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La agenda global pasa por temas apremiantes. Debería enlistar los asuntos de
carácter prioritario y ofrecer las alternativas. Sin embargo, el llamado terror
consume la mayor parte de esfuerzos. Aunque éste, para decirlo en palabras
optimistas, es un mundo mejor, si bien ocupan las noticias los hechos más
dramáticos y nos mantenemos alertas frente a fenómenos tan graves como las
guerras, los políticos corruptos y varias dictaduras. Lo cierto es que este mundo
es más tranquilo y hemos logrado tener tasas de vida más altas que en
décadas anteriores. Pero otra cosa ocurre con el vientre global donde vivimos.
Ese lo hemos saqueado y destruido y ante tanta explotación se encuentra en
jaque. El actor Leonardo DiCaprio ha venido difundiendo un mensaje de alerta
y su idea de Antes que sea tarde la han podido observar millones de personas
en el mundo, luego que en el 2016 lanzara el documental.
Antes que sea tarde desde luego se basa en una visión apocalíptica. Las
estadísticas son nefastas y las trompetas suenan sin cesar. La aceleración de
los daños no da tregua: las emisiones de gases metanos van en aumento y la
agenda política sobre el grado de calentamiento exige no subir más de dos
grados. Los huecos que taladran la tierra, las quemas desaforadas, el
bituminoso color de la tierra por la explotación, las graves secuelas por acabar
especies, el deshielo, en fin, el documental no deja de restregarnos los
sinsabores hacia el planeta, y les pone el nombre a los responsables. Eso sí,
todo parece mejorar con un clic, si somos optimistas. Cuando el hecho va más
allá, y lo estructural, los modelos de vida que llevamos, el sistema dominante,
son puntas que no se cuestionan.
Que se hable de cambio climático es siempre una agradable novedad. A pesar del supuesto
consenso sobre la emergencia global que significa este fenómeno, autores como Erik
Swyngedouw han señalado que la forma en que nos aproximamos al debate climático es uno
dQue se hable de cambio climático es siempre una agradable novedad. A pesar del supuesto
consenso sobre la emergencia global que significa este fenómeno, autores como Erik
Swyngedouw han señalado que la forma en que nos aproximamos al debate climático es uno
de los ejemplos más claros de la era “post-política” que vivimos actualmente. El cambio
climático pasó a ser un tema que a todos (supuestamente) les importa. El argumento plantea
que nos entregamos a la tecnocracia, la diplomacia internacional gris y a una larga lista de
números, siglas, esquemas y listas inentendibles para quien no sea un especialista en el tema,
y confiamos en que “los señores políticos” solucionarán el problema. Quedan cerradas las
opciones que proponen transformaciones estructurales o incluso cuestionamientos a la forma
en que nuestra actividad humana impacta nuestra realidad biofísica.
Frente a este lamentable escenario, que el lanzamiento del documental “Antes que sea
demasiado tarde”, protagonizado por Leonardo DiCaprio, sea más noticia que la ronda anual
de negociaciones a llevarse a cabo desde la próxima semana en Marrakech, Marruecos, no
puede extrañar a nadie. Tampoco que El Mercurio cubra la entrada en vigencia del acuerdo de
París con una nota llena de errores, señalando por ejemplo, que el supuesto objetivo del
tratado sería mantener el aumento de la temperatura bajo los 2° hasta 2030 (algo que, por
suerte, no es necesario acordar porque exigiría una intensidad de emisiones que aún no somos
capaces de producir). La post-política ambiental hace más relevante el documental que las
negociaciones o cubrir de manera correcta los avances en materia internacional. Siendo la
cancha en la que aquellos que seguimos estos temas jugamos a diario, propongo dejar de lado
las pretensiones ambiciosas de proponer un análisis sobre las razones y posibles soluciones
estructurales al drama del cambio climático en estas breves líneas. En vez de eso, me parece
mucho más relevante entregar una opinión crítica a lo que millones de espectadores se están
enfrentando al sintonizar YouTube o National Geographic y ver al simpático Leo recorrer el
planeta que inexorablemente se calienta.
