Está en la página 1de 157

La irresolubilidad del dilema de Benacerraf.

Una investigación sobre el


estatus del platonismo en filosofía de la matemática

Tesis de Licenciatura

Alumno: Matías Alejandro Guirado


Directora: Dra. Nélida Gentile
Dedicado a mi mamá

1
Agradecimientos

Mi mayor agradecimiento va dirigido a mi directora de tesis, Nélida Gentile, por haberme


brindado su apoyo durante todos estos años y por haber contribuido sustancialmente al
mejoramiento de este trabajo. Fue en el marco de sus seminarios sobre realismo y antirrealismo
científico que tomé contacto con temas de metafísica analítica en general y metafísica de la
matemática en particular. Sus enseñanzas fueron determinantes en la evolución de mi
pensamiento y jugaron un papel crucial en la (ardua) elaboración del capítulo dedicado al
“platonismo científico”. Por sobre todas las cosas, le agradezco a Nelly el haber confiado
siempre en mí, quizá más que yo mismo.

Son muchas las personas que han intervenido activamente en mi formación a lo largo de mi
carrera. Una mención especial merecen: Eduardo Barrio, Gustavo Daujotas, Carolina Fernández,
Rodolfo Gaeta, Nélida Gentile, Susana Lucero, Alberto Moretti, Susana Murillo, Nilda Robles,
Alicia Schniebs, Adriana Spehrs y Marta Triay. A Rodolfo Gaeta le agradezco el haberme
permitido formar parte de diversos proyectos de investigación desarrollados bajo su dirección.
Sus observaciones en torno a mis (rudimentarias) exposiciones sobre temas de metafísica de la
matemática han condicionado constructivamente algunos desarrollos de esta tesis. Nilda Robles
me dió una invaluable lección de filosofía y método filosófico al -en sus palabras- “destrozar” un
trabajo que escribí hace unos años en torno al tema de las disposiciones. Tiempo después, esa
lección dió forma a mi primer publicación en una revista internacional. Gracias, Cuqui.

Quisiera expresar mi gratitud hacia algunas personas que, a sabiendas o no, me han brindado su
apoyo en distintos momentos o circunstancias de mi vida y han contribuido de algún modo a que
alcanzara la meta de escribir una tesis. Ellas son: Susana Audero, Gustavo Daujotas, Claudio
González, Ricardo Orzeszko, Adriana Spehrs y Patricia Spohn.

Quisiera también expresar mi agradecimiento a Mark Balaguer y a Edward Zalta, por haber
contestado con dedicación mis consultas sobre temas relativos a sus posiciones en filosofía de la
matemática y metafísica. Las obras de estos autores han sido una referencia constante para la
elaboración de este trabajo y su influencia se hará patente a lo largo del mismo.

Por último, quisiera expresar mi afecto hacia mi padre, Rudy Guirado, mis hermanas, Marilina y
María Sol, y mis amigos: Hernán Alvarenga, Nicolás Amato, Luciana Cordo Russo, Daniel
Correa, Walter Giovannini, Miguel Herszenbaun y Mariano Uñates.

Buenos Aires, 22 de Abril de 2016


M. G.

2
ὅτι, ἔφη ὁ Παρμενίδης, ὡμολόγηται ἡμῖν, ὦ Σώκρατες, μήτε ἐκεῖνα τὰ εἴδη πρὸς
τὰ παρ᾽ ἡμῖν τὴν δύναμιν ἔχειν ἣν ἔχει, μήτε τὰ παρ᾽ ἡμῖν πρὸς ἐκεῖνα, ἀλλ᾽ αὐτὰ
πρὸς αὑτὰ ἑκάτερα. (...) ὥστε ἀπορεῖν τε τὸν ἀκούοντα καὶ ἀμφισβητεῖν ὡς οὔτε
ἔστι ταῦτα, εἴ τε ὅτι μάλιστα εἴη, πολλὴ ἀνάγκη αὐτὰ εἶναι τῇ ἀνθρωπίνῃ φύσει
ἄγνωστα. Porque, Sócrates, dijo Parménides, convinimos que ni aquellas Formas
tienen el poder que tienen con relación a las cosas que nos rodean, ni las cosas que
nos rodean con relación a aquellas, sino que unas y otras lo tienen con relación a sí
mismas. (...) De ahí que quien nos escuche se halle en dificultad y alegue que estas
cosas no existen y que, aun cuando se conceda que existen, es completamente
necesario que resulten incognoscibles para la naturaleza humana.

Platón, ​Parménides, 134d-135a.

3
Índice

Capítulo 1. Introducción 7
1. Tema y objetivos
2. Plan de trabajo
3. Sinopsis

Parte I. El problema epistemológico del platonismo matemático

Capítulo 2. El dilema de Benacerraf y algunas escaramuzas platonistas 15


1. Introducción
2. El planteo de Benacerraf
3. Los ataques a Benacerraf y la persistencia del problema

Capítulo 3. Dos cabos sueltos: creencia matemática y existencia 22


1. Introducción
2. El problema de la creencia matemática
3. ¿Es la cuestión de la existencia platónica epistemológicamente relevante?

Parte II. Exposición y refutación del platonismo matemático tradicional

Capítulo 4. Platonismo matemático ortodoxo 29


1. Introducción
2. La teoría de la intuición matemática de Penrose
2.1. Intuición platónica y verdades indemostrables
2.2 El platonismo matemático y la microfísica del cerebro
2.3. Una refutación abstracta de la epistemología platonista de Penrose
3. La teoría de la intuición matemática de Gödel
3.1. El dualismo de Gödel
3.2. Intuición y método matemático

Capítulo 5. Platonismo matemático causal 44


1. Introducción
2. El platonismo causal de Maddy
2.1. Instanciación, hibridación y conjuntos naturalizados
2.2. Percepción empírica y creencia matemática
3. El platonismo causal de Callard
3.1. Causación platónica y acción a distancia
3.2. Causación y energía platónica

Capítulo 6. Platonismo científico 60


1. Introducción
2. Indispensabilidad teórica y práctica científico-matemática.
3. Platonismo matemático e indispensabilidad pragmática
4
Capítulo 7. Platonismo epistémico 68
1. Introducción
2. El conceptualismo de Katz
2.1. Necesidad lógica y conocimiento platónico.
2.2 Necesidad y certeza matemática
3. El sintacticismo de Parsons
3.1. Instanciación e identidad platónica
3.2. Intuición sin contacto y confiabilidad epistémica
4. Abstraccionismo: Frege, Hale, Wright y otra gente
4.1. ¿Conocimiento platónico por abstracción?
4.2. Abstracción y confiabilidad epistémica
5. Apriorismo: Hale, Shapiro y Sosa
5.1. Apriorismo y confiabilidad epistémica
5.2. Inducción, deducción y aprioridad
6. Estructuralismo: Resnik y Shapiro
5.1. Abstracción y conocimiento estructural
5.2. Existencia e identidad estructural

Parte III. Exposición y refutación del superplatonismo matemático

Capítulo 8. El superplatonismo de Balaguer 96


1. Introducción
2. Full-blooded platonism
3. Conocimiento platónico y dependencia contrafáctica
4. FBP y la Teoría de Modelos
5. La implausibilidad metafísico-modal de FBP

Capítulo 9. El superplatonismo de Zalta 107


1. Introducción
2. La teoría de objetos de Zalta
3. Limitaciones expresivas de TO
3.1. La paradoja de Clark
3.2. La paradoja de McMichael.
4. Peculiaridades expresivas de TO y sus consecuencias filosóficas
4.1. Codificación vs. ejemplificación
4.2. El problema de la consistencia de TO
5. PP y la teoría axiomática de conjuntos

Capítulo 10. Superplatonismo Q (“quineano”) 124


1. Introducción
2. Superplatonismo-Q

Parte IV. Matemática, metafísica y ontología


5
Capítulo 11. Conclusiones 128
1. Introducción
2. Panorama de los resultados obtenidos
3. ¿Qué tienen en mente los antiplatonistas?
4. Hacia una refutación del platonismo matemático
5. Un recorrido refutatorio del espacio lógico de las epistemologías platonistas
6. La importancia del platonismo en los niveles semántico y metodológico
7. Matemática y metafísica

6
1. Introducción

1. Tema y objetivos

En este trabajo sostengo que el platonismo matemático es refutado por el argumento


epistemológico de Benacerraf. Para respaldar esta idea, recorro el espacio lógico de las
respuestas plausibles al argumento y demuestro que ninguna de ellas es satisfactoria. Luego
aprovecho las ramificaciones filosóficas de la irresolubilidad del problema del acceso a los
objetos matemáticos y paso a defender la interpretación platonista de la teoría y la práctica
matemática. La principal motivación para este cambio de actitud hacia el platonismo radica en
que es la única postura capaz de propiciar una reconstrucción responsable del concepto de verdad
matemática. Consecuentemente, reparo en la necesidad de preservar intacta la pintura platonista
de la metodología matemática, a la vez que recomiendo renunciar a indagar en el estatus de los
objetos de conocimiento matemático.
El platonismo matemático es la visión de que las teorías matemáticas proporcionan
descripciones literalmente verdaderas de entidades abstractas como números y conjuntos, donde
una entidad abstracta se define típicamente como una entidad causalmente inerte existente
“fuera” del espaciotiempo o -dicho menos metafóricamente- como una entidad que existe de
manera ordinaria pero carece de locación espaciotemporal y poderes causales. El argumento de
Benacerraf es que el platonismo hace imposible explicar el conocimiento matemático, dado que,
por definición, las entidades abstractas no pueden constituirse en término de una relación de
transferencia de información con seres espaciotemporales como nosotros.
Los platonistas han elaborado cuatro estrategias para rebatir este argumento. La primera
estrategia es atacar la premisa epistemológica de Benacerraf, según la cual el conocimiento de un
objeto presupone la existencia de un nexo causal con él. Esto puede hacerse exhibiendo
contraejemplos empíricos de la teoría causal del conocimiento (TCC) y/o cuestionando su
aplicabilidad fuera de ciertos ámbitos acotados (como ser el ámbito del conocimiento de sentido
común). Las estrategias restantes toman a su cargo la exigencia de explicar el conocimiento de

7
objetos matemáticos y, así, envuelven la elaboración de una epistemología.
El ​platonismo ortodoxo postula una facultad de acceso epistémico al reino matemático
que funciona de manera análoga a la percepción ordinaria. Se supone que, así como la segunda
procura la adquisición de datos sensibles acerca de objetos físicos como sillas o montañas, la
primera procura la adquisición de datos “suprasensibles” acerca de objetos abstractos como
números y funciones.
El ​platonismo causal propone -como su nombre lo indica- atribuir poderes causales a los
objetos matemáticos para argüir que nos afectan de algún modo epistemológicamente relevante.
Lograr este cometido exige: (​a) garantizar la irreductibilidad de los objetos matemáticos a
objetos físicos ordinarios y (​b) evitar que la caracterización del modo en que nos afectan
envuelva una velada recaída en el reduccionismo fisicalista.
Una cuarta y última estrategia es la de explicar el conocimiento matemático sin
presuponer la posibilidad de “interactuar” con sus objetos. Lo interesante de esta estrategia es
que nos libera de tener que hacer consideraciones (controversiales) acerca del funcionamiento y
alcance de nuestro aparato cognitivo o la naturaleza de la realidad matemática. Como veremos en
breve, las variantes relevantes al respecto son: el ​platonismo científico, el ​platonismo epistémico
y el ​superplatonismo.

2. Plan de trabajo

Mucha gente tiene la intuición de que el platonismo hace imposible explicar el conocimiento
matemático, pero se ha hecho francamente poco por demostrarlo. Para dar unos primeros pasos
en la materia, voy a sostener aquí que las variantes factibles de las estrategias presentadas en la
sección precedente saturan en buena medida el espacio lógico de las respuestas plausibles al
problema de Benacerraf y que ninguna de ellas funciona. Con todo, mis argumentos al respecto
no serán decisivos. El motivo es que no tengo una constancia de que las variantes platonistas
históricamente dadas agoten el espectro de las explicaciones lógicamente posibles del
conocimiento de objetos matemáticos o, alternativamente, que el estudio y la refutación de las

8
primeras conduzca al descubrimiento (y facilite la refutación) de las segundas. Por lo tanto, bien
podría haber una epistemología de objetos matemáticos que no haya sido considerada por nadie
(todavía) y que resuelva el principal problema del platonismo. Sin embargo, el desarrollo de este
trabajo dejará poco margen para albergar esta esperanza. De hecho, la adopción de una matriz
metodológica histórico-crítica no será un obstáculo sino un punto de partida para elaborar una
defensa sistemática del planteo de Benacerraf (o del núcleo de ese planteo).
Mi réplica a la primera estrategia es que la refutación de TCC no ataca la cuestión de
fondo. El motivo es que los platonistas no han logrado disputar sesudamente la posibilidad de
reformular el argumento de Benacerraf en términos relativamente inmunes a la crítica racional,
ya sea mostrando que sus reformulaciones no-causalistas preservan rasgos recusables del
formato originario o, alternativamente, que el uso de supuestos ajenos a éste no mejora las
perspectivas argumentativas de los partidarios del antiplatonismo. Dicho de otro modo: el que los
números o los conjuntos no tengan poderes causales es -epistemológicamente hablando- algo
secundario (de hecho, se ha replicado que la física provee conocimiento de entidades bajo
condiciones que impiden que hagan llegar información); lo fundamental es que no tienen
localización espaciotemporal y que esto basta para poner razonablemente en duda el que
podamos adquirir conocimiento de ellos (desde luego, también basta para poner razonablemente
en duda el que ejerzan poderes causales).
Los partidarios del platonismo ortodoxo sugieren sin argumento que la intuición
platónica simplemente funciona de manera análoga a la percepción sensible. Como si hubiera un
ámbito más abarcador que el espaciotiempo dentro del cual “interactuamos” con objetos
matemáticos por una parte y objetos físicos por otra. Pero, al seguir esta vía, sólo habremos
sustituido una tesis epistemológica controversial (la tesis de que el conocimiento matemático
versa sobre entidades causalmente inertes existentes fuera del espaciotiempo) por otra que es
sólo un despliegue implausible de la primera (la tesis de que podemos “salir” del espaciotiempo
y entablar un “contacto” cuasi-perceptivo con esos objetos).
El platonismo causal exige postular una suerte de “influjo” o “energía” extrafísica para
concebir la acción causal de la realidad matemática. Esta exigencia es incompatible con la

9
noción de lo abstracto al modo de algo inmaterial, inmutable, etc., ya sea que hablemos de
objetos (​e.g., el conjunto vacío) o de facetas extrafísicas de entidades espaciotemporales (​e.g., el
plus que marca la diferencia ontológica entre un florero y su singlete). Si queremos atribuir
poderes causales a objetos matemáticos, no tendremos más remedio que identificarlos con
objetos físicos ordinarios y, así, abandonar el platonismo.
En suma, los platonistas no pueden eludir la responsabilidad de explicar el conocimiento
matemático, pero tampoco pueden aducir que los seres humanos “interactuamos” de algún modo
con sus objetos para lograrlo. ¿Qué hacer entonces? El ​superplatonismo propone expandir la
ontología, es decir, comprometerse con la existencia de todos los objetos matemáticos posibles
para garantizar que cualquier teoría matemática consistente proporciona conocimiento de alguna
colección de objetos abstractos. El ​platonismo epistémico propone cifrar la confiabilidad de las
creencias matemáticas en la confiabilidad de los métodos que gobiernan su adquisición. Por
ejemplo, analizando los procesos psicológicos implicados en la abstracción de estructuras a partir
de la experiencia con colecciones de objetos ordinarios. Por último, el ​platonismo científico
restringe su actitud a las teorías de la matemática aplicada y cifra su confiabilidad en el éxito de
sus usos científicos.
En metafísica de la matemática contemporánea impera cierto consenso en torno a dos
ideas fundamentales: (​i) las variantes platonistas no-plenas u ontológicamente parcas sucumben
irremediablemente al planteo epistemológico de Benacerraf (o alguna de sus reelaboraciones
pertinentes); (​ii) si se adopta el platonismo pleno o superplatonismo, el problema de Benacerraf
se evapora. De hecho, los promotores de (​ii) dedican parte de sus trabajos a establecer (​i) y se
esfuerzan por fundamentar la superioridad de su propuesta en comparación con sus parientes
epistemológicamente más cercanos: el platonismo epistémico y el platonismo científico.
Mi opinión es que, efectivamente, (​i) es verdadera; esto es, creo -en la línea de autores
como Mark Balaguer y Ed Zalta- que los platonismos no-plenos u ontológicamente parcos son
irremediablemente refutados por el planteo epistemológico. De hecho, buena parte de este
trabajo estará abocada a darle un sustento histórico-crítico a esta tesitura. No obstante, creo que
(​ii) es falsa; es decir, creo que, en última instancia, tampoco el superplatonismo proporciona una

10
respuesta atendible a ese planteo. El problema elemental del superplatonismo pasa por la falta de
un criterio de plenitud ​coherente y, a la vez, lo suficientemente ​liberal como para adjudicar
credenciales ontológicas a ​todas las teorías matemáticas consistentes. Los superplatonistas
compran la coherencia lógico-metafísica de su criterio de proliferación de objetos al precio de la
falta de plenitud y viceversa.

3. Sinopsis

El trabajo se divide en cuatro partes. En la primera parte expongo el planteo epistemológico de


Benacerraf, repaso los ataques dirigidos a él y muestro que ninguno es efectivo (cap. 2). En rigor,
voy a despachar tres escaramuzas anti-benacerrafianas: (a) el intento de refutar la teoría causal
del conocimiento; (b) el intento de poner en tela de juicio su validez universal y/o su pertinencia
para evaluar creencias formales; (c) el intento de aducir la falta de transparencia del concepto
general de conocimiento (o creencia confiable). Luego sostengo que el problema epistemológico
de los objetos abstractos representa el único obstáculo serio para el platonismo (cap. 3).
En la segunda parte cuestiono las variantes platonistas no-plenas u ontológicamente
parcas, esto es, las variantes de lo que -de manera quizá algo torpe- denominaré ‘platonismo
matemático tradicional’. Expongo y rechazo los platonismos ortodoxos de Roger Penrose y Kurt
Gödel (cap. 4), los platonismos causales de Penelope Maddy y Benjamin Callard (cap. 5), las
variantes del platonismo científico debidas a Mark Colyvan y Michael Resnik (cap. 6) y las
variantes del platonismo epistémico debidas a autores como Jerrold Katz, Charles Parsons, Bob
Hale, Crispin Wright, Michael Resnik y Stewart Shapiro (cap. 7).
En la tercera parte del trabajo traigo a colación la estrategia superplatonista. Primero,
expongo y rechazo el platonismo pleno de Balaguer (cap. 8). Luego expongo y rechazo el
platonismo axiomático de Zalta (cap. 9). Por último, descarto la posibilidad de resucitar la idea
superplatonista apelando al teorema de completitud de la lógica de primer orden (cap. 10). (Cabe
adelantar aquí que, en el capítulo 11, retomo el tema y descarto la posibilidad de reivindicar el
superplatonismo bajo la égida del meinongianismo de Priest-Sylvan o, alternativamente, el

11
postulacionismo matemático sugerido por David Papineau).
En la cuarta y última parte aprovecho los resultados obtenidos en capítulos precedentes
para extraer conclusiones relativas al platonismo matemático y la metafísica de la matemática.
En el capítulo 11 daré algunos elementos para avanzar hacia una ​refutación (epistemológica) del
platonismo matemático, es decir, para ​demostrar que el platonismo es incompatible con el hecho
de que los seres humanos tenemos conocimiento matemático. Luego, doy algunas pistas sobre
las exigencias que -a mi juicio- deben ser tenidas en cuenta para darle una impronta programática
a un proyecto de esta índole y, en el interín, sugiero un método (incompleto y quizá provisorio)
para llevarlo a cabo. Por último, extraigo algunas apreciaciones acerca del estado actual de la
metafísica de la matemática y el estatus del platonismo en filosofía de la matemática. Sostengo
que el platonismo es la única visión capaz de proporcionar una reconstrucción respetable del
concepto de verdad matemática y defiendo consecuentemente la necesidad de preservar la
interpretación o “pintura” platonista de la teoría y la práctica matemática (y
científico-matemática). La conclusión final de este trabajo es que las entidades matemáticas son
completamente opacas al análisis ontológico-metafísico, es decir, que tenemos velada la
posibilidad de indagar en su estatus y naturaleza.

12
Cuadro 1. Las estrategias platonistas frente al problema de Benacerraf y sus variantes
Estrategia 1 Estrategia 2 Estrategia 3 Estrategia 4a Estrategia 4b Estrategia 4c

Cuestionar el Platonismo Platonismo causal Platonismo Platonismo Superplatonismo


argumento de ortodoxo científico epistémico
Benacerraf

Refutar la teoría Una teoría Realismo de Realismo e Conceptualismo Full-blooded


causal del neurofisiológica conjuntos indispensabilidad (Katz) platonism
conocimiento de la intuición espaciotemporales teórica (Colyvan) (Balaguer)
(Penrose) (Maddy)

Negar validez Una teoría Causación Platonismo e Sintacticismo Principled


universal a la dualista de la platónica indispensabilidad (Parsons) platonism (Zalta)
teoría causal del intuición (Gödel) instantánea pragmática
conocimiento (Callard) (Resnik)

Aducir la Abstraccionismo Superplatonismo-


problematicidad (Hale, Wright)
del concepto de Q
conocimiento

Apriorismo Trivialismo
(Hale, Shapiro)

Estructuralismo Postulacionismo
(Resnik, Shapiro) (Papineau)

Meinongianismo
(Priest, Sylvan)

13
I. El problema epistemológico del platonismo matemático

En esta parte del trabajo hago dos cosas: ratifico la vigencia del problema epistemológico cuya
formulación hizo célebre a Benacerraf y sostengo que el mentado problema representa el único
obstáculo filosófico serio para el platonismo matemático.

14
2. El dilema de Benacerraf y algunas escaramuzas platonistas

1. Introducción

En este capítulo reconstruyo el célebre dilema de Benacerraf y rechazo algunas estratagemas


pergeñadas para cuestionar el cuerno epistemológico del dilema. Estas estratagemas envuelven
un ataque a la teoría causal del conocimiento y la referencia y/o al propio concepto de
conocimiento (o creencia confiable).

2. El planteo de Benacerraf

El argumento de Benacerraf (1973) es que la semántica tarskiana (ST) y la teoría causal del
conocimiento (TCC) resultan incompatibles en matemática. Las premisas básicas del argumento
son: (i) que toda creencia debe amoldarse a TCC para constituir conocimiento; (ii) que la
aplicación de ST en matemática nos compromete ontológicamente con entidades platónicas. La
conclusión epistemológica del argumento es que las condiciones veritativas tarskianas de la
matemática son inaccesibles al conocimiento (humano).
ST es una técnica general para definir el concepto de verdad asociado a un lenguaje L
(siempre y cuando L cuente con recursos suficientes para nombrar a cada uno de los posibles
portadores de verdad). Concretamente, se propone un esquema abstracto para confeccionar un
listado potencialmente infinito de equivalencias materiales que indican a qué tipo de entidades se
aplica ese predicado (su extensión plausible) y cuáles son sus condiciones de aplicación (cuándo
vale o no aplicarlo). Puesto que el enfoque es extensional, cada una de esas equivalencias
proporcionará una definición parcial de la verdad en L.
Tradicionalmente, los portadores de verdad son las oraciones indicativas de L y sus
condiciones de verdad son las circunstancias intuitivamente asociables a sus proferencias
corrientes. Las equivalencias relevantes son instancias de sustitución del esquema:

15
(T) ​x es verdadera si y sólo si ​p,

donde ​x es una variable sustituible por nombres de oraciones (a condición de que no contengan
apariciones del predicado veritativo) y ​p es sustituible por una oración que enuncia (tal vez en
otra lengua) lo mismo que la oración nombrada. Decimos entonces que la oración nombrada
forma parte de la extensión del predicado veritativo de L si y sólo si se obtienen (o son
afirmables con pretensiones epistémicas) las circunstancias asociadas (asociables) al uso de la
oración que sustituya a ​p.
Por ejemplo, si nuestro lenguaje es el de la aritmética elemental, la equivalencia material:

(A) ‘2 es par’ es verdadera si y sólo si dos es par

sugiere que el estado de cosas representado por la suboración usada en el costado derecho del ‘si
y sólo si’ agota las condiciones de aplicabilidad del predicado ‘es verdadera’ a la suboración
mencionada en el costado izquierdo. La primer suboración enuncia el darse (en el mundo,
¿dónde si no?) de las condiciones veritativas de la segunda. Por añadidura, (A) proporciona una
definición parcial de la verdad atirmética.
Es natural que se exija que la semántica del discurso matemático vaya de la mano de la
semántica del discurso ordinario. Pues cabe suponer que ST es un modo de desplegar las
condiciones de adecuación que debe cumplir ​cualquier semántica respetable (se aplique a
lenguajes naturales o puramente formales) y que el concepto tarskiano de verdad recupera los
rasgos salientes del concepto tradicional de verdad: aquellos rasgos preteóricos o intuitivos cuya
preservación es un desiderátum. Ahora bien: aquella exigencia impone que las condiciones
veritativas de las oraciones matemáticas aparezcan reflejadas composicionalmente en términos
de (colecciones de) objetos conectados de manera adecuada (presumiblemente, mediante nexos
de satisfacibilidad) con los componentes suboracionales del caso. Esta semántica composicional
es la que acompaña canónicamente a la formalización de (los tramos extensionales de) las
oraciones al lenguaje de la teoría lógica de primer orden con identidad (TC​=​). De hecho, la clave

16
del prestigio filosófico de ST reside precisamente en la provisión de una semántica adecuada
para la sintaxis de TC​=​. Pero, al efectuar la traducción correspondiente, presuponemos que las
oraciones formalizadas contienen expresiones genuinamente referenciales; es decir, expresiones
que adquieren significado al precio de comprometernos seriamente con objetos.
Por ejemplo, la formalización de ‘2 es par’ arroja la fórmula ‘F​a’, donde ‘​a’ denota un
objeto (presumiblemente, el número 2) y ‘F’ denota o expresa una propiedad monádica
(presumiblemente, la propiedad de ser par). En la jerga lógico-semántica, se dice que ‘F​a’ es
verdadera si y sólo si el objeto denotado por ‘​a’ satisface la fórmula ‘F​x’ (o forma parte de la
extensión del predicado ‘es par’). En definitiva, la demanda de explicar la verdad matemática en
el marco de ST conlleva ciertos compromisos con objetos abstractos (el número 2) cuyas
propiedades (la propiedad de ser par) han de fundamentar la verdad o falsedad de las oraciones
matemáticas que los caracterizan (la verdad de ‘2 es par’ y la falsedad de ‘2 no es par’).
Ahora bien, “una explicación de la verdad matemática, para ser aceptable, debe ser
consistente con la posibilidad de tener conocimiento matemático” (Benacerraf 1973: 667). TCC
impone como requisito para que un sujeto X sepa que una oración S es verdadera que la creencia
de que efectivamente lo es esté causalmente vinculada con las condiciones veritativas de S de un
modo adecuado.

Favorezco una teoría causal del conocimiento -dice Benacerraf- según la cual para que X sepa
que S es verdadera se requiere que se obtenga cierta relación causal entre X y los referentes de
los nombres, los predicados y los cuantificadores de S. Creo adicionalmente en una teoría
causal de la referencia, convirtiendo en doblemente causal el vínculo con mi decir (...) que S.
(Benacerraf 1973: 671).

Pero los seres humanos no podemos estar causalmente relacionados con objetos matemáticos,
porque se supone que los objetos matemáticos son objetos no-espaciotemporales (inmateriales,
inmutables, etc.) y, como consecuencia de esto, no pueden estar causalmente vinculados con
nada. Esto quiere decir que las condiciones veritativas (tarskianas) de la matemática sobrevienen
“a partir de condiciones sobre objetos cuya naturaleza (...) los coloca fuera del alcance de los
medios de cognición humana mejor comprendidos” (Benacerraf 1973: 667).

17
Hemos arribado al famoso dilema de Benacerraf: o bien renunciamos a ST y, con ella, al
concepto de verdad implicado en el aparato semántico empleado en la reconstrucción estándar de
la inferencia matemática correcta (me refiero al aparato semántico de los lenguajes de primer
orden con identidad); o bien renunciamos a TCC y sumimos en el misterio la explicación de la
acceso a las condiciones veritativas (tarskianas) de la matemática. Si hacemos lo primero,
perderemos de vista que los matemáticos hacen aserciones categóricas y que la mejor
explicación de la verdad de tales aserciones es que los objetos mencionados tienen las
propiedades o mantienen las relaciones que se les atribuye. Por ejemplo, la mejor explicación de
la verdad de ‘2 es par’ es que hay un objeto (el número 2) que tiene cierta propiedad (la de ser
par). Si hacemos lo segundo (si renunciamos a TCC), el concepto de verdad matemática quedará
desprovisto de fundamentación epistémica (desde luego, siempre y cuando adoptemos TCC al
modo de una teoría ​general del conocimiento o, alternativamente, demos por hecho que
cualquier epistemología razonable habrá de imponer alguna exigencia causal a la justificación de
nuestras creencias).

3. Los ataques a Benacerraf y la persistencia del problema

Algunos platonistas propusieron flexibilizar el concepto de existencia abstracta para


compatibilizarlo con TCC (o alguna versión convenientemente debilitada de TCC). Esa
flexibilización puede efectuarse postulando entidades matemáticas espaciotemporales pero
irreductibles a objetos físicos ordinarios, o bien defendiendo la posibilidad conceptual de que nos
afecten de manera instantánea al modo de un cuerpo masivo lejano.1 Otros adujeron que TCC
está refutada de hecho y que su incompatibilidad con el platonismo es un indicio más de su
inadecuación filosófica. En esta sección sólo tomaré en cuenta los ataques a TCC.
La literatura exhibe varios contraejemplos putativos de TCC, donde, dicho mal y pronto,
un contraejemplo de TCC es una creencia confiable que no admite una justificación causal. TCC
impone como requisito la existencia de alguna interacción causal sustantiva con cada uno de los

1
Ambas opciones fueron contempladas en el marco del platonismo causal y serán refutadas en el capítulo 5.
18
objetos conocidos. Si yo se que ​a es ​F, entonces el que ​a sea ​F (o el ser ​F propio de ​a) debe
ejercer (o haber ejercido) alguna acción pertinente sobre mí (presumiblemente, estimulando mis
sentidos de manera apropiada); en su defecto, cabrá exigir (como una suerte de mínima
condición de adecuación) que ​a (o su ser ​F) tenga consecuencias empíricas
sensoperceptiblemente constatables. Pero estas prerrogativas no se cumplen cuando lidiamos con
creencias (presumiblemente confiables) sobre regularidades naturales y hechos futuros (a menos
que haya espacio para defender algún mecanismo natural de causación retroactiva). Por
añadidura, las precauciones metodológicas asociadas al desarrollo inicial de TCC restringen su
aplicación al saber de sentido común. Aparentemente, TCC fue propuesta como marco para
analizar “solamente el conocimiento de proposiciones (​sic) empíricas” (Goldman 1967: 357).
Pero el que TCC esté refutada de hecho o no sea todo lo general que se pretende no
elimina el problema de fondo. El motivo es que la inaccesibilidad del reino platónico se funda
primordialmente en el carácter inmaterial y no-espacial de sus entidades. De hecho, la falta de
eficacia causal es simple un corolario conceptual de estas determinaciones. Una vez que
removemos la materialidad y/o la espaciotemporalidad en la consideración de un objeto, se hace
muy difícil (quizá imposible) imaginar cómo (bajo qué condiciones) ejerce acciones causales,
independientemente de cualquier consideración relativa a la causalidad. De aquí que la
refutación del argumento de Benacerraf no excuse a los platonistas de la obligación de explicar
2
el conocimiento matemático.
Ahora bien, podría quizá suceder que la gnoseología presupuesta como sustituto de TCC
sea igualmente refutada o que, en última instancia, el concepto de conocimiento resulte
totalmente opaco al análisis​. Pero, como veremos, tampoco esto libera a los platonistas de la
tarea de proponer epistemologías o, al menos, hacer concebible la existencia de alguna
correlación no-milagrosa entre creencias y hechos matemáticos.
Ciertamente, hay recetas para construir contraejemplos de tipo Gettier para cualquier

2
Según William Hart, la intuición de Benacerraf no atañe a “la causalidad” sino a “la propia posibilidad del
conocimiento (...) de objetos abstractos” (Hart 1977: 125-126). Según Philip Kitcher, esa intuición “es lo
suficientemente profunda como para que pueda ser reformulada de modo tal de causar dificultad a las respuestas
platonistas que se han ofrecido a la versión original” (Kitcher 1984: 103). Pronunciamientos análogos aparecen en
Balaguer (1998: 23), Burgess & Rosen (1997: 35), Maddy (1990: 42), Resnik (1997: 85), Shapiro (1997: 110), entre
otros.
19
analysans del concepto de conocimiento de tipo CVJ, donde ‘CVJ’ denota a la concepción del
conocimiento como creencia verdadera justificada. Sea CVJ​L la concepción que resulta al
adicionar a CVJ un listado L de condiciones adicionales e independientes de CVJ para
neutralizar las réplicas de tipo Gettier. Según CVJ, un sujeto S sabe que p si y sólo si: (a) p es
verdadera, (b) S cree efectivamente que p y (c) S está justificado a creer que p. Sumemos a este
listado la super-exigencia L = (*): la creencia de que p no es fortuita. (*) es el mejor antídoto
contra los contraejemplos de tipo Gettier. Pero (*) implica trivialmente a (a) y (b) (y quizá
también a (c)) (ver Ichikawa & Steup 2014), con lo cual L pierde su independencia lógica
respecto de CVJ. Así, arribamos a una especie de punto muerto que, en principio no favorece ni a
un bando ni a otro. Por una parte, es cierto que la refutación de TCC no elimina el problema
epistemológico del platonismo. Pero, por otra parte, esta circunstancia no los obliga a explicar el
conocimiento matemático, porque no hay un cúmulo de condiciones pertinentes al respecto que
los platonistas puedan y deban observar.
Esta réplica es importante, porque parece legitimar la pretensión de tomar seriamente en
cuenta el planteo de Benacerraf (en alguna de sus reformulaciones pertinentes) y, aun así,
rehusarse a explicar el conocimiento matemático. Pero, cualesquiera sean las condiciones
necesarias y suficientes para el conocimiento, e independientemente de nuestra relativa
capacidad para investigarlas, lo cierto es que, ​metafísicamente hablando, cabe sospechar que
ninguna relación entre nosotros y el mundo será una relación de acceso al reino platónico. Si la
demanda de una epistemología platonista que haga justicia a un concepto ideal de conocimiento
es demasiado fuerte, la pretensión de que nuestras creencias matemáticas pueden ser
presupuestas como reflejando la naturaleza de objetos abstractos sin esclarecer (parcialmente,
metafísicamente) las condiciones para su adquisición y confiabilidad es demasiado endeble y, en
vista de la naturaleza del reino platónico, filosóficamente irresponsable. Por poner una analogía,
no se necesita acreditar una particular teoría del conocimiento para rechazar que un pintor pueda
reflejar o copiar en su lienzo los colores y las figuras prevalecientes en un paisaje que nunca vio
y del que nunca escuchó hablar a nadie. Sea o no factible llevar a cabo un análisis del concepto
de conocimiento, es legítimo exigir a los platonistas que -mínimamente- expliquen cómo es

20
posible tener siquiera ​alguna noción no-casualmente correcta acerca de los objetos abstractos de
la matemática.

21
Capítulo 3. Dos cabos sueltos: creencia matemática y existencia

1. Introducción

Antes de pasar a otro tema, quisiera tocar muy brevemente dos puntos tangenciales al problema
de Benacerraf. Uno de ellos atañe a la sospecha de que la naturaleza del reino platónico excluye
la posibilidad de tener siquiera alguna ​creencia matemática (porque, presumiblemente, no
podemos entrar en contacto con sus objetos); el otro atañe a la preocupación de que no podemos
colectar ninguna evidencia favorable a la ​existencia del reino platónico (porque,
presumiblemente, no podemos “salir” del espaciotiempo y, de cualquier manera, mucha gente
piensa que su postulación es metodológicamente ociosa). Mi objetivo es mostrar que estas
objeciones carecen de eficacia refutatoria independiente; que sólo el problema epistemológico
desplegado en el capítulo precedente puede ser usado para sepultar el platonismo matemático.

2. El problema de la creencia matemática

El primer punto es el siguiente. Podría parecer que el argumento epistemológico formulado en el


capítulo 2 es incompleto o insatisfactorio, porque ataca el problema del ​conocimiento
matemático, pero no ataca el problema de la ​creencia matemática. Al parecer, la naturaleza del
reino platónico excluye la posibilidad de tener inicialmente meras representaciones acerca de
entidades matemáticas, por no hablar ya de la posibilidad de cotejar su adecuación a los objetos o
a los hechos que intuitivamente les conciernen.
Esta preocupación es infundada por dos motivos. En primer lugar, es un asunto bastante
trivial fijar creencias sobre objetos arbitrarios. De hecho, la vida corriente está plagada de
preconceptos acerca de entidades que prejuzgamos como no-existentes; por ejemplo, cuando
decimos que Odiseo es osado, o que la mano invisible del mercado es la desgracia de los
pueblos. De hecho, algunos antiplatonistas -los ficcionalistas- incurren sistemáticamente en
preconceptos de este tenor. Ellos “comparten con los platonistas que la oración ‘3 es primo’ es

22
sobre el número 3” y “que, si hay tal cosa como el 3, entonces es un objeto abstracto” (Balaguer
1998: 12). Y cabe tener en cuenta que hoy día los ficcionalistas son mayoría entre los
antiplatonistas. (Actualmente conviven muchas variedades de ficcionalismo matemático y las
discrepancias entre ellas no siempre son triviales. Hay una profusa literatura al respecto).3 En
suma, es casi un dato de sentido común que los seres humanos tenemos creencias matemáticas y
que, presumiblemente, esas creencias versan sobre propiedades de objetos abstractos. Lo que
está en cuestión es la posibilidad de ​explicar su correspondencia con hechos platónicos.
En segundo lugar, mi opinión es que el problema de la creencia matemática no es como
tal un asunto de competencia filosófica. En todo caso, es un asunto de incumbencia para
disciplinas como la psicología o la neurociencia. Quienes se dedican a la metafísica de la
matemática -por contraposición a quienes se dedican a la sociología o quizá la historia de la
matemática- son libres de adoptar -dentro de ciertos límites- la psicología de la creencia
matemática que les plazca. En otras palabras, mi opinión es que el estudio de los factores
extra-racionales envueltos en la génesis de nuestras representaciones matemáticas carece de
relevancia ontológico-metafísica. (Claro está, esto no obsta para que el tratamiento psicológico o
neurocientífico del asunto tenga derivaciones filosóficamente interesantes y/o incorpore
consideraciones realizadas sobre suelo filosófico. Pero el punto es que los resultados científicos
que se obtengan no podrán ser usados -de manera independiente- para promover la adopción de
una u otra postura metafísica. En particular, no podrán ser usados para decidir el destino del
debate platonismo vs. antiplatonismo matemático).
El avance de las disciplinas especiales tiende a eclipsar el rol que pueda tener la filosofía
propiamente dicha en el estudio de la cognición matemática; a su vez, los resultados de esas
disciplinas tienen nula repercusión en los debates vertebrados alrededor del dilema de
Benacerraf. (Las investigaciones en psicología o sociología de la matemática suelen adoptar
como “filosofía de fondo” alguna teoría de la cognición comparativa. Remito al lector a la
bibliografía para profundizar en la indagación de este tópico).4 En la jerga popperiana, lo que

3
Son particularmente relevantes: ​Balaguer (2009), Bueno (2005), (2009), Daly (2006), Eklund (2005), ​Leng (2005),
Rosen (1990), ​Yablo (2005).
4
Por regla general, se considera que los procesos cognitivos -inclusive los que se desenvuelven en el ámbito de las
ciencias formales- ​no son ni involucran más que adaptaciones biológicas con una historia evolutiva. La compilación
23
interesa a los filósofos de la matemática ontológico-metafísicamente comprometidos es la lógica
del conocimiento matemático, por contraposición a lo que podría ser la psicología de la
convicción matemática. Su objetivo no es comprender la génesis de nuestras ideas y teorías
matemáticas; su objetivo es estudiar e interpretar la teoría y la práctica de los matemáticos para
sacar conclusiones acerca del estatus de las entidades matemáticas y la naturaleza de la verdad
matemática.

3. ¿Es la cuestión de la existencia platónica epistemológicamente relevante?

