Está en la página 1de 48

#FINDELPERIODISMO

Y OTRAS AUTOPSIAS

EN LA MORGUE DIGITAL

NICOLÁS MAVRAKIS
@nmavrakis

- 2011 -
Nicolás Mavrakis, @nmavrakis. Buenos Aires, 1982.
Crítico, escritor, periodista #freelancer y productor de contenidos
digitales. Miembro del Centro de Estudios Contemporáneos.
En Amphibia escribe sobre cibercultura.
Contenidos

A propósito de un concierto de Andrés Calamaro en Nueva York 4


Una viuda embarazada 6
El affaire Lewkowitz 9
#Freelancer 14
Contra la aristocracia de la subjetividad 17
Internet y Egipto 20
Wikileaks a contrapelo 23
Territorios medios 27
Copiapó Mining Disaster 2010 30
Periodismo hackeado 33
#Inception 36
#findelperiodismo 39
Lo que muere con Steve Jobs 41
Veinte días con un e-reader 43
Tesis de la filosofía de Taringa 45
A PROPÓSITO DE UN CONCIERTO DE ANDRÉS CALAMARO EN
NUEVA YORK

“Soy periodista, man. Cuento lo que veo.


En una crónica, el culo tenía que estar”

I
La disección de la frase de @HernaniiNY ilustra el proceso de
desgaste de una maquinaria simbólica en decadencia, mientras
que su soporte la coloca en la sintonía del destino inevitable de
toda aristocracia.
@HernaniiNY:
Tranquilo, man. Sos uno de los músicos que más escuché y
admiré en mi vida. Sólo me pareció que el jueves la cachereaste.
Nuevamente: ¿qué es hoy la crónica sino una viuda embarazada?

II
Vuelvo a las frases intercambiadas. La defensa de un supuesto
plano definido por lo jerárquico y el reclamo de una posición de
relevancia particular –donde la enunciación ya lacónica en
primera persona del singular es clave– sintetizan en acto a qué
nos referimos cuando hablamos de una aristocracia de la
subjetividad.
@HernaniiNY:
En 2001 me mudé de Madrid a Buenos Aires. Cuando el avión
aterrizaba, puse “No tan Buenos Aires” y lloré, como un cliché
Horizontal, no mediada, instantánea e incontrolable, la barbarie
–en forma de comment, en forma de twitt; en forma de lo que
fuera que sea mañana– arrasa el penoso sesgo aristocrático e
instala una nueva cultura.
@barksdale666:
MIra los youtubes, sordo !
@barksdale666:
Llora ahora, pibe … porque mi mama (que tiene noventa años)
debe estar preocupada leyendo tu basura.

III
Incidentalmente, @barksdale666 se vuelve un agente dinamizante
de una cultura distinta; una cultura digital dondesus partituras –y
la crónica sobre cómo son ejecutadas “desde Nueva York”– son
una anécdota menor, en el plano de una disputa ancha y ajena.
Entre tanto, la aristocracia de la subjetividad tiene, al menos, la
dignidad de hacer del espectáculo de su propio aniquilamiento un
evento público, entregado a la posibilidad del análisis
sincrónico. Tal vez sea la última dignidad de la crónica en
tanto territorio medio del #findelperiodismo.
Es posible imaginar para los historiadores la lástima –una
verdadera lástima– ante la imposibilidad de que Luis XVI haya
podido registrar con su smartphone los instantes previos al
cadalso y al sonido auténtico de la guillotina. Interrumpido, de
repente, por los aplausos de lo nuevo.
UNA VIUDA EMBARAZADA

[Texto leído en el Primer Encuentro Iberoamericano de Jóvenes, durante el IV


Congreso Iberoamericano de la Cultura, Mar de Plata, Argentina 2011.]

I
Preguntarse por el #findelperiodismo es preguntarse –siempre–
por un complejo sistema de tensiones entre lo viejo y lo
nuevo. Los viejos y los nuevos modelos de gestión y negocios
de la industria de la información. El viejo y el nuevo rol de
esa entelequia decimonónica que todavía se llama periodista.
Preguntarse por el #findelperiodismo es –sobre todo– asumir
el ocaso de un imaginario simbólico y la mutación de las
plataformas de producción y circulación del periodismo.
De la crisis de sus soportes tradicionales. Y en especial de
sus agentes.
#findelperiodismo es que aún haya periodistas que se aferran
al esquema arbóreo de un “público” al que se considera
un commodity al que se le puede conceder todavía la
publicación en papel de cartas de lectores, mientras
una semiosis infinita y rizomática de consumidores
digitales de información construyen a diario a través de sus
propios comments aquello que es su propia noticia, en sus
propios tiempos y bajo sus propias formas.

II
El #findelperiodismo no es una maquinaria de gestos éticos –
no se trata de condenar al periodismo, como suelen creer muy
ofendidos algunos periodistas– sino un cuadro definido
del estado tardío de la autonomía del discurso
periodístico en un contexto tecnológico que avanza –y que
seguirá avanzando– a la misma velocidad que el periodismo,
como se lo entendía y practicaba hasta ahora, lucha sin demasiado
sentido contra su propia extinción.
El #findelperiodismo –especialmente visible en Iberoamérica– es
también la emergencia inédita y desnuda de los eslabones
y las cadenas del periodismo bajo la forma en que Orson
Welles retrató a su Charles Foster Kane en 1941: una industria
dedicada a la tarea de fabricar e imponer sentidos
congruentes con sus necesidades productivas, aún
mediante la intervención (directa o indirecta) en la esfera pública
¿Esto es nuevo? Absolutamente no. Pero el #findelperiodismo
es su estado inédito de visibilidad.
La web por papel. Bloggers por periodistas. Agencias de noticias
por Twitter. Noticias por eventos. Público cautivo por flujos de
interés. La falsa profesionalización por el verdadero hobby: la res
publica ya no necesita intermediarios para saberse a sí
misma, ni los mecanismos tradicionales del discurso periodístico
resuelven un modo de mostrarse vehículos de algo más que de sus
propios intereses y de su propia agenda.

III
Hablar del #findelperiodismo es también abordar el problema de
una aristocracia de la subjetividad. Un ejemplo concreto: el
desastre minero de Copiapó, en Chile. La mera mención
del subject implica el acto de recordar. El “evento histórico”, el
“acontecimiento emocionante”, fue prácticamente diluido del
imaginario mediático en sólo una semana. La lección técnica del
#findelperiodismo redunda en que ya no son los medios
aquellas entidades capaces de designar qué es un tema
de interés –aquello “histórico”, aquello “emocionante”– sino
apenas aquellas entidades obligadas a ofrecer el
sostenimiento técnico –siempre fugaz– de una demanda
caprichosa y errática.
A mayor construcción discursiva de una eventualidad histórica
memorable y perdurable desde las maquinarias mediáticas,
menor el tiempo en que el evento per se persiste como elemento
relevante para los flujos de interés del público consumidor. Unas
48 horas después del histórico y emotivo rescate, el
tema había quedado olvidado. Y no se sientan culpables
ahora si necesitan consultar en Wikipedia exactamente en qué
mes y en qué año ocurrió el rescate en Copiapó.
Esto no habla de un empobrecimiento de las posibilidades
sincrónicas de considerar qué será histórico, sino del modo cada
vez más acelerado en que los medios se ven impedidos
de inventar de un modo sustentable y renovable sus
propios eventos históricos.
¿Pero a qué me refiero con aristocracia de la
subjetividad? A la fantasía de que existe una capacidad
única y legítima, atribuida a sí misma por una minoría específica y
definida, tal que les permite detentar no solo el monopolio
simbólico de ciertas herramientas técnicas (narrativas), sino
también la pertenencia VIP al dominio de una primera
persona del singular adecuada para establecer y presentar, bajo
una subjetividad única, un orden específico y adecuado del mundo.
La crónica tradicional, en la que un
sujeto único construía una representación única del mundo a
partir de una subjetividad única en contacto con un bagaje
limitado de impresiones, hoy es un dispositivo textual en clara
tensión con un nuevo sujeto colectivo, que construye una
representación colectiva del mundo a partir de una subjetividad
colectiva en contacto con un bagaje ilimitado de impresiones.
Si el desafío del eBook es comenzar a incluir links donde antes
había un acotado pie de página, el desafío de la crónica en los
tiempos de los flujos de información, la descentralización de las
subjetividades y la construcción compuesta de sentidos —para
describir un poco qué debe entenderse por era digital— debería
ser desarticular el entramado añejo de lo unívoco hacia modelos
cada vez más colectivos.
La versión fatalista de la misma pregunta podría ser
formulada del siguiente modo: ¿qué rol le cabe a
la aristocracia de la subjetividad frente al infinito e
instantáneo potencial de la barbarie representada por las
nuevas destrezas de los nativos digitales?