Sin embargo, es la aparición final de Barack Obama la que implícitamente resume la situación
en la que nos encontramos hoy si hacemos la raya para la suma sobre el cambio climático. El
Presidente estadounidense reconoce que estamos actuando muy tarde y que algún grado de
impacto sufrirá el clima, a pesar de los esfuerzos que realicemos. Efectivamente la
temperatura ya aumentó en 1° C sobre los niveles previos a la Revolución Industrial. “Pero no
se preocupen amigos, -parece decir Obama- mientras hacemos lo que podemos la tecnología
avanzará y podremos evitar la catástrofe”. Una primera lectura de esta frase no es novedosa.
La fe en el milagroso desarrollo de tecnologías que por sí solas solucionarán nuestros
problemas no es original a los problemas ambientales, además es lo que hemos venido
haciendo desde el descubrimiento del cambio climático antropogénico, esperar a que las
energías renovables no convencionales vayan haciéndose más baratas y eficientes. Sin
embargo, al analizar con mayor detención las implicancias actuales de mantener esta
perspectiva frente a la crisis ambiental, caemos en cuenta que la situación es más crítica aún.
Desde el pasado jueves entró en vigencia el llamado Acuerdo de París, la supuesta bala de
plata para terminar con el cambio climático. Más allá de lo destacable de que por fin contemos
con un instrumento de este tipo, el diseño del Acuerdo no utiliza la idea de presupuesto de
carbono en su arquitectura interna. A pesar de parecer la opción más lógica, el mecanismo
utilizado para la construcción del acuerdo rehuye de definir un límite de gases de efecto
invernadero. Después del estruendoso fracaso de las negociaciones de Copenague el 2009, la
estrategia de negociación fue evitar la definición vinculante de metas de emisión por países y
utilizar las llamadas “contribuciones voluntarias”. Es decir, cada país envió sus proyecciones de
emisión y mitigación, y a partir de eso se construyó un escenario de emisiones futuro. El
resultado es bastante desalentador. Si sumamos las emisiones de todos los estados del
mundo, el planeta se “calentará” aproximadamente 3,4°C , excediendo por más de un 50% la
meta autoimpuesta por la comunidad científica internacional. Evidentemente esta primera
“suma” es tentativa y los estados siguen contando con la posibilidad de realizar políticas más
ambiciosas, sin embargo hay parte de la historia que no se nos cuenta. Numerosos
especialistas ya están comenzando a postular que la política de mitigación de cambio climático
está confiando en el desarrollo tecnológico de una manera que no se discute con la seriedad
que requiere, me refiero a los esfuerzos de geoingeniería del clima. Nuevamente, lo que hacen
estos observadores del proceso de negociación del cambio climático es bastante simple. Si se
analizan los pasos que debemos seguir para evitar el calentamiento extremo, éstos incluyen
transformaciones radicales de nuestra infraestructura energética hacia las renovables no
convencionales, de nuestro sistema de transporte, agricultura y hábitos de consumo, entre
otros.
La magnitud del desafío es tal que simplemente se nos está acabando el tiempo. Según Kevin
Anderson del Tyndall Center, la descarbonización agresiva tiene que comenzar ahora, porque
demorará al menos entre 10 y 20 años. Dado que no vemos esos esfuerzos, debemos llegar a
la conclusión de que la opción que nos queda es apostar a crear tecnología que no existe para
“chupar” CO2 de la atmósfera. Sobre las implicancias geopolíticas de tamaña iniciativa
podemos discutir largamente, pero antes de incluso llegar a ese punto, me parece relevante
reiterar el punto: hoy estamos confiando en tecnología que no sabemos si es viable para
sostener la temperatura del clima. De pronto, la afirmación de Obama parece tener mucha
más profundidad de lo que pareciera a primera vista, su acción en materia de cambio climático
nos reafirma que estamos en manos de la ciencia. El problema, es que ella carece de una
respuesta que no incluya hipótesis como forestar un territorio del tamaño de la India (en qué
lugar del mundo y con qué costo para los usos alternativos de ese suelo son preguntas sin
respuesta) para después quemarlo y enterrar el CO2 por miles de años; o tirar gases a la
atmósfera que bloqueen parte de la radiación solar (quien administraría este sistema,
teniendo la llave del potencial calentamiento en sus manos, tampoco sabemos).