El segundo punto accesorio que quisiera tocar antes de cerrar esta parte de la tesis es el siguiente.
Podría objetarse que el argumento epistemológico formulado en el capítulo 2 es incompleto o
insatisfactorio, porque ataca el problema ​epistemológico del platonismo matemático pero no
ataca el problema ​metafísico de los objetos abstractos. La cuestión es que los platonistas
matemáticos deben explicar, no sólo la confiabilidad epistémica de nuestras creencias
matemáticas, sino también la confiabilidad epistémica de la propia postulación de objetos
matemáticos (​qua objetos abstractos). De hecho, podría sugerirse que el tratamiento de este
asunto debe estar bien encaminado ​antes de proceder a investigar el espacio lógico de las
respuestas plausibles al planteo de Benacerraf (o sus reformulaciones pertinentes). Sobre todo
cuando se entienda (erróneamente, a mi entender) que la idea platonista tradicional descansa en
la tesis de que “podemos tener y de hecho tenemos conocimiento de la existencia de objetos
abstractos” (Cheyne 2005: 59). (Cabe remarcar que el propio Benacerraf tiene alguna
responsabilidad aquí: en algún momento de su argumentación, el filósofo franco-estadounidense

Dehaene & Brannon (2011) reúne una serie de estimulantes estudios acerca del origen y la evolución (plausibles) de
la competencia geométrica y aritmética de los seres humanos. La mayoría de estos estudios incorporan elementos
computacionales provenientes de la neurociencia cognitiva y estudios de psicología humana basados en el análisis
de la neurocognición animal e infantil. A juicio de uno de los compiladores (Dehaene), hay un consenso filosófico a
los efectos de que “[e]n el curso de su evolución, los humanos y muchas otras especies animales han interiorizado
códigos básicos y operaciones isomorfas a las leyes físicas y aritméticas que rigen la interacción de los objetos del
mundo externo”. Respecto a las bases experimentales que dan sustento a este punto de vista, se dice que “ahora hay
evidencia considerable de que el espacio, el tiempo y el número (​sic) son parte de las herramientas esenciales que los
adultos humanos comparten con los niños y con muchos otros animales no humanos” (ix). (Tal vez lo correcto sería
decir: “​los conceptos de espacio, tiempo y número…” etc.). Véase también Dehaene (1997), Dehaene, Duhamel,
Hauser & Rizzolatti (2005) y Dehaene (2014).
24
recoge el meollo del cuerno epistemológico de su dilema bajo la idea de que “no tenemos
ninguna explicación de cómo sabemos que se obtienen las condiciones de verdad de las
proposiciones matemáticas [​we have no account of how we know that the truth conditions for
mathematical propositions obtain]” (Benacerraf 1973: 673)).
La respuesta (por demás obvia) a aquella objeción es que el problema mentado no tiene
solución en ningún ámbito. Los platonistas se exponen claramente a una acusación de
malversación epistemológica cuando proceden a postular objetos abstractos para asignar
condiciones veritativas a teorías matemáticas. Pero no puede formar parte legítima de esa
acusación la exigencia de una ​prueba de existencia para objetos matemáticos (o patrones, o
estructuras, o lo que sea), dado que esa exigencia ni siquiera puede ser satisfecha en el terreno
práctico del sentido común.5 ​Todo el punto es que el realismo de sentido común y el platonismo
matemático no están en igualdad de condiciones en lo que respecta al problema ​epistemológico.
El motivo es que no hay nada análogo a la percepción sensible que permita constatar que
nuestras creencias matemáticas (consistentes) se corresponden con hechos platónicos (los que les
conciernen intuitivamente) de la misma manera en que podemos constatar (en principio) que
nuestras creencias empíricas (correctas) se corresponden con hechos físicos (los que les
conciernen intuitivamente). Así pues, no existe ninguna diferencia de fondo entre el
conocimiento matemático y el conocimiento físico que sustente la acusación de que mi versión
del argumento epistemológico es incompleta o insatisfactoria. La única diferencia
filosóficamente relevante es una que ​ya está desplegada o presupuesta en la objeción de
Benacerraf y sus reformulaciones estandarizadas.
Finalmente, los antiplatonistas podrían insistir en su intento por motivar una suerte de
refutación metafísica del platonismo matemático razonando del siguiente modo. “Ciertamente,
los seres humanos no podemos ​probar la existencia de objetos físicos. Pero podemos conjeturar
razonablemente su existencia; podemos hacerlo porque podemos verlos. Sin embargo, no

5
Como observa el platonista Jerrold Katz, “el conocimiento empírico no tiene ventaja sobre el conocimiento a priori
[se refiere al conocimiento lógico-matemático] en los encuentros [​encounters] con el escéptico” (Katz 1981: 212).
La cita proviene de Balaguer (1998: 190, nota 14). Véase también Katz (1998: 52). En el mismo sentido se
pronuncia Tait (1986: 146-147). Para dar con un desarrollo más exhaustivo y sistemático de este punto, véase
Balaguer (1998: cap. 3, sección 3).
25
podemos conjeturar razonablemente la existencia de objetos matemáticos, porque no podemos
“salir” del espaciotiempo y, por derivación, no podemos colectar alguna evidencia pertinente al
respecto. Por lo tanto, hay una clara disanalogía entre la postulación de objetos físicos ordinarios
y la postulación de objetos matemáticos”.
Mi respuesta a esta objeción es que puede ser legítimamente redirigida a los
antiplatonistas. Si cabe exigir a los platonistas que “salgan” del espaciotiempo para legitimar su
postulación de objetos abstractos, cabe igualmente exigir a los antiplatonistas que también ellos
“salgan” del espaciotiempo para legitimar su rechazo de los objetos abstractos (o que, en su
defecto, den cuenta de la “barrera” metafísica que impide “salir” del espaciotiempo). Los
primeros deben hacerlo para constatar que el mundo se extiende “más allá” del espaciotiempo,
esto es, para constatar que hay objetos que existen independientemente de nosotros pero que no
pertenecen al universo físico; los segundos deben hacerlo para constatar que el mundo ​no se
extiende “más allá” del espaciotiempo; esto es, para constatar que no hay nada “por fuera” del
universo espaciotemporal que habitamos. En otras palabras, mi argumento es el siguiente: si hay
objetos matemáticos, entonces residen “fuera” del espaciotiempo. Pero, presumiblemente, los
seres humanos no podemos tener acceso a lo que acontece “fuera” del espaciotiempo. Por lo
tanto, no hay manera de saldar directamente la disputa ontológica entre el platonismo y el
antiplatonismo matemático (porque no podemos confirmar la existencia o inexistencia de objetos
matemáticos) y, como consecuencia de esto, el que podamos percibir objetos físicos ordinarios
no dice nada (ontológicamente sustantivo) en contra del platonismo matemático (o a favor del
antiplatonismo matemático). (Alternativamente, podría intentarse desempatar la contienda
“empuñando” la navaja de Occam. Los antiplatonistas podrían replicar que, si -​prima facie- la
negación de la existencia de objetos matemáticos es tan legítima como su postulación, entonces
el principio de parsimonia nos conmina al antiplatonismo. Pero esto es falso, porque hay hechos
e intuiciones presupuestos en la práctica matemática que sólo pueden ser cubiertos postulando
entidades abstractas. Por ejemplo, el hecho de que 2 es par, o la intuición de que ‘2 es par’ es
verdadera independientemente de nuestras convenciones y del mundo físico. Por lo tanto, la
creencia en entidades abstractas no es lo suficientemente endeble desde un punto de vista

26
práctico y metodológico como para abogar por el antiplatonismo o el agnosticismo a partir de
consideraciones relativas a la economía ontológica. Volveré sobre este punto en el cap. 11).
Como sea, lo importante es que el problema metafísico de los objetos abstractos no puede
ser invocado para motivar una reductio del platonismo matemático. Me permito entonces
descartar categóricamente que el problema de la creencia matemática y el problema metafísico
relativo a la existencia del reino platónico puedan y/o deban ser tomados en cuenta para
desplegar (o reformular o suplementar) la objeción epistemológica de Benacerraf (o sus
reelaboraciones pertinentes).

27
II. Exposición y refutación del platonismo matemático tradicional

Englobo bajo el rótulo ‘platonismo tradicional’ (o ‘platonismo no-pleno’ u ‘ontológicamente


parco’) a una serie de epistemologías platonistas consagradas en la literatura que no envuelven la
postulación expresa de una plenitud de objetos abstractos para rebatir el planteo de Benacerraf.
En los próximos tres capítulos clasifico, expongo y refuto cada una de esas epistemologías.

28
4. Platonismo matemático ortodoxo

1. Introducción

En este capítulo discuto la propuesta epistemológica del platonismo ortodoxo, centrada en la


postulación de una facultad de “intuición intelectual” de entidades abstractas. En la sección 2
presento y rechazo la teoría de la intuición matemática de Roger Penrose. En la sección 3
presento y rechazo la teoría de la intuición matemática de Kurt Gödel.

2. La teoría de la intuición matemática de Penrose

La epistemología de Penrose reúne dos tesis fundamentales: (i) los teoremas de Gödel implican
la existencia de conocimientos supeditados a la intuición suprasensible, (ii) el funcionamiento de
la intuición se asienta en un mecanismo neurofisiológico no-algoritmo. Aquí sostengo que (i) es
incorrecta (subsección 1) y que no hay constancias atendibles para adoptar (ii) (subsección 2).
Luego hago un par de críticas generales a la propuesta epistemológica de Penrose (subsección 3).

2.1. Intuición platónica y verdades indemostrables

El primer teorema de Gödel -más precisamente, el teorema de incompletitud de Gödel-Rosser-


establece que cualquier sistema deductivo recursivo y consistente S que contenga suficiente
aritmética es incompleto (donde -brevemente- un sistema deductivo es recursivo si cuenta con un
repertorio finito de (esquemas de) axiomas y reglas inferenciales y es incompleto si hay
oraciones acerca de su dominio pretendido que no pueden ser probadas ni refutadas dentro del
sistema). Su demostración supone el empleo de una técnica de codificación (recursiva) de la
metamatemática que avala la construcción de una oración G​S que enuncia su propia
indemostrabilidad dentro de un sistema pertinente. El segundo teorema de Gödel establece que
no puede formalizarse en un sistema de tipo S una prueba de la oración C​S que, codificación

29
mediante, expresa la consistencia de S. Brevemente: si T es una teoría consistente y
suficientemente expresiva, entonces G​T​ y C​T​ son indecidibles en T.
Penrose reelabora así el contenido del primer teorema: “[c]ualquiera sea el sistema (...)
que se use para la aritmética, hay oraciones de las que podemos ver (​sic) que son verdaderas pero
que no tienen asignado el valor de verdad ​verdadero” (Penrose 1989: 108; bastardilla en el
original). Presumiblemente, esto quiere decir que “intuimos” relaciones entre números que
codifican demostraciones de oraciones recursivamente indemostrables. Lo distintivo de esta
facultad reside -siempre a juicio de Penrose- en un factor cuyos aportes no son suplibles
mediante el seguimiento mecánico de instrucciones: la ​comprensión de los términos
matemáticos, la captación de su ​significado. “El argumento de Gödel (...) tiene que ver con la
cuestión de los significados de los símbolos, que es una dimensión que un sistema computacional
no tiene” (Penrose 1994a: 19).
Esta especulación pierde de vista un detalle técnico asumido en la demostración original
como una exigencia constructivista: las funciones primitivas recursivas implementadas en la
aritmetización de la metamatemática son funciones computables por una Máquina de Turing.
Además, G​S es verdadera ​si y sólo ​si C​S es verdadera. Sin embargo, C​S no puede ser probada ni
refutada en S. La réplica de Penrose frente a esta objeción es que C​S ​es ​evidentemente verdadera,
dado que los números naturales (bajo las funciones de suma, multiplicación y sucesión)
satisfacen los axiomas de la aritmética de Peano (AP). Y, desde el momento en que la oración
G​AP​: ‘ningún número natural es el número de Gödel de una demostración de G​AP​’ es
materialmente equivalente a C​AP​: ‘AP es consistente’, la satisfacibilidad de AP apunta a que G​AP
es, de hecho, ​verdadera (ver Penrose 1999: 68-69).
Pero este planteo envuelve la postulación de un primer conjunto infinito (el conjunto de
los números naturales) y este recurso sólo puede sustanciarse dentro de alguna teoría axiomática
de conjuntos como ZF. Y, dado que una teoría de ese tipo provee herramientas para modelar AP,
se sigue del segundo teorema de Gödel que no podremos probar su consistencia. Como
consecuencia de esto, sólo puede decirse que, ​si una teoría como ZF es consistente, ​entonces
también lo es AP, dado que la primera suministra un modelo para la segunda.

30
Quizá la idea es que, a diferencia de una máquina, los seres humanos podemos constatar
precisamente que, ​si ZF es consistente, ​entonces G​AP es verdadera. Pero esto es falso. ZF basta
para formalizar y probar los teoremas de Gödel con respecto a AP y este hecho puede ser
reflejado en una computadora.
Primero, se define en ZF el predicado de prueba ‘Pr​AP​(​g)’, donde ‘Pr​AP​(​g)’ expresa la
existencia de una demostración en AP de la oración con número de Gödel ​g. En segundo lugar,
se construye mediante diagonalización una oración G​AP tal que es teorema de ZF que G​AP ≡
¬Pr​AP​(G​AP​). (Es decir: ZF demuestra que la oración de Gödel para AP es materialmente
equivalente a la oración que expresa que no hay (un número de Gödel que codifique) una prueba
de G​AP en AP. Pero esto es trivial, supuesta la consistencia de ZF. Después de todo, Pr​AP​(G​AP​)
implica trivialmente ¬G​AP​, ya que G​AP no codifica otra cosa que su indemostrabilidad en AP). En
tercer lugar: por el teorema de indemostrabilidad de la consistencia y la equivalencia trivial G​AP
≡ ¬Pr​AP​(G​AP​), es también teorema de ZF que C​AP ≡ G​AP y, así, es teorema de ZF que C​AP ≡
(¬Pr​AP​(G​AP​) ≡ G​AP​). (¿Por qué? Bueno, porque C​AP y G​AP son materialmente equivalentes: si no
hay una prueba de G​AP​, entonces AP es absolutamente consistente, y, viceversa, si AP es
consistente, entonces G​AP es trivialmente verdadera (por indemostrable)). En fin: por las tablas
veritativas para el condicional, el bicondicional y la conjunción, se sigue de lo anterior que C​S →
(¬Pr​S​(G​S​) & G​S​) es teorema de ZF.
En definitiva: puede demostrarse en ZF que, si AP es consistente, entonces AP es
incompleta. Pero, desde el momento en que los teoremas de (cualquier teoría recursivamente
axiomatizada como) ZF son computables, la consistencia relativa de un sistema como AP puede
aparecer reflejada como salida de una máquina.

2.2. El platonismo matemático y la microfísica del cerebro

Las consideraciones precedentes no constituyen una refutación de la epistemología de Penrose.


El autor podría simplemente buscar otros elementos para respaldar la postulación de la intuición
platónica al modo de un factor no-mecánico necesario para el desarrollo de ciertos aspectos de la

31
teoría y la práctica matemática. De modo que, a pesar de todo, es racional y tiene sentido
independiente pasar a considerar y refutar (ii).
Penrose propone una dilucidación conjunta de la conciencia y la intuición matemática,
juzgando que el carácter no-algorítmico de la segunda da cuenta del carácter no-algorítmico de la
primera: “la no-computabilidad en (...) la comprensión matemática, sugiere fuertemente que la
no-computabilidad debería ser una característica de toda la conciencia” (Penrose 1999: 69). De
hecho, el propio fenómeno conciente es concebido por él en base a cierta forma de contacto con
lo abstracto: “la conciencia es, en esencia, la “visión” de una verdad necesaria; y [representa] un
tipo de contacto real con el mundo platónico” (Penrose 1996: 396).
La propuesta es, básicamente, una simplificación de la teoría de la conciencia cuántica de
Hameroff-Penrose (HP). Esta teoría hace depender la conciencia de una serie de
entrelazamientos de procesos de computación cuántica sincronizados en las tubulinas de los
microtúbulos del citoesqueleto. La culminación de estos procesos estaría regulada por un
mecanismo de reducción objetiva orquestada (‘Orch OR’ es su sigla en inglés) análogo al
colapso del paquete de ondas de la teoría cuántica. Una vez alcanzado cierto nivel de
entrelazamiento de estados de superposición cuántica en microtúbulos, se alcanzaría un
incremento de energía superior al hipotético quantum de gravedad que, por decoherencia, haría
colapsar los estados de superposición en una señal sináptica que conduciría al estado de
concreción clásica denominado ‘conciencia’ o ‘estado conciente’. La caracterización del alegado
Orch OR es un asunto pendiente de la física.

Estoy especulando que la acción del pensamiento conciente está muy estrechamente vinculada
con la resolución de salida [​resulting out] de alternativas que estaban previamente en
superposición lineal. Todo esto concierne a una física desconocida que gobierna el límite entre
[la evolución lineal y el colapso indeterminista] (Penrose 1989: 438).

Es importante decir un par de cosas sobre la computación cuántica para entender su papel
explicativo en la teoría de la conciencia y la intuición matemática de Penrose. Se trata de un
modelo de computación en el cual se sustituye a los clásicos bits por qubits (​quantum bits o bits
cuánticos). Un qubit es un sistema cuántico con dos estados propios distinguibles mediante

32
mediciones. Los estados posibles de un qubit son: |0> (ket cero), |1> (ket uno) (correspondientes
a los valores 0 y 1 de la computación binaria) y |S> = ​a|0> + ​b|1> (con ​a y ​b oficiando como
coeficientes de expansión vectorial), el estado de superposición de aquellos dos estados. Los
algoritmos cuánticos tienen la capacidad de realizar simultáneamente las operaciones sobre la
totalidad de las combinaciones de los valores correspondientes a los posibles estados propios de
los qubits. Con un registro de tres bits, una computadora tradicional puede asumir sólo uno de
ocho estados posibles, mientras que, con un registro de tres qubits, una computadora cuántica
puede operar en base al estado de superposición de los ocho estados a la vez.
Hameroff y Penrose especulan que las tubulinas en los microtúbulos del citoesqueleto se
comportan como computadoras cuánticas. Hameroff ha sugerido expresamente que una
configuración de qubits proteínicos interactivos podría comportarse como un un dispositivo con
capacidad para almacenar y procesar información en concordancia con el principio de
superposición de la teoría cuántica. De hecho, juzga factible hallar evidencias empíricas que
confirmen esta tesitura (​cf. Hameroff 1998: 1874).
Pero el que las (presuntas) computaciones cuánticas del cerebro incorporen
superposiciones ​no implica que haya (o pueda haber) algún proceso neurofisiológico ligado a la
intelección de verdades indemostrables por una Máquina de Turing. La teoría vigente sólo
apunta a que las computadoras cuánticas ​ejecutan con mayor velocidad o en niveles de mayor
complejidad los procedimientos ejecutables de hecho por computadoras tradicionales. La
computación cuántica no proporciona evidencias que abonen la tesis de que el cerebro es
relevantemente más poderoso que un algoritmo. Por lo tanto, tampoco cabe acudir a ella para
atribuir al cerebro la capacidad de demostrar (presuntas) verdades matemáticas recursivamente
indemostrables. Como consecuencia de esto, cabe descartar que haya algo así como una función
neuronal que pueda ser el asiento de la intuición platónica penroseana. Sin esto, la teoría de la
intuición matemática de Penrose pierde motivación y estatuto científico y pasa a ser tan
problemática como la suposición ingenua -impugnada por Benacerraf- de que los seres humanos
tenemos acceso a los objetos abstractos de la matemática a pesar del aislamiento causal y la
trascendencia extrafísica de esos objetos. Se acuda o no a cosas tan altisonante como la

33
inveterada “intuición intelectual” o la “computación cuántica”, lo concreto es que se nos debe
-como mínimo- una explicación de las ​condiciones de posibilidad del conocimiento matemático.
Y éste es, precisamente, el punto: aún suponiendo que el cerebro es más poderoso que
una máquina tradicional, no se vislumbra que pueda desplegar un mecanismo de acceso a
entidades abstractas por el simple hecho de ser un dispositivo no-algorítmico. No hay ningún
nexo lógico ni metafísico entre el ser no-algorítmico y el allanar una vía de acceso a cosas
existentes fuera del espaciotiempo. Esto no quita que los seres humanos tenemos intuiciones (o
creencias intuitivas) acerca de objetos matemáticos y que las computadoras no pueden simular
estos estados. Pero, de cualquier manera, esos estados, en principio, no son más que
representaciones desprovistas de referencia a una realidad objetiva. Concebirlas ​a priori como
dotados de una tal referencia exige explicar cómo accedemos a las entidades presumiblemente
referidas. En el caso que nos concierne, la exigencia es explicar cómo un cerebro (algo
espaciotemporal) puede engendrar recursos para acceder a la realidad matemática (algo
no-espaciotemporal). Por lo tanto, la apelación a la intuición platónica no es un expediente para
explicar el conocimiento matemático sino sólo (si acaso) para acreditar el contenido de la
creencia matemática. Veamos qué tiene para decir Penrose al respecto.

2.3. Una refutación abstracta de la epistemología de Penrose

Para que la intuición platónica juegue un papel respetable en la intelección de la conciencia en


general y la comprensión matemática en particular, Penrose debe explicar su funcionamiento
interno, es decir, de qué manera allana una vía de acceso a cosas no-espaciotemporales. Pero el
autor se excusa de hacerlo, aduciendo que la confiabilidad de los conceptos básicos de la
matemática está garantizada de entrada. Por ejemplo, cuando afirma sin argumento que, una vez
que se ha enseñado a alguien a “comprender qué son los números naturales”, esa persona es
automáticamente “capaz de establecer algún tipo de contacto con el mundo platónico de la
matemática” (Penrose 1999: 68). Quizá la idea es que los axiomas aritméticos -​e.g., el axioma de
que 0 es un número- son evidentemente correctos y que la constitución de intuiciones sobre

34
objetos matemáticos como las desplegadas en esos axiomas es un asunto bastante sencillo.
Pero no hay ninguna garantía previa de que nuestro concepto del número 0
(presumiblemente adquirido como producto del despliegue de intuiciones) se corresponde con el
número 0, con lo cual la confiabilidad epistémica de la creencia de que se trata de un número no
podrá descansar en consideraciones relativas al reino platónico. Lo que falta precisamente es
explicar de entrada cómo aprendemos a construir un concepto adecuado de un objeto “residente”
en un ámbito ontológico metafísicamente aislado de (y presumiblemente inaccesible para)
nosotros. En otras palabras, hay que explicar ​en qué consiste el funcionamiento interno de la
intuición matemática como mecanismo de acceso epistémico ​inicial a cosas como los números.
Pero en los libros de Penrose no hay (ni se desprende) una respuesta para estos interrogantes, con
lo cual seguimos sin encontrar respuesta al argumento de Benacerraf. Si nos atenemos a la teoría
de Penrose, la intuición matemática no es otra cosa que un expediente para la adquisición o el
despliegue inicial de creencias, mientras que lo que se requiere para responder a Benacerraf es
dilucidar cómo cotejamos la adecuación de esas creencias sobre el trasfondo del reino platónico.
Pasemos entonces a evaluar si la epistemología de Gödel le devuelve alguna plausibilidad al
platonismo ortodoxo.

3. La teoría de la intuición matemática de Gödel

No es sencillo reconstruir la epistemología de Gödel. Sus referencias a la “intuición matemática”


fueron formuladas de manera algo críptica, apelando a comparaciones poco esclarecidas. Lo más
que llega a decir es que envuelve “algo así como una percepción” de objetos matemáticos y que
no hay “razón por la cual debamos tener menos confianza” en ella “que en la percepción
sensible” (Gödel 1947: 483-484). Sin embargo, vale la pena tratar de comprender lo que Gödel
tenía en mente al hablar de esta facultad y el papel asignado a ella en su filosofía general de la
matemática. Hay dos motivos para esto. Primero, la epistemología de Gödel difiere bastante de la
de Penrose. Segundo, la epistemología de Gödel trae a colación dos novedades cruciales. Por una
parte, la intuición matemática ​no involucra para Gödel un fluir de información desde el reino

35
platónico hacia el cerebro. A su juicio, la recepción de la información proveniente del reino
platónico acontece enteramente ​fuera del espaciotiempo. Por otra parte, en la obra de Gödel, el
fenómeno de incompletitud ​no da sustento independiente al platonismo ni al antimecanicismo.
Para que ese fenómeno adquiera relevancia epistemológica y ontológica, hay que incorporar
consideraciones filosóficas adicionales. Éstas son: (i) el dualismo mente-cuerpo (la concepción
de la mente como una sustancia inmaterial) y (ii) la postulación de procedimientos matemáticos
efectivos pero no-mecánicos (este componente abona la tesis de que la mente humana es más
poderosa que cualquier algoritmo).
En la subsección 1 refuto el argumento gödeliano para sostener (i). En la subsección 2
pongo en duda la plausibilidad metodológica de (ii) y, con esto, la posibilidad de asignar un
papel relevante a la intuición platónica en matemática.

3.1. El dualismo de Gödel

En su conferencia Gibbs, Gödel formuló el siguiente dilema: “O bien la mente humana sobrepasa
infinitamente las capacidades de cualquier máquina finita, o bien hay problemas (...)
absolutamente irresolubles” (Gödel 1951: 310). Gödel se manifestó a favor de la alternativa
antimecanicista en el ​postscriptum a “Sobre sentencias indecidibles en sistemas formales
matemáticos” (Gödel 1934), donde advierte que sus teoremas “no establecen límites de la
capacidad operativa de la razón humana, sino más bien de las posibilidades del formalismo puro
en matemática” (Gödel 1964: 370). La equiparación de nuestra capacidad de razonamiento con la
operatividad de una computadora es imputada a un doble prejuicio: “1. No hay mente separada
de la materia. 2. El cerebro funciona básicamente como una computadora digital” (Wang 1974:
326). En su comentario, Wang observa que, “si bien Gödel piensa que 2 es muy probable (...),
cree que 1 es un prejuicio de nuestro tiempo, que será refutado científicamente”.
Cierta defensa del antimecanicismo reaparece en los comentarios críticos a los aportes de
Turing. Gödel le reprochó a éste el haber supuesto que “los procedimientos mentales no pueden
ir más allá de los procedimientos mecánicos” (Gödel 1972: 306). Es discutible que Turing haya

36
adoptado esta tesitura. De cualquier manera, si aceptamos (como hizo Gödel) que el concepto de
Turing-computabilidad brinda “una definición precisa e incuestionablemente adecuada del
concepto general de sistema formal” (Gödel 1934: 369), pero rechazamos la homologación
(mecanicista) de lo efectivo y lo mecánico, debemos concluir que ​hay procedimientos efectivos
pero no-mecánicos.
Una computación es una secuencia de operaciones ejecutadas sobre símbolos en base al
seguimiento de una serie precisa de instrucciones que garantizan la obtención del resultado
correcto (Turing 1936). Presumiblemente, un procedimiento efectivo no-mecánico es uno que
conduce al resultado correcto en un número finito de pasos cuyo seguimiento no puede delegarse
al cumplimiento de una rutina. Gödel aduce cuatro posibles ejemplos de recursos efectivos pero
no-mecánicos a lo largo de su obra: los procedimientos que envuelven el “uso de términos
abstractos sobre la base de su significado” (Gödel 1964: 370, nota 36), la manipulación de
cláusulas de prueba intuicionista como método para asignar significado a las conectivas lógicas
(Gödel 1958), la consideración sistemática de axiomas de cardinales grandes cada vez más
potentes y el proceso de construcción del conjunto de los ordinales recursivos (Gödel 1972).
En suma, Gödel parece haber tenido en mente el siguiente ​argumento en favor del
dualismo mente-cuerpo (D):

Premisa 1: Todo hecho cerebral es un hecho mecánico


Premisa 2: Los seres humanos podemos desarrollar procedimientos efectivos pero
no-mecánicos.
Conclusión: La mente humana es una entidad separada del cerebro.

Éste no es un buen argumento en favor de D, porque la aceptación de las premisas no nos obliga
a aceptar la conclusión. De hecho, la premisa 1 es independientemente disputable (algunos la
consideran refutada por el ​argumento del cuarto chino de Searle). Además, la noción de
Turing-computabilidad no fue forjada con el afán de explicar las limitaciones probatorias de los
seres humanos (o las limitaciones operativas de sus cerebros) sino para asegurar el estatus
epistemológico de la noción intuitiva de procedimiento efectivo y, por esa vía, dar seguridad y
certeza al procedimiento matemático. Gödel decía ver una tesitura ontológica donde sólo había

37
una preámbulo metodológico.
Como sea, lo cierto es que la conjunción de las premisas 1 y 2 no implica lógicamente a
la conclusión. El motivo es que la (presunta) inmaterialidad e independencia ontológica de la
mente humana no es condición necesaria para el desarrollo de procedimientos efectivos pero
no-mecánicos (ya sea en matemática, o a la hora de pintar un cuadro). Ciertamente, hay
motivaciones independientes para abrazar el dualismo (​e.g., la irreductibilidad del idioma
mentalista al idioma fisicalista), pero, en este contexto, esa salvedad es irrelevante. La propuesta
de Gödel es que D debe tomarse en cuenta para explicar el que nuestra capacidad de prueba
trascienda las limitaciones operativas del cerebro o los sistemas axiomáticos formales. No
obstante, es filosóficamente factible llevar a cabo esa explicación sin abandonar el fisicalismo
(F).
Convengamos por mor de la argumentación que las propiedades conscientes son
propiedades ​emergentes del sistema nervioso central, donde -dicho mal y pronto- una propiedad
P de un sistema S es emergente si y sólo si P sobreviene a partir de propiedades básicas de los
componentes s​1​,…s​n de S y la ciencia empírica no puede explicar la sobreveniencia de P con los
recursos provistos para caracterizar el desempeño nomológico de s​1​,…s​n​. Aplicado a la relación
mente-cerebro, esto quiere decir que las propiedades mentales no son (no se reducen a)
propiedades cerebrales y que las leyes psicológicas no son (no se reducen a) leyes mecánicas.
Pero, en tal caso, es perfectamente concebible la existencia de hechos irreproducibles por una
Máquina de Turing en una mente ontológicamente dependiente del cerebro, porque es
perfectamente concebible la existencia de eventos mentales supervenientes a partir del cerebro
pero irreductibles a eventos físicos. En otras palabras, es filosóficamente racional adoptar F y
sacar provecho de sus variantes emergentistas para explicar los (presuntos) rasgos
no-mecanizables de la metodología matemática.

3.2. Intuición y método matemático

Convengamos por mor de la argumentación que la mente humana (fundamentalmente en el

38
terreno de la matemática) es más poderosa que cualquier algoritmo y dejemos de lado el
(tortuoso) tópico de la relación mente-cerebro. Resta ahora determinar el papel de la intuición
suprasensible en conexión con la postulación de procedimientos efectivos pero no-mecánicos.
En rigor, tanto el dualismo como el platonismo juegan un papel explicativo aquí. Al
insistir en que sus teoremas sólo revelan limitaciones en la capacidad operativa de una máquina o
en las posibilidades demostrativas de los sistemas axiomáticos formales, Gödel escribe:

[Mis teoremas] sólo muestran que la mecanización de la matemática, ​es decir, la eliminación
de la mente y de entidades abstractas, es imposible, si se quiere tener una base y un sistema
satisfactorio para la matemática. No he comprobado que haya cuestiones matemáticas
indecidibles para la mente humana, sino solamente que no hay una máquina (o formalismo
ciego) que pueda decidir todas las cuestiones de la teoría de números. (Gödel 1962: 176; la
6
bastardilla me corresponde).

Nótese la equiparación expresa de la “mecanización de la matemática” con la “eliminación de la


mente y las entidades abstractas” y su corolario metodológico: la imposibilidad de un sistema
satisfactorio para la matemática. ¿Qué características tendría un sistema “satisfactorio”? Sería
uno que garantizara la decibilidad de cualquier conjetura matemática y la resolubilidad de
cualquier problema matemático. Gödel, al igual que Hilbert, consideraba factible desarrollar una
matemática probadamente consistente y completa (ver Wang 1974: 324). Pero, para esto,
juzgaba necesario dejar atrás los pruritos metodológicos derivados de la equiparación de lo
efectivo (finito) con lo mecánico. Esto quiere decir: reasignarle un papel a la intuición.
Gödel necesitaba respaldar de algún modo la posibilidad y la seguridad epistemológica de
los mentados procedimientos no-mecánicos. El dualismo viene a garantizar lo primero. Siendo
inmaterial, la mente humana está exenta de las limitaciones operativas (las restricciones
espaciotemporales) de una máquina (“supera infinitamente sus poderes”, diría Gödel). La
intuición platónica viene a garantizar la objetividad de los conceptos desplegados
(no-mecánicamente) en la definición de los “términos abstractos” de la matemática, en la
asignación de significado a las conectivas lógicas, en la exploración de axiomas de cardinalidad

6
Consideraciones análogas aparecen también en Godel (1967: 162) y Wang (1996: 186-187).
39
cada vez más potentes, etc. Visto como una inferencia a la mejor explicación, el argumento de
Gödel en favor de la intuición platónica es:

Premisa 1: Hay procedimientos efectivos pero no-mecánicos en matemática


Premisa 2: Los procedimientos efectivos pero no-mecánicos en matemática son
confiables sólo si lo es la intuición matemática.
Premisa 3. La intuición matemática es confiable sólo si procura datos de intuición
acerca de las entidades platónicas de la matemática.
Premisa 4. Los procedimientos efectivos pero no-mecánicos en matemática son
confiables.
Conclusión: La intuición matemática procura datos de intuición acerca de las entidades
platónicas de la matemática.

Aceptemos por mor de la argumentación que la premisa 4 es verdadera. (Volveré sobre este
tópico en breve). La idea detrás de 3 es que la intuición matemática es una fuente de
“experiencias en la que percibimos objetos y hechos matemáticos tan inmediatamente como los
objetos físicos, o tal vez más” (Gödel 1953/9: 353). Presumiblemente, esas “experiencias”
aportan a su vez el plus necesario para el desarrollo de (a decir de Feferman) un “programa de
nuevos axiomas”, destinado (desde una mirada bastante optimista) a posibilitar la resolución de
todo problema matemático pendiente o la decisión de cualquier conjetura matemática abierta.
“[L]a existencia de cuestiones matemáticas por sí o por no indecidibles para la mente humana”,
dice Gödel en este sentido, es refutada por “el hecho de que existen series de axiomas
inexplorados que son analíticos en el sentido de que sólo explican el contenido de los conceptos
que aparecen en ellos” (Gödel 1972: 306).7
¿Qué restricciones cabe imponer sobre los procedimientos efectivos pero no-mecánicos
para evitar que la apelación a las intuiciones conduzca a nuevas o viejas antinomias? ¿Cómo han
de interactuar estos procedimientos con los tramos recursivos de los sistemas formales, es decir,
con las operaciones ligadas a la manipulación rutinaria de símbolos? Detrás de estas preguntas
hay dos reclamos. Primero, elaborar una metamatemática compatible con el antimecanicismo, es

7
Veamos el caso del concepto de conjunto transfinito. Gödel confiaba en que su desarrollo mediante nuevos
axiomas de cardinales grandes procuraría una refutación de la hipótesis del continuo y una prueba de “que toda
proposición [conjuntista] (...) es decidible a partir de los axiomas presentes más alguna afirmación verdadera acerca
del tamaño del universo de todos los conjuntos” (Gödel 1946: 151).
40
decir, una metateoría cuyo objeto de estudio sea el procedimiento efectivo no-computable y su
interacción metodológica con los procedimientos mecánicos. Segundo, acreditar el estatus
epistemológico de esa metateoría.
La metamatemática mecánica y finitista filtrada por los aportes de Turing equipara lo
efectivo con lo ejecutable por una máquina. A esta equiparación debemos -y Gödel lo reconoce
expresamente- la elaboración de un concepto general y abstracto de procedimiento efectivo y,
por derivación, la estandarización de un concepto general y abstracto de sistema formal. La
prescripción metodológica concomitante pasaba por reobtener las inferencias matemáticas
correctas empleando un repertorio finito y decidible de símbolos y reglas para manipularlos. Esta
prescripción despejaba del horizonte metateórico cualquier duda relativa a (la intelección de) las
condiciones de aplicación de una operación y los pasos a seguir para llegar al resultado correcto.
La exigencia en cuestión ya estaba plasmada en la búsqueda de una “definición de calculabilidad
efectiva” por parte de Church y sería ponderada al modo de una “definición absoluta” de
computabilidad (o recursividad) por parte de Gödel (​cf. Davis 1965: 135 y 84, Gödel 1946: 150).
Ahora bien, el abandono de aquella equiparación tendrá alguna plausibilidad filosófica
siempre y cuando pueda improvisarse un punto de vista metamatemático alternativo que restituya
cierta seguridad y confiabilidad epistemológica. Pero cabe advertir que esto no significa que la
aplicación confiable de un procedimiento (mecánico o no) pueda prescindir del seguimiento de
una rutina. El que un procedimiento efectivo sea irreproducible por una máquina no quita que ​su
uso práctico venga constreñido por un requisito (quizá intuitivo) de computabilidad.
Supongamos que un matemático A se compromete a comunicarle un procedimiento a otro
matemático B. Para esto, A deberá contar con un listado de las operaciones necesarias y
suficientes para su empleo de hecho; y para que el listado sea inteligible, las operaciones han de
conformar un repertorio finito y decidible. No es indispensable que la ontología de la
comunicación quede reducida a puros símbolos (fórmulas y pruebas) sintácticamente
manipulables o que A se auto-imponga la exigencia de trabajar sólo con signos desprovistos de
significado. Pero sí lo es que el procedimiento sea finito en naturaleza y que los componentes
no-mecanizables (​e.g., los axiomas de existencia de cardinales que quepa forjar a la luz del

41
concepto de cardinal transfinito) sean a los fines prácticos no más que herramientas para
generalizar la aplicación de ciertas reglas mecánicas o fácilmente mecanizables (​e.g., el principio
de tercero excluido). En otras palabras, no hay ninguna constancia epistemológica o
metodológica que apunte a que los componentes no-mecánicos de los procedimientos efectivos
que Gödel tenía en mente cumplan un papel heurístico más poderoso que el de los elementos
ideales de la metamatemática de Hilbert. El dilema es que, si -por el contrario- el uso del sistema
o procedimiento que se obtiene al adicionar esos componentes no-mecanizables modifica el
número de los resultados originariamente obtenibles mediante cálculos relativamente triviales
(finitos y mecánicos), entonces su consistencia (su conservatividad sintáctica como herramienta
de simplificación de las inferencias) deberá ser puesta en duda. Así, volvemos al punto de partida
del problema clásico de los fundamentos: ya sea en el plano de la matemática o la
metamatemática, el uso de procedimientos efectivos pero no-mecánicos marcará un progreso en
el terreno de la clase de las verdades matemáticamente demostrables a costa de la
cuestionabilidad del estatus epistemológico del procedimiento. Así, queda refutada la premisa 4
del nuevo argumento gödeliano (suponiendo que esa premisa aluda a procedimientos ​más
poderosos que los contemplados a la luz de la teoría hilbertiana de los componente ideales y de
la exigencia concomitante de que esos componentes sean conservativos en lo que respecta a las
consecuencias de los tramos puramente mecánicos de los sistemas formales).
La seguridad de los procedimiento efectivos pero no-mecánicos deberá ser descartada si
sus aplicaciones no pueden ser reconstruidas desde un punto de vista finitista y mecánico. Sobre
todo, si se cae en la cuenta de que, al fin y al cabo, las nociones de recursividad, algoritmo y
sistema axiomático formal han sido las herramientas más eficaces (pero de ninguna manera las
únicas) para el desarrollo de una matemática rigurosamente formalizada y depurada de
antinomias.
Quizá en la raíz del problema haya una confusión. Lo que siempre estuvo en juego no es
lo que los seres humanos ​podemos hacer en matemática, sino lo que ​debemos hacer para
garantizar la confiabilidad de sus demostraciones. Los proyectos de Hilbert y Turing tienen una
dimensión normativa que no puede ser soslayada. Pero, lejos de proponer un proyecto

42
alternativo, Gödel no ha hecho más que flexibilizar las restricciones que prescriben aquellos, sin
siquiera proponer condiciones de confiabilidad alternativas. Un producto de esa flexibilización es
la restitución de la intuición platónica, pero el costo concomitante es que el ejercicio de esa
facultad quede huérfana de garantías epistemológicas y metodológicas. Esto quiere decir que, a
pesar de la retórica de Gödel, no hay un buen argumento para la tesis de que la intuición
matemática procura datos objetivos acerca de la naturaleza de las entidades platónicas de la
matemática. Esto no significa renegar de las intuiciones en matemática (aunque sí quizá en lo
que respecta a la elaboración de una nueva metamatemática); pero sí implica desestimar su
intervención en la búsqueda de una respuesta atendible al planteo de Benacerraf.

43
5. Platonismo matemático causal.