IV
#findelperiodismo es continuar creyendo que vale la pena o es
posible descifrar qué es el #findelperiodismo, y no cómo
funciona el #findelperiodismo.
«La muerte de las formas contemporáneas del orden social
debería alegrar más que conturbar el espíritu. Lo pavoroso, sin
embargo, es que el mundo que fenece no deja tras de sí un
heredero sino una viuda embarazada. Entre la muerte de uno y el
nacimiento del otro habrá de fluir mucha agua, habrá de discurrir
una larga noche de desolación y caos», dijo Alexander Hersen.
¿Qué es hoy el periodismo, sino una viuda embarazada?
EL AFFAIRE LEWKOWICZ

I
El affaire Lewkowicz es una de esas incandescentes
oportunidades que algunos de los privilegiados testigos del
#findelperiodismo esperamos para poder volver a escribir en el
agua.

Nos ha sido dado atravesar, camaradas, el final de una especie


agotada de sensibilidad y de hábitos. El final de una especie
agotada de costumbres pero, sobre todo, el final de una especie
agotada de lógica. La simiente verdadera de este final tal vez sea
una profunda #derrotacultural, cuyo estado último de decadencia
todavía está por verse. Lo supieron ya aquellos benditos
formalistas rusos: antes de su agotamiento definitivo, a toda
forma le resta consumirse en el estadio grotesco de la parodia.

El #findelperiodismo no es más que la veta más interesante —y tal


vez allí conserve el sentido público que alguna vez tuvo— para
detenerse a observar algunos puntos de un fenómeno más rico,
más interesante y aún —por eso mismo— menos evidente para sus
más obtusos actores: un #finaldeepoca.

Mann, Kafka, Marai y Walser son escritores a tener en cuenta a la


hora de hablar de un #finaldeepoca. Sobre todo porque fueron los
principales retratistas del derrumbe de mucho de aquello que casi
todos a su alrededor consideraban inmutable. Liberal teórico e
impracticable, la aseveración siguiente debe ser tomada como de
quien viene: no hay que temerle a lo nuevo, camaradas.
Si me preguntan a mí, al #findelperiodismo —
sinécdoque grosera del fin de múltiples hábitos técnicos e
ideológicos— nada parece encajarle mejor que esta frase, cuyo
autor ni importa, ni recuerdo: «Era como si la vergüenza debiera
sobrevivirle».

Si todavía no se ha escrito el epitafio del #findelperiodismo, que


alguien comience los trámites de copyright (no hacerlo y caer en
alguna trampa corporativa sería una imperdonable
#derrotacultural).
II
El affaire Lewkowicz implica una serie de detalles de índole
sexual que no interesarán a nadie, excepto a los mismos
periodistas. Eso puedo afirmarlo, como traducirían los malos
traductores de I-Sat, positivamente. Lo interesante va por otro
lado, como siempre.

(Acerca del origen sexual de este episodio del #findelperiodismo,


apenas diremos que fue originado por una joven rubia,
presumiblemente bella, una suerte de Helena más bien
intrascendente para una gigantesca Troya).

Ante todo, el affaire devela una vez más el agotamiento de los


hábitos productivos de los medios tradicionales. Encapsulados en
una lógica de soportes, tiempos, circulaciones e interlocutores
agotados, sobre la que ya se ha dicho casi todo lo que podía
decirse, la novedad toca a su propia #derrotacultural cuando su
llegada como fenómeno se verifica entre editorialistas, canales de
cable e intenciones de escándalo clase B. Es un dato a tener en
cuenta. Es la verdadera teoría del derrame, incluso en la
economía del fracaso. (Joaquín Morales Solá, digamos, ya ha
temido meses atrás).
A propósito, ¿qué es la #derrotacultural? No podríamos definirlo
ahora, pero estamos seguros de algo: los deseos de pertenencia
tardíos a un club ya cerrado y en decadencia son #derrotacultural.

III
¿Qué más resulta valioso entonces del affaire?

La validez de un blogger como interlocutor ha sido legitimada por


los propios editorialistas de Clarín, con el plus de un vistazo
instantáneo —no percibido por los obtusos— de cuáles son los
cambios más inmediatos en el horizonte cercano del periodismo y
sus actores.

No es que se trate de una guerra ni mucho menos. Se trata, en


todo caso, de una ocupación consumada: de las nuevas invasiones
bárbaras, en el sentido más admirativo del término. Pero si se
tratara de una guerra, los actores actuales se encontrarían con la
desaparición de sus armas, sus botas, sus suministros y hasta de
sus trincheras. De hecho, si llegaran a mirarse en su espejo —y
esos serían los lectores, camaradas melancólicos— ni siquiera
podrían verse.

Imaginen el estrés. La activación patológica de todos los


mecanismos de negación posibles capaces de negar que uno
mismo y todo aquello en lo que cree se extingue. El terror a la
desocupación, pero sobre todo el terror al vacío simbólico y
técnico en el corazón de las trincheras decimonónicas del
periodismo contemporáneo —que aún se resiste a pensarse como
en extinción— se evade inútilmente en un cinismo irónicamente
fuera de época y fuera de sus propias posibilidades materiales. Si
existe tal cosa como el Ángel de la Historia, este no sólo avanzará
de espaldas al futuro, sino que se bajará la bragueta y orinará
sobre los restos. Es una afirmación positiva.

En este punto es importante insistir en que el #findelperiodismo


no se remite al agotamiento de su deseo de credibilidad —las
convenciones del pacto de lectura que lo volvía verosímil han sido
violadas irreparablemente—, sino al agotamiento de toda su
estructura. Todos sus principios. Todos sus fines. El New York
Times, camaradas, ha anunciado ya que dejará de imprimirse. Y
ese es el verdadero #finaldeepoca.

Hemos de reconocer llegado este punto, camaradas, el valor que


como retratista tuvo Esteban Schmidt. Y no es porque un lúcido
ideólogo radical pueda estar demasiado lejos de Mann que
sus apuntes del Fin del Periodismo deban leerse periódicamente.
Esto es un reconocimiento intelectual pero también una
coordenada historiográfica posible: el #findelperiodismo
argentino, sin dudas, se inaugura con su retrato del cierre del
diario Crítica de la Argentina. Y el abaratamiento abrupto de una
mano de obra lanzada con ferocidad hacia los bolsones más
recalcitrantes de resistencia al cambio.
(A propósito, ¿qué es un #finaldeepoca? Ya se irán haciendo un
cuadro general, pero les digo también qué más podría calificar:
especular, en septiembre de 2010, que «una presidencia de Macri
sería buena para el periodismo de revistas», por ejemplo, es un
claro síntoma de #finaldeepoca).

IV
El affaire habla también de la desertificación completa de eso que
solía llamarse «agenda periodística», es decir, de la idea de que
las empresas periodísticas podían atribuirse el poder de
determinar qué era de interés.
(Disculpen que conjugue algunos verbos en pasado, pero así son
los #finaldeepoca).
Esto nos lleva a una reconceptualización del valor y sentido de
aquello que ahora se considera de interés. Y también nos lleva a
concentrarnos en «el interés mismo» como flujo errático de
usuarios a la caza permanente de entretenimiento fugaz. (Pero
esto, por supuesto, no nos interesa tanto como para continuar
aquí y ahora).

V
En algún lugar leí que Aníbal Fernández no inventó a los bloggers
K, sino que los bloggers K inventaron a Aníbal Fernández. Debe
ser la síntesis más cristalina e inmejorable de la perfecta
combinación del #findelperiodismo y #derrotacultural en un
contexto claro de #finaldeepoca.

VI
Antes de terminar, lean esto.

Entonces sí.

PatoBullrich @AlfredoLeuco Cuando te amenazan a vos amenazan a la


prensa que no se calla. Ya lo anuncio Morales Sola!

PalaciosMarcelo @AlfredoLeuco Alfredo me quería solidarizar contigo,


contás con todo mi apoyo, por la actitud mafiosa y criminal de este individuo
Carrasco.
JMoralesSola Como Jorge Lanata, estoy del lado del más débil, del más
infeliz, del incapaz. Por eso en este caso, estoy del lado de @AlfredoLeuco

“Era como si la vergüenza debiera sobrevivirle”.


#FREELANCER

«Don´t waste my mother fucking time»

I
¿Qué es un #freelancer? Un empleado autónomo ajeno al circuito
mercantil formal.
Sí, ¿pero qué más?
Entre los pliegues del #findelperiodismo circula un agente que
brota de la intensa precariedad organizativa bajo la cual se rigen
las empresas de medios tradicionales: el #freelancer.
«Precariedad organizativa» no debe remitir sólo a un trecho
jurídico. No se trata de explorar un «territorio minado» sino de
marchar por un «territorio de nadie».
La «precariedad organizativa» es también tecnológica y
simbólica. Hablamos, siempre, de un territorio medio.
¿Quién padece realmente esa precariedad?

