evaporen sus argumentos para que aparezcan las pasio-
nes. El relato continúa:
Sin embargo, también hay que tener presentes ciertas cosas com-
plicadas, por ejemplo, en la cajetilla de cigarrillos dice: “El ciga-
rrillo mata”, pero, no sé, el subconsciente hace que en ese momen-
to la razón no exista, porque lo que tú dices es, No importa, yo me
fumo, Lo mismo con las drogas, ya se sabe que hacen daño, o co-
mo el alcohol, pero igual se consumen,
173
adolescente hace mil cosas, contradictorias muchas de ellas, por-
que lo conforman lenguajes confrontativos, con sentidos a me-
dias, con pedazos de verdad. Sin embargo, todo esto no es un
error y menos aún una fatalidad. Son los requisitos y los elemen-
tos con los que cuenta para ser lo que es. Sin todas las incerti-
dumbres y contradicciones juntas, no habría adolescentes, sin es-
te amasijo de certezas y engaños, se terminaría nuestro mundo
que, con todas las contradicciones que lo hacen, es el único con
el que contamos para seguir siendo en nuestro tiempo.
Uno de los misterios de la existencia es el hecho de que el
sujeto busque, consciente e inconsciente, el sufrimiento. Con to-
do el afán posible va en pos de lo placentero y, al mismo tiem-
po, se encuentra, sin saberlo, recorriendo las rutas del malestar
y del sufrimiento. Una de las condiciones del sujeto es ser equí-
voco y oscuro. Estas condiciones ontológicas y psíquicas rara
vez son tomadas en cuenta ni cuando se teoriza y, menos aún,
cuando, por ejemplo, se arman para ellos programas educativos
atravesados por un moralismo simplón y decadente, típico de las
sociedades tradicionales organizadas en torno al poder, al deber
ser y al temor.
Los conceptos de compulsión y de compulsión a la repeti-
ción seguramente facilitarán la comprensión de esta tendencia a
buscar el malestar en un mundo eminentemente hedónico y apa-
rentemente fóbico a cualquier clase de sufrimiento.
No se trata de ir a ciegas a lo que Freud (1920) produjo, ha-
ce casi noventa años, sobre la repetición y sobre todo a su Más
allá del principio de placer. Además, Freud vio la repetición tan
solo en el campo de lo doloroso dejando de lado el hecho de que
también la búsqueda de lo placentero respondería a la misma
construcción semántica, puesto que el sujeto busca, de forma afa-
nosa y reiterativa, la repetición de la escena placentera pues de lo
contrario el deseo se vería eternamente frustrado. El intento de
que se repita lo placentero es lo que anima y fortalece todo de-
seo. En los usos de drogas no siempre aparecen de manera clara
174
y diferenciable ni el dolor ni el sufrimiento, porque supuestamen-
te se realizan en una escena de placer. Los informantes lo dicen
con claridad y de manera tan reiterativa que parecería que se tra-
ta de un principio incuestionable, tal como aparece en este lacó-
nico testimonio de un joven de la zona oriental:
Usan drogas porque les gusta, De lo que yo sé, ellos usan para lo-
grar un relajamiento, mejor dicho, para relajarse y estar bien, Los
chicos dicen que les sirve para eso,
175
En el uso de una sustancia determinada y en circunstancias
igualmente especiales, podría darse un llamamiento a aquellas
escenas que ya produjeron dolor y sufrimiento y que se relacio-
narían con el fantasma de la muerte en términos de desaparición
o de anonadamiento ante el mismo dolor. Tal vez el propósito in-
consciente no sea otro que el intento de simbolizar aquello que
probablemente no se pudo simbolizar para que no continúe ac-
tuado. Entonces, usar las drogas para sufrir tendría sentido úni-
camente desde esta perspectiva, como llamamiento a una esce-
na antigua que aún reclama su simbolización.
En el testimonio podrían apreciarse las rutas confusas que re-
corre un uso determinado que, aparentemente, busca sanar heri-
das. Entonces, en lugar de hallar el remedio que sane, aparece al-
go que viene a hurgar más en la herida, hasta que sangre. Es in-
negable que existen usos de drogas ubicados en la crueldad, una
crueldad, sin embargo, producida por el sujeto contra sí mismo.
El informante se confunde cuando enfrenta el tema de las
relaciones existentes entre las drogas y el sufrimiento. No sabe
de qué manera ligarlos porque las drogas deberían hallarse
siempre en las rutas del placer y no en las del dolor. Por lo mis-
mo, no duda en recomendar no ir a las drogas en pos de una me-
tamorfosis que nunca va a producirse porque, si por casualidad
fue allá buscando sanar una herida, es posible que salga más he-
rido que antes.
176
En consecuencia, existiría una relación directa entre la de-
manda de placer y el placer que se obtiene. Pero no al revés, es
decir, desde el sufrimiento no se podría demandar placer porque
produciría lo contrario. De esto precisamente trata la compul-
sión a la repetición pues, pese a que el sujeto conscientemente
busca una experiencia placentera, con frecuencia encuentra la
reproducción del dolor.
Hay una pulsión de crueldad que habita en el al sujeto y que
se torna contra sí mismo cuando no logra expresarse en contra
del objeto de la violencia. Se trata del deseo de muerte llevado
al extremo. A veces se vuelca de tal manera en su contra que el
sujeto queda invadido de deseos de autoeliminación. Los infor-
mantes hablan de que, en esos casos, la droga se convierte en ve-
neno, en ser perseguidor que ataca al usador.
¿Por qué se habla de que ahí se produce un triángulo raro si
solo se encuentran frente a frente los dos: la droga y el sujeto?
El tercero es aquello que se busca en medio de la droga, en su
cuerpo mágico. Es el placer o el dolor, es la vida o la desapari-
ción. Pero, a diferencia de lo que se ha creído, la droga no otor-
ga necesariamente lo que se le pide sino aquello que se relacio-
na con el estado de ánimo del usador. Más aún, aquello que las
drogas dan se relacionaría con lo oculto, con lo que no se mani-
fiesta pese a estar presente en la escena.
177
para producir experiencias placenteras y que carece de la varita
mágica para transmutar dolor en bienestar, tristezas en alegrías.
En otras palabras, que la sustancia de la droga sería únicamente
la felicidad.
Pero los usadores, frecuentes y ocasionales, no ignoran que,
cuando se acude a las drogas desde las tristezas y dolores, tam-
bién se intenta alejar el fantasma de la muerte cuya presencia,
posiblemente, se ha hecho evidente e insoportable. Existen ex-
periencias dolorosas que se manifiestan en el sujeto como deve-
lamiento de la muerte, entendida como una serie de experiencias
que van mucho más allá del acto físico de la desaparición en la
muerte real.
Las pérdidas y abandonos no son las únicas fuentes de su-
frimiento y tristeza, ni siempre las más importantes. En los ejer-
cicios de la cotidianidad familiar y social, los sufrimientos de
los sujetos siempre deberían estar relacionados con realidades
concretas, externas, como se suele decir. Los sufrimientos y
preocupaciones de los adultos se legitiman por sí solas, además
son importantes y dignas de atención. Para la sociedad de la tra-
dición, las penalidades de niños y adolescentes serían, pues,
asuntos baladíes tanto por lo que las causa como por la inten-
sidad de los afectos. En consecuencia, no les pertenecerían los
sufrimientos de verdad.
Parecería que las sociedades han ido construyendo cierta es-
cala que valora y califica los sufrimientos de conformidad con la
edad y el saber, siendo los menos importantes los de los niños.
Los saberes de los niños son tan chiquitos que no justifican nin-
gún gran sufrimiento. Las penalidades de los niños son superfi-
ciales y pasajeras y no dejan huella. Es mejor ni siquiera imagi-
nar que en la cotidianidad de los niños caminan los deseos de
muerte y, peor aún, que son realmente actuados en el suicidio.
El saber es algo más que un conjunto de enunciados sobre
un objeto determinado. Como indica Lyotard (1994:44), se trata
de competencias que exceden toda determinación concreta. Es
178
la competencia que posee un adolescente para interpretar su
mundo, el de sus afectos, pertenencias, pérdidas y abandonos.
“El saber es lo que lo que hace a cada uno capaz de emitir bue-
nos enunciados prescriptivos, buenos enunciados valorativos”.
Son buenos, dice el autor, porque responden a los criterios per-
tinentes de justicia y verdad y no a procesos comparativos con
lo que acontece a los adultos.
Para la contemporaneidad, se tendría que entender al sujeto
y sus saberes desde un principio de inestabilidad básica, pues-
to que la capacidad de variación que tienen los adolescentes y
sus lenguajes se descalifica por sí sola dando lugar a otros enun-
ciados igualmente móviles.
Una de las grandes diferencias entre las actuales adolescen-
cias y las anteriores consiste en la dificultad o casi imposibilidad
de identificarse con los grandes héroes familiares, nacionales o
mundiales. A nadie le interesa dedicarse a la recuperación de los
supuestos valores perdidos por caducos e inconsistentes. Existe
una diligencia personal que lleva a chicos y muchachas a cons-
truir sus héroes, la mayoría de los cuales pertenece a sus espa-
cios imaginarios, más a las historias de sus lenguajes que a rela-
tos históricos producidos y sostenidos por la sociedad.
Se ha calificado a la depresión en la adolescencia como la
enfermedad de la contemporaneidad vacía de valores y de sóli-
das perspectivas existenciales. La depresión representa un con-
junto sintomático que habla lenguajes cada vez nuevos en la me-
dida en que responden a las condiciones de vida de chicas y mu-
chachos. Cada síntoma es una realidad mediática a través de la
que se llega al otro en busca de su interpretación. El problema
radica en que el otro descifra esas tristezas con sus propios có-
digos y no con las claves elaboradas por las actuales generacio-
nes. El efecto final es un fuera de sentido.
179
mismo, Por eso, uno no sabe lo que siente el otro, no se puede leer
lo que siente el otro, solo se ve, pero no se lee, Tan solo el que con-
sume sabe lo que le pasa, solo tú sabes la droga que te va a levan-
tar o te va a bajar y eso lo sabes con la experiencia, La droga te
puede jalar a que estés más triste, muy triste,
180
proporcionar ese mínimo de coherencia indispensable para
coexistir con los otros.
No se trata de las drogas como pretexto para evitar el enfren-
tamiento a una supuesta realidad, tal como no cesa de afirmar el
discurso oficial. ¿Cuál es y en qué consiste esa realidad de la que
querían alejarse las nuevas generaciones? La realidad de la ob-
jetividad poco o nada tiene que ver con lo que el sujeto vive co-
mo realidad que es el producto de sus propias construcciones y
aquello que se elabora en los nuevos espacios de la cultura.
181
CUATRO
SUJETO Y ACONTECIMIENTO
R. GUBERN
Una de las características del sujeto es su precariedad que no tie-
ne que ver con el hecho de su existencia ni con un accidente ni
con un estado ocasional y pasajero. No se refiere tan solo a la fi-
nitud de la vida en el tiempo real, sino a la finitud de todo lo que
hace, la caducidad de su deseo, del dolor y del placer. “Oh her-
manos míos –dice Zaratustra– lo que yo puedo amar en el hom-
bre es que es un tránsito y un ocaso” (1984:383), porque aque-
llo que lo determina es su contingencia y su precariedad.
Nada de absolutos, tan solo propuestas de ser, de su devenir
en su deseo y en sus lenguajes y los de los otros con los que ha-
ce su historia. Las cosas carecen de valor si permanecen exclui-
das de las redes de sentido que crea cada sujeto para sí mismo y
para los otros, por sí mismo y con quienes enlaza su existencia.
Por eso las drogas no son nada al margen de las relaciones que
se han establecido con los sujetos que las rechazan, las aniqui-
lan o las buscan. Mientras unos las usan para estar bien en el
mundo, otros las incineran en hogueras públicas como en la
Edad Media se quemaban vivas a las brujas. A la marihuana la
llaman también bruja porque se le ha concedido el poder de re-
velar el futuro, lo que vendrá para el sujeto en el acto de fumar-
la: si me usas, serás feliz, estarás bien, harás trizas tus tristezas.
Como si se tratase del árbol del bien y del mal sembrado en el
centro del paraíso, que lleva en sí el rótulo de prohibido, no pa-
ra que el sujeto se aleje de él sino para que lo desee, lo busque
y termine comiéndolo.
185
El valor de las cosas representa lo que los sujetos colocan
en esa materialidad, en espacios y tiempos específicos. Se trata
de aquello con lo que cada sujeto arma su historia, es decir, con
retazos de deseos incomprensibles, de dolores y placeres senti-
dos desde la piel hasta las profundidades de la existencia. En
esa lógica parecería que no hay cabida para límite alguno pues-
to que su materia tiene un nombre atrozmente sencillo: se de-
nomina deseo.
El deseo provee de sentido a la experiencia de precariedad
del sujeto pues es capaz de presentarle objetos que lo encandi-
len, que lo engañen, como la serpiente en el árbol del fruto de la
sabiduría y el poder. En el momento en que alguien pretende ne-
gar su precariedad, sueña con ser dios o tirano. Finalmente la
serpiente no estuvo equivocada puesto que el delirio de chicos y
grandes, de sabios y tiranos consiste en la posesión de la sabidu-
ría absoluta. Se trata de un mal que nos habita y del que nadie
logra escapar.
La sabiduría ha pretendido escamotear el tema de la preca-
riedad del ser y de su contingencia. Si, por una parte, ser dueño
de todos los saberes constituye la razón y el objeto de todo de-
seo, por otra, tan solo el dueño de esos saberes es capaz de ac-
ceder a la suma de los placeres. Sueño imposible. Por eso, la
presencia de las drogas en la sociedad y en la vida de los suje-
tos viene a dar al traste con toda idea de seguridad y bienestar
absolutos. Como toda otra experiencia límite, el uso de cual-
quier droga certifica al usador la inexistencia de lo absoluto en
los órdenes del saber, la verdad y de los placeres. En una épo-
ca que se caracteriza por la oferta incesante de toda clase de pa-
raísos, las drogas testimonian que no hay más que contingencia,
que nada es capaz de llenar, de una vez por todas, los vacíos de
los sujetos.
Cuanto más se ofrecen mundos sin límites y goces totales,
más se evidencia la precariedad, la condición limitada e inconsis-
tente del ser. Por más que los grandes relatos hablen de paraísos
186
que se hallan a la venta en los megamercados de la felicidad, al
sujeto no le queda otra cosa que reconocer que en sus manos no
caben los océanos.
Sin embargo, y más allá de la supuesta evidencia del princi-
pio de contingencia, el sujeto no se resigna a abandonar la bús-
queda de algo que llene los vacíos de su existencia, que le per-
mita, por lo menos, soñar con algo capaz de exaltarlo en medio
de experiencias de placeres y goces inauditos, sublimes. Con esa
sola experiencia, se justificará el haber vivido.
187
DEL RELAX AL ÉXTASIS
188
En un momento dado, parecería que las cosas inclasificables
y los escenarios absolutamente móviles se convierten en fuentes
de nuevos lenguajes y, al mismo tiempo, en metáforas con las
que hacen presencia los sujetos ante sí y ante los otros. Más aún,
parecería que el espectáculo ha terminado convirtiéndose en to-
do lo que queda de los sujetos y las cosas.
Parte del espectáculo, al que todos han sido obligados a asis-
tir, consiste en participar en una representación en la que cada
quien construye nuevas y aún más sublimes experiencias y en la
que desaparecen los límites de la cotidianidad, la vida y muerte.
De súbito, las cosas se convierten en los fetiches y los ídolos que
hay que venerar de forma necesaria.
Las drogas pertenecen a este nuevo universo, como parte del
gran espectáculo, un sector del megamercado de la felicidad al
que acuden adolescentes y jóvenes, niñas, niños y adultos de to-
das las edades. Porque en este espacio mágico se han instaurado
las promesas de bienestares que no se encuentran en otros dis-
cursos o que, si en algún momento aparecieron, fracasaron o
simplemente caducaron.
189
promesas destinadas a justificar el futuro y, de esa manera, la
existencia misma. Con el éxtasis no hay ni espera ni esperanza
sino un acto automático pues, apenas se lo ingiere, la energía
aparece de manera instantánea.
Aunque las formas fenomenológicas pudiesen ser diferen-
tes, la esperanza es aquello que promueve el deseo hasta llegar
a identificarse entre sí cuando la esperanza y el deseo dejan la
pasividad para colocarse de lleno en los andariveles de la exis-
tencia. Sin embargo, nada es seguro: las promesas no se cum-
plen o se postergan de manera indefinida. Entonces se producen
vacíos en la existencia, vacíos de sentido que gravitan y que de-
terminan que el sujeto oscile entre la esperanza y el desencanto
total. Esta relación sostenida en la duda desaparecería con la
pastilla de éxtasis, cuyo automatismo destruye, en un solo acto,
la espera y la esperanza, es decir, el deseo.
