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El Sujeto y sus Drogas

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EL SUJETO Y SUS DROGAS


© Rodrigo Tenorio Ambrosí
tenoriorehoteglobal.com.ec

© Editorial El Conejo, 2009


Editor General: Santiago Larrea
Portada:

ISBN:
Derecho autoral:
Depósito legal:

2009
El Sujeto y sus Drogas
Rodrigo Tenorio Ambrossi
A: Xavier, Lorena y Santiago
ÍNDICE

Antes de leer..................................................................................... 11
Prólogo .............................................................................................15
Introducción...................................................................................... 25

UNO
MUNDO Y SABERES ............................................................................ 37
El sujeto excluido....................................................................... 41
Drogas y representación............................................................. 52
Adicción y sacrificio .................................................................. 62
Las mujeres como ausencia ....................................................... 72

DOS
LAS RAZONES RAZONABLES ................................................................ 87
Caminos del saber ...................................................................... 92
El sujeto es su moda................................................................. 103
Al vislumbrar la adolescencia .................................................. 112
Puertas que se abren................................................................. 122
Megamercado de lo real........................................................... 131
Bizarras nominaciones ............................................................. 140

TRES
EL MUNDO DE LA AMBIVALENCIA ...................................................... 145
Energizar la vida ...................................................................... 150
Las rutas del sufrimiento.......................................................... 163

9
CUATRO
SUJETO Y ACONTECIMIENTO .............................................................. 183
Del relax al éxtasis ......................................................................... 188
Identidad interminable .................................................................... 211
Solidaridades epocales.................................................................... 220
La eterna juventud .......................................................................... 228

QUINTO
ENFRENTAMIENTOS NECESARIOS ....................................................... 235
Entre la violencia y la tolerancia ............................................. 240
La ética del sistema.................................................................. 257
Es posible no usarlas................................................................ 264
Presiones y discordias ............................................................. 282
Retorno del sujeto .................................................................... 290
Crimen y castigo ...................................................................... 301
Las puertas del paraíso............................................................. 313

Bibliografía.................................................................................... 319

10
ANTES DE LEER

Se habla de la libertad de los pueblos y de


los sujetos, pero no se presta atención al
hecho de que los sujetos requieren de
autonomía para construir sus propias rutas
de sentidos lo que no se logra sin la presencia
activa y significante de los otros.
RODRIGO TENORIO

Hay raros momentos de inclusión de lo nuevo en estamentos que


se dirían, en apariencia, cerrados. La virtud de este momento es
haber podido incluir una figura como la de Rodrigo Tenorio Am-
brossi y de haber dado espacio a una palabra capaz de desatar
una práctica movilizadora.
La propuesta del autor reconoce que las drogas no pertene-
cen a una realidad unívoca que excluye las diferencias de trata-
miento de las múltiples facetas y de los intereses creados ante
ellas que, como resultado, ha permitido el desvanecimiento del
sujeto. Desde ahí se rescata al sujeto y sus drogas y nos devuel-
ve la posibilidad de penetración en su naturaleza que el autor las
denomina vacío del ser.
La investigación restituye la condición del sujeto fuera de la
cadena causal de las drogas, integrándolo al territorio desde la
convergencia cultural, donde se encuentran sentidos polivalen-
tes y regeneradores de la existencia y sus conflictos.
Se enfoca la inconsistencia de los discursos oficiales y las
causas de los denominados reveses de la intervención, desde la
declaratoria de guerra a las drogas hasta los contenidos, incluso
sutiles, de la prevención. Y desde allí es necesario encontrar en
las experiencias de los sujetos como unidades de saber no des-
preciable –que es la metodología propuesta por el autor– una

11
hendija en la reconstrucción del conocimiento de la cultura con-
temporánea, la ética y estética de las nuevas generaciones.
Este texto de Rodrigo Tenorio nos convoca a interpretar las
significaciones que se traslucen a través de los discursos produ-
cidos en su situación de epocalidad, condición elemental e irre-
nunciable para alcanzar un conocimiento más allá de los juicios
permanentes e ideologizados.
El autor nos induce a percibir la posición del mundo adulto
que priva de sentido a etapas vitales anteriores a la adultez, ne-
gando a adolescentes y jóvenes su condición de seres provistos
de “lenguajes, deseos, temores, placeres y sufrimientos”. Este
desconocimiento nos habla de décadas de fracasos que nos han
imposibilitado aproximaciones verdaderas en la comprensión
incluso del uso de las drogas. Parte de esas preocupaciones fa-
llidas es una añoranza y temor que se han repetido históricamen-
te, ante la así llamada desculturización, que trae consigo un re-
chazo a lo diferente, a los cambios irreversibles del mundo. Co-
mo nos dice el autor: “Las drogas aparecieron como producto de
esos giros (cambios) y se instalaron en el mundo del que no se
les podrá erradicar con ningún tipo de guerra sino probablemen-
te con nuevos discursos que se encarguen de construir nuevas
adolescencias menos abandonadas, más incluidas en las prácti-
cas sociales”.
En el discurso social se ha perdido la condición de referirse
a los sujetos de manera definida, sin prejuicios teóricos e ideo-
lógicos. En su generalización se encuentra una única representa-
ción: los adictos, convertidos en enfermos por la construcción
social.
El autor reconoce que los ángulos de observación de los
actos de ese sujeto provienen de la ética, la estética, la econo-
mía, sociología, política, psicología, psicoanálisis, semiolo-
gía. Sin embargo, esta amplitud de enfoques se ve reducida por
los encasillamientos previos del fenómeno en los espacios del
bien y del mal.

12
Uno de los informantes, que fuera calificado como todos
ellos a partir de un perfil rigurosamente formulado, reflexiona
sobre los conflictos de la persona que no se encuentran en los
usos de drogas sino en la servidumbre a lo placentero. Lo que
nos llevaría a centrar el placer en un objeto de un único senti-
do. Un sujeto capturado por las cosas se aleja de su fuente
original del placer y del goce, que sólo puede ser alimentada en
la relación con el otro. El otro, en tanto fluencia de sentidos.
Como en La comedia humana, el autor presenta una figura,
el avaro, que “es un ejemplo extremo de este proceso puesto que
para él lo que cuenta es la cosa en tanto acumulada, guardada y
no utilizada. A diferencia del otro que consume cosas para sus
goces, el avaro pretende gozar en acumularlas.”
Las predecibles consecuencias de este libro tendrán que no-
tarse profundamente en las rutas transitadas y por transitarse del
conocimiento y en las prácticas humanas. Y en esto, la gratitud
que merece el autor es muy grande.

Marta de Diago - María del Carmen Estupiñán


Quito, mayo de 2009

13
PRÓLOGO

Es probable que la toma de decisiones radicales sobre cosas


complejas formen parte de ese yo narcisista, hinchado de poder, que
conduce a que aparezcan sencillas las realidades complejas, y fáciles
las decisiones difíciles
RODRIGO TENORIO

Con la libertad que me otorga la descomprometida tarea de pro-


loguista, quiero comenzar apoyándome en la frase del autor de
este libro. Y quiero hacerlo porque me parece que es el eje con-
ceptual que vertebra el texto, lo que desde mi punto de vista es
la quintaesencia de su contenido, y porque creo que enmarca
perfectamente la actitud con la que hay que leerlo.
Vayamos con la primera parte de la proposición. El “fenó-
meno social de las drogas” (iba a escribir “cultural”, pero de eso
ya no estoy tan convencido) es básicamente una realidad enor-
memente compleja; precisamente de esta complejidad se deriva
que, para significarla, utilice el término “fenómeno” en lugar del
de “problema”, claramente restrictivo e inadecuado por mucho
que se trate de un fenómeno del que pueden derivarse múltiples
conflictos, por no mencionar esas otras caricaturas nominativas
que tantas veces hemos empleado (confieso que no puedo evitar
un estremecimiento cuando oigo hablar del “flagelo”).
Quizás el primer argumento de esa complejidad es que se
trata de una realidad construida a medias entre lo objetivo y lo
percibido en la que el segmento de lo imaginado, de la represen-
tación, termina por ser tan actuante, tan real si se quiere, como
lo empíricamente objetivable. Una realidad en la que hay que
contar con la manipulación, incluso con la que se presupone no
malintencionada, la de uno mismo.

15
Una realidad, por otro lado, construida por múltiples niveles
que, en una interacción dialéctica, no sólo se complementan sino
que se interconstituyen. De ahí que las lecturas, los modelos de
interpretación de los problemas ligados a las drogas, no sólo se
hayan visto rápidamente superados sino que, todos y cada uno de
ellos, se muestran claramente insuficientes para explicar una to-
talidad multiforme, de dinámica vertiginosa, y progresivamente
más voraz en invadir estratos y parcelas de la vida social.
Las drogas han dejado de ser hace tiempo (la verdad es que
nunca lo fueron) esa amenaza extraña, alienada del cuerpo so-
cial, emergente maléfico de unos “otros” que, con intereses muy
ajenos a los que comparte la sociedad sana, nos sitúa a todos en
el terrible pero enormemente cómodo papel de víctimas pasivas.
Como los consumidores también hace mucho que rompieron los
moldes que permitían catalogarlos como personas incompletas,
como sujetos de una insuficiencia biológica (enfermos, físicos o
mentales) o de una incompletud moral (perversos, viciosos o de-
lincuentes). Igualmente, estallaron las costuras de ese rígido cor-
sé exculpatorio que catalogaba a las sociedades, a los países, en
zonas de producción, de tráfico o de consumo; una maniobra
que, so capa de descripción de un estado de situación desde la
perspectiva geográfica, daba pie a todo tipo de manipulaciones,
exculpaciones y proyección de responsabilidades.
Es obvio que estamos ante algo de carácter global, lógica-
mente con distintos énfasis en sus circunstancias e impactos lo-
cales, pero que impregna las estructuras y las dinámicas socia-
les de gran parte del mundo. Un fenómeno que, si tiene esas ca-
racterísticas, es porque se desarrolla en un contexto de sociedad
global, en la que los cauces de la regulación hace mucho que
fueron superados por una anárquica riada de comunicaciones y
de trasvase de culturas que, sin llegar a homogeneizar nada, ter-
mina por mezclar y confundirlo todo.
Los consumos de drogas, sin que en algunos casos hayan
perdido su carácter de elemento compensador de déficits

16
estructurales, se sostienen y adquieren su sentido en el ámbito
de unos grupos sociales que priorizan determinados valores
(acaso el autor del libro preferiría decir que argumentan su “de-
seo” de una manera particular), que enfatizan consecuentemen-
te unos estilos de vida relegando otros al rincón de la historia y
que buscan (casi necesitan) los estímulos precisos para actuar
esa manera de estar en el mundo y para mantener la fantasía de
vida y sociedad que ésta última hace necesaria.
De ahí que esos consumos se extiendan de manera transver-
sal aunque lógicamente impacten más directa y ampliamente a
los grupos que mejor representan lo que se quiere subrayar.
Los consumos de drogas no son sólo cosa de jóvenes, mu-
cho menos aún de adolescentes, aunque sí son éstos los que me-
jor simbolizan lo que esos consumos significan, precisamente
porque, aún con las características propias de su situación evo-
lutiva, ejemplifican con ese comportamiento tanto sus necesida-
des de identificación a través de la ruptura, como de integración
en un grupo amplio que marca las pautas y las prioridades: no
infrecuentemente hemos encontrado en alguna investigación
que, lejos de ese estereotipo uniformador de “la juventud”, hay
cohortes de jóvenes que se parecen más a sus padres y al grupo
de referencia de éstos que a otros conjuntos de chicos y chicas
de su edad.
También en algún momento podría haberse dicho, acaso
en ciertos medios todavía sea así, que las drogas son cosa de
varones; sin embargo, en otros muchos lugares hace tiempo
que esa circunstancia dejó de ser cierta y las mujeres, aún con
sus propias características, se incorporaron ampliamente a los
consumos. En el mismo sentido, la presunción de que deter-
minadas variables indicativas de deprivación socioeconómica
constituían factores definitorios para el uso de sustancias psi-
coactivas se vio ampliamente desbordado por la evidencia del
aumento de diferentes consumos a medida que crecía el nivel
de vida.

17
Igualmente, presupuesto de que la ruralidad, espacio y reser-
vorio de virtudes tradicionales, se mantendría distante de estas
prácticas, más propias de una cultura urbana, más anómica y
“perversa”, hace también tiempo que (al menos en España) se
mostró como una fantasía insostenible. Definitivamente, los
consumos de drogas parecen ser un fenómeno transversal a toda
la sociedad.
El horizonte de estos consumos parece circunvalarnos, por
mucho que esté distintamente iluminado o en sombras. Lejos de
ese estereotipo falsificador que supone unos grupos sociales
“puros” amenazados desde el exterior, las drogas revelan un es-
cenario en que lo que nos sucede tiene que ver con nosotros y
extrae su sentido de las múltiples circunstancias que nosotros
mismos condicionamos. Y, evidentemente, todo esto define una
situación compleja.
También son signos de complejidad, y son muy diferentes
los niveles de conflictividad que las drogas pueden significar a
través de sus consecuencias directas o indirectas y a través de
los resultados de lo que estamos haciendo para controlar (o ha-
cernos la ilusión de que controlamos) esas consecuencias. No
creo que sea una sorpresa para nadie el señalamiento de que tan
importantes como los impactos negativos de algo, pueden serlo
los que se derivan de lo que se hace para atajar ese algo. Sobre
todo si se trata de respuestas simplificadoras de una realidad
compleja.
Esta complejidad alcanza su máxima expresión cuando nos
hacemos conscientes de que, ya desde el principio pero sobre to-
do a partir de nuestras manipulaciones, en las pretendidas solu-
ciones, aparecen mezcladas, hasta crear un confuso amasijo de
objetivos, cuestiones relativas a elementos diferenciados del fe-
nómeno (producción primaria, elaboración, comercialización,
consumos, adicciones, problemas) y pertenecientes a planos dis-
tintos aunque interrelacionados (la cultura, la economía, la éti-
ca, la normatividad legal, la salud o la patología sociales…).

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De ahí que, en mi opinión, acaso la principal virtud de este
libro sea que, no tanto aporta una determinada lectura de la cues-
tión que enfrenta, que sí lo hace, sino que aborda esa lectura de
una forma que abre una perspectiva enriquecedora, más apta pa-
ra dar cuenta de la complejidad. Personalmente, estimo que la
mirada escrutadora (más que desveladora) con que el autor en-
cara los fenómenos, resulta un impagable estímulo para ir más
allá en la comprensión; incluso más allá de donde el mismo au-
tor nos lleva. No es ajena a la mirada analítica esa necesidad de
cuestionar, de tratar de ver el otro lado de lo que aparentemente
se ve, de preguntarse por las razones que están detrás de lo que
de entrada se nos antoja universal.
Claro que para eso, y aquí situaría la segunda parte de la pro-
puesta con la que iniciaba este prólogo, hay que leer el libro con
el mismo espíritu con que ha sido escrito: armados de la crítica,
montando la curiosidad sobre la duda, tratando (vana pretensión,
pero necesaria) de desnudarse de prejuicios, no tomando como
dogma de fe, como razón última, ni siquiera lo que el autor nos
cuenta. Estoy seguro de que para él, para el autor, sería más tras-
cendente conseguir transmitirnos su forma de pensar que las con-
clusiones a las que ha llegado con esa manera de interrogarse.
Porque el fenómeno de los consumos de drogas es complejo,
presenta siempre aspectos a develar, aspectos discutibles, sobre
los que se han hecho interpretaciones que conviene cuestionar.
Porque está cargado de ideología y de juicios de valor (prejui-
cios), es necesario no sólo cuestionar las interpretaciones de los
otros sino, quizás más aún, las propias certidumbres. Así, con esa
mirada cuestionadora, es como creo que hay que leer este libro,
porque el propio libro enseña que hay que leer de esa forma.
Todos los textos precisan de buenos lectores; éste especial-
mente. En una surrealista y magnífica película española, realiza-
da por José Luis Cuerda: “Amanece, que no es poco”, uno de los
esperpénticos y desveladores personajes, el “escritor” del pue-
blo, ante la demanda de un vecino de que le deje su novela,

19
responde escandalizado “Para qué te la voy a dejar… . Para que
la leas mal y me la jodas… ” Y apostilla ante la insistencia del
otro “!Que nooo! Que no es la primera novela que se jode por
leerla mal”. Pues eso, que no leamos mal este libro. Que enten-
damos que, más que lo predice, hay que incorporar la estrategia
por la que se llegan a decir esas cosas, una estrategia que pone
en solfa supuestas verdades tópicas y abre vías, más complejas
y aproximadas, de interpretación.
En cualquier caso, ni la complejidad permite negar la validez
de intervenciones parciales, que obviamente son no sólo necesa-
rias, sino las únicas posibles (otra cosa es que se deban hacer te-
niendo en cuenta el horizonte de la totalidad), ni la exigencia de
cuestionamiento de las aparentes certezas legitima la censura de
aquellas postulaciones a las que se vaya llegando en sucesivas
aproximaciones. Así, el énfasis en la virtud del texto como
provocador de reflexiones no puede ser obstáculo para subrayar
muchos de sus hallazgos. De suerte que me parece necesario ha-
cer referencia a una serie de conclusiones que, personalmente,
suscribiría en términos absolutos (la propia exigencia de cuestio-
nar mis certidumbres me lleva a añadir “en estos momentos”).
Son conclusiones que el propio autor explicita o que son fácil-
mente deducibles de lo que él dice, y que, para que no haya lu-
gar a dudas, quiero trasladar en un lenguaje discursivo diferente
del que se utiliza a lo largo del libro. Es más, en pro de esa con-
tundencia y a costa de transgredir el formato habitual de un pró-
logo, las enunciaré en forma de decálogo.
1) Las drogas no van a desaparecer. Debemos renunciar a esa
fantasía maximalista, más auto tranquilizadora que otra co-
sa, para plantearnos objetivos más realistas de convivencia
con las drogas; una convivencia que no supone en ningún
caso ni la aceptación ni la desvalorización de los riesgos de
la misma, sino sólo el reconocimiento de una realidad cuya
potencialidad conflictiva hay que minimizar en lo posible.
2) En el ámbito de los conflictos sociales, las cosas no son

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tanto como son cuanto como la gente cree que son. La per-
cepción colectiva de los llamados problemas de drogas no
sólo los transforma sino que puede llegar a constituir una
buena parte de los mismos. De ahí que sea urgente la nece-
sidad de normalizar y de tratar de objetivar las dificultades,
tratando de evitar la instrumentalización de éstas (tanto la
propia como la de los demás).
3) Los problemas de drogas no son algo extraño a nuestro propio
entramado social. Es éste el que los condiciona, les da sentido,
los explica y puede intentar modificarlos o paliarlos. No tiene
sentido esa visión maniquea de que “los malos son los otros”
que nos asedian. Esto no sólo es falso sino que nos coloca en
una posición despersonalizada y por ello tranquilizadora, pero
casi suicida por la inhibición y la impotencia que supone.
4) Las drogas condicionan los problemas pero no son la expli-
cación última, mucho menos la única, de los mismos. Ni las
razones de los consumos, ni la explicación de la problema-
ticidad de éstos, están sólo en las sustancias. Sin negar que
estos productos poseen la potencialidad, no siempre ni en to-
das las circunstancias, pero sí con frecuencia, de troquelar
biológica y psicológicamente a las personas y con ello con-
dicionar comportamientos, es en el sujeto donde podremos
encontrar explicaciones más completas sobre las razones del
consumir y del enfermar.
5) Cuando se habla del sujeto, no se puede no hacer referencia
a las múltiples dimensiones de éste. El sujeto “biológico”,
que se ve fundamentalmente afectado por el proceso adicti-
vo, el sujeto “identitario” que es en quien cabe (al menos
hasta que no se instaura la adicción) la decisión de consumir,
y el sujeto “social”, que participa e incorpora a su identidad
los elementos contextuales de la sociedad en la que vive.
6) En este último sentido, no cabe imaginar que los sujetos que
consumen lo hagan por razones totalmente ajenas al contex-
to social. Será este contexto, con sus prioridades y su jerar-

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quización de valores y finalidades, quien genere el caldo de
cultivo en el que se desarrollan las voluntades individuales;
al menos en una perspectiva macro. Lejos del estereotipo
que presume que “los consumidores han perdido los valo-
res”, más bien sería dado pensar que los consumidores re-
presentan una parte de los valores emergentes. De ahí que
pueda hablarse de las drogas como fenómeno social.
7) Ni todas las drogas son iguales, ni todos los consumos pue-
den catalogarse de idéntica manera. No es igual el consumo
experimental que el habitual, que el abusivo o el compulsi-
vo. Como no es lo mismo usar una sustancia que otra. Ni
buscar unas u otras finalidades en las drogas. Los niveles de
riesgo pueden ser radicalmente distintos, y el equipararlos
en una globalización conceptual (que siempre se apunta a las
mayores cotas de peligrosidad), es una ingenuidad o una
manipulación más o menos intencionada.
8) Consumo y problema no son términos sinónimos. Es cierto
que consumir entraña riesgos pero no es legítimo confundir
ambos términos. Cuando se hace, en el mejor de los casos a
partir de lo que se podría llamar voluntarismo preventivo
(igual que cuando las amenazas se enfatizan hasta la carica-
tura), muy frecuentemente lo único que se consigue es una
desvalorización del propio discurso.
9) Las estrategias preventivas tienen que priorizar el trabajo
con el sujeto y sobre el contexto de ese sujeto. En otros tér-
minos, es preciso enfatizar las tareas destinadas a reducir (o
racionalizar, o hacer menos patológicas), las demandas. Las
fórmulas destinadas a controlar la oferta son necesarias y
justificadas (sin entrar en las condiciones precisas para al-
canzar esa justificación), pueden ser muy útiles e, indiscuti-
blemente, tienen que ser mejoradas, pero no se puede espe-
rar de ellas la solución radical de los problemas.
10) Ni la prevención ni mucho menos la asistencia a las perso-
nas con problemas deben vincularse en términos absolutos

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al no consumo. También son objetivos preventivos el consu-
mir menos, consumir más tarde, consumir menos tiempo,
consumir con menos riesgos o hacer que los consumos ocu-
pen menos espacio (sean menos significantes), en la vida de
las personas. Y, por supuesto, quien no quiere o no puede de-
jar de usar drogas, no por ello pierde el derecho a ser aten-
dido; en ningún caso pierde su condición de persona.
Quizás como resumen de este decálogo, retomando otra vez
el tono discursivo del autor, nada mejor que otra cita del texto.

¿No será indispensable aceptar que se han construido nuevos ór-


denes simbólicos en los que las drogas se encuentran incluidas, sin
que ello implique necesariamente ni legitimar los usos ni que to-
dos deban usarlas? (RODRIGO TENORIO)

Permítasele al prologuista una última licencia. Con permiso


del autor, yo quitaría los interrogantes o me atrevería a darles
respuesta: sí, es indispensable.

23
INTRODUCCIÓN
El batir del sueño es toda mi mente.
Soy mi ritmo. Ovillo mi madeja
más y más profundo en el laberinto
para hallar la unión de los caminos,
para hallarlo antes de que el héroe encuentre
al prisionero del Laberinto,
al horror coronado de cuernos al fin
de todos los corredores, mi amigo.
Lo guío lejos. Él se arrodilla para pacer
la hierba espesa sobre la tumba
y la luz se mueve entre los días.
El héroe encuentra un cuarto vacío.
Busco mi ritmo. Bailo mi deseo,
saltando los anchos cuernos del toro.
URSULA K. LE GUIN

Existe un discurso oficial a nivel internacional sobre las drogas


rescatadas en tanto realidades concretas, como cosas que se pro-
ducen, se fabrican, se trafican, se venden y, finalmente, se con-
sumen. Desde ahí se ha pretendido que sean unívocas las apro-
ximaciones a este universo en tanto responden a conceptualiza-
ciones y criterios, si no exactamente iguales, sí muy similares
porque se presupone que la droga, como nominación genérica,
es prácticamente la misma en todas partes y en cada circunstan-
cia. Estas perspectivas tienen que ver, de manera muy particular,
con “la violencia relacionada con las drogas, la penetración del
narcotráfico en la sociedad y las instituciones, disponibilidad de
armas y las drogas, relaciones cívico-militares en el combate”1.
Por lo mismo, la propuesta es unívoca: eliminar de raíz
cualquier clase de drogas en las sociedades porque su presencia
es una de las inequívocas causas de los mayores males de las
sociedades y de los sujetos. Por eso, la propuesta de Naciones

1 Memoria del Diálogo informal sobre política de droga, WOLA, México,


octubre de 2008.

25
Unidades fue la de un mundo libre de drogas (junio de 1998).
En contra de lo esperado, no solo que el mundo sigue con dro-
gas sino que, además, estas se han incrementado como presen-
cia y como objetos de uso.
Y es que las drogas en sí se han convertido en un problema
que crece sin que haya nada que lo detenga. Es probable que el
hecho de haberlas transformado en problema sea lo que impide
o, por lo menos, dificulta su solución. “La prohibición de las
drogas ha modificado la sociedad en aspectos fundamentales.
En particular, las estructuras políticas generadas para mantener
la prohibición son de tal magnitud que han pasado a convertirse
en un problema por sí mismas”, comenta Jordi Cebrián (2007).
En octubre de 2008, en México, los países latinoamericanos
debieron aceptar que las acciones desarrolladas habían sido in-
suficientes y hasta perjudiciales porque se logró “la criminaliza-
ción del consumo, (el) alto costo del combate al narcotráfico,
(la) sofisticación del funcionamiento de los carteles, las (inade-
cuadas) acciones en los tratamientos de las adicciones, (las) vio-
laciones de los derechos humanos”.
En la última reunión en Viena (2009), se reconoció que la
propuesta Un mundo libre de drogas, a más de ser utópica y no
respetar la autonomía subjetiva, ha provocado severos costos a
los usuarios de sustancias prohibidas y a las sociedades. Algo
nunca antes visto ocurrió también en la convención: allí se ter-
minó reconociendo que “las políticas aplicadas hasta ahora han
favorecido a los grandes carteles de la droga, que en este perio-
do se han hecho más ricos y poderosos”. Por otra parte, se pidió
a los Gobiernos mayor coordinación y se recriminó el derrotis-
mo de los que apuestan por la legalización. “Debemos encontrar
un punto intermedio entre criminalizar y legalizar, planteando la
estrategia menos como una guerra y más como la cura de una
enfermedad social”.
Por su parte, la Comisión Europea fue enfática al señalar que
la estrategia de lucha contra la droga a nivel mundial, acordada

26
en 1998 en el marco de las Naciones Unidas, no ha logrado los
resultados esperados, pues, como reza el informe sobre la cues-
tión a escala global, “no hay ninguna prueba de que se haya re-
ducido el problema” ni existe “ningún elemento” que haga pen-
sar que el acceso a las sustancias ilegales sea “más difícil”. Más
aún, el informe señala que la situación “ha empeorado, a veces
de manera brutal”, muy especialmente en los considerados paí-
ses emergentes.
Como parte de nuevas visiones y perspectivas, la declaración
de la estrategia a seguir hasta el año 2019 ya no tiene el tono
triunfalista de décadas anteriores y no es vinculante, pese a que
insiste en que su “objetivo final” será “minimizar y eventualmen-
te eliminar la disponibilidad y el uso de drogas ilícitas”. En otras
palabras, se mantendrá la tolerancia cero al uso de sustancias de-
claradas ilícitas y nada de políticas de reducción de daños.
Es probable que una de las múltiples razones de estos fraca-
sos se deba al tipo de discurso sobre las drogas que se ha elabora-
do a lo largo de las últimas décadas. En efecto, se ha tratado de
unificar los discursos de tal manera que, en todas partes, los sen-
tidos sobre las drogas sean siempre los mismos, dejando de lado
cualquier intento de realizar distingos del orden que fuesen. Es de-
cir, esta univocidad en el sentido ha pretendido que el concepto
droga signifique lo mismo para el productor, el traficante y el ado-
lescente que, por primera vez, comparte un porro con sus amigos.
Porque ya no es dable que se siga hablando de las drogas co-
mo si fuese una realidad unívoca. Hace falta reconocer que no se
trata tan solo de una cosa material sino de una realidad que es
acontecimiento, rito, llamamiento, oferta, placer, sufrimiento. Por
lo mismo, es indispensable tomar en cuenta tanto su valor polisé-
mico como su complejidad social, política, ética. Esta complejidad
no nace de las drogas en sí mismas sino de las relaciones que han
establecido con los sujetos políticos y sociales, con la variedad de
discursos y posicionamientos afectivos que no cesan de provocar.
Es probable que parte del fracaso de la lucha contra las

27
drogas tenga que ver con esa suerte de olvido de los usadores
que se ha dado a lo largo de estos tiempos. Los denominados
consumidores de drogas han sido colocados en el último eslabón
de una cadena de relaciones lineales que comienza en la produc-
ción. Pese a algunas declaraciones que tratan de mirar el proble-
ma desde otras perspectivas, los consumidores, al convertirse en
demandantes de droga, activan el sistema que, a su vez, incre-
menta esta demanda con una mayor oferta. Mientras los Estados
y las comunidades no abandonen esta manera lineal de analizar
la complejidad, nada o casi nada cambiará en lo que se refiere a
los sujetos que usan drogas.
En sí mismas, las drogas son cosas hechas, desde los espa-
cios ilícitos, no necesariamente para cubrir una supuesta deman-
da, sino para acrecentar el enriquecimiento perverso de un gru-
po al que nada le interesa lo que desean, piensan, experimentan
el niño, el adolescente y el adulto cada vez que se acercan a una
droga con demandas siempre nuevas.
Para la dinamia del narcotráfico, el adolescente queda borra-
do como sujeto pues ha sido convertido en un consumidor que
llena las arcas sin fondo de un negocio al que no le interesa nin-
guna otra consideración que no sea la económica. De hecho, pa-
ra el narcotráfico, en todas sus etapas, el sujeto permanece ab-
yectado, es decir, convertido en cosa.
Es necesario rescatar al sujeto: colocarlo, de una vez por to-
das, en su lugar, fuera de la supuesta cadena causal de las dro-
gas, para devolverlo a los lugares que le pertenecen, es decir, al
espacio de los lenguajes sociales y generacionales propios, a los
lugares mágicos de sus deseos, al de los placeres y sufrimientos
que le pertenecen. De ninguna manera se trata de dar la espalda
a los múltiples problemas que generan las drogas en los campos
políticos, económicos y sociales. Tan solo se pretende sacar a los
usadores de esa batahola de causas y efectos para rescatarlos en
su subjetividad porque tan solo allí será posible escucharlos y
brindarles ayuda, si la demandan.

28
Como todo país latinoamericano, Ecuador se halla atravesa-
do por la presencia de drogas que, de múltiples maneras, afectan
su existencia cotidiana, su política nacional e internacional, su
economía, las éticas privadas y públicas. Como miembro de los
organismos internacionales y por su propia iniciativa y respon-
sabilidad, el país ha realizado ingentes esfuerzos para enfrentar
el problema en sus diferentes espacios.
Sin embargo, al mismo tiempo que ha respondido a los mo-
dos oficiales de analizar el problema, también está realizando
serios esfuerzos para producir nuevos giros que permitan mirar
el problema desde otras perspectivas. Estos giros tienen que ver
con el intento de rescatar, de una vez por todas, la realidad de los
sujetos, la de sus deseos y la de sus experiencias tanto en el or-
den del placer como en el del sufrimiento.
Desde esta nueva perspectiva, el Consep ha colocado su mi-
rar y escuchar en los sujetos, usadores o no, para conocer y en-
tender esos usos y escenarios lingüísticos en los que se producen.
Esto ha implicado abandonar la idea de que ellos constituyen el
punto final de una supuesta cadena de relaciones. Presupone res-
catar a los sujetos en su propia complejidad y no como parte de
un fenómeno que se resiste a cualquier clase de simplificaciones.
En efecto, los usadores representan la parte menos real, más má-
gica y, por ende, la más sensible en todos los sentidos del térmi-
no, porque se hallan constituidos por series indeterminadas de
decires, creencias, expectativas, placeres, persecuciones, goces y
malestares.
Para lograr estas nuevas perspectivas, es necesario construir
otras certidumbres sobre las actuales culturas juveniles que, por
supuesto, no forman parte de una época de tinieblas ni sobrevi-
ven salvados a diario de los insondables abismos humanos. Eso
no pretende afirmar que no sean conscientes de los males que
aquejan a las sociedades y que no hayan hecho del principio de
la solidaridad su mejor tabla de salvación en el día a día de la
existencia.

29
Como en mi texto anterior (2003), en el presente se han deja-
do de lado términos como consumir y consumidor porque se desea
descubrir los diferentes juegos de lenguaje que se producen con
otras palabras como usar y usador. De esta manera se busca iden-
tificar los diferentes juegos de lenguaje que se producen y repro-
ducen entre los sujetos que usan drogas que, en ese momento, de-
jan de ser cosas para convertirse en metáforas destinadas a signifi-
carlos en su tiempo y en su deseo, en sus placeres pero también en
sus sufrimientos. Así se busca crear nuevos dispositivos de saber
que el presente trabajo pretende señalar y analizar.
Sobre cada acto de un sujeto se posan miradas múltiples
que provienen de la ética, la antropología, la sociología, la
política, la psicología, la filosofía y el psicoanálisis. Pero esta
multiplicidad de miradas se reduce a nada cuando los actos han
sido previamente calificados por la sociedad, como acontece
con los usos de drogas ubicados en los espacios polisémicos del
mal. Históricamente, el mal posee más cuerpo y fortaleza que
el bien, es más visible y más oculto al mismo tiempo. Porque se
lo considera con poderes omnímodos y eficaces, a lo largo de
las épocas, las sociedades y las culturas se han empeñado mu-
cho más en especificar, ubicar y perseguir el mal que en fomen-
tar el bien. La cultura occidental, desde la vieja Europa, se le-
vantó sobre las pilastras de guerras armadas en contra de un mal
supuestamente definido con claridad pero que siempre fue más
supuesto que real, tal como aconteció con las guerras religiosas
cuyo ejemplo paradigmático fueron las Cruzadas. Desde me-
diados del siglo XX, Occidente arma dos nuevas cruzadas: la
lucha contra las diferencias ideológicas y económicas y la gue-
rra contra las drogas.
Se trata de rescatar al sujeto existente entre sujetos que par-
ticipan de similares juegos de lenguaje y que no se consideran
parte de un mal universal cuando se ponen en contacto con las
drogas para usarlas como parte de esos lenguajes que no se
construyen al margen de la ética sino con otras éticas que exigen

30
no solo análisis críticos sino también una buena dosis de com-
prensión social y representacional. Convendría comenzar acep-
tando que se trata de generaciones a quienes caracteriza, ya no
la lucidez o la transparencia, sino la ironía y los misterios.
Adolescentes y jóvenes constituyen conjuntos inacabados
de decires que se producen y reproducen en el campo del deseo
y el lenguaje, en ese maravilloso intercambio de mutuidades con
las que hacen historia: la suya y la del país. Sujetos con deseos
y que no exigen escenarios particularmente especiales para su
demostración sino que se expresan en todas y cada una de las ac-
ciones de la vida cotidiana.
Los usos de drogas pertenecen al orden del deseo mientras
que el tráfico se enmarcaría en el desprecio de la ética social. El
tema del deseo implica la aceptación de un sujeto constituido so-
bre la base de un vacío inllenable: el vacío del ser. En este espa-
cio, las drogas ocupan un claro lugar remitente porque no son
ellas las buscadas en su materialidad, es decir, en tanto cosas, si-
no cuando, dotadas de valor significante, son capaces de susti-
tuir a sujetos, relaciones perdidas o nunca habidas, promesas no
cumplidas de bienestares probablemente imposibles. Cada uso
de droga constituiría, pues, un acto de espera y esperanza en un
mundo que no se cansa de prometer la salvación y la bienaven-
turanza, el gozo sin límites y el fin de la muerte.
Es posible extrapolar al sujeto de la realidad concreta de las
drogas para crear nuevas realidades hechas por el sujeto desde
su deseo. Ello demanda la presencia de una hermenéutica perso-
nal que se desarrolle en cada hecho o acto de uso, entendiendo
también este acto como parte del espectáculo al que pertenece
cada sujeto.
Por otra parte, no sirven ni las generalizaciones ni homolo-
gaciones de los sentidos. Las drogas del traficante son distin-
tas a las de la Policía que las incautas y a las del Estado que
crea políticas para destruirlas. Son diferentes las drogas de un
papá que siente que su mundo representacional y afectivo se va

31
al suelo cuando se entera que su hijo la ha usado por una sola
vez. Y muy distintas las drogas de alguien que las usa de cuan-
do en vez, o del otro que lo hace con frecuencia o de aquel que
las convoca a diario para sostener una cotidianidad que, sin
ellas, se vendría abajo.
No es dable desconocer que los poderes políticos y econó-
micos promueven los usos a través de los megadiscursos del
consumismo, asegurador infalible de placeres, que cada vez po-
seen menos límites. Ante la exigencia categórica de vivir la co-
tidianidad desde lo hedónico, ¿por qué no mirar que las drogas
se encuentran en esa lista inacabada de objetos encargados de
hacer de la felicidad un producto y no una creación?
Este trabajo se ha propuesto escuchar a adultos, adolescen-
tes y jóvenes del mundo real y mágico del país, gente común y
corriente que vive su cotidianidad como aquello que le corres-
ponde, que construye interpretaciones sobre todo lo que aconte-
ce como condición de vida. Mujeres y hombres, de los estratos
populares y medios altos, estudiantes de colegio y de universi-
dad, maestras y profesores hablaron sus lenguajes y expusieron
sus imaginarios sobre la complejidad de la droga presente en la
casa, el colegio, la universidad. Hablaron de esas drogas en tan-
to han llegado a formar parte de la cotidianidad de adolescentes
y jóvenes a lo largo y ancho del país sin mayores diferencias.
Lo hicieron en Cuenca, que dejó hace mucho rato de ser
conventual, pacífica y tradicional. Por el dinero que circula gra-
cias la emigración, que ya tiene más de 60 años, se han abierto
sus puertas a todo lo que está fuera de sus fronteras. Con dinero
fácil, chicos y chicas poseen mayores posibilidades para acceder
a objetos de consumo tal vez vedados en otros sectores del país.
Los usos de drogas forman parte de las nuevas formas de estar
al ritmo de los tiempos que legitima todo.
Como capital, Quito se constituye en el eje configurador del
país y el sentido de nacionalidad, de su organización social y
política. Por lo mismo, es preciso considerarla como modelo

32
privilegiado de intercambios culturales nacionales e internacio-
nales. Al tiempo que marca la diversidad económica y social,
señala las similitudes en todos los órdenes y sus diferencias. Se
ha convertido en el modelo de desarrollo social y también en el
lugar desde donde se derivan los imaginarios que hacen a las
otras ciudades de la región. Quito legitima, para el resto del
país, deseos, prácticas y expectativas en lo permitido y lo pro-
hibido, en lo nuevo y en lo antiguo.
Por su parte, Guayaquil ha experimentado una metamorfosis
para convertirse en una ciudad moderna y optimista que cambia
vidas y trae prosperidad. Más allá de su nuevo desarrollo urba-
nístico, representa la ciudad en la que los límites se deshacen
con una facilidad tal que podría ser conducida a su anulación.
Así, pues, todo es posible dependiendo de los lugares urbanos
que marcan a los sujetos que los habitan. Los barrios de la po-
breza dan la impresión de que subsisten en tanto carecen de lí-
mites. Allí la violencia, que fácilmente puede llegar a la cruel-
dad, anda de brazo con los elementos de la cultura que hacen a
los sujetos. En esos espacios, las drogas y sus usos se han con-
vertido en una realidad que parecería despojarse de sus valores
míticos para aparecer como realidad pura, en series de cosas y
acontecimientos que, al valer por sí solos, atentan contra la se-
guridad social. Esto ha conducido a que se termine asociando,
casi de manera necesaria, la violencia con las drogas en un ma-
ridaje que ya no soportaría divorcio alguno. Es decir, a más de
malhechor o criminal, el sujeto debe aparecer como drogadicto
y alcohólico, casi en una relación causa-efecto.
Lago Agrio posee su propia especificidad. Inicialmente de-
nominada Source lake (fuente del lago, manantial), por los tra-
bajadores de la Texaco, no se sabe cómo se convirtió en Sour
lake (lago agrio). Crece en el desorden de la migración interna
y los conflictos de la inmigración de gente de Colombia despla-
zada por diversos grupos levantados en armas, el narcotráfico y
las propias condiciones de vida de la frontera. Según algunos

33
especialistas, el éxodo responde en gran medida a la ejecución
del Plan Colombia, el cual pretende acabar con la coca, el nar-
cotráfico y la guerrilla. Su vida social es cada vez más comple-
ja por ese entretejido de conflictos cuyos actores no siempre
son visibles.
En buena medida, la zona norte del país se representa en Iba-
rra. Ciudad pequeña que aún conserva sus orígenes provincia-
nos, pese a que se ha convertido en centro turístico. Un tiempo
atrás se decía que allá acudían ciertos turistas en pos de drogas
fuertes. A diferencia de lo que podría acontecer en una ciudad de
la frontera, a Ibarra llegan no solo campesinos desplazados sino
también gente de las zonas urbanas de Colombia.
Machala ha sufrido cambios importantes de carácter urba-
nístico, con una población eminentemente joven. La ciudad cre-
ce y se desarrolla sobre la base de una economía cada vez más
consistente.
La población de Santa Cruz representa el mayor asentamien-
to humano del archipiélago. En general, la atención social de ca-
rácter local y nacional sobre la isla se ha centrado en la protec-
ción del medioambiente pero no en las personas. Es importante
la presencia móvil y constante de un sinnúmero de culturas, su-
jetos, usos y costumbres, cosas, modas y drogas.
Desde estos lugares se produjeron testimonios que dan cuen-
ta de las relaciones que se han producido entre los sujetos y sus
drogas, es decir, de las dinamias personales, sociales y familia-
res de las que las drogas forman parte. Estos decires se han con-
vertido en materia prima para un análisis que trata de explicar la
dinamia de los usos y la complejidad de las relaciones que se es-
tablecen entre los sujetos y las drogas.
No existen verdades sino metáforas e interpretaciones. Cada
relato no es un testimonio de verdad sino una cadena de interpre-
taciones elaboradas por el entrevistado. A su vez, estas interpre-
taciones han permitido construir nuevos saberes sobre la comple-
jidad de los sujetos en sus relaciones insalvables entre la droga

34
del tráfico y aquella que usa un adolescente en un momento de-
terminado de su cotidianidad. No es posible equipararlas porque
cada una posee sentidos y dinámicas diferentes. Por otra parte,
tampoco se pueden generalizar las drogas como si fuesen las mis-
mas para todos los usadores, puesto que cada uno deposita en ella
deseos y fantasías que pertenecen a los órdenes imaginarios de
los deseos. De esta manera se evitan las generalizaciones que sir-
ven para negar al sujeto y promover su desaparición.
Lo nuevo no consiste en lo espectacular de los hallazgos si-
no en los decires que dan cuenta de nuevas maneras de pensar,
apreciar y juzgar los mundos. Para todos, de manera muy parti-
cular para los responsables de políticas sociales, es indispensa-
ble partir del hecho inevitable e innegable de que las generacio-
nes actuales construyen culturas igualmente nuevas. Se trata de
las culturas juveniles que exigen nuevos códigos para su inter-
pretación, puesto que se hallan entre las producciones genera-
cionales y los estilos de interpretación. No se trata tan solo de
que las nuevas generaciones se ubiquen en distintos ángulos de
interpretación, sino de que aquello que interpretan es algo dife-
rente a lo que ven e interpretan las culturas de los adultos y, de
modo muy particular, los discursos oficiales. Se refiere, pues, a
un nuevo sentido de territorialidad cultural, pues ahí convergen
realidades como género, generación, autonomía y solidaridad.
Por lo mismo, es preciso tener presente que sobre las drogas
–quizás más que sobre otros temas socialmente conflictivos– se
ha estatuido un discurso que se resiste a toda modificación por-
que ahí ha estado siempre en juego una ética social claramente
establecida que juzga el bien y el mal si ninguna posibilidad de
modificación. Pero, cuando se lo revisa, se hacen evidentes las
repeticiones y los lugares comunes que impiden mirar el mundo
de los sujetos desde otras perspectivas: las de ellos que son las
que en definitiva cuentan.
Es probable que un cambio radical en estas representaciones
facilite una mejor comprensión del tema y permita la construcción

35
de nuevas formas de relacionarse con los sujetos y sus drogas. Es-
te podría ser uno de los logros de este trabajo.
Los informantes construyeron relatos y esos relatos, con las
variantes apenas circunstanciales, han permitido el texto que
viene a continuación. Homologados por sus léxicos, los decires
de aquí y de allá se asemejan, se igualan, se repiten. Este es el
país, el de las similitudes y diferencias, el de los contrastes.
Nietzsche decía que cada quien escribe para sí. Es posible
que, a lo largo de la vida, cada quien escriba y reescriba sobre
ciertos temas que lo apasionan porque, de manera insistente,
exigen aclaraciones, nuevas formas de acercamiento, diferentes
léxicos. Sin embargo, es imposible que la letra no sea para el
otro, para ese lector real y sobre todo imaginario que requiere de
estas palabras para él mismo y para construir por su cuenta sus
nuevos decires y saberes. Desde esta perspectiva, nadie escribe
para sí sino para el otro, que se encarga de completar lo que el
otro dice.

Quito, mayo de 2009

36
UNO
MUNDO Y SABERES

Es desesperante, por ejemplo, que no consideremos el


problema de las drogas más que desde el punto de
vista de la libertad o de la prohibición. Las drogas de-
ben convertirse en un elemento cultural

FOUCAULT
Cuando se aborda el tema de la droga, reducido a un singular co-
mo si ahí se dijese todo, es común que el sujeto sea aislado, qui-
zás olvidado o francamente presupuesto como si se lo conocie-
se tan bien que estaría demás cualquier especificación. De he-
cho, y a lo largo de las últimas décadas, toda la atención se ha
colocado en la materialidad de las drogas, de ese monstruo de
mil caras que, desde aproximadamente medio siglo, ha concen-
trado gran parte de los intereses de la sociedad. El sujeto nega-
do tiene que ver, de manera preferencial, con el sujeto de los
usos, es decir, aquel que aparece como el último eslabón de una
cadena que, curiosamente, tampoco posee un primer eslabón pa-
ra demostrarlo.
En esas miradas bastante simplistas y reduccionistas que sur-
gen de las perspectivas sistémicas o estructuralistas, el sujeto
usador es el gran responsable de la presencia de las drogas pues-
to que, a causa de sus demandas, aparece calificado como consu-
midor en el mapa de las relaciones que establecen el traficante, el
procesador, el fabricante y el que siembra la marihuana o la ama-
pola. Relaciones elementales que llaman a eliminar los sembríos
y encarcelar a los traficantes para que desaparezcan los consu-
mos. Todavía a nadie se le ha ocurrido, felizmente, eliminar del
todo al sujeto para destruir ese sistema, aun cuando sí se lo haga
de otra manera, separándolo de la sociedad y aislándolo en esos
centros de tratamiento que, como dicen los informantes, no son
sino centros de la ignominia.

39
Para no pocos, la droga se ha encargado de representar a es-
te sujeto negado. Por eso se arman discursos y acciones, ten-
dientes a la eliminación de las drogas, probablemente para que,
borradas de un supuesto mapa causal, aparezca el sujeto. De ahí
que no se haya dicho nada sobre los sentidos de esa demanda
que, para esa suerte de mecanicismo ideológico, se reduce a la
cosa-droga cerrando los caminos que podrían conducir a aque-
llo que en verdad constituye el objeto de la demanda personali-
zada en las drogas.
Cada vez resulta más complejo, si no imposible, armar ma-
pas causales que faciliten la comprensión de los conflictos so-
ciales. Los intentos reduccionistas, tan utilizados en la política,
no surten efecto alguno ni ahí ni en ningún otro espacio del que-
hacer individual o comunitario. Es probable que estos desequi-
librios causales tengan que ver con el hecho de mirar a sujetos y
acontecimientos fuera de tiempo, como efecto de una suerte de
congelamiento teórico-lingüístico provocado por dos fuentes.
Por otra parte, cuenta también la magnitud social de los aconte-
cimientos y el posicionamiento de quienes leen la realidad social
como un acaecer estático cuyos cambios no son sino pura feno-
menología. De ahí que, si se realizaren periódicos cortes sincró-
nicos sobre estas realidades sociales, los resultados serían abso-
lutamente anacrónicos.

40
EL SUJETO EXCLUIDO

Las actuales generaciones juveniles usan más drogas que en


nuestro tiempo, dice Robinson, un informante adulto de Ibarra.
Este más no es unívoco, pero podría serlo si tan solo se lo mira-
se desde la cantidad global de drogas que usan las nuevas gene-
raciones. Pero podría ser también un más ligado a las subjetivi-
dades y que no se refiera precisamente a las cantidades físicas,
sino a las actitudes de chicas y muchachos de ahora inscritos de
manera diferente en el mundo de las drogas. Al analizar el testi-
monio, se podrá apreciar que este más pertenece a los registros
de una causalidad que ya no existe ahora y que posiblemente de-
terminó los usos en las generaciones pasadas. El texto es otro:
ese incremento comparativo de la cantidad de drogas usadas an-
tes y ahora cambia de manera radical porque se inserta en con-
sideraciones y perspectivas culturales, lingüísticas y éticas des-
de las que se valoran las cantidades de drogas utilizadas por las
actuales culturas juveniles.
En esta nueva actualidad, las drogas son utilizadas por suje-
tos diferentes y en medio de realidades que antes no existían. No
solo que ahora resulta menos complejo conseguir drogas que ha-
ce 20 años, sino que el mundo en el que se escenifican los suje-
tos para usarlas crea situaciones inimaginables –algunas de las
cuales, muy probablemente, existan a causa de las distintas ma-
neras de hacer presencia que poseen las drogas–. La contempo-
raneidad se hace con esta red de nuevas realidades y con sujetos
distintos a los de las generaciones anteriores en la medida en que
se construyen con léxicos diferentes.
El texto no está libre ni del afán de hallar una causalidad li-
neal ni de una ética que juzgue al mismo tiempo los usos de ha-
ce dos décadas como los actuales.

Los de ahora usan más que antes, Pero siempre se dice que las ge-
neraciones que vienen son peores que las anteriores, Debe ser por

41
la facilidad que se tiene ahora de conseguir cualquier tipo de dro-
gas, A hora te vas a una fiesta de rave2, allí están los muchachos y
las chicas con su famosa música electrónica, A hí he podido com-
probar cómo se intercambian sus famosas pastillas y entran en su
éxtasis, He visto cómo los chicos, sin ningún escrúpulo, intercam-
bian tipos de pastillas y cosas por el estilo, Entonces se nota cómo
andan en otro vuelo, como decíamos en nuestro tiempo,

La afirmación de que las nuevas generaciones son más in-


morales (o menos morales) que las anteriores implica desplazar
el problema del sujeto a la del objeto, ignorando la constitución
social e histórica del sujeto, que está llamada a producir efectos
de significación que no pueden quedar atrapados en el pasado,
como si los acontecimientos significasen siempre lo mismo. Pa-
ra el informante, las chicas y los chicos actuales poseerían una
suerte de predisposición ética a ser malos y, por ende, a realizar
parejas perniciosas con las drogas utilizadas de manera indiscri-
minada. De esta manera se pasa por alto el hecho de que nada
puede explicarse sino desde aquello que produce significacio-
nes, y esto no puede ser otra cosa que la cultura con su sentido
de epocalidad, aspecto que desconoce el informante.
Frente a los juicios que produce el informante aparecen los
criterios de una muchacha universitaria inscrita en otro espacio
simbólico que no está destinado únicamente a interpretar las rea-
lidades del mundo sino, por el contrario, para construir nuevas
realidades. De hecho, existe un abismo de sentido entre las dos
posiciones. Para el primer informante, hay una mayor perdición.
Para la universitaria, existe otro mundo hecho con los nuevos
lenguajes que ellas y ellos producen.

Hay fiestas rave, Esas farras son con éxtasis adentro, de lo contra-
rio no tienes nada que hacer allí,

2 Fiestas rave, las fiestas del delirio.

42
No se trata de cambios elementales y carentes de valor. En-
tendiendo bien el problema, se estaría ante auténticas renovacio-
nes epistémicas que implican nuevas formas de conocer e inter-
pretar el mundo, sus cosas y las experiencias. Dando un paso
más adelante, se trataría de nuevas realidades que antes no exis-
tían y que ya han sido recientemente construidas o que se en-
cuentran en pleno proceso de construcción.
Para entender lo observado en las realidades que hacen la
contemporaneidad, es necesario aceptar que esto no se halla da-
do necesariamente por el objeto sino que depende de los intere-
ses, las actitudes y los posicionamientos representacionales del
observador. Nadie observa la realidad sino su realidad que, por
otra parte, termina convertida en una construcción de la subjeti-
vidad. En esto consistiría buena parte de lo que Habermas (2003)
denominaba la ética del discurso y que exige que todo proceso de
conocimiento de lo que se entiende por realidad debe pasar nece-
sariamente por lo que acontece en la subjetividad del que cono-
ce. Si se lo toma en serio, resulta imposible entender un proceso
de comunicación que pretenda dejar de lado el tema del giro lin-
güístico. Pertenecemos a la posmodernidad y carecemos de algún
mundo inteligible que nos proporcione ideas listas para usar, de
modo que no tenemos otra opción que inventar de manera per-
manente verdades prácticas. Más que inventar, se trataría de crear
esas verdades puesto que las mismas no se encuentran en algún
lugar privilegiado de la realidad. La verdad no consiste en la re-
producción de la realidad sino en su producción.
Esto es lo que diferencia a una generación de otra, pues ca-
da una vive realidades distintas en la medida en que se poseen
diferentes sistemas de códigos con los que conocen la realidad y
su interpretación. Para las anteriores generaciones sus saberes
pretendían ser una fiel reproducción de una realidad externa. Pa-
ra el mundo contemporáneo, primero, la verdad no existe sino
en tanto producción subjetiva y, en segundo lugar, toda interpre-
tación es epocal. En consecuencia, lo perceptible no depende tan

43
solo de las posibilidades de abstracción que posee el sujeto sino,
sobre todo, de los códigos con los que interprete esa realidad,
que ya no se halla marcada por la percepción sino que aparece
como un producto de los lenguajes.
Mientras en el primer testimonio es fácil hallar una intencio-
nalidad ética con la que se comprende el uso de drogas, en el se-
gundo se puede apreciar que existe una propuesta subjetiva que
no juzga a quienes asisten a la fiesta electrónica que carecería de
sentido sin éxtasis porque se supone que se trata de una reunión
musical destinada a producir algún nivel de éxtasis. En ese mo-
mento, el éxtasis no ha sido dado ni concedido sino, por lo con-
trario, aparece como efecto provocado, más aún, como el pro-
ducto de una construcción personal e intransferible.
Por ende, nada que pertenezca a los sujetos puede ser colo-
cado fuera de los procesos de saber y simbolización que exigen
adoptar también el punto de vista de aquellos sobre los que se
posan las miradas. Ninguna subjetividad se cierra sobre sí mis-
ma ni aprovecha las marcas de los otros para crear un discurso
que deje de lado los sentidos referenciales de todo saber. En
otras palabras, hace falta reconocer que el sujeto, de modo algu-
no, puede ser sin ese otro que lo constituye como tal. Y ese otro
es cambiante, temporal y espacial.
De alguna manera es lo que pretende decir un radiodifusor
que, de forma regular, cubre eventos de gente joven y que, por
lo mismo, ha debido asistir a varias de estas fiestas. El informan-
te se enfrenta a la tradición que arrastra y, al mismo tiempo, a la
era nueva de la que no puede escapar.

Creo que los chicos a veces viven en una película en la cual quieren ser
los actores, En esas fiestas electrónicas, las rave, vos sabes, los manes
están alocados, las chicas se sacan la ropa y, en un rato, alguien apare-
ce entregándoles droga, y todos dicen: Bueno entremos en onda, Y ves
eso y crees que es normal, Y para ser un verdadero electrónico también
lo hago, Te cuento, yo no me hago el santo: yo probé,

44
A veces se cree que tomar en cuenta al sujeto se reduce a ac-
ciones o series de acciones eminentemente empíricas, tal como
acontece en el vigilar y el castigar de Foucault, en donde el su-
jeto se halla preso de la mirada del otro y no libre para, desde la
libertad, ser constantemente tomado en cuenta. La idea panópti-
ca no ha desaparecido, quizás se ha intensificado cuando, desde
todos los espacios del poder, se pide, por ejemplo, que papás y
mamás vigilen a sus hijos, que sepan siempre en donde están y
qué hacen; cuando se exige a los colegios que identifiquen de
manera permanente a sus estudiantes, que no los abandonen a la
suerte de sus deseos ni de sus lenguajes. Conocer no implica es-
tar siempre frente a los sujetos porque, de lo contrario, el saber
y el bien-saber dependerían de la cercanía de los objetos y, al re-
vés, su ausencia y lejanía los obstaculizarían.
Todo análisis exige que se retorne al tema del sujeto, el de
sus deseos, de tal manera que no aparezca sino en los juegos de
lenguajes establecidos con la sociedad de los adultos, con los
pares, con la sociedad de la cultura y también con los lenguajes
que se establecen entre un grupo especial cuyos lenguajes se ha-
llan mediatizados por las drogas y sus usos. En parte, es esto lo
que implicaría la expresión estar en onda.
Se trata de rescatar al sujeto existente entre sujetos y no en-
tre cosas de las que forman parte las drogas. Ese sujeto que per-
manece ignorado y negado en los números de las estadísticas y,
de igual manera, alienado en los mega discursos del orden que
fuesen. Cuando se habla del sujeto, se hace referencia al miste-
rio que, de manera irresistible, conduce siempre a sus orígenes
míticos. Recordar, entonces, que los misterios impresionan por-
que sostienen la aventura humana que consiste en proveer de
significación a todo aquello que le pertenece, de cualquier ma-
nera que sea.
En esto consistiría el verdadero sentido de sujeto como in-
terpretación lo cual, por otra parte, presupone que se lo asuma
como producto de una materia interpretativa, la cual no puede

45
ser otra que los lenguajes. El sujeto es, pues, un decir o, mejor
aún, un conjunto inacabado de decires que se producen y repro-
ducen en el campo del deseo y del lenguaje, en ese maravilloso
intercambio de mutuidades que hace la historia de cada sujeto y
de los grupos. El sujeto del deseo que no requiere de escenarios
especiales para su demostración sino que se expresa en todas y
cada una de las acciones de la vida cotidiana y que necesita y
hasta exige ser interpretado.
Sin embargo, los lenguajes no se refieren únicamente al lo-
gos elevado a los altares por el estructuralismo y al que se en-
frentaron filósofos como Foucault, Habermas y Derrida. No se
trata de desligar, es decir, de disolver los vínculos del sujeto con
la palabra sino de no privilegiarla frente al tema de los lengua-
jes, que es mucho más amplio y definitorio. Cuando se escuchan
los discursos que se elaboran sobre las drogas y los usos por los
mismos usadores, de manera casi inmediata se descubre que los
sentidos exceden a toda posibilidad de análisis porque en esos
decires se hallan implicados, de manera absoluta, los sujetos. El
estar en onda también podría entenderse como una nueva escri-
tura, la que escriben los cuerpos movidos por una música que no
es cualquier otra: se trata de una música particular, la electróni-
ca, por ejemplo, que posee sentidos particulares convertidos en
poderes mágicos que no se encuentran en otras. Los ritmos de
las fiestas rave, las de la locura.
En la fiesta, la droga no es cosa sino metáfora, registro sig-
nificante cuya complejidad suele rebasar los comunes procesos
de interpretación. La droga, como los cuerpos, se ha convertido
en escritura ya no sometida al logos y tampoco a la verdad en-
tendida como coincidencia entre lo percibido y la percepción.
Puesto que se trata de escritura, exige lecturas múltiples.
A esto se referiría Víctor cuando afirma que, si alguien de-
cide usar una droga, debe ser para experimentar algo nuevo, al-
go que no se encuentra ni allí ni acá, ni en la droga ni en el su-
jeto en sí. Se trata de algo que deberá ser elaborado, construido

46
con una materia especial hecha con la droga, pero también con
el espacio de lo electrónico, la música y los sujetos. Luego de
narrar una aventura de excursión por los páramos y cuando ya
había pasado mucho tiempo sin alimentarse y reconocer que el
grupo se había perdido, vio que uno de los compañeros inhala-
ba cemento de contacto, lo que le conduce a enfrentarse con la
droga. Mediante el uso de la droga, lo que allí se da no sería otra
cosa que el intento de producir diversas lecturas de la experien-
cia, unas lecturas que favorecen el enfrentamiento al riesgo.

No encontrábamos la famosa laguna, Empezamos a sentir pánico,


hacía frío, todo era fangoso y se congelaban las piernas, Pero,
mientras íbamos caminando, el man se iba mandando la pega, En-
tonces el man dijo que nos peguemos eso para que nos pase el pá-
nico, el frío y el hambre, Entonces tuve el típico recelo de la pri-
mera vez, pero sí me mandé, A mí me relajó, me puse un poco in-
cómodo al principio y vomité, pero es como ver las cosas de dife-
rente manera, y entonces yo vi que la situación no era tan grave,
que solamente estábamos perdidos y que solo teníamos que rogar
a dios que pase alguien, Ya no tenía el frío penetrante, era solo un
frío normal,

Desde los discursos oficiales, las drogas han terminado pro-


duciendo una suerte de afánisis del sujeto, es decir, una especie
de desaparición tras formas lexicales como drogadicto, depen-
diente, consumidor, demandante o fumón. Se ha ocultado al su-
jeto tras léxicos y proclamas casi nunca analizadas en sus con-
tenidos y sentidos. Los discursos oficiales poseen, pues, senti-
dos monológicos y casi nunca dialógicos. Mientras no se tomen
en cuenta y en serio las dimensiones de la aceptación y el reco-
nocimiento del sujeto, el usador permanecerá perdido entre los
otros y entre las cosas, quizás inclusive, como una cosa más. Co-
mo se verá más adelante, los diversos y graves maltratos que re-
ciben los usuarios en los denominados centros de tratamiento

47
podrán explicarse desde esta heteronomía total del sujeto perdi-
do entre las cosas desde los discursos que se han construido so-
bre las drogas. Los discursos tradicionales ignoran que se ha
perdido el sujeto tradicional, aquel presentado como centro del
mundo y hasta como causa de todo. Como dice Sollari:

Ha desaparecido aquel sujeto epistémico puro, inexistente en cual-


quier realidad, pero entendido permanentemente como el “verda-
dero” sujeto, ese que provee certidumbres, que funda la posibili-
dad del conocimiento seguro. Ya nada queda de ese sujeto pleno,
pura conciencia, transparente, sapiente.

Esta desaparición se ha operado de manera sostenida a lo


largo de las cinco últimas décadas, desde el momento en el que
se impuso que las miradas debían posarse en las drogas-cosa, en
las sustancias psicoactivas, objetos de persecución y condenadas
a la desaparición. Nunca se ha tenido claro a qué sujeto se pre-
tendió salvar.
Posiblemente no se trate de ese ser que habla en boca de
Viviana, una joven universitaria que comienza a vivir pero que
ya ha tenido tiempo suficiente para reparar en los lados con-
flictivos, duros y dolorosos de la existencia. El mundo color de
rosa es una charada de mal gusto. El bienestar universal no
consta en ninguno de los registros que elaboró desde niña, in-
cluso cuando se le aseguró que el mundo era un paraíso. Como
antes, pero ahora desde un nuevo positivismo, se habló de un
mundo posible de ser captado en su totalidad desde la expe-
riencia personal, incluso al margen de los otros. La realidad es
todo aquello que puede ser capturado sin que haya necesidad
de actos de remisión a los otros porque, además, todos debe-
rían pasar por idénticas experiencias, más aún, de manera ex-
presa, las experiencias individuales carecen de valor puesto
que resultan inexpresables.

48
Es algo lindo de pensar, pero difícil de realizar, El mundo es algo di-
fícil de vivir: uno va realizando las cosas de la vida porque no es un
paraíso, Hay demasiadas cosas que enfrentar y no vale la pena huir,

Frente al positivismo que desconoce el valor performativo de


los lenguajes, es necesario volver al sujeto del deseo que apare-
ce como condición de existencia en tanto movimiento del ser que
busca objetos que tienen que ver con el placer y también con el
goce. Ya no se trata de necesidad alguna, sino de impulsiones que
incluso se oponen, teórica y prácticamente, a toda idea de nece-
sidad. Los usos de drogas pertenecerían al orden del deseo ya sea
que conduzcan al placer o al displacer. El tema del deseo impli-
ca la aceptación de un sujeto constituido sobre la base de un va-
cío inllenable. En este espacio, las drogas ocupan un claro lugar
vicariante. No son ellas, en su materialidad, las buscadas, sino
apenas cosas que sustituyen a sujetos, a relaciones perdidas o
nunca habidas. Por eso la droga y sus usos adquieren el valor de
síntomas. Porque es preciso reconocer que no toda realidad debe
pasar por la palabra puesto que existe un inmenso campo semió-
tico en el cual se encuentran las drogas en las relaciones que se
han establecido con los sujetos, sean usadores o no.
Por otra parte, es preciso aceptar que no todo debe necesa-
riamente ser expresado a través de la palabra, de ese santificado
logos. Existe también aquello que no puede ser expresado y que
se encuentra inexpresablemente ligado a la inmediatez de la vi-
vencia, a lo sublime, al sentimiento estético, a la elevación mís-
tica, y a la intensidad erótica.
Allá nos conduce el comentario de Olga, una chica univer-
sitaria de Galápagos. Ella se refiere a lo que le han contado los
chicos y las chicas usadoras. Se trata de experiencias que bor-
dean lo inmediato, lo estético buscado en la existencia y que se
halla ausente en la cotidianidad pero que puede ser creado para
el placer de un momento. No es una mera fantasía sino otra cla-
se de realidad, casi mística, que permite que, desde la finitud y

49
fragilidad, se logre lo imperecedero, que las ausencias y caren-
cias se conviertan en presencias y realidades imperecederas.