1. Introducción

En este capítulo descarto la tesis epistemológica del platonismo causal, según la cual los seres
humanos podemos adquirir conocimiento de objetos matemáticos porque podemos interactuar
causalmente con ellos. En la sección 1 presento y rechazo el platonismo causal de Penelope
Maddy. En la sección 2 presento y rechazo el platonismo causal de Benjamin Callard.

2. El platonismo causal de Maddy

En sus obras tempranas (Maddy 1980, 1990, 1990a), Penelope Maddy argumenta que algunas
entidades matemáticas son entidades espaciotemporales y que podemos percibirlas de manera
ordinaria. Esta propuesta atañe a los ​conjuntos naturalizados, es decir, los conjuntos cuya
clausura transitiva no contiene más que objetos fìsicos ordinarios. Aquí cuestiono la
indispensabilidad teórica y la solvencia metafísica de los conjuntos naturalizados. En la
subsección 2.1 sostengo (i) que esos conjuntos no son los únicos sustratos espaciotemporales
plausibles para la inherencia de propiedades numéricas y (ii) que, lejos de ostentar un estatus
relativamente autónomo, su constitución sobreviene a partir de hechos básicos relativos a la
instanciación de estructuras platónicas. De hecho, veremos que, independientemente de su
relativa plausibilidad inicial, el platonismo de Maddy va a contramano de la práctica matemática.
En la subsección 2.2 rechazo que la percepción de conjuntos naturalizados (supuesto que los
haya y sean perceptibles) constituya una fuente (autónoma) de creencias matemáticas.

2.1. Instanciación, hibridación y conjuntos naturalizados

La composición interna de los conjuntos naturalizados viene determinada por objetos ordinarios
como los pizarrones o los floreros. Estos objetos conforman diversos agregados materiales,

44
donde -en la jerga de Maddy- un agregado material de objetos físicos de tipo F consiste en una
cosa física (​physical stuff) dividida por la propiedad de ser un F. Por ejemplo, un agregado
material de huevos consiste en una cosa física -presumiblemente, un cúmulo de materia- dividida
por la propiedad de ser un huevo (​cf. Maddy 1990: 60). Según Maddy, cualquier conjunto que
contenga objetos físicos dentro de su clausura transitiva (se trate o no de un conjunto
naturalizado, es decir, de un conjunto cuya clausura transitiva ​sólo envuelva objetos físicos
ordinarios) tiene una localización espaciotemporal: la del agregado material involucrado en su
composición interna.
¿Por qué, entonces, no elaborar una ontología de agregados materiales y proceder desde
allí a formular una semántica realista para la matemática? Un motivo es que la materia no
satisface el axioma de extensionalidad. Un conjunto de lapiceras contiene un número ​n de
elementos, mientras que el agregado que determina su composición interna consta de ​n lapiceras,
“muchas más moléculas, e incluso más átomos” (Maddy 1990: 60). Otro motivo es que los
agregados materiales, a diferencia de los conjuntos, no se prestan a la formación de entidades de
rango superior. Por ejemplo, no tiene sentido postular, junto a un agregado de lapiceras, el
agregado de ese agregado, el agregado de este último agregado, etc. Una vez que nos vemos
privados de una ontología de entidades materiales de rango superior, perdemos de vista la
posibilidad de asignar condiciones veritativas “agregacionistas” a teorías jerárquicas como ZF.
Pero, en rigor, los agregados materiales ​son buenos candidatos para la predicación de
propiedades numéricas. Cuando Maddy haga referencia a un conjunto C​L de tres lapiceras, los
agregacionistas harán referencia al agregado A​L de tres lapiceras. Y cuando Maddy acuse que la
cosa física que determina la composición de A​L contiene un número ​n de moléculas y un número
p de átomos, los agregacionistas dirán que la cosa física viene dividida por tres propiedades
diferentes, de manera tal que, además del agregado de tres lapiceras, tenemos un agregado A​M de
n moléculas y un agregado A​A de ​p átomos. Así pues, el que se hable de conjuntos o agregados
parece ser una cuestión meramente terminológica.
No obstante, los conjuntos naturalizados siguen siendo indispensables para recrear las
condiciones veritativas tarskianas de teorías jerárquicas como ZF. Convengamos entonces que su

45
postulación sigue siendo relevante para la elaboración del concepto de verdad matemática. La
pregunta que se plantea es: ¿realmente podemos asignar condiciones de identidad a conjuntos
naturalizados de rango superior sin invocar entidades platónicas tradicionales? Por ejemplo: ¿qué
aspecto del mundo fundamenta la diferencia ontológica entre el conjunto binario {Marte,
Júpiter} y el conjunto ternario {Marte, Júpiter, {Marte, Júpiter}}? ¿Qué hace que uno y otro sean
conjuntos naturalizados ​diferentes, dado que, por lo que sabemos, comparten el mismo agregado
material y, como consecuencia de esto, tienen la misma localización espaciotemporal? Lo que
presumiblemente distingue a conjuntos naturalizados materialmente indiscernibles como estos es
su estructura: el primero es un conjunto bimembre y el segundo es un conjunto trimembre; el
segundo pero no el primero satisface la condición ‘{Marte, Júpiter} ∈ {​x}’, etc. Ahora bien, el
componente estructural que permite distinguir conjuntos naturalizados materialmente
indiscernibles ha de ser un componente extrafísico (si acaso ha de ser algo ​real). De modo que, si
el objetivo es garantizar la irreductibilidad de los conjuntos naturalizados, habrá que convenir
que hay algo inmaterial en ellos; algo que no puede ser percibido de manera ordinaria. Pero ese
algo es, precisamente, lo que determina que los conjuntos ​qua entidades matemáticas sean más
que los objetos y los agregados materiales involucrados en su composición interna. Por lo tanto,
la naturalización de los conjuntos no permite explicar el conocimiento propiamente
matemático-conjuntista que presumiblemente tenemos acerca de ellos.
Por si esto fuera poco, el realismo de Maddy va a contramano de la matemática. En rigor,
la adopción de esta forma de realismo exige introducir dos innovaciones metodológicamente
8
osadas: (a) la identificación de los objetos físicos ordinarios con sus singletes (así, ​todos los
objetos del mundo físico pasan a ser conjuntos) y (b) la eliminación de los conjuntos puros en
general y del conjunto vacío en particular. (Los conjuntos puros son aquellos que sólo contienen
conjuntos en su clausura transitiva; una ontología de conjuntos puros sólo puede sustanciarse a
costa del conjunto vacío).
Veamos brevemente cómo naturalizar el reino conjuntista a partir de una versión
fisicalista de los ordinales finitos de von Neumann. Por definición, ​c es un ordinal (de von

8
Esta estrategia ya había sido contemplada en Quine (1969: § 4).

46
Neumann) si y sólo si la relación de pertenencia es una relación de buen orden en ​c y cada
elemento de ​c es un subconjunto de ​c. Esta definición arroja la secuencia:

(VN)​ ∅, {∅}, {∅, {∅}}, {∅, {∅}, {∅, {∅}}}, etc.

En base a esta secuencia, puede darse una versión conjuntista de los números naturales,
estipulando que n + 1 = n ∪ {n}, donde n ∪ {n} -la gran unión de n y {n}- viene dada por el
conjunto {0, 1,…, n}. Para “naturalizar” los ordinales finitos (de von Neumann) y proporcionar
un modelo espaciotemporal de la aritmética de Peano, basta con seleccionar dos objetos del
universo -por ejemplo, Marte y Júpiter- e “incrustarlos” de manera apropiada en los lugares en
los que aparece como elemento el conjunto vacío. Obtenemos así la secuencia:

(MJ) Marte, {Marte, Júpiter}, {Marte, Júpiter, {Marte, Júpiter}}, etc.

Esta nueva secuencia -al igual que su pariente puramente platónica- satisface dos condiciones
relevantes: (i) todo ordinal α tiene un sucesor inmediato α + 1; (ii) toda sucesión de ordinales sin
elemento máximo tiene un límite (es decir, hay un menor ordinal mayor que todos los miembros
de la sucesión). La condición (i) vale intuitivamente para los ordinales finitos y, por derivación,
para los números naturales: obtuvimos -como queríamos- una progresión de objetos
espaciotemporales sin elemento máximo. La condición (ii) viene a poner coto a este tipo de
progresiones, estipulando la existencia de un primer ordinal transfinito, el ordinal ω. Este ordinal
límite se presta también a la aplicación de la primera condición, obteniéndose así una nueva
progresión para la cual, en consonancia con la segunda condición, habrá también un ordinal
mayor a cada uno de sus elementos. Con esto están dadas las condiciones metodológicas para
traer al espaciotiempo el entero paraíso de Cantor.
Pero las decisiones metodológicas que recomiendan sustituir ​(VN) por una secuencia
como ​(MJ) -es decir, las que atañen a la identificación de los particulares concretos con sus
singletes y a la exclusión del conjunto vacío- conllevan algo más que un cambio de ontología.

47
Por ejemplo, la identificación de los individuos concretos con sus singletes facilita la aplicación
del axioma de extensionalidad en presencia de protoelementos al precio de contravenir el axioma
de fundación de Zermelo-von Neumann. Este último establece que todo conjunto no-vacío
contiene un miembro tal que no comparte con él ningún elemento; mientras que el naturalismo
de Maddy recomienda suprimir al conjunto vacío e identificar a cada particular concreto con un
singlete que se auto-contiene como (único) elemento. Además, se requiere introducir dos
9
axiomas adicionales para fijar las condiciones de identidad de los protoelementos.
Maddy admite expresamente que, de eliminarse el conjunto vacío, la teoría resultante
“sería innecesariamente complicada” (Maddy 1990a: 286) y, en vista de esto, recomienda su
preservación al modo de herramienta heurística. Todo esto puede despertar la sospecha de que,
en lugar de explicar el conocimiento matemático que de hecho tenemos los seres humanos (como
exige Benacerraf a los platonistas), Maddy ha forjado una teorización realista de los conjuntos
presumiblemente inmune al planteo de Benacerraf pero ajena a los intereses ordinarios de los
matemáticos.
Otro problema es que el realismo maddyano no resguarda las intuiciones palmariamente
asociadas al concepto de verdad matemática de uso corriente. Una vez que renunciamos a los
conjuntos platónicos tradicionales, las verdades matemáticas quedan supeditadas a la existencia
de objetos físicos ordinarios, es decir, objetos lógica y temporalmente contingentes. De hecho,
habrá tantos universos conjuntistas correspondientes a la teoría de conjuntos de von Neumann
-por poner un caso- cuantos pares de objetos físicos en el universo, lo cual hunde en la
arbitrariedad cualquier elección de protoelementos que se proponga al respecto. (Yo opté por
Marte y Júpiter, pero podría haber optado por cualquier otro par de objetos físicos del universo).
A su vez, la existencia de menos de dos objetos físicos implica bajo la rúbrica maddyana la
inexistencia de un auténtico dominio de conjuntos (naturalizados), pues no basta con sólo uno
para recrear naturalísticamente la secuencia de los ordinales finitos (de von Neumann). Pero, en
la mente de los matemáticos y de los filósofos seriamente involucrados en el tópico de la verdad
matemática, las teorías matemáticas ​no están sujetas a falsación empírica ni son

9
​ f. Maddy (1990a: 285). Los axiomas en cuestión son: ∃​x ∃​y (​x = {​x} & ​y = {​y} & ​x ≠ ​y) y ∃​x ∀​y (​y ∈ ​y ⊃ ​y
C
∈ ​x).

48
veritativo-funcionalmente sensibles al paso del tiempo. En definitiva, el realismo de Maddy
afronta una doble desgracia: no brinda una respuesta satisfactoria al cuerno ​epistemológico del
dilema de Benacerraf (en lugar de eso, propone o promueve un modo alternativo de hacer
matemática) y sucumbe al cuerno ​semántico de ese dilema.

2.2. Percepción empírica y creencia matemática

Aceptemos de todas maneras que hay conjuntos naturalizados y que el modo de su constitución
interna no es un óbice para que -al menos en los casos elementales- podamos percibirlos de
manera ordinaria, esto es, verlos, olerlos, tocarlos, etc. Aun así, surge un problema epistémico
consustancial con el contrapunto metafísico planteado en la subsección precedente. El problema
es que hay conjuntos naturalizados diferentes que tienen la misma constitución material (por
ejemplo, un conjunto de lapiceras y el conjunto potencia de ese conjunto), con lo cual “una masa
de materia física y muchos conjuntos diferentes (...) producen la misma estimulación” (Maddy
1990: 65).
Maddy ofrece dos salidas independientes frente a este escollo. La más elaborada es
estrechar un paralelo entre la adquisición (empírica) del concepto de un objeto y la adquisición
del concepto (matemático) de un conjunto (​cf. Maddy 1990: 65 y ss.). Se pretende que la
explicación del modo en que un patrón de estimulación sensorial deviene en la percepción de un
objeto físico ordinario (una lapicera) brinde herramientas para explicar la percepción de un
conjunto naturalizado (un conjunto de lapiceras). Maddy desarrolla una extensa intelección
científica de los procesos cognitivos pertinentes en el marco de la teoría neurofisiológica del
aprendizaje de Donald Hebb. Antes de avanzar, debo decir un par de cosas sobre esta teoría.
La teoría de Hebb se funda en la noción de un conglomerado celular. Básicamente, un
conglomerado celular es un sistema de interconexiones neuronales que se desarrolla en respuesta
a la presencia de un patrón de estimulación sensorial recurrente. A la formación de un
conglomerado corresponde la adquisición de un concepto de clase (el concepto de una lapicera)
o, en los casos más abstractos, una categoría (el concepto de un objeto). En esta línea, Maddy

49
sostiene la existencia de un conglomerado celular correspondiente al concepto de un objeto y
otro correspondiente al concepto de un conjunto. Así, el que percibamos un objeto en un caso y
un conjunto en otro dependerá del conglomerado celular que se haya activado en cada ocasión y
no de la existencia de un plus de información sensoperceptiva.
El principal defecto de esta estrategia es que la teoría de Hebbs tiene escasa aplicabilidad
empírica directa y, hasta donde sabemos, no permite inferir la existencia de un conglomerado
correspondiente al concepto matemático de conjunto. De hecho, suele señalarse que sólo unos
pocos experimentos de percepción de formas en condiciones de estimulación reducidas prestan
algún sustento empírico directo al modelo de Hebbs (​cf. Milner 1986: 129-130). Otro problema
importante es que, en el contexto de la teoría de Hebbs, se requiere que haya un plus de
información perceptiva para que tenga lugar la ​formación del (presunto) conglomerado celular
conjuntista. Sin ese plus, no se explica el que los seres humanos contemos con un concepto
empírico de conjunto, cuando las condiciones de estímulo no auspician más que la formación del
conglomerado celular correspondiente al concepto de un objeto (físico). Así, volvemos al punto
de partida: si la ausencia de ese plus atentaba antes contra la perceptibilidad de los conjuntos
naturalizados (o la discernibilidad de conjuntos naturalizados diferentes pero materialmente
indiscernibles), ahora excluye la constitución de un mecanismo neurofisiológico capaz de
auspiciar la percepción de conjuntos a partir de los patrones de estímulo ligados (inicial y
ordinariamente) a la percepción de objetos. (A la postre, importa realmente muy poco el que se
adopte la teoría de Hebbs o cualquier otra más funcional al planteo de Maddy. Aun cuando haya
lugar para argumentar que la percepción de objetos auspicia de algún modo la percepción de
conjuntos, difícilmente se logrará sustentar por esa vía la perceptibilidad de conjuntos
naturalizados alternativos pero materialmente indiscernibles entre sí. Sobre todo cuando se
pretenda comparar conjuntos como {Penelope Maddy} y {{{{{{{{Penelope Maddy}}}}}}}} o
lidiar con secuencias de cardinalidad muy elevada).
La segunda salida que propone Maddy frente al problema de la perceptibilidad de los
conjuntos naturalizados puede plantearse del siguiente modo (​cf. Maddy 1990: 49 y 58). Los
seres humanos percibimos objetos físicos ordinarios a pesar de que, en sentido estricto, sólo

50
recibimos información sensoperceptiva de un lado frontal de un corte temporal de esos objetos.
Análogamente, podría decirse que percibimos conjuntos naturalizados a pesar de que, en sentido
estricto, sólo recibimos información sensoperceptiva de los objetos físicos que los componen.
Por lo tanto, es legítimo cifrar la adquisición de conocimiento perceptivo de conjuntos
naturalizados en los estímulos producidos ordinariamente por los objetos físicos.
En rigor, podemos recibir información perceptiva del lado frontal de una ​variedad de
cortes temporales de un objeto; y, en principio, nada obsta para que la información obtenida de
este modo nos permita forjar (quizá al modo husserliano) una pintura global del objeto. Por
contraposición, no podemos recibir información perceptiva de ningún aspecto ​conjuntista de un
conjunto naturalizado. Por caso, nadie puede jactarse de ​percibir que una lapicera ​pertenece a
uno u otro conjunto naturalizado del mismo modo en que puede percatarse de que el azul es su
color dominante. Las propiedades fundamentales de los conjuntos -las que importan al
matemático, por contraposición al resto de los mortales- remiten a un plus de orden abstracto y
estructural que nada tiene que ver con aspectos ordinarios de las cosas. Evidencia de esto es que
los primeros pasos en el estudio de esas propiedades hubo de aguardar el desarrollo de las
nociones de cardinal e infinito (​cf. Ferreirós 2012). En rigor, los objetos físicos no constituyen
“aspectos” de conjuntos naturalizados en el mismo sentido en que un lado frontal de un corte
temporal de un objeto es un aspecto del mismo, porque la percepción de un objeto no es un
expediente para alcanzar el concepto de un conjunto o el conocimiento de sus determinaciones
como tal. En conclusión, cabe descartar que ​percibamos conjuntos naturalizados al recibir
información sensoperceptiva de sus elementos.
Los conjuntos naturalizados no son entidades físicas suplementadas con un plus
abstracto. Son (si acaso) objetos abstractos suplementados con un ingrediente espaciotemporal y
con una consistencia interna lo suficientemente compleja como para que la pretensión de
estudiarlos seriamente conduzca a elaborar sistemas como ZF. Maddy quiere una ontología de
entidades matemáticas completamente espaciotemporales para lidiar con el cuerno gnoseológico
del dilema de Benacerraf y, a su vez, quiere preservar la integridad de las estructuras
matemáticas respecto de la contingente disposición de la materia para no colapsar en un realismo

51
agregacionista; esto es, para no sucumbir al cuerno semántico de ese dilema. Ahora bien, si los
conjuntos naturalizados son irreductibles a su composición física, entonces las propiedades
matemáticas de estos conjuntos quedan fuera del alcance de la percepción. Viceversa, si
enfatizamos el requisito fisicalista, nos quedamos con una ontología de puros agregados
materiales. En el primer caso se hace imposible explicar el conocimiento matemático desplegado
-por caso- en aritmética transfinita, donde la información proveniente de la percepción ordinaria
no basta para generar las intuiciones presumiblemente subyacentes en la creencia de que los
cardinales transfinitos no cumplen con el teorema de simetrización de monoides conmutativos.
En el segundo caso, renunciamos directamente a la ontología matemática y, como consecuencia
de esto, no podremos dotar de condiciones veritativas ​realistas a teorías como ZF. De hecho,
vimos que tampoco la ontología de conjuntos naturalizados permite reconstruir
responsablemente el concepto de verdad matemática. En suma: el realismo de Maddy no hace
ningún aporte significativo a los debates centrales en metafísica de la matemática.

3. El platonismo causal de Callard

Benjamin Callard sugirió que la existencia de influjos causales provenientes de objetos


abstractos tradicionales es ​a priori concebible y que los platonistas pueden sacar un provecho
epistemológico de esta constatación (​cf. Callard 2007: 349). Los argumentos de Callard
conforman un ataque frontal al ​principio de aislamiento causal (PAC), según el cual no puede
haber relaciones causales entre objetos abstractos y objetos físicos. En particular, Callard se
esfuerza por negarle a ese principio el estatuto de una verdad ​conceptual. La idea es que el
aislamiento causal del reino platónico está supeditada a la vigencia de leyes de la conservación
de magnitudes fundamentales y no -como es dable pensar- a los atributos tradicionalmente
asociados al concepto de un objeto abstracto (los atributos de atemporalidad, inmaterialidad,
inmutabilidad, etc.). Este rodeo sirve para generar una respuesta directa al planteo de Benacerraf:
si pudiera mostrarse que PAC es ​contingentemente falso (o que es contingentemente verdadero y
que la ciencia es inverosímil en una dirección que apunta a la existencia de una “fuerza

52
fundamental” proveniente del reino platónico), entonces habría espacio para argumentar que el
platonismo matemático y TCC ​son compatibles; esto es, que los seres humanos ​podríamos (quizá
podemos) adquirir conocimiento causal de entidades existentes fuera del espaciotiempo.
El núcleo de la propuesta de Callard aparece reflejado así:

Conceptualmente hablando, no hay (...) ningún problema con la idea de algo siendo afectado
por una entidad radicalmente disímil a ello. En particular, no hay problema con la idea de los
objetos abstractos efectuando cambios en nosotros; no hay ninguna dificultad conceptual en la
idea de que imparten energía a nuestros cerebros, y que lo hacen ‘a distancia’, i.e., sin el
beneficio de relaciones de contigüidad. (Callard 2007: 354-355).

Callard embiste contra dos de los principios de imposibilidad históricamente involucrados en la


defensa de la necesidad conceptual de PAC: (1) el principio de que todo vínculo causal envuelve
algún contacto mecánico entre los ​relata; (2) el principio de que todo vínculo causal supone un
nexo de transferencia de energía. En las próximas subsecciones argumento que los ataques contra
(1) y (2) no bastan para acuñar un concepto de causación platónica respetable y que, como
consecuencia de esto, el platonismo de Callard es inviable.

3.1. Causación platónica y acción a distancia

El argumento contra la causación platónica basado en la exigencia de contacto mecánico puede


formularse así:

Primer argumento contra la causación platónica. Cuando uno concibe un objeto A


como determinando algún cambio en otro objeto B, presume la existencia de algún
contacto físico entre A y B y que este contacto físico es el responsable del traspaso de
momento dinámico. Sin embargo, los objetos matemáticos son objetos
no-espaciotemporales, con lo cual no puede haber ningún contacto mecánico entre
ellos y nosotros. Por lo tanto, no puede haber acciones causales provenientes del reino
platónico que expliquen el conocimiento matemático.

La réplica de Callard es que la existencia de interacciones causales entre entidades


mecánicamente aisladas entre sí es “perfectamente inteligible y (por lo tanto) aparentemente

53
posible” (Callard 2007: 350). Esta tesitura tiene algún respaldo en la ciencia. Por ejemplo, la
lectura tradicional de la dinámica newtoniana implica que el campo gravitacional de la Tierra
10
afecta instantáneamente el comportamiento de cualquier objeto masivo del universo. No
obstante, Callard debe abonar la plausibilidad de las interacciones espontáneas entre objetos
abstractos y objetos físicos si quiere fomentar un concepto ​platónico de causación. El concepto
de acción instantánea aparece tradicionalmente desplegado en la caracterización prerrelativista
del potencial de interacción de partículas cuyos campos de fuerzas son una función de
coordenadas ​espaciales para cada instante de ​tiempo. Por ejemplo, la atracción gravitacional
(entendida al modo prerrelativista) es una función de la distancia y la cantidad de masa. En
cambio, los platonistas no tienen nada para decir acerca del factor que determinaría que un objeto
abstracto nos afecte de modo tal de causar instantáneamente nuestras representaciones
matemáticas.
En rigor, el que la causación sea instantánea no obsta para que, conceptualmente
hablando, (i) el perfil del agente deba cifrarse en su poder para afectar objetos específicos de un
modo igualmente específico y que (ii) la naturaleza del efecto dependa en buena medida de la
naturaleza del agente causal. El problema fundamental es que la noción platónica de causación
instantánea no satisface ni (i) ni (ii) y, como consecuencia de esto, no reporta una auténtica
relación de ​causación.
Supongamos que dos sujetos S​1 y S​2 se enteran en momentos diferentes de que 2 es par.
En tal caso, estamos suponiendo que el número 2 ha afectado instantáneamente cerebros
diferentes en momentos diferentes. Pero los objetos abstractos no pueden actuar sobre objetos
diferentes en momentos diferentes (es decir, no pueden satisfacer algo como (i)), porque son
entidades existentes ​fuera del espaciotiempo. ¿Qué podría determinar que el número 2 afecte a
un cerebro dado y no a otro en un momento dado y no en otro? ¿Y qué podría determinar que S​1
se entere diez minutos después de que 2 es, además, primo, y que S​2 haga lo propio cinco años
después? Por otra parte, ¿qué podría determinar que el número 2, en lo que respecta a su
naturaleza, causara primero la representación de su paridad y luego la representación de su

10
El ejemplo no es de Callard. Él apela a la aparente concebibilidad metafísica de los superpoderes visuales de
Superman para sustentar a la posibilidad de acciones causales sin contacto mecánico. ​Cf. Callard (2007: 350).
54
primidad, o que el orden fuera el inverso en el caso de un sujeto putativo S​3​? ¿Y qué distinguiría
a esa acción causal de la ejercida por el número 4 al promover también la representación de un
número par, más allá del truismo de que una es causada por un número dado y la otra por otro?
No hay ningún factor (no-trivial) que pueda distinguir la acción causal de un objeto matemático
respecto de la de otro y determinar que se ejerzan en un momento y lugar en detrimento de otros.
Por contraposición, el que dos objetos físicos alternativos ejerzan un influjo causal instantáneo
en el campo gravitacional de la Tierra no impide deslindar y describir el modo en que cada uno
lo ejerce. Claramente, la causación platónica instantánea no satisface (ii). Más que de
conocimiento matemático, Callard teoriza como plausible una suerte de antojadiza determinación
del saber por sus objetos (lo cual oculta tras bambalinas una antojadiza asignación de objetos a
nuestras representaciones matemáticas a la luz de algo llamado ‘causación platónica
instantánea’). Como sea, dado que aquellas preguntas elementales no admiten una respuesta
sensata, debemos concluir que la atribución de poderes causales instantáneos a objetos
matemáticos es una patraña.

3.2. Causación y energía platónica

El argumento contra la causación platónica basado en el requisito de transferencia de energía


puede formularse así (​cf. Callard 2007: 351, n. 5):

Segundo argumento contra la causación platónica. La transferencia o el


intercambio de energía es un aspecto crucial de la causación eficiente. Por otra parte,
los objetos abstractos son objetos inmateriales; objetos carentes de masa. Pero la teoría
de la relatividad establece que todo componente de energía tiene un equivalente de
masa. Por lo tanto, los objetos abstractos no pueden transferir energía y, como
consecuencia de esto, tampoco pueden ejercer la causación eficiente.

La réplica de Callard, como vimos, es que no hay “ninguna contradicción, o (...) dificultad
conceptual o metafísica, en aceptar la afirmación de que los objetos abstractos imparten energía
hacia nosotros y, por lo tanto, nos cambian, sin recibir ellos mismos energía” (Callard 2007:
351). Ciertamente, los supuestos involucrados en el nuevo argumento tienen una raíz

55
nomológica, pero no por esto es conceptualmente posible que los objetos abstractos impartan
energía. Concretamente, mi punto es que la oración:

(E) Los objetos matemáticos causan el conocimiento matemático transfiriendo energía


al espaciotiempo,

o bien no tiene significado, o bien comparte perversamente (al modo de una paráfrasis
no-exegética) las condiciones veritativas intuitivas del truismo platónico según el cual:

(C) Los objetos de conocimiento (puramente) matemático son objetos abstractos.

Convengamos que una oración (castellana) indicativa (incrustada en un contexto) es


genuinamente significativa sólo si: (i) su empleo determina o selecciona un estado de cosas y (ii)
el empleo de los términos descriptivos involucrados en la oración se condice con las intenciones
y las intuiciones prevalecientes entre los hablantes competentes. La exigencia crucial es que el
uso oracional (hecho con pretensiones de conocimiento) ​no determine que el significado de
(alguno de) los términos descriptivos vaya a contramano de las equivalencias conceptuales
correctas. (Estos requisitos son ​muy elementales: lo mínimo que cabe exigir a un usuario
competente de un lenguaje es que sus proferencias indiquen cómo tiene que ser el mundo para
que lo que dice (con pretensiones epistémicas) sea verdadero y que los elementos lexicales
pertinentes se inscriban en las convenciones que posibilitan la comprensión y la comunicación
dentro de una comunidad).
Empecemos por (i). Nuestra práctica lingüística asociará a (E) un estado de cosas ​sólo si
podemos concebir (no-trivialmente) circunstancias que envuelvan objetos abstractos que
transfieren energía al espaciotiempo. Pero el punto es que no podemos hacer tal cosa, con lo cual
no podremos asociar un estado de cosas al uso de (E). Como consecuencia de esto, (E) carecerá
de significado.
¿Por qué digo que ​no podemos asociar circunstancias relevantes al uso de (E)? Bueno,
porque, en rigor, la ​noción de energía está indisociablemente ligada a la posesión de masa y/o a

56
la espaciotemporalidad. Una vez que removemos la masividad y la espaciotemporalidad de un
objeto (o proceso o mecanismo), se hace imposible concebir en qué ​consiste la energía presente
en él, cómo puede ser portador de ella, etc. Por otra parte, la propia ​emisión de energía remite a
un proceso temporal que envuelve una modificación de su portador (mínimamente, una
modificación de la cantidad de energía acumulada en él). Todo esto hace pensar que un objeto
inmaterial, inmutable y atemporal no puede portar ni emitir energía.
Pasemos a (ii). Aceptamos por mor de la argumentación que “las relaciones de
contigüidad y acción recíproca constituyen rasgos contingentes de la causación eficiente”
(Callard 2007: 352). Mi tesis es que, una vez adoptado este supuesto, el único estado de cosas
(mórbidamente) asociable a:

(Ca) El ser par del número 2 ​causa que Callard crea que 2 es par

no es otro que el estado de cosas (intuitivamente) asociable a:

(Cr) Callard ​cree confiablemente que el número 2 es par.

Por empezar, tanto (Ca) como (Cr) estrechan un nexo entre la paridad de 2 y la creencia de
Callard de que 2 es par; y, en ambos casos, ese nexo descansa en una relación de dependencia
asimétrica. Por una parte, se supone que el que Callard crea que 2 es par depende de cierta acción
causal ejercida por el número 2. Por otra parte, el que Callard guarde una relación de creencia
(presumiblemente) ​confiable con la proposición de que 2 es par depende de que el número 2
exista y sea efectivamente par. Entonces, si dejamos de lado las notas de contigüidad y acción
recíproca, la noción de causación platónica corre el riesgo de quedar extensionalmente solapada
con la noción de creencia matemática confiable. En otras palabras, ¿por qué no llamar “relación
de causación” a la relación epistémica entre sujetos y objetos matemáticos, si las propiedades
fundamentales de esta relación se agotan en las condiciones para la fundamentación de la
confiabilidad epistémica de las creencias matemáticas?

57
La noción de causación de Callard deja de ser una noción de causación una vez que nos
deshacemos de las exigencias de contigüidad (espaciotemporal), acción recíproca, acción
instantánea, transferencia de magnitudes ​conservadas, contacto mecánico, etc. Lo que queda es
un ​nombre para una relación que no reúne ninguno de los componentes distintivos del vínculo de
dependencia (asimétrica) catalogado históricamente como de causación. Y, lo que es peor para
Callard, esta relación no preserva ningún rasgo que la distinga (no-trivialmente) de la relación de
creencia confiable entre sujetos y proposiciones matemáticas (supuesto que pueda haberla). En
rigor, el darse de ​ambas relaciones envuelve la satisfacción de las siguientes condiciones y
ninguna otra:

a. Es un hecho que 2 es par


b. Es un hecho que Callard cree (confiablemente) que 2 es par
c. a es un fundamento de b
d. La relación de fundamentación aludida en c es asimétrica
e. Los hechos consignados en a y b no pueden actuar ​recíprocamente uno sobre otro
f. b depende contrafácticamente de a
g. Ni a ni b envuelven una transferencia de magnitudes ​conservadas.
h. Las condiciones precedentes no vienen necesitadas por las leyes naturales y/o las
condiciones iniciales del mundo (físico).

En principio, nada impide suponer que tanto el estado de cosas asociable a (Ca) como el
asociable a (Cr) satisfacen a-h y ninguna otra condición adicional relevante. (Excepto, claro está,
la condición asociada a la transferencia de energía como magnitud ​no-conservada; pero ya aduje
en los párrafos precedentes que no tiene sentido hablar de objetos abstractos que transfieren
energía). Ahora bien, dado que (Ca) es nuestra oración y la epistemología de Callard determina
el contexto en el que aparece incrustada, (Ca) tendrá significado a condición de que Callard haya
cambiado el uso de (cuanto menos) la expresión ‘causalidad’ y que ese cambio de uso determine
que el estado de cosas intuitivamente asociable a (Cr) sea el único (mórbidamente) asociable a
(Ca). Dicho de otra manera: a menos que pueda mostrarse que, pese a las apariencias en
contrario, (Ca) tiene condiciones veritativas propias y que el darse de esas condiciones ​no se
agota en (ni depende de) el darse de las condiciones veritativas de (Cr), estaremos obligados a
concluir que, ​si (Ca) tiene significado, ​entonces no es más que una paráfrasis (no-exegética) de

58
(Cr). Por contraposición, si (Ca) ​no es una mera paráfrasis (no-exegética) de (Cr), entonces (Ca)
carece de significado. De aquí que quepa concluir que la teoría de la causación platónica de
Callard es una perversión parafrástica de la teoría platónica del conocimiento ingenua (​i.e., la
teoría del conocimiento matemático impugnada originariamente por Benacerraf).

59
Capítulo 6. Platonismo científico

1. Introducción

En este capítulo rechazo la tesis del platonismo científico, según la cual la confiabilidad
epistémica de nuestras creencias matemáticas puede (y debe) cifrarse en el éxito de sus
aplicaciones científicas. Mis críticas estarán centradas en el denominado ‘argumento de
indispensabilidad de Quine-Putnam’, por ser el principal recurso filosófico de sus partidarios. En
la sección 2 presento el argumento y sostengo que nos devuelve una pintura implausible de la
práctica matemática y científica. En la sección 3 repaso y rechazo cierto intento por reformular el
argumento independientemente de consideraciones relativas al valor veritativo de las teorías
científicas y nuestra actitud hacia ellas.

2. Indispensabilidad teórica y práctica científico-matemática

La siguiente es una versión consagrada del denominado ‘argumento de la indispensabilidad de


Quine-Putnam’ (AI):

1. Debemos comprometernos ontológicamente con todas y sólo aquellas entidades que resulten
indispensables para nuestras mejores teorías científicas.
2. Las entidades matemáticas son indispensables para nuestras mejores teorías científicas.
Por lo tanto:
3. Debemos comprometernos ontológicamente con entidades matemáticas (Colyvan 2001: 11).

La premisa 1 conjuga presumiblemente tres ingredientes de proveniencia quineana: (i) las


entidades necesarias y suficientes para valuar semánticamente las variables (ligadas) de una
teoría T (formalizada en primer orden) agotan los compromisos ontológicos de T (el ingrediente
ontológico); (ii) el rechazo de los modos no-científicos de determinación de lo que existe (el
ingrediente normativo); (iii) la tesis de que las oraciones acerca del mundo externo enfrentan el
tribunal de la experiencia como una totalidad (el ingrediente semántico). A estos componentes,

60
Colyvan añade la exigencia de indispensabilidad: la referencia a una entidad ξ es indispensable
para una teoría T (formalizada en primer orden) si toda alternativa interesante y empíricamente
equivalente a ella (supuesto que las haya) nos compromete con ξ.11 La premisa 2 excluye la
existencia de alternativas interesantes a nuestras actuales teorías científicas que estén exentas de
compromisos con objetos matemáticos. Así, la conclusión es que estamos irremediablemente
impelidos a comprometernos con entidades matemáticas.
Pero, tal como está formulado, el AI no dice nada sustantivo en favor del platonismo
matemático; de hecho, la asunción de compromisos ontológicos al modo de un ​deber carece de
relevancia metafísica. A lo sumo, se fomenta con cierto dejo normativo la ​aceptación de los
contenidos matemáticos de la ciencia con su carga ontológica intuitiva. Considérese el caso de
van Fraassen: este autor promueve la aceptación de las teorías científicas con su carga ontológica
intuitiva, no obstante lo cual recomienda adoptar una actitud agnóstica hacia las entidades
extraempíricas postuladas por la ciencia.
En suma, el AI es irrelevante para nuestro tema, porque el que una teoría nos
comprometa con entidades es un asunto bastante trivial. Por ejemplo, una vez convenido que
‘F(​x)’ se lee ‘​x es flogisto’ y que ‘es flogisto’ se aplica al flogisto, el sólo hecho de que la
clausura deductiva de una teoría (consistente) T (regimentada en primer orden) contenga la
fórmula ‘∃​x (F​x)’ basta para que T nos comprometa con la sustancia de Becher-Stahl. Lo cual,
desde luego, no responde a la pregunta por la ​existencia del flogisto ni sugiere una respuesta a
esa pregunta.
En vista de estos recaudos, conviene reformular AI así:

1. Debemos ​creer en las entidades indispensablemente comprometidas en la ontología global de


nuestras mejores teorías científicas.
2. Algunas entidades matemáticas están indispensablemente comprometidas en la ontología global
de nuestras mejores teorías científicas. (Por ejemplo, la afirmación de que un sistema físico dado
tiene una temperatura de cuarenta grados centígrados nos compromete ontológicamente con el
número 40 y, presumiblemente, con un mapeo (homomórfico) desde objetos físicos hacia
números).
Por lo tanto:

11
Las alternativas relevantes son, básicamente, las que preservan las virtudes explicativas y predictivas de T y su
pintura del mundo inobservable. ​Cf. Colyvan (2001: 76-78).
61
3. Debemos creer en entidades matemáticas.

