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Mujeres Supervivientes Que Matan
Mujeres Supervivientes Que Matan
Ahora bien, si se pretende que el derecho recoja la realidad universal, éste debe recoger la
realidad femenina y, para ello, debe ser leído con perspectiva de género (Ávila
Santamaría, 2009). La introducción de la perspectiva de género en la lectura de las normas
jurídicas demanda cuestionar la aplicación de las normas engendradas a partir de la óptica
masculina. El análisis jurídico con enfoque de género importa evidenciar el impacto
diferenciado que un dispositivo legal puede tener en varones y mujeres a la par que
impide que, con una aplicación automática y mecanicista del derecho, se generen
situaciones de poder o desigualdades basadas en el género (Pizani Orsini, 2009; Smart,
2009). En definitiva, cuando se juzga con perspectiva de género se efectivizan los derechos
a la igualdad y no discriminación de las mujeres y, a su vez, se asegura un adecuado
acceso a la justicia a aquéllas (Casas, 2014).
Trasvasando estas anotaciones al campo jurídico-penal, cabe marcar que si bien las
críticas feministas dirigidas a normas penales discriminatorias han dado pie a su
reformulación y/o promulgación de leyes expresadas en términos genéricamente
neutrales; aún existen normas penales que, sin perjuicio de la neutralidad de su
formulación, se aplican de acuerdo a la perspectiva masculina y toman como medida de
referencia a los varones (Larrauri, 1994, 2002). De esta manera, introducir la perspectiva
de género en la interpretación y aplicación de las normas penales mediante la
ponderación de características, necesidades y experiencias del género no considerado en
la elaboración de tales normas, contribuiría en la instalación de la equidad genérica en el
campo jurídico-penal (Casas, 2014).
Sin embargo, se observan una serie de valladares erigidos desde un enfoque tradicional
para enervar la aplicación de la eximente de responsabilidad prevista en el inciso 6° del
artículo 34 de nuestra ley penal a los casos de mujeres supervivientes que dan muerte a
sus parejas, precisamente, en legítima defensa de sus derechos (Larrauri, 1994; Roa
Avella, 2012). Valga adelantar que uno de los principales escollos será cumplir con la
exigencia de que la agresión ilegítima repelida sea actual o inminente en tanto
posiblemente la mujer necesite aprovechar que el hombre se encuentre de alguna
manera desprevenido para darle muerte, ello en función de sus disimiles características
físicas y emocionales. Puede pensarse que otro de los escollos a sortear seguramente será
la afirmación en abstracto de que la mujer tiene medios menos lesivos a su alcance para
poner fin a la situación de maltrato doméstico, entre ellos: la formulación de la
correspondiente denuncia, el abandono del hogar, o el pedido de auxilio policial. Sin
embargo, se advierte que tales obstáculos podrían ser sorteados a partir de la lectura de
la legítima defensa desde una perspectiva que reconozca la experiencia femenina, lo cual
importará interpelar la tradicional concepción de la legítima defensa[ii].
que las mujeres se vieron afectadas por los actos de violencia de manera diferente a
los varones;
que algunos actos de violencia se encontraron dirigidos específicamente a las
mujeres; y
que otros actos de violencia les afectaron en mayor proporción a las mujeres que a
los varones (párr. 223).
Es dable inferir del texto sentencial en cuestión que una misma práctica puede tener
diferentes implicancias según el género de su destinatario/a. En este sentido, existen
prácticas -entre ellas: la exposición del cuerpo semidesnudo frente a agentes
penitenciarios, la inspección vaginal violenta, la presencia de agentes armados durante el
uso de sanitarios, la desatención de las detenidas embarazas- cuyas consecuencias se
sobredimensionan cuando las afectadas son mujeres y tal afectación diferencial debe ser
ponderada por el órgano jurisdiccional interviniente.
Asimismo, se desprende del voto razonado del Juez Sergio García Ramírez con respecto a
la sentencia dictada en el Caso Castro Castro (Perú), específicamente sobre la aplicación
de la Convención de Belem do Pará al caso concreto, que la protección específica de los
derechos y libertades de las mujeres constituye una pieza indispensable para la
construcción integral de un sistema de protección de los derechos humanos así como la
vigencia eficaz de éste (párr. 9). Indicó que la propia Corte IDH tiene dicho que el principio
de igualdad y no discriminación no es afectado cuando se brinda un trato diferente a
personas cuya situación lo justifica, esto para colocarlas en posición de ejercer
verdaderamente sus derechos. “La desigualdad real, la marginación, la vulnerabilidad, la
debilidad deben ser compensadas con medidas razonables y suficientes que generen o
auspicien, en la mayor medida posible, condiciones de igualdad y ahuyenten la
discriminación”. El principio de juridicidad -enraizado en el trato igual para todos/as- exige
“…de una especificidad que alimente ese trato igualitario y evite el naufragio al que
frecuentemente se halla expuesto” (párr. 11).
Cabe poner de relieve que la Corte indicó “…que los Estados deben adoptar medidas
integrales para cumplir con la debida diligencia en casos de violencia de contra las
mujeres. En particular, deben contar con un adecuado marco jurídico de protección, con
una aplicación efectiva del mismo y con políticas de prevención y prácticas que permitan
actuar de una manera eficaz ante las denuncias” (párr. 258). Más sencillamente, la
obligación de debida diligencia en casos de violencia machista -reconocida expresamente
en los instrumentos internacionales en la materia- demanda la adopción de medidas
integrales, entre las cuales vale aquí descollar la aplicación efectiva de un adecuado marco
jurídico de protección.
Bajando más concretamente a los aspectos del texto resolutivo que aquí interesa poner
de relieve, cabe destacar que la Corte IDH indicó que el Estado debía haber iniciado de
oficio la investigación de lo sucedido durante la Masacre de Las Dos Erres con perspectiva
de género, siendo ésta una obligación derivada de la Convención Interamericana de
Derechos Humanos (1969) y ratificada posteriormente mediante la Convención de Belem
do Pará (1994) (párr. 141). Y más específicamente aún, se desprende del voto razonado
concurrente del Juez Ad-Hoc Ramón Cadena Rámila que la perspectiva de género
emergente de la Convención de Belem do Pará debe de aplicarse al caso concreto puesto
que (a)“…enriquece la manera de mirar la realidad y de actuar sobre ella…”; (b) “…permite
(…) visualizar inequidades construidas de manera artificial, socioculturalmente y detectar
mejor la especificidad en la protección que precisan quienes sufren desigualdad o
discriminación”; y (c) “Ofrece, pues, grandes ventajas y posibilidades para la efectiva
tutela de las personas y concretamente, de las mujeres”.