Yo les he preguntado qué sienten, y ellos me dicen que es como si


se hiciese realidad todo lo que desean, Buscan lograr las experien-
cias que imaginan y en esa búsqueda es lo que cada uno encuen-
tra, Imagínate: si alguno busca el amor de sus padres y eso es lo
que imagina mientras consume drogas, Son esas sensaciones las
que seguramente logra mientras está consumiendo,

Todo esto conduce a pensar que los sentidos de las drogas,


en tanto espacios de deseos y ausencias, no se los podrá encon-
trar sino en las rutas de las esperas y las esperanzas. Cada uso de
droga constituiría un acto de esperanza. Si no fuese así, las dro-
gas carecerían de todo sentido, porque el deseo hace su presen-
cia incluso en los usos conflictivos y compulsivos en los que
quedarían excluidos tanto el sujeto como de sus deseos. La mis-
ma Viviana comenta que, aparentemente, se trataría de un ejer-
cicio tonto y hueco pero que hay un algo más allá que se escapa
a la intelección.

Es algo medio tonto: por lo general, los chicos saben que las dro-
gas les hacen daño pero las buscan, Pero quizás de hecho no sea
tan tonto como se cree,

Desde esta perspectiva, es posible extrapolar al sujeto de la


realidad concreta de las drogas, para crear una realidad nueva
hecha por el sujeto desde su deseo. Esto exige la concurrencia
de una hermenéutica personal que se desarrolle en cada hecho
o acto de uso y que rechace toda intención de generalizar a los
sujetos en sus cotidianidades. Por otra parte, requiere la presen-
cia de una ética nueva que abandone la bipolaridad bien-mal
que ha caracterizado la sociedad occidental reacia a sostener las
diferencias.

50
No es cierto que los discursos oficiales, cuando hablan de
los drogadependientes, drogadictos o simplemente consumido-
res, se refieran a los sujetos de ese momento casi mítico del que
habla Olga. Todo lo contrario, este sujeto ha sido anulado para
que en su lugar aparezca esa suerte de sujeto colectivo que pre-
tende representar a todos y a nadie, un monstruo genérico que ha
devorado lo singular.
Heidegger ya se enfrentó a la imposibilidad de que los len-
guajes expresen el universo representacional, sensitivo, creativo
y gozoso de los seres. El lenguaje entonces ya no sirve de vín-
culo entre el sujeto y sus propias representaciones, sus experien-
cias de gozo, dolor, sufrimiento, compañía o soledad.

51
DROGAS Y REPRESENTACIÓN

Con frecuencia se cree que la presencia de las drogas en la coti-


dianidad social es reciente, apenas a partir del tercer tercio del
siglo pasado. Lo que acontece es que en el siglo XX se inaugu-
ran nuevos discursos en torno a un fenómeno que adquiere un ti-
po especial de presencias que antes no se habían producido.
Desde siempre, las drogas habitan el mundo del misterio en
el que igualmente viven los llamados seres humanos, justamen-
te porque repararon en que casi todas las cosas, los aconteci-
mientos y los fenómenos que los rodeaban eran inexplicables e
incomprensibles. Pero, en algún momento mítico de estas pre-
sencias, apareció la luz que no vino a develar los misterios sino,
por el contrario, a enseñar, de una vez por todas, que la condi-
ción indispensable del ser consiste en vivir en el misterio. Por-
que no todo lo observable puede ser descrito y explicado de ma-
nera total porque, de hecho, no existe lenguaje alguno capaz de
abarcar la suma de las explicaciones sobre la totalidad de un ob-
jeto o fenómeno. No es posible la representación de la totalidad
y menos aún un lenguaje capaz de abarcarlo. Por otra parte, co-
mo ya lo decía Wittgenstein, no existe lo interno y lo externo, lo
observable y lo no observable sino apenas formas metafóricas
de aproximarse a la complejidad del ser y del lenguaje.
Sin embargo, esta clase de constataciones no han hecho sino
acrecentar la búsqueda de rutas, estrategias y trucos que, de una
u otra manera, permitan la develación de los misterios. Los tra-
bajos de Freud no tienen por objeto sino armar una teoría, la del
inconsciente, cuyo propósito no sea otro que la develación del
misterio del deseo y su implicación con el malestar del sujeto en
su mundo. La teoría de lo inconsciente y la práctica psicoanalí-
tica se ubican justamente en ese punto en el que el sujeto termi-
na convencido de que casi nada sabe de sí mismo pues se halla
comprometido en los misterios de los sueños, los actos fallidos
y los síntomas.

52
Los misterios de la existencia no versan únicamente sobre el
saber y el conocer sino también sobre el crear y el experimentar,
el poseer y el perder. En nuestro mito de origen, Eva quiere sa-
ber en qué consiste ser Dios, de qué manera se adquieren sus
omnímodos poderes para crear y para eliminar. Con el propósi-
to de descifrar el misterio acude a una planta, pues sospecha que
sus frutos poseen el poder de la sabiduría. ¿Por qué la tradición
occidental se decidió por la manzana y no por la ayahuasca que,
dicen, permite iluminaciones y otorga sabiduría? La sabiduría
no se ubica precisamente en la paz de los bienestares por cuan-
to está llamada a con-mover, pues hace que la paz de lo simple
y común se vea sustituida por preguntas y respuestas que provo-
can nuevas preguntas, y así ad infinitum porque, sencillamente,
no hay respuesta.
Cada día sabemos más, y las ciencias no hacen otra cosa que
abrir sin cesar el abanico de los misterios. En la medida en que
las ciencias no han solventado todas las dudas, aún tiene el su-
jeto derecho a cada una de sus angustias.
Viviana no realiza profundas elucubraciones filosóficas. A lo
mejor, tan solo mira sus manos vacías y recorre con la mirada su
mundo, que no es otro que el de la cotidianidad, la suya en tanto
compartida con los otros. Nada es fácil en el saber, el hacer y el
vivir. Los problemas sobre el vivir corresponden a las experien-
cias sobre el saber de cada uno de los aconteceres, desde el nacer
hasta el morir. Viviana lo sabe y por eso cree que quienes usan
drogas no van tras las claves de los misterios sino que dan la es-
palda a los mismos en una huida locamente absurda.

Es algo lindo de pensar, pero difícil de realizar, El mundo es algo


difícil de vivir: uno va realizando las cosas de la vida, porque no
es un paraíso, Hay muchas cosas que enfrentar, y no vale la pena
huir, Y es lo que creen las personas que se drogan, ellas ya no en-
frentan sus problemas,

53
El hombre científico es aquel que se enfrenta a los misterios
para deshacerlos y hasta para ridiculizarlos a través de un siste-
ma de verdades sólidas y justas. A partir de la segunda mitad del
siglo XX, la matemática se transforma en la ciencia por excelen-
cia, no la única, pero sí en el modelo de las otras. Ningún saber
con la pretensión de cientificidad podría ser tal si no convirtiera
cada uno de sus grandes enunciados en una fórmula matemáti-
ca. Basta recordar la epistemología de G. Bachelard para quien
la cientificidad de un enunciado se juzga por su capacidad de de-
venir en expresión matemática.
La ciencia se propone ahuyentar los misterios, los exorciza
con el agua bendita de los conceptos, por considerar nefasta su
presencia entre nosotros. El sujeto de la ciencia tradicional es el
de las racionalidades, aquel que se encuentra por encima de
cualquier construcción que no tenga que ver con conceptos, fór-
mulas y experimentaciones.
Es probable que se haya pretendido responder con la ciencia
y la tecnología a las barbaries cometidas a lo largo de todo el si-
glo XX. Chateemos sin parar, escuchemos todas las músicas del
mundo, consumamos todos los productos de los megamercados
del placer, porque así olvidaremos las muertes infames produci-
das por las guerras sin sentido, por el hambre de millones mien-
tras otros despilfarran los bienes. Hasta terminaremos convenci-
dos de que todo aquello del Holocausto y de los genocidios po-
líticos no fue más que un invento.
Ciertos sujetos adscritos a lo científico han pretendido que
todo debe explicarse con la matemática, la química y la biolo-
gía. Nada termina con las preguntas y los asombros, con las
dudas y los temores que producen la presencia del bien y del
mal, la acción de supuestos poderes mágicos de los que se ha-
llan provistos objetos y hasta personas. Ninguno de estos sabe-
res se atreve a dar cuenta de las “ciegas marcas” que caracte-
rizan la existencia y que preocuparon a James, Proust, Freud,
Bloom, entre otros mil que se dejaron seducir por lo inexplica-

54
ble del misterio y no por las respuestas neciamente lúcidas de
las fórmulas.
Este es el lugar en el que se han posicionado los que usan
drogas en la medida que han caído víctimas de la seducción, ese
poder, eminentemente femenino, según Baudrillard (2002). Des-
de los tiempos de los mitos, a las mujeres corresponde el poder
de desentrañar los misterios, los secretos de la vida y de la muer-
te. Como dirán más tarde los usadores de drogas, en los grupos,
las mujeres juegan un papel particular porque nunca será lo mis-
mo fumar tan solo entre hombres. Cuando ellas faltan, se insta-
la en el grupo una ausencia de sentido.
Este es el camino que Viviana invita a recorrer, no el de la
lucidez, sino el del misterio, no el de una supuesta transparencia
armada con respuestas codificadas, sino el camino que se abre
sin que ni siquiera se adivine su término porque, mientras haya
sujetos, habrá rutas indefinidas. Ella dice que parece un sinsen-
tido que alguien consuma drogas cuando se conoce que en cual-
quier recodo de esa ruta aparecerá la presencia inevitable del
mal. Este supuesto sinsentido constituye para ellos la ruta del sa-
ber y del goce.

Es algo medio tonto, Por lo general, los chicos saben que las dro-
gas les hacen daño, pero les gustan y deciden seguirlas, Dicen: Sí
sí, yo sé que las drogas son malas pero me hacen sentir bien aho-
ra, No se preocupan de las consecuencias ni del futuro, solo dicen
que la droga les hace sentir bien, que es algo natural y que permi-
te tener otra perspectiva del mundo, Por lo general, ven a la droga
como algo normal, y hasta pueden pensar que los que no se dro-
gan están mal,

La única mitología elementalmente válida es aquella que


ofrece develar las rutas que conducen a los goces y a la inmor-
talidad. Lo dionisiaco es la más grande de las pasiones. Si no
fuese así, no se entendería el mito del paraíso al que nadie ha

55
renunciado. En el mundo contemporáneo, para materializar una
búsqueda eminentemente mágica y para cosificar a los sujetos,
se crearon los megamercados de la felicidad.
Por estas razones y como en los tiempos originales, aún ha-
ce falta recurrir a árboles y plantas míticas en pos de curación,
de paz y, sobre todo, de sabiduría. También cuando se desea pro-
vocar experiencias placenteras y hasta gozosas que el sujeto no
puede comprar a plazos indefinidos con las tarjetas que no du-
dan en ofrecer mundos sin límites.
Gracias a la manzana-ayahuasca, la pareja original fue inva-
dida por una especial sabiduría que la condujo a abandonar la
simplona abundancia de un paraíso para hacer sus propios cami-
nos y construir sus propios saberes.
Desde que se posee historia, se ha acudido a las plantas de
la sabiduría para desentrañar los misterios de la existencia, el
dolor, la angustia, el desamor y, sobre todo, la muerte. El cha-
mán bebe ayahuasca para penetrar en el mundo enclaustrado de
la sabiduría. Así entra en trance y traspasa los límites de la coti-
dianidad vulgar hasta arribar al mundo de su sabiduría.
Con Agamben (2002) es justo preguntarse de qué manera
hemos llegado al punto en que nos encontramos. Para el filóso-
fo, la respuesta podría surgir de un cuestionamiento directo y
abierto de carácter sociopolítico, pues la tarea consistiría en bus-
car estrategias de sobrevivencia en un mundo desolado de razo-
nes suficientes. Para no pocos, los usos de drogas, aunque solo
sean esporádicos, se encuentran en esta línea del sentido de la
supervivencia en un mundo francamente hostil. Como dice Ger-
mán: Sencillamente quería sentirse bien, superior, sencillamente
sentirse hombre.
¿Qué podemos hacer? ¿Qué dirección seguir? se pregunta
Agamben. Cualquier respuesta tendría que tomar en serio lo es-
tético, lo jurídico y lo cultural. ¿No son, acaso, las rutas que
plantean los usadores de drogas y también aquellos que las mi-
ran para analizarlas sin haber realizado ningún pacto de uso?

56
“Sencillamente sentirse hombre”, dice el informante, como si
esta tarea fuese así de fácil en espacios sociales que bregan por
caminar hacia adelante pese a que también se experimenta la
sensación de que los horizontes amenazan con cerrarse. Como
se verá en otro lugar, el tema del fantasma es de capital impor-
tancia para entender lo que acontece en el mundo de los usos.
Nadie puede legitimarse a sí mismo a hablar de esa realidad
de la que, supuestamente, huyen quienes usan drogas. Nadie ha
dicho nada de esa realidad de la que todos hablan como si en
verdad supiesen de qué se trata. Si las nuevas generaciones co-
nociesen cuál es la verdadera realidad, no sabrían adónde huir.
Pese a ello, la sociedad no se cansa de hablar sobre la realidad
como si se tratase de algo unívoco. A casi nadie se le ocurre pen-
sar que se trata únicamente de una expresión metafórica, de un
juego de lenguaje que apenas si quiere decir lo que tienen de vi-
sible las manos y las miradas, a lo mejor tan solo marcar las hue-
llas que la existencia va dejando. Pero para el discurso oficial, la
realidad es la materia contable de cada día: las cuentas de los ac-
tos que deberán responder a patrones preestablecidos.
Javier, un universitario de Guayaquil, no se halla tan seguro
de que la realidad sea eso de lo que hablan los adultos y que se
estandariza en un discurso oficial e incuestionable. Piensa que
son posibles otras realidades a las que se puede arribar por la
mediación imaginaria de la droga.

Con la marihuana te conectas y construyes tu propia realidad o di-


vagas en muchos temas, Tienes una sensación de relajación, vives
los temas que te han impresionado, por ejemplo, si has visto una
película chistosa, fumas marihuana para reírte más, O, si veo una
película abstracta, fumo para ahondar más en algún significado,
me voy a lo abstracto,

Como decía Levinas, mientras la libertad posee característi-


cas distributivas, la autonomía no puede lograrse de manera

57
individual. Se habla de libertad de los pueblos y de los sujetos,
pero no se presta atención al hecho de que los sujetos requieren
de autonomía para construir sus propias rutas de sentido, lo que
no se logra sin la presencia activa y significante de los otros.
El ser es única y exclusivamente en el mundo con los otros.
No se trata de cualquier tipo de presencia, sino de aquella que
asegura el ser y que tiene que ver con lenguajes, deseos y espa-
cios compartidos. Esto resulta ser algo importante al momento
de valorar los usos de drogas que tienden a realizarse en compa-
ñía más que en la soledad.
María pretende llegar a los orígenes mismos de una soledad
que podría denominarse primaria. Ese origen que el psicoanáli-
sis ha explotado, de manera especial Lacan, y que se refiere a la
relación monódica madre-hijo que se rompe no con el nacimien-
to, sino con la aceptación de los regímenes de la Ley por parte
de la madre que se separa del hijo para donarlo a la cultura. Sin
embargo, el sujeto pretenderá reconstruir esa relación utilizando
para ello los recursos de la vida cotidiana. Este intento constitu-
ye el deseo. Pero la informante, una estudiante universitaria, no
se refiere a esta relación, sino a la del ser consigo mismo, a
aquella que lo introduce en el tiempo, el suyo personal del que
a veces el sujeto podría verse alejado e inclusive privado.

A través de la droga, la persona tal vez pretende encontrar algo que


ha perdido, quizás esa unión que perdió el momento del nacimien-
to, esa unión consigo mismo, porque también hay una suerte de di-
sociación consigo mismo, Entonces es cuando vienen los delirios
por el consumo de sustancias,

En este sentido, las drogas ya no estarían para remediar algún


supuesto conflicto del sujeto sino para representarlo ante el mun-
do. Y es sabido que no existe posibilidad alguna de representa-
ción sino en su discurso ante los otros. De entrada se anula toda
referencia imagógica y autorreferencial que comprometa al suje-

58
to con una cadena de repeticiones desvinculándolo de su propia
experiencia. Es decir, nadie usa drogas para sí solo, no existe la
autorreferencia puesto que no se trata de actos que valgan por sí
solos y que desvinculen al sujeto de la comunidad, de los otros.
Para entender los sentidos de los usos de drogas no se re-
quiere una experiencia igual en los otros, primero porque no
existen dos experiencias iguales sino, a lo más, similares. Por
otra parte, haría falta entender los usos, de modo particular los
denominados conflictivos, como la representación de un llama-
do al otro, pero no para que produzca una intelección antojadi-
za, sino como un llamado a un discurso. De esta manera, los
usos dejarían el campo de la pura experiencia para transformar-
se en vía de apertura al otro con sus valores de significación. Así
se abrirían las puertas hacia la responsabilidad significante en-
cargada de producir los sentidos que para cada usador poseen las
drogas. Es decir, las drogas se significan en los espacios y tiem-
pos de cada usador.
Las drogas no se encuentran en el escenario de nuestra coti-
dianidad como producto del mal, de las malas conciencias que
caracterizarían a las culturas juveniles. Hay un mal que antece-
de al ser y cuya presencia se ha tratado de escamotear para que
todas las responsabilidades recaigan sobre el sujeto, que deberá
ser sometido a la ética inclemente de la responsabilidad subjeti-
va en la que nada o casi nada pertenecería a los otros.
Agamben afirma que nuestra sociedad se ha encargado de
conferir criterio de autoridad a la experiencia del otro, exacta-
mente como acontecía en a las sociedades tradicionales, de tal
manera que, si se desease saber sobre el sentido de una experien-
cia dada, sería indispensable la presencia de otro que haya pasa-
do por otra experiencia igual para que la juzgue con legitimidad
suficiente. Como se verá más adelante, esta posición de la ética
social subjetivada se evidencia en todo su esplendor en los lla-
mados centros de atención a los calificados de drogadictos, al-
gunos de los cuales suelen ser dirigidos por antiguos usadores

59
conflictivos que se autorizan a sí mismos a entender los proble-
mas de los otros por considerarlos no solo similares sino inclu-
so iguales. Desde esta perspectiva, los usadores se refieren a su
experiencia como intransferible e intransmisible.
Esto tiene poco que ver con la idea sembrada por doquier de
que las drogas son el producto de la conflictividad de los suje-
tos. Convertidas las nuevas generaciones en opositoras a una
tradición que carece de argumentos para justificarse, esta socie-
dad convierte a las drogas en el significante privilegiado para re-
presentarlas. Desde los años sesenta en adelante, tildarle a un su-
jeto de drogadicto implicó marginarlo de la familia, la escuela,
los amigos y hasta de la sociedad, a través de los centros de re-
clusión médica.
Los sujetos, a través de sus modos de estar en el mundo, dan
la cara a las condiciones de la existencia. Los débiles huyen de
la realidad, dan la espalda a los dolores, y lo hacen creando un
universo artificialmente bueno, gratificante y hasta gozoso. Pe-
ro este mundo resulta injustificable porque se halla edificado
con falsedad y hasta con maldad. Por supuesto, no se vive en un
jardín de rosas, pero es inadmisible que alguien pretenda elimi-
nar las espinas de manera ilusoria a través del artificio de las
drogas. Javier, un joven de Guayaquil, ve así este nuevo mundo:

Con la marihuana te conectas y construyes tu propia realidad o di-


vagas en muchos temas, Tienes una sensación de relajación, vives
los temas que te han impresionado, Por ejemplo, si has visto una
película chistosa, fumas marihuana para reírte más, O si veo una
película abstracta, fumo para ahondar más en algún significado en
el que yo quiero profundizar, me voy a lo abstracto, La cocaína te
da aceleración, te abre los instintos sexuales, acompañado de un
pésimo final porque se acabó la noche, se acabó la fiesta, se acabó
la rumba, y tú sigues solo en tu casa y no sabes adónde ir ni qué
sentido dar, En general, a nadie le gusga ese final,

60
Este es uno de los mecanismos utilizados para la desapari-
ción del sujeto que, al ser el único y total responsable de sus ac-
tos, debe asumir cualquier clase de exclusión social. Por esta ra-
zón se comenzó hablando de la droga en singular para dejar de
lado series de significaciones que se encuentran en ese gran plu-
ral que construyen las drogas en sí mismas y aquellas que se
crean en cada acto de uso. También se la singularizó para que de
esta manera la sociedad quedara excluida de cualquier clase de
responsabilidad, sobre todo, de responsabilidad ética y estética.
Mientras para los usadores existen innumerables marihuanas,
para la sociedad existe una y solo una: el cannabis. En efecto, no
es la misma marihuana la que usa Juan para darse fuerzas y de-
clarar su amor a una chica, que aquella que fuma un muchacho
de la calle para acrecentar su tolerancia al frío y al hambre o la
del universitario que dice que así entiende mejor los largos dis-
cursos académicos.
Por eso fascinan las estadísticas y los estudios epidemioló-
gicos, porque en ellos los sujetos quedan excluidos de una vez
por todas. Las cifras castran las palabras y desconocen los con-
juntos metafóricos con los que se significan los sujetos ante los
otros. Por supuesto que son necesarias. Pero cuando están he-
chas para evitar toda diferenciación, entonces se enfrentan a la
ética social a la que pertenece todo juzgamiento sobre los actos
de los sujetos.
Cuando se desconoce la subjetividad, se niegan las diferen-
cias indispensables en el momento de construir saberes, de abor-
dar prácticas particulares como los usos o, incluso, en el de com-
prender los fenómenos de las drogas en su relación con aquellos
que las usan y con quienes no lo hacen.

61
ADICCIÓN Y SACRIFICIO

Es probable que una de las formas de indiferenciación de los su-


jetos frente a las drogas tenga que ver con la serie de apelativos
dados a quienes las usan. No se trataría de un recurso anodino
sino, por lo contrario, de una posición social y política definida
desde lo que se podría denominar un estatuto de protección de
la sociedad. No faltará quienes pretendan recurrir a la idea de un
inconsciente colectivo que explique algo que, probablemente,
sirva para que la sociedad se justifique ante sí misma. Pero es in-
dudable que de por medio podría estar una psicología llamada a
analizar los acontecimientos sin tomar en cuenta a los sujetos,
tal como acontece, por ejemplo, con el conductismo aferrado a
los hechos concretos de las prácticas mas no a su análisis.
Las generalizaciones no vienen al azar, por lo contrario, po-
seen poderes específicos y siempre importantes que utilizan los
sistemas, de modo particular para proteger a la sociedad de la
presencia de un mal que debe aparecer como un todo unívoco.
Hay males a los que la sociedad no sabe de qué manera darles la
cara, sobre todo cuando no es fácil tapar el sol con un dedo pa-
ra no reconocer que el nuestro es un tiempo de pequeñas y gran-
des drogas, de ritos y ceremonias múltiples que forman parte de
la cotidianidad social y familiar.
Hay una coincidencia en buena parte de los informantes
sobre el hecho de que la actual es una cultura que vive y se sos-
tiene en múltiples drogas, desde las aparentemente inocuas co-
mo el café, sin el cual no podría vivir una inmensa población,
pasando por el té, los somníferos, los tranquilizantes, o el dia-
rio aperitivo con alcohol, hasta llegar al cigarrillo, la marihua-
na o la base.
Casi nunca se dice nada de los energizantes que han invadi-
do todos los ámbitos y que están llamados a suplir las flaquezas
personales, los límites propios de las energías físicas y psíqui-
cas, para hacer que el cuerpo no llegue al límite propio de su

62
agotamiento sino que vaya siempre un poco más allá de todo lí-
mite y medida. Sin embargo, nadie dice nada de sus peligros.
A estas sustancias es preciso añadir otras realidades que po-
seen las formas de ejercicios, actividades o posicionamientos
que se han convertido en parte casi imprescindible de la vida co-
tidiana. En consecuencia, todo esto forma parte de una sociedad
adicta con sujetos adictos.
Existe un común denominador que caracteriza a estas dro-
gas: todas y cada una de estas sustancias o actividades realizan
una perenne oferta de bienestar y hasta de placer, en cualquier el
nivel y sentido. Más aún, en la vida cotidiana se asiste a un pe-
renne pugilato para descubrir qué cosa asegura de mejor mane-
ra el mayor placer al menor costo posible. A ello es preciso aña-
dir el nuevo dogma con el cual viven las sociedades y que tiene
que ver con la nueva verdad de que ahora todo es posible, que
tan solo los timoratos, pusilánimes o cobardes viven mal en me-
dio de cualquier orden de limitaciones.
En consecuencia, si quien se acerca a las drogas posee estos
antecedentes psíquicos, éticos y sociales, lo más lógico es que
ese primer contacto lo conduzca de manera necesaria a la adic-
ción. Pero no es así, dice Susana, una joven señora de Lago
Agrio que considera que la sociedad ha hecho todo lo posible
para estigmatizar a los usadores de drogas.

A hora creo que no es cuestión de usar una sola vez para ser un
adicto, pero yo realmente pensaba siempre así porque hay una es-
tigmatización tal que, por poco que consumías una vez y ya eras
un adicto, Todavía hay una estigmatización muy fuerte,

Es la estética del bien vivir que se sustenta en el principio de


que todo es posible. No importa en dónde vivas, en las ciudades
grandes o en las pequeñas, en los barrios de la abundancia o en
los de la pobreza. El imperativo de poseer todo gobierna el mun-
do y no admite barrera alguna. Más aún, tener, poseer y gastar

63
se han transformado en una suerte de imperativo, de modo muy
particular para las nuevas generaciones, para las que no hacerlo
ha terminado constituyéndose en uno de los fundamentales ma-
lestares que las aqueja, como si se tratase de una nueva enferme-
dad cuyo único remedio se encontraría en la posesión de las co-
sas y, al mismo tiempo, en su agotamiento. Es lo que dice un
sencillo adolescente de Lago Agrio:

Los jóvenes piensan que sí pueden tener todo lo que quieren, Los
chicos se ponen bravos, se ponen rebeldes, cuando los papás no tie-
nen para darles cosas, las cosas que sí tienen los amigos, Porque a
los amigos les dan motos, les dan plata, les dan plata no solo para
las drogas sino también para que vayan a hacer barbaridades,

En sí mismo, nada es inofensivo ni malo y, peor aún, abomi-


nable. Las cosas no son en sí, sus valores de significación les
vienen dados por los sujetos que las usan, las aprecian, las igno-
ran, las desechan, las consumen.
Para justificarse a sí mismas, las sociedades no dudan en
crear elementos y situaciones de rechazo e inclusive de abomi-
nación desde ese antiguo maniqueísmo de las comunidades tra-
dicionales. Así se creó tanto el concepto como el calificativo de
adicto, que no tiene que ver tan solo con un espíritu prohibidor
de la cultura, tal como suele decir Jordi Cebrián (2007), para
quien cualquier forma de represión tendría como objetivo soste-
ner lo opuesto y desconocer al sujeto de las diferencias:

Se ejerce coacción y represión, se restringen las libertades, preci-


samente para defender la libertad. Paradoja lógicamente irresolu-
ble, pero de excelente rendimiento político. Es tan bueno este ar-
gumento, sirve de coartada para tantos controles y regulaciones,
que no es de extrañar que quienes gustan de prohibir e imponer
quieran importar el razonamiento a otras actividades que no les
convencen.

64
No es nada forzado entender que la sociedad, casi apenas
aparecidos los usos masivos de drogas en la década de los sesen-
ta, empezase a calificar a los usadores de adictos. Este califica-
tivo termina institucionalizándose en los organismos sanitarios
internacionales y, desde ahí, en los discursos sociales y políticos
de los países. Sin que medien análisis suficientemente serios y
profundos, el concepto adicción se aplicó de manera indiscrimi-
nada a todo usador y, además, ha servido de coartada para cual-
quier clase de control, regulaciones y medidas coercitivas de to-
do orden.
Esta generalización no solo que se convierte en la responsa-
ble de las políticas sociales, sino que ha sido la causante primor-
dial de la desaparición de los sujetos. Desde el imperativo del
apelativo de adicto, se ha pasado por alto indispensables dife-
rencias en los usos y sus circunstancias. De esta manera se mez-
claron sujetos y circunstancias de forma casi perversa para jus-
tificar al mismo tiempo medidas de protección y acciones de
violencia. Esto es lo que ha justificado la presencia de centros de
tratamiento cuyo objetivo primordial no es otro que el lucro.
Entonces es fácil encontrar millones de adictos dispersos por
el mundo, aunque hayan usado alguna droga una sola vez o lo
hagan de manera esporádica. Mediante esta actitud se ha cons-
truido una suerte de relación impugnable entre el hecho de pro-
bar la droga y la fatalidad de no poder dejarla nunca más. Des-
de ahí, el término adicto deja de ser un calificativo para conver-
tirse en el significante encargado de significar al sujeto ante los
otros. Significante ético pero íntimamente ligado al cuerpo del
sujeto, como si se tratase de una nueva lepra causante de toda
clase de discrímenes sociales y familiares. Detrás de esta lepra
desaparece el sujeto para que en su lugar aparezca lo intocable e
innombrable.
Con facilidad se pasa por alto que todo esto pertenece al
mundo del deseo. En efecto, cuando los usos devienen conflic-
tivos, podría producirse una suerte de metamorfosis del deseo

65
que ya no precisamente el placer sino la comprobación de que
el placer y el goce, por su caducidad, rechazan toda idea de pe-
rennidad, que sería la ilusión, quizás incluso delirante, de cier-
tos usadores. Las adicciones no alejan el deseo, por el contrario,
se convierten en sus cruzados que conocen que se enfrentarán a
la muerte cuando ya nada responda a sus exigencias de placeres
ilimitados.
Nicolás es un común estudiante de colegio. Tiene 15 años, y
repite lo que, en general, piensan sus pares sobre lo que sería un
adicto, de qué manera lo aprehenden ellos que, justamente, de
una u otra manera, se hallan inmersos, en tanto víctimas, en ese
universal indiscriminador. No se trata, dice, de usar por usar una
droga, incluido el alcohol, sino de no poder dejar lo que hace
menos pesada la existencia, de no poder alejarse de una fuente
de placer que se contrapone a las durezas de la existencia.

A dicto es alguien que no puede vivir sin lo que le mantiene como


feliz, o sea, sin lo que le aleja de la realidad que podría ser doloro-
sa, El alcohólico no quiere vivir en su mundo porque no le gusta y
va a tomar para poder olvidarse de ese mundo, Igual con la droga:
van cambiando las formas de vida para olvidarse de lo que no les
gusta,

De alguna manera, los adolescentes querrían que se pongan


límites a las palabras, que los sentidos se amplíen y tomen en
cuenta otras realidades que están en juego. Pero lo que ha acon-
tecido en el tema de las drogas es que los intentos de poner cier-
tos límites a las palabras para marcar sus sentidos se han desva-
necido pues hacerlo habría implicado producir rectificaciones en
el discurso oficial, algo, si no imposible, ciertamente complejo.
Puesto que el término ha invadido casi todos los espacios socia-
les, políticos y jurídicos, las religiones, la salud, la política y los
sistemas de control social no han hecho otra cosa que dar por en-
tendido lo que primero hay que entender y todos, a su medida y

66
desde sus propias expectativas, usan el término de la manera
más liberal y ambigua posible.
El mismo informante no hace sino dar cuenta de este princi-
pio universal e irrebatible de que todo usador es un adicto. No
habla desde unos supuestos prejuicios personales sino desde el
lugar que la sociedad le obliga a ocupar en los juegos de lengua-
je estatuidos. A él no le serviría de nada saber que una reciente
investigación en Argentina3 demostró que los clínicamente adic-
tos no superan el 10% de los casos.

Sí, basta usar una sola vez para que uno ya sea adicto porque, una
vez que prueba, ya no lo puede dejar,

Si se hablase desde la ética, ya no sería posible dejar de pen-


sar en la estética que exige, antes que nada, que se evidencie a
los sujetos en cada uno de sus actos y en cada espacio que ocu-
pan y construyen. Es esto lo que no acontece cuando, en los dis-
cursos sociales, prevalecen los calificativos supuestamente se-
miológicos convertidos en instrumentos de violencia discrimi-
nadora. Esta podría constituir una de las tantas razones por las
que los discursos oficiales no llegan a sus destinatarios que, pro-
bablemente para protegerse, ya no se sienten aludidos. Si los
discursos pierden su capacidad alusiva, esto es, si ya no se ha-
llan referidos de manera clara y determinante a los sujetos, no
sirven para nada. O cuando se han estatuido de tal manera los
sentidos de las palabras que han terminado perdiendo su valor
de construir metáforas que den cuenta del sujeto y sus condicio-
nes. Es esto lo que aconteció con el término adicto que abarcó
de manera indiscriminada a todo usador de drogas y que logró
construir un sinónimo en el término enfermo.

3 El ministro de Justicia y Seguridad de la Nación, Aníbal Fernández, ase-


guró que “apenas el 5% de los consumidores del país es adicto”. Lo hizo
en la inauguración de las Primeras Jornadas sobre Políticas Públicas en
Materia de Drogas, Buenos Aires, octubre, 2008.

67
Aún cuando algunos consideren que la sociedad se ha esforza-
do por definir el término, lo que ha acontecido es que los discursos
oficiales solo excepcionalmente lo han hecho porque los sentidos
fueron establecidos más allá de cualquier consideración de tipo
práctico y además porque ha sido manejado desde consensos inter-
nacionales. A través de la historia, el asunto de definir la adicción
ha sido un desafío para médicos, jueces, clero, usadores, sus fami-
liares y para el público en general. Existen tantas definiciones po-
tenciales de la adicción como sujetos y cientistas interesados en
definirla. Estas definiciones enfatizan cosas como dependencia fi-
siológica y psicológica, dinámicas familiares, problemas de con-
ducta y moralidad. Una lista que podría extenderse sin fin.
La equiparación de la adicción a una enfermedad no mejora
este panorama en la medida en que se ha producido una relación
directa del llamado consumo con la enfermedad, sin tomar en
cuenta las múltiples ambigüedades del término. En consecuen-
cia, si un muchacho usa una sola vez o lo hace de vez en cuan-
do ya es adicto y por ende enfermo. Por ejemplo, para los Cus-
todios de los Servicios Mundiales, una asociación internacional
destinada al tratamiento de los usos de drogas, la adicción es una
enfermedad. Todo posible acercamiento a la institución se sos-
tiene en este principio primordial.
Más aún, estos Servicios, si bien reconocen que al respecto
existe una franca y amplia discusión, sin embargo, evaden el
bulto ante cualquier tipo de discusión al respecto: “Es el enten-
dimiento y experiencia colectiva de nuestra confraternidad que
la adicción, de hecho, es una enfermedad. No tenemos razón al-
guna para desafiar tal percepción por ahora”. Además, para esta
institución se trata de una enfermedad ante la que cualquier su-
jeto debe reconocerse impotente. De esta manera se cierra el cír-
culo que atrapa al sujeto para anularlo como tal, para que en su
lugar aparezca un enfermo casi incurable.
En su afán de homologar todo y desde su fobia a las diferen-
cias, la sociedad se ha encargado de hacer que en la droga

68
converjan series de realidades y discursos que exigen por sí mis-
mos miradas, actitudes y hermenéuticas diferenciadoras. Las so-
ciedades tradicionales, como las que hablan tan solo de adic-
ción, dejan de lado o desconocen la capacidad del sujeto de
construir sus propias experiencias. Esta es una de las razones
que condujeron a que el llamado drogadicto demande que úni-
camente quien ha pasado por esta experiencia se considere ca-
paz de entenderlo y atenderlo.
Cada vez pierden más consistencia los discursos oficiales
con los que se ha buscado armar posicionamientos y actitudes en
contra de las drogas. Urge rescatar y valorar las experiencias de
los sujetos en tanto constituyen unidades de saber no desprecia-
ble. Es cierto que no es posible homologar las experiencias. Sin
embargo, en el momento del análisis, la similitud de las expe-
riencias podría transformarse en material válido para construir
saberes que permitan entender nuestra cultura contemporánea.
Hacia allá nos llevaría Foucault (1982):

Es desesperante, por ejemplo, que no consideremos el problema de


las drogas más que desde el punto de vista de la libertad o de la pro-
hibición. Las drogas deben convertirse en un elemento cultural.

Es, pues, imperativo entender las drogas como inmensos


conjuntos metafóricos en perpetuo cambio. De suyo, existen in-
numerables metáforas que representan el mundo contemporá-
neo, de igual manera que fueron otras las que permitieron vivir
y representarse en el mundo a las generaciones de otros tiempos.
Por lo mismo, no se pretende señalar que esta sea la única ni la
mejor ni la más adecuada. Solamente se trata de señalar que las
drogas-metáforas constituyen parte de los procesos significantes
que representan la contemporaneidad. Ahí se encuentran sus
contradicciones y maldades, sus éxitos innombrables y sus vir-
tudes, sus decepciones y también las esperanzas que se resisten
a desaparecer. En ellas es posible hallar las ofertas de igualdad

69
incumplidas, las felicidades vendidas a través del markerting y
aquellas logradas mediante las monedas de la ternura.
En los usos de drogas, siempre habrá una subjetividad impli-
cada. Pero no es algo que acontece únicamente desde los sujetos
que las usan sino también desde la sociedad que siempre ha re-
currido a diferentes estrategias lingüísticas para nominar, seña-
lar, clasificar, incluir o excluir. De hecho, si para los usadores la
droga es un inclusor, para otros (profesores, líderes sociales, pa-
pás, mamás, etc.), las drogas se han convertido en los mayores
exclusores, tanto desde el punto de vista de la sociedad que los
aleja como de los usadores que se sienten clara y patéticamente
rechazados.
Cuando se pretende acercarse a los sentidos de las drogas y
sus usos, no es suficiente señalar a quienes se hallan, real o su-
puestamente, presentes en ese corte sincrónico del discurso.
También hace falta pensar y nominar los decires diacrónicos
aún presentes en lo cotidiano que se hace, desaparece y se rein-
venta. Por ejemplo, mientras en otros tiempos regía el principio
de perennidad-durabilidad, el mundo actual se ha apropiado de
la contingencia: juega con ella, la utiliza en todos y cada uno de
los actos, de los lenguajes, de las expectativas y las esperanzas.
El sujeto en su mundo es lo contingente. Pero es necesario to-
mar en cuenta que el sentido de la contingencia no tiene que ver
únicamente con el sujeto que habla sino, sobre todo, con lo di-
cho, con esos juegos de verdades a medias construidas en un
tiempo lógico que es válido ahora pero ya no lo será necesaria-
mente mañana.
La existencia contingente es el producto de las reflexiones
de la filosofía existencialista del siglo XX. Si antes la cultura,
fundamentalmente movida por la religión, pretendió minimizar
el sentido de lo contingente, hoy la misma cultura se sostiene y
actúa desde este principio ineludible en cada acto y en cada de-
cir, como, por ejemplo, cuando se habla sobre las drogas y los
sujetos implicados en ellas, que no son únicamente quienes las

70
usan sino también la misma sociedad que condena lo que ella
misma produce. Es probable que el fracaso casi rotundo de to-
das las campañas antidrogas se deba en buena medida al hecho
de haberse producido y sostenido en la generalización de un su-
puesto sujeto, llamado adicto que, finalmente, ha terminado
dando cuenta de que ese sujeto-adicto no existe, por lo menos no
como lo entienden los discursos social, político y médico.
Richard Rorty (1991) no hace sino recordar lo inevitable de
la contingencia y la ironía que se evidencian en todo su esplen-
dor justamente cuando se pretende negarlas a toda costa. Las
cuestiones que tienen que ver con la cotidianidad, las relaciones
sociales, el sentido de la presencia del ser en el mundo, afirma
Rorty, tienen menos que ver con la ciencia y la misma filosofía
que con el arte o la política. Es, pues, indispensable rescatar la
subjetividad y abandonar todas las generalizaciones que termi-
nan negando al sujeto, conminándolo a su desaparición.

71
LAS MUJERES COMO AUSENCIA

Pese a las evidencias de los aconteceres, el tema de las drogas


ha sido presentado y tratado como realidad eminentemente mas-
culina. Como acontece en muchos otros fenómenos sociales, las
mujeres aparecen casi como convidadas de piedra mediante sos-
tenidos procesos de exclusión que, en lugar de facilitar la com-
prensión y los abordajes del problema, lo han complicado aún
más. A lo largo de la historia se ha comprobado que esas nega-
ciones han pretendido, por una parte, pasar por alto la presencia
de la mujer y, por otra, protegerla de supuestos males a los que
ella se encuentra mucho más expuesta que los varones. Al viri-
lizar el tema de las drogas, a las mujeres se las ha reducido a
simples espectadoras o, lo que es aún más complejo, a víctimas
más o menos pasivas.
Sin embargo, a ellas pertenecen los saberes. Desde los orí-
genes míticos de las culturas, ellas aparecen siempre como las
poseedoras de las claves del saber, del bien y del mal y, sobre to-
do, de las fuentes de lo placentero y lo gozoso. Es probable que,
para que las drogas no aparezcan como las oferentes y dadoras
de placer, una de las mejores estrategias es hacer que las muje-
res se retiren de la escena o aparezcan como actoras propositi-
vamente secundarias.
Sin las mujeres, las drogas quedarían despojadas de la fun-
ción hedónica y de la fuente de toda sabiduría. Es decir, se con-
vertirían en realidad concreta, en cosa que los hombres utilizan
para su propio daño o como ruta de huida de las realidades con-
cretas de la existencia.
De regreso a los mitos, al comer el fruto del árbol prohibi-
do, la mujer se apropia de la fuente de los saberes y se transfor-
ma en la dueña del placer y el goce. En ese momento, hace su-
yo algo que la distingue de manera radical y que la convierte en
el objeto de todos los deseos y, al mismo tiempo, en aquello que
debe ser desconocido si no abiertamente destruido.

72
Con los drogas ha acontecido lo contrario de lo sucedido con
la inscripción mítica de la mujer en el mal. Para la tradición ju-
deo-cristiana, en la mujer se encuentran los orígenes del mal y a
ella corresponde su distribución en el mundo. Con las drogas
acontece lo contrario, a las mujeres se las extrae del mal casi co-
mo si la peste de las drogas no les perteneciera de modo alguno.
Pero no es así en el mundo de las realidades construidas por
adolescentes y en las que no existen excepciones y menos aún
para las mujeres. Quizás, desde las reminiscencias del mito, en
lo que tiene que ver con los inicios de los usos, hasta las colo-
can un paso antes que los varones. Hay lógicas que sustentan
esos inicios tempranos porque las chicas abandonan la niñez an-
tes que los hombres y porque para ellas sería más urgente socia-
lizar su feminidad que para los chicos, su virilidad. La adoles-
cencia es más real para ellas que para los chicos de la misma
edad. Es el testimonio de un joven universitario de Quito:

Se ha visto que las niñas comienzan a drogarse a temprana edad,


Lo hacen inclusive mucho más temprano que los hombres, porque
hay que admitir que, cuando uno es guambra, cuando uno está en
segundo curso sigue jugando con patinetas o con bicicletas, las
mujeres a esa edad ya no piensan en eso y están en contra de esas
cosas, Mientras un chico de la misma edad lleva un Spiderman a
la escuela, ellas llevan maquillaje, Uno sigue despeinado en el re-
creo, ella se preocupan de ir a peinarse, Maduran más rápido y, por
eso, empiezan a consumir más temprano, empiezan a corta edad y
hasta consumen mucho más que los hombres,

La sexualidad pertenece de suyo a la mujer pues en ella se


concentran todas sus significaciones posibles, desde los mitos,
atravesando todas las culturas, hasta convertirse en el paradigma
de la sexualidad. La mujer es la sexualidad y lo que ello signifi-
ca. Es decir, la mujer representa el significante primordial de la
sexualidad y lo que ella implica de seducción, oferta, promesa y

73
realidad de placer y gozo. Por eso se la ha perseguido y ensalza-
do en un único y profundo acto convertido en el referente de ca-
da sujeto y de la sociedad. Eva, la gran pecadora y, al mismo
tiempo, la madre de toda sabiduría y el lugar en el que se desci-
fran los secretos de la existencia.
Por ello, si algo ha sido realmente subversivo en la sociedad
es su presencia seductora, que se ha resistido a veinte siglos de
persecución y de oprobio. Lo ha conseguido mediante un poder
que solo ella posee, el de la seducción, con el que ha echado al
suelo todos los muros de contención levantados por los poderes
civiles y religiosos. Lo femenino atrae, convoca, alucina. Por
eso se ha tratado de colocar a la mujer lo más lejos posible de
los avatares de la cultura, porque en ella se encuentran las fuen-
tes de los deseos.
Puesto que sabe de su poder, se ha recurrido a todas las es-
trategias políticas, religiosas, morales y económicas para con-
vertirla en un ser dependiente. Uno de los ejemplos más claros
de la confusión que provoca lo femenino se encuentra en el tra-
vesti que, desde su posición perversa, pretende reunir en sí la
exaltación de la mujer y la burla a los supuestos poderes de lo
masculino. Imagina que, uniendo lo masculino y lo femenino en
un solo ser, llegará al poder absoluto de la sexualidad. Pero, en
realidad, como heredero de una cultura misógina, el travesti ter-
mina afirmando que lo femenino no es más que una impostura
que él pretende desenmascarar.
Una impostura eminentemente ética que los usos de drogas
podrían hacer tan evidente como la prostitución. Por eso la so-
ciedad de los adultos considera que para la familia es mucho
más grave y doloroso saber que la hija se ha introducido en ese
tenebroso mundo. Lo dice una mujer:

Es mucho más doloroso tener una hija que se droga, porque en las
mujeres esto es más conflictivo, En mi casa, cuando se trataba de
las mujeres, todo era pecado, todo era malo, Yo tenía que estar le-

74
jos del ron, del tabaco, Mi madre nos tenía encerradas porque to-
do era peligroso, Por lo mismo, debíamos hacerlo todo a escondi-
das, de tal manera que nunca se enteren de nada,

Al mismo tiempo que se la presenta como la suma de los po-


deres con los que ha sido capaz de destruir sujetos, pueblos y na-
ciones, se la ha colocado en los espacios de la debilidad suma y
de la desprotección. Antes de ser la tentadora aparece como la
víctima de la tentación del otro que la induce al mal. Por eso, pa-
ra la sociedad de la tradición, cuando usan drogas, no lo hacen
por sí mismas sino porque han caído en la tentación provocada
por sus amigos seductores. Cuando se trata del bien, cada sujeto
es su autor y dueño único. Ante el mal, urge buscar un culpable.
Entonces, la supuesta fortaleza ha sufrido una metamorfosis y se
ha convertido en debilidad. Lo dicen las mismas mujeres adultas:

Bueno, yo creo que los chicos tienen mucha más capacidad de de-
cisión que las chicas, El chico sabe que consume porque él lo quie-
re, En el caso de las chicas, es más difícil porque ella sigue al otro,
porque a veces, ya que la pareja consume, entonces ella dice: Yo
también consumo, o porque sus amigos te dicen: Qué es eso, he-
cha la puritana, Entonces te empujan, Creo que se presiona más a
las mujeres,

Los usos de drogas darían cuenta de la necesidad de resca-


tar la contingencia para enfrentar a la parte oficial del mundo,
que no deja de creer, afirmar e imponer verdades absolutas y
universales como las que se han tejido en torno a las mujeres. La
caducidad, por su parte, ubica por igual a mujeres y hombres en
los usos por cuanto ellas y ellos se encuentran igualmente com-
prometidos en esa vocación hedónica de la contemporaneidad.
Por lo mismo, dicen que nadie las presiona, que lo hacen
porque lo desean, porque es parte de su estar en un mundo en el
que las drogas ocupan espacios cada vez más grandes y obvios,

75
espacios físicos pero también hechos con nuevas éticas. Proba-
blemente, dicen, existan más usadores que chicas, pero que eso
carece de importancia.

Yo creo que ahora es igual: no hay mucha diferencia entre los chi-
cos y las chicas, aunque eso sí las chicas se van más por el lado de
la marihuana, drogas suaves, mientras que los varones buscan al-
go más fuerte porque a ellos la marihuana ya no les causa mucho
chiste,
En la universidad, por ejemplo, son muchísimas las chicas que
usan, Hay tantas chicas como chicos, Y ya no es mal visto, como
lo fue en otras épocas, antes eran miradas como perras,

La mujer representa el paradigma de lo erótico, y es ella la


que se encarga de erotizar el mundo, la misma sexualidad, los
lenguajes y la vida cotidiana porque en ella se ubicaría lo más
imaginario de la existencia. De ahí su parentesco legítimo con lo
poético del estar en el mundo, su función creadora. A ella le co-
rrespondería convertir en realidad la ontopoiesis a la que se re-
fiere Heidegger.
Por ende, imposible que la mujer pueda marginarse de los
usos porque ahí se encuentra el producto privilegiado de este tra-
bajo, el sentido de la contingencia, con el que se pretende, más
que negar la presencia de la mujer, colocarla en un paréntesis pa-
ra que pase desapercibida. Si la mujer se encuentra ahí presente,
parece más lógica la pretensión de construir mundos continuos,
duraderos y estables. En el extremo de un tiempo mágico, se po-
dría colocar a un muchacho con una chica fumando marihuana
para que, desde sus imaginarios, una felicidad se extienda más
allá de las caducidades estatuidas. Más o menos similar a lo que
escribe Octavio Paz (1994:10): “El agente que mueve lo mismo al
acto erótico que al poético es la imaginación. Es la potencia que
transfigura al sexo en ceremonia y rito, al lenguaje en ritmo y me-
táfora”. Y este agente no puede ser otro que la mujer.

76
Precisamente sería esta escena la que con mayor fuerza jus-
tificaría mirar y analizar los usos de drogas como parte de los
juegos de lenguaje y de las construcciones metafóricas que las
nuevas generaciones usan para dar cuenta de su sexualidad.

Hay chicas junkeras y roqueras que usan drogas, pero se controlan:


pueden controlar sus estímulos y deseos, prueban una vez, o en el
concierto, pero no lo vuelven a hacer más, y se olvidan, La que era
mi novia solamente se drogaba cuando le tocaba ir a los concier-
tos, entonces era cuando tenía que vestirse con sus correas metáli-
cas, pintarse los ojos de negro, solamente ahí,

Ciertos usos llegarían a formar parte de ese puente que el su-


jeto construye para arribar al otro, al amor, a la sensualidad. En
ese momento, desaparece la sustancia como tal y en su lugar po-
dría aparece una suerte de enlaces que poseerían cierto carácter
poético. Es indispensable aceptar y promover la desaparición de
los significados propios para ir a aquellos que muchachas y chi-
cos construyen en sus cotidianidades. Es necesario ir a las fic-
ciones organizadas por el lenguaje cuando se trata de entender
las realidades. Estas ficciones se expresan en los lenguajes que
poseen la tarea de construir nuevas realidades. Al respecto, dice
Eco (1999:54): “Lenguajes diferentes organizan la experiencia
de forma diferente (…), la cosa en sí es inasible por parte de
quien construye el lenguaje”.
En este espacio de ficciones puede aparecer la mujer como
la reguladora de los excesos, los placeres y los goces, probable-
mente porque posee, más que nadie, la capacidad de vislumbrar
el mal y la muerte. Esta sería una de las razones por las que los
chicos las llevan al grupo, más o menos como acontece con los
consumos de alcohol.

Cuando estamos solo hombres, todo el mundo fuma lo que le da la


gana, La marihuana no es que te haga perder totalmente la con-

77
ciencia, Pero, cuando estamos con ellas y vamos a fumar o si va-
mos a tomar, todo el mundo se controla, Ellas nos hacen dar con-
ciencia de hasta dónde podemos llegar,

El amor también forma parte de las rutas que recorre el su-


jeto para saber más de sí mismo y del otro. Por su parte, la mu-
jer ocupa ese lugar privilegiado pues se ha constituido en ruta
del saber y hasta en el saber mismo. Por ende, es casi unánime
el criterio de que las muchachas no son presionadas para usar
drogas aunque sí para hacer el amor porque, parecería, les resul-
ta menos comprometedor compartir un porro que hacer el amor,
más aún si se trata de la primera vez.

Depende del criterio de la chica, porque es común ver chicas que


se drogan y sí son vírgenes, Entonces en ese caso es más fácil re-
cibir las drogas que perder la virginidad,

El amor sigue siendo una apuesta contra el futuro en ese in-


tento de llenar de sentido al presente en tanto tiene que ver con
la intimidad. Muchas chicas únicamente desean ubicarse en esa
orilla en la que el deseo debe permanecer sin exigencia de actua-
ción alguna, es decir, en los territorios de la seducción nada más.
La libertad de la sexualidad no implica que necesariamente las
chicas pasen al acto, puesto que lo que buscan es apropiarse de
sus deseos y de sí mismas, saberse dueñas y no esclavas, sujetos
y no objetos.
Lo que apareció como diferencia anatómica de los cuerpos
ha pasado a la diferencia metafórica de la existencia, lo que ha-
ce que la sexualidad haya logrado una especie de autonomía,
tanto lingüística como corporal, hasta convertirse en uno de los
significantes primordiales de la libertad, de modo muy particu-
lar en la mujer. De ahí que las mujeres rechacen, cada vez con
mayor claridad, cualquier clase de violencia, en especial aque-
llas mediante las cuales se pretende obligarlas a hacer el amor

78
cuando no lo desean. Entonces, los usos de drogas por parte de
ellas podrían transformarse en estrategia utilizada por el otro
para violentar más fácilmente una voluntad así supuestamente
debilitada.
Como el siguiente testimonio existen muchos otros atrave-
sados por actitudes equívocas que dan cuenta de la oposición
permanente que existe entre los discursos y los deseos, entre lo
consciente y lo inconsciente, entre la norma que exige ser respe-
tada y la otra cara de la ética, en la que habita el mal o la mala
voluntad del deseo que desconoce el deseo de otro.

Nunca he sabido de chicos que presionen a las chicas a consumir


para hacer el amor, para tener relaciones, Pero, ciertamente, en al-
gunos casos, podría darse eso de obligar a usar para tener relacio-
nes, Pero yo te apuesto a que, en la mayoría de los casos, si esta
chica no quiere hacer el amor, yo te apuesto que le doy cualquier
cosa para que lo haga, porque en el fondo es una cuestión de fra-
ternidad,
Porque, bueno, sí se le pone algo en el trago, aunque depende de
ella también, aunque claro eso no se hace con la enamorada, por-
que si son enamorados es más probable que no se la presione, por
eso depende de las circunstancias, A demás, como que los sentidos
se agudizan, se siente más placer, todos los sentidos se encuentran
más activados,

Por otra parte, también es preciso reconocer que no faltan


chicas que aprovechan los efectos ablandadores de la marihua-
na para acceder a lo que, de otra manera, rechazarían. Sin em-
bargo, los actos no se deben a causalidades lineales y exclusi-
vamente conscientes. No es que se hace el amor a causa de las
drogas sino que, tanto consciente como inconscientemente, se
esconde el deseo tras los bastidores de las drogas para, llegado
el momento de los posibles remordimientos, sirvan de chivo ex-
piatorio. Imposible pensar que los encuentros eróticos cierren

79
los ojos para no ver ni el deseo ni el cuerpo del deseo. Como di-
ce Octavio Paz, vestido o desnudo, el cuerpo es ante todo una
presencia: una forma que, en el instante de ser mirado, tocado,
sentido, representa todas las formas del mundo. Al tener entre
los brazos esa presencia, ya no se la advierte porque ya no es
solo presencia sino que ha tomado la forma del deseo, es el de-
seo hecho sujeto que, a su vez, pierde identidad para devenir
placer y gozo.

Entonces son hombres y mujeres, Son ellos que, mediante esta


reacción, mediante el estímulo que produce la droga, les hacen per-
der el control, Entonces empiezan a excitarse entre ellos, entonces
se ganan el uno a la otra, entonces se demuestran amor, se compla-
cen,

A la mujer le corresponde testimoniar que, con las drogas y


con el amor, los cuerpos se hacen diferentes por cuanto en esos
ritos se produciría una suerte de acopio de imaginarios que cons-
tituyen la materia significante con la que se hace la feminidad.
Este proceso sería imposible sin la presencia del otro al que se
dirige todo deseo. En efecto, los usos de drogas, más allá de su
posición socialmente conflictiva, representan un llamado al otro
de la cultura. Cuando los actos se cierran sobre sí mismos, cuan-
do excluyen la apelación al otro, entonces se desprenden de su
valor significante y permanecen como actos puros.
La apertura de la vía de la experiencia es condición de acce-
so a la responsabilidad subjetiva por cuanto allí se encuentra el
otro. Por lo mismo, lo más conflictivo de un uso se produciría
cuando se coloca al otro lo más alejado posible de la escena4. En

4 Esto puede verse en las posiciones de ciertos usadores compulsivos que


no cesan de decir que esos usos son asuntos suyos y que nadie tiene que
ver en ellos. Como se trata de algo totalmente personal, entonces, dicen,
los otros harían bien en no opinar y, por supuesto, en no ofertar nada que
no hubiese sido demandado de manera explícita.

80
ese momento, el uso y las experiencias se tornan autorreferen-
ciales, y la conflictividad podría llegar a sus extremos.
Es importante valorar la presencia del otro en cada experien-
cia con las drogas, para que no permanezca tan aislada que exi-
ja ser rescatada tan solo por otra experiencia igual que la provee-
ría de sentido, lo cual es realmente imposible. Como señala
Giorgio Agamben, en las sociedades tradicionales, la experien-
cia personal fácilmente se convertía en criterio de autoridad.
Como se verá más adelante, para conseguir dinero para las
drogas, los chicos tienen entre manos múltiples estrategias, so-
cialmente aceptables unas, y otras violadoras de las normas, co-
mo robar, por ejemplo. Cuando se trata de las mujeres, y desde
la perspectiva de los hombres, la estrategia más señalada es jus-
tamente la que tiene que ver son su sexualidad e incluso con el
amor. Las mujeres no lo dicen con tanta seguridad como lo ha-
cen sus pares varones, tal vez por mantener las distancias de su
propia honorabilidad, pero también probablemente porque no
sería el mejor recurso ni el más frecuente ni el mejor visto por
la sociedad. Una joven mujer utiliza el lenguaje de la comunica-
ción telefónica celular para referirse a chicas que negocian con
su cuerpo la adquisición de drogas.

Hay esas chicas prepago de las que se habla, Son chicas que real-
mente se prostituyen para conseguir dinero para consumir drogas
y tener algún efectivo para darse ciertos gustos, A veces, la droga
es la forma del pago más que el efectivo, Son acompañantes, Igual
siempre están metidas con gente de la política o gente que tiene ac-
ceso a la droga,

La idea de la mujer fácil posee múltiples variaciones que po-


drían ir desde una supuesta predisposición permanente para ac-
ceder a las demandas del hombre, pasando por aquellas que vi-
ven en perenne necesidad de dar rienda suelta a su sensualidad
y erotismo, hasta la prostituta que moviliza el cuerpo al ritmo

81
del dinero. Baudrillard se referiría a esto como a la relación exis-
tente entre el poder de los signos y la labilidad de la crítica que
asume como cierto aquello que está obligada a probar. Los cuer-
pos y los deseos se organizan al vaivén de una semiótica que
juzga y prejuzga a la mujer desde lo que siempre se ha dicho de
cada una de ellas, como Freud que no dudó en afirmar que en
cada mujer coexisten una monja y una prostituta hasta que pudo
confesar que nunca las comprendió porque le estuvo vedado to-
do acceso a eso que llamó dark continent.
El informante comienza excusándose de lo que va a decir.
Puesto que sabe que va a hablar mal de las mujeres, coloca tam-
bién a los hombres en la ética de los controles débiles para así
asegurarse de que no ofenderá a nadie. El a veces con el que da
inicio al testimonio da cuenta de la supuesta crónica debilidad
moral que caracterizaría a las mujeres.

La verdad es que, a veces, las personas perdemos el control y no sa-


bemos lo que estamos haciendo, Pero sí hay un mayor nivel de pros-
titución en ellas. Hay muchas mujeres que se venden para producir
dinero porque necesitan de esas sustancias, porque hay personas de
muy bajas posibilidades económicas, y entonces tienen que buscar
dinero de donde sea para poder tenerlas, No he sabido de niñas que
estén en la prostitución, pero sí de chicas adolescentes,

Mientras los varones roban, asaltan y hasta asesinan para


conseguir dinero, a las mujeres se les concede una suerte de
ventaja al colocarlas en la prostitución para que junten en su so-
lo acto dos realidades socialmente denigrantes y perseguidas.
Esto se potencializa al colocarlo en adolescentes que así desha-
cen los imaginarios sociales de bondad y bienestar que se depo-
sita en ellas. En otras palabras, aunque sea de manera indirec-
ta, se confirman los decires sobre una adolescencia que ha per-
dido rumbo y que hace tabula rasa de toda ética. El informante
es un antiguo usador:

82
Las peladas se prostituían por drogas, y también había varones que
se prostituían, Hay casos en los que se acuestan con el brujo y, si
se da el caso de que la que vende es una mujer, entonces él se
acuesta con la bruja, Esta tipa debe haberse acostado con unos cin-
cuenta,

A diferencia de lo que podría acontecer con la sexualidad, no


es pertinente otorgar algún carácter utilitario a los usos de drogas,
de modo particular cuando se trata de sujetos cuyos usos no son
precisamente conflictivos. Ni las fantasías ni los lenguajes po-
seen un carácter utilitario. Ni siquiera desempeñan rol alguno en
el teatro de la existencia. Las fantasías, que son la morada natu-
ral de las drogas, no sirven para algo. Son, están allí, forman par-
te de la existencia, construyen los lenguajes y sostienen la exis-
tencia. Con demasiada frecuencia se olvida que la nuestra es, an-
te todo, una existencia fantasmal y que, por ello, deseamos, bus-
camos lo placentero y, aunque parezca contradictorio, también lo
doloroso y hasta lo social y personalmente abominable.
Los mismos usadores se encargan de aclarar que los usos de
drogas y los ejercicios de la sexualidad son realidades distintas
y que, por lo tanto, no se las debería confundir ni unir en una fal-
sa relación causa-efecto. Una supuesta relación entre las dos es-
taría destinada a desprestigiar las prácticas de la sexualidad en
las mujeres de quienes se dice que, bajo el efecto del alcohol o
de las drogas, no se resisten. Sin embargo, es preciso reconocer
que tanto el alcohol como las drogas tienden a incrementar los
deseos sin que ello implique ninguna relación de dependencia
necesaria entre la sexualidad y las drogas. Es lo que dice una de
las informantes:

La verdad es que cualquier droga aumenta tus sentimientos, y, si


estás en un medio especial y si un hombre te toca, tu sentimiento
sexual se incrementa, Entonces a veces una puede usar más para
que no haya ningún tipo de resistencia a tener sexo,

83
Pero hay que tomar en cuenta que las drogas y el sexo son cosas
diferentes: así como nadie te obliga a usar drogas, en general, na-
die te obliga a tener sexo, Por otra parte, hay que pensar que el se-
xo no es dañino, en cambio, las drogas sí lo son,

Para entender la complejidad del sujeto y sus usos de drogas,


es indispensable aceptar el carácter fantasmal de la existencia.
Al mirar las drogas desde la pura subjetividad, se entendería,
quizás con más claridad, que ahí hay un llamado al otro que, por
su parte, no puede responder sino mediante sus lenguajes5. Por
ejemplo, para Michel Foucault, los usos de drogas darían cuen-
ta de un proceso de desexualización del placer que, de alguna
manera, se opondría a las pretensiones del Estado que, median-
te una anátomo-política, pretende hacer del cuerpo una máquina
destinada a la docilidad política y a la utilidad económica.
Se trataría de un mecanismo destinado a regular la vida pa-
ra que el sujeto sea normal y justo. De esta manera, según Fou-
cault, se mantienen controles permanentes sobre el cuerpo tanto
como realidad subjetiva y como parte de la colectividad. Justa-
mente en este punto se psiquiatriza el micro y el macro mundo
de los sujetos como estrategias para sostener el control. Juan
Piazze (2006) comenta a Foucault:

A partir de datos biológicos se establece la norma, con lo que tiene


lugar una psiquiatrización del cuerpo colectivo. Por tanto, la psi-
quiatría más que responder a exigencias de orden epistémico, des-

5 Desde esta perspectiva, se ve más clara la escasa utilidad que brindan las
encuestas y los datos epidemiológicos para entender esta “realidad” de
las drogas y la de los usos. No se trata de menospreciar esos trabajos úti-
les al momento conocer los estados de la situación. Pero la tendencia a
pensar que las estadísticas son suficientes para explicar y entender los
problemas de las drogas provoca que las subjetividades queden subsumi-
das, es decir, anuladas en los datos. Y esto es aún más grave cuando cier-
tos investigadores han pretendido hacer que lo subjetivo pase también al
número.

84
cubrir nuevas verdades en torno a la composición psíquica huma-
na, responde también a una nueva forma de dominio adoptada por
los mecanismos de poder. El control de la población debe conside-
rarse no solo como una realidad social sino también biológica.

En esos nuevos espacios ya no se sabe bien si se administra


la vida o la muerte, no solo desde las instancias de poder sino
también desde el sujeto, como acontece en quien usa drogas has-
ta llegar a los extremos en los que la muerte se encuentra en ese
paso más allá que suele llamarse sobredosis. Hace falta pensar
que estas realidades pertenecen, al mismo tiempo, al orden del
poder, del placer, del sufrimiento, de la vida y de la muerte.

