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PARCIAL 1
Daniel Mateo Viloria Torres
“No lo reconocen a él, nunca lo vieron; le reconocen sus famas, que le han crecido, sin él saberlo,
que son cliversas y contradictorias, pero lo realzan, dentro de una concepción del bien.”
Como en la película de Ford, Aballay trata el tema de la justicia. Aballay cree en la justicia
divina y el ha cometido el peor de los pecados, ha matado. Decide entonces seguir el
ejemplo de los estilitas que para redimir sus culpas se despegan del suelo en el que han
pecado, a forma de penitencia. Como en la pampa no hay columnas, y el tampoco puede
quedarse quieto, decide cumplir la penitencia a su modo, andando a caballo sin poner
pie en tierra. La inmovilidad que buscaban los estilitas los alejaba de la sociedad, los
hacía inútiles a cualquier propósito mundano. Por su parte, Aballay, en su movimiento
constante no renuncia al vínculo con la sociedad. Se las ingenia para hacer todo desde el
caballo, complejizando su acción en lugar de simplificarla. Esa complejidad de su acción
es la que le hace ganar famas entre las gentes, pues al igual que en el Western de Ford,
los hombres se vuelven destacados frente a la mirada de los otros. Este reconocimiento
por parte de los demás les crea una leyenda, que se convierte en tal por su repetición en
el ámbito público. Es la mirada colectiva la que convierte un hecho en virtud, lo asigna a
un bando (el bien o el mal). En oposición a esta mirada colectiva, está la mirada singular
del gurí. La mirada de este único testigo permanece en su memoria y le recuerda su gran
pecado.
“Aballay se sintió vigilado y aunque no pretendía ser más que nadie, no cedió, y vigilaba al vecino.
Se daba cuenta si el antiguo bajaba más de lo perdonable y tomaba nota igual que si nutriera un
encono.
Al padecer la lluvia o el frío, resistía y comparaba, por verlo aflojar.”
Parte del rechazo tiene que ver con una disonancia temporal entre el cuerpo de Neddy y
la sociedad circundante. (“Podía habérsele comparado con un día estival y si bien no
tenía raqueta de tenis ni bolso de marinero, suscitaba una definida impresión de juventud,
deporte y buen tiempo”), esta descripción que se da al inicio del rato asocia el cuerpo de
Neddy con las condiciones del día y viceversa. En una primera lectura esto me genero
cierta confusión porque me resultaba indiscernible saber cual era el sujeto del enunciado,
¿es una graciosa descripción del día o de Neddy?. A medida que avanza el relato este
vínculo aparece una y otra vez, como en el ejemplo siguiente: “¿Por qué las primeras
notas cristalinas de un viento de tormenta tenían para él el sonido inequívoco de las
buenas nuevas, una sugerencia de alegría y buen ánimo?”, (Aquí el sujeto es claro). Esto
me lleva a pensar en Neddy como un cuerpo presente, un transmisor/receptor de
impresiones, una conciencia del día. Sin embargo esta relación no es unidireccional,
como bien lo ejemplifica le primera descripción señalada, esta conciencia del día es
también la proyección de la conciencia en las impresiones del día. Este procedimiento
resulta en una paradójica composición del tiempo, porque aunque se trata de un día (el
narrador nos recuerda que pasa un domingo), los signos, que a través de la percepción
de Merril son resaltados, nos hacen creer que mudamos de estaciones. Esta
construcción de un tiempo dentro de otro, tiene su correspondencia en la corporalidad
de Merril que se degrada y debilita con la llegada de los signos inviernales cuando en un
principio destacaba por su esbeltez y apariencia juvenil. Estos signos que introducen una
inquietud respecto de la linealidad o sentido común del tiempo hacen que el relato
adquiera un tono que lo asemeja más al sueño.
“¿Cuándo había oído hablar por última vez de los Welcher?; es decir, ¿cuándo había sido la última
vez que él y Lucinda habían rechazado una invitación a cenar con ellos? Le parecía que hacía
apenas una semana, poco más o menos. ¿La memoria le estaba fallando, o la había disciplinado
tanto en la representación de los hechos ingratos que había deteriorado su propio sentido de la
verdad?”
En varios momentos del relato en los que se hace alusión al pasado, se manifiesta
incertidumbre por la ubicación de esos hechos en el tiempo, Neddy piensa que pueden
haber tenido lugar hace una semana o hace un año. En el concepto de memoria se
asocian cuerpo y tiempo; no hay memoria sin cuerpo y tampoco la hay sin un tiempo
pasado. Neddy entonces es la representación de un cuerpo donde el pasado se diluye y
el presente se acentúa, ¿es el contacto con la atemporalidad del agua?. Vuelvo a la
arquitectura de la pileta para concluir: en el agua Merril busca el contacto con la
inocencia natural de la especie, un presente perpetuo. En sus inevitables márgenes
encuentra el tiempo acumulado de la sociedad que lo quiere ubicar en la secuencia de la
historia. No sin razón la figura de Neddy merece el adjetivo de Legendaria.
En La noche de los muertos vivientes, de Romero ocurre algo similar. La hibridez entre
cuerpo y espacio es la que articula en gran medida la construcción de lo monstruoso, del
“zombie”. Hay entonces una suerte de intercambio. El espacio se torna cuerpo, se
desgasta, se cansa y reacciona como un cuerpo. Algo de la “enfermedad”, del “virus”
que torna a las personas en muertos vivientes, contagia también a la casa, haciendo que
se convierta en una especie de casa mutante, con ventanas hechas de manos y brazos
amenazantes. Esta hibridación se explicita en el momento en el que Karen se convierte. A
partir de este momento, las imágenes fragmentan a la casa y a los muertos vivientes y ya
no puede distinguirse qué le pertenece a quién, qué es cuerpo y qué espacio. Es una
masa monstruosa e indisociable de brazos, manos, puertas y ventanas. La única
posibilidad de escapar se da a partir del contacto con la radio y la televisión. Ambos
dispositivos son los que constituyen el “afuera” y conectan a los personajes con “el resto
del mundo” que parece ser otro, pero realmente, es el mismo.