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Rivas Figueroa Ariel Eduardo

Contra la historia oficial


Se nos ha enseñado que la historia plasmada en los libros de texto, es lo correcto;
no hay que cuestionarla. Hacer esta acción es casi como ser antipatriótico (es algo
implícito). En este punto sería razonable preguntarse ¿Cuál es la función de la
historia? Cierto es que nos ayuda a no repetir los errores del pasado, como dicen
algunas personas: “aquellos que no conocen su historia, están condenados a
repetirla”. El gobierno la usa para demostrarle al mexicano que lo vivido por sus
ancestros, ha sido en pro de mejorar y dejar a las futuras generaciones un mejor
lugar; hacer sentir orgullo de sus raíces.

¿Qué pasaría entonces si la historia “oficial” no fuera cierta? Al menos no del todo.
Es difícil pensar que aquello en lo que hemos creído siempre, no sea verdadero.
Precisamente este libro es lo que pretende mostrar, a los personajes tal cual eran.
Bien lo dijo Octavio Paz en alguna ocasión “una nación sin crítica es una nación
ciega”.

Entre las primeras “verdades” que venden en los libros, es la imagen del
emperador Moctezuma como alguien temeroso, débil. Un monarca que no
buscaba conflicto alguno con los “dioses”. La verdad es otra, el tlatoani al
enterarse de la llegada de los invasores, quiso alejar la amenaza con magia
(maleficios). Al observar que no había surtido efecto su estrategia, la única
explicación que encontraron sus brujos, es que estos “seres” debían ser
especiales.

Es aquí donde la historia empieza a tergiversarse, no es que los aztecas pensaran


que Hernán Cortés fuera Quetzalcóatl mismo, tampoco que él (Cortés) supiera de
esto y se aprovechara de la situación. Este mito empezaría a difundirse después,
como una manera de explicar lo que había logrado Cortés, poder establecer
contacto con los lugareños sin recibir daño alguno. Con esto los españoles pasan
a ser villanos y los indígenas, víctimas inocentes.

Esto es lo que se ha enseñado al mexicano, a ver la Conquista como un suceso


trágico, donde unos bárbaros (españoles), llegaron a destruir todo un continente.
Rivas Figueroa Ariel Eduardo

Para que esto sucediera, los ibéricos necesitaron ayuda y fueron tribus locales,
que estaban enemistadas con los aztecas, quienes facilitaron esta tarea de
“evangelización”. Qué tanto afectó a los locales su contacto con los
conquistadores es algo que no se sabrá del todo.

La etapa correspondiente a la Independencia de México, es donde se empieza a


forjar con mayor fuerza, el orgullo del mexicano. Surge una identidad nacional,
para hacerles frente a los españoles. Figuras como los curas Miguel Hidalgo y
José María Morelos, Ignacio Allende, Juan Aldama, Vicente Guerrero y Nicolás
Bravo, solo por mencionar a algunos, se alzan para acabar con la tiranía a la que
ha sido sometida el pueblo mexicano por poco más de 400 años.

Una historia que año con año hace que todo México se sienta uno. Sería increíble
pensar que Hidalgo, llamado “Padre de la Patria”, fuera un asesino a sangre fría.
Esa no es la imagen que los mexicanos tenemos de aquel hombre que nos dio
libertad, ese que era un “siervo de Dios”, después de todo, quitar la vida al prójimo
es un pecado mortal.

Bueno, todo lo que se nos ha enseñado sobre este hombre, porque a fin de
cuentas eso fue, un simple hombre, no alguien iluminado por Dios para empezar la
independencia, tampoco alguien inspirado en la ilustración francesa. Lo primero
que debería mencionarse es el famoso retrato del cura, esa imagen no
corresponde al verdadero rostro de “Su Alteza Serenísima”, título que usó al tomar
por la fuerza a Guadalajara y que posteriormente Santa Anna utilizaría; la pintura
en realidad corresponde a un sacerdote cercano a Maximiliano de Habsburgo.

Los años de la Independencia fueron turbulentos, no había una idea clara de qué
era lo que debía hacerse y por qué. En la guerra, las personas tienden a cambiar,
optan por actuar de manera en que jamás lo habrían imaginado, esto sucedió con
el cura de Dolores. No se encontrará en los textos educativos los actos crueles
cometidos por don Miguel Hidalgo y su ejército, que fueron desde saqueos hasta
la matanza de españoles. Tiene sentido ocultar esto, después de todo, estas
Rivas Figueroa Ariel Eduardo

acciones no corresponden con las de un hombre de fe, mucho menos de aquel


que dio su vida por la libertad mexicana.