85
DOS
LAS RAZONES RAZONABLES

¿Qué tiene tu veneno que me quita la vida solo con un beso


y me lleva a la luna y me ofrece la droga que todo lo cura?
Dependencia bendita; invisible cadena que me ata a la vida
y en momentos oscuros, palmadita en la espalda y ya estoy
más seguro

(ROJITAS DE LA BANDA ESPAÑOLA EXTREMODURO)


Imposible que se dé un acto o fenómeno, natural o social, perso-
nal o cultural, sin que, de manera inmediata, no se busquen ra-
zones que lo expliquen. Cuanto más complejos aparecen los
acontecimientos, cuanto más difícil resulta ir de manera directa
a sus orígenes, más fuerte es la tentación de recurrir a la simple-
za de lo mágico o a lo comprometedor de la moral. Este segun-
do recurso casi siempre ha resultado eficaz pues los compromi-
sos de carácter moral se hacen más evidentes igual que las posi-
bles rectificaciones. De esta manera, todo se reduce a la buena o
mala voluntad de los sujetos, a su compromiso existencial con el
bien y con el mal.
Para la tradición cristiana y liberal, el recurso a la moral an-
te los conflictos resultó siempre eficaz en la medida en que así
se comprometía a los sujetos con su mala o buena voluntad, con
su afán de demostrarse ante los otros como justos o indignos. De
esta manera se ha colocado, con las diferencias de forma, en la
misma red causal a ladrones, violadores, asesinos, prostitutas,
drogadictos y alcohólicos, pues todos andan mal, botan por la
borda su vida desperdiciándola de manera incomprensible e
inadmisible.
Basta, por ejemplo, recordar que el Vaticano recientemente
ha hecho pública la nueva lista de pecados en la que consta de
manera explícita el uso de drogas. Así la Iglesia se lava las ma-
nos y queda en paz, pues todo lo que les acontezca a chicas y
chicos es asunto de su propia decisión en la que ella nada tiene

89
que ver, al tiempo que permanece como madre buena siempre
dispuesta a acoger benévola a los descarriados que acuden, arre-
pentidos, a tocar sus puertas.
Se trata de un simplismo que ofende la profundidad y la
complejidad de la vida y de la cultura. Pero este simplismo no
es propiedad privada de los movimientos religiosos, pues tam-
bién pertenece a ciertos pensamientos sociales y políticos. El
convencimiento, primero, de que los usos de drogas, sin ningún
tipo de distingo, representan una enfermedad que exige trata-
miento especializado y, segundo, de que el Estado está obligado
a atender oportuna y adecuadamente esta demanda, no es sino
una prueba más de este simplismo ideológico.
Así como la religión ubica los usos de drogas en el mal, la
política no duda en situarlos en la enfermedad. De esta manera,
se ha logrado que el discurso de la moral sea sustituido aparen-
temente por el de la academia que, por supuesto, posee visos de
valor y autenticidad. Se considera que con el solo hecho de que
un grupo de médicos y psicólogos, por ejemplo, enuncien el uso
de drogas como enfermedad, se han encontrado las causas y las
soluciones a un problema que preocupa y asusta a la sociedad.
Por otra parte, situar los usos en el campo de la enfermedad apa-
cigua las conciencias morales de las familias y, de modo parti-
cular, de las autoridades.
Sin embargo, las motivaciones que intervienen en los usos
pueden ser tantas cuantos usadores existen, lo cual impediría
realizar un recuento de las mismas. Pero existen discursos que
se repiten y que dan cuenta de razones, aunque sean tan solo par-
ciales, de estas motivaciones derivadas de las nuevas condicio-
nes en las que se hacen las generaciones actuales.
Es preciso reconocer que se han conformado espacios y mi-
croculturas juveniles en y desde las cuales adolescentes y jóve-
nes desarrollan sus procesos de inserción en el mundo.
En efecto, ante la incertidumbre y los riesgos, las nuevas ge-
neraciones crean y recrean microculturas propias con las que se

90
enfrentan a la caducidad de las viejas certezas de los sistemas
educativos, familiares, religiosos y políticos. Se sienten amena-
zados por el riesgo de una insignificancia personal. Para hacer
frente a este horror de carácter ontológico no cuentan con otra
alternativa que la de crear grupos en los que construyen sus nue-
vas verdades con sus lenguajes que les aseguran fluir en el mun-
do para no quedar atrapados en el sinsentido.
Así crean nuevas identidades lingüísticas y otros cuerpos
con estéticas propias con lo que se disponen a lograr renovadas
experiencias de vida que incluyen tanto el placer como el sufri-
miento, las posesiones igual que las carencias. Ya no se trataría
tan solo de modos de vida, sino de mundos de vida en los que
expresan sus experiencias vitales y que podrían discordar de ma-
nera casi radical con los estilos de vida de los adultos y de la tra-
dición. Se trata de espacios en los que adolescentes y jóvenes
generan e intercambian toda clase de informaciones y de cono-
cimientos sobre sí mismos, sobre las realidades que los incum-
ben, sobre sus éticas y estéticas y las de los adultos.
En consecuencia, imposible analizar las relaciones entre
los sujetos y sus drogas fuera de este mundo de vida porque
cualquier intento estaría destinado al fracaso ya que han llega-
do a formar parte de las prácticas estéticas que dan sentido a su
cotidianidad.

91
CAMINOS DEL SABER

Ser sujeto exige formar parte de los procesos mediante los cua-
les se construyen las verdades y se cuestionan todos los saberes.
Es posible que esta se haya constituido en la característica pri-
mordial del ser de nuestro tiempo, en el que los límites de los sa-
beres y de la verdad no han desaparecido sino que han sido cues-
tionados. No se trata de negar la existencia del misterio sino de
enfrentarlo y dar la cara a todo, pues ya no existe razón alguna
que justifique el sometimiento a lo inexplicable. De hecho, si al-
go no puede ser encarcelado y sometido con grilletes es el deseo
de saber. Ello implica que existe un nuevo tipo de ser que, como
nunca antes en la historia, se siente ofendido, por así decirlo, an-
te lo incomprensible. De alguna manera, el sujeto contemporá-
neo no puede aceptarse a sí mismo desposeído tanto de pregun-
tas como de respuestas.
Adolescentes y jóvenes no pueden permanecer estáticos en
la orilla de la pregunta porque saben que únicamente caminan-
do hacia adelante es posible vivir. Se habla de curiosidad, recu-
rriendo a la ancestral fórmula con la que se interpretó esta urgen-
cia de saber para desacreditarla, para colocar al saber casi en la
ruta del mal. A lo largo de la historia, no todos los saberes fue-
ron legitimados por sí mismos. Por lo contrario, muchos debie-
ron pasar primero por las cribas de una moral que juzgó tanto las
interrogaciones de los sujetos como sus respuestas. Sus estilos
de vida forman parte de las estrategias con las que cuentan en el
proceso de construir identidades. Como dice Soli Blanch
(2009:9): “La creación de estilos de vida forma parte de las op-
ciones identitarias de los jóvenes que definen, así, su condición
de miembros de la cultura juvenil”.
Desde aquella perspectiva, la urgencia de saber de Eva fue
tan perniciosa como los caminos seguidos para conocer. El árbol
de la sabiduría no siempre fue bendecido. Por eso la curiosidad
se convirtió en una de las razones que mueve a chicas y chicos

92
a probar del fruto del bien y del mal. Algo importante debe ocul-
tar aquello que tan afanosa y terminantemente se prohíbe. Y co-
mo acontece en el mito, frente a lo que se niega aparece otra pro-
puesta que habla de bienaventuranzas, de saberes totales, de pla-
ceres. Los dueños del saber y la verdad lo han prohibido porque
conocen que, si comiesen los frutos de este árbol, los sujetos se
convertirían en dioses, es decir, en sabios. No es nada pequeña
la promesa y es demasiado tentador aquello de ser como dioses
y arribar así a la fuente de saberes y placeres inusitados. Como
puede leerse en los antiguos textos de los Vedas: “Hemos bebi-
do Soma, nos hemos hecho inmortales, hemos llegado a la luz,
hemos hallado a los dioses”.
Como en los mitos, acuden los tres personajes: el amigo que
ya ha experimentado, el fruto prohibido y el que desea llegar a
aquello que el otro no pretende ocultar.

Yo creo que la mayoría de veces, se prueba por curiosidad, como


sales con tu grupo de amigos y por ahí uno está consumiendo y te
dice si lo quieres probar para elevar tu ánimo, y tú, como estás ahí,
dices bueno, Entonces esos son los dos factores principales, los
amigos y la curiosidad, y esto da igual para chicos y chicas,

Esta sería una de las formas a través de las que el sujeto se


permite a sí mismo ser significado en el placer. Podría acontecer
que todo se agote en una sola experiencia, pero podría suceder
que esa significación demande una serie de repeticiones.
El adolescente, por ejemplo, sospecha que con esa marihua-
na que le oferta el grupo sería capaz de descubrir nuevas razo-
nes que le expliquen la vida entendida tan solo como cotidiani-
dad. No se puede, pues, ni encasillar ni educar el deseo, a lo más
hacer que pase por los registros de un orden que dé cuenta de la
cultura. Sin embargo, la cultura no es ni unívoca ni absoluta-
mente estatuida en torno al bien y el mal. Por el contrario, es
aquello que, antes que nada, es capaz de evidenciar las contra-

93
dicciones en las que se hacen y viven los sujetos. El deseo es el
sujeto, es aquello que lo representa ante el universo de los otros
y de la ley, es su palabra a través de la que denuncia que no po-
see sino tan solo un algo de saber, de verdad y de goce.
¿En qué consistiría la educación del deseo? Nadie lo sabe
porque, en el instante mismo de conocerlo, desaparece, muere.
Porque el deseo surge ante la presencia de la ausencia. El deseo
se despierta y desea desear, desea el objeto creado por el mismo
deseo. Se desea desear, como dice Lyotard (1989), y solamente
en ese momento es posible producir los objetos de deseo. La ci-
ta pertenece a Khalil Gibrán (1918):

A noche inventé un goce nuevo y me disponía a gustarlo por pri-


mera vez, cuando un ángel y un demonio llegaron presurosos a mi
casa. A mbos se encontraban en mi puerta y disputaron acerca de
mi placer recién creado. Uno de los dos gritaba: “Es un pecado”.
Y el otro, en igual tono, aseguraba: “Es una virtud”.

En esta ambivalencia se sostiene la condición del sujeto


que exige ser reconocida en cada acto. Cualquier intento de
anularla conduciría a la supresión de la subjetividad, a su alie-
nación al deseo del otro, porque desde la ambivalencia se ex-
plican tanto la virtud como el mal y, sobre todo, la dinamia del
deseo que nunca cesará en su búsqueda de estrategias para ha-
llar su realización.
La curiosidad es el camino de la sabiduría. Es probable que
los adolescentes de ahora hayan hecho de ese camino una suer-
te de propiedad privada. La necesidad de experimentar lo que
hace la existencia diaria pertenece a la ética del existir en el
tiempo personal. Aun cuando la fórmula se exprese en forma ne-
gativa, la idea es que las propias actuaciones en el grupo los jus-
tifican ante sí mismos. Si cada ser no justifica su vida ante sí
mismo, es inútil que pretenda hacerlo ante los otros. La familia
dejó de ser el referente primordial de las justificaciones.

94
Claro que yo contaba con principios de la casa, pero sí, yo me ini-
cié por experimentar y porque un amigo me dijo, Prueba esto que
te va a gustar, pero de hecho lo probé por curiosidad, entonces ya
no era necesario que él me lo diga,

Por otra parte, parecería que el tiempo de la edad cronológi-


ca no coincide con los otros tiempos lógicos de los sujetos que
priman sobre las consideraciones lógicas de la sociedad. Las
nuevas generaciones funcionan con otras categoría temporales,
algunas de las cuales incluso ya fueron presignificadas por
Nietzsche cuando se refería a esas fuerzas plásticas propias, no
solo de cada sujeto, sino también de la sociedad que los impelen
a cambios que, en ciertos casos, pueden llegar a ser radicales.

Me refiero a esa fuerza para crecer peculiarmente desde sí mismo,


para transformar lo pasado y lo extraño e incorporarlo a uno mis-
mo, para curar heridas, remplazar lo perdido, para recrear formas
rotas.

En esto consiste, precisamente, esa suerte de razón natural a


la que hace referencia el informante adolescente. Pertenecer y
permanecer en lo “natural” no significa otra cosa que aceptar las
posiciones equívocas del sujeto y su actitud de esquivar todo
aquello que lo aleje de las posiciones ambivalentes. Esto testi-
monia, una vez más, el hecho de que las culturas juveniles no
son uniformes y que, desde esa diversidad, se considera el uso
de drogas como parte de la pertenencia al grupo y como una de
las múltiples formas de sus expresiones sociales que se legiti-
man por esa pertenencia. Finalmente, las culturas juveniles di-
fieren de las adultas en el fondo y en la forma. Por otra parte,
pretende distinguir con claridad las éticas de los adolescentes,
entre quienes estos temas fluyen de manera espontánea y valida-
da por sí mismos, de lo que acontece con los adultos enredados
en sus propias hipocresías.

95
Es un criterio generalizado de que mientras el consumo esté en lo
natural está bien, Por eso creen que mientras estén consumiendo lo
natural no van a tener ningún problema, Por eso tienen más miedo
a las otras drogas como la base, la coca, etc., Me refiero más a los
jóvenes, a los adolescentes, porque con los adultos como que es
más difícil, ellos siempre tratan de socapar estos temas, como que
no ocurrieran, Por eso es que es más difícil hablar con ellos,

En otro momento se analizará la función de la ambivalencia


en torno a la vida y la muerte, el placer y el sufrimiento. Para La-
can, por ejemplo, sería imposible abordar al sujeto si no fuese
desde la pulsión de muerte que lo constituye. ¿Se encuentra la
muerte presente en esta clase de distinciones que, según algu-
nos, colocarían a los adolescentes jugando de manera peligrosa
con la vida y la muerte? Si se pensase en los usos de drogas co-
mo parte del enfrentamiento a la vida y la muerte, se podría ha-
blar de esta ambivalencia. De todas maneras, difícil aceptar que
la muerte sea la gran organizadora del orden simbólico, tal co-
mo afirmaba Lacan (1979), cuando pensaba en la mortificación
del goce como condición inapelable para la instauración de lo
simbólico en el sujeto.
¿Por qué la prohibición debería equipararse a la muerte?
¿No es esta una de las cuestiones que enfrentan la tiranía de la
ley y la ley del tirano cuando la arbitrariedad se convierte en ré-
gimen legal inapelable y que aparece en el supuesto mito del pa-
dre de la horda primitiva imaginado por Freud? No es cierto que
únicamente la amenaza de muerte sea capaz de instaurar en el
sujeto la norma y su aceptación. Esta es una posición eminente-
mente teocrática contra la que se reveló Kierkegaard (2001), y
que varias veces aparece en el pensamiento freudiano.
Pero es necesario ir más allá para lograr entender, aunque
solo sea de modo parcial, circunstancial y provisional, los senti-
dos que las drogas poseen para las nuevas generaciones, las más
autorizadas a hablar de este tema.

96
En la medida en que las drogas se encuentran en la vida co-
tidiana, no es dable alejarlas de los modos de entender, inter-
pretar y vivir el mundo por parte de los chicos, las muchachas
y los jóvenes de ahora. Caso contrario, los intentos de enten-
der el fenómeno caerían o en los lugares comunes o en el ana-
cronismo, algo sumamente grave pues obstaculizaría de mane-
ra radical el proceso.
No existe la mortificación del sujeto como condición de ser.
Por el contrario, es el saber lo que lo alienta a existir entre los
otros. Volar, probablemente, haya sido una de esas elementales in-
quietudes de los seres desde la prehistoria. Volar implica contar
con el poder de abandonar lo que se posee para ir en pos de lo des-
conocido. Quien vuela se eleva sobre los otros y arriba a lugares
no imaginados en los que pretende hallar lo que busca, que no es
otra cosa que las razones de su existencia. De hecho, no existe
otra preocupación más grande que la de producir esta suerte de
desprendimiento del espacio común para crear otros nuevos.
No interesan los vuelos de los pájaros sino las levitaciones
de los llamados santos, que pretendieron desprenderse de la ma-
terialidad de las cosas para arribar a verdades trascendentes. Al
poder importa la vida elevada de los héroes. Juan narra a su ma-
nera la necesidad de sabidurías nuevas que le condujeron a usar.
Él busca un vuelo que sepa a sabiduría:

Claro que fumé marihuana por curiosidad, por saber cómo son
esas sensaciones que se producen alrededor de la droga, Sí, me
gusta volar, sí, me gusta analizar más y detalladamente las cosas,
Entonces fumo marihuana, Hay gente que fuma marihuana y que
ha pasado por experiencias intelectuales sumamente elevadas,

No todos los vuelos son iguales, tampoco son los mismos ni


los lugares a los que se llega ni las realidades que se viven. Pro-
bablemente todo esto no dependa tanto de la marihuana-nave
espacial, como del piloto, de ese volador que se lanza, en cada

97
acto de uso, a una aventura en la que todo es posible: lo agra-
dable y lo desagradable, la seguridad y el abismo.
Existen innumerables estados del ser en su tiempo, porque
es precisamente ese tiempo el que marca las diferencias del ser
con los otros y consigo mismo. Ser haciéndose, ser siendo en ca-
da momento de la existencia, en cada experiencia construida. El
ser se encuentra perennemente abierto a sus experiencias tempo-
rales a través de búsquedas interminables. Por el contrario,
quien se queda atrapado entre las cosas de la vida rutinaria no
hace sino olvidarse de sí, se aliena a las cosas. Juan dice que los
usadores de marihuana, sobre todo quienes lo hacen de manera
esporádica, reconocen que nada es totalmente cierto si no se pro-
ducen reflexiones sobre cada cosa, de modo particular, sobre su
propia existencia. Heidegger decía que el ser se encuentra ex-
puesto a sus horizontes temporales. En cambio, el estado-mari-
huana no es el de la búsqueda del ser sino, por el contrario, el
estado de aniquilación:

Por eso hay que dejar ese mito de que la marihuana daña tu
mente, aunque esto es relativo, porque la marihuana te desarro-
lla en ciertos puntos, pero te jode en otros, Por eso, una marihua-
na ocasional te abre el espíritu, Una marihuana constante te
mantiene en un estado de marihuana, es decir, marihuaneadado,
es decir, torpe, lento, tus reflejos son lentos, cada vez te olvidas
de hacer las cosas,

Es erróneo pensar que existe univocidad en los enunciados.


Las experiencias poseen un valor de significación que depende
del sujeto. Por lo mismo, dicen los usadores, no todo es color de
rosa para quienes hacen del volar la única condición de estar en
el mundo. No hablan de huidas de la realidad sino, por el con-
trario, de su agotamiento, de ese agotamiento del sujeto que pro-
duce la sociedad cuando no realiza las distinciones y las consi-
deraciones pertinentes y se empecina en juzgar la cotidianidad

98
juvenil sin analizarla. Ese agotamiento que se produce cuando
se resiste a aceptar que los consumos forman parte de los media-
tizadores de las culturas juveniles. Porque ser adolescente o jo-
ven implica formar parte de la condición juvenil, lo cual no exi-
ge ser miembro de la cultura común en todas sus expresiones.

Entonces, los jóvenes son materia para un experimento social, pe-


ro unos que incluso tuvieron mayores facilidades sociales, por
ellos mismos, por su familia o por el gobierno, ingresaron a las
drogas y se jodieron, tuvieron inmensos potenciales para acceder
al crack y se jodieron,

La complejidad de la existencia no se resuelve con acciones


necesariamente complejas sino, por el contrario, con estrategias
y acciones sencillas. Además, el mundo de los adultos suele es-
pecializarse en minimizar las inquietudes y conflictos de la gen-
te joven y más aún de niños y adolescentes a quienes, por su
edad, nada importante puede acontecerles, nada que exija gran-
des soluciones. Este común desconocimiento impide una visión
más humana de las realidades.
El pensamiento adulto, convencido de que posee los sabe-
res y las verdades en contraposición de niños y adolescentes
que casi nada saben, desconoce que, antes que nada, el sujeto
es un ser imagógico cuya materia está hecha de lenguajes, de-
seos, temores, placeres, sufrimientos. Este desconocimiento
impide que se produzcan aproximaciones claras y válidas a la
vida de niños y adolescentes para mirar su complejidad. Si bien
el reconocimiento oficial de sus derechos ha cambiado la situa-
ción jurídica, en la práctica, niños y adolescentes conforman
ese gran mundo del que se habla con unción en los discursos
oficiales pero que se denigra a la primera de bastos. Por lo mis-
mo, para superar el conflicto, hacen falta nuevos mecanismos
de distinción simbólica de los adolescentes, de sus culturas e in-
cluso de las drogas.

99
Cuando la sociedad da la cara a las actitudes y acciones de
los adolescentes y pretende explicarlas, se acude a criterios que
tienen que ver más con los prejuicios que con un análisis serio y
teórico de lo que son ahora las culturas juveniles. Recurrir a los
lugares comunes resulta fácil y hasta culturalmente económico
frente a realizar intentos sostenidos de mirar las cosas más allá
de las apariencias. El conocimiento aparencial es fácil y posee la
virtud de convencer con esas evidencias sensibles que terminan
poniendo de acuerdo a todos.
Las redes de significación que crean los discursos oficiales
sobre la familia y el colegio no favorecen la comprensión de si-
tuaciones como la violencia entre adolescentes, que es remitida
a los usos de drogas, al abandono familiar y, de manera muy par-
ticular, a la pérdida de los supuestos valores de la sociedad de
los adultos, que se ha vuelto ciega ante su propia incoherencia
representacional, moral y política.
Es lo que acontece con el tema de las drogas. Ubicadas de
hecho en el mundo del mal, a nadie se le ocurre detenerse un
momento para mirar y contemplar, para escuchar y analizar lo
que muchachas y chicos dicen de sus vidas plurales, tan o más
complejas que las de los adultos, tan o más válidas en sus deci-
res que los discursos oficiales llenos de sabiduría circunstancial.
En el aula, un chico saca una pistola y dispara a quemarro-
pa a su compañero que cae muerto. Y como él, muchos otros
chicos y muchachas han fallecido víctimas de actos inexplica-
bles que dan cuenta de que algo grave acontece en nuestro mun-
do. Dos niñas torturan inclementes a una de sus compañeritas
caída en desgracia. Mientras en el colegio vecino, un chico, can-
sado de ser objeto de oprobio, hunde su navaja en el rostro del
compañero que no ha cesado de ofenderlo sistemáticamente. Y
así, una colección de agresiones que cada vez se tornan más
crueles. Autoridades y profesores del colegio acusan a las dro-
gas, a la marihuana, que han dañado la vida de estos chicos y
muchachas.

100
Resulta más económico, desde todos los puntos de vista,
acusar a las drogas que reconocer que adolescentes y niños
también replican lo que acontece en el mundo de los adultos.
Ellos no se inventaron la violencia. Si los Estados resuelven las
diferencias ideológicas con armas, guerras y torturas, niños y
adolescentes recurren a los golpes e incluso a las armas para
imponerse al otro, para solucionar conflictos o para vengar pe-
queños agravios.
En tanto estrategias de distinción, los usos de drogas podrían
correr paralelos a las violencias sociales, familiares, institucio-
nales y personales. Más aún, hasta podrían estar presentes en los
actos de violencia, pero no como causa, ni siquiera como instru-
mento imaginario que provee de fuerza. Sobre todo para quienes
se acercan por primera vez a la droga, las razones para hacerlo
tendrán que ubicarse en la curiosidad, la búsqueda de un placer
figurado como posible y como único. La idea del mal es, por
cierto, no ajena pero tampoco es determinante.

Creo que la mayor parte se acerca a las drogas por curiosidad, por-
que oyó que un amigo probó la marihuana y que le encantó, En-
tonces, los otros quieren ver si sienten lo mismo,

En los usos no existe una condición previa de violencia y


malestar sino, por lo contrario, una promesa de bienaventuranza
que no se encuentra en los espacios comunes de la vida cotidia-
na y que, por lo tanto, deberá ser construida. No se trata, por lo
mismo, de cosas exclusivas de los adolescentes o jóvenes, sino
también de gente adulta que, probablemente, pese a todos sus in-
tentos, no logra encontrar los niveles de bienestar que busca. Tal
vez el camino no sea precisamente ni el correcto ni el más ade-
cuado. Entonces podría dirigir su demanda a la droga por si aca-
so ella brinde lo que nadie ni nada ha logrado ofrecer con segu-
ridad. Otros acuden al alcohol con similares motivaciones.

101
Cada quien tiene su propia historia, La verdad es que una amistad
con esa gente fue más o menos por un mes, mes y medio, y en ese
tiempo vi tanta huevada como no te puedes imaginar, No eran ado-
lescentes, eran adultos jóvenes, muchos eran adultos cuyos hijos
estaban ya casados, se pegaban coca con su pareja, y ahí se produ-
cían intercambios de parejas, qué asco de personas,

102
EL SUJETO ES SU MODA

En lugar de acudir a la ética del bien y del mal, las nuevas gene-
raciones piensan en lo que se denomina la moda, en tanto siste-
mas de códigos que califican y proveen de significación a las
realidades que se viven en un tiempo determinado. El sentido de
moda suele ser descalificado cuando se refiere a los órdenes mo-
rales y a los valores que atraviesan una sociedad. En general, se
ha preferido colocar a la moda únicamente en el orden de cierta
estética, pero casi nunca como aquello que provee de sentido a
la vida cotidiana y que es capaz de producir movimientos y
transformaciones sociales.
La moda atraviesa lo aparente hasta significarlo puesto que
lo provee de valor, sin importar lo que sea. Es el caso, por ejem-
plo, como señala Teresa Gisbert (2003:144), de la pintura que
“representa cuerpos velados, vestidos, deformados, desmembra-
dos, desdoblados” como la realidad estética que hace al mundo
contemporáneo. De la misma manera que un pintor podría re-
presentar el cuerpo reducido a un vestido, los adolescentes po-
drían significarse en la marihuana como realidad estética nueva,
como, en la Edad Media, un hábito talar atravesado por una cruz
o un manojo de espinas significó al hombre virtuoso. Se trataría
de una visión más de la complejidad existencial de las culturas
juveniles abocadas a realidades nuevas y, sobre todo, volátiles.
Colocadas en el plano simbólico, el consumo y la moda proveen
de coherencia a las culturas de las generaciones jóvenes.
Según el decir de Feixas (1999:84), se entiende por culturas
juveniles a “microsociedades juveniles con grados significativos
de autonomía respecto a las instituciones adultas, que se dotan
de espacios y tiempos específicos”. Esta noción se relaciona con
la de culturas subalternas que se encuentran en los grupos domi-
nados, como los adolescentes, que son vistos como grupo tran-
sitorio cuyas expresiones conductuales terminan calificadas de
enfermedad que se cura con el tiempo. Este carácter transitorio

103
de la adolescencia y de la juventud ha sido utilizado por el po-
der para menospreciar sus pensamientos, estéticas, creaciones y
lenguajes.
No es dable realizar separaciones entre la realidad y lo ima-
ginario puesto que se trata de las formas mediante las cuales el
ser está en el mundo. Si bien se distinguen semióticamente, no
son ontológicamente separables. Las nuevas generaciones se ha-
cen en y con los imaginarios que les pertenecen sin que sea po-
sible realizar distinciones o, menos aún, valoraciones que tengan
como objetivo descalificarlas. En principio, ningún adolescente
podría hallarse fuera del orden de los imaginarios que constru-
yen su tiempo. Y en esas construcciones se hallan las drogas co-
mo realidades mágicas. Son esos imaginarios los que proveen de
sentido a las drogas, a cada una de ellas en su propia especifici-
dad, de tal manera que termina siendo casi imposible tratar de
entender los sentidos de los adolescentes al margen de las dro-
gas, el rock y cualquiera de las otras realidades que les pertene-
cen de suyo.
Para Solé Blanch (2005), los productos de consumo no re-
presentan tan solo vehículos para la expresión de las identidades
juveniles, sino que terminan convertidos en su dimensión cons-
titutiva. La ropa, por ejemplo cumple un papel central para re-
conocer a los iguales y distanciarse de los otros. Por ende, se
produciría un serio error en el observador que pretenda entender
a los grupos mediante miradas superficiales que encuentran ho-
mogeneidad en los cuerpos que se hallan claramente diferencia-
dos por ropas, gestos y lenguajes.
La velocidad, el ritmo, las cadencias, los colores, las eleva-
ciones y los hundimientos hacen al sujeto en similar dimensión
que las uñas, los pies y el color mutante de los cabellos, las mi-
radas y los dolores. Ya no es, ni lejanamente, el cuerpo de la ana-
tomía física, sino cuerpos mágicos hechos de colores y resonan-
cias que mutan y se trascienden gracias a los lenguajes que no
cesan de ser inaugurados en cada estación de las palabras.

104
Si bien los lenguajes limitan al sujeto, también lo lanzan a
espacios en los que todo es capaz de modificarse. El ser es la ca-
sa de la palabra, decía Heidegger. Pero Pizarnik (2001), invita a
mirar y entender lo que se habla y se significa cuando el hura-
cán se lleva el techo de esa casa, como acontece en algún vuelo
realizado en el avión de alguna droga:

Cuando a la casa del lenguaje se le vuela el tejado, y las palabras


no guarecen, yo hablo.

Entonces se hablan lenguajes que significan movilizaciones


estéticas que solamente los pares entienden porque las respues-
tas son equidistantes en su sentido, sin hiatos, sin presuposicio-
nes destinadas a que se alteren los efectos de significación. Úni-
camente ahí será posible realizar un acercamiento a las signifi-
caciones de la vida y la pasión de las chicas y los muchachos,
incluidos aquellos para quienes las drogas son parte de sus sig-
nificaciones.
Por esas rutas caminaría la propuesta de Pizarnik, que nos
invita a hablar con más justeza de las realidades nuevas cuan-
do el viento se lleva el techo de los lenguajes estatuidos. Se
trataría de una de las tantas aventuras a las que se verían ex-
puestas las generaciones si su deseo de ser en su mundo es
consistente. Entonces la moda se convierte en bandera contes-
tataria e inapelable, puesto que se ubica en la red de los valo-
res y los hechos significantes de las nuevas generaciones, co-
mo señala Izaguirre (2005). Desde ahí se podría entender lo
que dicen sobre las drogas:

Sí, las drogas se han puesto de moda, como tal vez fue ya en mu-
cho tiempo, Podría ser una moda también, aunque haya mucha
gente que fuma por fumar, pero, por ejemplo, los hippies, los ras-
tas, fuman porque es parte de su cultura, Las gentes que fuman por
fumar no saben qué significa, Por ejemplo, los rastas fuman para

105
estar con Ja, que es su dios, pero hay otros que fuman por fumar,
que porque el man está fumando, entonces yo también,

La moda es tal si se convierte en una exigencia semiótica


porque trata de proveer de sentido a la cosa en su relación con los
sujetos que visten, hablan, usan, caminan, bailan, piensan, aman
y sufren. Lejos, en consecuencia, de cualquier apreciación de que
la droga forma parte de lo baladí de la existencia, del grupo o de
la comunidad o, peor aún, pensar que la moda pertenece al reino
de las futilidades, de lo in-significante. La moda es parte de las
identidades construidas, asumidas y expuestas ante los otros.
La adolescencia es una realidad relativamente nueva, hasta
el punto de que en algunos lugares aún ni siquiera se la ha inau-
gurado. Si los chicos y las chicas deben trabajar y no estudian,
si las mujeres se casan a partir de los 14 años y si enseguida son
mamás, si los niños no juegan porque deben realizar trabajos do-
mésticos y extradomésticos, en ese lugar no existe aún la ado-
lescencia. Para la psicología evolucionista y conductista, la ado-
lescencia es una edad bien demarcada, y ser adolescente impli-
ca vivir en conflicto la cotidianidad, las relaciones familiares y
las relaciones consigo mismo, es una edad expresada por la en-
fermedad de la oposición.
Esta psicología describió la niñez como una época de tran-
quilidad que permitía que niños y niñas asumieran el mundo, las
normas y los códigos de la sociedad sin oposición. Llegar a la
adolescencia supuso dejar este estado de paz sumisa para ingre-
sar en un mundo caracterizado por el conflicto y la discordia.
Así entendida, la adolescencia supuso un sistema de oposi-
ciones. Colocados en la rebeldía, parecería que los adolescen-
tes se proponían echar por los suelos los sistema morales, las
normas y los principios que habían organizado la familia y las
relaciones.
Desde esta perspectiva, para los adolescentes nada está bien,
el mundo camina sin rumbo o el rumbo que sigue no conduce a

106
nada digno de ser rescatado. Para los chicos más que para las mu-
jeres, la fundamental verdad de la vida era la rebeldía. Esto con-
dujo a la sociedad a calificarlos de rebeldes sin causa, pues care-
cían de razones suficientes para oponerse al orden establecido.
Para aquella psicología fue sumamente importante analizar
cada uno de los aspectos de esta adolescencia con el propósito
de demostrar que no era sino una etapa más o menos fatal, en la
que chicas y muchachos padecían el mal de la sinrazón y de lo
conflictivo.
Frente a esta adolescencia, la sociedad debía adquirir y ejer-
citar la virtud de la tolerancia. Tolerar significa desconocimien-
to total de actos, lenguajes y realidades que requieren compren-
sión. Tolerar es soportar. Por lo mismo, los adolescentes debían
ser tolerados hasta que, pasada la crisis, retornasen a la norma-
lidad, al redil de los valores, creencias, principios y normas de
los adultos. La tolerancia implica el convencimiento de que las
generaciones jóvenes ni piensan ni hablan en serio. La toleran-
cia se convirtió en una buena estrategia destinada, en última ins-
tancia, a probar la validez de los principios morales y culturales
de la tradición.
A partir de la década de los ochenta, la adolescencia da un
giro importante. Este movimiento mira la adolescencia desde
nuevas perspectivas sociales, culturales, teóricas y éticas. Lo
fundamental es que ya no se la considera una etapa de crisis, ni
un período normal y hasta indispensable para llegar al universo
de los adultos.
No es una edad sino un tiempo personal que marca el ingre-
so a un mundo diferente al de los adultos, a través de la cons-
trucción de espacios propios en los espacios sociales y cultura-
les de los adultos. No se trata de un aporte a la tradición, lo cual
no sería en verdad importante, sino, por el contrario, su misión
es la creación de nuevos mundos de significaciones distintas a
través de lenguajes y juegos de lenguajes, de metáforas y juegos
metafóricos. Se trata en consecuencia de auténticos trabajos

107
simbólicos destinados a la producción y reproducción de la vida
cotidiana, como diría Willis (1998).
La adolescencia representa un tiempo lingüístico que, si
bien mantiene raíces con el pasado, se diferencia de él porque
construye nuevas sentidos y nuevas realidades. De esta manera
se inaugura un futuro que se convertirá en motor de la existen-
cia, pues será el lugar de ideales y metas. En el futuro se encuen-
tran los objetos de sus deseos y esperanzas. En otras palabras,
esta adolescencia descubre que el futuro es el único lugar válido
para vivir.
No constituye una etapa de la vida sino, por el contrario, un
estilo de vida construido con lenguajes propios, con sistemas de
representaciones que permiten a chicas y muchachos transmitir-
se fantasías y deseos. Ya no es una edad sino una forma de vivir
e interpretar el mundo.
En este sistema de significaciones, las drogas y sus usos
construyen espacios propios que forman parte de sus espacios y
tiempos, de sus fantasías y deseos. Esto no acontecía hace una
década cuando el discurso oficial sobre las drogas aún pesaba en
las representaciones de adolescentes y jóvenes.
Precisamente, es esto lo que molesta a un sector de adultos
que no logran entender que la cultura se haya encargado de abrir
espacios nuevos que van más allá de la simple tolerancia. En
efecto, pese a las evidencias de las transformaciones, persiste un
discurso que se resiste a virar la página de los prejuicios para
mirar el mundo con nuevos ojos.
En el siguiente testimonio, aunque no se realiza una compa-
ración directa entre la homosexualidad y el uso de drogas, sin
embargo, se aprueba la tolerancia a la homosexualidad y se cri-
tica lo que está aconteciendo con las drogas porque no se puede
admitir que pertenezca a una de las variadas formas que poseen
las nuevas generaciones para dar cuenta de sí mismas.

108
Pensamos como que hay mucha más tolerancia, Hay tolerancia en
cosas que no debería haber tolerancia, Nos parece que está bien la
tolerancia con el homosexualismo, nos parece que, si una persona
es homosexual, es su problema, es la vida de cada quien, Pero con
la drogadicción es tolerar algo que se sale de lo legal, es algo que
sale de los parámetros, es algo en lo que tú no querrías que cayera
tu sobrino o tu hermano,

Si la sociedad se hace cada vez más de la vista gorda, pro-


bablemente se deba a que, de manera constante e insidiosa, hay
cambios de actitudes más que de saberes en la población adulta.
Luego se tratará en profundidad la contradicción que se da entre
el discurso oficial y ciertas prácticas que, de alguna manera,
también podrían denominarse oficiales.
Los discursos de adolescentes y jóvenes son diferentes pues
están casi seguros de que la mayoría de chicos y chicas usa dro-
gas. Si se toman en cuenta las estadísticas del país, probable-
mente no sea así. Pero lo que interesa no es tanto el hecho esta-
dístico, de alguna manera confirmable, sino la actitud de los in-
formantes y sus sistemas representacionales con los que cono-
cen e interpretan esta clase de realidades.
Esta mayoría de la que hablan los informantes se refiere a
una mayoría representacional, es decir que, en todos los lugares
de la vida cotidiana, hay chicos y chicas que usan drogas, que
esto no pertenece, de modo alguno, a la excepción, sino que es
común verlos compartiendo un porro en el colegio, el parque, la
universidad, la calle, la fiesta.
¿Por qué, en los últimos tiempos, la marihuana se usa sin los
ocultamientos y secretismos de antes? Las respuestas de quienes
pretenden analizar la realidad no pueden elegir otra ruta que la
de la crítica de la situación. Para las generaciones de adolescen-
tes y jóvenes, es cuestión de una nueva cultura sostenida en es-
tilos de vida propios y en un nuevo ordenamiento simbólico.

109
Los que consumen así permanentemente no son la mayoría, pero
los que han probado y los que consumen aunque sea de vez en
cuando sí son la mayoría, son bastantes, porque, sin ser hipócritas,
la mayoría consume de vez en cuando, Una vez cada dos meses sí,
pero que estén permanentemente pegándose, no,

¿Habrá realmente una hipocresía crónica en la sociedad que


no se atreve a reconocer que el tema de las drogas se ha escapa-
do de los controles estatuidos por los sistemas gobernados por
los adultos que no se aventuran a aceptar que los códigos han
cambiado y que se modifican de manera rápida y permanente?
¿No será indispensable aceptar que se han construidos nuevos
órdenes simbólicos en los que las drogas se encuentran incluidas
sin que ello implique necesariamente ni legitimar los usos ni que
todos deban usarlas?
No es posible seguir interpretando y valorando las realida-
des de la contemporaneidad con las mismas categorías utilizadas
hace tres o más décadas como si el mundo permaneciese siem-
pre el mismo. Aquel decir antiguo de que nada nuevo hay bajo
el sol nunca ha sido más falso que ahora cuando todo se modi-
fica, cuando el cambio es la norma. Hablar, por ejemplo, de la
posmodernidad y seguir estáticos en el sistema representacional,
implica caer en una de las más graves contradicciones.
Filósofos como Lyotard, Derrida, Vattimo concordaron hace
ya casi una década en que la modernidad ya hizo su tiempo y
que la posmodernidad da cuenta del fin de esa historia hecha con
los criterios, valores y principios que sirvieron, mal o bien, para
habitar un mundo específico pero que ya no sirven para interpre-
tar nuestras sociedades cuya complejidad se acelera. Son razo-
nes, dice Vattimo (1996), que no tienen que ver solo con lo inte-
lectual o lo filosófico, sino también con lo histórico-social. Ya
no es posible hablar de la historia o de la sociedad como algo
unitario y consistente.
Así se pueden entender las expresiones que utiliza una

110
muchacha para explicar el hecho de que cada vez se usen más
las drogas en todos los lugares y estratos sociales. Se trata, dice,
de un estilo de vida en el que no se puede dejar de mirar sus ex-
presiones simbólicas en las que constan las drogas y sus usos:

En primer lugar, para entender lo que pasa con las drogas es nece-
sario reconocer que, antes que nada, se trata de un nuevo estilo de
vida, Desde ahí entonces tú puedes entender lo que pasa,

Parte del trabajo de la cultura ha consistido en ofertar pen-


samientos sólidos a las nuevas generaciones, de tal manera que
su tránsito existencial sea adecuado y lógico. Este pensamiento
sólido tiene que ver con un cúmulo de enunciados de verdad
destinados a que, por una parte, sean viables las posibles herme-
néuticas de las nuevas generaciones y, por otra, disminuyan al
más bajo nivel las tensiones de las incertidumbres. Más aún, co-
mo dice Rorty (1991), las verdades tuvieron como primordial
misión anular toda incertidumbre.
Para Vattimo, el pensamiento fuerte es aquel que habla en
nombre de la verdad y de la totalidad. Pensamiento ilusorio que
aún considera no solamente posible sino real la existencia de la
Verdad llamada a regir los pensamientos y las acciones de todos
los sujetos por igual. La filosofía contemporánea ha apostado al
pensamiento débil que rechaza las categorías absolutas, las razo-
nes incuestionables y las normativas universales.
La semiótica de las culturas juveniles forma parte del pensa-
miento débil. Ante el rechazo de la sociedad de los adultos, los
adolescentes y jóvenes pueden terminar endureciendo sus fron-
teras hasta el punto de crear mundos encerrados en sí mismos
que les brinden la protección que no encuentran en la sociedad
de los adultos. Se trata, en última instancia, de estrategias de su-
pervivencia que hacen que ciertos adolescentes sean vistos co-
mo extraños por el mundo de los adultos.

111
AL VISLUMBRAR LA ADOLESCENCIA

El hecho de que los usos de drogas hayan llegado a formar par-


te las microculturas juveniles explicaría otro fenómeno que con-
siste en la cada vez más temprana edad válida para probar algu-
na droga. Los dos fenómenos darían cuenta de los valores de
significación de las drogas en esas culturas y también de cierto
nihilismo allí presente. Esta posición nihilista se evidencia en la
actitud de una especie de belle indiference que aparece como
una constante en casi todos los relatos.
En sus lenguajes, la palabra fresco ocupa un lugar preferido.
Con ella pretenden señalar que allí no pasa nada más allá de las
experiencias de su propia existencia. Fresco constituye una ex-
presión destinada a conjurar cualquier presencia del mal que los
adultos querrían colocar en donde ya no tiene cabida.
Además, el concepto fresco estaría destinado a que los
otros no armen guerras y batallas en contra de las nuevas ado-
lescencias, de sus usos y costumbres, de los objetos y prácticas
de su cotidianidad. “Aquí no pasa nada”, dirían, pues existe su-
ficiente frescura simbólica. De esta manera, el término supera-
ría en su representación a la del nihilismo antiguo que, en al-
gunos casos, se entendió como un aquí no hay nada que hallar
ni que interpretar. Todo es fresco, dicen chicas y muchachos,
cuando se les exigen explicaciones sobre ciertas prácticas de
su cotidianidad.
Las nuevas generaciones, aunque no sean conscientes de
ello, conviven con la nada pero no con esa fatalidad de la na-
da que agosta las esperanzas. Por el contrario, fresco trataría de
legitimar la existencia pese a los vacíos de sentido que carac-
teriza a las instituciones en las que viven y, como pensaba
Nietzsche, quizás las libere, “del tono gruñón y del emperro:
las notas molestosas de los perros y de los hombres envejeci-
dos bajo una cadena”. Las protegería de la amenaza de esa es-
pecie de disolución del ser que podría invadirlas, como acon-

112
tece a algunos de sus pares que, aparentemente, nunca dieron
señales de estar mal pero que una noche cualquiera decidieron
terminar con todo.
Es el criterio de vida el que se transforma en el criterio nor-
mativo de las culturas juveniles, para las que solamente el gru-
po y la vida personal y colectiva lograrían explicar su historia,
hacerla y constituirla, y no al revés. En el término fresco podría
hallarse una aceptación implícita de la vida como principio rec-
tor aun cuando ahí no falte el sufrimiento. Porque, incluso cuan-
do están abatidos por los sufrimientos, la expresión fresco apa-
rece para señalar que los padecimientos poseen medidas.
En los usos de drogas podría descubrirse cierto nihilismo
que no tendría que ver con el resentimiento social y familiar ni
menos aún con un resentimiento nostálgico que, en cambio, sí
estaría presente en ciertos usos de adultos probablemente atra-
pados en la enfermedad de la anacronía.
Así se entendería el que la droga sea una moda, parte de las
nuevas formas de significarse los sujetos. Y como la adolescen-
cia es cada vez más temprana, también los usos aparecen más
pronto. Un papá dice:

Yo creo que más o menos a los 11 ó 12 años ya comienzan a con-


sumir con los amigos, A lgunos del grupito todavía no consumen,
aunque quizás llevan a consumir en su propia casa, Imagínese que
algunos de los chicos del grupo son hijos de brujos, Una chica me
decía que tenía la piel impregnada de la marihuana que se consu-
me en la casa,

Cada vez es más temprana la apertura de niñas y niños al


mundo de los grandes hasta el punto de que probablemente esa
niñez idílica celebrada por la cultura va desapareciendo en una
infancia que se reduce día a día. Y, en el otro extremo, una ju-
ventud que se resiste a llegar a la adultez.

113
En mi tiempo, se comenzaba a usar marihuana a los 17 o 18 años,
Esas eran las edades normales, eran pocos los que lo habían hecho
antes, Incluso algunos de nosotros lo probaron por primera vez ya
en la universidad, pero ahora es todo lo contrario, los peladitos ya
fuman marihuana y tabaco,
Si quieres saber sobre drogas, ve a mi colegio, ahí consumen la bo-
la6, desde los pelados de primer curso,

No se trata sino de nuevos modos de construir la existencia


con sus experiencias y de otros tiempos lógicos que exige la
existencia para fundarse, de la misma manera que hace dos ge-
neraciones exigió tiempos distintos. El mundo de hoy vive atra-
pado en la velocidad y el cambio cuya expresión más paradig-
mática es el sentido de la transformación y la mutación. El tiem-
po de hoy es significativamente más rápido porque debe ade-
cuarse a modelos de pensamiento y de identificación que no
pueden detenerse en nada. Es lo que pretendería decir Carlos, un
universitario que mira bastante de cerca los cambios producidos
cuando habla de sus compañeros de universidad:

A lgunos de los consumidores de drogas ya lo hicieron en el cole-


gio, pero es probable que la mayoría comience en la universidad
con las nuevas relaciones entre ellos y con las nuevas relaciones
con la sociedad, por sus nuevos pensamientos, criterios e ideolo-
gías, Por eso es bastante probable que los que consumen en la uni-
versidad se iniciaron en la universidad,

Es probable que los usos de drogas iniciados en la universi-


dad den cuenta de ese deseo de permanecer el mayor tiempo po-
sible, quizás para siempre, adscritos a la juventud o incluso a
una adolescencia prolongada. También podría pensarse en una
suerte de maridaje mágico ensamblado con marihuana o base

6 La bola: muchos, un montón.

114
entre la adolescencia y una apuesta por la eterna juventud. Si ni-
ñas y niños se disfrazan de adolescentes con el afán de apresu-
rar la llegada de la adolescencia, los jóvenes adultos estarían
realizando un proceso inverso para detener la juventud el mayor
tiempo posible. También es probable que cada vez que los ni-
ños se introducen en estas prácticas, los universitarios no quie-
ran perderse la experiencia.

No te podría decir una edad concreta para los inicios, Yo conozco


gente que comenzó desde muy pequeñita, desde los 9 años, porque
a los 13, como decir, casi todos están ya consumiendo,

¿Qué pensarán estos universitarios cuando se enteren de que


hay niñas y niños que ya a los 9 años realizan su primera entrada
en este espacio que sigue siendo mágico pese a sus conflictos?
Quizás la noticia los conduzca a la marihuana. El relato continúa:

Conozco bastante gente que ha empezado a consumir en su juven-


tud, a los 35 años y que ha seguido haciéndolo, Pero también co-
nozco a otros que han comenzado a los 40 ó 50 años y también han
seguido haciéndolo, No se sabe si se arrepienten de no haberlo he-
cho antes,

La adolescencia es la edad de la fascinación porque en ella


todo es nuevo, libre, abierto y expansivo. A diferencia de los
otros tiempos de la vida, en la adolescencia los límites están he-
chos con el material de lo impredecible. Un territorio goberna-
do por la fantasía, el reino en el que todo es posible.
Se podría sospechar que las culturas juveniles remedan en
algo el lugar que en la Grecia clásica ocuparon los efebos, esos
muchachos que se convertían en objeto de deseo, placer y gozo
de los jóvenes adultos. Mantenerse en una juventud que no deje
de limitar con la adolescencia podría ser uno de los deseos muy
propositivos de los jóvenes actuales.

115
Por su parte, niñas y niños no se amilanan ante nada cuan-
do pretenden romper las vallas de la niñez para ingresar lo an-
tes posible en ese espacio que descubren fascinante y que los
atrae de manera irresistible. Hay un imaginario que se convier-
te en el ente dominador de la vida que se encarga, cada vez más
tempranamente, de abrir las puertas de la adolescencia. Por otra
parte, existen innumerables llaves que las abren, a diferencia de
lo que acontecía en las antiguas generaciones, para quienes la
única llave era la edad y que funcionaba de manera más o me-
nos automática.
En consecuencia, la adolescencia no debería ser analizada
por unas supuestas carencias derivadas de una posición subordi-
nada a la sociedad de los adultos sino, por lo contrario, desde sus
propias cualidades, actividades y construcciones. Esta posición
será cada vez más importante puesto que se ha convertido en
una suerte de ideal de vida.
En el mundo contemporáneo no existen automatismos que
tengan que ver con los ejercicios de las autonomías que las cul-
turas juveniles se encargan de crear y recrear a diario. Los ado-
lescentes construyen nuevos horizontes con los materiales pro-
porcionados por los lenguajes, el arte, el color, el ritmo, las ca-
dencias. Estos posicionamientos les proveen de poder y de saber
que, si bien pueden en cierta medida ser rechazados por la socie-
dad de los adultos, les sirven para posicionarse en espacios se-
mióticos únicos.
No existe divorcio entre los diferentes elementos que inter-
vienen en estas construcciones, pues se hallan íntimamente liga-
dos hasta el punto de que se produciría una suerte de exigencia
vital entre el ritmo y la cadencia, entre el color y la forma, entre
los lenguajes y las significaciones que crean día a día. Estos cri-
terios estéticos configuran otra ética con la que los adolescentes
crean, organizan, disfrutan y juzgan su universo.
La curiosidad de la que hablan cuando explican las razones
de su primer acercamiento a la marihuana no se halla separada

116
de los criterios estéticos que rigen y organizan su vida. No se
trataría, en consecuencia, de esas conductas medio insanas cali-
ficadas como perniciosas por las éticas del bien y del mal, sino
de una intención clara, aunque sea inconsciente, de abrir todas
aquellas puertas que les permitan hacer los nuevos caminos que
la adolescencia exige. Sin duda, una de esas es la marihuana,
que ha llegado a formar parte de las estrategias y elementos del
divertimento.

La primera vez es más por pura curiosidad, es para saber cómo se


siente, y es que así los pequeños se sienten más grandes, más fuer-
tes, y eso es lo que quieren sentir como si ya fuesen más grandes,
Otros así quieren sentirse parte de un grupo,

La adolescencia es cada vez más fascinante por todo lo que


ofrece y construye. Buena parte del mundo gira en su torno. El
arte y la industria la han convertido en el centro de su atención.
Eso ha hecho que devore a la niñez hasta reducirla a casi nada,
a tan poco que ya casi no se la nota. En este sentido, la adoles-
cencia se ha vuelto inclemente con niñas y niños, a quienes no
deja de tentar con un mundo sin límites en el que todo aquello
que para ellas y ellos es cuento y dibujos animados se convierte
en una realidad que se presenta ante todo como diversión y cu-
yas formas se expresan en las discotecas como espacio cerrado
y que funcionan de tal manera que deben aparecer como una ne-
gación de lo que acontece en el mundo externo. “Las ceremonias
que allí tienen lugar responden, al menos en principio, a una ló-
gica que no es la heterónoma o impuesta del exterior (con leyes
y costumbres), como sucede en la sociedad, sino una más autó-
noma que facilita la creación, recreación o invención de ritua-
les”, dice Bergua (1996).
En medio de esas innumerables propuestas, la droga ocupa
un lugar más, no necesariamente el más importante, pero está
ahí, quizás con llamados menos tentadores que los que lanza la

117
sexualidad. En algunos casos, incluso con una presencia tan
real y hasta más posible que la ropa, los aparatos electrónicos,
la discoteca.
La supuesta libertad omnímoda de los adolescentes se con-
vierte en fascinación para los niños grandes, que se saben some-
tidos a los regímenes domésticos y escolares. ¿De qué manera
saltar al vacío para llegar a lo envidiado? ¿De qué manera achi-
car los espacios y los tiempos? ¿Cuál será la fórmula mágica que
haga de un niño un supermán?

Sí, ellos comienzan a los 11 ó 12 años porque a muchas personas


que consumen drogas se las ve como el supermán, y se hacen ver
como tipos fuertes y peligrosos, y así se forma la imagen una per-
sona porque quiere ser igual, A unque a mí no me parece correcto
porque solo se fijan en las apariencias, que es lo exterior, Las per-
sonas que usan droga y alardean de eso, son chicos que muchas
veces son vistos como sobresalientes, como los líderes, y así es
que se utiliza la droga como una imagen para que les vean como
superiores,

No es sencillo aceptar que la adolescencia actual devora a la


niñez, porque ello implica que la familia, la sociedad, los agen-
tes de la política nacional y local deberían tomar esto muy en se-
rio en sus reflexiones, regímenes de protección y programacio-
nes a corto plazo.
Mientras los testimonios colocan la edad de inicio hacia los
11 años, un universitario de Guayaquil, a punto de terminar su
carrera, refiere otro mundo que los incautos añoran o que, peor
aún, se proponen restituir. “Pese a sus conflictos, limitaciones y
violencias, el nuestro es el único mundo que tenemos para vi-
vir”, afirma. Es necesario mejorarlo en todo, pero no desde las
enfermizas añoranzas que no hacen sino dar cuenta de la dificul-
tad de muchos para realizar reflexiones nuevas sobre la realidad
actual y aceptarla.

118
En el grupo de nuestro colegio, yo era el único de quinto curso que
empezó a fumar marihuana, había uno en cuarto y tres de sexto
curso que tenían entre 19 y 21 años, yo tenía 16 y otro pana, 17,
En mi anterior colegio, empezaban a consumir drogas entre los 15
y 16 años,

La curiosidad también los sorprende hacia los 21 años. Sin


embargo, el informante se felicita porque los efectos no lo
atraparon como sí aconteció con sus amigos. Se puede pensar
que quien no lo hizo de adolescente, si no lo hace ahora que ha
llegado a la universidad, no lo hará nunca y se verá ladeado de
una experiencia más, pero importante, con la que cuentan sus
compañeros.

Yo, por curiosidad, probé como a los 21 porque vi que mi grupo de


amigos consumía marihuana, entonces yo también probé, Gracias
a dios no me hizo efecto, y por eso sigo aquí,

Los calendarios hablan del tiempo ya vivido, es decir, del


pasado. Ser contemporáneos de nosotros mismos exige algo
más que los enunciados indispensables. Son necesarias actitu-
des, lenguajes y acciones que den cuenta de las nuevas inter-
pretaciones sobre el mundo. Reconocer, por ejemplo, que con
la adolescencia se inaugura el futuro convertido en el motor de
la existencia.
Esto es justamente lo que presienten niñas y niños de 10-11
años que se asoman a las puertas de la adolescencia para hus-
mear lo que hay ahí, entonces se fascinan por lo que presienten
que se puede vivir con el solo hecho de pasar el umbral. En ese
momento mágico, descubren que el futuro constituye el motor
de la vida, que en él se hallan los objetos de los deseos y espe-
ranzas. Descubren que, con la adolescencia, el futuro se convier-
te en el mejor lugar para vivir. Además, han escuchado que la
marihuana constituye parte de ese reino.

119
Hace décadas, para las mujeres la edad mágica eran los 15
años, fecha marcada por una fiesta rosada que se quedó atrofia-
da en el armario del tiempo. Ese tiempo en el que familia y so-
ciedad presentaban a su hija al mundo como objeto de deseo y
como tesoro a cuidar. Las fiestas rosadas no cambiaron de color,
simplemente están agónicas porque aquello que las justificaba
se encuentra en franca extinción.

Hay niños y niñas que empiezan a usar a partir de los 10 años de


edad, como en los colegios fiscales, Los niños que son consenti-
dos de mamá pueda que comiencen un poco más tarde, como a los
11, cuando ya les dan un poco más de libertad, Pero nada importa
porque, total, pobres y ricos empiezan a esa edad: los pobres has-
ta con cemento de contacto en la calle, los otros con marihuana,
que es lo más común y lo más fácil,

Las nuevas generaciones viven un mundo que se encargan


de construir y modificar a su antojo. Si, hace 20 años, un pito de
marihuana pudo ser parte de la celebración, ahora, como dicen
los informantes, para muchas chicas, la marihuana se encarga de
marcar los signos del rito que desaparece en sus sentidos.
Para algunos, el hecho de que se inicie el uso de drogas a
edades cada vez más tempranas no se debería a cambios cultu-
rales sino más bien a los procesos de desculturización de la fa-
milia y la sociedad. Habría un mal que crece, que invade los sis-
temas fijos de valores y principios que han permitido que fun-
cionen bien las familias y las comunidades. Este criterio de año-
ranza no acepta que se hayan producido giros irreversibles en el
mundo. Las drogas aparecieron como producto de esos giros y
se instalaron en el mundo, del que no se las podrá erradicar con
ninguna guerra sino, probablemente, con nuevos discursos que
se encarguen de construir nuevas adolescencias menos abando-
nadas, más incluidas en las prácticas sociales.
Las nuevas generaciones son más listas y más abiertas que

120
las anteriores. “Piensan más temprano”, dice el informante, con
un dejo de tristeza y de rechazo. Una actitud que es compartida
por muchos otros que, como Renato, divide a los adolescentes
en buenos y malos. Los malos han caído en las drogas. Pero
también forman parte del mundo de los malos quienes ven con
buenos ojos que los chicos usen drogas, los que los toleran, los
que las venden, quienes beben y quienes expenden licor a los
adolescentes.

Bueno ahora uno puede pensar que los chicos son más avanzados,
que piensan más temprano, Pero yo creo que, de tanto que se ve,
hay chicos que son muy dañados, aunque también hay chicos que
son muy decentes, que ni siquiera toman, pero ahora las gentes se
brindan los porros, los bates, como se llama, Eso es algo que se ha
masificado, La gente lo pasa viendo, ya no les importa nada, hay
una maldad que nos ha invadido,

Probablemente el mundo no sea tan pérfidamente cruel co-


mo lo pintan muchos que han preferido orillar sus deseos y fan-
tasías para ver pasar la procesión fúnebre de la muerte.

121
PUERTAS QUE SE ABREN

En todas partes reconocen que el alcohol es la primera droga a


la que se acercan chicos y muchachas, esos que no saben qué ha-
cer con la fascinación que les han producido las miradas echa-
das a la adolescencia. El alcohol posee la marca de la legalidad,
aun cuando no sea lícito venderlo a adolescentes y peor a niños.
La existencia ciudadana posee rutas paralelas e independientes
en casi todo que actúan de forma eficaz. La expedición de leyes
no asegura que de facto niños y adolescentes se encuentren real-
mente protegidos del acceso al alcohol. Más que leyes, hace fal-
ta una nueva conciencia ciudadana.
Cuando a un universitario de Cuenca se le pregunta sobre la
primera droga que en su tiempo usaron los adolescentes, no du-
da en responder que el alcohol porque, no bien se entraba al co-
legio, la primera cosa que se debía hacer era beber para demos-
trar que ya se era colegial, es decir, que se había dejado para
siempre la niñez:

Por supuesto, el alcohol, Pegarse la primera borrachera de tu vida


es la mejor aventura y algo que te obligan a hacer porque es la for-
ma de demostrar que ya eres grande y que por eso estás en el co-
legio, Pero no eran los grandes quienes te llevaban a beber, no, éra-
mos nosotros mismos, pelados y todo, Había que hacerlo, Y eso en
todos los colegios de Cuenca, Y creo que esto sigue en auge aho-
ra, porque el alcohol está en todas partes, lo puedes conseguir con
suma facilidad y no está perseguido como la marihuana,

Para la primera borrachera, no hace falta mucho alcohol y


nadie es tan remilgado para buscar el mejor de los tragos sino,
al revés, el más barato, el que se consigue con absoluta facilidad
en la tienda de barrio.
De hecho, a lo largo y ancho del país, es patético el expen-
dio de bebidas alcohólicas a adolescentes e incluso a niños. En

122
México, por ejemplo, es tan grande el problema que el Estado
acaba de asumirlo como un mal de salud pública porque casi no
hay lugar en el que no se vean niños de educación básica y co-
legiales bebiendo, de modo particular los viernes. El secretario
de Salud sostuvo que se debía reducir la tolerancia al uso del al-
cohol así como la disponibilidad de la bebida para niños y jó-
venes, ya que cada día hay más menores de edad que beben en
exceso (2009). No se dice únicamente que estos niños y adoles-
centes beben, sino que lo hacen en exceso, es decir, que llegan
a embriagarse.
El alcohol es ubicuo y forma parte de las celebraciones co-
munes y especiales de la vida cotidiana. Los papás, por ejemplo,
fácilmente ofrecen un trago a su hijo adolescente como parte de
un rito para conducirlo, más que al mundo adulto, al masculino,
casi con el mismo sentido de otra práctica en los estratos popu-
lares, en los que el papá u otro adulto cualquiera lleva al mucha-
cho lo antes posible al burdel para que ingrese a una masculini-
dad que aleje de sí, lo más lejos posible, el fantasma de la ho-
mosexualidad7. El alcohol casi nunca anda solo. Por lo general,
está acompañado de cigarrillos. Los dos constituyen la pareja
perfecta. En consecuencia, el uso de alcohol pertenece también
a los regímenes de la sexuación.
La sociedad y las políticas sociales ni han sido ni son claras
sobre el uso de alcohol en los colegios. La tolerancia es parte de
la política de silencio que prima al respecto. Karen es una ado-
lescente de Cuenca, para ella está claro que el alcohol es la puer-
ta legítima y legitimada que se abre a las otras drogas, ya se tra-
te del sofisticado jerez de la casa pudiente o del común aguar-
diente que, como dios, está presente en todas partes:

7 Estas y otras prácticas de iniciación forman parte de la cultura de la se-


xualidad, que se multiplica en conformidad con las microculturas de los
pueblos y regiones, tal como fue analizado en La cultura sexual de los
adolescentes, Tenorioetal.A bya-Yala, 2001.

123
Mira, siempre se empieza con el licor y el cigarrillo; después de
esto, consumirán lo que les pongan por delante, A l alcohol lo en-
cuentran en la misma casa, ¿Quién no tiene botellas de licor en la
casa? Sobre todo por los múltiples compromisos sociales que tie-
nen los ricos o por la vida diaria de todos, yo veo que el hermani-
to de 8 años de una de mis compañera de colegio ya toma el ape-
ritivo antes de la comida y es, por lo general, el mismo jerez que
toma el papá, que está orgulloso de que su hijo adquiera costum-
bres de hombre, Eso es lo que me cae mal,

No se trata de un problema nuevo. Sin embargo, de los testi-


monios se desprende que hace dos generaciones era menor el uso
de alcohol entre niños, aunque para los adolescentes el alcohol
estuvo siempre a la mano y con cierto aire de legitimidad. Un
adolescente es grande e independiente cuando se decide a beber
para llegar a su primera borrachera. El sentido de grande en esos
juegos de lenguaje no tiene que ver necesariamente con la edad
cronológica sino con las condiciones para ejecutar ciertos actos
como beber o hacer el amor. El ser grande pertenece a los espa-
cios imaginarios que ellos mismos se encargan de significar con
acciones y cosas. Cuando los adultos les dicen: “Ustedes no son
grandes para esto o aquello, los adolescentes simplemente se
ríen, porque, en sus lenguajes, ser adolescente significa ser gran-
de”. Esta posición no es refutable porque forma parte de hechos
reales que configuran la vida de chicas y muchachos.
En consecuencia, más allá de ciertas situaciones que los epi-
demiólogos califican como de riesgo, por ejemplo, beber o usar
drogas, es la adolescencia en sí misma la que se encarga de
construir sus propios espacios para los usos de alcohol y drogas.
No se trata tan solo de espacios físicos o circunstanciales, como,
por ejemplo, un paseo o un concierto, sino de espacios lingüís-
ticos, que luego se encargan de significar los espacios reales, co-
mo el concierto o la fiesta. En sus espacios lúdicos, jóvenes y
adolescentes erosionan los órdenes sociales.

124
Por otra parte, el sentido de la adolescencia, que es real-
mente nuevo, ha cambiado de manera más acelerada de lo que
comúnmente se reconoce. Si, por una parte, las nuevas adoles-
cencias se encargan de devorar la niñez, un mundo eminente-
mente efébico exalta a los adolescentes hasta el punto de con-
siderarlos capaces de acciones reservadas a lo que solía llamar-
se mayoría de edad, de esa edad marcada por el cumplimiento
de los 18 años8.
Beben y fuman los mayores de edad, que supuestamente
pueden decidir por sí mismos sobre las conveniencias e incon-
veniencias de hacerlo y que están en capacidad de poner límites
a la bebida y al tabaco. Pero también beben niños y adolescen-
tes, para quienes las posibilidades de poner límites son siempre
reducidas y débiles. Esto es lo que conduce a los informantes,
incluidos los adolescentes, a afirmar que el alcohol es la peor de
todas las drogas.
No dicen que la marihuana sea inocua, pero, comparada con
los efectos del alcohol, se vuelve más benigna, como señala un
adolescente:

Mira, empiezas por el licor y el cigarrillo, que son las drogas más
vendidas, y sigues con la marihuana y, luego, con lo que te caiga en
el colegio, Las pastillas también dependen de si tienes o no dinero,
pero te digo que, para nosotros, es preferible pegarse una marihua-
na, que no te hace loco como el alcohol, que te hace rápidamente es-
túpido y te hace cometer estupideces, Porque con la marihuana fres-
co, con el alcohol nadie se pone bien, Loco, eso es fatal,

8 ¿Qué condujo a los asambleístas a considerar que los adolescentes de 16


años se encontraban habilitados para ejercer el derecho al voto? No se
produjeron suficiente reflexiones teóricas ni se tomaron en cuenta otras
realidades. Si a los 16 años se da una mayoría ciudadana para elegir, se-
ría lógico reconocer que, de igual manera, se encuentran habilitados para
tomar otra clase de decisiones igualmente vitales.

125
Pese a lo que dicen numerosos estudios que denuncian sus
efectos perniciosos, el alcohol se resiste cada vez más a salir de
las prácticas sociales. Por ejemplo, la Baylor University9 afirma
que el uso de alcohol durante la adolescencia propicia una mayor
tolerancia en la edad adulta. Este estudio pone en alerta sobre los
riesgos a mediano plazo del consumo de alcohol en la adolescen-
cia, aún cuando fuese en dosis moderadas. Para que se produzcan
trastornos hepáticos o neurológicos, entre otros, no son necesa-
rios consumos tan conflictivos que impliquen dosis o frecuencias
significativas, pero sí importa mucho la edad del inicio.
Las consecuencias a posteriori serían más importantes cuan-
to más tempranamente se comienza a consumir alcohol. De ahí
que, para valorar los efectos nocivos del alcohol, no sería sufi-
ciente tomar en cuenta los cambios de carácter social o familiar.
A esto precisamente se refieren los informantes que hablan de
que casi siempre el alcohol y los cigarrillos hacen la línea de
partida y que, aunque muchos dejan de usar drogas, no necesa-
riamente abandonan el alcohol.