Lo interesante de “Antes que sea tarde” es que entrega claves para buscar alternativas a este
apocalíptico escenario. En la escena más políticamente acertada del film, DiCaprio entrevista a
una activista india sobre el drama del cambio climático y las razones de por qué para su país es
tan complejo disminuir sus emisiones. La respuesta para ella es clara: el problema está en el
nivel de consumo de los países desarrollados. Sin embargo, es en la réplica del actor
estadounidense donde se demuestran los límites de su esfuerzo de activismo cinematográfico.
Su “no creo que eso sea posible” resume los problemas de una política sobre el clima basada
en el “business as usual”. El drama para el mundo, es que, como dijo hace años Richard
Feynman, “la naturaleza no puede ser engañada”. El cambio estructural requerido exige
mucho más que comprar ampolletas más eficientes y votar por políticos que crean que el
cambio climático es real. La película de DiCaprio tiene imágenes y escenas potencialmente
revolucionarias, pero éstas se pierden en un discurso algo tibio sobre cómo hacer los cambios
requeridos. Para ello, necesitamos repensar las corrientes de “consumismo ético” que
dominan la opinión pública general sobre el cambio climático y proponer medidas más
radicales. El tono de dichas estrategias debiera reconocer las responsabilidades comunes
(todos emitimos) pero diferenciadas (algunos han y continúan emitiendo más que otros), lo
que el film rehúye. Como pieza de concientización el documental cumple un rol, mostrando de
forma brutal la realidad física del cambio climático. Considerando su mensaje político como un
todo, se queda corto, exigiendo una lectura más pausada y reflexiva de los mensajes que
emiten las voces presentes en él.e los ejemplos más claros de la era “post-política” que
vivimos actualmente. El cambio climático pasó a ser un tema que a todos (supuestamenQue se
hable de cambio climático es siempre una agradable novedad. A pesar del supuesto consenso
sobre la emergencia global que significa este fenómeno, autores como Erik Swyngedouw han
señalado que la forma en que nos aproximamos al debate climático es uno de los ejemplos
más claros de la era “post-política” que vivimos actualmente. El cambio climático pasó a ser un
tema que a todos (supuestamente) les importa. El argumento plantea que nos entregamos a la
tecnocracia, la diplomacia internacional gris y a una larga lista de números, siglas, esquemas y
listas inentendibles para quien no sea un especialista en el tema, y confiamos en que “los
señores políticos” solucionarán el problema. Quedan cerradas las opciones que proponen
transformaciones estructurales o incluso cuestionamientos a la forma en que nuestra actividad
humana impacta nuestra realidad biofísica.
Frente a este lamentable escenario, que el lanzamiento del documental “Antes que sea
demasiado tarde”, protagonizado por Leonardo DiCaprio, sea más noticia que la ronda anual
de negociaciones a llevarse a cabo desde la próxima semana en Marrakech, Marruecos, no
puede extrañar a nadie. Tampoco que El Mercurio cubra la entrada en vigencia del acuerdo de
París con una nota llena de errores, señalando por ejemplo, que el supuesto objetivo del
tratado sería mantener el aumento de la temperatura bajo los 2° hasta 2030 (algo que, por
suerte, no es necesario acordar porque exigiría una intensidad de emisiones que aún no somos
capaces de producir). La post-política ambiental hace más relevante el documental que las
negociaciones o cubrir de manera correcta los avances en materia internacional. Siendo la
cancha en la que aquellos que seguimos estos temas jugamos a diario, propongo dejar de lado
las pretensiones ambiciosas de proponer un análisis sobre las razones y posibles soluciones
estructurales al drama del cambio climático en estas breves líneas. En vez de eso, me parece
mucho más relevante entregar una opinión crítica a lo que millones de espectadores se están
enfrentando al sintonizar YouTube o National Geographic y ver al simpático Leo recorrer el
planeta que inexorablemente se calienta.
Sin embargo, es la aparición final de Barack Obama la que implícitamente resume la situación
en la que nos encontramos hoy si hacemos la raya para la suma sobre el cambio climático. El
Presidente estadounidense reconoce que estamos actuando muy tarde y que algún grado de
impacto sufrirá el clima, a pesar de los esfuerzos que realicemos. Efectivamente la
temperatura ya aumentó en 1° C sobre los niveles previos a la Revolución Industrial. “Pero no
se preocupen amigos, -parece decir Obama- mientras hacemos lo que podemos la tecnología
avanzará y podremos evitar la catástrofe”. Una primera lectura de esta frase no es novedosa.