II
Las empresas mantienen con el #freelancer una relación ambigua.
Lo necesitan para subsistir –todas las empresas de medios
tradicionales tercerizan en mayor o menor medida la producción
de sus contenidos– aunque no por eso necesitan contribuir
directamente a su subsistencia.
Precarización: la caducidad de las herramientas habituales y de
los paradigmas habituales: ruinas sobre las que el #freelancer
camina con comodidad y con privilegios. Un vago horror sagrado,
que se parece mucho al que provocan los flujos de consumidores.
¿Quién es el verdadero precarizado?
Un #freelancer circula por los vastos territorios de la
precarización y la tercerización alrededor de las empresas de
medios tradicionales con nada a su favor. Pero, en general,
tampoco con nada en contra. Eso ya es una ventaja.
La llegada de nuevas audiencias capaces de customizar su propia
demanda de contenidos provocó un nuevo universo de ofertas en
el mercado de la información y de los sentidos. Las prácticas
empresariales y los roles jerárquicos pasados –incluido
el periodista– están irreparablemente descolocadas ante ese
escenario.
¿Quién hace hablar al periodismo cuando ha quedado incapaz de
articular sus viejas cuerdas vocales? Cuerdas que se angostan y
que se extinguen.
¿El #freelancer plañe esas cuerdas como quien ejecuta el
pentagrama de una marcha fúnebre desde la periferia?

III
La customización provoca efectos inmediatos. Las empresas de
medios se encuentran en un grado profundo de estupefacción. Sin
capacidad de respuesta y con escasa capacidad reflexiva, sin
margen para la improvisación, la vista se eleva hacia arriba y
hacia afuera.
El #freelancer habita siempre el high ground, mientras que las
organizaciones tradicionales de medios vagan sin brújula a lo
largo de un paisaje que muta sin dejar siquiera huellas firmes a
seguir.
El #freelancer, en un contexto tecnológico en el que los usos y las
costumbres tradicionales ligados a la producción de información
han licuado su relevancia simbólica, recorre con mayores
posibilidades de autonomía e improvisación los intersticios de lo
nuevo. No busca huellas, las construye.
El tiempo se articula con las audiencias al punto en que se funden
(@mancini). Tiempo/Audiencia es una misma cosa: un mismo fin:
una misma mercancía. Sujeto migrante, desarraigado, libre, el
#freelancer hace de su tiempo una construcción constante de
valor. Forma parte de las audiencias (@mancini) porque es
audiencia y forma parte de los contenidos porque es contenido. El
#freelancer también es tiempo y su tiempo es valor.
Si hay un himno #freelancer, se canta a viva voz, en un inglés
universalista y con una sola consigna: Don´t waste my mother
fucking time!

IV
La pregunta es por las instancias ciertas de ventaja/desventaja.
Si la producción de valor necesita de las destrezas del #freelancer,
lo que no necesita del #freelancer, en cambio, es el
valor absoluto. WikiLeaks es una versión radicalizada de
tiempo/valor/audiencia pero también lo es de la organización. En
ese sentido, prescinde del #freelancer como prescinde de todo
aquello que no es sí mismo.
¿Es el territorio #freelancer un mundo finito?
Probablemente.
Mientras tanto, si el #freelancer habita la periferia de los medios
tradicionales, ¿los medios tradicionales, por su lado,
pueden elegir dejar de ser habitados por el #freelancer?
Con un horizonte infinito de improvisación por delante, el
#freelancer representa como «unidad operativa» todo aquello que
las empresas tradicionales ya no pueden decodificar «por sus
propios medios».
El nuevo ecosistema de medios e información obliga a una
convivencia que, como muchas veces en la misma Naturaleza,
suprime por ahora la posibilidad del mutuo exterminio. El
#freelancer como agente visible del #findelperiodismo.
CONTRA LA ARISTOCRACIA DE LA SUBJETIVIDAD

I
Confesión: me resulta casi imposible leer «crónicas». Es una
infalible cuestión de gustos, sobre la que es casi tan vago como
irrelevante dar explicaciones. Y casi es un atenuante diplomático
para decir que en mi lista de lecturas voluntarias no hay ninguna.
Eso no quita que sea un género interesante, sobre todo, porque
juega al filo de un #finaldeepoca. Como aparato textual, pensar la
«crónica» hoy debe ser probablemente más entretenido que leer o
escribir una.

II
La «crónica» entendida como género narrativo en el que una
primera persona del singular presupone que ciertas destrezas
técnicas —la recolección de datos— y ciertos protocolos
constructores de verosimilitud —la recolección de descripciones
espaciales— regulan y certifican su pertenencia a una aristocracia
de la subjetividad es, al menos, una definición que los nuevos
entornos tecnológicos obligan a revisar. ¿A qué me refiero con
una aristocracia de la subjetividad? A la idea —que no deja de
arraigarse en las jerarquías esclerosadas del #findelperiodismo—
de que solo existe una minoría legítimamente capacitada para
construir esos dispositivos textuales, pero no solo por el
monopolio simbólico de ciertas herramientas técnicas —que sería
lo de menos— sino por una pertenencia VIP al monopolio de una
primera persona del singular adecuada para establecer y
presentar bajo una subjetividad única un orden específico y
adecuado del mundo.

III
La «crónica tradicional», en la que un sujeto único construía una
representación única del mundo a partir de una
subjetividad única en contacto con un bagaje limitado de
«impresiones», es cada vez más un dispositivo textual en tensión
con un sujeto colectivo que construye una representación
colectiva del mundo a partir de una subjetividad colectiva en
contacto con un bagaje ilimitado de «impresiones». Si el desafío
del eBook es comenzar a incluir links allí donde antes había un
acotado pie de página, el desafío de la «crónica» en los tiempos
de los flujos de información, la descentralización de las
subjetividades y la construcción compuesta de sentidos —para
describir un poco qué debe entenderse por «la era digital»—
debería comenzar a desarticular el entramado añejo de lo unívoco
hacia modelos cada vez más polifónicos. ¿Cómo podría
construirse esa nueva «crónica sincrónica»? Con un vistazo hacia
lo que ocurre con la dinámica de mutación y relevancia del resto
de los discursos informativos.

IV
¿Se trata de un pedido de popularización? No necesariamente. En
todo caso, se trata de la urgencia de abandonar la lógica
aristocrática de los sentidos y comenzar a explorar las nuevas
herramientas tecnológicas disponibles para «conocer el mundo y
sus impresiones». ¿Puede la tecnología actual reemplazar la
«experiencia subjetiva»? Por supuesto que no. ¿Puede
enriquecerla de un modo mucho más potente y productivo que la
mera «presencia en el lugar de los hechos»? Por supuesto. Un
ejemplo común: los conciertos musicales.
Video. Imagen. Sonido. Textos a través de blogs, redes sociales,
teléfonos. Miles de «impresiones subjetivas» fluyendo a la par,
complementándose, enfrentándose, sirviéndose las unas de las
otras en un equilibrio dinámico permanente. ¿Importa allí una
subjetividad única? No solo no importa, sino que en tanto
subjetividad arbitraria y limitada obtura las posibilidades
contemporáneas mismas de «la experiencia». Sin un lazo de
naturaleza sincrónica con la multiplicidad de posibilidades —
accesible a través de cualquier plataforma digital en N cantidad de
espacios y tiempos simultáneos— la «crónica» se vuelve un
dispositivo textual conservador.

V
¿Debe la «crónica» desaparecer? Por lo pronto, deberá
necesariamente mutar o aferrarse —como los nodos duros del
#findelperiodismo— a su propia aristocratización. Qué ha
ocurrido con las tradiciones aristocráticas en el resto de las
prácticas políticas, sociales y culturales debería, por lo menos,
sentar un precedente lo suficientemente inexcusable al respecto.
¿Cuál es entonces la «crónica» interesante? La que precisamente
se desapega en tanto dispositivo, forma y discurso textual de
la subjetividad única y desnuda a partir de su propia exploración
la angustia del género. Esto es: la angustia del cronista que se
reconoce incompleto e incapaz de insertarse con gusto en el
Olimpo de las subjetividades aristocráticas que ofrecen la
seguridad del sentido único, ordenado y completo del mundo.
Misoginia Latina, de Joaquín Linne, es precisamente ese
desordenamiento del mundo como «sucesión de impresiones» y
la crónica no como objeto lumínico sino como «desesperación».
El cronista de Misoginia Latina necesita de las redes sociales,
necesita de internet, necesita completar sus impresiones a partir
de las impresiones de los otros, sin caer en el sincretismo de «la
experiencia subjetiva» como síntesis privativa de las experiencias
ajenas. ¿Es esa una crónica polifónica? Si lo fuera, no sería una
crónica sino un reportaje. ¿Entonces qué es? Escrita
en fragmentos en la web y por un outsider de aquella privativa
esfera de los «especialistas del género», Misoginia Latina es en
principio, la desarticulación y la desesperación de la voz única.
Huele a lo nuevo y eso la convierte en una de las mejores crónicas
argentinas publicadas en la década.

