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I

Reencuentro

Puede que el asfalto


hirviera al sol.
Te protegía el olmo
experto en brisa.
"Ne me quittes pas" nítido
calaba el tronco milenario.
Él volvió a la embestida
sin la guitarra
de sus confetis perdidos.
Se había borrado la neblina
del tercer piso, tan sucio.
Junto al camino, te dejabas
arrancar cualquier girón de sudor,
que envolviera su cara,
para no olvidar
vuestro acoplo inaplazable,
siempre en la distancia.
Al cruzar los brazos, por fin,
tu voz lo besó.
Guiaste a la entrepierna,
sus latidos apremiados.
Os prometísteis lo imposible.
Lamentaron vuestros ojos
la agonía inexorable
de la pasión.
II

Imperceptiblemente

Cabalgaste: "No hables".


Calló desde el primer salto.
El perfil de su cuerpo
lo aprendiste poro a poro.
Liturgia precisa de
dos cuerpos convexos
recelosos,
revuelto el pelo con tu hálito
desde la nuca.
- ¿Ya?
Otorgó.
- Si fueras mujer..."
Lo de siempre: la nieve en la baranda,
la violeta, aprisionada.
Vuelta al tranvía; os ataba a la ventisca
la bufanda fundiendo los hombros
como presas.
Le habían ordenado acogerte
y fue tu vello
quien lo atrapó.
"Volvamos al embrujo de mi valle.
El gris nos ocultará.
Pídemelo".
No lo hizo.
Los dos vagáis nómadas
sin saberos por siempre.
III

Después de Bach

Imposible entender
por qué te arrastro de tu sacristía
a esta batalla.
Dejé de creer en tu mueca,
en tu flequillo, en nuestro beso
ante el pantocrátor.
Perdí tu frutero de Níjar colmado
de propósitos. Te devolví la cinta
de cassette
borrada de mis canciones.
Tu carta diaria cayó desde el teleférico.
¿Te traigo por tu bigote
enzarzado en el mío?
¿Por estrecharnos las cinturas
después de la canción?
¿Por decir aniquilándome:
"No te arrepientas"?
IV

Voracidad

¡Fuera! Desaparece
del ventanal.
No siga el cinismo
impregnando la retahila
justa
de tus presas marcadas.
Un I love you calculado
en la última bendición,
un my heart pudrían
el desfile de alzacuellos,
para dejar los pestillos
abiertos a tu avidez.
Uno a uno codiciaba rehacer
tu primera saliva.
Extínguete y no vuelvas
a burlarte de aquel
"¿te molesta si te beso?"
con que seducías,
prefacio
de inmediato abandono.
V

Confirmados

La excelencia mitrada
y la púrpura
nos apadrinaron.
Trazó la amatista el rumbo
cántabro
que nos sedujo
venidos de la distancia:
tú, del retablo impoluto, yo,
del armonio destartalado.
Nuestros modos se aceptaron
sin percibirse, aun dispares
desde los cimientos.
Erosionó tu rigor
la tozudez de las olas
y mis quimeras.
Imperceptiblemente
iba esculpiendo el Peripato
otro par, recuerdo intrascendente
de Niso y Euríalo, Cosme y Damián,
Títiro y Melibeo.
Cuitas confiadas, risas compartidas,
cantores de salmos
en cuartas paralelas,
que profetizaban:
"y el caminito se fue
alargando entre los dos,
alargando entre los dos".
VI

A la luz del abismo

Tu guiño hizo
que se rozaran, que se frotaran
las rodillas de tu penuria
con las mías, frente a la escena.
¿Era posible atrapar tanta hermosura?
La obsesión me embaucó.
Te aferrabas al violín,
sepultado entre notas,
único salvoconducto
testigo de tu miseria.
Y advirtió tu desdén
recién llegado: "No soy de fiar.
Mis cartas de amor son dictadas".
Difícil de creer
cuando Paganini enloquece
entre tus dedos.
Y después, "acaríciame los glúteos.
No te olvides de mis veinte
años. Sorpréndeme con el oro
tricolor".
Desvelos y esperma en espacio equivocado.
Obedezco fatalmente
al amor sin rumbo, al nacido
solo de la incoherencia, que reclama
inútilmente
ascender en el yermo.
Confieso y me jacto de haberme
convertido
en imbécil enamorado.
VII

Colegio Máximo

Tarde prohibida
sin gorriones
y hortensias cabizbajas.
Crucé a hurtadillas el puente
vigía para dibujar
tu contorno sentado en la cama,
con guitarra,
colorearte las manos
en azul, las rodillas
en malva, el pelo
naranja.
A lo lejos, el ángel del Juicio Final
petrificado.
Tus rasgos lentamente
resbalaban de mis dedos
y acababan tu retrato.
- Quítate la chaqueta
-dijiste y obedecí-.
Tu ruego austero se mudó
- Qué guapo estás. Ven
que te bese.
Se completó tu figura
en la urdimbre
de la habitación.

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