En cuanto aquí interesa destacar, se desprende del texto sentencial en cuestión que una
adecuada respuesta jurisdiccional exige la consideración de aquellos factores que
permitan inferir que la causante se encuentra en una situación de vulnerabilidad en
función de su género, debiendo ésta enmarcarse en un contexto social de discriminación
en atención al género. Asimismo, se observa en el pronunciamiento objeto de estudio dos
derivaciones de los instrumentos jurídicos en materia de derechos humanos de las
mujeres: la obligación internacional de prevenir, investigar y sancionar con la debida
diligencia las violencias ejercidas contra las mujeres tanto en el espacio público como en el
privado -por un lado-; y la obligación de utilizar la perspectiva de género como pauta
hermenéutica -por el otro-. Abordemos estos argumentos con mayor profundidad.
Uno de los aspectos más interesentes del fallo en estudio radica en la existencia de “riesgo
de género” derivado del sufrimiento de abusos sexuales y violencia familiar. Plafón
fáctico-probatorio que, a criterio del más Alto Tribunal bonaerense, debe contextualizarse
en un proceso histórico y social generador de desventajas y de subordinación por ser
mujer (del voto de Lázzari).
En esta dirección, una adecuada respuesta jurisdiccional al caso demanda la consideración
de los factores estructurales que exponen a la causante a una situación de vulnerabilidad
por su condición de género -los cuales hubieron sido desatendidos por las instancias de
grado- (del voto de Hitters).
En atención de la línea trazada por la Corte y la Comisión IDH, los Estados signatarios de la
convenciones internacionales sobre género son responsables de la violencia contra las
mujeres ejercida tanto en la esfera pública como en la privada. De los dispositivos
jurídicos internacionales se deriva la obligación de los Estados partes de guardar la debida
diligencia para prevenir, investigar y sancionar a los/as responsables de la violencia contra
las mujeres -ya sea que ésta sea ejercida en el espacio público y/o en el privado-. “Esto
supone que desde el momento en que una mujer víctima de discriminación o de violencia,
se presenta en una dependencia pública pidiendo protección, poniendo en conocimiento
del país tales hechos, ése debe hacer todo lo necesario para atender integralmente su
situación (arts. 1.1 y 2 de la C.A.D.H.)” y, de no hacerlo, ello puede acarrear la
responsabilidad internacional del Estado, no por ese hecho ilícito atentador de derechos
humanos femeninos en sí mismo, sino por falta de la debida diligencia para prevenir la
violación o para tratarla en los términos requeridos por la normativa internacional. Se
entiende que la “debida diligencia” es una obligación de los Estados y, a su vez, un
principio informante del derecho internacional de los derechos humanos (conf. art. 7.b de
la Convención de Belem do Pará). “En suma, la noción de “debida diligencia” tiene una
creciente raigambre en la protección de las mujeres y resulta una herramienta
indispensable al momento de exigir, nacional o internacionalmente, el derecho de éstas a
vivir libres de violencia y discriminación; perspectiva de género que esperan las
comentaristas de fallo que se refuerce en lo sucesivo” (del voto de Hitters).
(c) Sala Sexta del Tribunal de Casación Penal de la Provincia de Buenos Aires: Continuando
este descenso jerárquico, corresponde pasar a estudiar el criterio de la Sala Sexta del
Tribunal de Casación Penal de la Provincia de Buenos Aires en punto a la introducción de
la perspectiva de género como pauta interpretativa de las normas jurídicas. Se traerán dos
pronunciamientos presentándose atendiendo a su fecha de dictado.
Primer pronunciamiento: El día 05 de julio del 2016, el Tribunal casatorio entendió que,
con carácter previo al análisis de las impugnaciones de las partes acusadoras contra la
sentencia de primera instancia por la que se absolviera a una mujer acusada de matar a su
cónyuge con arma de fuego en el entendimiento de que había actuado en su legítima
defensa, debía detenerse en la noción de “perspectiva de género” puesto que desde este
particular prisma correspondía analizar esta causa “…caracterizada por la violencia de
género dentro del ámbito conyugal…” -en concreto, se trata de las Causas n° 69.965 y
69.966 caratuladas respectivamente “L, S. B. s/ Recurso de casación interpuesto por
Particular Damnificado” y “L., S. B. s/ Recurso de casación interpuesto por Agente Fiscal”-.
Respecto de aquello que aquí interesa destacar, el texto sentencial estudiado identifica el
origen de la noción “perspectiva de género” en las convenciones internacionales
ratificadas y jerarquizadas constitucionalmente por nuestro país pero también en la
normativa nacional específica en materia de derechos de las mujeres, ofrece una
conceptualización del término en cuestión a partir del material provisto por ONU Mujeres,
observa que la perspectiva de género es una herramienta que permite incluir a la mitad de
la población históricamente excluida y, en definitiva, conformar una sociedad democrática
y diversa. Expuestas tales consideraciones teóricas, luego las transfunde al ámbito de la
administración de justicia y, particularmente, al campo jurídico penal para, finalmente,
volcarlas al caso concreto. Veamos.
Por un lado, se contempla que el primero de los dispositivos legales mencionados tiene
como objetivo -expreso- incorporar la mitad femenina de la humanidad a la esfera de los
derechos humanos. Se afirma que esta incorporación implica “…la reafirmación de la
igualdad de género frente a los derechos y, en consecuencia, el respeto de la dignidad
humana…” pero también la inclusión de “…medidas o planes de acción que los Estados
deben llevar a cabo con el fin de cumplir con los requisitos establecidos en dicho
instrumento jurídico”. Se concluye que el concepto de “perspectiva de género” surge de
estos fines normativos -es decir, de garantizar las obligaciones estatalmente asumidas-.
Por otro lado, en el segundo de los dispositivos legales se infiere la necesidad de aplicar
una perspectiva de género a partir de que aquél reconoce la existencia de patrones
socioculturales y relaciones históricamente desiguales como generadores de las diferentes
formas de violencia contra la mujer.
Lejos de conformarse con exponer estas consideraciones teóricas, se las hace descender
primeramente a la administración de justicia, luego al derecho penal y, por último, al caso
llevado a conocimiento del órgano casatorio. Así pues, mantiene que la administración de
justicia, el derecho en general y el derecho penal en particular también deben ser vistos
desde la perspectiva de género. El decisorio releva la doctrina jurisprudencial escandinava
surgida en la década del setenta “…que se fundamenta en la determinación
discriminadora de la ley actual y en la necesidad de un cambio con una perspectiva de
género en la interpretación judicial, ya que facilitaría velozmente la adecuación del
sistema jurídico a la igualdad empírica”. Con cita de Cain, explica que esta doctrina
mantiene que la jurisprudencia es masculina en tanto atiende a la conexión entre las leyes
de un sistema patriarcal y los seres humanos. Ocurre que tales leyes presuponen que
dichos seres humanos son varones -excluyendo, por consiguiente, a las mujeres-. “Así
pues, corresponde a la ley incluir a todos quienes pertenecen a la sociedad en diversidad
de género, pero también a quienes formamos parte del sistema de justicia corresponde
realizar una interpretación legal abarcativa de esta perspectiva”.