VI
¿Podría haber alguna reestructuración formal semejante para el
discurso periodístico tradicional? Se me ocurre una propuesta: la
tercera persona y el narrador omnisciente. ¿Por qué continuar
disimulando la omnisciencia del discurso periodístico, si en
definitiva esa misma es la operación estética más primitiva del
periodismo? ¿Por qué simular que lo que dicen y piensan «los
otros» en realidad les pertenece de manera verificable, cuando
solo se trata de palabras e ideas recortadas, seleccionadas y
editadas a gusto y necesidad del narrador?
INTERNET Y EGIPTO

“Si tu gobierno apaga internet, apaga tu gobierno”


Usuario de Twitter en Egipto

I
En este momento, Egipto es muchísimas cosas y probablemente
seguirá siendo más en la medida en que la maquinaria textual de
los medios globales continúe su excursión por el Nilo. La
naturaleza de esta excursión seguramente podría ser un tema de
interés más vasto para interlocutores válidos. Por lo pronto,
el #findelperiodismo ha vuelto a mostrar que, para la autonomía
de su derrota simbólica, lo esencial del conflicto «es el conflicto en
sí mismo». Y aún cuando millones de espectadores han visto
decenas de escenas de violencia, represión y muerte –con una
cámara fija que registra aquello que no requiere el valor agregado
de explicación alguna, como si fuera Gran Hermano–, yo mismo
jugaría algunas fichas negras a que poquísimos de esos mismos
millones de espectadores podrían explicar cuál es la naturaleza
institucional del gobierno egipcio.
En definitiva, ese es un efecto más de la autonomización tardía del
discurso periodístico. Y, por eso mismo, no es lo que ahora
importa. Lo que importa es internet.

II
Egipto es un objeto de reflexión potable en un sentido tan acotado
como significativo: el intento fallido de desmantelamiento que allí
ha hecho el Poder (en su sentido extensivamente foucaltiano) de
internet.
Esta intrusión directa –de la que se ocuparon, sobre todo, los
medios europeos– es, si no uno de los hechos capitales del siglo
en tanto prueba efímera pero efectiva de cómo la tecnología ha
reterritorializado y resignificado «esferas de interacción», al
menos un cuadro cabal que pinta sobre qué nuevas trincheras se
darán las próximas disputas entre ciudadanía y Poder.
III
Si bien es cierto que en Honduras y Ecuador ha habido coletazos
en una versión estrictamente televisiva, la versión egipcia del
asunto es intrínsecamente importante desde el momento en que
demuestra hasta qué punto la web se ha vuelto no solo un campo
infinito de negocios y creatividad, sino también una plataforma
vital –y no olvidemos la muerte como parte de toda vida– para el
Poder.
Un análisis no demasiado brillante del conflicto podría arrojar las
siguientes conclusiones. Desglosarlas aquí y ahora, por supuesto,
no tiene otra causa que advertir al Poder, que no suele ser
demasiado brillante, acerca de los modos cada vez más veloces y
masivos que tiene de ser desmontado allí donde esté.
Primero: al optar por desconectar a la ciudadanía de internet, el
Poder ha reconocido que la web –lo cual podría leerse en una
línea coetánea al affaire Wikileaks– es un campo de
organización más allá de su control.
Segundo: El rol y la capacidad de organización ciudadana desde la
plataforma digital (*), por su lado, han sido legitimados por el
Poder mismo como amenaza efectiva. En ese mismo sentido, es de
esperar que los soportes del siglo pasado –la televisión, que suele
ser siempre el más conservador de todos– no solo pierdan cada
vez más interés tanto para la ciudadanía como para el Poder, sino
que, en caso de una disputa semejante a la egipcia, en el futuro
esta siga trasmitiendo su basura extemporánea sin interrupción:
es decir, de nadie y para nadie.
Tercero: ciudadanía y Poder saben –y es calculable que futuros
conflictos alrededor del mundo cristalizarán la situación cada vez
con mayor profundidad– que «la interrupción de la web» no solo
es una experiencia a través de la cual el Poder trasparenta su
propia claudicación, sino también una experiencia a través de la
cual la ciudadanía bajo amenaza –y, nuevamente, de esto
seguramente servirá como mejor lo venidero– recibirá de manera
inmediata la solidaridad –no necesariamente moral, sino sobre
todo técnica y cultural– de una «comunidad global»,
supranacional y definitivamente más allá de cualquier Poder en
conflicto. Es por eso que el caso egipcio, sin dudas, replantea para
unos y otros cuál es hoy, dónde está y cuáles son los modos
del verdadero poder. ¿Serán los nativos digitales quienes en un
futuro mediato terminen por dar forma a lo que desde el Egipto
de 2011 apenas se vislumbra?

IV
En síntesis, el affaire internet en Egipto, lejos de inyectar una
fantasiosa dosis de filantropía geopolítica al rol de las empresas
privadas propietarias de las redes sociales –como Facebook y
Twitter–, a través de las cuales mucho del activismo ciudadano
egipcio se ha organizado, parece venir a probar que, más allá de la
especulación de las elites tecnológicas, culturales y empresariales
que consideran a internet un espacio donde solo el dinero asigna
el rol concreto del «player», la vieja democracia también puede
recalcular y redefinir bajo estrategias de una eficacia mucho
mayor y potentes que antes, efectos que el Poder, por ahora, es
incapaz de prever, contener o dominar.

* La aclaración obvia –y por eso mismo necesaria– es que las revoluciones no


las hace internet, ni la banda ancha, por más fe que se tenga en ellas, y ni
siquiera la hacen las personas, sino los ciudadanos. Son estos los
que, mediante una plataforma digital, pueden organizarse para concretar sus
objetivos.
WIKILEAKS A CONTRAPELO

“Peronist ideology–which can lead to political paranoia–”


ID: 243823 desde Wikileaks

“El infinito, querido, es bien poca cosa; es una cuestión de escritura”


Paul Valery

Henry Ford debe haber viajado en un buen carro empujado por


caballos mientras iba hasta su taller con la mente ocupada en esa
idea vanguardista que alguien después llamaría «el automóvil».
Pero nadie documentó en video el espacio vacío entre ese carro
empujado por caballos y el motor del primer automóvil.
Esa brecha entre un cambio rotundo de época. Por suerte, el
#findelperiodismo sí es capaz de registrar su propia autopsia.
Leer Wikileaks a contrapelo. No se me ocurre un modo más
productivo de colocar en tensión las ideas de lo que escribí sobre
Wikileaks hasta el momento. Si hay un esfuerzo que vale la pena,
es el de desconcertar incluso las ideas propias. Flexionar aún más
la ilusión de los discursos condensados que pretenden objetivar
el affaire Wikileaks en un único sentido posible (cualquiera fuere
este).
El affaire Wikileaks un punto de inicio válido para «la puesta en
goteo» de todas aquellas prácticas discursivas que se consideran
inexpugnables. La puesta en goteo de todos los sentidos.

I
La fantasía milenarista. Cuando un uso libertario de la tecnología
se articula con un discurso periodístico radicalmente
independiente, todavía pueden producirse algunos destellos de
eso que hace ya muchos siglos el racionalismo liberal llamó
verdad.
El milenarismo es ante todo un proyecto revolucionario que
consta de la destrucción reparadora del presente y que ubica su
edad de oro en el futuro. El milenarismo –explica Beatriz Sarlo–
es radical. Julian Assange es, en ese sentido, un héroe milenarista.
Como todo «héroe negativo» construido desde la web, la
negatividad de su discurso tiene como objeto destruir el discurso
pauperizado, deslegitimado y consumido del periodismo
tradicional. Assange es un catalizador del#findelperiodismo en
acto. Némesis técnico y político de un cúmulo de prácticas
ideológicas, culturales y económicas que perecen. ¿Es el suyo
un discurso radicalmente independiente? Assange afirma que
sí. Dado el estado de impotencia del periodismo, me parecería
ofensivo que me llamaran periodista, dice. La cuestión es delicada
y su resolución demarcaría inmediatamente la segunda pregunta:
¿Wikileaks es un uso libertario de la tecnología?
La impotencia de la que habla Assange se remite al estado inerte
del «valor» del periodismo como proyección incuestionable de «la
opinión pública». Un «valor» que ya no está bajo el control de
quienes siempre lo tuvieron y que por lo tanto ubica al periodismo
como se lo practicaba desde el siglo XIX hasta hoy en ese abismo
final de sentido que es el #findelperiodismo.
Wikileaks no es sino un gran «territorio medio» donde habitan
todas las ideas que antes del #findelperiodismo se tenían por
certezas. Entre ellas, la idea de verdad. Pero este proceso es
anterior, sincrónico y también será posterior a Wikileaks. Hay que
remarcarlo por una razón: evitar esa construcción
hagiográfica de Julian Assange, en la que una discusión política
acerca de los efectos de su trabajo parece mutilarse a favor de una
discusión cultural acerca de los efectos de aquello que representa.
Y la discusión, para que resulte productiva, no debe obturarse.