Evidentemente, se comienza por el tabaco y el alcohol, que son las


drogas legales y que todo el mundo consume en todas partes, en
las calles, en cualquier reunión, Luego de eso te puedes estar me-
tiendo en otro tipo de drogas, como la marihuana, y de la marihua-
na abres otra puerta más a otras drogas, como la cocaína,

Los usos conflictivos implican la sustitución de relaciones


simbólicas subjetivas por cosas concretas. Por ejemplo, una re-
lación amorosa o el afán de estudiar por marihuana. Pero con el
alcohol no se ve siempre y con suficiente claridad esta sustitu-
ción porque la sociedad lleva de la mano a cada nueva genera-
ción al consumo de alcohol, a diferencia de lo que acontece con
las otras drogas a las que, por lo menos en el discurso explícito,

9 Baylor University, Waco, Texas, enero, 2009.

126
se trata de alejar, porque ya se encuentran etiquetadas con el se-
llo del mal. El sello del ron, el vino, el whisky o el aguardiente
se llama placer en cualquiera de sus formas. El vino se halla
bendecido por la tradición, incluida la religiosa. A las drogas se
las persigue. Este distinto posicionamiento crea relaciones de
sentido en lo que tiene que ver con los usos que se establecen ya
sea con el vino o con la marihuana.
En todas partes, los informantes señalan que existe una con-
ciencia clara y generalizada de que el alcohol y los cigarrillos
son significativamente más dañinos que las drogas, en especial
cuando se trata de la marihuana. Mientras que la sociedad no ce-
sa de hablar de los grandes males que produce la nicotina en el
fumador activo e incluso en el pasivo, no se hace una campaña
radical en su contra. A nadie se le ha ocurrido erradicar el taba-
co y, menos aún, quemar sus sembríos. Esta especie de doble
discurso social y político es mirado y analizado como un contra-
sentido difícil de aceptar.

A l alcohol, a los cigarrillos, a todas esas cosas se las considera


drogas, y todas hacen daño, De hecho son tan drogas las unas co-
mo las otras, aun cuando los efectos sean diferentes, Las sensacio-
nes cuando estás pegado algo no son como cuando estás borracho,
tienes otro nivel de vuelo totalmente distinto, de borracho haces
cosas de las que ni tienes conciencia y ni te acuerdas después, el
vuelo es otra cosa, con la marihuana se viven otras cosas y te
acuerdas de todo, no estás idiota, No puedes decir que el borracho
está más sano que los chicos que se pegaron su porro, uno entre to-
dos, El borracho es un peligro en todas partes, pero no el que ha
fumado un poco de hierba,

Susana descubrió en el cuarto de su hijo adolescente tal can-


tidad de marihuana que rebasaba toda idea de que era solamen-
te para un porro. No armó la penúltima guerra mundial porque
supo manejarlo desde la maternidad y con criterios logrados a

127
través de los años y sobre la base de sus antiguas y personales
experiencias con las drogas. Entre las cosas dichas en los careos,
hijo y madre pasan revista a realidades concretas, a los mitos, a
los ocultamientos culposos, a las autorizaciones que se hacen
justo de aquello que se prohíbe.

Entonces él me dijo: Tú estás preocupada porque yo fumo mari-


huana, y es mucho más grave el cigarrillo, Tú tienes más proble-
mas con el cigarrillo, y tú estás preocupada por la marihuana, que
hace menos daño que el cigarrillo que daña tu salud, Yo le contes-
té, yo no estoy preocupada por eso, sí me preocupó, pero ahora no,
ahora me preocupa en dónde estarás comprando, qué porquería te
estarán vendiendo, porque ellos están interesados tan solo en ven-
der, y a lo mejor lo que te venden están mezclando con otras cosas
que sí son adictivas, ya que dices que la marihuana no lo es, Por-
que, cómo saber si te están poniendo algo ahí, es esto lo que me
asusta más porque yo sé que no venden lo que los otros piden,

Lo que aparece como amorosa preocupación materna bien


podría ser el ocultamiento de otras realidades que están presen-
tes en los usos tanto de drogas como de cigarrillos y de alcohol.
Si bien las sustancias son diferentes, en todas ellas es posible re-
correr las rutas de fantasías inconscientes que probablemente
tengan que ver con los vínculos amorosos, tal vez en conflicto,
y que podrían estar siendo sustituidos por cosas. ¿No será esta la
angustia original de esta madre que terminará ayudando al hijo
a sembrar la marihuana en casa para estar segura de que su hijo
la use pura y sin mezclas?
Difícil no pensar en la posición esquiva y ambivalente de la
madre respecto al hijo, al que estaría donando una buena dosis
de ambivalencia afectiva. No quiero que te hieras pero te regalo
una pistola para que te diviertas. El psicoanálisis ha teorizado
mucho sobre la ambivalencia, cuanto más que le pertenece
su nominación ya que fueron Breuer y Freud (1895) quienes

128
acuñaron el término para explicar una disposición psíquica que
conduce al sujeto a sentir y expresar de manera simultánea dos
sentimientos o actitudes claramente opuestas. Desea proteger al
hijo de los males de las drogas, aparentemente originados en las
mezclas que realizarían los brujos y, al mismo tiempo, siembra
marihuana en la casa para que su hijo, como dice ella misma, se
drogue seguro de que lo hace con una buena hierba.
No se trata de una patología sino apenas de ese encuentro
simultáneo de lo que cada sujeto es: mezcla bizarra de amor y
odio, de ternuras y agresiones. Las pulsiones de vida y de muer-
te cohabitando en cada sujeto y organizando su existencia para
llevarlo, a veces por la misma ruta, al encuentro con lo placen-
tero y con lo doloroso. Para Bauman (2005:12), una de las ca-
racterísticas primordiales del mundo contemporáneo es la am-
bivalencia

Experimentamos “ambivalencia” cuando nos debatimos en medio


de impulsos contradictorios. A lgo al mismo tiempo nos atrae y re-
pele; deseamos un objeto con la misma fuerza que le tememos; an-
siamos su posesión tanto como sentimos miedo de poseerlo.

La originalidad del concepto de ambivalencia, en relación


con lo descrito hasta entonces como complejidad de sentimien-
tos o fluctuaciones de actitudes, estriba, por una parte, en el
mantenimiento de una oposición del tipo sí-no, en que la afir-
mación y la negación son simultáneas e inseparables y, por otra,
en el hecho de que esta oposición fundamental puede encon-
trarse en distintos sectores de la vida psíquica. La cultura no ha
dejado de soñar con la utopía de la eliminación de toda ambi-
güedad. Pero es imposible colocar las cosas en su lugar de tal
manera que el amor no se mezcle con el odio, ni las ternuras
con las violencias.
No se trata de una incapacidad del sujeto para tomar decisio-
nes claras e inequívocas, sino de una ambigüedad que el sujeto

129
descubre en el mismo objeto de deseo que aparece como bueno
y malo, como lleno de amor y de odio. Por lo tanto, no habría
manera alguna de gozar del lado bueno sin excluir el malo, una
exclusión realmente imposible. Tanto las promesas como las
amenazas vienen en el mismo paquete y, lo que es más grave,
nadie las distingue, lo que conduce a tomar la una por la otra.
Hay quienes consideran que el orden social y subjetivo ad-
vendrá cuando desaparezca esta ambivalencia constitutiva, por-
que así cada cosa ocupará un lugar claro y específico en las re-
presentaciones y en los lenguajes. Sin embargo, y pese a las ma-
las pasadas que nos juega, es imposible siquiera imaginar un
mundo y unos sujetos desprovistos de ambivalencia.
Imposible desconocer esa ambivalencia cuando se ve a ni-
ños que comienzan a ser atrapados por el alcohol, con el cual,
presumiblemente, empiezan a significarse y a significar el mun-
do de su entorno y el futuro y que, al mismo tiempo, no se haga
nada serio para evitarlo.

Es mucho más problemático el consumo de alcohol que el de dro-


gas, A quí, en Galápagos, no se ve a niños pequeños consumiendo
drogas, pero sí vemos a niños de menos de 12 años consumiendo
alcohol, Nadie hace nada, es que ya todos están acostumbrados al
espectáculo,

130
MEGAMERCADO DE LO REAL

Una de las rutas que se han construido para abordar el tema de las
drogas es la de la oferta y la demanda, una perspectiva que da
cuenta de las leyes del mercado que rigen el mundo de los nego-
cios, de las necesidades y exigencias de los ciudadanos. En buena
medida, este modelo supondría que, en el interjuego de ofertar y
demandar, se evidencian las relaciones de intercambio que sostie-
ne y acrecienta la producción de drogas y su consumo. En no po-
cos casos, esta relación ha sido tratada de manera mecánicamen-
te lineal, desde una lógica simple destinada, más que a desbaratar
la complejidad, a ocultarla y, en algunos casos, a negarla.
El consumo constituye uno de los tantos significantes que
sirven para definir la cultura occidental y, de modo particular,
las culturas juveniles. Consumir se ha convertido en una suerte
de imperativo del que nadie puede escapar, porque hacerlo im-
plica introducirse en las redes significantes que configuran a los
sujetos. Sin embargo, los actos de consumo hacen que la linea-
lidad de oferta y demanda se quiebre para dar lugar a un mons-
truo de significaciones tan complejas que casi se han vuelto in-
comprensibles.
“El consumo, en tanto función económica, se ha convertido,
en nuestro tiempo, en una función simbólica”, afirma Álvaro
Cuadra (2003:3), es decir, está ahí para representar al sujeto co-
mo agente de los intercambios y aquello que se constituye en
materia del intercambio. Pero, cuando ya no forman parte de los
procesos y realidades que se encargan de satisfacer las necesida-
des reales de los sujetos y de la comunidad, los intercambios en-
vuelven a los sujetos en una red de dependencias de la que difí-
cilmente logran salir. Más aún, cuando se trata de gente joven,
el objetivo es que queden atrapados sin que reparen en ello de
tal manera que no hagan nada para salir de ese atolladero.
Uno de los cambios importantes de nuestra cultura es haber
provocado que el hecho de consumir se haya desprendido de sus

131
antiguos sentidos para constituirse en sí mismo en aquello que
representa al sujeto ante los otros como parte de otra forma de
mutuidades. Eso quiere decir que ya no se consume porque exis-
te una necesidad sino que la necesidad consiste en consumir.
De esta manera aparece otra lógica, según la cual, cuando ya
todo es posible, se desbarata, de una vez por todas, la lógica de
los imposibles que sostuvo los antiguos lenguajes. Esto se con-
vierte en una suerte de condición de una existencia que se sos-
tiene en la seguridad de que se ha establecido el reinado de lo
absoluto. Bajo el imperio de lo absoluto, desaparece cualquier
orden destinado a poner límites a los deseos y a sus objetos.
Su propósito sería dar paso a un nuevo hedonismo de masas
convertido en condición ineludible del estar-bien en el mundo
de cada sujeto. Por ende, todos serán más felices cuanto más
consuman. La felicidad trata de suturar toda falta o, por lo me-
nos, de no hacerla tan evidente como para que aparezca en algún
lugar la angustia o ese simple malestar que bien podría dar lugar
a la tristeza y al sufrimiento.
El consumismo prohíbe estar mal. Pretende además cerrar la
puerta a toda posible interrogación sobre cualquier mal-estar. El
nuevo hedonismo universalizado prohíbe estar mal porque cual-
quier malestar sería un atentado ilógico a la propuesta universal
de felicidad. Por lo mismo, se trata ya no de realidades concre-
tas, físicas, sino de nuevos relatos convertidos en los nexos que
permiten compartir la existencia con los otros. Cuadra continúa:

… el consumismo constituye una nueva habla social que, ante la


bancarrota de los metarrelatos, articula una pluralidad de microrre-
latos, efímeros, no trascendentes y despolitizados.

Entonces cada sociedad requiere, no de uno, sino de múltiples


megamercados que mantengan sus puertas abiertas una hora más
de las veinticuatro que hacen lo cotidiano. Al revés de esa hora ex-
tra para el sufrimiento de la que hablaba Virgil Gheorghiu, el

132
mundo ha inventado una hora más para los goces. No es lícito que
a esta hora extra se la desperdicie en el sufrimiento.
Lo que comenta Susana, en Lago Agrio, se repite en todas
partes porque las drogas no han construido un mercado paralelo
sino que están en las perchas del único e infinito megamercado
de la felicidad.

A quí hay, para consumir la marihuana, la única sana o la menos


peligrosa de todas, El éxtasis, la base de coca, la cocaína, el bazu-
co, estas son las cosas más comunes, Pero, cuando van a bailar, en-
tonces se encuentran otras que son las pastillas y los ácidos, que
incentivan los pies para bailar, aunque sean peligrosos,

Se trata de espacios mágicos imposibles de ser atrapados


de una vez por todas por cada cliente que entra y sale, de vez
en cuando, cada día, en pos de aquello que los deseos piden y
hasta exigen. Más allá, dice Viviana, se puede encontrar el al-
cohol que, probablemente en la infinita mayoría de casos, es
la primera droga a la que tienen acceso niños de casi todas las
edades:

Nosotros vivimos en Cuenca, en donde tomar es lo único que exis-


te, así que no importa cuán adulto o menor de edad o niño seas,
Nadie le ve nada de malo en eso, Es normal que en todas las fies-
tas haya licor, El licor es igual a todas las otras drogas, todas ha-
cen daño, pero el alcohol quizás más porque está en todas partes y
nadie se preocupa de eso,

Por su parte, Nicolás contempla perchas en las que cohabi-


tan drogas aparentemente disímiles pero que él las percibe co-
mo similares porque, de alguna manera, se hallan unidas por
los tiempos míticos en los que aparecieron el alcohol, los alu-
cinógenos y otras sustancias que, a lo largo de los siglos, per-
mitieron a sabios y pitonisas entrar en trance para ponerse en

133
contacto con los poderes superiores y descubrir las verdades
cuyo conocimiento estuvo vedado a los sujetos comunes:

El alcohol, que es la más peligrosa de todas las drogas, el tabaco,


los hongos, la escopolamina, y otras más como el éxtasis,

Las relaciones que el sujeto establece con las drogas poseen


cierto carácter lúdico, en el que no faltan el vértigo, las caídas y
las exaltaciones. Para Caillois (1967:71), el juego tendría que ver
con el término griego ilinx derivado de ilingos, que suele tradu-
cirse como vértigo, justo ese espacio que ocuparían las drogas en
el megamercado de lo inimaginable, puesto que nunca son del to-
do predecibles los efectos de lo lúdico. Lo que Caillois dice del
juego se aplicaría con mucho sentido a las experiencias espera-
das o vividas con las drogas que, como el juego, se propondrían
“destruir por un instante la estabilidad de la percepción e infrin-
gir a la conciencia lúdica una salida de pánico voluptuoso”. Ade-
más, allí se encuentran presentes el vértigo y el riesgo que, con
lo voluptuoso, constituirían los tres elementos fundantes de las
experiencias con las drogas. Como en casi todo lo que tiene que
ver con los afectos, las drogas poseen el poder alquímico de con-
vertir el vértigo y el pánico en experiencia voluptuosa.
Estar bien, vivir el placer del vértigo, ya no es una alterna-
tiva posible sino un imperativo del sentido común de la nueva
sociedad. Por ende, si se cuenta con todos los bienes de consu-
mo, lógicamente, nadie debería estar mal. En consecuencia,
una función económica ha terminado instaurando un mito que
se actualiza en una pragmática constituida por juegos de len-
guaje e imágenes. “El mito constituye un sistema de comuni-
cación, un mensaje (…) si el mito es un habla, todo lo que jus-
tifique un discurso puede ser un mito”, señala Barthes
(1984:199). El consumismo sería un habla social y conforma-
ría juegos de lenguaje específicos que obligarían a todos a ju-
garlos so pena de ser víctimas de un ostracismo social inapela-

134
ble. Esta invitación imperativa en sí misma ya formaría parte
del vértigo voluptuoso.
La idea fundamental consiste en rechazar todo aquello que
interfiera en esta imposición de sostener los placeres en una
suerte de continuum indispensable para que no aparezca nada
que lo estorbe, ni el cansancio, ni el tiempo real. Nada debería
justificar que tú interrumpas tu placer, ni siquiera los límites
del cuerpo, que antes se consideraban normales y que ahora
deben ser superados, porque la consigna es que no existan lí-
mites para el vértigo. El megamercado de cada ciudad, pueblo
o barrio se encuentra bien aprovisionado para cada condición
y circunstancia:

También tenemos los energizantes, que son estimulantes que sue-


len ser usados para las fiestas, Pero el neurólogo le explicó a mi hi-
jo que es lo más peligroso que se puede consumir porque, mezcla-
dos con el alcohol, pueden provocar mucho daño, Que te pueden
matar un montón de neuronas,

¿Servirán para algo los saberes y la lógica del médico? Pro-


bablemente no porque la lógica del consumo funciona bien sin
la necesidad de los criterios sabios de médicos, psicólogos, po-
líticos, policías, organismos internacionales o religiosos. El im-
perativo de los goces actúa con lógicas indescifrables en las que
la ambivalencia ocupa un lugar de privilegio. El médico lo pre-
siente, por eso añade:

Pero entonces el doctor le dijo: Nosotros ganamos dinero gracias a


la estupidez, Sigue haciendo eso, sigue tomando los energizantes
y, cuando tengas 30 años, vas a ser un débil mental, y yo voy a te-
ner mucho dinero, Entonces le insultó y le dijo que, claro, esos
energizantes son mucho más graves que la marihuana,

135
¿Qué pasaría, entonces, si de súbito desapareciesen los sa-
grados y míticos objetos de consumo que energizan el cuerpo y
la mente, el deseo y el goce? La respuesta podría hallarse en esa
visión absolutamente pesimista del mundo revelada en la nove-
la El país de las últimas cosas de Paul Auster (1998), ese pesi-
mismo atroz que ha sido calificado como la enfermedad termi-
nal de la modernidad.
Adolfo Vázquez (2007) se pregunta si acaso no se habrá
constituido en este tiempo lo que denomina un entramado ideo-
lógico del sistema de objetos. La respuesta la encuentra en Bau-
drillard, para quien este sistema se explicaría mediante un prin-
cipio “personalizador” que democratiza el consumo a través de
la nueva ética del crédito, cuyo paradigma son las tarjetas que
ofrecen mundos sin límites. El glamour de las mercancías apa-
rece como nuestro paisaje natural, allí nos reconocemos y nos
encontramos con nosotros mismos. Entonces, ya no será válida
la presencia de ninguna otra escena que lo desvirtúe.
Allí se cuenta con el escaparate de los hongos que ofrecen
tentaciones sospechosas. Hace un par de décadas, el glamour del
que habla Baudrillard, y que aparece en el siguiente testimonio,
se ubicaba en los hongos, porque erradica al usador de su entor-
no para trasladarlo a lo mágico y pavoroso de las alucinaciones.
Siempre han sido responsables de malos viajes, algunos con re-
tornos conflictivos y otros incluso sin pasaje de regreso.

También están los hongos, pero igual, yo te puedo decir que no es


recomendable pegarte full hongo, Yo he llegado a comer 15 hon-
gos y me he volado, pero, una vez, un amigo se pegó 53 hongos,
estuvo encerrado en su cuarto durante como dos semanas porque
no se le iba el vuelo, casi se mata, Porque el exceso de cualquier
tipo de drogas igual termina haciéndote pedazos,

Aunque quizá nadie quiera verlo, está el escaparate de las


grandes soledades con la heroína que, pese a su larga vida en la

136
historia de este singular mercado, no deja de resucitar en las so-
ciedades. Por supuesto, ningún chico la mira de cerca, y peor los
niños grandes, tal como a veces afirman quienes pretenden alar-
mar más de lo que ya de suyo se encuentran las sociedades. La
heroína ofrece lo que ninguna otra droga consigue: la desapari-
ción del placer para que ahí, en ese vacío, surja, como de la na-
da, la suma de todos los goces, cuya metamorfosis podría coin-
cidir con la muerte.

Pero también tienes la heroína, que es un opiáceo que lo que hace


es quitarte toda sensación, Entonces es como que, al desaparecer
el placer, asoma el mayor de los placeres, Pero no lo usas, aunque
se sabe que hay gente que sí, pero es gente que ya está hecha pe-
dazos, Los manes no saben ya nada más que hacer,

La informante se refiere a lo imposible de ese placer absolu-


to que el psicoanálisis califica de goce, porque el ser para sí no
es más que suspenso ya que el ser es búsqueda perpetua.
En este supermercado de lo posible e imposible, por lo que
se lo denomina mercado de lo real, hay un espacio destinado a
lo nuevo, a lo que acaba de aparecer y que se ha encargado de
convertir la misma novedad en una droga, la droga de moda, la
droga de la moda, en el mismo sentido en el que aparecen las ro-
pas, los alimentos e incluso los lenguajes. Esas sustancias per-
miten una movilidad espacial no solamente entre los usadores
esporádicos o habitúes, sino que da cuenta de la movilidad de la
sociedad y del consumo que, a su vez, se encarga de producir
identidades prefabricadas y que terminan siendo parte importan-
te de la sociedad de consumo y de los sujetos que la toman tan
en serio que no pueden existir sin estar al día en todo. La moda
convertida en droga evidente y desapercibida al mismo tiempo.
Las drogas de moda, pastillas, ácidos, que se imponen en círcu-
los reducidos desde donde muestran sus espíritus del mal.

137
A hora los ácidos están de moda, también una droga que se llama
poper, este poper te da un rash o un viajecito súper intenso, por eso
ahora lo consumen un montón, sobre todo si se trata de una fiesta
electrónica, Pero hay otras que dicen que te hacen tanto daño que
es mejor alejarse, Las usan los que ya están rayados,

No faltan los medicamentos que expenden las farmacias, al-


gunos de los cuales necesitan receta médica pero que llegan con
facilidad a quienes los usan para curar otros males que los mé-
dicos desconocen, porque se encuentran en otras semiologías,
aquellas que pertenecen a este otro mundo hecho con una in-
mensa soledad. Es lo que ha conducido a los más pesimistas a
elaborar una versión claramente degradada de nuestro mundo.
En esta visión, no hay enemigos exteriores porque los sujetos
han terminado transformados en sus propios enemigos.
Aun cuando los usos de drogas pudiesen ser interpretados
como actos de protesta al consumismo que corroe las mediacio-
nes simbólicas, por su posición, también aparecerían como nue-
vo impedimento en la tarea de construir otros sistemas de signi-
ficación que ya no hablen en nombre de la verdad, la totalidad y
la igualdad.
Porque aun cuando no lo sean desde los análisis sociales y
políticos, las drogas forman parte de lo que el gran mercado de
la felicidad ofrece y que, para los pobres, como los niños de la
calle, se traduce en el mero acto de sobrevivir a la agresiva in-
temperie de la misma sociedad, que se ha convencido de que
existe la bienaventuranza. En ese grupo se personalizan las con-
tradicciones de los discursos políticos e incluso de los académi-
cos. Sin que exija exclusividad, este es el lugar en el que la in-
famia se viste de gala porque, a diferencia de los que han caído
presas de la pasión por la moda y que hasta en la clase de droga
que usan buscan estatus social y económico, los niños y niñas de
la calle tan solo sobreviven porque en eso consiste precisamen-
te su estatus:

138
Un chico de la calle no fundea cemento de contacto por su estado,
Lo hace por frío, por hambre, para poder vivir, Y antes hemos vis-
to a toda hora a esos chicos matándose inhalando el monóxido de
los autos, de mañanita como si fuese desayuno,
A cá, en Lago A grio, para los niños pobres venden los residuos de
todo el proceso de elaboración de la cocaína, Eso les dan, y sabe-
mos que eso es mortal, pero ahí están los niños volando con eso, a
veces todo el día,

139
BIZARRAS NOMINACIONES

Parte importante de las actividades de la adolescencia consiste


en construir lenguajes que permitan la transmisión de sus repre-
sentaciones del mundo, de lo que son la familia, el colegio, los
que gobiernan el colegio y el país. Por ende, las diferencias que
se establecen entre adolescentes, adultos y niños son fundamen-
talmente lingüísticas y lexicales. No solo se trata de lenguajes
hablados sino también de los silentes, como los que dan cuenta
de la dinamia de los cuerpos y de los deseos, de las cadencias,
cercanías y distancias.
Además, construyen léxicos que les facilitan la transmisión
de saberes sobre los que prefieren mantener alejados a los adul-
tos. Lenguajes diferenciantes, sistemas de códigos destinados a
sostener las autonomías y privacidades indispensables para sen-
tirse dueños de sus espacios y tiempos.
El mundo es todo aquello que acontece. Y lo que sucede, en
primer lugar, son los lenguajes y las existencias personales. Pa-
ra cada sujeto, lo que en verdad ocurre es el otro como relación
real o posible. Los otros son los que constituyen esa especie de
sustancia del mundo y no las cosas que valen tan solo como es-
cenario. Aquello que se encarga de que estas existencias se sig-
nifiquen son los lenguajes. Si se tratase de definir lo que es la
adolescencia, se podría decir que es la totalidad de todos sus
imaginarios, de los lenguajes que crean, de los espacios que
construyen, de las seguridades que reciben, de los placeres y su-
frimientos que viven.
Cuanta más especificidad deseen dar los adolescentes a sus ac-
tos, más específicos serán sus lenguajes de manera que los otros,
en particular los adultos, queden fuera. Como se ve, ese quedar
fuera, que ciertamente afecta a la generación de los mayores, es
eminentemente semiótico. Las culturas juveniles se autolimitan
puesto que no tienen interés alguno en que su mundo sea invadido
por los grandes, ya que su futuro no coincide con el de los adultos.

140
Así se entiende el constante cambio de nombres que los
adolescentes dan a sus cosas, entre las que se encuentran las
drogas. Se trata de una semántica destinada a que las sustan-
cias circulen entre ellos significando cada vez nuevas realida-
des que codifican y decodifican de tal manera que los adultos
queden fuera.

Por supuesto, cada una tiene su nombre, pero no hay un nombre


general, como era antes, Imagínate que la marihuana no logró po-
ner su nombre propio y sabes que tiene muchos nombres, Pero, es-
pérate un rato, entre nosotros la marihuana tiene un nombre medio
cariñoso, la llamamos la traicionera, ¿Sabes por qué comenzó así?
Porque un amigo, cuando se pegaba la marihuana, veía cosas que
no son, como que su mujer lo estuviera traicionando, pero sucedió
que unos amigos filmaron a la mujer de él, y así descubrieron que
se iba con otro, Desde ahí todos le decimos la traicionera,

No se trata de un tema baladí ni de una realidad destinada a


empeorar las relaciones éticas entre adolescentes y adultos,
quienes consideran que estos lenguajes sobre las drogas no ha-
cen sino dar cuenta de una falla ética, pues lo hacen para ocul-
tar la culpa de estar en cosas que la sociedad y la familia recha-
zan. Como señala Lupicinio Íñiguez (1990), el orden social es el
orden del decir.

La mariguana es el bareto, o el bate, también es el chocolate, le di-


cen chocolate porque se la mezcla en un papelito que se parece a
las chocolatelas y entonces se la fuma,
También se la llama porro, que es la mezcla que se hace con el ci-
garrillo; en otras partes la dicen canuto,

Más allá de los espacios que la marihuana ha ido conquistan-


do en los discursos sociales, se mantiene su carácter de ilegalidad
e ilegitimidad. No se puede, pues, hablar de ella con la libertad y

141
casi neutralidad que están presentes en otras nominaciones como,
por ejemplo, cuando se habla de alcohol.

Porque es feo decir marihuana, es mejor decir voy a comprar un


maduro o una pistola, o me voy a pegar un maduro con queso, es
más discreto, y así es bueno,

De lo contrario se correría el riesgo de caer en una especie


de exhibicionismo inútil y provocador ante la sociedad y la fa-
milia que, si bien cada vez más se hacen de la vista gorda, re-
chazan todo lo que sepa a provocación y a esa demostración de
un supuesto poder de algunos adolescentes que de esa manera
pretenden desbaratar los andamiajes de una cultura estatuida.
También las nuevas nominaciones buscan que la cosa en sí
cambie en tanto se relaciona con el sujeto desde nuevos sentidos
que la nominación produciría. Desde los imaginarios del sujeto,
la cosa ya no es la misma si, en lugar de llamarla floripondio, se
la dice flor del diablo, con lo que los usadores se cuidan, pues su
uso no es aconsejable por su carácter altamente alucinador. En
cambio, a los hongos que no aparecen como parte de los usos re-
gulares, algunos los denominan niños de luz. Cada vez que se
cambian los nombres de las cosas, se alteran los modos de rela-
cionarse con ellas.

Se crean nuevos lenguajes porque las situaciones se vuelven más


libres y porque se necesitan formas especiales de comunicarse pa-
ra entender qué es lo que quieres: si quieres una chata (marihuana)
o un polvo (base), o un gusano blanco (cocaína), y esto es siempre
importante,

Para entender este proceso, es necesario reconocer que se es-


tá en el mundo de las metáforas al que pertenecen todos los su-
jetos y esas cosas incorporadas a los lenguajes. Las metáforas
permiten esa suerte de metamorfosis que exigen los usos de

142
drogas. No se da esa supuesta arbitrariedad con la que se preten-
de rechazar las prácticas lingüísticas de los adolescentes.
Sería inútil la tarea de captar, catalogar y analizar todas las de-
nominaciones por cada una de las sustancias y por cada una de las
circunstancias en las que se las usa. Hasta se podría pensar que,
en el fondo, se trataría de una lírica inteligible para quienes se en-
cuentran fuera de los usos. Las palabras de Wittgenstein (1953)
podrían aclarar este complejo panorama lingüístico:
Supóngase que quisiera sustituir de una vez todas las pala-
bras de mi lenguaje por otras: ¿cómo sabría yo qué lugar le co-
rresponde a una de las nuevas palabras? ¿Son las imágenes las
que conservan los lugares de las palabras?
Los límites de los lenguajes terminan convertidos en los de
la subjetividad ya que los nombres son solo una parte de los tér-
minos significativos del lenguaje, como señala el mismo Witt-
genstein. Las palabras, en efecto, se definen por sus usos.

143
TRES
EL MUNDO DE LA AMBIVALENCIA

Somos como la hierba: hemos hecho del mundo, de todo el


mundo, un devenir, porque hemos hecho un mundo
necesariamente comunicante, porque hemos suprimido de
nosotros mismos todo lo que nos impedía deslizarnos
entre las cosas.

Deleuze
Le mythe est une parole.
R. BARTHES
Es necesario referirse al sujeto como misterio indescifrable. Pro-
bablemente, aquello que más se resista a la develación tenga que
ver con el deseo, en cualquiera de sus expresiones, en cada ob-
jeto buscado y en cada acto de encuentro o de construcción, por-
que ahí mismo, en ese instante lógico, se oculta y se aferra a su
consistencia. Ello determina que sea inevitable el enfrentamien-
to permanente a lo conflictivo, a los sistemas de oposición pre-
sentes en cada acto.
Esto se evidencia en los usos de drogas realizados por quie-
nes lo hacen sin saber necesariamente desde dónde y con qué
propósito aun cuando a veces estén seguros de conocer esas ra-
zones incuestionables. La misma confesión de que cada vez se
trata de un ejercicio diferente a los anteriores y a los que ven-
drán demuestra que ahí hay un mundo difícil de desentrañar. Es
probable que sea precisamente esta realidad la que se encargue
de sostener los usos porque, desde su inconsciente, podría sos-
pecharse que, en cada acto, el usador pretendería, una y otra vez,
resolver algún acertijo que lo persigue.
Por otra parte, se trata de series de hechos y prácticas previa-
mente calificados como malos, ilegales e ilegítimos por la socie-
dad, puesto que sobre las drogas pesan series de juicios previos,
casi todos tendientes a su descalificación. En consecuencia, la
posibilidad de escuchar los decires con oídos limpios de prejui-
cios se torna cada vez más difícil.
Los usos de drogas atraviesan un terreno ya minado de

147
prejuicios y de amenazas que van desde lo delincuencial hasta la
enfermedad, desde las acusaciones indiscriminadas hasta las in-
mensas compasiones de una sociedad que lo mejor que sabe ha-
cer es lavarse las manos ante situaciones en las que se reconoce
absolutamente comprometida porque un usador, en especial si es
conflictivo, se encarga de evidenciar la realidad de una sociedad
siempre lista a construir chivos expiatorios para ahí depositar
culpas, fracasos, complicidades y maldades. ¿Se tratará, enton-
ces, de un síntoma social negado y transferido a ciertos sujetos,
de modo particular a los adolescentes? Si así fuese, eliminar el
síntoma no traería sino ventajas imaginarias, de conformidad
con la economía social y psíquica de los síntomas.
Pareciera que los usadores de drogas han tenido que dejar de
ser sujetos para convertirse en acontecimientos, tal como podría
apreciarse, por ejemplo, en la profusa utilización de los datos es-
tadísticos en los que se hallan excluidos de manera radical pues
han devenido en cifras, curvas y porcentajes. Difícil aceptar que
el mundo contemporáneo se componga también de drogas y que
adolescentes y jóvenes actuales formen parte de esa composición
en tanto usadores. Nuestras sociedades no solamente poseen dro-
gas y usadores sino que unas y otros también hacen la sociedad,
la representan y la visibilizan. Convendría aceptar esta suerte de
relación fundante de las ciudades, del país, de nuestra historia,
de la que nadie puede escapar. Como decía Virginia Woolf, el pe-
rro flaco corre por la calle, ese perro flaco es la calle.
Aquí aparece nuevamente el tema de la ambivalencia que
da cuenta de las sinrazones, equívocos y ocultamientos que for-
man parte de los discursos sociales. Ya Bauman (2003), decía
que la ambivalencia social no se refiere a una patología del len-
guaje o del discurso sino a un aspecto normal que aparece en las
prácticas lingüísticas, en especial cuando se trata de nombrar y
clasificar. Clasificar supone separar, poner aparte, aislar a los
buenos de los malos, a los buenos que no usan drogas de los ma-
los que sí lo hacen.

148
A propósito de las drogas, ya no se las puede mirar como al-
go ajeno a la existencia del país, de las ciudades, del barrio y de
la casa, pues forman parte de la configuración de los sujetos a
quienes pertenecen en cualquiera de sus posiciones afectiva y
mentales, como usadores, como no usadores, como papás que
usaron y ya no lo hacen, como los que las probaron y aún man-
tienen ciertos usos, como los profesores de colegios y universi-
dades que las usan actualmente y que por eso prefieren mante-
ner la boca cerrada por una elemental ética. Se trata de “dimen-
siones de multiplicidades”, como diría J. Deleuze, que se resis-
ten con todas sus fuerzas a dejarse atrapar.

149
ENERGIZAR LA VIDA

A lo largo de las últimas décadas, se ha ido construyendo de ma-


nera sólida e irrefutable la verdad de que todos quienes usan
drogas lo hacen como respuesta a problemas que viven y que no
han logrado solucionar o, por lo menos, enfrentar, de manera sa-
na y adecuada. Cada uso no sería otra cosa que una respuesta
inadecuada a esos conflictos porque el sujeto carece de otros re-
cursos psíquicos y sociales adecuados y proporcionados. Una
salida en falso puesto que se ha elegido un mecanismo que no
arregla nada sino que, por el contrario, atenta en contra del mis-
mo sujeto y de la sociedad.
Si los usadores son niños o adolescentes, estos conflictos
han sido referidos a la familia que constituye su lugar por exce-
lencia de pertenencia. Hasta tal punto se ha fortalecido esta re-
lación que ha terminado constituyéndose en una especie de dog-
ma de fe que nadie se ha atrevido a refutar. En consecuencia, un
doble dogma: el primero versa sobre los orígenes conflictivos de
los usos, y el segundo, sobre la fuente de estos problemas, que
es la familia. Se trata de una clasificación que se origina en la
ambivalencia social y política.
Parecerían lógicos estos planteamientos pues se sosten-
drían en una larga y sólida casuística. De hecho, no se necesi-
tarían demasiadas pruebas para confirmar que, detrás de un
adolescente usador, deberá estar una familia con conflictos de
los que el hijo se ha hecho cargo. Puesto que no dispone de
ninguna otra forma de asumirlos y elaborarlos, recurre al alco-
hol, a las drogas o a ambos al mismo tiempo. Pero no se ha re-
flexionado sobre las posibilidades contrarias, es decir, sobre
chicas y muchachos que efectivamente viven en medios socia-
les y familiares altamente conflictivos y que, sin embargo, no
usan drogas. Además, ¿no existirán adolescentes y jóvenes
que usen drogas y que, sin embargo, no denuncien evidentes
conflictos familiares?

150
Por su parte, los informantes no dejan de referirse a esta
etiología familiar. Unos lo harán como una verdad incuestiona-
ble. ¿Cómo pensar de otra manera si es esto lo que dicen todos,
de modo particular los discursos de personas importantes como
psiquiatras, psicólogos, profesores? Además, ¿acaso no resulta
social y políticamente conveniente ubicar, de manera hasta físi-
ca, un origen para atacar esos núcleos conflictivos y así solucio-
nar esta clase de problemas tan preocupantes y dañinos?
Frente a ese reduccionismo sencillo y casi simplista, apare-
ce una inmensa etiología que tiene que ver con los estados pro-
pios de la vida contemporánea y de las circunstancias que viven
los grupos, la ciudad y el país. De la familia tradicional cada vez
queda menos pues se halla minada por principios que vinieron a
destruir sus supuestos órdenes inamovibles y, de manera espe-
cial, los del padre omnipotente que impuso, a la fuerza y sin mi-
ramientos, una tradición inquebrantable. Ya Lacan hablaba de la
función eminentemente simbólica del padre. Pero ello no condu-
jo sino a un acrecentamiento de su función divina de portador de
la ley. El nombre del padre lacaniano es casi el nombre de Dios
Padre del cristianismo. Las nuevas sociedades ya no soportan
referentes lineales y absolutos que expliquen su constitución y
dinamia, pues se saben hechas desde la complejidad y la equi-
vocidad. La caducidad y contingencia de la realidad familiar se
han convertido en condición de las sociedades urbanas.
Roudinesco (2003), señala que la familia actual se halla en
desorden por dos razones fundamentales. La primera por la ca-
si imposibilidad de sostener los principios y las normas que
conformaron la familia tradicional, esa familia sostenida y de-
fendida contra viento y marea por los órdenes establecidos en
la cultura occidental. Y, en segundo lugar, una familia que, ya
reconocida en desorden, no sabe qué rumbos tomar porque, pa-
ra la autora, homosexuales y lesbianas pretenden reorganizar la
familia tradicional de espaldas a los cambios radicales, cuyo
paradigma está en las tecnologías cada vez más consistentes

151
para que la reproducción no tenga que ver ni con la familia ni
con la paternidad.
Pese a estas transformaciones inevitables, persisten ciertas
añoranzas de una familia supuestamente buena, cohesionadora,
legítima transmisora de la tradición y refugio seguro para todas
las generaciones. A ratos los sujetos y los grupos sociales se ol-
vidan, o no quieren reconocer, que ya casi no hay tradición sino
improvisación y creación.
La primera respuesta a la búsqueda de un sistema etiológico
que dé razón de los usos de drogas tiende a ser un sólido no.
Chicas y muchachos no necesitan atravesar circunstancias espe-
cialmente conflictivas para usar drogas puesto que, si no fuese
así, no se explicaría la infinidad de condiciones y circunstancias
en las que usan drogas. Lo dice un joven adulto:

Depende del sujeto, cada quien realiza sus propias elecciones, No


se puede decir que, porque alguien prueba la marihuana, ya está de-
mostrando que tiene problemas, Como si no se supiese que casi
siempre lo hacen por curiosidad, por ejemplo, o porque les gusta,

Más aún, de manera reiterativa se afirma que no resulta una


buena entrada para entender los usos la vía de lo conflictivo por-
que así se dejarían de mirar las nuevas y cada vez más comple-
jas realidades que hacen la vida actual. La complejidad de los
usos exige nuevas y más amplias perspectivas. Probablemente,
la primera de estas miradas debería posarse en la dinamia y en
la cada vez mayor presencia de las organizaciones juveniles, en
su poder constructor de condiciones de vida, en sus expresiones
culturales, en sus específicos estilos de amistad, en formas de
producir y vivir las alegrías tanto como las tristezas. En otras
palabras, resulta ineludible colocar la atención en los sujetos en
sí mismos y en su mundo, en el único mundo que pueden y de-
ben vivir. De lo contrario, se pensaría en los adolescentes y jó-
venes del mundo que construyen respuestas lineales a sus órde-

152
nes y desórdenes, hasta el punto de convertir a las drogas en el
privilegiado lugar para depositar todos sus problemas.
El mundo es demasiado complejo como para recurrir a esta
clase de reduccionismos y mantenerlos incluso contra toda evi-
dencia social y clínica.

Hay demasiadas teorías, como la supuesta presión de grupo o los


problemas familiares, Pero no se trata de nada de eso, Se trata de
un rito de iniciación a ciertas etapas de la vida, como podrían ser
la adolescencia o la juventud, entrar al colegio o a la universidad,
o conseguir una pelada, o lo que tiene que ver con el grupo, Son
rituales de iniciación,

Con demasiada facilidad se ha colocado a la niñez y la ado-


lescencia en los espacios mágicos de los bienestares y segurida-
des a toda prueba. Propuestas míticas destinadas a resguardar
los primeros años de vida exentos de las preocupaciones y su-
frimientos de los adultos. Como no acontecía hasta hace un par
de décadas, existen propuestas, incluso de orden legal, destina-
das a salvaguardar a niños y adolescentes de todo aquello que
real o supuestamente podría provocarles algún malestar. Desde
las leyes, a ellos les pertenece el mundo de la felicidad, igual-
dad, seguridad. En el papel todo anda bien. Y, si algo malo les
acontece, si padecen de tristeza, si lloran y se deprimen, si se
violentan o no rinden en los estudios, la causa está en la fami-
lia. Elemental relación causa-efecto que ahora ya no sirve para
casi para nada.
La presencia de la droga se ha extendido por todas partes y
no exige condiciones sociales, económicas o emocionales espe-
cíficas. Está ahí como parte de una cotidianidad compleja y de
ninguna manera cerrada sobre sí misma como para dejarse atra-
par en conceptos cada vez más pobres y, peor aún, en descrip-
ciones claramente tendenciosas. Tampoco es dable que se pre-
tenda realizar exclusiones ni clasificaciones. Como dicen los

153
usadores, es asunto de las personas, aquello que pertenece a ca-
da sujeto y que, de una u otra manera, forma parte de los órde-
nes del misterio:

No creo que haya siempre razones clasificables de por qué se usa,


A mi modo de ver, es asunto de las personas, la droga se usa des-
de las razones económicas, que determinan qué tipo de droga se
utiliza, Porque la idea general es que, en los barrios bajos, se con-
sume más drogas que en los altos, Lo cual es totalmente erróneo
porque entre la gente que tiene mucho dinero es probable que ha-
ya mucha más droga y quizás hasta drogas más adictivas que en-
tre los pobres, A demás, las drogas no son buscadas, están donde tú
estás, Como dicen, la droga te llama,

El sujeto no las busca, las drogas lo buscan, están a un paso


detrás de su caminar. No hay nada que buscar porque sujetos y
drogas, rock y moda, cigarrillos y alcohol, amor y conquista
amorosa, sexualidad y goces, todo esto hace el mundo de las
nuevas culturas juveniles. Todo esto conforma la materia prima
de la vida cotidiana y sus lenguajes.
La juventud es una categoría de contornos inciertos hasta el
punto de que sería arbitrario cualquier intento de delimitarla. Lo
que la caracteriza es la incertidumbre y el establecimiento de ri-
tos propios y más o menos intransferibles a los adultos, pues es-
tán destinados a prolongarla. Este constituye uno de los temas
ampliamente tratado por Galland (2001).
Ahí se encuentra el divertimento como condición necesaria
y como mandato ineludible. Si no te diviertes, sencillamente
no formas parte de tus culturas. Este es uno de los fundamenta-
les principios y realidades que determinan el inicio cada vez
temprano de la adolescencia y su prolongación indefinida. El
uso de drogas pertenece al mundo del divertimento que se ha
encargado de desvirtuar malestares y sufrimientos. Una de sus
peculiares manifestaciones consiste en lo que Baigorri (2004),

154
denomina “democratización de la noche” y que se expresa en
vivir las noches, particularmente de de los fines de semana, en
un casi inacabable ejercicio de diversión.

No, no se necesitan problemas, lo usan para divertirse, para diver-


tirse más en las fiestas, Con el éxtasis se puede estar más tiempo
activo para aguantar la fiesta hasta el final,

Se usa inclusive para ese algo tan sencillo de la vida como


sentirse relajado luego de las tensiones del quehacer cotidiano,
el colegio, la universidad, los exámenes, esa cotidianidad mez-
cla de paz y de temor en ciudades en las que la vida se vuelve
cada vez más compleja como, por ejemplo, el sistema de trans-
porte de las ciudades grandes que, de manera inmisericorde,
atenta contra la salud psíquica de las gentes por los embotella-
mientos, los ruidos, los atrasos, las aceleraciones. Todavía exis-
ten discursos que aseguran que los sufrimientos, las tensiones y
los descubrimientos de la inconsistencia de la existencia indefi-
nida son, asunto de grandes, de gente que ya ha vivido o, como
dicen, de gente que ya ha sufrido lo suficiente.

Les gusta, y usan para esos momentos de tensión, para lograr un


relajamiento, Dicen, que les sirve solo para eso, para relajarse y
ponerse bien,

Es necesario estar en onda con los otros desde ese nuevo


principio de solidaridad que caracteriza al mundo de los jóve-
nes. La solidaridad no tiene que ver solo con el reconocimiento
de los problemas del otro y con la presencia para compartirlos.
La solidaridad se refiere, primero y ante todo, a los hechos y es-
trategias que tienen como objetivo compartir las alegrías, los re-
gocijos, las buenas nuevas, o simplemente las nuevas, con la
fiesta y la farra en la que los excesos no son precisamente la nor-
ma ni su destino necesario. Están los extremos, como los que

155
aparecen en el siguiente testimonio, pero también están la vida
cotidiana con sus celebraciones y sus ritos.
Es preciso reconocer que para adolescentes y jóvenes no se
trata únicamente de alargar la farra, puesto que ella comprende-
ría algo más que ese acto de diversión. Se trata de alargar la vi-
da, la juventud, la existencia en el mundo de los otros. Las trans-
formaciones en el mundo juvenil vienen dadas, entre otras razo-
nes, por el alargamiento del tiempo de ingresar al mundo labo-
ral y de abandonar el hogar familiar a causa de la ampliación
del tiempo escolar.
El alargamiento del tiempo de la diversión formaría parte de
esas grandes metáforas que dan cuenta de nuevos estilos de vi-
da y de su complejo mundo representacional en lo que tiene que
ver con el presente y el futuro. La pregunta existencial sería de
qué manera hacer de la vida una farra perenne, una especie de
goce perpetuo.

La verdad es que sí, que cada vez con más frecuencia, se consume
drogas en las fiestas, Hay grupos en los que no había nada si no es-
taba mediado por las drogas, Y qué farras, horas y horas seguidas
de farra, Imagínate que una vez vi una línea de coca que recorría
la mesa de una barra de un megabar de Quito, La gente sacaba una
tarjeta o un billete y jalaba todo lo que quería,

Sufrir y sentirse-mal en los días resulta casi una estupidez


cuando todo lo que la sociedad se propone es proporcionar un
sinnúmero de facilidades para que se produzca la felicidad en su
máxima expresión. De hecho, la contemporaneidad se hace con
un imperativo categórico del goce. De lo contrario, la vida sería
insípida y casi estúpida. Se trata de un mandato de la contempo-
raneidad que excluye cualquier clase de sufrimiento por conside-
rarlo atentatorio a la condición humana. Se habría instalado en la
vida cotidiana una suerte de plus de goce que se sostendría en el
rechazo de cualquier intento de colocar y asumir un sistema de

156
límites. Un ejemplo sencillo pero paradigmático podrían ser esos
bares abarrotados en el que la gente adulta, joven y hasta adoles-
centes se divierte sin tregua10.
La vida se representa a sí misma en las experiencias acumu-
ladas y en los riesgos negados. Como si se tratase del otro lado
de la paradoja medieval en la que el sufrimiento había sido ins-
tituido como la perfección del ser, ahora el mandato es gozar,
gozar todo el tiempo posible hasta extraer la esencia gozosa de
las cosas. Y, algo importante y nuevo, gozar sin culpa. Este
mandato del goce tendría como objetivo ocultar, de la mejor ma-
nera posible, la falta de ser que constituye al sujeto. Así se pre-
tendería desconocer que los límites del ser se encuentran justa-
mente ahí, en la falta de ser, esa falta que no puede ser llenada
absolutamente por nada porque, en el instante de su llenura, se
produciría la muerte.
En consecuencia, para la nueva cultura, la diversión no es
una alternativa posible sino una necesidad vital. Por ello jóvenes
y adolescentes no solamente exigen tiempos y espacios, cosas y
dinero, sino también buenas dosis de tolerancia de la sociedad,
en particular de aquel grupo de adultos que no entiende que se
han producido cambios irreversibles en la vida cotidiana. Los
sistemas de valores son otros y es vana añoranza pretender res-
tituir aquellos principios que guiaron y sostuvieron antiguos
tiempos. Aquí se produce la brecha de la discordia generacional
y cultural, entre la tolerancia y el dejar hacer sin límites, entre
los límites y los respetos a las autonomías y a los derechos.
A diferencia de lo que acontece en los países desarrollados,
como los europeos, en nuestros países tercermundistas, los ado-
lescentes no han logrado aún su carta de naturalización como ca-
tegoría sociológica ni como grupo socialmente identificable con

10 En la década de los setenta aparecieron los restaurantes y bares con la


consigna de comer y beber todo lo que se pudiera, sin límite alguno, con
un solo y fijo costo.

157
intereses propios, ubicados y asumidos por los poderes políticos,
económicos y educativos.
Esta exigencia de cambio y tolerancia se halla presente en
todas partes: en los pequeños y en los grandes, en las ciudades
de la Sierra y la Costa, de Galápagos y el Oriente. El mundo se
complica sin sentido porque no se acepta que cada quien tenga
derecho a un espacio propio y a nuevos estilos de vivir. La to-
lerancia es la virtud indispensable, incluso para entender los
problemas desde otras ópticas. No es ceguera necia ni que-
meimportismo absurdo. La tolerancia implica un claro posicio-
namiento analítico que descubre diferencias en los sujetos y las
cosas, en los tiempos y en las costumbres. La intolerancia, en
cualquiera de sus formas, es y será siempre agresión y más aún
cuando las instituciones se vuelven intolerantes. La tolerancia,
por otra parte, no es supresión de normas y límites encargados
de sostener al sujeto en su existencia. Sin embargo, el conflic-
to aparece cuando ninguna de las partes sabe cuáles son los lí-
mites de los límites.

Yo creo que nosotros deberíamos hacernos más tolerantes porque,


si los papás nos ponemos muy intransigentes, lo único que vamos
a lograr es que, bueno, el adolescente ya no lo haga por experi-
mentar, sino solamente por dar la contra, Como decir, sí, simple-
mente a nosotros nos falta mucha tolerancia, Los chicos son vul-
nerables y, si no tenemos tolerancia, les hacemos más daño,

La tolerancia implica varias posiciones simultáneas. La pri-


mera tiene que ver con la convencida aceptación de que no exis-
ten modelos de vida estatuidos y tan incuestionablemente cier-
tos como para que los otros deban asumirlos sin crítica alguna.
Decir que la sociedad teme a las drogas es tan inadecuado como
decir que se teme a la muerte. Lo que alguien teme es que sus
enunciados aparezcan inconsistentes o falsos. Se teme que el yo,
el mío, deje de ser diferente al del otro. En el fondo, el gran

158
temor consiste en descubrir que es posible que el rato menos
pensado tu yo no se diferencie del yo de los otros.
Para crear y organizar la propia mente, hace falta, como di-
ce Rorty (1991), aceptar la diferencia de pensamiento y de de-
seo en el otro. La diferencia del ser es la condición de la exis-
tencia. “Crear la mente de uno es crear el lenguaje de uno, antes
de dejar que la extensión de la mente de uno sea ocupada por el
lenguaje que otros seres humanos han elegido”.
La solidaridad representa el lado opuesto de esa tolerancia
que sabe a resignación frente a la libertad del otro. El mismo
Rorty dice que el temor del poeta Bloom (1975), era terminar
sus días en un mundo que él ni había hecho ni había querido pa-
ra sí. Este es también el temor de muchos adolescentes y jóve-
nes que pretenden rechazar el peso de la repetición que se vuel-
ve cada vez más insoportable. El hecho de que los adultos ten-
gan razón en muchos de sus enunciados no quiere decir que no
sean igualmente verdaderos los enunciados de las nuevas gene-
raciones sobre el mismo tema. Sobre esto versa el permanente
litigio generacional que se vuelve inzanjable porque los dos gru-
pos desconocen o no logran aceptar que ambos posicionamien-
tos podrían ser ciertos.
Las culturas juveniles no buscan compasión, más bien la re-
chazan porque saben que es una de las numerosas formas que
tiene la tradición para agredir. Ya Freud decía que la compasión
no es otra cosa que una respuesta narcisista de quien la da, pues
espera la reverencia y el sometimiento del compadecido. Si no
se da esta respuesta de manera inmediata, la supuesta compasión
se convierte en violencia.
La tolerancia de la que habla la informante podría traducir-
se en términos de persuasión, antes que por la fuerza, por actitu-
des reformistas de los modos que rigen las relaciones más que
por actitudes revolucionarias que implican violencia.
Así se entiende lo que dicen chicos y chicas del país para
quienes se han instaurado nuevos ritos que consideran legítimos

159
puesto que forman parte de las condiciones de ser adolescentes
ahora que es su tiempo. No existe ni sociedad ni comunidad ni
sujeto sin rito. Las convenciones rituales de la cotidianeidad
pertenecen a las estrategias de protección con las que cuentan
ante la emergencia de la realidad familiar y social, percibida co-
mo abiertamente hostil a los cambios y al caso omiso que se ha-
ce de las reglas recientemente implantadas o que en realidad no
significan más que la reinauguración de la tradición.

Para ellos, los usos de drogas son una cuestión propia de la adoles-
cencia, parte de ser adolescentes, En muchos casos, implica con-
sumir drogas aunque sea por una sola vez, como cuando te pegas
el primer trago, A ntes era sobre todo el trago, ahora quizás prefie-
ran compartir un porro,

Pero, junto a esta supuesta propiedad de las drogas, también


toman en cuenta el hecho de las circunstancias que caracterizan
al país que, si bien habla de respeto e igualdad, sin embargo, es
violento, particularmente con los adolescentes. Hay actitudes
provocativas de la gente adulta que, si es el caso, recurre inclu-
so a las agresiones físicas. Los maltratos en el colegio son una
clara demostración de esto. Es reciente, por ejemplo, el caso de
un muchacho de 16 años a quien por adolescente y por andar de
noche, los policías lo detuvieron y, luego de asesinarlo, lo arro-
jaron de un puente a la quebrada. Cuando la familia lo encon-
tró luego de una intensa búsqueda, esos mismos policías dijeron
que el muchacho se había suicidado.
En la contemporaneidad, el sujeto representa una realidad
móvil que aparece y desaparece en el ámbito de lo cotidiano y
en los actos en los que se representa para luego desaparecer o
significarse de otra manera. De hecho, es cada vez más difícil
entender lo que acontece a este sujeto fuera del escenario estéti-
co que se manifiesta de mil formas, en los conciertos, en las ex-
posiciones, en el arte callejero, en las creaciones musicales.

160
Ha desaparecido esa subjetividad centrada en las creencias y
los principios de la familia nuclear en vías de extinción. Con es-
te borramiento, igualmente deberían haber desaparecido, o por
lo menos estar en proceso de hacerlo, todas aquellas patologías
que caracterizaban a esa familia nuclear.
También se habla de la violencia entre adolescentes a causa
de sus diferencias sociales o económicas. Tal vez, los hijos co-
pian las posiciones discriminadoras de su familia y de ciertos
grupos sociales.

A hora la sociedad ecuatoriana es muy discriminadora, En la tele-


visión se vio a un chico de colegio que, por cualquier motivo que
haya sido, lo agarraron de tonto y le sacaron la madre, y lo vomi-
taron encima, Eso hicieron sus compañeros en un paseo de cole-
gio, Eso puede hacer la sociedad de adolescentes que toma a al-
guien de tonto para hacerle horrores, Es decir, la sociedad se ha
vuelto mucho más mala, Creo que antes las relaciones entre chicos
eran mucho más sanas,

Existe una adolescencia que, poco a poco, va construyendo


y adquiriendo espacios propios, incluso en la familia. En la ac-
tualidad, los grupos juveniles tenderían a construir espacios ca-
si exclusivos que los separen del grupo de los mayores, comen-
zando en casa. Las posibilidades de adquirir bienes acrecentaría
esta posición que, en última instancia, se ha convertido en acti-
tudes y actos aisladores. Chicas y muchachos se abastecen de to-
do lo posible para así romper con el mundo de los adultos y en-
capsularse en su propio dominio. Por su parte, los adultos do-
mésticos tienden a concederles casi todo para mantenerlos ale-
jados y supuestamente contentos. Cuando los enemigos se ha-
llan lejos, todos viven en paz.

Hay cosas que promueven cada vez más la individualidad, Por


ejemplo, algo que acontece en la sociedad norteamericana y que

161
está sucediendo cada vez más entre nosotros, es que ahora debo te-
ner mi laptop, mi celular, mi equipo de sonido, mi música, mi ca-
rro, A ntes podías extender el carro de la familia, la computadora
de la familia, tenías el teléfono de la casa, ahora tienes mySpace,
facebook,

La adolescencia y la juventud son tiempos que cambian, es-


pacios que se organizan y reorganizan en medio de realidades
mutantes que se encargan de crear límites y de deshacerlos sin
consideración alguna. Esto determina que la niñez se reduzca y
la adolescencia se extienda al vaivén de posiciones ideativas y
corporales, de ritos y simbolizaciones.

162
LAS RUTAS DEL SUFRIMIENTO

Una puerta se abre para la reflexión sobre las condiciones que


hacen la contemporaneidad de la gente joven y para mirar las
realidades que viven y sienten. Las dificultades surgen cuando
se reconoce que, de una u otra manera, las nuevas generaciones
se encuentran en el futuro pues el mañana forma parte importan-
te de su presente, es lo que en realidad se vive, puesto que el pre-
sente es fugaz y el pasado tan solo memoria.
A diferencia de lo que se sostiene con demasiada facilidad,
los sufrimientos no siempre tienen que ver con cosas o con rela-
ciones concretas. Los grupos juveniles también se hallan inmer-
sos en sufrimientos y angustias que se refieren a su propia inser-
ción en el mundo en el que las verdades y las certezas han deja-
do de ser tales. No se trata, como cree la política, de que los su-
frimientos se deben a necesidades no adecuada y oportunamen-
te cubiertas. O si se trata de necesidades, por qué no ir más allá
hasta dar con aquello que en verdad hace su cotidianidad y que
tiene que ver con los sentidos de su vida en la familia y la co-
munidad. Preguntarse, por ejemplo, si acaso poseen alguna cer-
teza sobre si contarán o no con los recursos indispensables para
construir un futuro digno.
Existen innumerables carencias de cosas, de afectos, de se-
guridades. También de relaciones y de sentido de futuro que, en
muchas circunstancias, termina siendo la fuente de los desaso-
siegos aunque no posean una conciencia clara de ello. Las pre-
guntas sobre el futuro se encuentran íntimamente ligadas al sen-
tido de la vida, al valor de lo que ahora hacen y experimentan.
La generación de los adultos suele mirar tan solo ese senti-
do de frivolidad que caracteriza la adolescencia contemporánea,
y desde allí juzga actitudes y realidades. Sin embargo, al resca-
tar únicamente lo aparencial, se deja de lado probablemente lo
que más les importa y que tiene que ver con su posición ante el
futuro. El futuro es la suma de los deseos de hoy.

163
Las nuevas generaciones juveniles urbanas se han hecho
cargo de un nuevo sentido de fragilidad que ha llegado a conver-
tirse en el atributo primordial del ser igual que de su mal-estar.
Bauman (2005), por ejemplo, habla de una modernidad líquida
para referirse a ese proceso de licuefacción de las sociedades
modernas en las que las culturas juveniles ocuparían un lugar de
privilegio. De hecho, el amor, las ternuras, las prácticas sexua-
les van quedando presas de una lógica que los fragmenta y dilu-
ye en léxicos y prácticas que, finalmente, podrían terminar aban-
donando al sujeto a su propia soledad11. Como señala Guido
Vespucci (2006), la angustia y la incertidumbre resultantes de
este devenir histórico no son problemas privados de cada sujeto
puesto que forman parte de la sociedad en general, aunque pro-
bablemente sean más evidentes en las culturas juveniles.
Nunca el futuro ha sido claro para nadie, pero las condicio-
nes y circunstancias de la existencia han permitido crear visio-
nes y expectativas destinadas a proveer de un puñado de míni-
mas certezas. Parecería que esto no está presente ahora. De ahí
esas sensaciones de vacuidad que experimentan y que se ex-
presan, entre otras formas, en los usos de drogas y alcohol e in-
cluso en esa especie de actitud antisocial. No se trataría de la
toma de conciencia de ser parte de ese ser-para-la-muerte, sino
la conciencia de que esa muerte, que aparece como punto final
de llegada, puede anticiparse e introducirse justo en los luga-
res de las certezas. Se enfrentan, pues, a un mundo frágil, de-
leznable, que no les brinda suficientes seguridades y que con-
tradice al sistema de verdades casi absolutas de los discursos
políticos y religiosos.

11 Con esta licuefacción tendrían que ver las múltiples denominaciones que
se han creado para señalar y diferenciar distintas formas de realizar pare-
ja, sus características y sus ejercicios, tales como: amigovio, amigo con
derecho, vacile, etc. Al tiempo que se justifican las prácticas sexuales y
amorosas, se marcan las distancias, los compromisos y, en última instan-
cia, las soledades.

164
El siguiente testimonio podría convertirse en un texto para-
digmático de esta situación que embarga a todos, como dice el in-
formante. Nadie escapa a la incertidumbre que hace la existencia.

Podría ser que se dé una evasión de la realidad porque, no yendo


muy lejos, cuando uno está muy, muy triste, lo que hace es beber
y ¿para qué? para, por lo menos, un momento olvidarse de todo,
para coger la vida y ya, Cuando bebes mucho, pierdes la concien-
cia, no sabes lo que haces, Es una forma de evadir la realidad por-
que a veces cuesta mucho aceptar la realidad tal como es, Y por
eso nosotros tenemos que disfrazar la realidad, Y muchos lo hacen
a su modo, unos se inclinan a las drogas, otros se inclinan a leer
mucho, otros piensan en un convento, Pero lo cierto es que todos
estamos de alguna forma evadiendo la realidad, la realidad que ter-
mina siendo intolerable a la conciencia, Todos siempre encontra-
remos finalmente una forma de evadir esta realidad,

¿De qué tristeza se habla cuando lo que queda, como salida


final, no es otra cosa que ahogarla en alcohol? No se trataría de
cualquier pena sino de aquella que nace de la conciencia de fi-
nitud, de aquella que coloca al sujeto de cara a la inconsisten-
cia de la vida y a la falsedad de las verdades con las que se lo
ha engañado.
Los adultos que se han negado a sí mismos toda pregunta
existencial la niegan en los adolescentes con una inmensa li-
viandad que hasta es capaz de proveerlos de una aureola de sa-
biduría. Desde sus ingenuidades, siguen convencidos de que la
adolescencia es un jardín de rosas o, lo que es peor, niegan a los
adolescentes su capacidad de reflexionar sobre sí mismos, sobre
los sentidos de su vida. Los ingenuos los ven demasiado fatuos
como para realizar estos cuestionamientos. El informante dice
que pueden buscar las razones que necesitan en la bebida o bien
en los libros. Y, entre líneas, se podría leer que no encuentran las
respuestas que tan afanosamente buscan ni en el alcohol ni en la

165
lectura, ni en las drogas. Es esto lo que se denomina falla en los
sentidos de la existencia.
Mediante la borrachera no se evade la realidad, se la bebe de
tal manera que llegue a formar una sola cosa con el sujeto, que
él termine siendo su realidad y su verdad, que se asegure que
más allá de él o de ella ya no hay nada que preguntar ni saber.
La resaca sería la toma dolorosa de conciencia de que todo el es-
fuerzo realizado fue inútil.
¿Qué es la verdad y en dónde encontrarla? Esta es la pregun-
ta que anida en el corazón mismo de la existencia y que se halla
presente a lo largo y ancho de la adolescencia y la juventud.
Desde los tiempos de los mitos, el vino y los alucinógenos se
presentaron como realidades mediáticas para responder estas
preguntas que la sociedad y la cultura han pretendido escamo-
tear reduciéndolas a casi nada. ¿Acaso el constante recurso a las
estadísticas no representa un intento logrado de cerrar la boca a
los lenguajes, a los cuestionamientos de la soledad y la tristeza?

Si te vas a las fiestas electrónicas, por ejemplo, hay drogas en to-


das partes, A sumo que también es una forma de evadir algún tipo
de realidad hostil, porque con el efecto de las drogas se puede ol-
vidar cualquier malestar, y entonces disfrutas del momento, De
otra manera no podrías disfrutar, porque a lo mejor no hay otra ac-
tividad que les permita una salida a una realidad terrible,

Desde una perspectiva simplista, los adultos se han con-


vencido de que los malestares les pertenecen solamente a ellos,
como bien exclusivo, porque a ellos les corresponden los gran-
des problemas sociales, políticos y familiares. Ellos están en el
mundo para esto. A los jóvenes y los adolescentes no les in-
cumben estas tareas, por lo tanto, deben dedicar su tiempo a la
preparación académica y profesional, a seguir las huellas de
los adultos domésticos y a disfrutar de la vida con mesura. Pa-
ra esta mentalidad, es necio que jóvenes y adolescentes puedan

166
ser presas de grandes o terribles problemas que les impidan vi-
vir bien y en paz.
Juan Piazze (2006), al analizar este sistema de negaciones, se-
ñala que el sistema socio-político ve al cuerpo y, por ende, a los
sujetos como una máquina. Un sujeto des-individualizado, uno
más en la especie. Un adolescente más del total de la población.