Brevemente: la idea es que ciertos hechos del mundo físico sólo pueden ser caracterizados
mediante oraciones presumiblemente verdaderas que aluden indispensablemente a entidades
abstractas como números y funciones, lo cual apunta a que la matemática aplicada en tales casos
es igualmente verdadera.
Colyvan da un paso en falso al concluir en la línea del AI que los seres humanos
“llegamos al conocimiento matemático exactamente de la misma manera [en que llegamos a]
otras formas de conocimiento -mediante los métodos hipotético-deductivos de la ciencia”
(Colyvan 2001: 152-153). Lo correcto sería decir que, desde la perspectiva naturalista que nos
concierne, la ​validación de nuestras creencias matemáticas responde a los ​métodos de
contrastación de hipótesis científicas.
Esta última tesis es fácilmente refutable. Por poner un ejemplo, los matemáticos contaban
con recursos para estudiar la estructura algebraica de los espacios de Hilbert ​antes de que la
referencia a esos espacios jugara un papel en la axiomatización de la teoría cuántica. Por lo
regular, los matemáticos construyen sus teorías y disponen de recursos metodológicos para
separar las teorías verdaderas de las falsas (o las consistentes de las inconsistentes) sin atender a
la evolución de la empresa científica. Desde luego, los platonistas científicos discutirán este
punto, aduciendo que, sin el recurso a la experiencia como piedra de toque para la contrastación
de teorías, no puede evaluarse la ​confiabilidad de nuestras creencias relativas a cosas
extraempíricas, sea que versen sobre objetos físicos (​e.g., neutrones) o matemáticos (​e.g.,
números).
Convengamos entonces -por mor de la argumentación- que el contexto de validación de
las creencias matemáticas está incrustado en el contexto de validación de las creencias
científicas. Esto no excluye que los matemáticos procedan a formular y estudiar sus teorías con
independencia de la ciencia y sus métodos. Pero tampoco permite explicar el que ​muchas teorías
matemáticas presumiblemente verdaderas hayan sido aceptadas ​antes de sus aplicaciones
empíricas.
Los realistas científicos aducen normalmente que, si el descubrimiento de hipótesis

62
científicas no estuviera (regularmente) signado por la verdad (o la aproximación a la verdad),
entonces la adecuación empírica de nuestras mejores teorías sería un milagro. Análogamente,
podría aducirse que, si el ​descubrimiento de teorías matemáticas no estuviera (regularmente)
signado por la verdad, entonces la aplicabilidad científica de esas teorías sería igualmente un
milagro. Desde época de Frege, es normal entre los platonistas suponer (a) que la mejor
explicación de la aplicabilidad científica de las teorías matemáticas es que son verdaderas y (b)
que la mejor explicación de la verdad matemática es que hay objetos matemáticos. La verdad
matemática explica la aplicabilidad científica de la matemática y el platonismo matemático
explica la verdad matemática. Por lo tanto, el platonismo explica la aplicabilidad científica de la
matemática.
Ciertamente, no es en sí mismo problemático que el platonismo explique la verdad
matemática y, por derivación, la aplicabilidad científica de la matemática. Después de todo, los
realistas científicos tradicionales sostienen en la misma línea que la verdad (o verosimilitud) de
nuestras mejores teorías explica su adecuación empírica y que la existencia de cosas como
neutrones o fotones debe tomarse en cuenta para explicar la verdad (o verosimilitud) de esas
teorías.
Ahora bien, la situación de los platonistas científicos es diferente. Según ellos, el
descubrimiento de teorías matemáticas y su validación corren por cuenta de metodologías
alternativas. El descubrimiento es ponderado como tal en el terreno de la metodología
matemática y la validación en el terreno de la metodología científica. Pero esto conduce a
suponer que los matemáticos “tropiezan” casualmente con teorías matemáticas verdaderas
(porque los recursos para validarlas o “constatar que son verdaderas” pertenecen al campo de la
ciencia empírica) y que los científicos aprovechan esos “tropiezos” afortunados para desarrollar
teorías empíricamente adecuadas (y, en una segunda instancia, para constatar la corrección de la
matemática aplicada). De hecho, esta pintura implica que los científicos pueden leer en una bola
de cristal cuáles de esos “tropiezos” serán relevantes para su labor, porque, hasta el momento, la
ciencia no ha “refutado” ninguna teoría matemática. En suma, los platonistas científicos incurren
en el desatino de invitarnos a considerar (a) que el descubrimiento matemático es un proceso

63
epistémicamente “ciego” (​i.e., un proceso exento de recursos para la validación epistémica de
creencias) y, a la vez, (b) que la verdad matemática debe ser ​presupuesta para explicar su
aplicabilidad científica.
Las conclusiones del párrafo precedente pueden parecer precipitadas. Después de todo,
podría argüirse que el aprendizaje matemático está condicionado por una suerte de criterio de
aplicabilidad empírica en principio y que este criterio está implícitamente incrustado en el
contexto de descubrimiento de teorías matemáticas al modo de un factor de plausibilidad inicial.
O bien, que la metodología matemática comporta algún principio de proliferación de estructuras
anclado en resultados elementales observacionalmente constatables por cualquiera y que ese
principio responde al despliegue de esquemas de abstracción de complejidad creciente. Pero
estas opciones no bastan para devolverle alguna plausibilidad al platonismo científico, dado que
hay al menos ​una teoría matemática desarrollada con independencia de sus aplicaciones
empíricas y ​en detrimento de nuestras expectativas científicas y de sentido común. Esa teoría es
la geometría de Riemann. Por contraste, hay recursos de la matemática aplicada sustanciados ​ad
hoc y en detrimento de los estandartes metodológicos de los matemáticos. Uno de esos
estandartes es el que recomienda aceptar una teoría matemática T sólo si T es consistente. Sin
embargo, algunas teorías maduras envuelven recursos matemáticos inconsistentes, como el
método de los infinitesimales de Newton, la fórmula de difracción de Fresnel-Kirchhoff y la
función de Dirac (​cf. Colyvan 2008, Saatsi & Vickers 2011, Bueno 2005). Esto pone de
manifiesto que los científicos no se conciben a sí mismos como verificando creencias
matemáticas (después de todo, las teorías o las ecuaciones matemáticas inconsistentes son
necesariamente ​falsas) ni adoptan como propios los estandartes de aceptación de teorías de los
matemáticos.

3. Platonismo matemático e indispensabilidad pragmática

Michael Resnik ofreció una versión ​pragmática del argumento de la indispensabilidad (​cf.
Resnik 1995: 170-171, 1997: 46-48). Su intención fue mostrar que la práctica científica

64
presupone la verdad de la matemática y que esta circunstancia es independiente, tanto de la
actitud de los científicos, como del valor veritativo de sus teorías. Los usuarios tradicionales del
AI (​e.g., Colyvan) pretenden convencernos de que la evidencia favorable a la verdad (o
verosimilitud) de las teorías científicas es también una evidencia favorable a la verdad
matemática. En cambio, Resnik, quiere convencernos de que cierta ​actitud metacientíficamente
neutral (la mera ​aceptación de teorías científicas), para ser racional, supone otra que no lo es (la
creencia en la matemática clásica). Este cambio de problemática importa dos novedades
sustantivas: el abandono de la (controversial) tesis del holismo confirmatorio y una declaración
de neutralidad respecto al debate realismo vs. antirrealismo científico. Pero, lejos de flexibilizar
algún objetivo primordial o predisponer a su abandono, estas retractaciones son funcionales a un
planteo más ambicioso que el de Colyvan: Resnik quiere usar su argumento para cuestionar la
racionalidad del instrumentalismo matemático y, por derivación, persuadir a realistas y
antirrealistas por igual a la adopción del platonismo. “[C]ualquier filosofía (...) que no reconozca
la verdad de la matemática clásica debe enfrentar el (...) problema de explicar cómo es que la
matemática puede ser usada en la ciencia” (Resnik 1997: 47). Por otra parte: “cualquiera sea la
actitud que los científicos adopten hacia sus teorías, no pueden consistentemente considerar a la
matemática que usan como de valor meramente instrumental” (46). En suma, la tesis de Resnik
es que el platonismo es un componente insoslayable de la metafísica de la ciencia.
El argumento de la indispensabilidad pragmática (IP) es el siguiente.

1. Al establecer sus leyes y conducir sus derivaciones la ciencia supone la existencia de muchos
objetos matemáticos y la verdad de mucha matemática.
2. Estos supuestos son indispensables para el propósito de la ciencia; es más, muchas de las
conclusiones importantes trazadas desde y dentro de la ciencia no podrían ser trazadas sin tomar
las afirmaciones matemáticas como verdaderas.
3. Así estamos justificados a extraer conclusiones desde y dentro de la ciencia sólo si estamos
justificados en tomar la matemática usada en la ciencia como verdadera (Resnik 1997: 46-47).

Prima facie, el IP (al igual que la versión del AI elaborada por Colyvan) no dice nada en favor
del platonismo matemático. La premisa 1 recoge una actitud hacia la ciencia -la de tomar en
consideración los contenidos matemáticos de las teorías científicas- que, como tal, no comporta

65
ni favorece la creencia platónica en entidades matemáticas. De hecho, cualquier antiplatonista
que acepte la matemática (aplicada) estará de acuerdo en que, en algún sentido, la formulación
de teorías científicas y la “conducción de sus derivaciones” supone la existencia de objetos
matemáticos y la verdad de algunas teorías matemáticas. Pero dirá que el significado de
‘existencia’ y ‘verdad’ (matemática) es disputable y supone un salto hacia un (tortuoso) debate
metafísico. Por ejemplo, un deductivista dirá que ‘existencia’ significa ‘existencia de pruebas’ y
que ‘verdadero’ significa ‘derivable a partir de axiomas consagrados’. El lema: “tomar la
matemática aplicada como verdadera”, a diferencia del criterio quineano de compromiso
ontológico (y la prescripción consustancial de evaluar esos compromisos ​ad litteram), no prepara
el terreno para la ulterior adopción de una metafísica ​platonista.
Resnik parece anticiparse a una réplica de este tenor cuando aduce que, en ocasiones, la
investigación científica queda supeditada al estudio de modelos abstractos de los fenómenos (​i.e.,
entidades platónicas) y que el estudio o la teorización de estos modelos incorpora generalmente
recursos provenientes de la aritmética y el análisis. El ejemplo que da es el de la reconstrucción
newtoniana de la trayectoria orbital de un planeta del sistema solar. Ésta envuelve el supuesto de
que el Sol y el planeta son esferas con distribuciones homogéneas de masa que interactúan
gravitacionalmente como partes excluyentes de un sistema aislado. Según Resnik, Newton “sabía
que no existen tales planetas, pero también creía que hay hechos matemáticos concernientes a su
órbita” (Resnik 1997: 44). Quizá lo que Newton “sabía” es que hay hechos ​físicos relativos a la
dinámica planetaria convenientemente reflejados por ciertas ​fórmulas matemáticas. Pero, en
rigor, el éxito de una reconstrucción de esta índole no puede ​depender de la postulación de
entidades abstractas ni, en consecuencia, puede validar la adopción de un concepto platónico de
verdad matemática. Las entidades abstractas -en tanto las suponemos existentes fuera del
espaciotiempo- carecen de cualquier injerencia en el comportamiento de los sistemas físicos, con
lo cual, si -​ceteris paribus- no hubiese hechos platónicos, entonces las leyes naturales y las
condiciones iniciales del mundo seguirían siendo exactamente las mismas. La existencia o
inexistencia de objetos matemáticos o modelos no podrá determinar el éxito o el fracaso de la
pretensión de salvar las apariencias planetarias (o cualesquiera otras).

66
Quisiera argumentar ahora que, más allá de las falencias reportadas en los párrafos
precedentes, el IP no puede ser usado para explicar el conocimiento matemático, es decir, para
responder a Benacerraf. El motivo es sencillo: si la verdad matemática (convengamos que
entendida al modo platónico) constituye (como quiere Resnik) un presupuesto pragmáticamente
indispensable para la ciencia, entonces el desarrollo de la ciencia depende parcialmente de la
pericia de los matemáticos para descubrir teorías verdaderas. Pero, para explicar esa pericia, hay
que explicar cómo es posible que los matemáticos accedan al reino platónico; es decir, hay que
brindar una respuesta al planteo de Benacerraf. Obtenemos así una nueva crítica contra el
argumento de Resnik: dado que no resulta factible entrar en contacto con (o recibir información
de) entidades abstractas, tampoco resulta factible que los científicos presupongan de manera
confiable que la matemática empleada en sus investigaciones es verdadera (en sentido platónico).
Lejos de facilitar una respuesta al planteo de Benacerraf, el argumento de Resnik (lo mismo que
la filosofía de la matemática aplicada subsidiaria de él) sucumbe ante ese planteo.
En fin, dejemos atrás a los platonistas científicos y pasemos a evaluar si el platonismo
epistémico abre el camino para encontrar una solución al problema epistemológico de los objetos
matemáticos.

67
Capítulo 7. Platonismo epistémico

1. Introducción

En este capítulo ataco la tesis del platonismo epistémico, según la cual la confiabilidad de
nuestras representaciones o intuiciones matemáticas se fundamenta a grandes rasgos en la
confiabilidad de los métodos que gobiernan su adquisición. En la sección 2 presento y rechazo la
epistemología de Katz; en la sección 3 presento y rechazo la epistemología de Parsons. En la
sección 4, analizo y rebato una línea epistemológica sugerida por Frege y elaborada
expresamente por Hale y Wright. Por último, en la sección 5 presento y rechazo el apriorismo de
Hale-Shapiro y en el 6 hago lo propio con los estructuralismos de Resnik y Shapiro.

2. El conceptualismo de Katz

Jerrold Katz se propuso “explicar cómo criaturas espaciotemporales como nosotros pueden tener
conocimiento de objetos que no tienen ubicación espaciotemporal” (Katz 1998: 25). Y, al igual
que Gödel, apeló a conceptos como los de ​intuición o ​captación para caracterizar el modo en que
arribamos al conocimiento matemático. No obstante, Katz rechazó expresamente la pintura
gödeliana de la intuición matemática, es decir, la concepción de la intuición como un fluir de
información que viaja desde el reino platónico hacia la mente de los matemáticos. Según la
receta katziana, basta con distinguir conceptualmente en la intuición “las propiedades evidentes
de (...) los objetos abstractos” (Katz 1998: 42) para forjar creencias confiables acerca de ellos. El
motivo es que, presumiblemente, (i) los objetos matemáticos existen necesariamente (en todo
mundo posible) y (ii) las propiedades que les atribuimos son propiedades necesariamente
instanciadas por ellos. De hecho, Katz maneja una visión nativista de los conceptos
fundamentales involucrados en el desarrollo de nuestras facultades cognitivas. De acuerdo con
esta visión, los conceptos necesarios para formar creencias acerca de objetos abstractos son
“constituyentes inherentes a nuestras facultades cognitivas o son derivables a partir de conceptos

68
(...) inherentes sobre la base de principios que también pertenecen a esas facultades” (Katz 1998:
35). Estos elementos parecen garantizar que los sistemas axiomáticos que organicen
adecuadamente nuestras intuiciones y satisfagan mínimos criterios racionales de selección de
teorías procurarán ​ipso facto conocimiento del reino platónico.
En las próximas subsecciones formulo dos críticas a la epistemología katziana. La
primera es que no logra explicar la confiabilidad epistémica de la adquisición inicial del
concepto de un objeto matemático; es decir, la adquisición del recurso presumiblemente
subyacente en el despliegue de representaciones confiables en la intuición. La segunda crítica es
que la tesis de que los objetos abstractos tienen existencia necesaria es altamente cuestionable y,
de cualquier manera, su adopción no procura una respuesta al planteo de Benacerraf.

2.1. Necesidad lógica y conocimiento platónico

Lo primero que quiero argumentar aquí es que el que nuestras creencias matemáticas intuitivas
no puedan ser falsas -si se quiere- no implica que dispensen representaciones confiables de
objetos abstractos. Por ejemplo, la idea de que el número 4 es compuesto proviene del análisis
del concepto del número 4 y esa creencia es evidentemente correcta. También cabe conceder
-siguiendo la línea inmanentista- que la formación de creencias elementales acerca del 4 deriva
de la aplicación de conceptos inmanentes a partir de principio igualmente inmanentes. Pero todo
esto no implica que ‘4 es compuesto’ sea (necesariamente) verdadero acerca de un objeto
abstracto al ser proferido por nosotros, porque nada garantiza la confiabilidad epistémica ​del
proceso de construcción de nuestra representación inicial del número 4 en la intuición.12 El
conocimiento platónico de propiedades del número 4 supone la construcción de un concepto
adecuado de ese número. Y ese concepto es adecuado ​sólo si su construcción puede cotejarse
sobre el trasfondo del reino platónico. Pero, dado que el número 4 existe ​fuera del
espaciotiempo y la intuición katziana no envuelve ninguna toma de “contacto” con el reino

12
​Mutatis mutandis, nada garantiza que los recursos inmanentes de nuestro aparato cognoscitivo dispensen creencias
confiables acerca de entidades abstractas. El problema de fondo es que, cualquiera sea el modo de adquisición de
creencias matemáticas, la naturaleza del reino platónico excluye la posibilidad de contrastarlas a la luz de las
propiedades de los objetos que presumiblemente les conciernen.
69
platónico (​i.e., no nos permite “salir” del espaciotiempo), sería un despropósito decretar que
nuestras creencias sobre “las propiedades evidentes” del número 4 reflejan propiedades de un
objeto abstracto. A pesar de su retórica, Katz no ha dado respuesta al planteo de Benacerraf.

2.2. Necesidad y certeza matemática

Katz formuló una objeción epistemológica contra el ​antiplatonismo matemático. La objeción es


que el rechazo de las entidades abstractas dificulta seriamente explicar la “certeza especial de las
verdades matemáticas y otras verdades formales”. Los resultados matemáticos son normalmente
legitimados con base en estandartes metodológicos que garantizan “la exclusión de toda
posibilidad de falsedad” (Katz 1998: 63-64) y, a juicio de Katz, esa “exclusión” ​sólo puede
fundarse en la caracterización de “propiedades y relaciones inmutables de objetos inmutables”
(78).
Pero hay nociones ​antiplatonistas de certeza que preservan la intuición subyacente en la
exigencia katziana de “inmutabilidad”. Por ejemplo, los antiplatonistas de corte ficcionalista
fundamentan la certeza objetiva de C: ‘4 es compuesto’ en que (i) C describe un objeto abstracto
y (ii) 4 es un número compuesto en todo mundo posible en el que existe (​cf. Balaguer 1998: 98).
C tiene un valor de verdad objetivo (porque caracteriza una entidad cuyo estatus ontológico no
depende de nosotros) y su negación (‘4 no es compuesto’) no es ni podría ser verdadera; lo cual,
desde luego, es perfectamente compatible con que no haya algo así como el número 4 y que, en
consecuencia, C sea vacuamente falsa.
Katz admite que “no hay ninguna demostración de que las verdades formales tienen una
certeza especial de la que carecen las verdades empíricas”. No obstante, dice encontrar “señales
claras” de la mentada certeza en “la relativa impermeabilidad del conocimiento [matemático] a la
duda basada en hipótesis contrafácticas” (Katz 1998: 78). La idea de Katz en conexión con esto
es que tiene sentido hacer hipótesis contrafácticas acerca del mundo espaciotemporal (por
ejemplo, tiene sentido decir que, si Darwin no hubiera leído a Malthus, entonces no habría
escrito ​El origen de las especies), pero no tiene sentido hacer afirmaciones contrafácticas acerca

70
del reino platónico (por ejemplo, no tiene sentido decir que, si 4 no hubiese sido compuesto,
entonces no habría sido par). Pero esto dice poco en favor de la ​necesidad de la existencia de
objetos matemáticos. Si bien es lógicamente imposible para el número 4 ser un número
no-compuesto, no es lógicamente imposible que no exista el número 4. Más al punto: hay
mundos posibles en los que C es (literalmente) falsa, no porque 4 no sea compuesto, sino,
simplemente, porque ‘4’ no denota.
Pero he aquí que Katz creía tener entre manos dos argumentos sustantivos para abonar la
necesidad de la existencia de objetos abstractos.
El primer argumento katziano al respecto se funda en un extraño requisito de simetría
modal, según el cual, “dado que los objetos concretos existen contingentemente, consideraciones
de simetría sugieren que los objetos abstractos existen necesariamente” (Katz 1998: 129). Uno
podría preguntarse por las condiciones que fundamentan la transición desde una dicotomía
metafísica (la dicotomía concreto vs. abstracto) a una dicotomía modal (la dicotomía contingente
vs. necesario). Katz no ofrece ninguna consideración al respecto. De cualquier manera, no creo
que haya nada sustantivo para decir al respecto, porque la existencia de mundos posibles
compuestos exclusivamente por particulares concretos (y, quizá, universales armstrongianos) es
perfectamente concebible. La creencia de que todas las entidades existentes son entidades
espaciotemporales no entraña ninguna contradicción lógica o conceptual.13
El segundo argumento katziano en favor de la existencia necesaria de objetos abstractos
puede ser formulado como sigue (​cf. Katz 1998: 130). Es posible que sea necesario para los
objetos abstractos existir necesariamente, dado que es ​imposible para los objetos
espaciotemporales existir necesariamente y los objetos abstractos son, por definición, objetos
no-espaciotemporales. Pero el que resulte imposible para los objetos espaciotemporales existir
necesariamente no implica de ningún modo razonable que los objetos no-espaciotemporales
deban existir necesariamente. Después de todo, podría aducirse en el mismo sentido que es
posible para los planetas telúricos ser ratones medievales, alegando que es imposible para los
planetas no-telúricos ser ratones medievales.

13
Si así fuere, cabría preguntarse por qué no se ha declarado aún la bancarrota filosófica del antiplatonismo; por qué
hay tanta gente inteligente y en sus cabales que se asume antiplatonista.
71
En fin, llegó el momento de abandonar la propuesta katziana y evaluar si el sintacticismo
de Parsons le devuelve alguna plausibilidad al platonismo epistémico.

3. El sintacticismo de Parsons

Según Charles Parsons, los matemáticos intuyen patrones tipográficos (por caso, numerales
romanos o cadenas finitas de barras) al modo de hacedores de verdad de la aritmética elemental
al interactuar perceptivamente con sus ejemplares. Los patrones tipográficos son entidades
cuasiconcretas, es decir, entidades abstractas pasibles de instanciaciones espaciotemporales
sensoperceptibles (Parsons 1990: 111). Estos patrones pasan a modelar teorías matemáticas con
sólo adecuarse a exigencias estructuralistas, dado que las propiedades de los objetos matemáticos
vienen “determinadas por relaciones básicas de algún sistema (...) al cual (...) los objetos
involucrados pertenecen” (Parsons 1990: 110). Por ejemplo, podemos pensar las propiedades de
los números naturales en un lenguaje L con un único símbolo básico -la barra |- y una única
operación de concatenación cuya aplicación anexa una barra a la derecha de una secuencia finita
(pero no-vacía) de barras. | puede ser pensada como elemento inicial de una omega-secuencia,
mientras que la operación de concatenación recrea el comportamiento de la función ​sucesor-de.
Claramente, L satisface los axiomas aritméticos usuales. (Por ejemplo, || instancia las
propiedades atribuidas intuitivamente al número 1 por ser la sucesora de la barra inicial en una
secuencia de barras ordenada por aplicaciones sucesivas de la operación de concatenación). A
cualquier inscripción como ésta: ☛ ||| podemos añadirle otra similar y obtener una inscripción
como ésta: ☛ ||||. Y, a juicio de Parsons, este saber empírico-modal (este saber acerca de lo que
“podemos hacer” manipulando inscripciones) está en la base del conocimiento intuitivo de que
cualquier cadena finita de barras cuasiconcretas tiene un sucesor en el reino platónico (​cf.
Parsons 1971: 46).
En las próximas subsecciones formulo dos objeciones a la epistemología de Parsons. La
primera es que no acredita que la intuición de entidades cuasiconcretas constituya una fuente de
conocimiento ​matemático. La segunda es que no resulta factible fundamentar la confiabilidad de

72
nuestras creencias sobre (secuencias de) barras cuasiconcretas a partir de la percepción de sus
(presuntas) instancias.

3.1. Instanciación e identidad platónica

Supongamos -por mor de la argumentación- que la percepción de (cadenas de) barras inscriptas
en una hoja de papel y ordenadas por la operación de concatenación es suficiente para
percatarnos en la intuición de la satisfacibilidad de los axiomas aritméticos en L. Sin embargo, la
epistemología de Parsons no explica cómo es posible que la intuición de entidades
cuasiconcretas en base a percepciones de esa índole constituya una fuente ​originaria de
conocimiento matemático y, como consecuencia de esto, sucumbe ante el planteo de Benacerraf.
El motivo es que la aritmética elemental surge inicialmente en un intento por elaborar y
organizar (axiomáticamente) nuestras intuiciones acerca de números, es decir, entidades
platónicas tradicionales. Y, como veremos ahora, cierto conocimiento aritmético puro debe ser
presupuesto para modelar los axiomas aritméticos en dominios cuasiconcretos.
El problema inicial reside en determinar las condiciones de identidad que deben
cumplirse (o deben ser reconocidas por nosotros como cumplidas) para que entidades concretas
de cierto tipo oficien de ejemplares de entidades cuasiconcretas específicas. ¿Qué garantiza (en sí
o para nosotros) que esta inscripción: ☛ ||||||||||||||| y esta otra: ☛ ||||||||||||||| son instancias concretas
de un mismo patrón tipográfico? La respuesta de Parsons es la siguiente: constatamos que dos
cadenas de barras B​1 y B​2 son ambas ejemplares de un mismo patrón tipográfico P si y sólo si
hay una correspondencia biunívoca entre las barras de B​1 y las de B​2 (​cf. Parsons 1971: 45).
Ahora bien, para verificar que el número de barras de una cadena de barras B es ​k, debemos
contar, es decir, estrechar una correspondencia biunívoca entre ellas y los elementos de algún
segmento inicial de la secuencia de los números naturales. Entonces, sabremos que ​k es el
número de barras de B una vez que podamos verificar la cardinalidad de B sobre el trasfondo de
una secuencia de objetos platónicos tradicionales. Pero esos objetos no admiten ejemplares
sensoperceptibles, con lo cual -a juicio de Parsons- escapan a nuestras posibilidades de

73
conocimiento. En suma, se necesita acreditar cierto conocimiento platónico elemental para fijar
las condiciones de identidad de los objetos cuya percepción conduce (presumiblemente) a la
intuición de las entidades cuasiconcretas que (presumiblemente) modelan la aritmética
elemental. La epistemología de Parsons brinda una explicación ​ex post facto del conocimiento
matemático y, como consecuencia de esto, no puede ser usada para responder a Benacerraf.
(Parson podría quizá replicar que su propuesta sólo vale para la matemática cuasiconcreta
y que la matemática pura tradicional puede recibir una fundamentación epistemológica
antiplatonista. Pero entonces una epistemología antiplatonista estaría oficiando de marco para la
articulación de una epistemología platonista, cuando, en rigor, y para no complicar las cosas
innecesariamente, uno podría quedarse con la primera y, en vista del problema de Benacerraf,
deshacerse de la segunda. Después de todo, nada interno a la matemática nos impele a formular
una ontología de entidades cuasiconcretas para la aritmética y adosarle una epistemología basada
en percepciones de símbolos. Mucho menos si tenemos en cuenta que el platonismo -​qua postura
metafísica- no es un factor inmanente a la metodología matemática).

3.2. Intuición sin contacto y confiabilidad epistémica

Mi tesis en esta subsección es que los seres humanos ​no podemos intuir entidades cuasiconcretas
(al menos mientras el uso de la noción de intuición pretenda recuperar los rasgos de un
mecanismo epistémico respetable) partiendo de la percepción de sus (presuntas) instancias.
Ahora bien, Parsons podría argüir que la factura epistémica de nuestras representaciones de
entidades cuasiconcretas (​e.g., patrones tipográficos) escapa a la duda racional, dado que (i) estas
entidades admiten instanciaciones sensoperceptibles por definición y (ii) la percepción sensible
es un mecanismo epistémico confiable. (Un argumento de este tenor se perfila en Parsons 1990:
104). Por otra parte, la relación de instanciación parece sustentar metafísicamente el deseo de
transferir confiabilidad desde la percepción sensible hacia la intuición cuasiconcreta. En efecto:
cabe suponer que las características tradicionalmente atribuibles a esa relación (sus respectivos
ser asimétrica, ser de fundamentación y ser de universales a particulares) garantizan la

74
preservación espaciotemporal de los rasgos estructurales de (las secuencias de) los patrones
tipográficos que -según Parsons- modelan la aritmética elemental.
Pero, desde el momento en que la intuición matemática -a diferencia de la percepción
sensible- funciona al modo de una facultad epistémicamente “ciega” (es decir, una facultad que
engendra creencias sin cotejarlas con las propiedades de los objetos que le conciernen), la
percepción de inscripciones no puede constituir un expediente ​independiente para la adquisición
de ​conocimiento matemático. Lo cuestionable aquí no es que los matemáticos adquieran o
consoliden su conocimiento atendiendo a relaciones estructurales (reales o plausibles) entre
(secuencias de) inscripciones (reales o posibles). Lo cuestionable es que pueda ​explicarse (sin
desmedro del requisito de confiabilidad epistémica) el pasaje desde la percepción de
inscripciones hacia la intuición de los correspondientes patrones tipográficos.
La tesis de que esta inscripción: ☛ || es un ​ejemplar del segundo elemento en una
omega-secuencia de universales tipográficos específica no es gnoseológicamente ​menos osada
que la tesis de que esa inscripción ​refiere (en el sentido de ser una manera de nombrar o aludir)
al número 1. El motivo es que la participación platónica presta algún sustento a la estrategia de
Parsons al precio de comprometernos con la existencia de algún patrón tipográfico que, en virtud
de sus interrelaciones con otros patrones tipográficos, es un candidato competente para cumplir
el rol del número 1. En otras palabras, la estrategia de Parsons funciona sólo si: (i) hay un objeto
que satisface los ​desiderata necesarios y suficientes para ser el segundo elemento en una
omega-secuencia (empezando por el cero) y (ii) esta inscripción: ☛ || satisface las condiciones
para cumplir en el espaciotiempo el papel estructural de ese objeto (o es una instancia de una
entidad cuasiconcreta que las satisface ​fuera del espaciotiempo). Pero, desde la perspectiva
estructuralista (expresamente adoptada por Parsons), el conocimiento necesario y suficiente para
ratificar esta tesitura no es otro que el conocimiento que conduce a estipular que ‘1’ denota al
número 1 (​qua objeto abstracto). El motivo es que, en términos estructurales, las propiedades
necesarias y suficientes para ser el número 1 no son otras que las propiedades derivadas del
hecho de ocupar el segundo lugar en una omega-secuencia. Así, la creencia de que esta
inscripción: ☛ || es una ​instancia de una entidad cuasiconcreta constitutiva de una secuencia que

75
modela fuera del espaciotiempo la aritmética elemental es epistémicamente confiable ​sólo si
puede constatarse sobre el trasfondo del reino platónico que esa inscripción y, en rigor, el patrón
tipográfico correspondiente cumplen con las propiedades estructurales que determinan las
condiciones de identidad del número 1. Pero el número 1 es una entidad platónica tradicional, es
decir, una entidad que, a juicio de Parsons, no puede ser conocida por seres espaciotemporales
como nosotros. Por lo tanto, la concepción de la intuición platónica al modo de un mecanismo de
adquisición de conocimiento basado en la percepción de ejemplares de patrones tipográficos es
tan cuestionable como el concepto de conocimiento matemático impugnado originariamente por
Benacerraf. El sintacticismo de Parsons (su epistemología de patrones tipográficos) no puede
convivir con el estructuralismo y, a la vez, embarcarse en una refutación del argumento
epistemológico.
(Alternativamente, Parsons podría replicar que, en este contexto, la tesis estructuralista
forma parte del trasfondo de supuestos no-problemáticos que acompaña -tácita o expresamente- a
cualquier filosofía y que, como consecuencia de esto, sus recursos explicativos pueden ser
aprovechados sin más para articular una epistemología de entidades cuasiconcretas. Pero, si la
idea detrás de esta réplica es que el estructuralismo goza de suficiente prestigio independiente
como para que el aprovechamiento de sus recursos deba ser respaldado con argumentos, la
contrarréplica natural será que, en el contexto del problema epistemológico (es decir, mientras el
tema sea la ​explicación del conocimiento de las entidades abstractas de la matemática), ninguna
postura es susceptible de suyo, porque, en principio, ​todas ellas implican una falsedad obvia: que
los seres humanos no tenemos conocimiento matemático. Poco importa en este contexto que
nuestra ontología sea una de cosas presumiblemente tan venerables como las estructuras y las
posiciones en estructuras y que hoy día se juzgue -erróneamente, a mi entender- que las nociones
de estructura y sistema sirven de suelo epistemológico firme, tanto para las ciencias naturales,
como para las puramente formales. De hecho, veremos en la sección 6 que el estructuralismo
platónico es tanto epistemológica cuanto metafísicamente implausible).
Abandonemos entonces la propuesta de Parsons y pasemos a evaluar si los recursos
epistemológicos del logicismo de Frege auguran un principio de solución para el problema de

76
Benacerraf.

4. Abstraccionismo: Frege, Hale, Wright y otra gente

La tesis ​abstraccionista que nos convoca ahora es que los seres humanos podemos adquirir
conocimiento de entidades platónicas en base a relaciones de equivalencia definidas sobre clases
de entidades epistemológicamente no-problemáticas. Esta pretensión aparece en la obra de Frege
y ha sido aprovechada por otros para ofrecer una respuesta expresa al planteo epistemológico de
Benacerraf (​cf. Frege 1884, Hale & Wright 2002, Wright 1983). Mi ataque a esta propuesta se
funda en el siguiente dilema: o bien las entidades no-problemáticas pertinentes son entidades
concretas y, entonces, no estamos en condiciones de ​explicar abstraccionísticamente el
conocimiento platónico; o bien constituyen entidades platónicas y, entonces, no contamos con el
conocimiento “no-problemático” inicialmente necesario para sepultar el planteo de Benacerraf.

4.1. ¿Conocimiento platónico por abstracción?

Autores como Hale y Wright, entre otros, sugirieron reconstruir porciones considerables de la
matemática clásica siguiendo un procedimiento sistemático de introducción de oraciones y
términos singulares que se remonta a Frege. Este procedimiento involucra una serie de principios
de abstracción que responden al esquema:

(Abs) (∀α) (∀β) [(§α = §β) ↔ (α ≈ β)],

donde ≈ es alguna relación de equivalencia (una relación reflexiva, simétrica y transitiva)


definible sobre las entidades alcanzadas por los cuantificadores y § alguna función. El uso
habitual de (Abs) responde al deseo de homologar las condiciones veritativas de oraciones
acerca de entidades abstractas (y, por lo tanto, epistemológicamente problemáticas) y las
condiciones veritativas de oraciones acerca de entidades cuyo conocimiento parece estar

77
garantizado. Un argumento abstraccionista tradicionalmente ligado a ese uso es el siguiente (​cf.
Frege 1884: § 66, Wright 1983: 29-30 y 88-90, Hale & Wright 2002: 24-25).

(AA) Los seres humanos podemos construir un lenguaje de primer orden L con nombres
para líneas rectas concretas (‘​a’, ‘​b’, ‘​c’, ...) y un predicado diádico (‘...es paralela a ...’,
simbólicamente, ‘//’) para una relación de equivalencia definida sobre líneas ​sin entrar en
contacto con el reino platónico. Por otra parte, podemos introducir en L términos
singulares (‘D(​a)’, ‘D(​b)’, ‘D(​c)’, ...) para direcciones geométricas haciendo uso del
principio de abstracción:

(D​=​) D(​a) = D(​b) ↔ ​a // ​b.

(Informalmente: la dirección de la línea ​a es la misma que la dirección de la línea ​b si y


sólo si ​a es paralela a ​b). Ahora bien, de acuerdo con D​=​, ‘D(​a) = D(​b)’ (una oración acerca
de direcciones geométricas, ​i.e., objetos abstractos) comparte las condiciones veritativas de
‘​a // ​b’ (una oración acerca de líneas concretas, ​i.e., objetos físicos). Así pues, el
conocimiento de objetos físicos en un contexto metodológico signado por el empleo de
principios abstraccionistas pertinentes constituye un expediente adecuado para la
adquisición de conocimiento de objetos abstractos.

4.2. Abstracción y confiabilidad epistémica

Claramente, la estrategia de Frege-Hale-Wright augura una explicación ​ex post facto del
conocimiento matemático y, como consecuencia de esto, no puede ser invocada para responder a
Benacerraf. El motivo es que su elaboración envuelve el recurso a nociones matemáticas como
las de función y relación de equivalencia.
Pero, dejando de lado aquella acotación elemental, el principal inconveniente -y el propio
Wright lo reconoce- pasa por lo siguiente. La oración ‘​a // ​b’ debe caracterizar objetos ​abstractos
si hemos de suponer que las condiciones veritativas de ‘D(​a) = D(​b)’ involucran entidades
abstractas y que ‘​a // ​b’ tiene ​las mismas condiciones veritativas que ‘D(​a) = D(​b)’. Pero, para
Wright, no es necesario embarcarnos en esta estipulación. Desde su perspectiva, la formulación
de equivalencias materiales entre oraciones sobre direcciones y oraciones sobre líneas no
persigue mostrar que el conocimiento de las condiciones veritativas de las primeras no insume
conocimiento platónico. El punto de Wright es que nuestro conocimiento no-problemático acerca

78
de líneas constituye en sí mismo conocimiento de objetos abstractos. Pero no por esto Wright
abjura de la naturaleza empírica de las oraciones ordinarias acerca de líneas. Por el contrario,
pretende llamar la atención sobre “los presupuestos existenciales de lo abstracto (​sic) tácitamente
presente en oraciones empíricas” (Wright 1983: 89). Wright juzga susceptible de suyo suponer
que nuestro conocimiento no-problemático acerca de líneas concretas promueve “tácitamente”
conocimiento ​no-problemático acerca de líneas abstractas (es decir, entidades platónicas) y que
el esquema abstraccionista es un buen recurso para ratificar la factura epistémica de nuestras
creencias platónicas (presumiblemente problemáticas) sobre direcciones geométricas a partir de
las mentadas creencias platónicas (presumiblemente no-problemáticas) acerca de líneas.
Evidentemente, Wright ha dado un paso en falso, o ha malinterpretado el planteo de
Benacerraf. Lo que está en juego no es la suposición de que los seres humanos tenemos
conocimiento no-problemático acerca de líneas. Lo que está en juego es la afirmación de que el
conocimiento (no-problemático) acerca de líneas concretas promueve no-problematicamente el
conocimiento de líneas abstractas. En otras palabras, lo preocupante es la suposición de que, en
última instancia, cierto conocimiento no-problemático (de líneas en este caso) constituye
conocimiento ​de objetos abstractos. El punto de Benacerraf es que ​todas las entidades
matemáticas (sean líneas o cosas más complicadas), en tanto las concebimos como entidades
no-espaciotemporales, son entidades epistemológicamente problemáticas. Esto quiere decir,
entre otras cosas, que el conocimiento de la naturaleza de cosas espaciotemporales (​e.g., líneas
concretas) no puede constituir una guía confiable para conocer la naturaleza de cosas
no-espaciotemporales (​e.g., líneas abstractas). (El motivo, en cualquier caso, es que no podemos
cotejar nuestras creencias empíricas pertinentes ni el método que gobierna su adquisición sobre
el trasfondo de los hechos platónicos que presumiblemente les conciernen).
En fin: lejos de explicar el conocimiento de entidades más sofisticadas como direcciones
geométricas, la tesis de que los seres humanos tenemos conocimiento no-problemático acerca de
líneas trae a colación la necesidad de una epistemología platonista que explique cómo es posible
que ese conocimiento ordinario constituya conocimiento de objetos abstractos y, con esto,
legitime la intelección abstraccionista de ulteriores hechos platónicos. Concluyo entonces que la

79
epistemología de Frege-Hale-Wright no brinda una respuesta al planteo de Benacerraf y que, en
rigor, sucumbe irremediablemente a él.

5. Apriorismo: Hale, Shapiro y Sosa

Platonistas como Hale y Shapiro exaltaron la presencia de conocimiento ​a priori esparcido en la


matemática e intentaron aprovechar esta circunstancia para responder a Benacerraf. La idea es
que los seres humanos no necesitamos entrar en contacto con el número 2 -por poner un caso-
para constatar que es el sucesor de 1 porque (a) forma parte ​elemental del contenido del concepto
del número 2 que es el sucesor del 1 y (b) ‘el sucesor de 1’ es definicionalmente ​equivalente a
‘2’. De hecho, la pintura apriorística del conocimiento matemático es ponderada como
susceptible de suyo. Según Hale, esa pintura cuenta con prestigio suficiente “como para que sea
necesario algún argumento positivo en su apoyo” (Hale 1987: 124-125). A juicio de Shapiro, el
que “la experiencia sensible no esté involucrada en la habilidad para entender una definición
implícita (...) ni en nuestra comprensión de la noción de consecuencia lógica” presta sustento a la
“antigua idea de que el conocimiento matemático es ​a priori” (Shapiro 1997: 132).

5.1. Apriorismo y confiabilidad epistémica

Pero la aprioridad de las creencias matemáticas no puede ser aprovechada por los platonistas
porque, en ausencia de un mecanismo que “conecte” nuestras representaciones matemáticas con
sus objetos, esas creencias no podrán ser vistas como propiciando conocimiento ​a priori del
reino platónico. Lo que se requiere es una ​explicación de nuestra presunta capacidad para forjar
equivalencias conceptuales que, por regla general, reflejan hechos no-espaciotemporales. El
problema no recae en la aprioridad, sino en la falta de una fundamentación ​platónica de su
estatus epistémico. Después de todo, uno podría tranquilamente abrazar el apriorismo
matemático y, simultáneamente, suscribir al antiplatonismo. No hay nada inherentemente
platonista en la idea de que el conocimiento matemático es ​a priori.

80
Hale y Shapiro podrían replicar en este punto que, en rigor, ​estamos en condiciones de
constatar apriorísticamente que ‘2 es el sucesor de 1’ se aplica con verdad al número 2 ​qua
objeto abstracto, aduciendo (a) que ‘2’ refiere al número 2 y (b) que ‘2 es el sucesor de 1’ es
verdadera por definición. Y, desde el momento en que la formulación de definiciones
matemáticas correctas no exige acceder al reino matemático, sino un manejo responsable de
nuestros conceptos (y las intuiciones subyacentes), el problema epistemológico del platonismo
desaparece.
Este último argumento es irrelevante en conexión con el planteo de Benacerraf. El
supuesto de que ‘2’ refiere al número 2 (​qua objeto abstracto) requiere fundamentación y esa
fundamentación exige a su turno la articulación de una epistemología platonista. El paso en falso
está en suponer que los seres humanos podemos adquirir conocimiento ​a priori de objetos
abstractos asumiendo precríticamente (​i.e., sin dar una explicación pertinente) que podemos
referir exitosamente a ellos. Porque, ​prima facie, no podemos referir exitosamente a objetos
abstractos (o presumir ​confiablemente que lo hacemos) sin acceder al reino platónico (o abonar
la accesibilidad epistémica de ese reino). Referir exitosamente a un objeto exige posicionarse
adecuadamente en “frente de él” o contar con una descripción (definida) que lo seleccione. Pero
los seres humanos no podemos “posicionarnos frente a” una entidad existente fuera del
espaciotiempo. Y, en rigor, tampoco podemos fundamentar platonísticamente la confiabilidad de
una descripción definida como ‘el sucesor de 1’, porque no podemos cotejar su adecuación sobre
el trasfondo del reino platónico. De hecho, todo el punto del apriorismo es, precisamente, brindar
una respuesta al planteo de Benacerraf (una epistemología platonista) que no presuponga la
existencia de alguna forma de toma de contacto con (o acceso a) ese reino. Ahora bien, si no se
brinda una explicación de nuestra capacidad para constatar ​inicialmente que el número 2 (en
tanto objeto abstracto) es el referente de ‘2’, no estarán dadas las condiciones de confiabilidad
para afirmar que ​ese objeto satisface los predicados involucrados en (o derivados de) la
definición de ‘2’ (​e.g., ‘es sucesor de 1’, ‘es par’, etc.). A su vez, si no se logra explicar cómo
forjamos alguna idea ​inicial y adecuada de un número (​qua objeto abstracto), a pesar de su
aislamiento metafísico, difícilmente pueda explicarse el que las equivalencias conceptuales de la

81
aritmética reflejen hechos aritméticos (​i.e., hechos platónicos relativos a propiedades de
números). ​(Estoy obviando aquí que los hablantes competentes de un lenguaje histórico ​pueden
referir exitosamente al objeto designado por un nombre propio aun cuando tengan creencias
falsas acerca del objeto. Lo crucial de mi crítica al apriorismo es que, de ser exitosa la referencia
a objetos abstractos, ese éxito sólo pondría fundarse ​prima facie en una suerte de armonía
preestablecida entre el léxico matemático y el reino platónico, lo cual le resta toda relevancia
epistemológica a la cuestión semántica).
Concluyo entonces que Hale y Shapiro no han dado una explicación del conocimiento de
objetos matemáticos y que el problema de Benacerraf sigue siendo tan acuciante como antes de
comenzar esta sección.

