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sintéticos.
A lo largo de la historia, la humanidad ha intentado comprender la esencia y estructura del
mundo físico que nos rodea, bien mediante la simple observación o la manipulación
experimental. En la antigua Grecia, por ejemplo, Aristóteles llegó a la conclusión de que todos
los materiales estaban compuestos por la combinación de cuatro únicos elementos: aire,
tierra, fuego y agua. Durante la Edad Media, los alquimistas intentaron en vano convertir
metales comunes en oro. A finales del siglo XVIII, los químicos comenzaron a sintetizar y
descomponer sustancias químicas en un intento de determinar sus componentes
fundamentales. A principios del siglo XIX, el químico inglés John Dalton, tras observar que las
sustancias químicas sólo se combinaban en proporciones específicas, llegó a la conclusión de
que la materia estaba compuesta por "átomos" indivisibles (un concepto fue propuesto por
primera vez por el filósofo griego Demócrito en el año 400 a. C. aproximadamente). Al
proponer su teoría atómica de la materia, Dalton también proporcionó un método para
averiguar el peso de los átomos y afirmó que mediante el peso era posible distinguir un tipo de
átomo de otro. Los químicos del siglo XIX también determinaron que era posible sintetizar los
denominados compuestos orgánicos, que anteriormente se creía que sólo existían en los
organismos vivos, a partir de sustancias químicas inorgánicas.
Mientras los químicos buscaban con sus investigaciones conocer la naturaleza de la naturaleza,
los inventores creaban nuevos materiales mediante el tratamiento de sustancias naturales con
varias sustancias químicas sometidas a temperaturas y presiones elevadas. En 1839, el
inventor americano Charles Goodyear descubrió una técnica, a la que denominó vulcanización,
que permitía manipular las propiedades de la savia procedente de los árboles del caucho
mediante un tratamiento con calor y azufre. El proceso permitía convertir un material
pegajoso y elástico, que se usaba principalmente para "borrar", en un material seco, resistente
y elástico que permitió fabricar neumáticos para automóviles y finalmente revolucionó el
mundo del transporte. Transcurridos apenas 20 años, en 1856, el químico inglés William Henry
Perkin obtuvo de forma accidental un tinte púrpura mientras intentaba sintetizar la quinina del
fármaco de la malaria a partir de la anilina, un derivado del alquitrán, descubrimiento que
originó una investigación que dio como resultado una gran variedad de fármacos y tintes
sintéticos.
Tanto el celuloide como la seda Chardonnet eran polímeros creados mediante la alteración de
polímeros naturales. El primer polímero verdaderamente sintético no llegó hasta 1909, año en
el que el inventor americano Leo Baekeland trató el fenol o ácido fénico, otro derivado del
alquitrán, con el conservante formaldehído sometido a calor y presión. El producto obtenido,
la baquelita, era duro, inmune a las sustancias químicas fuertes, aislante eléctrico y resistente
al calor, características de gran utilidad en la fabricación de innumerables productos para el
hogar y piezas eléctricas. En poco tiempo, la baquelita se utilizaba en la fabricación de
utensilios de cocina, máquinas y herramientas.
En 1920, el químico orgánico alemán Hermann Staudinger, fascinado por las propiedades
aparentemente únicas de los polímeros, comenzó a investigar su comportamiento y
características químicas. La investigación realizada por Staudinger indicaba que los polímeros
están compuestos por largas cadenas de moléculas de varias unidades químicas idénticas o
muy similares. Además, sugirió que la inusual elasticidad y resistencia a la tensión que los
caracteriza se debe a su gran longitud o, en términos químicos, a su elevado peso molecular.
Por la misma razón, las soluciones de polímeros presentan altos niveles de viscosidad
(resistencia de un líquido a fluir). Es posible que las ideas de Staudinger no suenen
especialmente innovadoras hoy en día, pero en aquella época fueron el centro de las burlas de
sus colegas dedicados a la química orgánica y sus teorías apenas hicieron mella en la
comunidad científica. De hecho, la existencia de moléculas de cadenas de polímeros no se
aceptó hasta 1928, cuando Kurt Meyer y Herman Mark, que trabajaban para la institución
química I. G. Farben industrie en Ludwigshafen, demostraron su existencia mediante la
observación por rayos X de la estructura cristalina de los polímeros. Muchos años después, en
1953, Staudinger se convirtió en el primer especialista en química de polímeros en recibir un
premio Nobel, otorgado en reconocimiento a sus esfuerzos y persistencia.