El tranquilo sueño de la razón no dejará de generar monstruos.


Monstruos que son consecuencia de la domesticación, del confor-
mismo y de la seguridad garantizada por el ejercicio del poder.
Foucault dará una doble función a este ejercicio: en primer lugar,
una anátomo-política del cuerpo humano que obedece a la mecá-
nica de las disciplinas. El principal objetivo de ellas es la compren-
sión del cuerpo como máquina. Estos procedimientos intentan
conseguir docilidad política y utilidad económica de los indivi-
duos. En segundo lugar, destaca una biopolítica de la población.
En este caso, se considera al cuerpo individual en tanto forma par-
te de la especie.

La pregunta sobre el malestar del ser podría sustituirse sobre


su contingencia, sobre los sentidos del ser en una sociedad de
consumo en la que la regla determina que la importancia del su-
jeto se deriva de su capacidad de consumo. Una sociedad en la
que los intentos de generalización se denominan globalización
y se destinan a la construcción de otras formas de subjetividad
enlazadas en cadenas que aparentan ser mediáticas, pero que
siempre corren el riesgo de anular los referentes al proponer la
exigencia de ir más allá porque un objeto consumido no es un
acto consumado puesto que siempre requerirá de otro objeto y
de otro acto de consumición.
Con esta cadena de objetos consumidos y actos de consumi-
ción se pretende construir un otro universalizado en el consumo,
el sujeto-ciudadano consumidor sobre el que recaen las miradas
de los gobiernos, las empresas, las instituciones de caridad

167
nacional e internacional. Las drogas han llegado a formar parte
del inconmensurable cartel de ofertas de objetos para consumir,
por ello se destacan en el supermercado de la felicidad que, en
tanto enunciación irrefutable, se encarga de negar la realidad del
sufrimiento y de los vacíos existenciales.
“El consumo, en tanto función económica, se ha convertido
en nuestro tiempo en una función simbólica”, afirma Álvaro
Cuadra (2003:15) . Su propósito sería dar paso a un hedonismo
de masas. Todos serán tanto más felices cuanto más consuman.
La felicidad trata de suturar toda falta o, por lo menos, de no
hacerla tan evidente como para que aparezca en algún lugar la
angustia o ese simple malestar que bien podría dar lugar a la
tristeza y al sufrimiento. Es innegable el incremento de los sui-
cidios de adolescentes. Pero la sociedad calla porque no sabe
qué hacer con sus culpas. Y cuando, en ciertos casos, encuen-
tran que el chico o la muchacha ha bebido o ha usado drogas,
las explicaciones sobre estas muertes se agotan ahí. Perverso la-
vamanos que aplaca conciencias y responsabilidades. Entonces,
sobre las malditas drogas recaen todas las responsabilidades de
los vacíos existenciales que conducen al suicidio. Entonces
también aparece la más fatua de todas las preguntas: ¿cómo pu-
do hacerlo si tenía todo?
Se trata de la experiencia del mundo que no tiene que ver de
manera exclusiva con los usadores de drogas sino, por el contra-
rio, que afecta a una parte importante de la sociedad. Es cierto
que no todo el mundo realiza reflexiones filosófico-existencia-
les sobre la realidad de la existencia y sus condiciones. Es posi-
ble que el mundo juvenil sea el que más lo haga pues percibiría
con mayor claridad la inconsistencia del mundo de los adultos,
armado con un sinnúmero de proclamas y leyes que se hunden
en los vacíos.

No usa todo el mundo, hay un montón de gente que no usa, Pe-


ro, cuando sales a ver lo que está pasando en el mundo, te das

168
cuenta de que todo el que sale consume o ha consumido algún ti-
po de drogas, De ley, fundamentalmente el alcohol porque es le-
gal, porque es bien visto, aunque sea una de las peores,

Parecería que nuestro pequeño mundo no es precisamente


un jardín de rosas y que hay males que lo corroen, unos de ma-
nera silenciosa pero siempre perniciosa.
El consumismo pretende cerrar la puerta a toda posible inte-
rrogación sobre cualquier mal-estar. Por lo mismo, “constituye
una nueva habla social que, ante la bancarrota de los metarrela-
tos, articula una pluralidad de microrrelatos, efímeros, no tras-
cendentes y despolitizados”, dice Cuadra. El consumismo pre-
tende que la nueva ideología sea el sentido común de consumir
para estar-bien. Existiendo bienes de consumo, nadie, lógica-
mente, debería estar mal. En consecuencia, una función econó-
mica ha terminado instaurando un mito que se actualiza en una
pragmática constituida por juegos de lenguaje e imágenes. Así
se entendería el afán de los adultos por atiborrar de cosas a ni-
ños y adolescentes con el propósito claro de que estén siempre
llenos de felicidad para que de esta manera no tengan ni tiempo
ni ánimo para golpear las puertas de las drogas.
Según los informantes, este sentido de malestar ante el
mundo podría verse con más claridad cuando los usos se pro-
ducen en la soledad personal, sin que nada ni nadie estorbe
esa experiencia convertida en acto ceremonial de la soledad y
en llamamiento a que acudan las razones que justifiquen la
existencia.

Cuando el consumo es individual, las cosas son diferentes, A llí sí


interviene el estado de ánimo de cada quien, porque ahí tú no es-
tás presionado, es ahí cuando tú te das cuenta de ti mismo, porque,
si yo me siento triste y necesito de eso, es señal de que ya tengo
una necesidad, un estado de ánimo particular,

169
Para adolescentes y jóvenes que se cuestionan sobre sí mis-
mos y el mundo, no siempre resulta fácil ni cómodo reconocer
que no hay una verdad para todos y para todo, de que es inútil
pretender sostener los sentidos de la existencia personal toman-
do en cuenta tan solo los discursos oficiales o familiares. Esto
los llevaría a asumir una posición ironista para tratar así de en-
tenderse y entender el mundo.
Las drogas no son realidades unívocas. Por el contrario, los
usadores hacen distingos más o menos claros y han asignado a
cada droga una función que debería cumplir cada vez que es
convocada, como si se tratase de cierto mecanicismo mágico
instalado en la relación sujeto-droga. Desde ahí se entiende la
preferencia que alguien podría establecer por una droga determi-
nada a la que ha conferido la categoría de compañera o de ami-
ga solícita siempre lista a conceder aquello que se le pide. Así,
pues, unas son para animar una fiesta, para bailar o para salir de
la depresión. Sin duda, la marihuana es la que más funciones de-
sempeñaría en la opaca economía del placer y el sufrimiento.

Claro que, cuando se consume drogas, se consume cualquier co-


sa, pero sí hay drogas que son para ciertas cosas, y otras para
otras cosas, El éxtasis, por ejemplo, es una droga que se consu-
me para lo placentero, para el baile, con esta droga todo es mu-
cho más placentero, Pero, si estás triste, entonces puedes usar
otra droga, porque el estado de ánimo hace que uno elija otra
droga, como la marihuana, Bueno, la marihuana es la mejor por-
que es para todo,

Para Freud (1927), hay un malestar instalado en la cultura de


manera necesaria pues se origina en el enfrentamiento perenne
entre las pulsiones y los deseos del sujeto y las normas de la cul-
tura. Por una parte, buscar el placer a toda costa y, por otra, ver-
se obligado a reconocer que la suma de todos los placeres jamás
será capaz de llenar los vacíos del sujeto. Se sufre ante el poder

170
de la naturaleza, la caducidad de la vida y la incapacidad de con-
trolar y gobernar lo personal y las relaciones con los otros.
Estas relaciones se sustentan en una ambivalencia básica. Se
trata de la coexistencia en el sujeto de sentimientos de amor y
odio dirigidos hacia el mismo objeto. El término ambivalencia
fue acuñado por Bleuler para designar uno de los mayores sín-
tomas de la esquizofrenia. Bleuler pensaba que había casos nor-
males de ambivalencia, como el sentimiento de que habría sido
mejor haber hecho lo opuesto después de ya realizada una ac-
ción determinada.
El psicoanálisis define la ambivalencia como la presencia si-
multánea de sentimientos de amor y odio hacia el mismo objeto
o persona. En la infancia no se hallan claramente definidos y di-
ferenciados el amor y el odio, la ternura y la violencia porque los
niños se reconocen en un mundo en el que esos y otros afectos
circulan de manera espontánea. Por lo tanto, como todo lo que
los rodea, incorporan estos modos de relacionase afectivamente
con los objetos que aman y que rechazan el rato menos pensado.
Pero no son los niños quienes inventan la ambivalencia puesto
que, al nacer, llegan a un mundo previamente organizado de es-
ta manera. No se trata, en consecuencia, de un modo de ser es-
pecífico de alguien en particular sino de una característica que
pertenece al ser en sí.
De esta situación de ambivalencia surge la culpa. La triste-
za, el dolor moral, la soledad y el desamparo derivan de la pér-
dida del objeto, del abandono y de la culpa. Frente a esta situa-
ción de sufrimiento aparece la posibilidad de una regresión a
una posición anterior, operativa e instrumental, para el control
de la ansiedad y de la posición depresiva.
El concepto de ambivalencia permite entender a los usado-
res de drogas que, pese a los saberes que poseen sobre las dro-
gas en tanto dañinas para la salud, nada les impide usarlas ya sea
para ir en pos de experiencias gratificantes e inclusive para ha-
cerse daño. Si los sujetos no fuesen hechos desde, con y por la

171
ambivalencia, su vida, como la de todos, sería afectivamente ló-
gica y predecible. Pero no hay tal, la existencia es caótica en to-
das sus dimensiones, lo cual la hace compleja y, seguramente,
más interesante y vivible que una existencia plana, sin incerti-
dumbres ni dudas.
Son las reflexiones de un universitario sobre un axioma re-
currente según el cual, para no usar, es preciso estar bien infor-
mado puesto que, cuanto más se conocen los daños que produ-
ce algo, con mayor ahínco se trata de evitarlos porque, como se
afirma, a nadie le interesa hacerse daño.
Al comienzo de su texto, el informante toma la vía de la ló-
gica de las relaciones elementales entre saber y hacer. Esa lógi-
ca, con la que se pretendió manejar las relaciones y los procesos
educativos y, en lo que tiene que ver con las drogas, la llamada
prevención que, en algunos casos, funciona desde una relación
mecánica entre la información, el saber y la evitación de lo da-
ñino o doloroso.

El hecho de hablar y de saber sobre drogas no quiere decir que sí


se vaya a consumir, Yo creo todo lo contrario, si se tiene un análi-
sis profundo y serio sobre los temas de la vida diaria, nadie se va
a meter en esos problemas, Porque los chicos, si saben bien, nin-
guno va a meterse en aquello que le hace daño o le mate, nadie
quiere matarse,

Pero luego el informante repara en que así no funciona la


compleja vida de nadie y menos aún de un adolescente. Sabe
que, más allá de las informaciones que posee, existen motivacio-
nes privadas y ocultas que lo conducen a realizar justamente eso
que le causará daño. Ignora que en cada sujeto suele darse un
proceso, que llamaría de alquimia, mediante el cual lo doloroso
puede ser mutado en placer, y viceversa. Sin este poder de alqui-
mista, es probable que nadie opte por los usos de drogas. Sin el
pensamiento alquimista, la existencia sería plana como la lógica

172
tradicional. Gracias a los poderes de la alquimia del deseo, el su-
jeto es capaz de vivir el día a día y de convertir en esperanzas
todas sus desilusiones. La alquimia hace que la razón no exista
y que se evaporen sus argumentos para que aparezcan las pasio-
nes. El relato continúa:

Sin embargo, también hay que tener presentes ciertas cosas com-
plicadas, por ejemplo, en la cajetilla de cigarrillos dice: “El ciga-
rrillo mata”, pero, no sé, el subconsciente hace que en ese momen-
to la razón no exista, porque lo que tú dices es, No importa, yo me
fumo, Lo mismo con las drogas, ya se sabe que hacen daño, o co-
mo el alcohol, pero igual se consumen,

El informante no es un psicoanalista sino un estudiante uni-


versitario que, como cualquier otro, algo ha escuchado de la com-
pleja construcción psíquica de cada sujeto hecho de un incons-
ciente que funciona a espaldas de las intenciones, por más fuertes
que sean, y que interviene de tal manera que el sujeto termina rea-
lizando justamente aquello que, parecería, no desea hacer.
El universitario ha caído presa del asombro. Acusa al in-
consciente que, en lugar de actuar e impedir que el sujeto reali-
ce lo que le hará daño, lo empuja justo al mal. Algo difícil de en-
tender y que, sin embargo, determina que no siempre se produz-
can acuerdos entre los modos de pensar y de actuar. El sujeto es
incoherente consigo pero esta incoherencia le permite vivir. En
esto consiste precisamente la tarea del inconsciente: hacer inco-
herente nuestra existencia.

En consecuencia, la razón para consumir es una razón muy pero


muy difícil de entender, A lo mejor nosotros sabemos lo que nos
hace daño y, sin embargo, queremos hacernos daño,

Es fácil acusar a los otros, al mal amigo, por ejemplo,


cuando cada quien es el responsable de sus actos. Sin duda, un

173
adolescente hace mil cosas, contradictorias muchas de ellas, por-
que lo conforman lenguajes confrontativos, con sentidos a me-
dias, con pedazos de verdad. Sin embargo, todo esto no es un
error y menos aún una fatalidad. Son los requisitos y los elemen-
tos con los que cuenta para ser lo que es. Sin todas las incerti-
dumbres y contradicciones juntas, no habría adolescentes, sin es-
te amasijo de certezas y engaños, se terminaría nuestro mundo
que, con todas las contradicciones que lo hacen, es el único con
el que contamos para seguir siendo en nuestro tiempo.
Uno de los misterios de la existencia es el hecho de que el
sujeto busque, consciente e inconsciente, el sufrimiento. Con to-
do el afán posible va en pos de lo placentero y, al mismo tiem-
po, se encuentra, sin saberlo, recorriendo las rutas del malestar
y del sufrimiento. Una de las condiciones del sujeto es ser equí-
voco y oscuro. Estas condiciones ontológicas y psíquicas rara
vez son tomadas en cuenta ni cuando se teoriza y, menos aún,
cuando, por ejemplo, se arman para ellos programas educativos
atravesados por un moralismo simplón y decadente, típico de las
sociedades tradicionales organizadas en torno al poder, al deber
ser y al temor.
Los conceptos de compulsión y de compulsión a la repeti-
ción seguramente facilitarán la comprensión de esta tendencia a
buscar el malestar en un mundo eminentemente hedónico y apa-
rentemente fóbico a cualquier clase de sufrimiento.
No se trata de ir a ciegas a lo que Freud (1920) produjo, ha-
ce casi noventa años, sobre la repetición y sobre todo a su Más
allá del principio de placer. Además, Freud vio la repetición tan
solo en el campo de lo doloroso dejando de lado el hecho de que
también la búsqueda de lo placentero respondería a la misma
construcción semántica, puesto que el sujeto busca, de forma afa-
nosa y reiterativa, la repetición de la escena placentera pues de lo
contrario el deseo se vería eternamente frustrado. El intento de
que se repita lo placentero es lo que anima y fortalece todo de-
seo. En los usos de drogas no siempre aparecen de manera clara

174
y diferenciable ni el dolor ni el sufrimiento, porque supuestamen-
te se realizan en una escena de placer. Los informantes lo dicen
con claridad y de manera tan reiterativa que parecería que se tra-
ta de un principio incuestionable, tal como aparece en este lacó-
nico testimonio de un joven de la zona oriental:

Usan drogas porque les gusta, De lo que yo sé, ellos usan para lo-
grar un relajamiento, mejor dicho, para relajarse y estar bien, Los
chicos dicen que les sirve para eso,

Sin embargo, es innegable que hay un malestar que recorre


todas estas escenas, quizás oculto, pero a veces claramente ubi-
cable. Esa sería la compulsión a la repetición que conduciría al
sujeto a un más allá del placer, a un lugar mágico hecho también
de un sufrimiento encargado de denunciar la presencia de la
muerte a la que la actual cultura trata de colocar lo más lejos po-
sible de toda experiencia y de todo pensamiento. La muerte que,
sin embargo, se resistirá siempre a dejar su lugar de compañía
como fantasma.
De igual manera se trataría del retorno permanente de esce-
nas dolorosas y traumáticas que no han sido elaboradas y que si-
guen actuando a lo largo de la vida. Estas escenas no tienen que
ver necesariamente con acontecimientos determinados sino, por
el contrario, incluso con escenas míticas y que, de suyo, perte-
necen al orden de la cultura. El mito es una palabra, dice Bart-
hes. Justamente, en todo esto se trata de los mitos que sobre lo
placentero y doloroso hacen a los sujetos. Para Freud, incluso el
trauma fundamental sería la falta que se produce en el niño
cuando debe separarse de su madre de una vez y para siempre,
cuando él ya no puede seguir siendo el objeto excluyente de su
amor. Cuando debe renunciar a hacer de ella el objeto de sus de-
seos. Cuando la mamá se convierte en mito, ya sea como pro-
ductora de bienaventuranzas o bien de sufrimientos. Los usos de
drogas probablemente se hallen ligados a estos mitos.

175
En el uso de una sustancia determinada y en circunstancias
igualmente especiales, podría darse un llamamiento a aquellas
escenas que ya produjeron dolor y sufrimiento y que se relacio-
narían con el fantasma de la muerte en términos de desaparición
o de anonadamiento ante el mismo dolor. Tal vez el propósito in-
consciente no sea otro que el intento de simbolizar aquello que
probablemente no se pudo simbolizar para que no continúe ac-
tuado. Entonces, usar las drogas para sufrir tendría sentido úni-
camente desde esta perspectiva, como llamamiento a una esce-
na antigua que aún reclama su simbolización.
En el testimonio podrían apreciarse las rutas confusas que re-
corre un uso determinado que, aparentemente, busca sanar heri-
das. Entonces, en lugar de hallar el remedio que sane, aparece al-
go que viene a hurgar más en la herida, hasta que sangre. Es in-
negable que existen usos de drogas ubicados en la crueldad, una
crueldad, sin embargo, producida por el sujeto contra sí mismo.
El informante se confunde cuando enfrenta el tema de las
relaciones existentes entre las drogas y el sufrimiento. No sabe
de qué manera ligarlos porque las drogas deberían hallarse
siempre en las rutas del placer y no en las del dolor. Por lo mis-
mo, no duda en recomendar no ir a las drogas en pos de una me-
tamorfosis que nunca va a producirse porque, si por casualidad
fue allá buscando sanar una herida, es posible que salga más he-
rido que antes.

Si tú decides usar drogas, debe ser para algo nuevo, Si lo utilizas


por tus penas y tristezas, te aseguro que te va a ir muy mal, por-
que los problemas te caen peor, muy mal, Por eso no es nada
aconsejable decir, Se murió mi vieja y me voy a fumar, a chupar
o a drogarme, Eso no es nunca aconsejable, Te despiertas al día
siguiente del vuelo y te das cuenta que todo sigue igual, que to-
do eso ya lo has vivido, La pena te coge peor al día siguiente, y
amaneces con un chuchaqui moral, amaneces hecho pedazos y
más deprimido,

176
En consecuencia, existiría una relación directa entre la de-
manda de placer y el placer que se obtiene. Pero no al revés, es
decir, desde el sufrimiento no se podría demandar placer porque
produciría lo contrario. De esto precisamente trata la compul-
sión a la repetición pues, pese a que el sujeto conscientemente
busca una experiencia placentera, con frecuencia encuentra la
reproducción del dolor.
Hay una pulsión de crueldad que habita en el al sujeto y que
se torna contra sí mismo cuando no logra expresarse en contra
del objeto de la violencia. Se trata del deseo de muerte llevado
al extremo. A veces se vuelca de tal manera en su contra que el
sujeto queda invadido de deseos de autoeliminación. Los infor-
mantes hablan de que, en esos casos, la droga se convierte en ve-
neno, en ser perseguidor que ataca al usador.
¿Por qué se habla de que ahí se produce un triángulo raro si
solo se encuentran frente a frente los dos: la droga y el sujeto?
El tercero es aquello que se busca en medio de la droga, en su
cuerpo mágico. Es el placer o el dolor, es la vida o la desapari-
ción. Pero, a diferencia de lo que se ha creído, la droga no otor-
ga necesariamente lo que se le pide sino aquello que se relacio-
na con el estado de ánimo del usador. Más aún, aquello que las
drogas dan se relacionaría con lo oculto, con lo que no se mani-
fiesta pese a estar presente en la escena.

Pegarte drogas cuando estás triste es veneno, así de simple, vene-


no porque allí se da un triángulo bien raro, Porque, cuando estás
alegre y te pegas drogas, sales a farrear, la pasas bien, Pero si estás
triste y te pegas algo, sea lo que sea, te va mal, te dan hasta deli-
rios de persecución, Todo está en relación con lo que sientes en ese
momento, No resulta, pues, nada bueno mezclar la tristeza y la
droga, A las personas que lo hacen por tristeza, sabrá dios qué les
termina ocurriendo,

Se ha sostenido que la droga posee únicamente el poder

177
para producir experiencias placenteras y que carece de la varita
mágica para transmutar dolor en bienestar, tristezas en alegrías.
En otras palabras, que la sustancia de la droga sería únicamente
la felicidad.
Pero los usadores, frecuentes y ocasionales, no ignoran que,
cuando se acude a las drogas desde las tristezas y dolores, tam-
bién se intenta alejar el fantasma de la muerte cuya presencia,
posiblemente, se ha hecho evidente e insoportable. Existen ex-
periencias dolorosas que se manifiestan en el sujeto como deve-
lamiento de la muerte, entendida como una serie de experiencias
que van mucho más allá del acto físico de la desaparición en la
muerte real.
Las pérdidas y abandonos no son las únicas fuentes de su-
frimiento y tristeza, ni siempre las más importantes. En los ejer-
cicios de la cotidianidad familiar y social, los sufrimientos de
los sujetos siempre deberían estar relacionados con realidades
concretas, externas, como se suele decir. Los sufrimientos y
preocupaciones de los adultos se legitiman por sí solas, además
son importantes y dignas de atención. Para la sociedad de la tra-
dición, las penalidades de niños y adolescentes serían, pues,
asuntos baladíes tanto por lo que las causa como por la inten-
sidad de los afectos. En consecuencia, no les pertenecerían los
sufrimientos de verdad.
Parecería que las sociedades han ido construyendo cierta es-
cala que valora y califica los sufrimientos de conformidad con la
edad y el saber, siendo los menos importantes los de los niños.
Los saberes de los niños son tan chiquitos que no justifican nin-
gún gran sufrimiento. Las penalidades de los niños son superfi-
ciales y pasajeras y no dejan huella. Es mejor ni siquiera imagi-
nar que en la cotidianidad de los niños caminan los deseos de
muerte y, peor aún, que son realmente actuados en el suicidio.
El saber es algo más que un conjunto de enunciados sobre
un objeto determinado. Como indica Lyotard (1994:44), se trata
de competencias que exceden toda determinación concreta. Es

178
la competencia que posee un adolescente para interpretar su
mundo, el de sus afectos, pertenencias, pérdidas y abandonos.
“El saber es lo que lo que hace a cada uno capaz de emitir bue-
nos enunciados prescriptivos, buenos enunciados valorativos”.
Son buenos, dice el autor, porque responden a los criterios per-
tinentes de justicia y verdad y no a procesos comparativos con
lo que acontece a los adultos.
Para la contemporaneidad, se tendría que entender al sujeto
y sus saberes desde un principio de inestabilidad básica, pues-
to que la capacidad de variación que tienen los adolescentes y
sus lenguajes se descalifica por sí sola dando lugar a otros enun-
ciados igualmente móviles.
Una de las grandes diferencias entre las actuales adolescen-
cias y las anteriores consiste en la dificultad o casi imposibilidad
de identificarse con los grandes héroes familiares, nacionales o
mundiales. A nadie le interesa dedicarse a la recuperación de los
supuestos valores perdidos por caducos e inconsistentes. Existe
una diligencia personal que lleva a chicos y muchachas a cons-
truir sus héroes, la mayoría de los cuales pertenece a sus espa-
cios imaginarios, más a las historias de sus lenguajes que a rela-
tos históricos producidos y sostenidos por la sociedad.
Se ha calificado a la depresión en la adolescencia como la
enfermedad de la contemporaneidad vacía de valores y de sóli-
das perspectivas existenciales. La depresión representa un con-
junto sintomático que habla lenguajes cada vez nuevos en la me-
dida en que responden a las condiciones de vida de chicas y mu-
chachos. Cada síntoma es una realidad mediática a través de la
que se llega al otro en busca de su interpretación. El problema
radica en que el otro descifra esas tristezas con sus propios có-
digos y no con las claves elaboradas por las actuales generacio-
nes. El efecto final es un fuera de sentido.

La depresión es otro de los factores que te llevaría al consumo, No


sé yo, pero se eliminó la posibilidad de sentirse bien con uno

179
mismo, Por eso, uno no sabe lo que siente el otro, no se puede leer
lo que siente el otro, solo se ve, pero no se lee, Tan solo el que con-
sume sabe lo que le pasa, solo tú sabes la droga que te va a levan-
tar o te va a bajar y eso lo sabes con la experiencia, La droga te
puede jalar a que estés más triste, muy triste,

Una de las características de la contemporaneidad es esa


suerte de desaparición de ese antiguo sujeto responsable absolu-
to de sus actos y sus omisiones, de sus sufrimientos tanto como
de sus placeres. Su lugar ocupa un sujeto no autónomo, radical-
mente ligado a construcciones significantes que dan cuenta de
su pertenencia al mundo contingente de los otros.
Hacia el final de su vida, Freud (1927), fue terminante res-
pecto a la necesidad de cambiar las perspectivas que se tienen
sobre ese yo dueño de sí y de sus acciones. Como lo habían he-
cho filósofos como Schopenhauer y Nietzsche, Freud coloca en
el banquillo de los acusados a ese sujeto. Sin embargo, en la tra-
dición y más allá de los cambios, aún persiste esa idea de un su-
jeto imputable de todos sus actos.

En condiciones normales, nada nos parece tan seguro y estableci-


do como la sensación de nuestra mismidad, de nuestro propio yo.
Este yo se nos presenta como algo independiente, unitario, bien
demarcado frente a todo lo demás. Sólo la investigación psicoana-
lítica (...) nos ha enseñado que esa apariencia es engañosa; que,
por el contrario, el yo se continúa hacia adentro, sin límites preci-
sos, con una entidad psíquica inconsciente que llamamos ello y a
la cual viene a servir como de fachada.

No se podría, pues, hablar de una necesidad de usar drogas,


ni siquiera en los casos realmente conflictivos. Convendría
pensar en esa suerte de aglutinador del sujeto que representa-
ría la droga. Si bien, en un momento determinado parecería
que lo desintegra, en otras circunstancias se encargaría de

180
proporcionar ese mínimo de coherencia indispensable para
coexistir con los otros.
No se trata de las drogas como pretexto para evitar el enfren-
tamiento a una supuesta realidad, tal como no cesa de afirmar el
discurso oficial. ¿Cuál es y en qué consiste esa realidad de la que
querían alejarse las nuevas generaciones? La realidad de la ob-
jetividad poco o nada tiene que ver con lo que el sujeto vive co-
mo realidad que es el producto de sus propias construcciones y
aquello que se elabora en los nuevos espacios de la cultura.

181
CUATRO
SUJETO Y ACONTECIMIENTO

Un punto puede representar sobre un papel la pupila de un


ojo o un ombligo. Y un desnudo puede ser admirado como
obra de arte en un museo europeo y ser quemado en una
cultura islámica integrista como provocación obscena.

R. GUBERN
Una de las características del sujeto es su precariedad que no tie-
ne que ver con el hecho de su existencia ni con un accidente ni
con un estado ocasional y pasajero. No se refiere tan solo a la fi-
nitud de la vida en el tiempo real, sino a la finitud de todo lo que
hace, la caducidad de su deseo, del dolor y del placer. “Oh her-
manos míos –dice Zaratustra– lo que yo puedo amar en el hom-
bre es que es un tránsito y un ocaso” (1984:383), porque aque-
llo que lo determina es su contingencia y su precariedad.
Nada de absolutos, tan solo propuestas de ser, de su devenir
en su deseo y en sus lenguajes y los de los otros con los que ha-
ce su historia. Las cosas carecen de valor si permanecen exclui-
das de las redes de sentido que crea cada sujeto para sí mismo y
para los otros, por sí mismo y con quienes enlaza su existencia.
Por eso las drogas no son nada al margen de las relaciones que
se han establecido con los sujetos que las rechazan, las aniqui-
lan o las buscan. Mientras unos las usan para estar bien en el
mundo, otros las incineran en hogueras públicas como en la
Edad Media se quemaban vivas a las brujas. A la marihuana la
llaman también bruja porque se le ha concedido el poder de re-
velar el futuro, lo que vendrá para el sujeto en el acto de fumar-
la: si me usas, serás feliz, estarás bien, harás trizas tus tristezas.
Como si se tratase del árbol del bien y del mal sembrado en el
centro del paraíso, que lleva en sí el rótulo de prohibido, no pa-
ra que el sujeto se aleje de él sino para que lo desee, lo busque
y termine comiéndolo.

185
El valor de las cosas representa lo que los sujetos colocan
en esa materialidad, en espacios y tiempos específicos. Se trata
de aquello con lo que cada sujeto arma su historia, es decir, con
retazos de deseos incomprensibles, de dolores y placeres senti-
dos desde la piel hasta las profundidades de la existencia. En
esa lógica parecería que no hay cabida para límite alguno pues-
to que su materia tiene un nombre atrozmente sencillo: se de-
nomina deseo.
El deseo provee de sentido a la experiencia de precariedad
del sujeto pues es capaz de presentarle objetos que lo encandi-
len, que lo engañen, como la serpiente en el árbol del fruto de la
sabiduría y el poder. En el momento en que alguien pretende ne-
gar su precariedad, sueña con ser dios o tirano. Finalmente la
serpiente no estuvo equivocada puesto que el delirio de chicos y
grandes, de sabios y tiranos consiste en la posesión de la sabidu-
ría absoluta. Se trata de un mal que nos habita y del que nadie
logra escapar.
La sabiduría ha pretendido escamotear el tema de la preca-
riedad del ser y de su contingencia. Si, por una parte, ser dueño
de todos los saberes constituye la razón y el objeto de todo de-
seo, por otra, tan solo el dueño de esos saberes es capaz de ac-
ceder a la suma de los placeres. Sueño imposible. Por eso, la
presencia de las drogas en la sociedad y en la vida de los suje-
tos viene a dar al traste con toda idea de seguridad y bienestar
absolutos. Como toda otra experiencia límite, el uso de cual-
quier droga certifica al usador la inexistencia de lo absoluto en
los órdenes del saber, la verdad y de los placeres. En una épo-
ca que se caracteriza por la oferta incesante de toda clase de pa-
raísos, las drogas testimonian que no hay más que contingencia,
que nada es capaz de llenar, de una vez por todas, los vacíos de
los sujetos.
Cuanto más se ofrecen mundos sin límites y goces totales,
más se evidencia la precariedad, la condición limitada e inconsis-
tente del ser. Por más que los grandes relatos hablen de paraísos

186
que se hallan a la venta en los megamercados de la felicidad, al
sujeto no le queda otra cosa que reconocer que en sus manos no
caben los océanos.
Sin embargo, y más allá de la supuesta evidencia del princi-
pio de contingencia, el sujeto no se resigna a abandonar la bús-
queda de algo que llene los vacíos de su existencia, que le per-
mita, por lo menos, soñar con algo capaz de exaltarlo en medio
de experiencias de placeres y goces inauditos, sublimes. Con esa
sola experiencia, se justificará el haber vivido.

187
DEL RELAX AL ÉXTASIS

La contemporaneidad ha creado una amplia gama de términos


destinados a dar cuenta de los nuevos principios que rigen la vi-
da personal y colectiva, centrada en el bienestar que se expresa
en lo que se denomina placer. En la sociedad en la que este bie-
nestar se ha tornado ley, no caben los distingos teóricos, por
ejemplo, entre bienestar, placer, goce. Una sinonimia básica y
práctica actúa de manera inapelable de tal manera que desde los
niños hasta los ancianos no se cuestionen más allá de las eviden-
cias materiales, de aquello que cumple el papel de satisfactor in-
mediato. Se trata de un imperativo que actúa por sí mismo sos-
tenido, de todas las maneras posibles, por el consumo. En esta
suerte de supermercado de la felicidad reina justamente la pre-
sencia de un mandato del que nadie puede escapar so pena de es-
tar fuera de su tiempo y de su vida.
Lo que prima es el espectáculo del placer, que utiliza todos los
escenarios posibles, que inventa tramoyas a su antojo y que no ce-
sa de armar lenguajes que le permitan llegar a todos los rincones
más personales y secretos de cada sujeto. Si no estás en esto, di-
cen, no estás en nada. Difícil reparar que en este espectáculo se
producen desperdicios no solo de cosas sino también de sujetos.
El placer como espectáculo da al traste con todos los posi-
cionamientos de las culturas, que ya no pueden hacer otra cosa
que seguir la corriente porque, de lo contrario, el resultado sería
el caos. El espectáculo de lo placentero se ha convertido en la
fuente de los principios y fines de las acciones sociales. La me-
jor sociedad es aquella que asegura que grandes y pequeños,
hombres y mujeres, se hallen activamente inmersos es esta nue-
va bienaventuranza. Es la sociedad que ha armado su trama con
el conjunto pulsional de todos, como si de alguna manera se hu-
biese propuesto demostrar que la inhibición y cualquier tipo
de represión psíquica se hallan definitivamente expulsados del
actual universo simbólico.

188
En un momento dado, parecería que las cosas inclasificables
y los escenarios absolutamente móviles se convierten en fuentes
de nuevos lenguajes y, al mismo tiempo, en metáforas con las
que hacen presencia los sujetos ante sí y ante los otros. Más aún,
parecería que el espectáculo ha terminado convirtiéndose en to-
do lo que queda de los sujetos y las cosas.
Parte del espectáculo, al que todos han sido obligados a asis-
tir, consiste en participar en una representación en la que cada
quien construye nuevas y aún más sublimes experiencias y en la
que desaparecen los límites de la cotidianidad, la vida y muerte.
De súbito, las cosas se convierten en los fetiches y los ídolos que
hay que venerar de forma necesaria.
Las drogas pertenecen a este nuevo universo, como parte del
gran espectáculo, un sector del megamercado de la felicidad al
que acuden adolescentes y jóvenes, niñas, niños y adultos de to-
das las edades. Porque en este espacio mágico se han instaurado
las promesas de bienestares que no se encuentran en otros dis-
cursos o que, si en algún momento aparecieron, fracasaron o
simplemente caducaron.

Sí, es así, porque es algo que les da un placer instantáneo, les da un


sentimiento de bienestar inmediato, Por ejemplo, las pastillas que
se usan para bailar incentivan los pies, les dan fuerza toda la noche,
hasta el amanecer, Si no fuera así, la farra terminaría antes de hora,
y eso no es lo que interesa sino que todo se prolongue hasta la ho-
ra que quieras, hasta el final, que va más allá de la farra,

Esta prolongación indefinida del placer constituye otro pro-


ducto básico del nuevo mundo y que se vende sin descanso en
el mercado de las felicidades. A ello se añade el principio de la
inmediatez que, al negar la pausa, niega el futuro y, por ende, la
esperanza. La esperanza es, en primer lugar, una forma especial
que toma la espera cuando ha llegado al borde de la posible
realización de lo prometido. En efecto, no existe esperanza sin

189
promesas destinadas a justificar el futuro y, de esa manera, la
existencia misma. Con el éxtasis no hay ni espera ni esperanza
sino un acto automático pues, apenas se lo ingiere, la energía
aparece de manera instantánea.
Aunque las formas fenomenológicas pudiesen ser diferen-
tes, la esperanza es aquello que promueve el deseo hasta llegar
a identificarse entre sí cuando la esperanza y el deseo dejan la
pasividad para colocarse de lleno en los andariveles de la exis-
tencia. Sin embargo, nada es seguro: las promesas no se cum-
plen o se postergan de manera indefinida. Entonces se producen
vacíos en la existencia, vacíos de sentido que gravitan y que de-
terminan que el sujeto oscile entre la esperanza y el desencanto
total. Esta relación sostenida en la duda desaparecería con la
pastilla de éxtasis, cuyo automatismo destruye, en un solo acto,
la espera y la esperanza, es decir, el deseo.
Es justamente esto lo que aparece en los discursos de ado-
lescentes y jóvenes cuando tratan de explicarse las razones por
las que se acude a las drogas. No se las consume, se acude a
ellas, se va a su encuentro, se las busca en la clara lucidez de los
bienestares o también en la oscuridad de las penas.

Es probable que en las drogas se busque un relax o algún tipo de


placer que antes no se lo conseguía, o deseos que antes no fueron
satisfechos y que solo lo son mediante las drogas, También como
una forma de aliviar ciertos problemas importantes, Por la debili-
dad de los hombres que se dan cuenta que las mujeres son mucho
más seguras,

La consigna es no sufrir, no padecer de ninguna manera y


bajo ningún pretexto. Las antiguas sociedades fueron eminente-
mente sufrientes, construidas desde el dolor y para las penas. La
cultura cristiana se encargó de realizar una sólida y sacralizada
apología del martirio y la muerte. Desde el Cristo herido hasta
no poder más del arte quiteño y cuzqueño hasta las mujeres y los

190
hombres ofrecidos al sacrificio de su existencia para merecer el
paraíso. La vía al paraíso no fue de flores sino de espinas, lan-
zas, azotes, cilicios, ayunos, virginidades obligadas, maternida-
des dolorosas. El poder del mal era más fuerte que cualquier
buena voluntad para llegar al bien y mantenerse en él. Porque no
eran suficientes las buenas intenciones, ni siquiera las plegarias,
había que castigar el cuerpo con el dolor, ese cuerpo malo, ene-
migo del bien y de dios. Así se terminó haciendo del dolor una
virtud, quizás la más importante de todas. Con el cuerpo lacera-
do y herido, amoratado o sangrando, ya no hay lugar para pen-
sar en el placer y mucho menos en algún goce que permanezca
como experiencia de vida.
Las drogas invaden Occidente luego del horror de la Segunda
Guerra Mundial que enseñó a la humanidad el arte de masacrar a
pueblos y naciones enteras, en Oriente y Occidente, al Norte y al
Sur. Ya no se trata del supuesto inocente ayuno o del escondido ci-
licio que se hinca en la carne a cada movimiento. Ahora se trata
del arte de masacrar con campos de concentración, bombas ató-
micas, gases mortales, coches bomba, mujeres bomba, paredones
de fusilamiento a ciudades enteras. En lugar del cristianismo im-
puesto a sangre y fuego, en el siglo XX se establecen ideologías
igualmente redentoras a sangre y fuego. Iniciado el siglo XXI, las
masacres no terminan. En plena posmodernidad, se prohíbe disen-
tir, se asesina por razones de Estado a todos los que piensan de
manera diferente. Como en la Edad Media, se hace alarde de la
capacidad de imponer el pensamiento único.
No hacen falta muchas razones para entender por qué han
aparecido, como hongos en invierno, los megamercados de la
felicidad, a los que no dudan en acudir adolescentes y jóvenes
para no saber nada de la intolerancia, de las muertes dadas, pa-
ra no escuchar los discursos de la verdad única que debe impo-
nerse sin que importen las estrategias para hacerlo.
En la Edad Media, no había mejor recurso para ahuyentar
los malos pensamientos y dominar las ansias de placer que herir

191
el cuerpo y cerrar la mente a todo pensamiento que no fuera re-
ligioso. Ahora, para imponer el pensamiento único están el te-
rrorismo, la guerra, el secuestro, la cárcel y el hambre. Poco se
ha pensado en el hecho de que las nuevas generaciones se en-
cuentran conminadas en un campo de concentración del que no
logran salir. Ya no se hallan limitadas por cercas electrificadas o
fosas de leones. El cerco estaría conformado con el mandato im-
perativo de gozar y la bienaventuranza de los goces para no en-
terarse de las barbaries que se cometen en el patio del país veci-
no, o para olvidarlas.
Una parte del discurso oficial afirma que se usan drogas por
problemas personales, verdad no cuestionada que ha terminado
absorbiendo la conciencia pública. Pero adolescentes y jóvenes
poseen muchas más explicaciones y cada vez más complejas
que tienen que ver con lo que llamamos sus formas de estar en
el mundo, sus expectativas de vida y sus sufrimientos ante la fal-
ta de respuestas a sus interrogantes. Ellos poseen una visión me-
jor orientada de lo que acontece con los usos de drogas. No caen
en la simplista relación causa-efecto que ha primado en los dis-
cursos políticos y las campañas de prevención.
Como decía Foucault, es desesperante pensar que no se pue-
da mirar el problema de las drogas más que desde el punto de
vista de la libertad y la prohibición. Cuando algo llega a formar
parte de la cultura, ya no caben miradas e interpretaciones linea-
les y simplistas. ¿Cuántas rutas interpretativas se requieren para
analizar el siguiente texto construido por un joven universitario?
Es probable que se deba ir más allá de la misma interpretación,
como sugiere Vattimo, para, aunque sea de manera parcial, lle-
gar al texto.

Es cuestión de moda, es una cuestión de narcisismo, A l menos en


la gente joven, es para creerse importante, Estamos hablando de
chicos adolescentes que aún no salen del colegio, en ellos es para
decir, Yo hice esto o aquello, yo ya tengo mucha experiencia, Los

192
chicos universitarios son otra cosa, Los universitarios pasan por
problemas existenciales porque tienen arraigados en sus vidas sen-
timientos y conflictos, esos son problemas existenciales, También
a veces podrían tener problemas familiares,

En el psicoanálisis, el narcisismo ocupa un lugar relevante


porque se refiere a los orígenes míticos del sujeto, en los que él
se considera a sí mismo el centro del mundo, ser absoluto y per-
fecto. Mirándose a sí mismo, hace que lo hedónico se convierta
en una de las principales razones para existir. Lo hedónico exi-
ge algo más que repeticiones interminables y procesos intros-
pectivos que terminarían colocando al niño en una suerte de tau-
tología mortífera.
El narcisismo habla más de pasión que de amor, o del amor
en tanto pasión que se coloca siempre al otro lado de cualquier
intento de racionalizarlo. La pasión destruye la parte de come-
dia que podría poseer el amor, para convertirlo en drama y has-
ta en tragedia porque de por medio se encuentran las marcas de
la verdad: Yo sé de esto porque he tenido experiencia. En la pa-
sión no hay fanfarronería alguna, aunque se haya dado un co-
mienzo quizás irrisorio o baladí que es sustituido por la pasión
en la que los caminos de la libertad se reducen a casi nada.
Para la conciencia narcisista, no sería lo mismo alardear de
fortaleza y sabiduría sin que se hayan experimentado cosas y
caminos vedados y mágicos como las drogas. Las nuevas cul-
turas incluyen a los adolescentes en casi todo. Como ya se in-
dicó, en nuestro país, a los 16 años se los considera política-
mente aptos para elegir. Y, sin embargo, la misma ley los con-
sidera menores de edad para abrir numerosas puertas puesto
que su cotidianidad se halla marcada por una serie de prohibi-
ciones. ¿Por qué tendría más y mejor criterio para votar por un
candidato o expresar una preferencia política por un movimien-
to que para conducir un auto? Al tiempo que se lo exalta, no se
duda en herir ese narcisismo.

193
Saberse importante no es asunto baladí. Por el contrario, re-
presenta uno de los objetivos de la existencia, porque en ello va
el sentido de estar en el mundo, de pertenecer a espacios socia-
les y de amistad. Importar implica traer hacia, llamar al otro, pe-
dir su atención, su reconocimiento. Y este reconocimiento no
puede ser otro que el de una presencia ya conocida. Para el ser
no es suficiente una mirada del otro para que su presencia que-
de para siempre reconocida y legitimada. Por el contrario, son
necesarios constantes actos que den cuenta de que ciertamente
el sujeto está en el otro, en su tiempo y sus lenguajes.
Se habla actualmente del aislamiento en el que viven am-
plios grupos de adolescentes e incluso de niños a causa de la tec-
nología que ha llegado a privatizar los ritmos, las cadencias, los
sonidos, los léxicos. Cada chico o chica enchufado a un univer-
so privado de sonido y ritmo que se relaciona con los otros sin
la imperativa necesidad de desconectarse, como si temiesen per-
der contacto con su mundo privado al que nadie tiene acceso ni
siquiera cuando comparten el mismo son enchufados a audífo-
nos que provienen de una misma fuente, como un iPod.
Si algo caracteriza las relaciones actuales es que se han de-
velado los secretos para poder recorrer los más inimaginables
caminos que ya no conducen a lo conocido sino, por el contra-
rio, a lo que es preciso imaginar y crear. Para algunos, la droga
podría aparecer como una aliada en este trabajo o incluso como
el lugar en el que son posibles las nuevas construcciones.
En general, se cree que los problemas existenciales no per-
tenecen a los jóvenes porque la niñez y parte de la adolescencia
se caracterizan precisamente por un enfrentamiento eminente-
mente lúdico a lo cotidiano. Pero la realidad de la vida cotidia-
na dice otras cosas, a ratos, radicalmente distintas de las certe-
zas de la sociedad, que lo que mejor ha sabido manejar es su ce-
guera y sordera frente a las cosas de adolescentes y jóvenes.
Para cada acontecer social existen discursos opuestos y con-
tradictorios. La única manera de mirar e interpretar el mundo fue

194
remplazada por un sinnúmero de visiones y pequeñas certezas.
La verdad única ha sido sustituida por un infinito número de
nuevas verdades que no soportan ninguna sumatoria que preten-
da la construcción de algo único.
Las antiguas verdades sobre adolescentes y jóvenes ya cadu-
caron, particularmente porque fueron elaboradas por los adultos y
las instituciones que ellos rigen. Existen nuevas adolescencias que
no viven mundos de felicidad y paz. Por el contrario, se hallan
atravesadas por dudas e inseguridades básicas. El testimonio es de
una mujer adulta seriamente preocupada por lo que acontece con
los adolescentes de Lago Agrio, su pequeña pero compleja ciu-
dad. Pero lo mismo acontece a lo largo y ancho del país:

Usan drogas, sabiendo que son peligrosas, porque están buscando


una respuesta, una respuesta quizás a los vacíos existenciales, Los
padres estamos tan metidos en el trabajo y en otras cosas que no
les damos respuestas, les dejamos solos, Yo creo que buscan algo
que les falta, A lo mejor tienen problemas personales muy fuertes,
como estar muy desilusionados, o por problemas familiares, Tal
vez les vaya mal en algunas cosas, cuando los padres creemos que
en todo les va bien,

No se trataría de esos conflictos de la vida cotidiana, de las


relaciones domésticas o educativas, sino de malestares que ten-
drían que ver con eso que se denomina cotidianidad existencial.
Como señala Heidegger, para abordar la existencia de un sujeto
cualquiera es indispensable ir a su cotidianidad, porque ella ca-
racteriza la temporalidad del sujeto, porque en ella se hace pues-
to que representa la continuidad necesaria para ser: allí se dice,
se piensa, se hace uno con los otros o se oculta de los otros. Lo
cotidiano representa la vida fáctica, la existencia en el mundo
que diferencia al sujeto de los otros.
Cuando ya no hablan los adultos sino chicos y jóvenes, apa-
recen otras verdades, aquellas que dicen que ellos se enfrentan a

195
realidades que los agobian. Puesto que en la sociedad de los
adultos les resulta difícil encontrar interlocutores válidos con
quienes enfrentar lo que les acontece, como se saben tal vez
abandonados a su suerte, acuden a la marihuana, ya sea para pa-
liar su angustia o para hallar respuestas que en otra parte no
existen o quizás para construirlas.
Desde la racionalidad pura, lo que les convendría sería ex-
plicarse lo que acontece. Si bien pudieran hallar y hasta asumir
ciertas explicaciones, ubicados como se encuentran en la econo-
mía de los deseos, no encontrarían sino un entramado de expe-
riencias y sentidos difíciles de resolver. Las drogas podrían con-
vertirse entonces en aquello que anula o, por lo menos, descono-
ce lo uno y lo otro al crear espacios de lucidez, no precisamen-
te racional, sino afectiva.
Lacan propuso distinguir entre el placer que se produce cuan-
do se satisfacen, de manera parcial y momentánea, deseos más o
menos superficiales, y el goce, que pertenecería a los registros de
lo imposible porque supondría una realización total de los deseos
que colocaría al sujeto al borde de la muerte o de la locura. ¿En
qué consiste la felicidad? Por supuesto, no es posible ninguna de-
finición de orden teórico. Las únicas respuestas válidas son aque-
llas que surgen de lo vivencial. Todo intento de teorizar sobre ella
no será sino un vano esfuerzo destinado a colocar conceptos en el
lugar en que tan solo caben sensaciones y experiencias.
Los informantes no cesan de insistir en que los usos de dro-
gas dependen de los estados de ánimo de quien decide usarlas en
un momento determinado. En consecuencia, no sería adecuado
mirar las drogas y analizarlas fuera de su contexto “natural”, que
sería un determinado uso en un momento preciso y por alguien
que no es un sujeto en general sino, por el contrario, un indivi-
duo identificable en el momento del rito. Se trata del estado de
ánimo al que no cesan de referirse.
Por otra parte, es la experiencia del usador la que interven-
dría de manera directa en el manejo que se hace de la droga

196
para que produzca aquello que se busca porque, de lo contrario,
el rito se convertiría en caos.

Hay una relación íntima entre el estado de ánimo y el consumo,


Las experiencias dicen que el estado de ánimo y el consumo se re-
gularizan entre sí, Si tu estado de ánimo está para el amortigua-
miento, para un aletargamiento, se puede seguir consumiendo no-
más sin preocuparse porque eso es lo que quieres, Pero, si tú estás
empezando a jalar, puedes jalar hasta que estés muy feliz, pero lue-
go puedes sentirte muy triste, Pero, cuando ya eres muy experi-
mentado, sabes que la droga te va a levantar y que la droga te va a
bajar, Cuando empiezas a usar, muchas veces las drogas te causan
mucha euforia, pero luego te pueden bajar, Por eso hay que cono-
cer los efectos y conocer las drogas para saber sus efectos depen-
diendo de cómo estás tú,

Lyotard (1999), cuando analiza la diferencia, se refiere tam-


bién al concepto de diferir puesto que los símbolos y las pala-
bras nunca lograr resumir con suficiente claridad su significado
textual por lo que deberían ser apoyados en nuevas palabras de
las que difieren. Por ende, el significado es siempre pospuesto
y viene luego cuando se ha asociado a otro sentido. Esto, por
otra parte, exigirá que se produzca de manera permanente un
trabajo hermenéutico con el propósito de establecer los sentidos
en cada caso.
Por eso hay que conocer los efectos y conocer las drogas
para saber sus efectos dependiendo de cómo estás tú. Este co-
mentario da al traste con todas aquellas posiciones políticas o
de salud basadas en sentidos únicos y universalizados sobre las
drogas y que se han resistido a escuchar los discursos de los
usadores para desde ahí construir sentidos. La universalización
de las interpretaciones tiene como objetivo achicar el mundo de
los sentidos para justificar tanto los actos como los silencios.
Entonces se piensa que son innecesarias las diferencias puesto

197
que su presencia hace daño a los discursos que parten del prin-
cipio de que las verdades ya han sido estatuidas y conocidas de
una vez por todas.
Este fenómeno trabajado por Lyotard podría hallarse en los
usos de drogas. Esto ya me condujo a analizarlas desde los len-
guajes y las metáforas, puesto que las drogas en sí mismas, ale-
jadas del sujeto que las usa, no significan nada. Además, para los
usadores, los significados de la marihuana no pueden ser siem-
pre los mismos puesto que dependen de las circunstancias en las
que se la convoca para una experiencia determinada. Es lo que
con claridad señala el testimonio: no se van a producir los mis-
mos efectos ni de la misma manera para quien la fuma por vez
primera que para el usador con experiencia. Esto ya lo señaló
Carlos Castaneda (1976), aunque no con esta claridad. Para don
Juan, cada quien debería sembrar su plantita de tal manera que
la relación con la droga no sea material sino eminentemente má-
gica. Entonces los efectos se producirían a través de la diferen-
cia que media entre quien usa el producto de su plantita y quien
consigue la droga en cualquier lugar.
Los sentidos quedan siempre pospuestos en la medida en
que en cada caso se evocarán sentidos y realidades particulares
que se modificarán en discursos y circunstancias otras. Esto es
precisamente lo que señala el testimonio al diferenciar aquello
que acontece con el novato, con el usador experimentado, con el
que llega abrumado por las tristezas o con quien la llama para
vivir nuevas alegrías.
Nada se halla previamente establecido. Un símbolo es defi-
nido en un momento dado por su relación con otros símbolos
que, a su vez, se definen por las relaciones distintas que mantie-
nen unos con otros. Puesto que es propio de cada sujeto ser par-
te de una red de lenguaje, todo lo que le pertenece debe igual-
mente ser insertado en esta red para la construcción de sus sen-
tidos. Todo esto constituye y configura el mundo de cada quien.
El mundo es el lugar en el que está y es cada adolescente. Es lo

198
que topamos, aquello que nos sale al encuentro, el mundo es ahí,
diría Heidegger.
Si no fuese así, ¿de qué manera un uso determinado estaría
llamado a causar un efecto igualmente previsto y que además
podría ser distinto al de otra experiencia? Con frecuencia, lo que
se sabe o se dice sobre los usos se encuentra atravesado por fan-
tasmas, como los del mal, de la violencia y de la destructividad.
Las cosas podrían ser casi tan sencillas como la vida cotidia-
na hecha de un sinnúmero de palabras, cosas y ritos. Mientras
con unos se busca el bienestar, con otros se trata de curar heri-
das que no sanan con lo socialmente estatuido. Resulta impor-
tante pensar que la relación de la droga con la vida cotidiana es
mucho más constante de lo que se piensa. Se tiende a realizar
descripciones de los actos y las cosas, las posiciones y las rela-
ciones que determinan lo cotidiano. Pocas veces se describe de
qué manera cada acto y objeto, tiempo y espacio hacen al suje-
to en esa cotidianidad que no es solo escenario sino materia pri-
ma para los modos de estar en el mundo, materia prima con la
que el sujeto se restituye a sí mismo para ser. Se va a la literali-
dad de los mismos pero no se los hace pasar por una hermenéu-
tica llamada a develar las formas como se construyen sentidos
en esa cadena de cosas, tiempos y actos de lo cotidiano.
Lo cotidiano no es únicamente el escenario sino lo que el su-
jeto es en ese tiempo que le pertenece. Justamente por ello es in-
dispensable una visión interpretativa que permita ver que los ac-
tos y las cosas poseen valores polisémicos y que no se encuen-
tran al azar los unos junto a los otros. Por ende, cuando se los
desvincula de lo cotidiano, ciertos actos y acontecimientos per-
manecen privados de sentido, así se formaría un vacío que po-
dría ser llenado con interpretaciones ajenas a la relación del su-
jeto con ese acto y objeto. Es lo que acontece comúnmente con
las drogas a las que no se las ha visto formando parte de lo co-
tidiano de adolescentes y jóvenes.
Cuando los informantes se refieren a las circunstancias de

199
los usos, realizan actos hermenéuticos pues pretenden colocar el
uso en espacios y tiempos pertenecientes a lo cotidiano. El va-
lor de sentido de algo no depende de la cosa en sí sino de las re-
laciones que el sujeto establece con los objetos en tiempos y es-
pacios específicos. El rescate de la temporalidad implica traspa-
sar los umbrales de los prejuicios para llegar a los lugares en los
que es posible encontrar al sujeto.

Es cierto que, cuando se consumen drogas, se podría usar cual-


quier cosa, Pero sí hay drogas que son para ciertas cosas, y otras
que son para otras cosas, Y depende de las circunstancias: si esta-
mos entre amigos, consumimos para reírnos porque eso es todo lo
que queremos,
A veces es como que te tranquiliza, porque, a veces, las chicas y
los chicos están muy nerviosos, y realmente es para calmar los ner-
viosos, Para otras personas es como para sentir que están volando,
sentirse muy solos y muy felices, Otras, en cambio, dicen que
quieren sentirse muy tristes y así pueden expresar lo que sienten,
Otros quieren olvidarse por un momento del mundo real,

Se trata, en consecuencia, de una interpretación personal de


la experiencia de su estar en el mundo sentido como bueno, aco-
gedor o como malo y perseguidor. El sujeto es vida a partir del
mundo que lo hace. Las drogas se convierten en ese momento en
una especie de disparador que les facilita una manera particular
de afrontar la experiencia que viven o una posibilidad de huir de
ella o mutarla mediante la magia de su alquimia.
Cuando se cuenta con el sujeto para la tarea de elaborar sen-
tidos, ya no es dable sostener los modelos ni de investigación ni
de análisis de lo que está aconteciendo fuera para trasladarlo al
país y así analizar las relaciones de los sujetos con sus drogas
puesto que se estaría pasando por alto el principio de que el su-
jeto es su cotidianidad, su espacio y su tiempo, y se estaría recu-
rriendo a sentidos previamente establecidos. Tan solo volviendo

200
al sujeto en su cotidianidad será posible abrir nuevas rutas para
la construcción de esas otras verdades eminentemente subjetivas
que animan y sostienen los usos.
No existen, pues, usos genéricos, ni en sus posibles orígenes
ni en sus destinos. Los compromisos del sujeto con su tiempo
sincrónico determinan el tipo de droga que se usa y su finalidad.

Cuando te pegas las pepas que te venden en las discotecas es porque


todo estaba tan bacán que quieres seguir luchando toda la noche y te
metes, por ese mismo hecho, lo que te hace sentirte bien, Aparente-
mente se llegará a otro estado, pero definitivamente lo consumes por-
que lo que buscas es placer, llegar a otro nivel de diversión, porque es-
tás tú ahí con tus amigos, en ese lugar que es el de la diversión,

Ni el deseo que representa el motor ni el placer que consti-


tuye el momento final se dan de suyo pues uno y otro implican
una suerte de conquista que exige del sujeto acciones tan com-
plejas y difíciles que el testimonio evidencia un sujeto que lucha
por lograr el advenimiento de lo que desea.
Cuando se abordan temas como el placer y el deseo, se lle-
ga a uno de los puntos más complejos de la condición del suje-
to. De esta manera, los usos se convierten en dispositivos de sa-
ber y de poder porque poseen la capacidad de producir aquello
que no está pero que, gracias a un trabajo particular, puede ad-
venir, y lo que adviene, es el placer. A más de todos los aparatos
conceptuales reconocidos, ahora harían falta cartografías parti-
culares para recorrer los territorios de la subjetividad que, si bien
podrían marcar similitudes, por ejemplo, entre adolescentes, se
encargan igualmente de señalar las diferencias.
Cada sujeto realiza su propia lucha en pos de lo que cons-
ciente e inconscientemente busca. Esto permite que los usos se
integren al tema del deseo y el placer, sin los cuales se conver-
tirían en actos físicos, desprovistos de significación y casi aje-
nos a la economía libidinal del sujeto.

201
Es preciso tener presente que, cada vez que se habla del de-
seo, no necesariamente se toma en cuenta y en serio el tema del
placer. Muchas veces, los teóricos recorren con fluidez los veri-
cuetos del deseo y dejan de lado el tema del placer, que suele ser
sustituido por el del goce que, a su vez, aparece como realidad
imposible. De eso ya se quejaba Foucault cuando decía que los
usos de drogas, sin su nexo con lo placentero, son realidad pura
desprovista de significación. El uso se convertiría en consumo de
una cosa cualquiera con lo que se despojaría de sus valores de
sentido, dejando de lado su conexión imaginaria con el placer.
Hay ciertos psicoanalistas que opinan justo lo contrario por-
que disocian el deseo del placer y presuponen que podría produ-
cirse el uno sin el otro. Esta disociación se debería justamente a
ese divorcio entre el deseo y el placer, debido a una visión idea-
lista del sujeto según la cual sería posible un placer sin deseo. La
cita es de Deborah Fleischer (2003):

Las adicciones alejan el deseo. Hay una metamorfosis del deseo.


Ese goce aplastante, desproporcionado, irremplazable, que propor-
cionan las drogas es subsidiario de la pulsión de muerte y aleja al
toxicómano del deseo.

La autora equipara los usos de drogas con las adicciones y


estas, con las toxicomanías. Esta posición muy poco rigurosa e
ideológicamente preestablecida conduce a generalizaciones que
no sirven para acercarse al tema sin los prejuicios teóricos que
se sostienen en prejuicios ideológicos. Es mucho menos com-
prometedor teorizar sobre el deseo que sobre el placer, que no
soporta teoría alguna sino apenas lo experiencial.
Posiciones similares se encuentran en autores que no han lo-
grado traspasar los umbrales de un pesimismo radicalmente per-
nicioso en torno a las drogas. Autores, como J. A. Rodríguez
(1996), se han encargado de psicopatologizar de tal manera los
usos de drogas que han terminado aislándolos de cualquier otro

202
intento de comprensión que no sea desde ese mal original. Para
el autor, pensar en un uso como parte de lo social y lo cultural,
de los lenguajes y los posicionamientos de la sociedad es casi un
crimen. Para él, que se propone realizar un estudio psicoanalíti-
co sobre el tema, se trata de un mal en el que se hunde el sujeto
por su propia maldad. Por eso no duda en afirmar, sin ninguna
prueba, que los hijos de las drogadictas ya nacen con la adic-
ción, seguramente porque son hijos del mal.
Para el psicoanálisis, la libido y el deseo constituyen su
meollo. La libido es la energía psíquica del deseo, dice Lacan
(1969): “Esta teoría analítica reposa, pues, totalmente sobre es-
ta noción de libido, sobre la energía del deseo”. De tal manera
que nada del acontecer del sujeto puede ser interpretado al mar-
gen de la dinamia y la economía del deseo.

Por otra parte, si reintroducimos también esa palabra deseo ahí


donde términos como afectividad, como sentimiento positivo o ne-
gativo, son empleados corrientemente (… ) me parece que por el
solo hecho del empleo de esta palabra, un clivaje se producirá que
por sí mismo habrá de aclarar algo.

Si algo del sujeto se alejase del mundo del deseo, caería en


el abismo de lo insignificante.
Foucault, por su parte, consideraba desesperante que no se
pensara en las drogas más que desde el punto de vista de la liber-
tad y la prohibición y no se mirase como un asunto cultural ínti-
mamente ligado al tema del deseo y del placer. Desde siempre, se
ha tratado de escamotear el placer y todas sus posibilidades en lo
cotidiano y en aquello que lo representa ante cada sujeto. El Oc-
cidente cristiano no ha sido precisamente un buen amigo de lo
placentero sino, por lo contrario, su detractor por considerarlo un
atentado contra una enseñanza eminentemente ascética.
Para dar la cara a los usos de drogas, de modo particular a
su parte conflictiva, haría falta no banalizar lo placentero de la

203
vida cotidiana sino, por lo contrario, exaltarlo. Ello implicaría
descosificar el placer, volver a colocarlo en el mundo mágico de
las pulsiones que no necesitan aferrarse a la cosa en sí pues son
eminentemente móviles. Las verdaderas adicciones, aquellas
que señalan que se ha establecido una relación cosificante entre
sujeto y objeto, cosificaron de tal manera lo placentero que ter-
minaron anulándolo, tal vez de manera definitiva como, por
ejemplo, en los dependientes de la heroína, en la que ya no se
busca el placer, que es eminentemente caduco, sino un estado en
el que la nada sea visible.

Simplemente no importa nada más que la sensación, En los sa-


bores, los sentidos se te agudizan, es que es absolutamente deli-
cioso, No te puedes imaginar la sensación maravillosa que fue
quizás lo que más me gustó, pero también lo que más me asustó,
Una amiga me regaló un poquito de coca para probar, la verdad
es que solo probé y algo me hizo clic, Después conocí un grupo
de quizás 12 a 15 personas, todos tenían muchísimo dinero, En
el recuerdo me queda una mesa con una montaña de cocaína, era
un frasco completo lanzado en una mesa, Si yo boté la huevada,
fue porque mi vida se iba al basurero, No culpo a las drogas, la
culpa es mía por no haber podido controlar el gusto por el placer,

Entonces se podría creer que tan solo las drogas poseen la


capacidad de proporcionar ese placer que termina siendo adicti-
vo. El informante asegura que su conflicto no se encuentra en
los usos de drogas sino en su dependencia de lo placentero. ¿No
se habrá producido una suerte de banalización del placer al ubi-
carlo en una cosa que se resiste a actuar de otra manera porque
el sujeto la ha convertido en la única fuente posible de ese pla-
cer sin el que ya no se podría vivir? En este caso, la demanda de
placer habría cerrado todas las otras rutas posibles para dejar
abierta tan solo la de las drogas.
En ese caso, las drogas han perdido su capacidad de ser

204
objetos mediáticos entre el sujeto y su búsqueda de lo placente-
ro para convertirse en la cosa exclusiva capaz de producirlo. En-
tonces, ya no se trataría de un gusto por el placer, sino de una es-
pecie de anulación de ese supuesto gusto al cosificarse. Los pla-
ceres no provienen de suyo de las cosas. Son los sujetos las
fuentes primitivas de placeres y goces. Si el sujeto ha quedado
atrapado en las cosas, posiblemente se deba a su fracaso en la re-
lación con el otro. Alejado del otro en tanto fuente de significa-
ción, el sujeto se ve impelido a volverse hacia las cosas con la
esperanza de encontrar ahí la fuente de los sentidos que justifi-
quen su vida. El avaro es un ejemplo extremo de este proceso,
puesto que para él lo que cuenta es la cosa en tanto acumulada,
guardada y no utilizada. A diferencia del otro que consume co-
sas para sus goces, el avaro pretende gozar en acumularlas.
Tanto en la mesa repleta de coca como en la caja fuerte lle-
na de dinero que no se usa, el sujeto ha anulado su capacidad de
construir deseos que recorran las rutas de la incertidumbre. La
cocaína sobre la mesa ha sido transformada en realidad concre-
ta, inequívoca y absolutamente segura. Así se construye el ver-
dadero discurso antiplacer. El informante reparó en este proce-
so, y salió de ese entrampamiento para hacer de la experiencia
placentera una aventura personal.
De tanto experimentar placeres nuevos, a lo mejor aparece
en nosotros el deseo. Necesaria diferenciación que pone el
acento en la experiencia placentera como punto inicial para
que, en algún momento, estando gozando, si vale la expresión,
aparezca el deseo.