II
Los informes de Wikileaks parecen esta vez develar, ante todo, el
curioso andamiaje de datos que respaldan una arquitectura de
espionaje que aún aspira al dominio imperial.
La palabra clave es «curioso» y en realidad debería ser «frágil».
La fragilidad no se trata del modo en que la información
supuestamente secreta fue goteada –el hacking ya fue leído como
parte nuclear del #findelperiodismo-, sino de la fragilidad de esa
información en tanto información supuestamente valiosa.
Esto le gustaría a Enrique Vila-Matas y a sus máquinas de
escritura portátiles: Wikileaks revela al sistema de espionaje
americano bajo la forma de una enorme máquina de producir
textos. Pero no textos analíticos –tal vez hoy los aparatos de
inteligencia globales le deban más al imaginario de lo
infranqueable y contundente instalado desde el cine de Hollywood
que a sí mismos– sino textos producidos alrededor de
percepciones frívolas y triviales. “Chismes y rumores”, como dijo
Hillary Clinton. Más escritos sobre cuerpos –a la manera de
Kafka– que sobre proyectos estratégicos.
Pero una máquina infinita –y portátil a través de todos los
edificios diplomáticos del mundo– de producir textos implica por
lógica interrogarse acerca de los modos en que esos textos son
escritos y leídos. ¿Cuál es el criterio de «valor» a la hora de
escribir estos textos? ¿A qué «competencias de lectura» apelan
estos textos?
“Massa described NK as a master tactician who enjoyed a good
fight”, dice el cable 225062. Afirmaciones de un tenor retórico
más sólido y ante receptores que demandarían argumentos más
críticos se pueden documentar en cualquier peluquería de barrio.
Incluso si el tema en cuestión fuera algún inminente candidato a
edil en Montevideo. O las proyecciones de algún vecino con
tiempo libre para copar el consorcio de su edificio.
La embajada porteña no es una subsidiaria menor para pensar ese
roce entre las estrategias a través de las cuales la Argentina
intenta escribirse y aquellas a través de las cuales los informantes
de la embajada intentan leerla (“die-hard kirchneristas” se llama a
las voces más oficialistas en el cable 242241).
Replanteo las preguntas: ¿Cuál es el criterio de «valor» a la hora
de escribir? ¿A qué «competencias de lectura» se apela? Un
análisis correctamente geopolítico de aquello que Wikileaks ha
revelado podría prestarse a innumerables congresos sobre
un fenómeno de #findeépoca para muchos elementos más que la
mera vulnerabilidad técnica de los firewalls o la cuestionable
lealtad de los agentes del Departamento de Estado.

III
Este video enternecedor de los periodistas de El País –que me
envió el camarada @jkusunoki– sería solo enternecedor si fuera
falso, como la autopsia de aquel extraterrestre en Roswell, pero no
lo es. Este video de 2:48 minutos es real. El gore del
#findelperiodismo en YouTube. Escenas crudas de una masacre
simbólica inusitada. Mírenlo, por favor.
¿Qué se ve?
Se ve a una de las últimas legiones romanas del periodismo
tradicional arrasado por una barbarie digital que no comprende.
Porque si la estructura digital de Wikileaks necesitó servirse de las
plataformas web de las corporaciones del «periodismo
tradicional», fue únicamente para concretar el doble golpe de su
aniquilamiento técnico y simbólico. Digamos: para poder
demostrar que todo aquello que el «periodismo tradicional»
trafica cada día no sólo es irrelevante, sino para demostrar
también que se le puede hacer pagar el costo público de su propia
irrelevancia. Porque los bárbaros no acabaron con Roma cuando
guerreaban contra sus legiones –como ya sonó por aquí alguna
vez–, sino cuando se integraron a las legiones. «Y les digo,
camaradas, que el discurso periodístico contemporáneo está cada
segundo más plagado de los más maravillosos bárbaros, que no
son precisamente quienes se aferran todavía a líneas editoriales o
acusan a Wikileaks de desvalorizar el verosímil».
Lo enternecedor surge precisamente del contraste. De esos
hombres del «periodismo tradicional» que sonríen y celebran el
haberse convertido en profilácticos difusores de Wikileaks, como
si no supieran que son partícipes de su propio vacío y de su propio
fin. Se me ocurre otra escena: un cuerpo de soldados troyanos que
acabaran de lustrar ese magnífico caballo recién obsequiado por
los griegos y luego se marcharan a dormir satisfechos y entre risas
(después de subirse a YouTube).
“Con nuestras acciones de ahora determinamos el destino del
entorno mediático internacional de los próximos años”, dice
Julian Assange. En ese video se puede ver la clara extinción de
uno de los caminos del pasado.
TERRITORIOS MEDIOS

Hay algo que fait date, diría yo en francés, «hace época», y éste es su impacto,
el impacto mismo de aquello que es, por lo menos, sentido, de manera
aparentemente inmediata, como un acontecimiento que marca, un
acontecimiento singular o, como se dice en inglés, unprecedented.
Jacques Derrida

I
Hay un nodo de sentidos contradictorios alrededor del
#findelperiodismo respecto a qué significa el propio fin del
periodismo. Recorto dos líneas.
En un plano simbólico –llamémoslo así–, el #findelperiodismo es
el modo en que han emergido irreparablemente del falso piélago
de la objetividad los intereses materiales –y por lo tanto
ideológicos– que moldeaban las plataformas tradicionales del
discurso periodístico tal como se lo ejercía –o tal como se hacía
creer que era ejercido– hasta ahora. «Ahora» no es una categoría
menor en este esquema, sino más bien un «valor» de forma
caprichosa y dinámica.
Lo importante es que «ahora» es un «valor» que ya no está bajo el
control de quienes siempre lo tuvieron. Y en tanto forma, ha
muerto. La demostración del argumento sería: ¿qué produce
«ahora» un anchorman que se presentara como portavoz de la
objetividad periodística? Nada más que risa.
En un plano técnico –llamémoslo así–, el #findelperiodismo es el
modo en cambiaron irreparablemente los soportes, los agentes,
los modos de circulación, emisión y recepción de la
«información», otra forma sobre la que se pueden afirmar
muchas cosas, aunque la más trascendental es que se trata de otro
concepto en crisis. Y en tanto concepto en crisis, es por varios
motivos que el #findelperiodismo flota en aquello tenso,
indescifrable, ensombrecido, que podríamos llamar un «territorio
medio».

II
Un «territorio medio» es allí donde «ahora» habitan todas las
ideas que antes del #findelperiodismo se tenían por certezas.
El #findelperiodismo es también la inestabilidad crítica de todo
aquello de naturaleza técnica, ideológica, social y material que lo
sostiene (o lo sostenía). Si la organización política depende de la
estabilidad de la determinación conceptual, la organización del
#findelperiodismo será entonces necesariamente des-organizada,
des-determinada, des-conceptual.

III
En noviembre del 2010, incluso las experiencias estéticas
colectivas se hunden en el «territorio medio» del estar y el no-
estar.
Llevado a una cuestión de registros (donde lo oral se enfrenta a lo
escrito y viceversa), que el recital de Paul McCartney en Buenos
Aires haya llegado a la web vía YouTube mucho antes de que los
periodistas tradicionales tipearan sus “impresiones personales”
sobre los temas que tocó, es una cuestión, dirían los viejos
periodistas de escritorio, «no menor».
Incluso la teoría del retorno de lo performativo ante lo
compositivo que explica la teoría del Paréntesis de Gutenberg
puede ubicarse en un «territorio medio», que reflota el viejo
debate platónico alrededor de la filosofía del lenguaje. Apelo a una
cita de Richard Beadsworth sobre Derrida donde se marcan los
puntos relevantes de este tema en el Curso de lingüística de
Saussure:
«Es el habla lo que permite esta ilusión de trascender la
inscripción porque el sistema de oírse hablar a través de la
sustancia fónica se presenta como el significante no-exterior, no-
mundano y, por lo tanto, no-empírico o no-contingente. En otras
palabras, la “intangibilidad” de la voz conduce a la creencia de que
existe una diferencia cualitativa entre lo no-mundano y lo
mundano».
Para el #findelperiodismo, la pregunta acerca de lo no-mundano y
lo mundano hoy es tan esencial como la diferencia entre producir
contenidos para un caudal potencial de consumidores o morir en
la Nada del ciberespacio.
IV
La tensión oralidad-escritura es uno de esos nodos de sentidos
contradictorios, donde la fase técnica del #findelperiodismo se
aproxima a una pregunta imprescindible acerca de lo Real.
¿Qué será a partir del #findelperiodismo lo Real?
¿Cuál será el lenguaje del #findelperiodismo?
La pregunta acerca del lenguaje y sus registros hoy suena incluso
donde la cuestión no es el #findelperiodismo sino la política
misma y sus espacios de militancia.