Los importantes descubrimientos realizados por Staudinger (el hecho de que los polímeros
sean largas cadenas compuestas por muchas pequeñas unidades químicas, y que la longitud de
la cadena desempeñase un papel vital en la determinación del comportamiento y las
propiedades físicas) pusieron de relieve la necesidad de crear herramientas para determinar el
peso molecular y, en consecuencia, la longitud de la cadena. Una de las primeras herramientas
desarrolladas fue la ultracentrifugadora, inventada por el químico sueco Theodor Svedberg. La
ultracentrifugadora permitía hacer girar muestras a altas velocidades y separar las moléculas
según su tamaño. Se puede emplear para calcular el tamaño de las moléculas y la distribución
de los tamaños en una muestra de polímero determinada.
Otro desarrollo importante, que comenzó a finales de la década de 1930 y principios de los 40,
fue la producción de caucho artificial a gran escala, motivada por el auge de la industria
automovilística y las demandas militares de la Segunda Guerra Mundial. En 1930 ya se habían
desarrollado en Alemania dos nuevas formas de caucho artificial y ambas se basaban en el
butadieno, un subproducto del petróleo. A medida que aumentó la tensión en Europa, el
gobierno de los Estados Unidos se dio cuenta de la vulnerabilidad del suministro de caucho del
país y en 1941 estableció la Rubber Reserve Company (compañía para la reserva del caucho),
que produciría 10.000 toneladas de caucho al año. A mediados de 1942 el objetivo de
producción había alcanzado las 850.000 toneladas anuales, en respuesta a la ocupación por
parte de Japón de las Indias Orientales, cuyas vastas plantaciones de árboles de caucho habían
servido como suministro mundial de la materia prima necesaria para fabricar el caucho.
Ingenieros y científicos especializados en polímeros colaboraron para desarrollar un variedad
de nuevos procesos para satisfacer las demandas durante el tiempo de guerra. Uno de los más
importantes fue una técnica de dispersión de luz desarrollada por Peter Debye, de la
Universidad de Cornell, que permitía determinar el tamaño y el peso molecular de polímeros
de gran longitud. Los científicos especializados en polímeros utilizaron esta técnica para
analizar el caucho artificial. Las versiones modernas de esta técnica tienen un valor incalculable
para los investigadores encargados de caracterizar moléculas complejas.
A medida que los científicos descubrían nuevas variedades de polímeros, los diseñadores
soñaban con coches y casas construidos por completo a base de distintos tipos de plásticos. A
pesar de que algunas de estas ideas resultaron poco prácticas, los plásticos consiguieron
sustituir al acero, cristal, aluminio y madera, transformando así los materiales de construcción,
automóviles e innumerables productos de consumo durante las décadas de 1950 y 1960.
Debido a su flexibilidad, bajo coste y facilidad de esterilización, se utilizaron posteriormente en
innumerables aplicaciones médicas como, por ejemplo, embalajes, jeringas desechables,
recipientes, tubos y varios tipos de membranas y barreras. De hecho, en el año 2000, la
medicina de Estados Unidos empleó aproximadamente 3.000 millones de libras (1.400
millones de kilogramos) de polímeros al año.
En 1953, mientras realizaba una investigación básica sobre las reacciones de compuestos que
contienen enlaces de carbono y aluminio, el químico alemán Karl Ziegler, que trabajaba en el
instituto Max Planck para la investigación del carbón en Mulheim, descubrió que al añadir
sales de determinados tipos de metales como el titanio o el circonio a estos compuestos, se
convertían en "catalizadores" (sustancias que aceleran las reacciones químicas) de gran
actividad para la polimerización del etileno en condiciones relativamente suaves. Además, los
polímeros formados mediante este método presentaban cadenas más largas y lineales, por lo
que sus propiedades, tales como la resistencia, dureza e inercia química, eran
significativamente superiores, y resultaban de gran utilidad para numerosas aplicaciones.
En 1963, Ziegler y Natta recibieron el premio Nobel de química "por sus descubrimientos en el
campo de la química y la tecnología de altos polímeros". En su discurso de aceptación, tras
recordar las circunstancias de su innovador descubrimiento y los obstáculos científicos que
debieron superarse, Ziegler declaró:
"Pero podría haber surgido un impedimento mucho más formidable. Para ilustrarlo, debo
remitirme a la paradoja de que las etapas de conclusión más importantes de las
investigaciones que he referido tuvieron lugar en un instituto para la 'investigación del carbón'.