5.2. Inducción, deducción y aprioridad

Ernesto Sosa (2002) esboza una concepción apriorística del conocimiento matemático y la
defiende del planteo epistemológico de Field.14 Para esto nos invita a considerar la siguiente
postura. “La inferencia deductiva a partir de axiomas fundamenta la factura epistémica de
nuestras creencias matemáticas. Porque, así como es racional presuponer la confiabilidad
epistémica de la inferencia inductiva en el terreno de la ciencia a pesar del problema de la
inducción, también es racional presuponer la confiabilidad epistémica de la inferencia deductiva
en el terreno de la matemática a pesar del problema de la deducción”. (El problema de la
inducción (deducción) reside en la aparente imposibilidad de explicar su confiabilidad como
modalidad inferencial sin presuponer su validez; véase Haak 1976).
¿Por qué es racional presuponer la validez de la inferencia inductiva, a pesar del
problema de la inducción? Porque, presuntamente, la ciencia explica (a) la adquisición de
mecanismos de anticipación inductiva de hechos y (b) el éxito práctico de esos mecanismos. La
inducción habría actuado para nuestros antepasados ancestrales como una estrategia adaptativa

14
Cabe aclarar que Sosa no asume en ningún momento una postura platonista. No obstante, desde el momento en
que pretende refutar el planteo epistemológico de Field, su artículo colabora en la defensa del platonismo
matemático. Teniendo en cuenta los objetivos y métodos de esta tesis, poco importa si Sosa es o no un platonista.
82
ligada a la previsión de los peligros. Su éxito se evidencia en la supervivencia del ​Homo Sapiens,
en su destreza para sobrellevar las presiones evolutivas (​cf. Rescher 1990: 64 y ss). En fin: la
teoría de la selección natural (una teoría científica) explica la confiabilidad de la modalidad
inferencial involucrada en la justificación empírica de teorías científicas (la inferencia inductiva).
De donde que la validez de la inducción venga presupuesta en la fundamentación (científica) de
la inducción.
La definición semántica de validez deductiva se basa en el requisito de preservación de
verdad. Supongamos que nuestra regla es el ​modus ponens (MP). Decimos que MP es válido
porque, si un condicional es verdadero y también lo es su antecedente, también debe serlo su
consecuente. Claramente, estamos ante una justificación deductiva de una regla de inferencia
deductiva; una justificación que apela al requisito de preservación de la verdad y aplica la regla a
justificar para distribuir pertinentemente los valores veritativos.
La idea de Sosa es que esta fundamentación (circular) de la deducción importa una
fundamentación (circular) de la confiabilidad de la inferencia matemática. Y esta
fundamentación de la confiabilidad de la inferencia matemática importa a la postre una
fundamentación de la confiabilidad de nuestras ​creencias matemáticas. (Los conocedores de la
obra de Sosa podrían aducir ahora que esta circularidad se rompe si apelamos a la confiabilidad
intuitiva de los axiomas matemáticos en lugar de sobrecargar las expectativas en la confiabilidad
de las reglas lógicas. Pero esta estrategia sucumbe ​mutatis mutandis a las críticas dirigidas en la
subsección precedente a los lineamientos de Hale-Shapiro. El problema en cualquier caso es que
no hay un mecanismo que conecte adecuadamente la formulación de axiomas con lo que ocurre
en el reino platónico, es decir, no hay un punto de partida confiable para el despliegue de
conocimientos matemáticos).
Sosa culmina su artículo con la siguiente consideración:

Si tuviéramos que apelar a las creencias matemáticas adquiridas por razonamiento a priori para
explicar la confiabilidad de tal razonamiento (...), la circularidad aquí no parecería más viciosa
que la circularidad paralela [consistente] en apelar a la evolución a los efectos de explicar la
confiabilidad de nuestras facultades y modos de razonamiento empíricos (Sosa 2002:
383-384).

83
Prima facie, este paralelismo (el paralelismo entre la metodología de validación de teorías
científicas y la metodología de prueba matemática) nos exime de tener que invocar un factor
extra-metodológico para explicar la confiabilidad de la matemática (en el caso que nos convoca,
la existencia de correlaciones sistemáticas entre creencias y hechos matemáticos). En particular,
nos exime de presuponer alguna forma de acceso a (o contacto con) entidades
no-espaciotemporales. Entonces, los platonistas podrían simplemente aducir que las reglas de la
lógica clásica garantizan la adquisición de conocimiento de objetos abstractos en matemática y
que la confiabilidad de esos recursos se apoya legítimamente en esas mismas reglas. Lo mismo
que, en la ciencia, la inferencia inductiva interviene en la validación de las teorías científicas y su
confiabilidad viene presumiblemente explicada por la propia ciencia.
El problema aquí es que, en rigor, el argumento de Sosa no roza el corazón del problema
epistemológico. Por empezar, las entidades alcanzadas normalmente por la práctica inductiva son
independientemente accesibles al conocimiento (​e.g., en virtud de la eficacia causal de algunas
de sus propiedades). En segundo lugar, el problema de la inducción no compromete la
explicabilidad de la confiabilidad epistémica de nuestras creencias empíricas (de nulo o bajo
nivel de generalidad). De hecho, la plausibilidad independiente de esas creencias es un
prerrequisito para la validación inductiva de hipótesis (sean empíricas o puramente teóricas). Por
contraposición, los objetos matemáticos son independientemente incognoscibles, con lo cual la
confiabilidad de la deducción ​nunca podrá ser vista como garantizando la elaboración de nuevas
verdades platónicas a partir de verdades ​previamente conocidas. Field le replicaría a Sosa que,
puesto que no hay un mecanismo capaz de estrechar una correspondencia inicial entre axiomas
(o cualesquiera supuestos iniciales) y hechos matemáticos (​i.e., un punto de partida
epistémicamente confiable), la deducción no podrá jugar un papel filosóficamente sustantivo en
conexión con el problema de Benacerraf.
Sosa no ha hecho más que repetir el truismo de que la matemática promueve
regularmente creencias verdaderas, junto con la constatación de que la preservación de la verdad
matemática (la confiabilidad de las inferencias matemáticas) está deductivamente garantizada.

84
Mientras que lo que se requiere para responder a Benacerraf-Field es explicar cómo es posible
que esas creencias constituyan representaciones fehacientes de hechos platónicos. Pero, para
lograrlo, no basta con apelar a la deducción y excusarse de justificarla (no-circularmente)
amparándose en el problema de la inducción. Además, hay que explicar la confiabilidad del
punto de partida del conocimiento matemático; el que presuponemos para ​desarrollar inferencias
matemáticas. El punto de Benacerraf-Field es que, sin la mentada explicación, hay razones
fundadas para rechazar que la inferencia matemática constituya un dispositivo para la
distribución de valores veritativos entre oraciones cuya verdad (o falsedad) ​dependa de los
hechos que tengan lugar en el reino platónico. En otras palabras, la cuestión central es la
siguiente: si el platonismo matemático fuera verdadero, entonces los seres humanos nunca
habríamos ​empezado a hacer matemática, porque no habríamos podido descubrir verdades
matemática iniciales y, como consecuencia de esto, nuestras destrezas deductivas nada habrían
tenido que ver con la obtención de (ulteriores) verdades (o la refutación de falsedades) acerca de
cosas presumiblemente abstractas como números, funciones o conjuntos. Concluyo entonces que
los argumentos de Sosa no logran bloquear la objeción de Benacerraf-Field ni le restan fuerza
refutatoria.
Veamos, por último, si los platonistas epistémicos pueden recuperar algún terreno
embarcándose en aguas estructuralistas.

6. Estructuralismo: Resnik y Shapiro

Michael Resnik y Stewart Shapiro propusieron que los seres humanos adquirimos conocimiento
de estructuras matemáticas mediante abstracción a partir de la consideración de interrelaciones
entre objetos físicos ordinarios. Aquí sostengo que este ​switch estructuralista (i) no ayuda a lidiar
con el planteo de Benacerraf y (ii) excluye la posibilidad de asignar condiciones de identidad a
los objetos matemáticos. En subsección 6.1 refuto la ​epistemología estructuralista de Resnik; en
la subsección 6.2 refuto la ​metafísica estructuralista de Shapiro. (Cabe adelantar que la jerga
ligada al uso de expresiones como ‘patrón’ y ‘posición en un patrón’ corresponde a Resnik,

85
mientras que la jerga ligada al uso de expresiones ‘estructura’ y ‘lugar (u “oficina”) en una
estructura’ corre por cuenta de Shapiro).

6.1. Abstracción y conocimiento estructural

Resnik defendió un enfoque ​definicionalista según el cual el estatus de una teoría matemática se
determina una vez constatado que define implícitamente un patrón. Esta determinación se habría
alcanzado por una vía empírica, dado que un patrón queda definido al delimitar las relaciones
admisibles entre los objetos matemáticos de su dominio intuitivo y, así, “los sistemas de objetos
físicos que instancian (...) patrones pueden informarnos de las propiedades de objetos
matemáticos” (Resnik 1997: 224). El proceso histórico que condujo a la elaboración de sistemas
axiomáticos para el estudio abstracto de patrones atravesó tres etapas. En un primer momento,
los humanos habrían hecho “aritmética cuasi-concreta”, realizando operaciones elementales de
sustracción, adición y multiplicación aplicadas a patrones de cardinalidad concretos (​templates).
Estos patrones no son más que configuraciones lineales de puntos espaciotemporales (​dots)
representativas de cualquier colección de objetos de la misma cardinalidad. La multiplicación de
dos patrones de cardinalidad concretos (​templates) como éste: ☛ ● ● ● y éste: ☛ ● ● ● ● ● ● ●
habría involucrado el siguiente procedimiento:

Esto es, el matemático primitivo habría dispuesto uno de los ​templates de forma horizontal y el
otro de forma vertical, haciendo coincidir sus puntos final e inicial respectivamente. Luego
habría cubierto de puntos distanciados a intervalos similares a los de los patrones yuxtapuestos el
espacio semi-delimitado por estos, hasta producir una figura rectangular. Por último, habría
dispuesto verticalmente los puntos constitutivos de la figura rectangular, obteniendo una

86
colección lineal de puntos indicativa de la cardinalidad del “producto” de los patrones de
cardinalidad dados (​cf. Resnik 1997: 230-231; he tomado la figura 1 de Resnik 1992: 12).
En un segundo momento, los griegos habrían introducido patrones de cardinalidad
abstractos “con el fin de satisfacer su necesidad de infinitos análogos de sus ​templates” (Resnik
1992: 13). Por último, la consideración de dominios de investigación infinitarios como el
constituido por la secuencia de patrones-tipo:

(P) ●, ● ●, ● ● ●, ● ● ● ●, ● ● ● ● ●, ● ● ● ● ● ●, ● ● ● ● ● ● ●, etc.

habría sentado las bases para el descubrimiento de las propiedades puramente estructurales de los
números naturales ​qua posiciones en un patrón abstracto como:

(E) ● ● ● ● ● ● ● ● ● ● ● ● ● ● ● ● ● ● ● ● ● ● ● ● ● ● ● ● ● ● ● ●, etc.,

donde el enésimo patrón de cardinalidad abstracto de (P) es representado ahora por la enésima
15
posición en (E). Así, lo que comenzó siendo una investigación empírica de relaciones de
equinumerosidad entre patrones de cardinalidad concretos (​templates), culminó en la
investigación axiomática de sistemas de entidades carentes de condiciones de identidad
trascendentes a las relaciones vigentes en el sistema.
Al hacer esta digresión histórica (especulativa), Resnik pretende simultáneamente dos
cosas: (a) gestar condiciones para explicar el origen plausible de nuestras ​creencias matemáticas
y (b) mostrar que esas creencias constituyen desde su origen en la cultura griega ​conocimiento de
(o creencias ​confiables acerca de) entidades abstractas (posiciones en patrones).
Pero, en rigor, toda esta digresión pone el carro delante del caballo. Resnik -al igual que
Parsons y, en diferente medida, Wright- parece prejuzgar que la adquisición de representaciones
puramente matemáticas mediante abstracción de rasgos persistentes en la experiencia promueve
ipso facto conocimiento de entidades platónicas. Pero el planteo de Benacerraf exige explicar

15
Si cero es el primer número natural, entonces el enésimo miembro de P será representado por el sucesor del
enésimo miembro de la secuencia E.
87
cómo es posible que esto suceda; es decir, cómo cotejamos sobre el trasfondo del reino platónico
que las interrelaciones vigentes en secuencias concretas como las que (presumiblemente)
instancian (P) reproducen propiedades de posiciones incrustadas en patrones como (E). Juzgar
susceptible de suyo la posibilidad de constatar que ciertos rasgos de la experiencia tienen un
correlato objetivo en el reino platónico a pesar del aislamiento metafísico de ese reino no es
epistemológicamente menos osado que juzgar susceptible de suyo que los seres humanos
adquirimos conocimiento de entidades abstractas a pesar de la índole no-espaciotemporal de esas
entidades. De hecho, uno podría pensar que hay que respaldar esta última pretensión para dar por
válida la primera: si no podemos acceder al reino platónico, no podremos ulteriormente ​cotejar
que, efectivamente, ciertos estados del mundo físico instancian estructuras o patrones existentes
fuera del espaciotiempo.
El propio Resnik reconoce que hay un hueco en su argumentación. Por ejemplo, cuando
admite en medio de sus disquisiciones epistemológicas que aún debe “explicar cómo sabemos
que las [oraciones] que indican supuestamente rasgos no-controversiales de un patrón (...) son
verdaderas en el patrón en cuestión”. Pero, en lugar de atacar el problema, Resnik propone que
“implícita o explícitamente” los teoremas aritméticos sean tomados como verdaderos en el
patrón de los números naturales, así como “postulamos que (...) las [secuencias] de puntos (​dots)
reflejan aspectos (...) de la secuencia de los números naturales” (Resnik 1997: 237). En otras
palabras, Resnik propone simplemente ​estipular que las teorías matemáticas constituyen
definiciones implícitas de patrones existentes fuera del espaciotiempo, del mismo modo en que
propone estipular que el estudio de las propiedades de diversos ​templates es un expediente para
el conocimiento de las propiedades de las posiciones en patrones (​qua entidades abstractas).
Todo lo cual equivale a estipular que el conocimiento matemático constituye conocimiento de
entidades existentes fuera del espaciotiempo y que no se requiere explicar cómo es posible que
seres espaciotemporales como nosotros adquieran conocimiento de esta índole. En definitiva, la
“respuesta final” de Resnik frente al problema epistemológico de los objetos matemáticos
consiste en ​estipular que el problema no existe. Este grado de obstinación resulta sorprendente
en manos de un autor que ha reconocido desde siempre que el platonismo “crea un inmenso

88
abismo (​gulf) entre nosotros y el reino matemático” (Resnik 1993: 39).

6.2. Existencia e identidad estructural

Mis tesis en esta subsección son las siguientes: (1) el estructuralismo de Shapiro excluye la
posibilidad de asignar condiciones de identidad a entidades matemáticas; (2) esta dificultad es
consustancial con el realismo estructural en general (con cualquier forma de realismo que
adjudique alguna forma de prioridad ontológica a las estructuras por sobre los objetos). Esto
apunta a que los entuertos metafísicos del estructuralismo no pueden ser subsanados sin recaer en
el platonismo de objetos tradicional. De hecho, voy a mostrar que, bajo ciertas exigencias de
adecuación filosófica, el primero no es más que una variante terminológica del segundo.
La metafísica de Shapiro envuelve dos distinciones: una distinción entre ​estructuras y
sistemas, y una distinción entre ​lugares-como-objetos (objetos*) y ​lugares-como-oficinas
(oficinas*). Estas distinciones permiten suponer que dos sistemas Π​1 y Π​2 isomorfos responden a
la misma estructura sin identificar sus lugares o posiciones. Veamos cómo funciona todo esto.
Un sistema es una colección de objetos interrelacionados, mientras que una estructura es
“la forma (​sic) abstracta de un sistema” (Shapiro 1997: 84). Bajo la perspectiva de los objetos*,
las posiciones en estructuras constituyen el rango de valuación semántica de las variables y
constantes matemáticas de primer orden. En el sentido en que decimos, por ejemplo, que ‘2’
denota al sucesor del número 1 en la estructura de los números naturales. En cambio, bajo la
perspectiva de las oficinas*, las posiciones constituyen “espacios” o “lugares” a ser ocupados por
cualesquiera objetos que satisfagan los requerimientos pertinentes. En el sentido en que decimos
que {{ ∅ }} cumple el rol del número 2 en el sistema de los ordinales finitos de Zermelo (​cf.
Shapiro 1997: 82-83).
Otras tesis saliente en la filosofía de Shapiro es que las estructuras ​se auto-ejemplifican o
auto-instancian. Las estructuras mismas ​son sistemas de objetos* que ocupan oficinas*: sistemas
de oficinas* que devienen objetos* al auto-ocuparse, por así decir (​cf. Shapiro 1997: 100-101).
Por ejemplo, los números naturales son objetos* dispuestos en un sistema que ejemplifica la

89
estructura de los números naturales ​qua oficinas*. Lo mismo sucede con el sistema de los
números naturales pares bajo la relación ternaria ​ser el sucesor del sucesor de: es un sistema de
objetos* que responde a la ​estructura de los naturales; es decir, a la estructura instanciada a su
vez por el ​sistema de los números naturales ​qua objetos*. Esta complicación le permite a Shapiro
afirmar que los sistemas en cuestión y la estructura que ejemplifican son isomorfos y,
simultáneamente, negar que los números naturales y los números pares sean los ​mismos objetos
(​cf. Shapiro 1997: 73-74 y 94). Todo lo que puede decirse ahora es que estamos ante sistemas de
objetos* diferentes que ejemplifican la misma estructura (o ante objetos* diferentes que ocupan
las mismas oficinas*).
Por otra parte, dado que la estructura de los números naturales se auto-ejemplifica, se
evita la necesidad de postular una superestructura común al sistema de los números naturales
(​qua objetos*), a la estructura de los naturales (​qua oficinas*) y al sistema de los números pares
(​qua objetos*): “the Third ω is the first ω” (Shapiro 1997: 101). En suma, la distinción entre
objetos* y oficinas*, en conjunción con la tesis de que las estructuras auto-instancian, le permite
a Shapiro dar cuenta de las pretensiones reduccionistas de los matemáticos y eludir el antiguo
problema del “tercer hombre”.
Shapiro recoge al modo de un principio la tesis -estructuralísticamente intuitiva- de que,
si dos ​estructuras son isomorfas, entonces son idénticas, es decir, son ​la misma estructura. Pero
esto implica, no sólo:

(I) Las condiciones de identidad de los lugares u oficinas* en una estructura están
determinadas exclusivamente por las relaciones que mantienen con el resto de los
lugares u oficinas* en esa estructura,

sino también (por derivación):

(P) La naturaleza de una estructura matemática se agota en las interrelaciones vigentes


en ella, es decir, en el modo en que aparecen relacionados entre sí los lugares u
oficinas* constitutivos de esa estructura. Pero la conjunción de (I) y (P) implica: (Q)
que la naturaleza de los lugares u oficinas* en una estructura se agotan en las
interrelaciones que mantienen con otros lugares u oficinas* en esa estructura.

90
En caso contrario (en particular, en caso de adoptarse (I) pero no así (P) ni -por derivación- (Q)),
la inmensidad del reino platónico haría bastante plausible suponer que hay estructuras isomorfas
pero diferentes. De hecho, no hay motivos independientes para descartar esta posibilidad, porque
no hay motivos independientes para considerar que la naturaleza de una estructura depende
exclusivamente del modo en que están interrelacionadas las posiciones o lugares constitutivos de
ella. La intuición compartida por los estructuralistas es que las condiciones de identidad de las
posiciones o lugares en estructuras dependen del modo en que aparecen vinculados dentro de la
estructura ​y de ninguna otra cosa. Pero de esto no se sigue que las condiciones de identidad de
una estructura se agoten en la determinación de las condiciones de identidad de los lugares o
patrones incrustados en ella. De hecho, es mejor que así sea, porque esta dependencia mutua
apunta a que, en definitiva, ni las estructuras ni sus constituyentes tienen condiciones de
identidad ​bona fide. Por una parte, (I) y (P) implican que la naturaleza (y las condiciones de
identidad) de los lugares o posiciones en estructuras dan cuenta de la naturaleza (y las
condiciones de identidad) de las estructuras. Por otra, (I) y (Q) hacen depender las condiciones
de identidad de las posiciones o lugares en estructuras de la naturaleza (y las condiciones de
identidad) de las estructuras mismas; es decir, de las interrelaciones vigentes en ellas. Y, dado
que no hay entidad sin identidad, uno podría sospechar que la metafísica de Shapiro es una
patraña. Sea como fuere, (I) y (Q) están detrás de afirmaciones del tipo: “[l]a esencia (​sic) del
número 2 es ser el sucesor del sucesor de 0, el primer [número] primo, etc” (Shapiro 1997: 72).
Pero, en rigor, (Q) es falsa: los lugares u oficinas* en estructuras tienen propiedades
no-estructurales; propiedades que dan cuenta de su naturaleza pero que no dependen (o no
sobrevienen a partir) de interrelaciones vigentes en estructuras. Por ejemplo, las propiedades de
ser no-espaciales, atemporales, inmateriales, causalmente inertes, etc. dan cuenta de su
naturaleza como entidades platónicas.
Shapiro podría replicar que el problema desaparece si se abandona (Q) y se adopta en su
reemplazo:

(M) Las propiedades ​matemáticas de los lugares u oficinas* en una estructura se

91
agotan en las interrelaciones que mantienen con otros lugares u oficinas* en esa
estructura.

Después de todo, propiedades como las de ser no-espacial y atemporal son propiedades
no-matemáticas y las propiedades de las oficinas* que deben tenerse en cuenta para el desarrollo
de sistemas axiomáticos rigurosos quedan determinadas exclusivamente por sus interrelaciones
con otras.
Pero la matemática exhibe contraejemplos elementales de (M). Por ejemplo, 2 es el
número de elementos del ordinal de von Neumann { ∅ , { ∅ }}. Ahora bien, la propiedad de ser el
cardinal de { ∅ , { ∅ }} es una propiedad matemática en cuya constitución no intervienen
relaciones con otros lugares u oficinas* dentro de la estructura de los naturales. En el mejor de
los casos, podemos decir que { ∅ , { ∅ }} cumple con los propiedades necesarias y suficientes para
ocupar el lugar o la oficina* correspondiente al número 2. Pero, al decir esto, damos por sentado
que el sistema de los ordinales de von Neumann instancia la estructura de los naturales y, con
esto, que las propiedades estructurales del número 2 son independientes de la existencia del
ordinal { ∅ , { ∅ }}. El motivo es que, desde la óptica del platonismo estructural de Shapiro, la
existencia de universales (las estructuras) es prioritaria e independiente de la existencia de sus
instancias (los sistemas). Pareciera ser entonces que ​no todas las propiedades matemáticamente
relevantes de las oficinas* son propiedades puramente ​estructurales. Y cabe remarcar que, de
soliviantar la actitud ligada a este tópico, Shapiro estaría descuidando una faceta importante de la
investigación matemática: la pretensión de “reducir” (metodológicamente hablando) unas
entidades a otras (paradigmáticamente, los números a conjuntos); una faceta cuya reconstrucción
los estructuralistas suelen arrogarse.
Otra posibilidad para Shapiro consiste en sustituir (M) por:

(Es) Las propiedades matemáticas ​esenciales de los lugares u oficinas* en una


estructura (en la jerga de Shapiro, aquellas que atañen a su “esencia” como entidades
matemáticas) se agotan en las interrelaciones que mantienen con otros lugares u
oficinas* en la estructura en cuestión.

92
La idea ahora es que las propiedades matemáticas esenciales son todas ellas propiedades
estructuralmente relevantes y visceversa. De hecho, el abandono de (M) nos permite ​prima facie
recuperar una intuición estructuralísticamente kosher: la intuición de que la propiedad
matemática de ser el cardinal del conjunto { ∅ , { ∅ }} ​no es una propiedad sustantiva del número
2, porque, como vimos en el párrafo precedente, es plausible que haya -estructuralmente
hablando- números y no haya -sistemáticamente hablando- conjuntos.
Pero, en rigor, (Es) es incompatible con la matemática. La existencia de estructuras
matemáticas con automorfismo no-triviales nos compromete con objetos matemáticos ​diferentes
pero estructuralmente indiscernibles. Por ejemplo, ​i y −​i comparten todas las interrelaciones en
la estructura de los números complejos, lo mismo que 1 y 2 en la estructura de los reales con
automorfismo ​f(​x) = ​x + 1. No obstante, se sigue de (Es) que, bajo las condiciones pertinentes, ​i =
−​i y 1 = 2, lo cual es a todas luces falso.
Una última alternativa reside en flexibilizar (Es) en términos de:

(In) Las únicas determinaciones matemáticamente ​interesantes para el desarrollo de


teorías matemáticas rigurosas son las interrelaciones que mantienen los lugares u
oficinas* en estructuras definidas implícitamente por esas teorías.

Shapiro podría conceder que las determinaciones fundamentales de los lugares u oficinas* en
estructuras no se agotan en sus propiedades relaciones, no sin replicar que sus determinaciones
no-estructurales son metodológicamente irrelevantes para la matemática. Pero esta concesión es
peligrosa, porque puede hacer colapsar los cimientos metafísicos del estructuralismo. El que las
propiedades matemáticamente ​relevantes o ​interesantes sean siempre propiedades estructurales
no quiere decir que no haya objetos o que éstos sean ontológicamente secundarios respecto de las
estructuras. Evidencia de esto es que, una vez desembozado de la ​retórica estructuralista, (In) no
expresa nada sustantivamente diferente de:

(T) Las determinaciones matemáticamente importantes para el desarrollo de teorías


rigurosamente axiomatizadas son típicamente relaciones entre objetos abstractos
como números y conjuntos.

93
Claramente, la afirmación de que las propiedades matemáticamente relevantes de los lugares u
oficinas* en la estructura de los números naturales se agotan en las relaciones que mantienen con
otros lugares u oficinas* allí no se aparta sustancialmente de la afirmación de que las relaciones
entre los números naturales (​qua objetos) constituyen las únicas determinaciones
aritméticamente relevantes. De hecho, uno podría aducir que, desde el momento en que la
discernibilidad intuitiva de ​i y −​i debe validarse a la luz de sistemas de objetos alternativos (el de
los complejos positivos y el de los negativos), la cuestión de las estructuras (la cuestión de sus
propiedades puramente estructurales) queda relegada a un plano secundario. Una vez que los
platonistas estructurales adoptan (In) para devolver alguna plausibilidad a su propuesta, su
disputa con los platonistas tradicionales pasa a dirimirse en un plano netamente ​terminológico.

94
III. Exposición y refutación del superplatonismo matemático

En esta parte del trabajo rechazo las epistemologías platonistas de Mark Balaguer y Ed Zalta.
Luego evalúo la posibilidad de revivir la idea superplatonista apelando a resultados de la
metamatemática de la lógica de primer orden.

95
8. El superplatonismo de Balaguer

1. Introducción

En este capítulo expongo y rechazo FBP (por ‘​full-blooded platonism’), el superplatonismo de


Mark Balaguer. En la sección 2 presento FBP y los recursos ontológicos que pone en juego para
naturalizar la explicación del conocimiento matemático. En la sección 3 sostengo que esta
explicación no cubre algunos importantes factores de confiabilidad epistémica. En la sección 4
exhibo una incompatibilidad entre FBP y la Teoría de Modelos. En la sección 5 demuestro que
FBP es una teoría de objetos metafísico-modalmente implausible.

2.​ Full-blooded platonism (FBP)

La principal diferencia entre FBP y las variantes tradicionales del platonismo matemático reside
en la ​cantidad de objetos matemáticos postulados y en la relevancia epistemológica asignada a
esta cuestión. Con FBP, obtenemos ​todos los objetos matemáticos lógicamente posibles.

La idea detrás de FBP es que los objetos matemáticos ordinarios, actualmente existentes
agotan todas las posibilidades lógicas para tales objetos. Esto es, que existen actualmente
objetos matemáticos de todos los tipos lógicamente posibles; es decir, que todos los objetos
matemáticos que ​podrían (...) lógicamente existir actualmente existen; esto es, que el reino
matemático es pleno (​plenitudinous) (Balaguer 1998: 6; bastardilla en el original).

Si bien se encarga de enfatizar que -a su juicio- nada importante depende del modo en que
decidamos volcar formalmente el contenido intuitivo de FBP, Balaguer considera que la fórmula:

(1) (∀​Y) [ ◊ (∃​x) (M​x & ​Yx) ⊃ (∃​x) (M​x & ​Yx)]

96
refleja de manera tolerablemente clara y precisa ese contenido. Aquí, ‘​Y’ es una variable de
segundo orden (para propiedades matemáticas), ‘​x’ es una variable de primer orden y ‘M​x’ se
lee: ‘​x es un objeto matemático’. Informalmente: la idea detrás de (1) es que, para cualquier
propiedad (matemática), si es (lógicamente) posible que exista un objeto matemático que tenga
esa propiedad, entonces existe un objeto matemático que tiene esa propiedad.
Veamos (breve y esquemáticamente) qué papel juega el criterio de plenitud FBPista en
conexión con el problema de Benacerraf. Supongamos en concordancia con FBP la existencia de
todos los objetos matemáticos lógicamente posibles. En tal caso, la confiabilidad de nuestras
creencias matemáticas dependerá prioritariamente de nuestra capacidad para distinguir las teorías
(puramente) matemáticas consistentes de las inconsistentes. El motivo es que:

(Conf) Si FBP es verdadero, entonces, como un hecho regular, si los matemáticos


aceptan una teoría puramente matemática T, entonces T caracteriza alguna colección
de objetos abstractos.

Para motivar (Conf), basta con mostrar dos cosas: (a) que, como un hecho regular, los seres
humanos tenemos la habilidad de forjar creencias acerca de lo matemáticamente posible sin
entrar en contacto con el reino matemático y (b) que, ​si FBP es verdadero, ​entonces la habilidad
que tenemos los seres humanos para forjar creencias acerca de lo matemáticamente posible sin
entrar en contacto con el reino platónico garantiza la adquisición de conocimiento matemático.
Para motivar algo como (a) y (b) a partir de presupuestos o recursos relativamente esclarecidos,
Balaguer ofrece el siguiente argumento:

(i) Los FBP-istas pueden dar cuenta de que los seres humanos pueden -sin entrar en contacto
con el reino matemático- formular teorías (...) matemáticas.

(ii) Los FBP-istas pueden dar cuenta de que los seres humanos pueden -sin entrar en contacto
con el reino matemático- saber de muchas de estas teorías (...) matemáticas que son
consistentes.

(iii) Si (ii) es verdadero, entonces los FBP-istas pueden dar cuenta de que (como regla general)
si los matemáticos aceptan una teoría (...) matemática T, entonces T es consistente.

97
Por lo tanto,

(iv) los FBP-istas pueden dar cuenta de que (como regla general) si los matemáticos aceptan
una teoría (...) matemática T, entonces T es consistente.

(v) Si FBP es verdadero, entonces toda teoría (...) matemática consistente describe con verdad
parte del reino matemático (...).

Por lo tanto,

(vi) los FBP-istas pueden dar cuenta de que (como regla general), si los matemáticos aceptan
una teoría (...) matemática T, entonces T describe con verdad parte del reino matemático.
(Balaguer 1998: 51-52).

La premisa (i) es un supuesto bastante común. Los FBP-istas, al igual que los platonistas
epistémicos y, desde luego, los antiplatonistas, niegan que la práctica matemática envuelva
alguna forma de acceso a objetos matemáticos y, con esto, que la adquisición de creencias
matemáticas dependa contrafácticamente de la existencia de esos objetos. En la jerga de
Balaguer, esto quiere decir que los seres humanos sólo podemos forjar creencias acerca de
objetos matemáticos en un sentido metafísicamente débil (​thin), donde una creencia acerca de un
objeto ξ es metafísicamente débil si su adquisición es independiente, tanto del estatuto
ontológico de ξ, cuanto de la posibilidad de acceder a él (​cf. Balaguer 1998: 49).
La promoción de la premisa (ii) requiere de argumentación, aunque cuenta con algún
respaldo en la literatura. La idea es disponer de una noción antiplatonista de consistencia; es
decir, una noción de consistencia cuya caracterización no insuma compromisos ontológicos con
entidades abstractas. Ahora bien, las nociones de consistencia estandarizadas en la literatura -es
decir, las nociones sintáctica y semántica- son nociones platónicas. La primera envuelve
compromisos con derivaciones, es decir, con conjuntos ordenados de fórmulas-tipo. La segunda
envuelve compromisos con modelos y la constitución de los modelos envuelve a su turno
entidades matemáticas (dominios conjuntistas y funciones interpretativas). Pero los FBPistas
niegan que los seres humanos podamos entrar en contacto con (o acceder a) entidades abstractas
como derivaciones y modelos, con lo cual las nociones sintáctica y semántica de consistencia no
pueden ser utilizadas en un argumento ​favorable a FBP.

98
Para saldar este problema, Balaguer apeló a la noción de consistencia elaborada por
Hartry Field (1991) (​cf. Balaguer 1998: 69-75). Esta noción condensa el funcionamiento
metalógico de un operador sintáctico primitivo cuya extensión queda (parcialmente) determinada
por los condicionales materiales:

(C1) Si una teoría T tiene modelo, entonces T es lógicamente consistente (o


lógicamente posible).

(C2) Si T es lógicamente consistente (o lógicamente posible), entonces T es


sintácticamente consistente (es decir, no permite probar contradicciones).

Que ese operador es primitivo quiere decir que no admite una ​definición. En todo caso, (C1) y
(C2) son maneras de aclarar su comportamiento y sus alcances. Por ejemplo, sabemos en virtud
de (C1) y (C2) y la completitud de la lógica de primer orden que, si T es una teoría de primer
orden, entonces T es consistente en sentido platónico si y sólo si T es intuitivamente consistente.
Esta equivalencia material basta para establecer (ii), es decir, para argumentar que es posible
separar las teorías matemáticas consistentes de las inconsistentes sin entrar en contacto con el
reino matemático.
La premisa (iv) se sigue de (ii) y (iii), mientras que (v) es trivialmente verdadera: si los
objetos matemáticos existentes agotan las posibilidades lógicas del reino matemático, entonces
toda teoría matemática consistente describe alguna porción del reino platónico (dado que,
presumiblemente, una teoría es consistente si y sólo si (todos) los objetos caracterizados ella
podrían lógicamente existir). Por último, (vi) se sigue de (iv) y (v): si la aceptación de una teoría
matemática T constituye un indicio confiable de que T es consistente y FBP es verdadero,
entonces toda teoría matemática aceptada por los matemáticos proporciona conocimiento de
alguna porción del reino platónico, que es lo que se quería argumentar.
Parece ser que al fin hemos dado con una respuesta satisfactoria al planteo de Benacerraf,
es decir, con una explicación satisfactoria del conocimiento de objetos matemáticos. Pero esta
apariencia es ilusoria, pues veremos ahora que, en rigor, los compromisos ontológicos y modales
de FBP tiene consecuencias epistemológicas y metafísicas inaceptables.

99
3. Conocimiento platónico y dependencia contrafáctica

Balaguer niega enfáticamente que las verdades de la matemática sean necesidades lógicas o
conceptuales (Balaguer 1998: 44). A su juicio, los teoremas existenciales de la matemática (​e.g.,
‘Hay un primer conjunto inductivo’), al igual que, presumiblemente, los enunciados de
existencia de sentido común (​e.g., ‘Hay árboles’), son contingentemente verdaderos, en el
sentido de que su negación no es (lógica o conceptualmente) contradictoria. Mi tesis en esta
sección es que esta “fragilidad modal” de los objetos matemáticos impide integrar y satisfacer en
el contexto de FBP algunos requisitos de confiabilidad epistémica ​muy elementales. Me refiero:
(i) al requisito de que nuestras creencias (matemáticas en este caso) ​dependan
contrafácticamente de los hechos que intuitivamente les conciernen y (ii) al requisito de que la
correspondencia entre creencias y hechos matemáticos no sea ​fortuita.
Balaguer reconoce que su epistemología no satisface (i), pero aduce que el exigir que lo
haga implica “tomar principios epistémicos que parecen aplicables (...) en contextos empíricos y
aplicarlos en contextos matemáticos” (Balaguer 1998: 68). Pero lo que está en juego no es la
noción de conocimiento empírico, sino las condiciones bajo las cuales cabe pensar que nuestras
creencias sobre el mundo (sea empíricas o no) constituyen conocimiento. De hecho, otros
defensores del platonismo (​e.g., Katz y Zalta) le reprocharían a Balaguer el adjudicar a los
objetos matemáticos una modalidad de existencia privativa de los objetos físicos. Por lo tanto, en
el caso de que se compruebe que FBP ​no satisface aquellas exigencias, habrá que concluir que la
epistemología de Balaguer es una patraña, y no que hemos incurrido en un mal uso de los
criterios clásicos de confiabilidad epistémica.
Normalmente se dice que, para que la creencia de que ​p profesada por un sujeto S
constituya conocimiento, debe haber un nexo de dependencia contrafáctica entre la creencia de
que ​p y el hecho de que ​p. De modo que, si no hubiese ocurrido que ​p, entonces S -​qua sujeto
epistémicamente competente- no habría creído que ​p.
Pero FBP no puede garantizar que nuestras creencias matemáticas dependan

100
contrafácticamente de los hechos matemáticos que intuitivamente les conciernen. Una vez
convenido que los objetos matemáticos existen de una manera plenamente contingente, cobra
plausibilidad la existencia (o concebibilidad) de un duplicado psicofísico pero desplatonizado del
mundo actual @, es decir, un mundo (nomológicamente) posible @* que no contiene más
objetos y propiedades instanciadas que las necesarias y suficientes para ser ​física y
psicológicamente idéntico a @. A su vez, la existencia (o concebibilidad) de @* implica que los
seres humanos podríamos seguir creyendo que hay cardinales transfinitos (por caso) aun cuando
el reino platónico se esfumara. (Después de todo, @* es -entre otras cosas- un duplicado
psicológico de @; un mundo posible que no difiere del actual en lo que respecta a los contenidos
mentales de sus habitantes ni a quiénes o cuántos sean éstos). De hecho, no habría ninguna razón
fundada para creer lo contrario, ya que la existencia o inexistencia de objetos abstractos es
metafísicamente irrelevante en conexión con los hechos físicos y psicológicos. (El motivo es,
desde luego, que los objetos abstractos son entidades existentes fuera del espaciotiempo y
causalmente inertes y, como consecuencia de esto, su existencia o inexistencia no puede tener
ninguna injerencia en lo que ocurra en el mundo físico). De modo que constituiría una conducta
perfectamente racional por parte de S el preservar (incorrectamente) la creencia que hay
cardinales transfinitos si evaluáramos sus creencias a la luz de @* en lugar de @.
Viceversa: si un sujeto S* cree (erróneamente) en @* que hay cardinales inaccesibles, un
cambio de mundo favorable a @ determinaría que la creencia de S* refleje la realidad por
casualidad (porque ese cambio de mundo no ha de involucrar ninguna modificación en el
repertorio de creencias de S* ni en las condiciones para su adquisición efectiva). Y cabe tener en
cuenta que esa casualidad es ​muy fortuita, ya que envuelve un cambio desde un mundo hacia otro
donde ​toda caracterización consistente de un objeto abstracto refleja la realidad.
En suma: si FBP es verdadero, entonces la inexistencia de hechos matemáticos
previamente conocidos no tiene ningún impacto contrafáctico en nuestro repertorio inicial de
creencias y lo mismo vale para la rectificación contrafáctica de las creencias matemáticas
comprometidas con la negación de hechos existentes. Ni las creencias matemáticas dependen
contrafácticamente de los hechos que les conciernen, ni la correspondencia entre creencias y

101
hechos responde epistémicamente a los métodos que gobiernan su adquisición. En otras palabras,
si FBP es verdadero, entonces las creencias matemáticas (consistentes) son meras ​conjeturas
afortunadas.