V
Otra experiencia estética «no menor». Una película teóricamente
intrascendente pero en algunos aspectos valiosa, The Social
Network.
Facebook hoy es un «territorio medio». E insisto en qué quiero
decir cuando hablo de esto: un «territorio medio» es allí donde
«ahora» habitan todas las ideas que antes del #findelperiodismo
se tenían por certezas.
El modo en que una red social se gesta como un espacio exclusivo
para alumnos de Harvard y en menos de una década –durante la
que la fuerza de internet se traduce en un alud expansivo que
logra incapacitar el poder normativizador del proyecto– acapara
también a los agentes más silvestres de la Policía
Bonaerense, chocando finalmente –en menos de una década– con
una película tradicional que exige a los «nativos digitales»
encerrarse en una sala de cine paga para consumirla, eso,
exactamente eso, ubica a todo el proyecto Facebook en un
«territorio medio».
Tal vez David Fincher lo supo antes que nadie y se abocó a la
representación constante de un «territorio medio» como
escenario privilegiado de su relato.
El propio Zuckerberg se pasa toda la película hablando de la
digitalización completa de la vida, mientras está sentado en una
mesa de conciliación definiendo cifras para un arreglo
extrajudicial junto a una larga serie de abogados (por eso mismo
Zuckerberg no se equivoca al afirmar solamente que “lo único real
de The Social Network son las camisetas”).
Otra vez, la cuestión de los registros. La convivencia forzada y en
tensión. Ese «territorio medio» donde flota el #findelperiodismo.
COPIAPÓ MINING DISASTER 2010

“Más de 600 millones de búsquedas en


Google desde el martes hasta el viernes”

I
Algunas lecciones más sobre el #findelperiodismo. Pero no en su
veta ideológica sino técnica. Que es, promediando el
cercenamiento de la primera década del siglo veintiuno, la veta
más pasmosa y lacrimógina de un final. El subject es el desastre
minero de Chile. Epifenómeno menor de un tema ligeramente
más extenso en su versión aletargadamente tercermundista: esto
es, los modos en que las empresas mineras llevan adelante la
explotación prácticamente impune de sus empleados –temario
productivo para los Bee Gees–, en concomitancia con las vanas
ilusiones mediáticas de una historia sustentable y renovable.

II
La mera mención del subject implica el acto de recordar. El
“evento histórico”, el “acontecimiento emocionante”, fue
prácticamente diluido del imaginario mediático en sólo una
semana. La lección técnica del #findelperiodismo redunda en que
ya no son los medios aquellas entidades capaces de designar qué
es un tema de interés –aquelllo “histórico”, aquello
“emocionante”– sino apenas aquellas entidades obligadas a
ofrecer un sostenimiento técnico –siempre fugaz– de una
demanda caprichosa y errática.

III
Con permiso de Mr. Jones, creemos que el subject minero expone
una nueva máxima:
A mayor construcción discursiva de una “eventualidad histórica
memorable y perdurable” desde las maquinarias mediáticas,
menor el tiempo en que el evento per se persiste como auténtico
elemento de interés para los flujos de público. La prueba está a la
vista: unas 48 horas después del “histórico y emotivo rescate”, el
tema había quedado olvidado.
Esto no habla de un empobrecimiento en la caracterización
sincrónica de aquello a considerar histórico, sino del modo cada
vez más acelerado en que los medios se ven impedidos de inventar
de un modo sustentable y renovable sus propios eventos
históricos.

IV
En tanto despliegue técnico –cámaras, móviles, reporteros,
fotógrafos, corresponsales– también habrá que conservar como
postal del #findelperiodismo lo que probablemente será la última
gran cobertura tradicional de un evento. Y por
tradicional queremos decir: lo obsoleto y casi decimonónico de
las presencias in situ, las inversiones en recursos técnicos
materiales añejos y –en especial, porque se presenta como el
factor más tierno– el concepto de la “trasmisión en vivo desde el
lugar de los hechos”.
En este sentido técnico, el #findelperiodismo ha atravesado “en
vivo y en directo” su terminal fase beckettiana: allí en el desierto
sudamericano, senil y derrotado, el periodismo in
praesentia aguardaba con sus recursos agotados la posibilidad de
construir un hecho donde en realidad sólo había imágenes –
limitadas y aburridas y repetidas 33 veces: una monotonía gris
acorde a lo que la televisión aún considera entretenimiento– y
también silencio –acerca de los motivos por los cuales todo había
ocurrido en un principio–. Ese era el verdadero #pozo. El del
periodismo, profundizándose cada vez más. En vivo y en directo.
Quien ha recorrido el tendal histórico de fracasos del
#findelperiodismo puede suponer que gran parte de la presencia
periodística in situ tuviera la expectativa –también decimonónica,
pero en su veta amarillista– de un desastre durante el rescate.
Aquel era el Godot esperado con ansiedad. Godot que, por
supuesto, nunca llegó (fundamentalmente por razones que no
analizaremos aquí).

V
No hace falta un doctorado en #periodismo_hackeado para
comprender que ya no existen ni los hechos, ni los lugares, ni las
trasmisiones en vivo. Existe, en cambio, un flujo constante,
errático y casi nunca predecible de eventos –llamarlos “hechos
noticiosos” o “información” también sonaría penoso– que se
agotan en su propia instantaneidad: esto es, todo aquello que
circula, como tal, por la web. Un continuo poliforme que aún al
momento de terminar de leer este breve opus sobre el
#findelperiodismo habrá vuelto a cambiar una, otra y otra vez.
PERIODISMO HACKEADO

[Las siguientes son notas apresuradas sobre el #findelperiodismo. No tienen


por finalidad delinear la ocurrencia de una serie de hechos inminentes, sino
almacenarse como aperitivo cultural para que, en un tiempo prudencial,
digamos, en un año, los excavadores del #findelperiodismo puedan contar de
manera paulatina con eso que los historiadores sólo llaman «persepectiva
histórica» una vez que han construido lo que querían con el pasado. Así,
entonces, veíamos algunos el #findelperiodismo en octubre de 2010. Esta era
nuestra «perspectiva histórica».]

I
La web por papel. Bloggers por periodistas. Agencias de noticias
por Twitter. Noticias por eventos. Público cautivo por flujos de
interés. La falsa profesionalización por el verdadero hobby: la res
publica ya no necesita más intermediarios para saberse a sí
misma, ni los mecanismos tradicionales del discurso periodístico
resuelven un modo de mostrarse vehículos de algo más que de sus
propios intereses y de su propia agenda. En una instancia más
colorida, la módica batalla pasajera
entre convencidos y mercenarios, acusándose filosóficamente de
no ser nunca aquello que declaman.
Una contemporización. El discurso periodístico del siglo XIX.
Afluencia positivista y del mercado –que en este contexto ya no
podrán pensarse por separado– sobre una plataforma de
receptores en expansión. Si había una masa, esa masa se estaba
volviendo cada vez más rápidamente letrada.
El discurso periodístico del siglo XIX goza del soporte papel.
Construye a sus receptores dentro de su credo ideológico y se
propaga con éxito bajo las banderas liberales.

II
Este proceso continúa sin mayores modificaciones durante todo el
siglo XIX y XX –donde si les parece bien, camaradas, podemos
incluir a los primeros medios de izquierda, bajo la misma lógica–:
el discurso periodístico se lleva adelante como herramienta de
intervención fehaciente sobre la res publica, constituyendo roles
interdependientes: el periodista (que incluye hasta el siglo XX
al intelectual como algo más que un anexo dispensable) y el lector.
Si algo ha dejado dicho Orson Welles, es que la concentración de
soportes para el discurso periodístico conduciría inevitablemente
a la fagocitación de los principios de intervención sobre la res
publica y a la construcción, por lo tanto, de espacios de
confrontación de poder entre un polo público y un polo privado.
De eso se trata, si rescatan algunas de las mejores escenas, casi
vanguardistas, referidas al #findelperiodismo, la película Citizen
Kane.

III
En algún punto, el discurso periodístico, entendido como un todo
operacional y bien constituido, fue hackeado. Y el entramado de
relaciones materiales que le daba un sustento ideológico ya no
tuvo a quiénes ni cómo convencer.

IV
El defacing, sin dudas, será reivindicado con el tiempo como un
vestigio menor pero premonitorio.
Las contemporizaciones siempre son bastante imbéciles, pero
desentenderse de las posibilidades de intervención de un
elemento novedoso sobre un elemento hegemónico fue
seguramente un error común entre aquellos pretorianos que en el
siglo III se codeaban para decir: «¿Bárbaros en las filas de
nuestras legiones romanas? ¿Quién puede apostar algo a esos
animales? ¡Mercenarios sin fe! ¡Si ni siquiera los entendemos
cuando hablan!»
No sabían que la barbarización sería el final de toda una época.

V
Teóricos más finos registran como primer fenómeno de
disrupción moderna en el discurso periodístico la llegada del
spam, en la forma de aquellas cartas que Rodolfo Walsh enviaba
denunciando lo que el discurso periodístico ya no.
Si las anteriores eran intervenciones esporádicas, el hackeo sólo
debe leerse como la deconstrucción definitiva de todos los
principios, soportes, roles y contenidos del discurso periodístico.
La irrupción de lo nuevo sobre lo anquilosado.
Este proceso ya ha sido analizado en numerosas ocasiones.
Para el discurso periodístico como se lo entendía hasta finales del
siglo XX, el hacking es un proceso de revisión sumaria. Ni de
crisis ni de revolución –porque, finalmente, el discurso terminará
vacío y desembocará en una forma secular más del
entretenimiento–, sino al menos de revisión. Una revisión que
ordene –al menos por su propia curiosidad– el evento de su
propia extinción.
Los bárbaros no acabaron con Roma cuando guerreaban contra
sus legiones, sino cuando se integraron a las legiones. Y les digo,
camaradas, que el discurso periodístico contemporáneo está cada
segundo más plagado de los más maravillosos bárbaros, que no
son precisamente quienes se aferran todavía a líneas editoriales o
acusan a Twitter de desvalorizar el verosímil.
(En este caso, la intención, por parte del discurso periodístico
anquilosado, de hackear lo nuevo desde la eyección de letras de
molde resulta en una delicada ironía, cuya risa se provoca hoy y
tal vez sólo resulte oída en un futuro cercano: el polo público se
burla abiertamente del #findelperiodismo).