La fe en el milagroso desarrollo de tecnologías que por sí solas solucionarán nuestros
problemas no es original a los problemas ambientales, además es lo que hemos venido
haciendo desde el descubrimiento del cambio climático antropogénico, esperar a que las
energías renovables no convencionales vayan haciéndose más baratas y eficientes. Sin
embargo, al analizar con mayor detención las implicancias actuales de mantener esta
perspectiva frente a la crisis ambiental, caemos en cuenta que la situación es más crítica aún.
Desde el pasado jueves entró en vigencia el llamado Acuerdo de París, la supuesta bala de
plata para terminar con el cambio climático. Más allá de lo destacable de que por fin contemos
con un instrumento de este tipo, el diseño del Acuerdo no utiliza la idea de presupuesto de
carbono en su arquitectura interna. A pesar de parecer la opción más lógica, el mecanismo
utilizado para la construcción del acuerdo rehuye de definir un límite de gases de efecto
invernadero. Después del estruendoso fracaso de las negociaciones de Copenague el 2009, la
estrategia de negociación fue evitar la definición vinculante de metas de emisión por países y
utilizar las llamadas “contribuciones voluntarias”. Es decir, cada país envió sus proyecciones de
emisión y mitigación, y a partir de eso se construyó un escenario de emisiones futuro. El
resultado es bastante desalentador. Si sumamos las emisiones de todos los estados del
mundo, el planeta se “calentará” aproximadamente 3,4°C , excediendo por más de un 50% la
meta autoimpuesta por la comunidad científica internacional. Evidentemente esta primera
“suma” es tentativa y los estados siguen contando con la posibilidad de realizar políticas más
ambiciosas, sin embargo hay parte de la historia que no se nos cuenta. Numerosos
especialistas ya están comenzando a postular que la política de mitigación de cambio climático
está confiando en el desarrollo tecnológico de una manera que no se discute con la seriedad
que requiere, me refiero a los esfuerzos de geoingeniería del clima. Nuevamente, lo que hacen
estos observadores del proceso de negociación del cambio climático es bastante simple. Si se
analizan los pasos que debemos seguir para evitar el calentamiento extremo, éstos incluyen
transformaciones radicales de nuestra infraestructura energética hacia las renovables no
convencionales, de nuestro sistema de transporte, agricultura y hábitos de consumo, entre
otros.
La magnitud del desafío es tal que simplemente se nos está acabando el tiempo. Según Kevin
Anderson del Tyndall Center, la descarbonización agresiva tiene que comenzar ahora, porque
demorará al menos entre 10 y 20 años. Dado que no vemos esos esfuerzos, debemos llegar a
la conclusión de que la opción que nos queda es apostar a crear tecnología que no existe para
“chupar” CO2 de la atmósfera. Sobre las implicancias geopolíticas de tamaña iniciativa
podemos discutir largamente, pero antes de incluso llegar a ese punto, me parece relevante
reiterar el punto: hoy estamos confiando en tecnología que no sabemos si es viable para
sostener la temperatura del clima. De pronto, la afirmación de Obama parece tener mucha
más profundidad de lo que pareciera a primera vista, su acción en materia de cambio climático
nos reafirma que estamos en manos de la ciencia. El problema, es que ella carece de una
respuesta que no incluya hipótesis como forestar un territorio del tamaño de la India (en qué
lugar del mundo y con qué costo para los usos alternativos de ese suelo son preguntas sin
respuesta) para después quemarlo y enterrar el CO2 por miles de años; o tirar gases a la
atmósfera que bloqueen parte de la radiación solar (quien administraría este sistema,
teniendo la llave del potencial calentamiento en sus manos, tampoco sabemos).
Lo interesante de “Antes que sea tarde” es que entrega claves para buscar alternativas a este
apocalíptico escenario. En la escena más políticamente acertada del film, DiCaprio entrevista a
una activista india sobre el drama del cambio climático y las razones de por qué para su país es
tan complejo disminuir sus emisiones. La respuesta para ella es clara: el problema está en el
nivel de consumo de los países desarrollados. Sin embargo, es en la réplica del actor
estadounidense donde se demuestran los límites de su esfuerzo de activismo cinematográfico.