Si se busca la droga es porque se sabe, te han contado, que produ-


ce placer, Es lo placentero, Entonces no hay razón para acusar a la
droga, Por eso es peligrosa toda prueba porque confirmas lo que
estabas pensando, ahí hay placer,

No es posible contar con respuestas para todas las preguntas

205
porque los sujetos están hechos de lenguajes que nunca dicen to-
do y porque lo dicho requiere de permanentes actos hermenéu-
ticos para su intelección. No es dable pasar por alto que, aunque
se halle inundado de supuestas certezas sobre sí mismo y los
otros, el sujeto no es sino pura apariencia y contingencia. En ge-
neral, lo mejor que se podría esperar de sus enunciaciones son
juicios estéticos, así disminuiría su capacidad de equivocarse.
¿Qué es lo que confirma el muchacho en la primera vez?
¿Que la droga ciertamente produce placer o que él, en tanto su-
jeto, no puede abandonar la búsqueda de lo placentero y que él
posee la capacidad de otorgar poderes hedónicos a algo en par-
ticular? Es probable que la única respuesta válida tenga que ver
con el placer y la imperativa necesidad de atraparlo de una vez
por todas. Si se ha impuesto el imperativo de gozar, si todo se ha
armado para dar cumplimiento a los nuevos decálogos de la bie-
naventuranza, entonces la única prueba a la que se refiere el in-
formante no será otra que la del placer.
¿Qué es cierto? La respuesta no sería otra que el placer ofer-
tado sin medida en este megamercado. Mientras Freud insistía
en la incompatibilidad casi existencial entre el deseo del sujeto
que exige lo placentero y la cultura que se ha propuesto negar-
lo, la sociedad contemporánea hace todo lo contrario, pues su
ordenamiento se basa en el imperativo de estar bien-en-el-mun-
do a como dé lugar. Si hay males que te angustian, que te quitan
el sueño y que no logras identificarlos, entonces tienes a tu dis-
posición una inmensa gama de fármacos que te restituirán el bie-
nestar perdido porque anularán en ti toda pregunta, toda duda,
todo desencuentro contigo mismo.
Nuestro tiempo está conformado desde el espectáculo en el
que fácilmente se prefiere la cosa a su imagen, la realidad en sí
a su representación icónica, como si el espectáculo se realizase
en un escenario eminentemente pornográfico que se ha propues-
to la inclusión del sujeto entre las cosas.
El lugar que ocupaban los sistemas de verdad ha sido susti-

206
tuido por un sistema de espectáculos a través de los cuales se re-
lacionan sujetos y comunidades. Se trata de un fenómeno social
del que casi nadie puede escapar. Cada uno de los aspectos de lo
cotidiano se ha convertido en una imagen que ya casi no remite
pues posee el don de la inmediatez para su comprensión. Para
Guy Debord (1978), esta especie de desprendimiento imagógico
impide que se pueda percibir y vivir la cotidianidad como una
unidad, prácticamente perdida, porque el espectáculo no preten-
de llegar a ningún otro lugar sino a su propia representación.

Las imágenes que se han desprendido de cada aspecto de la vida


se fusionan en un curso común, donde la unidad de esta vida ya no
puede ser restablecida. La realidad considerada parcialmente se
despliega en su propia unidad general en tanto que seudo-mundo
aparte, objeto de mera contemplación. La especialización de las
imágenes del mundo se encuentra, consumada, en el mundo de la
imagen hecha autónoma, donde el mentiroso se miente a sí mismo.
El espectáculo en general, como inversión concreta de la vida, es
el movimiento autónomo de lo no-viviente.

Lo que acontece con las drogas y sus usos forma parte de es-
te espectáculo hecho de retazos de ideas, percepciones y actitu-
des. Como cualquier otro, este espectáculo representa un peren-
ne llamamiento a la contemplación del que los usadores no se
encuentran excluidos. Cada día se sienten libres para exponerse
por todas partes e inclusive para alardear los usos, con lo cual,
más inconsciente que conscientemente, se ha permitido introdu-
cir las drogas en el espectáculo, como si fuesen parte del mismo,
probablemente para así lograr su legitimación. En la medida en
la que forman parte del espectáculo, las drogas y sus usos se en-
cuentran sometidos a los regímenes del poder.
Al comparar lo que acontecía hace un par de décadas con
lo que sucede ahora, se evidencia el cambio radical producido
entre las utilizaciones de los espacios totalmente privados y has-

207
ta secretos y los cada vez más públicos en los que los usos se
evidencian. María comenta que, mientras en su tiempo de cole-
giala, hace casi 20 años, las compañeras que fumaban marihua-
na tenían que reunirse en los lugares más secretos tratando de
evitar que alguien se enterase, ahora ocurre casi todo lo contra-
rio. En esto consiste precisamente, según Debord, el desarrollo
natural del espectáculo.
Si el espectáculo tiene que aparecer, hacerse evidente, los
usos de drogas no tendrían razón para ocultarse puesto que, en la
medida en la que el espectáculo se amplía, debería arrastrar con-
sigo todo lo que forma parte de lo cotidiano, lo privado y lo re-
servado. En este movimiento de exposición se involucra fácil-
mente incluso lo prohibido e ilegal, como la sexualidad y las dro-
gas, para que aparezcan tan solo su legitimidad y su bondad. Es
esto lo que conduce a Debord a afirmar: “El espectáculo es el dis-
curso ininterrumpido que el orden presente mantiene consigo
mismo, su monólogo elogioso”. En la tarima del espectáculo, las
drogas y la sexualidad, al despojarse de sus valores de significa-
ción, fácilmente terminan convertidas en el objeto fetiche, es de-
cir, en cosas cuya función es proveer de cierta identidad a un su-
jeto que termina reconociéndose escindido, fracturado.
Pese a los veinte siglos de cultura occidental caracterizados
por una expresa violencia en su contra, la sexualidad, en tanto
fuente de placer y goces, ha podido situarse con bastante facili-
dad en el escenario de lo público y hasta en el exhibicionismo.
El destino de las drogas ha sido mucho más complejo porque,
desde que aparecen en la escena a mediados del siglo XX, los
Estados, las comunidades y las familias no han dejado de repu-
diarlas. La sexualidad perteneció al orden del mal y de lo peca-
minoso. Las drogas fueron catalogadas como atentatorias de la
libertad, la salud y hasta de la sobrevivencia de los Estados. Co-
mo disminuyó el uso político-religioso de la sexualidad, las dro-
gas estuvieron para sustituirlo.
Si parte del destino del espectáculo también consiste en la

208
legitimación más o menos incondicional de lo placentero y lo
gozoso, ¿cómo marginar los reales o supuestos placeres que se
derivan de las drogas? De igual manera, cabe preguntarse si es
que la insistencia en el discurso de lo placentero derivado de los
usos de drogas no responde a un intento de ocultar los efectos
dañinos que cohabitan con el placer.
La nueva cultura dice que lo que aparece es bueno. Enton-
ces se entiende a los adolescentes para quienes fumar marihua-
na pertenece al rito de lo cotidiano sin que sean necesarias ni cir-
cunstancias ni condiciones especiales. La metáfora es clara y
profunda a la vez: ellos abren las puertas a un mundo particular
denominado mundo de las drogas. Pero la expresión del texto es
particularmente llamativa, pues el informante dice: Nos abrimos
las puertas, como si hubiese un acto de mutuidad entre las puer-
tas, los sujetos y las drogas de las que se ignora si previamente
se encuentra dentro o fuera.

Se usan drogas para sentirse más avispados, más atentos, Hay pla-
ceres que solo te dan las drogas, Se usan porque gustan, para estar
bien, para sentirse relajados,
Para pensar en mi guitarra, en sus cosas, la guitarra tiene cosas, y
para mí habla,
Por eso creo que todo es un buen motivo, Las razones son perso-
nales, pero la idea es que cada día nos abrimos las puertas al mun-
do de las drogas, y ya,

En esto consistiría esa especie de exaltación de lo real de la


droga hasta convertirla en la metáfora que representa a los suje-
tos ante sí mismos y ante los otros. No se trata de un ocultamien-
to, sino, por el contrario, de una manera nueva de demostrarse
como parte del escenario del que no pueden alejarse sin el ries-
go de perder identidad. De manera similar se exponen ante los
otros metaforizando el color y la forma, el ritmo y la cadencia,
porque todo esto forma parte de sus lenguajes. Así se comunican

209
en un mundo que los exalta y los rechaza al mismo tiempo.
Cuánta diferencia entre este posicionamiento y las visiones
apocalípticas de Rodríguez (1996:53), que no ve sino maldad,
esa maldad que aparece como un producto propio del sujeto y
nunca como don dado por la sociedad que, desde siempre, se ha
encargado de producir violencia. “Los tóxicos representan la
maldad temida, negada pero idealizada, donde se ha colocado
esa parte que, de no ser porque está en el afuera, se transforma-
ría en alguna de las formas de autodestrucción”.
¿Cuál será ese adentro-afuera del sujeto? Nadie posee un ar-
chivo interior para clasificar y guardar los recuerdos, los deseos,
las fantasías, y a cuyas gavetas podría acceder a su voluntad,
anotaba Wittgenstein.
Las culturas juveniles no se encuentran en ningún tipo de lid
para gastar su vida en las inconsistencias de los adultos, ni para
hipotecar su manojo de fantasías en cualquier tienda de bagate-
las tal como, desde el universo de prejuicios, sostienen los dis-
cursos tradicionales.

210
IDENTIDAD INTERMINABLE

Se trata de una nueva concepción de lo que para las actuales ge-


neraciones implican los procesos de identidad, entendida como
discurso, lenguaje y metáfora. Es preciso dejar de lado los discur-
sos estatuidos por la psicología que no ha querido abandonar las
formas tradicionales de entender la identidad sino como incorpo-
ración, más o menos pasiva, de los modelos y nunca como crea-
ción en la que se compromete de lleno el sujeto. La identidad es
el sujeto en su mundo, sin intento ni propuesta alguna de trascen-
dencia, ese mundo que le sale al encuentro en cada instante.
La identidad reclama tanto el presente como el futuro que ya
preexiste en el presente. El sentido de lo cotidiano se encarga de
hacer que el ser-adolescente no experimente la necesidad de sa-
lirse de lo cotidiano para crear proyectos de existencia, puesto
que el mañana está en el ahora o, mejor aún, el mañana aparece
siendo hoy.

Tal vez las drogas hagan daño, pero no ahora, sino generalmente
en un futuro, Y, como todavía no es el futuro, ellos no se preocu-
pan del futuro, solo por el ahora, Para ellos este rato está bien, bien
en el momento de ahora, que es la única realidad,

Es indispensable abandonar los tradicionales y casi únicos


puntos de vista de interpretar el mundo y los sujetos como si lo im-
portante fuese hallar una unidad de sentidos de tal manera que la
repetición se convierta en la seguridad de la identidad lograda. Ello
implica abandonar los discursos filosóficos y psicológicos que no
toman en cuenta al adolescente con su nombre, sus realidades lin-
güísticas, sus gustos, sus creaciones musicales, es decir, sus formas
particulares de estar en su mundo aun cuando este se reduzca, a ve-
ces, al espectáculo en el que se encuentra involucrado.
Parafraseando a Rorty (1991:116), se podría decir que las
chicas y los muchachos de ahora procuran liberarse de las

211
contingencias de los mayores para producir sus propias contin-
gencias. Buscan independizarse del imperio de los viejos léxicos
por inservibles, porque con ellos no pueden interpretar sus rea-
lidades y su historia. En su lugar, se empeñan en modelar otros
lenguajes enteramente suyos que les permitan interpretar su vi-
da. Lo que Rorty dice de los nuevos filósofos, él mismo inclui-
do, a los que califica de ironistas, se podría aplicar, y con mucha
justeza, a los adolescentes actuales empeñados en no repetir si-
no en crear. “Eso quiere decir que su criterio para eliminar las
dudas, su criterio para la perfección privada, es la autonomía y
no la afiliación a un poder distinto a ellos mismos”.
Las generaciones juveniles saben que la vida cotidiana cons-
tituye el único horizonte desde el cual y en el cual puede darse
la reproducción simbólico-social mediante acciones lingüística-
mente mediadas. Imposible que esta tarea pueda realizarse des-
de la soledad de sus propias fantasías. Por el contrario, se trata
de un conjunto de productos elaborados mediante los modos de
vivir con los otros.
El tema de la identidad pertenece a los registros de la dife-
renciación y de la similitud. En primer lugar, se requiere que el
sujeto se presente ante los otros para aparecer en tanto diferen-
ciable. Pero esto no será posible si cada sujeto no pertenece en
un grupo de símiles que le otorguen su identidad. Cada sujeto,
con su presencia y en su exposición, transforma las organiza-
ciones de los otros y la suya propia. La sociedad del espectácu-
lo se sustenta en una suerte de consigna en la que las cosas y los
lenguajes se organizan para que todos y cada uno logren ser
identificados.
En cada adolescente habita una soledad básica que invita al
grupo a perderse en ella. Como si esa soledad del sujeto exigie-
se la presencia de ese todo identificable para que desde ahí se
produzca algo capaz de individualizar. El grupo no es un espejo
sino, por el contrario, una realidad simbólica destinada a crear
reconocimientos. A veces se cree que el grupo funciona como un

212
espejo que produce imágenes con las que los adolescentes se
identifican. Nada tan inaceptable como la idea de relaciones es-
peculares con los otros que aparecen y desaparecen a ritmo de
los juegos de luces y de miradas. El grupo funciona al revés del
espejo puesto que se hace desde una estabilidad básica. Su per-
manencia constituye su fuerza y su razón de ser.
Si el sujeto no se introdujese en el grupo, no podría ser iden-
tificado porque el grupo le permite pasar por un estado primor-
dial de simulacro, es decir, parecer como un todo para desde ahí
aparecer como diferenciable e identificable. Realizando una lec-
tura particular de Baudrillard, vale decir que el grupo actúa co-
mo una especie de simulacro que permite a cada muchacho y a
cada chica construirse desde las apariencias de la adolescencia,
desde ese simulacro que determina que los adolescentes vivan
en lo que el autor llama el horizonte sagrado de las apariencias.

A unque aparentemente dé igual solos o acompañados, sin embar-


go, en la práctica, chicas y chicos prefieren usar drogas en grupo,
Y no es porque en grupo pueda consumir más que solo, sino por-
que en el grupo ya no se piensa en uno mismo ni sobre lo que va
a hacer, Cuando uno está solo, como que medita más sobre lo que
va hacer y lo que pasa, pero en grupo es otra cosa, ya no se pien-
sa en eso,

La presencia en el grupo se convertiría en una especie de mo-


mento interpretativo que facilita al muchacho organizarse en los
nuevos códigos que hacen y diferencian a cada adolescencia en su
tiempo. No existe la adolescencia como un genérico nominable
que actúa de la misma manera a lo largo del tiempo. Si la adoles-
cencia es un estilo de vida y un modo lingüístico de interpretar el
mundo, el grupo se encarga de los procesos de transmisión e in-
terpretación. Por eso, en el grupo, de manera explícita, ya no ha-
cen presencia los criterios de la ética del bien y del mal sino éti-
cas que surgen de los valores del grupo y del mismo espectáculo.

213
No se trataría, pues, de una especie de cobardía moral que
mueve al muchacho a amparase en el grupo para que el mal se di-
luya en ese colectivo indiscriminado. No buscarían que prime la
ética de Fuenteovejuna sobre las responsabilidades personales, tal
como piensan algunos adultos a los que representa Germán:

Desde mis tiempos de muchacho hasta ahora, siempre se prefiere


consumir drogas en compañía, Probablemente porque la gente es
todavía medio cobarde y prefiere la compañía de alguien más que
le impulse, que le brinde seguridad, Sentir que, si lo hace en com-
pañía, ya no está haciendo algo malo, porque el grupo lo protege
de la culpa,

No se trata justamente de buscar cómplices, puesto que el


grupo está llamado a ser el espacio legítimo para las identidades.
Desde ahí, cada vez que los adolescentes hablan a nombre per-
sonal, también lo están haciendo a nombre de ese referente in-
dispensable. Las prácticas colectivas avalan las personales por-
que el grupo, en buena medida, califica las representaciones so-
bre el mundo y las éticas que justifican las acciones. Por otra
parte, sin grupo, no es posible espectáculo alguno.
En cada uno de sus actos, al hablar a nombre propio, el ado-
lescente lo hace también en nombre de los otros. Ellos hablan y
actúan a través de esa mediación hasta el punto de que, sin ese
referente, el habla terminaría volviéndose en contra de quien
pretende hablar tan solo a su nombre. No sería difícil descubrir
ahí una posición autofágica del sujeto solitario.
El grupo, en cambio, se encarga de visibilizar al sujeto. Pro-
bablemente se trate también de un nuevo voyeurismo legitima-
do por una sociedad eminentemente voyeur. Ya no se trata de
una sociedad especular en la que los sujetos se repiten en series
interminables, sino de una sociedad espectacular.
Los usos de drogas fuera del grupo pertenecen a una instan-
cia de la que nadie puede dar cuenta. Incluso pierden su sentido

214
y se convierten en prácticas inapelables. La identidad surge de
la experiencia de compartir y del distanciamiento que sigue a ca-
da encuentro. En ese ir y venir se construyen juegos de lengua-
je que se encargan de crear similitudes y diferencias.
La sencillez de las palabras muestra que los usos, de una u
otra manera, demandan el grupo para justificarse. El placer y el
sufrimiento exigen la presencia del otro que, en el caso de los
adolescentes, se halla mejor representado en el grupo.

A la gente siempre le gusta consumir marihuana o cocaína en gru-


po, Los que gustan de la música electrónica siempre van juntos,
Los que gustan de sufrir se agrupan,

Esta es la forma de la representación de los sujetos en su


propio espectáculo que rechaza toda soledad. Tanto el sujeto co-
mo cada uno de sus actos se significan en el grupo. El hecho de
que ellos hayan expulsado los usos del dominio del mal no quie-
re decir que la representación del mal haya desaparecido. Todo
lo contrario. Si se exorcizase el mal de una vez por todas, desa-
parecería la adolescencia y, con ella, toda historia.
No es un adolescente aislado quien puede interpretar el
mundo de la adolescencia. No es tampoco el solitario el que de-
cide usar marihuana, salvo que realmente se encuentre mal. En
el camino hacia la droga habitan el miedo, los ancestrales temo-
res de alguien que sabe que allí se encuentra, quizás agazapado,
el fantasma del mal al que no se le puede quitar el bulto. Es pro-
bable que esta sea la más importante de las actuaciones que po-
drían darse en el escenario abierto del espectáculo.
No interesa tanto el hecho de que Edipo haya resuelto los
enigmas de la esfinge. Lo que importa es que aparezca una su-
puesta verdad de su historia hecha, desde antes de su nacimien-
to, con violaciones de la ley. El quebrantamiento de la ley en so-
litario no posee ninguno de los efectos constructores que se lo-
gran cuando se lo realiza en grupo.

215
Por lo mismo, los lenguajes del grupo terminarán sostenien-
do la experiencia y justificándola en la medida en que es el gru-
po el que fuma, no uno solo. Así el grupo se convierte en un re-
mitente indispensable, no para las justificaciones ante los otros,
sino ante sí mismo. Ese es el apoyo y no otro al que se refiere
el informante. En cambio, la soledad probablemente se encar-
gue de sembrar fácilmente los gusanos de las dudas y de los
arrepentimientos.

Desde el principio, siempre necesitas de otro que consuma para


empezar a consumir, No es que de loco dices me voy a comprar
marihuana, No ves que al principio te da miedo, Entonces necesi-
tas de otras personas que te apoyen, que te acoliten para ir a fumar
marihuana, A l principio, como a todo el mundo, te da miedo tan
solo el olor de la marihuana y no puedes tener ganas solito, Para
comprar y fumar la primera vez siempre necesitas de alguien que
te va a enseñar, No puedes hacerlo solo, necesitas de alguien que
te enseñe,

No se trata de hacer con el grupo un alter ego llamado a sos-


tener los usos en una especie de desdoblamiento entre un sujeto
bueno y otro malo. Considerar al grupo como el que causa daño
es mirar e interpretar estas escenas desde una perspectiva no so-
lo miope sino sobredeterminada por el fantasma del denomina-
do mal amigo que la sociedad se inventó para privar al adoles-
cente de sus propios deseos.
Los otros son los malos, mi hijo es bueno, un buen mucha-
cho, víctima de la maldad de los otros. De esta manera se repi-
ten los discursos que han hecho al Occidente desde el mito de la
pareja original. A partir de entonces, la mejor manera de lavarse
las manos es acusando a otro del espectáculo, a ese otro que, por
su parte, nada hará para esconderse tras bastidores.
En lugar de pensar y aceptar la presencia del grupo en todo
el proceso de la vida de los adolescentes, como una realidad

216
indispensable para la construcción de la identidad, algunos tera-
peutas se permiten ver ahí una suerte de gregarismo inconsisten-
te, vacío y altamente dañino que atenta en contra de la construc-
ción de la subjetividad.
Éric Jérome (1997), por ejemplo, considera que la noción de
conductas hordálicas cae muy bien para obtener un enfoque
descriptivo, clínico, fenomenológico de la toxicomanía. Incluso
afirma que esta visión hordálicas de los muchachos arroja nue-
vas luces sobre diversas formas de conductas de alto riesgo
practicadas por los adolescentes.
En primer lugar, es evidente la confusión del autor entre los
usos de drogas no conflictivos y los conflictivos que califica de
toxicomanías. Por otra parte, desconoce el valor fundante de la
subjetividad que ha poseído el grupo en todo tiempo y lugar. Pa-
ra el autor, resulta mucho más fácil acusar al grupo de aquella
supuesta maldad que teorizar sobre ese mismo grupo y sus rela-
ciones significantes en la construcción de las identidades.
Baudrillard se ha encargado de desmitificar estos lugares co-
munes para significarlos. En primer lugar, desaparece el pathos
de la distancia para que los procesos de identificación y comu-
nicación sean no solamente más cercanos sino más eficaces. El
simulacro, decía, no oculta la verdad. Es la verdad la que oculta
que no hay verdad y menos aún estas verdades estatuidas que no
soportan análisis alguno pero que gobiernan ciertos pensamien-
tos construidos sobre las bases de prejuicios teóricos y sociales.
El grupo no representa una estrategia de huida o de encerra-
miento enfermizo en el cual lo que cuenta sería la anulación de
la subjetividad para dar lugar a ese mundo gregario del que ha-
bla Jérome. Por lo contrario, se trata de la alternativa imprescin-
dible para construir identidades y espacios propios. En conse-
cuencia, el grupo no solamente está para usar drogas, sino para
todo lo que constituye la cotidianidad. Sin grupo, dicen, eres un
don nadie:

217
El grupo es importante, siempre se está hablando del grupo, por-
que es tener con quien hablar, Dices, Vamos a comer algo, Vamos
a un concierto, siempre se dice, Bueno, nos reunimos y ahí vemos
qué vamos a hacer, Si estás solo, eres un perdedor de mierda,

Los usos de drogas no pueden constituir una excepción.


Desde la perspectiva de los usadores, hacerlo a solas implica una
posición de aislamiento que no es bien vista porque la conside-
ran una práctica de suyo anormal. A veces lo hacen como para
matar el tiempo, es decir, cuando las posibilidades creativas del
grupo están menos disponibles.

Bueno, casi siempre se hace en grupo, pero hay veces en las que la
gente no tiene nada que hacer: ellas están solas en casa y, para ma-
tar el tiempo, se pegan algo,

En algún momento de la microhistoria que representa un día,


es probable que, para sentir la existencia, sea necesario matar el
tiempo para que no se vaya en los abismos del aburrimiento y de
la soledad, en el vacío del deseo que no aparece, que se ha ador-
mecido. Jugar a matar el tiempo podría convertirse en una peque-
ña aventura para que ahí aparezca el deseo, a lo mejor en el humo
de la marihuana. No hay nada más propio de nosotros que nuestro
tiempo, quizás sea lo único que verdaderamente nos pertenece.
En el grupo, ese tiempo toma forma colectiva, se comparte,
se reconstruye para vivirlo de otra manera, tal vez con exalta-
ción. El grupo no destruye la privacidad sino, por el contrario, la
asegura. Por otra parte, no está llamado a que se produzcan ex-
periencias comunes porque, si lo hiciese, se perdería parte de los
sentidos de los usos que pertenecen al orden de lo privado, a los
imaginarios de cada sujeto.
No existen historias, sensaciones ni fantasías colectivas. El
escenario de la exposición no está llamado a anular las subjeti-
vidades sino a hacerlas más privadas e incluso a fortalecerlas.

218
En grupo, las sensaciones que tú tienes son distintas, Las sensacio-
nes son individuales porque cada uno tiene su historia y tiene sus
problemas y sus notas, Los efectos pueden ser mínimos para uno
o bien fuertes para otro,

Los complejos procesos de identidad exigen similitudes y


diferencias. Asumir al mismo tiempo aspectos que asemejen a
los pares es una de las tareas básicas de la identidad. Si no se
diese esta similitud, estos procesos se convertirían en trabajo es-
téril y no sostendrían los órdenes culturales.
La construcción de lo nuevo es una de las tareas primordia-
les de las identidades contemporáneas, cuyo lema es ser con-
temporáneos de sí mismos. La vida cotidiana constituye el es-
pacio simbólico para este trabajo. Así se abren reflexiones so-
bre importantes procesos de lo cotidiano, por ejemplo, sobre lo
que algunos llaman la ritualización de la vida cotidiana, en el
sentido de cristalización y estereotipación de procederes nor-
matizados, por ejemplo, los ritos escolares, y la incorporación
y la creación de lo que les permitirá pensar en un futuro que es
cada vez más cercano y cotidiano. Ello determina que las cul-
turas juveniles actuales estén más ubicadas en el futuro que en
el presente. El pasado no sería un referente de origen sino un
punto de contradicción.
Una de las tareas fundamentales de los adolescentes es ir
en pos de ese conjunto de actividades que caracterizan la re-
producción de los sujetos particulares que crean la posibilidad
de la reproducción social. En esto consiste, precisamente, la
cotidianidad.

219
SOLIDARIDADES EPOCALES

Ante las dificultades sociales y familiares para entender y afron-


tar los consumos de drogas, se ha buscado una cabeza de turco
en donde colocar las responsabilidades. Puesto que se las consi-
dera acciones inadecuadas e ilegales, para los adultos resulta
más que difícil aceptar que su hija está usando drogas. Por otra
parte, en los últimos tiempos se ha consolidado la idea de que se
va al mundo de los drogas a causa de problemas familiares gra-
ves y no resueltos. A la familia se la ha colocado entre la espa-
da y la pared. O acepta que su hijo por sí solo ha empezado a re-
correr los malos caminos u opta por asumir sus propias respon-
sabilidades en ese ingreso fatal. La mejor salida es remitir a un
tercero culpas y responsabilidades ajenas. Al elegir a los malos
amigos como causantes, se han salvado la casa, el colegio y el
Estado. Viejo truco que el psicoanálisis rescató para convertirlo
en el corazón de los deseos y de las culpas.
De esta manera, el otro aparece como rostro convocado pa-
ra la afrenta, pues encierra en sí los opuestos aparentemente irre-
conciliables: al amigo y el enemigo. Con esto fabrica al mal
amigo, paradoja insostenible pero que posee el poder de actuar
una y otra vez, generación tras generación.
Se atribuye a Aristóteles aquella célebre frase: “Amigos míos,
no hay amigos”12. No se puede decir esto a los amigos. ¿No se
tratará de una sentencia extravagante y agresiva que a lo mejor tan
solo podría ser dicha por quien realmente no ha tenido ni un solo
amigo porque no ha logrado salir de sí para caminar las rutas de
los otros? Al respecto, Derrida (1994:2) se pregunta:

¿A qué amigos se les puede anunciar que no hay tales? ¿Quién tie-
ne valor aún para dirigirse a sus amigos y darles una noticia tan

12 O philoi oudeis philos. Montaigne la retomará: O mes amis, il n’y a


nul ami.

220
sombría como la de su propia desaparición o la de su inexistencia?
¿Son falsos amigos a quienes hay que hacerles comprender que ya
no existe un solo amigo verdadero?

Para ciertos adultos, lo dicho por Aristóteles es dogma de fe


cuando se trata de las amistades de los adolescentes y los jóve-
nes. Puesto que los adultos de casa están seguros de que han
sembrado a manos llenas el bien en niñas y niños, y tomando en
cuenta que la supuesta madurez es un privilegio de los grandes
y la labilidad absoluta la condición de las nuevas juventudes, no
queda otra cosa que acusar a los malos amigos de todos sus ma-
les. Casi por definición, chicas y muchachos carecerían de fuer-
za de voluntad para decir no, esa inmensa y poderosa voluntad
de la que, supuestamente, se hallan saturados los mayores y de
la que harían alarde en cada una de las circunstancias existencia-
les. Desde ahí afirman:

Generalmente es el capo del grupo el que obliga a los otros chi-


cos que ni siquiera saben qué es una droga, pero que terminan
probando porque son como borregos, Son esos malos amigos que
no faltan,

Quien cuenta con un buen amigo posee un tesoro invalora-


ble pues se convierte en uno de los más importantes referentes
de seguridad en su existencia. El amigo crea el sentido de alte-
ridad que nos salva de caer presas de nuestra propia locura. Re-
sulta contradictorio hablar de un mal amigo, de ese que no asis-
te en el momento de los quebrantos, el que da media vuelta pa-
ra no extender la mano segura y sacarnos de los pequeños pozos
que forman parte de la vida cotidiana. Si te induce al mal, si te
introduce en grupos cuyo objetivo es delinquir de la forma que
fuese, sencillamente ahí ya no hay amigo. El amigo es seguridad
y solidaridad en aquello que tiene que ver con la estética de la
vida cotidiana. Incondicional y bueno, cuida tus espaldas y

221
respeta las huellas que dejas en los días porque sabe que te se-
ñalan en el tiempo haciendo tu historia.
El elemental mundo de los sentidos se agota cuando alguien
piensa que el amigo de su hijo, el de la banca de al lado en el au-
la, el de las conversaciones interminables y el de sus proyectos
de vida, no es un amigo sino un enemigo que lo induce al mal-
pensar y al mal-hacer. Como, si al nombrar al amigo –con lo que
eso significa a lo largo de los siglos en las relaciones de los su-
jetos–, algo viniese a destruir los sentidos y a mezclarlos. Sería
necesario realizar un gran amasijo con los sentidos de protec-
ción, trampa, sinceridad, engaño, ternura, violencia, hasta que se
produzca un monstruo llamado mal amigo.
Por su parte, adolescentes y jóvenes no se dejan convencer
de los prejuicios de los adultos, pues saben que sus amigos son
seres de ternuras, solidaridades incondicionales, que se hallan
siempre listos para dar protección pero no para agredir o enga-
ñar. El amigo acompaña, se lo acompaña, pero eso no implica
ningún orden de sometimiento, de modo especial cuando se tra-
ta de actos como usar drogas que, aunque se realicen cada vez
con más frecuencia, se encuentran dentro de los órdenes y los
desórdenes familiares y sociales.
La mamá, desde esa lógica de la exclusión, trata de convencer
al hijo de que son sus amigos quienes lo han obligado a usar dro-
gas, los que lo han presionado de tal manera que él, débil e inde-
fenso, no ha tenido otra alternativa que decidirse por probar y usar:

Entonces mi hijo dijo, Nadie me lleva, nadie me lleva a hacer na-


da que yo no quiera, Simplemente hago porque quiero y no hago
lo que no quiero, A mí nadie me lleva, Si yo no quiero probar, no
pruebo, y, sin embargo, probé, no es porque alguien me ha obliga-
do sino porque yo lo quise,

La mamá finalmente se reconoce como parte de ese discur-


so purificador que se extiende a lo largo de los siglos:

222
Pero una como mamá o como papá cree que el otro tiene la culpa,
porque siempre se dice que hay uno malo que lo lleva al mal,

Esto no quiere decir que ellos ignoren esa mezcla de ter-


nura y violencia que hace toda relación y que forma parte ca-
si necesaria de lo que se podría llamar la condición humana,
mezcla bizarra de todos los opuestos, cosas extrañas y cono-
cidas. “Esa extraña violencia que, desde siempre, se ha insi-
nuado en el origen de las experiencias más inocentes de la
amistad o de la justicia”, como anota Derrida. En tanto saben
que esto forma parte de la amistad, no pueden sino reconocer-
lo. Sin embargo, realizan las distinciones pertinentes entre
obligar e intimidar:

Yo creo que sí puede darse que un amigo te obligue, pero en muy


pocos casos, porque nadie te puede obligar a nada, porque tú deci-
des hacerlo o no, Quizás antes habrá sido así, porque yo tuve una
amiga a quien mi pelada de esa época la obligó, porque mi pelada
en esa época era muy conservadora y era tímida y no tenía fuerza
de voluntad, y era fácil de amedrentar, y tenía una amiga que con-
sumía, Ella tenía sus amigos que eran pandilleros, entonces ella le
dijo, Si tú no consumes, yo voy a hacer que te peguen o que te vio-
len, Entonces, no se podría decir que la obligó sino que la intimi-
dó, porque nadie obliga a nada, tú lo haces porque tú quieres, y no
hay un amigo que te obligue,

La amistad se encarga de construir los espacios reales e ima-


ginarios en los que se mueven los adolescentes haciéndose tales,
viviendo con aquello que les compete, con sus representaciones
y afectos, con sus angustias y determinaciones. De ninguna ma-
nera aparece como un espacio ajeno sino, al revés, como clara-
mente propio, decorado con lo que ellos colocan y quitan en ca-
da giro de su día a día. Estos espacios lógicos se agrandan y se
achican al vaivén de los lenguajes y las significaciones. Allí se

223
hacen las amistades. Sin embargo, bajo la influencia de los dis-
cursos comunes, también piensan en el mal amigo.

La mayoría lo hace voluntariamente, pero todo depende de los ami-


gos, porque, si es un buen amigo, te va a ofrecer, pero si tú no quie-
res, bueno, no lo haces, Pero hay otros que no son buenos amigos y
te presionan y te presionan hasta que no tienes escapatoria,

Imposible desconocer que las relaciones que se establecen en


los grupos de adolescentes también incluyen la violencia porque,
de una u otra manera, siempre se darán juegos de poder. En cada
grupo se producen discursos, probablemente más implícitos que
explícitos, que norman las relaciones. Esto permite que alguien
se coloque en el lugar de mando. Las equidades, con más fre-
cuencia de lo que se acepta, pertenecen al mundo de la utopía.
No se trata de un poder expresado necesariamente en rela-
ciones que den cuenta de algún nivel de mando, lo cual es pro-
bable que no se halle presente en los grupos de adolescentes. Pe-
ro ciertamente ahí comienza la construcción de ideologías que sí
exigen ciertos niveles de sometimiento. La idea de que en un
grupo cada adolescente piensa y hace lo que desea es casi insos-
tenible porque el aglutinante del grupo es una idea o un posicio-
namiento afectivo ante realidades de orden cultural, social e in-
cluso político o religioso.
Como pedía Foucault, es importante pensar el poder como
todo aquello que tenga que ver con el común mundo de las rela-
ciones sociales. Por ello, el autor se refiere a esas tramas micros-
cópicas del poder, es decir, a ese conjunto de pequeños poderes
que atraviesan las relaciones y que, de una u otra manera, hacen
sometimientos.
Las relaciones de poder se hallan estrechamente ligadas y
entrelazadas con las relaciones familiares, productivas, sexua-
les y, aunque no siempre sea evidente, buscan algún nivel de
dominio. Esto no implica que se dé o se busque soberanía

224
como la que ejerce el Estado. Este modelo actúa incluso de ma-
nera inconsciente en cada relación por mínima que sea, y de
manera reticular, pues en sus redes circulan los sujetos. En ca-
da uno de esos pequeños grupos se reproducen los modelos de
poder que cada quien posee. Lo explícito o implícito de su ex-
presión no es importante puesto que los efectos serán siempre
más o menos similares.
A eso se referirían las expresiones forma de ser o forma de
pensar que intervendrían de manera directa y eficaz, ya sea en el
dominado o en el dominante. El texto manifiesta con claridad el
ejercicio del poder, que incluso aparece como defensor del libre
albedrío, de la capacidad de decir sí o de decir no sin que ello
deje de afectar las relaciones. Sin embargo, quien decide acep-
tar la invitación, sabe que se somete al deseo del otro. El poder
siempre ha jugado con las sutilezas del lenguaje.
Es lo que aparece con claridad en el siguiente testimonio en
el que incluso se habla de cómo se juega con los diferentes po-
sicionamientos que cada quien ocupa en el grupo.

Sí te obligan, aunque a veces no directamente, juegan con tu forma


de ser, con tu personalidad, Entonces, para no quedar mal con el gru-
po de amigos, tú también lo haces, No es que viene y te dice que, si
no consumes droga o tal tipo de droga, va a dejar de ser mi amigo,
Nunca te dicen eso, pero como te presentan tantas cosas maravillo-
sas que se hallan en el consumo de drogas que han experimentado
los que supuestamente han probado, entonces tú también te quedas
dentro de esa sospecha de si será cierto o no, Entonces, para no que-
dar de menos, la usas, A sí juegan con tu psicología,

No es suficiente reconocer que existe un malestar en la


cultura que da cuenta de la necesidad del sometimiento y del
manejo de la frustración mediante la aceptación de las heridas
narcisistas que implica la aceptación de la ley de la cultura. En
estas relaciones se producen innumerables manejos del poder y

225
de otros malestares que tienen que ver con la anulación del su-
jeto a través de formas de violencia que parecen anodinas y que,
sin embargo, se hallan encaminadas a herirlo sin que, aparente-
mente, repare en ello.
Justamente en ese momento se torna dramática la debilidad
del sujeto, que debe someterse porque presiente que, de no ha-
cerlo, pondría en riesgo su integridad, que tiene que ver con los
juegos de representaciones sobre sí mismo, su valer y su presen-
cia ante los otros. Lo que se denomina trabajo psicológico, que
podría pasar desapercibido o no adecuadamente valorado, se
convertiría en presencia casi perniciosa de un poder capaz de
doblegar voluntades y deseos.
Por estos derroteros caminan ciertas actitudes del grupo, que
finalmente consiguen que alguien que, al comienzo se resistía a
usar, termine haciéndolo voluntariamente. Por otra parte, parece-
ría fácil afirmar que son imposibles los casos extremos de la im-
posición para que así pasen desapercibidas las formas sutiles de
ejercer el poder. Desde esas microestrategias del poder, se preten-
de que no se preste atención al trabajo realizado, quizás más in-
consciente que conscientemente, para doblegar al compañero.

Podría ser que, de alguna manera, obliguen cuando, al que no usa


o no quiere usar, lo tratan de marica, Pero obligar, así seriamente,
tanto como ponerle un cigarrillo en la boca o polvo en la nariz,
nunca se da, Yo creo que más bien se puede trabajar un poco psi-
cológicamente hasta lograr que el compañero use, pero nadie está
interesado en que el otro consuma,

Es preciso tomar en cuenta que el sujeto responde también a


una necesidad funcional de salvaguardar su subjetividad aun
cuando para ello deba someterse a aquello que rechaza. Hay una
fracción de arbitrariedad que se debe asumir para preservar su
integridad. Pese a que cada sujeto posee una imaginación radi-
cal capaz de crear flujos ilimitados de representaciones y

226
deseos, las exigencias de la pertenencia a un grupo podrían de-
terminar la interrupción de este flujo eminentemente creador.
Nada de este ir y venir del poder y de la libertad se encuen-
tra al margen de una ética, puesto que todo se desarrolla dentro
de códigos establecidos o por establecerse, aceptados o rechaza-
dos, conocidos o ignorados. Los códigos de las nuevas éticas,
que no se centran tan solo en los extremos del bien y del mal,
también poseen el poder de construir la subjetividad.
De hecho, los usos de drogas se realizan como parte de las
representaciones sobre la libertad, el placer, la autonomía o la
moda. Para que se instaure entre los adolescentes una ética que
sirva para valorar su cotidianidad, es imprescindible que se den
objetivos colectivos de tal manera que nadie quede reducido a
una existencia privada. Esto sería tanto más importante cuanto
la propuesta de una ética del placer se torna cada vez más com-
pleja. En efecto, lo placentero se refiere a una experiencia priva-
da e íntima que se resiste a ser atravesada por criterios de valor.
Sin embargo, es dable proponer una ética del placer con el
propósito de que el sujeto consiga organizar y analizar sus pro-
pios estilos de vida, de tal manera que estos no aparezcan como
algo privado y aislado sino formando parte de la comunidad de
los otros.

227
LA ETERNA JUVENTUD

La tradición dice que las drogas pertenecieron a historias de


quienes acudieron a ellas ya sea para lograr saberes vedados por
otras vías o como parte de los ceremoniales religiosos. Respec-
to al cannabis, se cree que hubo una importante secta en el Cer-
cano Oriente que lo habría usado de modo particular para el co-
metimiento de numerosos crímenes.
Posiblemente fue Sylvestre de Sacy el primero en dar cuen-
ta del hachís en Francia. Además formó parte de la expedición
de Napoleón Bonaparte a Egipto en la que un fanático, bajo los
efectos del cannabis, intentó asesinar al emperador. En el siglo
XIX, las drogas empiezan a construir un lugar especial en la cul-
tura del divertimento, de la producción artística, de la exaltación
literaria y también de las investigaciones médicas.
En julio de 1884, Freud (1999:93) escribe Sobre la Coca, el
primero de una serie de artículos sobre el tema. En este trabajo,
dice su hija Ana, Freud ofrece una gran cantidad de datos sobre
la historia de la utilización de la planta en Sudamérica, su expor-
tación a Europa, sus efectos. Freud está a favor del uso de la co-
ca y hasta parece tan entusiasmado que no tiene reparos en ala-
barla. En parte de su texto dice:

Garcilaso trató de defender la coca contra la prohibición de su con-


sumo impuesta por los conquistadores. Los españoles no creían en
los efectos maravillosos que producía la planta -que para ellos era
obra del diablo- debido principalmente a la función de la coca en
el ceremonial religioso. Un sínodo celebrado en Lima llegó al ex-
tremo de prohibir el consumo de la coca porque, en su opinión, era
algo pagano y pecaminoso.

En el lujoso hotel en el que vive Baudelaire, cuenta Valero


(2004), se reúne el Club des Haschischins13, formado por lite-

13 De Sacy creyó haber descubierto el enigma etimológico de los famosos

228
ratos, pintores, músicos y bohemios. Así describe la autora un
amanecer de uno de los más grandes poetas franceses después
de una de las constantes reuniones mantenidas con sus amigos
y admiradores:

Es posible que Charles Baudelaire acabe de despedir a alguna


prostituta del barrio latino o que el último de los compañeros de fa-
rra, también joven, artista y potencialmente célebre, se resista a
marcharse y le esté impidiendo disfrutar en soledad de una dulce
resaca de vino y alguna otra cosa que aún le mantiene en los pode-
res del viaje y la transfiguración.

Así llegaron la marihuana y la cocaína a la segunda mitad


del siglo XX, con una historia de usos, alabanzas y también de
vituperios. Pero entonces se produjo la gran transformación que
significará el comienzo de una nueva historia. De pronto, las
drogas abandonan el mundo de la bohemia para instalarse en el
espacio abierto e inmenso de la gente joven común y corriente,
de quienes, hastiados del cinismo moral que había llevado al
mundo a autodestruirse en la Segunda Gran Guerra, querían
construir otro mundo y vivirlo de otra manera.
Con la década de los sesenta, se inauguraba una nueva cultu-
ra eminentemente contestataria, con otros lenguajes que incluían
cambios radicales en todo, desde la ropa, los colores, las textu-
ras, la música, los ritmos, hasta los valores y las éticas. Eran los
hippies, que invadieron el mundo llevando consigo el rock, la
guitarra y también la marihuana. Hay audacia, rebeldía y, proba-
blemente lo más característico, un irrefutable anticonvencionalis-
mo que iba a convertirse en el arma para cambiar, casi de raíz, la
tradición occidental. Desde entonces, las culturas no han cesado
de modificarse hasta el punto de que el cambio y la inestabilidad

A ssissins descritos por Marco Polo; sin duda se trataba de una variante de
la palabra assasin, de la que derivaría el término Haschischin.

229
se convierten, no solamente en norma, sino en una especie de
condición inevitable de ser y de estar en el mundo.
Por ende, muchos de los papás y las mamás de ahora usaron
drogas cuando adolescentes. Sin duda, las representaciones que
tuvieron de las drogas no fueron exactamente iguales a las de las
culturas juveniles del siglo XXI. Sin embargo, el común deno-
minador fue el sentido de epocalidad que sigue siendo el gran
determinador de los usos.

Es obvio que muchos papás usamos drogas cuando fuimos jóve-


nes, aun cuando ahora no digas nada de eso, Y claro que sabemos
que algunos papás siguen usando ahora, claro no lo hacen delante
de sus hijos,

Por otra parte, está ese enorme número de papás y mamás


jóvenes que constituyen una parte importante de la población
del país. Cuando adolescentes, muchos usaron drogas y una par-
te de ellos aún lo sigue haciendo. No importa definir los senti-
dos del término muchos que aparece en los testimonios. Lo im-
portante es reconocer que, mediante sus usos, papás y mamás jó-
venes se encargan de la construcción de un cordón de continui-
dad desde los inicios de la adolescencia hasta la edad adulta. Es-
te hilo conductor, como construcción significante, constituye
parte de las estrategias utilizadas para hacer que la vejez se de-
tenga y que la juventud se prolongue cada vez más.

A hora se ve muchos papás jóvenes que usan marihuana, La usan


por deporte, porque ya lo venían haciendo desde jóvenes, Nosotros
fumábamos entre las personas más íntimas, nos íbamos al cuarto
de arriba, nos encerrábamos y prendíamos un porro, A hora lo ha-
cemos de vez, en cuando en nuestras reuniones pero casi siempre
cuando estamos solo los hombres,

230
Si bien para muchos el matrimonio y la paternidad signifi-
can el fin definitivo de los usos, para otros probablemente tan
solo impongan cambios en los estilos de vida, en las formas de
usar drogas, respecto, por ejemplo, a las cantidades y las fre-
cuencias.
A más del espectáculo y la actuación, se impone una necesi-
dad casi ineludible de no envejecer, de detener el tiempo para vi-
vir una eterna juventud mítica. Un intento de hacerle el quite al
envejecimiento y la muerte. La BBC Mundo anunció en abril de
2007 la gran buena nueva: “Científicos españoles parecen estar
cada vez más cerca de una de las grandes metas de la ciencia: la
forma de retrasar el envejecimiento. Los investigadores afirman
que la melatonina logra retrasar los efectos oxidantes e inflama-
torios del envejecimiento”.
En consecuencia, la eterna juventud está a punto de conver-
tirse en realidad. Para ello, es necesario que la adolescencia se
alargue de manera indefinida. Así como niños y niñas quieren
ser adolescentes lo antes posible, los adolescentes quieren que
esto no termine nunca y, por su parte, los adultos, hacen hasta lo
inimaginable para retornar a una juventud ya ida. La eternidad
es aquí y ahora, y su modelo es una especie de adolescencia
adulta llamada a prolongarse sin término. Urge, pues, enterrar a
la muerte.
Las drogas se constituyen en una de esas múltiples vías que
la contemporaneidad oferta para romper lo inevitable de lo fini-
to y lo caduco. No se trata de una fuga de la realidad sino de un
enfrentamiento diferente a la contingencia mediante paréntesis
de bienaventuranzas en las que ya no hay cabida para la finitud.
La marihuana, la cocaína, el éxtasis y muchas otras cosas se
convierten en entes mediáticos con los que la cultura anuncia el
fin de la finitud.
Así pues, la sociedad de los adultos no deja de mirar el mun-
do de los adolescentes para imitar y copiar, con pocas adaptacio-
nes, sus modas, sus lenguajes, sus mímicas, sus ritmos. Su

231
objetivo es detener el tiempo o, mejor aún, producir una suerte de
alquimia con todo eso para que la vejez devenga juventud en ca-
da momento y en cada acto. La ropa juvenil, los lenguajes y lé-
xicos, la marihuana, el rock y el blue jean señalan un acercamien-
to temporal a jóvenes y adolescentes. Se trata de pensar que en el
siglo XXI se muere de diferente manera a como acontecía en el
siglo XIX, puesto que ahora se vive de distinta manera porque la
muerte ya se halla encarcelada. Si las antiguas generaciones pen-
saban que podrían inmortalizarse en monumentos e imágenes, las
actuales buscan la inmortalidad en vida.
Es el testimonio de una joven señora que cuenta cómo la tía
de su amiga empezó a fumar marihuana cuando ella y sus ami-
gas lo hacían. De esa manera terminó formando parte del grupo,
pues se había convertido en una muchacha de 18 años como la
sobrina y sus amigas:

Bueno, cuando yo era jovencita, tenía una amiga muy guapa y con
ella nos poníamos a fumar en su casa, Una tarde entró su tía, nos
asustamos, pero no vas a creer que ella, después de un rato, empe-
zó a fumar con nosotras, Y así lo hizo muchas veces,

Tanto mujeres como varones universitarios señalan que con


frecuencia se enteran de que papás de algunos de sus compañe-
ros usan drogas. Parte de ellos trae los usos desde antes, mien-
tras otros acaban de inaugurarlos.

Ciertamente son muchos los casos de papás de estudiantes que to-


davía consumen drogas, Quizás casi todos usan la droga natural y
normal que es la marihuana, pero también hay otras drogas que
usan, como las líquidas, que pueden mezclar con los jugos y has-
ta con el licor,

El inconsciente funciona con imágenes y mediante asocia-


ciones. Allí se trabajan y significan temas que no se atreven a

232
aparecer en los lenguajes conscientes. En consecuencia, no fal-
tan quienes añoran ese tiempo perdido en el que, siendo adoles-
centes o jóvenes, no se atrevieron a introducirse en experiencias
que, vistas desde lejos, pudieron haber sido definitivamente pla-
centeras y rejuvenecedoras. Habrían traspasado fronteras, las
fronteras de la vida cotidiana, de las experiencias ya casi prees-
tablecidas para cada uno por la cultura:

Mi tía me ha dicho que a ella le hubiese encantado probar mari-


huana para saber qué se siente, para vivir una experiencia que le
habría dado muchas cosas, Y lo dice frente a todos, incluido el ma-
rido, Siempre lo dice en serio, Yo creo que ella tiene nostalgias, o
quizás ahora ya está consumiendo,

La marihuana se ha convertido en un secreto abierto pues a to-


dos, grandes y pequeños, sigue ofertando satisfacciones descono-
cidas. Desde el momento mismo de su aparición, se ubicó en el
campo de la seducción hasta el punto de haberse transformado en
uno de los mayores paradigmas de la transgresión. ¿Quién sedu-
ce a quién en ese intercambio de usos entre madre e hija?

Mi socia tiene una hija que consume, y la señora también consume,


Ella tiene una pequeña plantación de marihuana, Ya tiene cincuenta
años y ella fuma un porro con su hija, No tiene nada que ver con que
se le quiten los derechos de madre, A cualquiera le puede mandar al
cebo, si es que se atreve a opinar sobre lo que hace,

Los placeres deben ser eternos para alejar, de una vez por to-
das, la presencia de todo sufrimiento, puesto que la consigna
consiste en colocar aquí y ahora la suma de los paraísos posi-
bles. Las antiguas generaciones compraban con anticipación sus
tumbas y tempranamente empezaban a decorarlas. Para hombres
y mujeres de hoy, lo importante es el placer de ahora. Para que
no haya problemas mañana, prefieren la incineración.

233
QUINTO
ENFRENTAMIENTOS NECESARIOS

Prescindamos de la anécdota y
fijemos la mirada en las raíces.
La imagen que nos hace pensar no piensa.
RÉGIS DEBRAY

Since de world drives to a delirious


state of things, we must drive to
delirious point of view.
BAUDRILLARD
Desde su aparición masiva en Occidente, las drogas han puesto
a tambalear los, aparentemente, sólidos y ciertos escenarios de
las culturas. Cuando los poetas y artistas de París se inyectaban
o fumaban hachís, la sociedad lo pasó por alto, no porque lo
aceptase sino porque, primero, quienes sabían de ello eran pocos
y, luego, por esa suerte de valor agregado que implicaba el arte.
Esto cambia de manera radical cuando los usos se extienden en
la población y, de modo especial, cuando invade el mundo de la
adolescencia.
Desde entonces ya no se trata de un conjunto de hechos más
o menos aislados y ubicables, sino de una práctica que se extien-
de más allá de todo límite. Las comunidades responden con me-
didas coercitivas de todo orden, incluyendo la cárcel y una de-
claratoria de guerra a las drogas desde sus orígenes hasta el mo-
mento en que llegan a manos de los usadores. Pero ninguna me-
dida ha dado los resultados esperados. Por el contrario, parece-
ría que cuanto más se acrecienta el enfrentamiento directo, más
crece su presencia en la sociedad.
Por otra parte, a diferencia de lo que acontecía en el siglo
XIX, a partir del último tercio del siglo XX, el narcotráfico ha
logrado imponerse en tal medida que ha llegado a constituir uno
de los más graves conflictos de orden social, político y econó-
mico. Se ha convertido en un ser mimético que se ha introduci-
do en la ciencia y la tecnología, en la política y en la macro eco-
nomía, en los sistemas educativos y religiosos, en las relaciones

237
nacionales e internacionales. Tan omnipresente y poderoso que
ha terminado convenciendo casi a todos de que, finalmente, es
invencible.
En consecuencia, es probable que algo ande mal en las dife-
rentes formas para enfrentar a este problema. En efecto, sus ac-
ciones y resultados vienen siendo escuchados y mirados con
ojos y oídos del fracaso. Por otra parte, tampoco han sido efica-
ces las estrategias diseñadas para que disminuyan sus usos sobre
todo en la población joven. Es de suponer que existan serias fa-
llas en las dimensiones de esas estrategias o, quizás, en las me-
todologías utilizadas o, tal vez, que sería lo más probable, en las
representaciones teóricas sobre las drogas y sus usos y, de mo-
do particular, sobre lo que son las nuevas generaciones y sus re-
presentaciones del mundo y de las drogas.
Las drogas no se encuentran en el escenario de nuestra coti-
dianidad como producto del mal de las nuevas culturas, de las
malas conciencias o de los malos ciudadanos. Hay un mal que
nos antecede y que las sociedades han tratado de escamotear. Se
ha levantado un muro que separa las conciencias de las nuevas
generaciones de los argumentos de la tradición belicista de Oc-
cidente, acostumbrado a solucionar todos los grandes y peque-
ños problemas con la violencia cuyo paradigma es la guerra con
la que se pretende la destrucción total del enemigo.
Sin embargo, se puede sospechar que nunca ha estado sufi-
cientemente claro cuál es el enemigo, si la amapola, la coca, la
marihuana, los sujetos que las usan por razones cada vez más
complejas e indescifrables o los traficantes que han armado uno
de los negocios más grandes de la humanidad. Parecería que los
discursos oficiales no han realizado las diferencias pertinentes y
necesarias puesto que, en la práctica, el enemigo es uno dentro
de un todo indiscriminado.
La simplificación de léxicos y miradas impide descubrir que
las cosas importantes de la existencia y de la cultura pertenecen
al mundo del misterio repudiado por la guerra y la ciencia, por

238
la muerte absolutamente sin sentido de la crueldad. Los sistemas
simplistas pretenden reducir la complejidad de la existencia del
sujeto a una relación causa-efecto.
Es importante que cualquier reflexión sobre los usos de dro-
gas y cada una de las estrategias tendientes a evitar sus usos, de
modo particular los denominados conflictivos, tomen en cuenta
que todo lo que pertenece al sujeto forma parte del mundo del
misterio, de ese misterio que ha sido repudiado por la guerra
tanto como por la ciencia.

239
ENTRE LA VIOLENCIA Y LA TOLERANCIA

Para las sociedades contemporáneas de Occidente, la principal


preocupación es el uso de drogas por parte de las poblaciones ju-
veniles. Existen muchas razones para ello, que tienen que ver, en-
tre otras, con la salud, la labilidad propia de la edad, los conflic-
tos de orden familiar y social. Por otra parte, de acuerdo con los
estudios realizados en el país y en toda la región, son los adoles-
centes, tanto hombres como mujeres, los que más expuestos se
hallarían a la presencia, cada vez más impositiva, de las drogas.
Por otra parte, la sociedad sabe que, si bien es cierto que
existen usos por parte de jóvenes y adultos, esta población siem-
pre será menor que la de los adolescentes, porque se halla atra-
vesada por filtros que operan de manera espontánea y casi natu-
ral. Estos filtros, reales e imaginarios, poseen nombres propios
y se encuentran claramente ubicados: la edad, la educación, la
profesionalización, las relaciones amorosas estables, el matri-
monio, la paternidad y maternidad, las relaciones laborales, en-
tre otros.
El colegio, por ejemplo, aparecería como la fuente primor-
dial de la que cada adolescente recibe saberes y ordenamientos
simbólicos representados en la educación académica formal. Si
bien este principio es válido, no excluy otros órdenes que hacen
a los sujetos. Más aún, junto a la formación académica, las re-
des de amistad y la camaradería podrían llegar a ser tanto o más
importantes que el mismo aprendizaje.
Se ha pensado que la familia cede al establecimiento educa-
tivo casi todo lo que le compete en la denominada formación de
hijas e hijos. Pero en estricto rigor, ni la familia ni el colegio po-
seen todos los elementos que las nuevas generaciones requieren
para constituirse, para vivir y para crear su futuro. La familia es
una entidad social limitada y limitante, no habilitada, sino muy
parcialmente, para introducir a hijas e hijos en el mundo del fu-
turo. Tampoco el colegio en sí mismo porque, por lo general,

240
responde a estructuras mentales caducas, llenas de prejuicios y
poco dispuestas a mirar los cambios, analizarlos con seriedad,
aceptarlos y asumirlos. Justamente por eso, tanto la familia co-
mo el sistema educativo se colocan a la defensiva porque, en es-
te sentido, se saben francamente incompetentes.
Pese a que no se encuentra capacitado para satisfacer sino
muy parcialmente las tareas que le competen, el colegio no puede
dejar de representarse a sí mismo como el depositario de las de-
mandas familiares y sociales en todo lo que tiene que ver con la
formación y preparación para el futuro de las nuevas generacio-
nes. En efecto, más allá de ciertas legislaciones que buscan modi-
ficaciones profundas en el sistema educativo, es probable que el
colegio siga siendo, de entre las instituciones del Estado, la más
caduca de todas y, por ende, la más resistente a los cambios.
Para los colegios, la política de la cirugía es tan antigua como
ellos mismos y, desde sus prejuicios, aparentemente, la más eficaz
de todas. Son las formas mediáticas del viejo principio de que la
letra con sangre entra, recurso repudiado en los discursos, pero efi-
caz en la vida cotidiana. Por ello, ante la verdad de que hay estu-
diantes que usan droga fuera y hasta dentro del colegio, la expul-
sión sigue siendo la mejor forma de enfrentar el problema y, su-
puestamente, de proteger al resto de estudiantes. Para el régimen
educativo, se trata tan solo de una indispensable cirugía menor.

Por supuesto que no deberían ser expulsados los chicos o chicas


que consumen, imagínate, facilito, como no pueden controlar el
problema ni manejar el tema, el señor se lava las manos y expul-
sa, Cómo vas a creer que así se ha solucionado el problema, Este
señor es el que no merece estar en el colegio, a este señor hay que
sacarlo del colegio y no al chico, Porque tú, como profesor o co-
mo rector, también eres parte del problema porque, como colegio,
debes entender que los padres confían en el colegio, Pero no, así
empieza la cadena de los que se echan la pelotita,

241
Como señalan los informantes, esta pedagogía, lejos de
abordar el problema de manera directa y analítica, sencillamen-
te lo niega porque no es capaz de dar la cara a aquello que vie-
ne a alterar un régimen escolar supuestamente adecuado y efi-
caz. Cuando los desconocimientos se convierten en estrategia de
intervención, el poder se encarga, de manera inmediata, de sus-
tituir a la razón. Esta sustitución suele alimentarse con innume-
rables razones cuya validez se enraíza en el mismo poder hasta
devenir verdad incuestionable.
En las últimas décadas, dos han sido los problemas funda-
mentales que los colegios han debido afrontar y que no lo han he-
cho precisamente de la mejor manera posible: la sexualidad y las
drogas. Para ambas, la solución ha sido, primero un silencio casi
total y, luego, el recurso a las tradicionales estrategias punitivas.
Existen demasiados pecados en la educación que se han ve-
nido sosteniendo y acrecentando a lo largo de los tiempos. Más
allá de los intentos de cambio, persiste un gran convencionalis-
mo que retrae los procesos educativos a ciertas prácticas y mé-
todos que no toman en cuenta a los sujetos en su tiempo. Como
en gran parte de lo que tiene que ver con los intentos de com-
prender y aprehender lo que son las nuevas generaciones, dice
W. Carr (1996:14), no se han planteado críticas profundas a la
tradición educativa, a los métodos utilizados. “Si la relación en-
tre filosofía y educación es paradójica, la relación entre teoría y
educación resulta siempre exasperante”.
Los cambios que se han producido no responden a profun-
das investigaciones sobre los sujetos y la cultura. De ahí que se
haya puesto el énfasis en lo metodológico y en los contenidos
curriculares sin que se hayan realizado investigaciones sobre lo
que significa enseñar ahora a sujetos que viven en mundos cada
vez distintos y con lenguajes que se crean y recrean sin cesar.
No se puede entender la práctica educativa sino en tanto for-
ma parte del poder. Más aún, la educación se ha convertido en
un mecanismo privilegiado para lograr que el poder se perpetúe.

242
Para que esto se modifique, habría que tener presente las posibi-
lidades con las que, de hecho, cuentan los maestros para provo-
car el cambio, tal como señala Carr: “Mediante el poder de la
práctica educativa, los docenes desempeñan una función vital
en el cambio del mundo en que vivimos”. Sin embargo, esta
práctica no ha pasado de manera permanente por el tamiz de una
crítica que se base en una teoría del sujeto en su tiempo.
Aún cuando los estudiantes exigen que los profesores hablen
como ellos, con sus lenguajes y sus estilos de dicción, es indis-
pensable que se mantengan los espacios de las diferencias por-
que, de lo contrario, desaparecería la práctica educativa. Y, al re-
vés, si maestras y profesores no asumen para su práctica los ele-
mentos del mundo de sus estudiantes, se colocan en la esterili-
dad de la anacronía utilizada como escudo ante las dificultades
institucionales y de formación personal y gremial. En general, el
magisterio camina rutas opuestas a las que crean y recorren las
culturas juveniles. Estas actitudes hacen más evidentes los dis-
positivos de poder a los que pertenece la educación.
Los testimonios de los adultos tratan de poner sobre el ta-
pete la discusión tanto de los métodos posibles para trabajar los
temas de interés para chicas y muchachos como los temas mis-
mos. La práctica docente se encuentra encasillada en moldes
que no han sido sustituidos por nuevas teorías y otras metodo-
logías que permitan abordar con eficacia y eficiencia la
contemporaneidad.

Sobre el tema de las drogas se debería hablar a calzón quitado, Ya


no se puede pensar que el profesor es el que lo sabe todo mientras
los demás no saben nada, Los profesores deberían hablar igual
que los chicos, manejar sus mismas palabras, Entonces ellos, los
profesores, van a ganarse la confianza de los estudiantes que les
van a decir lo que les está pasando, Pero si ven el estereotipo del
profesor, entonces los chicos nunca van a hablar con los profeso-
res, Entonces, la persona que va a tratar este tipo de temas debe

243
ser una persona joven y que maneje bien lo que realmente pasa
con los jóvenes,

Lo que se reclama es una educación sin absolutos, sin ver-


dades establecidas para siempre, sin referentes inamovibles.
Una pedagogía que se sostenga en la crítica de la propia razón y
de su ciencia objetivadora y dominadora, que dé lugar a una ra-
zón eminentemente crítica sobre sí misma, sobre el sujeto y los
productos sociales y culturales. En síntesis, una educación emi-
nentemente contestaria y desconstructiva. Los actuales investi-
gadores de la educación coinciden, como señala Aliria Vilera
(2000:127), en afirmar que los cambios en la educación impli-
can nuevas formas de mirar y de asumir temas como el de los
lenguajes, el de la verdad y el saber.

La situación de vida que hoy transitamos lleva consigo la puesta


en duda, la sospecha de todo intento anticipador o a priori deter-
minista. Por lo tanto, la experiencia de diversas manifestaciones
que hoy emergen, caracterizadas por pluralidad de juegos lingüís-
ticos, de nuevas lógicas representacionales de sentidos o formas de
pensamiento y de complejas formas de vida –individual y colecti-
vas– hibridadas e indeterminadas, permiten dar cuenta de las cru-
das realidades que hoy nos encuentran y de las cuales no podemos
evitar estar implicados.

Por definición, el colegio es el lugar propio para el análi-


sis de todo aquello que compete a las nuevas generaciones. En
la actualidad, lo académico no tiene que ver únicamente con
las denominadas ciencias sino, por el contrario, con lo que ha-
ce y configura la vida cotidiana de niños y adolescentes en su
tiempo y en su cultura. Por eso, ellos rechazan los discursos
que los docentes poseen y construyen sobre casi todos los te-
mas que los incumben, entre los que se encuentra el de las
drogas.

244
No es dable que, sembrados en la tradición, los maestros de-
jen de escuchar y de dar prioridad a la inusitada agudeza que po-
seen las culturas juveniles para detectar y analizar la compleji-
dad del único mundo posible en el que viven. Adolescentes y jó-
venes a diario se enfrentan a realidades que forman parte de un
mundo que cambia de manera acelerada. Por lo mismo, ninguna
respuesta de la sociedad educativa, en el nivel que fuese, será
válida si se sustenta en la tradición valorada por sí misma y en
sus fantasmas que la protegen del mal del cambio y la transfor-
mación. Sin embargo, no se trata de un borramiento total de lo
hecho sino de su perenne revisión, porque, como dice Gutiérrez
(1998:649), “Las urgencias del tiempo presente no subsisten al
margen de las medidas que contemplan el tiempo no inmediato
o la duración media, y ambas se inscriben en la duración más
prolongada”.