Es justamente esto lo que aparece en los discursos de ado-
lescentes y jóvenes cuando tratan de explicarse las razones por
las que se acude a las drogas. No se las consume, se acude a
ellas, se va a su encuentro, se las busca en la clara lucidez de los
bienestares o también en la oscuridad de las penas.
190
hombres ofrecidos al sacrificio de su existencia para merecer el
paraíso. La vía al paraíso no fue de flores sino de espinas, lan-
zas, azotes, cilicios, ayunos, virginidades obligadas, maternida-
des dolorosas. El poder del mal era más fuerte que cualquier
buena voluntad para llegar al bien y mantenerse en él. Porque no
eran suficientes las buenas intenciones, ni siquiera las plegarias,
había que castigar el cuerpo con el dolor, ese cuerpo malo, ene-
migo del bien y de dios. Así se terminó haciendo del dolor una
virtud, quizás la más importante de todas. Con el cuerpo lacera-
do y herido, amoratado o sangrando, ya no hay lugar para pen-
sar en el placer y mucho menos en algún goce que permanezca
como experiencia de vida.
Las drogas invaden Occidente luego del horror de la Segunda
Guerra Mundial que enseñó a la humanidad el arte de masacrar a
pueblos y naciones enteras, en Oriente y Occidente, al Norte y al
Sur. Ya no se trata del supuesto inocente ayuno o del escondido ci-
licio que se hinca en la carne a cada movimiento. Ahora se trata
del arte de masacrar con campos de concentración, bombas ató-
micas, gases mortales, coches bomba, mujeres bomba, paredones
de fusilamiento a ciudades enteras. En lugar del cristianismo im-
puesto a sangre y fuego, en el siglo XX se establecen ideologías
igualmente redentoras a sangre y fuego. Iniciado el siglo XXI, las
masacres no terminan. En plena posmodernidad, se prohíbe disen-
tir, se asesina por razones de Estado a todos los que piensan de
manera diferente. Como en la Edad Media, se hace alarde de la
capacidad de imponer el pensamiento único.
No hacen falta muchas razones para entender por qué han
aparecido, como hongos en invierno, los megamercados de la
felicidad, a los que no dudan en acudir adolescentes y jóvenes
para no saber nada de la intolerancia, de las muertes dadas, pa-
ra no escuchar los discursos de la verdad única que debe impo-
nerse sin que importen las estrategias para hacerlo.
En la Edad Media, no había mejor recurso para ahuyentar
los malos pensamientos y dominar las ansias de placer que herir
191
el cuerpo y cerrar la mente a todo pensamiento que no fuera re-
ligioso. Ahora, para imponer el pensamiento único están el te-
rrorismo, la guerra, el secuestro, la cárcel y el hambre. Poco se
ha pensado en el hecho de que las nuevas generaciones se en-
cuentran conminadas en un campo de concentración del que no
logran salir. Ya no se hallan limitadas por cercas electrificadas o
fosas de leones. El cerco estaría conformado con el mandato im-
perativo de gozar y la bienaventuranza de los goces para no en-
terarse de las barbaries que se cometen en el patio del país veci-
no, o para olvidarlas.
Una parte del discurso oficial afirma que se usan drogas por
problemas personales, verdad no cuestionada que ha terminado
absorbiendo la conciencia pública. Pero adolescentes y jóvenes
poseen muchas más explicaciones y cada vez más complejas
que tienen que ver con lo que llamamos sus formas de estar en
el mundo, sus expectativas de vida y sus sufrimientos ante la fal-
ta de respuestas a sus interrogantes. Ellos poseen una visión me-
jor orientada de lo que acontece con los usos de drogas. No caen
en la simplista relación causa-efecto que ha primado en los dis-
cursos políticos y las campañas de prevención.
Como decía Foucault, es desesperante pensar que no se pue-
da mirar el problema de las drogas más que desde el punto de
vista de la libertad y la prohibición. Cuando algo llega a formar
parte de la cultura, ya no caben miradas e interpretaciones linea-
les y simplistas. ¿Cuántas rutas interpretativas se requieren para
analizar el siguiente texto construido por un joven universitario?
Es probable que se deba ir más allá de la misma interpretación,
como sugiere Vattimo, para, aunque sea de manera parcial, lle-
gar al texto.
192
chicos universitarios son otra cosa, Los universitarios pasan por
problemas existenciales porque tienen arraigados en sus vidas sen-
timientos y conflictos, esos son problemas existenciales, También
a veces podrían tener problemas familiares,
193
Saberse importante no es asunto baladí. Por el contrario, re-
presenta uno de los objetivos de la existencia, porque en ello va
el sentido de estar en el mundo, de pertenecer a espacios socia-
les y de amistad. Importar implica traer hacia, llamar al otro, pe-
dir su atención, su reconocimiento. Y este reconocimiento no
puede ser otro que el de una presencia ya conocida. Para el ser
no es suficiente una mirada del otro para que su presencia que-
de para siempre reconocida y legitimada. Por el contrario, son
necesarios constantes actos que den cuenta de que ciertamente
el sujeto está en el otro, en su tiempo y sus lenguajes.
Se habla actualmente del aislamiento en el que viven am-
plios grupos de adolescentes e incluso de niños a causa de la tec-
nología que ha llegado a privatizar los ritmos, las cadencias, los
sonidos, los léxicos. Cada chico o chica enchufado a un univer-
so privado de sonido y ritmo que se relaciona con los otros sin
la imperativa necesidad de desconectarse, como si temiesen per-
der contacto con su mundo privado al que nadie tiene acceso ni
siquiera cuando comparten el mismo son enchufados a audífo-
nos que provienen de una misma fuente, como un iPod.
Si algo caracteriza las relaciones actuales es que se han de-
velado los secretos para poder recorrer los más inimaginables
caminos que ya no conducen a lo conocido sino, por el contra-
rio, a lo que es preciso imaginar y crear. Para algunos, la droga
podría aparecer como una aliada en este trabajo o incluso como
el lugar en el que son posibles las nuevas construcciones.
En general, se cree que los problemas existenciales no per-
tenecen a los jóvenes porque la niñez y parte de la adolescencia
se caracterizan precisamente por un enfrentamiento eminente-
mente lúdico a lo cotidiano. Pero la realidad de la vida cotidia-
na dice otras cosas, a ratos, radicalmente distintas de las certe-
zas de la sociedad, que lo que mejor ha sabido manejar es su ce-
guera y sordera frente a las cosas de adolescentes y jóvenes.
Para cada acontecer social existen discursos opuestos y con-
tradictorios. La única manera de mirar e interpretar el mundo fue
194
remplazada por un sinnúmero de visiones y pequeñas certezas.
La verdad única ha sido sustituida por un infinito número de
nuevas verdades que no soportan ninguna sumatoria que preten-
da la construcción de algo único.
Las antiguas verdades sobre adolescentes y jóvenes ya cadu-
caron, particularmente porque fueron elaboradas por los adultos y
las instituciones que ellos rigen. Existen nuevas adolescencias que
no viven mundos de felicidad y paz. Por el contrario, se hallan
atravesadas por dudas e inseguridades básicas. El testimonio es de
una mujer adulta seriamente preocupada por lo que acontece con
los adolescentes de Lago Agrio, su pequeña pero compleja ciu-
dad. Pero lo mismo acontece a lo largo y ancho del país:
195
realidades que los agobian. Puesto que en la sociedad de los
adultos les resulta difícil encontrar interlocutores válidos con
quienes enfrentar lo que les acontece, como se saben tal vez
abandonados a su suerte, acuden a la marihuana, ya sea para pa-
liar su angustia o para hallar respuestas que en otra parte no
existen o quizás para construirlas.
Desde la racionalidad pura, lo que les convendría sería ex-
plicarse lo que acontece. Si bien pudieran hallar y hasta asumir
ciertas explicaciones, ubicados como se encuentran en la econo-
mía de los deseos, no encontrarían sino un entramado de expe-
riencias y sentidos difíciles de resolver. Las drogas podrían con-
vertirse entonces en aquello que anula o, por lo menos, descono-
ce lo uno y lo otro al crear espacios de lucidez, no precisamen-
te racional, sino afectiva.
Lacan propuso distinguir entre el placer que se produce cuan-
do se satisfacen, de manera parcial y momentánea, deseos más o
menos superficiales, y el goce, que pertenecería a los registros de
lo imposible porque supondría una realización total de los deseos
que colocaría al sujeto al borde de la muerte o de la locura. ¿En
qué consiste la felicidad? Por supuesto, no es posible ninguna de-
finición de orden teórico. Las únicas respuestas válidas son aque-
llas que surgen de lo vivencial. Todo intento de teorizar sobre ella
no será sino un vano esfuerzo destinado a colocar conceptos en el
lugar en que tan solo caben sensaciones y experiencias.
Los informantes no cesan de insistir en que los usos de dro-
gas dependen de los estados de ánimo de quien decide usarlas en
un momento determinado. En consecuencia, no sería adecuado
mirar las drogas y analizarlas fuera de su contexto “natural”, que
sería un determinado uso en un momento preciso y por alguien
que no es un sujeto en general sino, por el contrario, un indivi-
duo identificable en el momento del rito. Se trata del estado de
ánimo al que no cesan de referirse.
Por otra parte, es la experiencia del usador la que interven-
dría de manera directa en el manejo que se hace de la droga
196
para que produzca aquello que se busca porque, de lo contrario,
el rito se convertiría en caos.
197
que su presencia hace daño a los discursos que parten del prin-
cipio de que las verdades ya han sido estatuidas y conocidas de
una vez por todas.
Este fenómeno trabajado por Lyotard podría hallarse en los
usos de drogas. Esto ya me condujo a analizarlas desde los len-
guajes y las metáforas, puesto que las drogas en sí mismas, ale-
jadas del sujeto que las usa, no significan nada. Además, para los
usadores, los significados de la marihuana no pueden ser siem-
pre los mismos puesto que dependen de las circunstancias en las
que se la convoca para una experiencia determinada. Es lo que
con claridad señala el testimonio: no se van a producir los mis-
mos efectos ni de la misma manera para quien la fuma por vez
primera que para el usador con experiencia. Esto ya lo señaló
Carlos Castaneda (1976), aunque no con esta claridad. Para don
Juan, cada quien debería sembrar su plantita de tal manera que
la relación con la droga no sea material sino eminentemente má-
gica. Entonces los efectos se producirían a través de la diferen-
cia que media entre quien usa el producto de su plantita y quien
consigue la droga en cualquier lugar.
Los sentidos quedan siempre pospuestos en la medida en
que en cada caso se evocarán sentidos y realidades particulares
que se modificarán en discursos y circunstancias otras. Esto es
precisamente lo que señala el testimonio al diferenciar aquello
que acontece con el novato, con el usador experimentado, con el
que llega abrumado por las tristezas o con quien la llama para
vivir nuevas alegrías.
Nada se halla previamente establecido. Un símbolo es defi-
nido en un momento dado por su relación con otros símbolos
que, a su vez, se definen por las relaciones distintas que mantie-
nen unos con otros. Puesto que es propio de cada sujeto ser par-
te de una red de lenguaje, todo lo que le pertenece debe igual-
mente ser insertado en esta red para la construcción de sus sen-
tidos. Todo esto constituye y configura el mundo de cada quien.
El mundo es el lugar en el que está y es cada adolescente. Es lo
198
que topamos, aquello que nos sale al encuentro, el mundo es ahí,
diría Heidegger.
Si no fuese así, ¿de qué manera un uso determinado estaría
llamado a causar un efecto igualmente previsto y que además
podría ser distinto al de otra experiencia? Con frecuencia, lo que
se sabe o se dice sobre los usos se encuentra atravesado por fan-
tasmas, como los del mal, de la violencia y de la destructividad.
Las cosas podrían ser casi tan sencillas como la vida cotidia-
na hecha de un sinnúmero de palabras, cosas y ritos. Mientras
con unos se busca el bienestar, con otros se trata de curar heri-
das que no sanan con lo socialmente estatuido. Resulta impor-
tante pensar que la relación de la droga con la vida cotidiana es
mucho más constante de lo que se piensa. Se tiende a realizar
descripciones de los actos y las cosas, las posiciones y las rela-
ciones que determinan lo cotidiano. Pocas veces se describe de
qué manera cada acto y objeto, tiempo y espacio hacen al suje-
to en esa cotidianidad que no es solo escenario sino materia pri-
ma para los modos de estar en el mundo, materia prima con la
que el sujeto se restituye a sí mismo para ser. Se va a la literali-
dad de los mismos pero no se los hace pasar por una hermenéu-
tica llamada a develar las formas como se construyen sentidos
en esa cadena de cosas, tiempos y actos de lo cotidiano.
Lo cotidiano no es únicamente el escenario sino lo que el su-
jeto es en ese tiempo que le pertenece. Justamente por ello es in-
dispensable una visión interpretativa que permita ver que los ac-
tos y las cosas poseen valores polisémicos y que no se encuen-
tran al azar los unos junto a los otros. Por ende, cuando se los
desvincula de lo cotidiano, ciertos actos y acontecimientos per-
manecen privados de sentido, así se formaría un vacío que po-
dría ser llenado con interpretaciones ajenas a la relación del su-
jeto con ese acto y objeto. Es lo que acontece comúnmente con
las drogas a las que no se las ha visto formando parte de lo co-
tidiano de adolescentes y jóvenes.
Cuando los informantes se refieren a las circunstancias de
199
los usos, realizan actos hermenéuticos pues pretenden colocar el
uso en espacios y tiempos pertenecientes a lo cotidiano. El va-
lor de sentido de algo no depende de la cosa en sí sino de las re-
laciones que el sujeto establece con los objetos en tiempos y es-
pacios específicos. El rescate de la temporalidad implica traspa-
sar los umbrales de los prejuicios para llegar a los lugares en los
que es posible encontrar al sujeto.
200
al sujeto en su cotidianidad será posible abrir nuevas rutas para
la construcción de esas otras verdades eminentemente subjetivas
que animan y sostienen los usos.
No existen, pues, usos genéricos, ni en sus posibles orígenes
ni en sus destinos. Los compromisos del sujeto con su tiempo
sincrónico determinan el tipo de droga que se usa y su finalidad.
201
Es preciso tener presente que, cada vez que se habla del de-
seo, no necesariamente se toma en cuenta y en serio el tema del
placer. Muchas veces, los teóricos recorren con fluidez los veri-
cuetos del deseo y dejan de lado el tema del placer, que suele ser
sustituido por el del goce que, a su vez, aparece como realidad
imposible. De eso ya se quejaba Foucault cuando decía que los
usos de drogas, sin su nexo con lo placentero, son realidad pura
desprovista de significación. El uso se convertiría en consumo de
una cosa cualquiera con lo que se despojaría de sus valores de
sentido, dejando de lado su conexión imaginaria con el placer.
Hay ciertos psicoanalistas que opinan justo lo contrario por-
que disocian el deseo del placer y presuponen que podría produ-
cirse el uno sin el otro. Esta disociación se debería justamente a
ese divorcio entre el deseo y el placer, debido a una visión idea-
lista del sujeto según la cual sería posible un placer sin deseo. La
cita es de Deborah Fleischer (2003):
202
intento de comprensión que no sea desde ese mal original. Para
el autor, pensar en un uso como parte de lo social y lo cultural,
de los lenguajes y los posicionamientos de la sociedad es casi un
crimen. Para él, que se propone realizar un estudio psicoanalíti-
co sobre el tema, se trata de un mal en el que se hunde el sujeto
por su propia maldad. Por eso no duda en afirmar, sin ninguna
prueba, que los hijos de las drogadictas ya nacen con la adic-
ción, seguramente porque son hijos del mal.
Para el psicoanálisis, la libido y el deseo constituyen su
meollo. La libido es la energía psíquica del deseo, dice Lacan
(1969): “Esta teoría analítica reposa, pues, totalmente sobre es-
ta noción de libido, sobre la energía del deseo”. De tal manera
que nada del acontecer del sujeto puede ser interpretado al mar-
gen de la dinamia y la economía del deseo.
203
vida cotidiana sino, por lo contrario, exaltarlo. Ello implicaría
descosificar el placer, volver a colocarlo en el mundo mágico de
las pulsiones que no necesitan aferrarse a la cosa en sí pues son
eminentemente móviles. Las verdaderas adicciones, aquellas
que señalan que se ha establecido una relación cosificante entre
sujeto y objeto, cosificaron de tal manera lo placentero que ter-
minaron anulándolo, tal vez de manera definitiva como, por
ejemplo, en los dependientes de la heroína, en la que ya no se
busca el placer, que es eminentemente caduco, sino un estado en
el que la nada sea visible.
