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Valindra

Raza: Humana
Edad: 18
Altura: 1.70m
Peso: 60kg
Pelo: Castaño claro
Ojos: Verdes

Lleva puesta una coraza un tanto desgastada por los viajes y el mal trato que ha recibido,
por lo que se ve un tanto opaca con respecto a una convencional.
Cubriendo sus hombros y su cabeza, lleva una capa de tela gruesa negra como el carbón,
que aunque no deje ver los reflejos dorados de su pelo, sus grandes ojos verdes siguen allí,
perdidos en la nada, mirando al infinito.

Proviene de la ciudad de Eshpurta, la ciudad escudo de Amn. Su familia, principalmente


su padre, dedicaba su vida al servicio del poder militar creciente de la región que por
aquellos tiempos pasaba por una etapa de escaramuzas y revueltas aisladas en distintos
villoríos.
Sin muchas otras posibilidades en mente, tal vez porque eso es lo único que veía con
claridad, enseñó a su hija a ganarse la vida de forma más honrada que simplemente
recolectando vegetales en una huerta, o al menos eso creía él.
A la corta edad de 16 años, Valindra era una experta en el arte de la tortura, y digo arte
porque realmente así lo hacía parecer. No había un solo hombre que pudiera soportar sus
artimañas en el intento que ella realizaba fervientemente “desanudando lenguas”, como
le gusta decir.
Su vida era, sin mucho más que decir, regular. Tenía un trabajo que llenaba su estómago,
tenía una familia, tenía un techo, tenía todo. Pero como siempre, algo oscuro que
acercaba.

Así fue como tan solo unos días después del décimo octavo cumpleaños de Valindra, un
sujeto alto llegó encadenado al cuartel tras una escolta de soldados. Debajo de su oscura
y desgarrada túnica tenía las muñecas y tobillos al rojo vivo de tanto caminar con los
grilletes ajustados, pero mantenía una expresión sombría en el rostro, algo que la
inquietaba de sobremanera.
Llegado el momento de la verdad, se aproximó bruscamente tomando su guadaña, la
cual le había sido entregada como obsequio días atrás, e hizo algunos cortes en las
vestimentas del humano que yacía ahora de espaldas en el sucio suelo de la sala donde
Valindra trabajaba regularmente.
Conocía, y tenía, todo tipo de elementos con los que “desanudar lenguas” pero lo que más
le gustaba usar eran las armas. Dagas, trinchos, cadenas armadas, cuchillos arrojadizos.
Todo lo que cortara o punzara estaba bien para ella, pero esa guadaña la había
enamorado desde que era pequeña y ahora la tenía en sus manos.
Luego de varios intentos, entre gritos de dolor y risas de placer, lo único que llegó a
escuchar fue un nombre, Abdul, y pudo ver también un símbolo marcado a fuego en el
pecho del hombre: una calavera, sin mandíbula inferior, y los rayos de un sol prominente.
Valindra, cegada por su irremediable sensación de impotencia al no conseguir más
información, cortó la cabeza de aquel hombre en un solo movimiento de diestra a
siniestra, y fue donde todo cambió.
Esa misma noche, un pensamiento recurrente o tal vez incluso una pesadilla, la desveló. Y
fue tanta la confusión, que no hizo más que ir hasta las cámaras más profundas del
cuartel a mirar el cadáver que seguía allí enfriándose lentamente.
Valindra volvió a ver el dibujo en el pecho de aquel hombre decapitado prestando
atención ahora al significado de tal símbolo, cuando de repente en medio de la oscuridad
de la noche, en esa sala, sintió que alguien le hablaba desde las sombras.

- “Con que eres fuerte niñita. Llévate su cabeza y te mostraré hasta dónde puedes llegar.”

Casi sin pensarlo, y tal vez siendo manipulada por algo desconocido, tomó la cabeza del
hombre, que yacía entre los pies del mismo.

- “Bien, eso es jovencita. Ahora, quítale esa sonrisa ¿Quieres? ese burlón de Abdul me
tiene un tanto inquieto. Y ya que estamos aquí, ¡hazme el favor de sacarle la cáscara!”.

Otra vez, sintiendo que nada podía hacer al respecto, siguió las indicaciones al pie de la
letra. Tomó un hacha de mano que colgaba en un armero y separó la mandíbula del
cráneo. Luego siguió con un cuchillo afilado, con el cual desgarró la piel hasta dejar visible
todo el hueso.

- “Casi listos, mi señora. Ahora lo importante, llévala contigo a donde vayas. Ya volveremos
a vernos.”

En ese momento, no soportó más y comenzó a buscar por toda la habitación el origen de
esa grave voz. Pero no encontró nada más que armas, artefactos de tortura, y el fétido olor
que apestaba el lugar en todo momento.
De vuelta en el cadáver, sin entender lo que había ocurrido, miró el cráneo. Se preguntó a
viva voz si estaba soñando, o si la locura que su madre le había dejado en herencia ya
estaba apareciendo. Pero no hubo respuesta más que una ambigua sensación de horror y
poder. Tomó el cráneo mutilado, lo guardó entre sus ropas, y volvió a su casa.

Poco tiempo había pasado desde aquel incidente cuando Valindra decidió irse de
Eshpurta, pues la voz había prometido enseñar y posiblemente no se atreviera a aparecer
de vuelta en la ciudad con tantos guardias custodiando. También pensó que si realmente
se estaba volviendo loca lo mejor sería dejar a sus seres queridos lejos del filo de su
guadaña, pues recordaba lo violenta que se había vuelto su madre en sus últimos días.
Tomó una vieja mochila, la armadura que la guardia le había asignado al comenzar sus
labores y la guadaña a la que le tenía tanto aprecio. El cráneo colgaba ahora de su
cinturón, y su mirada estaba perdida.

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