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Fanatismos del mal, posibilidad del bien

6 ENE 2007
Richard Bernstein da las claves para la convivencia en un mundo lleno de tensiones políticas, religiosas y
miedos impuestos. Recuerda que las creencias son falibles e invita a oponerse al abuso político del mal(3). No
confundir certidumbre moral subjetiva con la certeza moral objetiva. (1)

El más sulfuroso de los clásicos contemporáneos del pensamiento político, Carl Schmitt, condensó todo (2) su
mensaje en un trágico imperativo: “Combate a tu enemigo”. En nuestros días, tras los atentados del 11 de
septiembre y sus enormes daños colaterales en las relaciones internacionales, ese principio no sólo vuelve a
estar de radical actualidad en las cancillerías sino que parece haberse agravado. Ahora no basta con combatir
contra el enemigo sino que hay que magnificar esa batalla hasta las dimensiones de Armaggedon (5), la lucha
final, el enfrentamiento definitivo del Bien contra el Mal, ambos con mayúsculas y con todas las armas de
destrucción masiva que puedan manejarse. Desde luego esa supuesta “lucha final” va a durar según parece
mucho tiempo, pero tal circunstancia no alivia sino que agrava el planteamiento maniqueo. La intensidad
absoluta de la teología parece haber contaminado sin remedio las ambigüedades prudenciales del discurso
político (2)(3). Quedan ya lejos las cautelas de aquellos armadores venecianos que intercambiaban contraseñas
con sus colegas turcos antes de Lepanto, con el fin de salvar la mayor cantidad de naves posible en la
exageración mortal de la batalla... Aunque quizá en el mundo de los negocios sigan dándose hoy las
complicidades que ruidosamente se niegan en la esfera política, porque tras los fanáticos y los exterminadores
siempre avanzan recogiendo las nueces los
aprovechados.

EL ABUSO DEL MAL. La corrupción de la política y la religión desde el 11/9

Richard J. Bernstein

El profesor Richard J. Bernstein es un filósofo de la tradición pragmatista americana en su versión más clásica y
menos posmoderna: su garbo intelectual está más cerca del de John Dewey que del de Richard Rorty, por
simplificar las cosas. La forma de pensar pragmática que él asume se condensa en las cuatro características ya
señaladas por Hilary Putnam: antiescepticismo, porque la duda exige tanta justificación como la creencia;
falibilismo, porque ninguna creencia puede tener absoluta garantía metafísica de que jamás necesitará ser
revisada; negación de una dicotomía insalvable entre hechos y valores; y primacía de la práctica en la tarea
filosófica (mejor que hablar de “razón” como una especie de capacidad intrínseca, Dewey prefería referirse a la
inteligencia, es decir a un conjunto de hábitos, disposiciones y virtudes intelectuales adquiridas a través de la
educación y el ejercicio). En conjunto, constituyen un pensamiento útil, prudente y cívico, de cuño
específicamente norteamericano. Bernstein lo reivindica en este caso concreto para contrarrestar los
desbordamientos del radicalismo ideológico que vienen inflamando la política reciente de su país y por extensión
de algunos partidos conservadores europeos (2-5). Lo cual no implica, desde luego, ni la más mínima tolerancia
hacia el terrorismo islamista: pero Bernstein prefiere hacer críticas sensatas a los “nuestros” que repetir la obvia
descalificación de aquellos otros que nunca van a leerle (5-3)…

Como ya escribió hace tiempo Sánchez Ferlosio, para sentirse autorizado moralmente a cometer las mayores
fechorías basta con estar convencido de tener razón. Al menos en el terreno político, Bernstein comparte este
criterio. No cree en ningún supuesto choque de civilizaciones, sino en el enfrentamiento de dos mentalidades(1-
3):
“Una mentalidad atraída por los absolutos, las supuestas certezas morales y las dicotomías simplistas, se
contrapone a otra que cuestiona la apelación a los absolutos en la política (2), que sostiene que no debemos
confundir la certidumbre moral subjetiva con la certeza moral objetiva y que, además, mira con escepticismo la
burda dicotomía acrítica entre las fuerzas del mal y las fuerzas del bien” (a mí me hubiera sonado mejor en este
contexto “convicción” que “certidumbre”, pero como no conozco el original me someto al criterio de las
traductoras). Esta segunda actitud es lo que Bernstein denomina “falibilismo pragmático”. Resulta obvio que
cada una de estas mentalidades no define una “civilización” (?), ni siquiera una “cultura” sino que están
presentes dentro de cada una de las naciones y comunidades humanas (incluso puede que dentro de cada uno
de nosotros, a ratos).

Entonces ¿todo es relativo?, ¿no existe un mal radical? Ya queda apuntado que descreer de las certezas
absolutas no erosiona la noción de verdad (porque tampoco hay dudas absolutas) ni legitima el escepticismo,
sino que encamina hacia la cordura valorativa y hace compatible la firmeza de las convicciones con la finitud de
nuestro conocimiento (5-1)). Pero sí que puede quizá señalarse un mal radical, dice Bernstein: “Es hacer que los
seres humanos sean superfluos como tales”. No superfluos para la Naturaleza, o para el Cosmos, o para la
Omnipotencia Divina sino para los otros seres humanos semejantes a ellos (1). Los extremismos fanáticos que
corrompen las ideologías democráticas alientan ese mal; pero también las creencias religiosas desaforadas, que
tratan de configurar las sociedades a su imagen y semejanza(3). Pocos pueden hoy dudar de que el integrismo
islamista es un peligroso caldo de cultivo de comportamientos terroristas o al menos intolerantes; pero tampoco
resulta tranquilizador saber que, según una encuesta de la revista Time, el 53% de los norteamericanos adultos
espera el regreso inminente de Jesucristo, acompañado del cumplimiento de las profecías bíblicas con respecto
a la destrucción cataclísmica de todo lo que es malo. Entonces ¿qué hacer? La respuesta constructiva de
Richard J. Bernstein es digna de la honesta noción de lo que debe ser la convivencia humana inmortalizada por
Frank Capra: “Los ciudadanos comunes debemos hacer frente y oponernos al abuso político del mal, cuestionar
el uso incorrecto de los absolutos, denunciar las reivindicaciones falsas y erróneas de certeza moral, y alegar
que no podemos lidiar con la complejidad de las cuestiones a las que debemos enfrentarnos apelando a
dicotomías simplistas, o imponiéndolas”. No añadiré “¡Dios le oiga!” porque bastaría con que le oyésemos
nosotros… (1- 2)

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 6 de enero de 2007


https://elpais.com/diario/2007/01/06/babelia/1168042628_850215.html

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