Más precisamente, entiende que el derecho penal también debe ser analizado con
perspectiva de género para lograr una aplicación normativa igualitaria en términos
genéricos evitando así la discriminación de las mujeres. Al respecto, citando nuevamente a
Larrauri, explica que las posturas que buscan la igualdad de género vienen afirmando que
las normas penales así como también la interpretación judicial de las mismas están
dotadas de contenido desigual. Se dice que las normas penales y su interpretación tienen
contenido de género desigual para significar que “…normalmente los requisitos que
rodean su interpretación han sido elaborados por hombres pensando en una determinada
situación o contexto”. De ello se deriva que la aplicación de la norma tal como
normalmente ha sido intepretada reproduce los requisitos y contextos para los cuales fue
ideada -por varones- y, desde este punto de vista, tenderá a discriminar a la mujer ya que
ni su género ni el contexto en el cual necesita de la norma han sido considerados en la
elaboración de los requisitos. “Pues entonces, la aplicación de una perspectiva de género
en el análisis de la normativa, persigue el fin de crear un derecho verdaderamente
igualitario e inclusivo –de la otra mitad de la población-, en donde los paradigmas propios
de las sociedades androcéntricas sean finalmente destruidos”.
Se advierte que en esta línea se enroló la Corte IDH en el Caso “Campo Algodonero” al
entender que “la influencia de patrones socioculturales discriminatorios puede dar como
resultado una descalificación de la credibilidad de la víctima [de violencia de género]
durante el proceso penal en casos de violencia y una asunción tácita de responsabilidad
de ella por los hechos […]. Esta influencia también puede afectar en forma negativa la
investigación de los casos y la valoración de la prueba subsiguiente, que puede verse
marcada por nociones estereotipadas sobre cuál debe ser el comportamiento de las
mujeres en sus relaciones interpersonales”.
3.- Una lectura con perspectiva de género de la legítima defensa como causal de
justificación de la conducta punible
El inciso sexto del artículo 34 del Código Penal Argentino contenedor de la legítima
defensa como causal de justificación de la conducta punible[vii] ha sido señado como uno
de los preceptos legales cuya interpretación y aplicación “objetiva” pude reportar una
situación injusta para las mujeres que pretendan su invocación, por lo cual implora ser
interpretado con perspectiva de género. Una lectura insensible al género de esta causal de
justificación puede implicar que deban sortearse tres obstáculos si quien exige su
aplicación es una mujer y, más específicamente, una mujer inmersa en un contexto de
violencia de género que da muerte a su pareja hombre.
Estos tres obstáculos a superar pivotan en derredor de los siguientes extremos: (a) el
elemento de actualidad o inminencia en la agresión severamente cuestionado en aquellos
casos en los que la mujer aprovecha que el hombre está de alguna manera desprevenido
para darle muerte; (b) el requisito de necesidad racional del medio empleado haciendo
hincapié en la existencia -o no- de medios menos lesivos a los cuales la mujer podría haber
recurrido para poner fin a la situación de violencia; y (c) el plano subjetivo de la eximente
de responsabilidad penal descollando si puede inferirse ánimo vindicativo de los
antecedentes de violencia de género en la pareja. A seguido abordaremos cada uno de
estos escollos pretendiendo arribar a una lectura de la legítima defensa con perspectiva
de género en tren de facilitar su aplicación en aquellos casos en los cuales mujeres, y
particularmente las mujeres inmersas en contextos de violencia de género en el marco de
una relación de pareja, necesitasen invocar dicha eximente.
Explica Larrauri (2002:6) que las mujeres violentadas por sus parejas varones no suelen
beneficiarse de la eximente de la legítima defensa debido, entre otros motivos, a que para
la invocación de dicha eximente se les exige que la agresión ilegítima de la cual se
defiendan sea actual o inminente. Ahora bien, esta imposibilidad de valerse de la causal
de justificación prevista en el art. 34 inc. 6° del Código Penal se constará mayormente en
los eventos no confrontacionales, tales son los casos de la mujer que mata a su
maltratador cuando éste duerme luego de amenazarla de muerte (Roa Avella, 2002:66) o
de aquella que da muerte aprovechando que el varón está desprevenido, embriagado, de
espaldas, volvió al hogar común después de una pelea, o que se encuentra
momentáneamente desarmado.
Ya sea que se interprete que la agresión deba actual o que se interprete que la agresión
deba ser inminente, las posibilidades de que la mujer pueda matar a su atacante son
prácticamente inasibles tanto en uno como en otro caso. Por un lado, si se interpreta esta
exigencia como que el ataque debe estarse produciendo, este extremo es de difícil
cumplimiento por parte de las mujeres puesto que en el supuesto de estarse el ataque
produciendo, lo habitual es que la mujer no pueda matar al contrincante y deba esperar
que el ataque cese de algún modo. Por el otro, si se interpreta como que el ataque debe
ser inminente, el tribunal necesitará considerar el conocimiento específico de la mujer
para poder apreciar que, en efecto, de acuerdo a sus experiencias previas, la mujer podía
pensar que el ataque era inminente (Larrauri, 1994). Sin embargo, la incorporación de los
conocimientos específicos previos colisiona con la línea doctrinaria y jurisprudencial que
entiende que las causas de justificación no pueden interpretarse de acuerdo a un juicio
individualizado sino respetándose el estándar del hombre medio.
Siguiendo esta postura, señala Williams (2009:277) que “para entender por qué una mujer
en esta situación de violencia aguda y crónica mató a su agresor, y por qué esperó hasta
que él estuviera dormido para hacerlo, una debe entender su experiencia de género,
como mujer y como madre. Esto no implica que debamos tener una norma para defensa
propia de las mujeres, y otra para la de los hombres” sino que la doctrina penal
tradicional, concebida por hombres e interpretada para encajar en los extremos propios
de la vida masculina, debe ser extendida a los extremos propios de la vida femenina
(Angel, 2007:1). Es decir, no se pretende quitarle objetividad a los parámetros de la
legítima defensa sino reconocer que en el escenario de la mujer superviviente debe
hacerse un examen de sus requisitos bajo una perspectiva situada que pondere y tenga en
cuenta que no se trata de una mujer cualquiera -mujer media- sino de una mujer en un
contexto específico -mujer víctima de violencia de género en el ámbito doméstico- (Roa
Avella, 2002:62).