VI
Sólo parece interesante añadir que el hacking no es
necesariamente algo negativo o positivo. Es sólo algo inevitable.
Un epifenómeno propio de un #finaldeepoca.
Nuestra época, lectores del 2011, como la época de los últimos
colchoneros y deshollinadores, era un #finaldeepoca.
#INCEPTION

Para contextualizar, primero hay que leer esto.


Pero tal vez no haya que leer exactamente más nada.
No se me ocurre una manera más prístina de presentar el caso
que la siguiente: que el canciller @hectortimerman confunda
entre sí y en medio de una penosa disputa online a las versiones
@pepeeliaschev y @peliaschev, es uno de los eventos más
significativos de nuestra época.
Y mediante ese nosotros inclusivo no me refiero a una de esas
apelaciones de sesgo tecnológico a nuestros tiempos modernos–
iniciados hace 2 siglos y acabados hace medio–, sino a uno de esos
eventos azarosos, inesperados y a la vez casi formales –en el
sentido formular– donde la #derrotacultural y el
#findelperiodismo se fusionan en un cono perfecto de Vacío de
Sentido.

Escribe @hectortimerman:

Dice @pepeeliaschev si huggies saca a florencia peña de sus filas,


la campaña podría hacerla Timerman que no va a lo de leuco
porque se cagó.

La línea de los soñadores soñados. Atraviesa Descartes, toma


curvas ambivalentes en Hume, se expone en Unamuno, se estiliza
para siempre en Borges y termina masificada al alcance de
la chusma palurda en Christopher Nolan.

Yo los llevo a Twitter. Entretenimiento filosófico de calidad.


Parpadeos oníricos en ciento cuarenta caracteres.

Los invito a seguir la batalla de percepciones –no se trata de si son


reales o falsas, sólo se trata de percepciones– entre un canciller y
las versiones de un periodista. No importa quién es quién, porque
ninguno representa algo distinto que nuestra época.
@peliaschev acusa a @pepeeliaschev de ser “una mera operación
doméstica de saqueo”.
La palabra importante, de todos modos, es ser.
¿Pero cuál de los dos creerían ustedes que escribió lo siguiente?
Mi identidad se sustenta en más de cuarenta años de labor
periodística, enfrentando dictadores y dictatorzuelos. Nos vemos
esta noche.
¿Y lo siguiente?
¿Qué hacer en un pais cuyos gobernantes derrapan por twitter
sin filtro ni control de esfínter? Por incontinencia, pueden hacer
un desastre.
¿Y qué tal esto?
En Brasil designaron póstumamente a Vinicius como embajador.
En nuestro país, el ministro de relaciones exteriores es un muerto.
¿O esto?
Moraleja melancólica al atardecer: ¡cuánta energía al servicio
de las peores pasiones! El twitteo oficial K es puro cinismo, mera
patanería.
¿Y esto?
El célebre rabino Bergman nos dice: “no confundir Perón con
Nerón”. Yo agregaría: “no confundir octubre del 17 con 17 de
octubre”.
Por supuesto, ustedes han leído demasiadas novelas policiales. O
en todo caso, han visto demasiados capítulos de Hércules Poirot
recreados por la BBC. Entonces quieren saber cuál es el real.
Quién es el soñador y quién es el soñado.
Entiendo que tal vez no perciban la belleza en toda esta situación.
La ambigüedad profunda. La paradoja existencial. El dichoso goce
de que, finalmente, nada es real.
No estoy seguro, pero @hectortimerman infiere la metafísica de lo
que ocurre. Entonces termina diciendo:
mis condiciones eran, los dos sólos hablando y debatiendo. Yo no
tengo archivos ni videos ni equipo de producción. Leuco quiere
un show.
Da exactamente igual.
De todos modos, la palabra importante es show.
Lean las dos Bio en Twitter de @pepeeliaschev y @peliaschev.
Traten de asignar cuál le corresponde a cuál.
Bio Journalist. B. Buenos Aires 1945. Author, essayist, radio and
TV personality. Nine books.
Bio Periodista independiente. Ex alumno del Colegio Nacional de
Buenos Aires.
¿Se preguntan quién tiene más followers?
Se sorprenderían.
“Non, je ne regrette rien”, espera escuchar uno desde algún lugar
más allá de las nubes, y después recibir #lapatada.
Pero créanme, hermanos y hermanas, ya no hay ninguna realidad
esperándonos después del golpe. Eso es nuestra época.
#FINDELPERIODISMO

¿De qué hablamos cuando hablamos de #findelperiodismo?


De la crisis de sus soportes, del abaratamiento de sus plataformas,
de la disminución dramática de sus consumidores frente a los
nuevos canales de circulación de datos, ese flujo que aceita el
devenir mismo de las redes sociales. Pero también hablamos de la
emergencia -nunca antes tan nuda- de los eslabones puros y los
mecanismos engrasados de la industria periodística. Un núcleo
legible de esta emergencia puede darse en los tenues
enfrentamientos entre el gobierno demócrata de Obama y la
cadena republicana Fox. Una lectura de mayor intensidad, sin
embargo, resulta más inmediata -en Latinoamérica y en
especial en Argentina- en la puja de intereses constante entre
el polo público (gobierno, parlamentarismo, institucionalidad) y
el polo privado (juntas de directorio, corporatividad monopólica,
recursos productivos).
Desnudado de los valores románticos del siglo XIX y XX -la
persecución de la verdad, la persecución de la justicia, la
intervención en la res pública-, el periodismo se vuelve una
materia inerte y desmitificada. La suya se vuelve -vamos a
reelaborar pecaminosamente a Giorgio Agamben- nuda vida: vida
como asunto sin límites de la filosofía y vida como materia sin
forma. Un recipiente en el que se vehiculizan en un éxtasis
obsceno los intereses de un postor.
¿De qué hablamos cuando hablamos de #findelperiodismo?
También hablamos de episodios de tensión entre lo nuevo y lo
viejo. Y por tensión quiero decir: rebordes donde lo mejor de lo
nuevo se entremezcla con lo mejor de lo viejo. Por ejemplo: un
proyecto de investigación periodística tradicional montado sobre
una plataforma técnica de vanguardia. The Washington Post: Top
Secret America es exactamente eso. Una investigación al
modo tradicional de distintas zonas secretas militares en los
Estados Unidos, presentada del único modo viable: en la
intangibilidad de la web y mediante una summa multimediática.
Haciendo click sobre el video -la investigación periodística se
fusiona con la palabra escrita y con el cine, en ese trompo
tan posmo del entretenimiento como valor absoluto (aunque bien
entendido)- también se visibiliza la tensión comercial que tanto
desnuca a algunos camaradas.
El financiamiento de una investigación de más de dos años y más
de una docena de periodistas profesionales -tiempos y formas que
exceden escandalosamente las expectativas actuales de lo
viable en el nuevo mercado de la información digital-
también puede lograr sus anunciantes. Ahí está -como paratexto
mercadotécnico- la promo, el comercial, el miserable capital,
dispuesto a financiar un proyecto interesante, lacerando el credo
absoluto del abaratamiento de la mano de obra y de la depresión
de las expectativas del público consumidor.
LO QUE MUERE CON STEVE JOBS

I
Las almas sensibles deben agudizar su percepción de un hecho
que en primera instancia no parece más que un recursivo episodio
entre tantos otros de ese magro engendro hermético llamado “la
crónica económica”. La renuncia de Steve Jobs a Apple, a menos
de un mes de que su empresa fuera reconocida como la más
importante del mundo, se convirtió rápidamente en una
representación mediática muy interesante sobre la muerte.
No de la muerte de Steve Jobs –cuyo cáncer se negó de manera
inversamente proporcional a la difusión del cáncer de Hugo
Chávez, demarcando áreas muy particulares de ciertos deseos
biopolíticos- sino de la muerte del Capitalismo.
Por supuesto, no se trata de la muerte del Capitalismo como
sistema –de eso ya se ocupará #unmilagroparaAltamira– sino de
esa zona más profunda y cotidiana de sí: la que logra modelar con
éxito –el éxito más grande del mundo– las subjetividades
contemporáneas del consumo mientras reproduce fantasías
seriadas en cada uno de esos compradores aspiracionales de
iPhones, Macs, iPads y iPods: basta prestar atención en el cúmulo
previsible de actores socio-económicos específicos para identificar
quiénes habrán de sentirse –durante unos pocos pero
trascendentales segundos– abatidos por la renuncia de Jobs al
almirantazgo de la contemporaneidad.

II
La misa negra del Capitalismo alrededor de Steve Jobs –cuya
renuncia, de acuerdo a cómo esta afecte la cotización de las
acciones de Apple, podrá darle a la hipotética noticia de su
“muerte” una dimensión real– es también la puesta en crisis de
uno de los valores claves de una época que el propio Jobs ayudó a
crear: la creatividad.