204
objetos mediáticos entre el sujeto y su búsqueda de lo placente-
ro para convertirse en la cosa exclusiva capaz de producirlo. En-
tonces, ya no se trataría de un gusto por el placer, sino de una es-
pecie de anulación de ese supuesto gusto al cosificarse. Los pla-
ceres no provienen de suyo de las cosas. Son los sujetos las
fuentes primitivas de placeres y goces. Si el sujeto ha quedado
atrapado en las cosas, posiblemente se deba a su fracaso en la re-
lación con el otro. Alejado del otro en tanto fuente de significa-
ción, el sujeto se ve impelido a volverse hacia las cosas con la
esperanza de encontrar ahí la fuente de los sentidos que justifi-
quen su vida. El avaro es un ejemplo extremo de este proceso,
puesto que para él lo que cuenta es la cosa en tanto acumulada,
guardada y no utilizada. A diferencia del otro que consume co-
sas para sus goces, el avaro pretende gozar en acumularlas.
Tanto en la mesa repleta de coca como en la caja fuerte lle-
na de dinero que no se usa, el sujeto ha anulado su capacidad de
construir deseos que recorran las rutas de la incertidumbre. La
cocaína sobre la mesa ha sido transformada en realidad concre-
ta, inequívoca y absolutamente segura. Así se construye el ver-
dadero discurso antiplacer. El informante reparó en este proce-
so, y salió de ese entrampamiento para hacer de la experiencia
placentera una aventura personal.
De tanto experimentar placeres nuevos, a lo mejor aparece
en nosotros el deseo. Necesaria diferenciación que pone el
acento en la experiencia placentera como punto inicial para
que, en algún momento, estando gozando, si vale la expresión,
aparezca el deseo.
205
porque los sujetos están hechos de lenguajes que nunca dicen to-
do y porque lo dicho requiere de permanentes actos hermenéu-
ticos para su intelección. No es dable pasar por alto que, aunque
se halle inundado de supuestas certezas sobre sí mismo y los
otros, el sujeto no es sino pura apariencia y contingencia. En ge-
neral, lo mejor que se podría esperar de sus enunciaciones son
juicios estéticos, así disminuiría su capacidad de equivocarse.
¿Qué es lo que confirma el muchacho en la primera vez?
¿Que la droga ciertamente produce placer o que él, en tanto su-
jeto, no puede abandonar la búsqueda de lo placentero y que él
posee la capacidad de otorgar poderes hedónicos a algo en par-
ticular? Es probable que la única respuesta válida tenga que ver
con el placer y la imperativa necesidad de atraparlo de una vez
por todas. Si se ha impuesto el imperativo de gozar, si todo se ha
armado para dar cumplimiento a los nuevos decálogos de la bie-
naventuranza, entonces la única prueba a la que se refiere el in-
formante no será otra que la del placer.
¿Qué es cierto? La respuesta no sería otra que el placer ofer-
tado sin medida en este megamercado. Mientras Freud insistía
en la incompatibilidad casi existencial entre el deseo del sujeto
que exige lo placentero y la cultura que se ha propuesto negar-
lo, la sociedad contemporánea hace todo lo contrario, pues su
ordenamiento se basa en el imperativo de estar bien-en-el-mun-
do a como dé lugar. Si hay males que te angustian, que te quitan
el sueño y que no logras identificarlos, entonces tienes a tu dis-
posición una inmensa gama de fármacos que te restituirán el bie-
nestar perdido porque anularán en ti toda pregunta, toda duda,
todo desencuentro contigo mismo.
Nuestro tiempo está conformado desde el espectáculo en el
que fácilmente se prefiere la cosa a su imagen, la realidad en sí
a su representación icónica, como si el espectáculo se realizase
en un escenario eminentemente pornográfico que se ha propues-
to la inclusión del sujeto entre las cosas.
El lugar que ocupaban los sistemas de verdad ha sido susti-
206
tuido por un sistema de espectáculos a través de los cuales se re-
lacionan sujetos y comunidades. Se trata de un fenómeno social
del que casi nadie puede escapar. Cada uno de los aspectos de lo
cotidiano se ha convertido en una imagen que ya casi no remite
pues posee el don de la inmediatez para su comprensión. Para
Guy Debord (1978), esta especie de desprendimiento imagógico
impide que se pueda percibir y vivir la cotidianidad como una
unidad, prácticamente perdida, porque el espectáculo no preten-
de llegar a ningún otro lugar sino a su propia representación.
Lo que acontece con las drogas y sus usos forma parte de es-
te espectáculo hecho de retazos de ideas, percepciones y actitu-
des. Como cualquier otro, este espectáculo representa un peren-
ne llamamiento a la contemplación del que los usadores no se
encuentran excluidos. Cada día se sienten libres para exponerse
por todas partes e inclusive para alardear los usos, con lo cual,
más inconsciente que conscientemente, se ha permitido introdu-
cir las drogas en el espectáculo, como si fuesen parte del mismo,
probablemente para así lograr su legitimación. En la medida en
la que forman parte del espectáculo, las drogas y sus usos se en-
cuentran sometidos a los regímenes del poder.
Al comparar lo que acontecía hace un par de décadas con
lo que sucede ahora, se evidencia el cambio radical producido
entre las utilizaciones de los espacios totalmente privados y has-
207
ta secretos y los cada vez más públicos en los que los usos se
evidencian. María comenta que, mientras en su tiempo de cole-
giala, hace casi 20 años, las compañeras que fumaban marihua-
na tenían que reunirse en los lugares más secretos tratando de
evitar que alguien se enterase, ahora ocurre casi todo lo contra-
rio. En esto consiste precisamente, según Debord, el desarrollo
natural del espectáculo.
Si el espectáculo tiene que aparecer, hacerse evidente, los
usos de drogas no tendrían razón para ocultarse puesto que, en la
medida en la que el espectáculo se amplía, debería arrastrar con-
sigo todo lo que forma parte de lo cotidiano, lo privado y lo re-
servado. En este movimiento de exposición se involucra fácil-
mente incluso lo prohibido e ilegal, como la sexualidad y las dro-
gas, para que aparezcan tan solo su legitimidad y su bondad. Es
esto lo que conduce a Debord a afirmar: “El espectáculo es el dis-
curso ininterrumpido que el orden presente mantiene consigo
mismo, su monólogo elogioso”. En la tarima del espectáculo, las
drogas y la sexualidad, al despojarse de sus valores de significa-
ción, fácilmente terminan convertidas en el objeto fetiche, es de-
cir, en cosas cuya función es proveer de cierta identidad a un su-
jeto que termina reconociéndose escindido, fracturado.
Pese a los veinte siglos de cultura occidental caracterizados
por una expresa violencia en su contra, la sexualidad, en tanto
fuente de placer y goces, ha podido situarse con bastante facili-
dad en el escenario de lo público y hasta en el exhibicionismo.
El destino de las drogas ha sido mucho más complejo porque,
desde que aparecen en la escena a mediados del siglo XX, los
Estados, las comunidades y las familias no han dejado de repu-
diarlas. La sexualidad perteneció al orden del mal y de lo peca-
minoso. Las drogas fueron catalogadas como atentatorias de la
libertad, la salud y hasta de la sobrevivencia de los Estados. Co-
mo disminuyó el uso político-religioso de la sexualidad, las dro-
gas estuvieron para sustituirlo.
Si parte del destino del espectáculo también consiste en la
208
legitimación más o menos incondicional de lo placentero y lo
gozoso, ¿cómo marginar los reales o supuestos placeres que se
derivan de las drogas? De igual manera, cabe preguntarse si es
que la insistencia en el discurso de lo placentero derivado de los
usos de drogas no responde a un intento de ocultar los efectos
dañinos que cohabitan con el placer.
La nueva cultura dice que lo que aparece es bueno. Enton-
ces se entiende a los adolescentes para quienes fumar marihua-
na pertenece al rito de lo cotidiano sin que sean necesarias ni cir-
cunstancias ni condiciones especiales. La metáfora es clara y
profunda a la vez: ellos abren las puertas a un mundo particular
denominado mundo de las drogas. Pero la expresión del texto es
particularmente llamativa, pues el informante dice: Nos abrimos
las puertas, como si hubiese un acto de mutuidad entre las puer-
tas, los sujetos y las drogas de las que se ignora si previamente
se encuentra dentro o fuera.
Se usan drogas para sentirse más avispados, más atentos, Hay pla-
ceres que solo te dan las drogas, Se usan porque gustan, para estar
bien, para sentirse relajados,
Para pensar en mi guitarra, en sus cosas, la guitarra tiene cosas, y
para mí habla,
Por eso creo que todo es un buen motivo, Las razones son perso-
nales, pero la idea es que cada día nos abrimos las puertas al mun-
do de las drogas, y ya,
209
en un mundo que los exalta y los rechaza al mismo tiempo.
Cuánta diferencia entre este posicionamiento y las visiones
apocalípticas de Rodríguez (1996:53), que no ve sino maldad,
esa maldad que aparece como un producto propio del sujeto y
nunca como don dado por la sociedad que, desde siempre, se ha
encargado de producir violencia. “Los tóxicos representan la
maldad temida, negada pero idealizada, donde se ha colocado
esa parte que, de no ser porque está en el afuera, se transforma-
ría en alguna de las formas de autodestrucción”.
¿Cuál será ese adentro-afuera del sujeto? Nadie posee un ar-
chivo interior para clasificar y guardar los recuerdos, los deseos,
las fantasías, y a cuyas gavetas podría acceder a su voluntad,
anotaba Wittgenstein.
Las culturas juveniles no se encuentran en ningún tipo de lid
para gastar su vida en las inconsistencias de los adultos, ni para
hipotecar su manojo de fantasías en cualquier tienda de bagate-
las tal como, desde el universo de prejuicios, sostienen los dis-
cursos tradicionales.
210
IDENTIDAD INTERMINABLE
Tal vez las drogas hagan daño, pero no ahora, sino generalmente
en un futuro, Y, como todavía no es el futuro, ellos no se preocu-
pan del futuro, solo por el ahora, Para ellos este rato está bien, bien
en el momento de ahora, que es la única realidad,
211
contingencias de los mayores para producir sus propias contin-
gencias. Buscan independizarse del imperio de los viejos léxicos
por inservibles, porque con ellos no pueden interpretar sus rea-
lidades y su historia. En su lugar, se empeñan en modelar otros
lenguajes enteramente suyos que les permitan interpretar su vi-
da. Lo que Rorty dice de los nuevos filósofos, él mismo inclui-
do, a los que califica de ironistas, se podría aplicar, y con mucha
justeza, a los adolescentes actuales empeñados en no repetir si-
no en crear. “Eso quiere decir que su criterio para eliminar las
dudas, su criterio para la perfección privada, es la autonomía y
no la afiliación a un poder distinto a ellos mismos”.
Las generaciones juveniles saben que la vida cotidiana cons-
tituye el único horizonte desde el cual y en el cual puede darse
la reproducción simbólico-social mediante acciones lingüística-
mente mediadas. Imposible que esta tarea pueda realizarse des-
de la soledad de sus propias fantasías. Por el contrario, se trata
de un conjunto de productos elaborados mediante los modos de
vivir con los otros.
El tema de la identidad pertenece a los registros de la dife-
renciación y de la similitud. En primer lugar, se requiere que el
sujeto se presente ante los otros para aparecer en tanto diferen-
ciable. Pero esto no será posible si cada sujeto no pertenece en
un grupo de símiles que le otorguen su identidad. Cada sujeto,
con su presencia y en su exposición, transforma las organiza-
ciones de los otros y la suya propia. La sociedad del espectácu-
lo se sustenta en una suerte de consigna en la que las cosas y los
lenguajes se organizan para que todos y cada uno logren ser
identificados.
En cada adolescente habita una soledad básica que invita al
grupo a perderse en ella. Como si esa soledad del sujeto exigie-
se la presencia de ese todo identificable para que desde ahí se
produzca algo capaz de individualizar. El grupo no es un espejo
sino, por el contrario, una realidad simbólica destinada a crear
reconocimientos. A veces se cree que el grupo funciona como un
212
espejo que produce imágenes con las que los adolescentes se
identifican. Nada tan inaceptable como la idea de relaciones es-
peculares con los otros que aparecen y desaparecen a ritmo de
los juegos de luces y de miradas. El grupo funciona al revés del
espejo puesto que se hace desde una estabilidad básica. Su per-
manencia constituye su fuerza y su razón de ser.
Si el sujeto no se introdujese en el grupo, no podría ser iden-
tificado porque el grupo le permite pasar por un estado primor-
dial de simulacro, es decir, parecer como un todo para desde ahí
aparecer como diferenciable e identificable. Realizando una lec-
tura particular de Baudrillard, vale decir que el grupo actúa co-
mo una especie de simulacro que permite a cada muchacho y a
cada chica construirse desde las apariencias de la adolescencia,
desde ese simulacro que determina que los adolescentes vivan
en lo que el autor llama el horizonte sagrado de las apariencias.
213
No se trataría, pues, de una especie de cobardía moral que
mueve al muchacho a amparase en el grupo para que el mal se di-
luya en ese colectivo indiscriminado. No buscarían que prime la
ética de Fuenteovejuna sobre las responsabilidades personales, tal
como piensan algunos adultos a los que representa Germán:
214
y se convierten en prácticas inapelables. La identidad surge de
la experiencia de compartir y del distanciamiento que sigue a ca-
da encuentro. En ese ir y venir se construyen juegos de lengua-
je que se encargan de crear similitudes y diferencias.
La sencillez de las palabras muestra que los usos, de una u
otra manera, demandan el grupo para justificarse. El placer y el
sufrimiento exigen la presencia del otro que, en el caso de los
adolescentes, se halla mejor representado en el grupo.
215
Por lo mismo, los lenguajes del grupo terminarán sostenien-
do la experiencia y justificándola en la medida en que es el gru-
po el que fuma, no uno solo. Así el grupo se convierte en un re-
mitente indispensable, no para las justificaciones ante los otros,
sino ante sí mismo. Ese es el apoyo y no otro al que se refiere
el informante. En cambio, la soledad probablemente se encar-
gue de sembrar fácilmente los gusanos de las dudas y de los
arrepentimientos.
216
indispensable para la construcción de la identidad, algunos tera-
peutas se permiten ver ahí una suerte de gregarismo inconsisten-
te, vacío y altamente dañino que atenta en contra de la construc-
ción de la subjetividad.
Éric Jérome (1997), por ejemplo, considera que la noción de
conductas hordálicas cae muy bien para obtener un enfoque
descriptivo, clínico, fenomenológico de la toxicomanía. Incluso
afirma que esta visión hordálicas de los muchachos arroja nue-
vas luces sobre diversas formas de conductas de alto riesgo
practicadas por los adolescentes.
En primer lugar, es evidente la confusión del autor entre los
usos de drogas no conflictivos y los conflictivos que califica de
toxicomanías. Por otra parte, desconoce el valor fundante de la
subjetividad que ha poseído el grupo en todo tiempo y lugar. Pa-
ra el autor, resulta mucho más fácil acusar al grupo de aquella
supuesta maldad que teorizar sobre ese mismo grupo y sus rela-
ciones significantes en la construcción de las identidades.
Baudrillard se ha encargado de desmitificar estos lugares co-
munes para significarlos. En primer lugar, desaparece el pathos
de la distancia para que los procesos de identificación y comu-
nicación sean no solamente más cercanos sino más eficaces. El
simulacro, decía, no oculta la verdad. Es la verdad la que oculta
que no hay verdad y menos aún estas verdades estatuidas que no
soportan análisis alguno pero que gobiernan ciertos pensamien-
tos construidos sobre las bases de prejuicios teóricos y sociales.