Desde este prisma analítico, la Sala Segunda de la Suprema Corte de Justicia de Mendoza
(23/06/2014) en el marco de la causa caratulada “F. C./ R. E., C. Y. P/ homicidio simple s/
casación” entendió que al examinar la extensión que debe asignarse a la legítima defensa
fragmentar la situación que vive la mujer superviviente -entendiendo que su defensa sólo
puede tener lugar en el preciso momento en que sufre un golpe- equivaldría a olvidar que
ha sido golpeada anteriormente y que volverá a ser golpeada después. “Tanto el
condicionamiento social de género como la especial situación de continuidad de la
violencia a que está sometida la mujer golpeada, obligan a entender que el ámbito de la
legítima defensa necesariamente debe extenderse más allá del momento preciso de la
agresión ilegítima, y por esto cuanto la agresión ilegítima no es algo que ocurre en un
momento aislado, sino que forma parte de un proceso en que se encuentra sometida la
mujer golpeada y del cual no puede salir por razones psicológicas, sociales e incluso por
amenazas que sufre de parte del agresor”.
Profundizando estas ideas, cabe observar que la ya mencionada Roa Avella (2002:67)
explica: “Inclusive puede que el peligro permanente no esté dado por manifestaciones
verbales ni físicas, el maltratador logra establecer un lenguaje no verbal para mantener
intimidada a su víctima y hacerle entender con una mirada, un gesto amenazante o una
seña que represente una agresión mortal que en cualquier momento el ataque se
producirá. Y en efecto, el ciclo de la violencia permite afirmar que el violento ataque se
producirá. ¿No es ello el vivo ejemplo de la permanencia del peligro? Es claro que tal
peligro es asimilable a la inminencia”.
En sintonía con esta postura, sostuvo el Superior Tribunal de Justicia de la Provincia de San
Luis (28/02/2012) en el marco de la causa caratulada “G., M. L. s/ homicidio simple”:
“Cabe destacar que en un contexto de violencia doméstica, la mujer se encuentra
entrampada en un círculo, donde la agresión siempre es inminente, precisamente porque
es un círculo vicioso del que no puede salir, porque tiene miedo a represalias, sabe que en
cualquier momento la agresión va a suceder, los celos siempre existen, con lo cual la
inminencia está siempre latente, generalmente no se formulan denuncias por miedo, la
víctima de violencia se va aislando y muy pocas veces cuenta todo lo sucedido, ya sea por
miedo o vergüenza”. A ello se agrega la crítica formulada al pronunciamiento de su
inferior jerárquico en tanto omitió ponderar los celos excesivos del occiso para con la
imputada atento los mismos “…generaban un estado de violencia permanente…” así como
también otros fenómenos característicos de la violencia de género, tales como la negativa
a formular denuncias o la ausencia de testigos presenciales derivada de que los episodios
violentos suelen ocurrir en el interior del hogar.
Más adelante en el tiempo, de manera similar se pronunció la Sala Sexta del Tribunal de
Casación Penal de la Provincia de Buenos Aires (05/07/2016) en el contexto de las causas
caratuladas “L., S. B. s/ recurso de casación interpuesto por Particular Damnificado” y “L.,
S. B. s/ recurso de casación interpuesto por Agente Fiscal” señalando que desde la
perspectiva de género la exigencia de que concebir la actualidad de manera puramente
temporal y entendida como tiempo presente implicaría negarle a la mujer la posibilidad
de salir airosa del enfrentamiento. “En este sentido, no debe entenderse a la violencia de
género doméstica como compuesta por hechos aislados sino como una agresión continua,
incesante, porque existen ataques en forma permanente a ciertos bienes jurídicos como la
libertad, la seguridad y la integridad física y psíquica”. A este criterio interpretativo agrega:
“la violencia de género tiene justamente la característica de permanencia puesto que la
conducta ilegítima del agresor hacia su víctima, en la situación de convivencia, aparece en
todo momento y bajo cualquier circunstancia desencadenante, generando en la víctima
temor, preocupación y tensión constantes que la tienen a la espera permanente de una
agresión inminente…”.
Larrauri (1994) formula tres críticas al razonamiento seguido por los tribunales de Estados
Unidos de América y Alemania en oportunidad de juzgar los homicidios perpetrados por
mujeres a su parejas. La primera de dichas críticas es que a partir de acreditarse la
existencia de maltrato previo desplegado por los hombres sobre sus parejas mujeres,
infieren los magistrados la existencia de dolo de matar como indicio que descarta que las
mujeres hayan matado en legítima defensa de sus derechos. La segunda de estas críticas
es la calificación como homicidio alevoso en consideración del aprovechamiento por parte
de la mujer de las circunstancias de embriaguez de su marido para darle muerte o que
éste se encontraba dormido. La tercera de las críticas que le merecen a la autora es la
aplicación del eximente de trastorno mental transitorio. Por su conexión con el tema
analizado en el presente subapartado, nos detendremos aquí a analizar la segunda de las
críticas formuladas por la autora sindicada.
Lejos de ser valoradas las particulares circunstancias de las cuales se debe valer una mujer
que sobrevive al maltrato de su pareja para terminar dándole muerte a ésta, aquéllas son
convertidas en extremos a partir de los cuales construir la agravante de la alevosía. En
este sentido, explica la autora de mención que en numerosas sentencias -especialmente
alemanas- hubo apreciado que el tribunal aplicó la alevosía por la “forma cautelosa y
taimada” en orden a haberse constatado que la mujer aprovechó que su marido estaba
embriagado, desprevenido, durmiendo, o de espaldas para darle muerte.
Entonces, el razonamiento tradicional sería el siguiente: si la alevosía es ejecutar el hecho
aprovechando o buscando la indefensión de la persona, la mujer se aprovecha de la
situación en que el marido está indefenso y, en consecuencia, mata alevosamente. Sin
embargo, sostiene la autora que la alevosía sólo tiene sentido cuando existe la alternativa
entre realizar el hecho o realizar el hecho en forma tal que se asegure su ejecución, de
manera que frente a dos formas posibles de matar se opta por la más segura. “Pero
precisamente esta alternativa no está al alcance de la mujer. La mujer que tiene intención
de matar a su marido debe normalmente optar entre realizar el hecho con alevosía o no
realizarlo”. Y agrega: “No se trata de que elige la norma más grave sino que en ocasiones
es la única posible”.
No es plausible exgirle a la mujer que la agresión sea actual -en el sentido de estar
produciéndose- y pretender que acabe con la vida de su pareja varón. Tomando el
razonamiento seguido por el Tribunal Supremo norteamericano, concluye que exigir que
el ataque sea actual equivale a condenar a la mujer superviviente a “una muerte a plazos”.
La inclusión de la perspectiva de género demanda que los tribunales contemplen que en
numerosos casos en los que se produce la muerte de la pareja varón el ataque está
meramente interrumpido -por ejemplo, por haber caído al suelo, por encontrarse
momentáneamente desarmado, etc.- pero que se continuará a la brevedad. En otros
casos -por ejemplo, el marido embriagado, marido que vuelve a casa después de una
pelea, marido dormido, etc.- los tribunales debieran considerar que la “actualidad” de la
defensa no es un requisito autónomo sino exclusivamente una forma de precisar la
necesidad de la defensa.
