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La ventana indiscreta
y otros relatos
Título original: Rear Window (1942),
Intent to Kill (1967), The Ear Ring (1943),
Through a Dead Man’s Eye (1939), Cocaine
(1940), If the Dead could talk (1943), Eyes that
Watch you (1952), The Corpse in the Statue of
Liberty (1935)
Cornell Woolrich, 1935
Traducción: Jacinto León
INTRODUCCIÓN
El silencio.
El silencio se agazapaba en torno a ella,
como una bestia a punto de saltar.
El silencio, tenso como un tambor, pero tan
prolongado que llegaba a permitir la esperanza.
Un ruido leve, apenas perceptible…, el
chirriar de una ventana de guillotina que se
cierra.
Segundos más tarde, la puerta de la
habitación se abrió y un fantasma blanco
avanzó en silencio, a lo largo del muro, para
cerrar la ventana y taponar las rendijas.
Sin duda, Vera había abierto nuevamente el
calentador del baño, pero sin encenderlo. Con
ella llegaba el olor del gas. El espectro
abandonó el dormitorio para continuar su
misión de muerte.
Un escalón, al pie de la escalera, gimió
ligeramente al ser pisado, y Janet pudo oír el
ruido, agrandado en el silencio de la noche, de
la puerta del horno al abrirse. Vera debió de
guardar allí otra vez las máscaras, mientras
lavaba la vajilla.
El olor a gas se acentuaba, y Janet Miller
empezó a notar un zumbido dentro de su
cabeza, que parecía ir en aumento minuto a
minuto, como un tren que avanza por un largo
túnel sonoro.
Al otro lado del tabique. Vern gimió
levemente, en sueños, en el sueño que sería
eterno. Él tenía que sufrir en mayor grado los
efectos del gas, pues su habitación estaba junto
al cuarto de baño.
Nuevamente el fantasma entró en el
dormitorio. A los ojos de Janet, ya no aparecía
blanco, sino ligeramente azulado. Ya no era un
murmullo lo que llenaba su cabeza, sino un
verdadero rugido, como si el tren cruzara de
una oreja a otra, a través del cráneo, mientras
toda la habitación oscilaba en torno suyo.
La incorporaron de la cama donde reposaba
y una voz que parecía venir de muy lejos le dijo:
—Ya has tragado lo necesario para
engañarlos.
De repente, algo le cubrió el rostro. Y volvió
a respirar aire puro. El rugido persistió un
instante y luego fue disminuyendo como si el
tren se alejara; al fin, dejó de oírlo.
«¡Mi hijo! ¡Mi hijo!»
A través de la mica que protegía sus ojos,
Janet vio la claridad del alba que se filtraba en
su habitación. Al poco tiempo, una silueta
vacilante entró en su campo de visión; apoyaba
una mano en la pared para avanzar. Vera se
tambaleaba, y esto no se debía a la vista de
Janet, sino al gas acumulado en las
habitaciones cerradas, que le hacía sentir sus
efectos, porque acababa de quitarse la careta.
Se cubría la cara con un pañuelo húmedo,
procurando contener la respiración.
Tuvo el buen sentido de dirigirse a la
ventana, para quitar los papeles de las rendijas,
antes de acercarse al lecho. Incorporó a la
paralítica y le quitó bruscamente la careta
antigás.
Volvieron a zumbar los oídos de Janet: el
tren parecía regresar.
—Contén la respiración cuanto te sea
posible —oyó decir a su nuera, tras la mordaza
—. ¡Lo digo por tu bien!
Con la careta en la mano abandonó la
habitación y la paralítica la oyó descender la
escalera dando tumbos. Poco después le
pareció que se abría una puerta en la parte
trasera de la casa. El zumbido fue aumentando,
hasta que el aire, que se filtraba por las
ventanas, acabó por neutralizarlo. En el cuarto
de baño, el gas continuaba saliendo.
«Contén la respiración cuanto te sea
posible. Lo digo por tu bien». ¡Como si pudiera
interesarle seguir viviendo! «Está muerto,
pensó abatida Janet Miller. Debe de estar
muerto, pues de otro modo no hubiese venido a
quitarme la careta. ¿No sería preferible que me
fuera con él?».
En contra de las recomendaciones de Vera,
comenzó a respirar ávidamente, reteniendo el
aire envenenado en los pulmones, igual que
cuando años atrás, a causa de una operación, le
dieron cloroformo.
De nuevo comenzó el zumbido, que fue en
aumento, hasta convertirse en un rugido. Un
remolino azul revoloteó por el dormitorio,
oscureciéndolo poco a poco.
«Les venceremos, Vern, pensó la anciana.
¡Moriremos juntos!»
En las tinieblas que la rodeaban, no se veía
más que un punto azul. En algún lado se oyó
cómo rompían un vidrio, pero eso ya no
interesaba a Janet.
Al desvanecerse el punto azul, no quedó
nada.
***