El grupo no representa una estrategia de huida o de encerra-
miento enfermizo en el cual lo que cuenta sería la anulación de
la subjetividad para dar lugar a ese mundo gregario del que ha-
bla Jérome. Por lo contrario, se trata de la alternativa imprescin-
dible para construir identidades y espacios propios. En conse-
cuencia, el grupo no solamente está para usar drogas, sino para
todo lo que constituye la cotidianidad. Sin grupo, dicen, eres un
don nadie:
217
El grupo es importante, siempre se está hablando del grupo, por-
que es tener con quien hablar, Dices, Vamos a comer algo, Vamos
a un concierto, siempre se dice, Bueno, nos reunimos y ahí vemos
qué vamos a hacer, Si estás solo, eres un perdedor de mierda,
Bueno, casi siempre se hace en grupo, pero hay veces en las que la
gente no tiene nada que hacer: ellas están solas en casa y, para ma-
tar el tiempo, se pegan algo,
218
En grupo, las sensaciones que tú tienes son distintas, Las sensacio-
nes son individuales porque cada uno tiene su historia y tiene sus
problemas y sus notas, Los efectos pueden ser mínimos para uno
o bien fuertes para otro,
219
SOLIDARIDADES EPOCALES
¿A qué amigos se les puede anunciar que no hay tales? ¿Quién tie-
ne valor aún para dirigirse a sus amigos y darles una noticia tan
220
sombría como la de su propia desaparición o la de su inexistencia?
¿Son falsos amigos a quienes hay que hacerles comprender que ya
no existe un solo amigo verdadero?
221
respeta las huellas que dejas en los días porque sabe que te se-
ñalan en el tiempo haciendo tu historia.
El elemental mundo de los sentidos se agota cuando alguien
piensa que el amigo de su hijo, el de la banca de al lado en el au-
la, el de las conversaciones interminables y el de sus proyectos
de vida, no es un amigo sino un enemigo que lo induce al mal-
pensar y al mal-hacer. Como, si al nombrar al amigo –con lo que
eso significa a lo largo de los siglos en las relaciones de los su-
jetos–, algo viniese a destruir los sentidos y a mezclarlos. Sería
necesario realizar un gran amasijo con los sentidos de protec-
ción, trampa, sinceridad, engaño, ternura, violencia, hasta que se
produzca un monstruo llamado mal amigo.
Por su parte, adolescentes y jóvenes no se dejan convencer
de los prejuicios de los adultos, pues saben que sus amigos son
seres de ternuras, solidaridades incondicionales, que se hallan
siempre listos para dar protección pero no para agredir o enga-
ñar. El amigo acompaña, se lo acompaña, pero eso no implica
ningún orden de sometimiento, de modo especial cuando se tra-
ta de actos como usar drogas que, aunque se realicen cada vez
con más frecuencia, se encuentran dentro de los órdenes y los
desórdenes familiares y sociales.
La mamá, desde esa lógica de la exclusión, trata de convencer
al hijo de que son sus amigos quienes lo han obligado a usar dro-
gas, los que lo han presionado de tal manera que él, débil e inde-
fenso, no ha tenido otra alternativa que decidirse por probar y usar:
222
Pero una como mamá o como papá cree que el otro tiene la culpa,
porque siempre se dice que hay uno malo que lo lleva al mal,
223
hacen las amistades. Sin embargo, bajo la influencia de los dis-
cursos comunes, también piensan en el mal amigo.
224
como la que ejerce el Estado. Este modelo actúa incluso de ma-
nera inconsciente en cada relación por mínima que sea, y de
manera reticular, pues en sus redes circulan los sujetos. En ca-
da uno de esos pequeños grupos se reproducen los modelos de
poder que cada quien posee. Lo explícito o implícito de su ex-
presión no es importante puesto que los efectos serán siempre
más o menos similares.
A eso se referirían las expresiones forma de ser o forma de
pensar que intervendrían de manera directa y eficaz, ya sea en el
dominado o en el dominante. El texto manifiesta con claridad el
ejercicio del poder, que incluso aparece como defensor del libre
albedrío, de la capacidad de decir sí o de decir no sin que ello
deje de afectar las relaciones. Sin embargo, quien decide acep-
tar la invitación, sabe que se somete al deseo del otro. El poder
siempre ha jugado con las sutilezas del lenguaje.
Es lo que aparece con claridad en el siguiente testimonio en
el que incluso se habla de cómo se juega con los diferentes po-
sicionamientos que cada quien ocupa en el grupo.
225
de otros malestares que tienen que ver con la anulación del su-
jeto a través de formas de violencia que parecen anodinas y que,
sin embargo, se hallan encaminadas a herirlo sin que, aparente-
mente, repare en ello.
Justamente en ese momento se torna dramática la debilidad
del sujeto, que debe someterse porque presiente que, de no ha-
cerlo, pondría en riesgo su integridad, que tiene que ver con los
juegos de representaciones sobre sí mismo, su valer y su presen-
cia ante los otros. Lo que se denomina trabajo psicológico, que
podría pasar desapercibido o no adecuadamente valorado, se
convertiría en presencia casi perniciosa de un poder capaz de
doblegar voluntades y deseos.
Por estos derroteros caminan ciertas actitudes del grupo, que
finalmente consiguen que alguien que, al comienzo se resistía a
usar, termine haciéndolo voluntariamente. Por otra parte, parece-
ría fácil afirmar que son imposibles los casos extremos de la im-
posición para que así pasen desapercibidas las formas sutiles de
ejercer el poder. Desde esas microestrategias del poder, se preten-
de que no se preste atención al trabajo realizado, quizás más in-
consciente que conscientemente, para doblegar al compañero.
226
deseos, las exigencias de la pertenencia a un grupo podrían de-
terminar la interrupción de este flujo eminentemente creador.
Nada de este ir y venir del poder y de la libertad se encuen-
tra al margen de una ética, puesto que todo se desarrolla dentro
de códigos establecidos o por establecerse, aceptados o rechaza-
dos, conocidos o ignorados. Los códigos de las nuevas éticas,
que no se centran tan solo en los extremos del bien y del mal,
también poseen el poder de construir la subjetividad.
De hecho, los usos de drogas se realizan como parte de las
representaciones sobre la libertad, el placer, la autonomía o la
moda. Para que se instaure entre los adolescentes una ética que
sirva para valorar su cotidianidad, es imprescindible que se den
objetivos colectivos de tal manera que nadie quede reducido a
una existencia privada. Esto sería tanto más importante cuanto
la propuesta de una ética del placer se torna cada vez más com-
pleja. En efecto, lo placentero se refiere a una experiencia priva-
da e íntima que se resiste a ser atravesada por criterios de valor.
Sin embargo, es dable proponer una ética del placer con el
propósito de que el sujeto consiga organizar y analizar sus pro-
pios estilos de vida, de tal manera que estos no aparezcan como
algo privado y aislado sino formando parte de la comunidad de
los otros.
227
LA ETERNA JUVENTUD
228
ratos, pintores, músicos y bohemios. Así describe la autora un
amanecer de uno de los más grandes poetas franceses después
de una de las constantes reuniones mantenidas con sus amigos
y admiradores:
A ssissins descritos por Marco Polo; sin duda se trataba de una variante de
la palabra assasin, de la que derivaría el término Haschischin.
229
se convierten, no solamente en norma, sino en una especie de
condición inevitable de ser y de estar en el mundo.
Por ende, muchos de los papás y las mamás de ahora usaron
drogas cuando adolescentes. Sin duda, las representaciones que
tuvieron de las drogas no fueron exactamente iguales a las de las
culturas juveniles del siglo XXI. Sin embargo, el común deno-
minador fue el sentido de epocalidad que sigue siendo el gran
determinador de los usos.
230
Si bien para muchos el matrimonio y la paternidad signifi-
can el fin definitivo de los usos, para otros probablemente tan
solo impongan cambios en los estilos de vida, en las formas de
usar drogas, respecto, por ejemplo, a las cantidades y las fre-
cuencias.
A más del espectáculo y la actuación, se impone una necesi-
dad casi ineludible de no envejecer, de detener el tiempo para vi-
vir una eterna juventud mítica. Un intento de hacerle el quite al
envejecimiento y la muerte. La BBC Mundo anunció en abril de
2007 la gran buena nueva: “Científicos españoles parecen estar
cada vez más cerca de una de las grandes metas de la ciencia: la
forma de retrasar el envejecimiento. Los investigadores afirman
que la melatonina logra retrasar los efectos oxidantes e inflama-
torios del envejecimiento”.
En consecuencia, la eterna juventud está a punto de conver-
tirse en realidad. Para ello, es necesario que la adolescencia se
alargue de manera indefinida. Así como niños y niñas quieren
ser adolescentes lo antes posible, los adolescentes quieren que
esto no termine nunca y, por su parte, los adultos, hacen hasta lo
inimaginable para retornar a una juventud ya ida. La eternidad
es aquí y ahora, y su modelo es una especie de adolescencia
adulta llamada a prolongarse sin término. Urge, pues, enterrar a
la muerte.
Las drogas se constituyen en una de esas múltiples vías que
la contemporaneidad oferta para romper lo inevitable de lo fini-
to y lo caduco. No se trata de una fuga de la realidad sino de un
enfrentamiento diferente a la contingencia mediante paréntesis
de bienaventuranzas en las que ya no hay cabida para la finitud.
La marihuana, la cocaína, el éxtasis y muchas otras cosas se
convierten en entes mediáticos con los que la cultura anuncia el
fin de la finitud.
Así pues, la sociedad de los adultos no deja de mirar el mun-
do de los adolescentes para imitar y copiar, con pocas adaptacio-
nes, sus modas, sus lenguajes, sus mímicas, sus ritmos. Su
231
objetivo es detener el tiempo o, mejor aún, producir una suerte de
alquimia con todo eso para que la vejez devenga juventud en ca-
da momento y en cada acto. La ropa juvenil, los lenguajes y lé-
xicos, la marihuana, el rock y el blue jean señalan un acercamien-
to temporal a jóvenes y adolescentes. Se trata de pensar que en el
siglo XXI se muere de diferente manera a como acontecía en el
siglo XIX, puesto que ahora se vive de distinta manera porque la
muerte ya se halla encarcelada. Si las antiguas generaciones pen-
saban que podrían inmortalizarse en monumentos e imágenes, las
actuales buscan la inmortalidad en vida.
Es el testimonio de una joven señora que cuenta cómo la tía
de su amiga empezó a fumar marihuana cuando ella y sus ami-
gas lo hacían. De esa manera terminó formando parte del grupo,
pues se había convertido en una muchacha de 18 años como la
sobrina y sus amigas:
Bueno, cuando yo era jovencita, tenía una amiga muy guapa y con
ella nos poníamos a fumar en su casa, Una tarde entró su tía, nos
asustamos, pero no vas a creer que ella, después de un rato, empe-
zó a fumar con nosotras, Y así lo hizo muchas veces,
232
aparecer en los lenguajes conscientes. En consecuencia, no fal-
tan quienes añoran ese tiempo perdido en el que, siendo adoles-
centes o jóvenes, no se atrevieron a introducirse en experiencias
que, vistas desde lejos, pudieron haber sido definitivamente pla-
centeras y rejuvenecedoras. Habrían traspasado fronteras, las
fronteras de la vida cotidiana, de las experiencias ya casi prees-
tablecidas para cada uno por la cultura:
Los placeres deben ser eternos para alejar, de una vez por to-
das, la presencia de todo sufrimiento, puesto que la consigna
consiste en colocar aquí y ahora la suma de los paraísos posi-
bles. Las antiguas generaciones compraban con anticipación sus
tumbas y tempranamente empezaban a decorarlas. Para hombres
y mujeres de hoy, lo importante es el placer de ahora. Para que
no haya problemas mañana, prefieren la incineración.
233
QUINTO
ENFRENTAMIENTOS NECESARIOS
Prescindamos de la anécdota y
fijemos la mirada en las raíces.
La imagen que nos hace pensar no piensa.
RÉGIS DEBRAY
237
nacionales e internacionales. Tan omnipresente y poderoso que
ha terminado convenciendo casi a todos de que, finalmente, es
invencible.
En consecuencia, es probable que algo ande mal en las dife-
rentes formas para enfrentar a este problema. En efecto, sus ac-
ciones y resultados vienen siendo escuchados y mirados con
ojos y oídos del fracaso. Por otra parte, tampoco han sido efica-
ces las estrategias diseñadas para que disminuyan sus usos sobre
todo en la población joven. Es de suponer que existan serias fa-
llas en las dimensiones de esas estrategias o, quizás, en las me-
todologías utilizadas o, tal vez, que sería lo más probable, en las
representaciones teóricas sobre las drogas y sus usos y, de mo-
do particular, sobre lo que son las nuevas generaciones y sus re-
presentaciones del mundo y de las drogas.
Las drogas no se encuentran en el escenario de nuestra coti-
dianidad como producto del mal de las nuevas culturas, de las
malas conciencias o de los malos ciudadanos. Hay un mal que
nos antecede y que las sociedades han tratado de escamotear. Se
ha levantado un muro que separa las conciencias de las nuevas
generaciones de los argumentos de la tradición belicista de Oc-
cidente, acostumbrado a solucionar todos los grandes y peque-
ños problemas con la violencia cuyo paradigma es la guerra con
la que se pretende la destrucción total del enemigo.
Sin embargo, se puede sospechar que nunca ha estado sufi-
cientemente claro cuál es el enemigo, si la amapola, la coca, la
marihuana, los sujetos que las usan por razones cada vez más
complejas e indescifrables o los traficantes que han armado uno
de los negocios más grandes de la humanidad. Parecería que los
discursos oficiales no han realizado las diferencias pertinentes y
necesarias puesto que, en la práctica, el enemigo es uno dentro
de un todo indiscriminado.
La simplificación de léxicos y miradas impide descubrir que
las cosas importantes de la existencia y de la cultura pertenecen
al mundo del misterio repudiado por la guerra y la ciencia, por
238
la muerte absolutamente sin sentido de la crueldad. Los sistemas
simplistas pretenden reducir la complejidad de la existencia del
sujeto a una relación causa-efecto.
Es importante que cualquier reflexión sobre los usos de dro-
gas y cada una de las estrategias tendientes a evitar sus usos, de
modo particular los denominados conflictivos, tomen en cuenta
que todo lo que pertenece al sujeto forma parte del mundo del
misterio, de ese misterio que ha sido repudiado por la guerra
tanto como por la ciencia.
239
ENTRE LA VIOLENCIA Y LA TOLERANCIA
240
responde a estructuras mentales caducas, llenas de prejuicios y
poco dispuestas a mirar los cambios, analizarlos con seriedad,
aceptarlos y asumirlos. Justamente por eso, tanto la familia co-
mo el sistema educativo se colocan a la defensiva porque, en es-
te sentido, se saben francamente incompetentes.
Pese a que no se encuentra capacitado para satisfacer sino
muy parcialmente las tareas que le competen, el colegio no puede
dejar de representarse a sí mismo como el depositario de las de-
mandas familiares y sociales en todo lo que tiene que ver con la
formación y preparación para el futuro de las nuevas generacio-
nes. En efecto, más allá de ciertas legislaciones que buscan modi-
ficaciones profundas en el sistema educativo, es probable que el
colegio siga siendo, de entre las instituciones del Estado, la más
caduca de todas y, por ende, la más resistente a los cambios.
Para los colegios, la política de la cirugía es tan antigua como
ellos mismos y, desde sus prejuicios, aparentemente, la más eficaz
de todas. Son las formas mediáticas del viejo principio de que la
letra con sangre entra, recurso repudiado en los discursos, pero efi-
caz en la vida cotidiana. Por ello, ante la verdad de que hay estu-
diantes que usan droga fuera y hasta dentro del colegio, la expul-
sión sigue siendo la mejor forma de enfrentar el problema y, su-
puestamente, de proteger al resto de estudiantes. Para el régimen
educativo, se trata tan solo de una indispensable cirugía menor.
241
Como señalan los informantes, esta pedagogía, lejos de
abordar el problema de manera directa y analítica, sencillamen-
te lo niega porque no es capaz de dar la cara a aquello que vie-
ne a alterar un régimen escolar supuestamente adecuado y efi-
caz. Cuando los desconocimientos se convierten en estrategia de
intervención, el poder se encarga, de manera inmediata, de sus-
tituir a la razón. Esta sustitución suele alimentarse con innume-
rables razones cuya validez se enraíza en el mismo poder hasta
devenir verdad incuestionable.
En las últimas décadas, dos han sido los problemas funda-
mentales que los colegios han debido afrontar y que no lo han he-
cho precisamente de la mejor manera posible: la sexualidad y las
drogas. Para ambas, la solución ha sido, primero un silencio casi
total y, luego, el recurso a las tradicionales estrategias punitivas.
Existen demasiados pecados en la educación que se han ve-
nido sosteniendo y acrecentando a lo largo de los tiempos. Más
allá de los intentos de cambio, persiste un gran convencionalis-
mo que retrae los procesos educativos a ciertas prácticas y mé-
todos que no toman en cuenta a los sujetos en su tiempo. Como
en gran parte de lo que tiene que ver con los intentos de com-
prender y aprehender lo que son las nuevas generaciones, dice
W. Carr (1996:14), no se han planteado críticas profundas a la
tradición educativa, a los métodos utilizados. “Si la relación en-
tre filosofía y educación es paradójica, la relación entre teoría y
educación resulta siempre exasperante”.