Recorriendo este camino de ideas, la Sala Sexta del Tribunal de Casación Penal de la
Provincia de Buenos Aires (05/07/2016) en el marco de las causas arriba citadas afirmó
atendiendo a “…las características particulares de socialización, educación, experiencias
personales -inclusivas o no de violencia doméstica- y, muchas veces, contextura física de la
mujer, es claro que ésta debe defenderse cuando el hombre se encuentra desprevenido y
con sus defensas bajas, a diferencia del hombre que comúnmente no necesita de esta
circunstancia para consumar su defensa”.
Estas formulaciones de corte teórico gestadas desde una óptica insensible al género
estimo pueden ser traducidas en las ideas de “sentido común” referidas a que si el
maltrato que la mujer recibe en el ámbito doméstico fuese real, ésta huiría del hogar; que
la mujer permanece en el hogar común porque es una vaga “mantenida” y abandonar a su
agresor le significará trabajar; o incluso que a la mujer le agrada que la golpeen toda vez
que, de no ser así, no permanecería en el hogar. Si continuamos este sendero de ideas
insensibles al género y las hacemos descender directamente a la situación de la mujer
inserta en un contexto de violencia doméstica que da muerte a su pareja, la exigencia de
que recurra al medio más suave para su defensa aunque él sea más inseguro advierto se
traducirá en que la mujer disponía de mecanismos menos lesivos para terminar con la
situación de violencia. Se le exigirá a la mujer superviviente haber activado dispostivos de
prevención específicamente diseñados para atender a casos como el de ella. Puede
pensarse en la exigencia de que denuncie maltrato en las comisarías específicas, que
active el llamado “botón antipánico”, que recurra a organizaciones gubernamentales y/o
no gubernamentales en busca de asesoramiento jurídico gratuito, haber convocado a
personal policial para que la auxilie frente a la agresión, haber buscado ayuda en su red de
contención, etcétera.
Advierte Larrauri (2002:7) que no puede aseverarse en abstracto que la mujer disponía de
“otros medios” sino que una afirmación del estilo exige un análisis del caso concreto,
estudiando cuáles medios se encontraban al alcance de la mujer y evaluando si tales
medios a su disposición eran adecuados y le eran exigibles. Continuando esta línea de
pensamiento, sostiene esta autora que el requerimiento de exigencias legales pensadas
para contextos masculinos conlleva que la legítima defensa sea apenas discutida como
causa de eximente de responsabilidad penal en los supuestos de mujeres supervivientes
que matan a sus parejas.
Adoptando la inteligencia de que la necesidad racional del medio empleado debe medirse
desde la particular óptica de la mujer inmersa en un contexto de violencia doméstica,
deberá pensarse en que las capacidades de quien se defiende deben de ser ponderadas al
analizar la herramienta elegida por la mujer para dar muerte a su pareja. En este mismo
sentido, expone Di Corletto (2006:7): “a fin de evaluar si el uso de un arma por parte de
una mujer golpeada constituye una legítima defensa, se debe reflexionar sobre las
desventajas típicas de las mujeres con relación al tamaño y a la fuerza y a la falta de
entrenamiento en su protección física, a diferencia del que reciben los hombres”. Para
ilustrar esta anotación, valga señalar que en el caso de la mujer que se defiende armada
de un hombre desarmado deberá contemplarse la superioridad física del hombre al
analizar la racionalidad del medio empleado en la defensa.
Como se marcó arriba, Larrauri (1994:1) formula tres críticas al razonamiento seguido por
los tribunales estadounidenses y alemanes al momento de juzgar los casos de mujeres
supervivientes que dan muerte a sus parejas alegando hacerlo en defensa legítima de sus
derechos. La primera de dichas críticas se refería, precisamente, a descartar el dolo de
lesión al inferir el dolor de matar a partir del arma empleada por la mujer para dar muerte
a su maltratador, generalmente cuando el hombre había bajado la guardia o se
encontraba de algún modo desprevenido. Pues bien, corresponderá en este subapartado
puntualizar que la autora mencionada señala que en todas las sentencias que hubo
consultado en las cuales una mujer ataca a su marido se afirma que existe ánimo de
matar, exceptuándose una única en la cual ello no ocurría. Más específicamente, refiere
que las sentencias por ella estudiadas repiten mecánimente que “el cuchillo de grandes
proporciones utilizado no deja lugar a dudas de que la intención de la mujer era causar la
muerte a su pareja”.
Asimismo, advierte en las sentencias extranjeras por ella analizadas que el dolo homicida,
en desmedro del dolo lesivo, es inferido también a partir de las malas relaciones
conyugales, las frecuentes discusiones y/o las múltiples palizas sufridas por la mujer. De
esta manera, se corrobora que el historial de maltrato en la esfera doméstica juega de
forma distinta para el hombre que para la mujer, ello por cuanto si el hombre golpeó a la
mujer durante un año y finalmente la mata, las palizas anteriores sirven como prueba de
que tampoco en esta ocasión la quería matar sino que “se le fue la mano”. Sin embargo, el
maltrato continuado produce el efecto opuesto cuando se juzga la conducta de la mujer
toda vez que, en ese caso, se afirma “…que cuando reacciona no busca sólo la lesión sino
la muerte, no sólo la defensa sino la venganza”.
En este orden de cosas, se avizora que la filtración con contenido de género del elemento
subjetivo de la legítima defensa importa discontinuar su valoración tomando ciegamente
los criterios históricamente sostenidos en el campo jurídico-penal, como si estos fuesen
parámetros objetivos aplicables a todo/a agente con independencia de su género, para
pasar a considerar la situación del/la agresor/a atendiendo a su género puesto que sólo
así se arribará a una solución jurídica verdaderamente justa. Siguiendo esta línea de
razonamiento, el empleo de arma por parte de una mujer frente a su agresor desarmado
no puede conducir automáticamente al operador jurídico a la inferencia de ánimo
vindicativo en detrimento de ánimo defensivo; ello por cuanto la consideración de las
características físicas y emocionales de la mujer posiblemente nos permita concluir que el
valimiento de arma es la única herramienta que permitirá a aquélla su supervivencia o, al
menos, salir ilesa de la agresión masculina. Desde esta óptica, cobra vital importancia la
ponderación de que, como regla general, las dimensiones y habilidades físicas de las
mujeres son más disminuidas que las de los hombres a la par que, mientras estos
históricamente han sido socializados para ser violentos, todo lo contrario ocurre con las
mujeres, por lo cual luce poco probable imaginar a una mujer defendiéndose de un
hombre a golpes de puño.