4. FBP y la Teoría de Modelos

La Teoría de Modelos (TM) es el estudio de los modos de asignación de significado a las teorías.
Su objetivo es circunscribir las interpretaciones que satisfacen los axiomas de los sistemas
formales para ponderar su capacidad expresiva y probatoria. La lógica de primer orden es el
ámbito de aplicación usual de ese método, por ser el marco recurrente para la formalización de la
inferencia matemática. La interpretación estándar de las teorías de primer orden consiste en una
estructura constituida por un conjunto no-vacío que oficia de dominio de las variables
cuantificadas y una función interpretativa que determina el rango de valuación de las letras de
predicado y las constantes de individuo. En definitiva, TM es una teoría ​matemática con usos
metamatemáticos.
TM juega un papel destacado en la determinación FBPista de las condiciones veritativas
de las teorías matemáticas y, por derivación, en la elaboración de un concepto superplatonista de
verdad matemática. Por ejemplo, se dice que ‘3 es primo’ es verdadero en FBP sólo si “(a) hay al
menos un modelo estándar de la aritmética y (b) ‘3 es primo’ es verdadero en todos los modelos
estándar de la aritmética” (Balaguer 1998: 89-90). Pero la tesis de que la aritmética tiene (al
menos) un modelo estándar proviene de la matemática y, en consecuencia, está expuesta a la
impugnación de Benacerraf (claro está, siempre que esa tesis sea esgrimida desde el platonismo
matemático o como recurso para elaborar un concepto platónico de verdad matemática). Un
modelo aritmético M es estándar si provee un ​dominio D ​isomorfo al dominio N de los ​números
naturales y una ​función interpretadora I cuyas asignaciones garantizan la satisfacción de los
axiomas aritméticos. (Se ha usado la bastardilla para destacar algunas nociones matemáticas).
Así pues, pareciera ser que el conocimiento de interpretaciones y modelos deviene en
prerrequisito para la articulación de FBP, es decir, para desplegar la única visión (presuntamente)

102
capaz de explicar ​ese tipo de conocimientos.
Una réplica podría ser que FBP implica la existencia de todos los modelos lógicamente
posibles y que esto garantiza la confiabilidad epistémica de cualquier afirmación del tipo: ‘M es
un modelo de T’. Pero esto nos hunde en una explicación ​post hoc del conocimiento matemático,
porque se nos exige prejuzgar la confiabilidad de TM para desplegar los recursos de FBP.
Después de todo, TM es, en rigor, ​una teoría matemática y Balaguer la usa para elaborar un
concepto de verdad subsidiario del concepto de estandaridad (​cf. Balaguer 1998: 65). De
cualquier manera, importa poco cuál pueda ser la movida argumentativa de Balaguer en
conexión con este tópico, porque, en rigor, FBP y TM son teorías ​incompatibles.
La tesis central de FBP es que el reino platónico contiene una plenitud de colecciones de
objetos que satisfacen de manera estándar e intuitiva los axiomas de cualquier teoría matemática
consistente que alguien podría llegar a formular. Esto quiere decir que “todas las teorías (...)
matemáticas consistentes describen con verdad partes del reino matemático con las que se
corresponden de un modo muy natural, esto es, acerca de las cuales son (...) intuitivamente y sin
rodeos (​straightforwardly)” (Balaguer 1998: 190, n. 10; bastardilla removida). Pero hay teorías
matemáticas consistentes que, o bien ​no tienen modelo, o lo tienen pero bajo condiciones que no
son funcionales a FBP, porque se trata de modelos no-intuitivos.
Tomemos el caso de la teoría axiomática de conjuntos (TC). TM aprovecha los recursos
de (una) TC para asignar significado a las fórmulas de las teorías formales de primer orden. En el
caso de los enunciados universalmente cuantificados, se postula una entidad que agrupa a todas
las entidades del dominio intuitivo de la teoría. Pero, para evitar la paradoja de Cantor, TC
contiene un teorema que niega la existencia de una entidad (el conjunto o la clase universal) que
agrupe a todas las entidades (incluyendo en los casos pertinentes a las clases últimas). Así, TC
niega la existencia de la entidad necesaria en TM para interpretar (una) TC desde un punto de
vista estándar e intuitivo.16 Otro ejemplo: por el segundo teorema de Gödel, T + {¬G​T​} es una
teoría consistente sin modelo, donde T es la Aritmética de Peano formalizada en el lenguaje de la

16
Raúl Orayen (2003) fue el primero en formular expresamente este resultado y darle una fundamentación
técnicamente rigurosa. También tuvo el mérito de investigar sus implicancias filosóficas para la teoría de conjuntos,
la lógica y la teoría de modelos.
103
lógica de segundo orden con semántica estándar y G​T es la oración autorreferencial de Gödel
para T. En ambos casos, vemos que la consistencia de una teoría (puramente) matemática no
implica la existencia de alguna colección de objetos que satisfaga (intuitivamente) sus axiomas.
En conclusión, TM no puede oficiar de marco ontológico para el despliegue generalizado de un
concepto FBPista de verdad matemática.
La réplica de Balaguer es que algunas teorías no tienen modelo (intuitivo) debido a
“dificultades técnicas” de TM (Balaguer 1998: 193, n. 31). A su juicio, el conflicto entre FBP y
TM que hemos visto desplegarse en el párrafo precedente responde a cierta pobreza
metodológica de TM más que a un déficit de ontología achacable a FBP.
Aquí surgen dos problemas. En primer lugar, la estrategia de Balaguer es arbitraria y ​ad
hoc, porque no hay constancias independientes para poner en duda la adecuación filosófica de
TM. La única motivación es la pretensión (fallida) de que TM vaya de la mano de FBP. TM es
una teoría de la interpretación formulada con recursos provistos por alguna teoría matemática
cuya rigurosidad escapa a la duda racional (típicamente, ZF). Por contraposición, FBP es una
teoría ​informal propuesta para saldar un problema netamente filosófico (el problema
epistemológico de los objetos abstractos de la matemática). En segundo lugar, TM es una teoría
matemática, con lo cual los FBPistas se exponen a la acusación de querer acomodar parte de la
matemática (o la metamatemática) a sus pretensiones ontológicas. Y cabe tener en cuenta aquí
que Balaguer se opone enfáticamente a las intromisiones filosóficas en asuntos de competencia
matemática: “el punto de la filosofía de la matemática -dice Balaguer- es interpretar la práctica
matemática, no imponerle restricciones sustentadas metafísicamente” (Balaguer 1998: 63). Pero
es precisamente esto último lo que hace (o pretende hacer) nuestro autor al imputar a deficiencias
de TM su incompatibilidad con FBP.

5. La implausibilidad metafísico-modal de FBP

Mi tesis ahora es que (1) es un principio metafísico-modalmente inconsistente, dado que la


plenitud ontológica y la contingencia modal no pueden confluir armónicamente en un criterio de

104
proliferación de entidades. En rigor, el problema es que, si (1) es contingentemente verdadero,
entonces la existencia de ​todos los objetos matemáticos posibles es condición necesaria para la
existencia de objetos matemáticos. Pero nadie en su sano juicio supeditaría la existencia de
objetos de cierta clase a la existencia de todos ellos (a no ser, claro está, que se presuma la
necesidad de su existencia, una vez prejuzgada su posibilidad lógica). De hecho, la contingencia
de FBP implica intuitivamente que hay mundos posibles que contienen a todos los objetos
matemáticos del mundo actual, excepto conjuntos no-bien fundados. Y cabe tener en cuenta que
el propio Balaguer (1998) utiliza consideraciones de este tenor al desplegar las conclusiones de
su proyecto; por ejemplo, cuando afirma que “hay infinitamente muchos mundos posibles
diferentes (...), cada uno conteniendo un conjunto diferente de objetos abstractos” (205, n. 19).
Supongamos, en consonancia con FBP, que

(1) (∀​Y) [◊ (∃​x) (M​x & ​Yx) ⊃ (∃​x) (M​x & Y​x)]

es contingente verdadera. Esto quiere decir que es verdadera en el mundo actual y falsa en
algunos otros mundos posibles. En algunos de esos mundos,

(A) ¬ [(∀​Y) ◊ (∃​x) (M​x & ​Yx) ⊃ (∃​x) (M​x & Y​x)]

es verdadera, mientras que, en otros, lo es:

(B) (∀​Y) ¬ [ ◊ (∃​x) (M​x & ​Yx) ⊃ (∃​x) (M​x & Y​x)],

lo es. Pero (B) ​no podría ser verdadera, porque es lógicamente equivalente a:

(B1) (∀​Y) [ ◊ (∃​x) (M​x & ​Yx) & ¬ (∃​x) (M​x & Y​x)]

y, dado el predicado puramente matemático ‘isósceles & escaleno’ (‘IE’), obtenemos por

105
instanciación de (B1):

(B2) ◊ (∃​x) (M​x & IE​x) & ¬ (∃​x) (M​x & IE​x)].17

Informalmente, (B2) se lee: ‘Es lógicamente posible la existencia de un objeto matemático


isósceles y escaleno y no existe un objeto matemático que sea isósceles y escaleno’. Pero (B2) es
necesariamente falsa, porque es lógicamente ​imposible que algo sea isósceles y escaleno. No
obstante, ​si (1) es contingentemente ​verdadero, entonces (B1) es ​contingentemente falso (​i.e.,
podría ser verdadero). Pero (B) ​no ​puede ser verdadero, porque (B1) es equivalente a ella y (B2)
es una de las instancias de (B1). Por lo tanto, tampoco (1) puede ser verdadero. En conclusión, o
bien desistimos de la plenitud, o bien desistimos de la contingencia lógica. En cualquier caso, el
precio que pagamos es abandonar FBP.

17
La existencia de tales instancias implausibles de B1 me fue sugerida por Mark Balaguer en una comunicación
privada.
106
9. El superplatonismo de Zalta

1. Introducción

En este capítulo expongo y rechazo PP (por ‘​Principled Platonism’), el superplatonismo de


Edward Zalta. En la sección 2 presento los recursos axiomático-metafísicos de la teoría y la
estrategia epistemológica que auspician. En la sección 3 analizo algunas peculiaridades
expresivas de PP. En la sección 4 pongo en duda la plenitud ontológica de PP, la eficacia de su
epistemología y la coherencia filosófica de su metateoría. En la sección 5 exhibo una
incompatibilidad entre PP y la teoría axiomática de conjuntos.

2. La teoría de objetos de Zalta

La teoría de objetos de Edward Zalta (1983, 1988) -de ahora en más, TO- es, básicamente, una
axiomatización de la metafísica de Meinong llevada a cabo en un sistema modal clásico de
segundo orden suplementado con principios de comprensión para objetos y propiedades. Un
rasgo distintivo de TO es la incorporación de una segunda relación de instanciación de
propiedades: la codificación. El siguiente listado proporciona una intelección (extensional) del
comportamiento de esta relación:

a. los objetos abstractos codifican sus propiedades peculiares (​e.g., ​ser transfinito)
b. los objetos abstractos ejemplifican (pero no codifican) la negación de las propiedades
típicamente ejemplificadas por los objetos ordinarios (​e.g., ​ser rojo);
c. los objetos ordinarios no codifican propiedades.

La distinción entre ejemplificación y codificación tiene su reflejo en la sintaxis de TO. Una

107
fórmula de tipo ‘F​a’ expresa al modo usual que un objeto (abstracto o concreto) ejemplifica una
propiedad, mientras que una fórmula de tipo ‘​aF’ expresa que un objeto (abstracto) codifica una
propiedad. Cabe retener este dato: la codificación es una relación metafísica entre objetos
(abstractos) y propiedades cuya explicación o aclaración debe venir garantizada por (los
axiomas) de TO.
El aparato deductivo de TO es sumamente complejo, pero, en lo que hace a la búsqueda
de una respuesta al planteo de Benacerraf, los postulados relevantes son cuatro:

(Ob) Axioma de existencia de objetos abstractos: ∃​x (A!​x ∧ ∀F (​xF ≡ Φ) (donde


x no aparece libre en ‘Φ’ y ‘A!​x’ se lee: ‘​x es un objeto abstracto’). Informalmente:
cualquier condición sobre propiedades expresable en TO determina un (único) objeto
abstracto que codifica exactamente las propiedades que satisfacen esa condición.

(Pr) Teorema de existencia de propiedades: ∃F​n □∀​x1 … xn (F​n ​x1 ... xn ≡ Ψ).
Informalmente: toda condición sobre objetos Ψ expresable en TO determina una
propiedad o relación ejemplificada en todo mundo posible por los objetos que
satisfacen Ψ.

(Cd) Axioma de Codificación: ◊​xF ⊃ □​xF. Informalmente: si es lógicamente posible


que un objeto (abstracto) codifique una propiedad, entonces la codifica
necesariamente.

(Lm) Axioma de conversión-lambda: ∀​x1 … ​xN ([λ​y1 … ​yN Ψ] (​x1 … ​xN​) ≡ Ψ [​x1​/​y1
… ​xN​/​yN​]), donde Ψ [​x1​/​y1 … ​xN​/​yN​] constituye el resultado de sustituir las apariciones
libres de ​yi en Ψ por apariciones de ​xi (0 ≤ i ≤ N). Informalmente: dada una fórmula
con apariciones libres de las variables ​y1 … ​yN​, la expresión ‘[λ​y1 … ​yN Ψ]’ constituye
un lambda-predicado n-ario con prefijo ‘λ​y1​ … ​yN​’ y matriz ‘Ψ’.

(Ob) es un (esquema de) axioma de existencia que provee los objetos de la teoría. (Pr) es un
principio de existencia que proporciona las propiedades. (Cd) gobierna el comportamiento de la
relación de codificación, estipulando que los objetos abstractos (consistentemente
caracterizables) codifican sus propiedades peculiares en todo mundo posible. Finalmente, (Lm)
proporciona un mecanismo uniforme para la construcción de los predicados del sistema. Por
ejemplo, la negación de un predicado F se expresa mediante la fórmula [λ​x ¬F​x] y la conjunción

108
de dos predicados G y H se expresa mediante la fórmula [λ​x (G​x & H​x)]. (‘[λ​x ¬F​x]’ se lee: ‘ser
un ​x tal que ​x no es un F’, mientras que ‘[λ​x (G​x & H​x)]’ se lee: ‘ser un ​x tal que ​x es un G y ​x es
un F’). El recurso al operador ‘λ​x’ (cuya lectura es ‘ser un ​x tal que’) permite designar mediante
términos singulares propiedades y relaciones de complejidad arbitraria, incluyendo relaciones
0-ádicas o proposicionales.
Veamos cuáles son las condiciones de identidad para objetos (abstractos) y propiedades
(de objetos abstractos) estipuladas definicionalmente en TO:

(IO) ​x = ​y =​df □∀F (​xF ≡ ​yF). Informalmente: dos objetos (abstractos) son el mismo
si y sólo si codifican las mismas propiedades en todo mundo posible.

(IP) F = G =​df □∀F (​xF ≡ ​yF). Informalmente: dos propiedades son la misma
propiedad si y sólo si son codificadas por los mismos objetos (abstractos) en todo
mundo posible.18

Linsky & Zalta (1995) -producto de una colaboración entre Zalta y el filósofo del lenguaje
Bernard Linsky- promueve una estrategia de re-adjudicación de significado al lenguaje
matemático (a sus términos singulares y sus predicados) en base a las entidades provistas por
TO. El objetivo es reconstruir las condiciones veritativas platonistas de las teorías matemáticas a
partir de la relación primitiva de codificación y garantizar su accesibilidad epistémica. Las
exigencias metodológicas relevantes al respecto son, escuetamente, las siguientes (​cf. Linsky &
Zalta 1995: 16-18):

A. tomar a las teorías matemáticas como objetos abstractos que codifican proposiciones (o
“propiedades proposicionales”); consecuentemente,
B. incorporar propiedades 0-ádicas (proposicionales) al despliegue del axioma de

18
La adopción conjunta de (IO) e (IP) redunda en una circularidad que pone en riesgo los cimientos de la metafísica
axiomática de Zalta. La identidad de las propiedades es presupuesta para fijar las condiciones de identidad de los
objetos abstractos; pero, a su vez, la identidad de los objetos abstractos es presupuesta para fijar las condiciones de
identidad de las propiedades que codifican. No voy a abundar en este detalle, porque mi intención no es atacar la
teoría de Zalta como tal, sino la teoría de objetos matemáticos y la respuesta al planteo de Benacerraf que emergen
de ella. De modo que, a los fines prácticos, voy a suponer que TO proporciona un marco coherente para hacer
metafísica (o, alternativamente, que sus aspectos críticos pueden ser técnicamente subsanados sin abandonar la
pintura del cielo platónico que Zalta parece tener intuitivamente en mente).
109
conversión (Lm);
C. indexar las constantes matemáticas de primer orden con el nombre de la teórica en que
aparecen para fijar a partir de su trayectoria inferencial las condiciones de identidad de
los objetos denotados por ellas;
D. recuperar en TO y dar decurso axiomático a la noción primitiva ​verdadero-según-T.

Para cumplir estas exigencias, se hace valer la relación de codificación entre teorías y
propiedades proposicionales en base al esquema:

(T) ​p es verdadera-según-T =​df T [λ​x p]. Informalmente: una proposición ​p es


verdadera según una teoría T si y sólo si T codifica la propiedad (0-ádica) de ser tal
que ​p.

Veamos ahora cómo emplear los recursos de TO. La teoría matemática a fundamentar
metafísicamente será la Aritmética de Peano (AP). Para ganar en claridad, pongamos por caso
que la idea es recuperar en TO el teorema de AP: ‘3 > 2’. Lo primero que hay que hacer es
indexar los numerales ‘3’ y ‘2’; obtenemos: ‘3​AP​’ y ‘2​AP​’. Una vez hecho esto, hay que recurrir al
axioma de conversión (Lm) para generar el lambda-predicado correspondiente:

(1) 3​AP > 2​AP ≡ [λ​x ​x > 2​AP​]3​AP​. Informalmente: el número 3 es mayor al número 2 en AP si y sólo
si 3 ejemplifica según AP la propiedad de ser un ​x tal que ​x es mayor al número 2.

Por otra parte, dado que la proposición de que 3 > 2 es verdadera según AP, (T) garantiza que:

(2) AP[λ​z ([λ​x ​x > 2​AP​]3​AP​)]. Informalmente: AP codifica la propiedad de ser tal que el número 3
ejemplifica según AP la propiedad de ser mayor al número 2.

En virtud del (esquema de) axioma de comprensión (Cm), el siguiente es un axioma de TO:

(3) ∃​x (A!​x ∧ ∀F (​xF ≡ F3​AP es verdadero-en-AP). Informalmente: hay un objeto abstracto que
codifica una propiedad si y sólo si AP atribuye al número 3 esa propiedad.

110
De (T), (2) y (3), obtenemos como teorema de TO:

(4) ∃​x (A!​x ∧ (​x[λ​x x > 2​AP​] ≡ AP[λ​z ([λ​x ​x > 2​AP​]3​AP​)])). Informalmente: hay un objeto
abstracto que codifica la propiedad de ser mayor al número 2 si y sólo si AP codifica la
propiedad de ser tal que el número 3 ejemplifica la propiedad de ser mayor a 2.

Veamos ahora cuál es la respuesta al planteo de Benacerraf que emana de TO. Presumiblemente,
las instancias del (esquema de) axioma de comprensión nos informan de las propiedades
codificadas por cualquier objeto matemático lógicamente posible. Pero esas instancias no hacen
más que recoger en términos de codificación las propiedades atribuidas por los matemáticos a
sus entidades a través de sus teorías (consistentes). A cada caracterización matemática
no-contradictoria (expresable en el lenguaje de TO) se le hace corresponder exactamente un
objeto abstracto en el cielo platónico de Zalta. TO estipula expresamente que la identidad de un
objeto matemático se agota en las propiedades que se le atribuye en la teoría que lo postula, de
modo que el único requisito que debe cumplirse para adquirir conocimiento de él es tomar los
teoremas que los describen y aprovechar los recursos de TO para investigar qué propiedades
codifica. Si T es consistente, TO garantiza la existencia de una (única) colección de objetos
abstractos que la verifican en el cielo de Zalta. “[E]l conocimiento de objetos abstractos
particulares no requiere de ninguna conexión causal con ellos”. Por el contrario, una vez que
disponemos de los recursos (expresivos y deductivos) de TO, “[t]odo lo que uno tiene que hacer
para estar familiarizado (...) con un objeto [matemático] es comprender su condición definitoria”.
Porque “las propiedades que un objeto codifica son precisamente aquellas expresadas por sus
condiciones definitorias” (Linsky & Zalta 1995: 25).
Una ventaja de PP sobre FBP es que viene formalizada de manera exhaustiva y cuenta
con pruebas de consistencia para (cierta versión debilitada) de TO. Como consecuencia de esto,
PP, a diferencia de FBP, puede garantizar la plausibilidad metafísico-modal de sus objetos. En
particular, el axioma de necesitación de la codificación “captura la idea de que las propiedades
que un objeto abstracto codifica son codificadas de manera rígida”. Y, dado que, en el marco de
TO, las propiedades que un objeto abstracto codifica determinan su naturaleza, “este axioma
asegura que cada objeto abstracto tiene una naturaleza que no varía de un mundo a otro” (Zalta

111
2006: 666). Con todo, veremos en breve que los esfuerzos por garantizar la consistencia de TO y
la fortaleza metafísico-modal de los objetos abstractos provocan algunos déficits de capacidad
expresiva que hacen peligrar la pretensión de sepultar el planteo de Benacerraf.

3. Limitaciones expresivas de TO

En los próximos apartados de esta sección voy a presentar dos antinomias derivables dentro de
TO. Ambas fueron presentadas semi-formalmente por Zalta a lo largo de buena parte de sus
trabajos.19 La primera es un análogo de la paradoja de Russell y recoge la idea intuitiva
20
subyacente en la llamada ‘Paradoja de Clark’. Esta antinomia afecta a cualquier teoría de
objetos que (como la de Zalta) reconozca dos modalidades de predicación de propiedades y
contenga un principio de comprensión para objetos (abstractos o no-existentes, dependiendo del
caso). La segunda es la denominada ‘Paradoja de McMichael’; esta paradoja pone de manifiesto
una inconsistencia en las teorías de objetos que hacen corresponder un objeto a cada colección de
(o condición sobre) propiedades. Las demostraciones que se ofrecen aquí estarán completamente
formalizadas, pero serán deliberadamente más sencillas que las que aparecen en la literatura.
Estos resultados serán relevantes para el desarrollo de secciones ulteriores. Allí veremos que las
restricciones expresivas necesarias para garantizar la consistencia de TO cohartan la pretensión
de enterrar el planteo de Benacerraf.

3.1. La paradoja de Clark

Sea ​o el objeto abstracto que codifica exclusivamente la propiedad “de Clark” C = [λ​y ∀ G (​yG
≡ ~G​y)]. Intuitivamente, ​o es un objeto abstracto que codifica (solamente) las propiedades que no
ejemplifica. En virtud de los principios de existencia para objetos y propiedades ((Ob) y (Pr)), así

19
Son particularmente esclarecedoras al respecto las presentaciones que aparecen en Zalta (1983: 158-159) y Bueno,
Menzel & Zalta (2013: 13, notas 22 y 24).
20
Esta paradoja fue reportada por primera vez por William Rapaport en su disertación doctoral. El detalle de su
demostración puede consultarse en Rapaport (1978). La derivación de Rapaport afecta a (una reconstrucción propia
de) los principios básicos de la metafísica ingenua de Meinong.
112
como las definiciones para la identidad de objetos y propiedades, ​o y C son definibles en TO:

(C) C =​df ιF ∀​x (F​x ≡ [λ​y ∀G (​yG ≡ ~G​y)]​x)


(O) ​o =​df ι​x ∀F (​xF ≡ F = C).

De (O) se sigue trivialmente que:

(*) ​oC. Informalmente: ​o codifica la propiedad de Clark C.

Por otra parte, TO implica que los objetos abstractos son completos respecto de las propiedades
que ejemplifican pero pueden ser incompletos respecto de las propiedades que codifican. En el
caso de la ejemplificación, vale para ellos que: ∀F ∀​x (F​x ∨ ~F​x). Por instanciación: C​o ∨
~C​o. Cualquiera sea el disyunto que escojamos, arribamos a una contradicción, como se
demuestra abajo.

(1) C​o (supuesto)


(2) C​o ≡ [λ​y ∀G (​yG ≡ ~G​y)]​o (por def. de C)
(3) C​o ≡ ∀G (​oG ≡ ~G​o)(de 2, por conv. lambda)
(4) Co ≡ (​oC ≡ ~C​o) (instancia de 3)
(5) oC ≡ ~C​o (instancia 1 y 4, por ​modus ponens)
(6) ~C​o (de (*) y 5, por ​modus ponens).

21
Lo mismo vale partiendo del supuesto de que ~C​o. ​ En conclusión, TO implica que ~C​o ≡ C​o.

3.2. ​La paradoja de McMichael.

21
(1) ~C​o (supuesto)
(2) ~C​o ≡ ~[λ​y ∀G (​yG ≡ ~G​y)]​o (por def. C)
(3) ~C​o ≡ ~∀G (​oG ≡ ~G​o) (de 2, por conv. lambda)
(4) ~C​o ≡ ∃G (​oG ≡ G​o) (de 3, por equivalencia cuantificacional)
(5) ~C​o ≡ ∃G (G = C ≡ G​o) (de 4, por def. de ​o)
(6) ~C​o ≡ C​o (de 5, por def. de ​o)
(7) C​o (de 1 y 6, por ​modus ponens)
113
Sea ​m el objeto abstracto que satisface la condición “de McMichael” M = ∀G ∀​y (G = [λ​z ​z =
y] & ~​yG). Intuitivamente, ​m está determinado por las propiedades identitarias no codificadas
por sus instancias. En virtud de los principios de existencia para objetos y propiedades, así como
las definiciones para la identidad de objetos y propiedades, ​m y M son definibles en TO:

(M) M =​df ιF ∀​x (F​x ≡ [∀G ∀​y G = [λ​z ​z = ​x] & ~​yG])
(m) m =​df ι​x ∀F (​xF ≡ F = M).

Nótese que (m) implica trivialmente:

(**) ​mM. Informalmente: ​m codifica la propiedad M.

Por otra parte, puesto que los objetos abstractos ejemplifican siempre un cúmulo completo de
propiedades, vale para ellos que ∀F ∀​x (F​x ∨ ~F​x). Por instanciación: M​m ∨ ~M​m.
Cualquiera sea el supuesto, arribamos a una contradicción en el sistema de Zalta.

(1) M​m (Supuesto)


(2) M​m ≡ (∀​y M = [λ​z ​z = ​y] & ~​yM) (Por def. de M)
(3) M​m ≡ (∀​y M = [λ​z ​z = ​y] & ~​y[λ​z ​z = ​y]) (De 2, por identidad)
(4) M​m ≡ (M = [λ​z ​z = k] & ~k[λ​z ​z = k]) (Instancia de 3)
(5) [λ​z ​z = k]​m ≡ (M = [λ​z ​z = k] & ~k[λ​z ​z = k]) (De 4, por identidad)
(6) m = k ≡ (M = [λ​z ​z = k] & ~k[λ​z ​z = k]) (De 5, por conv. lambda)
(7) m = k ≡ (M = [λ​z ​z = ​m] & ~k[λ​z ​z = ​m]) (De 6, por identidad)
(8) m = k ≡ (M = [λ​z z = k] & k ≠ ​m) (De 7, por def. de ​m)
(9) m = k ≡ k ≠ ​m (De 8, por simplificación)

22
Lo mismo vale partiendo del supuesto de que ~M​m. En conclusión, TO implica que ​m = ​k ≡ ​m

22
(1) ~M​m (Supuesto)
(2) ~M​m ≡ ~(∀​y ​M = [λ​z ​z = ​y] & ~​yM) (Por def. de M)
(3) ~M​m ≡ (∃​y M = [λ​z ​z = ​y] & y[λ​z ​z = ​y]) (Equivalente de 2)
(4) ~M​m ≡ (∃​y M = [λ​z ​z = ​y] & ​y = ​m) (De 3, por def. de ​m)
(5) ~[λ​z ​z = ​m]​m ≡ (∃​y M = [λ​z ​z = ​m] & ​y = ​m) (De 4, por identidad y conv. lambda)
(6) m ≠ ​m ≡ (M = [λ​z ​z = ​m] & ​m = ​m) (De 5, por sust. de idénticos y conv. lambda)
(7) m ≠ ​m ≡ ​m = ​m (De 6, por simplificación)
114
≠ ​k.

4. Peculiaridades expresivas de TO y sus consecuencias filosóficas.

Para garantizar la consistencia de TO, Zalta introdujo una fuerte restricción en el axioma de
conversión-lambda (consecuentemente, también en los principios de comprehensión para
23
propiedades y relaciones): las fórmulas habilitadas por éste no deben contener subfórmulas que
expresen codificación de propiedades (​cf. Zalta 2006: 664 y 671). Esto basta para bloquear
(cualquier versión pertinente de) las paradojas de Clark y McMichael: en el primer caso, porque
la fórmula [λ​y ∀G (​yG ≡ ~G​y)] contiene una subfórmula en la que se expresa que un objeto
(abstracto) arbitrario codifica cierta propiedad si y sólo si no la ejemplifica; en el segundo caso,
porque la (negación de la) condición sobre propiedades ∃​y (F = [λ​z z = ​y] ∧ ¬ ​yF) contiene
apariciones del predicado de identidad en el contexto de un lambda-predicado y la definición de
ese predicado (en el caso de los objetos abstractos) involucra subfórmulas que expresan
codificación de propiedades (véase más arriba la equivalencia definicional (IP)). En función de
estos recaudos (sobre todo el segundo), la relación de identidad y cualquier otra relación
coextensiva con ella quedan excluidas del reino platónico de Zalta (siempre y cuando se apliquen
a objetos abstractos). De hecho, es un teorema elemental de TO:

(In) ∀R ∃​x ∃​y (​x ≠ ​y ∧ [λ​z R​zx] = [λ​z R​zy]. Informalmente: para toda relación
binaria, hay objetos (abstractos) diferentes tales que la permutación sistemática de
estos objetos en la extensión de la relación determina una misma propiedad relacional.
(Intuitivamente, (In) puede ser pensado como un teorema de ​indiscernibilidad
24
estructural para objetos (abstractos) ​diferentes).

4.1. Codificación vs. ejemplificación

23
Las subfórmulas del lenguaje de TO se definen del modo usual. Toda fórmula es una subfórmula de sí misma. Si
ψ es ¬φ, φ ⊃ χ, ∀αφ, o □φ, entonces φ y χ son subfórmulas de ψ. Si φ es una subfórmula de χ y χ es una
subfórmula de ψ, entonces φ es una subfórmula de ψ.
24
Una prueba elemental de este teorema puede consultarse en el apéndice de Zalta (1999).
115
Pero, antes de ponderar las consecuencias filosóficas de aquellas restricciones expresivas,
conviene notar que TO excluye ​de entrada la posibilidad de una epistemología naturalizada. El
motivo es sencillo: los matemáticos despliegan sus creencias suponiendo que ciertos objetos
ejemplifican ciertas propiedades o mantienen determinadas relaciones entre ellos. No obstante,
TO implica que estas afirmaciones son literalmente ​falsas, porque los objetos matemáticos son
objetos abstractos y, en el marco de TO, los objetos abstractos no ejemplifican propiedades ni
relaciones. En este sentido, el axioma de codificación implica que es lógicamente imposible que
los objetos matemáticos ejemplifiquen sus propiedades definitorias. Así, en lugar de explicar el
conocimiento que ​de hecho tienen los matemáticos, Linsky & Zalta han procedido a traducir la
matemática a una metafísica axiomática y a sustituir la ontología ingenua (y
epistemológicamente problemática) de la primera por otra cuya intelección se presume asegurada
en la segunda. Y, al hacer esto, han prejuzgado que la totalidad de la matemática es masivamente
incorrecta; que su metodología arrastra una mala pintura de la naturaleza de sus objetos de
estudio y que, presumiblemente, esto tiene consecuencias filosóficas como las históricamente
asociadas al desplante gnoseológico de Benacerraf.
Pero el mentado desplante no atañe a la matemática sino a ​una metafísica de la
matemática: aquella que toma como dato la actividad matemática y juzga que la reconstrucción
del concepto de verdad inmiscuido en ella exige la postulación de entidades
no-espaciotemporales. El meollo del problema reside justamente en la aparente imposibilidad de
asignar condiciones veritativas de esa índole a teorías matemáticas en el marco de una
epistemología naturalizada. De modo que, si la resolución de un problema o la respuesta a un
planteo crítico exige modificar la matemática o renegar de algún aspecto de su metodología,
entonces no se trata del problema epistemológico del platonismo matemático ni mucho menos
del planteo originario de Benacerraf.
El que TO contenga una crítica velada a la matemática -aparentemente, una crítica
relativa a cierta dificultad o incapacidad para distinguir el modo en que los objetos matemáticos
tienen sus propiedades- es un dato importante. Linsky & Zalta (1995) pregonan la necesidad de
formular principios de comprensión para entidades abstractas “consistentes con los estandartes

116
naturalizados en ontología, conocimiento y referencia” (2). La idea “naturalista” aquí es (a) que
toda teoría matemática que pudiera ser usada para hacer ciencia empírica ha de tener asignada
una porción de cielo platónico y (b) que esta virtud erige la adopción de TO en prerrequisito para
la intelección de las condiciones de verdad (o verosimilitud) de ​cualquier teoría científica
posible. “[A]l ofrecer una representación adecuada de cualquier teoría matemática [consistente],
nuestra lógica y nuestra ontología dan sentido a cualquier ciencia posible en que esa teoría sea
usada” (Linsky & Zalta 1995: 28). Obtenemos así una nueva variante del argumento de la
indispensabilidad, cuyas peculiaridades son consagrar a TO y extenderse a todas las teorías
científicas lógicamente posibles.
El problema aquí es que este “dar sentido” al que aluden Linsky & Zalta implica ​ipso
facto el reconocimiento de que ​todas las teorías matemáticas y científico-matemáticas (actuales o
meramente posibles) son ​falsas, dado que todas esas teorías envuelven compromisos con objetos
abstractos que ​ejemplifican sus propiedades peculiares. Esto hace resurgir los interrogantes
tradicionalmente dirigidos al ​antiplatonismo matemático y al ​antirrealismo científico. Por una
parte, ¿cómo es posible que teorías literalmente falsas como la aritmética y el análisis -teorías
que conceptualizan sus objetos aludiendo a un modo de instanciación de propiedades privativo
de los objetos físicos- cuenten con aplicaciones científicas? Por otra, ¿cómo es posible que los
logros de la ciencia -en particular, la producción de teorías empíricamente adecuadas- tengan por
basamento el desarrollo de recursos formales que no reflejan el mundo?
Lo preocupante no es que la aplicación de TO exija reconceptualizar la inherencia de
propiedades en objetos abstractos; lo preocupante es que esa reconceptualización importe un
cuestionamiento de la intelección de los objetos matemáticos vigente en la metodología científica
y matemática. Por una parte, se sigue de TO que ‘El número 864 es descomponible en factores
primos’ es (necesariamente) falsa al ser proferida por los científicos y los matemáticos, porque
esta gente (o la que reconstruye racionalmente sus conductas) presupone que el ‘es’ involucrado
en esa oración se lee: ‘ejemplifica’ y, según TO, los objetos matemáticos no ejemplifican sus
propiedades en ningún mundo posible. Por otra parte, Linsky & Zalta prometen explicar la
aplicabilidad empírica de ‘El número 864 es descomponible en factores primos’ traduciéndola al

117
lenguaje de TO, es decir, reformulándola en base a nociones (​e.g., la noción de codificación) que
no cuentan con aplicaciones empíricas comprobadas. Llegamos así a una suerte de paradoja: la
explicación de la aplicabilidad empírica de la matemática de Linsky & Zalta exige suponer que
las oraciones matemáticas ​exitosamente aplicadas en la ciencia son literalmente falsas y, a su
vez, que la correcta lectura de esas oraciones remite a otras que ​no han sido objeto de
aplicaciones empíricas.