Los cambios que se han producido no responden a profun-
das investigaciones sobre los sujetos y la cultura. De ahí que se
haya puesto el énfasis en lo metodológico y en los contenidos
curriculares sin que se hayan realizado investigaciones sobre lo
que significa enseñar ahora a sujetos que viven en mundos cada
vez distintos y con lenguajes que se crean y recrean sin cesar.
No se puede entender la práctica educativa sino en tanto for-
ma parte del poder. Más aún, la educación se ha convertido en
un mecanismo privilegiado para lograr que el poder se perpetúe.
242
Para que esto se modifique, habría que tener presente las posibi-
lidades con las que, de hecho, cuentan los maestros para provo-
car el cambio, tal como señala Carr: “Mediante el poder de la
práctica educativa, los docenes desempeñan una función vital
en el cambio del mundo en que vivimos”. Sin embargo, esta
práctica no ha pasado de manera permanente por el tamiz de una
crítica que se base en una teoría del sujeto en su tiempo.
Aún cuando los estudiantes exigen que los profesores hablen
como ellos, con sus lenguajes y sus estilos de dicción, es indis-
pensable que se mantengan los espacios de las diferencias por-
que, de lo contrario, desaparecería la práctica educativa. Y, al re-
vés, si maestras y profesores no asumen para su práctica los ele-
mentos del mundo de sus estudiantes, se colocan en la esterili-
dad de la anacronía utilizada como escudo ante las dificultades
institucionales y de formación personal y gremial. En general, el
magisterio camina rutas opuestas a las que crean y recorren las
culturas juveniles. Estas actitudes hacen más evidentes los dis-
positivos de poder a los que pertenece la educación.
Los testimonios de los adultos tratan de poner sobre el ta-
pete la discusión tanto de los métodos posibles para trabajar los
temas de interés para chicas y muchachos como los temas mis-
mos. La práctica docente se encuentra encasillada en moldes
que no han sido sustituidos por nuevas teorías y otras metodo-
logías que permitan abordar con eficacia y eficiencia la
contemporaneidad.
243
ser una persona joven y que maneje bien lo que realmente pasa
con los jóvenes,
244
No es dable que, sembrados en la tradición, los maestros de-
jen de escuchar y de dar prioridad a la inusitada agudeza que po-
seen las culturas juveniles para detectar y analizar la compleji-
dad del único mundo posible en el que viven. Adolescentes y jó-
venes a diario se enfrentan a realidades que forman parte de un
mundo que cambia de manera acelerada. Por lo mismo, ninguna
respuesta de la sociedad educativa, en el nivel que fuese, será
válida si se sustenta en la tradición valorada por sí misma y en
sus fantasmas que la protegen del mal del cambio y la transfor-
mación. Sin embargo, no se trata de un borramiento total de lo
hecho sino de su perenne revisión, porque, como dice Gutiérrez
(1998:649), “Las urgencias del tiempo presente no subsisten al
margen de las medidas que contemplan el tiempo no inmediato
o la duración media, y ambas se inscriben en la duración más
prolongada”.
245
que hablen los mismos vocabularios ni que se hallen totalmente
involucrados en sus juegos de lenguaje, pero sí profesores que se
introduzcan en similares formas discursivas para ser entendidos
y para crear las bases indispensables de la dialogalidad.
Probablemente, la mentira a la que hace referencia el testi-
monio no se refiera a lo dicho por el instructor, sino al hecho de
que afirma cosas que no pertenecen al sistema de representa-
ciones que hacen la adolescencia, que explican las drogas y sus
usos. En este caso, el mentiroso no sería alguien en particular
sino el sistema educativo en sí o, por lo menos, la institución
educativa que se retrae de la realidad y del tiempo lógico del
estudiantado.
Todavía se piensa en una educación del consenso. Se preten-
de que el proceso educativo debería conducir a que estudiantes
y profesores piensen y actúen de igual manera. Es decir, se pre-
tende que las representaciones de todos y cada uno de quienes
hacen la institución educativa sean, si no iguales, por lo menos
homogéneas.
El consenso es una quimera de quienes no aceptan la dife-
rencia a la que han convertido en un concepto verdaderamente
sospechoso. ¿Cómo será posible que interpreten el mundo de
igual manera los adultos y los adolescentes? Son distintas las re-
presentaciones que sobre el saber y la educación poseen docen-
tes y estudiantes. Pero, desde el poder que subyace en los actos
educativos, se pretende que los estudiantes hagan suyas las re-
presentaciones del sistema sin análisis ni críticas adecuadas,
porque el conjunto de enunciaciones pedagógicas posee caracte-
res performativos con los que se busca dominar desconociendo
las representaciones del estudiantado. Vilera (2000), señala que
solo a partir de un reconocimiento de este proceso sería posible
aceptar que en cada instancia educativa existen subculturas, pre-
cisamente las que pertenecen a las nuevas generaciones y que
el sistema pretende desconocer.
246
A partir de allí, es necesario ubicar las otras subculturas contrana-
rrativas que cruzan la esfera escolar y que pasan, paralelamente, a
jugar esos otros territorios de contestación en contra de la legiti-
mación oficial del cerco institucional/normativo.
247
estudiantil mediante una particular actitud satanizadora, como
dicen los informantes. Una vez satanizadas las representaciones,
imposible atravesarlas sin contaminarse de su maldad.
Los estudiantes se encargan de equiparar el manejo que
hace el colegio del tema de las drogas y de la sexualidad. Pe-
se a los inmensos cambios producidos en su torno, el tema de
la sexualidad aún mantiene buena parte de sus raíces atrapa-
das en el mal.
248
Desde el silencio y desde una posición satanizadora, es im-
posible que chicas y muchachos puedan construir una concien-
cia crítica y liberadora destinada a valorar la existencia, a juz-
gar los actos y tomar decisiones desde un espacio de autonomía
capaz de construir un sujeto ante los otros.
Actualmente se actúa como ya lo hicieron rectores y profe-
sores hace quince o más años. Poco ha cambiado en esa peda-
gogía del terror con la que, sin embargo, se pretende crear nue-
vas formas de estar en un mundo cada vez más complejo. Cuan-
do el colegio expulsa a un chico porque fuma marihuana o a una
chica porque está embarazada, no hace sino reafirmar la posi-
ción punitiva del poder del sistema educativo y de la política ge-
neral de Estado.
249
dolorosa, pero en nada cambia aquello que motiva esas expul-
siones y otras formas de castigos igualmente violentos. Las pe-
dagogías no se modifican porque se prohíban estos u otros actos
punitivos. Incluso esas prohibiciones tan solo darían cuenta del
sistema de sometimiento que rige en la educación porque las re-
presentaciones sobre los estudiantes, sobre las drogas y sus usos
permanecen inamovibles.
No se los expulsa del colegio sino de los ordenamientos cul-
turales con los que cada colegio se emparenta, con aquello que
está en la obligación de transmitir, crear y recrear. Se los expul-
sa para que se larguen al infierno del mal. Remedos fatales del
mito del paraíso: la pareja primordial expulsada del paraíso,
aherrojada al mundo del mal, del sufrimiento y de la muerte. Se
expulsa la poca piedad que habita en ciertos maestros y profeso-
ras, en los directivos de los colegios que siempre harán alarde de
sabiduría y justeza.
250
atravesadas por los prejuicios no solo respecto a las drogas sino
casi sobre todo aquello que tiene que ver con las vidas denomi-
nadas buenas o normales. Existe un maniqueísmo social que se
encarga de dividir el mundo en buenos y malos, en colegios sin
drogas y en los que las drogas los constituyen, en estatales que
son malos y en privados que son buenos, en colegios de pobres
que son pésimos y en colegios de ricos que son la última mara-
villa del mundo. También hay hijos buenos e hijos malos, alum-
nos excelentes y los pésimos que son los fumones y adictos.
Sin embargo, cada vez resulta más difícil identificar las fuer-
zas del poder y del sometimiento puesto que son sutilmente disfra-
zadas con enunciados de tolerancia y de respeto a las diferencias.
Si los profesores no hablan es porque, a su tiempo, tampoco
se les permitió hablar, porque tampoco fueron palabreados por
el sistema familiar y escolar. Los profesores de ahora son los
alumnos de ayer, los hijos de papás y mamás que no fueron ha-
blados y que debieron callar para sobrevivir. Profesoras y profe-
sores de hoy son las niñas y los niños que sufrieron maltrato y
violencia en casa, en la escuela, en el colegio, en el barrio.
251
Babel, la maldición para quienes se propusieron elaborar jue-
gos de lenguajes diferentes a los del poder y de la sumisión.
Por todas partes la queja es la misma: maestras y maestros
no se han apropiado de lenguajes que faciliten los intercambios
con las nuevas generaciones, puesto que se aferran a un anacro-
nismo que los esteriliza. Entonces, la repetición de la repetición
aparece como buen refugio que, a ratos, se viste de ciencia y sa-
biduría, pero que, finalmente, termina develándose a sí misma
en su pobreza crónica14.
No es suficiente abordar los temas del interés y de las de-
mandas de las generaciones juveniles. Es necesario que ese
abordaje sea adecuado y responda a sus exigencias a través de
un perenne proceso de actualización de saberes y actitudes exis-
tenciales frente a los mismos. Los saberes se construyen, no se
compran, se los fabrica con la materia prima que provee la mis-
ma sociedad.
Las maestras y maestros de hoy no están capacitados para abordar
bien el tema de las drogas y otros temas, Necesitan capacitarse,
asistir a seminarios, conversar, estudiar, Tienen que empaparse del
tema para poderlo abordar de manera adecuada con los estudian-
tes, De lo contrario, no podrán decir a los chicos a dónde podrían
conducirlos las drogas,
252
La educación también se encuentra asediada por un conduc-
tismo que mira la vida sin volumen, que se aferra a las acciones
y sus efectos como si allí se encontrasen los sentidos y sus rela-
ciones con la existencia. Ese conductismo que fracciona la exis-
tencia y que desbarata los edificios construidos con lo mágico de
todos los días. Ese conductismo al que se le ha encargado la bús-
queda de lo mejor pero sin que le interese en lo más mínimo re-
conocer lo que desea, busca y pretende cada sujeto. Al conduc-
tismo le causan alergia la improvisación y la creatividad. Le pro-
duce urticaria pensar en la diferencia como condición no solo de
la educación sino de cada sujeto. Por lo contrario, su condición
de ser es la igualdad y el sometimiento irrestricto a la norma, la
amputación de la capacidad de criticar, imaginar y disentir.
No es nada raro que las propuestas de mejorar el sistema
educativo no versen sino sobre acciones que tienen que ver con
nuevos maquillajes a posiciones antiguas que no sirven para mi-
rar de mejor manera el presente y menos aún el futuro. En la
misma Europa, que no deja de invertir en investigación educati-
va, existen quejas de que frente a la economía y los manejos del
poder, la educación no sea parte de los temas de importancia.
El pensamiento postmoderno se ha encargado de abrir de
otra manera los horizontes del saber y del sujeto. Pero en educa-
ción, las cosas caminan aún a pie. Al respecto, es muy decidor
el texto de Niño (2006:9), para quien lo que prima es la incerti-
dumbre ante el avance indetenible de los saberes científicos y la
pobreza de su transmisión en las aulas.
253
Ya la episteme, el logos, el ideal en el que se fundamentó la cul-
tura occidental, lucen agotados. A ceptar lo desconocido, lo que
aún no estamos en capacidad de comprender, crea tensiones al in-
terior del discurso sobre la formación humana –la bildung15– y
exige un esfuerzo de interpretación distinto al que nos tenían acos-
tumbrados las teorías y filosofías educativas.
254
las relaciones que se establecen en ciertos grupos. En cierta me-
dida, las drogas cuestionan las condiciones reproductivas que
someten lo escolar y el saber a sistemas totalizantes de opción
educativa en los que la diferencia es manejada como exclusión.
El recurso a la pedagogía del mal no ha abandonado su poder
coercitivo.
255
los textos, más allá de las clases tradicionales, más allá de los
discursos repetidos de memoria y producidos desde esos reduc-
cionismos empobrecedores que desconocen la relatividad de las
afirmaciones y que niegan lo creativo y lo afectivo, las experien-
cias del cuerpo y el valor de la fantasía. La cita corresponde a
Niño (2006:9):
256
LA ÉTICA DEL SILENCIO
Sobre todo, hay profesores que son muy jóvenes y que son solteros y
que no tienen responsabilidades, Ellos son los que más usan drogas,
257
otras representaciones simbólicas de las drogas y sus usos. Po-
siblemente, las drogas hayan dejado de ser para ellos realidad
pura y persecutoria, despojada de las subjetividades que debe-
rán ser destruidas para así anular imaginarios supuestamente
peligrosos.
No se trata tan solo de gente joven de ahora, sino de antes,
quizás desde ese siempre que forma parte de los decires que van
y vienen y de las memorias que no se borran con la facilidad que
se imagina. Más aún, hay relatos de profesores que, a más de en-
señar la redondez del mundo, redondeaban su salario con su tra-
bajo de brujo:
Claro que hay casos de maestros que usan, De ley que en sus tiem-
pos de juventud deben haberse pegado, Pero que ahora sí consu-
men es un hecho, Pero es mejor no saber de eso, porque no es buen
negocio meterse en la vida de un profesor del colegio, porque tú
puedes salir mal parado,
258
manera que si no se mantuviese este divorcio, convulsionaría el
sistema entero, no solo el educativo, sino también el social. En
consecuencia, para la comunidad resulta inaceptable desde todo
punto de vista que se den usos entre los profesores del colegio.
Si en verdad se produjese una situación semejante, se quebrarían
de un solo golpe los juegos de espejo que hacen parte importan-
te de la relación maestro-alumno, comunidad-colegio. Desapa-
recerían los embrujos de la perfección y del bien. Se desharía el
espejismo y en los escombros aparecerían las nuevas generacio-
nes ya perdidas. Los adultos opinan:
259
los límites que interrogan el estatuto del silencio. El silencio, en
estos casos, se habría convertido en un estatuto que protege tan-
to al profesor como a los mismos estudiantes.
Otros, en cambio, quizás menos honrados, asumirán el papel
de policías o de inquisidores o de predicadores implacables del
bien en contra del mal, o se harán cargo de los tribunales de las
pequeñas inquisiciones en las que se castiga a los estudiantes y
hasta se los expulsa del colegio.
Así se entiende mejor que las drogas se refieran a realidades
en las que se sobreponen y se calcan relaciones, placeres y su-
frimientos, lo explícito y lo implícito, aquello que es colocado
por otros en los espacios de lo bueno y de lo malo.
La situación en las universidades es significativamente dife-
rente puesto que los profesores tan solo se encargan de una asig-
natura y no tienen, en principio, los encargos que competen al
profesorado de secundaria. En este sentido, las universidades
hacen otro mundo con diferentes léxicos y con expectativas dis-
tintas en las relaciones maestro-estudiante.
En las universidades se usan drogas como acontece en los
demás espacios sociales. Pero, a diferencia de lo que sucede en
el colegio, estos usos no suelen ser tan esquivados o escondidos.
No es que se los demuestre como si nada, pero tampoco se ocul-
tan o niegan de manera tan radical como en el colegio.
260
De esta manera, las drogas cumplen su presencia como sig-
no semiótico en tanto vínculo de comunicación, ya sea para lla-
mar, juntar, señalar las pertenencias, las similitudes o también
las diferencias.
Schopenhauer decía que una vida de conocimiento es una
vida feliz pese a la miseria del mundo. La única vida feliz es la
vida que puede renunciar a las comodidades del mundo. Posi-
blemente no sean tan válidas las expectativas del filósofo en un
mundo en el que ya no puede ser dejado de lado un hedonismo
convertido en condición imperativa del ser.
No se trata de ir a los límites de los lenguajes para encontrar
una nueva ética que atraviese el mundo contemporáneo y según
la cual corresponda al sujeto la capacidad de discernir y de de-
cidir. La ética ya no pretende decir algo ni sobre lo absolutamen-
te bueno ni sobre lo absolutamente valioso o malo. La relativi-
dad de la ética pertenece al hecho de que proviene de la subjeti-
vidad, lo que la hace cada vez más compleja.