4.- Experiencia local: Cómo resuelve la justicia penal marplatense los casos de mujeres
supervivientes que matan a sus parejas sentimentales
Este apartado se dirigirá al estudio de las dos sentencias que hubieron de ser dictadas por
tribunales pertenecientes al Departamento Judicial de Mar del Plata con motivo de
homicidios de varones cometidos por quienes fueran sus víctimas en el marco de una
relación de pareja signada por el flagelo de la violencia de género. Para facilitar la lectura
de este acápite, se abordarán separadamente las dos sentencias judiciales cuyo estudio
aquí se propone y en cada caso se efectuará primeramente un breve racconto de los
hechos para luego adentrarnos al desbroce de los argumentos jurídico-penales plasmados
cada texto sentencial.
Hacia el mes de mayo del mayo del mismo año J., que se había separado de hecho de B.,
inició convivencia con su cuñada M. G., la cual había sido además empleada del
Minimercado que el matrimonio J.-B. tenía en la planta baja de su casa. Pese a la
separación J. seguía concurriendo a la vivienda, ello con el doble propósito de continuar
percibiendo las ganancias del comercio y de seguir manteniendo relaciones sexuales con
su esposa G. B., muchas veces contra la voluntad de ella.
Volviendo a lo ocurrido el día 18 de agosto, una vez que madre e hija fueron forzadas por
J. a ingresar a la casa, comenzó para ellas un verdadero calvario, que incluyó una serie
ininterrumpida de golpes de A. J. hacia G. B. que le causaron múltiples lesiones. La
violencia se ejerció, además, rompiendo vidrios y blandiendo en forma amenazante un
arma de fuego, la que J. usualmente portaba y que en la ocasión se disparó dos veces
hacia la persona de G, B. en el local de la planta baja, obligándola luego a subir a la casa
con la finalidad de mantener relaciones sexuales. En forma intimidante, arma de fuego en
mano, J. llevó a B. a la habitación principal, lugar donde la mujer comenzó a quitarse sus
prendas íntimas, en tanto J. la esperaba acostado en la cama, momento en el cual,
aprovechando un descuido de su esposo, G. B. tomó el arma de fuego que llevaba J. y le
descerrajó dos disparos en la sien derecha, poniendo fin a la agresión y a la vida de quien
hasta ese día había sido su esposo”.
Este cuadro fáctico fue construido a partir de la declaración testimonial prestada por la
hija del matrimonio conformado por la imputada y la víctima fatal del caso, marcándose
que aquélla se encontraba probatoriamente respaldada por constancias objetivas de la
causa así como también en la juramentada de la hermana del occiso, quien fuera
convocada telefónicamente por la acusada y personalmente por su sobrina.
Particularmente, las golpizas a las que la imputada era sometida por parte de su esposo
quedaron patentizadas no sólo a través de su relato, el de su hija y el de un vecino sino
también mediante las constancias documentales incorporadas por lectura al debate. Así
pues, vale destacar que el informe médico confeccionado el día del hecho daba cuenta de
la presencia de lesiones en el cuerpo de la acusada que se compadecían con las agresiones
que describía como desplegadas por su esposo; las constancias de exposiciones civiles en
comisaría local en las que explicaba el maltrato al que era sometida por parte de su
marido habiendo explicado la mujer que no formalizaba las denuncias por temor; y el acta
policial que diera inicio al expediente de la cual se desprendía, entre otras cosas, que los
policias que se apersonaron en el domicilo el día del hecho investigadio constataron la
existencia de dos marcas en cielo raso y pared que razonablemente se correspondían con
los dos disparos de arma de fuego que la imputada describiera como efectuados por su
marido.
Vale destacar que se releva en la sentencia bajo estudio que, en relación a la situación de
maltrato que antecedió el episodio fatal, la acusada dijo “…que J. siempre le había
pegado, que era una persona golpeadora y que el maltrato físico comenzó cuando cursaba
el embarazo de su primer hija. Luego del nacimiento de J., el maltrato aumentó, lo que la
llevó a separarse pero luego, esperanzada de que J. mejoraría, volvió con él.
En los últimos dos años la situación de maltrato se agudizó. Ella cargaba con los hijos, a
punto tal que él ni siquiera asistidó a las reiteradas operaciones de A., el hijo varón de la
pareja. Estaba a cargo del comercio pues desde la separación de J. sólo aparecía a cobrar,
lo que hacía prácticamente todos los días, suscitándose discusiones que terminaban
muchas veces en amenazas y/o golpizas; dijo que no efectuó denuncias por temor, aun
cuando más de una vez concurrió a la comisaría local en busca de ayuda. Mencionó B.
cómo una vez J. le pegó con una pala de punta, concurriendo a la Comisaria Jorge
Newbery, pero allí no le tomaban las denuncias. “Me violó varias veces…”, dijo la
imputada, recordando cómo la forzó a mantener relaciones sexuales las dos o tres veces
que volvió a dormir a su casa luego del mes de mayo de 2004. Dijo B. que fue a la
Comisaría y pidió que mandaran algún patrullero, que pusieran alguna vigilancia para
evitar que su marido entrara a la casa, pero le dijeron que ello no era posible. La
existencia de reclamos de Justicia ante la Comisaría de Jorge Newbery tienen respaldo en
la documental de fs. 24 y 25, exposiciones civiles que la experiencia indica son, muchas
veces, subestimaciones a situaciones de violencia en la familia, en especial contra la mujer
y los niños que deben ser especialmente atendidos por mandato constitucional y legal.
Arts. 10 Constitución Provincial; art. 7 Ley Nacional 24632 Convención Belem do Pará”.
Con este plafón fáctico-prabatorio, no habiendo sido discutida la autoría del suceso
crimonoso, se indicó que la enjuiciada resultaba ser “…la verdadera víctima de este
caso…”, se consideró que la nombrada había actuado en legítima defensa de su vida y, por
ende, se la absolvió del delito de homicidio calificado. En ese camino, se entiendió que la
prueba producida permitía entender colmados tanto la existencia de agresión ilegítima
por parte del esposo como la ausencia de provocación por parte de la esposa, por lo que
la discusión pivotaba sobre si la acción de la acusada podía pasar por el tamiz de la
necesidad racional del medio empleado para impedir o repeler dicha agresión y, más
específicamente, sobre la existencia de “…actualidad o inminencia en la agresión al
momento de efectuarse los dos disparos a la cabeza de J. pues, aún cuando no estuviese
dormido sino acostado con la expectativa de mantener relaciones sexuales con su esposa,
el modo de ingreso de los proyectiles y la disposición del cadáver llevan a concluir que B.
aprovechó un intersticio de cese de violencia para tomar el arma que antes detentaba J. y
poner fin al castigo al que hasta ese momento estaba siendo sometida”.