Cuando fui llamado por el Instituto para la investigación del carbón en 1943, me confundieron
los objetivos implícitos en su nombre. Temí que tendría que cambiar a la consideración de los
problemas asignados en química aplicada. Dado que el etileno se encontraba disponible en la
región del Rhur para la fabricación de coque, la búsqueda de, por ejemplo, un nuevo proceso
para el polietileno, podría representar un problema de este tipo. Sin embargo, ahora estoy
seguro, cosa que sospeché en un principio, de que cualquier esfuerzo realizado para conseguir
un objetivo concreto al principio habría agotado las fuentes de mi creatividad".
Mientras tanto, la cuestión de la lucha con el sistema inmunológico del organismo se convertía
en un objetivo esencial de la medicina. Los científicos empezaron a darse cuenta de que
muchas de las enfermedades del corazón, hígado y riñones estaban relacionadas con
deficiencias de los mismos, y comenzaron a dirigir sus esfuerzos a sustituir los órganos
dañados por órganos sanos. Sin embargo, las células inmunológicas del organismo (diseñadas
para buscar y destruir cualquier tipo de tejido extraño) no son capaces de distinguir, por
ejemplo, entre una maligna infección bacteriana y un riñón transplantado. A pesar de que
algunos de los primeros fármacos, como los corticoesteroides, la azatioprina o la 6-
mercaptopurina, ayudaban a combatir el rechazo, el problema no desapareció hasta después
de 1969, cuando el microbiólogo Jean Borel descubrió un hongo del suelo con propiedades
medicinales. 40 años antes se habían obtenido la penicilina y muchos otros antibióticos a partir
de hongos, y ahora se había descubierto que la ciclosporina A interfería de forma selectiva con
las células inmunológicas específicas que producían la reacción de rechazo. En 1983, la Food
and Drug Administration (FDA) de EE.UU. aprobó la ciclosporina A y proporcionó a los cirujanos
especialistas en transplantes una herramienta que desde entonces ha salvado la vida a cientos
de pacientes con problemas de funcionamiento del corazón, hígado o riñones.
Polímeros de diseño
La ciclosporina A provocó una oleada de transplantes y sentó las bases para los grandes
avances actuales en "ingeniería de tejidos", tal y como denominan los científicos a la
construcción de órganos artificiales completos. Los cirujanos especialistas en transplantes, que
dejaron de perder pacientes por rechazo a los transplantes, se enfrentaban a una nueva
frustración: la pérdida de pacientes ocasionada por la falta de donantes de órganos. Uno de
estos médicos frustrados era Joseph Vacanti, del Hospital infantil de Boston, lugar en el que se
realizó el primer transplante de órganos humano con éxito. En 1983, Vacanti comentó con su
amigo Robert Langer, un ingeniero químico del Instituto tecnológico de Massachusetts, la
posibilidad de realizar un hígado artificial y posiblemente otros tejidos artificiales para salvar
las vidas de sus jóvenes pacientes.
El físico Joseph Vacanti (izquierdo) y el ingeniero químico Robert Langer unieron sus fuerzas a
principios de la década de 1980 para crear tejidos artificiales. En pocos años consiguieron
desarrollar células hepáticas en un armazón de polímeros, dando origen al campo de la
ingeniería de tejidos. (Fotografía de Vacanti cedida por Charles Vacanti, fotografía de Langer
cedida por Robert Langer).
Era mucho pedir. Nadie había creado ningún tipo de órgano que funcionase, y mucho menos
uno tan complejo como el hígado. Sin embargo, Langer aportó una gran experiencia para
abordar el problema de forma racional. A mediados de la década de 1970, desarrolló algunos
sistemas de polímeros para M. Judah Folkman, de la universidad de Harvard, que en aquel
momento investigaba el papel de la formación de nuevos vasos sanguíneos en el crecimiento
de los tumores cancerosos. Folkman pidió a Langer que encontrara un mecanismo de
liberación lenta para liberar los compuestos que bloquean a los mensajeros químicos que
controlan la angiogénesis, la formación de vasos sanguíneos nuevos. Langer descubrió que
polímeros como el etileno vinil acetato, que absorben muy poca agua, podían liberar estos
mensajes químicos muy lentamente.
Langer acabó centrándose en un polímero, el ácido poliglicólico o PGA, que también se utilizó
en suturas degradables sintéticas que se comercializaron en 1970. El PGA se conocía al menos
desde 1950, cuando Norton Higgins, de DuPont, patentó un proceso de tres pasos para
producirlo a partir del ácido glicólico mediante la manipulación cuidadosa de la presión y la
temperatura. La patente registrada por Higgins no mencionaba ninguna aplicación médica,
pero en 1963 Edward Schmitt y Rocco Polistina, de la compañía American Cyanamid Company,
registraron una patente para la formación de suturas derivadas del PGA. Cuando estas suturas
fueron introducidas en el mercado siete años después, se eligieron rápidamente como
sustitutos resistentes, consistentes y factibles de las suturas absorbibles tradicionales a base
de colágeno que hasta entonces habían usado los cirujanos.