Diseñadas creativamente en Occidente –que encumbra a la


creatividad como el valor máximo de un revivificado capitalismo
ligado a la tecnología y la información–, y con sus piezas
manufacturadas en China, esa zona franca del aparato jurídico de
la producción, donde las condiciones más salvajes del trabajo
manual no han variado demasiado en los últimos siglos, pocas
mercancías –y aquí opera un componente estético que tal vez sea
el verdadero factor decisivo del éxito curvilíneo, etéreo y níveo de
Apple– han alcanzado de un modo tan perfecto la categoría
de fetiche.

¿Podría tener el actual Capitalismo occidental, golpeado por sus


crisis periféricas en Santiago de Chile, o por sus crisis centrales en
Londres, motivos de congoja más profundos que el derrumbe de
un hombre capaz de restituir en una serie de objetos tan
específicos y exitosos las contradicciones de una época?
¿Podría tener el actual Capitalismo occidental un motivo de
congoja más profundo que el derrumbe de un hombre que
construyó, bajo los parámetros más empíricos del mercantilismo,
el mito contemporáneo de la creatividad como summa de todos
los atributos del moderno precursor?

III
Palpitante, lo que el Capitalismo ofrece a través del imaginario
conmovido de sus medios no es otra cosa que una representación
de la muerte de Steve Jobs en el Capitalismo, pero como parte y
no como todo.
Ese es el registro trágico de la ascesis privada de su renuncia: su
épica hagiográfica –incluida la unción de su discípulo más
fiel, Tim Cook–; la carta imbuida en la fe de los profetas y los
mártires: “los días más brillantes e innovadores de Apple están
por delante”. La ilusión de que todo continuará, siempre, más
allá de la muerte.
VEINTE DÍAS CON UN E-READER

I
Hace falta sostener un e-reader durante cinco minutos y usarlo
otros diez para preguntarse: ¿por qué todavía no se «discografizó»
el mercado editorial en papel?
¿Qué sostiene a los grandes grupos editoriales en esa posición
privilegiada del mercado para que, al menos en América Latina,
continúen vendiendo esas masas de celulosa entintadas y
encuadernadas que llamábamos libros?
La pregunta, por supuesto, es acerca de ciertas prácticas
conservadoras que contribuyen a la volatilidad de ese otro tópico
denominado #derrotacultural.

II
La imagen de un millón de libros en la soledad de un container se
vuelve desoladora precisamente porque alguien nota su
ausencia. Y la padece. El dolor es netamente material y lo han
expresado ya algunos lobbistas sensibles. Basta googlear. Ahora
bien, ¿por qué necesitan ser recordados los libros olvidados en
un container; libros producidos con papeles caros y vendidos al
público a precios ultrajantes?
A un 10% de ganancia por el precio de tapa a cobrar en dos
semestres, los escritores no los extrañan. Y vendidos a precios
dolarizados aun cuando se produzcan en las periferias de las
capitales sudamericanas, tampoco los lectores. La cuestión es
la obsolescencia. Ni siquiera de un modelo de negocios –los
dueños jamás sueñan que podrían dejar de serlo– sino del
microcircuito de pertenencias al que corresponde la palabra
escrita bajo un soporte digital.
Utilizado con un mínimo de inteligencia, un e-reader puede
almacenar y distribuir más de un millón de libros hackeados, sin
mayor costo que el de una conexión a la web. No hay
container que pueda controlarlo. Tampoco hay ningún lobby
empresarial editorial que pueda impedirlo.
III
La «discografización» editorial no es una apología de la violación
de la propiedad intelectual sino una apología del deber
de repensar la relevancia de los lectores ante políticas culturales y
políticas de mercado que pretendan apartarlos de una mercancía
cuyas condiciones de consumo, como se las conocía hasta
entonces, han desaparecido.
Si los precios, los tiempos y las formas de la industria
cinematográfica se hundieron ante las nuevas prácticas y las
nuevas costumbres de los usuarios, ¿por qué no debería hundirse
también la industria editorial del papel? ¿A quién le interesa,
excepto a los conservadores y a los nostálgicos, el periplo privado
y público de su agonía ? ¿Por qué no asumir que el libro es ya otro
de los nombres del software? Por lo tanto, ¿qué hay en
un container que no esté al alcance en la red?
TESIS DE LA FILOSOFÍA DE TARINGA

«La bibliocultura seguirá haciendo la competencia, todavía durante un cierto


tiempo, a muchas otras formas de publicación que se sustraen a las formas
heredadas de la autorización, de la autentificación, del control, de la
habilitación, de la selección, de la sanción, incluso de mil otras formas de
censura»
Jacques Derrida

I
La muerte de las formas contemporáneas del orden social debería
alegrar más que conturbar el espíritu. Lo pavoroso, sin embargo,
es que el mundo que fenece no deja tras de sí un heredero sino
una viuda embarazada. Entre la muerte de uno y el nacimiento del
otro habrá de fluir mucha agua, habrá de discurrir una larga
noche de desolación y caos.

II
Argentina tiene 20.000.000 de usuarios de internet. El
crecimiento de usuarios fue del 700% en la última década. En el
2009 fueron dados de baja por intercambiar archivos de manera
ilegal en Argentina 74.353 blogs, 740.014 links, 166.670 foros,
16.670 links P2P, 1.981 archivos de eDonkey y 32.378 sitios de
música. Las industrias más afectadas son las de software, música
y cine.

III
Si alguna vez conversaron con un abogado de los que representan
a las multinacionales productoras de soportes para distintos
capitales simbólicos, habrán percibido lo rápido que tratan de
infundir la idea de que tipos como Bill Gates son víctimas a la vez
que los tipos que bajamos contenidos de toda clase desde la web
somos criminales. La tesis se repite, ahora, tal vez, con
cierta desesperación. También con cierto patetismo, ya
que quienes denuncian a Taringa no son el lobby internacional de
los grandes monopolios del software –representados por
la Business Software Alliance– sino un conjunto gris de
editoriales del inframundo jurídico.
IV
La ley vigente prevé hasta seis años de prisión para quien edite,
venda o reproduzca “obras artísticas, científicas y literarias”.
Trasladada sin consideraciones del ámbito real al digital, subir
material a internet se considera “difusión”. Y bajarlo,
“reproducción”. En el caso de la compra callejera, en cambio, la
figura legal sería la de “encubrimiento”. Por lo que -según el
artículo 277 del Código Penal- quien comprara cualquier material
de origen fraudulento debería ser penado con hasta 3 años de
prisión (algo sobre lo que no hay registro).

V
Horacio Potel sabe de qué se trata enfrentar las prácticas
oligopólicas ejercidas sobre la circulación simbólica y material de
bibliografía académica. Y es sintomático que el principal
perseguido por el lobby editorial haya sido un docente que
multiplicaba las posibilidades de acceso online al conocimiento
filosófico.

VI
¿Alguna vez se molestaron en leer detalladamente qué es
realmente lo que preocupa a quienes todavía recurren a la triste
insistencia ontológica de ser los únicos amos del conocimiento?
Hay algunos detalles interesantes, incluso sobre Taringa. En el
informe del año pasado de la IIPA(International Intellectual
Property Alliance), dedicado exclusivamente a la Argentina, por
ejemplo, afirman que el sitio, “con más de 2.577.263 usuarios”, ha
estado “respondiendo positivamente a los avisos de baja” luego de
sus encuentros con “la industria discográfica”. ¿Se necesita algún
tipo de traducción detallada para comprender el significado de
“respondiendo positivamente”? Según el reporte de este año,
Taringa “elimina el 31.94% de los links subidos diariamente por
razones de contenido pirata”.

VII
Por supuesto, es ridícula la necesidad de declararse a favor de
Taringa porque, como en tantas otras esferas, su alternativa,
ahora, no representa sino barbarie y reacción. Taringa (lo que
Taringa representa como práctica social y tecnológica, más allá de
sus propietarios) debe prevalecer. Sin embargo, las implicancias
de estas afirmaciones hechas por la IIPA respecto a cómo ha
actuado realmente Taringa hasta el momento en lo que se refiere
a la libre circulación y eliminación de links y cuál es, por lo tanto,
ahora, la verdadera naturaleza de su urgente apelación a una
conciencia colectiva “que abarca a todos los que participamos de
internet y las redes sociales” se vuelve, por lo menos, objeto de
inminentes discusiones por parte de los usuarios.

VIII
La cuestión de la piratería es hermenéutica antes que legal. Por lo
tanto, no se trata de una discusión del orden de lo jurídico-
represivo, sino del orden de los modos en que se comprende el
estado actual del mundo y sus posibilidades. Los grados de
persecución jurídica, en ese sentido, deben leerse de manera
inversamente proporcional a la capacidad de comprensión acerca
del fenómeno digital. Como la industria discográfica y la industria
cinematográfica, la industria editorial –en todas sus formas– es
otra viuda embarazada.
#FINDELPERIODISMO
Y OTRAS AUTOPSIAS
EN LA MORGUE DIGITAL
de
NICOLÁS MAVRAKIS
@nmavrakis.
Ediciones CEC.
Buenos Aires, Argentina, 2011.

También podría gustarte