Para asegurarnos una adecuada claridad expositiva, huelga esquematizar los argumentos
cristalizados a los efectos de resolver el nudo gordiano del caso de la siguiente manera:
(*) Si bien la agresión había cesado, en la medida que el hombre se hallaba acostado en la
cama semidesnudo mientras la mujer se desvestía para mantener relaciones sexuales
como aquél le requería, seguramente la golpiza hubiese continuado si ella se negaba a
satisfacer tales exigencias. La huida del lugar a efectos de evitar ser sexualmente sometida
por su esposo se vislumbró como impracticable en atención a la conmocionada
subjetividad de la encausada, al arma de fuego en poder del hombre que éste ya había
sido disparada dos veces, y a la larga distancia que debía recorrer hasta la puerta de
egreso del inmueble. Así pues, se lee en la sentencia: “Estimo que J. había dejado de
pegarle a B. pues, como ésta lo dijo en el juicio, comenzó a desvestirse para mantener las
relaciones sexuales que aquel quería. Es indicativo de ello que J. se acostó semidesnudo
en la cama y que se halló el corpiño de B. sobre la mesa de luz. Pero lo que debemos
preguntarnos es que hubiera sucedido si la mujer se negaba a los deseos de J.; con toda la
seguridad la golpiza hubiera seguido”.
Párrafo aparte se descarta la huida como parte del catálogo de opciones que tenía la
encausada a su alcance para repeler la agresión ilegítima: “El Fiscal ponderó en contra de
B. no haber escapado del lugar. La huida, más allá de la limitación de las opciones propia
de la situación de fuerte conmoción afectiva por la que atravesaba la imputada no era
algo que asegurara su liberación, pues J. estaba armado y ya le había efectuado dos
disparos con anterioridad. A más de ello mediaba un largo trayecto hasta la puerta de
salida: la casa se encuentra en los altos y la puerta en la planta baja. Nada aseguraba que
frente a la negativa a satisfacer sus deseos, huyendo del lugar, J. no la persiguiera y
volviera a agredir con el arma de fuego.
Pero a esta situación objetiva de inminente peligro para la vida de la acusada debemos
sumar una subjetiva, también abonada en el juicio. La golpiza y las amenazas sufridas
antes del hecho generaron en la imputada, confirme informara el perito psiquiatra de este
Departamento Judicial Diego Martín Otamendi, gran miedo en su persona. Esa situación
de terror afectó sus valoraciones y limitó sus posibilidades de actuar; conforme el Perito,
vivió la situación con gran temor.
Entiendo, entonces, que en el caso concurren los requisitos que exige la ley para la
invocación de la legítima defensa, pues no sólo procede contra una agresión actual, sino
también contra la que se presenta como inminente. En el caso todo indicaba que de no
ceder a las pretensiones sexuales de su esposo la agresión anterior (dos disparos y los
politraumatismos antes descriptos) se reiniciaría (CP, 34 inc. 6). Quiso poner fin a esa
agresión y no tuvo, desde lo objetivo y desde lo subjetivo, otra forma distinta a la de
utilizar el revólver que había dejado de utilizar J. en la creencia de que dominaba la
situación y que, como tantas veces sucediera, podía volver a usar y abusar sexualmente de
su mujer. B. tomó el arma y disparó contra J. de modo tal que éste no pudiera volver a
agredirla”.
Armado, ebrio y habiendo usado el revólver y sus puños minutos antes para amenazar y
golpear a B., con una diferencia física que doblaba en peso a la víctima (más de 100 kilos
contra 50), el peligro aún subsistía, pues J. la esperaba en la cama para mantener las
relaciones exigidas. En ese contexto la decisión de la imputada de tomar el arma que
antes blandía amenazante J. y de disparar contra éste para poner fin a la agresión debe
reputarse racional. Percibió y sintió que su vida corría serio peligro, ello conforme
informaran unánimamente peritos psicólogos y psiquiatras, y en esa situación de fuerte
conmoción tomó el arma y disparó para evitar una nueva agresión que se presentaba
inminente (CP 34 inc. 6to. b)”.
Asi las cosas, cabe formular una serie de anotaciones. Una primera anotación destinada a
poner de resalto que la reconstrucción de los hechos que se entendieron acreditados no
se reduce a describir la materialidad delictiva sino que se inicia refiriedo que J. había
abordado -violentamente- a su esposa e hija y, a su vez, se da cuenta del pasado abusivo
interrumpiendo así el relato cronológico de los hechos. Una segunda anotación dirigida a
destacar que si bien al tiempo del dictado de la sentencia aquí estudiada no había sido
sancionada la ley nacional en materia de género, se advierte que el maltrato dispensado a
la acusada es colocado en un plano central al momento de evaluar la existencia de
actualidad o inminencia en la agresión. Una tercera anotación referida a evidenciar que la
prueba producida permite observar que la acusada era sometida a una serie de malos
tratos por parte de su cónyuge que, al pasar por el tamiz de la normativa actualmente
vigente, deben ser traducidos como violencia de género física, sexual, psicológica y
económica. Entiendo que el maltrato dispensado a la causante por parte de su esposo -
quien había dejado el hogar común para mantener una relación sentimental con su
cuñada- no consistía únicamente en abuso físico y violencia sexual sino también en relegar
resposabilidades de cuidado y crianza de los/as hijos/as en común en la mujer,
abandonarla en el emprendimiento familiar, exigirle las ganancias de dicho
emprendimiento y, para el caso de no ser “suficientes”, golpearla. Una última anotación
enderazada al directo entrelazamiento del caso local con algunas consideraciones teórico-
jurícas plasmadas en los apartados precedentes en tanto la acusada formuló diferentes
exposiciones civiles haciendo así conocedor al Estado de las agresiones sufridas por parte
de su marido, omitiendo aquél activar las medidas de protección necesarias para asegurar
la integridad física, psicológica y sexual de la encartada. Estimo que la inercia estatal
obligó a la mujer a asegurar su superviviencia dando muerte a su agresor, empujándola
ferozmente a transitar por el sistema penal no como la víctima de su esposo maltratador
sino, por el contrario, como su victimaria.
La prueba producida durante el juicio oral más la incorporada a éste para su lectura
permitió conocer holgadamente que la imputada había sido víctima de violencia de
género no sólo por parte de su última pareja sino también de su progenitor. Lejos de
emplear el término “violencia de género” o, de alguna otra manera, dar cuenta de que el
caso en estudio se enmarcaba en una problemática social concreta que encuentra a las
mujeres como sus principales víctimas, particularmente, en el ámbito doméstico, los
sentenciantes prefieren hablar de “malos tratos permanentes”. En este sentido, puede
leerse en la sentencia en cuestión: “No cabe duda que la víctima L. le venía dispensando a
la imputada desde hacía varios años malos tratos permanentes, consistentes en golpes,
insultos, aislamiento social, trabajos pesados, control y vigilancia sobre todo lo que hacía -
o debía hacer- la imputada”.