En 1984, casi al mismo tiempo que recibió la propuesta de Joseph Vacanti, Langer se asoció
con Henry Brem, un cirujano especialista en neuroncología de la institución médica Johns
Hopkins para probar sus nuevas técnicas para combatir el tumor cerebral mediante el uso de
polímeros. Aunque se disponía de nuevas herramientas para la localización de tumores, entre
las que se incluían los escáneres de imágenes de resonancia magnética y tomografía
computerizada, seguían sin poderse tratar la gran mayoría de los tumores cerebrales malignos.
Las células cancerosas que quedaban tras la extracción del tumor estaban protegidas frente a
los fármacos de quimioterapia por la denominada barrera hematoencefálica, que evita que
una gran variedad de sustancias químicas procedentes de la sangre penetren en el cerebro.
Brem se preguntaba si los polímeros podrían liberar lentamente fármacos para combatir el
cáncer donde realmente se necesitaba: en el cerebro.
Todos estos esfuerzos establecieron las bases preliminares para que Langer y Vacanti
continuaran la búsqueda de un sistema para desarrollar órganos y partes del cuerpo de
repuesto, como hígados. Hasta el momento los científicos sabían que las células humanas
desarrolladas en placas planas no producían la formación normal de proteínas, mientras que
las células desarrolladas en estructuras tridimensionales presentaban unas características
bioquímicas relativamente normales. Al principio Langer y Vacanti obtuvieron los mejores
resultados con el PGA, pero dado que la mejor fuente de PGA fibroso en 1984 eran las suturas
degradables, dedicaron horas a desenrollar suturas para transformar las fibras en estructuras
de plástico parecidas que pudieran contener células hepáticas. Aún en 1986, las células
hepáticas contenidas en armazones de plástico sobrevivían y funcionaban tras su transplante
en animales, estableciendo las bases del uso estructuras de polímeros para crear una variedad
de tejidos, desde huesos y cartílagos hasta piel.
Un microscopio electrónico de
barrido revela el crecimiento de
células en fibras de polímeros
largas, el primer paso en la
creación de tejidos artificiales.
(Fotografía cedida por Robert
Langer)
Las estructuras de polímeros, realizadas con técnicas de fibras sin tejer tomadas de la industria
textil, se han utilizado para desarrollar al menos 25 tipos de células en animales y humanos y,
por lo tanto, se han convertido en una especie de armazón genérico para órganos artificiales.
Las empresas de biotecnología utilizan estas estructuras para crear piel artificial con el fin de
tratar las quemaduras graves y las úlceras producidas por la diabetes. Multiplican células vivas
en cultivos (normalmente procedentes de tejidos que se desechan durante las operaciones
quirúrgicas) y, a continuación, "siembran" las células en la estructura de polímeros. Si se aplica
en la herida del paciente, el material la protege contra infecciones mortales y pérdida de
fluidos. Además, las células que contiene liberan factores de crecimiento químico, señales que
estimulan el crecimiento celular normal en la zona de la herida. Estas sustancias químicas
representan aproximadamente el 60 por ciento de la mejora en la recuperación que
experimentan los diabéticos como Frank Baker con piel artificial. Al pensar en el futuro, los
ingenieros de tejidos hablan sobre el uso de estructuras de polímeros para desarrollar células
nerviosas destinadas a reparar la médula espinal, células óseas o de cartílagos para reparar las
articulaciones, células pancreáticas para producir insulina para los diabéticos y células
hepáticas para crear hígados para su transplante.
Gracias a todos estos esfuerzos realizados por muchos tipos de científicos, podemos destacar
algunos hechos. El camino desde la necesidad al beneficio final recorre varias áreas de la
ciencia y la tecnología y depende principalmente de los conocimientos obtenidos mediante
investigaciones básicas. Los primeros descubridores de los polímeros consiguieron transformar
los materiales naturales casi al azar, pero su trabajo se aceleró enormemente cuando los
investigadores básicos aclararon las características fundamentales, como la relación entre el
tamaño o el peso molecular y las propiedades físicas, que rigen el comportamiento de los
polímeros. De forma similar, los progresos realizados en medicina y biología que dieron lugar
al transplante de órganos aún se basan en investigaciones básicas acerca del papel de los
mensajeros químicos, los códigos genéticos y la función celular. Cuando la ingeniería de
materiales y la ciencia especializada en polímeros unen sus fuerzas con la biología y la
medicina para producir estos milagros modernos, volvemos a ver cómo la colaboración
interdisciplinaria y la investigación aplicada y básica esenciales siguen siendo la verdadera
fuente de beneficios, tan simples y profundos como un tejido vivo que se puede crear en el
laboratorio.
