Está en la página 1de 4

(d) MADAME BOVARY, HOMBRE

Pero en la realidad ficticia no sólo las cosas se vuelven hombres y los hombres cosas. Hay
otra inversión de sustancias, igualmente discreta: algunas mujeres y varones truecan sus
sexos. Emma es un personaje fundamentalmente ambiguo, en el que coexisten
sentimientos y apetitos contrarios —en un momento el narrador dice que en ella «l’on ne
distinguait plus l’égoïsme de la charité, ni la corruption de la vertu»—, y eso, que al
aparecer el libro pudo resultar absurdo a críticos acostumbrados a la distribución
maniquea de vicios y virtudes en www.lectulandia.com - Página 89 personajes distintos,
nos parece hoy la mejor prueba de su humanidad. Pero su indefinición no es sólo moral y
psicológica; profundamente tiene que ver asimismo con su sexo. Porque, bajo la exquisita
femineidad de esta muchacha, se embosca un decidido varón. La tragedia de Emma es no
ser libre. La esclavitud se le aparece a ella no sólo como producto de su clase social —
pequeña burguesía mediatizada por determinados medios de vida y prejuicios— y de su
condición de provinciana — mundo mínimo donde las posibilidades de hacer algo son
escasas—, sino también, y quizá sobre todo, como consecuencia de ser mujer. En la
realidad ficticia, ser mujer constriñe, cierra puertas, condena a opciones más mediocres
que las del hombre. Durante el diálogo amoroso con Rodolphe, en el marco de los
comicios agrícolas, cuando el seductor habla de esa clase de seres a la que él pertenece, a
quienes es indispensable el sueño y la acción, pasiones puras y goces furiosos, Emma lo
contempla como a alguien que ha pasado por «países extraordinarios» y responde con
amargura, en nombre de su sexo: «Nous n’avons pas même cette distraction, nous autres
pauvres femmes!». Es cierto: en la realidad ficticia no sólo la aventura está prohibida a la
mujer; también el sueño parece privilegio masculino, pues aquellas que buscan la evasión
imaginaria, por ejemplo a través de las novelas, como Madame Bovary, están mal vistas,
se las considera unas «evaporadas». Emma tiene conciencia clara de la situación de
inferioridad en que se halla la mujer en la sociedad ficticia —una típica «sociedad
chauvinista fálica», como la designaría el vocabulario feminista actual—, y ello se pone
de manifiesto cuando queda embarazada. Desea ardientemente que su hijo sea hombre
«et cette idee d’avoir pour enfant un mâle était comme la revanche en espoir de toutes ses
impuissances passées». A continuación, mediante el escurridizo estilo indirecto libre, el
narrador hace la siguiente reflexión que inequívocamente corresponde a Emma y en la
cual se describe el régimen discriminatorio que existe para los sexos: «Un homme, au
moins, est libre; il peut parcourir les passions et les pays, traverser les obstacles, mordre
aux bonheurs les plus lointains. Mais une femme est empéchée continuellement. Inerte et
flexible à la fois, elle a contre elle les mollesses de la chair avec les dépendances de la
loi. Sa volonté, comme le voile de son chapeau retenu par un cordón, palpite à tous les
vents; il y a toujours quelque désir qui entraine, quelque convenance qui retient». Ser
mujer —sobre todo si se tiene fantasía e inquietudes— resulta una verdadera maldición
en la realidad ficticia: no es extraño que al saber que ha dado a luz una niña, Emma,
frustrada, pierda el sentido. Pero Emma es demasiado rebelde y activa para contentarse
con soñar una revanche vicaria, a través de un posible hijo varón, de las impotencias a
que la condena su sexo. De modo instintivo, a tientas, combate esa inferioridad femenina
de una manera premonitoria, que no se diferencia mucho de ciertas formas elegidas un
siglo más tarde por algunas luchadoras de la emancipación de la www.lectulandia.com -
Página 90 mujer: asumiendo actitudes y atavíos tradicionalmente considerados como
masculinos. Feminista trágica —porque su lucha es individual, más intuitiva que lógica,
contradictoria porque busca lo que rechaza, y condenada al fracaso—, en Emma late
íntimamente el deseo de ser hombre. Es más que una simple casualidad, por eso, que, en
sus visitas al castillo de la Huchette, la residencia de su amante, juegue a ser varón —
«elle se peignait avec son peigne et se regardait dans le miroir a barbe»— e, incluso, en
un acto fallido que un analista rotularía como característico de la nostalgia de falo,
acostumbre ponerse entre los dientes «le tuyau d’une grosse pipe» de Rodolphe. No es la
única ocasión en que aparecen en vida de Emma gestos que transparentan una
inconsciente voluntad de ser hombre. Su biografía está llena de detalles que hacen de esta
actitud una constante desde su adolescencia hasta su muerte. Uno de ellos es la
indumentaria. Emma acostumbra dar a su atuendo un toque masculino, usar prendas
varoniles, lo que, por lo demás, resulta atractivo para los hombres que la rodean. Cuando
Charles la conoce, en la granja de Bertaux, observa que la muchacha «portait, comme un
homme, passé entre deux boutons de son corsage, un lorgnon d’écaille». En el primer
paseo a caballo con Rodolphe, es decir el día que comienza su liberación de las trabas del
matrimonio, Emma está tocada simbólicamente con «un chapeau d’homme». A medida
que progresan sus amores con Rodolphe y ella se vuelve más audaz e imprudente,