4.2. El problema de la consistencia de TO

Las pruebas de consistencia de TO son todas ellas pruebas de consistencia relativas a una teoría
matemática: Z, la teoría de conjuntos de Zermelo.25 Lo paradójico es que, de acuerdo con TO, Z
como tal es una teoría ontológicamente vacía, es decir, una teoría que no tiene (ni podría tener)
asignada una porción de cielo platónico (volveré sobre este punto en la sección 5).
Veamos brevemente cómo aparece plagada de recursos matemáticos una de esas pruebas
de consistencia relativa: la que apela al modelo de Aczel para una versión desmodalizada de TO.
(Las nociones matemáticas aparecerán en bastardilla, a excepción de los casos obvios).
El dominio del modelo ​incluye un subdominio O* de objetos ordinarios*. Este último
resulta de la ​unión de un dominio O de objetos ordinarios y un dominio E de objetos especiales.
(Intuitivamente, los objetos ordinarios son los objetos (posiblemente) concretos; ​e.g., el Obelisco
y Martín Fierro. Los objetos “especiales” serán relevantes para validar en el modelo el axioma de
existencia de objetos abstractos; intuitivamente, el axioma de que todos los objetos abstractos
consistentemente caracterizables son objetos abstractos (necesariamente) existentes). Luego
tenemos un subdominio R conformado por la ​unión generalizada de dominios de relaciones
enearias R​n (donde 0 ≤ n) y, por último, un dominio M de mundos posibles (con @ -el mundo
actual- como mundo designado). El dominio de R cumple dos condiciones: (a) está clausurado
bajo ​funciones lógicas que integran propiedades y relaciones simples como parte de propiedades
y relaciones complejas que ofician de valores semánticos de expresiones-lambda; (b) hay al

25
Respecto de este tópico, ​cf. Bueno, Menzel & Zalta (2013: 21) y las referencias que allí se citan.
118
menos tantas relaciones en cada (sub)dominio de relaciones ​enearias R​n cuantos elementos en
POT[(O*)​n​] (es decir, el ​conjunto potencia del ​enésimo ​producto cartesiano del subdominio de
los objetos ordinarios*). (La necesidad de ​tanta plenitud es que, en TO, cualquier caracterización
(consistente) de un objeto (abstracto o posiblemente concreto, real o ficticio) selecciona un
objeto abstracto en el cielo de Zalta. Por ejemplo, TO implica la existencia de un objeto abstracto
que codifica exactamente las propiedades ejemplificadas por Ed Zalta, y otro que codifica
exactamente las propiedades ficcionalmente ejemplificadas por La fuente de la juventud). A cada
relación ​enearia se le asigna un elemento de POT [(O*)​n​] en calidad de extensión
ejemplificadora relativamente a cada mundo posible ​m (simbólicamente, ext​m​(R​n​)). (Si se trata de
una relación 0-ádica, se le asigna un valor veritativo en cada mundo posible y listo). El dominio
de los objetos abstractos A es POT[(R​1​], el ​conjunto potencia del ​conjunto de las propiedades o
relaciones ​monádicas. (Nótese esta limitación: los objetos abstractos no pueden codificar
relaciones enearias para cualquier ​n mayor o igual a 2. Esto quiere decir que no pueden codificar
relaciones). Cada objeto abstracto en A es ​mapeado en algún objeto especial de E, que pasa a ser
el ​proxy de aquél. Los objetos ordinarios y los objetos abstractos son combinados en un dominio
D = (O ∪ A), la ​unión de O y A. Finalmente, se define un mapeo | | desde D hacia en el ​conjunto
O* de los objetos ordinarios con variables con valores en D del siguiente modo:

A. |​x| = ​x, si ​x es un objeto ordinario;


B. |​x| = el ​proxy de ​x, si ​x es un objeto abstracto.

Luego se define una ​función valuatoria ​g para variables del lenguaje de TO y se la extiende a una
función denotación ​dg definida sobre la totalidad de los términos del lenguaje. Si ​x y ​R son
variables (de primer y segundo orden respectivamente), ​dg​(​x) ​ D y ​dg​(​Rn) ​ R. Entonces,
‘verdadero en el mundo ​m con respecto a ​g’ se define para fórmulas atómicas del siguiente
modo: ‘​Rn ​x1 … ​xn​’ es verdadero​g en ​m si y sólo si <|​dg​(​x1​)| … |​dg​(​xn​)|> ​ ext​m​(d​g​(​Rn​)); por otra
parte, una fórmula como ‘​xR’ es verdadera​g​ en ​m si y sólo si ​dg​(​R) ​ ​dg​(​x).
Aquí cabe resaltar tres cosas. Primero: el modelo da curso a la intuición de que a cada

119
cúmulo de propiedades (consistentemente especificable) le corresponde un objetos abstracto que
las codifica; no obstante, el modelo ​no excluye que los objetos abstractos ejemplifiquen las
propiedades que, presumiblemente, codifican. Segundo: la verdad de las fórmulas que expresan
codificación de propiedades se define independientemente de cualquier referencia a mundos
posibles. (Las fórmulas de tipo ‘​xR’ son interpretadas suponiendo que son verdaderas en un
mundo si y sólo si vale la condición no relativizada a mundos ​dg​(​R) ∈ ​dg​(​x), con lo cual
cualquier fórmula de esa índole verdadera en un mundo lo será en todos. Esta definición
garantiza que los objetos abstractos existen y codifican sus propiedades definitorias de manera
necesaria. Lo ​único que distingue a la codificación de la ejemplificación en términos
modelo-teóricos es que la primera vale en todo mundo posible si vale en alguno. De modo que su
uso puede suplirse introduciendo una modalidad de ejemplificación de propiedades
trasmundanalmente rígida, en consonancia con el axioma de codificación). Tercero: los objetos
abstractos son identificados en el modelo con conjuntos de propiedades y la codificación es
interpretada a partir de la relación matemática de pertenencia. (De aquí que, ​a fortiori, no pueda
excluirse que las propiedades codificadas según TO aparezcan ejemplificadas en el modelo de
Aczel-Zalta). Tal vez esto último explique la urgencia por declarar que “sería un error construir
los objetos abstractos como conjuntos de propiedades” y que, “con la consistencia de la teoría
asegurada”, cabe reasumir “que el mundo es como la teoría dice que es” (Zalta 1999: 13-14).
Esta urgencia es fundada: Zalta sabe muy bien que la relación de pertenencia no es redefinible en
TO (de nuevo, este tópico emergerá en la sección 5).
Aquella actitud (la de favorecer a las evidencias informales en detrimento de su
reconstrucción modelo-teórica) es generalmente legítima. Uno puede acudir a la teoría de
modelos para poner a prueba la capacidad expresiva o la coherencia interna de un sistema
axiomático, sin renunciar por esto a sus intuiciones como fuente última de evidencias sobre los
objetos del sistema. Pero deja de serlo cuando la teoría evaluada da motivos para pensar que la
teoría usada para evaluarla metateóricamente es literal y necesariamente falsa y que sus usuarios
tienen un mal concepto de la naturaleza de sus objetos. Para que una teoría T modele a otra T*, T
debe contar en primera instancia con una ontología plausible, es decir, ser ella misma satisfecha

120
por alguna estructura. Lo paradójico es que, en nuestro caso, T* (es decir, TO) excluye la
existencia de una estructura que satisfaga a T (es decir, TM); esto es, excluye ​prima facie su
propia modelabilidad. De hecho, la afirmación (modelo-teórica) ‘TO tiene modelo’ (o ‘TO es
satisfecha por el modelo de Aczel-Zalta’) es, de acuerdo con TO, necesariamente ​falsa, porque
proviene de la matemática y no de TO, es decir, es completamente ajena a la jerga metafísica
ligada a la noción de codificación. La propuesta de Linsky & Zalta envuelve un doble estándar:
por una parte, promueve una actitud ficcionalista hacia la teoría matemática en general (​e.g.,
hacia la afirmación de que 2 es par) y la teoría de modelos en particular (​e.g., hacia la afirmación
de que el modelo de Aczel-Zalta satisface los axiomas de TO). Por otra parte, recomienda
adoptar una actitud realista hacia las porciones de TO que se obtienen al traducir a su lenguaje la
teoría matemática y la teoría de modelos. Paradójicamente, el principal factor para legitimar
metodológicamente este cambio de actitud es el resultado ficcional de que TO tiene modelo. En
rigor, el de Linsky & Zalta no es un platonismo sino un ​ficcionalismo matemático; uno que oficia
de antesala heurística para justificar la pretensión de traducir la matemática a una metafísica
platonista en particular.

5. PP y la teoría axiomática de conjuntos

Por último, cabe remarcar que TO es incompatible con la teoría axiomática de conjuntos. Como
vimos a comienzos de la sección precedente, es teorema en TO:

(In) ∀R ∃​x ∃​y (​x ≠ ​y ∧ [⋋​z R​zx] = [λ​z R​zy]. Informalmente: para toda relación
binaria, hay objetos (abstractos) diferentes tales que la permutación sistemática de
estos objetos en la extensión de la relación determina una misma propiedad relacional.

También vimos que (In) puede ser pensado como un teorema de ​indiscernibilidad para objetos
(abstractos) ​diferentes. (En términos del modelo de Aczel-Zalta, la idea es que hay objetos
abstractos diferentes que tienen el mismo ​proxy). El problema es que la matemática está plagada
de relaciones íntimamente ligadas a la relación de identidad clásica y muchas de éstas juegan un
papel destacado en la propia metodología matemática. Tomemos un caso emblemático: la

121
relación de coextensionalidad, es decir, la relación que hay entre dos conjuntos cuando tienen
exactamente los mismos elementos. Sea entonces R la relación entre conjuntos tal que: R = [λ​z
∀​w (​x ∈ ​w ≡ ​z ∈ ​w)] y K la propiedad tal que: K​x ≡ ([λ​z zR​x] = K). Entonces:

(i) ∃​x ∃​y (​x ≠ ​y ∧ [λ​z ∀​w (​w ∈ ​x ≡ ​w ∈ ​z)] = [λ​z ∀​w (​w ∈ ​y ≡ ​w ∈ ​z)] (instancia de
(In))
(ii) ∃​x ∃​y (​x ≠ ​y ∧ [λ​z ∀​w (​w ∈ ​y ≡ ​w ∈ ​z)]​x (de (i), por def. de K)
(iii) ∃​x ∃​y (​x ≠ ​y ∧ ∀​w (​w ∈ ​y ≡ ​w ∈ ​x) (de (ii), por conversión lambda)
26
(iv) ∀​w (​w ∈ ​y ≡ ​w ∈ ​x) ⊃ ​x = ​y (Axioma de extensionalidad)
27
(v) ∃​x ∃​y (​x ≠ ​y ∧ ​x = ​y) (de (iii) y (iv), por ​modus ponens)

Contradicción. (Nótese que el axioma de conversión es aplicable al predicado [λ​z ∀​w (​w ∈ ​y ≡
w ∈ ​z)] a pesar de las restricciones sintácticas impuestas a TO, ya que no contiene subfórmulas
que expresen que algún objeto codifica alguna propiedad). Así, TO es lógicamente incompatible
con cualquier teoría de conjuntos de uso estándar y, como consecuencia de esto, Zalta no puede
validar en su teoría la tesis de que ​todos los objetos matemáticos lógicamente (intuitivamente)
posibles existen (necesariamente). Su metafísica expulsa del reino platónico a los conjuntos que
satisfagan (consistentemente) un criterio extensionalista de identidad. Y cabe tener en cuenta en
el plano metateórico que este resultado entra en flagrante tensión con la interpretación de ‘​xR’
bajo la suposición de que ​dg​(R) ​ ​dg​(​x) en el modelo de Aczel-Zalta. Zalta alude a una relación
imposible (la de pertenencia) para explicar el comportamiento de una relación presumiblemente
real (la de codificación) cuya caracterización corre por cuenta de los axiomas de la teoría que,
paradójicamente, declara la imposibilidad lógica de la primera.
En definitiva, los principios de comprehensión de TO no asignan una porción de cielo
platónico a ninguna teoría axiomática de conjuntos relativamente pedestre y, como consecuencia
de esto, no garantizan la existencia del ​plenum tentativamente necesario para explicar al modo
superplatonista la confiabilidad epistémica de nuestras creencias matemáticas (consistentes). Este

26
Informalmente: si dos conjuntos tienen exactamente los mismos elementos, entonces son el mismo conjunto.
27
El problema que nos atañe ya había sido reconocido por Zalta (1983). Anderson (1992: 27-28) obtiene una
antinomia análoga empleando el axioma de pares. Aquí se optó por el axioma de extensionalidad para simplificar la
exposición del problema.
122
resultado es extraño, porque lo mínimo que uno esperaría de una teoría de objetos como la de
Zalta es, justamente, que otorgue credenciales ontológicas a la teoría más prestigiosa de la
matemática moderna (ZF), y que capture la intuición superplatonista de que hay (al menos)
tantos dominios conjuntistas cuantas teorías de conjuntos (presumiblemente) consistentes.

123
10. Superplatonismo Q (“quineano”)

1. Introducción

Queda pendiente una estrategia que, a riesgo de “no tener nada” de superplatonista, es bastante
prometedora desde un punto de vista lógico-semántico. La estrategia que tengo en mente ahora
apela a la completitud de la lógica de primer orden.

2. Superplatonismo-Q

El teorema de completitud es:

(C) Toda teoría de primer orden consistente tiene modelo,

de lo cual se sigue trivialmente que, en principio:

(Q) Toda teoría ​matemática consistente formalizada en primer orden tiene modelo.

Uno podría pensar en base a esto que toda teoría matemática consistente (formulada en primer
orden) procura conocimiento de alguna colección de objetos abstractos, porque es altamente
plausible suponer que toda teoría de esa índole tiene modelo ​en el reino platónico. Ahora bien,
esto puede “sonar” superplatonista sólo a los oídos de quienes, siguiendo a Quine, consideren
que la lógica de primer orden es la única realización teórica que merece el mote de ‘lógica’, y
que la interpretación clásica de sus cuantificadores es un genuino criterio de ontología (quizá el
único admisible). Dada una teoría (presumiblemente) consistente como AP (la Aritmética de

124
Peano), podemos reconstruir sus axiomas y sus inferencias en el lenguaje cuantificacional
elemental. Pero, si AP es consistente, entonces se supone que ​hay una colección de entidades que
satisfacen las condiciones sobre objetos expresables en AP, así como una asignación de
significado a las expresiones extra-lógicas de las fórmulas surgidas de su formalización. En fin,
una vez que apelamos a la lógica de primer orden para regimentar las inferencias aceptadas por
los matemáticos, nos topamos con recursos para adjudicar una ontología (presumiblemente)
platonista a ​cualquier teoría matemática consistente; lo cual tiene cierto sabor a plenitud.
Tengo dos objeciones a esta estrategia. En primer lugar, su desarrollo pervierte la idea
superplatonista originaria; en segundo lugar, su seguimiento ni siquiera solicita la postulación de
entidades ​abstractas.
Para responder a Benacerraf, Balaguer y Zalta no pretenden solamente garantizar la
satisfacibilidad de cualquier teoría matemática consistente. Ciertamente, el objetivo compartido
es explicar el conocimiento de realidades metafísicamente aisladas de nosotros. Pero, al formular
sus epistemologías, ambos tomaron seriamente en cuenta las nociones y las intuiciones de los
propios matemáticos, es decir, los hechos que los expertos “tienen en mente” al usar una teoría
matemática específica o al estudiar una rama dada de la matemática. Por ejemplo, un matemático
versado en ZF busca típicamente desplegar sus nociones e intuiciones ​conjuntistas. Ahora bien,
(Q), en combinación con la versión descendente (LS↓) del teorema de Löwenheim/Skolem (LS)
28
, implica que ​todas las teorías matemáticas (consistentes formalizadas en primer orden) son
modelables en un dominio ​contablemente infinito (paradigmáticamente, el dominio de los
números naturales), incluyendo a las teorías que, presumiblemente, versan sobre conjuntos o
números reales y que, como consecuencia de esto, no son ​intuitivamente (preteoréticamente)
modelables en dominios de esa índole.
Veamos un caso. Es teorema en ZF que ∃​x (​x es incontable). Sin embargo, se sigue de
(LS↓) que ZF tiene algún modelo infinito ​contable. Así, un teorema de existencia de conjuntos
incontablemente infinitos viene modelado en algún dominio contablemente infinito. Y una

28
(LS) establece que ninguna estructura infinitaria es isomórficamente caracterizable en un lenguaje de primer orden
contable. Su correlato “descendente” es: (LS↓) Si un conjunto de oraciones formuladas en un lenguaje de primer
orden contable tiene modelo, entonces tiene un modelo infinito contable (es decir, un modelo con un dominio de la
cardinalidad del dominio de los números naturales).
125
afirmación que versa intuitivamente sobre ​conjuntos es perfectamente modelable en un dominio
de ​números. Sin embargo, forma parte de la idea superplatonista que las teorías matemáticas
consistentes “describen con verdad partes del reino matemático ​con las que se corresponden de
un modo muy natural, esto es, [partes del reino matemático] acerca de las cuales son (...)
intuitivamente y sin rodeos (​straightforwardly)” (Balaguer 1998: 190, nota 10; bastardilla en el
original). Por lo tanto, (Q) no es una buena alternativa para rehabilitar la pintura superplatonista.
Pero el tándem (Q)-(LS↓), no sólo excluye la posibilidad de tomar en serio las
intenciones e intuiciones de los matemáticos, sino que su uso ni siquiera exige o solicita abrazar
una ontología de ​objetos abstractos. Por empezar, es plausible suponer que:

(E) Hay una región espaciotemporal ​R tal que ​R es una clase de puntos discretos con elemento
inicial ​i yacentes sobre una línea recta y la distancia entre puntos adyacentes en ​R es siempre
uniforme.29

Por otra parte, es relativamente sencillo definir la relación de sucesor y las operaciones de suma
y multiplicación en ​R (véase Shapiro 1983: 230, nota 10). Dado que la aritmética de primer
orden es modelable en ​R, (LS↓) implica a la luz de (E) que:

(QE) Toda teoría matemática de primer orden tiene modelo ​en el espaciotiempo.

La ontología de la matemática acreditable a la luz del teorema de completitud para la lógica de


primer orden no es consustancial con el platonismo. Por lo tanto, esa lógica, con su metateoría
usual, no es una vía legítima para rehabilitar la estrategia de los platonistas plenos.

29
Aquí estoy simplificando la definición de la noción de región espaciotemporal uniformemente espaciada de Field
(1980: 65). El detalle es irrelevante para lo que quiero hacer ahora: aprovechar el costado ontológico de esa noción
para modelar en un dominio físico la aritmética elemental y, por la vía skolemista, garantizar la satisfacibilidad
espaciotemporal de cualquier teoría matemática (presumiblemente) consistente (formulada en primer orden).
126
IV. Matemática, metafísica y ontología

The typical mathematician is a Platonist on weekdays and a formalist on


Sundays. That is, when he is doing mathematics he is convinced that he is
dealing with an objective reality whose properties he is attempting to
determine. But then, when challenged to give a philosophical account of
this reality, he finds it easiest to pretend that he does not believe in it
after all.

Davis and Hersh (1981: 321)

127
Capítulo 11. Conclusiones.

1. Introducción

En este capítulo hago lugar a las ramificaciones filosóficas de los resultados de los capítulos
precedentes. Propongo una clasificación abstracta de las estrategias plausibles en el espacio
lógico de las respuestas al problema de Benacerraf y aprovecho esa clasificación para sugerir y
esbozar una refutación (epistemológica) del platonismo matemático. Por último, hago algunas
apreciaciones acerca de la metafísica de la matemática y el estatus del platonismo. Para sorpresa
del lector o la lectora, estas apreciaciones envuelven una defensa del platonismo matemático,
aunque acotada a los niveles semántico y metodológico.

2. Panorama de los resultados obtenidos

Parte de lo que sostiene el platonismo acerca de la matemática es que sus teorías reflejan
propiedades de objetos existentes fuera del espaciotiempo. Esta visión goza de un innegable
prestigio intuitivo (nunca bien ponderado): prefilosóficamente, solemos juzgar que las oraciones
matemáticas son verdaderas o falsas en virtud de un factor independiente de nosotros y de la
realidad material. Nadie en su sano juicio se preguntaría: ¿dónde está el número 2? O bien:
¿desde cuándo es par? Análogamente, tampoco tiene sentido pretender que ‘2 es par’ quedaría
refutada si nadie tuviese un concepto del número 2 y su paridad.
Esto no quiere decir que los matemáticos sean platonistas, o que tengan siquiera noción
del reino platónico. Tampoco implica que el platonismo sea una suerte de metafísica válida por
default. El dato es que el comprometerse con entidades abstractas es un componente inicialmente
indispensable en cualquier reconstrucción responsable del concepto de ​verdad de los
matemáticos.
El problema surge cuando nos preguntamos ¿cómo accedemos a las condiciones

128
veritativas de las teorías matemáticas, dado que, presumiblemente, sobrevienen a partir de
entidades existentes fuera del espaciotiempo? El mérito de Benacerraf reside precisamente en
haber desentrañado la tensión existente entre la exigencia de una semántica platónica para la
matemática (una semántica consistente con las intuiciones preteóricas asociadas al
funcionamiento normal del predicado veritativo de los matemático) y la exigencia de explicar el
acceso a sus condiciones de verdad en el marco de una epistemología razonable.
En este trabajo vimos que, hasta el momento, los platonistas no han dado una respuesta
satisfactoria al problema epistemológico de su doctrina; que no han logrado dilucidar cómo es
posible adquirir conocimiento de entidades no-espaciotemporales como números y conjuntos. En
particular, vimos: (i) que la refutación del argumento epistemológico enterrado en el artículo de
Benacerraf no evita ni alivia el problema (y que las dificultades filosóficas asociadas al concepto
de conocimiento o creencia confiable no justifican el aplazamiento de los esfuerzos por
resolverlo o, cuanto menos, por concebir mínimas condiciones de accesibilidad metafísica a
objetos abstractos); (ii) que los platonismos tradicionales o no-plenos (los platonismos ortodoxo,
causal, científico y epistémico) sucumben irremediablemente al problema de Benacerraf; y (iii)
que el superplatonismo gesta sus recursos explicativos a costa de un criterio de plenitud
inaceptable o pobre. Un criterio lógico-metafísicamente desastroso (como el criterio FBPista), o
uno que no deja florecer ontológicamente a ​todas las teorías matemáticas consistentes (como el
criterio PPista). (En conexión con el superplatonismo, vimos algo más: vimos también (iii*) que
la estratagema de Balaguer-Zalta no puede ser rehabilitada apelando al resultado de
satisfacibilidad para teorías de primer orden consistentes). Esquemáticamente, (i)-(iii) -o,
alternativamente, (i)-(iii*)- reflejan los resultados fundamentales de esta tesis.
Uno de los objetivos planteados a comienzos de este trabajo ha sido el de ​demostrar (o
establecer de manera relativamente concluyente) que el platonismo matemático hace imposible
explicar el conocimiento matemático. Ahora bien, los resultados sindicadas en el párrafo
precedente abonan sólidamente la sospecha de que el platonismo matemático es incompatible
con el hecho de que los seres humanos tenemos conocimiento matemático. Es más: esos
resultados parecen auspiciar una suerte de refutación ​material del platonismo matemático; es

129
decir, una refutación subsidiaria del rechazo de cada una de sus variantes epistemológicas
históricamente recurrentes (o más representativas o mejor establecidas en la literatura). En vista
de esto, no sería un despropósito completar el cuadro de situación planteado en el primer párrafo
de este trabajo (es decir, extraer un par de conclusiones acerca de la metafísica y la ontología de
la matemática con base en consideraciones relativas al lugar que, en mi opinión, ocupa el
platonismo en la filosofía general de la matemática) y dar por culminada mi labor.
Pero, antes de terminar, quisiera mostrar que esta investigación da elementos suficientes
para refutar el platonismo matemático en un sentido estricto, es decir, trascendiendo el umbral de
las epistemologías platonistas forjadas de hecho a lo largo de la historia de la filosofía. Para
motivar esta posibilidad, argumento en próximas secciones: (α) que la pretensión de usar el
problema de Benacerraf para ​refutar el platonismo matemático es novedosa (sección 3); (β) que
los resultados de esta investigación constituyen ingredientes importantes en una receta para
alcanzar esa refutación (sección 4); (γ) que, para alcanzarla ​de hecho, basta en principio con
hacer dos cosas: (a) catalogar y desplegar los supuestos metafísicos admisibles en el espacio
lógico de las respuestas plausibles al planteo epistemológico de Benacerraf y (b) forjar un
método para contrastar sistemáticamente ese despliegue a la luz de los resultados obtenidos en
los capítulos precedentes de este trabajo (sección 5).

3. ¿Qué tienen en mente los antiplatonistas?

Empecemos por (α). Una cuidada lectura de la bibliografía disponible pone en evidencia que,
hasta ahora, nadie se había propuesto usar o reformular el planteo de Benacerraf para ​refutar el
platonismo matemático. Esto puede resultar sorpresivo, pero el hecho es que los antiplatonistas
suelen conformarse con cargar un poco las tintas y promover en su favor la continuidad del
debate (​i.e., provocar a su adversario a la reelaboración o la revisión de sus puntos de vista) o, en
el mejor de los casos, ingeniar algún desplante elegante (​i.e., inaugurar una nueva modalidad de
ataque, o fortalecer de manera novedosa otra ya consagrada en la literatura). (La excepción en
este punto, desde una perspectiva histórico-crítica, es Aristóteles. Aristóteles se propuso

130
seriamente refutar el realismo de Platón en base a razonamientos relativos a la inconcebibilidad
de las Formas como sustancias relevantes para la articulación de una metafísica de la naturaleza;
véase, por ejemplo, ​Metafísica 991a. Pero esta línea de ataque ya no es compatible con la
concepción actual de los objetos abstractos -con excepción, quizá, de la concepción de Callard-
y, como consecuencia de esto, el planteo aristotélico no atañe a la objeción epistemológica contra
el platonismo tal como fuera contemporáneamente forjada). Cuando el objetivo es mantener
vigente la dinámica de la discusión, proceden a defender una actitud o un manojo de intuiciones
propias (​e.g., la intuición de que la matemática es ficcional, o refleja formalmente modalidades
vigentes en el mundo físico, o lo que sea), o bien pasan a atacar una tesitura o un formato
argumental consagrado en la literatura especializada (​e.g., el denominado ‘argumento de la
indispensabilidad de Quine-Putnam’). Y, al hacerlo, no se detienen a evaluar de manera
sistemática las contra-réplicas plausibles a sus objeciones, o la posibilidad de elaborar
ramificaciones o giros razonables en la postura atacada, con lo cual sus críticas no adquieren ni
una pizca de fuerza refutatoria.
De hecho, dos de los más acérrimos antiplatonistas -Hartry Field y Philip Kitcher-
juzgaron ​factible eludir el problema epistemológico de los objetos matemáticos o, al menos,
aplazar racionalmente la búsqueda de una respuesta satisfactoria al respecto. En rigor, ni siquiera
el célebre texto de Benacerraf permite extraer una conclusión pesimista en la materia. Benacerraf
sólo se propuso “ayudar a contribuir con” la búsqueda de una solución a los problemas
filosóficos de la matemática, “poniendo de relieve algunos de los obstáculos que permanecen en
su camino” (Benacerraf 1973: 663). Field ha reconocido y hecho suyas las modulaciones de
Benacerraf, aunque sin abandonar su escepticismo inicial. “Al igual que Benacerraf, me abstengo
de hacer cualquier afirmación radical acerca de la ​imposibilidad de la explicación requerida”.
(Field se refiere a la pretensión de explicar conjunta y adecuadamente la verdad y el
conocimiento matemáticos, es decir, encontrar una salida al dilema de Benacerraf). “Sin
embargo -prosigue- no soy en absoluto optimista acerca de las perspectivas de suministrarla”
(Field 1989: 27; la bastardilla me corresponde). Con todo, nuestro autor llegó a sugerir que “tal
vez (...) algún tipo de explicación no-causal de la correlación [entre creencias y hechos

131
matemáticos] sea posible” (Field 1989: 231). Por su parte, Kitcher negó que el problema
epistemológico de los objetos matemáticos constituya “un argumento decisivo contra el
Platonismo”; a su juicio, los platonistas “serían racionales al admitir que su teoría es incompleta
en varios aspectos, que hay “problemas de investigación” por resolver” (Kitcher 1984: 104).
Cabe además tener en cuenta que dos de los más destacados defensores del platonismo
matemático -Mark Balaguer y Edward Zalta- han descartado expresamente la posibilidad de
establecer o refutar el platonismo matemático. De hecho, Balaguer y Zalta suscriben a una suerte
de ​anti-factualismo que niega la existencia de alguna evidencia relevante para zanjar la disputa
platonismo vs. antiplatonismo matemático. Según Balaguer, “parece bastante plausible suponer
que visiones metafísicas perennes como el platonismo y el antiplatonismo no pueden ser ni
establecidas ni refutadas” (Balaguer 1998: 158). A juicio de Zalta, los axiomas de la mejor teoría
de objetos (presuntamente, TO) admiten una lectura platonista y una lectura antiplatonista (de
corte ficcionalista), pero ninguna de ellas exhibe una ventaja manifiesta sobre la otra en lo que
hace al tratamiento de los problemas filosóficos de la matemática, lo cual apunta al vacío factual
del debate de fondo. “[S]i no hay un ​fact of the matter acerca de cuál de las lecturas de [TO], la
platonista o la ficcionalista, es la correcta, entonces (...), por ‘descenso semántico’, (...) no hay
fact of the matter acerca de si existen objetos abstractos” (Zalta 2000: 46-47, nota 50).

4. Hacia una refutación del platonismo matemático

Pasemos a (β). El objetivo ahora es mostrar que los resultados de los capítulos precedentes
auspician en alguna medida la pretensión de refutar el platonismo matemático; es decir, la
pretensión de demostrar que el platonismo matemático es irremediablemente falso, ​dado que los
seres humanos tenemos conocimiento matemático.
Es poco probable que haya una vía de respuesta al problema de Benacerraf ajena a los
platonismos estudiados y rechazados en este trabajo (el platonismo ortodoxo, el causal, el
científico, el platonismo epistémico y el superplatonismo). Los presupuestos más elementales
para la articulación de una epistemología platonista se reducen a tres (y cabe adelantar que todos

132
ellos fueron explorados sistemáticamente a lo largo de los capítulos precedentes): (a) los seres
humanos podemos incursionar epistémicamente en el reino platónico a pesar del aislamiento
causal de ese reino; (b) los objetos matemáticos nos afectan de algún modo; (c) adquirimos
conocimiento del reino platónico sin entrar en contacto con (o ser afectados por) sus objetos. En
el caso de (c), las posibilidades son: (c1) ​restringir la ontología matemática en función de las
demandas de la ciencia (es decir, abrazar el platonismo científico); (c2) dejar intacta la cuestión
ontológica y tratar de explicar el conocimiento de objetos matemáticos a la luz del
funcionamiento interno de nuestro aparato cognitivo (es decir, abrazar el platonismo epistémico);
o bien (c3) ​expandir la ontología matemática, de modo tal que se obtengan las condiciones
veritativas platonistas de cualquier teoría matemática (presumiblemente) consistente (es decir,
abrazar el superplatonismo).
Estas consideraciones no bastan para dar curso a una ​refutación. En primer lugar, la
suficiencia de los ​criterios para clasificar platonismos debe estar respaldada en consideraciones
que vayan más allá del manejo responsable de un manojo de intuiciones. En segundo lugar, hay
que buscar criterios ulteriores para recortar el espectro de las posibilidades epistemológicas
inmanente a cada uno de esos platonismos; es decir, el espacio lógico de las explicaciones del
conocimiento matemático admisibles dentro de cada uno de ellos. Satisfacer estos requisitos no
ha de ser nada sencillo, pues exige, en última instancia, contar con recursos para forjar una suerte
de ​historia ​ideal del platonismo matemático; es decir, una caracterización del decurso doctrinario
que cabría proyectar en el límite de lo concebible si la búsqueda de respuestas plausibles al
planteo epistemológico de Benacerraf fuera a extenderse ​para siempre (por así decir).
La pregunta es: ¿cómo esbozar una estrategia genuinamente refutatoria? En particular,
¿cuál ha de ser el esquema de una taxonomía ideal de epistemologías platonistas? Para responder
a estas preguntas, mi objetivo en la próxima sección será satisfacer (γ), es decir, abrir una vía
refutatoria catalogando las maniobras metafísicamente factibles en el espacio lógico de las
respuestas al planteo de Benacerraf.

5. Un recorrido refutatorio del espacio lógico de las epistemologías platonistas

133
Pasemos entonces al punto (γ). La estrategia que tengo en mente reúne dos exigencias: (1) volcar
los posibles supuestos ​metafísicos relativos a sujetos y objetos combinables en una epistemología
platonista de la matemática y (2) mostrar que ninguna combinatoria de supuestos relevante (en
cualquiera de sus variedades plausibles) allana el camino para responder a Benacerraf.
Ulteriormente, habrá que mostrar que las epistemologías refutadas en este trabajo agotan el
espectro de las combinatorias analizadas (y sus respectivas variedades locales).
Empecemos por (1). Respecto de nosotros, cabe adoptar (i) una visión fisicalista (​i.e.,
concebirnos como criaturas completamente espaciotemporales) o (ii) una visión dualista (​i.e.,
concebirnos como sujetos cartesianos). En cuanto a los objetos matemáticos, cabe suponer (a)
que constituyen objetos no-espaciotemporales y no-causales, o bien (b) objetos
no-espaciotemporales pero causales eficientes (aunque imperceptibles), o bien (c) objetos
parcialmente espaciotemporales y -como consecuencia de esto- causalmente eficientes (y
perceptibles). Las combinaciones relevantes aquí son: (i)-(a), (i)-(b), (i)-(c) y (ii)-(a).30 De modo
que, para satisfacer (2), debo mostrar que estas combinaciones, así como sus ramificaciones
racionales, o bien ya fueron expresamente consideradas y refutadas en este trabajo, o son
fácilmente refutables extendiendo de manera relativamente trivial las críticas epistemológicas ya
realizadas.
El tándem (i)-(a) está en la base de la epistemología de Penrose, el platonismo científico,
el platonismo epistémico y el superplatonismo. El tándem (i)-(b) condensa lo esencial de la
epistemología de Callard, mientras que (i)-(c) condensa lo esencial de la epistemología de
Maddy. Por último, el tándem (ii)-(a) recoge el núcleo de la epistemología de Gödel. Toca ahora
investigar con mayor rigor las ramificaciones de estas combinaciones de supuestos y demostrar
que no escapan a los desarrollos críticos de los capítulos precedentes.
Primero, tendría que mostrar que la epistemología de Penrose, el platonismo científico, el
platonismo epistémico y el superplatonismo constituyen las únicas elaboraciones inicialmente

30
Las combinaciones (ii)-(b) y (ii)-(c) son irrelevantes. El que seamos seres (al menos parcialmente) inmateriales
carece de importancia si lo que se pretende explicar es el conocimiento de objetos parcialmente materiales y/o
causalmente poderosos.
134
factibles del tándem (i)-(a), o bien reconstruir y despachar desarrollos alternativos. Aquí me
limitaré a dar algunas sugerencias (breves y esquemáticas) para desplegar la primera de estas
opciones.
Si el conocimiento de objetos matemáticos no ha de involucrar ninguna forma de
contacto (causal) con (o acceso intuitivo penroseano o gödeliano a) esos objetos, las alternativas
son: (A) cifrar la confiabilidad de nuestras creencias matemáticas en la confiabilidad de los
recursos cognoscitivos involucrados en su adquisición, o bien (B) generar un criterio de
ontología que garantice la factura de esas creencias independientemente de consideraciones
relativas a cuestiones estrictamente cognoscitivas.
Empecemos por (B). Como ya vimos, las opciones son dos: ​restringir los compromisos
platonistas en virtud de las demandas ontológicas de la ciencia, o bien, ​expandir esa ontología
para garantizar la confiabilidad de cualquier teoría matemática consistente. Honestamente, no
veo cómo generar algún criterio alternativo a estos, a menos que se considere que la aceptación
de una teoría por parte de los matemáticos -en lugar de su aplicabilidad científica, su consistencia
o la plenitud del reino platónico- es un indicio confiable de la existencia (y accesibilidad) de sus
objetos. Pero, suponiendo que sea relevante, esta suerte de ​platonismo trivial es fácilmente
refutable. Una vez asumido sin más preámbulos que los matemáticos producen regularmente
creencias verdaderas y que ese hecho es fundacional desde un punto de vista ontológico,
renunciamos a dar una ​explicación del conocimiento matemático. De hecho, la factura
epistémica de las creencias matemáticas pasa a constituir una suerte de ​factum brutum en base al
cual decidir la factura ontológica de las teorías matemáticas.
En cuanto al platonismo científico, me cuesta imaginar alguna maniobra alternativa a las
desplegadas por Colyvan y Resnik. Pues, en este contexto, o bien ciframos la confiabilidad de la
matemática aplicada en la confirmación global de la ciencia empírica, o bien en la necesidad de
presuponer un montón de matemática para formular teorías empíricamente adecuadas
(verosímiles o no). En otras palabras, las opciones en la materia son: la combinación
(especulativa) de holismo semántico y realismo científico, y la combinación (pragmática) de
separatismo confirmatorio y neutralidad metacientífica. Fuera de estas combinaciones, se hace

135
difícil concebir una filosofía general de la matemática aplicada que (a) sea (al menos) compatible
con el platonismo y (b) sea (​prima facie) relevante para responder al problema de Benacerraf. Y
cabe señalar en este sentido que el pragmatismo de Resnik permite a los platonistas matemáticos
abrazar el antirrealismo científico (si así lo desean o consideran conveniente).
Debo argumentar ahora que las epistemologías de tipo Balaguer-Zalta agotan en buena
medida el espacio lógico de las maniobras genuinamente superplatonistas. Podemos desplegar la
idea superplatonista (a) adoptando un principio de proliferación de entidades que garantice la
confiabilidad de cualquier teoría matemática consistente, o bien (b) alegando que la mera
consistencia de una teoría (puramente) matemática es un indicio fehaciente de la existencia de
sus objetos. (La opción (b) fue expresamente sugerida por David Papineau al modo de un
postulacionismo matemático).31 En el primer caso, la plenitud del reino matemático podrá ser
concebida como un aspecto modalmente fortuito de la realidad (en la línea de Balaguer), o bien
como un aspecto común a todo mundo posible (en la línea de Zalta). Mientras que la inferencia
desde la consistencia hacia la existencia de objetos puede sustanciarse en torno a la completitud
de la lógica de primer orden. (No obstante, vimos en el capítulo 10 que esta última alternativa
pervierte la intuición subyacente en las propuestas de tipo Balaguer-Zalta, al punto de que un
sujeto como Quine -para quien los números naturales son ontológicamente respetables y la
metateoría de la lógica de primer orden revela las propiedades sustantivas de la inferencia
matemática correcta- podría ser calificado como superplatonista en ese contexto).
Ciertamente, podría replicarse que el criterio de plenitud puede ser desplegado en
términos de necesidad ​nomológica o ​conceptual y que estas opciones no han sido contempladas
aquí. Pero estas variaciones son contraintuitivas y, además, no devolverían ninguna plausibilidad
al superplatonismo, porque las deficiencias reportadas en FBP y PP son independientes de la
modalidad puesta en juego; siempre que, en la línea de FBP u otra relevantemente similar,
apelemos a otros tipos de contingencia (nomológica, conceptual, metafísica) y, en la línea de PP
u otra relevantemente similar, apelemos a otros tipos de necesidad (nomológica, conceptual,
metafísica.