¿Por qué la informante dice que ventajosamente los profeso-
res que usan drogas no son sus profesores? Porque ella se colo-
ca justo en la misma ética que sostiene el uso de drogas por par-
te de profesores que están en otras aulas y en otras materias pe-
ro no necesariamente en otro mundo. Wittgenstein decía que la
tendencia de todos los hombres que han intentado alguna vez es-
cribir o hablar de ética o religión ha debido ir contra los límites
del lenguaje. Justamente hasta estos límites llega el testimonio:
261
a las que no puedo hacer otra cosa que respetar profundamente
y no ridiculizar por nada del mundo, como diría Wittgenstein.
Porque también es posible que se trate de una distinta forma de
vivir experiencias estéticas igualmente nuevas y cuyas dimen-
siones aún no han pasado por los análisis necesarios.
En el seminario sobre La carta robada de Poe, Lacan con-
cluía que lo único que permanece oculto es lo obvio, que el se-
creto es aquello que ese encuentra ante la mirada de todos. Qui-
zás, a diferencia de lo que se ha creído siempre, de secretos se
halla despoblado el mundo y los sujetos. Aunque se diga todo lo
contrario, casi no habría caja fuerte alguna para esconder deci-
res y miradas, deseos y actos.
Las drogas no son entes de razón, y dejan de ser cosas cuando
entran en relación con los sujetos para ser incorporadas a los con-
juntos significantes con los cuales se interpreta el mundo. Por ello
exigen ser colocadas en ese megamercado que las oferta. Es pro-
bable que en ese momento desaparezca la droga-cosa para dar lu-
gar a la imagen capaz de representar al sujeto en su espectáculo.
Los escenarios del espectáculo carecen de definición geo-
gráfica, por el contrario, tienden a volverse cada vez más ubi-
cuos. Mientras se reducen los límites de sus competencias, se
amplían los campos de su presencia.
Para Nietzsche, pensar y sentir es la vivencia de la corpora-
lidad que es simultáneamente la historicidad, la moralidad y la
socialidad. Por lo mismo la comunidad configura al sujeto no
solo en su pensamiento y en las conductas conscientes, sino
también en las pulsiones. En consecuencia, nada podría darse
en el sujeto ni poseería valor de significación al margen de lo
social puesto que la tarea de la cultura consiste en proveer de las
valoraciones requeridas para interpretar el mundo. Con los sabe-
res, el sujeto asume esa pluralidad conflictiva que es su existen-
cia, proveyéndola así de sentido.
En el mundo contemporáneo ya no caben espacios excluyen-
tes como acontecía antes cuando se podían realizar distinciones en-
262
tre el sujeto político, el sujeto social, el sujeto familiar o el religio-
so para cada uno de los cuales se habían construido espacios y len-
guajes claramente especificados y diferenciados. El concepto de
templo, por ejemplo, como espacio sagrado ha cambiado de mane-
ra radical puesto que lo sagrado ya no es lo excluyente sino lo que
se integra a la vida del sujeto. Lo mismo acontece con la escuela
como lugar del saber convertido en espacio propio del sujeto.
Entre otras, estas razones determinan que las drogas no pue-
dan quedarse ocultas en los aparentemente secretos lugares de
expendio sino que, por lo contrario, hayan invadido casi todos
los espacios. Desde hace tiempo, ellos las traen y las llevan co-
mo parte de su cotidianidad. Antes, escondidas en los repliegues
de sus secretos, actualmente de forma cada vez más explícita o,
por lo menos, no tan negada.
Hace años, hubo dos chicos de segundo curso que vendían drogas
en unos papelitos, hasta que llegó a oídos de un profesor que lo co-
municó al rector, Se les preguntó por qué lo hacían, si por necesi-
dad de dinero o para consumir, Y ellos dijeron que pedían la dro-
ga a unos vendedores y que luego les pagaban con lo que sacaban
en el colegio, Les botaron del colegio,
263
ES POSIBLE NO USARLAS
264
precoz, etc. La construcción de los sujetos hecha desde y con los
lenguajes determina que se deje de lado todo intento de buscar
causas y de señalarlas cuando, quizás, las entradas para evitar
los usos podrían ser otras.
Las perspectivas lineales causa-efecto reducen las posibili-
dades de conocer y analizar la complejidad de los sujetos. Sin
embargo, la visión sistémica tuvo el poder de fascinar con su
simpleza y por eso se impuso incluso con el aval de los poderes
políticos. Luego de décadas de intervención sistémica, son ma-
gros los resultados obtenidos.
Por ejemplo, el Instituto Nacional sobre el Abuso de Drogas
(2004), propone que “Los programas de prevención deben diri-
girse al tipo de problema de abuso de drogas en la comunidad
local, escoger los factores de riesgo que se pueden modificar, y
fortalecer los factores de protección que se conocen”. Pero si se
analizan estos factores, resulta que prácticamente todo se con-
vierte en factor de riesgo, hasta el punto de que para las nuevas
generaciones habría que buscar un mundo ideal en el que todo
funcione con la perfección de un reloj suizo.
En consecuencia, no resta sino aceptar que el mundo actual
es el único que existe y que se encuentra constituido con su pro-
pia conflictividad, con sus formas de vivir y de interpretar la co-
tidianidad personal y social. Las sociedades ideales de las que se
eliminan todos los problemas y riesgos son asépticas y, por lo
mismo, no aptas para la existencia humana.
La idea de la situación de riesgo puede llegar a ser tan abar-
cativa por la falta de análisis suficiente, que hasta la misma ado-
lescencia termina constituyéndose parte de las situaciones de
riesgos, tal como lo hacen Osorio y sus colaboradores (2004),
quienes dan por sentado que todos conocen con claridad los fac-
tores de riesgo que vive la adolescencia, la misma que, por sí so-
la, ya constituye el primer factor de riesgo y el que involucra a
todos los demás.
Como la propuesta consiste en eliminar los factores de riesgo
265
o, por lo menos, reducirlos a su mínima expresión, ¿qué se va a
hacer con esa adolescencia actual, la del siglo XXI, la del año
2009, que poco tiene que ver con la adolescencia de hace 20 años?
¿De qué manera eliminar los espacios lingüísticos como la músi-
ca, el color, el ritmo que hacen la adolescencia y que se encuen-
tran en perenne cambio?
Es probable que existan circunstancias familiares, sociales y
personales que provoquen que alguien se encuentre más dispues-
to que otro a usar drogas, esta probabilidad no necesariamente es
mayor que si no estuviesen presentes dichos factores, puesto que
la experiencia dice que las relaciones causales son siempre débi-
les al momento de hallar las razones para un determinado uso.
Los usadores se encargan de ratificarlo cuando no caen en la ten-
tación de determinar las causas de sus usos, puesto que, por lo
menos fenomenológicamente, estas condiciones aparecen igua-
les o similares a las de otros adolescentes que no usan drogas.
La violencia económica, social y urbana origina violencia
familiar y graves desórdenes en los modos de vivir la adolescen-
cia. En la pobreza, los niveles de escolaridad tienden a ser bajos
igual que la calidad de la educación. En esos ambientes se bebe,
probablemente, no más que en los otros sectores de la ciudad.
Pero el consumo de alcohol y los usos de drogas se tornan más
patéticos porque se los hace en lugares abiertos o en centros de
diversión caracterizados por el escándalo.
Frente a estos temas, se suelen manejar lugares comunes y
propuestas estereotipadas que no han pasado por un mínimo es-
pacio de análisis y crítica. Por lo general, se dan por verdades
asumidas lo que debería previamente ser analizado y criticado
desde muchos puntos de vista teóricos. Cuando se recurre siste-
máticamente a un solo modelo para analizar los conflictos socia-
les y personales, se incrementan los riesgos de llegar a conclu-
siones fofas e inconsistentes que, sin embargo, son tomadas co-
mo grandes verdades. La prueba está en el gran fracaso de todo
lo que Occidente ha hecho para prevenir el uso de drogas.
266
En todas partes aparece la familia como cabeza de turco, la
gran responsable de lo que acontece con los adolescentes. Se ha-
bla de familia conflictiva aunque en verdad se busca casi siem-
pre acusar al papá y a la mamá de la gran tragedia del uso de
drogas, a pesar de que solo se trate de la primera y única vez que
el muchacho usó, de esa prueba casi indispensable para estar en
su mundo o para no quedarse del todo en la ignorancia que, en
ciertos espacios, no es un buen dato para el curriculum personal.
267
nada puede curar que no sea el dolor del hijo, su vergüenza, y su
arrepentimiento. Las lamentaciones familiares tienen este origen
aunque se disfracen con los velos del amor y de las grandes
preocupaciones que tienen por los hijos. El narcisismo será
siempre uno de los motores de la existencia y también aquello
que los alimenta. Sin narcisismo, no hay sujeto.
268
Ese es un grave problema que existe, Todo lo endosan a la escue-
la, al colegio, a la universidad, Porque ellos deberían hablar de es-
tos problemas ya que todavía son tabú en la relación familiar, cla-
ro que es una forma de lavarse las manos, aunque sí es cierto que
la mayoría de los papás no sabe nada, sería como un ciego guian-
do a otro ciego,
269
y hasta de expulsión, tal como acontece cuando se enteran de que
el hijo consume drogas. En ese instante el fantasma del mal apa-
rece en todo su esplendor y deshace los espejismos. Se rompen
las imágenes y, en lugar del hijo amado, aparece el mal hijo que
ha producido una seria herida al narcisismo de papá y mamá. Por
otra parte, los gritos, insultos y amenazas igualmente ocasionan
una herida al narcisismo de los hijos, una herida que hace daño
y que, desde los imaginarios, a lo mejor se cura con un poco más
de marihuana, en unos casos, o de alcohol, en otros.
270
No llama la atención que el colegio, ante la acometida de la
familia que lo acusa, se vuelque contra los estudiantes, los sata-
nice y los arroje a la calle porque su presencia destruye su ima-
gen. Con una imagen así deteriorada, ya no es dable vivir.
Es importante resaltar que las peleas en casa, los divorcios o
las separaciones constantes causan estragos en niños y adoles-
centes porque, de una u otra manera, la pareja parental cohesio-
na su vida, la provee de sentidos y oferta cierto nivel de seguri-
dad básica. Los desórdenes familiares, cada vez más frecuentes,
desorganizan la vida de hijas e hijos pues los coloca de cara a
una especie de vacío de significación en el que se sienten a pun-
to de caer.
Junto a las experiencias de las violencias domésticas y de las
separaciones, se encuentran ciertas actitudes de mamá, de papá
o de ambos que dan cuenta de distancias, desamor y hasta de
violencias en contra de sus hijos que no se saben queridos ni
apreciados.
271
En el extranjero, las políticas estadounidenses en esta materia han
tenido por objetivo la disminución de la oferta de drogas, especial-
mente de cocaína y heroína, mediante restricciones a la producción
en los países de origen y el decomiso de los cargamentos en trán-
sito. A mérica Latina y el Caribe son los principales escenarios de
estas medidas.
272
drogas que no son ajenos a estos complejos procesos que la vi-
sión sistémica ha pretendido simplificar a lo largo de las tres úl-
timas décadas.
En el país hay cada vez más drogas, pese a las constantes in-
cautaciones por parte de la policía nacional y que llegan, apro-
ximadamente a las 7 toneladas métricas por año, afirma Rivera
(2005).
Por ende, es indispensable mirar el problema con diferentes
miradas a las ya estatuidas para crear nuevos discursos que faci-
liten la comprensión de realidades cada vez más complejas, pues
no se trata de analizar las drogas como cosas sino como realida-
des imaginarias y simbólicas en constante relación con sujetos
que las significan cada vez de manera diferente.
Por ello y por mucho más, es preciso retornar a los sujetos
que no son números en una tabla estadística sino deseos, angus-
tias, placeres, expectativas, vidas llenas, sufrimientos, vidas va-
cías, también vidas repletas de gratificaciones y expectativas.
No están necesariamente bien porque no usen drogas ni mal por-
que las usen. A lo mejor ellos digan lo contrario. Porque no se
puede echar una línea divisoria entre quienes usan y no usan pa-
ra colocar el bien-estar o el mal-estar-en cada uno de los bandos.
Hacerlo implicaría caer en los mismos reduccionismos que han
guiado buena parte de los estudios sobre las drogas y, sobre to-
do, las intervenciones en la población juvenil para alejarla de la
droga o para sacarla del vicio, según los casos.
Quizás convenga aceptar, de una vez por todas, que no se
puede limpiar de drogas ni nuestros países latinoamericanos ni
el mundo. Por lo mismo, la cuestión versaría sobre las estrate-
gias posibles y eficaces para que sea cada vez menor el número
de adolescentes y jóvenes que acceden a la marihuana, la base,
las pastillas.
Los criterios sencillos, y a ratos profundos, de las personas
poseen valores intrínsecos que, con frecuencia, podrían ser más
eficaces que los muy elaborados por técnicos y profesionales.
273
La vagancia es la madre de todos los vicios, se ha dicho, ge-
neración tras generación. Por lo mismo, si chicas y muchachos
están siempre ocupados, entonces, por arte de magia, no caerán
en la tentación de las drogas. Continuidad de los léxicos anti-
guos con los que se ahuyentaba la presencia del mal. En las so-
ciedades tradicionales persiste aún la fobia al ocio, al tiempo
que decurre mansamente y que no exige nada sino apenas sen-
tirlo en el silencio y la soledad, o en medio de una música es-
cuchada a todo volumen. La cultura occidental lo atacó incluso
con saña y se inventó mil cosas para que niños, jóvenes y ado-
lescentes se hallen siempre ocupados. Si al tiempo ocupado se
añadiese un buen control parental, entonces se habría escrito la
fórmula perfecta de una prevención que se resiste a aceptar que
ha fracasado.
Ubicada en la tradición y en la experiencia personal, la rece-
ta de una joven señora debería ser eficaz:
Se trata de la ética del bien y del mal que rechaza los térmi-
nos medios por inaceptables, posición elemental que se remonta a
los tiempos en los que primaba, sobre toda otra, la opinión, la del
amo. El trabajo es bueno por sí mismo, lo mismo que el control
sobre los hijos. La libertad no es un derecho de los sujetos sino un
don otorgado de manera benigna por el poder del amo.
Imposible interpretar y vivir el mundo de hoy con esta
lógica de fuerzas antagónicas o con una ética de principios
274
contradictorios y simplistas. Por lo contrario, nada es bueno ni
malo en sí mismo. Son los sujetos en su cultura quienes cons-
truyen valores con las cosas, dependiendo de las circunstancias
y de las condiciones de la existencia subjetiva y social.
Carece de toda lógica armar una impresionante guerra en
contra de las plantas de coca y de marihuana para eliminarlas de
una vez por todas porque representan al diablo medieval. Tal vez
en estas plantas han sido colocados los males de nuestro tiempo,
la falta de conciencia moral y de dolor por las masacres a pue-
blos que creen cosas distintas o viven vidas diferentes, las cul-
pas por los despilfarros en armas de exterminio masivo mientras
millones de niños mueren de hambre.
Mientras tanto, si por una parte el mundo de hoy se ha afa-
nado en abrir sus horizontes y descubrir los infinitos matices que
median entre el bien y el mal de la moral binaria, todavía cier-
tos sectores de la sociedad y del poder siguen aferrados a las
normas fósiles de esa moral pauperizante.
También desde esta ética, la propuesta es una sociedad de
culturas juveniles en perenne acto deportivo, como si el deporte
se hubiese convertido en el sustituto de la vida de los monjes
que pasaban el día entero en perpetua oración para que en sus vi-
das y deseos no se cuele el mal.
La familia constituye el espacio original de toda la organiza-
ción simbólica del sujeto. Allí se produjeron las primeras nomi-
naciones que aseguran la existencia entre los otros, al tiempo que
se marcaron las originales rutas para la construcción de las expe-
riencias placenteras. Aunque cada día quede menos de la familia
tradicional, las nuevas formas de vida familiar probablemente es-
tén mucho más comprometidas con el rescate de la subjetividad
de cada uno de sus miembros por cuanto, en el lugar ocupado por
la prepotencia absoluta del padre, aparecen nuevos lenguajes sos-
tenidos en principios antes inexistentes como los de equidad y
solidaridad. En lugar del poder y el sometimiento, las ternuras
tienden a amalgamar la vida de la familia contemporánea.
275
No se trata de que el papá y la mamá estén hablando solo de dro-
gas, sino de que sean capaces de hablar de todos los temas posi-
bles, incluida la droga, Por ejemplo, si los chicos van a una fies-
ta, decirles que en las fiestas ahora hay de todo, que ahí se pue-
de encontrar droga y que va a depender de ellos usar o no usar,
Que la familia sea un espacio en el cual tanto los hijos como los
papás puedan exponer sus dudas, vivir sus cosas, Un lugar en
que se pueda hablar de cualquier cosa sin vergüenza, A eso se lo
llama confianza,
276
vez menos frecuentes y menos eficaces. Es casi lógico que esto
acontezca porque se han interrumpido o, mejor aún, se han roto,
los antiguos canales de intercambios sostenidos en el poder. Por
lo mismo, pese a los intentos de ciertos discursos oficiales, ya no
es posible dar marcha atrás, porque ese tiempo ya no existe.