Las partes en litigio no discutieron la materialidad delictiva e, incluso, coincidieron en que
se trataba de un homicidio cometido por la encausada en un estado de emoción violenta,
derivándose de ello que ésta fuese la única eximente -incompleta- de responsabilidad
penal analizada por el órgano jurisdiccional interviniente. No obstante el homicidio tuvo
lugar en el contexto de una relación atravesada por la violencia de género y, más
precisamente aún, en el marco de un episodio agresivo, la actuación en legítima defensa
no fue barajada como justificante de la conducta desplegada por la mujer superviviente.
Se observa que para entender que la mujer había matado a su agresor violentamente
emocionada, los sentenciantes hacen mella en dos extremos: por un lado, el elemento
psicológico requerido al exigirse que el/la agente actúe en un estado de emoción violenta
y, por el otro, la existencia de una causa externa que dé lugar a tal emoción violenta.
Sobre el primero de los extremos se lee en la sentencia bajo estudio que, según la
explicación de Peña Guzmán, el homicidio emocional requiere que el/la agente obre
violentamente emocionado/a y, en atención a lo dicho por Creus, el/la agente obra con
los sentimientos exacerbados de tal modo que se hallan desordenados y potentes,
resultándole dificultoso controlar los impulsos de acción contra la víctima. De esta
manera, se expone que “la capacidad de reflexión del agente debe haber quedado tan
menguada que no le permitiera la elección de una conducta distinta con la misma facilidad
que en supuestos normales…”.
Desde este prisma teórico analiza lo declarado por diferentes testigos en punto al matrato
físico y psíquico reiteradamente sufrido por la causante por parte de su pareja conviviente
durante veinte años, lo informado y declarado por expertos en salud mental así como
también lo relatado por la misma imputada, oteando que se encuentran presentes los
extremos arriba mencionados. Así pues, se ponderó que la agresión física y verbal que el
hombre había dirigido el día anterior a la hija de la imputada -que se encontraba en el
domicilio visitándola- sumada a la discusión y a la agresión física hacia la propia imputada
el día del suceso criminoso, provocaron la violenta emoción de la enjuiciada que la llevara
a efectuarle disparos con el arma de fuego que se hallaba en el domicilio.
En concreto, se dijo: “Entiendo, que la agresión física y verbal a su hija el día anterior y las
recriminaciones que le hizo el mismo dia del hecho en relación a supuestos excesos de
gastos a cosecuencia de la estadía en su cada de la hija de T., sumado a los golpes
propinados ese mismo día, han provocado una conmoción de tal magnitud que en la
imputada han operado como estímulo eficiente para provocar la violenta emoción y
consecuente reacción, siendo ilustrativas las declaraciones testimoniales de los
funcionarios policiales que arribaron al lugar en cuanto al estado de alteración,
nerviosismo y ofuscación que se encontraba la imputada”.
En este contexto de ideas, se estudió la situación del Departamento Judicial de Mar del
Plata a través de dos sentencias. Por un lado, en la primera de las sentencias (2005) se
observó la colocación de la violencia ejercida contra la imputada en un plano analítico
central impactando contundentemente en la lectura que se hizo tanto de la inminencia en
la agresión ilegítima como la necesidad racional del medio empleado para defenderse de
dicha agresión; esto significó el dictado de una sentencia absolutoria a favor de la
enjuiciada en orden a haber obrado en los términos del inciso sexto del artículo 34 del
Código Penal. Por el contrario, en la segunda de estas sentencias (2009) se advirtió la
condena de la mujer superviviente por entenderla autora penalmente responsable del
homicidio de su marido en estado de emoción violenta. Con independencia de la solución
jurídica impresa por los sentenciantes, se observa un fallo que adoloce de perspectiva de
género aún cuando el episodio fatal se inscribió en un contexto de violencia de género
ejercida en el marco de una relación de pareja. Resta poner de relieve que la legítima
defensa no fue barajada por ninguno de los operadores jurídicos imbricados en este
último caso estudiado.
[*]
[i]
Si bien toda la literatura feminista consultada refiere a mujeres “maltratadas” que matan
a sus parejas en legítima defensa, en este trabajo preferiremos hablar de mujeres
“supervivientes” que matan a sus parejas en legítima defensa por cuanto aquel término
podría conducir a reducir la cuestión a un mero conflicto individual y colocaría en un rol
pasivo a las mujeres.
[ii]
Cabe liminarmente aclarar que este trabajo no persigue sostener argumentalmente que
las mujeres víctimas de violencia doméstica deban automáticamente ser absueltas por la
aplicación de la legítima defensa sino que la perspectiva de género debe atravesar las
decisiones judiciales derivándose de ello que la interpretación de la legítima defensa deba
recoger la experiencia femenina y, particularmente, la situación de la mujer víctima de
maltrato en el ámbito familiar.
[iii]
[iv]
Se desprende del voto razonado del juez Sergio García Ramírez con respecto a la sentencia
dictada en el Caso Castro Castro (Perú), específicamente sobre la aplicación de la
Convención de Belem do Pará al caso concreto, destaca que es el primer caso en que la
Corte que tiene como personajes principales de manera específica a la mujer (párr. 6). en
el caso se planteó por primera vez la aplicabilidad de la Convención de Belem do Pará,
acerca de la cual no existe pronunciamiento anterior de la Corte (párr. 8).
[v]
En aras de marcar que los cuerpos de las mujeres y niñas de Las Dos Erres recibieron
castigos adicionales a los recibidos por los varones y niños, cabe marcar que si bien todos
ellos fueron encerrados, golpeados y asesinados; sólo mujeres y niñas fueron víctimas de
violencia sexual en el contexto del operativo ejecutado por miembros de las fuerzas
armadas guatemaltecas. Se destaca en el texto sentencial que durante el operativo militar
arribaron al Parcelamiento dos niñas, quienes fueron violadas para ser llevadas con los
militares, vueltas a violar y luego degolladas (párr. 80). Se observa que la crueldad
desplegada por los agentes sobre los cuerpos de las mujeres se acentúa en el caso de las
mujeres embarazadas en tanto, terminado el operativo, se acercaron vecinos de zonas
aledañas y apreciaron sangre, cordones umbilicales y placentas en el suelo producto de
los abortos causados a las gestantes propinándoles golpes e incluso saltando sobre el
vientre de aquéllas hasta que egresaba el feto (párr. 81).
[vi]
Para ilustrar que el derecho penal responde a la cosmovisión masculina, valga reparar en
que en el derecho penal todas las normas se expresan por medio de la fórmula “el que”.
La necesidad de que el lenguaje admita a las mujeres, aún cuando sea por medio de la
trabajosa fórmula “el/la”, puede parecer poco relevante empero debe recordarse que la
formulación actual -“el que”- es un medio para mantener invisibles a las mujeres (Larrauri,
2002:3).
[vii]