Su “no creo que eso sea posible” resume los problemas de una política sobre el clima basada
en el “business as usual”. El drama para el mundo, es que, como dijo hace años Richard
Feynman, “la naturaleza no puede ser engañada”. El cambio estructural requerido exige
mucho más que comprar ampolletas más eficientes y votar por políticos que crean que el
cambio climático es real. La película de DiCaprio tiene imágenes y escenas potencialmente
revolucionarias, pero éstas se pierden en un discurso algo tibio sobre cómo hacer los cambios
requeridos. Para ello, necesitamos repensar las corrientes de “consumismo ético” que
dominan la opinión pública general sobre el cambio climático y proponer medidas más
radicales. El tono de dichas estrategias debiera reconocer las responsabilidades comunes
(todos emitimos) pero diferenciadas (algunos han y continúan emitiendo más que otros), lo
que el film rehúye. Como pieza de concientización el documental cumple un rol, mostrando de
forma brutal la realidad física del cambio climático. Considerando su mensaje político como un
todo, se queda corto, exigiendo una lectura más pausada y reflexiva de los mensajes que
emiten las voces presentes en él.te) les importa. El argumento plantea que nos entregamos a
la tecnocracia, la diplomacia internacional gris y a una larga lista de números, siglas, esquemas
y listas inentendibles para quien no sea un especialista en el tema, y confiamos en que “los
señores políticos” solucionarán el problema. Quedan cerradas las opciones que proponen
transformaciones estructurales o incluso cuestionamientos a la forma en que nuestra actividad
humana impacta nuestra realidad biofísica.
Frente a este lamentable escenario, que el lanzamiento del documental “Antes que sea
demasiado tarde”, protagonizado por Leonardo DiCaprio, sea más noticia que la ronda anual
de negociaciones a llevarse a cabo desde la próxima semana en Marrakech, Marruecos, no
puede extrañar a nadie. Tampoco que El Mercurio cubra la entrada en vigencia del acuerdo de
París con una nota llena de errores, señalando por ejemplo, que el supuesto objetivo del
tratado sería mantener el aumento de la temperatura bajo los 2° hasta 2030 (algo que, por
suerte, no es necesario acordar porque exigiría una intensidad de emisiones que aún no somos
capaces de producir). La post-política ambiental hace más relevante el documental que las
negociaciones o cubrir de manera correcta los avances en materia internacional. Siendo la
cancha en la que aquellos que seguimos estos temas jugamos a diario, propongo dejar de lado
las pretensiones ambiciosas de proponer un análisis sobre las razones y posibles soluciones
estructurales al drama del cambio climático en estas breves líneas. En vez de eso, me parece
mucho más relevante entregar una opinión crítica a lo que millones de espectadores se están
enfrentando al sintonizar YouTube o National Geographic y ver al simpático Leo recorrer el
planeta que inexorablemente se calienta.
Sin embargo, es la aparición final de Barack Obama la que implícitamente resume la situación
en la que nos encontramos hoy si hacemos la raya para la suma sobre el cambio climático. El
Presidente estadounidense reconoce que estamos actuando muy tarde y que algún grado de
impacto sufrirá el clima, a pesar de los esfuerzos que realicemos. Efectivamente la
temperatura ya aumentó en 1° C sobre los niveles previos a la Revolución Industrial. “Pero no
se preocupen amigos, -parece decir Obama- mientras hacemos lo que podemos la tecnología
avanzará y podremos evitar la catástrofe”. Una primera lectura de esta frase no es novedosa.
La fe en el milagroso desarrollo de tecnologías que por sí solas solucionarán nuestros
problemas no es original a los problemas ambientales, además es lo que hemos venido
haciendo desde el descubrimiento del cambio climático antropogénico, esperar a que las
energías renovables no convencionales vayan haciéndose más baratas y eficientes. Sin
embargo, al analizar con mayor detención las implicancias actuales de mantener esta
perspectiva frente a la crisis ambiental, caemos en cuenta que la situación es más crítica aún.