comienzan a multiplicarse estos signos exteriores de su identificación con lo viril: como
para «escandalizar al mundo», dice el narrador, Emma se pasea con un cigarrillo en la
boca, y un día la vemos bajar de L’Hirondelle «la taille serrée dans un gilet, a la façon
d’un homme»: ese chaleco masculino resulta tan inconcebible que aquellos que dudaban
de su infidelidad «ya no dudaron más». Esta propensión de Emma a romper los límites
de su sexo e invadir el contrario se plasma, naturalmente, en hechos menos adjetivos que
las ropas. Está implícita en su carácter dominante, en la rapidez con que, apenas nota un
síntoma de debilidad en el varón, pasa ella a asumir funciones varoniles e impone a aquél
actitudes femeninas. En sus relaciones con Léon, por ejemplo, muy pronto se cambian
los papeles y ella toma todas las iniciativas: es Emma la que va a Rouen a verlo y no él a
ella; es Emma la que le pide que se vista de determinada manera para complacerla, la que
le aconseja que renueve las cortinas del departamento, la que le ordena o poco menos que
le escriba versos. Como Léon es inhibido y tacaño, Emma acaba compartiendo los gastos
del hotel donde se aman. El elemento pasivo es Léon, ella el activo, como lo señala el
narrador: «Il ne discutait pas ses idées; il acceptait tous ses goûts; il devenait sa maîtresse
plutôt qu’elle n’était la sienne». Pero precisamente porque Léon acepta con tanta facilidad
esa inversión de roles, el papel femenino que le impone la energía de su amante, Emma
se siente frustrada y lo desprecia pues le parece una mujer; así, su identificación con la
mentalidad del macho es total. Ocurre el día en que Léon la www.lectulandia.com -
Página 91 deja plantada porque no consigue zafarse de Homais; ella piensa entonces que
el pasante de notario es «incapable d’héroïsme, faible, banal, plus mou qu’une femme,
avare d’ailleurs et pusillanime». [55] Emma está siempre condenada a frustrarse: siendo
mujer, porque la mujer es en la realidad ficticia un ser sometido al que está vedado el
sueño y la pasión; siendo hombre, porque sólo puede conseguirlo volviendo a su amante
un ser nulo, incapaz de despertar en ella la admiración y el respeto por esas virtudes
supuestamente viriles que no halla en su marido y que busca en vano en el adulterio. Ésa
es una de las contradicciones irresolubles que hacen de Emma un personaje patético. El
heroísmo, la audacia, la prodigalidad, la libertad son, aparentemente, prerrogativas
masculinas; sin embargo, Emma descubre que los varones que la rodean —Charles, Léon,
Rodolphe— se vuelven blandos, cobardes, mediocres y esclavos apenas ella asume una
actitud «masculina» (la única que le permite romper la esclavitud a que están condenadas
las de su sexo en la realidad ficticia). Así, no hay solución. Ese horror a tener una hija,
tan criticado por los bienpensantes, es un horror a traer un ser femenino a un mundo donde
la vida para una mujer (como ella, al menos) es sencillamente imposible. También en sus
relaciones conyugales los roles hembra-varón se invierten muy pronto; Emma pasa a ser
la personalidad dominante y Charles la dominada. Ella impone el tono, se hace siempre
su voluntad, al principio sólo en cuestiones domésticas y luego en los otros dominios:
Emma se encarga de cobrar las facturas de los pacientes, obtiene un poder notarial para
tomar todas las decisiones y se convierte en el amo y señor de la familia. Consigue esta
jerarquía casi siempre por las buenas, pues le basta un poco de astucia, unos mimos para
trocar al débil de Charles en un instrumento; pero, si es necesario, no vacila en recurrir a
la fuerza, como cuando pone a su marido entre la espada y la pared dándole a elegir entre
ella y su suegra. El dominio de Emma sobre Charles, en vez de cesar con la muerte,
alcanza su apogeo luego del suicidio. Lo primero que hace Charles, cuando ella
desaparece, es decidir un entierro suntuoso y romántico, conforme a los gustos de Emma.
Después contrae los hábitos pródigos, los caprichos refinados de su mujer, con lo que
acaba de precipitarse en la ruina, exactamente igual que ella. El narrador resume esta
situación en una conmovedora imagen: «Elle le corrompait au-delà du tombeau». [56]
Por lo demás, en la realidad ficticia el caso de Emma no es único; hay otras mujeres que
asumen roles varoniles y sin sentirse por ello tan frustradas como Madame Bovary. En
ambos casos, se trata de matriarcas que se convierten en los varones del matrimonio por
la debilidad de los maridos. La madre de Charles Bovary pasa a ser el jefe de su hogar
desde que el matrimonio se arruina, y lo mismo la primera mujer de Charles, la que, desde
que se casan, según lo precisa el narrador, «fut le maître». Hay una diferencia, desde
luego. Estas matriarcas no son propiamente feministas, no hay en ellas la menor rebeldía
implícita en la www.lectulandia.com - Página 92 inversión de roles, sino, más bien,
resignación. Asumen el papel del hombre porque no tienen otro remedio, ya que sus
maridos han renunciado a él y alguien debe tomar las decisiones del hogar. En Emma, la
virilidad no es sólo una función que ella asume para llenar una vacante, sino también una
ambición de libertad, una manera de luchar contra las miserias de la condición femenina

También podría gustarte