Cronología
Esta cronología muestra la cadena de investigaciones básicas que condujeron al conocimiento
de los polímeros y al desarrollo de algunas de sus aplicaciones médicas.
1839
Charles Goodyear inventa el proceso de vulcanización, que convierte la goma en un material
seco, resistente y elástico.
1858
Los químicos Friedrich Kekulé y Archibald Couper demuestran que las moléculas orgánicas
están compuestas por átomos de carbono combinados químicamente en distintas formas.
1870
John Wesley Hyatt comercializa el celuloide, un plástico hecho de celulosa modificada
químicamente, también denominado nitrato de celulosa.
1887
El conde Hilaire de Chardonnet presenta un método par hilar soluciones de nitrato de celulosa
en seda de Chardonnet, la primera fibra sintética.
1909
Leo Baekeland crea la baquelita, el primer plástico completamente sintético.
1920
Hermann Staudinger propone que los polímeros son largas cadenas de unidades más
pequeñas que se repiten cientos o miles de veces. Posteriormente recibe el premio Nobel por
su investigación de la síntesis y las propiedades de los polímeros.
Década de 1920
Kurt Meyer y Herman Mark utilizan rayos X para examinar la estructura interna de la celulosa y
otros polímeros, demostrando así la estructura multiunitaria de determinadas moléculas.
1930
Los alemanes desarrollan dos tipos de caucho sintético (Buna-S y Buna-N) a partir del
butadieno, un subproducto del petróleo.
Década de 1930
Paul Flory desarrolla una teoría matemática para explicar la creación de redes de polímeros "en
la que los fluidos de polímeros forman enlaces transversales y se convierten, como el caucho,
en elásticos." Flory recibiría en 1974 el premio Nobel por las contribuciones de su carrera
profesional a la química de polímeros.
Década de 1940
Peter Debye desarrolla una técnica de dispersión de luz para medir el peso molecular de los
polímeros de gran tamaño.
1950
Norton Higgins patenta un proceso para producir ácido poliglicólico, un plástico que puede
degradarse lentamente de forma controlada en el cuerpo humano.
1963
Edward Schmitt y Rocco Polistina patentan la primera sutura sintética absorbible, compuesta
de ácido poliglicólico, un plástico clave en la ingeniería de tejidos.
1975
Robert Langer y M. Judah Folkman utilizan polímeros para aislar las sustancias químicas que
detienen la formación de vasos sanguíneos, sugiriendo así un nuevo método para combatir el
cáncer. Dichos estudios establecieron también la viabilidad de una liberación controlada de
macromoléculas.
1986
Langer y Joseph Vacanti demuestran que las células hepáticas desarrolladas en una estructura
plástica pueden funcionar correctamente tras su transplante en animales, lo que abre las
puertas al nuevo campo de la ingeniería de tejidos.
1996
La Food and Drug Administration aprueba los implantes de láminas de polímeros para tratar el
cáncer cerebral, promovidos por Langer y Henry Brem
1997
Ensayos clínicos muestran que la piel artificial puede curar las úlceras de piel de los diabéticos,
estableciendo así la viabilidad clínica potencial de la ingeniería de tejidos.
Créditos
Este artículo ha sido elaborado por la escritora científica David J. Tenenbaum, con la
colaboración de los Drs. Frank DiSesa, Robert L. Kruse, Robert S. Langer, Robert W. Lenz,
William J. MacKnight, Jeffery L. Platt, Bruce Rosen, Richard Stein, Walter H. Stockmayer,
Edwin L. Thomas, Valerie A. Wilcox, Charles A. Vacanti y William Vining, para Beyond
Discovery®: The Path from Research to Human Benefit[Más allá del descubrimiento: el
camino desde la investigación hasta el beneficio humano], un proyecto de la National Academy
of Sciences (Academia Nacional de las Ciencias) de Estados Unidos.
El artículo ha sido financiado con fondos de la institución Camille Henry Dreyfus Foundation,
Inc. y la Academia Nacional de Ciencias.