Desde el pasado jueves entró en vigencia el llamado Acuerdo de París, la supuesta bala de
plata para terminar con el cambio climático. Más allá de lo destacable de que por fin contemos
con un instrumento de este tipo, el diseño del Acuerdo no utiliza la idea de presupuesto de
carbono en su arquitectura interna. A pesar de parecer la opción más lógica, el mecanismo
utilizado para la construcción del acuerdo rehuye de definir un límite de gases de efecto
invernadero. Después del estruendoso fracaso de las negociaciones de Copenague el 2009, la
estrategia de negociación fue evitar la definición vinculante de metas de emisión por países y
utilizar las llamadas “contribuciones voluntarias”. Es decir, cada país envió sus proyecciones de
emisión y mitigación, y a partir de eso se construyó un escenario de emisiones futuro. El
resultado es bastante desalentador. Si sumamos las emisiones de todos los estados del
mundo, el planeta se “calentará” aproximadamente 3,4°C , excediendo por más de un 50% la
meta autoimpuesta por la comunidad científica internacional. Evidentemente esta primera
“suma” es tentativa y los estados siguen contando con la posibilidad de realizar políticas más
ambiciosas, sin embargo hay parte de la historia que no se nos cuenta. Numerosos
especialistas ya están comenzando a postular que la política de mitigación de cambio climático
está confiando en el desarrollo tecnológico de una manera que no se discute con la seriedad
que requiere, me refiero a los esfuerzos de geoingeniería del clima. Nuevamente, lo que hacen
estos observadores del proceso de negociación del cambio climático es bastante simple. Si se
analizan los pasos que debemos seguir para evitar el calentamiento extremo, éstos incluyen
transformaciones radicales de nuestra infraestructura energética hacia las renovables no
convencionales, de nuestro sistema de transporte, agricultura y hábitos de consumo, entre
otros.
La magnitud del desafío es tal que simplemente se nos está acabando el tiempo. Según Kevin
Anderson del Tyndall Center, la descarbonización agresiva tiene que comenzar ahora, porque
demorará al menos entre 10 y 20 años. Dado que no vemos esos esfuerzos, debemos llegar a
la conclusión de que la opción que nos queda es apostar a crear tecnología que no existe para
“chupar” CO2 de la atmósfera. Sobre las implicancias geopolíticas de tamaña iniciativa
podemos discutir largamente, pero antes de incluso llegar a ese punto, me parece relevante
reiterar el punto: hoy estamos confiando en tecnología que no sabemos si es viable para
sostener la temperatura del clima. De pronto, la afirmación de Obama parece tener mucha
más profundidad de lo que pareciera a primera vista, su acción en materia de cambio climático
nos reafirma que estamos en manos de la ciencia. El problema, es que ella carece de una
respuesta que no incluya hipótesis como forestar un territorio del tamaño de la India (en qué
lugar del mundo y con qué costo para los usos alternativos de ese suelo son preguntas sin
respuesta) para después quemarlo y enterrar el CO2 por miles de años; o tirar gases a la
atmósfera que bloqueen parte de la radiación solar (quien administraría este sistema,
teniendo la llave del potencial calentamiento en sus manos, tampoco sabemos).
Lo interesante de “Antes que sea tarde” es que entrega claves para buscar alternativas a este
apocalíptico escenario. En la escena más políticamente acertada del film, DiCaprio entrevista a
una activista india sobre el drama del cambio climático y las razones de por qué para su país es
tan complejo disminuir sus emisiones. La respuesta para ella es clara: el problema está en el
nivel de consumo de los países desarrollados. Sin embargo, es en la réplica del actor
estadounidense donde se demuestran los límites de su esfuerzo de activismo cinematográfico.
Su “no creo que eso sea posible” resume los problemas de una política sobre el clima basada
en el “business as usual”. El drama para el mundo, es que, como dijo hace años Richard
Feynman, “la naturaleza no puede ser engañada”. El cambio estructural requerido exige
mucho más que comprar ampolletas más eficientes y votar por políticos que crean que el
cambio climático es real. La película de DiCaprio tiene imágenes y escenas potencialmente
revolucionarias, pero éstas se pierden en un discurso algo tibio sobre cómo hacer los cambios
requeridos. Para ello, necesitamos repensar las corrientes de “consumismo ético” que
dominan la opinión pública general sobre el cambio climático y proponer medidas más
radicales. El tono de dichas estrategias debiera reconocer las responsabilidades comunes
(todos emitimos) pero diferenciadas (algunos han y continúan emitiendo más que otros), lo
que el film rehúye. Como pieza de concientización el documental cumple un rol, mostrando de
forma brutal la realidad física del cambio climático. Considerando su mensaje político como un
todo, se queda corto, exigiendo una lectura más pausada y reflexiva de los mensajes que
emiten las voces presentes en él.