Otro de los episodios en la historia nacional, digna de mencionar es la instauración


de Segundo Imperio Mexicano, encabezada por Maximiliano de Habsburgo, que
dicho sea de paso, fue traído con engaños. De él se ha dicho que era malo por el
simple hecho de ser extranjero y de paso, querer fundar una estirpe real.

La realidad sobre este “emperador del pueblo”, es otra. De tendencias liberales,


que no fue del agrado de la comitiva que lo trajo, Maximiliano era alguien que se
preocupaba por “su pueblo”, al darles ayuda a los sectores más perjudicados por
todas las revueltas previas y que los gobiernos en turno ignoraron. ¿Cuál es el
problema entonces, si alguien se preocupa por arreglar lo que evidentemente está
mal? Precisamente el ser de otra tierra y venir “por la fuerza” al país. Juárez se
encargó de esta mala fama que gozó el joven príncipe y fue él quien ordenó que
se le fusilara.

Para bien o para mal, es preferible tener por héroe a un indígena que llegó a ser
presidente de su país, pero que no supo o no pudo darle estabilidad, que a un
extranjero, traído por conservadores y que pretendía establecer otra monarquía, a
pesar de que se preocupaba en realidad por gente que ni siquiera era de su país.
Son algunas de las ironías que se encuentran en los interesantes pasajes de la
historia de México.

La Revolución Mexicana es un claro ejemplo de cómo puedes pasar a ser un


héroe o villano, dependiendo de tus acciones y desde la perspectiva en que los
veas. Porfirio Díaz, por ejemplo, es visto como un dictador cruel, que no se
preocupaba por nadie, excepto por sus allegados. Sin embargo, cierto es que trajo
estabilidad a un país que estaba cansado de tantas luchas y derramamientos de
sangre. Durante mucho tiempo, se nos dice que la época en que surgió la
Revolución, era una donde las personas querían justicia e igualdad para todos, en
la que los ricos se hacían más ricos, a costa de los pobres. Esto es cierto, nadie lo
niega, pero en la historia oficial no hay cabida para personajes que pueden ser
Rivas Figueroa Ariel Eduardo

héroes y villanos al mismo tiempo, como lo fue don Porfirio; eres bueno o malo,
así de simple.

Estando en este punto, Francisco I. Madero, conocido como el “Apóstol de la


Democracia”, está encasillado en el papel de “bueno”, puesto que se ganó por
llamar al pueblo mexicano a rebelarse. Se le da mérito por este hecho, pero de la
misma forma que Juárez, no se le recuerda por el gobierno tan inestable que creó.
La realidad sobre este personaje, no es que fuera un mal hombre, sino un mal
político, no por hacerles mal a sus conciudadanos, más bien por no saber cómo
dirigir a un país.

La realidad de la historia de México es totalmente distinta a la vista en las aulas.


Es una en donde los caudillos que pelearon en cada conflicto son vistos no como
héroes, si no como dioses y venerados como tal. Al gobierno (refiriéndome a
todos, no solo al actual o al pasado), no les conviene tener por “héroes” a hombres
que no dudaron en manchar sus manos de sangre para beneficio propio, de allí
que se altere lo que en realidad ocurrió y disfrazarlo con lo que nos hubiera
gustado que pasara.

Nuestra historia no es más que la de un grupo de hombres que bien, corrompidos


por el poder, presas de su naturaleza errática o simplemente víctimas de las
circunstancias, hicieron lo que mejor creyeron en el momento, para sí mismos y
los demás, pero alejándose poco a poco de ese objetivo primordial, el cual es
velar por el bienestar del país.

En las escuelas no debe enseñarse historias de fantasía, sobre héroes y villanos,


vistos desde la escala de blanco y negro, sino como lo que es, un recordatorio de
lo que debemos evitar. El estudio de la historia es ver las posibles causas de los
distintos conflictos y hacer una crítica sobre nuestro pasado. No se trata de
enaltecer a simples mortales, dándoles papeles omnipotentes, que están muy
lejos de las que fueron sus realidades, para eso están los mitos.

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