31
El núcleo del postulacionismo es que “ninguna justificación ulterior es necesaria para una teoría matemática
además de la consistencia de sus postulados” (Papineau 1993: 178).
136
También podría replicarse que las epistemologías superplatonistas refutadas en este
trabajo no agotan las explicaciones plausibles del conocimiento matemático basadas en criterios
de proliferación para entidades. Después de todo, autores de orientación meinongiana como
Graham Priest y Richard Routley (o Sylvan) forjaron teorías de objetos que, ​prima facie, asignan
condiciones veritativas objetivas a cualquier teoría matemática no-trivialmente inconsistente (​cf.
Priest 2003b y Sylvan 2003), incluyendo a las teorías matemáticas paraconsistentes de
Mortensen y el propio Priest (​cf. Mortensen 1995 y Priest 2003a). Y, desde el momento en que el
meinongianismo es una mera variante terminológica del platonismo32 , pareciera ser que han
quedado descartadas algunas epistemologías factiblemente superplatonistas. Pero, en rigor, la
única novedad que depara el meinongianismo radica en desafiar nuestras intuiciones acerca de lo
matemáticamente posible.33 Con la dificultad extra de que, cuando se les solicite un ​criterio de
plenitud pertinente, sus partidarios lamentarán la ausencia de nociones lógico-modales que
permitan plasmar al modo de un principio ontológico (​i.e., un principio de proliferación de
entidades) la existencia de objetos matemáticos de todas las variedades no-trivialmente
concebibles.34
Pasemos ahora al punto (A). Lo que debo argumentar ahora es que las epistemologías de
Katz, Parsons, Hale-Wright, Hale-Shapiro y Resnik-Shapiro (es decir, el conceptualismo, el
sintacticismo, el abstraccionismo, el apriorismo y el estructuralismo) saturan en buena medida el
espacio lógico de las variantes del platonismo epistémico.
La defensa del platonismo epistémico puede darse por dos vías: o bien sustentando la
factura de nuestras creencias matemáticas en intuiciones o nociones relativas a entidades
empíricas (o los compromisos platónicos-existenciales presupuestos en oraciones empíricas, por

32
Priest (2003b) ha sostenido (erróneamente, a mi entender) que la existencia de teorías matemáticas inconsistentes
pero no-triviales favorece al meinongianismo matemático en detrimento del superplatonismo. Mis discrepancias
radican en que -en efecto- (a) el meinongianismo no es más que una variante terminológica del platonismo (cuando
los segundos aluden a objetos no-espaciotemporales, los primeros hacen un mal uso del verbo ‘existir’ y aluden a
objetos no-existentes) y (b) no hay nada interno a la doctrina platonista que inhiba la postulación de objetos
inconsistentes (más allá de los reparos o las preferencias de sus partidarios).
33
Por ejemplo, en algunas teorías de números paraconsistentes, 0 se comporta como un objeto paradójico, en el
sentido de que 0 = 0 & 0 ≠ 0.
34
Esto es lo que uno esperaría expresar en virtud de alguna versión convenientemente debilitada del principio de
caracterización de Meinong. Sobre las dificultades que suscita este desiderátum, ​cf. Priest (2005: 83 y ss).
137
emular la ocurrencia de Wright), o bien aduciendo recursos puramente conceptuales o
capacidades de elaboración conceptual independientemente confiables.
En el primer caso, las entidades pertinentes pueden ser: los objetos físicos ordinarios
(cuando se juzgue que algunas colecciones de objetos físicos reproducen interrelaciones vigentes
en estructuras, en la línea de Resnik-Shapiro), o las propias entidades sintácticas del lenguaje
matemático (cuando se juzgue que los símbolos matemático son fuentes de intuiciones acerca de
las condiciones de satisfacibilidad de teorías matemáticas, en la línea de Parsons), o entidades
sensibles (de cualquier índole) cuya consideración permita abstraer las condiciones veritativas de
oraciones matemáticas (cuando se juzgue que algunas oraciones empíricas con sus compromisos
platónicos subyacentes comparten las condiciones veritativas de oraciones matemáticas, en la
línea de Hale, Wright y otros). Honestamente, no veo qué otro aspecto del conocimiento del
mundo externo podría oficiar de precursor epistémico para el conocimiento de objetos
matemáticos. (Con todo, el ​identificar la primera de aquellas opciones con el estructuralismo de
Resnik-Shapiro puede parecer apresurado. Después de todo, es racional suponer que los seres
humanos alcanzamos algún conocimiento de ​objetos matemáticos individuales (​e.g.,
conocimiento de que 2 es par) al evaluar aspectos comunes a objetos físicos o colecciones de
objetos fìsicos. Pero, de hecho, ya he caracterizado y refutado esta estrategia, porque argumenté
(en el capítulo 7, sección 6) que el estructuralismo matemático -o, al menos, la variante del
platonismo matemático estructural que goza de alguna plausibilidad metafísica inicial- es
simplemente una variante terminológica del platonismo de objetos tradicional).
Veamos ahora cuáles son las alternativas para sustentar la confiabilidad de la matemática
en un plano puramente inmanente o conceptual. Las opciones aquí son el ​nativismo (katziano) y
el ​apriorismo (adoptado, entre otros, por Hale y Shapiro). El nativismo es la visión de que los
conceptos necesarios para forjar creencias platónicas confiables son “constituyentes inherentes a
nuestras facultades cognitivas o son derivables a partir de conceptos (...) inherentes sobre la base
de principios que también pertenecen a esas facultades” (Katz 1998: 35).35 El apriorismo es la

35
Esta idea tiene como antecedente la tesis chomskyana de que los seres humanos tenemos conocimiento innato de
la estructura gramatical del lenguaje natural y de los principios necesarios para la adquisición de la competencia
lingüística.
138
visión de que el conocimiento de que -por ejemplo- 2 es el sucesor de 1 es confiable porque la
representación del 2 como sucesor de 1 forma parte de la información elemental contenida en el
concepto del número 2 y ‘el sucesor de 1’ es definicionalmente equivalente a ‘2’. Honestamente,
no puedo concebir otra manera de cifrar la adquisición de representaciones o intuiciones
matemáticas independientemente de condiciones o componentes empíricos.
Ahora bien, podría replicarse que el nativismo y el apriorismo contemporáneos no agotan
las opciones epistemológicas “inmanentistas”; que el (plausible) platonismo cartesiano36 y -quizá
en menor medida- la teoría platónica de la reminiscencia concentran algunos rasgos importantes
de esas opciones. Pero la epistemología platonista atribuible hoy día a Descartes (y lo mismo
podría decirse de ​cualquier epistemología racionalista interpretable ​more Platonico) sólo se
distingue de la epistemología katziana en aspectos irrelevantes para la búsqueda de una respuesta
al problema de Benacerraf37 (​e.g., Descartes parece abrazar una concepción de las verdades
matemáticas al modo de leyes o decretos divinos).38 Por otra parte, la apelación a la
reminiscencia platónica es, en rigor, subsumible (por refutable) bajo la estrategia platonista
ortodoxa, en su variante gödeliana, con lo cual sería un descuido clasificarla bajo la égida del
platonismo epistémico. Los seguidores ortodoxos de Platón fundamentan la “aprioridad” del
conocimiento matemático en la intelección eidética de las Formas previa a la vida corporal. Pero
esta intelección supone la existencia de un nexo de transferencia de información desde entidades
abstractas (Formas platónicas) hacia la mente -o el “alma”- humana. No han faltado variantes

36
La tesis cartesiana es que las ideas matemáticas representan esencias inmutables y eternas y que su existencia en
nosotros es independiente de la experiencia. No obstante, se ha discutido mucho acerca del estatuto ontológico de
esas esencias. Para algunos intérpretes de orientación aristotélica, tienen existencia objetiva pero no subsisten con
independencia de sus instanciaciones. Para otros de orientación platónica, son entidades existentes fuera del
espaciotiempo. Bueno & Da Rosa (2008) optan por una alternativa heterodoxa: desde su punto de vista, las ideas
matemáticas cartesianas son innatas en el sentido de que la mente tiene la disposición inmanente a formarlas bajo
circunstancias adecuadas y las esencias mentadas por ellas “son sólo modos de concebir las cosas”. Cualquiera sea la
evolución del debate, basta con que el elemento inmanentista resulte genéricamente indisputable y el elemento
platonista plausible para que la epistemología cartesiana de la matemática amerite ser tenida en cuenta en este
trabajo. En otras palabras: poco importa si Descartes fue o no un platonista matemático. El punto es que su doctrina
admite claramente una interpretación o ramificación platonista.
37
De hecho, la jerga katziana ligada a la intelección apriorística de “propiedades inmutables de objetos inmutables”
a partir del despliegue de nociones o conceptos inmanentes a nuestro aparato cognitivo tiene un fuerte sabor
cartesiano.
38
Sobre la concepción legaliformista de las verdades matemáticas en Descartes y su importancia para el debate
platonismo vs. antiplatonismo en torno al estatuto de las esencias matemáticas, ​cf. Schmaltz (1991).
139
contemporáneas de esta idea. Un lógico muy reconocido en nuestros días sostuvo alguna vez que
hay “cosas que (...) sólo pueden ser captadas (​grasped) por el intelecto: no pueden ser vistas,
tocadas, saboreadas, escuchadas u olidas pero pueden ser conocidas (​known)” (Hunter 1994:
151). De hecho, se ha querido responder a Benacerraf recientemente aduciendo que la
estructuración del pensamiento depende de la existencia objetiva de entidades abstractas y de la
aprehensión intelectual de esas entidades (Robinson 2011). Todo lo cual guarda diferencias
epistemológicamente irrelevantes con respecto a los lineamientos epistemológicos de Platón y
Gödel (al menos en lo que respecta a la búsqueda de una respuesta al problema de Benacerraf).
Mi sugerencia en este punto es considerar a la visión de Gödel como representativa de la
estrategia de tomar epistemológicamente en cuenta el tándem (ii)-(a) y, por derivación, como
representativa de las epistemologías de Platón, Hunter, Robinson y demás platonistas ortodoxos
(dualistas). Análogamente, creo que podríamos considerar a la visión de Callard como
representativa de la estrategia de tomar epistemológicamente en cuenta el tandem (i)-(b) y, por
derivación, como representativa de cualquier intento de rebatir a Benacerraf atribuyendo poderes
causales a objetos no-espaciotemporales. El motivo es que difícilmente pueda emprenderse un
proyecto como el de Callard sin sucumbir a los lineamientos críticos dirigidos a la propuesta de
este autor. Tal vez haya espacio para disputar algún detalle de mis objeciones contra el concepto
de causación platónica instantánea, pero creo que, a fin de cuentas, nadie podrá salvarla de la
inconcebibilidad.
Mutatis mutandis, lo mismo vale para la visión de Maddy en conexión con la estrategia
de adoptar el tandem (i)-(c). El realismo maddyano puede ser tomado como representativo de
cualquier intento de rebatir a Benacerraf postulando objetos matemáticos (parcialmente)
espaciotemporales. El motivo es que, más allá de los detalles de rigor, difícilmente se pueda
atribuir espaciotemporalidad y eficacia causal a entidades matemáticas (particulares o
propiedades) y sobrevivir a las tensiones metafísicas y epistemológicas que emergen al declarar
su irreductibilidad a lo material. Con las reservas del caso, estas tensiones subsisten en (las
interpretaciones platonistas de) los realismos matemáticos de raíz empirista profesados por

140
Jaegwon Kim (1981, 1982) y John Bigelow (1988).39 No obstante, la vía refutatoria más intuitiva
en conexión con los realismos de esta índole es la que se adoptara en el capítulo 7 de este trabajo,
al lidiar con la epistemología de Resnik, porque, al igual que este autor, Kim y Bigelow
consideran que hay propiedades matemáticas genuinamente instanciadas en el mundo físico y
que la experiencia con estas instancias está detrás de la formulación y las condiciones de
confiabilidad de las disciplinas matemáticas tradicionales (fundamentalmente, la aritmética y la
teoría de conjuntos). Lo distintivo del planteo de Resnik pasa más bien por la inflación
metodológica del concepto de patrón.
Con estas consideraciones culminan mis argumentos para establecer (2), es decir, para
mostrar que las combinaciones metafísicas (i)-(a), (i)-(b), (i)-(c) y (ii)-(a), así como sus
ramificaciones plausibles, ya han sido (de una manera u otra) consideradas y refutadas en este
trabajo.
En fin, ésta es mi propuesta para alcanzar una refutación epistemológica del platonismo
matemático. Admito que puede haber algunos cabos sueltos en ella y que he rozado muy
tangencialmente algunos tópicos muy complejos (​e.g., el nativismo chomskyano, el apriorismo y
la doctrina de Meinong). Pero mi objetivo era simplemente proporcionar una primera impresión
de las exigencias que deben tomarse en cuenta para emprender seriamente la tarea de sepultar -en
la línea benacerrafiana- la metafísica platonista de la matemática.

6. La importancia del platonismo en los niveles semántico y metodológico

Antes de terminar, quisiera dejar muy en claro que no ha sido mi intención hacer una
contribución al ​antiplatonismo matemático, es decir, al proyecto de reconstruir la teoría y la
práctica matemática sin postular entidades abstractas. Por el contrario, mi visión es que el dilema

39
En palabras de los autores: “[p]ercibimos en nuestra experiencia del mundo, quizá también en nuestras mentes,
propiedades numéricas instanciadas, y también percibimos que se obtienen ciertas relaciones numéricas o
matemáticas” (Kim 1981: 344; énfasis removido); “[a]rgumento que el mundo que nos rodea, el mundo del espacio
y el tiempo (​the world of space and time), contiene objetos matemáticos como números (​sic). Los concibo, no como
meras abstracciones, existiendo separadamente de las cosas físicas que nos rodean. Tampoco los concibo como
meras ideas en la mente; ni como símbolos vacíos que no refieren a nada más allá de sí mismos” (Bigelow 1988: 1).
El error común a estos autores consiste en teorizar como ​percepción de propiedades numéricas la ​aplicación de
conceptos numéricos a la experiencia.
141
de Benacerraf es ​irresoluble: una vez que postulamos entidades abstractas para fijar las
condiciones veritativas de las teorías matemáticas, se hace imposible explicar el conocimiento
matemático. Pero, una vez que renunciamos a las entidades abstractas, se hace imposible
reconstruir adecuadamente el concepto de verdad matemática. En particular, se hace imposible
resguardar las intuiciones que rodean a su uso; ​e.g., la intuición de que es un hecho que 2 + 2 = 4
y que ‘2 + 2 = 4’ es verdadera independientemente de nosotros y del mundo físico. También se
hace imposible cobijar la visión realista ingenua de que las teorías científicas actuales con sus
componentes físico-matemáticos son literalmente verdaderas (o verosímiles). De hecho, creo que
el cuerno semántico del dilema de Benacerraf refuta al antiplatonismo matemático, y que esto
puede establecerse siguiendo la metodología de este trabajo, es decir, desplegando (de un modo u
otro) el espacio lógico de las respuestas plausibles a la objeción ​semántica de Benacerraf -o
alguna reformulación pertinente de la misma- y mostrando que ninguna de ellas funciona.
La postulación de un reino matemático objetivo viene sugerida por los propios
matemáticos. Particularmente, cuando se las tienen que ver con magnitudes o estructuras
gigantescas. Un especialista en cardinales grandes se sintió obligado a adoptar una “posición
realista o platonista sin concesiones (​uncompromisingly)”, aduciendo que es “muy difícil (...) dar
una razón para estudiar cardinales grandes (​large cardinals) sin tomar un punto de vista de este
tipo” (Drake 1974: viii). Otro, dedicado a los conjuntos no-bien fundados, sostuvo que “los
extraordinario acerca de” ellos es que “pareciera que nunca podrían ser formados” y que, para
concebirlos, “uno se ve forzado a una concepción platonista (​Platonistic) en la cual los conjuntos
(...) tienen una existencia no-física independiente de nosotros” (Aczel 1988: xviii-xix).40 Por
último, el antiplatonista confeso y reconocido especialista en teoría de la recursión Yannis
Moschovakis admitió que el principal factor en favor del platonismo es “la certeza instintiva que
tiene casi todo aquél que haya intentado alguna vez resolver un problema de que está pensando
en “objetos reales”” y de que estos objetos “tienen propiedades intrínsecas más allá de los
axiomas (...) en los que el matemático basa su pensamiento” (Moschovakis 1980: 605). Esta
actitud hacia la matemática ha sido expresamente reconocida y catalogada al modo de un

40
Las teorías de conjuntos no bien fundados se obtienen al añadir algún axioma contrario al de regularidad o
fundación de Zermelo-von Neumann.
142
“platonismo metodológico” (Resnik 1980: 162) o “mitológico” (Chihara 1973: 61). La idea es
que “la matemática puede (o debe) ser practicada como si su objeto de estudio fuera un ámbito
de entidades con existencia independiente, abstractas y eternas (o intemporales)” (Shapiro 1997:
38).
¿Implica todo esto que el platonismo y el antiplatonismo matemático salen igualmente
mal parados? En mi opinión, no. El platonismo sigue siendo importante, porque nos permite
reconstruir satisfactoriamente el concepto de verdad matemática. En cambio, el antiplatonismo
se limita a proponer sustitutos ontológicos (o modales) para las condiciones veritativas
platonistas de las teorías matemáticas. Y, al hacerlo, nos devuelve una pintura distorsionada e
implausible de la teoría y la práctica matemática.
Sería un despropósito ponerme a argumentar ahora que el antiplatonismo nos devuelve
una reconceptualización malsana de la verdad matemática. Pero me gustaría hacer algunas
observaciones al respecto porque, francamente, es sencillo acreditar esa tesitura.
Empecemos por los ficcionalistas. Esta gente toma a las teorías matemáticas como relatos
ficcionales acerca de objetos abstractos. Así, lo que distingue -en términos de estatus epistémico-
a ‘2 + 2 = 4’ de ‘2 + 2 = 5’ es que la primer oración, a diferencia de la segunda, es ​verdadera
según la aritmética. Pero los matemáticos no adoptan sus teorías al modo de meros relatos, ni
juzgan que ‘2 es par’ es acerca del número 2 en el mismo sentido en que ‘Martín Fierro es osado’
es acerca de Martín Fierro. Personalmente, no encuentro ninguna constancia que sugiera que los
matemáticos “hacen de cuenta” que 2 es par, o que algún aspecto de la práctica matemática sólo
admite una intelección centrada en esta pretensión.
El psicologismo y el empirismo clásicos fueron sepultados de una vez y para siempre por
Frege. (Para dar con un compendio de las críticas fregeanas, véase Gillies 1982: sección 4). Aquí
tomaré en cuenta las críticas que considero más decisivas.
El ​psicologismo -la visión de que los términos matemáticos refieren a entidades o
construcciones mentales, o que los axiomas matemáticos reflejan regularidades psicológicas-
priva al matemático de hacer afirmaciones como ‘hay un continuo de números reales entre 0 y
1’, sobre la base de que muchos de ellos nunca han sido (ni serán jamás) pensados por nadie.

143
Además, hace depender a la verdad matemática de la existencia de sujetos pensantes, de modo
que, si no los hubiese, todas las teorías matemáticas serían (vacuamente) falsas. (El psicologismo
modalizado, por su parte, colapsa en el platonismo: los pensamientos posibles pero no efectivos
son -si acaso- entidades abstractas). Como sea, es evidente que, cuando un matemático afirma
que 2 es par, no pretende estar relevando un rasgo de su ​idea del número 2. Por otra parte, si
permaneciéramos en el psicologismo, nadie podría descalificar la pericia de Obdulio al proferir
‘2 es impar’, toda vez que, presumiblemente, esa proferencia alude a ​su idea del número 2.
El ​empirismo (milliano) -la visión de que los axiomas matemáticos reportan leyes
empíricas máximamente generales- priva al matemático de hacer afirmaciones que aludan a
magnitudes superiores a la cardinalidad (plausible) del cosmos, como así también a magnitudes
nulas o negativas. Por ejemplo, no tiene sentido afirmar con pretensiones observacionales que
hay un conjunto sin elementos o que –2 – 1 = –3.
Repasemos brevemente otras variantes antiplatonistas. El ​convencionalismo pierde de
vista que, en la mente de los matemáticos y los filósofos seriamente involucrados en el tópico de
la verdad matemática, los resultados matemáticos gozan de un nivel de objetividad del que, a
todas luces, carecen las convenciones. Las convenciones son arbitrarias en un sentido en que no
puede serlo el que 2 sea par o el que todo número tenga un sucesor.
El ​deductivismo asocia la verdad matemática a la existencia de pruebas. Por ejemplo, que
‘2 es par’ es verdadero significa bajo esta nueva perspectiva que hay una prueba de esa oración a
partir de los axiomas de la aritmética elemental (o, alternativamente, que el condicional ‘□(T ⊃
2 es par)’ es verdadero, donde T es el conjunto de supuestos empleados para probar ‘2 es par’).
Ciertamente, no es esto lo que los matemáticos parecen tener en mente al hacer su trabajo. Uno
diría que ‘2 es par’ es considerado verdadero porque, intuitivamente, 2 es par, y que la aritmética
elemental con sus recursos probatorios es un modo de sistematizar nuestras intuiciones (o
creencias intuitivas) acerca de números. Por otra parte, si no hay objetos matemáticos, entonces
tanto T como ‘2 es par’ son falsas, con lo cual ‘(T ⊃ 2 es par)’ ha de ser, en rigor, ​trivialmente
verdadera. De hecho, muchos matemáticos aceptan: ‘El cardinal del continuo es el primer
cardinal transfinito mayor al cardinal del conjunto de los números naturales’, mientras que todos

144
(excepto Graham Priest) aceptamos: ‘La aritmética elemental es (clásicamente) consistente’, aun
cuando en ningún caso contemos con una prueba pertinente. Por último, hay que decir que las
pruebas son entidades abstractas (conjuntos ordenados de fórmulas-tipo), con lo cual el
deductivismo, o bien colapsa en el platonismo, o bien lo evita al precio de supeditar la verdad
matemática a la existencia de pruebas volcadas “en lápiz y papel”.
Las alternativas antiplatonistas modales son ciertamente más sofisticadas, pero van
flagrantemente a contramano de las intenciones y las intuiciones de los matemáticos. Charles
Chihara forjó un método para sustituir teoremas matemáticos por oraciones que afirman que
ciertos ejemplares oracionales abiertos son construibles. Philip Kitcher propuso reinterpretar la
matemática como una teorización de los procedimientos de segregación y recombinación de
objetos ejecutables en virtud de la estructura disposicional del mundo físico (​cf. Chihara 1990,
Kitcher 1984). Todo lo cual nos desvía de la matemática en lugar de propiciar la resolución de un
problema filosófico asociado a la matemática. (Esta consideración no es una invitación a
despreciar las propuestas de Chihara y Kitcher. Por el contrario, creo que esas propuestas
constituyen esfuerzos filosóficamente respetables por reconstruir sobre un suelo epistemológico
sólido los aspectos más abstractos de la matemática moderna. Todo el punto es que las
contribuciones de Chihara y Kitcher nos alejan demasiado de la práctica matemática real como
para que puedan ser vistas como proporcionando alguna salida al cuerno semántico del dilema de
Benacerraf).
El rechazo de las entidades abstractas es, epistemológicamente hablando, una decisión
razonble, pero tiene un costo: una vez que nos embarcamos en el antiplatonismo, perdemos
indefectiblemente de vista el concepto de verdad de los matemáticos. No pretendo negar que
intervengan convenciones, pruebas y consideraciones empíricas o psicológicas en el desarrollo
de la matemática; particularmente, cuando evaluamos los procesos cognitivos involucrados en su
aprendizaje. El desatino pasa por seleccionar alguno de esos factores parciales y convertirlo en
piedra de toque para desentrañar las ​condiciones de aplicación del predicado ‘es verdadero en
matemática’ o determinar la ​naturaleza del concepto de verdad matemática.

145
7. Matemática y metafísica

Pero, si el platonismo es incompatible con el hecho de que los seres humanos tenemos
conocimiento matemático y el antiplatonismo tira por la borda el concepto de verdad
matemática, ¿qué sentido tiene hacer metafísica y ontología de la matemática?
El platonismo matemático implica algo obviamente falso (que los seres humanos ​no
tenemos conocimiento matemático), pero hace un aporte positivo a la filosofía de la matemática.
Ese aporte reside en propiciar una reconstrucción adecuada del concepto de verdad matemática;
una reconstrucción que cobija las intuiciones y las intenciones preteóricas asociadas al uso
corriente de ese concepto. Y, al hacer esto, nos devuelve una pintura satisfactoria de la
metodología matemática, al punto de que esa pintura parece venir metodológicamente
presupuesta (conciente o inconcientemente) por los propios matemáticos. Por contraposición, el
antiplatonismo matemático (al menos en lo que tiene de “anti-”) implica algo obviamente
verdadero (que el conocimiento matemático que tenemos los seres humanos ​no atañe a entidades
existentes fuera del espaciotiempo), pero no hace ningún aporte positivo a la filosofía de la
matemática. El motivo es que, al arrogarse la reconstrucción del concepto de conocimiento
matemático, los antiplatonistas estipulan que la matemática es literalmente falsa (pero
ficcionalísticamente correcta), o bien que sus teorías deben ser tomadas (o reinterpretadas) como
caracterizando con verdad cosas completamente ajenas a la disciplina (regularidades naturales,
estados mentales, oraciones construibles, disposiciones subyacentes en los fenómenos, etc.). En
otras palabras, el único “aporte” de los antiplatonistas reside en insistir en que el platonismo ​no
puede explicar el conocimiento matemático. Y este magro aporte se realiza al precio de pervertir
las intenciones e intuiciones semánticas de los matemáticos y los filósofos seriamente
involucrados en el tópico de la verdad matemática. En rigor, el antiplatonismo ​escamotea la
cuestión de la verdad matemática.
Mi visión en filosofía de la matemática puede resumirse así: los seres humanos sabemos
respecto de muchas de nuestras afirmaciones matemáticas que son verdaderas (​e.g., sabemos que
‘2 + 2 = 4’ lo es) y que su verdad no depende de nosotros o de la realidad física. Pero, por otra

146
parte, no sabemos ​sobre qué clase de cosas versan esas afirmaciones; es decir, no sabemos ​en
virtud de qué ​aspecto de la realidad son verdaderas. Sólo sabemos al respecto que, en tanto y en
cuanto con proferidas por nosotros, no podrían ser verdaderas en virtud de la naturaleza del reino
platónico (porque no podemos “salir” del espaciotiempo) y que tampoco lo son en virtud de
hechos físicos o nuestras construcciones mentales (fundamentalmente, porque los matemáticos
no pretenden hablar de tales cosas al desplegar sus métodos y sus investigaciones). Sean lo que
sean las entidades de conocimiento matemático, me atrevo a conjeturar que no son
ontológico-metafísicamente conceptualizables por los seres humanos.
Mi sugerencia entonces es quedarnos con el ​mito platónico de la verdad matemática (y
con la interpretación o pintura de la teoría y la práctica matemática y científico-matemática
auspiciada por él) y abandonar por improcedente la pretensión de hacer ​metafísica y ontología de
la matemática, es decir, la pretensión de indagar en la naturaleza y el estatus de las realidades
estudiadas por los matemáticos.
Bertrand Russell escribió alguna vez (aunque por motivos que no vienen al caso aquí):
“​Mathematics is the subject in which we do not know what we are talking about nor whether
what we say is true”. Mi opinión es que, efectivamente, no sabemos de qué hablamos al hacer
matemática. (No cuestiono el truismo de que, ​e.g., cuando hacemos aritmética, hablamos de
números; mi punto es que, ontológico-metafísicamente hablando, no tenemos ninguna
concepción positiva acerca de ​qué y ​cómo son los números). Pero, a su vez, pienso que la
objetividad de la verdad matemática es un dato demasiado fuerte como para diluir la cuestión en
aguas fisicalistas o psicologistas o, alternativamente, desviar el eje del asunto acudiendo a
tendencias como el constructivismo social o el relativismo pluralista. Ingresar en alguno de estos
terrenos importaría (en mayor o menor medida) despreciar las intuiciones y las intenciones
semánticas de los matemáticos. Nos guste o no, los matemáticos son platonistas metodológicos.
Renunciar de cuajo al platonismo importa (para los seres humanos) renunciar a la verdad y a la
objetividad matemática.
Admito que es un tanto decepcionante culminar un trabajo como éste reivindicando
“míticamente” una doctrina filosófica; sobre todo cuando esa reivindicación promueve la

147
clausura de un debate casi tan antiguo como la filosofía misma. De hecho, cuesta creer que los
objetos de estudio de una disciplina signada por la certeza de sus resultados sean absolutamente
opacos a la indagación ontológico-metafísica. Pero, francamente, no veo más alternativa que
sacrificar las intuiciones que nos llevan a rehusar esa creencia; al menos, mientras la
reconstrucción conjunta de los conceptos de verdad y conocimiento matemático siga siendo un
desiderátum.

148
Bibliografía

Aczel, P. (1988), ​Non-Well-Founded Sets, CSLI Lecture Notes Number 14, Stanford: CSLI
Publications.

Anderson, C. (1993), “Zalta’s Intensional Logic”, ​Philosophical Studies ​69​: 221–230.

Balaguer, M. (1998), ​Platonism and Anti-Platonism in Mathematics. New York: Oxford


University Press.

____ (2009), “Fictionalism, Theft, and the Story of Mathematics”, ​Philosophia Mathematica ​17​:
131–162.

Behounek, L. & Libor, M. (eds.) (2005) ​The Logica Yearbook 2004, Prague: Filosofia.

Benacerraf, P. (1965), “What Numbers Could Not Be”, reimpr. en P. Benacerraf & H. Putnam
(eds.) (1983), pp. 272-294.

____ (1973), “Mathematical Truth”, ​The Journal of Philosophy ​70​: 661–679.

Benacerraf, P. & Putnam, H. (eds.) (1983), ​Philosophy of Mathematics: Selected Readings.


Second Edition. Cambridge: Cambridge University Press.

Bigelow, J. (1988), ​The Reality of Numbers. Oxford: Clarendon Press.

Brown, J. R. (1999), ​Philosophy of mathematics: an introduction to the world of proofs and


pictures. London and New York: Routledge.

Bueno, O. (2005), “Dirac and the Dispensability of Mathematics”, Studies in History and
Philosophy of Modern Physics 36​, pp. 465–490.

____ (2009), “Mathematical Fictionalism,” en: O. Bueno & Ø. Linnebo (eds.) (2009), pp. 59-79.

Bueno, O. & Linnebo, Ø. (eds.) (2009), ​New Waves in Philosophy of Mathematics, Hampshire:
Palgrave Macmillan.

Bueno, O. & De Rosa, R. (2008), “​Descartes on Mathematical Essences​”, ​Protosociology. An


International Journal of Interdisciplinary Research ​25​: 160–180​.

Bueno, O; Menzel, Ch. & Zalta, E. (2013), “Worlds and Propositions Set Free”, ​Erkenntnis, por
149
aparecer, 1–24. Disponible en:
URL = ​http://mally.stanford.edu/Papers/paradox.pdf

Burgess, J. (1997), “Review of Stewart Shapiro's [1997]”, ​Notre Dame Journal of Formal Logic
40​: 283–291.

Burgess, J. & Rosen, G. (1997), ​A Subject With No Object. New York: Oxford University Press.

Callard, B. (2007), “The Conceivability of Platonism”, ​Philosophia Mathematica ​15​: 347–356.

Cheyne, C. (2005), “'Necessary Existence and A Priori Knowledge”, en: L. Behounek & M.
Libor (eds.), pp. 59–67.

Chihara, Ch. (1973), ​Ontology and the Vicious-Circle Principle. Ithaca: Cornell University
Press.

____ (1990), ​Constructibility and Mathematical Existence, Oxford: Clarendon Press.

Church, A. (1951), “The need for abstract entities”, ​American Academy of Arts and Sciences
Proceedings ​80​: 100–113.

Colyvan, M. (2001), ​The Indispensability of Mathematics. New York: Oxford University Press.

Daly, C. (2006), “Mathematical Fictionalism -No Comedy of Errors”, ​Analysis ​66​: 208–216.

Davis, M. (ed.) (1965), ​The Undecidable: Basic Papers on Undecidable Propositions,


Unsolvable Problems and Computable Functions, New York: Raven.

Davis, P & Hersh, R. (1990), ​The Mathematical Experience, Toronto: Penguin Books.

Dehaene, S. (1997), ​The number sense, New York: Oxford University Press.

Dehaene, S., Duhamel, J.R., Hauser, M. and Rizzolatti, G. (Eds.) (2005), ​From Monkey Brain to
Human Brain, Cambridge: MIT Press.

Dehaene, S., & Brannon, E. M. (eds.) (2011), ​Space, Time and Number in the Brain: Searching
for the Foundations of Mathematical Thought, London: Elsevier.

Dehaene, S. (2014), ​Consciousness and the Brain: Deciphering How the Brain Codes Our
Thoughts, New York: Viking Penguin.

De Rijke, M. (ed.) (1997), ​Advances in Intensional Logic, Dordrecht: Kluwer.

Detlefsen, M. (ed.) (1992), ​Proof and Knowledge in Mathematics, London: Routledge.


150
Drake, F. R. (1974), ​Set Theory: an Introduction to Large Cardinals, Amsterdam:
North-Holland.

Eklund, M. (2005), “Fiction, Indifference, and Ontology”, ​Philosophy and Phenomenological


Research ​71​: 557–579.

Ferreirós, J. (2012), “The Early Development of Set Theory”, ​The Stanford Encyclopedia of
Philosophy (Winter 2012 Edition), E. N. Zalta (ed.).
URL = <http://plato.stanford.edu/archives/win2012/entries/settheory-early/>.

Field, H. (1980), ​Science without Numbers. Princeton: Princeton University Press.

____ (1989), ​Realism, Mathematics, and Modality, Oxford: Basil Blackwell.

____ (1991), “Metalogic and Modality”, ​Philosophical Studies ​62​, 1–22.

Frege, G. [1884] (1980): ​The foundations of arithmetic: a logico-mathematical enquiry into the
concept of number, J.L. Austin (trad.), Evanston: Northwestern University Press.

____ (1956), “The thought: A logical inquiry”, ​Mind ​65​: 289–311.

Gendler, T. S. & Hawthorne, J. (eds) (2002), ​Conceivability and Possibility, Oxford: Clarendon
Press.

Gillies, D.A. (1982), ​Frege, Dedekind, and Peano on the Foundations of Arithmetic, Assen: Van
Gorcum.

Gödel, K. (1934), “On Undecidable Propositions of Formal Mathematical Systems”, en: K.


Gödel (1986), pp. 346–369.

____ (1946), “Remarks before the Princeton Bicentennial Conference on Problems in


Mathematics”, en: K. Gödel (1990), pp. 150–153.

____ (1947), “What is Cantor's Continuum Problem?”, en P. Benacerraf & H. Putnam (eds.)
(1983), pp. 470–485.

____ (1951), “Some Basic Theorems on the Foundations of Mathematics and their Implications”,
en K. Gödel (1995), pp. 304–323.

____ (1953/9), “Is mathematics a syntax of language?”, reimp. en Gödel (1995), pp. 334–356.

____ (1958), “On a Hitherto Unutilized Extension of the Finitary Standpoint”, en K. Gödel
(1990), pp. 241–251.
151
____ (1962), “Letter to Leon Rappaport”, en K. Gödel (2003), pp. 176–178.

____ (1964), “Postscriptum a Gödel 1934”, en K. Gödel (1986), pp. 369–371.

____ (1967), “Letter to David F. Plummer”, en K. Gödel (2003), pp. 161–162.

____ (1972), “Some Remarks on the Undecidability Results”, reimp. en Gödel (1990), pp.
305–306.

____ (1986), ​Collected Works. I: Publications 1929–1936. S. Feferman, S. Kleene, G. Moore, R.


Solovay, y J. van Heijenoort (eds.), Oxford: Oxford University Press.

____ (1990), ​Collected Works. II: Publications 1938–1974. S. Feferman, J. Dawson, S. Kleene,
G. Moore, R. Solovay, y J. van Heijenoort (eds.), Oxford: Oxford University Press.

____ (1995), ​Collected Works. III: Unpublished essays and lectures. S. Feferman, S. Kleene, G.
Moore, R. Solovay, y J. van Heijenoort (eds.), Oxford: Oxford University Press.

____ (2003), ​Collected Works. V: Correspondence H-Z. S. Feferman, J. Dawson, S. Kleene, G.


Moore, R. Solovay, y J. van Heijenoort (eds.), Oxford: Oxford University Press.

Goldman, A. (1967), “A Causal Theory of Knowing”, ​Journal of Philosophy ​64​, 355–372.

Haack, S. (1976), “The Justification of Deduction”, ​Mind ​85​, 112–119.

Hale, B. (1987), ​Abstract Objects, Oxford: Basil Blackwell.

Hale, B. & Wright, C. (2002). “Benacerraf's dilemma revisited”. ​European Journal of


Philosophy 10, 101–129. Disponible en: URL =
http://www.st-andrews.ac.uk/arche/papers/Benacerraf's%20Dilemma.pdf

Hameroff, S. (1998), “Quantum computation in brain microtubules? The Penrose-Hameroff


“Orch OR” model of consciousness. ​Philosophical Transactions of the Royal Society of London
356​: 1869–1896.

Hart, W. D. (1977), “Review of steiner, mathematical knowledge”, ​Journal of Philosophy ​74​,


118–129.

____ (ed.) (1996), ​Philosophy of Mathematics, New York: Oxford University Press.

Hendricks, V. F. & Malinowski, J. (eds.) (2003), ​Trends in Logic. Dordrecht: Kluwer Academic
Publishers.

152
Hunter, G. (1994), “Platonist Manifesto”, ​Philosophy ​69​: 151–162.

Ichikawa, J. J. & Steup, M. (2014), “The Analysis of Knowledge”, ​The Stanford Encyclopedia of
Philosophy, Edward N. Zalta (ed.).
URL = ​http://plato.stanford.edu/archives/spr2014/entries/knowledge-analysis​.

Irvine, A. (ed.) (1990), ​Physicalism in Mathematics, Dordrecht: Kluwer Academic Publishers.

Hintikka, J. (ed.) (1969), ​The Philosophy of Mathematics, Oxford: Oxford University Press.

Kalderon, M., (ed.) (2005), ​Fictionalism in Metaphysics, Oxford: Clarendon Press.

Katz, J. (1998), ​Realistic Rationalism. Cambridge: MIT Press.

Kim, J. (1981), “The Role of Perception in A Priori Knowledge: Some Remarks”, ​Philosophical
Studies ​40​: 339–354.

____ (1982), “Perceiving Numbers and Numerical Relations (abstract)”, ​Nous 16​: 93–94.

Kitcher, Ph. (1984), ​The Nature of Mathematical Knowledge, Oxford: Oxford University Press.

Klein, P. (1976), “Knowledge, causality, and defeasibility”, ​Journal of Philosophy ​73​:792–812.

Leng, M. (2005): ‘Revolutionary Fictionalism: A Call to Arms’, ​Philosophia Mathematica 13​:


277–293

Linsky, B. & Zalta, E. (1995), “Naturalized Platonism vs. Platonized Naturalism”, ​The Journal
of Philosophy, ​92​: 525–555. Disponible en:
URL = ​http://mally.stanford.edu/Papers/naturalism.pdf

Maddy, P. (1980), “Perception and mathematical intuition”, ​Philosophical Review ​89​: 163-196,
reimp. en: W. D. Hart (ed.) (1996), pp. 114–141.

____ (1990), ​Realism in Mathematics. Oxford: Oxford University Press.

____ (1990b), “Physicalistic Platonism”, en: Irvine (ed.) (1990), pp. 259–289.

Milner, P. (1986), “Donald O. Hebb (1904-1985)”, ​Revista Latinoamericana de Psicología ​18​:


121–131.

Moretti, A. & Hurtado, G. (comps.) ​La Paradoja de Orayen. Buenos Aires: EUDEBA.

Mortensen, C. (1995), ​Inconsistent Mathematics. Dordrecht: Kluwer.

153
Moschovakis, Y. (1980), ​Descriptive Set Theory. Amsterdam: North Holland.

Novák, Z. & Simonyi, A. (eds.) (2011), ​Truth, Reference and Realism, Budapest: CEU Press.

Nozick, R. (1981), ​Philosophical Explanations. Cambridge: Harvard University Press.

Orayen, R. (2003), “Una paradoja en la semántica de la teoría de conjuntos”, en: Moretti, A. &
Hurtado, G. (comps.) (2003), pp. 35-59.

Papineau, D. (1993), ​Philosophical Naturalism. Oxford: Blackwell.

Parsons, Ch. (1971), “Ontology and Mathematics”, en: Parsons, Ch. (1983), pp. 37-62.

____ (1983), ​Mathematics in Philosophy: Selected Essays. Ithaca: Cornell University Press.

____ (1990), “The Structuralist View of Mathematical Objects”, ​Synthese ​84​: 303-346.

Penrose, R. (1989). ​The Emperor's New Mind. Oxford: Oxford University Press.

____ (1994). ​Shadows of the mind. Oxford: Oxford University Press.

____ (1994a), “Interview with Jane Clark”, ​Journal of Consciousness Studies ​1​: 17-24.

____ (1999), ​Lo grande, lo pequeño y la mente humana, Madrid: Cambridge University Press.

Priest, G. (2003a), “Inconsistent Arithmetic: Issues Technical and Philosophical”, en V. F.


Hendricks & J. Malinowski (eds.) (2003), pp. 273–299.

____ (2003b), “Meinongianism and the Philosophy of Mathematics,” ​Philosophia Mathematica


11​: 3–15.

____ (2005), ​Towards Non-Being, Oxford: Oxford University Press.

Quine, W. (1948), “On What There Is”, reimp. en: Quine (1961), pp. 1–19.

____ (1961), ​From a Logical Point of View, New York: Harper and Row.

____ (1969), ​Set Theory and Its Logic, Cambridge: Belknap Press.

Rapaport, W. (1978). “Meinongian theories and a Russellian paradox”, ​Noûs ​12​: 153–180.

Rescher, N. (1990), ​A Useful Inheritance: Evolutionary Epistemology in Philosophical


Perspective, Savage: Rowman & Littlefield.

154
Resnik, M. (1980), ​Frege and the Philosophy of Mathematics, Ithaca: Cornell University Press.

____ (1992), “Proof as a Source of Truth”, en M. Detlefsen (ed.) (1992), pp. 6–32.

____ (1993), “A Naturalized Epistemology for a Platonist Mathematical Ontology”, en: S.


Restivo, J. P. Van Bendegem & R. Fischer (eds.) (1993), pp. 39–60.

____ (1995), “Scientific Vs Mathematical Realism: The Indispensability Argument”,


Philosophia Mathematica ​3​: 166–174.

____ (1997), ​Mathematics as a Science of Patterns, Oxford: Oxford University Press.

Restivo, S., Van Bendegem, J. P. & Fischer, R. (eds.) (1993), ​Math Worlds: Philosophical and
Social Studies of Mathematics and Mathematics Education, New York: SUNY Press.

Robinson, H. (2011), “Benacerraf’s Problem, Abstract Objects and Intellect”, En: Z. Novák & A.
Simonyi (eds.) (2011), pp. 235–262.

Routley, R., (1980), ​Exploring Meinong's Jungle and Beyond. Canberra: RSSS, Australian
National University.

Schmaltz, T. (1991), “Platonism and Descartes’ View of Immutable Essences”, ​Archiv für
Geschichte Der Philosophie ​73​: 129–170.

Scott, D. S. (ed.) (1971), ​Axiomatic Set Theory, Proceedings of Symposia in Pure Mathematics,
vol. XIII, Part 1. Proceedings of Symposia in Pure Mathematics, Providence: American
Mathematical Society.

Shapiro, S. (1997), ​Philosophy of Mathematics: Structure and Ontology, New York, Oxford
University Press.

____ (ed.) (2005), ​The Oxford Handbook of Philosophy of Mathematics and Logic. New York:
Oxford University Press.

Sosa, E. (2002), “Reliability and the a priori”, en: T.S. Gendler & J. Hawthorne (eds) (2002), pp.
369–384.

Steiner, M. (1975), ​Mathematical Knowledge, Ithaca: Cornell University Press.

Sylvan, R. (2003), “The importance of nonexistent objects and of intensionality in mathematics”,


Philosophia Mathematica ​11​: 20–52.

Tait, W. (1986), “Truth and Proof: The Platonism of Mathematics.” En W. D. Hart (ed.) (1997),
pp. 142-167.
155
Turing, A. (1936), “On Computable Numbers, with an Application to the
Entscheidungsproblem”, reimp. en M. Davis (ed.) (1965), pp. 115–154.

Wang, H. (1974), ​From Mathematics to Philosophy, New York: Humanities Press.

____ (1996), ​A Logical Journey: From Gödel to Philosophy, Cambridge: MIT Press.

Wright, C. (1983), ​Frege's Conception of Numbers as Objects, Aberdeen: Aberdeen University


Press.

Yablo, S. (2005), “The Myth of the Seven”, en: M. Kalderon (ed.) (2005), pp. 88–115.

Zalta, E. (1983), ​Abstract Objects: An Introduction to Axiomatic Metaphysics. Dordrecht: Reidel.

____ (1988), ​Intensional Logic and the Metaphysics of Intentionality, Cambridge: Bradford/MIT
Press.

____ (1997), “The Modal Object Calculus and its Interpretation”, en: ​Advances in Intensional
Logic, M. de Rijke (ed.) (1997), pp. 249–279.

____ (1999), “Natural Numbers and Natural Cardinals as Abstract Objects: A Partial
Reconstruction of Frege’s Grundgesetze in Object Theory”, ​Journal of Philosophical Logic ​28​:
619–660. Disponible en:
URL = ​http://mally.stanford.edu/Papers/numbers.pdf

____ (2000), “Neo-Logicism? An Ontological Reduction of Mathematics to Metaphysics”.


Erkenntnis ​53​: 219–226. Disponible en:
URL = ​https://mally.stanford.edu/Papers/neologicism1.pdf

____ (2006), “Essence and Modality”, ​Mind ​115​: 659–693. Disponible en:
URL = ​http://mally.stanford.edu/Papers/essence.pdf

156

También podría gustarte