277
de la cotidianidad construida en cada momento con innumera-
bles realidades nuevas y con no pocas antiguas.
En la actualidad, la familia es mucho más asunto de lengua-
jes que de parentesco debido a las nuevas formas de hacer fami-
lia que se dan por causas propias de la cultura y por razones exó-
genas a ella como, por ejemplo, la migración. Así se construyen
maternidades, paternidades y filiaciones desde las nominaciones
como producto de afectos, cuidados, respetos, con personas que
no son ni papá, ni mamá, ni hijo.
278
Yo considero que no depende mucho de los valores de siempre, si-
no de cómo cada persona ve su realidad, Yo, por ejemplo, no consu-
miría porque no necesito consumir para resolver mis problemas, En-
tonces, eso ya depende de cada quien, Porque cada quien tiene su
forma de pensar y cada quien es capaz de decidir si quiere consumir
o no, Y si es que se deja llevar por el qué dirán, si te dicen que ya
no eres parte del grupo, o que no estás en nada porque no consumes,
qué pena, porque yo creo que sí hay otras formas de estar bien, y me
busco otro grupo que me acepte, consuma o no drogas,
279
Por eso, los informantes hablan de crear espacios en los que
no se invite a la droga, en los que la droga haga presencia por su
ausencia. No hablan de ninguna necesidad de aborrecerla por-
que hace rato abandonaron la ética de los dogmas. Por otra par-
te, jamás los ha convencido la idea de guerra alguna y menos
aún, la guerra a las drogas, a la marihuana.
La noción de personalidad es parte de una psicología que se
propuso domar a los sujetos mediante la adaptación a las normas
sociales y familiares que deben ser respetadas en el día a día de
la vida. La personalidad fuerte es la que se resiste al mal que
consiste en no repetir las normas. No tiene personalidad quien se
deja llevar por sus deseos, su voluntad y su propio poder, volun-
tad de poder, diría Nietzsche. La personalidad aparece, enton-
ces, casi como un objeto de lujo, un gran vestido de marca que
el sujeto luce ante los otros para ser admirado y hasta envidiado.
Para esta psicología, la personalidad se hace mediante el some-
timiento acrítico a las normas y a la ley, hasta convertirla en es-
tilo de vida.
Desde que Freud habló del sujeto de lo inconsciente, ya no
hay lugar para este ídolo llamado personalidad, porque el incons-
ciente actúa de espaldas a toda propuesta y a todo lenguaje, pues
posee el suyo propio. Las pulsiones no se socializan sino muy par-
cialmente, por eso existe un malestar en la cultura y en el sujeto
que no desaparece nunca. Ya Nietzsche hablaba del sujeto como
multiplicidad que destruye, de un solo tajo, la protesta de esa per-
sonalidad conductista que permanece idéntica a lo largo de la vi-
da porque, si cambiase, entonces el sujeto sería ubicado en el gru-
po de los débiles que carecen de personalidad. Por lo mismo, es-
te sujeto no sería otra cosa que la ficción de unidad que no exis-
te, de una unidad que desconoce que cada uno se encuentra frac-
cionado por los lenguajes y los deseos, por la ley y los placeres.
280
die te va a obligar ni van a meterte la droga en la boca a la fuer-
za, Vos eliges, Desde luego que en esto tiene que ver el entorno en
el que te has criado,
281
PRESIONES Y DISCORDIAS
282
indispensable acudir a esta intimidad para comprender las ina-
decuaciones que se dan entre las representaciones de las insti-
tuciones del Estado y las prácticas democráticas que se produ-
cen en la intimidad.
Se dan inadecuaciones de este orden entre los discursos ofi-
ciales sobre las drogas y su presencia en la intimidad del sujeto
que hace parte del grupo. Por ejemplo, mientras, en el grupo, la
droga cohesiona y abre espacios para los intercambios, el dis-
curso oficial únicamente da cuenta de los daños que las drogas
ocasionan. En el grupo, el sujeto construye sentidos cada vez di-
ferentes, lo que convierte a la droga en una serie de metáforas
que van desde la explicitación de la intimidad hasta la expansión
en el mundo social. En cambio, para el discurso oficial, la dro-
ga es dañina y peligrosa siempre y en cada circunstancia.
Es algo medio tonto: por lo general, los chicos sabemos que las
drogas hacen daño, pero nos gusta y decidimos seguir utilizando,
Yo sé que las drogas son malas, pero me hacen sentir bien ahora,
Si tienes problemas y te drogas, sientes un placer inmediato,
283
campañas resultan inútiles porque son incapaces de crear nuevos
saberes y nuevas actitudes en quienes ya no estarían para asumir
tales mensajes con los ojos cerrados.
284
la droga más común, la marihuana te hace menos daño que el ci-
garrillo, Con la marihuana no tendrás los efectos secundarios que
puedes tener con otras drogas, no tendrás, por ejemplo, tanta an-
siedad, Entonces la marihuana se quedó, Si pruebas una vez, ¿qué
te va a hacer? Chupamos, y ya, vamos a ver qué tal con esto, igual
no me voy a hacer adicto,
285
Como se ha señalado, el concepto drogas no es unívoco sino
eminentemente polisémico. Aun cuando se realicen esfuerzos
lingüísticos y técnicos para aclarar el concepto, esa polisemia
no va a desaparecer. Igual acontece con el concepto prevención,
profundamente ligado a las ideologías sociales y de salud.
Si la definición que se da a estos términos es demasiado res-
trictiva, se corre el riesgo de no aprovechar las oportunidades de
ligar las actividades tendientes a la prevención con muchas otras
de la vida cotidiana que tienen que ver con el bienestar. De igual
manera, si la extensión de concepto es demasiado amplia, se
pierde la especificidad diluyéndola en inútiles generalidades.
En el trabajo de definición de las drogas se tendrían que in-
cluir las representaciones que de la misma poseen las culturas
juveniles. El término drogas se halla totalmente contaminado
con posiciones políticas e ideológicas de todo orden, hasta el
punto que ha terminado significando el paradigma de la presen-
cia del mal en estas nuevas culturas. Una especie de nuevo de-
monio que sustituye al de las antiguas religiones.
En cualquiera de los dos casos, los resultados anticipados o
materializados podrían no ser ni tan significativos ni duraderos
como se habría esperado. Alcanzar los objetivos planteados por
los programas de prevención implica la necesidad de contar con
definiciones claras y consensuadas de estos términos que permi-
tan la selección de metas realistas y estrategias apropiadas.
286
¿De qué manera reconocer que los usos también producen
satisfacciones y que, al mismo tiempo, hacen daño, como el ci-
garrillo y el alcohol? He aquí una de las brechas que no han lo-
grado superar los programas de prevención. Además, ¿de qué
manera colocar en el discurso el hecho de que esta doble cara de
las drogas no guarda ninguna relación con la legalidad o ilegali-
dad sino que, por el contrario, pertenece al orden de la subjeti-
vidad? Ello conduciría al tema inicial de que las drogas en sí
mismas son cosas, materialidad pura, que tan solo adquieren el
valor y los destinos otorgados por los sujetos.
La UNODC y otros expertos definen el término drogas co-
mo toda sustancia con características psicoactivas, incluyendo
alcohol, tabaco, inhalantes y fármacos, autoadministrados sin
supervisión médica con el fin de cambiar el humor, la forma de
pensar o actuar de una persona, y con el solo propósito de diver-
tirse. Por lo tanto, la prevención tendría que ver con los esfuer-
zos realizados por la comunidad, incluidos adolescentes y jóve-
nes, para analizar los sentidos que poseen las drogas en los usos,
los llamamientos que realizan los usadores y no usadores, y los
valores de las experiencias con el propósito de evitarlas.
Son necesarios nuevos giros lingüísticos, conceptuales y ac-
titudinales que no surjan de la guerra a las drogas, ni de esa vi-
sión maniquea del mundo. Sino, por el contrario, que tomen en
serio al sujeto en su mundo, que no es tan malo como conside-
ran los mesías que siempre se encuentran listos para salvar a la
humanidad de todos sus males.
Lo terrorífico no puede convertirse en instrumento educati-
vo porque, en lugar de movilizar al cambio, produce resisten-
cias en quienes no aceptan que su mundo personal pertenezca a
los registros del terror. Las campañas, mediante la fuerza del
enunciado represor, buscan que cada adolescente se convierta
en un culpable en potencia, si no en acto, puesto que casi siem-
pre se pretende que el producto de la campaña sea un sujeto alu-
dido. El miedo, como estrategia educativa, forma parte de una
287
tradición encargada de prolongar las enseñanzas de la Inquisi-
ción, cuyo sustento fundamental consistió en su visión mani-
quea del sujeto y de su mundo. No se puede negar que nuestra
sociedad es cada vez más compleja y que se halla atravesadas
por innumerables adicciones, tan o más dañinas que el consu-
mo de drogas. El miedo que cualquier tipo de campaña provo-
ca puede revelarse de múltiples maneras: por ejemplo, el niño
se sentirá mal si no posee un determinado juguete, o la chica
percibirá que su piso se hunde si engorda o si no frecuenta de-
terminados lugares de diversión.
Los informantes señalan que hace falta una nueva actitud
que tome en cuenta lo personal y lo doméstico más que lo poli-
cíaco y que es necesario abandonar esa actitud de fatalidad emi-
nentemente culpabilizante. Cuanto más que, de hecho, la actual
es una cultura que se ha propuesto erradicar toda culpa, puesto
que la propuesta consiste en convencer de que todo placer es, no
solo posible, sino legítimo.
288
había uno que decía: no juegues con tu vida, había otro que decía:
dile sí a la vida y no a las drogas, Incluido eso de las fiestas sin
violencia, en todas esas vainas, siempre el miedo, El miedo viene
de la política que se niega a sí misma a ver de otra manera las co-
sas, Siempre se va más a los supuestos efectos pero nunca a los im-
pulsos de la personas que le llevan a usar,
289
RETORNO DEL SUJETO
290
vez más consistentes que las que podrían ofrecer quienes sí lo
hacen. Es probable que el amigo que no usa posea una suerte de
cualidad imaginaria, si se quiere, pero de todas formas una cua-
lidad calificada como tal, más por la sociedad de los adultos que
por ellos mismos.
Pero no son ingenuos, saben que es mucho más fácil decir sí
que decir no ante las propuestas de lo prohibido y de lo que ofre-
ce placeres. Eso está enraizado en la mitología personal más que
en la social. En consecuencia, los informantes reconocen que ahí
cada quien se enfrenta a una fuente de incertidumbres. Todos los
lenguajes evocan la incertidumbre porque de ahí nacen y están
para evidenciar aún más la condición contingente de cada sujeto.
291
maldad cuya lógica no soporta ninguna regla ni permanente ni
unívoca.
Por otra parte, nada de lo que acontece a los sujetos, sobre
todo en el interior de las culturas juveniles, puede ser analizado
y valorado fuera de su contexto histórico, social y semántico.
Por ello, deberían rechazarse sin contemplaciones, como dice
Giuseppe Cacciatore17, aquellas “ideologías de la indiferencia y
del peor sentido común que anula las distinciones ideales y cul-
turales” destinadas a hacer invisibles las diferencias.
Si se anulan las diferencias, se anulan igualmente los proce-
sos de identidad. Las antiguas éticas proponían el pasado como
registro primordial de las identificaciones puesto que allá se en-
contraban los modelos a ser asumidos. En la actualidad, son ca-
da vez más necesarias las reflexiones semánticas sobre el tema
de la identidad, en un ámbito tan variable que ha conducido a
que se hable de transformación y transfiguración semántica de
la identidad. Ya Ceruti (1996) sostenía que parecía razonable re-
nunciar a cualquier intento, no solo de hablar y teorizar sobre la
identidad, sino también de poseerla.
Es necesario que la idea de bien posea una particular espe-
cificidad para que logre ser sintonizada por el otro, puesto que
los criterios valorativos pertenecen cada vez más al orden de la
subjetividad. Los valores surgen de posiciones criteriales que no
requieren consensos.
De ahí el valor constructor de significaciones que posee el
grupo para cada sujeto, puesto que se convierte en una especie
de microcultura que forma esa parte sobrante de la identidad que
desaparece en la colectividad social. Cada vez más, son los cri-
terios de los grupos los que terminan imponiéndose en la medi-
da en que son vividos como si se tratase de un bien común. Las
denominadas escalas de valores se vuelven menos sociales para
292
responder a los niveles y calidad de la pertenencia del sujeto a
su grupo porque, habiéndose debilitado la metaforización de un
sí mismo, es el grupo el que ha tomado la posta.
Por otra parte, si bien el sujeto es un conjunto inacabado de
decires que se producen y reproducen en el campo del deseo y
del lenguaje, el grupo representa buena parte de la realidad sim-
bólica en la que se mueve cada adolescente. En el grupo, el va-
lor de la alteridad no consiste solamente en la posibilidad de
descubrir al otro en su ser, sino en el aludirse a sí mismo en los
lenguajes de los otros. En consecuencia, alguien que se aislase
para vivir en soledad perdería buena parte de su poder de signi-
ficación ante los otros, Eres nada si no tienes un grupo, dicen.
293
lo mismo, es necesaria una mirada diacrónica para entender a las
actuales culturas juveniles que no se han hecho de la nada.
Uno de los efectos de estos procesos culturales se revela en
las nuevas concepciones de familia. Si bien consideran que aún
representa uno de los apoyos seguros en la cotidianidad, no de-
jan de mirarla como una realidad cultural que día a día pierde las
antiguas consistencias para crear otras basadas en principios co-
mo la solidaridad y la pertenencia que conforman las pilastras de
culturas juveniles.
Porque los informantes son conscientes de la fragilidad de la
actual familia, consideran que su valor consiste en la seguridad
en sí misma y, sobre todo, en su capacidad de aceptar los cam-
bios para integrarlos a su cotidianidad. Una familia de estas ca-
racterísticas estaría en capacidad de apoyar a los chicos a que
abandonen sus drogas:
294
aparece más como historia que como proyecto de vida. Esta nue-
va familia es importante porque se halla cada vez más habilita-
da para entender y aceptar los cambios irreversibles que se pro-
ducen en las nuevas culturas juveniles.
En lo que respecta a los sistemas de interpretación de las
nuevas culturas, el colegio tiende a ser más anacrónico que la fa-
milia, porque se debe a un sistema social y político que no ca-
mina. Por ello, para las nuevas generaciones, el colegio es im-
portante no en sí mismo, sino como lugar de concurrencia de los
pares con quienes se arman el presente y el futuro cercano, el día
a día que vale más que toda la historia y que podría convertirse
en algo más complejo que las grandes visiones futuristas.
Esto explicaría por qué algunos vuelven a la imagen del co-
legio que enseña desde la amenaza y el terror. Para que no se
usen drogas, se debería armar un discurso casi del terror, como
la señora que lleva a su pequeño a la cárcel para que constate
adonde van a parar quienes violan las normas. Con similar pe-
dagogía, es preciso enseñar la anatomía desbaratada por la dro-
ga que no perdona nada. Una pedagogía del terror que hizo tan
sumiso al mundo occidental y que ya no utiliza el castigo del in-
fierno sino, desde la ciencia, la química tóxica que desbaratará
el cuerpo en un santiamén. Desde ahí comenta un adulto:
295
Los adultos ya han señalado la precariedad de la educación
frente a las exigencias del mundo de hoy. Por eso, ante los pro-
blemas de los usos de drogas, lavarse las manos también resulta
una buena alternativa. Ahora existen profesionales de la salud,
especialmente psicólogos, que están capacitados para ayudar a
los estudiantes. El colegio ya no puede hacer más de lo poco o
nada que ha hecho. Pero, como no existe ninguna alternativa vá-
lida de solución, lo mejor es expulsar del colegio a los usadores
con una nueva condición, que no se los admita en ningún otro si
no han recibido tratamiento adecuado porque, siendo como son
manzanas podridas, estos chicos serán capaces de contagiar su
podredumbre a todo el hermoso cesto de buenas y sabrosas man-
zanas que son sus compañeros.
296
Baudrillard (200:5) considera que este intento de volver a la
unificación es de lo más pernicioso, pues acosa a la vida de hoy
porque en esa unificación desaparecen las diferencias y, con
ello, la razón de ser.
297
de la muerte, ese lugar en el que ya nada puede ser significado.