Todos los colegios satanizan a las drogas, En los colegios te llevan


a un man a que te hable y que te dice los problemas de todas las co-
sas, Los manes no te llevan a hablar con un drogadicto para que
realmente sepas lo que es estar en las drogas, o que te diga qué es
salir de las drogas, Cómo te va a decir eso un man que nunca estu-
vo metido, Un día llevaron a un man que decía que se había pega-
do LSD, y todo era mentira, porque decía cosas que habían senti-
do, todo era una mentira porque ahí había chicos que sí había con-
sumido y sí sabían lo que se siente con el LSD, Lo que él decía era
una mentira, todo el mundo se salió y nadie quiso oírlo,

Hace falta una pedagogía que se entienda a sí misma como


una práctica de superficies múltiples, es decir, que se base en la
intertextualidad y en la sobredeterminación tanto de los sujetos
como de sus aconteceres. La intertextualidad no se refiere tan so-
lo a los elementos teóricos o culturales, sino también a los textos
que representan los discursos de cada grupo de estudiantes. Des-
de luego, no será indispensable que haya profesoras y profesores

245
que hablen los mismos vocabularios ni que se hallen totalmente
involucrados en sus juegos de lenguaje, pero sí profesores que se
introduzcan en similares formas discursivas para ser entendidos
y para crear las bases indispensables de la dialogalidad.
Probablemente, la mentira a la que hace referencia el testi-
monio no se refiera a lo dicho por el instructor, sino al hecho de
que afirma cosas que no pertenecen al sistema de representa-
ciones que hacen la adolescencia, que explican las drogas y sus
usos. En este caso, el mentiroso no sería alguien en particular
sino el sistema educativo en sí o, por lo menos, la institución
educativa que se retrae de la realidad y del tiempo lógico del
estudiantado.
Todavía se piensa en una educación del consenso. Se preten-
de que el proceso educativo debería conducir a que estudiantes
y profesores piensen y actúen de igual manera. Es decir, se pre-
tende que las representaciones de todos y cada uno de quienes
hacen la institución educativa sean, si no iguales, por lo menos
homogéneas.
El consenso es una quimera de quienes no aceptan la dife-
rencia a la que han convertido en un concepto verdaderamente
sospechoso. ¿Cómo será posible que interpreten el mundo de
igual manera los adultos y los adolescentes? Son distintas las re-
presentaciones que sobre el saber y la educación poseen docen-
tes y estudiantes. Pero, desde el poder que subyace en los actos
educativos, se pretende que los estudiantes hagan suyas las re-
presentaciones del sistema sin análisis ni críticas adecuadas,
porque el conjunto de enunciaciones pedagógicas posee caracte-
res performativos con los que se busca dominar desconociendo
las representaciones del estudiantado. Vilera (2000), señala que
solo a partir de un reconocimiento de este proceso sería posible
aceptar que en cada instancia educativa existen subculturas, pre-
cisamente las que pertenecen a las nuevas generaciones y que
el sistema pretende desconocer.

246
A partir de allí, es necesario ubicar las otras subculturas contrana-
rrativas que cruzan la esfera escolar y que pasan, paralelamente, a
jugar esos otros territorios de contestación en contra de la legiti-
mación oficial del cerco institucional/normativo.

En consecuencia, mientras el sistema educativo camina las


rutas de la verdad o de los consensos, en los colegios se sigue
utilizando drogas y de manera cada vez más abierta. No se po-
dría, pues, desconocer el valor contestatario de estos usos.

En muchos colegios los chicos consumen drogas, En mi colegio a


un chico le encontraron fumando en los baños, Él contaba que ha-
bía conseguido la droga en una hamburguesería de fama, allí diz-
que al comienzo le dan gratis, pero luego allí la venden o cerca de
allí, Pero en mi colegio venden drogas en los baños, y así en la ma-
yoría, aunque unos se hagan los locos,

Las drogas son cosas y permanecerán como tales mientras


no sean atraídas hacia sí por las palabras de los sujetos que, me-
diante este rito, las significan. Como todo lo que pertenece a los
sujetos, en ese proceso de significación las alternativas en sí
mismas serían innumerables pues dependerían de la posición
que ocupa cada sujeto en el proceso de significación. Pero si es-
ta diferencia se mantuviese, las relaciones equivaldrían a una to-
rre de Babel. De ahí la necesidad de crear núcleos de significa-
ción como lo que acontece, por ejemplo, entre los maestros y los
estudiantes.
Es probable que no todos los maestros piensen exactamente
igual sobre las drogas. Pero la coherencia del equipo y la fun-
ción de maestros los conducen a pensar, por lo menos en su fue-
ro externo, de cierta manera uniforme. Es esta unificación la que
perciben, analizan, critican o rechazan los estudiantes.
Se sospecha que el colegio pretende crear un único discurso
destinado a la descalificación de buena parte de la narrativa

247
estudiantil mediante una particular actitud satanizadora, como
dicen los informantes. Una vez satanizadas las representaciones,
imposible atravesarlas sin contaminarse de su maldad.
Los estudiantes se encargan de equiparar el manejo que
hace el colegio del tema de las drogas y de la sexualidad. Pe-
se a los inmensos cambios producidos en su torno, el tema de
la sexualidad aún mantiene buena parte de sus raíces atrapa-
das en el mal.

En la mayoría de colegios aún se sataniza a todas estas cosas, co-


mo cuando en tu casa o en el colegio no puedes hablar de sexo ni
de drogas, Todo esto es satanizado, no hay caso hablar con tus pa-
pás, A sí cómo decirle que vienes de tener relaciones sexuales con
una pelada, Claro, para un hombre es más fresco, pero una mujer
que venga a decir que acaba de tener relaciones sexuales estaría lo-
ca porque no lo puede decir, un hombre podría decirlo, pero una
mujer no, Ningún profesor ha tocado este tema, sobre las drogas
nunca se ha dicho nada abiertamente,

La pedagogía de la libertad no es la del silencio. El silencio


implica complicidad y violencia, al mismo tiempo. Si el colegio
conoce, como realmente conoce, que los estudiantes usan dro-
gas, el silencio se transforma en una actitud de sometimiento a
esa práctica, igual que cierta posición de tolerancia que podría
dar cuenta de una inconfesable dosis de cinismo. La libertad tie-
ne como objetivo crear espacios reflexivos abiertos al disenti-
miento, la oposición y los acuerdos.
Con Paulo Freire, se podría decir que ese silencio no sería
otra cosa que una forma más de explicitar una pedagogía de do-
minio en la que se supone que las normas y las regulaciones se
encuentran tan claramente estatuidas que redundan más expli-
caciones. Por ejemplo, si sobre las drogas lo único que hay que
decir es que son malas, absolutamente malas, entonces sobra to-
da otra posibilidad de análisis.

248
Desde el silencio y desde una posición satanizadora, es im-
posible que chicas y muchachos puedan construir una concien-
cia crítica y liberadora destinada a valorar la existencia, a juz-
gar los actos y tomar decisiones desde un espacio de autonomía
capaz de construir un sujeto ante los otros.
Actualmente se actúa como ya lo hicieron rectores y profe-
sores hace quince o más años. Poco ha cambiado en esa peda-
gogía del terror con la que, sin embargo, se pretende crear nue-
vas formas de estar en un mundo cada vez más complejo. Cuan-
do el colegio expulsa a un chico porque fuma marihuana o a una
chica porque está embarazada, no hace sino reafirmar la posi-
ción punitiva del poder del sistema educativo y de la política ge-
neral de Estado.

Las formas como reaccionaban en los colegios en mi tiempo, esas sí


eran cosas graves, A lguna vez un compañero fue sorprendido que
había fumado marihuana, llamaron a sus padres para que vengan a
justificar a su hijo de su irresponsabilidad, De tal manera lo amena-
zaron, no lo vas a creer, que el compañero quiso lanzarse del tercer
piso del colegio, No por el hecho de haber consumido droga sino por
el hecho de que sus papás vayan al colegio y se enteren porque, lue-
go, iba a ser reprendido drásticamente,

En cada establecimiento educativo e incluso en cada aula se


forman campos de fuerzas en los que se desarrollan las nociones
de límites, de libertad, de sometimiento y de autonomía. En es-
tos espacios, bajo las apariencias de supuestas neutralidades o
transparencias, no se hace otra cosa que acrecentar el poder del
sistema sobre los educandos. Es esto lo que acontece también
en los centros denominados de atención, en los que el poder es
el único dueño de una verdad que, como se verá, llega a expre-
sarse a través de actos de extrema violencia.
Si el Estado se encarga de prohibir esa clase de expulsiones
no remedia sino tan solo una parte del problema, quizás la más

249
dolorosa, pero en nada cambia aquello que motiva esas expul-
siones y otras formas de castigos igualmente violentos. Las pe-
dagogías no se modifican porque se prohíban estos u otros actos
punitivos. Incluso esas prohibiciones tan solo darían cuenta del
sistema de sometimiento que rige en la educación porque las re-
presentaciones sobre los estudiantes, sobre las drogas y sus usos
permanecen inamovibles.
No se los expulsa del colegio sino de los ordenamientos cul-
turales con los que cada colegio se emparenta, con aquello que
está en la obligación de transmitir, crear y recrear. Se los expul-
sa para que se larguen al infierno del mal. Remedos fatales del
mito del paraíso: la pareja primordial expulsada del paraíso,
aherrojada al mundo del mal, del sufrimiento y de la muerte. Se
expulsa la poca piedad que habita en ciertos maestros y profeso-
ras, en los directivos de los colegios que siempre harán alarde de
sabiduría y justeza.

No les importó nada el hecho de que el estudiante tenga proble-


mas, En vez de ayudarlo, lo botaron, lo trataron como lo último,
Habrían podido ayudarlo a que se controle, El colegio es el respon-
sable de muchas de las cosas que pasan a los chicos y chicas por-
que no brindan los conocimientos necesarios sobre las drogas y
porque no ayudan cuando alguien tiene problemas,

Cualquier cambio significativo en los procesos educativos


implica algo más que prohibiciones. Maestras y maestros nece-
sitan construir nuevas representaciones que les permitan ver con
benignidad el mundo que comparten con sus alumnos. Es el
mismo y único mundo, con sus conflictos y limitaciones, con
sus injusticias y atropellos de todo orden. Más aún, este mundo
no es un lugar, sino aquello que se vive, lo que se interpreta, lo
que se posee y lo que se goza, lo que se espera y aquello de lo
que se carece.
Las construcciones sociales sobre la educación se hallan

250
atravesadas por los prejuicios no solo respecto a las drogas sino
casi sobre todo aquello que tiene que ver con las vidas denomi-
nadas buenas o normales. Existe un maniqueísmo social que se
encarga de dividir el mundo en buenos y malos, en colegios sin
drogas y en los que las drogas los constituyen, en estatales que
son malos y en privados que son buenos, en colegios de pobres
que son pésimos y en colegios de ricos que son la última mara-
villa del mundo. También hay hijos buenos e hijos malos, alum-
nos excelentes y los pésimos que son los fumones y adictos.
Sin embargo, cada vez resulta más difícil identificar las fuer-
zas del poder y del sometimiento puesto que son sutilmente disfra-
zadas con enunciados de tolerancia y de respeto a las diferencias.
Si los profesores no hablan es porque, a su tiempo, tampoco
se les permitió hablar, porque tampoco fueron palabreados por
el sistema familiar y escolar. Los profesores de ahora son los
alumnos de ayer, los hijos de papás y mamás que no fueron ha-
blados y que debieron callar para sobrevivir. Profesoras y profe-
sores de hoy son las niñas y los niños que sufrieron maltrato y
violencia en casa, en la escuela, en el colegio, en el barrio.

Porque los profesores actuales siguen siendo los papás de siem-


pre, son los hijos que fueron maltratados en sus colegios, Es ne-
cesario romper el esquema imperante, es necesario que se cam-
bie todo,

Lo menos justificado y legitimado en nuestro mundo fami-


liar y escolar ha sido la palabra que no representa únicamente
la capacidad de decir y de opinar sino también y sobre todo la
capacidad de disentir. Los lenguajes personales construyen al
ser en su tiempo y condiciones. Los lenguajes propios son ene-
migos del sometimiento y de la esclavitud de cualquier orden.
Cuando los adolescentes se apropian de sus lenguajes y se
vuelven creativos con ellos, entonces les cae encima la maldi-
ción de la esclavitud. Este es el sentido del mito de la torre de

251
Babel, la maldición para quienes se propusieron elaborar jue-
gos de lenguajes diferentes a los del poder y de la sumisión.
Por todas partes la queja es la misma: maestras y maestros
no se han apropiado de lenguajes que faciliten los intercambios
con las nuevas generaciones, puesto que se aferran a un anacro-
nismo que los esteriliza. Entonces, la repetición de la repetición
aparece como buen refugio que, a ratos, se viste de ciencia y sa-
biduría, pero que, finalmente, termina develándose a sí misma
en su pobreza crónica14.
No es suficiente abordar los temas del interés y de las de-
mandas de las generaciones juveniles. Es necesario que ese
abordaje sea adecuado y responda a sus exigencias a través de
un perenne proceso de actualización de saberes y actitudes exis-
tenciales frente a los mismos. Los saberes se construyen, no se
compran, se los fabrica con la materia prima que provee la mis-
ma sociedad.
Las maestras y maestros de hoy no están capacitados para abordar
bien el tema de las drogas y otros temas, Necesitan capacitarse,
asistir a seminarios, conversar, estudiar, Tienen que empaparse del
tema para poderlo abordar de manera adecuada con los estudian-
tes, De lo contrario, no podrán decir a los chicos a dónde podrían
conducirlos las drogas,

14 David Martínez Montesinos dice: “Hablando del rock, y más concreta-


mente de la cultura juvenil, debemos hacer mención del interesante De jó-
venes, bandas y tribus, de Carles Feixa, todo un estudio de “antropología
urbana” que explora las condiciones del origen y el desarrollo desde me-
diados de este siglo de las microculturas juveniles. Más allá de la descrip-
ción de las tribus y sus formas de expresión, el autor consigue alumbrar
en la dinámica cultural que instauran pautas de integración e incluso civi-
lización que, de alguna oscura manera, vienen a paliar los efectos de la
deslegitimación y la incapacidad educativa de las viejas generaciones con
procedimientos de socialización altamente ritualizados. Feixas considera
que el paso ya irreversible por la historia de las tribus juveniles está trans-
formando para siempre uno de los principios básicos de cualquier socie-
dad posible: el ideal de pertenencia”, (2002:258).

252
La educación también se encuentra asediada por un conduc-
tismo que mira la vida sin volumen, que se aferra a las acciones
y sus efectos como si allí se encontrasen los sentidos y sus rela-
ciones con la existencia. Ese conductismo que fracciona la exis-
tencia y que desbarata los edificios construidos con lo mágico de
todos los días. Ese conductismo al que se le ha encargado la bús-
queda de lo mejor pero sin que le interese en lo más mínimo re-
conocer lo que desea, busca y pretende cada sujeto. Al conduc-
tismo le causan alergia la improvisación y la creatividad. Le pro-
duce urticaria pensar en la diferencia como condición no solo de
la educación sino de cada sujeto. Por lo contrario, su condición
de ser es la igualdad y el sometimiento irrestricto a la norma, la
amputación de la capacidad de criticar, imaginar y disentir.
No es nada raro que las propuestas de mejorar el sistema
educativo no versen sino sobre acciones que tienen que ver con
nuevos maquillajes a posiciones antiguas que no sirven para mi-
rar de mejor manera el presente y menos aún el futuro. En la
misma Europa, que no deja de invertir en investigación educati-
va, existen quejas de que frente a la economía y los manejos del
poder, la educación no sea parte de los temas de importancia.
El pensamiento postmoderno se ha encargado de abrir de
otra manera los horizontes del saber y del sujeto. Pero en educa-
ción, las cosas caminan aún a pie. Al respecto, es muy decidor
el texto de Niño (2006:9), para quien lo que prima es la incerti-
dumbre ante el avance indetenible de los saberes científicos y la
pobreza de su transmisión en las aulas.

La reflexión sobre la existencia de una “crisis” de los fundamen-


tos científicos y filosóficos es común en los pensadores actuales
sobre la educación. La incertidumbre parece apropiarse de noso-
tros en un momento en que irónicamente el incremento de los co-
nocimientos y la información parece ilimitado, esto nos genera
una especie de vértigo y una sensación de vacío ante la pérdida de
los seguros y cómodos conceptos entre los cuales nos movíamos.

253
Ya la episteme, el logos, el ideal en el que se fundamentó la cul-
tura occidental, lucen agotados. A ceptar lo desconocido, lo que
aún no estamos en capacidad de comprender, crea tensiones al in-
terior del discurso sobre la formación humana –la bildung15– y
exige un esfuerzo de interpretación distinto al que nos tenían acos-
tumbrados las teorías y filosofías educativas.

No se trata solamente de que se aborden temas contemporá-


neos, como el de las drogas sino que se lo haga de tal manera
que responda a las exigencias, requerimientos y perspectivas de
los adolescentes. No se trata de satisfacer las necesidades pro-
puestas por las políticas del Estado sino de mirar a fondo lo que
acontece en las culturas juveniles de ahora y en su proyección
en el mañana.
Hace 15 años, dicen los informantes, en los colegios no se
hablaba de drogas. Ahora lo hacen de vez en cuando, con gran-
des resistencias y con un discurso moralista y poco serio. La
queja de que se aborda el tema de manera superficial es el co-
mún denominador. Las drogas aparecen en el universo de lo re-
chazable y reprobable, pero no como un ícono que se ha encar-
gado de ensamblar realidades múltiples, convergentes y contra-
dictorias a la vez. Sus valores no son unívocos puesto que de-
penden del lugar desde el que se las mire y desde el que los su-
jetos las incorporen para usos, todos ellos diferenciables.
Por lo contrario, es común que el sistema educativo las ha-
ya convertido en ícono para desvalorar a las nuevas generacio-
nes. Esta posición lleva de manera implícita la negación de que
las drogas forman parte de la serie de signos de pertenencia en

15 Bildung: La construcción consciente de un individuo en perpetuo creci-


miento, de alguien que se hace a sí mismo para alcanzar un nivel superior
de humanidad a través del conocimiento y de las artes, aspirando a una
ejemplaridad viviente: esa es la noción de Bildung, concepto clave para
entender la cultura alemana. De otra manera, es lo que decía Nietzsche:
“debes volverte lo que eres”.

254
las relaciones que se establecen en ciertos grupos. En cierta me-
dida, las drogas cuestionan las condiciones reproductivas que
someten lo escolar y el saber a sistemas totalizantes de opción
educativa en los que la diferencia es manejada como exclusión.
El recurso a la pedagogía del mal no ha abandonado su poder
coercitivo.

En el colegio sí nos hablan nuestros licenciados, nos dicen que la


droga no se debe usar porque es malo para nuestra vida, Que nos
degenera, que nos cambia todo, Nos dicen que, a veces, basta con
fumar una vez para que todo en la vida se te dañe,

Para el estudiantado, la mejor opción es el silencio porque,


si ellos mismos se encargan de insinuar o pedir que un profesor
aborde el tema, entonces de manera automática son colocados
en el mundo de la sospecha. Por eso resulta más cómodo callar
aunque ese silencio termine haciendo daño a todos. Siempre se-
rá mejor que esas sospechas no se instalen en la vida colegial
porque sus efectos suelen ser perniciosos.
Los jóvenes adultos que aún mantienen frescas sus propias
experiencias comentan sobre lo que acontece ahora:

Porque si se enteran que alguien está consumiendo drogas, ponen


el grito en el cielo y arruinan la vida de ese chico porque dicen que
es una mala influencia para el resto, En ese mismo momento em-
piezan las discriminaciones, Y de ahí imagínate si se enteran en la
casa los padres, a ese guambra lo ponen en la guillotina,

Es indispensable realizar nuevas lecturas sobre la educación


aprovechando las puertas que abre el pensamiento postmoderno.
Estas lecturas constituyen un perenne llamamiento a conversar
entre todos, la urgencia de empezar a abrir nuevos caminos edu-
cativos en los que la palabra, la escritura, la fábula, el arte, el re-
lato den cuenta de la existencia de los adolescentes más allá de

255
los textos, más allá de las clases tradicionales, más allá de los
discursos repetidos de memoria y producidos desde esos reduc-
cionismos empobrecedores que desconocen la relatividad de las
afirmaciones y que niegan lo creativo y lo afectivo, las experien-
cias del cuerpo y el valor de la fantasía. La cita corresponde a
Niño (2006:9):

La formación implica la comprensión de sí mismo y del mundo, la


dimensión humana en la que la versatilidad de la creación, de la
imaginación, de los lenguajes arremete contra la pretensión de ob-
jetivar, biologizar y de cosificar al ser humano. De allí que la bil-
dung se aproxima más a una comprensión estética de la vida, de la
cultura, del saber, a una comprensión que da espacio a lo lúdico y
a lo subjetivo. La concepción de un ser único abstracto, hombre
perfectible, que se volvió fin, identidad homogénea fuera de la his-
toria y de la vida misma ya está cuestionada por la compleja reali-
dad digital, virtual y global de la cual ya no podemos escapar.

Es posible que desde esos nuevos lugares se logre aprehen-


der las drogas como imágenes de realidades a ser construidas en
los usos siempre diferentes. Porque cualquier droga termina
siendo tratada como entidad mágica siempre dispuesta a crear
sensaciones, experiencias, afectos único e irrepetibles. En con-
secuencia, ningún usador se acercaría a una droga de la misma
manera que su compañero y ni siquiera como él mismo lo hizo
la última vez que la usó. Por eso la droga podría llegar a cons-
tituirse en un escenario de alianzas del sujeto consigo mismo y
con el mundo.

256
LA ÉTICA DEL SILENCIO

A más de los desconocimientos que caracterizan a buena parte


de docentes, existe un elemento importante que entra en el esce-
nario y que actúa como apuntador desde el silencio. Es decir, en
las aulas y en el patio, en el rectorado y en la portería, en todas
partes está presente una realidad que debe permanecer oculta
casi como condición de existencia del aula, del patio de recreo,
del mismo establecimiento educativo.
Se trata del fantasma que se llama uso de drogas por parte de
maestros y maestras, de rectores y porteros. No solamente de los
usos antiguos cuando fueron estudiantes en ese mismo colegio,
o estudiantes universitarios, sino también de sus usos actuales.
Por eso tampoco se atreven a hablar con seriedad y profundidad
sobre el alcohol porque hacerlo implicaría una inmoralidad tan
evidente que podría volverse sobre sí mismos hasta descalificar
sus lenguajes.
En unos casos, la edad y soltería podrían actuar para estos
usos. Profesores jóvenes que en la universidad usaron drogas
con cierta regularidad y que no han abandonado su práctica.
Desde luego que no lo hacen en el colegio, pero sí en sus reu-
niones sociales.

Sobre todo, hay profesores que son muy jóvenes y que son solteros y
que no tienen responsabilidades, Ellos son los que más usan drogas,

A los imaginarios sociales pertenecen las creencias de que


ciertos acontecimientos como la graduación o el trabajo son
capaces de producir, por sí solos, giros significativos en la vi-
da, que los nuevos lenguajes que estas realidades construyen
serían tan fuertes como para producir cambios existenciales de-
finitivos. Desde luego que nada de eso se produce de forma au-
tomática ni necesaria porque, entre otras posibles razones, esta
gente joven ya se ha hecho con nuevos lenguajes que incluyen

257
otras representaciones simbólicas de las drogas y sus usos. Po-
siblemente, las drogas hayan dejado de ser para ellos realidad
pura y persecutoria, despojada de las subjetividades que debe-
rán ser destruidas para así anular imaginarios supuestamente
peligrosos.
No se trata tan solo de gente joven de ahora, sino de antes,
quizás desde ese siempre que forma parte de los decires que van
y vienen y de las memorias que no se borran con la facilidad que
se imagina. Más aún, hay relatos de profesores que, a más de en-
señar la redondez del mundo, redondeaban su salario con su tra-
bajo de brujo:

Claro que sí, en mi colegio había profesores que usaban drogas, Y


más, había uno que vendía, Tú te acercabas disimuladamente y le
decías crúzate un paquete de cinco, y el man te daba un paquete de
cinco, y ya,

Por otra parte, en el grupo de profesores y maestras se da el


mismo fenómeno que entre mamás y papás. No faltan quienes
siendo adolescentes o jóvenes usaron drogas, aunque ahora ya
no lo hagan. Ese pasado es presente en el momento de hablar y
enseñar. Pero lo es aún más cuando las antiguas experiencias se
convierten en culpa transformada en discursos moralistas. Fren-
te a esto, es mejor seguir el consejo de un estudiante que reco-
mienda no meterse en la vida de los maestros.

Claro que hay casos de maestros que usan, De ley que en sus tiem-
pos de juventud deben haberse pegado, Pero que ahora sí consu-
men es un hecho, Pero es mejor no saber de eso, porque no es buen
negocio meterse en la vida de un profesor del colegio, porque tú
puedes salir mal parado,

Para las representaciones sociales, drogas y docencia hacen


una pareja irreconciliable desde todo punto de vista, de tal

258
manera que si no se mantuviese este divorcio, convulsionaría el
sistema entero, no solo el educativo, sino también el social. En
consecuencia, para la comunidad resulta inaceptable desde todo
punto de vista que se den usos entre los profesores del colegio.
Si en verdad se produjese una situación semejante, se quebrarían
de un solo golpe los juegos de espejo que hacen parte importan-
te de la relación maestro-alumno, comunidad-colegio. Desapa-
recerían los embrujos de la perfección y del bien. Se desharía el
espejismo y en los escombros aparecerían las nuevas generacio-
nes ya perdidas. Los adultos opinan:

Es algo sumamente grave que los profesores usen drogas, porque


ellos son el espejo de los estudiantes, Si ellos se dedican a usar
drogas, entonces lo estaría legitimando para que lo hagan los estu-
diantes, Por supuesto que eso ha pasado en el colegio y sigue pa-
sando, En los colegios se quejan de que son los maestros precisa-
mente los que usan drogas, De esa manera se deshacen todas las
imágenes que los estudiantes pueden tener de sus maestros, tanto
en el colegio como en la universidad,

Por lo mismo, la ética del silencio forma parte de una lógi-


ca básica a la que debe acudir una parte del profesorado, porque
es mejor callar que hablar en contra de lo mismo que se está
practicando, porque su discurso sobre los males de las drogas,
sobre su perniciosa presencia en la vida, no sería sino una in-
mensa e inaceptable burla.
Como si se tratase de esa ética de lo indecible que señalaba
Wittgenstein y de ese decir a medias del que hablaba Jacques
Lacan. Pero no es de eso precisamente de lo que se trata, sino de
ese no poder decir, puesto que de por medio están presentes ex-
periencias que detienen las palabras y los juicios de valor. Lacan
se refiere al hecho de que nadie puede decir el todo, pues ese to-
do resulta siempre tan solo una parte de un todo que no existe.
El silencio surge, entonces, como una experiencia personal de

259
los límites que interrogan el estatuto del silencio. El silencio, en
estos casos, se habría convertido en un estatuto que protege tan-
to al profesor como a los mismos estudiantes.
Otros, en cambio, quizás menos honrados, asumirán el papel
de policías o de inquisidores o de predicadores implacables del
bien en contra del mal, o se harán cargo de los tribunales de las
pequeñas inquisiciones en las que se castiga a los estudiantes y
hasta se los expulsa del colegio.
Así se entiende mejor que las drogas se refieran a realidades
en las que se sobreponen y se calcan relaciones, placeres y su-
frimientos, lo explícito y lo implícito, aquello que es colocado
por otros en los espacios de lo bueno y de lo malo.
La situación en las universidades es significativamente dife-
rente puesto que los profesores tan solo se encargan de una asig-
natura y no tienen, en principio, los encargos que competen al
profesorado de secundaria. En este sentido, las universidades
hacen otro mundo con diferentes léxicos y con expectativas dis-
tintas en las relaciones maestro-estudiante.
En las universidades se usan drogas como acontece en los
demás espacios sociales. Pero, a diferencia de lo que sucede en
el colegio, estos usos no suelen ser tan esquivados o escondidos.
No es que se los demuestre como si nada, pero tampoco se ocul-
tan o niegan de manera tan radical como en el colegio.

Sí, recuerdo haber tenido profesores que usan drogas. Recuerdo


que un día fui a farrear a un bar y me encontré con un profe que
estaba bien bebido, bailamos, me invitó a su apartamento que que-
daba junto al bar, me dio coca, yo nunca había visto coca en mi vi-
da, se puso cargoso y me fui enojada, A l día siguiente me llamó
hecho el loco para que no hable, pero no pasó nada. Fuimos y so-
mos amigos, El me contó cuáles profesores de la U se drogaban, Y
claro, se echaban cosas buenazas, ja, ja,

260
De esta manera, las drogas cumplen su presencia como sig-
no semiótico en tanto vínculo de comunicación, ya sea para lla-
mar, juntar, señalar las pertenencias, las similitudes o también
las diferencias.
Schopenhauer decía que una vida de conocimiento es una
vida feliz pese a la miseria del mundo. La única vida feliz es la
vida que puede renunciar a las comodidades del mundo. Posi-
blemente no sean tan válidas las expectativas del filósofo en un
mundo en el que ya no puede ser dejado de lado un hedonismo
convertido en condición imperativa del ser.
No se trata de ir a los límites de los lenguajes para encontrar
una nueva ética que atraviese el mundo contemporáneo y según
la cual corresponda al sujeto la capacidad de discernir y de de-
cidir. La ética ya no pretende decir algo ni sobre lo absolutamen-
te bueno ni sobre lo absolutamente valioso o malo. La relativi-
dad de la ética pertenece al hecho de que proviene de la subjeti-
vidad, lo que la hace cada vez más compleja.
¿Por qué la informante dice que ventajosamente los profeso-
res que usan drogas no son sus profesores? Porque ella se colo-
ca justo en la misma ética que sostiene el uso de drogas por par-
te de profesores que están en otras aulas y en otras materias pe-
ro no necesariamente en otro mundo. Wittgenstein decía que la
tendencia de todos los hombres que han intentado alguna vez es-
cribir o hablar de ética o religión ha debido ir contra los límites
del lenguaje. Justamente hasta estos límites llega el testimonio:

Sí, hay varios profesores de la Facultad y de la universidad que


usan drogas. Por ventaja, no son los míos, Eso lo sabe todo el
mundo, Y los mismos profesores no lo niegan,

La aceptación por parte de aquellos profesores no habla de


un sujeto desesperado introducido en una jaula. Ni lo que dice
añade algo más a lo que es saber extendido y comprendido. Pe-
ro es un testimonio que revela esas tendencias éticas diferentes

261
a las que no puedo hacer otra cosa que respetar profundamente
y no ridiculizar por nada del mundo, como diría Wittgenstein.
Porque también es posible que se trate de una distinta forma de
vivir experiencias estéticas igualmente nuevas y cuyas dimen-
siones aún no han pasado por los análisis necesarios.
En el seminario sobre La carta robada de Poe, Lacan con-
cluía que lo único que permanece oculto es lo obvio, que el se-
creto es aquello que ese encuentra ante la mirada de todos. Qui-
zás, a diferencia de lo que se ha creído siempre, de secretos se
halla despoblado el mundo y los sujetos. Aunque se diga todo lo
contrario, casi no habría caja fuerte alguna para esconder deci-
res y miradas, deseos y actos.
Las drogas no son entes de razón, y dejan de ser cosas cuando
entran en relación con los sujetos para ser incorporadas a los con-
juntos significantes con los cuales se interpreta el mundo. Por ello
exigen ser colocadas en ese megamercado que las oferta. Es pro-
bable que en ese momento desaparezca la droga-cosa para dar lu-
gar a la imagen capaz de representar al sujeto en su espectáculo.
Los escenarios del espectáculo carecen de definición geo-
gráfica, por el contrario, tienden a volverse cada vez más ubi-
cuos. Mientras se reducen los límites de sus competencias, se
amplían los campos de su presencia.
Para Nietzsche, pensar y sentir es la vivencia de la corpora-
lidad que es simultáneamente la historicidad, la moralidad y la
socialidad. Por lo mismo la comunidad configura al sujeto no
solo en su pensamiento y en las conductas conscientes, sino
también en las pulsiones. En consecuencia, nada podría darse
en el sujeto ni poseería valor de significación al margen de lo
social puesto que la tarea de la cultura consiste en proveer de las
valoraciones requeridas para interpretar el mundo. Con los sabe-
res, el sujeto asume esa pluralidad conflictiva que es su existen-
cia, proveyéndola así de sentido.
En el mundo contemporáneo ya no caben espacios excluyen-
tes como acontecía antes cuando se podían realizar distinciones en-

262
tre el sujeto político, el sujeto social, el sujeto familiar o el religio-
so para cada uno de los cuales se habían construido espacios y len-
guajes claramente especificados y diferenciados. El concepto de
templo, por ejemplo, como espacio sagrado ha cambiado de mane-
ra radical puesto que lo sagrado ya no es lo excluyente sino lo que
se integra a la vida del sujeto. Lo mismo acontece con la escuela
como lugar del saber convertido en espacio propio del sujeto.
Entre otras, estas razones determinan que las drogas no pue-
dan quedarse ocultas en los aparentemente secretos lugares de
expendio sino que, por lo contrario, hayan invadido casi todos
los espacios. Desde hace tiempo, ellos las traen y las llevan co-
mo parte de su cotidianidad. Antes, escondidas en los repliegues
de sus secretos, actualmente de forma cada vez más explícita o,
por lo menos, no tan negada.

Hace años, hubo dos chicos de segundo curso que vendían drogas
en unos papelitos, hasta que llegó a oídos de un profesor que lo co-
municó al rector, Se les preguntó por qué lo hacían, si por necesi-
dad de dinero o para consumir, Y ellos dijeron que pedían la dro-
ga a unos vendedores y que luego les pagaban con lo que sacaban
en el colegio, Les botaron del colegio,

Así como se consume en los colegios, en los patios, en los


baños, de igual manera los estudiantes han desarrollado estrate-
gias para venderlas a sus compañeros. Ellos mismos se encargan
de asegurar que se trata de un secreto a voces que, parecería, las
autoridades no enfrentan. Probablemente se trate de exagerar la
información como suele acontecer con todo lo que pertenece a
las drogas y sus usos. Sin embargo, en todas partes se dice que
los brujos han entrado al colegio y que son estudiantes que se
dedican también a este negocio que les provee de dinero para
sus propios usos y para satisfacer otras necesidades, casi todas
en el orden de la diversión.

263
ES POSIBLE NO USARLAS

Las drogas se encuentran en todas partes, pero sus lugares pre-


feridos son aquellos que frecuentan adolescentes y jóvenes, in-
cluido el colegio que representa, de entre todos, el lugar más
propio y personal. En consecuencia, no existiría estrategia algu-
na por medio de la cual un chico, desde temprana edad, pudie-
se evitar entrar en contacto con las drogas.
La idea de los factores de riesgo, tan utilizada por los pro-
gramas de prevención, cada día pierde fuerza. En efecto, los po-
sicionamientos actitudinales, los lenguajes, las estrategias para
dar cuenta de sus deseos y expectativas, los espacios reales y
virtuales que frecuentan, es decir, su vida real subjetiva y gru-
pal, no corresponden, en general, a ninguno de los modelos de
los que parten esas propuestas.
Es prácticamente unánime el criterio de los informantes de
que no hacen falta excepcionales problemas para usar drogas.
Más aún, que no existiría siempre una relación causa-efecto de
carácter social o familiar para que alguien lo haga por primera
vez o continúe haciéndolo. El deseo de acercarse a las drogas
desde la curiosidad o las incipientes búsquedas de placeres en
este mundo hedónico dan al traste con las calificadas situaciones
de riesgo que supuestamente constituirían el terreno fértil para
que chicos y muchachas usen drogas.
Por otra parte, el concepto de familia disfuncional no se sos-
tiene, salvo que se presentase un modelo único y valedero de fa-
milia denominada funcional. El concepto mismo de familia es
objeto de grandes transformaciones a causa de los cambios sig-
nificativos que se van produciendo en el mundo. Cada sujeto es
una realidad sobredeterminada, lo que no puede pasarse por al-
to bajo ningún concepto. Es necesario reconocer que los estados
de conflicto familiares crean inestabilidades básicas que podría,
en un momento determinado, llevar a usar drogas como a beber,
a despreocuparse de las actividades académicas, al embarazo

264
precoz, etc. La construcción de los sujetos hecha desde y con los
lenguajes determina que se deje de lado todo intento de buscar
causas y de señalarlas cuando, quizás, las entradas para evitar
los usos podrían ser otras.
Las perspectivas lineales causa-efecto reducen las posibili-
dades de conocer y analizar la complejidad de los sujetos. Sin
embargo, la visión sistémica tuvo el poder de fascinar con su
simpleza y por eso se impuso incluso con el aval de los poderes
políticos. Luego de décadas de intervención sistémica, son ma-
gros los resultados obtenidos.
Por ejemplo, el Instituto Nacional sobre el Abuso de Drogas
(2004), propone que “Los programas de prevención deben diri-
girse al tipo de problema de abuso de drogas en la comunidad
local, escoger los factores de riesgo que se pueden modificar, y
fortalecer los factores de protección que se conocen”. Pero si se
analizan estos factores, resulta que prácticamente todo se con-
vierte en factor de riesgo, hasta el punto de que para las nuevas
generaciones habría que buscar un mundo ideal en el que todo
funcione con la perfección de un reloj suizo.
En consecuencia, no resta sino aceptar que el mundo actual
es el único que existe y que se encuentra constituido con su pro-
pia conflictividad, con sus formas de vivir y de interpretar la co-
tidianidad personal y social. Las sociedades ideales de las que se
eliminan todos los problemas y riesgos son asépticas y, por lo
mismo, no aptas para la existencia humana.
La idea de la situación de riesgo puede llegar a ser tan abar-
cativa por la falta de análisis suficiente, que hasta la misma ado-
lescencia termina constituyéndose parte de las situaciones de
riesgos, tal como lo hacen Osorio y sus colaboradores (2004),
quienes dan por sentado que todos conocen con claridad los fac-
tores de riesgo que vive la adolescencia, la misma que, por sí so-
la, ya constituye el primer factor de riesgo y el que involucra a
todos los demás.
Como la propuesta consiste en eliminar los factores de riesgo

265
o, por lo menos, reducirlos a su mínima expresión, ¿qué se va a
hacer con esa adolescencia actual, la del siglo XXI, la del año
2009, que poco tiene que ver con la adolescencia de hace 20 años?
¿De qué manera eliminar los espacios lingüísticos como la músi-
ca, el color, el ritmo que hacen la adolescencia y que se encuen-
tran en perenne cambio?
Es probable que existan circunstancias familiares, sociales y
personales que provoquen que alguien se encuentre más dispues-
to que otro a usar drogas, esta probabilidad no necesariamente es
mayor que si no estuviesen presentes dichos factores, puesto que
la experiencia dice que las relaciones causales son siempre débi-
les al momento de hallar las razones para un determinado uso.
Los usadores se encargan de ratificarlo cuando no caen en la ten-
tación de determinar las causas de sus usos, puesto que, por lo
menos fenomenológicamente, estas condiciones aparecen igua-
les o similares a las de otros adolescentes que no usan drogas.
La violencia económica, social y urbana origina violencia
familiar y graves desórdenes en los modos de vivir la adolescen-
cia. En la pobreza, los niveles de escolaridad tienden a ser bajos
igual que la calidad de la educación. En esos ambientes se bebe,
probablemente, no más que en los otros sectores de la ciudad.
Pero el consumo de alcohol y los usos de drogas se tornan más
patéticos porque se los hace en lugares abiertos o en centros de
diversión caracterizados por el escándalo.
Frente a estos temas, se suelen manejar lugares comunes y
propuestas estereotipadas que no han pasado por un mínimo es-
pacio de análisis y crítica. Por lo general, se dan por verdades
asumidas lo que debería previamente ser analizado y criticado
desde muchos puntos de vista teóricos. Cuando se recurre siste-
máticamente a un solo modelo para analizar los conflictos socia-
les y personales, se incrementan los riesgos de llegar a conclu-
siones fofas e inconsistentes que, sin embargo, son tomadas co-
mo grandes verdades. La prueba está en el gran fracaso de todo
lo que Occidente ha hecho para prevenir el uso de drogas.

266
En todas partes aparece la familia como cabeza de turco, la
gran responsable de lo que acontece con los adolescentes. Se ha-
bla de familia conflictiva aunque en verdad se busca casi siem-
pre acusar al papá y a la mamá de la gran tragedia del uso de
drogas, a pesar de que solo se trate de la primera y única vez que
el muchacho usó, de esa prueba casi indispensable para estar en
su mundo o para no quedarse del todo en la ignorancia que, en
ciertos espacios, no es un buen dato para el curriculum personal.

Una compañera ha estado usando drogas y avisaron en el colegio,


Pero ella tiene problemas familiares, no vive con el papá ni con la
mamá que vive en el extranjero, el papá vive en Santo Domingo,
así que ella no tiene un lugar estable, Cuando viene para acá, pasa
en la casa de la abuela, pero la abuela no le puede controlar porque
ella toma, sale y se vuelve rebelde, Entonces experimenta la nece-
sidad de la droga para sentirse bien, para olvidarse de todo, para
olvidarse de la mamá, como no tiene el apoyo de los padres, lo úni-
co que busca es a los amigos, el trago y la droga,

Sin embargo, allí está la familia responsabilizada por los dis-


cursos oficiales y, en muchos casos, también por los mismos
chicos y chicas que no poseen demasiadas alternativas para en-
contrar culpables cuando tratan de explicar las causas de los
usos, de modo muy particular cuando se han convertido en con-
flictivos a causa de su frecuencia o de la clase de sustancias usa-
das. Además, las nuevas generaciones parten del principio de
que, en su casa, el deseo de control no es precisamente una de-
mostración de amor, sino de poder. Se dan cuenta de que, sin el
poder de control, papá y mamá serían mucho más vulnerables de
lo que ya lo son.
Muchas de las reacciones de mamá y papá ante la noticia de
que el hijo está usando o ha usado alguna droga surgen precisa-
mente desde este espacio de poder herido, lastimado o quizá ya
desconocido. Entonces se produce una herida narcisista que

267
nada puede curar que no sea el dolor del hijo, su vergüenza, y su
arrepentimiento. Las lamentaciones familiares tienen este origen
aunque se disfracen con los velos del amor y de las grandes
preocupaciones que tienen por los hijos. El narcisismo será
siempre uno de los motores de la existencia y también aquello
que los alimenta. Sin narcisismo, no hay sujeto.

Las reacciones en casa, cuando se enteran de que estás en drogas,


dependen de las representaciones que tengan y de su manera de ser.
Si son conservadores, obviamente van a armar el escándalo, reac-
cionan mal. Mi papá es uno de ellos, Supo que había fumado taba-
co y también de que había tomado una cerveza, mi papá me olió a
tabaco y obviamente me dijo hasta de lo que me iba a morir, Otros
dicen ese es un drogadicto, así que lo voy a encerrar y se acabó el
problema y yo ya no tengo nada que ver con esto, a veces son co-
sas terribles,

Es probable que, como parte de las estrategias disponibles


para curar ese narcisismo herido, papás y mamás opten por
desconocer toda responsabilidad personal. Puesto que ellos
han dado lo mejor de sí para educarla en el bien, solo resta
aceptar que ella por su propia culpa y responsabilidad ha caí-
do en el mal. ¿No se producirá algún estado de placer quizás
perverso en ese momento en el que los adultos se despojan de
sus propias responsabilidades para colocarlas en las espaldas
de hijos e hijas?
Así como se acusa a los supuestos malos amigos, también
se proyectan las responsabilidades reales o imaginarias en el co-
legio, en esa supuesta mala educación que no inscribe al estu-
diantado en el universo de los deberes y valores. Apoyados en
las reales mediocridades de muchos establecimientos educati-
vos, los adultos terminan en un fácil e hipócrita lavamanos con
la pretensión de quedar así librados de culpa.

268
Ese es un grave problema que existe, Todo lo endosan a la escue-
la, al colegio, a la universidad, Porque ellos deberían hablar de es-
tos problemas ya que todavía son tabú en la relación familiar, cla-
ro que es una forma de lavarse las manos, aunque sí es cierto que
la mayoría de los papás no sabe nada, sería como un ciego guian-
do a otro ciego,

Antes de los trabajos de Freud, el concepto de narcisismo


pertenecía, casi en su totalidad, a lo patológico, pues hablaba de
una elección casi perversa que el sujeto hace de sí mismo fren-
te a la posibilidad de elegir al otro como objeto de amor. En
Freud (1905), el narcisismo se convierte en un proceso pulsio-
nal destinado a proteger al sujeto defendiéndolo del desamparo
en el que puede caer fácilmente, sobre todo a causa del abando-
no del otro. Por lo mismo, el narcisismo, visto como autoerotis-
mo y pese a su fragilidad, representa un recurso psíquico indis-
pensable. Sin el narcisismo, el sujeto carecería de la facultad de
construir el mejor de los mundos y tampoco podría crear un
mundo imaginario en el que sería el héroe. El narcisismo repre-
senta, pues, esa urgencia de construir y sostener la imagen de sí
como condición indispensable para estar en el mundo, desear,
ingresar en la búsqueda de objetos de amor y gozar con ellos.
En consecuencia, el narcisismo constituye una parte fundante
del sujeto, puesto que es aquello que lo permite representarse ante
los otros como tal. Es parte de la referencialidad del ser que se ex-
presa a través de un sistema de proposiciones destinadas a asegu-
rar el reconocimiento de los otros. Por eso, cada sujeto no es otra
cosa que un proceso de metaforización iniciado aún antes de su na-
cimiento y que se reaviva cada vez que se relaciona con el otro que
lo asume en su valer. Cada sujeto es un conjunto inacabado de de-
cires que se producen y reproducen en el campo del deseo.
A las grandes declaraciones de amor cierto y seguro de las
que alardean en casa, en especial mamá y papá, pueden suceder,
a lo mejor sin ninguna mediación, actos de violencia, abandono

269
y hasta de expulsión, tal como acontece cuando se enteran de que
el hijo consume drogas. En ese instante el fantasma del mal apa-
rece en todo su esplendor y deshace los espejismos. Se rompen
las imágenes y, en lugar del hijo amado, aparece el mal hijo que
ha producido una seria herida al narcisismo de papá y mamá. Por
otra parte, los gritos, insultos y amenazas igualmente ocasionan
una herida al narcisismo de los hijos, una herida que hace daño
y que, desde los imaginarios, a lo mejor se cura con un poco más
de marihuana, en unos casos, o de alcohol, en otros.

Ya nos metieron en la cabeza que para olvidar los problemas, hay


que ahogarlas en un buen trago, Entonces ahora ellos acuden a la
marihuana para salvar su autoestima y sentirse bien y alzar su per-
sonalidad,

Pero también allí se produce otra herida, porque el remedio


podría ser peor que la enfermedad. Puesto que la sociedad recha-
za los usos de drogas, el sujeto se sabe doblemente herido y ca-
si sin escapatoria alguna, a lo mejor tan solo le reste esperar a
que alguien aparezca para poner un poco de luz en esas tinieblas,
o aceite en sus heridas narcisistas.

Se les cae el mundo, yo he visto gente que se cae en pedazos y


consultan a otros para que les ayuden a salir, Entonces aparece al-
guien de la familia que había usado drogas antes y les cuenta que
había dejado, y eso los consoló.

No es posible entender la función hedónica del sujeto y del


mundo sin el narcisismo. Herirlo implica destruir los sentidos de
su presencia ante los otros, desbaratar ese andamiaje mágico que
le provee de consistencia significante. Cada herida narcisista
implica un desmoronamiento de las razones del ser ante los
otros, hasta el punto de colocarlo al borde de la destrucción
cuando estas heridas se vuelven insoportables.

270
No llama la atención que el colegio, ante la acometida de la
familia que lo acusa, se vuelque contra los estudiantes, los sata-
nice y los arroje a la calle porque su presencia destruye su ima-
gen. Con una imagen así deteriorada, ya no es dable vivir.
Es importante resaltar que las peleas en casa, los divorcios o
las separaciones constantes causan estragos en niños y adoles-
centes porque, de una u otra manera, la pareja parental cohesio-
na su vida, la provee de sentidos y oferta cierto nivel de seguri-
dad básica. Los desórdenes familiares, cada vez más frecuentes,
desorganizan la vida de hijas e hijos pues los coloca de cara a
una especie de vacío de significación en el que se sienten a pun-
to de caer.
Junto a las experiencias de las violencias domésticas y de las
separaciones, se encuentran ciertas actitudes de mamá, de papá
o de ambos que dan cuenta de distancias, desamor y hasta de
violencias en contra de sus hijos que no se saben queridos ni
apreciados.

Los problemas familiares influyen bastante, Muchas veces los pa-


dres están separados, entonces los hijos tienen un problema psico-
lógico, A veces los padres no aceptan a su hijo como es y eso le
baja la autoestima, entonces empieza a buscar ayuda en la droga
para sentirse bien, con una personalidad alta,

Los Estados Unidos representan, desde todos los puntos de


vista, la cabeza de los esfuerzos desarrollados para enfrentar el
problema desde sus raíces. Más allá de las buenas intenciones y
de las innegables acciones desarrolladas por todas partes, inclui-
dos los mismos Estados Unidos, se escuchan las voces del fra-
caso. En buena parte, este fracaso se debe a su visión sistémica
del problema y al desconocimiento de los procesos culturales
que se crean y recrean de manera incontrolable en un tiempo ló-
gico que se acelera cada día más. Es lo que sostienen Coletta A.
Youngers y Eileen Rosin (2005:20):

271
En el extranjero, las políticas estadounidenses en esta materia han
tenido por objetivo la disminución de la oferta de drogas, especial-
mente de cocaína y heroína, mediante restricciones a la producción
en los países de origen y el decomiso de los cargamentos en trán-
sito. A mérica Latina y el Caribe son los principales escenarios de
estas medidas.

El gobierno de los Estados Unidos ha declarado la guerra


contra las drogas: en los últimos 25 años, el gasto norteamerica-
no en esfuerzos de control de drogas en el extranjero ascendió a
45 mil millones de dólares, según cifras oficiales. El 80 por
ciento se destinó a la reducción de cultivos de sustancias prohi-
bidas y el resto a prevención o estrategias de reducción de da-
ños. Los resultados del estudio muestran claramente los costos
reales de lo que ha pasado a ser una guerra imposible de ganar.
Youngers y Rosin señalan que la teoría política impulsada
por los Estados Unidos –el principal país de consumo de dro-
gas– tiene una lógica económica. Si se reduce la oferta, aumen-
tará el precio y disminuirá la demanda. Así, si se ataca la pro-
ducción de drogas en América Latina, supuestamente bajaría la
cantidad de drogas disponibles y, por ende, subirían los precios.
En los Estados Unidos, la edad de iniciación en el consumo de
sustancias prohibidas descendió notablemente. Mientras tanto,
los precios de la cocaína y la heroína se encuentran en los nive-
les más bajos de la historia.
Para las autoras, el tráfico se asemeja más a un globo que a
un campo de batalla. “Cuando uno aprieta una parte del globo,
el aire se desplaza a otro sector. De igual modo, cuando se apli-
can medidas para suprimir la producción de coca en una zona se
ve que rápidamente comienza a cultivarse en otra, sin tener en
cuenta las fronteras nacionales”. De ahí los efectos que se han
producido en el Ecuador por la ejecución del denominado Plan
Colombia en lo que respecta a la producción y el tráfico de dro-
gas. Lo cual tiene que ver, de manera directa, con los usos de

272
drogas que no son ajenos a estos complejos procesos que la vi-
sión sistémica ha pretendido simplificar a lo largo de las tres úl-
timas décadas.
En el país hay cada vez más drogas, pese a las constantes in-
cautaciones por parte de la policía nacional y que llegan, apro-
ximadamente a las 7 toneladas métricas por año, afirma Rivera
(2005).
Por ende, es indispensable mirar el problema con diferentes
miradas a las ya estatuidas para crear nuevos discursos que faci-
liten la comprensión de realidades cada vez más complejas, pues
no se trata de analizar las drogas como cosas sino como realida-
des imaginarias y simbólicas en constante relación con sujetos
que las significan cada vez de manera diferente.
Por ello y por mucho más, es preciso retornar a los sujetos
que no son números en una tabla estadística sino deseos, angus-
tias, placeres, expectativas, vidas llenas, sufrimientos, vidas va-
cías, también vidas repletas de gratificaciones y expectativas.
No están necesariamente bien porque no usen drogas ni mal por-
que las usen. A lo mejor ellos digan lo contrario. Porque no se
puede echar una línea divisoria entre quienes usan y no usan pa-
ra colocar el bien-estar o el mal-estar-en cada uno de los bandos.
Hacerlo implicaría caer en los mismos reduccionismos que han
guiado buena parte de los estudios sobre las drogas y, sobre to-
do, las intervenciones en la población juvenil para alejarla de la
droga o para sacarla del vicio, según los casos.
Quizás convenga aceptar, de una vez por todas, que no se
puede limpiar de drogas ni nuestros países latinoamericanos ni
el mundo. Por lo mismo, la cuestión versaría sobre las estrate-
gias posibles y eficaces para que sea cada vez menor el número
de adolescentes y jóvenes que acceden a la marihuana, la base,
las pastillas.
Los criterios sencillos, y a ratos profundos, de las personas
poseen valores intrínsecos que, con frecuencia, podrían ser más
eficaces que los muy elaborados por técnicos y profesionales.

273
La vagancia es la madre de todos los vicios, se ha dicho, ge-
neración tras generación. Por lo mismo, si chicas y muchachos
están siempre ocupados, entonces, por arte de magia, no caerán
en la tentación de las drogas. Continuidad de los léxicos anti-
guos con los que se ahuyentaba la presencia del mal. En las so-
ciedades tradicionales persiste aún la fobia al ocio, al tiempo
que decurre mansamente y que no exige nada sino apenas sen-
tirlo en el silencio y la soledad, o en medio de una música es-
cuchada a todo volumen. La cultura occidental lo atacó incluso
con saña y se inventó mil cosas para que niños, jóvenes y ado-
lescentes se hallen siempre ocupados. Si al tiempo ocupado se
añadiese un buen control parental, entonces se habría escrito la
fórmula perfecta de una prevención que se resiste a aceptar que
ha fracasado.
Ubicada en la tradición y en la experiencia personal, la rece-
ta de una joven señora debería ser eficaz:

Los chicos deberían estar siempre ocupados, haciendo deporte,


porque el deporte te obliga a hacer cosas y no otras, Y los padres
deberían preocuparse de que sus hijos tengan siempre actividades
que hacer, Mis padres me dieron siempre libertad pero con la segu-
ridad de que yo tenía cosas que hacer, y siempre tenía control, Es-
to es importante para no usar drogas, Los papás deberán dar liber-
tad a sus hijos pero con la seguridad de que harán más o menos lo
que se espera que hagan,

Se trata de la ética del bien y del mal que rechaza los térmi-
nos medios por inaceptables, posición elemental que se remonta a
los tiempos en los que primaba, sobre toda otra, la opinión, la del
amo. El trabajo es bueno por sí mismo, lo mismo que el control
sobre los hijos. La libertad no es un derecho de los sujetos sino un
don otorgado de manera benigna por el poder del amo.
Imposible interpretar y vivir el mundo de hoy con esta
lógica de fuerzas antagónicas o con una ética de principios

274
contradictorios y simplistas. Por lo contrario, nada es bueno ni
malo en sí mismo. Son los sujetos en su cultura quienes cons-
truyen valores con las cosas, dependiendo de las circunstancias
y de las condiciones de la existencia subjetiva y social.
Carece de toda lógica armar una impresionante guerra en
contra de las plantas de coca y de marihuana para eliminarlas de
una vez por todas porque representan al diablo medieval. Tal vez
en estas plantas han sido colocados los males de nuestro tiempo,
la falta de conciencia moral y de dolor por las masacres a pue-
blos que creen cosas distintas o viven vidas diferentes, las cul-
pas por los despilfarros en armas de exterminio masivo mientras
millones de niños mueren de hambre.
Mientras tanto, si por una parte el mundo de hoy se ha afa-
nado en abrir sus horizontes y descubrir los infinitos matices que
median entre el bien y el mal de la moral binaria, todavía cier-
tos sectores de la sociedad y del poder siguen aferrados a las
normas fósiles de esa moral pauperizante.
También desde esta ética, la propuesta es una sociedad de
culturas juveniles en perenne acto deportivo, como si el deporte
se hubiese convertido en el sustituto de la vida de los monjes
que pasaban el día entero en perpetua oración para que en sus vi-
das y deseos no se cuele el mal.
La familia constituye el espacio original de toda la organiza-
ción simbólica del sujeto. Allí se produjeron las primeras nomi-
naciones que aseguran la existencia entre los otros, al tiempo que
se marcaron las originales rutas para la construcción de las expe-
riencias placenteras. Aunque cada día quede menos de la familia
tradicional, las nuevas formas de vida familiar probablemente es-
tén mucho más comprometidas con el rescate de la subjetividad
de cada uno de sus miembros por cuanto, en el lugar ocupado por
la prepotencia absoluta del padre, aparecen nuevos lenguajes sos-
tenidos en principios antes inexistentes como los de equidad y
solidaridad. En lugar del poder y el sometimiento, las ternuras
tienden a amalgamar la vida de la familia contemporánea.

275
No se trata de que el papá y la mamá estén hablando solo de dro-
gas, sino de que sean capaces de hablar de todos los temas posi-
bles, incluida la droga, Por ejemplo, si los chicos van a una fies-
ta, decirles que en las fiestas ahora hay de todo, que ahí se pue-
de encontrar droga y que va a depender de ellos usar o no usar,
Que la familia sea un espacio en el cual tanto los hijos como los
papás puedan exponer sus dudas, vivir sus cosas, Un lugar en
que se pueda hablar de cualquier cosa sin vergüenza, A eso se lo
llama confianza,

La prolongación de la adolescencia determina que las refe-


rencias a la familia de origen se extiendan, no solo por dificul-
tades de orden económico, falta de empleo y prolongación de
los estudios, sino porque existe un sentido profundo de despro-
tección fuera del ámbito familiar.
Es preciso reconocer que la prolongación de la adolescencia
lleva consigo una suerte de temprana emancipación del régimen
parental. Pero ello no tiene efecto en cuanto a la dependencia de
la familia en tanto tal, cuyo significante fundamental podría ha-
berse centrado en el domus, es decir, en el sentido de lo domés-
tico. En la actualidad pesa mucho más el sentido de hogar, lugar
privilegiado de las cercanías de los cuerpos, de la mesa compar-
tida. Estos cambios, en lugar de conflictuar las relaciones gene-
racionales, como se esperaría, por el contrario, han permitido
nuevas formas de relación. Estos cambios en las relaciones fa-
miliares ya se hicieron evidentes en el último tercio del siglo
XX, y fueron consignados por Burguière (1988:14): “En nues-
tros días, en Occidente, las relaciones entre generaciones se han
vuelto más fáciles en la medida en que ni los ancianos ni los jó-
venes dependen unos de otros”. La autonomía es uno de los bie-
nes que las nuevas generaciones aprecian sobre muchas otras
realidades domésticas y sociales.
Estas diferencias determinan que las posibles intervenciones
de la familia en torno al tema de los usos de drogas sean cada

276
vez menos frecuentes y menos eficaces. Es casi lógico que esto
acontezca porque se han interrumpido o, mejor aún, se han roto,
los antiguos canales de intercambios sostenidos en el poder. Por
lo mismo, pese a los intentos de ciertos discursos oficiales, ya no
es posible dar marcha atrás, porque ese tiempo ya no existe.

Sabes que la familia ya no hace nada, lo más que puede decir es


que las drogas son malas, o de las consecuencias que pueden aca-
rrear, simplemente dice que está mal, A demás suponen que con la
supuesta buena educación que les dieron a los hijos ya todo está
arreglado y que nunca van a usar drogas, Se olvidan que fueron
jóvenes y que pasaron por este tipo de problemas, y no conversan
con sus hijos de las experiencias que ellos tuvieron para que las
puedan valorar, Es que lo que ellos vivieron y aprendieron sobre
las drogas a lo mejor ya no sirve,

No es indispensable vivir con la moral del bien y del mal en


la mano para apoyar la vida de hijos e hijas. No se requiere de
esos supuestos mandatos que nunca han dado resultado. Al re-
vés, hacen falta nuevas actitudes en las que prime el principio de
equidad y de respeto a la vida, a la palabra y a la libertad del
otro. La libertad tendría que ser entendida en los tiempos actua-
les como dependencia elegida y sostenida en las ternuras y en la
libertad del otro.
Cualquier relación que implique sometimiento irrestricto al
deseo del otro no es sino violencia, puesto que se sostiene en el
desconocimiento del sujeto, de su deseo, de sus espacios y sus
tiempos. Eso implica la sencilla aceptación de que papá y ma-
má, igual que el colegio y el Estado, no son dueños de sus hijos.
Pero ello no asegura el que un hijo construido en libertad y
autonomía se vea libre de acceder a las drogas. Las ternuras y
las libertades no se constituyen en vacunas infalibles, apenas si
podrían señalar las mejores posibilidades, si cabe la expresión,
puesto que eso apenas si constituye una parte de la existencia y

277
de la cotidianidad construida en cada momento con innumera-
bles realidades nuevas y con no pocas antiguas.
En la actualidad, la familia es mucho más asunto de lengua-
jes que de parentesco debido a las nuevas formas de hacer fami-
lia que se dan por causas propias de la cultura y por razones exó-
genas a ella como, por ejemplo, la migración. Así se construyen
maternidades, paternidades y filiaciones desde las nominaciones
como producto de afectos, cuidados, respetos, con personas que
no son ni papá, ni mamá, ni hijo.

Porque las relaciones familiares buenas y con buenas bases te ayu-


dan a mantener tu estima en alto, te ayudan a seguir tu vida y a en-
frentar todas las situaciones que puedan venir en tu vida, Las fa-
milias comunicativas son las que te ayuda a prevenir la caída en
las drogas, o también a dejarlas, siempre es mejor si alguien te
quiere de verdad,

No solo la gente común y corriente maneja lenguajes que


pertenecen a los lugares comunes y que, probablemente, preten-
dan decir algo, pero un algo inespecificado, ambiguo, tan vago
que finalmente no dice nada. Por ejemplo, ¿en qué consisten las
relaciones familiares buenas? ¿Cómo integran en su cotidiani-
dad y en sus propias representaciones ese carácter de bueno el
hijo y el papá? Es probable que lo bueno para el papá no lo sea
necesariamente para el hijo, y viceversa.
Sin embargo, aún persiste esa tabla de valores éticos, econó-
micos, afectivos, religiosos, construida por la tradición y que
probablemente ya no sirvan ahora para asegurar un buen vivir.
Por lo mismo, las culturas juveniles contemporáneas darían
cuenta de que ese sistema axiológico ya no funciona porque no
permite afrontar nuevas formas de vida, principios y regulaciones
que ya no pasan por lo doméstico sino por otros lugares, casi
siempre virtuales o mágicos como, por ejemplo, la música, fuen-
te de criterios estéticos y éticos. Así ve su mundo una muchacha:

278
Yo considero que no depende mucho de los valores de siempre, si-
no de cómo cada persona ve su realidad, Yo, por ejemplo, no consu-
miría porque no necesito consumir para resolver mis problemas, En-
tonces, eso ya depende de cada quien, Porque cada quien tiene su
forma de pensar y cada quien es capaz de decidir si quiere consumir
o no, Y si es que se deja llevar por el qué dirán, si te dicen que ya
no eres parte del grupo, o que no estás en nada porque no consumes,
qué pena, porque yo creo que sí hay otras formas de estar bien, y me
busco otro grupo que me acepte, consuma o no drogas,

No estar en nada es la nueva expresión con la que se trata de


señalar la pertenencia de cada chico y chica al mundo que les
pertenece, a los lenguajes específicos que los hace, a las fiestas
que les provocan placeres e incluso a las drogas aunque, como
se ha señalado, nadie obliga a usarlas.
¿Qué podrá hacer la familia para construir con niñas niños,
primero, y luego con los adolescentes estas nuevas representa-
ciones mentales y éticas de autonomía? No se trata, dice la chi-
ca, de seguir las buenas costumbres o las excelentes enseñanzas
domésticas, sino de asumir la palabra y el deseo propios. Difícil
tarea en un mundo aún construido de forma vertical.

Hay que buscar otras alternativas, Por ejemplo, en mi caso, yo ten-


go la música, yo busco la música para poder pensar en mis proble-
mas, para poder resolver mis cosas, para poder formar otro tipo de
grupos, sacando la droga de nuestras actividades cotidianas, con
grupos voluntarios, que no sean grupos de consumo,

El rock, ya han dicho, está emparentado con la marihuana, y


los raperos han hecho liga con la base, y así sucesivamente, por-
que las drogas y el placer se han emparentado y no diferencian
mucho unas actividades de otras. También en las relaciones
amorosas y en las prácticas sexuales pueden estar presentes las
drogas como uno de los múltiples significantes del placer.

279
Por eso, los informantes hablan de crear espacios en los que
no se invite a la droga, en los que la droga haga presencia por su
ausencia. No hablan de ninguna necesidad de aborrecerla por-
que hace rato abandonaron la ética de los dogmas. Por otra par-
te, jamás los ha convencido la idea de guerra alguna y menos
aún, la guerra a las drogas, a la marihuana.
La noción de personalidad es parte de una psicología que se
propuso domar a los sujetos mediante la adaptación a las normas
sociales y familiares que deben ser respetadas en el día a día de
la vida. La personalidad fuerte es la que se resiste al mal que
consiste en no repetir las normas. No tiene personalidad quien se
deja llevar por sus deseos, su voluntad y su propio poder, volun-
tad de poder, diría Nietzsche. La personalidad aparece, enton-
ces, casi como un objeto de lujo, un gran vestido de marca que
el sujeto luce ante los otros para ser admirado y hasta envidiado.
Para esta psicología, la personalidad se hace mediante el some-
timiento acrítico a las normas y a la ley, hasta convertirla en es-
tilo de vida.
Desde que Freud habló del sujeto de lo inconsciente, ya no
hay lugar para este ídolo llamado personalidad, porque el incons-
ciente actúa de espaldas a toda propuesta y a todo lenguaje, pues
posee el suyo propio. Las pulsiones no se socializan sino muy par-
cialmente, por eso existe un malestar en la cultura y en el sujeto
que no desaparece nunca. Ya Nietzsche hablaba del sujeto como
multiplicidad que destruye, de un solo tajo, la protesta de esa per-
sonalidad conductista que permanece idéntica a lo largo de la vi-
da porque, si cambiase, entonces el sujeto sería ubicado en el gru-
po de los débiles que carecen de personalidad. Por lo mismo, es-
te sujeto no sería otra cosa que la ficción de unidad que no exis-
te, de una unidad que desconoce que cada uno se encuentra frac-
cionado por los lenguajes y los deseos, por la ley y los placeres.