Hacia allá se querría encaminar a los posesos del mal, que serían
los usadores de drogas porque arrastrarían a los otros a ese lugar
en el que ya no existe límite alguno. Cualquier intento de reden-
ción no será sino un disfraz de la muerte.
Ante este cuadro tan poco halagüeño, parecería que la mejor
de las soluciones se encuentra en los mismos sujetos. Si nadie ha
obligado a usar drogas, si todo ha dependido del deseo personal,
la solución debería estar en el mismo sujeto. Sería cuestión de
que, en lugar de ese primer deseo, aparezca otro, no para confron-
tarlo y destruirlo, sino solo para oponerse. Y ese deseo no podría
ser otro que el de dejar los usos, de abandonarlos por la razón que
fuese, pero por esa misma decisión que los condujo a usarla.
298
El narcisismo no implica un volcamiento libidinal hacia sí
mismo, de tal magnitud que el yo quede tan empobrecido que se
torne incapaz de mirar su mundo personal y ya no pueda hacer
nada más que seguir hundido en una contemplación de sí abso-
lutamente mortífera. Estos narcisismos, por supuesto, serían
eminentemente suicidas. En la generalidad de los hechos de
usos de drogas, no se trata de estos extremos.
Es innegable que existen posicionamientos políticos, econó-
micos e ideológicos que hacen de los usos de drogas realidades
mucho más complejas de lo que en verdad son. Probablemente,
el hecho de que se haga todo lo posible para no diferenciar unos
usos de otros sería una clara muestra de estas actitudes. Por
ejemplo, el hecho de que la misma Constitución del Estado pres-
criba que hay que brindar atención profesional a quien ya usó
una sola vez sería parte de esta clase de inscripción ideológica y
política de las drogas y de sus usos, basada en el principio in-
cuestionado de que la droga en sí misma es siempre perniciosa
y que basta probarla una vez para haber ingresado fatalmente en
el mundo de la perdición.
¿Qué acontece con los consumos de cigarrillos y de alcohol
que causan miles de muertes cada día? El tabaquismo, por ejem-
plo, causa millones de muertes al año a través de cánceres de
pulmón, estómago, colon y otros.
Por otra parte, no sería teórica y socialmente válido no contar
con ese poder del sujeto que lo conduce a tomar decisiones, a ve-
ces de la noche a la mañana, sobre prácticas que considera dañinas.
Son millones los asiduos consumidores de tabaco que lo abando-
naron de la noche a la mañana y para siempre. No se puede pasar
por alto el poder adictivo del tabaco. En esos usos también se pro-
ducen placeres que el sujeto construye en circunstancias y tiempos
específicos, ahí también se escenifica un compromiso del sujeto
con eso que lo metaforiza y que se consume y lo consume.
Constituye un error teórico, metodológico y práctico intro-
ducir a todos los usadores de drogas en la categoría de adictos.
299
Primero porque no es así en la realidad y, segundo, porque esta
inclusión indiscriminada, en lugar de favorecer el abandono de
estos usos, termina acrecentándolos porque los usadores saben
que no es así puesto que muchos de ellos dejan los usos sin pro-
blemas y porque no todos, incluidos quienes usan de manera
más o menso frecuente, pueden ser catalogados como adictos.
De todas maneras, la sociedad legítimamente se enfrenta a la
necesidad de ofertar alternativas para que los usadores de dro-
gas, al nivel que fuese, abandonen estas prácticas. Esto sería tan-
to más cierto y urgente cuanto más crece la idea de que ha fra-
casado gran parte de lo que se ha hecho para reducir la produc-
ción, el tráfico y el consuno de drogas colocados en esa inope-
rante causalidad sistémica.
300
CRIMEN Y CASTIGO
301
entenderla como un fenómeno real y no como una novedad te-
rapéutica superficial.
La libertad no es sino una suerte de opción por lo incierto,
porque las certezas se imponen por sí mismas e impiden que los
movimientos creadores se conviertan en esclavitud. Las certezas
son dogmas que exigen el precio de la rendición irrestricta del
sujeto. El deseo en sí mismo es una forma de esclavitud porque
está llamado a señalar sin cesar la incompletud del ser. Por eso,
el límite de un deseo no puede ser sino otro deseo.
Desde otra perspectiva, la libertad podría ser mirada como la
capacidad de fantasear la creación de mundos, espacios y desti-
nos, la posibilidad de ser lo que se desea ser, puesto que no se
nace ni héroe ni villano. Hay una condena a la libertad puesto
que la libertad no se da el ser a sí mismo y porque tampoco se
halla en la posibilidad de abandonarla.
¿Constituye la adicción una negación de la libertad o una de
sus posibles expresiones? Desde sus orígenes, la palabra droga
estuvo ligada a consumos conflictivos, permanentes y atrapado-
res, de alcohol y de ciertas sustancias químicas. Así se medicali-
zó para ser tratada como una patología física, puesto que se ha-
bía producido algo tan especial que el cuerpo había terminado
necesitando de esa sustancia para subsistir. Pero de manera inme-
diata también se la ligó a un posicionamiento del sujeto, a su par-
te psíquica, pues no contaba con la voluntad para dejar esos usos.
En sus orígenes, las adicciones estuvieron íntimamente liga-
das a la dependencia química al alcohol y otras sustancias, lo
cual condujo a que se la considere hasta ahora como una patolo-
gía física expresada mediante la compulsión. La compulsión,
por su parte, aparece como lo que no puede ser evitado, como lo
que se repite más allá de la voluntad de control.
Giddens (2006:72) critica este punto de vista al tiempo que
resalta el hecho de que la vida social y personal se halla sustan-
cialmente rutinizada, pues todos poseemos modos regulares de
actuar que se repiten día a día y que dan forma a la vida.
302
Ese concepto, sin embargo, implica el hecho de que la adicción
se expresa en una conducta compulsiva. Incluso en el caso de de-
pendencia química, la adicción se mide de facto en términos de
las consecuencias que tiene el hábito para un control del indivi-
duo sobre su vida, más las dificultades inherentes para librarse de
este hábito.
303
pasados por un análisis. Cuando esto no se da, estas representa-
ciones se convierten en actos. En consecuencia, el acto sería, por
una parte, la demostración de que aquellas representaciones no
consiguen ser analizadas y, por otra, la demanda permanente de
ese análisis.
De ahí la gran dificultad que experimenta el sujeto para rom-
per esta ligadura significante entre lo que desea expresar en otro
lugar, en el lugar de la palabra, por ejemplo, y aquello que se ac-
túa en su defecto. ¿De qué desea librarse, purificarse, el sujeto
que debe lavarse las manos cincuenta veces al día? Mientras no
logre identificar las causas inconscientes que lo conducen a la
repetición y que lo angustian, jamás dejará de hacerlo. Además,
si por alguna estrategia del orden que fuese, abandona esta repe-
tición, es altamente probable que, más pronto que tarde, sea la
repetición la que encuentre un sustituto igualmente significante.
El acto repetitivo no es otra cosa que una estrategia para mane-
jar la angustia.
Giddens (2006:73) califica de fijo el acto que se repite, el la-
vado de manos, y que está destinado, como dice Freud, a facili-
tar el manejo de la angustia. Por eso Giddens lo califica de nar-
cotizante en la medida en que, en el acto de repetición, la angus-
tia desaparece un momento, para reaparecer de nuevo.
304
real hacia proyectos reflexivos del yo, en tanto instancia eman-
cipatoria y coactiva.
Desde el poder unido a una ausencia total de reflexiones so-
bre los sujetos y sus actos, sobre el universo de sus representa-
ciones con las que interpretan su mundo, la sociedad ha respon-
dido desde y con la violencia. Ya se han analizado los temas de
la guerra a las drogas, de la lucha contra las drogas y más con-
signas con las que sociedades y Estados dan cuenta de este po-
sicionamiento. Los autores de Drogas y Democracia en A méri-
ca Latina se encargan de analizar in extensu los efectos fallidos
de estas propuestas.
Los centros de tratamiento darían clara cuenta de las relacio-
nes de poder de una sociedad que ha declarado la guerra a las
drogas y sus usadores. No hay guerra sin muertos, heridos, cam-
pos de concentración y ajusticiamientos. Lo dicen quienes han
pasado por esos espacios de la tortura:
305
comprensión. De hecho, las culturas juveniles podrían tener la
sensación de que cada vez y cuando les toca inaugurar el mun-
do. Dadas las condiciones de velocidad con las que aparecen y
desaparecen discursos, lenguajes, ofertas, necesidades y deman-
das, es justo pensar que en ellas se produciría una suerte de va-
cío de significación, en la medida en que en cada uno de esos
momentos se originaría una ruptura con el pasado, incluso con
el pasado inmediato.
Si se rompen las ligazones con el pasado, el sujeto sencilla-
mente se queda sin historia. Y no es posible que alguien pueda
subsistir sin esos anclajes simbólicos e imaginarios con el pasa-
do que se encargan de significarlo en el presente. Si desapare-
ciese la tradición, se produciría un vacío de sentido que, proba-
blemente, las nuevas generaciones llenarían con sus adicciones,
no solo a las drogas, sino a un sinnúmero de situaciones y cosas.
Es así como lo entiende Giddens (2006:75):
306
Eso comienza a las once de la noche y termina a las seis de la
mañana, Entonces ponen el inodoro para decirles a los chicos
que ellos ni siquiera valen lo que uno hace en el inodoro, que ni
siquiera sirven para estar parados al lado del inodoro, que no sir-
ven ni para limpiarse, Porque es más importante la existencia del
inodoro,
307
confinados a los manicomios convertidos en espacios legales
para la tortura y el abandono total.
Luego de estas severas denuncias, los psiquiátricos de Occi-
dente fueron desapareciendo hasta casi ser una excepción. Es
muy probable que los centros de atención a usadores de drogas,
en nuestro medio, hayan tomado la posta de los antiguos psi-
quiátricos, con peores y más graves características puesto que
forman parte de una sociedad que no se cansa de hablar de los
derechos.
Si en algo los entrevistados se explayaron y reflejaron una
suerte de unanimidad, fue en rechazar de manera radical esos
centros falsamente denominados de atención a los usadores de
drogas porque no son otra cosa que estrategias de un poder des-
tinado a deshumanizar a los sujetos.
308
auténticos horrores: electrochoques, abscesos de fijación, con-
tención mecánica, celdas de aislamiento, lobotomías, altas dosis
de psicofármacos.
En los autoproclamados centros de tratamiento a farmacode-
pendientes, suceden cosas ciertamente mucho más graves, por-
que la sociedad es otra, porque la preparación y especialización
de los profesionales de salud son supuestamente distintas. Se vi-
ven tiempos en los que la defensa de los derechos prima sobre
toda otra consideración. Pero parecería que estos centros están
hechos para decir al mundo que los usadores de drogas merecen
toda clase de maltrato porque son malos, la escoria de la familia
y de la sociedad.
¿Por qué, entonces, no tomar al pie de la letra los alcances
de los testimonios? Si se hubiese dado alguna exageración, esta
debería entenderse como parte de la reacción con la que se pre-
tende conferir más fuerza al testimonio ante la incredulidad de
una sociedad tolerante y cómplice a la vez.
309
No se trata de una cuantas evidencias de crueldad sino de la
crueldad misma convertida en estrategia de sanación, para que
de esta manera la sociedad culpable se sienta en paz, como acon-
tecía con los locos que por mucho tiempo fueron tratados como
poseídos por el mal.
Cuando ingresan a ese centro les dan sinogal, Con eso les tienen
dormidos durante unos tres días, al cuarto día, andan medio zom-
bis, Durante esos tres días ni siquiera pueden levantarse a hacer
sus necesidades, Por eso mismo es vivencial, porque se abusa,
Esa chica me comentaba que intentaron abusar de ella, El terapis-
ta, el que tiene el medicamento, propone a una chica tener relacio-
nes y, como la chica no quiere, le amenaza con pepearla18, Enton-
ces muchas de ellas tienen que ceder, pero otras no quieren que les
den pepas, Él las ha violado mientras duermen con las pepas,
310
pretende que ese otro quede reducido a una cosa que se usa pa-
ra luego arrojarla al muladar de su historia.
311
Cuando se conoce que suceden cosas que desvirtúan la po-
sición significante del sujeto ante los otros y no se hace nada.
Cuando la sociedad ve con los ojos bien cerrados los maltratos
y los abusos que se cometen en estos centros. Cuando se cierras
los oídos para no escuchar las denuncias. Entonces, el tema de
los derechos se ha convertido en una farsa.
312
LAS PUERTAS DEL PARAÍSO
313
atrapar en tres áreas causalmente relacionadas y tan abarcativas
que nada queda fuera de su dominio: la producción, el tráfico y
el consumo. Los estudios dicen que con el Plan Colombia no
solo que no disminuyó la producción de coca y de cocaína sino
que se ha incrementado de forma significativa, tal como lo se-
ñalan Ramírez y Staton (2005).
Cuando Holanda, hace 23 años, legaliza el uso de ciertas
drogas, no hace sino aceptar el fracaso de las estrategias puestas
en juego para detener los usos. Ello no implicó desconocer los
grandes y numerosos conflictos que las drogas producen en la
sociedad y en los sujetos, no solo en lo que tiene que ver con la
salud sino en numerosas áreas de la vida social. Coffeeshop es
el nombre eufemístico que se da a los lugares en donde se per-
mite fumar cannabis y que funcionan con regulaciones que, pa-
ra algunos, se hallan llenas de contradicciones.
¿Se trata únicamente de un problema de carácter legal o se
hallan involucrados los sujetos con sus deseos, sus esperanzas y
temores, con sus placeres, pero también con sus sufrimientos y
hasta con sus muertes? ¿Cuáles serían las dimensiones del suje-
to tomadas en cuenta y cuáles las negadas en esas propuestas de
legalizar la venta de ciertas drogas, en particular la marihuana?
Más allá de los espacios de la ilegalidad-legalidad, para los
sujetos cuenta de manera especial el ámbito de lo prohibido, que
es el terreno propio en el que se mueve el deseo y al que no exis-
te aún ley alguna que lo domestique para anularlo. Para Lacan,
únicamente la prohibición es lo que promueve el deseo, porque
todo deseo no sería en sus orígenes sino intento de quebrantar la
ley. Ese deseo es pasión y presión al mismo tiempo porque es lo
que moviliza al sujeto hasta lograr su objeto primordial, que no
es otro que el placer. Una vez que se lo prohíbe, el objeto prohi-
bido se convierte en objeto de deseo.
314
sus redes, Entonces, si legalizan, a lo mejor la gente consume me-
nos, o ya se sabe la cantidad de marihuana que puedes llevar en tu
bolsillo,
La prohibición de las drogas es lo que más incita a consumirlas, Lo
prohibido es lo más interesante, A todo el mundo le gusta hacer lo
prohibido,
315
A sí se evitaría que los chicos usen porquerías, porque en las dro-
gas les ponen adictivos, Pero habría que determinar qué drogas se
podrían legalizar,
Sería mejor que la legalicen, así bajaría el consumo porque siem-
pre está ligado al tema de la ley, Todo lo que es incorrecto es más
atractivo para la gente, Es preferible fumar un par de pitadas de un
porro que echarte una botella de licor,
316
De por medio se encuentran las éticas personales y sociales.
Ese otro de la ética es, en primer lugar, el dueño de un acto y, lue-
go, ese que, desde fuera del acto, lo juzga. En efecto, cuando es el
actor el que echa miradas éticas sobre su acto, lo hace colocándo-
se fuera de su acto para mirarlo con los ojos de las normas. Pero
los principios de las éticas se devalúan cuando son traídos y lle-
vados por los discursos sociales, políticos y religiosos, como si en
todos esos espacios significasen lo mismo y, peor aún, como si ca-
da político, líder religioso o social estuviese entendiendo o acep-
tando que aquello que se predica como ética representa lo que los
otros entienden y aceptan como tal. Así la ética se convierte en un
lugar común despojado de sentido y validez.
Existe, en consecuencia, una polisemia con la cual es nece-
sario contar, no precisamente para ponernos de acuerdo sino pa-
ra aceptar que las éticas poseen dimensiones y sentidos múlti-
ples según los espacios en los que se las mencione, según quie-
nes las nombren y también de acuerdo al tema al que se refieran.
La ética política en los gobernantes no poseerá las mismas di-
mensiones que la de los gobernados.
317
que pertenece a los sujetos y a los pueblos, las éticas surgen del
conjunto de representaciones y de relaciones que se establecen.
Nacen de la necesidad de interpretar y juzgar los actos de ahora,
dentro sus propias condiciones y circunstancias.
318
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