El asunto de no consumir drogas es asunto de personalidad, Si vos


tienes personalidad, eres capaz de decidir por ti solo, porque na-

280
die te va a obligar ni van a meterte la droga en la boca a la fuer-
za, Vos eliges, Desde luego que en esto tiene que ver el entorno en
el que te has criado,

El sujeto, al margen de su condición social, de su edad o co-


nocimientos, nunca es tan dueño de sí mismo como se suele
creer. Su historia es algo mucho más amplio y complejo que la
sumatoria de sus relatos y de sus experiencias, de la formación
recibida y de su voluntad. Su complejidad estriba en la presen-
cia de lo inconsciente que actúa a sus espaldas sin que pueda ser
detectado y peor aún dominado. Por eso, las decisiones estarán
sobredeterminadas y no se sujetarán de manera necesaria a los
códigos de las buenas costumbres ni de las buenas intenciones.

281
PRESIONES Y DISCORDIAS

Parte de la complejidad que implican los usos de drogas se des-


prende del hecho de que los grupos juveniles se han colocado en
el punto preciso de la contradicción existente entre sus propios
discursos y lo que norma y espera de ellos la sociedad de los
adultos. De igual manera pesa su visión más bien benigna de los
usos frente al repudio sin ninguna clase de matices que caracte-
riza a las instancias del poder.
Las posiciones antagónicas entre los dos grupos surgen,
pues, de los diferentes modos de representarse el mundo y de
asumirlo. Es esto lo que no se ha logrado establecer para imagi-
nar otra clase de acercamientos a este nuevo mundo. Porque ya
no se trata tan solo de entenderlo sino también de asumirlo por-
que no existe ningún otro mundo posible más que este en el que
crean lenguajes múltiples, actúan en concordancia y construyen
su futuro.
Es precisamente esto lo que propone Giddens cuando plan-
tea que la única manera de entender lo que está aconteciendo es
realizar un análisis institucional de la contemporaneidad, po-
niendo todo el énfasis posible en aquello de la cultura que inter-
viene en las construcciones de los nuevos sujetos. En efecto, es
urgente colocar miradas críticas sobre la cultura, las normas, los
acontecimientos de la tradición para ver su posibilidad o impo-
sibilidad de ser asumidos por las nuevas generaciones. Ello im-
plica resaltar la renovación de las culturas e instituciones en tan-
to efectos de procesos irreversibles.
Este análisis evitará que las innovaciones se vuelquen con-
tra los sujetos y les causen daños. Para el autor, los mayores
cambios que se han producido tienen lugar en la vida privada
como la sexualidad, la familia, la autodeterminación. “La
transformación de la intimidad puede tener una influencia sub-
versiva sobre las instituciones modernas consideradas como un
todo”, señala Giddens (2006:13). En consecuencia, resulta

282
indispensable acudir a esta intimidad para comprender las ina-
decuaciones que se dan entre las representaciones de las insti-
tuciones del Estado y las prácticas democráticas que se produ-
cen en la intimidad.
Se dan inadecuaciones de este orden entre los discursos ofi-
ciales sobre las drogas y su presencia en la intimidad del sujeto
que hace parte del grupo. Por ejemplo, mientras, en el grupo, la
droga cohesiona y abre espacios para los intercambios, el dis-
curso oficial únicamente da cuenta de los daños que las drogas
ocasionan. En el grupo, el sujeto construye sentidos cada vez di-
ferentes, lo que convierte a la droga en una serie de metáforas
que van desde la explicitación de la intimidad hasta la expansión
en el mundo social. En cambio, para el discurso oficial, la dro-
ga es dañina y peligrosa siempre y en cada circunstancia.

Es algo medio tonto: por lo general, los chicos sabemos que las
drogas hacen daño, pero nos gusta y decidimos seguir utilizando,
Yo sé que las drogas son malas, pero me hacen sentir bien ahora,
Si tienes problemas y te drogas, sientes un placer inmediato,

Esto que parece incomprensible forma parte de este nuevo


orden. Por eso, como ya se ha señalado, chicos y grandes prefie-
ren usar drogas en grupo porque tan solo ahí se construyen las
nuevas intimidades. Por lo contrario, quien prefiere usarlas en
solitario, se hace daño.
La sociedad responde con campañas en las que la lucha con-
tra la droga es lo prioritario. La campaña oficial Diga no a las
drogas y otras similares no han surdido efecto porque constitui-
rían una clara demostración de que el otro, el que se encuentra
en las instituciones, al desconocer lo que acontece en la intimi-
dad, se propone deshacer esa intimidad por considerarla inade-
cuada y perniciosa.
Hasta los adultos que se permiten realizar reflexiones sobre
lo que acontece con los chicos y sus drogas reconocen que esas

283
campañas resultan inútiles porque son incapaces de crear nuevos
saberes y nuevas actitudes en quienes ya no estarían para asumir
tales mensajes con los ojos cerrados.

Estas frases, como Dile no a la droga, no han surtido ningún efec-


to, no sirven ni para los adolescentes ni para los jóvenes por igual,
Nosotros ya lo hicimos en el colegio y averiguamos si esas frases
habían hecho resonancia, Pero descubrimos que no pasó nada, Los
chicos ya sabían todo tanto sobre la sexualidad como sobre las dro-
gas, Esas frases no crean nuevas actitudes ni en los adolescentes ni
en los jóvenes,

Para la posición oficial, el mensaje sería tan contundente que


nadie se atrevería ni a rechazarlo ni a refutarlo. Pero justamente
esa aparente consistencia impide que se abran nuevos espacios
en las representaciones de chicas y muchachos.
Lo rechazan porque un mensaje cuanto más lacónico se pre-
senta, menores superficies ofrece para la discusión y para cual-
quier posible mediación. Incluso, desde la perspectiva del otro,
ese discurso poseería claras intenciones performativas. Es decir,
pretendería cortar, de un solo tajo, las culturas que se gestan en
el interior de esas nuevas formas de intimidad. En la actualidad
el yo, señala Giddens, es un proyecto reflexivo que se ejecuta en
medio de un sinnúmero de recursos reflexivos que provienen de
los medios de comunicación, de la música, del cine y también de
las psicoterapias. Precisamente contra este principio atentaría
ese lacónico Dile no a las drogas.
Si el mundo no cesa de invitarlos a esa creación autorrefle-
xiva, esos mensajes carecerán de la más mínima lógica que los
sostenga, porque aparecerán para deshacer mas no para cons-
truir. En consecuencia, la respuesta es el rechazo.

Esas campañas son, por así decirlo, absurdas, como si la marihua-


na no viniera a quedarse en mí, Hablando de la marihuana, que es

284
la droga más común, la marihuana te hace menos daño que el ci-
garrillo, Con la marihuana no tendrás los efectos secundarios que
puedes tener con otras drogas, no tendrás, por ejemplo, tanta an-
siedad, Entonces la marihuana se quedó, Si pruebas una vez, ¿qué
te va a hacer? Chupamos, y ya, vamos a ver qué tal con esto, igual
no me voy a hacer adicto,

Mientras estas campañas derivan de una ley antidrogas, los


usos se producen y se sostienen en otros registros culturales que
permanecen ignorados por las instituciones de prevención y
control. Es probable que estos mensajes surjan de la guerra de-
clarada a las drogas.
Estas percepciones no pertenecen tan solo a los adolescentes
y jóvenes, sino también a los medios de comunicación que cri-
tican el tono y los contenidos de esos mensajes que utilizan el
miedo como estrategia de prevención. Lo dice un periodista:
Dile no a las drogas, Ellos piensan que eso es una campaña de pre-
vención, pero no es en verdad una campaña de prevención, porque
más bien tratan de asustar a los niños y a los adolescentes, Es co-
mo si una niña con su uniforme tiene miedo de cruzar la calle por
los autos y no lo hace, o no se relaciona con alguien porque tiene
miedo a los otros niños,
Esas campañas están destinadas a generar miedo, Yo conozco una
mamá que lleva a sus hijos al penal para que vean qué les va a pa-
sar si se portan mal,
Las escuelas llevan al Virgilio Guerrero16 a los niños y adolescen-
tes para que vean a los chicos encerrados, para que sepan lo que
podría sucederles, Como si eso fuese un zoológico, Pero así nun-
ca se enseña nada,

Cualquier proceso de prevención debería partir de una cla-


ra definición de drogas y de lo que se entiende por prevención.

16 Centro estatal de rehabilitación de adolescentes infractores ubicado en Quito.

285
Como se ha señalado, el concepto drogas no es unívoco sino
eminentemente polisémico. Aun cuando se realicen esfuerzos
lingüísticos y técnicos para aclarar el concepto, esa polisemia
no va a desaparecer. Igual acontece con el concepto prevención,
profundamente ligado a las ideologías sociales y de salud.
Si la definición que se da a estos términos es demasiado res-
trictiva, se corre el riesgo de no aprovechar las oportunidades de
ligar las actividades tendientes a la prevención con muchas otras
de la vida cotidiana que tienen que ver con el bienestar. De igual
manera, si la extensión de concepto es demasiado amplia, se
pierde la especificidad diluyéndola en inútiles generalidades.
En el trabajo de definición de las drogas se tendrían que in-
cluir las representaciones que de la misma poseen las culturas
juveniles. El término drogas se halla totalmente contaminado
con posiciones políticas e ideológicas de todo orden, hasta el
punto que ha terminado significando el paradigma de la presen-
cia del mal en estas nuevas culturas. Una especie de nuevo de-
monio que sustituye al de las antiguas religiones.
En cualquiera de los dos casos, los resultados anticipados o
materializados podrían no ser ni tan significativos ni duraderos
como se habría esperado. Alcanzar los objetivos planteados por
los programas de prevención implica la necesidad de contar con
definiciones claras y consensuadas de estos términos que permi-
tan la selección de metas realistas y estrategias apropiadas.

Creo que en esas campañas se hace mucha mofa de las personas


que consumen drogas, las hacen aparecer ridículas, les hacen que-
dar mal, También les hacen aparecer como delincuentes, como si
fueran traficantes. Hacen que los usadores aparezcan como el ma-
yor problema social, Con eso no se crea una verdadera conciencia
en la gente, Y solamente se ponen las imágenes de los drogadic-
tos, y ustedes verán de qué manera las toman, Las campañas debe-
rían ser algo educativo, Pero, tal como aparecen en la televisión,
más bien inducen al consumo,

286
¿De qué manera reconocer que los usos también producen
satisfacciones y que, al mismo tiempo, hacen daño, como el ci-
garrillo y el alcohol? He aquí una de las brechas que no han lo-
grado superar los programas de prevención. Además, ¿de qué
manera colocar en el discurso el hecho de que esta doble cara de
las drogas no guarda ninguna relación con la legalidad o ilegali-
dad sino que, por el contrario, pertenece al orden de la subjeti-
vidad? Ello conduciría al tema inicial de que las drogas en sí
mismas son cosas, materialidad pura, que tan solo adquieren el
valor y los destinos otorgados por los sujetos.
La UNODC y otros expertos definen el término drogas co-
mo toda sustancia con características psicoactivas, incluyendo
alcohol, tabaco, inhalantes y fármacos, autoadministrados sin
supervisión médica con el fin de cambiar el humor, la forma de
pensar o actuar de una persona, y con el solo propósito de diver-
tirse. Por lo tanto, la prevención tendría que ver con los esfuer-
zos realizados por la comunidad, incluidos adolescentes y jóve-
nes, para analizar los sentidos que poseen las drogas en los usos,
los llamamientos que realizan los usadores y no usadores, y los
valores de las experiencias con el propósito de evitarlas.
Son necesarios nuevos giros lingüísticos, conceptuales y ac-
titudinales que no surjan de la guerra a las drogas, ni de esa vi-
sión maniquea del mundo. Sino, por el contrario, que tomen en
serio al sujeto en su mundo, que no es tan malo como conside-
ran los mesías que siempre se encuentran listos para salvar a la
humanidad de todos sus males.
Lo terrorífico no puede convertirse en instrumento educati-
vo porque, en lugar de movilizar al cambio, produce resisten-
cias en quienes no aceptan que su mundo personal pertenezca a
los registros del terror. Las campañas, mediante la fuerza del
enunciado represor, buscan que cada adolescente se convierta
en un culpable en potencia, si no en acto, puesto que casi siem-
pre se pretende que el producto de la campaña sea un sujeto alu-
dido. El miedo, como estrategia educativa, forma parte de una

287
tradición encargada de prolongar las enseñanzas de la Inquisi-
ción, cuyo sustento fundamental consistió en su visión mani-
quea del sujeto y de su mundo. No se puede negar que nuestra
sociedad es cada vez más compleja y que se halla atravesadas
por innumerables adicciones, tan o más dañinas que el consu-
mo de drogas. El miedo que cualquier tipo de campaña provo-
ca puede revelarse de múltiples maneras: por ejemplo, el niño
se sentirá mal si no posee un determinado juguete, o la chica
percibirá que su piso se hunde si engorda o si no frecuenta de-
terminados lugares de diversión.
Los informantes señalan que hace falta una nueva actitud
que tome en cuenta lo personal y lo doméstico más que lo poli-
cíaco y que es necesario abandonar esa actitud de fatalidad emi-
nentemente culpabilizante. Cuanto más que, de hecho, la actual
es una cultura que se ha propuesto erradicar toda culpa, puesto
que la propuesta consiste en convencer de que todo placer es, no
solo posible, sino legítimo.

Faltan otras estrategias más personales, más domésticas, menos


policíacas, Es decir, modificar las relaciones de los estudiantes con
sus maestros para que ahí se pueda hablar de todo esto, Esas pro-
pagandas Dile no a las drogas pueden quedar en el consciente, pe-
ro ahí no más, tendrían que ser reforzadas con otras estrategias que
no presenten únicamente el mal y la muerte,

Para los discursos oficiales, no cuentan las distinciones que


realizan las culturas juveniles, que conocen bien que hay mu-
chos de sus compañeros y amigos que de vez en cuando usan al-
guna droga pero que luego la dejan porque no les interesa más,
mientras que hay otros que lo hacen con cierta periodicidad y
que, finalmente, hay otros que lo hacen de manera constante.

Los programas de prevención que existen no están bien direccio-


nados porque siempre utilizan el miedo, Hace como tres años,

288
había uno que decía: no juegues con tu vida, había otro que decía:
dile sí a la vida y no a las drogas, Incluido eso de las fiestas sin
violencia, en todas esas vainas, siempre el miedo, El miedo viene
de la política que se niega a sí misma a ver de otra manera las co-
sas, Siempre se va más a los supuestos efectos pero nunca a los im-
pulsos de la personas que le llevan a usar,

289
RETORNO DEL SUJETO

Se ha convertido un lugar común escuchar que las drogas cons-


tituyen uno de los mayores males de nuestro tiempo porque día
a día aumenta el número de usadores que optan por hacerse da-
ño de manera propositiva, incomprensible e inaceptable. Razo-
nes más que suficientes para justificar la guerra a las drogas y
todos los esfuerzos que realizan los Estados para erradicar un
mal que, contracorriente, se resiste a desaparecer y que, por lo
contrario, se afianza en las prácticas de la gente joven y de un
importante grupo de adultos que vienen haciéndolo desde su
adolescencia o que recién ahora han optado por engrosar filas.
Estas posiciones son las que han justificado todas las accio-
nes tendientes, primero, a evitar que las nuevas generaciones
tengan acceso a las drogas y, segundo, a hacer lo posible para
que quienes ya se encuentran en ese mundo prohibido salgan
cuanto antes por los riesgos que implica para la salud personal y
la salud pública.
Algunos sectores de la sociedad utilizan ciertas estrategias
para que la imagen perniciosa de los usos de drogas llegue a for-
mar parte fundamental de las representaciones personales y fa-
miliares. Por ejemplo, se insiste en que ciertos crímenes han si-
do cometidos porque el actor se encontraba bajo los efectos de
alguna droga.
Tampoco a adolescentes y jóvenes que usan drogas les es
ajeno el tema de dejar de usar, de modo especial cuando aumen-
tan tanto las frecuencias como las cantidades. Sin necesidad de
recurrir a imágenes terroríficas, se plantean estrategias que para
unos son altamente viables, aunque no las consideren necesarias
ni tampoco como las últimas tablas de salvación.
Si con los amigos se pasa el tiempo, si con ellos se encontró
la marihuana, también con ellos se la podría dejar. En este sen-
tido, un lugar especial ocuparían los amigos que no usan, porque
se convertirían en un referente capaz de brindar seguridades tal

290
vez más consistentes que las que podrían ofrecer quienes sí lo
hacen. Es probable que el amigo que no usa posea una suerte de
cualidad imaginaria, si se quiere, pero de todas formas una cua-
lidad calificada como tal, más por la sociedad de los adultos que
por ellos mismos.
Pero no son ingenuos, saben que es mucho más fácil decir sí
que decir no ante las propuestas de lo prohibido y de lo que ofre-
ce placeres. Eso está enraizado en la mitología personal más que
en la social. En consecuencia, los informantes reconocen que ahí
cada quien se enfrenta a una fuente de incertidumbres. Todos los
lenguajes evocan la incertidumbre porque de ahí nacen y están
para evidenciar aún más la condición contingente de cada sujeto.

Obvio, sin duda que, si tus mejores amigos no lo hacen, tú te vas


a ver influenciado por ellos, Pero seguramente va a ser menos
efectivo que sus influencias para consumir, Es que el ser humano
es así, cuando le dices que sí, acepta más fácilmente que cuando le
dices no, es una regla natural, Es como cuando te vas a un mal res-
taurante, vas a decir a todos tus amigos que no vayan, pero si vas
a uno buenísimo, vas a decirlo solo a uno o dos,
Otro ejemplo, si viene alguien y te vende droga malísima que te
hace daño, dirás a todos tus amigos que no la compren, pero si ves
a alguien que te vende una droga buenísima, solo lo dirás a tus
amigos de confianza que vayan a comprar allá, Es que así obra-
mos, aunque no sepamos por qué,

¿En qué consiste el bien y qué determina que algo sea en sí


mismo malo? En la actualidad ya no hay respuestas unívocas y
peor aún definitivas a esta y a otras preguntas similares. Prime-
ro, porque las circunstancias se encargarán de marcar matices y,
luego, porque cualquier respuestas no será sino un esbozo de lo
que abarcarían las éticas contemporáneas. Por eso, como señala
el relato, cada sujeto forma parte de complejos juegos de lengua-
je en los que se construyen y transitan criterios de bondad y de

291
maldad cuya lógica no soporta ninguna regla ni permanente ni
unívoca.
Por otra parte, nada de lo que acontece a los sujetos, sobre
todo en el interior de las culturas juveniles, puede ser analizado
y valorado fuera de su contexto histórico, social y semántico.
Por ello, deberían rechazarse sin contemplaciones, como dice
Giuseppe Cacciatore17, aquellas “ideologías de la indiferencia y
del peor sentido común que anula las distinciones ideales y cul-
turales” destinadas a hacer invisibles las diferencias.
Si se anulan las diferencias, se anulan igualmente los proce-
sos de identidad. Las antiguas éticas proponían el pasado como
registro primordial de las identificaciones puesto que allá se en-
contraban los modelos a ser asumidos. En la actualidad, son ca-
da vez más necesarias las reflexiones semánticas sobre el tema
de la identidad, en un ámbito tan variable que ha conducido a
que se hable de transformación y transfiguración semántica de
la identidad. Ya Ceruti (1996) sostenía que parecía razonable re-
nunciar a cualquier intento, no solo de hablar y teorizar sobre la
identidad, sino también de poseerla.
Es necesario que la idea de bien posea una particular espe-
cificidad para que logre ser sintonizada por el otro, puesto que
los criterios valorativos pertenecen cada vez más al orden de la
subjetividad. Los valores surgen de posiciones criteriales que no
requieren consensos.
De ahí el valor constructor de significaciones que posee el
grupo para cada sujeto, puesto que se convierte en una especie
de microcultura que forma esa parte sobrante de la identidad que
desaparece en la colectividad social. Cada vez más, son los cri-
terios de los grupos los que terminan imponiéndose en la medi-
da en que son vividos como si se tratase de un bien común. Las
denominadas escalas de valores se vuelven menos sociales para

17 VII Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de


la Administración Pública, Lisboa, Portugal, 8-11 octubre, 2002.

292
responder a los niveles y calidad de la pertenencia del sujeto a
su grupo porque, habiéndose debilitado la metaforización de un
sí mismo, es el grupo el que ha tomado la posta.
Por otra parte, si bien el sujeto es un conjunto inacabado de
decires que se producen y reproducen en el campo del deseo y
del lenguaje, el grupo representa buena parte de la realidad sim-
bólica en la que se mueve cada adolescente. En el grupo, el va-
lor de la alteridad no consiste solamente en la posibilidad de
descubrir al otro en su ser, sino en el aludirse a sí mismo en los
lenguajes de los otros. En consecuencia, alguien que se aislase
para vivir en soledad perdería buena parte de su poder de signi-
ficación ante los otros, Eres nada si no tienes un grupo, dicen.

Para dejar las drogas, definitivamente los amigos, porque ahí se da un


sentido diferente a las cosas, porque hay un poder general para apo-
yarse y para sentirse bien y crecer, En el grupo se puede producir un
espacio para que se dé otro tipo de sensaciones, los amigos te dan una
motivación para hacer algo mejor, para sentirte mejor y limpiarte, No
eres nada si no tienes un grupo, si no perteneces a un grupo, por eso,
si empiezas a usar con el grupo, también sirve para dejar,

En efecto, la identidad es el producto inacabado de las rela-


ciones del sujeto con los demás. Poseer identidad significa cons-
truirla en la reciprocidad con los otros, puesto que constituye un
efecto de la posición dialogal de cada sujeto. En este sentido, el
carácter simbólico adquiere relevancia ya que el plano interpre-
tativo producido por los otros conduce a la construcción de la
propia identidad.
Los adultos no son ajenos a los procesos de identidad en los
que se hallan comprometidas las culturas juveniles, puesto que
estas no constituyen islas sino, por lo contrario, hacen parte de
la sociedad. Además, las identidades de los adultos se hallan ya
insertas en los nuevos procesos sociales y culturales ya que fue-
ron los actuales adultos quienes dieron inicio a los cambios. Por

293
lo mismo, es necesaria una mirada diacrónica para entender a las
actuales culturas juveniles que no se han hecho de la nada.
Uno de los efectos de estos procesos culturales se revela en
las nuevas concepciones de familia. Si bien consideran que aún
representa uno de los apoyos seguros en la cotidianidad, no de-
jan de mirarla como una realidad cultural que día a día pierde las
antiguas consistencias para crear otras basadas en principios co-
mo la solidaridad y la pertenencia que conforman las pilastras de
culturas juveniles.
Porque los informantes son conscientes de la fragilidad de la
actual familia, consideran que su valor consiste en la seguridad
en sí misma y, sobre todo, en su capacidad de aceptar los cam-
bios para integrarlos a su cotidianidad. Una familia de estas ca-
racterísticas estaría en capacidad de apoyar a los chicos a que
abandonen sus drogas:

La influencia de la familia es todavía importante, Es muy impor-


tante tratar de tener a la gente en un ambiente más sano, es lo que
te digo, porque, para los muchachos de hoy, todos los adultos so-
mos ancianos pasados de moda, Es importante que las familias de-
jen los prejuicios y que sepan que sus hijos están en situaciones es-
peciales y que tienen que ayudarlos, Por eso no juzgar a los hijos,
y esto es lo más importante que tiene que hacer para ayudar al hi-
jo con problemas,

La familia ya no constituiría el mejor lugar para la reproduc-


ción de los códigos que organizan y justifican la vida de las nue-
vas generaciones. Pero es necesario distinguir entre la familia
aferrada a la tradición de las nuevas familias que han realizado
importantes giros actitudinales y lingüísticos, lo que las ha con-
ducido a ser contemporáneas de sí mismas. Familias construidas
con nuevos criterios en los que la equidad y el derecho ocupan
lugares prevalentes. Son familias organizadas por parejas que
viven de cara al futuro y que ya no se aferran a la tradición que

294
aparece más como historia que como proyecto de vida. Esta nue-
va familia es importante porque se halla cada vez más habilita-
da para entender y aceptar los cambios irreversibles que se pro-
ducen en las nuevas culturas juveniles.
En lo que respecta a los sistemas de interpretación de las
nuevas culturas, el colegio tiende a ser más anacrónico que la fa-
milia, porque se debe a un sistema social y político que no ca-
mina. Por ello, para las nuevas generaciones, el colegio es im-
portante no en sí mismo, sino como lugar de concurrencia de los
pares con quienes se arman el presente y el futuro cercano, el día
a día que vale más que toda la historia y que podría convertirse
en algo más complejo que las grandes visiones futuristas.
Esto explicaría por qué algunos vuelven a la imagen del co-
legio que enseña desde la amenaza y el terror. Para que no se
usen drogas, se debería armar un discurso casi del terror, como
la señora que lleva a su pequeño a la cárcel para que constate
adonde van a parar quienes violan las normas. Con similar pe-
dagogía, es preciso enseñar la anatomía desbaratada por la dro-
ga que no perdona nada. Una pedagogía del terror que hizo tan
sumiso al mundo occidental y que ya no utiliza el castigo del in-
fierno sino, desde la ciencia, la química tóxica que desbaratará
el cuerpo en un santiamén. Desde ahí comenta un adulto:

Es fundamental educar y prevenir, generar el interés para que in-


vestiguen y sepan en lo que se están metiendo, ¿Sabes lo que te es-
tás metiendo con la perica? ¿Sabes lo que estás consumiendo
cuando te pegas ácidos? Cada uno de esos papelitos que usas se
queda en tu cuerpo, ¿Sabes que se quedará en tu cuerpo? ¿Sabes
que se quedará en la médula ósea?
Creo que hay que generar este tipo de preguntas de suma impor-
tancia, hay que señalar el tipo de órganos que se van dañando por
el consumo continuo de cocaína, por ejemplo, los tipos de defec-
tos que produce la marihuana, pero efectos de verdad, pues antes
se pasaban videos que no eran de verdad,

295
Los adultos ya han señalado la precariedad de la educación
frente a las exigencias del mundo de hoy. Por eso, ante los pro-
blemas de los usos de drogas, lavarse las manos también resulta
una buena alternativa. Ahora existen profesionales de la salud,
especialmente psicólogos, que están capacitados para ayudar a
los estudiantes. El colegio ya no puede hacer más de lo poco o
nada que ha hecho. Pero, como no existe ninguna alternativa vá-
lida de solución, lo mejor es expulsar del colegio a los usadores
con una nueva condición, que no se los admita en ningún otro si
no han recibido tratamiento adecuado porque, siendo como son
manzanas podridas, estos chicos serán capaces de contagiar su
podredumbre a todo el hermoso cesto de buenas y sabrosas man-
zanas que son sus compañeros.

Lo más conveniente sería tratar de ayudar a los chicos a que se les


dé tratamiento psicológico y ese tipo de cosas para que se den
cuenta de lo que están haciendo y dejen de consumir,
Tengo otro pensamiento con el que concuerdo, es que se les expul-
se pero que se obligue a los padres a que el chico esté en tratamien-
to antes de que vaya a otro colegio, para que estos chicos puedan
volver a ser insertados, aunque suene feo el término, en otro cole-
gio y no vayan a ser, por así decirlo, una manzana podrida y que
vaya a podrir al resto,

El informante pretende convencerse de que todo está entero,


de que es preciso evitar aquello que separe, que corte y que di-
ferencie. Rechaza la posibilidad de que la diferencia actúe y sea
reconocida como tal. Para ello acude a lo más pernicioso de la
pedagogía del terror al comparar al diferente, al que atraviesa
una situación conflictiva, al que reclama protección, con una vil
manzana podrida que contaminará al resto con su podredumbre.
Esta es una de las tantas expresiones de un mecanicismo fatuo
casi siempre presente en la pedagogía moralista emparentada
con un trágico fatalismo.

296
Baudrillard (200:5) considera que este intento de volver a la
unificación es de lo más pernicioso, pues acosa a la vida de hoy
porque en esa unificación desaparecen las diferencias y, con
ello, la razón de ser.

A l mismo tiempo, todo se enteriza: la política se enteriza en el es-


pectáculo, el sexo; en la publicidad y el porno, el conjunto de las
actividades en lo que se ha dado en llamar la cultura, especie de
semiologización mediática y publicitaria que lo invade todo –el
grado X erox de la cultura–, Cada categoría es llevada a su mayor
grado de generalización perdiendo con ello cualquier especificidad
y reabsorbiéndose en todas las demás.

La lógica del cesto de manzanas enteriza al grupo y deja de


lado cualquier intento de diferenciación. También los usadores
de drogas se enterizan en la categoría del mal, de un mal abso-
lutamente mortífero que resulta indispensable evitar a toda cos-
ta para salvar a los otros. Esta es una de las tantas expresiones
de un mecanicismo aún presente en las pedagogías moralistas y
fatalistas. El testimonio continúa:

Si regresa al mismo colegio, lo están premiando, Entonces qué es


lo que va a pasar, va a incitar a otros chicos y por ahí alguno cae,
obviamente, los padres se van a quejar y van a decir este es el chi-
co que dañó a mi hijo, él no debía estar en el colegio, y así se ar-
maría una cadena de padres que retiran a sus hijos del colegio, En-
tonces el colegio se quedaría sin alumnos,

Para Baudrillard (200:48), “El principio del Mal no es mo-


ral; es un principio de desequilibrio y de vértigo, un principio de
complejidad y de extrañeza, un principio de seducción, un prin-
cipio de incompatibilidad, de antagonismo e irreductibilidad”.
Freud también habló de un más allá del principio de placer,
ese más allá que colinda con los territorios de la destrucción y

297
de la muerte, ese lugar en el que ya nada puede ser significado.
Hacia allá se querría encaminar a los posesos del mal, que serían
los usadores de drogas porque arrastrarían a los otros a ese lugar
en el que ya no existe límite alguno. Cualquier intento de reden-
ción no será sino un disfraz de la muerte.
Ante este cuadro tan poco halagüeño, parecería que la mejor
de las soluciones se encuentra en los mismos sujetos. Si nadie ha
obligado a usar drogas, si todo ha dependido del deseo personal,
la solución debería estar en el mismo sujeto. Sería cuestión de
que, en lugar de ese primer deseo, aparezca otro, no para confron-
tarlo y destruirlo, sino solo para oponerse. Y ese deseo no podría
ser otro que el de dejar los usos, de abandonarlos por la razón que
fuese, pero por esa misma decisión que los condujo a usarla.

Si es que alguien quiere consumir, consume, Y, si alguien ya no


quiere consumir, no consume, Hay gente que simplemente deja por
sí, por ejemplo, se dice a sí mismo, es que me tachan de vago, y
entonces decide dejar las drogas,
O simplemente, porque ya no quiero más, Mira, todo depende de
cada uno porque yo, por ejemplo, no consumo porque no me atrae,
Depende mucho de la voluntad de cada uno porque, si es que quie-
re consumir, consume, si quiere jugar fútbol, juega fútbol, Mira,
siempre tienes alternativas, el deporte, la música,

Es probable que la toma de decisiones radicales sobre co-


sas complejas forme parte de ese yo narcisista, hinchado de
poder, que conduce a que aparezcan sencillas las realidades
complejas, y fáciles las decisiones difíciles. Pero también es
cierto que ese yo logra utilizar las mismas fuerzas del narcisis-
mo para salir de espacios que, tanto personal como socialmen-
te, parecerían conflictivos. De hecho, la vida cotidiana se en-
cuentra atravesada por actos que dan cuenta de una toma de
decisión nueva capaz de cambiar, a veces de la noche a la ma-
ñana, las rutas de la existencia.

298
El narcisismo no implica un volcamiento libidinal hacia sí
mismo, de tal magnitud que el yo quede tan empobrecido que se
torne incapaz de mirar su mundo personal y ya no pueda hacer
nada más que seguir hundido en una contemplación de sí abso-
lutamente mortífera. Estos narcisismos, por supuesto, serían
eminentemente suicidas. En la generalidad de los hechos de
usos de drogas, no se trata de estos extremos.
Es innegable que existen posicionamientos políticos, econó-
micos e ideológicos que hacen de los usos de drogas realidades
mucho más complejas de lo que en verdad son. Probablemente,
el hecho de que se haga todo lo posible para no diferenciar unos
usos de otros sería una clara muestra de estas actitudes. Por
ejemplo, el hecho de que la misma Constitución del Estado pres-
criba que hay que brindar atención profesional a quien ya usó
una sola vez sería parte de esta clase de inscripción ideológica y
política de las drogas y de sus usos, basada en el principio in-
cuestionado de que la droga en sí misma es siempre perniciosa
y que basta probarla una vez para haber ingresado fatalmente en
el mundo de la perdición.
¿Qué acontece con los consumos de cigarrillos y de alcohol
que causan miles de muertes cada día? El tabaquismo, por ejem-
plo, causa millones de muertes al año a través de cánceres de
pulmón, estómago, colon y otros.
Por otra parte, no sería teórica y socialmente válido no contar
con ese poder del sujeto que lo conduce a tomar decisiones, a ve-
ces de la noche a la mañana, sobre prácticas que considera dañinas.
Son millones los asiduos consumidores de tabaco que lo abando-
naron de la noche a la mañana y para siempre. No se puede pasar
por alto el poder adictivo del tabaco. En esos usos también se pro-
ducen placeres que el sujeto construye en circunstancias y tiempos
específicos, ahí también se escenifica un compromiso del sujeto
con eso que lo metaforiza y que se consume y lo consume.
Constituye un error teórico, metodológico y práctico intro-
ducir a todos los usadores de drogas en la categoría de adictos.

299
Primero porque no es así en la realidad y, segundo, porque esta
inclusión indiscriminada, en lugar de favorecer el abandono de
estos usos, termina acrecentándolos porque los usadores saben
que no es así puesto que muchos de ellos dejan los usos sin pro-
blemas y porque no todos, incluidos quienes usan de manera
más o menso frecuente, pueden ser catalogados como adictos.
De todas maneras, la sociedad legítimamente se enfrenta a la
necesidad de ofertar alternativas para que los usadores de dro-
gas, al nivel que fuese, abandonen estas prácticas. Esto sería tan-
to más cierto y urgente cuanto más crece la idea de que ha fra-
casado gran parte de lo que se ha hecho para reducir la produc-
ción, el tráfico y el consuno de drogas colocados en esa inope-
rante causalidad sistémica.

300
CRIMEN Y CASTIGO

Las drogas pertenecen a una especie de hiperrealidad construida


en el mundo contemporáneo, que no es ajeno a cierto sentido de
orgía, porque pretende que ahí converjan las realidades extremas
de lo cotidiano, del pasado y, sobre todo, de ese futuro que se ha-
ce a velocidades cada vez más aceleradas. Se busca que en ese
espacio se realicen las utopías y, al mismo, se las rechaza cuan-
do lo que cuenta es la materialidad de la droga y no los sentidos
que con ellas construyen los usadores.
En ese momento, el cuerpo deja de ser la metáfora del sujeto
y se convierte en metáfora de nada, porque el sujeto ha desapare-
cido convertido en una cosa llamada droga. En el lugar en el que
la droga podría aparece como vehiculizante de placeres y hasta de
goces, aparece el sujeto cosificado en tanto se ha identificado con
la droga que lo ha atrapado en su falta de significación.
“Cuando las cosas, los signos y las acciones están liberadas
de su idea, de su concepto, de su valor, de su referencia, de su
origen y de su final, entran en una autorreproducción al infini-
to”, señala Baudrillard (2005). Las cosas siguen funcionando
cuando su idea lleva mucho tiempo desaparecida. Actúan con
una indiferencia total hacia su propio contenido. De esto se tra-
taría cuando se habla de esa particular adicción en la que el su-
jeto desaparece o, por lo menos, corre el riesgo de desaparecer
en la droga que lo absorbe hasta el punto de provocar su anula-
ción en tanto lenguaje y metáfora.
Las adicciones a las drogas podrían parecer como una más
de las excentricidades de la cultura actual que también se carac-
teriza por la abolición de los límites, hasta transformar a los su-
jetos en objetos psiquiátricos. Una más de las innumerables
adicciones que hacen parte de lo cotidiano, al trabajo, la comi-
da, la televisión, al sexo y hasta al amor. Al tratar el tema de las
adicciones a las drogas, se podría adoptar la misma opción que
Giddens plantea respecto a una supuesta adicción al sexo,

301
entenderla como un fenómeno real y no como una novedad te-
rapéutica superficial.
La libertad no es sino una suerte de opción por lo incierto,
porque las certezas se imponen por sí mismas e impiden que los
movimientos creadores se conviertan en esclavitud. Las certezas
son dogmas que exigen el precio de la rendición irrestricta del
sujeto. El deseo en sí mismo es una forma de esclavitud porque
está llamado a señalar sin cesar la incompletud del ser. Por eso,
el límite de un deseo no puede ser sino otro deseo.
Desde otra perspectiva, la libertad podría ser mirada como la
capacidad de fantasear la creación de mundos, espacios y desti-
nos, la posibilidad de ser lo que se desea ser, puesto que no se
nace ni héroe ni villano. Hay una condena a la libertad puesto
que la libertad no se da el ser a sí mismo y porque tampoco se
halla en la posibilidad de abandonarla.
¿Constituye la adicción una negación de la libertad o una de
sus posibles expresiones? Desde sus orígenes, la palabra droga
estuvo ligada a consumos conflictivos, permanentes y atrapado-
res, de alcohol y de ciertas sustancias químicas. Así se medicali-
zó para ser tratada como una patología física, puesto que se ha-
bía producido algo tan especial que el cuerpo había terminado
necesitando de esa sustancia para subsistir. Pero de manera inme-
diata también se la ligó a un posicionamiento del sujeto, a su par-
te psíquica, pues no contaba con la voluntad para dejar esos usos.
En sus orígenes, las adicciones estuvieron íntimamente liga-
das a la dependencia química al alcohol y otras sustancias, lo
cual condujo a que se la considere hasta ahora como una patolo-
gía física expresada mediante la compulsión. La compulsión,
por su parte, aparece como lo que no puede ser evitado, como lo
que se repite más allá de la voluntad de control.
Giddens (2006:72) critica este punto de vista al tiempo que
resalta el hecho de que la vida social y personal se halla sustan-
cialmente rutinizada, pues todos poseemos modos regulares de
actuar que se repiten día a día y que dan forma a la vida.

302
Ese concepto, sin embargo, implica el hecho de que la adicción
se expresa en una conducta compulsiva. Incluso en el caso de de-
pendencia química, la adicción se mide de facto en términos de
las consecuencias que tiene el hábito para un control del indivi-
duo sobre su vida, más las dificultades inherentes para librarse de
este hábito.

Siguiendo a Nakken (1988), Giddens diferencia entre mode-


los de acción, hábitos, compulsiones y adicciones. Un modelo es
una rutina que ayuda a organizar la vida diaria y que puede ser
modificada a voluntad. El hábito sería una forma psicológica-
mente vinculante de una conducta repetitiva. Por su parte, la
compulsión haría referencia a una conducta difícil y hasta impo-
sible de detener con el poder de su voluntad.
Giddens considera que las adicciones, a más de ser compul-
sivas, abarcan las caracterizaciones realizadas por Nakken, y
que poseen, además, su propia especificidad:

Una adicción incluye todos los aspectos de conducta ya menciona-


dos y algunos más. Puede ser definida como un hábito estereotipa-
do que se asume compulsivamente; el sustraerse al mismo propor-
ciona una ansiedad incontrolable. Las adicciones proporcionan
una fuente de bienestar para el individuo, al aplacar la ansiedad,
pero esta experiencia es siempre más o menos transitoria.

Ha sido la teoría psicoanalítica la que ha dado una especial


importancia a la compulsión en la clínica. Como señala Roudi-
nesco (1997), para Freud la idea de la repetición y de la compul-
sión a la repetición fue de trascendental importancia para expli-
car ciertos procesos inconscientes. Hay diferencias teóricas en-
tre la compulsión y la repetición. La repetición es la actuación,
la ejecución de algo que retorna al sujeto de manera permanen-
te e incontrolable. Es decir, existen contenidos inconscientes -
representaciones- que demandan ser asumidos por el sujeto y

303
pasados por un análisis. Cuando esto no se da, estas representa-
ciones se convierten en actos. En consecuencia, el acto sería, por
una parte, la demostración de que aquellas representaciones no
consiguen ser analizadas y, por otra, la demanda permanente de
ese análisis.
De ahí la gran dificultad que experimenta el sujeto para rom-
per esta ligadura significante entre lo que desea expresar en otro
lugar, en el lugar de la palabra, por ejemplo, y aquello que se ac-
túa en su defecto. ¿De qué desea librarse, purificarse, el sujeto
que debe lavarse las manos cincuenta veces al día? Mientras no
logre identificar las causas inconscientes que lo conducen a la
repetición y que lo angustian, jamás dejará de hacerlo. Además,
si por alguna estrategia del orden que fuese, abandona esta repe-
tición, es altamente probable que, más pronto que tarde, sea la
repetición la que encuentre un sustituto igualmente significante.
El acto repetitivo no es otra cosa que una estrategia para mane-
jar la angustia.
Giddens (2006:73) califica de fijo el acto que se repite, el la-
vado de manos, y que está destinado, como dice Freud, a facili-
tar el manejo de la angustia. Por eso Giddens lo califica de nar-
cotizante en la medida en que, en el acto de repetición, la angus-
tia desaparece un momento, para reaparecer de nuevo.

Cuando una persona es adicta a una experiencia específica o for-


ma de conducta, el objetivo de lograr algo elevado se convierte
en la necesidad de lograr algo fijo. Lo fijo facilita la ansiedad e
introduce al individuo en la fase narcotizante de la adicción. Lo
fijo es necesario psicológicamente, pero, antes o después, va se-
guido por depresión y por sentimientos de vacío. Y el ciclo co-
mienza de nuevo.

Para Foucault, la invención de la categoría de adicto respon-


de a un mecanismo de control, una nueva red de poder/conoci-
miento. Aunque marca también el paso, dice Giddens, a una vía

304
real hacia proyectos reflexivos del yo, en tanto instancia eman-
cipatoria y coactiva.
Desde el poder unido a una ausencia total de reflexiones so-
bre los sujetos y sus actos, sobre el universo de sus representa-
ciones con las que interpretan su mundo, la sociedad ha respon-
dido desde y con la violencia. Ya se han analizado los temas de
la guerra a las drogas, de la lucha contra las drogas y más con-
signas con las que sociedades y Estados dan cuenta de este po-
sicionamiento. Los autores de Drogas y Democracia en A méri-
ca Latina se encargan de analizar in extensu los efectos fallidos
de estas propuestas.
Los centros de tratamiento darían clara cuenta de las relacio-
nes de poder de una sociedad que ha declarado la guerra a las
drogas y sus usadores. No hay guerra sin muertos, heridos, cam-
pos de concentración y ajusticiamientos. Lo dicen quienes han
pasado por esos espacios de la tortura:

A lgunos son centros religiosos, pero, en lugar de llenar el vacío


que tenía con las drogas con algo importante, me querían meter el
vacío de la religión, es llenar un vacío con otro vacío, En otros de
estos centros, te pegan,
Todos sabemos que los mismos controladores de allí te venden dro-
gas, Allí te maltratan, te torturan, incluso psicológicamente, He escu-
chado de uno que te ponen un poco de droga y un televisor y, si al re-
gresar no ven la droga, te castigan, Les tienen encerrados hasta que
estén bien, Hay algunos que logran escapar para salvarse,

¿Por qué las adicciones logran un estatuto tan particular a fi-


nales del siglo XX? ¿Qué acontece en la cultura que los sujetos
ya no toman la droga tan solo como referente mediático, indis-
pensable para dar cuenta de sus fantasías, de sus búsquedas de
satisfacción y también para expresar sus frustraciones?
La propuesta de ver ahí una respuesta a la casi desaparición
de la tradición podría ser una vía teóricamente adecuada de

305
comprensión. De hecho, las culturas juveniles podrían tener la
sensación de que cada vez y cuando les toca inaugurar el mun-
do. Dadas las condiciones de velocidad con las que aparecen y
desaparecen discursos, lenguajes, ofertas, necesidades y deman-
das, es justo pensar que en ellas se produciría una suerte de va-
cío de significación, en la medida en que en cada uno de esos
momentos se originaría una ruptura con el pasado, incluso con
el pasado inmediato.
Si se rompen las ligazones con el pasado, el sujeto sencilla-
mente se queda sin historia. Y no es posible que alguien pueda
subsistir sin esos anclajes simbólicos e imaginarios con el pasa-
do que se encargan de significarlo en el presente. Si desapare-
ciese la tradición, se produciría un vacío de sentido que, proba-
blemente, las nuevas generaciones llenarían con sus adicciones,
no solo a las drogas, sino a un sinnúmero de situaciones y cosas.
Es así como lo entiende Giddens (2006:75):

La importancia específica de la adicción puede ser entendida en


términos de una sociedad en la que la tradición ha sido más elimi-
nada que nunca anteriormente, y en la que el proyecto reflexivo del
yo asume correspondientemente una importancia especial.

En no pocos lugares, los usadores de drogas son tratados co-


mo criminales y van a la cárcel de tratamiento porque se los co-
loca en ese mismo y perverso sistema armado desde la produc-
ción hasta el consumo. Es el testimonio de una joven que pasó
por varios de esos centros en los cuales fue agredida y vejada de
múltiples formas.

Cuando llegué al centro de atención vi el inodoro, entonces me


asombré y le pregunté, ¿qué hace el inodoro en medio de la sala?,
No puse mucha atención, pero después me di cuenta que el día an-
terior habían tenido una maratónica, eso quería decir que se habían
quedado toda la noche desnudos en la sala,

306
Eso comienza a las once de la noche y termina a las seis de la
mañana, Entonces ponen el inodoro para decirles a los chicos
que ellos ni siquiera valen lo que uno hace en el inodoro, que ni
siquiera sirven para estar parados al lado del inodoro, que no sir-
ven ni para limpiarse, Porque es más importante la existencia del
inodoro,

Los usadores de drogas ya no van a la cárcel, pero se los ex-


pulsa de los colegios y, si no se los expulsa, se los obliga a tra-
tamientos no deseados o, finalmente, se los conmina a ser inter-
nados en estos centros autocalificados de atención y que se han
convertido en centros de la infamia que existen probablemente
porque así continúa la violencia ejercida por la sociedad en con-
tra de los usadores que terminan siendo despojados de todo.
Las historias de atropello a los más elementales derechos se
extienden a lo largo y ancho del país. En cada lugar hay histo-
rias de terror:

Los métodos son realmente espantosos, Le amarran a la cama pa-


ra que no consuma o para que no se fugue, Su única finalidad es
el lucro, No tienen ni siquiera los permisos reglamentarios, No dan
de hecho ninguna ayuda, Solo consiguen cavar más hondo en la
herida, empeorar la situación porque toman acciones drásticas
contra las personas,
Las personas están recluidas a la fuerza, Lo que consiguen es da-
ñar psicológicamente a las personas,

La antipsiquiatría comprobó que la sociedad había funcio-


nado y actuado con los calificados de locos desde un sinnúme-
ro de prejuicios, creencias y mitos y casi sin ningún verdadero
concepto de lo que era el loco en sí mismo y lo que requería de
la sociedad. Por otra parte, los diagnósticos de psicótico o his-
térico suponían una grave estigmatización de los sujetos. Para
evitarlo, era mejor que locos, dementes y similares fueran

307
confinados a los manicomios convertidos en espacios legales
para la tortura y el abandono total.
Luego de estas severas denuncias, los psiquiátricos de Occi-
dente fueron desapareciendo hasta casi ser una excepción. Es
muy probable que los centros de atención a usadores de drogas,
en nuestro medio, hayan tomado la posta de los antiguos psi-
quiátricos, con peores y más graves características puesto que
forman parte de una sociedad que no se cansa de hablar de los
derechos.
Si en algo los entrevistados se explayaron y reflejaron una
suerte de unanimidad, fue en rechazar de manera radical esos
centros falsamente denominados de atención a los usadores de
drogas porque no son otra cosa que estrategias de un poder des-
tinado a deshumanizar a los sujetos.

A llá te mandan a la fuerza, Sientes que la familia te está abando-


nando, ya no quieren saber nada de ti, quieren deshacerse de ti,
Como ya no saben qué hacer contigo, entonces quieren que te ale-
jes, que los dejes. Creen que así vas a dejar las drogas, pero nada
de eso pasa porque todo es a la fuerza, cuando sales vuelves a lo
mismo,
Tengo un amigo que estuvo en uno de esos centros en donde lo
maltrataron como tú no tienes idea, se fugó de ahí, Entonces, co-
mo los papás ya no lo querían recibir, para dejar las drogas, cogió
sus cosas y se fue a vivir debajo de un puente en A mbato, A los
dos meses el man dejó las drogas para siempre,

Desde el poder, las sociedades se encargan de crear sus ob-


jetos fóbicos que terminan constituidos en chivos expiatorios de
los males públicos y privados, como acontecía con los locos
hasta la década de los sesenta. Para entonces, los psiquiatras se
habían convertido en seres omnipotentes y su palabra terminaba
siendo sagrada. Su diagnóstico y su orden de enviar al paciente
al psiquiátrico eran una cosa irrefutable. Allí se cometieron

308
auténticos horrores: electrochoques, abscesos de fijación, con-
tención mecánica, celdas de aislamiento, lobotomías, altas dosis
de psicofármacos.
En los autoproclamados centros de tratamiento a farmacode-
pendientes, suceden cosas ciertamente mucho más graves, por-
que la sociedad es otra, porque la preparación y especialización
de los profesionales de salud son supuestamente distintas. Se vi-
ven tiempos en los que la defensa de los derechos prima sobre
toda otra consideración. Pero parecería que estos centros están
hechos para decir al mundo que los usadores de drogas merecen
toda clase de maltrato porque son malos, la escoria de la familia
y de la sociedad.
¿Por qué, entonces, no tomar al pie de la letra los alcances
de los testimonios? Si se hubiese dado alguna exageración, esta
debería entenderse como parte de la reacción con la que se pre-
tende conferir más fuerza al testimonio ante la incredulidad de
una sociedad tolerante y cómplice a la vez.

Nadie que ha ido a esos centros se ha curado, y todos salen con


mayores problemas, Salen a consumir más para vengarse de sus
padres, Otros huyen de casa para que no les vuelvan a hacer lo
mismo, con lo que se ha empeorado la situación,
Todos los que han entrado en esos centros han sido muy maltrata-
dos, A lgunos buscaron cualquier oportunidad para escapar, luego
los perseguían, Eso es terrible, terrible,

Parecería imposible que realidades como estas se den en una


sociedad que se jacta de respetar los derechos y de haber colo-
cado el Mal de la violencia y el abuso tan lejos como para que
no retorne nunca más. El comentario es de Baudrillard
(2005:48): “Pasar cerca del principio del Mal implica un juicio
no sólo crítico, sino criminal sobre todas las cosas. Este juicio
sigue siendo públicamente impronunciable en cualquier socie-
dad, incluso liberal (¡como la nuestra!)”.

309
No se trata de una cuantas evidencias de crueldad sino de la
crueldad misma convertida en estrategia de sanación, para que
de esta manera la sociedad culpable se sienta en paz, como acon-
tecía con los locos que por mucho tiempo fueron tratados como
poseídos por el mal.

Cuando ingresan a ese centro les dan sinogal, Con eso les tienen
dormidos durante unos tres días, al cuarto día, andan medio zom-
bis, Durante esos tres días ni siquiera pueden levantarse a hacer
sus necesidades, Por eso mismo es vivencial, porque se abusa,
Esa chica me comentaba que intentaron abusar de ella, El terapis-
ta, el que tiene el medicamento, propone a una chica tener relacio-
nes y, como la chica no quiere, le amenaza con pepearla18, Enton-
ces muchas de ellas tienen que ceder, pero otras no quieren que les
den pepas, Él las ha violado mientras duermen con las pepas,

Suenan pesimistas las palabras de Baudrillard, pero tal vez


no lo sean cuando se las aplica a esta clase de situaciones que las
autoridades respectivas conocen bien y que, sin embargo, se ha-
cen de la vista gorda. Tal vez no les prestan atención porque
tampoco están muy convencidos de que los usadores de drogas
merezcan algo mejor. Ahora ya se ha hecho incomprensible la
menor alusión espiritual. Pronto será imposible emitir la menor
reserva. Sólo restarán la repugnancia y la consternación.
Cuando el mal seduce a los sujetos, se convierte en perver-
sión, que no consiste en otra cosa que en relacionarse con los
otros e interpretar el mundo con todos los códigos de la cultura
invertidos. Se denomina también abyección, porque es lo que se
busca en realidad, esto es, que el sujeto quede reducido a cosa,
a una nada manipulable, como desecho lingüístico y simbólico.
El orden de lo perverso desconoce el orden de la cultura, nada
importan los regímenes del deseo del otro, de su palabra, pues

18 Pepas, pastillas. Pepear, tomar o dar pastillas.

310
pretende que ese otro quede reducido a una cosa que se usa pa-
ra luego arrojarla al muladar de su historia.

Si quieres salir, te dicen que todavía no manejas tus emociones,


Como funcionan como los alcohólicos anónimos, tienes que con-
trolarte para salir, tienes que aprender los 12 pasos, Si no los has
aprendido hasta las 8 de la noche, ahí vienen los castigos, te sacan
los zapatos y las medias y te hacen caminar sobre las piedras o en
la arena, sobre los desperdicios de la construcción, Si te fugas y te
capturan, te pegan con palos y tablazos,

A los manicomios eran llevados a la fuerza con la cómplice


anuencia de familiares y autoridades. El loco era un estorbo so-
cial, un mal familiar insostenible del que nadie podía librarse si-
no enviándolo a instituciones que los mantenían tan alejados co-
mo para que nunca más volviesen a aparecer en la familia, el ba-
rrio, la ciudad. Presencia de la vergüenza en estado natural.
Nadie que se aprecie puede tomar a la ligera estas denuncias
o, peor aún, tratar de minimizarlas con cualquier tipo de argu-
cias o razones antojadizas. En esos centros se aplica la crueldad
como método de dominio y destrucción del sujeto que, dejado
ahí contra su voluntad, queda bajo el poder de la arbitrariedad y
de la crueldad.
Tal vez nadie haya trabajado con tanta intensidad y profun-
didad el tema de la crueldad como Derrida (2005). La cita es de
su discurso a los psicoanalistas reunidos en los Estados Genera-
les en París:

Si digo ahora, en dirección a ustedes: “Sí, sufro cruelmente”, o


también: “Los hacen o los dejan sufrir cruelmente”, o aún: “Uste-
des lo hacen o lo dejan sufrir cruelmente”, incluso: “Me hago o me
dejo sufrir cruelmente” (… ) todas esas modificaciones posibles
dejan intacto un adverbio, una invariante que parece calificar, pa-
ra siempre, un sufrimiento, la crueldad: cruelmente.

311
Cuando se conoce que suceden cosas que desvirtúan la po-
sición significante del sujeto ante los otros y no se hace nada.
Cuando la sociedad ve con los ojos bien cerrados los maltratos
y los abusos que se cometen en estos centros. Cuando se cierras
los oídos para no escuchar las denuncias. Entonces, el tema de
los derechos se ha convertido en una farsa.

Los centros de adicciones son los lugares donde se transgreden los


derechos de las personas porque no están ahí por su propia volun-
tad, He sabido de gente que ha sido secuestrada, amarrada a un ár-
bol, torturada, Luego de muchos meses de estar internos, saben
que, si vuelven a caer, irán al mismo sitio,
En otro centro, la persona que está a cargo abusa sexualmente si
las chicas no acceden a tener sexo con él,
Yo vi el caso de una chica que en el centro intentó suicidarse, Es-
taba completamente sola, y el papá la dejó abandonada, no la visi-
taba, No se recuperó: cuando salió, recayó peor,
Está prohibido establecer relaciones amorosas, Si lo haces, enton-
ces te caen todos los insultos posibles, sobre todo a la mujer, A l
chico le dicen, Estás con una prostituta que se acuesta con todos,
A ella le dicen, Por lo menos las prostitutas cobran por sus servi-
cios, tú ni siquiera eso, Entonces, el terapista pregunta al grupo,
Qué vale ella, Y todos contestan, Basura, mierda, Y, cuando la
ven destrozada y llorando, le dicen que todo eso es para su bien,
Mis papás me llevaron a un centro de rehabilitación, y me enseña-
ron a la gente que estaba ahí internada, y me dijeron, A sí vas a ter-
minar si sigues en las drogas,

El Mal constituye la parte maldita de nuestra sociedad, que


lo ve crecer y ya no se escandaliza. La gente sabe lo que acon-
tece en esos centros, más aún, es altamente probable que las au-
toridades estén informadas. Estos centros representarían una de
las más graves violencias infligidas a la razón.

312
LAS PUERTAS DEL PARAÍSO

Desde hace más de una década, ciertos países, como los de la


Unión Europea, han elaborado una conciencia crítica de todo lo
que se ha hecho para detener el uso de drogas en su población,
en particular en la gente joven y en los adolescentes. Porque se
ha evidenciado que los resultados son ciertamente magros en
comparación con lo que se ha invertido en dinero, programas y
expectativas. La sensación que invade a los responsables de las
ciudades europeas es que se ha arado en el mar pues, en lugar de
haber reducido los usos en niveles que respondan estas inversio-
nes, estos se han incrementado. Y no solamente eso, sino que ca-
da vez chicas y muchachos adolescentes y hasta niños se ven in-
volucrados en prácticas que las aproximaciones teóricas tradi-
cionales y los estudios estadísticos no logran explicar de mane-
ra convincente.
La guerra a las drogas comandada por los Estados Unidos,
como cualquier otra guerra, o ha sido mal planificada o nunca
debió declararse y menos en las condiciones en las que se lo ha
hecho. Todos los trabajos especializados presentados en Drogas
y Democracia en A mérica Latina no hacen sino reafirmar el pre-
supuesto de que, tal como se hallan planteadas las cosas, todo
anda mal desde la producción hasta el consumo, pasando por un
incontenible y omnipotente narcotráfico que se ha adueñado de
los espacios más increíbles. Lo que acontece en algunas ciuda-
des del norte de México no es más que un ejemplo de ese poder
incontenible y absolutamente cruel.
Una de las razones de este fracaso se ubica en su plantea-
miento teórico y metodológico evidentemente elemental e ino-
perativo. Pensar la complejidad del mundo contemporáneo y
pretender abordarla desde una perspectiva sistémica no es sino
un vano intento de reducirla a tres elementos, como si ahí estu-
viese el meollo de un inmenso e intricado problema. Es impo-
sible que este monstruo de mil caras que es la droga se deje

313
atrapar en tres áreas causalmente relacionadas y tan abarcativas
que nada queda fuera de su dominio: la producción, el tráfico y
el consumo. Los estudios dicen que con el Plan Colombia no
solo que no disminuyó la producción de coca y de cocaína sino
que se ha incrementado de forma significativa, tal como lo se-
ñalan Ramírez y Staton (2005).
Cuando Holanda, hace 23 años, legaliza el uso de ciertas
drogas, no hace sino aceptar el fracaso de las estrategias puestas
en juego para detener los usos. Ello no implicó desconocer los
grandes y numerosos conflictos que las drogas producen en la
sociedad y en los sujetos, no solo en lo que tiene que ver con la
salud sino en numerosas áreas de la vida social. Coffeeshop es
el nombre eufemístico que se da a los lugares en donde se per-
mite fumar cannabis y que funcionan con regulaciones que, pa-
ra algunos, se hallan llenas de contradicciones.
¿Se trata únicamente de un problema de carácter legal o se
hallan involucrados los sujetos con sus deseos, sus esperanzas y
temores, con sus placeres, pero también con sus sufrimientos y
hasta con sus muertes? ¿Cuáles serían las dimensiones del suje-
to tomadas en cuenta y cuáles las negadas en esas propuestas de
legalizar la venta de ciertas drogas, en particular la marihuana?
Más allá de los espacios de la ilegalidad-legalidad, para los
sujetos cuenta de manera especial el ámbito de lo prohibido, que
es el terreno propio en el que se mueve el deseo y al que no exis-
te aún ley alguna que lo domestique para anularlo. Para Lacan,
únicamente la prohibición es lo que promueve el deseo, porque
todo deseo no sería en sus orígenes sino intento de quebrantar la
ley. Ese deseo es pasión y presión al mismo tiempo porque es lo
que moviliza al sujeto hasta lograr su objeto primordial, que no
es otro que el placer. Una vez que se lo prohíbe, el objeto prohi-
bido se convierte en objeto de deseo.

Opino que sí valdría que se legalice porque todo lo ilegal es lo que


más atrae, A demás, si legalizan, quiebran a los narcotraficantes y

314
sus redes, Entonces, si legalizan, a lo mejor la gente consume me-
nos, o ya se sabe la cantidad de marihuana que puedes llevar en tu
bolsillo,
La prohibición de las drogas es lo que más incita a consumirlas, Lo
prohibido es lo más interesante, A todo el mundo le gusta hacer lo
prohibido,

En 1990, la Asamblea de Ciudades Europeas volvió sobre


este tema. Al reconocer que, pese a las ingentes inversiones pa-
ra detener los usos, las drogas se han convertido en realidades
omnipresentes.
Es probable que cada vez que se enfrenta el tema de los usos
de drogas, los discursos y hasta ciertos estudios estén atravesados
por una gran hipocresía que impide ver en su verdadera dimensión
el problema y dificulta construir las mejores estrategias para cada
país. Por lo mismo, haría falta una buena dosis de sinceridad.
En octubre de 2008, el presidente de Honduras movió el pi-
so de las tradicionales concepciones sobre las drogas al propo-
ner que se legalice su venta y uso. En Europa, esta tendencia va
tomando cada vez más cuerpo mediante análisis y discursos del
mundo académico e intelectual que se basan en concepciones
políticas, sociales y antropológicas. Son conocidas las tesis del
español Savater que no duda en cuestionar el poder del Estado
para prohibir el uso de las drogas. Este Estado que se abstiene
de intervenir en otros temas, como la venta de comida chatarra
que ocasiona daños más perniciosos a la salud que ciertas dro-
gas. Piénsese en los niños que se encuentran alejados de las dro-
gas pero totalmente inmersos en esas comidas. La obesidad in-
fantil es uno de los más graves problemas de salud pública en
los Estados Unidos.
Si se legaliza, dicen los informantes, es muy probable que
mejore la calidad de la droga que se vende en el mercado negro.
Ya no habría este mercado y el Estado contaría con la capacidad
real de controlar el proceso.

315
A sí se evitaría que los chicos usen porquerías, porque en las dro-
gas les ponen adictivos, Pero habría que determinar qué drogas se
podrían legalizar,
Sería mejor que la legalicen, así bajaría el consumo porque siem-
pre está ligado al tema de la ley, Todo lo que es incorrecto es más
atractivo para la gente, Es preferible fumar un par de pitadas de un
porro que echarte una botella de licor,

Los informantes no consideran que la legalización abriría de


par en par las puertas del paraíso. No son ingenuos. Pero consi-
deran que el problema de las drogas, a más de las implicaciones
del sujeto con su deseo, está en las características siempre per-
versas del tráfico y lo que ello implica para el desarrollo de los
ciudadanos y del Estado. Saben que existen contradicciones en
las políticas públicas respecto al tema. Pero las mayores contra-
dicciones se hallan en el mismo sujeto que busca lo que le hace
daño y, al mismo tiempo, desea estar bien. Y las drogas se en-
cuentran en esas dos riberas del deseo.
El presidente Zelaya no pretende justificar la producción y el
tráfico de drogas. Considera que, si se legalizasen los usos, proba-
blemente, la lucha contra el narcotráfico se volvería más eficien-
te y menos onerosa. Este es el punto fundamental en los criterios
de los informantes ya que, con todas las prohibiciones del mundo,
crece el número de adolescentes y jóvenes que usan drogas. Su ló-
gica no es nada desechable, por cuanto las prácticas sociales y la
vida cotidiana no funcionan tan solo de conformidad con los cá-
nones jurídicos sino bajo el imperio de la ley del deseo.

Sería algo medio contradictorio porque, por un lado, si no se pro-


híbe, lo puedes conseguir en cualquier lado y podría ser que todos
se droguen, Pero, al mismo tiempo, si las drogas fuesen algo nor-
mal, ya no existiría la curiosidad para probarlas, Sería como lo que
acontece con el tabaco y el licor, no están prohibidos, pero no to-
da la gente fuma ni todos beben,

316
De por medio se encuentran las éticas personales y sociales.
Ese otro de la ética es, en primer lugar, el dueño de un acto y, lue-
go, ese que, desde fuera del acto, lo juzga. En efecto, cuando es el
actor el que echa miradas éticas sobre su acto, lo hace colocándo-
se fuera de su acto para mirarlo con los ojos de las normas. Pero
los principios de las éticas se devalúan cuando son traídos y lle-
vados por los discursos sociales, políticos y religiosos, como si en
todos esos espacios significasen lo mismo y, peor aún, como si ca-
da político, líder religioso o social estuviese entendiendo o acep-
tando que aquello que se predica como ética representa lo que los
otros entienden y aceptan como tal. Así la ética se convierte en un
lugar común despojado de sentido y validez.
Existe, en consecuencia, una polisemia con la cual es nece-
sario contar, no precisamente para ponernos de acuerdo sino pa-
ra aceptar que las éticas poseen dimensiones y sentidos múlti-
ples según los espacios en los que se las mencione, según quie-
nes las nombren y también de acuerdo al tema al que se refieran.
La ética política en los gobernantes no poseerá las mismas di-
mensiones que la de los gobernados.

La solución no es prohibir, La solución está en enseñar y explicar


cuáles son los verdaderos efectos de las drogas, Lo que se tiene
que enseñar son los riesgos a los que se puede exponer y no pro-
hibir por prohibir, porque cuanto más se les prohíbe a los jóvenes,
con más ansias lo van a buscar,

La ética es una producción cultural, por ende, no se trata de


algo que valga por sí mismo. Imposible que la ética del dominio
del poder político, económico, religioso, familiar y social sirva
para regular las relaciones de las nuevas generaciones que to-
man la bandera de la libertad y de la autodeterminación. En con-
secuencia, cada época requiere de éticas adecuadas que organi-
cen y juzguen mundos y sujetos nuevos, acciones y voliciones,
deseos y goces que hacen la contemporaneidad. Como todo lo

317
que pertenece a los sujetos y a los pueblos, las éticas surgen del
conjunto de representaciones y de relaciones que se establecen.
Nacen de la necesidad de interpretar y juzgar los actos de ahora,
dentro sus propias condiciones y circunstancias.

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